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ASOCIACION DE ANESTESIOLOGIA Sesión del 27 de ene1·o de 1960 CONSIDERACIONES SOBRE LA POSTANESTESIA J. PONS MAYORAL "¡Convertir el dolor en tm sueño y suprimir el sufri- miento!" "La mayor misericordia de Dios comun·icada al hombre por el hombre." S. WIER MrTCHELL. ("Nacimiento y muerte del dolor.") He aquí, en pocas palabras, la misión ele la anestesiología y del anes- tesiólogo. "Convertir el dolor en un sueño", ¿no es esto esencialmente la anes- tesia?, "y suprimir el sufrimiento", ¿no es ciertamente ésta la misión del anestesiólogo? Gracias a Dios han pasado ya aquellos tiempos en que las anestesias eran practicadas por gente inexperta y sin preparación. Así recuerdo hoy, Y cada día con más estupor, la primera anestesia por practicada. Fue el primer día en que entré interno en un servicio de cimgía. El profesor efectuaba una gastrectomía. El interno anestesista, al ver llegar "perso- nal" nuevo, sintió llegado el momento de liberarse de su ingrato trabajo Y después de andados mis primeros cinco pasos en un quirófano, en bata blanca, me encontré sentado en un taburete y entre mis manos un aparato de Ombredanne más o menos bien ajustado a la cara del paciente. Desde luego la promesa de pronta vuelta a su sitio del .compañero anestesista, quedó por cumplir, y aquí empezaron mis suprarrenales a saber de hi- perfuncionalismo, al tener que acabar aquella anestesia. Así con toda veracidad, disimulando sólo con un poco de ironía, puedo explicar mi primera anestesia. Los tiempos, pero, han cambiado. Hemos vivido la época de más em- puje Y florecimiento de la especialidad anestesiológica. Disponemos hoy de los barbitúricos ultrarrápidos, de curarizantes, aparatos modernos que

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ASOCIACION DE ANESTESIOLOGIA

Sesión del 27 de ene1·o de 1960

CONSIDERACIONES SOBRE LA POSTANESTESIA

J. PONS MAYORAL

"¡Convertir el dolor en tm sueño y suprimir el sufri­miento!" "La mayor misericordia de Dios comun·icada al hombre por el hombre." S. WIER MrTCHELL.

("Nacimiento y muerte del dolor.")

He aquí, en pocas palabras, la misión ele la anestesiología y del anes­tesiólogo.

"Convertir el dolor en un sueño", ¿no es esto esencialmente la anes­tesia?, "y suprimir el sufrimiento", ¿no es ciertamente ésta la misión del anestesiólogo?

Gracias a Dios han pasado ya aquellos tiempos en que las anestesias eran practicadas por gente inexperta y sin preparación. Así recuerdo hoy, Y cada día con más estupor, la primera anestesia por mí practicada. Fue el primer día en que entré interno en un servicio de cimgía. El profesor efectuaba una gastrectomía. El interno anestesista, al ver llegar "perso­nal" nuevo, sintió llegado el momento de liberarse de su ingrato trabajo Y después de andados mis primeros cinco pasos en un quirófano, en bata blanca, me encontré sentado en un taburete y entre mis manos un aparato de Ombredanne más o menos bien ajustado a la cara del paciente. Desde luego la promesa de pronta vuelta a su sitio del .compañero anestesista, quedó por cumplir, y aquí empezaron mis suprarrenales a saber de hi­perfuncionalismo, al tener que acabar aquella anestesia.

Así con toda veracidad, disimulando sólo con un poco de ironía, puedo explicar mi primera anestesia.

Los tiempos, pero, han cambiado. Hemos vivido la época de más em­puje Y florecimiento de la especialidad anestesiológica. Disponemos hoy de los barbitúricos ultrarrápidos, de curarizantes, aparatos modernos que

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nos permiten técnicas tan eficaces como la intubación y respiración con­trolada, y lo que es quizá más importante que todo esto: la anestesia es administrada por un médico, bajo puntos de vista y conceptos estricta­mente fisiológicos y farmacológicos.

Hoy en día, somos muchos los compañeros médicos dedicados a la anestesiología y las anestesias son verificadas con más o menos facilidad. Pero, debido creo yo, a la deficiente organización quirúrgica de nuestro país, ha quedado siempre descuidada, con -la atención que merece, la parte que hace referencia a la postanestesia y que debe ser cuidada con la misma atención, por no decir más, que la preanestesia y la anestesia propiamente dicha.

Tiempo ab·ás, el tipo medio de intel'venciones quirúrgicas efectuadas eran modestas. Cuando ·los enfermos padecían taras orgánicas importantes, pulmonares o cardíacas creiase mejor no operarles. Igual opinión se tenia si la ·edad era avanzada o bien por el ·Contrario demasiado precoz. Todo ello conllevaba que los cuidados postoperatorios eran también modestos y se desconocía la verdadera fisiología de1 operado.

Hoy, en cambio, gracias al avance de la misma anestesia, el cirujano se ha atrevido con intervenciones en enfermos de cualquier edad y en cualquier estado patológico, y del más alto riesgo quirúrgico, y al unísono se ha estudiado y se conoce mucho mejor todas las alteraciones postanes­tésicas y postoperatorias, admitiendo la importancia, cada día mayor, de todo lo que hace referencia a la postanestes-ia.

Así, pues, admitiendo, el valor que tiene el recobro a su estado normal del enfermo, después de una operación quirúrgica, y viendo también- al menos en lo que a mí respecta, lo confieso sinceramente - la indebida, Y más que indebida, la poca atención prestada a la postanestesia, fue el motivo que me guió a elegirlo por tema, para que de esta manera me sirviera personalmente de estímulo en estudiarla, ya que no podía abrigar la ilusión de enseñarles a ustedes nada nuevo.

CONCEPTO. -Es la 3.• fase del tratamiento que sufre todo enfermo al ser operado, y coincide con el comienzo de la reanimación. Como su nom­bre indica, sigue a la 2.• fase o anestesia.

DURACIÓN. -Empieza en el mismo momento en que dejamos de admi­nistrar anestésico al paciente, casi siempl'e antes de que materialmente finalice el acto operatorio, y acaba de hecho cuando el enfermo se ha recuperado totalmente de los efectos anestésicos, y ha recobrado su nor­malidad en todas las funciones modificadas por causa anestésica.

Evidentemente va completamente ligada al periodo inmediato Y pot lo general olvidamos con demasiada frecuencia que los cuidados de este tercer período, recaen dentro de nuestro cometido.

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PONS. POS"fANESTESJJI 141

Como hemos dicho, desde que dejamos de administrar el anestésico, principio de la fase post-anestésica, hasta el recobro total del enfermo, dejándolo en condiciones de sobrellevar con éxito las alteraciones y cam­bios fisiológicos y quirúrgicos sufridos en la intervención, se abarcan una serie de cuidados que procuraremos resumir.

CUIDADOS GENERALES INMEDIATOS. - Antes de que el enfermo abandone la mesa de operaciones, muchas veces, casi siempre, como hemos dicho, empieza la post-anestesia y con ella la reanimación.

Así, pues, la misma extubación del enfermo ya es una maniobra post­anestésica. Procuraremos antes que nada, que una vez interrumpida la administración del anestésico, el enfermo respire lo suficiente para asegu­rarle un normal intercambio gaseoso en sus pulmones. Ello conlleva, a veces, la administración de antídotos de los curarizantes, por lo general, o de los barbitúricos.

Vigilaremos que la vía de enh·ada de aire esté expedita, evitando la caída del maxilar y base de la lengua que pueda interferida, ya sea colocando cualquier cánula bucofaríngea, o simplemente con una buena colocación de la cabeza. Atención hemos de prestar también a la interrup­ción del suministro de 0 2 al enfermo; al que, por lo general, se le ha ad­ministrado en dosis superior a la necesaria, en toda la intervención, para que no le ocasione un déficit en la oxigenación de la sangre; por la causa que sea. Se evitará, procurando tener al enfermo unos minutos en la misma mesa, antes de ser retirado del qui1·6fano, sin 0 2 para asegurarnos que la sobredosificación adminish·ada durante el acto quirúrgico, ya no es ne­cesaria en aquel momento.

También antes de retirar al enfermo, en las intervenciones de media­na importancia, ya, es conveniente la medida de las tensiones y pulso para saber el estado de su aparato cardio-circulatorio, en aquel momento, por si fuera necesaria la administración más o menos urgente de alguna droga coadyuvante en la reanimación.

Si el enfermo está en posiciones antifisiológicas acenhtadas, como Trendelemburg, hepática o renal forzada, al volverlo en la posición de decúbito supino, se hará con el máximo cuidado, e incluso en el caso del Trendelemburg, no sacarlo del todo de una vez, sino en varios y sucesivos momentos, para evitar así cualquier trastorno de irrigación ocasionado por desplazamientos bruscos de los estancamientos sanguíneos que se hayan podido originar, en diversas regiones o vísceras, por causa postura!. Por la misma razón el traslado de la mesa a la camilla para su retorno a la habitación, se hará evitando cualquier maniobra brusca, sino con toda suavidad. Lo ideal sería el a·aslado a h·avés de una lona que ya ha tenido el enfermo durante toda la operación, a la que pueden adaptarse unas asaderas o maderas laterales, como si fuera una camilla portátil.

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La vigilancia, dw·ante el traslado a la habitación, debe ser hecha, si no por el propio médico anestesista, sí por personal a sus órdenes y con­venientemente adiestrados. Todos conocemos, por desgracia, enfermos perdidos por no tener en cuenta la importancia que ello tiene.

En la habitación el enfermo debe tener unas condiciones de confort que ya no dependen de nosoh·os, como son una cama adecuada, en cuanto a las diferentes posiciones que pueda exigir ya el enfermo, ya el tipo de intervención efectuada.

Mientras el enfermo, no esté despierto l1emos de procurar que su posición en la cama le permita una libertad y fácil drenaje de las vfas respiratorias. El D. S. con la cabeza ladeada, o el D. Lateral, con la con­dición de cambios frecuentes de lado, para que se facilite dicho drenaje, en el uno y otro pulmón, son las posiciones más comunes.

Cuando el enfermo está despierto, con el reflejo de la tos ya resta­blecido, ya no tiene tanta importancia dicha posición a menos de que el enfermo esté más o menos expuesto a las complicaciones pulmonares, por su estado del aparato respiratorio ya antes de la intervención. En estos casos ·la posición ligeramente incorporada facilitará los ejercicios respi­ratorios. Asimjsmo la temperatura de la habitación deberá ser de unos 18 a 20•, no debiendo ser más, para evitar inútiles transpiraciones, debido a la vasodilatación por el calor, con las consiguientes pérdidas hídricas. Tampoco se abusará de cantidades de ropas o mantas "para facilitar la reacción" por el mismo motivo.

La habitación deberá estar en semioscmidad, en calma, y silencio, con las menos visitas posibles en las primeras horas.

Vigilancia del d.espe1"tar. - Una vez el enfetmo está ya en cama vigi­laremos la reaparición de los diversos reflejos: faríngeo, conjuntiva!, etc., realización de movimientos, signos todos que indican una tendencia al despertar, pero esto sólo no es suficiente: un enfermo lo consideraremos desllierto cuando sea capaz de ejecutar órdenes o mejor responder ya a las preguntas.

El tiempo en despertar, estará en relación con los anestésicos usados y cuando este despertar sobrepasa los limites normales hemos de sospe· char alguna causa o complicación que lo provoca, como son el shock, perturbación respiratoria o una sobredosis anestésicas. Estas tres causas provocan una anoxia más o menos intensa, ya por causa de déficit circu ]atorío~ (shock), respitoria (caída lengua, estorbos mecánicos laríngeos, como secreciones, g¡1sa o venda olvidada, etc.) o por depresión central (sobre· dosis barbitiírico) o periférica (sobredosis de curarizantes) .

Este déficit en la oxigenación o en la eliminación del C02 provoca un circulo vicioso, ya que origina una pérdida del tono muscular, con la consiguiente caída del maxilar, por hipotonía de los maseteros, favorecién· dose la caída de la lengua. Por ello la luxación del maxilar inferior para

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mantener las vías aéreas abiertas, es una medida sistemática en todo enfermo que se despierta mal.

PosTA.N'ESTESIA Y R.EA.NIMA.CIÓN. -Principalmente en todo enfermo he­mos de cuidarnos de tres principales puntos: la oxigenación, la rehidra­tación y la analgesia postoperatoria.

l. La oxigenación.- Corrientemente no es necesaria, sobre todo en las pequeñas intervenciones, pero es indispensable en toda gran interven­ción y sobre todo en cirugía torácica.

La oxigenación es uno de los elementos más importantes en la pre­vención del shock. En el aire atmosférico sabemos que el oxigeno está en una proporción del 20 por 100, existiendo muchas técnicas que permiten el aumento de esta cifra:

a) En. forma de mascarilla, puede administrarse una oxigenación de un 100 por 100, pero corrientemente son mal soportadas y prácticamente no serán utilizables en enfermos todavía anestesiados.

b) Administración por sonda nasal, fácilmente tolerada al igual en los niños que en los mayores, pueden dar una atmósfera de un 40 por 100 con una sonda y un 45 a un 50 por lOO con dos sondas.

e) En cierto número de casos puede ser indispensable aumentar el contenido en oxígeno del aire respirado por el operado. En estos casos pueden usarse las tiendas de oxígeno que permiten obtener concentra­ciones superiores al 70 por 100. En ellas puede asegurarse la renova­ción constante del aire respirado y en los últimos modelos un sistema de compresor y termostato permite regular siguiendo los deseos del médico o necesidades del enfermo la temperatura interior de la tienda.

De todas maneras habremos de tener presente el humidificar la at­mósfera respirada por el enfermo. El resecamiento de las mucosas tra­queobroncopulmonares, provoca un espesamíento de las secreciones y tam­bién del líquido alveolar. Habrá por tanto que hacer burbujear el gas en el agua antes de que llegue al aparato inhalador.

Se usa asimismo el paso del oxígeno, a través de líquidos que, ba­jando la tensión superficial, disminuye la viscosidad de los productos in­trabronquiales, contribuyendo así Q luchar contra las atelectasias o edema pulmonar, cuya forma subaguda es un elemento frecuentemente hallado en el caso del colapso, incluso en las pequeñas formas. Así, pues, son usados el borbotaje en frascos con solución de agua 1/3 y alcohol de 90': 1/3.

Más eficaz todavía, se ha comprobado, es la mezcla en ~a misma pro­porción de agua y alcohol octílico y sobre todo el empleo de antiespumosos (siliconas usadas en lavanderías). El último producto en cuanto Q fecha - el metil polivil oxane - parece dar resultados particularmente intere­santes.

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Sin embargo, hemos siempre de tener presente que la oxigenación será eficiente cuando la calidad de los cambios respiJ:atorios sea lo suficiente, para pe1mitir una buena hematosis. En los casos extremos, con hipoventi­lación, con peligro de llevar el enfermo a una insuficiencia respiratoria agud~ hemos de preconizar el uso de pequeños pulmones de acero o de respiradores, después de la traqueotomía, del tipo Engtrom.

Particularmente yo, en los casos que creo indicado la administración ele 0 2 lo hago por sonda nasal. Ustedes ya saben que se colocará introdu­ciéndola por el agujero nasal hasta faringe, procurando n.o se insinúe en esófago, por el peligro de una dilatación aguda del mismo. Prácticamente esto lo lograremos introduciéndola hasta una longitud igual a la distancia •que hay entre el lóbulo de la oreja y la comisura de la boca del mismo lado.

También tengo siempre presente procurar que esta administración de oxígeno, sea discontinua, siempre que lo permita el estado del enfermo, por el peligro que hay, sobre todo en los enfermos con una subanoxia, que pueden ser los enfimatosos, los ancianos, Jos colapsados, etc., ya que provoca una hipercarbia o retención del co2 por una ventilación insu­ficiente al encontrar más facilidad en la oxigenación de la sangre. Ello puede conllevar a una acidosis, aJ enfermo, con el peligro de sus efectos letales.

2. Rehídratací6n. - Es una etapa esencial en la reanimación inmedia­ta. Hemos de tener presente que después del 0 2 , es el agua el elemento más indispensable al organismo, en el que entra en una proporción del 60 por por 100; el 40 por lOO está en forma intracelular y el 20 por lOO exh-a celular. Esta última se subdivide en: a) intersticial, el 15 por lOO y b) intravascular, el 5 por lOO restante.

Esta agua orgánica está en constante equilibrio permitiéndose solamen­te pequeñas variaciones. El componente intersticial es el más variable en volumen, siendo los otros dos Jos que permiten menos variabilidad._

Normalmente yu el cuerpo humano pierde diariamente una c¡mtidad que oscila entre los 2 y 3 litros entre la orina, sudoración, respiración Y heces, cantidad que debe ser compensada con el agua de la ingesta.

Es, por tanto, importantísimo el recuperar es~e equilibrio elecb·olítico en un operado, y lo lograremos mediante la rehidratación. Esta variará, desde luego, según la importancia de la intervención quirúrgica efectuada.

La cantidad a dar diariamente debe permitir una eliminación urinaria, al menos de unos 750 c.c. cada 24 horas. Ah'ededor de los dos lib·os satis­facen de largo de principio estas necesidades, si no se presentan com­plicaciones. En los casos en que el enfermo puede beber se presentan pocos problemas en este sentido (cirugia ortopédica, urológica, torácica, etcétera). Pero hay muchos enfermos en que, no pudiendo beber, habre­mos de recurrir a la rehidratación artificial, cuya mejor vía de entrada,

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que tenemos es la intravenosa. En los casos que se presentan complicacio­nes, ya hemos dicho que esta cantidad de agua a administrar deberá ser aumentada.

b) El líquido a inyectar deberá ser elegido con cuidado, ya que la rehidratación parenteral, que introduce directamente el agua en la circulación evitando el control del tubo digestivo y del hígado, deberá coincidir con las necesidades, tanto hidricas, como para restablecer el equi­librio electrolítico, cuyo mantenimiento es factor esencial pa¡-a la vida.

Normalmente en toda intervención, se produce una hiperactividad supr::u-renal, una despolarización celular, siendo ésta la que regula la pe1 meabilidad celular normalmente, con los consiguientes trastornos en su permeabilidad, que ocasionan una retención de sodio intracelular y la pérdida de potasio, que es eliminado. Todo ello viene agravado en los casos de intervenciones sobre el aparato digestivo, ya que a los enfer­mos generalmente se les coloca una aspiración gástrica continua, con pérdidas enormes de jugo gástrico, en el que se encuentra el potasio en gran ·concentración.

Así, pues, no siempre es tan sencülo el mantenimiento del equilibrio electrolítico y muchas veces no es suficiente la administracin de sueros gluco-salinos, fisiológicos o glucosado; sino todo lo contrario, a veces puede ser pernicioso, haciéndose indispensable el aporte de potasio. La falta del ion potasio, en la práctica, se manifiesta con una sintomatología bastante amplia: astenia, debilidad muscular. En casos más graves: difi­cultades en la deglución, alteraciones respiratorias, anorexia, distensión abdominal, íleo paralítico. Desde luego, el mejor dato para su diagnóstico será la determinación de la ka1emia, siendo patológico si baja de 4 mEq./1.

3. La analgesia postoperatoria. - En este punto, nuestra actuación puede venir regida o guiada, tanto por el factor cirujano, como por el factor enfermo.

Todos sabemos por experiencia práctica, que algunos cirujanos quieren que sus enfermos pasen las primeras horas ele postoperatorio en estado de somnolencia, y otros, por el contrario, quieren que el enfermo salga del quirófano despierto y si se quejan, es no1mal, siendo reacios a los anal­gésicos.

También el tipo de enfermo nos obligará a diferente modo de com­portarnos. Así, por ejemplo, si se trata de un niño lo trataremos diferen­temente que de un adulto, y dentro de aquellos variará según se trate de un lactante o sea un poco mayor. ·

Igualmente podemos decir en cuanto se trate de un viejo, un obeso, t~n cardíaco, un asmático, un bronquítico, etc. En resumen, que según el ttpo de enfermo, nuestra postura y comportamiento a seguir variará en cada caso.

Experimentalmente se han podido medir las diferentes intensidades

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necesarias de un estímulo para provocar dolor a un enfermo. Se ha com­probado que un estímulo, es indoloro para un enfermo, ligeramente do· loroso, para otro y muy doloroso para un tercero. Gracias a estas expe· riencias se h.a .comprobado que la administración de ligeros analgésicos, del tipo de la aspirina, aumentan el dintel de la percepción dolorosa en un 30 por 100. Y los analgésicos potentes, como la mor:6na, lo elevan casi en un lOO por 100.

PROFILAXIS DEL DOLOR POSTOPERATORIO.- Todos estos estudios han dado a conocer la relación, la estrecha .relación existente entre la angustia y el dolor. Habremos pues de considerar y tener en cuenta esta angustia preoperatoria, si queremos hacer. una verdader·a profilaxis del dolor post· operatorio.

La primera medida, en este sentido, es visitar al enfermo, a pode1· ser la vigilia de la intervención, ya que generalmente nos desconoce, por haber sido visto sólo por el cirujano. Procurar hacer una verdadera psico· terapia. Ex:plicarle que nuestra misión en el caso, y por lo que hemos sido llamados es precisamente para ayudarle, para procurar y obtener que sus sufrimientos sean nulos o casi nulos. Que vigilaremos de su estado general, de su persona, en fin, que estaremos solamente a su lado para ayudarle y aliviarle, en este momento difícil de su vida, en que ha sido preciso llegar al b~turí, para CUJ.1arle el mal que le aqueja.

Aconsejaremos evitar en todo lo posible, Ias visitas y eludiremos la importancia del acto quirúrgico, así como la explicación detallada y téc· nica del mismo, que no harían más que inquietarle.

En las horas que preceden a la operación, nada de exploraciones do· lorosas a poder ser, y aconsejarle al enfermo empiece a acostumbrarse a las condiciones materiales del postoperatorio: posición en la cama, micciones sin levantarse, etc., y procuraremos también evitar el insomnio de aquella noche, indicando Ia administración de ·un barbitúrico fugaz.

Llegado el momento de la anestesia, ésta la efectuaremos, en todos los !casos que nos sea posible, en la sala de anestesia, contigua al quir6fano, evitando al enfermo la observación- ya visual, ya acústica- de todos los preparativos, para la intervención. Y menos colocar el enfermo des· pierto, encima de la mesa, bajo el foco de la sala, atarlo de piernas Y brazos ... , ¿no les parece que todO" ello es para intimidar?

El cirujano por su pa1te puede ayudar mucho a que la intervención que realiza sea más o menos dolorosa a posteriori.

De esta manera podemos decir que para aliviar el dolor, se evitarán los hilos de acero, la sutura en un plano, los agrafes metálicos. Reducir lo posible el uso de drenajes, etc.

ANALGESIA POSTOPERATORIA. - Una vez el enfermo ha sido intervenido, 1uestra posición, referente a la analgesia a indicar, es de un término

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11edio. Ni de los que prefieren no administrar casi calmantes, ni de los 1ue prefieren que no se despierte el enfermo hasta pasadas muchas horas.

Tenemos, eso sí, especial cuidado en administrar lo menos posible los sedantes fuertes, hipnóticos y depresivos, que dificultan la moviüzación que reduce mucho las complicaciones venosas y pulmonares. Pre.6riendo admi­nistrarlos a dosis pequeñas y repetidas sin que provoquen una pér·dida de la conciencia, estando el enfermo somnoliento, en calma, del que pueda salir en seguida que se lo pida.

Con la pethidina {dolantina), y la prometazina {fenergán) generalmen­te se puede obtener este estado de somnolencia tr-anquila.

Señalemos aquí los buenos resultados que pueden obtenerse con los analgésicos menores como la aspirina, el dolvirán, de fórmula más com­pleta, ya que al ácido acetü-salicllico, se suman la fenacetina, la cafeína, la codeína y luminal, en pequeñas proporciones.

Cibalgina: que contiene la amidopirina y una pequeña dosis de bar­bitúrico {dial).

Diosedal: con una fórmula, con dosis mínimas de sedantes (morfina) hipnóticos (fenobarbital), codeína, papaverina, etc.

Estos preparados administrados en forma repetida, bastan muchas veces para lograr una analgesia suficiente.

Ya como analgésicos más poderosos señalaremos ante todo la: Morfina: de acción intensa sobre el sistema nervioso central y centro

respiratolio. ' Su -acción depresora del centro respiratorio es su principal inconve­

niente, e incluso a grandes dosis puede producir paro respiratorio. Como más suscritos datos de interés citaremos que atraviesa la barre­

ra placentaria, cosa que la proscribe en la preanestesia de la cesárea, y que los niños y los ancianos son más susceptibles, tolerándola mejor los primeros.

Otro inconveniente, es el de provocar frecuentemente náusea y vómitos. Se ha comprobado que aumentando las dosis sus efectos y duración

de los mismos no aumentan en la misma proporcin: Así 1 cg. eleva la percepción dolorosa en un 60 por 100, durando

'SU efecto una¡; C1 horas, en cambio 1,5 cg. lo eleva a un 70 por lOO y la duración de los efectos es de unas 7 horas y 3 cg. o sea el triple de la dosis inicial sólo eleva la percepción dolorosa a un 90 por lOO y 7 horas de duración.

Codeína: Produce menos depresión respiratoria, disminuyendo, pero rnás el reflejo tusígeno. Sus efectos analgésicos corresponden a menos lde l/6 de los de la morfina. Una dosis de 6 cg. e1evan el umbral de la percepción dolorosa en un 45 por 100, dmando sus efectos unas 5 horas.

Petidina: Como analgésico postoperatorio es superior, en mi opinión a la misma morfina. Apenas tiene efecto emético, y le supera quizás en

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su efecto analgésico central y acción antiespasmódica. Disminuye el ritmo respiratorio, aumentando su amplitud.

Largactil: medicamento de sl.ntesis del grupo de la fenotiazina, de acción hipnótica, sedativa y antiemética. Refuerza considerablemente el efecto de los analgésicos, sin serlo propiamente.

Fenergán: Otro derivado de la fenotiazina, de acción hipnótica más 'potente que el lagactil, pero de menos efecto antianalgésico y antitérmico. Asimismo es considerable su efecto antiemético.

Carecemos de experiencia en el palfium y dolitrone. Resumiendo, pues, con todo este arsenal farmacológico, valorando

ante todo el factor enfermo, en relación con la importancia de la interven­-ción, y apetencias particulares del cirujano, podemos hacer varias com­' binaciones, que nos permitan obtener una buena analgesia, para cada caso.

Tener presente, sobre todo en los viejos, que la acción por lo general es de efectos mucho más intensos. Como asimismo en los nifios, no porque no soporten bien estas drogas, sino porque es muy fácil provocar una sobredosis, al interpretar erróneamente el peso del pequefio, orientación mejor en todos los casos.

Al'JESTESIA EN EL CARDIOPATA

A. DEL REY AsúA T

'INTRODUCCIÓN. - WmTE y FRIEDBERG estiman que una cardiopatía no constituye jamás una contraindicación absoluta a una intervención indis­pensable.

Ahora bien, de todos es sabido el gran riesgo que conlleva una inter­vención quirúrgica en un enfermo portador de una lesión cardíaca.

Corrobora lo anteriormente dicho las estadísticas trazadas por GmswoLD '/ Iú:ATJNC en 1949, que registran para la tiroidectomía una mortalidad de un 2,2 'por lOO en el paciente no cardiaco y un 6,9 por 100 en el cardíaco. Asmismo, MonRISONS encuentra una mortalidad de un 7,9 por 100 en la prostatectomía del no cardíaco y un 19 por 100 en el cardiópata.

No pretendemos en este trabajo trazar unas nuevas normas de con­ducta, ya que éstas están en la mente de todo anestesista competente, pero sí deseamos hacer constar el hecho repetidamente observado en nuestros quir6fanos, de que si bien el enfermo llega perfectamente estu­diado desde el punto de vista quirúrgico, no ocurre lo mismo desde el