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ASPECTOS ZOOARQUEOLOGICOS Y GEOGRÁFICOS EN EL ARTE RUPESTRE DE SANTO DOMINGO Dato Pagan Perdomo Museo del Hombre Dominicano Una de las expresiones mas importantes de la cultura de los aborígenes de la Hispaniola se manifiesta en el arte rupestre, es decir, en pinturas y grabados hechos en las cuevas, en bloques líticos aislados, en las piedras y menhires de las plazas ceremoniales y en los peñascos de los cursos de agua o sus orillas, indistintamente local- izados en zonas boscosas, en tierras llanas y en las montañas de la Isla. En la Hispaniola el arte rupestre alcanzó expresiones excep- cionales, tanto por la calidad artística y la diversidad de motivos, como por las técnicas utilizadas y la temática, en las que predominan las representaciones antropomorfas, zoomorfas, antropozoomorfas, fitomorfas, dibujos geométricos y signos de interpretación proble- mática, con figuraciones naturalistas, esquemáticas y abstractas. El estudio de la localizacion y el análisis cuantitativo de los yacimientos y la dominancia de los diferentes tipos de representaciones reportados hasta el momento, nos permitirán establecer su distribución geográfica y su frecuencia, así como sus relaciones con las diferentes áreas de poblamiento. De los 77 yacimientos de arte rupestre reportados hasta la fecha en el territorio Dominicano, 64, o sea el 83-24 por ciento son yacimientos petroglíficos únicamente; el resto, 13 yacimientos con petroglífos y pictografías, representan el 16.76 por ciento restante. Si a los 64 sitios exclusivamente petroglíficos, sumamos los 13 en los que aparecen conjuntamente petroglífos y pictografías, obtendremos que los 77 yacimientos reportados, el ciento por ciento, tienen carácter petroglífico, aunque solo en 64 éstos sean dominantes, lo que pone de manifiesto que en el arte rupestre indígena de la República Dominicana predomina cuantitativamente la forma petroglífica sobre la picto- gráfica. Hasta el momento, del total de 64 sitios exclusivamente petro- glíficos, 27 aparecen localizados en zonas costeras o en áreas con- tiguas, otros 27 en zonas montañosas, incluyendo valles intramontanos, y 10 se encuentran en tierras llanas interiores. En cuanto a los yacimientos pictográficos, 13 en total, 8, o sea el 61.54 por ciento, aparecen localizados en áreas costeras, 4 en zonas montañosas y sola- mente 1 se ubica en tierras llanas interiores, lo que evidencia que la mayoría de los yacimientos pictográficos y la casi mitad de los yacimientos petroglíficos coinciden en localizarse en las zonas cos- teras del país o en tierras próximas bajo la influencia y el dominio marítimo y litoral. 179

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ASPECTOS ZOOARQUEOLOGICOS Y GEOGRÁFICOS EN EL ARTE RUPESTRE DE SANTO DOMINGO

Dato Pagan Perdomo Museo del Hombre Dominicano

Una de las expresiones mas importantes de la cultura de los aborígenes de la Hispaniola se manifiesta en el arte rupestre, es decir, en pinturas y grabados hechos en las cuevas, en bloques líticos aislados, en las piedras y menhires de las plazas ceremoniales y en los peñascos de los cursos de agua o sus orillas, indistintamente local­izados en zonas boscosas, en tierras llanas y en las montañas de la Isla.

En la Hispaniola el arte rupestre alcanzó expresiones excep­cionales, tanto por la calidad artística y la diversidad de motivos, como por las técnicas utilizadas y la temática, en las que predominan las representaciones antropomorfas, zoomorfas, antropozoomorfas, fitomorfas, dibujos geométricos y signos de interpretación proble­mática, con figuraciones naturalistas, esquemáticas y abstractas.

El estudio de la localizacion y el análisis cuantitativo de los yacimientos y la dominancia de los diferentes tipos de representaciones reportados hasta el momento, nos permitirán establecer su distribución geográfica y su frecuencia, así como sus relaciones con las diferentes áreas de poblamiento.

De los 77 yacimientos de arte rupestre reportados hasta la fecha en el territorio Dominicano, 64, o sea el 83-24 por ciento son yacimientos petroglíficos únicamente; el resto, 13 yacimientos con petroglífos y pictografías, representan el 16.76 por ciento restante. Si a los 64 sitios exclusivamente petroglíficos, sumamos los 13 en los que aparecen conjuntamente petroglífos y pictografías, obtendremos que los 77 yacimientos reportados, el ciento por ciento, tienen carácter petroglífico, aunque solo en 64 éstos sean dominantes, lo que pone de manifiesto que en el arte rupestre indígena de la República Dominicana predomina cuantitativamente la forma petroglífica sobre la picto­gráfica.

Hasta el momento, del total de 64 sitios exclusivamente petro­glíficos, 27 aparecen localizados en zonas costeras o en áreas con­tiguas, otros 27 en zonas montañosas, incluyendo valles intramontanos, y 10 se encuentran en tierras llanas interiores. En cuanto a los yacimientos pictográficos, 13 en total, 8, o sea el 61.54 por ciento, aparecen localizados en áreas costeras, 4 en zonas montañosas y sola­mente 1 se ubica en tierras llanas interiores, lo que evidencia que la mayoría de los yacimientos pictográficos y la casi mitad de los yacimientos petroglíficos coinciden en localizarse en las zonas cos­teras del país o en tierras próximas bajo la influencia y el dominio marítimo y litoral.

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Es observable que la mayoría de los yacimientos que denominamos costeros se ubican en la costa dominicana del Mar Caribe, mas hacia las áreas surorientales y surcentrales que hacia el suroeste, es decir, siguiendo en dirección hacia las costas suroccidentales de la isla, lo que para nosotros tiene una estrecha relación con el proceso de tránsito y expansión del poblamiento hacia el arco antillano y con la estabilidad de algunos asentamientos arcaicos atraídos y fijados por la presencia de zonas mangleras y las tierras llanas contiguas con predominio de bosques subtropicales, agua, refugios y abundantes alimentos vegetales y animales. Asimismo, se constata la^ casi in­existencia de yacimientos de arte rupestre en la costa atlántica del territorio insular, con excepción del sector^ noreste, hacia la peninsula y bahía de Samana, zona de habitación ciguaya, donde se localizan las cuevas de la bahía de San Lorenzo (Cueva del Ferrocarril, Cueva del Infierno y otras) y las cuatro cuevas con petroglifos que aparecen en el extremo nororiental de la peninsula, asi como las 3 cuevas petroglíficas localizadas en el area de Macao, tambie'n en el dominio costero oriental atlántico.

Los yacimientos rupestres de las areas montañosas se localizan en su casi totalidad hacia el centro del territorio dominicano, que es como decir hacia el centro de la isla, en los firmes de la Cordillera Central o sus estribaciones, frente o cerca de valle fluviales. En cambio, en las tierras llanas de los grandes valles interiores, es donde los yacimientos rupestres aparecen con menor frecuencia.

Es importante establecer estas correlaciones porque la mayor frecuencia y la distribución geográfica de los sitios de arte rupestro en el territorio dominicano coinciden, de acuerdo con las evidencias arqueológicas actuales, con las zonas yacimentales pre-agroalfareras y agroalfareras más importantes de la isla (la coincidencia se extiende a 54 de los 90 sitios y zonas arqueológicas señaladas por Veloz Maggiolo en 1972 para toda la isla), lo que deja establecido una relación significativa entre los diferentes grupos culturales que ocuparon temporal o continuadamente el área, con la mayor concentración geográfica del arte rupestre insular, lo que supone a la vez una relación entre el arte rupestre como expresión cultural con la actividad económica y la vida social (técnicas de enfrentamiento con el medio ambiente, trabajo, producción, creencias, mitos, ritualismo, arte, recreación, etc.) de estos grupos de poblamiento, cuya presencia en la zona es muy antigua, ya que los grupos pre-agrícolas con carácter de recolectores-pescadores y pequeña caza habitaban el área en el Arcaico desde antes del 2600 antes de Cristo (Barreras, 2600 a.C; Rio Pedernales, 2590 a.C.) y en lo que respecta a las tribus agrícolas se sabe que arribaron a las Antillas Mayores y Menores al comienzo del primer milenio de la era cristiana, entre 1 y 300 después de Cristo.

Esta coincidencia resulta mas sugestiva cuando advertimos que la casi totalidad de los yacimientos precerámicos reportados hasta la fecha en la isla de Santo Domingo aparecen en la faja costera o en sus proximidades en la Llanura Costera del Caribe (Cueva de Berna, Sánate, Batey Negro, Serrallés, El Porvenir, La Isleta, Hoyo del Toro, El

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Caimito, Sabaneta de Juan Dolió y Honduras del Oeste). Otros se localizan en Samana, costa noreste (Cueva del Ferrocarril, Cueva del Infierno); en Barreras, zona suroeste, cerca de la costa (Yacimiento de Mordan y sus fases Casimira y Alejandrina), en Tavera y la Cueva del Corral, Cordillera Central, y en Río Pedernales, en el suroeste de la isla.

En lo que respecta a los grupos agroalfareros habitantes de la misma llanura costera hasta tiempos históricos, en localidades geográficamente semejantes (areas de Boca Chica, Juan Dolió, La Caleta, Andrés, Guayacanes, La Cucama, Corrales, Macao, etc.), creadores de una cerámica decorada de gran complejidad expresiva tanto en el ajuar utilitario como en el ceremonial y de un utillaje instrumental excepcionalmente ricos en motivaciones decorativas y representaciones zoomorfas, usufructuarios también de los recursos naturales litorales, aunque con un modo de producción y de vida más avanzados, tampoco parece que mostraron interés en las representaciones zoomorfas en el arte petroglífico, ya que con excepción de los yacimientos de Chacuey, Yuboa, Guacaras de Comedero Arriba, Plaza de Anamuya, Cueva La Borda y algunas figuras de la Guacara de Comedero, todos asociados a cerámica chicoide no aparecen otros yacimientos petroglíficos con repre­sentaciones zoomorfas en sitios cuya occupación taina o pretaina ha sido comprobado arqueológicamente. Cabe agregar en este aspecto, sin embargo, que la mayoría casi absoluta de los yacimientos petroglíficos del país aparecen asociados a restos de cerámica taina de estilo chicoide.

/* En los yacimientos pictográficos localizados en la misma zona

costera y en areas contiguas (Cueva de las maravillas: cerámica tosca, inicial, ocupación agrícola, probable ocupación preagrícola; Cueva de Berna: ocupación preagrícola y agrícola, cerámica sin decoración; cuevas de El Caimito (Cueva Seca y Cueva del Medio), ocupación preagrícola y agrícola, cerámica taina: Cueva El Salado: cerámica taina tipo Macao; Cueva Boca de Chavon: cerámica taina; Cueva de Santa Ana y Cueva de Yerbabuena; Cueva del Ferrocarril: ocupación preagrícola y agrícola, cerámica chicoide), 9 de un total de 13 en todo el territorio dominicano abundan, por el contrario, las expresiones zoomorfas junto a las antropomorfas. En cambio, en los yacimientos pictográficos situados en areas montañosas predominan definitivamente las figura­ciones zoomorfas sobre todas las demás expresiones: En las Guacaras de Comedero Arriba, de un total de 190 figuras, 109 son zoomorfas, o sea el 57-37 por ciento; en las Cuevas de Borbón, de 625 figuras foto­grafiadas, 307 son zoomorfas, o sea el 49.12 por ciento; en la Cueva del Corral dominan por igual representaciones zoomorfas y antropomorfas y en la Cueva del Hoyo de Sanabe el tema dominante es la fauna.

En las zonas costeras, en la Cueva del Ferrocarril, predominan la fauna y el antropomorfismo; en la Cueva de las Maravillas, las figuras dominantes son antropomorfas, zoomorfas, asi como los temas rituales.

De los 64 yacimientos exclusivamente petroglíficos existentes en Santo Domingo, 58, o sea el 90.62 por ciento exhiben representaciones

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antropomorfas únicamente. Solo en 6 yacimientos, o sea el 9-38 por ciento, aparecen representaciones zoomorfas (Chacuey, Yuboa, Guacaras de Comedero Arriba, Guacara de Comedero, Plaza de Anamuya y Cueva la Borda). En la República Dominicana, en consecuencia, ademas de predominar en el arte rupestre las expresiones petroglíficas sobre las pictográficas, como hemos demostrado anteriormente, en la expresión petroglífica predominan las formas antropomorfas sobre las zoomorfas, fitomorfas, geométricas, etc., mientras que en las pictografías predominan, en términos generales, las expresiones zoomorfas y las escenas rituales.

Llama la atención que, no obstante ser las zonas costeras y las tierras contiguas al mar, particularmente la Llanura Costera del Caribe, objeto de una larga ocupación, tanto por los grupos pre-agrícolas como por los agroalfareros, haya predominancia casi absoluta en el arte rupestre de expresiones antropomorfas, con un mínimo relativo de figuraciones zoomorfas o fitomorfas, cuando precisamente el habitat costero o las tierras contiguas fuertemente influenciadas por el mundo marino y litoral, se caracterizan por la presencia de una abundante fauna marina y por la existencia, aun subsistente, de zonas con vegetación boscosa y arbustiva y formaciones de sabana con abundante fauna.

El mundo marino, los ecosistemas litorales y la vida vegeto-animal dominante jugó un papel de primer orden en la economía, las técnicas productivas y la producción artefactual de los grupos pre-agrícolas y agroalfareros, como efectivamente lo revelan las evidencias arqueológicas. En el caso de los grupos preagrícolas aparecen abundantes restos de basura alimenticia constituidos por desperdicios de la recolección marina y terrestre, la pesca y la pequeña caza, evidencia de una dieta basada en la apropiación de los recursos que ofrecía el medio ambiente, principalmente los ecosistemas mangleros. Los utensilios y los artefactos encontrados en estos yacimientos revelan, asimismo, que se trata de grupos con una alta especialización en la recolección marina, litoral y terrestre, de gente ligada al mar o a los medioambientes terrestres fluviales, lacustres, etc.

Desde esta perspectiva es evidente que estos grupos del poblamiento insular lograron, mediante la aplicación de tecnologías apropridas, una amplia adaptación y dominio de sus respectivas zonas de vida. La apropiación de la naturaleza en unos casos o la producción de bienes materiales en otros, resultado de los diferentes modos de producción y grados de evolución cultural, originó, como expresión de todo este proceso de adaptación, formas superestructurales tipicas en las cuales se inserta el arte rupestre como una forma mas de la conciencia social.

^Es extraño, pues, aun tomando en cuenta los desplazamientos periódicos de algunas poblaciones o la sedentarizacion de otras, los cambios que hayan podido producirse a escala local en los habitats y las variables tecnológicas inducidas por las alternativas impuestas por diferentes ecologias, que la vida animal y la vegetación no hayan

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influenciado o hayan sido incorporadas a las expresiones formales del arte rupestre. Cabe señalar en este punto que la Llanura Costera del Caribe, el litoral de la peninsula y la bahía de Samana, así como la zona extremo oriental atlántica del territorio dominicano, son áreas relativamente pequeñas y, en términos generales, no han sufrido cambios geológicos, geomorfológicos y climáticos sensibles durante el Reciente, es decir, desde muchos milenios antes de la ocupación original de las islas por las oleadas migratorias continentales. Lo mismo sucede con las areas montañosas donde se ubican yacimientos rupestres importantes. Por otra parte, cabe agregar que los desplazamientos y los cambios radicales de habitat debieron ser especialmente limitados, ya que la Llanura Costera del Caribe apenas tiene una longitud de 240 kms. desde el río Ocoa hasta Cabo Eugano y una anchura máxima de 40 kms.

Se observa, asimismo, que tampoco aparecen con frecuencia en pictografías ni en petroglifos representaciones de los medios de trabajo o de utensilios de uso ritual, de artefactos domésticos, recolección, pesca, caza y agricultura indistintamente relacionados con el inventario tecnológico de los diferentes grupos que habitaron la isla y sus respectivas culturas, instrumental éste vinculado a las actividades productivas, a los modos de vida, a la supervivencia y, desde luego, a los procesos de adaptación, especialización y dominio de los diferentes medioambientes explotados por la ocupación humana.

La investigación arqueológica revela, sin embargo, que el ajuar doméstico y ritual y el instrumental productivo, trátese de pobla-mientos preagrícolas, de grupos en proceso de hibridación cultural o de comunidades agroalfareras, fue sorprendentemente variado, abundante especializado. Su producción y perfeccionamiento estuvieron vinculados al perfeccionamiento de los mecanismos y técnicas de apropiación y producción, al crecimiento demográfico, al desarrollo y complejidad de la organización social y al contenido ideológico del arte.

Esta característica del arte rupestre en Santo Domingo, que parece constituir una constante, ofrece, sin embargo, sus excepciones. En las Cuevas de Borbon, en las estribaciones del sur de la Cordillera Central, aparecen pictografías con trampas y arpones de pesca, dardos de caza, bastones ceremoniales o gladiolitos, máscaras rituales, inhaladores del ritual de la cohoba, tejidos y naguas. En la cueva del Hoyo de Sanabe, en las montañas de la Sierra de Yamasa, también en pictografías, aparecen dos duhos, un cibucán, dos canoas, hamacas, redes de pesca, cuerdas, trampas de caza, mascaras rituales, inhaladores del ritual de la cohoba, sellos o pintaderas. En las Cuevas de Comedero Arriba, también en zona montañosa y en pictografías, aparecen dos maracas, algunos sellos y máscaras rituales. En los petroglifos de Samaracas, algunos sellos y máscaras rituales. En los petroglifos de Sanjanoa, en el suroeste de la cordillera Central, apparecen hachas enmangadas.

En cambio, en esas mismas cuevas y en otras, en pictografías, aparecen frecuentes representaciones rituales, escenas y figuras

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relacionadas con prácticas mágico-religiosas, mitos, creencias, chamanismo, cemiismo y prácticas funerarias. Aparecen ademas escenas de pesca, caza, danzas y actos sexuales. En la Cueva del Ferrocarril, Cueva de las Maravillas y Cueva del Corral, pertenecientes a diferentes ubicaciones geográficas y tipos de habitat, aparecen también algunas de estas representaciones y escenas mágico-religiosas.

Como puede observarse, no existe una secuencia espacial coherente entre las representaciones dominantes en el arte rupestre de las isla, que corresponda a la concentración geográfica y la distribución zonal del mismo. Por otra parte, salvo el caso de las pictografías de Borbon y Sanabe, la frecuencia y secuencia tipología de las representaciones ideológicas no llegan a constituir una tendencia, un estilo (tema dominante, tratamiento pictórico, dominancia de elementos de com­posición, técnicas aplicadas, etc.), lo que, por el contrario, no puede afirmarse de las formas petroglíficas en las cuales, con excepción de los grabados geométricos de la Guacara del comedero y las figuras romboidales de Chacuey, si presentan similitudes temáticas, com­positivas y técnicas que permiten establecer, en la mayoría de los casos, una tipología tentativa arqueológicamente valida.

Otro aspecto importante del arte rupestre de la isla es los elementos naturales o las creaciones humanas con que aparecen asociados que, en la mayoría de los casos, parecen constituir una constante. Nos referimos a las cuevas, la presencia de cursos de agua y las plazas ceremoniales.

De los 77 yacimientos reportados, 56, o sea el 72.75 por ciento se encuentran ubicados en cuevas y abrigos rocosos, correspondiendo 29 a las zonas costeras, 17 a las areas montañosas y 10 a los valles interiores. El resto, 21, o sea el 27.27 por ciento se encuentran en bloques líticos dispersos y en afloramientos rocosos diversos, predominando la cueva, en términos generales, como yacimiento petroglífico, observándose que los 13 yacimientos pictográficos reportados hasta la fecha aparecen también en cuevas.

Del total de 77 yacimientos, 36, o sea el 46.75 por ciento se encuentran ubicados en o cerca de ríos, arroyos, cañadas, lagunas y surgencias de aguas subterráneas, correspondiendo unos 12 a las zonas costeras, 14 a las areas montañosas y 10 a los valles y tierras llanas interiores. La cifra global y los percentajes de distribución por zonas de yacimientos con esta característica tenderían a aumentar si tomamos en cuenta que muchos otros sitios rupestres se encuentran localizados en puntos donde quedan huellas de antiguos cursos de agua hoy inexistentes. El resto de los yacimientos, 41, o sea el 53.25 por ciento se encuentran en lugares donde no hay corrientes de agua próximas o tan cercanas que podamos establecer una relación directa entre la presencia de los yacimientos y los cursos fluviales.

Del total de yacimientos, varios aparecen asociados a las plazas ceremoniales y bateyes constituyendo una constante (Yuboa, Chacuey, Cacique, Anamuya, Arroyo Naranjo); en lugares donde quedan vestigios de

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plazas ceremoniales (Punta Espada, Boca de Chavon) o en plazas ceremoniales donde solamente aparecen escasamente en menhires columnares como en San Juan de la Maguana, el Atajadizo, Batey Palero, etc.

Las muestras que aparecen ubicadas sin relación directa con cuevas, cursos de agua o plazas ceremoniales (líneas de costa, fachadas rocosas de farallones, etc.), alcanzan un total de 18, lo que representa el 23-5 por ciento de todos los yacimientos.

Si en base a estas comprobaciones y resultados establecemos la secuencia geográfica de las muestras en función de los tipos de yacimiento y los elementos asociados, obtendremos el siguiente orden de frecuencia:

a) Yacimientos ubicados en cuevas y abrigos rocosos (Predominio de petroglifos y en segundo lugar pictografías)

b) Yacimientos ubicado en o cerca de ríos, arroyos, cañadas, aloramientos de aguas subterráneas, etc. (Predominio absoluto de petroglifos)

c) Yacimientos ubicados en bloques líticos dispersos y en afloramientos rocosos. (Predominio absoluto de petroglifos)

d) Yacimientos ubicados en sitios sin relación directa con cuevas, cursos de agua o plazas ceremoniales. (Petroglifos y pictografías)

e) Yacimientos ubicados en o cerca de plazas ceremoniales y bateyes, los que, a su vez, aparecen relacionados con cursos de agua. (Predominio de petroglifos)

f) Decoración sobre muebles de piedra, ajuar doméstico, etc. (Poco estudiado)

Siguiendo esta secuencia, observamos, asimismo, en cada caso, la presencia de elementos aglutinadores (Veloz Maggiolo, 1972) o elementos asociados con categoría de constantes: en el caso (a) el elemento aglutinante es la cueva, tal vez como centro ceremonial mágico-religioso o refugio; en el caso (b) el elemento aglutinador fundamental es el curso de agua; en el caso (c) no existe un elemento aglutinante definido, a menos que los grabados se interpreten como señales nemotécnicas, calendarlas, señales topográficas, de deslinde, indicadores relacionados con los ciclos agrarios, etc. o expresiones votivas aisladas. En el caso (d) no existe un elemento asociado definido; en el caso (e) el elemento aglutinante es la plaza ceremonial o el batey y, finalmente, en el caso (f) no existe tampoco on elemento asociado definido, ya que se inserta en las técnicas y preferencias decorativas del ajuar hogareño.

La no correspondencia entre la mayoría de las representaciones formales del arte rupestre indígena con los aspectos materiales, las

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practicas socio-culturas y los contenidos ideológicos de las formas de vida de los poblamientos arqueológicamente identificados, es mucho más notable a nivel paleoetnológico y etnológico comparativo. Este fenómeno adquiere mayor significación porque estos elementos nos servirían, junto a la paleogeografía, la paleontología, el estudio de la dieta, la tipología instrumental y las referencias históricas, no solo para reconstruir los medioambientes habitados por estos grupos, sino también sus economías, técnicas productivas, patrones de asentamiento en diversos períodos o fases cronológicos, modos de vida, etc., asi como los significados simbólicos y sociológicos de las diferentes culturas estudiadas, lo que nos llevaría por comprobación arqueológica y etnológica, antropológica y sociológica, a determinar con cierto grado de certeza la filiación y el significado de las distintas formas expresivas del arte rupestre en la isla de Santo Domingo.

BIBLIOGRAFÍA

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THE CRAB MOTIF IN ABORIGINAL WEST INDIAN SHELLWORK

Linda Sickler Robinson United States Virgin Islands

Animal representation is a familiar element among the various pre-Columbian decorative motifs. The modeled ceramic turtle's head jutting from one end of an oval effigy bowl is echoed by a turtle's head representation incised on the naturally-pointed shoulder spine of a helmet (CASSIS spp) shell. A highly-stylized bat on the rim of an early Saladoid zone-incised vessel is repreated on a piece of sculpted conch (STROMBUS spp) shell. The image of the coqui is noted not just in white-on-red painted ceramic design, but also on incised and modeled shell plaques, semiprecious stone pendants, and pumice carvings. The list goes on and on. Bird, lizard, manatee, fish and shark are also to be found—gouged from coral and carved in stone, modeled in clay and incised in shell.

It is surprising then that, until now, little note has been made of the crab—a creature that appears to have been just as culturally important to the early settlers of the Lesser Antilles as those animals already mentioned. One of the distinctive features of some early saladoid middens is the high proportion of land crab shell compared to other invertebrate remains(1), and a certain amount of crab refuse usually turns up in middens representing later time periods as well. Yet seldom is the crab recognized among the artistic symbols.

Now, however, a type of shell plaque has been recognized as having specific elements of proportion and incision that unmistakably represent the image of a highly-stylized crab. Upper and lower carapace and two claws, one of which is enlarged, are clearly present and discernible, even on small plaque fragments, once the very simple identifying characteristics are known.

The crab motif was identified during the course of work on the Folmer Andersen Collection, which is a large collection of prehistoric artifacts now under the management of the National Park Service, Christiansted National Historic Site, on St. Croix, Virgin Islands. The act of sorting, classifying and drawing hundreds of modified shell objects distinguished many different groups of stylistically related artifacts—among them, the crab motif plaque.

(DDuring the course of work on faunal remains from Prosperity (VAml-11), an early Saladoid site on the western end of St. Croix, I found that the densest portions of various middens, in 76% of the excavations from which molluscan remains were tallied, contained 45-84$ crab shell refuse (figures based on raw counts; all fragments counted).

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Although the eight fragmentary specimens found in the Andersen Collection all lack specific provenience, they still have been exceedingly valuable in that the characteristics are clear enough not merely to define the new motif, but also to emphasize the fact that—like certain ceramic decoration—some kinds of prehistoric shellwork were subject to rigorous stylistic guidelines and controls.

PLAQUE DEFINITION

Basically, the plaque is a roughly rectangular object, usually bearing two perforations, one centered widthwise near each short end. Lengthwise incisions indicate the crablike features. Two incisions, which lie close together and run the full length of the plaque, are placed on the upper third of the surface, above the perforations; these two incisions represent the upper and lower carapace of the crab shell. Another pair of incisions, the upper one of which generally intersects the perforation at each end, and the lower one of which lies close to the bottom edge, are connected at a point approximately two-fifths of the length from the left hand side by a widthwise, sometimes hourglass-shaped, incision that creates two unequal sections. A further incision cuts from each short end between the two lower full-length incisions; and each of the former extends toward, but does not meet, the often rounded internal end of each unequal section. Thus the claw is formed.

Although highly stylized, the interpretation of this motif as a crab representation is supported by several factors. For one, except for occasional non-Janusian multi-image representations, the prehistoric Caribbean artisan leaned very heavily toward what might be termed 'sloppy bilateral symmetry,' so that, for the most part, the intent—if not the execution—was that of an evenly-split repetition of shape and design elements. Therefore, uneven elements, such as are found on the type of plaque described above, obviously represent an object or organism that possesses uneven elements itself. Secondly, the outward pointing claws present no problem with regard to the acceptance of the crab motif as valid if one views incised shell design as a technolog­ical, as well as an artistic, problem to be solved. It becomes even more acceptable when one recalls the easy familiarity of the Caribbean craftsman with double (reverse or split) imagery.

One note of caution must be sounded with regard to the assignment of plaque fragments to this ornament category, since there are other types of shell plaques that bear five longitudinal lines. In order for a fragment to be placed in a crab motif group, at least one claw should clearly be represented.

SPECIMEN DESCRIPTION

Individual descriptions of each of the eight plaque fragments found in the Andersen Collection will help show how rigidly the elements of

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the crab motif were applied, independent of plaque size, specific edge or corner treatment, or incision technique.

1469-1 (Fig. 1a). This specimen is the only one of the group that exhibits deviation from stylistic guidelines in that the incision that crosses the perforation is one of the short incisions. It is possible that the carapace was split, with one line on each side of the claw formation. It is more likely, however, that this fragment represents a portion of a once much larger plaque that was reworked(2) and then broken again. This notion is supported by what might be a reworked finished edge. Dimensions: 41x16x3.5mm max. Projected original length: somewhere around either 70mm or 100mm, depending on whether the visible claw was the long or the short member on the original plaque.

1469-2 (Fig. 1b). This specimen clearly has been reworked. The original perforation broke out on the end, and the plaque was redrilled for further use. Variation in incision technique is evidenced by the straight line separation of the claws. Dimensions: 29x22x4 mm max. Projected original length: approximately 38 mm.

1469-3 (Fig. 1c). This specimen is significant for its rounded end. This indicates—given the flattish ends of the other specimens— that end treatment was not rigidly controlled. Dimensions: 25x25x6mm max. Projected original length: approximately 65mm.

1469-4 (Fig. 1d). This specimen, broken at both ends, is notable for its irregular long sides. This indicates that edge treatment was not rigidly controlled. Dimensions: 55x29x5 mm max. Projected original length: nearly 70 mm.

1469-5 (Fig. 2a). This specimen, broken at both ends, features fairly deep lengthwise incisions but a shallower, non-excised hour­glass-shaped area between the two claws. Dimensions: 20x29x5mm max. Projected original length: not determinable.

1469-6 (Fig. 2b). This specimen is the most complete of the group. Although the carapace lines are broken away, both ends appear to be represented. Dimensions: 51x13x5mm max. Projected original length: 51mm.

1469-7 (Fig. 2c). This specimen stands out because of the very deep and well-defined incisions. It is by far the finest of the group in terms of workmanship, as further evidenced by the faceting on the

(2)A future paper will deal with the abundant evidence within the Andersen Collection that suggests that the aborigines were very economical with their time and raw materials, and that they frequently worked and reworked both implements and ornaments made of shell and stone.

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back side of the ornament, on the thicker shell above the perforation. Dimensions: 30x19x3mm max. Projected original length: approximately 33mm.

1469-8 (Fig. 2d). This specimen has no notable features, and it appears to have been quite close in size and style to 1496-6. Dimen­sions: 46x13x4mm max. Projected original length: approximately 50mm.

A nearly whole crab motif plaque (Fig. 3a), recently collected from the surface of an historic site that lies near aboriginal sites on eastern St. Croix, exhibits classic proportions, a lower carapace line that does not run from edge to edge, and an unusual curvature to the bottonmost claw incision. It must be noted that use of this piece as a key chain ornament, prior to the collector being informed of its archaeological value, has, unfortunately modified not only the perfora­tion, but the clarity of the incisions and the surface around the perforation as well. Dimensions: 52x25x5mm max. Projected original length: approximately 60mm.

Another fragment of this ornament type (Fig. 3b) was recovered from Vacia Tallega on Puerto Rico, from that portion of the site on which white-on-red painted pottery is most prevalent (Rodriguez, personal communication) . The shell base is thicker than normal, but the incisions are typical both in placement and in execution. Dimensions: 24x25x6mm max. Projected original length: approximately 42mm.

Two specimens have been noted in the literature, but these also appear to lack clear cultural context for one reason or another. One classic specimen (Gomez and Ballesteros 1978:154) derives from Mon-serrate, a multicomponent site on Puerto Rico. The other example was recovered on Guadeloupe by Clerc (1974:141, D-16). This specimen, which apparently represents a 'double crab' version of the crab motif, is also noteworthy because the long and short claws are in reverse relationship.

It is possible that the crab motif is found on other objects as well. Rouse (personal communication) suggests that the incised motif around the forehead of a dog's head shell sculpture (Olsen 1974:111, Fig. 13) from Antigua might very well represent a crab; and Chanlatte (personal communication) has noted a painted crab effigy vessel in his collection from Tecla.

CONCLUSIONS

Despite the lack of cultural context for the specimens by which the crab motif was identified, certain conclusions may be reached. First, when enough fancy artifacts and artifact fragments are studied in detail at one time, symbolic themes are more easily recognized. This is one of the more effective and valuable ways in which large collections—even those that lack proper documentation—can be used. Once a theme is identified, representatives of that theme can be sought within smaller

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bodies of scientifically-collected material, and cultural context de­termined and assigned.

Secondly, it has been recognized for some time that specific guidelines and controls were applied to much of the pottery manufacture and decoration in prehistoric times (e.g., on one hand, on Cruzan Saladoid vessels, the smaller repetitive decorative pattern in white-on-red painted design could be varied, but, on the other hand, that pattern had to appear between the rim and the first point of body inflection, each of which had to be bordered by a white painted band). Now study of motifs found on shell objects indicates that certain predictable guidelines and controls were applied to shellworking too.

Continued study in this field should produce valuable information regarding artistic stylization and design tradition. It should also provide ancillary means of determining chronological and cultural associations.

ACKNOWLEDGMENTS

I am grateful to Professor Luis Chanlatte Baik for allowing me to look at his material from Tecla. I am equally grateful to Michael Robblee and Miguel Rodriguez for giving me access to their collections. I wish to thank the National Park Service for permitting me to illus­trate specimens from the Anderson Collection. I am most grateful to Emily Lundberg, Ben Rouse and Gary Vescelius for their comments and suggestions.

REFERENCES

Clerc, Edgar 1974 Le travail du coquillage dans les sites précolombiens de la

Grande-Terre de Guadeloupe. PROCEEDINGS OF THE FIFTH INTERNATIONAL CONGRESS FOR THE STUDY OF PRE-COLUMBIAN CULTURES OF THE LESSER ANTILLES (Antigua 1973), PP 127-132.

Gómez, Acevedo, Labor, and Manuel Ballesteros Gaibrois 1978 CULTURAS INDÍGENAS DE PUERTO RICO. Editorial Cultural, Inc.

Olsen, Fred 1974 ON THE TRAIL OF THE ARAWAKS. University of Oklahoma Press.

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FIGURE 3. Crab motif plaque fragments, a, private collection, St Croix, VI. b, Miguel Rodriguez Collection, Puerto Rico,

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