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b i b l i o te ca a b i e r t aCo l e CC i ó n g e n e r a l

Extractivismos y posconflicto en Colombia:

retos para la paz territorial

Astrid Ulloa Sergio Coronado

editores

Grupo de Investigación Cultura y Ambiente

Facultad de Ciencias HumanasSede Bogotá

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Extractivismos y posconflicto en Colombia:retos para la paz territorial

Astrid Ulloa editora

Sergio Coronado editor

2016

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catalogación en la publicación universidad nacional de colombia

Extractivismos y posconflicto en Colombia : retos para la paz territorial / Astrid Ulloa, Sergio Coronado (edi-tores). -- Primera edición. -- Bogotá : Universidad Nacional de Colombia (Sede Bogotá). Facultad de Ciencias Humanas. Departamento de Geografía ; Centro de Investigación y Educación Popular Programa por la Paz (CI-NEP/PPP), 2016.456 páginas -- (Biblioteca abierta. Perspectivas ambientales ; 445)Incluye referencias bibliográficas e índice de materias y lugaresISBN 978-958-775-791-0.

1. Extractivismo -- Aspectos ambientales -- Colombia 2. Posconflicto armado -- Colombia 3. Industria minera -- Efectos ambientales 4. Solución de conflictos socioambientales 5. Conflictos territoriales -- Aspectos ambien-tales 6. Política ambiental -- Colombia I. Ulloa Cubillos, Elsa Astrid, 1964-, editor II. Coronado Delgado, Sergio Andrés, 1981-, editor III. Serie

CDD-21 333.85014 / 2016

Extractivismos y posconflicto en Colombia:

retos para la paz territorial

Biblioteca Abierta

Colección General, serie Perspectivas Ambientales

Grupo de investigación Cultura y Ambiente

© Universidad Nacional de Colombia,

sede Bogotá, Facultad de Ciencias Humanas,

Departamento de Geografía

Primera edición, 2016

© Centro de Investigación y Educación Popular

Programa por la Paz (CINEP/PPP), 2016

ISBN: 978-958-775-791-0

© Editores, 2016

Astrid Ulloa y Sergio Coronado

© Varios autores, 2016

Universidad Nacional de Colombia

Facultad de Ciencias Humanas

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Preparación editorial

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Programa por la Paz (CINEP/PPP)

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SubdirectorSergio Coronado Delgado

Coordinador del equipo movilización, territorio e interculturalidadJavier Lautaro Medina

Coordinadora de publicacionesMargareth Figueroa Garzón

Esta publicación es posible gracias al apoyo de Cordaid. No obstante, las opiniones expresadas en esta obra son de responsabilidad exclusiva de los autores y no expresan la postura ni comprometen a Cordaid.

CINEP/ Programa por la Paz Carrera 5 n.° 33B - 02PBX: (57-1) 2456181Bogotá, D.C., ColombiaCorreo electrónico [email protected] www.cinep.org.co

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Contenido

Presentación 9

Ricard o Sánchez ÁngelPrólogo. El neoextractivismo: la caldera del diablo 11

Astrid Ulloa y Sergio Coronad o Delgad oTerritorios, Estado, actores sociales, derechos y conflictos

socioambientales en contextos extractivistas: aportes para

el posacuerdo 22

Sergio Coronado Delgado y Víctor Barrera RamírezRecursos mineros y construcción de paz territorial:

¿una contradicción insalvable? 59

Patricia Sánchez GarcíaDe La Colosa a La Habana: conflicto por la producción

del territorio en Colombia 105

Emerson A. BuitragoLimitaciones y delimitaciones de los páramos

en una Colombia posacuerdo 137

Ingrid Díaz MorenoPalma, estado y región en los Llanos colombianos (1960-2015) 167

Catalina Serrano PérezMinería y territorio en el sur de Córdoba: viejos y nuevos retos

para la construcción de paz territorial 201

Catalina Quiro ga ManriqueVarias caras de un incierto posconflicto. Entre la ilegalidad

y la legalidad de la minería a pequeña escala 235

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Jhonnatan Fernand o López-VegaDesafíos de la movilización minera interétnica en el río Inírida,

Guainía, al posconflicto en Colombia 267

César A. Card ona, Marcel a Pinill a y Aída Gálvez¡A un lado, que viene el progreso! Construcción del proyecto

Hidroituango en el cañón del Cauca medio antioqueño,

Colombia 303

Mauricio Pard o RojasPosextractivismo: futuro posible para las poblaciones negras

del Pacífico 331

Angélica Ro cío López GranadaTerritorialidades en conflicto en la minería del oro

en Buenaventura y Simití: un análisis comparado 355

Juliana DuarteTransformaciones socioterritoriales en Casanare por la

actividad petrolera: conflictos y resistencias (1990-2010) 387

Estefanía Ciro, Julián Barbosa y Alejandra CiroMapa petrolero de la Amazonia y resistencia en el Caquetá:

retos de paz en el posconflicto 413

Acerca de las autoras y autores 441

Índice de materias 447

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Palma, estado y región en los Llanos colombianos (1960-2015)1

Ingrid Díaz Moreno

Universidad Nacional de Colombia

Ubicada en la amplia cuenta del Orinoco, la región de los Llanos Orientales colombianos ha sido históricamente ganadera (Arias, 2004; García, 2003; Rausch, 1999, 2011). De manera paralela, desde la década de 1960 el estado2 ha desarrollado diversos proyectos para «colonizar» la región con cultivos de palma. Esta historia de larga data ha hecho que actualmente la región concentre la mayor cantidad de hectáreas de palma de aceite en el país (fedepalma, 2014). En este capítulo exploro brevemente la historia de los cultivos de palma en los Llanos, enfocándome en dos momentos específicos: los inicios de la década de 1960, cuando se desarrollan los primeros cultivos comerciales de este producto en el país, y la década del 2000, cuando los cultivos crecieron de manera vertiginosa en la región.

Mi interés es analizar esta historia a la luz de los procesos de formación del estado. Para esto, me sitúo de manera amplia en una

1 Agradezco muy especialmente a Julio Arias Vanegas, quien generosamente me ha compartido bibliografía, ha discutido conmigo algunas de las ideas que aquí presento y revisó y comentó una versión anterior a este texto.

2 Inspirada por varios autores que cuestionan la concepción del estado como un actor, un sujeto o una entidad dada, en adelante usaré la palabra estado en minúscula (ver, por ejemplo, Abrams, 1977; Palacios, 2015).

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literatura de las ciencias sociales que ha señalado que el estado no es un producto acabado, hegemónico y homogéneo, sino un proceso histórico y contextual (Alonso, 1994; Blom y Stepputat, 2001). Propongo analizar cuáles han sido las características específicas de la formación del estado en los Llanos a partir de la historia de los cultivos de palma. Dentro de los múltiples procesos asociados, destacaré la manera en que funcionarios estatales producen ideas de la región, como parte de un proceso de control y dominio del territorio. Estas representaciones, en las que la región aparece de manera sistemática como vacía y marginal, sustentan al tiempo una serie de programas que contribuyeron a la consolidación de la misma como un enclave de monocultivos extensivos de palma. Mi argumento es que las relaciones entre representaciones y prácticas estatales han servido para poner en marcha un proyecto económico capitalista en la región, encabezado e impulsado por el estado. Así, estas representaciones pueden leerse como parte de las acciones de legibilidad estatal (Trouillot, 2001), entendidas como el conjunto de conocimientos y artefactos del conocimiento (mapas, informes, legislaciones) que permiten hacer legibles, conocibles e identificables los territorios y poblaciones a intervenir.

En este proceso, funcionarios estatales que representan la región y al tiempo contribuyen a su transformación material, reproducen también ideas sobre el estado y desarrollan instituciones, programas y legislaciones que hacen parte de su formación. Por ello, al tiempo que se crea discursiva y físicamente la región, se crea discursiva e institucionalmente el estado (Gupta y Ferguson, 2002; Gupta, 2006). Argumento entonces que el estado en los Llanos se ha constituido, en parte, de la mano con la expansión del capital y la consolidación de la industria palmera. Como varios autores han señalado, esto borra las divisiones radicales entre estado y sociedad civil en los procesos de constitución y formación de lo que entendemos como estado (Mitchell, 2006). Al tiempo, este argumento se enmarca en discusiones de teóricos colombianos que señalan que –contrario a nuestra tendencia política y teórica de señalar que el estado ha fallado en ciertas regiones, entre ellas los Llanos, o que algunas carecen de presencia estatal– es necesario preguntarse por cómo

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ha funcionado el estado en esos contextos, desde una perspectiva que asuma su presencia diferencial (González, 2014; González y Ocampo, 2006; González, Bolívar y Vázquez, 2002; Ocampo, 2014; Ramírez, 2001). Al final del artículo reflexiono sobre la relación entre región, estado y posconflicto, a la luz de estas propuestas de presencia diferencial del estado.

Palma para dominar tierras marginales e incultas

Las explotaciones comerciales de la palma de aceite (Elaeis guineensis) pueden rastrearse hasta las primeras décadas del siglo XX, cuando gobiernos europeos impulsaron el cultivo comercial y la explotación de algunas plantas silvestres en colonias africanas y asiáticas, particularmente en Nigeria, Liberia, Congo Belga, Malasia y Sumatra (Ospina y Ochoa, 1998). Los centros de investigación allí desarrollados contribuyeron a mejorar la productividad de la semilla con «sistemas modernos de mejoramiento genético», aumentaron su capacidad de producir aceite y redujeron el tiempo de producción. Estas semillas empezaron a ser exportadas a otras regiones del mundo, entre ellas Colombia y el lejano Oriente (Aragón, 1975).

Las primeras palmas llegaron a Colombia con el botánico belga Florentino Claes, quien desarrolló una plantación experimental en Palmira, en 1932 (Escobar, 2010), pero fue solo después de la mitad del siglo XX cuando empezó a desarrollarse como cultivo comercial3. Este proceso de comercialización se dio en relación con dos políticas estatales: la sustitución de importaciones y la Reforma Agraria. En 1953, el gobierno de Gustavo Rojas Pinilla impulsó dos políticas para el sector agropecuario del país: modernizar la agricultura y colonizar las zonas alejadas de la nación. Con ello, el gobierno buscaba promover la industria nacional y desestimular la dependencia del país de las importaciones. Uno de los sectores en los que concentró esfuerzos fue el de las oleaginosas, en respuesta a una crisis nacional en la producción de grasas y aceites entre los

3 La excepción fue una plantación de 172 hectáreas desarrollada hacia 1945 en el Magdalena, propiedad de la United Fruit Company (Ferrand, 1959; Aragón, 1975).

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años sesenta y setenta. En un documento del Instituto de Fomento Algodonero (IFA), se señala:

Como bien es sabido, el país viene teniendo desde hace varios años un alto déficit anual en producción de materias primas vegetales para la obtención de grasas. Se calcula que nuestro consumo actual de aceite por año es superior a las 65.000 toneladas, superando nuestra producción en unas 40.000 toneladas; este déficit viene equilibrando con la importación de compra y esta le cuesta al país más de 100 millones de pesos por concepto de divisas, anualmente (1960, s.p.).

Respondiendo a este contexto de desabastecimiento en la producción nacional de aceites y a la consecuente dependencia de las importaciones, el gobierno decidió emprender una campaña de fomento de cultivos oleaginosos, y encargó tal labor al IFA. Entre 1958 y 1959 se desarrolla una de las investigaciones más importantes de la época sobre este sector, realizada por Maurice Ferrand, experto enviado al país por la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) que tenía experiencia en el centro francés de investigación en oleaginosas Institut de Recherche pour Les Huiles et Oleagineux (IRHO). La investigación y el apoyo técnico de Ferrand (1959) incluía gran variedad de materiales: ajonjolí, maní, soya, girasol, cártamo, e investigaciones en palma, cocotero y oleaginosas locales (IFA, 1962). Sin embargo, en su informe final el investigador resaltó que la palma de aceite era el cultivo óptimo para aumentar la producción de aceites, pues es la «reina de las oleaginosas» (Ferrand, 1959, p. 4). La palma era, según el experto, la planta más conveniente para desarrollarse en climas húmedos y tropicales, como ciertas zonas del territorio nacional, y tenía niveles de productividad altos para superar los déficits nacionales.

En 1959, el gobierno nacional propuso el Programa de Fomento de Cultivos Oleaginosos (PFCO), en el que se planteó que la investi-gación y el fomento serían financiados con recursos propios, a través del Ministerio de Agricultura, mientras que el establecimiento de los cultivos sería costeado por los agricultores. La financiación estatal se desarrolló a través de créditos, exenciones de impuestos y una

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política nacional de control de precios4. La legislación ha operado en los procesos de construcción del estado como el mecanismo a través del cual se concretan proyectos espaciales y del desarrollo. El Programa promovía tres mecanismos para fomentar los cultivos: compañías, distritos de palma y colonizaciones (IFA, 1962), el primero y el último inspirados en el informe de Ferrand (1959). Las compañías consistían en grandes plantaciones industriales que serían manejadas por empresarios («capitalistas», en palabras del francés), quienes poseían los medios técnicos y financieros para que la plantación alcanzara rápidamente grandes superficies. El gobierno debía pro-curar que cada plantación tuviera al menos 1.000 hectáreas, pues, según Ferrand, la gran plantación era el mecanismo más efectivo y adecuado para explotar las potencialidades de la palma de aceite (1959; IFA, 1962). Los «distritos de producción de palma africana» consistían en agrupaciones de pequeños productores con cultivos de entre 30 y 40 hectáreas, alrededor de los cuáles se instalaría una planta extractora. Finalmente, Ferrand y el IFA propusieron fomentar cultivos para colonos, donde el «de palma de aceite sea la base de esta misma colonización» (Ferrand, 1959).

El Programa de Fomento también señaló que la palma debía sembrarse de manera prioritaria en zonas cálidas y húmedas, tal como había indicado Ferrand en el informe. Estas incluían el Magdalena,

4 En 1956 se decretó un aumento en los impuestos por importaciones de grasas y aceites, al tiempo que se hicieron exenciones a quienes sembraran e invirtieran en el sector palmero nacional (Decreto 2953 de 1956). En 1959 se promulgó la Ley 26 que obligaba a los bancos a destinar el 15% de sus depósitos a proyectos en agricultura, pesca y ganadería. Se enfatizaba de manera prioritaria en los cultivos de tardío rendimiento, entre ellos la palma de aceite. En 1963 se creó el primer Fondo de Inversiones Privadas del país, que buscaba que la industria nacional pudiera contribuir al fortalecimiento de las exportaciones y la sustitución de importaciones, entre ellas las del sector agrícola. Este Fondo fue inicialmente dispuesto para adquisición de maquinaria y equipos, pero posteriormente se entregó también capital para trabajo. En los años los sesenta, los fondos fueron alimentados con recursos provenientes de fuentes externas: la Agencia Internacional para el Desarrollo (AID) de Estados Unidos, del Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento, del Banco Interamericano de Desarrollo y de bancos europeos (Gaviria-Cadavid, 2006).

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Cúcuta, Antioquia –especialmente Mutata y Turbo–, Tumaco en Nariño, y Meta y Casanare en los Llanos Orientales (IFA, 1962). Las descripciones de Ferrand produjeron un mapa nacional de los esce-narios potenciales para los cultivos de palma, que coindice en parte con el mapa de las regiones marginales del país. Sobre la relación entre fomento al cultivo de palma y las cualidades ambientales de los Llanos en particular, Ferrand argumentó que:

Hay en los Llanos posibilidades de cultivos y de levante de ganados que varían de un lugar a otro. Los suelos cambian tan fuertemente y a veces tan rápidamente con la situación y la calidad varía de lo mejor a lo peor. Pero hay muchos lugares muy buenos y es una región que vale la pena ser prospectada kilómetro a kilómetro. // a) Las tierras a lo largo de la cordillera entre el río Ariari y Restrepo de una parte, el triángulo Villavicencio, Puerto López, San Martín de otra parte y, en fin, al sur el Valle del Ariari han retenido especialmente la atención del Experto. Esta vasta región de los Llanos es, en efecto, la más cercana a Bogotá y, por tanto, de la parte consumidora del país. Al mismo tiempo es la parte cuyas vía de comunicación con el corazón de Colombia, están en pleno desarrollo. […] // c) Valle del Ariari. Retiene con justicia la atención del gobierno colombiano. Este gran valle es una reserva que puede llegar a simple vista a ochenta o cien mil hectáreas de tierras. Los aluviones son abundantes esperando el desarrollo de varios cultivos posibles. La partes más alta, hacia la cordillera, contiene ciertamente importantes extensiones que se podrán dedicar a la palma de aceite (1959, pp. 11-12).

Cito en extenso esta descripción geográfica porque condensa varias de las representaciones sobre la región. Para el experto y para el IFA, que recurrió al informe, varias zonas de la región eran consideradas tierras «mediocres», con malos suelos, donde la ganadería aparece como una de las pocas formas adecuadas de uso del suelo o donde ni siquiera debería ser concentrado «ningún programa de inversión». Sin embargo, también se destaca que ciertas subregiones son tierras con potencial para proyectos productivos y de desarrollo, potencial que obedece a su riqueza hídrica y a su cercanía con Bogotá. La contradicción aparente entre tierras malas

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y tierras con potencial va a ser constante en la historia de la región y, en particular, en la historia de la palma. Así, desde los años sesenta los proyectos estatales se concentraron en el Valle del Ariari (actuales municipios de Acacías, San Carlos de Guaroa, Granada y San Martín) y en el piedemonte metense (particularmente Restrepo, que limita con Villanueva, un importante foco palmero en Casanare). Esto solo cambiará en la primera década del siglo xxi, cuando se expande la colonización hacia otros municipios, como veremos más adelante.

Me interesa destacar la articulación entre conocimiento científico, expertos y funcionarios estatales (Mitchell, 2002) en la producción de engranajes discursivos que permitieron legitimar la expansión de proyectos económicos y en la manera en que funcionarios e institu-ciones estatales representaron y ejecutaron programas para integrar la región a la nación. En un proyecto formulado en 1962, el Instituto Colombiano de la Reforma Agraria (incora) propuso desarrollar proyectos de colonización con palma de aceite, argumentando que el país contaba con inmensas extensiones de tierra

[…] aún incultas y de valor comercial muy bajo [las cuales] forman las zonas ardientes y húmedas que, siendo propias para cultivos de palma africana, no pueden ser incorporadas a la economía nacional con los mismos sistemas que lo han sido las que ahora forman el patrimonio agrícola. Por razones de lejanía a los mercados y por carecer de cultivos rentables a corto plazo, fáciles de establecer, la mayor parte del territorio permanece al margen de la economía. Sólo un cultivo «colonizador» que estabilice la economía del colono dando alto rendimiento puede ser la base para incorporar tanta tierra inexplotada e imprimir al país la velocidad que requiere su desarrollo (Tabora, 1962, p. 4; énfasis agregados).

De nuevo, esta cita sugiere varias representaciones sobre los territorios a colonizar con palma: que son tierras incultas, no ex-plotadas, faltas de desarrollo y urgidas de integración nacional. Para los funcionarios del incora, los Llanos no han sido integrados a la nación porque en ellos no hay sistemas agrícolas y porque no están totalmente vinculados el centro a través de infraestructura vial. En este sentido, los documentos señalan cómo estas tierras se consideran

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fuera del control y dominio de la sociedad. En este marco de tierras incultas y malas, la palma aparece como el cultivo ideal para la co-lonización de los Llanos y de otras regiones también consideradas marginales. Este se constituyó en uno de los principales argumentos para señalar que ciertas regiones eran un escenario ambientalmente ideal para el desarrollo de la palma, lo que sentó las bases para la naturalización de la relación entre palma y territorios nacionales, entre ellos los Llanos.

Este argumento colonizador y desarrollista se articula con las observaciones de los expertos con respecto a las propiedades de las tierras marginales (humedad y temperatura) para el desarrollo de la palma, y de la palma como un cultivo propicio para estos es-pacios. Se produce entonces un argumento circular que insiste en una mutua dependencia entre las zonas húmedas y la palma de aceite, visto como el cultivo que puede hacer prosperar regiones carentes de desarrollo. La configuración del paisaje palmero no está única-mente relacionada con los beneficios económicos del cultivo, sino con la producción de una geografía imaginada nacional en la que los territorios son dotados de atributos simbólicos, donde la técnica del científico sirve a su vez para justificar la adjudicación de dichos atributos y donde el capital es el encargado de integrarlos a la nación.

La conexión entre región –tierras malas, pero ricas y en espera del desarrollo, y tierras marginales e incultas– y un proyecto económico y político –la palma como un cultivo eficiente para la sustitución de cultivos y como un cultivo colonizador–, fue la base de la expansión del cultivo comercial de palma durante los primeros años de la década de 1960. Esto se dio, en particular, con la participación de empresarios con grandes capitales que hicieron uso de las ventajas en créditos, financiación e investigación dispuestas por el estado. La mayoría de los empresarios de palma del departamento del Meta eran hombres de familias adineradas, que habían estudiado en el extranjero, hijos de presidentes, propietarios de empresas por fuera de los Llanos, funcionarios de entidades estatales o privadas de alto nivel y familiares de empresarios de la palma y/o el arroz (Ospina y Ochoa, 1998). Su posición social privilegiada les otorgaba, como bien sabía y promovió Ferrand, capital económico para invertir en

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un negocio que, aunque parecía prometedor, aún era desconocido y generaba muchas inseguridades en la inversión. Estos palmeros que prosperaron y se consolidaron en el negocio eran empresarios provenientes de otras regiones del país, que se dedicaban a múl-tiples negocios –entre estos, a la ganadería– y que encontraron en las «despobladas» tierras de los Llanos, en el cultivo de palma y en los proyectos estatales de crédito y apoyo técnico al cultivo de la palma una manera de expandir sus fortunas familiares o personales (Ospina y Ochoa, 1998). Estos empresarios regaron la semilla de la palma por la región y consolidaron para la época dos grandes núcleos palmeros, ya mencionados: uno compuesto por Acacías, San Martín, Granada y Fuente de Oro en el Meta, en cercanías del río Ariari; y otro hacia el norte del Meta, entre Cumaral y Barranca de Upía (Meta) y Villanueva (Casanare) (Zamora, 2003). Los empresarios fueron particularmente importantes en la expansión del cultivo de palma después de la mitad de la década de 1960, cuando se acabó la voluntad estatal de seguir promoviéndolo (Ospina y Ochoa, 1998).

Otro de los mecanismos estatales para promover la expansión de la palma fue el impulso a campesinos pobres en el marco de la Reforma Agraria de 1961. La Reforma propuso transformar la es-tructura social con el fin de mejorar el uso de las tierras, aumentar la producción agrícola y mejorar las garantías para pequeños arren-datarios y aparceros, así como el acceso a la propiedad por parte de asalariados, elevar el nivel de vida de los campesinos y asegurar la conservación de los recursos (Ley 135 de 1961). Se planteó «fomentar la adecuada explotación económica de tierras incultas o deficientemente utilizadas, de acuerdo con programas que provean su distribución ordenada y racional aprovechamiento» (Ley 135 de 1961, art. 1). La ley se enmarcó en un debate nacional sobre los problemas agrarios, la modificación de la tenencia de la tierra debido a la toma de tierras producto de la violencia y a la presión de organismos internacio-nales (Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento, cepal y Gobierno de Estados Unidos) a través del programa de Alianza para el Progreso (Giraldo, 2006).

De acuerdo con los proyectos desarrollados por el incora, una de las maneras más racionales y ordenadas de usar las tierras incultas y/o

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deficientemente utilizadas era la palma. En este sentido, los escenarios donde se propuso desarrollar cultivos de palma eran leídos como espacios opuestos a la racionalidad, el orden y las maneras adecuadas de uso del suelo. Al tiempo, el incora, Ferrand y los empresarios argumentaban que la palma podría constituir una mejor fuente de ingresos para los escenarios rurales: «además de estos centros de nuevas colonizaciones y de población, existen muchos pueblitos de población rural pobre que se podrían dedicar al cultivo de la palma y encontrar recursos muy superiores a los que disponen hoy en día» (Ferrand, 1959). También las intenciones del gremio de desarrollar la palma estaban articuladas «con pretensiones de crear polos de desarrollo y generar empleos permanentes en áreas marginales, selváticas e inhóspitas de la geografía colombiana» (Guerra de la Espriella, 1987, p. 8). En este sentido, fomentar en ellas un cultivo como la palma hacía eco de la política inicial de Rojas Pinilla: fomentar la agricultura como una manera de incorporar y colonizar zonas alejadas del país.

En el caso de los Llanos, una manifestación de la relación entre palma, desarrollo y colonización, así como de la relevancia del Meta y de la región del Ariari en estos planes, fue el Proyecto Meta I (Re-solución 137 de 6 de julio de 1964), que consistía en

[…] un plan de colonización dirigida a la región Ariari-Güejar, que dio comienzo a la incorporación de esta vasta zona a la economía nacional, hoy polo de desarrollo agropecuario. Luego extiende sus acciones al Vichada, Guaviare, Guainía y más recientemente al Vaupés. […] En esta región, el Instituto [Colombiano de Reforma Agraria] ha sido factor de desarrollo y se espera lo siga siendo (incora, 1989, p. 5).

La Caja Agraria entregó entre 30 y 60 hectáreas a campesinos que quisieran radicarse en el valle del Ariari para intensificar la colonización en la zona. Desde 1963, el incora y la Caja Agraria del Meta facilitaron préstamos en los Llanos para programas de intensifi-cación y diversificación de actividades agrícolas, entre ellos proyectos del IFA con palma de aceite. La Caja Agraria y el IFA firmaron un convenio para trabajar articulados en los frentes de colonización: el IFA aportó asistencia técnica y víveres, mientras la Caja Agraria otorgaba créditos y facilidades de colonización (caminos, campa-

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mentos) (IFA, 1962). En 1964, el incora también extendió el cultivo de palma otorgando apoyo financiero a pequeños cultivadores, y para 1966 empezó la actividad de expansión en Granada y Acacías. Hacia 1967, el incora y el IRHO llaman la atención sobre la nece-sidad de hacer estudios preliminares antes de seguir ampliando el cultivo en el Meta. Esa expansión de cultivos hizo parte del proceso de colonización realizado en el marco del Proyecto Meta 1, con sede en el municipio de San Martín (Corrado y Dupre, 1969).

Estos proyectos de impulso de la palma de aceite en las décadas del cincuenta y sesenta hicieron parte de un proceso más amplio de articulación de la región con la nación a través de la agroindustria. Además de los mencionados subsidios y apoyos económicos y técnicos a la palma y al arroz, el estado promovió también la creación de vías, particularmente la carretera marginal de la Selva, un proyecto lati-noamericano impulsado desde mediados de los años cincuenta por el Banco Interamericano de Desarrollo. De esta manera, la segunda mitad del siglo XX es un periodo clave en el que la agroindustria se inserta en las dinámicas económicas de la región al lado de la ganadería (Arias, 2004; Zamora, 2003).

Sin embargo, hacia mediados de los años sesenta, Gonzalo Uribe Colorado, funcionario del IFA, denunció que los cultivos habían decaído por falta de voluntad e interés político. Disminuyeron los incentivos y recursos a los productores para el mantenimiento de los cultivos, para el transporte del fruto o para la adquisición de equipos y sustancias con que controlar plagas y maleza, así como la disposición del IFA para mejorar o sostener el precio que se pagaba por el producto (Ospina y Ochoa, 1998). El desinterés estatal, el posicionamiento de empresarios de familias de élite con grandes capitales y las dificultades propias del cultivo –sus altos costos, las demandas en términos de trabajo y tiempo, entre otras– derivaron en que desde sus inicios fuera un cultivo de empresarios adinerados, familias acaudaladas o compañías prestigiosas, y no de campesinos colonos pobres, como afirmaba el gobierno. Producto de este proceso muchos campesinos y colonos, según señala el informe de Colombia nunca más para 1966 (2001, Intr.), fueron desplazados por grandes propietarios y empresarios que también llegaron a colonizar la zona.

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A medida que las tierras [del Ariari] se iban valorizando por las vías de comunicación recién abiertas, los campesinos allí asentados, que no contaban con capital ni tecnología, cedían a la presión de los ricos para que se las vendieran. Además el incora no tenía una reglamentación de la ocupación de las tierras para impedir su nego-ciación. Todo esto favorecía la concentración de la tierra y su venta a familias migrantes que venían del interior del país. Alfredo Molano, en uno de sus libros, concluye de estos análisis que la colonización campesina estaba destinada a servir de base para la expansión de la empresa agropecuaria, beneficiándose más los empresarios de los programas oficiales.

Durante los años setenta hubo algunas intenciones estatales de reactivar el sector palmero. Sin embargo, el gobierno cambió el destino del gasto público al aumentar las inversiones en las ciudades, minería y sector energético, disminuir los créditos bancarios para el agro y elevar los costos de la mano de obra rural. Esto dificultó el crecimiento del sector, lo que se sumó a una gran crisis de comer-cialización que tuvo su punto más crítico en 1981 (Ospina y Ochoa, 1998). Documentos de los años setenta revelan también fracturas en la inversión en la región:

Los llaneros creen que el desánimo en la actividad constructora del Gobierno nace de un pesimismo oficial con respecto a la im-portancia o a la utilidad de la producción del Llano. Los Llaneros se preguntan si para las autoridades centrales es más importante el oriente colombiano con todas sus gentes, sus paisajes y sus promi-sorios recursos tan explotados retóricamente, que la televisión en colores o que el mundial del 86. Los Llaneros piden una subsede del campeonato, pero no porque estén ansiosos de ver a 22 atletas, sino porque creen que esta es la única manera de que se les construya la carretera a Bogotá (Caja Agraria, 1979, p. 8).

Además de enunciar una identidad regional, este reclamo pone en evidencia las tensiones entre distintos niveles de estatalidad con respecto al lugar de la región en las configuraciones nacionales. Funcionarios de la antigua Caja Agraria reclamaron al gobierno

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nacional la falta de vías para aumentar la productividad del sector agrícola en general. Insistían en la precariedad de las vías y puentes, su tendencia a deteriorarse debido a la lluvia o por el tráfico que en ellas circula y la poca planeación del gobierno nacional para hacer inversiones estructurales (Caja Agraria, 1979). Contrario a los discursos del nivel nacional que hablaban de la importancia de la región, la percepción de los funcionarios departamentales de la Caja Agraria era la de descuido y abandono por parte del estado.

Los primeros años de la década del ochenta estuvieron mar-cados por un ascenso en el número de hectáreas en palma y en la producción de aceite en el país. Colombia pasó de tener 47.167 hectáreas en 1982, a tener 109.893 ha en 1989 (62.726 adicionales en siete años) (fedepalma, en Ospina y Ochoa, 1998). Estos registros posicionaron a Colombia como el sexto productor mundial de aceite y el primero en Latinoamérica hacia 1986 (Ospina y Ochoa, 1998). A finales de los setenta se funda en San Martín la plantación Matupa, propiedad del Hernando Durán Dussán, y a inicios de los ochenta Unilever desarrolla la plantación Unipalma en Barranca de Upía, Meta. A pesar del crecimiento de áreas cultivadas, la década terminó con una crisis para los cultivadores debida a la caída del precio del aceite, la pudrición de cogollo en los Llanos, el desmonte de los beneficios tributarios para el desarrollo de cultivos en zonas de colonización, y el aumento de costos de los insumos y maquinaria (Ospina y Ochoa, 1998). La crisis se profundizó en la década de 1990, especialmente en los gobiernos de César Gaviria y Ernesto Samper, que obligaron a los empresarios palmeros a buscar mecanismos de financiación no estatales (León y Lobo-Guerrero, 2011).

En medio de los altibajos del sector, la palma siguió creciendo lentamente en el país, en los Llanos en particular. Sin embargo, en los documentos consultados no hay referencia a programas dirigidos a impulsar el cultivo de palma en la región para los años ochenta y noventa. Es posible que el desestímulo estatal al sector agrícola en los noventa, y quizás el recrudecimiento del conflicto armado a nivel nacional estén asociados a este proceso. Sin embargo, aún es necesario explorar más la posición de la región en la economía regional para esa época.

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Cambio climático, seguridad y ampliación de la

frontera agrícola: colonización sin hacha de los Llanos

El fin de siglo xx introduce un nuevo elemento en las políticas estatales relacionadas con los cultivos de palma en Colombia. En el marco de políticas nacionales y globales contra el narcotráfico, desde el gobierno nacional se impulsó el cultivo de palma como una manera de solucionar el problema de los cultivos ilícitos. En 2001, el presidente Andrés Pastrana realizó una visita a Malasia con la intensión de concretar ayuda técnica para Colombia e invitar a empresarios de ese país a invertir en el sector. Según lo registró una nota del periódico El Tiempo en 2001, «las experiencias de Malasia, que durante casi cuatro décadas vivió un fenómeno de guerrillas y hoy, tras alcanzar la paz, es el mayor productor de palma africana en el mundo, son consideradas vitales por el gobierno colombiano para fortalecer su búsqueda de la paz». En este sentido, el cultivo de la palma fue vinculado a una política de paz y de eliminación de la insurgencia, y fue en la presidencia de Pastrana, y no en la de Álvaro Uribe, como se cree comúnmente, cuando se instaura un marco discursivo que ha sido central para justificar la expansión del cultivo en los últimos años: la palma como un cultivo pacificador. Los impulsos fueron efectivos, pues entre 1998 y 2002 se sembraron 40.138 hectáreas más, frente a las 21.897 hectáreas nuevas del pe-riodo anterior (cálculos basados en fedepalma, 2000, 2004). Los Llanos fueron objeto de inversiones en palma enmarcadas en el Plan Colombia. Sin embargo, el mayor crecimiento se dio en la región Caribe, donde el entonces ministro de Agricultura Carlos Murgas consolidó un emporio palmero (Ojeda, Petzl, Quiroga, Rodríguez y Rojas, 2015).

Estas relaciones entre palma y paz tuvieron continuidad con la llegada de Álvaro Uribe a la presidencia en 2002. El discurso fue particularmente importante para regiones como los Llanos, con una larga historia de conflicto armado, donde la guerrilla había tenido una presencia histórica fuerte. Los primeros años del siglo xx significan también un reposicionamiento de la región de los Llanos orientales en los discursos sobre el desarrollo del país y, en particular, sobre la agroindustria. La región volvió a aparecer de

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manera contundente como el nuevo escenario para la ampliación de la frontera agrícola y como motor de desarrollo. Si bien desde mediados de los años 1970 la región tenía cierta importancia na-cional por la presencia de pozos petroleros, en esta última década fue reintroducida al discurso estatal del nivel central como escenario potencial para el sector agroindustrial y la inversión extranjera.

En el Consejo Comunal desarrollado en Bogotá, el entonces presidente Uribe hizo las siguientes declaraciones sobre la Orinoquia colombiana:

[…] hay casi 900 kilómetros por trochas, sumando la carretera inicial más las trochas, que continúan entre Villavicencio y Puerto Carreño. Está un pedacito hecho, hasta ahí abajito de Puerto López, lo otro por hacer: tierra plana, sin piedra y con agua y sin montaña. […]. En esos 600 mil kilómetros diríamos que hay 350 mil de selva y 250 mil de Orinoquia sin sabanas. ¿Ustedes saben lo importante que es para el mundo agropecuario tener allí 250 mil kilómetros planos, sin piedra, listicos para cultivar y sin el obstáculo ecológico de que hay que llegar con el hacha? (Uribe 2004a; énfasis agregado).

La región fue descrita por los exministros de Agricultura Carlos Gustavo Cano y Andrés Felipe Arias, respectivamente, cómo poseedora de «6,3 millones de hectáreas hoy ociosas y casi en su totalidad deshabitadas» (MADR, 2004, p. 10) y cómo el «26% del territorio nacional que tiene poco desarrollo» (Arias, 2006, p. 64). Estas descripciones se refieren a la altillanura, integrada por Puerto Gaitán y Puerto López (Meta), y Cumaribo, Primavera y Santa Rosalía (Vichada), una subregión que apareció con fuerza en el discurso estatal y mediático desde el año 20045. Así, durante

5 Esta delimitación es producto de varios años de discusiones entre agencias estatales, particularmente en el Departamento Nacional de Planeación, donde un grupo de funcionarios y expertos se dedicó a delimitar el área que podía ser intervenida con proyectos agroindustriales. Los 6,3 millones de hectáreas que menciona Cano se redujeron sistemáticamente en los años siguientes, debido a que en ellos se incluían reservas forestales, áreas de parques naturales y resguardos. Sobre el proceso de delimitación de la altillanura (ver Díaz, 2011, 2016).

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este periodo se abrieron puntos de colonización palmera en nuevas zonas, particularmente en los municipios de Puerto López y Puerto Gaitán, aunque el crecimiento del cultivo continuó en las zonas intervenidas con palma desde los municipios aledaños al río Ariari, y del piedemonte, en límites entre Meta y Casanare. De esta forma se consolidaron dos regiones marcadamente palmeras en el depar-tamento del Meta.

Como aparece en las intervenciones estatales mencionadas, la región en general y, con más fuerza la subregión de la altillanura son representadas como territorios vacíos de biodiversidad (opuestos a la selva, sin obstáculo ecológico), despoblados de gente y carentes de historia -«donde todo está por hacer»-, pero con suficiente agua para hacer allí «la gran revolución agrícola de Colombia», por sus morichales, «oasis» y «un régimen de lluvias excelente y bien repartido todo el año» (Uribe, 2004b).

Estas representaciones legitimaron la intervención agroindustrial en toda la región, particularmente con monocultivos extensivos de palma de aceite, caucho, teca y acacia, entre otros cultivos forestales. El primer gran proyecto estatal en este sentido fue El renacimiento de la Orinoquia alta de Colombia: un megaproyecto para el mundo, que buscaba crear en la región «el sumidero de carbono más grande del mundo», articulándola a los negocios internacionales de cap-tación de carbono (MADR, 2004). De acuerdo con el exministro Cano, el bosque húmedo tropical que antes ocupaba las actuales sabanas de la Orinoquia había sido devastado por la ganadería. Por ello, el propósito del gobierno era impulsar cultivos que, a sus ojos, recuperaran este ecosistema. Estos discursos opusieron palma a ganadería: la primera como un proyecto ambiental, la segunda como una economía devastadora (caema, 2006).

Por esta misma vía, se impulsaron los monocultivos para la producción de agrocombustibles, particularmente la caña de azúcar, el maíz y, de manera central, la palma de aceite, como remplazo de los combustibles fósiles y para combatir el cambio climático. Esto se dio en el marco de procesos globales impulsados por la Unión Europea, que planteó como meta reducir en 20% el uso de combus-

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tibles convencionales para 2020 como parte de sus compromisos con el Protocolo de Kyoto (Directiva 2003/30/ce, art. 2,). Por ello, la Unión Europea fue uno de los agentes más activos en la compra del aceite derivado de los cultivos de palma (PCN et al., 2010), al capturar cerca del 65,5% de la exportación e n 2008, mientras, a nivel nacional, gran parte de la producción se destinó a la producción de biodiesel para el mercado interno (fedepalma, 2009, 26).

Esto revela una continuidad en las representaciones sobre la región: mientas en los años sesenta se planteaba que era un tierra alejada y carente de cultivos, que debía desarrollarse por la acción de la palma, en los últimos años se ha planteado también que está alejada y vaciada de naturaleza. Se propuso un gran proyecto que busca, precisamente, producir naturaleza que pueda ser comercia-lizada. Esta producción de naturaleza ubica a la región en medio de tres escenarios de creación, extracción, apropiación y globalización de la naturaleza actuales, según la caracterización de Ulloa (2014): la biodiversidad-conservación, el cambio climático y los monocultivos. Tal como señala la autora, los tres escenarios no son antagónicos, sino que se coproducen y reproducen para crear una naturaleza capitalista, haciendo de los Llanos un escenario «en blanco» para la acumulación de capital.

Como han señalado Borras et al. (2010, citados en Coronado y Dietz, 2013), palma de aceite, maíz, soya, caña de azúcar y yuca hacen parte del complejo agroindustrial global food-feed-fuel (comida, alimentación, combustible). Esto ha hecho que el aceite de palma sigua siendo comercializado para el sector alimentario (fedepalma, 2014), y que al tiempo sea representado como un elemento clave en la lucha contra el cambio climático y en la ampliación de la frontera agrícola en Colombia y el mundo. Esta coyuntura ha hecho que muchos países del Tercer Mundo, particularmente de América Latina y Asia, hayan transformado sus economías para incentivar el cultivo intensivo de estos productos. En América Latina, Brasil, Colombia y Argentina son los principales productores de caña, palma y soya, respectivamente (Coronado y Dietz, 2013).

Estos discursos se engranaron con una serie de políticas que permitieron la consolidación del sector palmero en el país, pasando

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de 185.165 hectáreas en 2002 a 404.103 en 2010 (fedepalma, 2004, 2014)6. La convergencia entre dichas políticas y el interés por la región de los Llanos hizo de esta la zona que más hectáreas cultivadas concentra en el país. En 2002 la zona oriental (Casanare y Meta, según las clasificaciones de fedepalma, 2004) tenía 57.025 hectáreas sembradas de palma, que llegaron a 177.849 en 2013. Adicionalmente, el expresidente Uribe inauguró varias plantas de biodiesel y se am-pliaron y mejoraron vías de transporte, con las cuales −como han señalado funcionarios estatales− por fin el estado ha llegado a zonas aparatadas del centro.

Así, las representaciones de la región como vacía legitimaron qué tipo de intervenciones hacer, y hubo otras que se articularon para justificar cómo hacerlas. En este sentido fue importante la insistencia del expresidente, sus ministros y expertos en afirmar que las tierras de los Llanos eran poco fértiles, ácidas y de difícil tratamiento. El gobierno usó estas características para argumentar al menos dos cosas: la inversión debería estar encabezada por grandes empre-sarios y grupos empresariales que tuvieran el capital para modificar y mejorar las tierras, y solo los cultivos extensivos serían viables y rentables. Es por eso que los cultivos siguen siendo desarrollados principalmente por grandes empresas como Manuelita, Unilever, Poligrow y Sapuga, en el caso de la palma, por La Fazenda en el cultivo de maíz y por Mónica Semillas en el caso del maíz y la soya.

En este contexto, la idea de la colonización sin hacha sintetizó las intervenciones que el gobierno central planteó para la región, que suponían que la transformación de la zona se haría con tecnología

6 Al respecto, ver la Ley 693 de 2001 sobre alcohol carburante; la Ley 939 de 2004 que exonera del pago de renta a cultivos de tardío rendimiento; el Decreto 2629 de 2007 que reglamentó la promoción y uso de biocombustibles; los documentos Conpes 3477 de 2007, referido al sector palmero, y 3510 de 2008 que establece lineamientos para la producción sostenible de biocombustibles; el Decreto 2328 de 2008 con el que se creó la Comisión Intersectorial para el Manejo de Biocombustibles. Adicionalmente, los palmeros se han hecho acreedores a otros beneficios, como el Incentivo a la Capitalización Rural (ICR), que aporta 40% de inversión para proyectos agroindustriales, y ha sido una de las principales fuentes de financiación para la palma de aceite (Arias, 2006).

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y con capital. La ausencia del hacha ratifica que no hay nada que tumbar porque los llanos es una región vacía, lo que da «libertad» al estado y a los inversionistas para apropiarse de este espacio sin la restricción que implica, en el ámbito internacional, el cuidado de las selvas como reservas de la biodiversidad del mundo. Finalmente, excluir el «hacha» borra a los campesinos del proceso de colonización, en cuanto el hacha es símbolo de la colonización campesina en la región y en el país7.

El ejemplo más paradigmático en este sentido fue el de la Hacienda Carimagua, un terreno de propiedad del estado que, de acuerdo con las directrices dadas por la Corte Constitucional, debía ser entregado a familias de campesinos desplazados. Sin embargo, el exministro de Agricultura Andrés Felipe Arias autorizó al Instituto Colombiano de Desarrollo Rural (incoder) destinar el uso de miles de hectáreas para proyectos agroindustriales a gran escala (Lemaitre, 2011), especialmente para palma de aceite, caucho y madera, según registró Revista Semana en 2008. El argumento fue que los campesinos no tendrían suficientes recursos para ejecutar proyectos rentables y sostenibles; que esto los pondría en dificultades para competir en el mercado; y que «la finca quedaba lejos de la civilización». Hoy en día, tanto la adjudicación a empresarios como a campesinos desplazados está suspendida. Sin embargo, el caso revela una de las principales tensiones con respecto al uso de las tierras en el Llano: ¿cuál debe ser el uso que se les dé y quién puede usarlas? y ¿cuál ha sido y cuál debe ser el papel del estado en la regulación de estas asignaciones?

Si bien hoy en día gran parte de la región es explotada con monocultivos comerciales forestales y agrocombustibles, el proceso de «colonización» y «desarrollo» del llano se ha enfrentado a varios «problemas» que reflejan otros conflictos por los usos de la tierra. Ejemplo de ellos son las discusiones alrededor de las Unidades Agrí-colas Familiares (UAF); los procesos de acaparamiento de tierras y recursos por parte de grandes empresas; y las discusiones para la delimitación de terrenos baldíos. Las presentaré brevemente con la

7 Ver discusiones sobre la relación entre campesinado y proceso colonizador en Arias y Bolívar (2006) y Vásquez (2006).

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intensión de mostrar dos ideas: cómo desde el estado hay voces y posiciones que critican y contestan el despliegue de estas formas de uso y control de la región; y cómo la región y el estado son escenarios en constante producción y disputa. Si bien las representaciones de la región se ofrecen como acabadas y objetivas, en parte porque se sustentan en conocimiento científico y en el capital simbólico de los funcionarios estatales que las enuncian, estas no se materializan de manera automática, homogénea ni acabada. Encuentran disenso en otros sectores estatales y hay procesos sociales que las contradicen. En esta medida, como mostré en la primera parte del artículo, se articularon representaciones y prácticas para poner en marcha un proyecto económico capitalista en la región, encabezado y dirigido por el estado. En adelante, me interesa dar ejemplos de algunos procesos donde esa articulación entra en tensión y es discutida.

El caso de las Unidades Agrícolas Familiares es uno de los más conocidos. Las UAF hacen referencia a «la empresa básica de producción agrícola, pecuaria, acuícola o forestal cuya extensión, conforme a las condiciones agroecológicas de la zona y con tecno-logía adecuada, permite a la familia remunerar su trabajo y disponer de un excedente capitalizable que coadyuve a la formación de su patrimonio», según la Ley 160 de 1994 (art. 38). De acuerdo con esta ley, una persona, jurídica o natural, solo puede tener acceso a una UAF cuya extensión varía según la productividad de las tierras en cada región. En la lógica agroindustrial de monocultivos extensivos acá presentada, las UAF son un «problema» para el crecimiento económico del país porque «limitan» la posibilidad de que los em-presarios adquieran grandes cantidades de tierra que, se supone, son necesarias para la rentabilidad de los proyectos.

De esto se deriva el segundo conflicto por el uso de las tierras en los Llanos: el acaparamiento de tierras. Entre el 2010 y el 2014, el senador Jorge Robledo y el exrepresentante a la Cámara Wilson Arias denunciaron que varios empresarios crearon diversas em-presas (con la misma junta directiva y la misma infraestructura), para explotar fincas cuya área superaba los límites de las UAF, y obtener múltiples créditos y subsidios del estado. La única empresa condenada por estas acciones ha sido Mónica Semillas (Brasil), que

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fue obligada a devolver al estado el dinero de los subsidios obtenidos de manera irregular. Hoy en día, las UAF siguen siendo uno de los grandes temas para el gobierno, pues, desde la perspectiva de los empresarios, esta limitación no permite dar garantías a la inversión extranjera. Por otro lado, Robledo y Arias señalaron que los proyectos agroindustriales en la región son realmente una fachada para tapar un gran fenómeno de especulación de tierras, donde el negocio no está en el biodiesel ni en los alimentos, sino en la compra y venta de predios, lo que contribuye a la concentración de la tierra en la región.

Debido al extenso conflicto en la zona y a las relaciones pro-fundas entre paramilitarismo y tierra, unas tierras fueron despojadas y acumuladas por medio de acciones violentas de los paramilitares y otras fueron compradas por presión a precios irrisorios (Reyes, 2009). En algunos casos, estas tierras fueron legalmente tituladas a los despojadores por la relación entre estos y funcionarios estatales del nivel local. La Fiscalía General de la Nación y la Superintendencia de Notariado y Registro ha señalado que la Oficina de Instrumentos Públicos y Notarías de San Martín, por ejemplo, fue usada por para-militares, particularmente por Cuchillo, para legalizar los títulos de las tierras obtenidas de manera violenta e ilegal, y terrenos baldíos que pertenecen al estado (Llano 7 días 2011a, 2011b, 2014; Caracol Radio, 2015).

Al tema de las UAF se suma el de los baldíos. Debido a los procesos históricos de poblamiento y colonización, gran parte de las tierras de los Llanos orientales son baldíos propiedad de la nación. Algunas de estas tierras pertenecen a pequeños, medianos y grandes propietarios que colonizaron la región desde los años 1950, e incluso antes, y que no han legalizado la tenencia de sus predios. Esto ha significado un reto a los procesos de legibilidad estatal, pues no hay claridad sobre cuáles de estos predios –que en los registros son baldíos– tienen propietarios de hecho y cuáles son entonces propiedad del estado. La falta de clarificación sobre las tierras es también un reto para los propietarios tradicionales de la región, que ven amenazada la tenencia de su tierra por no contar con títulos; para los inversionistas, que no tienen claridad sobre las zonas donde pueden invertir; y para el estado, que debe decidir cuál es el

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destino de esas tierras. Al tiempo, la presencia de baldíos ha sido un mecanismo usado por diversos actores para acaparar tierras. En un informe adelantado por la Contraloría en 2014, fueron registrados 14 casos en los que tierras del municipio de Mapiripán habían sido indebidamente apropiadas por terceros privados. Muchos de estos terrenos eran baldíos de la nación que fueron «liberados» a través de documentos de falsa tradición o mejoras, o territorios que estaban protegidos por haber sido escenarios de desplazamiento forzado masivo, a los que irregularmente también se les levantó la restricción. Esta apropiación se había realizado mediante irregularidades legales realizadas por la mencionada oficina en San Martín (Contraloría General de la República, 2014). El caso de la empresa italoespañola Poligrow entrelaza estos procesos con el caso de la palma, pues la empresa tiene cultivos en una finca que era tierra baldía, lo que sig-nifica que es propiedad del estado, aunque fue asignada a privados por procesos irregulares, hasta terminar destinada a un extenso proyecto palmero.

Estado y agroindustria: reflexiones

finales a la luz del posconflicto

El propósito de este capítulo fue reconstruir brevemente la historia de los cultivos de palma en los Llanos, partiendo de la década del sesenta. Esta reconstrucción me permite ilustrar algunas rupturas y continuidades con respecto a la manera en que funcio-narios estatales del sector agrícola han representado la región y han desarrollado programas para intervenirla y expandir los cultivos de palma. Una representación persistente sobre la región ha sido la de ser un territorio vacío. Los matices del vaciamiento se han modi-ficado. Mientras en los años sesenta se consideraba vacía de gente y de cultivos, hoy en día se plantea como vacía de naturaleza; y en los dos casos, vacía de desarrollo. En consecuencia, otra continuidad entre los dos momentos es que ese vaciamiento de desarrollo debe llenarse colonizando la región por medio de la agricultura tecnificada. Sin embargo, los acentos con respecto a la agricultura también han cambiado. Mientras en los años sesenta se planteaba una colonización campesina que abriera la frontera agrícola con el hacha, hoy en día

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se plantea una colonización a punta de ciencia y capital, liderada por empresarios donde los campesinos no tienen un lugar central.

La historia de los cultivos de palma en los Llanos muestra di-versos procesos de formación del estado, que implican la presencia de funcionarios estatales en los territorios; la elaboración de legis-lación y de instituciones; la producción simbólica del territorio, los recursos y las poblaciones; la producción de infraestructura; y la transformación física y material de ese territorio; todo lo cual se desplegó sobre la región a partir de su articulación con la expansión del capital. Para ello han sido centrales las representaciones estatales que, como mostré más arriba, legitimaron la expansión de una particular forma de uso del suelo desde la segunda mitad del siglo XX: monocultivos extensivos de palma de aceite, y recientemente también de maíz, yuca y caña de azúcar. Este proceso es producto de una vinculación entre cualidades de la región (que son leídas como naturales) con proyectos económicos puntuales que buscaron, en los dos momentos analizados, integrar y controlar una zona concebida como marginal y ociosa. Para ello, los funcionarios recurrieron al conocimiento experto, discursos globales y conocimiento técnico impulsado por el estado, y lo articularon a procesos nacionales y globales de circulación y expansión del capital, primero atado a discursos de industrialización y recientemente a discursos sobre cambio climático.

Esto ha derivado en un privilegio histórico concedido a las grandes plantaciones, con al menos dos consecuencias para la región. En términos simbólicos, desde el gobierno nacional se argumenta que la manera correcta de desarrollar proyectos en la zona es con los monocultivos, lo que niega y desconoce el uso que históricamente se ha dado al suelo para la agricultura familiar por parte de campesinos, colonos e indígenas. En términos materiales, ha limitado la partici-pación de pequeños campesinos en estas dinámicas económicas y ha restringido no solo su acceso a la tierra sino los recursos del estado, como los subsidios. El caso de Carimagua ilustra este fenómeno, así como el hecho de que pocos campesinos tengan cultivos de palma. Así, las intervenciones en la región están basadas y sostenidas en una visión de las cualidades de la tierra y de su uso que intrínsecamente

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profundiza la desigualdad en el acceso y el trabajo en el campo. Las representaciones y la manera en que se articulan a particulares proyectos económicos terminan siendo mecanismos de exclusión a partir de la legitimación de un discurso (Hall, Hirsh y Li, 2011). Por esto, el desarrollo histórico de los cultivos de palma en los Llanos orientales, y la forma como este y otros monocultivos han configurado simbólica y materialmente la región actualmente son un reto para el futuro desarrollo de una política económica y agraria en medio de un eventual posconflicto.

Al ver una gran plantación de palma ubicada cerca del casco urbano de San Martín (Meta) –que según rumores locales perte-necía al narcotraficante Daniel Barrera, alias el «Loco Barrera»–, un poblador local señaló con nostalgia lo «duro» y «verraco» que era para él ver palma en un lugar históricamente habitado por matas de monte y ganado. Durante un viaje que hicimos entre San Martín y Granada, él mismo manifestó su asombro al ver varias fincas des-tinadas a este cultivo. Cuestionó que tierras fértiles, como las vegas del río Ariari, fueran usadas para algo que no se puede comer. Estas intervenciones evidencian cómo los pobladores locales del Meta conciben un ordenamiento espacial orientado por lo que ellos con-sideran los usos adecuados de la tierra. Para muchos, la palma va en contra de ese uso adecuado: porque desplaza la ganadería; porque ocupa el espacio que debería usarse para productos de la canasta familiar, como plátano, naranja o yuca; y porque la consideran una amenaza a la tierra y el agua.

Esta posición, que ejemplifica la de muchos habitantes del Llano, muestra también las tensiones entre los proyectos hegemónicos im-pulsados por agentes estatales y las visiones locales sobre la tierra y el territorio. Tal tensión me permite abordar, a propósito del objetivo de este libro, algunas discusiones e implicaciones del sistema agroin-dustrial en un eventual posconflicto. Me referiré particularmente al primer punto de los acuerdos parciales derivados de los diálogos de paz entre las FARC-EP y el gobierno colombiano en Cuba: «Hacia un nuevo campo colombiano: Reforma rural integral». Mientras el Acuerdo aboga por el reconocimiento de economía campesina, fa-miliar y comunitaria en el campo, políticas históricas del estado han

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consolidado economías empresariales comerciales de gran escala en la región. Mientras el Acuerdo busca incentivar el derecho de todos los ciudadanos a acceder a alimentos por medio de la promoción de su producción y la consiguiente generación de ingresos, la historia del cultivo ha consolidado una economía orientada a la producción de combustibles, tanto con la palma como con el maíz, la caña y la yuca, en detrimento de otros cultivos8. En este sentido, es importante que los acuerdos y el despliegue de políticas que busquen ejecutarlos incluyan entre sus retos la existencia y sedimentación del proyecto agroindustrial, que se ha instaurado en oposición a las económicas campesinas.

Otro elemento recurrente en el primer punto de los acuerdos preliminares es incentivar usos adecuados de la tierra según su vo-cación productiva y castigar aquellos que no atiendan a dichos usos. Lo que he querido mostrar en este texto es que el uso actual de la tierra en los Llanos, que contraviene las propuestas de La Habana, se ha fundamentado históricamente en legitimar cierto usos como los adecuados, a los ojos de los funcionarios estatales y los expertos, muchos de ellos sustentados en el conocimiento científico. En este sentido, pensar un escenario de posconflicto a la luz de la historia de la agroindustria palmera en los Llanos implica, al menos en un primer momento, preguntarse por el papel del conocimiento científico y por cómo este sustenta la manera como se percibe y se interviene la realidad, y cómo dichas percepciones implican también condicio-namientos y restricciones para ciertos sectores. Es decir, nos obliga a pensar en el lugar del conocimiento, la academia y los discursos cien-tíficos en la construcción de paz y de disminución de la desigualdad. Al tiempo, es un llamado a posicionar los conocimientos locales y el saber histórico de las comunidades regionales e involucrarlos en la construcción de paz, sustentada en estos conocimientos y en la posibilidad de decidir qué tipo de intervenciones desean ellas para sus territorios. En particular, la historia de la palma en los Llanos

8 Según registros de Fedepalma de 2014, el año anterior más de la mitad del aceite consumido en el mercado interno se destinó a la producción de agrocombustibles.

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es quizás la antítesis de este proceso. En este sentido, es diferente de la historia y los procesos en otras regiones, donde programas como las «alianzas productivas» consolidan, al menos discursivamente, el papel de las comunidades locales en el mercado palmero (sobre Montes de María, ver Coronado y Dietz, 2013; Ojeda et al., 2015), o donde pequeños cultivadores participan de la venta de aceite (sobre el Pacífico, ver Retrepo, 2004), aunque, en todo caso, ninguna de estas historias ha resultado más conveniente para los procesos locales.

Finalmente, quisiera cerrar el capítulo con una reflexión sobre el papel del estado. En un artículo de 2009, la Revista Semana argu-mentó que la Orinoquia colombiana atrae la mirada de los inversio-nistas, entre otras razones, porque el abandono estatal en el que se encuentra «permite hacer y deshacer sin restricciones». Esta lectura refleja una idea recurrente que usa la presunta ausencia de Estado para explicar el conflicto armado y la falta de desarrollo nacional. Por ello, la necesidad de «presencia estatal» es tal que, incluso en el mencionado acuerdo, se afirma que «para la construcción de una paz estable y duradera la presencia del Estado en el territorio rural será ampliada y eficaz». En contraposición a esto, muchos analistas colombianos han cuestionado la idea de una ausencia, falla o carencia del estado, y preguntan por la manera como este hace presencia en diversos territorios de la nación, es decir, parten de e indagan por la presencia diferenciada del estado (Ramírez, 2001; González, Bo-lívar y Vázquez, 2002; González y Ocampo, 2006; González, 2014; Ocampo, 2014). Este artículo apela a ese cuerpo de análisis no solo para pensar cuáles han sido las particularidades de la «presencia» estatal en los Llanos sino para cuestionar que lo que requerimos sea necesariamente «aumentar su presencia». La historia de los cultivos de palma ha mostrado que, al menos en los últimos años: el Estado «ha hecho presencia» emitiendo legislaciones y otorgando créditos y beneficios, y que en este aspecto sus instituciones funcionan; ha aumentado la presencia militar; ha hecho inversión en infraestructura para mejorar el funcionamiento de la agroindustria y la explotación petrolera; y ha desplegado una serie de dispositivos (discursivos y prácticos) con el fin de consolidar una política económica y un proyecto ecológico, económico y político que se ha mantenido desde

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los años sesenta hasta hoy. Es decir, ha sido en parte la presencia del estado la que ha permitido la consolidación de unas dinámicas desiguales y excluyentes, legales e ilegales, legítimas e ilegítimas, que retan la construcción de una sociedad menos desigual, a la luz del posconflicto.

Entonces, ¿el reto consiste en aumentar la presencia del estado o en cuestionar y comprender las maneras como ese estado se ha formado de modos particulares en regiones específicas?, ¿se ha de esperar que el estado «lleve desarrollo» a las regiones o indagar por cuál ha sido el modelo de desarrollo impuesto por el estado?, ¿hay que aumentar el pie de fuerza y la presencia institucional o cuestionar y analizar cómo desmontar procesos históricos de posesión de la tierra y de implementación de un modelo desigual que ha sido producido simbólica y materialmente por el estado? En este sentido, la puesta en marcha de acuerdos posconflicto no requiere solo intensificar o ampliar la presencia del estado, sino cuestionar cuál ha sido la par-ticipación del mismo en la configuración territorial actual del país.

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El libro Extractivismos y posconflicto en Colombia: retos para

la paz territorial, editado por Astrid Ulloa y Sergio Coronado,

reúne un conjunto de artículos sobre el grande y grave

problema del extractivismo en Colombia. Son doce los trabajos

y un texto introductorio que relacionan los contextos regionales

y nacionales, y desde ahí, su inmersión en la economía global

del capitalismo. Esta investigación constituye un colectivo de

reflexión, un intelectual orgánico que la Universidad Nacional

de Colombia y el CINEP/ Programa por la Paz publican para el

debate crítico.

Son síntesis de investigaciones que han desarrollado las autoras

y los autores, sumadas a una reflexión en torno a una amplia

bibliografía temática. Logran con pericia moverse en diferentes

planos del análisis y las realidades: de la economía política

del extractivismo a su ecología política, sociología, derecho,

geografía y antropología, con lineamientos históricos y de

actualidad.

Las y los autores muestran variopintos estudios de caso, como

el de recursos naturales, páramos, bosques, cultivos de palma,

hidroeléctricas, petróleo, minería de oro y otros metales. Son

artículos documentados, de análisis crítico y de búsqueda

de soluciones. Por ello es también un acervo propositivo,

invocando la acción de las comunidades y de la sociedad, al

igual que se interpela al Estado y sus gobiernos.

La proyección de los análisis se focaliza en el proceso de paz

que se desarrolla en La Habana y en Colombia por parte de las

FARC-EP y del gobierno del presidente Juan Manuel Santos,

partiendo de los acuerdos de diálogo, lo que significa que el

modelo extractivo está en el centro del debate, con mayor o

menor énfasis, pero, en todo caso, en un debate que debe ser

dado en los ámbitos nacional, social y universitario.

Ricardo Sánchez Ángel

ISBN 978-958-775-791-0

9 789587 757910