Atienza, paso a paso guía de andar y ver tomás gismera velasco 2015

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Guía de campo para conocer, paso a paso, la villa de Atienza (Guadalajara). Con reseñas de su historia y principales monumentos.

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Atienza paso a paso. Guía de andar y ver ©Tomás Gismera Velasco

©Atienza de los Juglares

©De las fotos, sus autores

[email protected]

Depósito legal: M-39962

ISBN. En trámite.

Prohibida su reproducción, total o parcial.

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ATIENZA El nombre de Atienza, nos dicen los entendidos en la materia, es transformación fonética de Thytiae, capital de los tythios, tribu de los lusones celtibéricos. Atienza fue poblada desde épocas muy remotas por estas y otras tribus. Después de Tythia el nombre se fue transformando fonéticamente en Aticia, Atenza y, finalmente, Atienza. Constituyó por su emplazamiento una fortaleza natural de primer orden, y de indudable valor estratégico durante la Reconquista y Edad Media. Siendo una de las villas castellanas más significativas, de historia más nutrida y de las que conservan un mayor número de piezas artísticas en su conjunto, recordando su significativo pasado. Atienza es quizá, al día de hoy, una sombra de lo que realmente fue, como tantas otras poblaciones de la Vieja Castilla. Llegó a tener catorce iglesias y algo más de seis mil habitantes, lo que da imagen de su abolengo.

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Que Atienza estuvo poblada desde tiempos remotos dan fe una serie de vestigios, en forma de necrópolis que a lo largo del siglo XX fueron descubriéndose en algunos lugares de su término municipal. Tanto la villa en sí, como muchas de las poblaciones cercanas, fueron en su día asentamientos iberos y más tarde, con el cruce de culturas, celtíberos, y será pasado el tiempo, un importante reducto contra la invasión romana que terminará dominando y poblando la comarca. Dada su privilegiada situación, al encontrarse prácticamente en el centro de la Península Ibérica, y donde las estribaciones montañosas comienzan a permitir un paso menos agreste a través de las sierras en los antiguos territorios separados por la frontera del Tajo, su posesión se hizo en más de una ocasión prioritaria, a fin de dominar los amplios llanos que desde Atienza se tienden hacia la Alcarria y pasando ésta, hacia tierras de Cuenca y Levante. Más documentada es, sin duda, la etapa posterior a la invasión y dominación musulmana de gran parte de la Península, en cuyo tiempo destacan las correrías llevadas a cabo por los caudillos Almanzor y Galib, entre otros. El inicio de la Reconquista devolverá a la villa el poder estratégico de tiempo atrás y el siglo X quedará marcado por un incesante guerrear de los ejércitos cristianos y musulmanes, que tienen en la zona innumerables enfrentamientos. Las huestes de Alfonso II llegarán en más de una ocasión a los límites atencinos y su fortaleza será entonces refugio, y arma defensiva al mismo tiempo, contra aquellas algarabías. Para finales de ese siglo, en una de aquellas incursiones, Almanzor asolará Atienza reduciendo a escombros la población, a la que volverá pocos años después, cuando una vez reconstruida, volverá nuevamente a demoler sus muros. Con la Reconquista de la Alcarria en el año 1085, pasa también Atienza a dominios cristianos durante el reinado de Alfonso VI. Tras aquella definitiva Reconquista, sirve Atienza de enclave para emprender nuevas empresas, como la conquista de Sigüenza años después. Su privilegiada situación sirve igualmente para la repoblación de la zona, que iniciará un nuevo período a través del cual conocerá sus siglos de esplendor. La llegada al trono de Alfonso VII, confirmando la dominación castellana de la zona, marcará para el futuro lo que en adelante será el amplio Común de Villa y Tierra de Atienza, al que dota de Fuero propio, fijando límites territoriales, e incluyendo en éstos un gran número de poblaciones que serán regidas por aquellas leyes.

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Al concluir el reinado de Alfonso VII, la villa de Atienza ocupa ya la práctica mitad de la población actual, con un amplio recinto murado que la cierra en torno al castillo, amurallado también. La amplia franja de terreno que hacia Poniente se abre tras el castillo albergó los barrios de Santiago y Santa María de Barrio Rey, frente a cuya iglesia se levantan los restos de lo que fue la Puerta de la Villa. Desciende el cerro hacia el Sur, hasta la Puerta de San Juan, y traza una elipse para volver hacia el Norte, donde al pie del castillo se abrió la Puerta de la Nevera que enlazaba con el cinturón que llegaba hasta aquella. La inesperada muerte de Alfonso VII conduce a Castilla a unos años de incertidumbre con la división de sus reinos. León pasa a su hijo Fernando y Castilla a Sancho, quien no tendrá ocasión de demostrar su valía, ya que le alcanzará la muerte apenas un año después de su llegada al trono, sucediéndose durante la minoría de edad de su hijo, Alfonso VIII, una serie de incidentes entre ambos reinos y sus respectivos y poderosos ricos hombres en pos de la custodia del pequeño rey, que concluirán tras el afamado suceso que la tradición atribuye al origen de La Caballada de Atienza, y que tendrá para el futuro de la población inmejorables consecuencias. Tras la liberación del pequeño Alfonso, acogido a los muros del castillo, en poder, por concesión de Alfonso VII, del magnate castellano Manrique de Lara, cabeza de uno de los bandos en discordia y su posterior liberación del cerco puesto a la villa por las tropas leonesas, y una vez llegado el rey al trono, se sucederán en la villa un sinnúmero de actos que llegarán a situarla entre las principales poblaciones castellanas. Se alzan nuevas iglesias y se reestructuran otras. Se reconstruye casi por completo la vieja fortaleza, dotándola incluso de salidas subterráneas bajo las murallas en previsión de nuevos cercos, y se dan a sus incipientes instituciones y a su Común de Villa y Tierra mercedes y privilegios que serán en el futuro importante aliciente para la llegada de nuevos pobladores. De esa manera llegará al siglo XV, y al inicio de su declive, cuando tras la llamada Guerra de los Infantes de Aragón, Atienza se verá ocupada por las tropas navarro-aragonesas y, en su reconquista por las castellanas, desaparecerán barrios enteros, que no volverán a resurgir. Los siglos posteriores, con lentas recuperaciones en cuanto a funciones y habitantes, no harán sino incrementar su decadencia, que llegará a su cima mediado el siglo XX, cuando la emigración comienza a despoblarla perdiendo, a lo largo del siglo, más de tres cuartas partes de su población. No obstante, su historia, sus monumentos y pasado, siempre merecen una detenida visita.

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UN PASEO POR LA ALAMEDA Vamos a conocer Atienza, entrar en la villa, entender su historia y comprender su pasado. Entrando en el pueblo por la general, la carretera que aquí llaman de los Azules. Esta carretera, en tiempos, era paso principal que unía por ésta parte la Vieja y Nueva Castilla, siguiendo el Camino Salinero que desde Burgos conduce a Sigüenza, atravesando el valle del río Salado, a medio camino entre Atienza y Sigüenza, y en el que se explotaron algunas de las salinas de interior más importantes de Castilla. A los pies del cerro nos encontramos con la ermita del Humilladero o del Santo, de estructura dieciochesca; guarda algún labrado plateresco, aunque suele pasar desapercibido; aprovecho la parada en este punto para mostrarte, al otro lado de la carretera, en el vértice de la izquierda, frontero con el camino que conduce a los montes, y frente al que lleva a la ermita de la Virgen de la Estrella, los restos del rollo de la villa

que con su picota fue obra de mérito notable, a juzgar por los restos; su reconstrucción es reciente, y ha de reconocerse que poco acertada.

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Este rollo, con su picota, se encontraba frente a la puerta de Antequera, este emplazamiento es de hace un par de siglos, cuando la explanada se convirtió en un conjunto con ribetes de monumentalidad, en los tiempos de la llamada "ilustración", y que hoy no se puede apreciar, salvo que juguemos a imaginar. Por aquellos lejanos tiempos del reinado de Carlos III, en los que se reformó la ermita, se construyó el lavadero público, actualmente desaparecido, en el lugar que hoy ocupa la piscina municipal, "hecho con piedra de sillar, de veinticinco pies de largo por once de ancho, cercado de pared de cal y canto, y coronado por albardilla de piedra". Frente al lavadero y para salvar el terraplén, se levantó un muro de contención con piedra de sillería, pasamanos o barbacana y banco corrido, también de piedra, sombreado por un paseo arbolado, que se denominó "La Alameda". En este muro una gran losa coronada por la tallada cabeza de un león, indicaba en su inscripción la realización de aquellas obras, y de una monumental fuente, "Reinando felizmente don Carlos el III, el año de MDCCLXXXIV". El lavadero, del que no queda el menor rastro, se abastecía del sobrante de aguas de la fuente que se encuentra al borde de la carretera que conduce a Segovia, a la espalda de la ermita. Esta, con abrevadero, se levantó en época de Felipe II, ostentando en su frontal uno de los escudos del Concejo, un castillo de tres torres almenadas sobre lecho pedregoso, bajo él se puede leer la cartela alusiva a su construcción hacía l570, reinando "Filipus Sicirii".

EL ESCUDO HERALDICO DE ATIENZA Existen tres escudos que representan a la villa de Atienza, si bien ninguno de

ellos ostenta sus armas tal y como hoy las conocemos. El primero es el de la fuente del Humilladero o fuente del Santo de la época de Felipe II, tallado en piedra con inscripción conmemorativa. El segundo del siglo XIX y situado en la fuente del “tío Vitoriano”, se acompaña de una inscripción. Consiste en un castillo almenado, donjonado y mazonado sobre rocas, y surmontado de una corona ducal. Otro escudo de la villa se encuentra en el Ayuntamiento, en óleo sobre lienzo. El escudo que ostenta la fachada del Ayuntamiento corresponde al reinado de Felipe V de Borbón.

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La otra fuente a la que aludía tenía un carácter de monumentalidad, a imagen de las diseñadas en la época dieciochesca para Madrid. Nuestra monumental fuente se llamó fuente de Carlos III, de la Taza, o de las Sirenas; por ser éstas uno de los motivos de su ornamentación. La diseñó Ventura Rodríguez en 1784. En la actualidad se encuentra en la plaza de España. Según el relato de entonces, "sus caños o vertientes son tres sirenas de hermosa piedra blanca, separadas unas de otras en correspondiente simetría, dentro de una cerca grande y de buena piedra en donde caen las aguas, y en medio de las sirenas, que es el centro de dicho cerco, hay otra columna fuerte en la que se recogen las aguas que por sus bocas arrojan las sirenas, y sobre la columna tres delfines grandísimos unidos entre sí y echando agua por sus bocas en el mismo cerco o pilón". De la fuente actual que mantiene los delfines, han desaparecido las sirenas, quizá deterioradas a causa de los traslados, pues de su emplazamiento original junto al lavadero, se llevó en l924 a la pradera de la ermita, y en 1942 a la plaza de España, reduciendo aquí sus medidas primitivas. Formando conjunto con estos monumentos, en la margen derecha de la carretera, desde este lugar a las puertas de la villa, se levantó a finales del siglo XVI un Vía Crucis de rodillos de piedra, en la actualidad en el camino del cementerio. En las paredes frontales de este, junto a su puerta, se encuentra el calvario. Pero sigamos hacia la villa. El antiguo hospital de Santa Ana es el primer edificio representativo que encontramos al acercarnos a la población. Levantado entonces, mediado el siglo XVIII, extramuros de la villa, junto a la puerta denominada de los Arrabales de San Gil, o de Antequera, en el

último cinturón murado de los tres que la rodearon.

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El hospital se levantó con una estructura funcional. De forma cuadrada, dos plantas y patio central. En los extremos, lateral derecho y posterior, también tenía patios, que en su tiempo sirvieron como jardines o huertos. El patio central lo componían dos galerías, en parte acristaladas, que dotaban a los corredores de una gran luminosidad, formando una especie de claustro de gran amplitud, por el que se accedía a todas las dependencias. Cada una de las galerías estaba compuesta por seis arcos. En tres de sus lados se encontraban las estancias que sirvieron para los enfermos, así como las distintas salas. Mientras que el cuarto lo ocupaba la capilla, formando en su totalidad un cuerpo conjunto con el resto del edificio. Tuvo un buen altar, de estilo barroco, presidido por una de las imágenes más queridas, admiradas y representativas de la villa, el Santo Cristo del Perdón, actualmente en la iglesia museo de la Santísima Trinidad. Su fundadora Ana Hernando, fue cerera en el palacio del Buen Retiro de Madrid, al servicio de la reina Isabel de Farnesio, segunda esposa de Felipe V. Ana Hernando era natural de Atienza, de familia hidalga, estuvo casada con el también hidalgo Manuel Morán de Mena. El matrimonio tuvo un único hijo, deficiente, Manuel Morán Hernando. Ya viuda, otorgó poderes en Madrid, lugar de su residencia, ordenando que una vez hubiese fallecido, cumpliesen sus últimas voluntades, entre ellas, la edificación de un hospital en la villa. Debía de contar con l3 alcobas, seis para varones, cuatro para mujeres y tres para sacerdotes, además de una habitación con despacho para el capellán y otra para el hospitalero, con los servicios correspondientes a semejante edificio, capilla donde se dijese misa y pudiesen ser enterrados los enfermos que muriesen en el edificio etc.

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A fin de edficiarlo dejó varios terrenos para que entre ellos se eligiese la mejor ubicación, y tras unos años de indecisiones se optó por el actual emplazamiento, anteriormente ocupado por el rollo y picota de la villa, que le dio su nombre primitivo "Casa Nueva del Rollo". Se iniciaron las obras en l749 y concluyeron hacía l763, aunque no comenzó a funcionar hasta l766. Si bien en ese tiempo fueron acondicionándose sus instalaciones. La capilla se terminó en l753 con la instalación del Sagrario, estando el edificio totalmente techado desde 1751, año en el que se colocó en la fachada principal el medallón de piedra que representa a Santa Ana aleccionando a la Virgen niña. Poco después, en 1753, se tallaría, en el taller madrileño de Luis Salvador Carmona, el Santo Cristo del Perdón, aunque no sería bendecido y colocado en su lugar hasta el día 26 de abril de 1777. Lo bendijo fray Juan de Puga, entonces Guardián del convento franciscano. Lo colocó el obispo auxiliar, monseñor Cano, con asistencia de clérigos de la villa, cofradías y cruces parroquiales de las distintas iglesias. El Hospital de Santa Ana mostraba una fachada neoclásica que fue símbolo de modernidad.

EL CRISTO DEL PERDON El Santo Cristo del Perdón, obra de Luis Salvador Carmona, fue un encargo personal de uno de los albaceas testamentarios de doña Ana Hernando para la capilla del Hospital de Santa Ana, Baltasar de Elgueta Vigil, a cuyo cargo se encontraban parte de las obras del Palacio Real de Madrid. Llegó a Atienza una vez concluidas las obras de la capilla del hospital, en 1753, presidiendo aquella capilla durante más de doscientos años, hasta que fuera de servicio este edificio y sin culto su capilla, fue trasladado a finales de los años setenta a la iglesia de San Juan del Mercado, adaptando a su nueva ubicación su anterior tabernáculo, y añadiendo a su capilla parte de la sillería y rejas de la desaparecida iglesia de Santa María del Rey. De donde pasó a su actual emplazamiento en el Museo de Arte Religioso de la Iglesia de la Santísima Trinidad. Se trata de una imagen impactante por su realismo, de tamaño natural, en la que el autor plasmó en el rostro la imagen del dolor. De ésta misma imagen, el artista y sus discípulos realizaron distintas copias, que con ligeras variantes en cuanto al modelo original, pueden contemplarse en poblaciones de Cuenca, Madrid, Segovia, e incluso en su natal de Nava del Rey.

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POR LA PUERTA DE ANTEQUERA

Ahora, sin prisas, vamos a entrar en Atienza. Dejemos a un lado la carretera, y de frente entramos en la calle Real, en el barrio de San Gil. La puerta por la que hicimos nuestra entrada, llamada en tiempos de los arrabales de San Gil, pasó a denominarse de Fernando el de Antequera, en honor del rey aragonés, tras la toma de aquella ciudad. Está hoy por completo desaparecida, aunque conserva el nombre y los restos de sus cubos en la casa de la derecha. El lienzo de murallas baja por la izquierda haciendo de antigua frontera con la calle de las Herrerías, donde tuvieron su sede la mayoría de éstos artesanos. Hasta el siglo pasado funcionó por aquí una fábrica de transformación de lana que contó con cuarenta telares. Pues la transformación de la lana, junto con las herrerías, fue una de las principales industrias con las que contó Atienza hasta el siglo XIX. La muralla pertenece al último cinturón amurallado. Siguiéndola por ese lado, izquierdo, todavía pueden encontrarse alguna de las torres que le sirvieron de contrafuerte hasta enlazar por la parte alta con la Puerta de la Guerra. Por la derecha la muralla va siguiendo la línea de la carretera hasta la Judería, continuando, ya en pleno campo, hasta enlazar con el barrio de San Bartolomé, y ascender el cerro cerrando la villa a los pies del castillo.

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Toda ésta parte de las murallas se levantó a finales del siglo XII y principios del XIII, para dar acogida dentro de las defensas a éstos nuevos barrios. Esta calle, la Real, es uno de los ejes centrales de Atienza, siguiéndola se llega a la plaza Mayor o plaza de España. Sus callejas son estrechas, angostas, lo puedes comprobar a través de las callejuelas, el conjunto entero se llamó y aún lo sigue haciendo en la ordenación urbana de 1846, "callejuelas de San Gil"; ordenamiento urbano que señaló casas, calles y lugares públicos. Aunque escasos, todavía podemos encontrar alguno de éstos rastros, hasta hace poco tiempo se podían encontrar en cualquiera de las calles, pero han ido desapareciendo en manos particulares. La calle, en sus orígenes, se denominó “Calle Nueva”. Se deja ver el barrio a través de casas con buenas portadas adinteladas, en sí es, como casi todo el pueblo, bastante joven, pues fue uno de los que más sufrieron las consecuencias de la historia, tanto en la guerra de los Infantes de Aragón, como durante la invasión de los franceses. En 1446 los castellanos al mando del condestable Alvaro de Luna, tras varias semanas de cerco, entraron en la villa por ésta parte tras tomar por la fuerza la puerta de Antequera, que por aquél entonces tenía contrafuertes almenados y, como todas las de la villa, se cerraban con portones de roble chapeados con láminas de hierro, aquello fue a mediados del mes de julio de aquel año. El l2 de agosto por aquí entró el rey de Castilla, Juan II, cuando el pueblo era ya una completa ruina. En 1811, el general Duvernet, gobernador militar de Soria, saqueó Atienza para los franceses y en su retirada, y como castigo, prendió fuego al barrio, perdiéndose en ésta ocasión cerca de un centenar de casas.

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Estas casas, esencialmente de dos pisos más otro de camarotes, están ocupadas en la planta baja por el zaguán, aquí llamado portal; la cocina, que sirvió en tiempos como estancia principal, y único lugar de la casa en el que asentarse para los ratos ociosos; y las cuadras para los animales. La primera planta se destinaba a dormitorios y cámaras. Una gran alcoba y los desvanes donde almacenar el grano y útiles agrarios, que seguían en los camarotes, la planta más alta. Siguiendo la calle Real, a poco de andar, encontramos la amplitud de la plazuela de San Gil, grande y discordante con el conjunto. Anteriormente en ese tramo de calle hemos dejado la antigua posada de San Gil; edificio singular de arquitectura urbana del siglo XVI o XVII.

La plaza tiene distintos niveles. La parte de la izquierda, tras la fuente y el muro de contención que se levanta tras ellos, aquí se denominan pasamanos, la voz del pueblo lo llama Plazuela de Palacio, el resto es la plaza de San Gil propiamente dicha, presidida por la iglesia. La fuente es de mediados del siglo XIX, abastecía a una buena parte del barrio; y el caserón de frente a la iglesia era la casa curato del templo. Típico caserón de reminiscencias hidalgas; algunas partes de su ornamentación son añadidos modernos, siendo en la actualidad propiedad particular. Ahora nos acercamos a la iglesia de San Gil, en la actualidad un museo que cobija parte del arte religioso de la villa. La iglesia, como la mayoría de las de Atienza, es de origen románico, levantada en el siglo XII, aunque de su original fábrica únicamente queda el ábside, que guarda alguna que otra coincidencia con el de la Trinidad que más tarde veremos. Fue prácticamente rehecha en su totalidad en el XVI. Si nos acercamos al ábside, veremos que es de planta semicircular. Aunque restaurado, se trata del original, construido con buenos sillares y adornado con delgadas columnas adosadas a modo de contrafuertes que suben hasta apoyar sus capiteles en la cornisa terminal. Esta severa construcción, muy influenciada por el románico abulense, parece corresponder al segundo cuarto del siglo XII, y debió de contar con un amplio y sugestivo atrio, a imagen del que más tarde veremos en San Bartolomé.

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La iglesia, cuenta con tres naves comunicadas con arcos de medio punto y cubiertas con un sencillo y llamativo artesonado de madera al estilo mudéjar.

JUAN JOSÉ ARIAS DE SAAVEDRA. Juan José Arias de Saavedra y Verdugo de Oquendo fue, en el último tercio del siglo XVIII y los comienzos del XIX, uno de los personajes más influyentes en la provincia de Guadalajara y, merced a sus cargos en la Corte, en el reino. Nació en la actual calle de Cervantes, antigua Zapatería, el 5 de febrero de 1737. Su muerte tuvo lugar el 25 de enero de 1811, en plena persecución por las tropas francesas que ocupaban parte de la provincia, en la localidad de Bustares, en cuya iglesia parroquial recibió sepultura. Juan José Arias de Saavedra se graduó en cánones en la Universidad de Sigüenza el 21 de julio de 1753, a los dieciséis años de edad, y posteriormente conseguiría una beca para continuar sus estudiasen el Colegio Mayor de San Ildefonso, de Alcalá de Henares, al que llegó en1756. Su paso a la historia provincial y nacional, le llega años después, cuando en 1764 le es confiada la tutoría de Gaspar Melchor de Jovellanos, estudiante en el mismo colegio. La relación de Juan José Arias de Saavedra con Gaspar Melchor de Jovellanos ha sido ampliamente tratada, y documentada. Nuestro paisano ilustre fue depositario de muchos de los secretos de Gaspar Melchor de Jovellanos en su famosa casa de Jadraque donde fueron visitados por el genial pintor aragonés Francisco de Goya, quien los retrató.

Con motivo de las nuevas obras de la iglesia, en el muro sur, frente a la fuente, fue abierta la nueva puerta, y entonces principal, por la que se accedía. Está fechada en pleno renacimiento, 1768, con buena obra plateresca, siendo designada como "iglesia de asilo", es decir, de cobijo para personas perseguidas. La ornamentación interior fue rehecha entre 1550 y 1570, años en los que se la proveyó de dos altares laterales con tallas y dorados, a juzgar por quienes los conocieron, bastante elegantes, aunque las imágenes fueran de escaso mérito artístico y discretas las pinturas. El retablo mayor fue trasladado a la parroquia de Almadrones en 1945, era barroco, con una talla policromada de San Gil, que quedó en Atienza y forma hoy parte del museo.

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Esta iglesia contó con un excelente órgano del siglo XVII; y una magnífica cruz procesional del XVI, en plancha de plata repujada, fechada en 1597; tenía por una parte un Cristo con su corona y cuatro Evangelistas sobredorados, y por la otra, a Cristo y cuatro Profetas, también sobredorados. Desapareció a finales de los años setenta del siglo pasado de la iglesia de la Santísima Trinidad, donde se encontraba depositada. La iglesia fue suprimida al culto en el siglo XIX, pero continuó con su labor hasta 1939, año en el que fue convertida en depósito de cereales, trasladándose los retablos a la iglesia de San Juan. Tiempo adelante se dedicó a aserradero, y con posterioridad a almacén municipal, hasta que finalmente el 14 de julio de 1990 abrió sus puertas como el actual museo, que ahora guarda parte de la historia del pueblo, y que junto a los más recientes de San Bartolomé y Santísima Trinidad, a los que en su momento llegaremos, conservan parte de los tesoros religiosos de la villa. Ahora puedes entrar en el recinto y, tomándote tu tiempo, observar un poco del mucho arte que llegó a concentrar esta inmortal ciudadela.

DIEGO DE MADRIGAL Diego de Madrigal nació en Atienza en 1658. Aprendiendo el arte del retablo en el taller de Diego del Castillo, en Sigüenza. Tras su paso por Sigüenza, y de la mano de Diego del Castillo, comenzó a ejercer su oficio como maestro, primero en Atienza y después por algunas poblaciones vecinas. En 1685 construyó dos colaterales para la iglesia parroquial de Galve de Sorbe, y unos años más

tarde, en 1686, comenzaría lo que estaba llamado a ser uno de sus mejores trabajos, el retablo mayor de la iglesia de San Juan del Mercado de Atienza, obra que en parte llevaría a cabo con quien fue su maestro, Diego del Castillo. También es obra suya el de la capilla del Santo Cristo de Atienza. Diego de Madrigal, rodeado de la gloria de su obra, de la que quedan múltiples ejemplos en la villa, falleció el 31 de enero de 1716. En su testamento había pedido ser enterrado en la iglesia de San Gil, y se cumplió su última voluntad, como atestigua el libro de difuntos de la parroquia.

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Tras la obligada visita al museo, vamos a acercarnos al pasamano o barbacana que se abre a la derecha, sobre la carretera. El espacio, ahora ocupado por modernas viviendas que se nos ofrece a la vista formó parte de un convento franciscano. El convento primitivo se fundó en el siglo XIII, entre 1264 y 1268, se cree que fue el sexto de la orden en España. Del primitivo no queda absolutamente nada, pero si de las mejoras posteriores, pues fue sucesivamente beneficiado por distintos monarcas castellanos, que lo protegieron hasta convertirse en Fundación Real. En él se alojaron los reyes que visitaron la villa entre los siglos XV y XVIII.

Lo conservado, esencialmente parte del ábside, se debe a una reina, Catalina de Lancaster, esposa de Enrique III, y una de las señoras de Atienza, quien tuvo el empeño de hacerlo grandioso y de nueva planta, más aunque inició las obras éstas no vieron el fin. Catalina de Lancaster posiblemente interrumpió las obras debido a sus continuos males, a pesar de todo nos legó el ábside gótico inglés o de estilo normando, que en parte todavía se conserva. Pero vamos a jugar con la imaginación para descubrir, un excelente conjunto de edificaciones que fueron digno ejemplo de un arte y cultura que ennoblecieron aún más la ya noble villa de Atienza. Siguiendo la línea del ábside, en el terreno actualmente ocupado por el edificio de la fábrica, se levantaba la iglesia propiamente dicha; un cuadro de 576 pasos. Al otro lado las celdas y dependencias propias del convento, con dos pisos, y en el centro un patio claustral de 45 pies en cuadro, sostenido cada uno por veinte arcos de piedra.

En el altar mayor de la iglesia estaban las armas de la casa real, teniendo por patrona a la Purísima Concepción; ésta imagen fue trasladada a la iglesia de San Juan, como la mayoría de objetos que quedaron en el convento tras la desamortización.

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No es nada extraño que este convento se convirtiese en el más representativo, artístico e histórico de Atienza, y más aún a partir del siglo XVI; pues tras unos años de silencio fue tomado bajo la protección de otra hidalga familia de la villa, los Bravo de Laguna, emparentados por matrimonio con los Rojas Sandoval, y familiares directos del Comunero Juan Bravo, que en Atienza tuvieron su cuna. Los desgraciados sucesos del 7 de enero de 1811, se cebaron con él, que sufrió el fuego, la devastación y saqueo de sus mejores obras por las tropas francesas. Se mantuvo como comunidad religiosa hasta la ley de desamortización de 1835. El 10 de octubre de ese año recibieron los frailes la orden de abandonarlo.

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ENTRE SAN GIL Y SAN BARTOLOME Vamos a desandar nuevamente el camino, volvamos a la plazuela de San Gil. Por la calleja que asciende hacía el cerro, por la parte izquierda de la fuente, se puede llegar directamente a la muralla alta, la del primer recinto y en ese tramo uno de los mejor conservados dentro del caserío. Esta calle lleva directamente al Postigo de Palacio o Portillo de las Escuelas Viejas. Esa puerta no tenía otro objeto que el de servir de paso de un recinto a otro sin tener que rodear toda la muralla, pues para salir de la parte alta de la villa las puertas más cercanas eran la de la Guerra y de San Juan, ambas alejadas, por lo que se abrieron en puntos intermedios postigos de menor envergadura; se conservan este de Palacio y el de la Virgen. Seguimos ahora la calle Real. La calle se abre a la mitad, en el cruce con la

de Layna Serrano y del Pozuelo, la primera asciende por la izquierda y la segunda desciende por la derecha, cuando nos encontramos ante una de las primitivas fuentes de la villa, la llamamos "del tío Vitoriano"; el escudo del frontal es el primitivo del Concejo, pertenece, como la fuente, al siglo XIX.

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Podemos seguir ahora por la calle del Pozuelo, a la derecha, para observar junto a la carretera algunos buenos retazos de la muralla y las torres cilíndricas de refuerzo. Y después continuar nuestro recorrido dejando la calle Real y adentrándonos por el callejón de la fuente, en dirección a la

carretera, para poder observar el cerro de la judería.

BRUNO PASCUAL RUILOPEZ. Bruno Pascual Ruilópez nació en Atienza el 6 de octubre de 1858. Estudió Derecho en Madrid, aprobando las oposiciones a Notarías. Ejerció su profesión en Madrid, Sigüenza y Atienza, y se dedicó a la política, militando en el Partido Liberal. Obtuvo acta de diputado en Cortes, por el distrito de Sigüenza, desde 1893 a 1899. Y de Senador por la provincia de Guadalajara, desde 1899 hasta 1920. Puede considerársele un auténtico profesional de la política desde su actividad de notario, de cuyo colegio de Madrid fue igualmente Decano. Fue famoso por su oratoria. Bruno Pascual trabajó en beneficio de estas tierras, dejando una serie de obras, hoy todavía apreciables, si bien por lo que más se le recuerda en Atienza es por la colección de faroles que, formando un Rosario, regaló a la Virgen de los Dolores, patrona de la población, en 1910.

De la judería de Atienza no queda más que una parte de la muralla, también quedan las torres, en algunas partes lo único visible. Todo ese campo que desde la judería va siguiendo la línea de la muralla en dirección al barrio de Santa María del Val, estuvo edificado. La judería de Atienza fue una de las principales de la comarca, y aunque aquí únicamente se conoce por judería al

pequeño cerro, es de suponer que ocupaba un espacio más amplio; seguramente desde la carretera, donde nos encontramos, y por donde debía de estar la puerta de entrada, llamada "Puerta de Canales", hasta el límite que ponían sus murallas por donde posiblemente se encontrase el cementerio. No sabemos cual sería el número de sus pobladores, sin embargo si conocemos que tras el decreto de expulsión de los judíos salieron de Atienza unas treinta familias, bastantes más se quedaron; los frailes del convento de San Francisco fueron los encargados de aleccionarles en la doctrina cristiana por orden de Fernando el Católico y este, con la reina Isabel, firmaron el decreto por el que todas las posesiones de la judería pasaban a pertenecerles. Hecho este paréntesis continuamos de frente, en dirección al barrio de San Bartolomé, o del Santo Cristo.

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Este era también barrio de agricultores y artesanos, levantado a partir del siglo XII en torno a la iglesia de San Bartolomé, y amurallado como el resto de los arrabales durante el reinado de Alfonso VIII. Al final del barrio se levanta la iglesia de San Bartolomé, una de las mejor conservadas dentro de su original estructura románica, aunque como casi todas las del pueblo con añadidos posteriores.

JUAN BRAVO . Uno de los personajes que durante el reinado de Carlos I dejaría inscrito su nombre para la historia de España fue el capitán comunero Juan Bravo, quien junto a Padilla y Maldonado, murió heroicamente en el cadalso de Villalar de los Comuneros, tras el levantamiento castellano contra el monarca. Juan Bravo nació en Atienza hacia el año 1484, en la Torre de los Infantes del castillo, del que su padre era Alcaide. Juan Bravo de Laguna de Mendoza y Zúñiga, nuestro héroe comunero, era hijo de Gonzalo Bravo de Laguna y de María de Mendoza y Zúñiga, llegados a Atienza en compañía del entonces alcaide del castillo de la villa, García Bravo de Laguna, a donde llegaron en 1476 y donde residieron hasta 1487. Juan Bravo salió de Atienza en 1499 para entrar al servicio de la reina como contino de la corte, debiera haber heredado la alcaidía del castillo de Atienza, pero su corta edad a la muerte de su padre aconsejó a la reina el nombramiento de Juan de Torres. Como es ampliamente conocido, encabezó la sublevación comunera de Segovia, siendo ajusticiado tras la derrota de Villalar, el 23 de abril de 1523. Los Bravo de Laguna fueron, desde mediados del siglo XV, la familia hidalga por excelencia de la villa, conservándose la casona de Garcí Bravo, levantada hacía 1568.

La primitiva iglesia de San Bartolomé se levantó en la segunda mitad del siglo XII; en una de las saeteras de la subida a la espadaña hay una inscripción en la que puede leerse: "ERA MCCLXI (año l223) OBBITT BOHAI", que puede referirse a la muerte del maestro de obras, posiblemente de origen mudéjar. Las características del templo en su parte románica corresponden a épocas anteriores, por lo que este alarife sería de obras adicionales pero nunca el primitivo constructor, a juicio del historiador Francisco Layna Serrano.

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La iglesia fue modificada en el siglo XVI, y de la parte románica original únicamente queda el ábside de planta cuadrada y el ala meridional del atrio porticado. Este pórtico románico, semejante a los sorianos pero más todavía a los segovianos, en palabras del historiador Layna, puede afirmarse que ciñó la iglesia por mediodía y poniente, dándole una hermosa apariencia, estando incompleta ya que al reconstruir fue suprimida el ala occidental y la mitad derecha de la meridional al ser edificada la capilla del Cristo en el siglo XVIII. Subsiste en ese pórtico el gran arco de ingreso situado antaño en el centro de la galería, teniendo a cada lado seis huecos, formados por arcos de medio punto sobre columnillas pareadas. Esta iglesia fue parroquia hasta 1910, desde entonces depende de la iglesia de San Juan del Mercado.

ESCUDOS HERALDICOS FAMILIARES El escudo de la familia Bravo de Laguna se encuentra situado en la fachada de la casa que les sirvió de último solar, en la actual plaza de España. Esta casa fue de Garci Bravo de Medrano Laguna. El escudo data de 1568. El escudo de los Elgueta Vigil se encuentra en la calle de Cervantes, sobre la puerta de la casa que fue de los juzgados de Distrito. Dicho blasón lleva las armas de Elgueta, caballero muy unido a la historia de Atienza en el siglo XVIII. El apellido es de origen vasco. En la calle de Cervantes, en la antigua casa del marqués de la Conquista Real, del siglo XVIII, se ven los escudos con las armas de Arce y Herrera, y de Sota y Arce. El escudo de los Montero y Ramírez de Arellano data del siglo XVIII, se encuentra en la calle de Cervantes, frente ala capilla de San Roque. El escudo de los Manrique de Lara se encuentra tallado en piedra sobre la puerta principal de la casa que perteneció en el siglo XVIII, a Juan Manrique Lozano. En la bordura corre esta leyenda: “Vera claritas non nascendo quaritur sed, vulgares aparentibus est relicta, (la verdadera nobleza no la da el nacimiento, sino la vida; la vulgar es la que se funda en los honores de los padres).

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El retablo principal de la iglesia de San Bartolomé es del siglo XVII, realizado en 1650 por Pedro González y Juan de la Villa; consta de un cuerpo central dividido en dos; una cornisa saliente que continúa a derecha e izquierda, para coronar los cuerpos o alas laterales, unidas al central en ángulo diedro, y alojando en el recuadro del lado del Evangelio un lienzo que representa el martirio de San Bartolomé, mientras que su compañero del lado de la Epístola representa a María Magdalena ungiendo a Jesús. En el bancal hay otros dos cuadros, la Anunciación a los pastores y la Adoración. Fueron adquiridos en 1703, aunque sus autores o autor son de origen desconocido. En la hornacina central, se encuentra San Bartolomé, en talla policromada que puede datarse entre los años 1767 y 1781, y que es obra originaria del taller de los artistas locales Tomás de Arizpe y José López. Ambos trabajaron en el dorado y ornamentación de otros retablos dentro de la villa. El artesonado, es similar al de San Gil. Las rejas del comulgatorio y púlpito se deben al forjador atencino Eusebio de Pastrana; están fechadas en 1777. Lo más destacable dentro de la iglesia es la capilla del Santo Cristo de Atienza, patrón de la villa, denominado anteriormente Cristo del Amparo, y también conocido en la zona como "Cristo de los Milagros". Se desconoce realmente cuando comenzó la devoción, es sabido que en 1618 gozaba ya de gran veneración; en ese año se inauguró la primitiva capilla, frente a la actual. Por aquella época las limosnas y ofrendas de los devotos eran tan numerosas, que incluso el párroco de la iglesia, Juan Escolano, se levantó una casa para sí mismo, pegada a la cabecera del ábside y siendo habilitada a partir de 1615 como casa de peregrinos.

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Bajo la sacristía había también una especie de cripta que recibía las ofrendas hechas al Cristo en forma de grano. El visitador general de la diócesis, Pedro Salazar, ordenó que al menos dos veces por semana se midiera el trigo que los devotos arrojaban a ella por una especie de tragaluz, y todos los días, mañana y tarde, se contabilizasen las ofrendas, lo que se vino haciendo desde el año 1624. Con aquellas ofrendas, a finales del siglo XVII, se ideó la construcción de una nueva capilla, iniciándose las obras del desmonte en 1693 por Jerónimo de Pinedo. La Capilla se construyó en mampostería, con esquinazos y cornisa de sillares; cubierta de cielo raso y con una cúpula sobre pechinas que se concluyó en 1699, finalizando las obras en 1703. Entre este y 1708, Diego de Madrigal construyó el retablo, dorado en oro puro; si bien los entendidos afirman que es del peor gusto barroco, con profusión de cornisas, columnas salomónicas, guirnaldas de flores esculpidas..., excesivos adornos tal vez, si bien lo que se pretendía y lograron, es que la capilla tuviera una lujosa apariencia y, ante todo, fuese llamativa para los devotos, como así ocurrió. En la gran hornacina central sería alojado el grupo escultórico; un conjunto artístico del siglo XIV o XV con Jesús Crucificado, inclinada su cabeza y desmayado el cuerpo, caído verticalmente el brazo derecho, y a sus rodillas José de Arimatea por un lado, y la Virgen, con San Juan, por el otro. En palabras de entendidos en la materia, "de entre todos los Cristos crucificados del siglo XIV, este conjunto es sin duda el de mayor calidad. Aunque ha sido policromado posiblemente en el siglo XVIII se conserva en perfecto estado siendo una obra muy significativa por el perfecto estudio de anatomías y ropajes".

La reja de hierro de la entrada, con un peso de 149 arrobas y tres libras, unos 1660 kilos fue colocada en 1725, y la del comulgatorio en 1754; son obra de Pedro de Pastrana, natural de Cifuentes, y padre de Eusebio.

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Francisco Javier Moreno, natural de Atienza, maestreescuela de la catedral de Sigüenza, e inquisidor de Zaragoza, regaló en 1759 la gran araña de cristal que pende de la cúpula. Al decir del mismo experto anterior, "la capilla es quizá el ejemplo más extremo al que llevaba la estética churrigueresca y el estilo rococó posterior, donde la exhuberancia y la teatralidad barroca conforman los principios estéticos rectores". La capilla, con el solemne traslado del Santo Cristo a su nueva ubicación, se inauguró el 5 de octubre de 1755, siendo consagrada por el entonces obispo de la diócesis, Francisco Díaz de Santos Bullón. La fama milagrosa del Cristo fue extendiéndose por toda la comarca, llegando a hacer los devotos un uso abusivo de la lámpara de aceite, pues se corrió la voz de los milagros producidos al contacto con heridas o zonas dañadas, motivando que el vicario de la diócesis, Antonio Venegas Figueroa, ordenase que se fuesen anotando todos los milagros atribuidos al Cristo, libro existente y conocido como el "de los Milagros", lo que se hizo, figurando en este desde el siglo XVIII, y pintándose algunos de los más señalados en tablillas que llenaron el interior del templo; como lo hicieron los numerosos exvotos y ofrendas de todo tipo, que en informal estampa llenaban las paredes laterales, de las que colgaron hasta hace pocos años todo tipo de objetos. Ahora, que ya sabemos algo más, podemos detenernos a contemplar las obras de arte que dan forma al museo, después continuaremos nuestro camino. Vamos a rodear la iglesia por la izquierda, tras el ábside, y nos vamos a aproximar a las murallas que por ésta parte gozan de envidiable salud, con un estado de conservación excelente, al menos en el tramo que resguarda el templo, y vamos a bajar por uno de éstos terraplenes para darnos cuenta de su fortaleza.

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Esta parte del muro también sufrió la devastación de las tropas castellanas en la guerra de los Infantes de Aragón, las murallas de San Gil fueron tomados por Alvaro de Luna, y éstos lo fueron por el obispo de Osma, el señor de Almazán y Juan de Luna, sobrino del Condestable, con algunos hombres del conde de Arcos, Pedro Ponce de León.

LAS SANTAS ESPINAS DE ATIENZA. Según asevera la tradición, las Santas Espinas de Atienza llegaron a la villa el día de la Natividad de 1402. Siendo depositadas en el convento de San Francisco de Atienza. De su fama milagrera existen multitud de testimonios que pasaron por tradición oral hasta el siglo XVIII, en el que fueron recogidas en un documento titulado "Historia y Milagros de las Santas Espinas", de autor anónimo, desaparecido en 1811 y del que da cuenta el beneficiado de la iglesia de San Juan, autor de una Breve relación Historial de la villa de Atienza, conservado en los Archivos de la Clerecía de la Villa En 1850, tras la exclaustración de los franciscanos, y tras un breve paso por la iglesia de San Juan, fueron depositadas en la iglesia de la Santísima Trinidad, fundándose la cofradía de su nombre que anualmente, y coincidiendo con la festividad de la Santa Cruz de mayo, las da culto.

La puerta que se abre en esta parte de la muralla, bajo la iglesia de San Bartolomé, es conocida como "puerta de la Salida", hay quien opina que es una derivación de la fuente que mana frente a ella, como consecuencia de "la salada"; de estructura romana. En el frontal, desgastado por el tiempo, se podía contemplar una cartela con inscripciones latinas alusivas a su construcción en caracteres romanos. El agua procede de un manantial cercano y es llamada de aguas gordas por ser éstas más fuertes o de mayor salinidad que las de otros manantiales.

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El conjunto de arboledas al otro lado de la muralla, donde quedan restos de edificaciones bastante apreciables a pesar del cambio de terreno, estuvo ocupado por un crecido caserío, el barrio de Santa María del Val. Hacia la derecha el de San Martín, con iglesia propia, en estilo románico y totalmente desaparecida. Entre ambos se encontraba la alberguería, dependiente del Concejo, y edificada para el alojamiento de pobres y transeúntes en su paso por la villa. El más populoso de los dos barrios fue el de Santa María del Val, o del Valle. Mantuvo

alguna de sus casas habitada hasta principios del siglo XX. En este barrio estuvo localizada entre otras, la casa de la bodega, a la que los vendimiadores traían la vid para convertir la uva en buenos vinos, pues los de estas tierras tuvieron alguna fama en época medieval.

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Ahora, ya que estamos en ello, veremos la iglesia de Santa María del Val. Es de dimensiones reducidas, en comparación con las que ya conocemos, lo que la ha hecho pasar a la historia como simple ermita, y como tal es tenida últimamente sin serlo, a pesar de haber sido en su tiempo una populosa parroquia. Esta iglesia, como tantas en la villa, también nació románica, y a juzgar por los rasgos que perduran, debió de tener una entrada formada por tres arcos semicirculares en degradación, más otro arco inscrito en los anteriores, así lo parece, porque el segundo fue picado con motivo de un arreglo posterior. El tercero, el existente, conserva íntegra su ornamentación primitiva, al que de trecho en trecho se enrollan varias figuras humanas vestidas a usanza morisca. El cuarto arco, el más exterior, ostenta una serie de bolas formadas por la destrucción de sus antiguos elementos decorativos al reformarse en el siglo XVI, y a cada lado, junto al arranque, como detalle ornamental bastante raro, un toro esculpido en altorrelieve y al que desmocharon la cabeza. Parte interesante es el relieve de la clave del arco exterior que representa con

desigualdad de formas y tamaños, a juicio de algunos entendidos en la iconografía románica, la huida a Egipto. En el ábaco corrido que separa columnillas y pilastras, hay una inscripción con tipos correspondientes al siglo XVI, quizá una reproducción, que indica la consagración del templo en el año 1147, por lo que sería el segundo en levantarse en Atienza, tras Santa María del Rey, al pie del castillo.

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El interior está prácticamente vacío, pues tanto retablos como lienzos e imágenes fueron trasladas a otras iglesias. Contaba con un buen retablo mayor de estilo barroco con pinturas alusivas al nacimiento y la adoración de Cristo; también es justo dejar reseña de que en ésta iglesia tuvieron su sede los miembros de la cofradía de San Crispín y San Crispiniano, formada por los zapateros de la villa, uno de los gremios de artesanos más populosos, desaparecida a mediados del siglo XIX. Ahora tomaremos la calle que sube hacía el centro de la villa y, cruzando la carretera, tomaremos la conocida como “de la Salida”,

donde nos encontraremos con uno de los edificios más singulares de Atienza: La Posada del Cordón. Esta calle también está flanqueada por buenos caserones en la parte derecha, la izquierda lo ocupa la antigua posada. Era una clásica casona hidalga levantada en el siglo XVI hasta que, en los primeros años del XVIII sus entonces propietarios, la familia Fuenmayor, originarios de Berlanga de Duero, la convirtieron en Posada. El balcón orlado en estilo mudéjar formaba parte de otro edificio. En la actualidad la Posada del Cordón, propiedad de la Diputación Provincial de Guadalajara desde mediados de la década de 1960, alberga el Centro de Interpretación de la Cultura Tradicional, que bien merece una visita. Tras visitar la Posada, nos adentramos en la plaza Mayor.

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Esta es una de las principales del pueblo, en sus orígenes se llamó Plazuela de la Reina, surgiendo como arrabal de la puerta de San Juan; posteriormente fue conocida como Plaza del Pósito, al encontrarse en ella el pósito municipal, en el mismo lugar en el que se levanta el actual edificio del Ayuntamiento; en el siglo pasado fue también Plaza de la Constitución. En la actualidad su nombre oficial es el de Plaza de España, aunque también se la conoce como Plaza Mayor o más comúnmente "plaza de abajo", para distinguirla de la de San Juan o del Trigo, "la de arriba". Originalmente la plaza era un descampado por el que se accedía a la villa propiamente dicha, pues a partir del Arco de San Juan, comenzaba el recinto amurallado del primitivo caserío, que a partir del siglo XII, comenzó a tenderse hacía los arrabales. La estructura de la plaza tal y como ahora se ve es reciente, ya que adquirió este urbanismo a partir de las obras de 1945; antes de estas era un espacio amplio y libre de jardines centrales, las barbacanas se añadieron después; hasta ese año la plaza únicamente estaba ocupada por media docena de olmos, los que añadió uno nuevo a sus ya conocidos sobrenombres: “plaza de los olmos”; con una pequeña fuente central que tras ser trasladada la de las Sirenas fue arrinconada. Hoy puede verse en la plaza de San Gil, a un extremo de la original de aquella. La plaza está formada por un triángulo del que forman parte algunos de los edificios más representativos del pueblo, el lado frontal, según accedemos está ocupado por antiguos caserones de buena planta y gran envergadura de propiedad particular, casi todos ellos edificados a partir del siglo XVI; el de la izquierda es otro conjunto, en parte con soportales más moderno y sencillo. El derecho lo ocupa el palacete del Ayuntamiento y otro conjunto de caserones con soportales de los más antiguos de la plaza. El edificio con escudo hidalgo, perteneciente a una de las ramas de la familia Mendoza, fue la casa familiar de los Medrano y Bravo de Laguna.

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El Ayuntamiento es reciente, la última reforma se hizo hace escasos años, transformándose el interior, ya remozado en los años cincuenta. La anterior obra que lo convirtió en Ayuntamiento, dándole la altura actual es de 1945; levantándose en este lugar en 1845, prácticamente de nueva planta para fines municipales, pues el edificio del Ayuntamiento o Concejo hasta esa época no estuvo en este lugar, sino en la Plaza del Mercado. El edificio nació como pósito de trigo y cereales en 1578; de una planta, levantado a expensas del Concejo con el único fin de almacenar grano para épocas de carencia, aquel edificio lo destruyó el fuego francés en la luctuosa noche del 7 enero de l811.

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En la actualidad es uno de los edificios más representativos del pueblo, como Ayuntamiento Constitucional, heredero de las antiguos formas de gobierno de los municipios. El escudo con las armas reales que ostenta en la fachada es del siglo XIX, representa las armas de la corona de los Borbones, Felipe V, como Señorío Real que fue y continúa siendo la tierra de Atienza. La pertenencia al rey de estas tierras suponía menores cargas para quienes en ella habitaban, pues quedaba exenta de los derechos señoriales, y gozaba de mayores libertades, ya que los alcaldes eran elegidos y no impuestos por un señor casi siempre extraño a la villa. Administrativamente formó parte de la provincia de Soria junto con algunos otros lugares próximos, mientras que el resto de la comarca era ya de Guadalajara, provincia a la que se integraría tras la reforma administrativa de 1833.

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UNA PLAZA SOLEMNE, Y MAS TEMPLOS Vamos ahora a seguir ascendiendo hacía el Arco de San Juan, o Arrebatacapas. El trecho de calle que separa ambas plazas se denominó "Callejón de las Plazuelas". La Puerta de San Juan, fue una de las principales de entrada a la villa alta. Ya existía en el siglo XII; su construcción se debe a Alfonso VII el Emperador, aunque su nieto, Alfonso VIII, mejoró las defensas como hizo con las otras entonces ya existentes. La puerta contaba con robustos y cuadriláteros torreones de flanqueo a imagen de la Puerta o Arco de la Guerra que más tarde veremos. Estos torreones, a derecha e izquierda, han quedado semiocultos por las edificaciones colindantes. Es la puerta más representativa de la población y afortunadamente mantiene intacta parte de su estructura. El arranque de ingreso es ojival, como los del doble arco más interior que dejan entre sí las ranuras suficientes que permitirían que entre ellas se deslizase una verja de gruesos barrotes para interceptar el paso de los atacantes si éstos lograban forzar las puertas; como todas, de madera de roble chapeada o forrada con planchas de hierro.

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Ahora vamos a entrar en la plaza más castellana, medieval y artística del pueblo, y a juzgar por los elogios recibidos, una de las más hermosas de España. El primer callejón que baja desde el castillo por la derecha es el de San Pedro, conducía a través de ese barrio, a la iglesia de San Pedro de Moncalvillo, que se levantaba a media ladera entre el caserío y el castillo, desaparecida en el siglo XV. A lo largo de su historia la plaza ha sido el centro de todos los mercados medievales en la villa desde la Edad Media. En la segunda semana de cuaresma, se celebraba una feria de ocho días, concedida por Fernando III el Santo; a ésta se unió una nueva para el mes de septiembre, que se celebró a partir del siglo XVIII; además de dos días de mercado semanales, martes y sábado; siendo también centro de los festejos populares y de las celebraciones locales; en ésta se han dado cita toda clase de acontecimientos, desde los políticos a las clásicas corridas de toros. A lo largo de los siglos ha sido el paso obligado del discurrir de la historia de Atienza. La plaza de San Juan, del Trigo, del Mercado, antigua Plaza Mayor, o más recientemente de Don Bruno Pascual Ruilópez, ha sido restaurada en múltiples ocasiones, pero guardando siempre el modelo primitivo que, al menos desde hace tres

o cuatro siglos, le ha dado la fisonomía actual. Los edificios de la derecha, siguiendo la línea de la calle por la que hemos hecho nuestra entrada, fueron la sede del Cabildo de Clérigos de la villa. En las columnas centrales están esculpidos sus escudos; se trataba una asociación o hermandad formada a finales del siglo XII que reunía a los clérigos de las distintas parroquias de la villa y aldeas de la comarca, en número próximo al centenar.

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El conjunto de edificios que albergó al cabildo se levantó en el siglo XVI, época en la que se remozó la práctica totalidad de la plaza con miras a darle el sentido artístico que hoy mantiene, y aún conservando la estructura que muestra en la actualidad difiere algo del original, pues este edificio de los clérigos junto con el del Concejo, contaba en el primer piso con una galería corrida desde la que los clérigos podían contemplar en primera fila los espectáculos que se celebraban en su recinto. El edificio del Concejo es el que la cierra por el frente, también con soportales sustentados por tres columnas de granito y con tres balcones, que como los de la casa del cabildo vinieron a sustituir a la galería. La calle frontera a este edificio, actual de Cervantes desde 1905, es la llamada de la Zapatería por haber sido en ésta donde se asentaron los miembros de este gremio. Frontera a ésta calle y a la actual de Layna Serrano, antigua calle Mayor, puede verse uno de los edificios más representativos de Atienza, la casa del balcón esquinado, como es conocida, un edificio singular del siglo XV, perteneciente sin duda en aquella época a alguna de las nobles familias del pueblo, y que debió de ostentar en su fachada algún heráldico escudo, pues ésta parte de la villa estuvo ocupada en aquella época por nobles e hidalgos entre los que se contaban ilustres apellidos. Algunas investigaciones recientes dan cuenta de que la casa pudo ser la residencia de los corregidores, ya que Atienza fue, desde la institución del cargo, hasta su desaparición, Corregimiento de Capa y Espada. Todo el lateral de la izquierda, con soportales sujetos por columnas de madera, fueron igualmente residencias de nobles e hidalgas familias, posteriormente, a partir del siglo XIX, fueron el eje del comercio de Atienza.

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En este conjunto de edificios situó Benito Pérez Galdós la casa natal del marqués de Beramendi, su Pepe Fajardo, personaje central de una de las etapas más gloriosas de los Episodios Nacionales. Tomando a Atienza como escenario de diversas novelas, entre ellas Narváez, y abriendo brecha para que otros autores del siglo XIX acudiesen a Atienza para centrar en la villa la acción de alguna de sus novelas, como hiciesen el conde de Fabraquer, Manuel Fernández y González, e incluso Pío Baroja. Finalmente el edificio que cierra la plaza por la derecha, con patio enrejado, fue hasta el siglo pasado la cárcel del Concejo. Por último, nos queda la majestuosa estampa de la iglesia de San Juan del Mercado, vamos ella. Esta iglesia comenzó a levantarse en el siglo XVI sobre otra primitiva de obra románica, de la que apenas quedan restos, si acaso en los cimientos del ábside, bastante más pequeña. La proyectó en principio Francisco del Vado, quien trabajó en ella entre 1560 y 1571, continuando el trabajo Juan Vélez, entre 1571 y 1574; a este siguieron Francisco de Villegas y el seguntino Martín de Vandoma, finalizándose en 1618 por Juan de la Pedrosa. La portada es obra de Bartolomé de Brihuega, realizada en 1633. Sin embargo las obras no llegaron a concluirse por el excesivo coste que supuso tan magna obra, terminándose finalmente de manera precipitada, lo que hizo que no llegase a levantarse la torre. El muro oriental está sostenido por la antigua muralla que venía bordeando ésta parte y tras rasgarse por el arco de San Juan continúa hacia el castillo. La cabecera está al Sur en lugar de mirar a Oriente como el resto de las iglesias, y como debió de ser en la primitiva, sin duda para que la fachada formase conjunto con el resto de la plaza.

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El interior del templo es sencillamente majestuoso, el conjunto lo forman tres naves de crucero cuya bóveda central es un casquete o esfera, mientras los restantes segmentos de la bóveda están sostenidas por arcos formeros y crucero de medio punto, decorados todos ellos con labores de yeso y sostenido todo el conjunto por veinticuatro columnas de piedra de arenisca. Las naves tienen la misma altura, de modo que los ventanales se abren a los laterales. Esta tipología de iglesia se conoce como iglesia de planta de salón. Frecuente en toda Castilla a lo largo del siglo XVI, y que arranca en la Baja Edad Media. El altar mayor fue trazado por Pedro del Castillo de estructura barroca, se fecha en 1686, y se encomendó su ejecución a los tallistas Diego del Castillo y Diego de Madrigal, de Sigüenza el primero y de Atienza el segundo. Fue dorado por Agustín Vázquez quien lo concluyó en 1723, rematándolo José Navarro en 1751. Los lienzos fueron encargados en Madrid a Alonso del Arco, entonces uno de los más afamados pintores de la Corte, siendo esta una de sus principales obras. Representan el Bautismo de Cristo, la Predicación del Bautista, la Lapidación de San Esteban, y San Martín partiendo su capa. Por último en el cascarón, la Oración de Zacarías, la Asunción de la Virgen y el Nacimiento de San Juan Bautista. Falta un octavo lienzo, el Banquete de Herodes, que se encuentra en el museo de San Gil, y que posiblemente estuviese destinado a alguno de los nichos centrales A los pies del templo se situaron los retablos procedentes de la iglesia de San Gil, uno frente al otro, platerescos ambos, Nuestra Señora del Rosario y Santiago Apóstol, de Juan de la Sierra con pinturas de Pedro de Andrade, fechados en 1554.

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EL CABILDO DE CLERIGOS DE ATIENZA Nació en el siglo XII como hermandad gremial fundada por los clérigos y beneficiados de las iglesias atencinas, con los fines propios de cualquier hermandad de tipo gremial. El Cabildo de Clérigos, llegó a su máximo apogeo en el siglo XV, logró reunir en su Hermandad a cerca de un centenar de curas, pertenecientes en su gran mayoría a las iglesias atencinas, aunque otros, en escaso número, eran de las aldeas y pueblos limítrofes. Instauraron su sede primitiva en la iglesia de San Juan del Mercado y de ella pasaron a la Santísima Trinidad donde tras su reconstrucción en el siglo XV, se habilitaron salas sobre la sacristía para sus asambleas y archivos. De aquí se trasladarán hacia 1540 a la plaza del Mercado, donde se levantaron un magnífico edificio sobre solares de su propiedad,

figurando en las columnas de sus soportales los escudos del Cabildo, las llaves de San Pedro y el águila bicéfala. Su poder dentro de la villa no conoció límites, adquiriendo un gran número de propiedades en Atienza y pueblos de la comarca, donados a ellos por sus respectivos propietarios en concepto de pago de sufragios, enterramientos, o como fondo de instituciones benéficas que aquellos debían administrar. Sus posesiones se cifraban en varios centenares de tierras de labor, decenas de casas, molinos harineros, ventas y posadas, etc., que les reportaban los suficientes ingresos como para llevar una vida desahogada. El ingreso como capitular del Cabildo se hacía mediante oposición, para la que habían de pasarse complicadas pruebas, incluidas las de limpieza de sangre, cuyos expedientes en elevado número, se conservan prácticamente íntegros. Estaba gobernado por un Abad, elegido entre los capitulares, quienes a su vez estaban obligados a la asistencia mutua y a la magnificencia del culto en las diferentes iglesias, así como en los entierros y funerales para los que eran requeridos, mediante el pago de sus correspondientes tasas, que podían ser más o menos elevadas, dependiendo de que aquél fuese en la villa o extramuros, San Francisco, de que llevasen ternos "ricos o no”, e incluso del número de clérigos que habían de formar la comitiva. El siglo XIX tuvo para el Cabildo nefastas consecuencias, perdiendo en primer lugar parte de sus bienes personales expoliados por las tropas francesas, y posteriormente sus posesiones, casas y tierras, fueron expropiadas a raíz de las leyes desamortizadoras de 1835, saliendo a subasta pública todas sus pertenencias.

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Pero volvamos nuevamente a la plaza, vamos ahora a tomar la primera calle de la izquierda, la de Layna Serrano. Por ésta calle tenemos una impresionante vista de los campos atencinos, la misma, que poco más o menos irá cambiando e incluso ampliándose, según vayamos ascendiendo hacia el castillo, campos cercados por la muralla alta o de la villa propiamente dicha, la del primer recinto, de la que antes hablamos. Frente a nosotros tenemos el portillo llamado de la Virgen, el otro, el de Palacio o de las Escuelas Viejas, queda doscientos metros a la derecha. De éstos dos, este de la Virgen es el más representativo por su especial ubicación. En la explanada de la derecha ocupada en la actualidad por el antiguo grupo escolar, estuvieron las casas o palacios pertenecientes a Ana Hernando, y a los Mendoza, de donde sin lugar a dudas tomó el nombre el otro postigo. La plaza que se tiende ante el arco de la Virgen es la plaza de Mecenas, o de la Picona, nombre este que hace mención a la picona o carbón que se vendía en este espacio, procedente de los pueblos serranos. Ahora volvamos nuevamente sobre nuestros pasos hasta el inicio de la calle para tomar la de la izquierda, la actual de Cervantes y antigua de la Zapatería, que es en sí la calle nobiliaria por excelencia de Atienza, al menos desde el siglo XVI o XVII, en los que comenzaron a levantarse los singulares caserones que la circundan, dándole ese aire que mantiene actualmente.

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El primer escudo heráldico que encontramos a la izquierda representa un oso y dos madroños, con una inscripción ilegible, "Azareht" o “Nazaret”, posiblemente relacionada con alguna familia de origen judío, casa familiar de los Elgueta Vigil. En la misma acera, a escasos metros la capilla de San Roque, del siglo XVIII, y frente a ésta, la casa de los monteros del castillo, con un pequeño escudo representativo de aquel cargo. Frente a ésta uno de los caserones hidalgos más representativos, el de los Manrique de Lara, del siglo XVIII, con el escudo heráldico de sus moradores. Con este edificio termina ésta calle y comienza la de Sánchez Dalp, que fuera Diputado a Cortes en 1920, y quien en nombre del conde de Romanones inauguró en ese año la moderna “Escuela de Niñas”, el primer edificio de la calle por la izquierda, actualmente remozado. Los edificios anejos llevan los escudos heráldicos de Arce, Sota y Beladíez, marqueses de la Conquista Real. Siguiendo la calle se levantan a izquierda y derecha un conjunto de edificios que mantuvieron, y alguno de ellos lo continua haciendo, la arquitectura tradicional de la villa de Atienza. Al final de la calle se alzaba la llamaba Puerta de Caballos, o de la Guerra, entrada principal a la población entre los años finales del siglo XIV y los últimos del XIX, cuando se habilitó la carretera que conduce a la Puerta de Antequera, y se abrió el paso a la villa por aquella parte. La puerta de la Guerra fue demolida, al presentar un avanzado estado de ruina, en 1898.

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Pero retrocedamos ahora para subir por la izquierda a la llamada "plaza Nueva", la plazoleta que se tiende por encima del Arco de la Guerra, actualmente convertida en espacio recreativo y que en tiempos pasados sirvió de lugar de recreo y espectáculos taurinos, cuando se trasladaron éstos, que tuvieron lugar en la plaza de San Juan del Mercado hasta los inicios de la década de 1920, y que tras el paso por ésta plaza, siguieron celebrándose en otra instalada en los corrales de los caserones de los Beladíez. Por la senda que sube a la iglesia de la Santísima Trinidad, bajo el muro del escalón en el que ésta parece asentarse y que espera nuestra visita, vamos a ascender. Frente a la majestuosidad que representa la de San Juan del Mercado, nos encontramos aquí con una de las joyas artísticas por excelencia de la localidad. La iglesia original se levantó en el siglo XII, y fue mejorada por Alfonso VIII. De aquellas obras primitivas únicamente queda el ábside, el mejor de Atienza y uno de los más representativos de la provincia, semicircular, y probablemente debido a los mismos alarifes que levantaron el de la iglesia de Campisábalos. La construcción y estructura de la iglesia permite suponer que tuvo un atrio porticado similar al de San Bartolomé, aunque a juzgar por el ábside, de mayor riqueza artística, aunque este como el conjunto del edificio sufrió las consecuencias de 1446. Las obras para la reconstrucción dieron comienzo en 1537, siendo añadidos con posterioridad otros detalles: la portada clasicista que es de 1729, época a la que corresponde la torre; la sala capitular y la capilla de los Ortega. También de este siglo es la

capilla de la Concepción.

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La iglesia es gótica, de una sola nave, con coro sobreelevado a los pies. Las bóvedas están construidas siguiendo los esquemas propios del siglo XV o XVI, es decir, bóvedas de tercelete con arcos combados. El interior es, en cuanto a su decoración, uno de los más refinados de Atienza, empezando por su retablo mayor. El actual fue montado sobre otro anterior de hacia 1670, de modo que podemos observar diferentes estilos en pinturas y madera que recubre hoy en día todo el viejo ábside románico. La reforma del retablo comenzó por la talla del cascarón por el que cobró José de la Fuente 56.000 reales en 1770; además de completar su labor con un escudo de la Purísima y un marco para la Adoración de los Reyes. En cuanto al dorado, fue encargado a Tomás de Arizpe, también en 1770. Lorenzo Serrano doró el tabernáculo, donde se empleó oro de la mejor ley y, en 1797, fueron encargadas a Lorenzo Forcadas y Francisco Carrascal, maestros de arquitectura, las dos columnas emparejadas del arco de entrada, así como las águilas tenantes de donde cuelgan unas lámparas, conjunto por el que recibieron 2.839 reales.

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Del retablo mayor precedente, obra de madera y talla de Diego del Castillo, a quien ya vimos en el retablo mayor de San Juan del Mercado, dorado y estofado por Joseh Sancho y Domingo García, no debió de quedar prácticamente nada. De las piezas que decoran el altar mayor destacan el grupo de la Santísima Trinidad del tabernáculo, las pinturas de Matías de Torres así como las tablas y relieves renacentistas emparejados con imágenes de santas mártires y padres de la iglesia. El grupo escultórico del tabernáculo viene siendo atribuido tradicionalmente a dos escultores prácticamente desconocidos, Francisco Amich y José Benito, aunque no hay confirmación en los libros de fábrica. Sin duda las pinturas de Matías de Torres son lo más llamativo del retablo. Actualmente subsisten catorce. Según los libros de fábrica, Matías de Torres contrató diecisiete, dos los había iniciado el pintor Guillermo del Rincón. Las pinturas representan de izquierda a derecha: "Raquel escondiendo los ídolos", "Salomón y la reina de Saba", "el juicio de Salomón", "la lucha de Jacob con el ángel" y "el sueño de Jacob", tras el tabernáculo estaban "Jacob y Esaú” y "la bendición de Isaac", actualmente en el museo de San Bartolomé.

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Por encima de éstos están "El martirio de San Pablo" y "El martirio San Pedro”. Por último, "la Anunciación" y "la Adoración de los pastores". En el cascarón "Cristo y la Bemorroisa", "Cristo y la Magdalena", "Abrahán y los tres ángeles", "la lapidación de la mujer adúltera" y "Cristo y la Samaritana".

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Entre la cabecera y los pies, en el interior de la iglesia aparecen dos retablos. El del Evangelio con cuatro pinturas. Lo preside Inocencio III con San Francisco de Asís y Santo Domingo de Guzmán. Los otros tres "San José con el Niño", "San Isidro Labrador" y "Santa Marta", son obra del pintor Juan Delgado, de los últimos años del siglo XVII. Frente al retablo de Inocencio III el dedicado al Sagrado Corazón de Jesús. El tema central fue sustituido por un bajorrelieve, quedando los lienzos del segundo cuerpo. Representan a San Bruno, Santa Librada y Santa Teresa de Jesús. A la entrada sobre la pila bautismal y empotrada en el muro quedan dos de las piezas más antiguas del arte atencino. Se trata de las dos figuras de la Virgen y del Angel de la Anunciación, un conjunto del siglo XV de estilo gótico isabelino en alabastro, probablemente procedentes del antiguo convento de San Francisco. Las capillas de la iglesia merecen una breve mención por su singularidad artística. La primera es la capilla del Cristo de los Cuatro Clavos, o de la Santas Espinas. La preside un retablo barroco del siglo XVIII cuyas trazas fueron realizadas por Francisco Gonzalo y Francisco del Castillo en 1732. El dorado corrió a cargo de Pedro Vázquez, posiblemente hecho con oro de baja calidad, puesto que un siglo más tarde debió de ser revestido de nuevo con oro más fino por Antonio Lezaún.

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Antes de avanzar hacia la cabecera volvamos nuestros pasos. Bajo el coro, a los pies de la iglesia, en el lado del Evangelio se abre una capilla que sirve de baptisterio. En medio de ella tenemos una pila bautismal románica y en el muro un Calvario del siglo XIV con añadidos posteriores, así como la magnífica talla del Cristo de los Cuatro Clavos, obra románica del siglo XIII, con la singularidad de estar coronado, en lugar de por la clásica diadema de espinas, por una corona real. Dejamos los pies de la iglesia para, tras pasar la sacristía, llegar a lo que pudiera ser una especie de crucero. En la cabecera, escoltando la capilla mayor se abren dos capillas de proporciones y estilos diferentes. En el lado del Evangelio, encuadrada por una portada renacentista se abre la capilla de los Ortega. La inscripción situada en el friso de la puerta de entrada dice: "ésta capilla mandaron hacer los señores Juan de Ribera, contino de la casa real y doña Ana Billafaña de León su mujer ha honra y gloria de Dios, año de 1582"; el nicho superior alberga la imagen del abrazo de Santa Ana y San Joaquín en la puerta Dorada, escultura en piedra de porte clasicista, lo que significaría que la portada simboliza la puerta dorada, el lugar de encuentro de los padres de la Virgen según el Evangelio de los Apóstoles. El ornamento principal es el retablo con sus pinturas que, según reza la inscripción alrededor de la bóveda, "izieron y doraron don Josep Hortega de castro, alguacil mayor de esta villa y doña Ana Arias de Saavedra su mujer a honra y gloria de Dios, San Joaquín y San José, acabóse año del señor de 1720". El retablo churrigueresco sigue el esquema habitual de la época. El lienzo central representa a la Virgen niña entre Santa Ana y San Joaquín, con Dios Padre y el Espíritu Santo por encima de su cabeza, es decir, simboliza la Santísima Trinidad. Acompaña en el ático otro lienzo cuya temática es San José con el niño,

ambos de escuela madrileña, en el muro frente a la entrada podemos ver una copia de Ticiano, del Santo Entierro.

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Al otro lado de la capilla mayor más pequeña que la anterior se conserva otra de las joyas de Atienza, la capilla de la Inmaculada. Fue decorada por Lorenzo Forcada, José Martínez y José de la Fuente, hacia el año 1770. Los dos primeros ejecutaron los adornos de madera que recubren la capilla y el tercero se encargó de dorarla.

MUSEOS DE ATIENZA El museo de arte religioso de san Gil, fue inaugurado con toda solemnidad el 14 de julio de 1990, tras unas interminables obras, y años, en espera de que aquél evento se convirtiese algún día en realidad. Los distintos párrocos, que desde los años setenta pasaron por la villa fueron soñando con ese día, y sólo uno, Agustín González, lo consiguió. Tras un incesante batallar. Se restauró el templo, que desde mediados de siglo permanecía en estado de abandono, respetando su estructura original y se acometió la ingente labor de restaurar las obras de arte que habían de figurar en éste renacido lugar. El resultado final fue poder contemplar las famosas tablas de "Las Sibilas", pertenecientes a la iglesia de Santa María del Rey. Cruces procesionales, como la de ésta iglesia, obra de Pascual de la Cruz, platero seguntino. Nuestra Señora del Rosario, de José Salvador Carmona. Una buena colección de lienzos, a cual mejor, de Alonso del Arco, una innumerable colección de piezas de plata, cálices, custodias, crismeras... y todo tipo de tallas, desde los siglos XIV-XV hasta los más recientes. El 26 de julio de 1996, se inauguró oficialmente el nuevo museo de San Bartolomé. Este nuevo museo, venía a cubrir otro hueco en la vida de Atienza, pues su ingente cantidad de obras de arte, almacenadas en sacristías de antiguas iglesias, merecían ser expuestas a la vista del público en mejores condiciones. El ya casi antiguo museo de San Gil, ocupado en su totalidad, hacía precisa la instauración de uno nuevo, y ningún lugar más aparente que ésta histórica iglesia. Entre su colección de obras artísticas cuenta con lienzos de Matías Jimeno y Matías de Torres, y hasta un total de 36 obras en lienzo de los siglos XV al XVIII, así como algunas tablillas de exvotos en las que se desgranan los milagros del Cristo de Atienza. En orfebrería sobresalen las cruces procesionales y los vasos sagrados del resto de las iglesias, y en escultura algo más de 25 tallas de distintas épocas. Por último, la Santísima Trinidad abrió sus puertas como nuevo centro expositivo, en la que pueden contemplarse entre otras las tallas del Cristo del Perdón, o la románica del Cristo de los Cuatro Clavos, así como un fondo principal de los privilegios y mercedes de la cofradía de la Caballada.

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Es de estilo rococó de clara inspiración francesa. Al fondo de la capilla está colocado el retablo, también de este estilo y que cobija en su hornacina central una talla de la Inmaculada Concepción, atribuida a Luis Salvador Carmona. En las pechinas cuelgan cuatro cobres con representaciones de la Oración del Huerto, la Visitación, la Anunciación y la Adoración de los Pastores, ésta última sacada de una estampa de un cuadro de Rubens. Vamos ahora a salir del recinto ladeando el templo por la izquierda, dejando a ese lado el ábside, para contemplar en la calle de la derecha la inigualable portada de la casa parroquial, levantada en el siglo XVI, con recia estructura y ornamentos propios de la época en dintel y ventanas, y sin más demora vamos a tomar la cuesta que conduce al castillo.

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EL CASTILLO La historia se pierde divagando cuando fue levantada la primitiva fortaleza, pero es sabido que este peñón ya fue enclave de tribus celtíberas, por éstas tierras anduvieron los arévacos, los belos, los titios, y aún se aventura que el nombre de la villa proviene de aquellos. Al pie del Padrastro, el cerro parejo que se alza a sus espaldas, se encontró una pequeña necropólis, y en la Bragadera, donde a nuestra espalda comienzan a tintarse los montes, fue hallada la denominada del Altillo de Cerropozo. En ésta parte de la ladera, un poco a la derecha, donde termina el caserío y comienza a dibujarse el cinturón amurallado, se levantó la iglesia de San Pedro de Moncalvillo. Algo más acá, por encima de los depósitos del agua se encontraba la San Esteban, y todo este despoblado que se cobija a la sombra del castillo se llamaba barrio de San Nicolás, por la iglesia que algo más arriba, cerca ya de la entrada al recinto de la fortaleza, se dedicó al santo, que se apellidó el Alto, para distinguirlo de otro, el de Covarrubias.

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El castillo, antes de las obras emprendidas por parte de Alfonso VIII, a usanza de las alcazabas musulmanas, estaba constituido por un sencillo recinto almenado y amurallado, con la puerta al Norte, junto a la que se encontraba el recinto residencial en la llamada

Torre de los Infantes. El castillo fue demolido en el año 1002 por Almanzor. Se rehízo al poco tiempo, cuando dependía de los Beni Huz, los reyes moros de Zaragoza. Antes de acceder al interior vamos a echar un vistazo por los alrededores, dejamos a la izquierda la escalinata que conduce al interior del recinto y vamos ladeando la roca hacia el Norte; la muralla que desciende al llano formó también parte del primer recinto; abajo, en la curva de la carretera, colgando del barranco que se descuelga hacia la derecha se levantaba otro templo, románico también, el de Santiago, en él tenían su sede los cofrades hijosdalgos de la villa, y entre ambos templos, en el rellano de la curva, se levantaba la Puerta de la Nevera, una de las principales de acceso al recinto amurallado, en ese lugar se encontraba un enorme pozo donde se conservaba la nieve del invierno para utilizarla en el verano, de ahí su nombre.

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Esta meseta peñascosa y con trazas de haber estado amurallada que tenemos a la izquierda se debe también a la reforma de Alfonso VIII, los de aquí lo llamamos el patio de caballos, tuvo buenos muros almenados y su recinto estuvo ocupado por distintas dependencias del castillo, así como de las personas que se encontraban al servicio del alcaide; como curiosidad contaremos que aprovechando una grieta entre los muros, se disimuló una poterna con escaleras escondidas para huir por allí en caso de apuro; lo volaron con dinamita las tropas francesas. Por el patio todavía se adivinan restos de edificios y hasta residuos de las fundiciones de armas y de otros útiles que allí se fraguaron, en los tiempos lejanos de la Edad Media. A este punto y sobre esas rocas, se acercó el capitán Rodrigo de Rebolledo con sus hombres de confianza para entrevistarse con el condestable de Castilla, Alvaro de Luna en aquel agosto de 1446, para tratar de la rendición de las tropas navarras durante la ocupación que se llevó a cabo con motivo de la Guerra de los Infantes de Aragón. Desde este escalón natural, Rodrigo de Rebolledo se negó a la rendición. Las tropas castellanas salieron poco después de Atienza dejando a sus espaldas el cerro en llamas, y sobre el peñasco su castillo; lo único que se libró de la ruina. El capitán Rodrigo de Rebolledo, con cincuenta de los suyos, lo retuvo durante diez años más, hasta que el siguiente monarca castellano recompró la villa, y la paz, a su enemigo. Los cubos de la muralla y arco de la entrada se deben también a Alfonso VIII, quien como vamos viendo renovó todo el conjunto, así como la Torre de los Infantes, a la que con toda probabilidad se dio ese nombre por haber sido residencia de alguno de ellos, quien más tarde llegaría a reinar en Castilla.

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Pero accedamos al interior. Al patio de armas, grandioso, sobre todo si nos lo imaginamos rodeado

de murallas almenadas, como estuvo en sus tiempos, y junto a ellas los edificios musulmanes, los aljibes, propios de las alcazabas musulmanas, así como las bodegas, polvorines, almacenes, etc. Los aljibes que se abren en la panza de la roca son obra morisca, y como podemos apreciar por el de la derecha estuvieron cubiertos. Los rastros del tiempo apenas nos dejan apreciar su fondo, pero podemos darnos una idea de su capacidad; sirvieron para conservar nieve y agua con la que abastecerse en los malos tiempos. La torre, en la planta baja, en el recinto interior, cubierto por una enorme losa de piedra, oculta un túnel que desciende por las entrañas de la roca y del propio cerro y se va dividiendo por distintos caminos para salir del recinto; uno de éstos túneles tiene salida a la iglesia de Santa María del Rey, el acceso, hoy tapiado, se encontraba detrás del altar mayor, bajo el ábside. El segundo salía a la iglesia de Santiago y el tercero al barrio de Portacaballos, algo más abajo de donde hoy se levanta la iglesia del Salvador.

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A finales del siglo XV, durante el reinado de los Reyes Católicos, el castillo se convirtió en Prisión de Estado para personajes significativos de la historia de España. El primero de ellos fue don Diego López de Madrid, quien autoproclamado obispo de Sigüenza, y no sin dificultades, fue hecho prisionero por Gonzalo Bravo de Lagunas, trayéndolo a los calabozos de la Torre de los Infantes, donde se cree que López de Madrid murió hacía 1480. Siendo recompensado Gonzalo Bravo con, entre otras cosas, la alcaidía del castillo que en lo sucesivo se uniría, junto a Atienza, al apellido Bravo de Laguna.

En la Torre de los Infantes estuvo preso el obispo de Badajoz, después de enfrentarse a Fernando el Católico, así como Fernando de Aragón, duque de Calabria y heredero del reino de Nápoles quien, hecho prisionero por el Gran Capitán, fue traído a la torre en la que estuvo no menos de ocho años, antes de ser trasladado al castillo de Xátiva, también Prisión de Estado. No menor importancia para la historia tuvo la estancia del mariscal Pedro de Navarra, así como de los nobles de aquel reino que se alzaron en armas contra Fernando el Católico, tras el intento por recuperar la independencia de aquel reino en 1516. Tras ellos ocuparon los calabozos algunos oscuros personajes, principalmente y según la historia nos cuenta, espías franceses. La Torre de los Infantes llegó hasta el siglo XIX; en 1876 se hundió parcialmente y en la década de 1960, al reconstruirse la entrada al recinto del castillo se borró de ella todo rastro. La torre del Homenaje, como podemos ver es de sencilla construcción, fuertes muros y estrechas y en redondo las escaleras, al uso de la época en la que se hicieron, con el único fin de que en ellas no se pudiera manejar la espada.

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La segunda planta es la principal, en ésta estuvieron los incómodos aposentos y arriba, en la terraza, la vigía; por la chimenea escapó más de una vez el humo que solicitó el socorro para la villa cercada y a este mirador se asomaron sus señores y sus alcaides; aquí estuvo el señor de Lara, don Manrique, el primero al que Alfonso VII concedió la tenencia del castillo; tras el vendrían algunos más, Enrique el Senador, hijo de Fernando III el Santo o Beltrán Duglesclín en 1370. Don Juan, hijo primero y primogénito de Enrique de Trastámara, futuro Juan I, fue señor de la villa con su mujer, Leonor de Aragón, quien la recibió en arras de matrimonio en 1374. Catalina de Lancaster, también en arras, la tuvo en 1384; y María de Aragón al casarse con Juan II. Beltrán de la Cueva dominó éstas tierras algo más tarde y Troilos Carrillo, el

hijo del arzobispo Carrillo; y el señor de Veyre, quien vino de Flandes con Felipe el Hermoso. Terminó volviendo, como siempre, a la corona castellana, en cuyas manos está. Desde aquí, desde lo alto, con Atienza a los pies, podemos comprender toda la historia de la villa, y hasta imaginar una parte de la de Castilla.

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LA ULTIMA MIRADA Ahora vamos a volver a la villa tras echar la última mirada a Santa María del Rey, cuya iglesia tenemos frente a nosotros. Es la más antigua de Atienza, llamada en sus orígenes Santa María la Real, aunque se la conoce vulgarmente como Santa María del Rey o de barrio del Rey. Es de suponer, y así lo atestiguan las diferentes inscripciones, que este edificio se levantó sobre la antigua mezquita musulmana, a raíz de la conquista de la población para la corona castellana por Alfonso I de Aragón, esposo de la reina Urraca, y su dedicación a Santa María seguía las líneas impuestas por el rey, quien siempre llevaba consigo una imagen de la Virgen que, aseguraba la leyenda, le ayudaba en los combates.

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Fue cabeza del arciprestazgo de Atienza; sin embargo de la iglesia primitiva únicamente quedan el ábside y dos puertas, la primitiva fue trasladada a fines del siglo XII a su actual ubicación en la parte posterior, perdiendo en el transcurso de los siglos y con motivo de las sucesivas obras, buena parte de su esplendor pasado; sin bien todavía se adivinan en ella los rasgos de su fundación con las inscripciones alusivas a su dedicación en 1112 por Alfonso el Batallador, y la inscripción en árabe, "la permanencia es de Dios". La puerta actual, aun cuando de estilo románico de la modalidad cluniacense, se caracteriza por una exuberancia ornamental, cuya arquería aparece cubierta por figuras de damas, caballeros, santos, monjes, aldeanos, animales quiméricos y grupos de personajes representando escenas imposibles de interpretar por el desgaste de la piedra; del mismo modo que debido a esto resulta igualmente difícil poder apreciar su calidad. El edificio fue desmantelado en la década de 1950 y las obras de arte se dispersaron por el resto de las iglesias de Atienza, especialmente la de la Santísima Trinidad, de la que había pasado a depender. Lo más importante de su interior fue su retablo mayor. Los ornamentos del retablo se encuentran en su mayoría en el museo de San Gil. El retablo mayor se trasladó a la iglesia parroquial de Torija. En él intervinieron artistas naturales de Sigüenza, siendo ensamblado en 1629 por Juan de Pinilla y entallado por Lope de Tobar en 1633, con esculturas de los talleres de Francisco Mendo, Juan de Casaluenga y José Rodríguez, con pinturas de Luis o Lucas Velasco; en él también tuvieron parte los artistas Pedro Monge, Baltasar de Hergueta, Andrés de Estajos, Juan de Ruguilla y Lucio de Guzmán; el conjunto del retablo fue armado por Crispín Correa y Jerónimo de Aparicio.

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Bordeando el cementerio por la derecha vamos ahora a descender hacia la muralla, donde todavía pueden apreciarse los cubos de las torres que formaron parte de la Villa, la principal de las entradas a la fortaleza y que en su tiempo ostentó el escudo real; en los campos se levantó el barrio de San Antón, que descendía hasta encontrarse con el de Portacaballos, arrabal en su día de la Puerta de Caballos. El barrio de San Antón, totalmente arrasado en los avatares de 1446, rodeó el antiguo hospital y convento de San Antón, levantado en el terreno que hoy ocupa el frontón o juego de pelota, regido por trinitarios. Es fama que el primitivo convento lo fundó el propio San Juan de Mata, fundador de la orden Trinitaria para la redención de cautivos; el santo estuvo varias veces en

Atienza acompañando a Alfonso VIII y, según algunos documentos, el convento se habría establecido en 1209, si bien no comenzó a funcionar de manera efectiva hasta 1289. En el hospital, atendido por aquellos frailes, ingresaban enfermos necesitados de intervenciones quirúrgicas e incluso se practicaban amputaciones de miembros y, por supuesto, se atendía a los enfermos del llamado fuego de San Antón. En él se refugiaron las tropas castellanas en 1446 y, para evitar que desde este pudiesen tomar las puertas de la villa, las tropas navarras lo atacaron una noche, destruyendo todas las cubiertas e incendiándolo. Fue reconstruido a finales de ese siglo, pero extinguida la orden en 1787, tras pasar sus dependencias quirúrgicas al hospital de Santa Ana, fue destinado a viviendas

particulares, aún manteniéndose su iglesia. Los franceses prendieron fuego al conjunto, que ya no volvería a reconstruirse.

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A la izquierda se levanta la iglesia del Salvador, actualmente propiedad particular y que arrastra también a sus espaldas toda una serie de desgracias. La primitiva, de origen románico y con atrio porticado, debida al reinado de Alfonso VII, se levantó como monasterio de frailes agustinos, constando su existencia en torno a 1156; en esa época este era un barrio populoso, creciendo en riqueza la iglesia al estar en posesión de varias salinas y no pocos diezmos donados por los feligreses acaudalados. El barrio aunque ampliamente remozado, todavía deja ver alguna representativa casona medieval y por supuesto la iglesia, pues si bien la primitiva resultó destruida en 1446, volvió a edificarse con posterioridad, siendo pasto de las llamas en un incendio fortuito que la sumió en el abandono en el siglo XVI, erigiéndose entonces en el emplazamiento actual, donde fue de nuevo destruida por otro incendio en 1833, y reconstruida de nuevo a partir del año siguiente. La iglesia quedó sin culto a mediados del siglo XX, repartiéndose sus ornamentos entre las distintas parroquias de Atienza. Esto es, a grandes rasgos, Atienza. El resto lo debes descubrir tú, con tu inquietud por conocer las cosas de una tierra, y su historia.

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