Atrocidad y Brutalidad en La Segunda Guerra Mundial Un Estudio Comparado de Los Crímenes de Guerra...

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Eliud Santiago Aparicio Estudiante de la licenciatura en Historia Universidad Autónoma Metropolitana-Iztapalapa Correo electrónico: [email protected] David García González Estudiante de la licenciatura en Historia. Universidad Autónoma Metropolitana-Iztapalapa. Correo electrónico: [email protected] Atrocidad y brutalidad en la Segunda Guerra Mundial: un estudio comparado de los crímenes de guerra alemanes y japoneses Resumen: El presente trabajo estudia la complejidad de los crímenes de guerra durante la Segunda Guerra Mundial. Se analiza el exceso y la atrocidad por parte de los combatientes alemanes y japoneses. También se aborda el interés estadounidense para aplicar o soslayar los compromisos acordados en las convenciones de Ginebra, la cuales estipulaban el trato justo a los no combatientes, prisioneros de guerra y civiles. “Los japoneses son una raza sádica. Su brutalidad y su tortura son totalmente incomprensibles”. 1

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Eliud Santiago Aparicio

Estudiante de la licenciatura en Historia

Universidad Autónoma Metropolitana-Iztapalapa

Correo electrónico: [email protected]

David García González

Estudiante de la licenciatura en Historia.

Universidad Autónoma Metropolitana-Iztapalapa.

Correo electrónico: [email protected]

Atrocidad y brutalidad en la Segunda Guerra Mundial: un estudio comparado de

los crímenes de guerra alemanes y japoneses

Resumen: El presente trabajo estudia la complejidad de los crímenes de guerra

durante la Segunda Guerra Mundial. Se analiza el exceso y la atrocidad por

parte de los combatientes alemanes y japoneses. También se aborda el interés

estadounidense para aplicar o soslayar los compromisos acordados en las

convenciones de Ginebra, la cuales estipulaban el trato justo a los no

combatientes, prisioneros de guerra y civiles.

“Los japoneses son una raza sádica. Su brutalidad

y su tortura son totalmente incomprensibles”.

Sargento J. Jardine. Prisionero en Omuta, Japón.

“Sangre, sudor y trabajo duro. El premio: la

inanición”.

Artillero G.V. Newton

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Introducción

En 1859 dos ejércitos antagónicos combatieron en el norte de la actual Italia.

La coalición integrada por el reino sardo-piamontés y Francia se enfrentó al

ejército austriaco en las inmediaciones de Solferino en 1859. Al finalizar la

refriega, los heridos y mutilados gemían en el campo de batalla mientras sus

compañeros de armas los abandonaban a su suerte. Henri Dunant, filántropo y

hombre humanitario, comenzó la difícil tarea de ayudar a los soldados heridos.

Dunant quedó impresionado por la brutalidad de la guerra y la escaza

preocupación de los altos mandos militares por los caídos en combate y los

moribundos.

A partir de ese momento, Dunant emprendió una lucha para establecer

acuerdos internacionales sobre el trato de los heridos, sin importar su

nacionalidad, postura política o ideología. Años más tarde se creó la Cruz Roja

para palear los problemas de atención médica de los combatientes. Resultado

de los esfuerzos de Dunant, fue la Primera Convención de Ginebra en 1864;

los soldados beligerantes y civiles tendrían las posibilidades de ser atendidos y

respetados. La Segunda Convención de Ginebra celebrada en 1906,

comprende del mismo modo a las fuerzas navales y náufragos. En 1929, la

Tercera Convención de Ginebra estipuló un trato humanitario a todos los

prisioneros de guerra. Como se puede apreciar, se establecieron normas y

derechos internacionales en los conflictos militares, hacer guerras más

“humanas” y menos “bárbaras”, al menos, en teoría. Los derechos de los

combatientes y no combatientes evolucionaron con el paso del tiempo.

Alemania y Japón estuvieron de acuerdo con todas las disposiciones

establecidas en estos convenios.

En la Segunda Guerra Mundial, el derecho internacional establecido en

las convenciones de Ginebra fueron violadas por las potencias del Eje (Berlín-

Roma-Tokio). Esto no niega las atrocidades y excesos de los ejércitos aliados

(Estados Unidos-Gran Bretaña-Francia y la URSS). Los soviéticos, con su

implacable máquina de guerra, en su marcha de Stalingrado hacía Berlín,

“liberaron” cientos de campos de concentración violando a sus propias

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compatriotas, porque supuestamente, se habían “vendido a los alemanes”.1 La

aviación británico-estadounidense, como una langosta gigante, arrasó

literalmente una ciudad alemana; Dresde quedó reducida a cenizas en cuestión

de horas. Los civiles murieron por las heridas de las quemaduras, sepultados

en sus casas o asfixiados por el humo de las llamas.2 Maxwell, capitán del

ejército británico, entró a territorio alemán en 1944 para fusilar civiles

desarmados y ordenar el bombardeo con mortero de localidades germanas.3 Al

terminar la guerra con la rendición nipona en 1945, los estadounidenses no

respetaron a las mujeres y las violaron sin consideración.

Los crímenes de guerra no pertenecen exclusivamente a las potencias

de El Eje. En el presente trabajo, no pretendo señalar a japoneses y alemanes

como los únicos verdugos de la guerra, pero tampoco estudiar la violencia de

los aliados. Mi objetivo es más simple. Pretendo realizar un análisis

comparativo de los crímenes de guerra alemanes y nipones durante la segunda

conflagración mundial. Para cumplir con dicho objetico, utilizaré el método

comparativo para subrayas semejanzas y matizar diferencias. Las fuentes

empleadas son diarios y entrevistas hechas a los prisioneros de guerra.

Crímenes de guerra del nazismo

La historiografía tradicional de la Segunda Guerra Mundial marca el ataque

alemán a Polonia, en Septiembre de 1939, como el suceso fundamental del

conflicto.4 Inglaterra y Francia se aliaron con Polonia pero no detuvieron su

caída. La URSS por su parte, se comía la mitad del pastel y contribuía en el

desmembramiento de Polonia. Desde ese momento, Alemania comenzó una

cacería de brujas contra ciertos sectores de la población sometida, y con el

paso del tiempo y sus victorias, implantó un sistema sistematizado de reclusión

y exterminio. Gitanos, comunistas, la oposición política, mormones y judíos

1 Norman Davies, Europa en Guerra, 1939-1945. ¿Quién ganó realmente la segunda guerra mundial?, México, Planeta, 2008, p. 447.2 W.G. Sebald, Sobre la Historia natural de la destrucción, Barcelona, Anagrama, 2010, pp. 13-40.3 Davies, op cit., p. 412.4 R.A.C. Parker, El Siglo XX, Europa 1918-1945, México, Siglo XXI, 1987, p. 383. Un estudio más reciente sobre las causas de este conflicto está en Donald Kagan, Sobre las causas de la guerra y la preservación de la paz, México, Fondo de Cultura Económica, 2003, pp. 253-384.

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sufrieron castigos atroces en los campos de concentración. Los gitanos fueron

considerados enemigos del fascismo. Hermingway alude en su novela Por

quién doblan las campanas, la lucha gitana contra el fascismo español.5 En

general, fueron los gitanos una oposición social más que política. Estaban

acostumbrados a una vida bohemia, divorciada de todo sistema totalitario. En

los campos de concentración fueron tratados como una amenaza a la

estabilidad alemana.

Pese a lo que estamos acostumbrados a ver en las películas sobre la

Segunda Guerra Mundial, en la Alemania nazi existieron diversos tipos de

campos de concentración. El primero, era un campo de concentración que

cumplía con todas las reglas estipuladas en las Convenciones de Ginebra. Sin

duda, era una fachada para proporciones una imagen afable del nazismo. Aquí,

los prisioneros de guerra, civiles y demás reclusos, recibían un trato envidiable.

El segundo campo de concentración soslayaba todas las disposiciones de

Ginebra. El tercero, era un campo de trabajo. La mano de obra era esclava. El

cuarto campo estaba regulado por la SS. Finalmente, el campo de exterminio.

Este complejo no tenía más propósito que eliminar objetivos concretos como

judíos o izquierdistas.6

La vida en los campos de concentración fue extremadamente difícil. En

Auschwitz-Birkenau, un campo mixto de exterminio y trabajo, los trenes

transportaban miles de prisioneros hacinados en sus vagones. En ocasiones

Mengele seleccionaba quien debería ir directo a la cámara de gas y quien iría a

trabajar. Fue conocido como el “Ángel de la muerte” y se convirtió en un doctor

muy despiadado. Su experimentación favorita fue con gemelos y enanos.

Otros médicos utilizaban personas comunes, aunque sus experimentos

son completamente irracionales para nosotros, para ellos, eran una forma de

encontrar soluciones científicas a problemas de la guerra. Por ejemplo,

quemaron con fósforo a cincuenta soviéticos para encontrar una cura a los

daños que originaban los bombardeos aliados a los soldados alemanes. En

otros casos, se buscó aumentar la resistencia al frío, al calor y a la altura de los

5 Ernst Hermingway, Por quién doblan las campanas, México, Editorial Época, 1985, pp. 18-426 Davies, op cit., pp. 429-430.

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prisioneros para que los soldados de la Wehrmacht en un futuro contaran con

mayores resistencias. En diferentes momentos, los doctores sólo satisfacían su

morbo; hacían beber grandes cantidades de líquidos salados, sumergían a los

prisioneros en estanques con agua helada o alimentaban en exceso a algunos

musulmanes con sopa hasta que fenecían.7

Los comunistas fueron el enemigo por excelencia del Tercer Reich. Su

persecución, al igual de los judíos, comenzó desde la subida de Hitler al poder

en 1933. La muerte de seis millones de judíos en las cámaras de gas,

fusilamientos o infanticidios resulta espeluznante. En Belaya Tserkov, en

Ucrania, más de 90 niños judíos fueron recluidos por el ejército alemán en un

edificio en ruinas y húmedo. Sin alimentos ni servicio sanitario, permanecieron

encerrados hasta que fueron ahorcados.

En Babi Yar, igualmente en Ucrania, la población de esta localidad,

mayoritariamente judía, fue seducida con la promesa de un reasentamiento;

serían enviados a otro lugar donde les esperaban alojamientos y comida

caliente. La Wehrmacht y la SS aconsejaron a la población portar papeles y

objetos de valor para su traslado. En realidad, fueron enviados a un cementerio

donde ya había una fosa cavada. Durante los siguientes días, 33 771 personas

fueron fusiladas en las inmediaciones de Babi Yar.8

Se ha opinado que la matanza de los judíos tenía un objetivo claro. En la

Alemania medieval se culpó a los semitas de la peste negra, pues mediante un

método y una intención desconocida, los judíos supuestamente envenenaban

los pozos. Wette ha señalado que el sentimiento antijudío existía mucho antes

que Hitler naciera. Desde la época del Segundo Reich, los judíos recibían

menos oportunidades en el ejército. Al finalizar la Primera Guerra Mundial, los

judíos fueron responsabilizados por la derrota alemana.9

Pero no todos los crímenes de guerra tienen una explicación. El 10 de

junio de 1944, la división panzer “Das Reich” de la SS, intentaba abrirse paso

desde el suroeste de Francia hasta Normandía. Una compañía del regimiento

7 Olga, Lengyel, Los hornos de Hitler, México, Diana, 2005.8 Wolfram Wette, Los crímenes de la Wehrmacht, Barcelona, Crítica, 2010, p. 131.9 Ibid., pp. 14-85.

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“Der Führer” se desvió al pueblo de Oradour. Reunió a sus habitantes y los

quemó vivos. La compañía dejó 642 cadáveres y múltiples casas saqueadas y

calcinadas.

En el mismo sentido, diversas fueron las masacres perpetradas por un

Grupo de Asalto de la SS en el levantamiento de Varsovia en 1944, en los

barrios de Wola y Ochoa. Los rebeldes en Varsovia se encontraban

atrincherados en el centro de la ciudad. La SS recibió algunos disparos de

parte de estos, pero contra todo pronóstico, la SS en lugar de atacar a los

rebeldes, desataron toda su furia contra civiles indefensos ubicados en las

periferias de la ciudad:

En lugar de atacar a las unidades del ejército a las unidades del Ejército del Interior que se les enfrentaba, volvieron su ira contra la población no combatiente. Era una orgía que duró cinco o seis días, perpetraron todo tipo de atrocidades: condujeron a una multitud de hombres y mujeres al patio de una iglesia y los ametrallaron; sacaron a muchos ciudadanos de sus casas para descuartizarlos con sables y bayonetas, y descuartizaron también a mujeres embarazadas; invadieron hospitales, mataron a los pacientes en sus camas y mutilaron a los médicos y enfermeras que pidieron clemencia, cortaron en trozos a muchos niños; y prendieron fuego a casas y calles que ya estaban bañadas de sangre.10

Otro terrible foco de violencia fue la guerra de guerrillas, guerra de

partisanos, guerra irregular o como actualmente se denomina, guerra de media

intensidad. León Tolstoi definió la guerrilla como un grupo militar donde los

hombres en lugar de reunirse en gran número, se dividen en pequeños

destacamentos, atacan de improvisto, se dispersan cuando fuerzas

considerables les acosan y, a la primera ocasión favorable que se les presenta,

vuelven a emprender sus acciones ofensivas. 11 En este contexto, los

alemanes no contaban con recursos, hombres necesarios, ni suficientes

soldados especializados en extirpar la guerra irregular. Los métodos alemanes

para reducir las acciones de los guerrilleros fue diezmar la población civil para

que los partisanos fueran perdiendo fuentes de suministro y cobertura. Quemar

pueblos, saquear casas o devastar campos de cultivo fue el pan de cada día.

La partisana soviética Zoya Kosmodemyanskaya, fue la primera mujer en

recibir los laureles del heroísmo en la URSS. Como guerrillera destacó en sus 10 Davies, op cit., p. 416.11 León Tolstoi, La Guerra y la Paz, México, Porrúa, 2004, p. 1021.

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acciones. No obstante, tras cruzar las líneas enemigas, fue capturada por los

alemanes en el pueblo de Petrischevo. La interrogaron, la torturaron y más

tarde la ahorcaron. Al parecer, dijo: “somos doscientos millones. No podeís

ahorcar a todos”.12

El general de las SS, Von dem Bach-Zelewski era un especialista

alemán en la contraguerrilla. Al finalizar la guerra, los estadounidenses

entendieron que demasiado “talento” no podía ser desperdiciado si se le

juzgaba por cometer decenas de crímenes de guerra, así que fue aprovechado

su conocimiento de la contraguerrilla.

Crímenes de guerra japoneses

El conflicto en el Pacífico resultó igual de violento que en Europa, África

y en la Unión Soviética. Los japoneses ya guerreaban cuando los futuros

reclutas estadounidenses iban a la escuela, vivían tranquilamente y no habían

sufrido aún el infierno de la guerra. Los nipones comenzaron una dura guerra

contra China para adquirir territorios y establecer una esfera de coprosperidad,

es decir, Japón estaría a la cabeza de Asía, así como Estados Unidos de

América en la posguerra.

Los japoneses consideraban a los chinos seres humanos inferiores. Los

hacían formar filas y les enterraban sus bayonetas para practicar como si

fueran costales de arena. En Singapur, los nipones agujerearon las manos de

los prisioneros y se las pegaban con tornillos. Así los hacían marchar. Las

descripciones de las atrocidades resultan escabrosas:

La mujer china moribunda que yacía en la carretera con los intestinos despanzurrados y su bebé tirado no muy lejos y con la cabeza casi separada del cuerpo… ¡y los dos aún vivían! Creo que el causante de aquel horror fue un bombardeo. Más tarde fui testigo de cómo un centinela japonés hundía su espada en la barriga de un bebé, ¡y al hacerlo sonreía¡ ¡Fue horrible! Al recordar la expresión del rostro de aquel hombre no pude evitar estremecerme. Era como si lo disfrutara con lo que le estaba haciendo a ese bebé.13

12 Davies, op cit., p. 419.13 Sheilla Allan, “Singapur. 1941-1945 (17-21 años)”, en Voces robadas. Diarios de guerra de niños y adolescentes desde la Primera Guerra Mundial hasta Irak, Edición de Zlata Filipovic y Melanie Challenger, Barcelona, Ariel, 2007, pp. 165-166.

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Al comienzo de las hostilidades entre Japón y Estados Unidos, las

batallas iniciales se decantaron a favor de los primeros. En el enfrentamiento

por las Filipinas, mientras MacArthur huía en un submarino, los

estadounidenses fueron hechos prisioneros y obligados a caminar en la marcha

de la muerte. Esta era una práctica muy recurrente entre las naciones

beligerantes. Los prisioneros andaban durante días enteros por caminos

escabrosos. Sin agua, alimentación ni atención médica. Si alguno se rezagaba,

de inmediato recibía el tiro de gracia en las sienes o era abandonado en mitad

de la selva.14

Los campos de concentración japoneses han sido menos documentados

por los especialistas de la época. Por fortuna, han sobrevivido los relatos de

decenas de prisioneros de guerra. La labor ha sido obra de un periodista que

entró a Nagasaky después de la explosión de la bomba atómica. Disfrazado de

coronel del ejército estadounidense, pudo conocer los crímenes de guerra

japoneses.

Los prisioneros de guerra eran transportados en barcos. A punta de

escobazos, eran enviados a una bodega donde se conglomeraban a los

presos. El oxigeno era escaso y pronto comenzaron a desmayarse:

El miedo ya se estaba abriendo paso por los intestinos y los riñones de los hombres. Pidieron cubos para utilizarlos como retrete y los japoneses los bajaron. Estos cubos circularon en la completa oscuridad con mucho menos presteza que los cubos de comida, que eran similares. Un hombre no podía distinguir qué era lo que le estaban pasando, comida o excrementos. En su estado, cada vez más enloquecido, los hombres decían a sus vecinos que un cubo era el otro, y les parecía divertidísimo que alguien metiera la mano en el cubo de las necesidades o que alguien metiera la mano en el cubo de las necesidades o que alguien que no tenía forma de saber lo que estaba haciendo ensuciara el cubo de la comida.15

Los prisioneros de guerra eran obligados a trabajar en las minas de

carbón. En septiembre, un mes después de estallar la bomba atómica, algunos

mineros salieron por primera vez a la superficie. No sabían que la guerra ya

había terminado. Muchos prisioneros sufrieron un terrible trato. Algunos se

14 Williamson Murray y Allan R. Millet, La guerra que había que ganar, Barcelona, Crítica, 2010, p. 216.15 George Weller, Nagasaki. Las crónicas destruidas por MacArthur, Barcelona, Crítica, 2007, p. 221.

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volvieron locos. Eran golpeados con porras hasta dejarlos en el suelo

desangrando. Los recalcitrantes o desafortunados, eran enviados a húmedas y

frías prisiones. Los píes de los reos se congelaban y gangrenaban: “un médico

australiano me tuvo que amputar todos los dedos y ambos píes”.16

Si un prisionero escapaba del campo de concentración, sus compañeros

pagaban las consecuencias. Se elegían a 5 prisioneros, en general, ninguno

conocía al prófugo y era inocente de la huida de este. Podían ser vendados de

los ojos y ejecutados por un pelotón organizado en el momento. Se les

enterraba sin más.

Los soldados japoneses eran igual de agresivos que los guardias de los

campos de trabajo. Los hombres del general Tomoyuki Yamashita (el tigre de

las Filipinas) cometieron toda clase de asesinatos. Habían rociado con gasolina

las cabezas de las mujeres para encenderles fuego; encerraron a prisioneros

en patios amurallados, incendiando las entradas y arrojando granadas a los

cautivos; habían vendado los ojos de otros prisioneros para arrojarlos al interior

de un pozo, después les arrojaban granadas de mano; también clavaron sus

bayonetas en los cuerpos de dos pilotos estadounidenses, les rociaron gasolina

y los quemaron vivos. Incendiaron aldeas enteras, violaron mujeres y realizaron

todo tipo de atrocidades.17

Los crímenes de guerra más escandalosos, e impunes, fueron los

cometidos por el teniente general Ishii Shiro, doctor en medicina y frío

experimentador de personas. Lideró la unidad 731 encargada de la guerra

bacteriológica y otras investigaciones. Los individuos fueron sometidos a

experimentos relacionados con la hipotermia, fármacos, presión gravitacional

extrema, etc. En algunos casos, se practicó la vivisección. La hipocresía

estadounidense fue igual en estos casos. Ishi Shiro colaboró con sus nuevos

amos y se libró de ser juzgado por un tribunal de guerra.18

El tribunal asesino para matar asesinos

16 Ibid., p. 84.17 Louis, L. Snyder, La Guerra. 1939-1945, Barcelona, Ediciones Martínez Roca, 1972, p. 677.18 Murray y Millet, op cit., p. 631.

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Los alemanes y japonés fueron naciones totalitarias. Su economía se nutría de

la guerra y del saqueo. Su ideología estaba basada en edificar una civilización

suprema; una suerte de conciertos y óperas dirigidas por Alemania en Europa-

África, y Japón en Asía. En esta ideología, el desprecio y la superioridad de

razas estaban sumamente marcados en los conquistadores. Exterminar a los

judíos como una plaga fue una manera muy común entre los nazis, no así en

su aliada y amiga totalitaria, Italia. Los habitantes de la bota no consideraban

siquiera que los judíos usaran la estrella de Israel. Parecían más preocupados

por extender su influencia en el norte de África y los Balcanes.

Los japoneses compartieron los métodos sanguinarios de los nazis, pero

no persiguieron a los judíos, ni los discriminaban de igual manera. Un punto de

convergencia fue el trato a los prisioneros de guerra. Mientras los nipones

asesinaban, golpeaban o violaban a las mujeres, los nazis también pusieron en

prácticas los mismos métodos. Las fábricas europeas estaban repletas de

esclavos, mientras en las minas de carbón japonesas los prisioneros de guerra

estadounidenses, británicos, holandeses o australianos trabajaban hasta 12

horas diarias. La mano de obra se convirtió en un combustible fundamental

para poner en marcha la maquinaria militar.

Para saldar la cuenta con los criminales de guerra, se creó un tribunal

integrado por las potencias vencedoras: Gran Bretaña, Francia, Estados

Unidos y la URSS. Fueron procesados por atentar contra la paz, cometer

crímenes de guerra y contra la humanidad. Salvo casos excepcionales, y de

interés para Estados Unidos, existieron omisiones intencionales.

La experimentación con personas para “salvar” o “mejorar” la vida de los

heridos en combate, se hizo con la excusa de encontrar respuestas científicas

y aumentar la calidad de vida de los soldados totalitarios. El médico Ishi Shiro

entregó todas sus conclusiones a Estados Unidos. No recibió castigo alguno a

diferencia de su homologo Mengele que partió hacia Sudamérica para eludir la

justicia. Irma Grese y Josef Kramer sufrieron el yugo del derecho internacional

al ser procesados por sus atrocidades.19 Pero no todos los alemanes murieron

en la horca; el general Von dem Bach-Zelewski, azote de la guerrilla, fue

19 Snyder, op cit., p. 673.

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perdonado porque brindó toda su experiencia a los Estados Unidos. Podemos

observar que la aplicación de los compromisos de las Convenciones de

Ginebra fue acorde a los intereses de Estados Unidos. Esto explica por qué el

emperador Hiro Hito no sufrió castigo alguno. Estados Unidos quería controlar

Japón, no crear una revolución cultural.

Tomoyuki Yamashita, el tigre de las Filipinas, alegó que las acciones de

sus soldados le eran desconocidas. En su defensa argumentó que él no

dispuso las atrocidades que ya mencionamos. Sus argumentos no

convencieron a nadie. El 7 de diciembre de 1945, aniversario de Pearl Harbor,

fue condenado a muerte en la horca. Así, desfilaron uno a uno los sentenciados

al patíbulo. Sólo los criminales convenientes a Estados Unidos, pudieron burlar

la aplicación de las Convenciones de Ginebra.

Bibliografía

- Allan Sheilla, “Singapur. 1941-1945 (17-21 años)”, en Voces robadas.

Diarios de guerra de niños y adolescentes desde la Primera Guerra

Mundial hasta Irak, Edición de Zlata Filipovic y Melanie Challenger,

Barcelona, Ariel, 2007.

- Davies Norman, Europa en Guerra, 1939-1945. ¿Quién ganó realmente

la segunda guerra mundial?, México, Planeta, 2008.

11

Page 12: Atrocidad y Brutalidad en La Segunda Guerra Mundial Un Estudio Comparado de Los Crímenes de Guerra Alemanes y Japoneses

- Hermingway Ernst, Por quién doblan las campanas, México, Editorial

Época, 1985.

- Lengyel, Olga, Los hornos de Hitler, México, Diana, 2005.

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paz, México, Fondo de Cultura Económica, 2003.

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- Tolstoi León, La Guerra y la Paz, México, Porrúa, 2004.

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Barcelona, Crítica, 2010.

- Sebald W.G., Sobre la Historia natural de la destrucción, Barcelona,

Anagrama, 2010.

- Snyder Louis, L., La Guerra. 1939-1945, Barcelona, Ediciones Martínez

Roca, 1972.

- Weller George, Nagasaki. Las crónicas destruidas por MacArthur,

Barcelona, Crítica, 2007, p. 221.

- Wette Wolfram, Los crímenes de la Wehrmacht, Barcelona, Crítica,

2010.

12