Augusto Roa Bastos, cuento "El baldío"
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7/22/2019 Augusto Roa Bastos, cuento "El baldo"
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Augus
RoBas
El
baldo
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Augusto Roa Bastos - El Baldo
No tenan cara, chorreados, comidos por la oscuridad. Nada ms que sus dos siluetas
vagamente humanas, los dos cuerpos reabsorbidos en sus sombras. Iguales y sin embargo tan
distintos. Inerte el uno, viajando a ras del suelo con la pasividad de la inocencia o de la
indiferencia ms absoluta. Encorvado el otro, jadeante por el esfuerzo de arrastrarlo entre la
maleza y los desperdicios. Se detena a ratos a tomar aliento. Luego recomenzaba doblando
an ms el espinazo sobre su carga. El olor del agua estancada del Riachuelo deba estar entodas partes, ahora ms con la fetidez dulzarrona del baldo hediendo a herrumbre, a
excrementos de animales, ese olor pastoso por la amenaza de mal tiempo que el hombre
manoteaba de tanto en tanto para despegrselo de la cara. Varillitas de vidrio o metal
entrechocaban entre los yuyos, aunque de seguro ninguno de los dos oira ese cantito iscrono,
fantasmal. Tampoco el apagado rumor de la ciudad que all pareca trepidar bajo tierra. Y el que
arrastraba, slo tal vez ese ruido blando y sordo del cuerpo al rebotar sobre el terreno, el siseo
de restos de papeles o el opaco golpe de los zapatos contra las latas y cascotes. A veces el
hombro del otro se enganchaba en las matas duras o en alguna piedra. Lo destrababa entonces
a tirones, mascullando alguna furiosa interjeccin o haciendo al cada forcejeo el ha... neumticode los estibadores al levantar la carga rebelde al hombro. Era evidente que le resultaba cada
vez ms pesado. No slo por esa resistencia pasiva que se le empacaba de vez en cuando en
los obstculos. Acaso tambin por el propio miedo, la repugnancia o el apuro que le ira
comiendo las fuerzas, empujndolo a terminar cuanto antes.
Al principio lo arrastr de los brazos. De no estar la noche tan cerrada se hubieran podido ver
los dos pares de manos entrelazadas, negativo de un salvamento al revs. Cuando el cuerpo
volvi a engancharse, agarr las dos piernas y empez a remolcarlo dndole la espalda, muy
inclinado hacia adelante, estribando fuerte en los hoyos. La cabeza del otro fue dando tumbos
alegres, al parecer encantada del cambio. Los faros de un auto en una curva desparramaron de
pronto una claridad amarilla que lleg en oleadas sobre los montculos de basura, sobre los
yuyos, sobre los desniveles del terreno. El que estiraba se tendi junto al otro. Por un instante,
bajo esa plida pincelada, tuvieron algo de cara, lvida, asustada la una, llena de tierra la otra,
mirando hacer impasible. La oscuridad volvi a tragarlas enseguida.
Se levant y sigui halndolo otro poco, pero ya haban llegado a un sitio donde la maleza era
ms alta. Lo acomod como pudo, lo arrop con basura, ramas secas, cascotes. Pareca de
improviso querer protegerlo de ese olor que llenaba el baldo o de la lluvia que no tardara en
caer. Se detuvo, se pas el brazo por la frente regada de sudor y escupi con rabia. Entonces
escuch ese vagido que lo sobresalt. Suba dbil y sofocado del yuyal, como si el otro hubiera
comenzado a quejarse con lloro de recin nacido bajo su tmulo de basura.Iba a huir, pero se contuvo encandilado por el fogonazo de fotografa de un relmpago que
arranc tambin de la oscuridad el bloque metlico del puente, mostrndole lo poco que haba
andado. Lade la cabeza, vencido. Se arrodill y acerc husmeando casi ese vagido tenue,
estrangulado, insistente. Cerca del montn haba un bulto blanquecino. El hombre qued un
largo rato sin saber qu hacer. Se levant para irse, dio unos pasos tambaleando, pero no pudo
avanzar. Ahora el vagido tironeaba de l. Regres poco a poco, a tientas, jadeante. Volvi a
arrodillarse titubeando todava. Despus tendi la mano. El papel del envoltorio cruji. Entre las
hojas del diario se debata una formita humana. El hombre la tom en sus brazos. Su gesto fue
torpe y desmemoriado, el gesto de alguien que no sabe lo que hace pero que de todos modosno puede dejar de hacerlo. Se incorpor lentamente, como asqueado de una repentina ternura
semejante al ms extremo desamparo, y quitndose el saco arrop con l a la criatura hmeda y
lloriqueante.
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Cada vez ms rpido, corriendo casi, se alej del yuyal con el vagido y desapareci en la
oscuridad.