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Autor: Roberto de San Adán Britos. Adaptador: Diego Carlos Gallo. E-Book. ISBN: 978-987-27575-0-2 Primera edición: noviembre de 2011 en Editorial Libroelectr3, Website: www.historiaderiotercero.com Río Tercero (Córdoba) Argentina Email: [email protected]

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ESPERANDO EL TREN, es una historia que me tocó vivirla y, con el paso de los años fue mi anhelo recuperar esas vivencias, que pocos dan importancia. La adolescencia, la juventud romántica, la de los recuerdos imborrables como fue, por ejemplo, el paso del ferrocarril por aquellos pueblitos que recién se formaban. Los años transcurridos y la distancia, todo eso hubiera desaparecido en la nebulosa del tiempo. Pero mi empeño, fue más allá. Tuvo sus frutos, gracias a Dios. Mi insistencia pudo vencer lo que muchos no supieron, no pudieron, o no quisieron. A través de mi trabajo silencioso e ignorado por pretendidos “historiadores” locales en la materia, pude recuperar y plasmar en mis cuatro libros, una historia escrita con amor hacia esta querida ciudad, a la que pertenecemos. Dios mediante, pienso haber logrado todo lo que me propuse en su momento. ESPERANDO EL TREN es mi homenaje a todos ustedes, en agradecimiento al apoyo que me prestaron permanentemente y su fe depositada en mí. Que Dios los bendiga. Gracias Diego y Enrique Roberto Britos, 01 julio 2003

INDICE

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Tapa (del borrador original)____________1 Presentación – I _____________________5 Presentación – II_____________________9 Presentación – III ___________________12 Vivencias___________________________28 Signos de progreso___________________ 30 Segunda parte, la Patria Chica. ________ 33 Añorando el Pasado El Boyero_________ 37 Poemas _____________________________44 Anécdotas __________________________46 Curiosidades_________________________53 Dedicatoria__________________________62

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Fotografía de la Estación del Ferrocarril, año 1970. (Posteriormente fue demolida para unificar las Av. San Martín y Pio X y reconstruida en su emplazamiento actual.)

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Presentacion – 1 Querido lector Lo que vas a leer no es un cuento. Tampoco una fabula. Es simplemente el contenido breve de la historia de un pueblo en sus comienzos, cuando un visionario recibe el legado de su progenitor. En ese lugar, nace un “villorrio”. Geográficamente, era conocido antiguamente como “Campo Acuña”, habitada por unos pocos nativos del lugar, cercano al caudaloso Ctalamochita, entre ellos algunos aborígenes. Todo esto ocurre en el año 1888. Don Tristán posesiona a su hijo Modesto y a un grupo de audaces para la cría de ganado en aquellas tierras y la custodia de los habitantes que se habían instalado en esas tierras. Nuestro pionero construía, entre el monte, la que luego sería su vivienda. Es en esa mansión donde nacería la historia de nuestra ciudad, con el nombre de “Media Luna”, puesto por inspiración, al contemplar la forma adquirida por el milenario río, por capricho de la naturaleza, al atravesar aquellos parajes. Al este, con el tendido de las vías férreas había llegado el progreso, buscando el camino de la civilización. En el año 1909, radicado ya definitivamente, tuvo contactos con personal jerárquico de la empresa inglesa, en este caso un ingeniero, míster Evans. Don Modesto tenía conocimiento de la llegada al lugar de los primeros “balastros”, trayendo parte de los materiales. La primera obra fue un terraplén, de la misma altura que del piso de los “balastros”. De esos rústicos carruajes descargaban cemento portland, ríeles, hierros, durmientes y herramental. Aún se conserva en el lugar, la plataforma utilizada para esas tareas. Gran parte de los elementos eran traídos directamente desde Inglaterra. El costo de la importación era poco dado que nuestra moneda era fuerte. Los constructores, en su mayoría fueron italianos y de otras nacionalidades. La dirección y el control técnico era realizado por personal técnico inglés. El comienzo de la gran obra fue a fines del año 1910, con la construcción del tanque de agua, la Estación y los galpones cerealeros. Todo lo que aquí transcribo, me fue narrado por don Emilio Pinesse, el 4 de julio de 1989. Contaba este querido amigo, que el problema era la falta de materiales, en especial los ladrillos. En la zona había solamente un “cortador”, de apellido Alcalino. Luego, dos inmigrantes, los señores Llenaris y Llocardi, se dedicaron a la fabricación de estos elementos tan necesarios para llevar a cabo lo programado por la empresa. Todo el cuadro del ferrocarril tenía un cordón perimetral llamado vereda que aún se conserva bajo tierra, lo mismo que la cañería galvanizada, para la distribución del agua. En el año 1910 se instaló una bomba de extracción, en un pozo de 35 metros de profundidad, con la que cubría todas las necesidades de las calderas, los hidrantes, el taller de reparaciones, etc. Ya en 1937 se proveía a un pueblo vecino, para consumo familiar, mediante el envío de vagones tanque, ya que el agua de ese lugar era salada. La localidad beneficiada era Corralito.

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El ferrocarril fue el motor que le dio vida a la región. Fue una lucha titánica para subsistir sin los elementos vitales necesarios que luego cubrió su llegada. Muy poco se ha escrito sobre el tema. Sólo cometarios de quienes “pintan” la historia, sin darle color. Todo lo que personalmente he rescatado referente a esta verdadera gesta, lo pude hacer gracias a los relatos absolutamente realistas, de hombres que vivieron dichos acontecimientos muy de cerca, porque ellos fueron parte misma de la obra. Parte también de ese pueblo que estaba naciendo y que se llamaba “Media Luna”. “Media Luna” era ya una aldea con gran movimiento, con la llegada de gente de distintas razas que poblaban la zona. Ya se comentaba sobre una colosal obra que se realizaría en el lugar denominado “Pueblito Indio”, ubicado en el valle del Ctalamochita. Ya a comienzos del año 1911 el Gobierno Nacional pone en estudio el proyecto respectivo, en donde se contemplaba que la construcción se efectuaría en forma conjunta con la empresa ferroviaria inglesa Central Argentina. De acuerdo a lo que manifestó don Emilio Pinesse, en esos años se registró la llegada de inmigrantes a la zona, en su mayoría italianos y polacos y, según le constaba, los primeros habitantes se instalaron en casas precarias, con techos de chapas de zinc. El primer hotel que existía era de don Carlos Boidi y Dall Ortto. En el pequeño villorrio, las escasas viviendas eran muy modestas. Sólo se distinguían en la incipiente población, las casillas del ferrocarril, el voluminoso tanque elevado para el agua, la Estación, y los hermosos chalets habilitados para el uso del personal jerárquico de la empresa. Todo el material de esta obra era importado, a excepción de los ladrillos que eran locales. Aún se conservan partes intactas de algunas de esas reliquias y otras faltan del lugar, arrancadas o sustraídas por manos anónimas. Don Pedro Cavestri recordaba que el primer jefe a cargo del taller de locomotoras se llamó Harris Bullman. Este “míster” era una persona muy alegre, ordenado en sus cosas y de mucha responsabilidad. Era una delicia comprobar la disciplina, el cumplimiento con mucha eficiencia de todas las tareas diarias encomendadas, la preparación y distribución del personal, compuesto por operarios competentes, ejemplo difícil de imitar. El plantel estaba compuesto por los maquinistas, personas muy respetadas por sus compañeros de trabajo. Pertenecían a la organización llamada Fraternidad. La Unión Ferroviaria está formada por un grupo más amplio de personal, los que tenían otro tipo de tareas, en el llamado “cuadro de la Estación”. Estas dos entidades les brindaban todos los servicios de mutuales. Estas dos entidades llegaron a ser las más importantes del país. La Empresa les brindaba todos los servicios de mutuales. Cada amanecer, todo era esperanza, futuro.

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En su trabajo, cuando una máquina estaba lista para el uso, míster Harris hacia un llamado de campa para que fuera retirada. Esa hermosa campana, que había sido traída desde Inglaterra, desapareció misteriosamente a fines de 1975. En el cuerpo de esta reliquia estaba grabado con letras en relieve: “F.C.C.A. – Río Tercero- 1914”. La misma fecha, también en relieve, se leía en el frente del Taller de Reparaciones de las locomotoras para uso local. Como mudo testigo de la irresponsabilidad de personas que no tienen el mínimo sentimiento para resguardar los recuerdos de nuestra historia, aún se conserva el soporte de dicha campana. La nostalgia vuelve con los relatos de estos dos amigos, Pinesse y Pedro Cavestri al traer a sus memorias, cosas que parecen tan lejanas, como que muchos de los hijos de los empleados ferroviarios estudiaban y otros practicaban en distintas actividades en la Empresa por el sólo hecho de pertenecer sus padres a ella. Añade don Pedro que, cuando “míster” Harris decide retornar a su país por razones de salud, quedó a cargo de las instalaciones el hombre de su más íntima confianza quien fuera trasladado para el desempeño de tan importante cargo: don Antonio Collini. Don Antonio, con el tiempo ocupó distintos cargos en el ferrocarril, como fuel el mantenimiento de las máquinas y el aparcamiento del carbón de piedra para su funcionamiento. Para esta última tarea, muy sacrificada por cierto, contaban con dos personas inmigrantes. Tal como lo destacaban los amigos cuando hacían referencia de su personalidad, don Antonio sentían gran afecto por ellos. Uno, de apellido Gobbo, había estado en la Primera Guerra Mundial y tenían una cicatriz en el hombro izquierdo, como consecuencia de un impacto de bala. Tenían tres hijos. El menos de ellos concurría a la escuela con los dos hijos de su “paesano”, de apellido Brucculli. Uno de ellos se llamaba Primo y el otro Aldo. Llegando al final de esta reseña histórica quiero aclarar que conservo en mi mente todas esas reliquias que me fueron contadas, que pertenecen a todos y que las hago conocer, siendo mí humilde deseo que sean incorporadas como patrimonio de nuestra comunidad. Forman parte de lo que considero un tesoro invalorable, instalado en un museo imaginario y que algunos gobernantes pasaron por la función sin darle importancia alguna. Todo lo que se ha perdido, las campanas de la Estación y del Taller de Máquinas, el motor de la bomba de agua traído en 1910, la casilla comando para el cambio de vías, el predio, de futuro incierto, las estructuras, construidas como para durar eternamente, mudos monumentos que subsisten y resisten el paso del tiempo, obras de aquellas fechas gloriosas en la década de 1910 y tantas cosas. Muchas de ellas pequeñas pero no menos valiosas e importantes, fue debido a la desidia, al poco apego por las mismas, ignorando que formaban parte indisoluble de la historia de nuestra ciudad y sus habitantes. El “cuadro de la Estación”… como le decían nuestros abuelos. Nostálgicos recuerdos de algo que fue motivo de progreso y crecimiento para nuestro querido país, que gobernantes inescrupulosos se encargaron de devastar y destruir, siguiendo órdenes y “recetas económicas” dictadas desde el exterior. En “Esperando el tren”, queda registrado parte de lo sucedido hace tantos años.

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Hay personas que no vienen de cuna de estudiosos, ni pudientes. Son una mezcla de sangre modesta. Son los que, en su mayoría, carecen de recursos. Formados en una disciplina, diríamos, propiamente criolla. Ellos son los que aprecian a su tierra, sus tradiciones, sus costumbres. Personas con un profundo arraigo de fe cristiana, de amor por Dios. Ellos carecen de cultura universitaria quizás, por falta de medios, pero conservan revelaciones grabadas en lo más profundo de su corazón. Todo ello, no es casual, es experiencia de vida, es el fruto de la convivencia y las observaciones, donde se adquiere el conocimiento, a puro instintos y “olfato”. Todo lo escrito por ellos es vivencia. Ellos hablan como escriben y escriben como sienten. Ellos nacieron a la escritura para describir las cosas simplemente, tal vez con imperfecciones, dando lugar a críticas de ciertos “culturosos” que, con su vanidad adquirida en pretendidas teorías universitarias, no reconocen la belleza espiritual de quienes no necesitan de reglas establecidas para expresar la pureza de un pensamiento. Hay una frase de don Alberto Vaccarezza que dice: “El arte nace, en suma, donde Dios quiere que nazca; nadie es quien para enmendar la obra de Dios”. Roberto Britos Río Tercero, 07 de febrero de 2004.

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Presentación – II El contenido de este libro es un homenaje a lo que más se quiere, en la senda que Dios trazó: mis padres, mi esposa, todos mis seres queridos, un grupo de pocos amigos que me apoyaron y con quienes todo he vivido en la juventud y hoy se valora en nuestra vejez. Estos son escritos que tienen raíces, que nos pertenecen como propios, como argentinos; es saber de dónde venimos, donde estamos, cual es la dirección a tomar. Mi abuelo Lucas solía decir: “al callado y manso, nada le quita lo valiente” amar las raíces es amar al Creador que iluminó nuestra existencia, es evocar lo que nos pertenece, es el legado que los argentinos debemos venerar con sumo agrado. Río Tercero, 24 de octubre de 2006; 6:15 Roberto Britos. Dicho por Homero Manzi en 1937: Todo lo que cruzaba el mar, era mejor y cuando no teníamos salvación, apareció lo popular para salvarnos, el instinto del pueblo, la creación del pueblo. Tenacidad del pueblo, mientras lo hacía creaba el gusto necesario para rechazar su propia postura y su repudio a lo que venía de lejos. Por eso yo, ante ese drama, de ser hombre del mundo, de ser hombre de América, de ser hombre argentino, me he impuesto a la tarea de amar todo lo que nace del pueblo, todo lo que llega del pueblo, todo lo que escucha el pueblo. Homero Manzi, 1937.

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HOMENAJE DE ADMIRACIÓN TRIBUTADO A LA REPUBLICA ARGENTINA POR SIR JOSEPH WHITE TODD, PRESIDENTE DEL DIRECTORIO.

En la reciente Asamblea General de los Accionistas de la poderosa Empresa del F.C.C.A. celebrada el 15 de Octubre de 1925 en Londres el presidente de dicha institución, Sir Joseph White Todd, rindió un entusiasta homenaje a la República Argentina, al reseñar la marcha de la Empresa que dignamente dirige, con el aplauso de todo el mundo, Sir Joseph White Todd se expresó en los siguientes términos: “Cada vez que visita la Argentina, resultan palpables y evidentes los progresos que hace el país en todas las direcciones. Allí surge una raza espléndida, orgullosa de sus tradiciones y conquistas y de su porvenir, la que ama y se destaca en los sports y rinde una afectuosa bienvenida a los, sean del país que fuesen, en el mundo es la Argentina un punto luminoso entre las Naciones. “Nada puede detener su vasto y asombroso progreso, que es el destino inevitable del país, porque la Argentina cada día aumentara sus condiciones de granero de Gran Bretaña y de otras naciones que no producen sus propias subsistencias”. Comentó más adelante el incremento de las industrias locales de la Argentina, y dijo que es un indicio saludable de que una nación joven acreciente la producción industrial para proveer a sus necesidades y dependa menos de la importación, y es preferible que el argentino destine su dinero al laboreo de nuevas tierras y extienda su cultivos y la cría de ganado y no que invierta sus ahorros en empresas ferroviarias. “Puedo afirmar a los señores accionistas que, de acuerdo con las últimas noticias telegráficas que obran en mi poder las perspectivas actuales son excelentes y que el área sembrada es algo superior en comparación con la sembrada en el curso de la pasada a cosecha. El resultado de la cosecha será satisfactorio. “Todas las empresas que se dedican a las plantaciones de azúcar dicen que el resultado de la cosecha en la Argentina es actualmente superior a la del año pasado. Los cereales argentinos disponibles se elevaban a millones de toneladas, especialmente maíz.” Al referirse a la exportación de cereales manifestó lo que sigue: “Entre todas las naciones del mundo es hoy día el puerto de Montreal el primer puerto del Mundo para la exportación de cereales y le siguen en orden los puertos de Rosario, Buenos Aires y Bahía Blanca. No pasarán muchos años antes de que Rosario obtenga el primer puesto”. Refiriéndose después a los asuntos de la empresa, llamó la atención hacia la necesidad de electrizar las vías férreas en vista del gran desarrollo del tráfico suburbano. Sir Joseph White Todd reseñó extensamente la visita del Príncipe de Gales a la Argentina, y comentó que ha sido un símbolo de la natural simpatía y no empañada amistad que une a los pueblos de ambas naciones con vínculos de afecto recíproco derivados de la unidad de ideales. “El recuerdo de la visita añadió, perdurará mucho en el tiempo y, pasará a la posteridad”. “Estoy persuadido de que el Presidente de aquella República, doctor Marcelo T. de Alvear; está bien impresionado en lo concerniente a nuestros constantes e ininterrumpidos esfuerzos, pues cooperamos en los adelantos del país al mejorar nuestros servicios y al construir nuevas vías ferroviarias en regiones vírgenes. En todas partes existe la clara evidencia de que en el país existe una verdadera expansión. Puedo confirmar, siguió diciendo Sir Joseph White Todd, las

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observaciones del Dr. José A. Frías de que nuestras relaciones con las autoridades nacionales, provinciales y municipales son, ciertamente, cordialísimas. “Abrigo la esperanza de realizar un nuevo viaje a la Argentina en el curso del año próximo”.

Primera máquina de transporte para balastros, saliendo para Cruz Alta el 13 de abril de 1913, llevaba el material para la construcción de las vías férreas.

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Presentación - III Querido lector: a veces en el sorpresivo silencio, brotan sentidos recueros que regresan a la memoria de quienes aman todo lo que nuestro Creador nos da. Todo eso está sujeto a la experiencia de nuestros mayores, que desde muy pequeños, en esas modestas grandes cosas que es la convivencia, que algunos seres humanos, llevan en su corazón. Lo importante esta en escribirlas con fundamento. Esos hechos verídicos, todo lo que, la vida les enseñó, porque eso es una creación divina de lo cual hay que agradecer por todo lo que de ella recibimos. A Dios gracias. Amigo lector, lo que como conclusión sacarías de este modesto libro, si así quieres llamarlo, es el andar, conocer; sufrir privaciones desde muy pequeño. Estas cosas no se aprenden en lugares adecuados, donde nada falta, donde todo es fácil. Criarse con privaciones por falta de medios. En lejanas épocas era muy difícil, solo en familias pudientes se podía hacer educar a sus hijos en colegios privados, mientras que otros no conocían la enseñanza primaria por falta de recursos. Yo no tuve privaciones en el sentido educativo; me crié con un grupo, con otros en convivencia que pensaban sólo en deambular por esas calles de tierra como el gorrión; mi barra sólo concurrió a la escuela hasta cuarto grado, lo que fue nuestra enseñanza en ese entonces, por eso mis escritos tiene errores, es mi manera de expresarme, pero soy frontal, escribo como siento, lo hago con realismo, soy un veterano con conocimiento de causa, lo he vivido desde mi niñez hasta el presente. Yo me considero un responsable en lo que escribo sobre estas cosas de la vida, aclarando de antemano que todo esto lo viví intensamente con un grupo de amigos, que ya no están por esas cosas de la vida. Ellos fueron mis mejores amigos, en las buenas y en las malas, todo lo ocurrido en esa niñez que disfrutamos por igual en convivencia en aquel pequeño “Pueblito” de mezquinas diversiones. La conducta en el colegio era recta con nuestros maestros. En ese entonces los docentes tenían el apoyo de nuestros padres, era muy importante el respeto mutuo en especial el de los ancianos. Recuerdo en mi niñez aquella bendición nocturna pedida a nuestros padres, ejemplos que se han perdido. Todo esto pasó a ser anticuado según algunos “padres”. El cigarrillo, recuerdo, era debilidad de algunos de mis amigos, pero no en presencia de los padres, era un pecado. Pero no lo deseábamos como a una pelota de goma o alguna entrada al cine de los hermanos Echevarría cuando pasaban alguna “cinta” de Tom Mix o Bud Jones. Recuerdo que esas matinés eran una diversión. Concurrir al biógrafo cuando nuestros ídolos eran mudos. Era poco frecuente algunas veces ver la cinta de estos ídolos de nuestra época (“cinta” se les llamaba a las películas hoy). Recuerdo que mis padres tenían una hermosa “huerta”, que cultivaban todo tipo de hortalizas que con mi hermano más chico salíamos a vender a los hoteles de ese entonces. De la venta de esa verdura nos daban $0, 40 a cada uno de nosotros para, la entrada al cine. En ese ambiente nos hicimos, aquella niñez sin problemas de caros pasatiempos diurnos y nocturnos. Desde los años 28 hasta la década del 30 fue una vivencia fresca, sin maldad, sin vicios de perdición. Nuestros pecados mayores fueron haber robado algún durazno o la rotura de algún guardapolvo en alguna pelea bajo del Tala de la Avenida Argentina y Deán Funes, esquina donde se encuentra nuestra Cooperativa de Luz. Recuerdo, a veces Don Victorio Abrile salía de su fábrica a separarnos de esas peleas bajo de ese “Tala”. Las chiquilinadas terminaban a veces al entrar en la adolescencia, hoy le llaman chicos, en nuestro tiempo nos decían muchachos o jóvenes. El niño es

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“infante” hasta los 8 años; el “adolescente” deja de serlo a los 14 años para ser “joven” mayor, según los entendidos. El “Boliche” en nuestra juventud era una mala palabra, podíamos tomar un café o un cortado en un bar, pero no en el boliche de “cepa” o de “capello”, Si era en la vereda era distinto, en el salón era otra cosa. La diferencia estaba en el lugar. En el boliche frecuentaban: el galponero, los arrieros, era a veces la mezcla del pueblo sin distinción. En mi barra teníamos unas “chirolas” de más, tomábamos algún cortado o alguna “chinchibirra” pero en la vereda.

Fotografía tomada desde la señal del ferrocarril en 1920, calles Bolivar y San Pedro, atraviesan la ferrovía y para a ésta última, la calle Acuña, la principal de Río Tercero.

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HISTORIA Don Modesto Acuña antes de su fallecimiento dona varias fracciones de terrenos para la construcción de una “iglesia convento” y un “parque infantil” para la niñez del pueblo “Modesto Acuña”. Esta hermosa obra se construye a mediados de 1928, terminándose en 1930. Se inaugura el 19 de junio de 1930. Fue todo un acontecimiento para el pequeño villorrio, cada esquina de la manzana tenía su pesebre donde se veía la figura del Niño Jesús. Dentro del contorno del parque había una pista de carreras para autitos de pilín que en esos tiempos eran comunes las disputas de ese tipo de diversiones en la niñez. También había en este lugar; columpios, hamacas, una pequeña cancha de tenis, el palo enjabonado y otras diversiones. Ese 19 de junio se escuchaban por primera vez los altos parlantes de los primeros técnicos en radio “Castagno y Lissas”. Estos famosos crearon la primera propaganda que tuvo el pueblo, llamada “Cylter” la palabra significa, Castagno y Lissa técnicos en radio. Este parque fue una obra de lujo en este tiempo para el pequeño villerío. Al frente de la arcada tenía dos mármoles de Carrara con el nombre del benefactor y la fecha de inauguración. Recuerdo que el jefe del ferrocarril hizo traer los niños de los colegios de las poblaciones de Tancacha y Almafuerte; el tren trajo los niños y después los llevó de regreso, cada uno de ellos recibía una postal recordatoria de esta hermosa obra que nuestro pionero dejó a la niñez de su querida “Media Luna”. Tierras que le pertenecieron y dejó como “Legado” a sus descendientes. Este reconocimiento merecido que no tuvo hasta el presente. Las actividades de este querido parque fueron muy escasas, después de 1930 los vecinos del barrio lo usaban como pasatiempo, organizaban campeonatos de bochas hasta el año 1936. En el año 1932 el señor intendente, Don Victorio Abrile habló con el cura y la propietaria de esta hermosa obra para conservarla haciéndole el mantenimiento por medio municipal por tratarse de una reliquia local no reconocida en la zona, pero no aceptó el señor sacerdote “Company” tampoco la heredera, la señora Zoila. En ese momento fue cerrado por orden de estas personas. Permaneció mucho tiempo abandonado, tapado por las malezas, en lamentable estado de abandono, desapareciendo hasta las baldosas de las veredas y los bancos en distintas partes de esta obra. La mayoría de las familias pertenecientes a la pequeña sociedad de ese entonces, no consiguieron evitar el desastre de esta magnífica obra. Difícilmente haya algo parecido en otros lugares de nuestro país, lo “invalorable”. Para ciertas personas la solución es capricho e ignorancia, la solución la dio la topadora. Querido lector, esta hermosa reliquia la conocí cuando tenía 10 años. Te hablo con fundamento, las autoridades de aquella época hicieron un reclamo sin solución, lo mismo ocurrió con la Estancia “Media Luna”, lugar donde nace nuestra historia local. La vieja Estación, el edificio policial, el Hotel Palace, el viejo galpón de máquinas, el lujoso Cine Cervantes, transformado en cualquier cosa, el templo primitivo de la calle General Paz, la primera Botica Rawson, la primera rampla para los balastros, las señales viales de la entrada y salida de trenes, desarmada por manos “anónimas”, solo se mantienen las torres sin los brazos, mucho tenemos que recordar, algunas antiguas reliquias, pero poco se puede recuperar. Querido lector, esta es la única realidad de lo que sucedió en nuestra querida pequeña población, donde las culturas y las reliquias no tuvieron tanta importancia como sucedió en aquellos tiempos pasados, nunca se supo la realidad, solamente el dónate fue sincero, luego burlado y olvidado. Cual fue la razón cierta de la destrucción de esta joya que le perteneció a la niñez como legado de nuestro benefactor, Don Modesto Acuña.

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Todo esto que viví fue el día más hermoso que disfrutamos esa niñez con escuela de los pueblos vecinos. Si mal no recuerdo, fueron pocos meses que sobrevivió este mundo de alegrías de aquel entonces. Su agonía terminó con la topadora, la razón se conoció, el error también. Hubo quienes se ofrecieron para su conservación pero todo fue en vano. Hoy pasó a ser historia borrosa, incomprensible daño que pudo tener solución, pero la ignorancia pudo más que la razón. Así como este querido parque, se perdieron tantas cosas de importancia que hoy serían invalorables para nuestra niñez porque son ellos los herederos de lo que nuestros antepasados nos dejaron para que en el futuro conozcan, valoricen, cuiden y no destruyan como fue lo que ocurrió. Hay cosas que no tienen sentido que estén en ruinas: por ejemplo, la iglesia primitiva llamada “Galpón” construida y bendecida en el año 1923. Todavía se conservan en sus paredes las hermosas pinturas de un señor inmigrante llamado “Dante Ruboni”. Los cristales en algunos ventanales. Esta reliquia pertenece a un señor que la conserva cerrada con elementos de su propiedad, de esta forma se mantiene en pie este galpón que pertenece a la historia local. Entre estas cosas me hice, con otros de mi edad que ya entre nosotros no están para contarlas, pero yo doy pruebas sin desviarme de la verdad, recordándolas con un homenaje a esa obra maravillosa donde disfrutamos en aquel lejano pasado que hoy gozarían nuestros hijos y nietos. Aquel mundo que en Río Tercero no se conservó. Porqué? No se dieron explicaciones con fundamento del porqué de esa destrucción. Por todas estas cosas recibieron críticas sin fundamento; ¿por qué?, ¿cual es el motivo?, nunca tuve respuestas. En una oportunidad una docente me dijo: estoy de acuerdo con lo que usted escribe, pero no habla de nuestra “geografía”. Señora: yo pertenezco al departamento Tercero Arriba de nuestra provincia de Córdoba, que es la geografía donde nací, que es centro precisamente de esta querida ciudad. En ella me he criado y donde están mis raíces, mis seres queridos, mi amor por esta “Patria chica” fue más allá. Desde adolescente fue recuperar lo que se estaba perdiendo sin usar archivos. Todo lo hice en silencio, otros relatos por versiones de antiguos habitantes que nacieron en el lugar. Conocí troperos como Don Rosario Farias, nacido en Calmayo – Calamuchita, en el año 1886. El gaucho Villalón, nacido en La Pampa en el 1907. Don Napoleón, nacido en 1909, Don Dionisio Caballero, en 1910. A la edad de 8 años escuchaba sus conversaciones y mansamente, con errores de ortografía, recopilaba las vivencias de estos sabios ancianos que yo tuve la suerte de conocer, los primeros fueron vecinos de mis padres. En las noches se reunían con sus compañeros en distintas casas y compartían sus sanas costumbres mateando y jugando al truco bajo la luz de noche. En esa convivencia, con esos ancianos me hice, muchos de ellos ya no están entre nosotros, pero figuran con toda humildad en mis modestos libros para que nada se pierda, porque los pueblos que no tienen historia, tampoco tiene identidad. Toda la creación es amor de Dios, recuperar estas cosas es revivir como el fuego entre las cenizas. Mientras haya brasas, hay esperanzas… Roberto. Don Federico Gauffin entre un grupo de poetas salteños rescató una verdad de otro colega, Don Juan Carlos Dávalos sobre el literato. Dijo Dávalos: el literato es un baqueano de la gramática, los que dominan y se señorean con varias lenguas, son técnicas difíciles, complicadas. Lo que el país necesita, no son literatos; sino escritores que traten y trasladen al papel sus reflejo a base de sinceridad y experiencia, lo que han rescatado de sus vigencias, en su pasado, lo que hay de universal en cada ser humano, lo que hay de bello y característico en cada región, en cada período de la existencia. De todo esto no es otra la importancia de un arte verdadero. Por otra parte, desconfiar de Dios, es tener una antorcha en la mano y actuar por las tinieblas, es un pecado contra el espíritu, es negar la misericordia del bien, la esperanza del

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“mejoramiento” más digno, los que aman, los que esperan, ellos son los hombres de buena voluntad. Querido amigo lector, hay hombres veteranos en años con un acopio de experiencia natural de la vida, jamás con una preparación en lugares cultos profesionalmente tuvieron o recibieron enseñanza. Por esa condición de humildad son marginados por ciertos culturosos. (Rescatado en el año 1932 J.C. Dávalos). Todos los pequeños pueblos en sus comienzos tuvieron sus historias de nacimientos como ocurrió con el ferrocarril, con el progreso que fue la semilla que germinó engrandeciendo el país con obras monumentales, como fue el comienzo de nuestro Embalse de Río Tercero, la empresa inglesa fue el gestor de esta obra con fines turísticos, con aprobación del gobierno argentino allá por el año 1908. Hay una historia ya escrita, luego fue su construcción, que no me pertenece, solo conozco lo que viví, lo ocurrido en aquel lugar donde viví, rescaté con mucho amor ese pasado, que me tocó vivirlo en mi adolescencia que no fue escrita hasta la fecha. “Esperando el tren” mucho tiene que ver con esa convivencia de pueblo en sus comienzos, historias poco contadas, en su mayoría borradas por el tiempo en muchos lugares de nuestro país. Escribir sobre este acontecimiento es recordar un pasado de romanticismo ya olvidado, de una convivencia que poco se recuerda. Solo los que valorizan con melancolía lo vivido, son los que aman el lugar donde están sus raíces, que les pertenece como propio sentimiento de su habitad. “Esperando el tren” fue un deseo, una esperanza, un sentir especial, un encuentro que a veces se acerca con lentitud, que prolonga el deseo con ansias de encuentro. Recordar el pasado de ese pequeño pueblo es simplemente una biografía de una juventud de la década del 40. Es una historia, un comienzo que hoy se conoce escrito con realismo, con amor y sentimiento, todo eso tiene su causa de añoranza que muchos no demostramos por fuera, pero se lleva por dentro con amor pasional. En esa senda natural de la vida amé mucho, como Dios manda. Quiero agradecer a los que me apoyaron personalmente, ellos fueron unos pocos que me alentaban para no abandonar, gracias a ellos y a Dios pude cumplir con mi anhelo. Vale más un amigo cerca que un pariente lejano. Querido lector, no soy un resentido, sino soy un agradecido porque no estuve solo, Dios iluminó a quienes me acompañaron en mi modesta tarea. Río Tercero, 02/10/2004

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Comienzo de la calle Acuña en 1920.

Avenida Argentina (actual Avenida San Martín) en 1931.

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Tipo del primer tren de pasajeros que pasó por Corralito al inaugurarse el tramo Córdoba – Río Cuarto (año 1913)

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ESPERANDO EL TREN

Rescatar hechos perdidos en el tiempo, es recopilar, es darle luz en el momento de escribirlo con emoción, porque son vivencias que poco se valorizan. Su merecido da recordación: amar el lugar donde se habita es amar a Dios, porque todo es creación de Él. – Descubrir estas simplezas que nos pertenecen, es un recuerdo que lo conservo con mucha emoción, algunos pasados en aquel pequeño pueblo que conservo en mis retinas y mi corazón.

Aquellas tardes, las llegadas de los trenes, el bullicio en el hermoso andén, el pregón de los canillitas, es un acopio que está grabado en mí…me siento agradecido y feliz por esta experiencia que llevo en mi interior desde muy joven.- Todo es adquirido en el lugar de lo ocurrido, como lo llamaban nuestros padres y abuelos.-

El cuadro de la estación, terreno ocupado por la empresa “Inglesa” de aproximadamente 800 metros de largo por 200 de ancho, donde nacen y están los nervios de acero que salen en distintas direcciones. – El ferrocarril, en sus comienzos fue el mayor progreso; el movimiento de trenes, en especial el de carga, cuando viajaba a Córdoba con cereales para los molinos de Minetti, tenían un horario especial, esto ocurría después de los trenes de pasajeros. Estos trenes de 3 a 4 cuadras de largo, en el trayecto desde el puente Negro, tiene una pendiente de 35 metros, contaba Pedro Cavestri. – A los trenes de carga pesada les era muy costoso trepar la cuesta cuando había viento Norte, tenía que remolcarla otra máquina en la parte trasera hasta Corralito. – Río Tercero era el “mojón” de llegadas y partidas, con el taller de reparaciones, con mantenimiento de calderas, cambios de frente.

Los empleados de la empresa en el pueblo eran mayoría, sus tareas eran permanentes en toda la zona. Recuerdo la gran sequía que tuvo la zona. – En la vecina localidad de Corralito el servicio de agua era salada; todas las semanas enviaban una locomotora con tanques de agua potable para los habitantes de ese lugar… Recuerdo a los trenes de carga que traían los grandes cajones con máquinas que venían en barcos de Europa hasta el puerto y desde allí hasta este pequeño pueblo.- Era un movimiento permanente; en el cuadro de la estación había dos máquinas que las llamaban “pilotas” de 60 toneladas y eran las encargadas de ordenar los trenes que salían con cereales, ripio y arena para puentes y caminos que se construían en todo el país.- Estos minerales de nuestra zona eran muy buscados por las empresas constructoras del país. Querido lector, el mejor libro es aquel que en pocas páginas dice mucho de lo ocurrido: a través del ferrocarril he conocido en la Fábrica Militar, máquinas importadas desde Alemania, Francia, Italia, etc.; que hoy es patrimonio local, que le dio progreso a esta patria chica, que nos pertenece. El ferrocarril fue el portador; los trenes alimentaban con petróleo traído desde Y.P.F. a nuestras industrias locales. – El material de acero era transportado desde Alto Hornos ubicados en Salta, hasta nuestras fábricas. Lo escrito lo he vivido desde muy pequeño, quiero terminar lo que viví en Río Tercero, en la querida Estación.- El día 9 de julio de 1934, habían llegado trenes de Córdoba y Buenos Aires.- Siempre recuerdo ese acontecimiento lo que fue en Río Tercero los días 8 y 9. – Yo tenía

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14 años. – Escribir estas cosas a veces lo hago por necesidad, que la levo en mí como placer. – De un pequeño diario titulado “El tiempo de Embalse” he rescatado lo que fue la inauguración de este dique, considerado uno de los más grandes de Sudamérica.- Cuenta esa edición que realizó un gran asado en el mismo vertedero, debajo del puente. Amigo lector, escribir estas vivencias, recopilar estas historias olvidadas en el tiempo, de lo que fue el ferrocarril en esos pueblos que se engrandecieron con fe creadora y valorizaron ese esfuerzo como una bendición. Hoy es un reducto de cosas muertas, reliquias de valor incalculable, todo es silencio.- A veces se escucha algún silbato que despierta los recuerdos agonizantes del lugar… todo esto lo llevo en mí desde mi infancia, lo que fue en sus comienzos el ferrocarril en nuestra zona, desde 1913 hasta 1977, hoy es algo para recordar, la “Espera del tren”. Amigo lector, modestamente soy un recapitulador agradecido a Dios por darme luz y fortalecerme y también es historia que enriquece un pasado que pienso que es cultura… que debe recordarse para las futuras generaciones. – Escribir pienso que en mí fue una necesidad de trasmitir lo que rescato y lo ubico con realismo. Los recuerdo, son como el pensamiento, se van alejando con los años. Para algunos, sin importancia. Para otros, son añoranzas que conservan desde niños en su interior. El amor a los padres, al lugar donde se ha nacido, sus costumbres, el primer día de clase, la maestra. La adolescencia.

Puente carretero Río Tercero a Corralito, visto desde el Puente Ferroviario.

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Puente carretero de Río Tercero camino a Corralito al poco de haberse inaugurado en 1924, detrás se encuentra el Puente ferroviario, del Ferrocarril Central Argentino General Bartolomé Mitre.

Puente carretero en la fase de su terminación en 1924, el piso que en un comienzo consistía en durmientes de ferrocarril, fueron donados por la Empresa del ferrocarril.

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Los silbatos de los trenes, el tañer de las campanas de la primitiva iglesia. Este puñado de cosas las he vivido con un grupo de amigos que tenían mi edad, en aquel lejano pasado. Ellos rememoran esa convivencia en el pequeño villorrio de entonces valorándola, a Dios gracias. Nada se puede sentir tanto ni apreciarlo, si no se ha nacido en ese lugar. Sólo se ama lo que se conoce. Porque viene de las raíces mismas del ser. Recuerdo con nostalgia al Río Tercero de antaño. La ancha avenida de tierra. Sus veredas altas, con baldosas sólo en parte de la calle Acuña, en el Hotel Palace junto al buzón y frente de algunas casas en calle Garibaldi y Avenida Argentina. Viene a mi memoria la estación de trenes. En el frente tenía un cerco de ligustrines y en el centro, un enorme algarrobo, el que fue sacado por el señor intendente entre los años 1928 – 1929, desgraciadamente. Hoy, sería una reliquia. Hubo varios árboles autóctonos, entre senderos que cruzaban las calles marcadas para el ordenamiento de un pueblo con futuro incierto. Ese fue el comienzo de lo que denominé nuestra “Patria Chica”. Se llamó primitivamente “Modesto Acuña”. Al norte, se ubicaban los galpones cerealeros. Cercana, como colgada junto al monte, la vieja Estancia. Más al nordeste, el Convento de las Hermanas Carmelitas y el rumor del Ctalamochita salvaje con sus crecidas demoledoras, que sembraban el pánico y la destrucción a su paso. El barrio Norte, fue el cercano testigo en esos años. Lo separaba del barrio Sur las vías férreas que trajeron el progreso a la zona. Junto a la titánica obra del Embalse del Río Tercero, que engrandeció todo el valle de Calamuchita, fueron las principales fuentes de desarrollo en ese tiempo. Todo esto ocurría entre los años 1927 – 1928. Lo recuerdo con emoción, porque lo viví personalmente. Río Tercero es mi pueblo por adopción y le profeso un profundo cariño. Pero todo fue cambiando con el correr del tiempo. Hasta el río. Su encrespada corriente en las crecidas estivales y la mansedumbre en los atardeceres otoñales. Sus paisajes, las barrancas milenarias, el sauzal costero. El vuelo rasante de las golondrinas sobre cristalinas aguas. Toda la paz y el silencio, a veces interrumpido por el canto de los horneros o la estridencia del “Martín pescador”. A veces, se escuchaba en la lejanía el alerta inquieto de los teros. Todo ello formaba parte del paisaje sencillo y cotidiano de aquella época. Cosas simples, de un pasado ya lejano. De un pequeño pueblo que se transformó con el correr de los años en pujante ciudad. Entre otras cosas, fui tocado por esa varita, llamada curiosidad, que en definitiva se constituyó en el motivo permanente de mi investigación.

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Aún no había cumplido los once años y ya integraba un grupo donde casi todos eran mayores, aunque la diferencia de edad no era tan grande. Todos ellos eran nativos del lugar y tenían mayor conocimiento de hechos ocurridos cuando el pueblo recién se estaba formando. Lo recordaban con lujo de detalles. Con todo empeño traté de memorizar y luego tomar nota, sin saber en ese entonces realmente por qué lo hacía. Estos compañeros que menciono, concurrían al mismo colegio. En ese entonces eran dos los Establecimientos Uno, llamado “del tala” ubicado frente a los bretes del ferrocarril, sobre la calle Córdoba. La señorita Villarroel, era la maestra a cargo. Me parece ver la campana, colgada en un viejo tala. Las habitaciones de una vieja casa, propiedad de un señor de apellido Carranza, servían de aulas. Con el paso de los trenes, vibraban los techos de zinc, como si hubiera un movimiento de tierra. La enseñanza se impartía hasta tercer grado. En este querido colegio tuve mis primeros amigos: Horacio Torrado, el “negro” Benavídez, Juan Ossés, el “gringo” Brocanelli, el “lulo” Gigena y otros. A todos los recuerdo con inmenso cariño. En su mayoría, pertenecían al barrio Norte. La disciplina era severa cuando estaba el esposo de la señora maestra. Pero era otra cosa en su ausencia. La intervención de los padres, con su rectitud, era importante y contribuía a ayudar a los docentes.

Después de mi paso por esta escuela, mi madre me matriculó en la Modesto Acuña, establecimiento por el que pasaron tantas generaciones y renombrados personajes del orden provincial y nacional y del cual guardo en mi corazón imborrables recuerdos.

Aún tengo presente a la señorita Livia Torres, a la señorita Novillo, al profesor Vera Varón, a don Bernardo Acuña. Con el transcurrir del tiempo, se creó otra escuela. Esta era hasta sexto grado. Luego, hasta una nocturna.

Pero, desgraciadamente para la mayoría de los que comenzamos el primario año antes, no nos fue posible asistir.

Muchos ya trabajaban en el campo y los demás lo hacíamos en distintas tareas cotidianas, por lo que significaba ya un sacrificio muy grande para todos. Algunos lo intentaron.

Otros, por timidez y miedo al ridículo de sentirse ya algo maduritos con respecto a sus ocasionales nuevos compañeros de grado, desistimos. Era una época muy dura y difícil.

Ahora que caigo en la cuenta, fue la tremenda crisis mundial, causada por la recesión y que también había afectado al país.

Algunos, hijos de familias más pudientes, viajaban todas las mañanas por tren a la ciudad de Córdoba para continuar sus estudios.

Esto ocurría en los lejanos años, entre 1930 -1933. Lo curioso de lo que estoy contando, era que en ese entonces pertenecíamos todos a la misma “tanda”.

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Mantuvimos esa unión, confianza y amistas a través del tiempo. Era una amistad sincera, familiar, de pueblo chico donde todos nos conocíamos, como

ocurrió hasta hace poco.

Personal de la Estación Ferroviaria Río Tercero, en sus comienzos. Sentado a la izquierda Sr. Godoy, ver “Historia de mi pueblo”, Roberto Britos, 1995, pag 49. NOSTALGIAS

Al terminar mi cuarto grado, comienza otra etapa. Mi hogar era de origen humilde, pero no faltaba nada. Éramos cinco hermanos. Mi hermana más pequeña, apenas caminaba.

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Mi hermano mayor trabajaba en ese entonces en la magnífica obra para la construcción del embalse del Río Tercero.

Yo, era el segundo. Vivía de ilusiones. Los otros dos, eran muy jóvenes. Ayudaban a mi madre en nuestra casa. Mi querido viejo era contratista de algunas empresas constructoras de puentes y caminos. Enviaba por ferrocarril ripio y arena que eran utilizados en la carga de ese material en los

vagones. Era una faena dura, pero entretenida. En nuestra familia reinaba la paz, como una bendición de Dios. Los años pasaron y con la llegada de nuevos habitantes, fueron cambiando muchas cosas. Nuestra juventud se fue fraguando como el metal. Seguimos manteniendo aquellas limitadas diversiones. Pero todo iba cambiando paulatinamente. Entre nostalgias, acuden a mi mente las tardes soleadas, la llegada de los trenes. El primer camión regador refrescando calles y aplacando el polvillo fino que se levantaba

con el viento. La “Propaladora Stentor”, de los hermanos Boidi, dando la hora local y la italiana, entre la

música y la propaganda. El “tano” Betti, que controlaba su reloj con números romanos y luego pregonaba sus

productos, como los caramelos Mú-Mú, pastillas Capitán Kid, molinillos de celuloide que giraban enloquecidos y otras tantas cosas que hacían las delicias de los niños.

Don Juan, aquel misterioso personaje que un día recaló en el pequeño pueblo, ganándose el aprecio y respeto de la comunidad.

Hasta los pequeños le demostraban su cariño. Lo rodeaban para escuchar con mucha atención sus relatos, mientras él mateaba

tranquilamente junto a su pequeño perro. Este señor, a quien recuerdo con cariño, predijo en la década del ´30 lo que iba a ocurrir en

Río Tercero. Entre las cosas que dijo, es que se llegaría a hablar de millones y trillones, en términos

monetarios. Que Río Tercero, llegaría a ciudad. Que las casas tendrían electricidad provista por la gran usina de Embalse. Aún está presente en las conversaciones de viejos habitantes del lugar, quienes lo evocan

como un hombre bueno. Algunos, sin conocerlo, lo trataron de mentiroso, de loco. Hoy, Juan Pedernera, que así se llamaba este señor, prevalece a pesar de los años. Está a la vista: Sus predicciones se cumplieron exactamente. LA VUELTA DEL PERRO De acuerdo a lo que supieron contarme don Napoleón Maldonado, nacido en 1909 y don

Dionisio Caballero, en 1910, cuando el lugar aún se llamaba “Media Luna”, las pocas jóvenes de esa época, hablo del año 1913, acompañadas de sus madres y hermanos, concurrían desde sus casas directamente a la estación de ferrocarril para esperar la llegada de los trenes.

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Luego, todos regresaban a sus hogares. Era como un rito que se cumplía puntualmente. Quien más vivía cerca de la estación era la familia Boidi. La familia Dall´Orto, dueña del primer hotel. La familia Capello, de la primera “fonda”, que así se denominaba a los lugares donde se

expedían bebidas y servían comidas a los parroquianos. DON EMILIO PINESSE Llegó a este pueblo en 1906, cuando contaba con 14 años de edad, traído desde Italia por

una tía, quedando bajo la tutela de don Carlos Boidi. Durante su adolescencia se educó y trabajó en el lugar. Emilio, fue una de las personas que más conoció de la historia del pueblo en ese entonces. Según su relato, la famosa “Vuelta del Perro2 tuvo sus comienzos entre los años 1928 a

1930, cuando nace la primera propaladora, llamada CUTER, que alegraba las tardes con música y algunas noticias.

Todo esto coincidía con la llegada de los trenes. Fue una época de tardes románticas. Empezaron a conocerse los apellidos de personas que luego tendrían trascendencia: Cuellos,

Verón, Quiroga, Ricardi, Sosa, Torres, que pertenecían al barrio. Por parte del barrio Sur: Pinesse, Mandrino, Capello, Gigena, Donna, Britos y otros. El “Nene” Cavestri, destacado bailarín de esos años. Desde la década de 1930 a 1940, se incrementaba el movimiento comercial y, por lógica

consecuencia, la “Vuelta del Perro” adquiere mayor importancia. Recuerdo las tareas primaverales. El andén de la estación de ferrocarril, era la cita obligada. Encuentro y murmullos de todos los días. La llegada del expreso “Comechingones”, con su “morocha” locomotora largando soplos de

vapor, como pidiendo un descanso, era el motivo de la concurrencia. Los días viernes, este tren traía turistas de la Capital Federal, los que se alojaban en los hoteles “Palace” “Victoria” y “Universal”, visitaban la zona y luego regresaban el día domingo en el mismo convoy.

Todo era bullicio. Mientras, la máquina tomaba un merecido descanso, aplacando su sed en el hidrante. A las 19,45 horas era el turno del “Colorado” que venía desde Río Cuarto. Luego, el que hacía el trayecto desde la ciudad de Córdoba, del que descendían los

comisionistas Pautasso, Quiroga y Rasin, trayecto los encargos que le efectuaran los comerciantes locales.

El “turco” tenía un cliente tintorero que le encargaba el planchado de los cuellos de las camisas con almidón, trabajo que solo lo realizaba un “paisano” suyo de Córdoba.

Este elemento, era usado por la juventud de entonces. Tenía un broche, que iba agregado en la parte de atrás del cuello. Entre ir y venir incesante de la gente por el repleto andén, se podía distinguir al señor

Ramírez, un distribuidor de revistas y diarios de Córdoba y Buenos Airees, esperando sus paquetes para iniciar el reparto.

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Más allá, formando un alegre grupo, mis amigos de la infancia: los “canillitas”. Los hermanos Arcos, el “Foca” Maldonado, los Gallardo, Andrada y el famoso Mario “El

Gordo” Granados. Los más pregoneros eran los hermanos Arcos, Juan y “Benturpin” Gallardo. Todo ello, constituía la rutina diaria con la llegada de cada tren. Infaltables en esa historia, los taxistas; ¿cómo olvidarlos? Eran parte inseparable de un paisaje típico de ese pueblo tranquilo y feliz que se asomaba tímidamente al progreso. Los hermanos Martínez, Libares, Libro, Padula, Brocanelli y otros. Ellos formaban parte de un grupo de buenos amigos, los que, además de ganarse la vida, cumplían otra función muy importante: transportaban y al mismo tiempo servían de guías a los turistas pudientes que nos visitaban, haciéndole conocer y disfrutar las bellezas de nuestra zona y de las serranías del Valle de Calamuchita. Completaban ese panorama, los changarines, con sus rústicos carritos tirados por dos caballos: Don Marinelli, Benito Frutero y don Sastre. Todas las encomiendas de poco peso eran llevadas a domicilio por estos queridos viejos. Hoy, he querido rendir humilde homenaje a toda esa gente, sin distinción de tareas. Porque también forman parte de nuestra simple historia. En la “playa” del ferrocarril, dos pequeñas máquinas de 60 toneladas cada una, llamadas “pilotas”, hacían los movimientos de vagones ordenando los trenes de carga. Mientras, era una gran plataforma giratoria, se cambiaba de dirección a las locomotoras, ya sea para el este o el oeste, según fuera su destino posterior. Los trenes “cargueros” permanentemente salían hacia Córdoba, Rosario y Buenos Aires, con cereales para los molinos y ganado para los frigoríficos. Con el comienzo de la construcción de lo que sería posteriormente la Fábrica Militar, fue tanto el tráfico de trenes que se debieron agregar coches en los convoyes de pasajeros a fin de poder viajar con comodidad hacia Rosario y Buenos Aires. Con la partida de los trenes, con el atardecer llegaba el silencio y en medio de él, se destacaba el quejoso andar de los motores en la usina eléctrica de la Italo Argentina, despertando a las lamparitas que, distanciadas uno de otras por las esquinas, iluminaban con mezquina luz las tranquilas calles. Así, llegaba la noche en el pequeño pueblo. Con ella, se podía oír el triste llamado de la sirena del viejo Cine Real, anunciando las funciones cinematográficas de todos los viernes. Hace de eso tantos años… Según el anuario del diario “Córdoba” en esa época Río Tercero tenían 2000 habitantes.

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VIVENCIAS El 7 de octubre de 1944, don Pedro Marín Maroto viajó a la Capital Federal para concretar con el señor Presidente de la Nación, Gral. Pedro Pablo Ramírez, una entrevista que había sido previamente solicitada. En ella, nuestro pionero y visionario insistiría, entre otras cosas, para se concretara la construcción de los canales de riego, lo que significaría traer el progreso para toda la zona. Otra de las gestiones a llevar a cabo, era solicitar el refuerzo, mediante la incorporación de “coche- -motores” en épocas de vacaciones, para que el personal de la Fábrica Militar, en su mayoría venido de distintos puntos del país, pudieran desplazarse con comodidad. Lamentablemente, luego de esa reunión de fundamental importancia para nuestro pueblo, lo sorprende la muerte en plenas gestiones. Esto ocurre el 10 de octubre de 1944. Don Pedro solo tenía 57 años. Fue una pérdida muy sentida en toda la región ya que con él desaparecía un hombre de una honestidad, temple y pujanza admirables. Quiero hacer resaltar al querido lector que en aquellos años, el transporte era muy incómodo. Para viajar, especialmente a la ciudad de Córdoba, de donde era oriunda una parte importante del personal que trabajaba en Fábrica Militar, lo hacían por tren. De allí que este medio era prácticamente imprescindible. Debido a la llegada de gente que se ocupaban en las distintas industriales, aumentó la demanda de lugares donde vivir. Es por eso que las pensiones estaban con su capacidad colmada y escaseaban asimismo las casas en alquiler. Era el precio que debía pagar el que fuera un pequeño pueblo y que, debido al progreso, se estaba transformando y creciendo rápidamente. Como dije, los viernes eran los días de mayor movimiento. La llegada de los distintos trenes expresos constituía el motivo obligado de cotas y encuentro, en la calle San Martín, en el kiosco del cieguito o en el otro, cuyo dueño era el “Gordo” Granados, ubicado en Alberdi y Garibaldi (hoy Libertad). Pero, el de “Cieguito”, fue el de mayor clientela. Dos de mis amigos, muy conocidos por todos, siempre lo visitaban. Eran Emilio Pinesse y Estaban Ravetti. Cuando el “Mono”, que así apodaban cariñosamente este último, se destacaba como extraordinario futbolista en Instituto Central Córdoba y aparecía en los diarios, el “kiosquero” recortaba las páginas y las pegaba en las pequeñas ventanillas, para que todos las vieran. Otro personaje que siempre acudía a los andenes era un señor apodado “Cebollita”. Siempre vestía impecablemente. Misteriosamente, un buen día desapareció. Nadie supo cual fue su fin. EVOCACION Desfilan por mi mente tantas cosas. Mi modesta pluma es un simple nexo para llegar a un pasado al que pretendo rescatar de la nebulosa del olvido. De ahí mi esfuerzo por dejar registrados hechos que para algunos parecieran no tener importancia, pero que a muchos pueden ayudar, haciéndoles valorar sus raíces.

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Es por eso que quiero dar paso a la evocación: Evocar a ese amigo, del tiempo en que aparecieron los cigarrillos “Gavilán”. Ese que, antes de la llegada del tren, se deleitaba fumando e inundando el ambiente con el aromático tabaco, mientras disimuladamente observaba a una coqueta damisela, haciéndola sonreír con un guiño casi imperceptible. Evocar los peinados brillantes de los muchachos, donde abundaba la “Glostora” y la gomina “Brancatto”. Los “asaltos” en los pequeños salones. Los “vermouth” en el viejo “Real Cine”, servidos con una “batería” de berberechos y maní japonés. El moscato “cortado” con Pineral o Amaro Monte Cudine, en los “boliches” de Capello y don Cepa. El tiempo del agua florida. De los perfumes “Atkinson”, “Sueño Azul”, “Aromas del Cairo”, “Mi Clavel”, “Maderas de Oriente”. Los inolvidables partidos de fútbol entre los dos eternos rivales, 9 de Julio y Atlético. Desde el año 1927 en que nacieron los “Patriotas”, los “Piratas” no podían ganarles. Recién pudieron hacerlo allá por 1945, con un gol de tiro libre ejecutado por Adelmo Salguero. El Club Atlético tuvo grandes figuras, como Esteban Ravetti que, como ya dije anteriormente, fue un extraordinario jugador, de fama nacional. En el mismo Club hubo otra grande, “Pito” Gigli. Fue llevado por Quilmes de Buenos Aires, donde se destacó por varios años. Muy a menudo, pasaba las vacaciones en su pueblo natal. Pero, ni cuando contó en sus filas a estos valores, Atlético pudo ganarle a la escuadra de 9 de Julio.

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SIGNOS DE PROGRESO No es casualidad que Río Tercero haya llegado a ser la ciudad más populoso y progresista del departamento Tercero Arriba y una de las cuatro más importantes de la provincia de Córdoba. Desde que era un pequeño caserío a la vera del bravo Ctalamochita, ya se advertía el deseo de sus habitantes de progresar. Pero ello no hubiera podido concretarse, de no contar con la visión, el tesón y la capacidad de hombres que lo dejaron todo, sin medir los sacrificios que les podría costar emprender tal desafío. Fueron sin duda, don Modesto Acuña y don Pedro Marín Maroto. Don Modesto, dueño de las tierras que componían la estancia, fue quien comenzó la titánica obra de proyectar, diseñar, realizar el trazado y presentar ante las autoridades provinciales correspondientes los planos de la futura población, aprovechando que a partir de 1910 se estaba llevando a cabo la extensión de las vías férreas, desde Cruz Alta hasta la ciudad de Córdoba. Aprobado su proyecto, fundó el pueblo “Media Luna”, el 9 de septiembre de 1913. Una muestra de su gran modestia la dio cuando el Gobierno de la Provincia, en justo reconocimiento a su labor, designó a la población con el nombre “Modesto Acuña”. Don Modesto declinó tal honor, solicitando que se llamase “Media Luna” o “Río Tercero”. No obstante ello, como dato curioso para el lector, oficialmente nuestra ciudad, se sigue llamando “Modesto Acuña”. Como dato curioso y para que se ilustre el lector, debo consignar que la empresa de ferrocarril designó a la estación, “Río Tercero”. Pero, al poco tiempo, se quitó ese nombre, para pretender inmortalizarla con otro: “Hirdson”*, en homenaje quizás, de algún ignoto empleado inglés. *Ver el Diario “Los Principios” del miércoles 7 de julio de 1943, en la note “Don Modesto A. Acuña, Fundador del Pueblo es Recordado Siempre con Gran Devoción”. Debido a gestiones, don Pedro Marín Maroto hizo valer la voluntad del fundador, anulando las pretensiones de lo que definió como: “Cierto elemento y osadía de caudillejos”. Acaecido su fallecimiento en 1915, fue su yerno, don Pedro Marín Maroto, el continuador de su obra. Promocionó y vendió el loteo entre los pobladores de la zona a precios accesibles y con grandes facilidades de pago, según comentaba entusiasmado, iba a transformarse en una gran ciudad. De espíritu emprendedor, logró que se instalara en el pueblo la Fábrica Militar, donando a la Nación, las tierras necesarias para tal emprendimiento. Esto significó una verdadera explosión de progreso. Debido a la magnitud de las obras, la década comprendida entre 1930 a 1940 fue la de mayor consumo de ladrillos que se recuerde. Hubo cuatro fabricantes en la zona, pero se debió recurrir a los pueblos vecinos, de donde se los transportaba en camiones y carros. El cemento portland y el hierro eran traídos por ferrocarril. Dos grandes empresas fueron las encargadas de las construcciones: Gepel y Candía y Soncines. A la primera le correspondieron la construcción de los grandes edificios de talleres, oficinas y el cuartel.

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Todo esto lo cuento porque, ya en mi juventud, fui protagonista y viví estos hechos. Conozco a Fábrica Militar desde sus cimientos. Sé, hasta en donde está ubicada la piedra fundamental. Una vez en producción, se constituyó en fuente de trabajo para miles de personas. Luego vino la construcción del barrio destinado para alojar al personal de ingenieros, técnicos y operarios, el Policlínico y el Club Casino. Fue una obra imponente. Además de la fabricación de armamentos y municiones para las Fuerzas Armadas, se elaboraron elementos de uso civil, como vagones y repuestos ferroviarios, camisas y trépanos para pozos petrolíferos que fueron motivo de orgullo, por ser de mejor calidad que los importados. Humildemente, me siento orgullo de haber mi aporte para que esos logros se plasmaran. Un 3 de junio de 1943, ingresé a esa querida Fábrica, en donde trabajé por espacio de 39 años. Toda una vida. Con el tiempo, se sentaron las bases para el desarrollo de proyectos, lo que significó que industrias de todo tipo se crearan alrededor del complejo fabril. Es así, que tuvimos el orgullo de contar con productos de excelente calidad y además mano de obra calificada. Sobresalieron además personas que demostraron su ingenio con inventos de gran utilidad, la mayoría de ellos patentados.

Inauguración y colocación de la piedra fundamental de la Fábrica Militar Río Tercero, 30 de enero de 1938. El Gobernador de la Provincia de Córdoba, Amadeo Sabattini, coloca una paleteada de cemento sobre la Piedra Fundamental.

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Personal de la Estación Ferroviaria Río Tercero y habitantes del pueblo en 1916.

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SEGUNDA PARTE LA PATRIA CHICA

Pueblo chico, Pequeño cofre de mis recuerdos. Rodeado de naturaleza, de árboles autóctonos. En la esquina de la Avenida “Argentina” (hoy San Martín) y Garibaldi (hoy Libertad), donde hoy se encuentra un bar, hubo un enorme tala y una de las primeras casas de familia. Frente a la avenida, esta hermosa propiedad pertenecía al comisionista, señor Pautasso. Era la única vivienda del lugar. Desde Garibaldi hasta Vélez Sársfield, eran todos tapiales. Las enredaderas “damos de noche” los cubrían en parte, inundando el ambiente con su suave perfume. La ancha avenida no tenía aún los canteros centrales. Desde la estación de ferrocarril, se podía observar el paisaje sureño y el viejo tala de don Dominidiatto, nuestro primer zapatero. Su casa estaba cercana al matadero de don Otto Hutter, el carnicero, que atendía en calle Vélez Sársfield. Sobre la misma calle y a pocos metros de la oficina telegráfica, supo haber una tienda de un señor libanés. Recuerdo que este señor tenía una especie de botellón de donde salía una larga manguera. En su interior, se producían burbujas. Luego, él “chupaba” de la boquilla que estaba en el extremo de la manguera y largaba bocanadas de humo. Lo explico a mi manera, porque no conocía el mecanismo ni el funcionamiento de ese raro “aparato”. Me produjo una gran curiosidad. Con el tiempo, supe que se llamaba “narguile” o algo parecido. Frente a esta tienda, Vélez Sarsfield era una calle desierta, sin edificaciones. Por el lugar cruzaban huellas de un antiguo camino. Hoy, es una de las más importantes y transitadas de la ciudad. Las calles de Río tercero, querido lector, siguen manteniendo un romanticismo especial

PROSIGUE LA HISTORIA. En la entonces calle Garibaldi, donde con el correr del tiempo sería el centro, se destacaba la casa de un maquinista de ferrocarril, de apellido Bellavista. Este caballero era famoso por sus rosales y los injertos que realizaba, obteniendo flores de distintos colores, de una misma planta. Despertaba la admiración de todos los que pasaban por su frente. Cercano a este lugar, se encontraba la panadería “Esperanza”, donde había uno de los sauces más frondosos del lugar. Cubría con su sombra la casa de don Colón, vecino faenador de cerdos, lo mismo de don Benito Frutero.

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Este señor español se destacaba por los embutidos llamados “chorizos colorados”, un verdadero manjar para completar los famosos “pucheros” y eran, sin lugar a dudas, los preferidos por la pequeña comunidad. Al frente, media manzana pertenecía a la familia Maschio. El jefe de familia, además de ser herrero de profesión, era músico de banda. En lo alto del molino de viento habían fabricado una glorieta donde, en las noches de verano, deleitaban con la música de sus roncos instrumentos, hasta las 0 horas, en que la “Italo Argentina”, la usina que proveía de energía eléctrica, paraba sus motores.

LAS FIESTAS – LA BANDA – PERSONAJES – COSAS PARA DESTACAR En calle Garibaldi, hoy Libertad, supo estar la carnicería de don Piccioni, en cuyo frente se destacaban dos enormes palmeras. Después que este señor se mudara, ocupó la vivienda una familia de apellido Russo. El lugar pasó a llamarse entonces “Las palmeras de los Russo”. Actualmente, está ubicado el edificio donde funcionaba la hermosa sala del ex “Cine Río”, hoy convertido en cualquier cosa. Cerca, la carnicería de don Sosa. Pegada a ella, la casa y la tienda de un señor de apellido Babá, de inconfundible nombre, dueño de todos esos locales. Don Babá, tenían dos hijas. Una de ellas, toda una belleza. Esta “turquita” tuvo un idilio con el “cuidapalos” de la escuadra del recién nacido Club Sportivo 9 de Julio, equipo donde jugaban los cinco hermanos Moriondo. Don Babá, no estaba de acuerdo con el noviazgo. El tendero no permitía la presencia del “galancito”, ni siquiera hasta la planta de paraíso frente a la casa de Don Picotto, donde eran los encuentros de estos dos jóvenes. Llegó a tal extremo, que la pobre “turquita” no podía salir de los límites de la oscura tienda. Rolandi, se llamaba el galán soñado por la niña de los bellos ojos. No soportaba más esa situación, planearon fugarse. En un descuido del celoso progenitor, tomaron un taxi, de esos cuadrados que existían entonces, marca “Wipper” y se dirigieron a la localidad de Tancacha, con la decisión de casarse. Pero, al ser menor de edad la joven, necesitaba la autorización correspondiente. Ante este hecho, tuvo que intervenir un “lord mayor”, presidente del Club. Don Babá, le dijo muy serio al galancete. -“Turco no dar consentimiento gratis para casar hija”. “Si usted paga cien pesos, si. Turco da consentimiento”. Los “patriotas” tuvieron que hacer una colecta para reunir el dinero y de esa forma solucionar el problema del consentimiento. Esto ocurrió en el año de 1928.

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Foto tomada desde los altos del chalet “Villa Elisa” de don Modesto Antonio Acuña en 1923. En la actualidad, en el lugar que ocurrió este hecho existe una casa de comercio que hace esquina, entre Libertad y Sarmiento, en una cuadra de unión con calle Acuña. Esta calle, tiene un “centinela”. En un tiempo, fue el más alto del pueblo. Esta obra, la dirigió un arquitecto local, en el año 1910. Alimentaba las calderas de las locomotoras del ferrocarril que trajo tanto progreso a lo que en su momento fue un querido villorrio. Me estoy refiriendo al tanque de agua. Según versiones de antiguos habitantes, el señor que hago referencia se llamó Sachetti, el mismo que proyectó la base del monumento al General don José de San Martín. Aún se conservan, además, obras de gran belleza, erigidas como panteones para difuntos de familias importantes, en el cementerio local. Querido lector: Recordar estas cosas, me trae nostalgias. En ese pasado, hay personas que merecen figurar en un rinconcito de esta historia. He tratado de investigar en silencio y luego dejarla escrita, para que, nuestros hijos y nietos la conozcan y la disfruten. Porque pienso que también es hacer un aporte a la cultura. Si no se conoce, se pierde. Mi anhelo fue siempre recuperar lo que se pierde por falta de amor a lo que Dios nos da. Escomo si se desconfiara de nuestro Creador. El poeta, don Juan Carlos Dávalos, dijo:

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-“Lo que necesita nuestro país no son literatos, sino hombres realistas, escritores que reflejen a través del papel vivencias, a base de sinceridad y experiencia, lo que hay de universal en cada ser humano. Lo que hay de bello y característico en cada región, en cada período de la existencia. Son ellos, solamente los que nutre estas cosas y no otros. Y no es otra la importancia de todo esto. Es un arte vernáculo. Por otra parte, no hacerlo, es como desconfiar de Dios. Es como un pecado contra el espíritu. Equivale a la negación monstruosa de la misericordia del bien y de la esperanza. Significa negar la posibilidad de mejoramiento que sueña nuestra raza humana cuyos representantes más dignos son siempre los que creen, los que aman, los que esperan. Es decir, los poetas, los que hacen. Son los hombres de buena voluntad. Ellos son los de revelación de hechos reales. ¡Cuántas cosas se perdieron para siempre! Todo lo que ellos llevan en su corazón y en el recuerdo, yo lo considero un tesoro intelectual inexplorado. Original, profundamente interesante. Es una creación divina que nace en ciertas y determinadas personas”. Esto sucedió en el año 1929, cuando don Juan Carlos Dávalos, a un grupo de poetas, entre los que se encontraba don Federico Gauffin, habló sobre ciertos individuos que escribían sus vivencias, claras, transparentes, como el cristal puro. Ellos, no se consideraban escritores, son realistas. Lo que ellos recuperado es, en su mayoría, vivencias, no imaginación. Tampoco se consideraban literatos de fina gramática. Al respecto dijo don Juan Carlos Dávalos. -“Ellos no son los baqueanos que se enseñorean con técnicas difíciles”. Este modesto libro está dedicado a los que creyeron y me apoyaron en estas cosas tan bellas, como el sentimiento que llevamos en nuestros corazones. Recuerdos de aquella juventud del ´40. Tiempo romántico, con su pasado de gloria, rodeados de nuestros seres queridos. Aquellos tiempos en que los trenes anunciaban, con sus silbatos, la llegada a los andenes. Luego, la partida y el silencio crepuscular, tendiendo su manto. Mientras los foquitos, con su luz mezquina, despertaban con pereza, al amparo de la soledad.

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AÑORANDO EL PASADO BIOGRAFÍA EL BOYERO

Las personas templadas en la fragua de la vida poseen en su vejez un caudal de conocimientos, experiencia que desde niños se van haciendo en cada sol, de cada día. Luego llegan a la madurez con dureza natural; cada uno de esos “seres” es producto de una escuela distinta; gravada llevan en su corazón las vivencias que pocas veces revelan, conocimientos de hechos de importancia que no los cuentan, a veces por respeto o prudencia, son sinceros, observadores, cuidan sus palabras, pocas para no cometer errores; no conocen la vanidad son hombres modestos talentos, seres que han vivido mucho; tienen virtudes que no le dan importancia, todo eso es un cultivo, experiencia de la vida: todo eso es obra del Maestro Creador, es un Don divino de determinadas personas. Ellos son marginados por ciertos teóricos universitarios que dicen ser de cultura, prevalecer, pero son vacios de sentimientos. En mi andar conocí a muchos a-doctorados de lustrosas placas, hábiles políticos, usureros, explotadores, todos ellos son hechos en rescoldo de la leña de vaca; no engordan la tierra, solo hacen humo, todo lo de ellos es patraña. Te digo esto porque algunos de ellos se hicieron en la misma escuela primaria, luego por esas cosas de la vida, fueron distintos los caminos. Algunos de ellos se educaron en lugares adecuados de acuerdo a la situación familiar. Querido lector, no tengo resentimiento ni guardo rencor; Dios iluminó mi escaso saber, pero más mi modesto sentir. Hay quienes tienen cultura, pero no sentimientos. Habían terminando clases y con ellas grado; era toda la enseñanza en ese entonces, el futuro era otro camino que unos pocos conocían, algunos desde muy pequeños. La cosecha, junta de maíz, acompañando a sus padres, algunos de ellos eran de mi edad, que a veces me contaban respondiendo a mi curiosidad. Lo sacrificada que era esa faena en la soledad del campo. Las escarchas de los crudos inviernos. El negro Humberto que contaba con lujo de detalles el trabajo que hacía su madre y hermanos, me contaba de la maleza en el rastrojo, arrastrándola por el surco con su panza briosa. Yo lo escuchaba sin conocer; pero notaba en él otra dureza en su manera de ser. Sentía respecto por su humildad, a veces dudando de sus narraciones, pero Humberto tenía sobrados motivos para contar esta historia que ya conocía desde “Boyero”. Se hizo en esas tareas junto a su madre y hermanos. Yo tuve la suerte de conocer a esta familia. Maravillosa mujer, doña Genera fue madre de cuatros varones y una mujer, uno de ellos fue mi personaje conocido como el gordo del “Kiosco” de nombres: Mario, Ramón, Humberto y Kecho. Los Granado fueron una familia que recuerdo siempre con cariño, por los pasados momentos muy felices en mi adolescencia. Con todos ellos compartí momentos de convivencia que aún conservo a pesar del tiempo transcurrido, doy gracias a Dios por ese pasado compartido con esta familia hoy reviven en esta “biografía” como un “regreso” nostálgico de un pasado que siempre recuerdo y que hoy gracias a Dios por ese aprendizaje que aún conservo físico y mentalmente con salud y fortaleza. Una mañana sin compromisos de deberes de colegio, mientras regaba la pequeña huerta de mis viejos, le digo a mi querida vieja. Mamá no querés que te venda verdura, me contesta “negro” no

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está mal la idea. Al día siguiente compré dos canastas, una para mí y otra para mi hermano, pero la de él era más pequeña. Desde el tanque australiano hasta la quinta mi padre construyó un canal de riego de las hortalizas, el agua del mismo volcaba en el tanque de un tubo de cemento, donde mi madre lavaba todas las verduras para la venta. Recuerdo que por la venta nos daba 0, 40 centavos ha cada uno, para la entrada al cine Cervantes, en sus comienzos de los hermanos Echevarría, momentos en que el cine era mudo. Una tarde mientras mi madre, preparaba la canasta para la mañana siguiente, con las verduras para los clientes, me decía anda “negro” que en el corral está el potrillo de “Galiardi” refiriéndose al caballo de un sodero que por la tarde lo largaba y venía a mi casa, entraba al corral y se peleaba con un “moro” que tenía mi padre y como consecuencia de ello los demás animales se tenían que añejar de su hábitat.- Todas las tardes después del reparto del sodero, el potrillo efectuaba su visita; el mismo tenía una cola larga como para colgar varios peines, hasta que una tarde me dice mi hermano más chico: yo lo voy a agarrar con azúcar y vos le atas esta lata, era una lata vacía de 20 litros de nafta “Energina”, la de la cruz “esvástica” alemana, cuando estuvo bien atada de la larga cola, mi hermano le pegó un alpargatazo; el rosillo al tocar el garrón salió como una luz a las patadas, buscando la calle Garibaldi, el rosillo tocaba en parte con la lata en la cola. La calle era centro en esos tiempos, la “Garibaldi”, a llegar al boliche de “Sutil” y la “carnicería” Peccione, hubo un desbande de jardineros, sulkis, por consecuencia del caballo del sodero. Te sigo contando la historia de los verduleros con mi hermano. Durante varios meses recuerdo los clientes que más nos compraban eran don Carlos Boidi y doña Virtudes Estévez, del Hotel Palace, donde la mayor clientela eran ferroviarios y viajantes, la mayoría venían de “Buenos Aires”. El “Hotel Palace” se distinguía por la concurrencia turística y por el servicio más amplio, tenía peluquería, taxis permanentes en la puerta del hotel. El personal se componía de 3 mozos y varias mucamas. Don Vaidan era el administrador de este hermoso hotel donde concurrían famosas figuras de teatro y orquestas de tango de la época. Una de esas tantas mañanas de nuestro recorrido, regresamos al hotel Victoria, estaba limpiando una jaula don Pedro Cufré, segundo esposo de doña Virtudes. Le pregunto por la dueña y él con soberbia me contesta: que buscan; José el hijo mayor de la viuda interviene mandándonos a la cocina, el cocinero nos compró lo que la dueña compraba siempre. Al salir nos llama José y me pregunta si quería trabajar en el hotel por la mañana y en la noche en un bar y cine que él había alquilado al señor Marotto, le contesté que le iba a hablar a mis viejos. Mi padre nunca me prohibió que tuviera distintas ocupaciones, al contarle lo que me había dicho el hijo de doña Virtudes, mi viejo me dice: lo que diga tu madre. Mi vieja respondió: estoy de acuerdo, pero no con el trabajo de noche, se refería de bares capaz. Acepté, cuando mi querida madre aprobó no con mucho agrado el trabajo nocturno. El trabajo del hotel era desde la 6 de la mañana, hasta la llegada de los trenes de Córdoba y Río Cuarto, estas tareas eran compartidas con Juan Ossés, que era mozo y tenía que ayudar al cocinero de descendencia española, una persona de muy poco hablar, muy buena persona que siempre decía: doña Virtudes es una guapa mujer, pero Pedro es perro rabioso, se refería al señor “Cufré” , coño.

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Una mañana, hacía dos meses que estaba trabajando, al tratar de correr una maceta de geranios, se rompe una pata y vuelca la tierra en el brilloso patio. Don Pedro estaba tomando mate, al sentir el golpe deja el mate y se me viene amenazante, tratándome mal, me trataba de inútil, negro vago. Yo juntaba la tierra con las manos mientras escuchaba el vocabulario podrido de este señor de amistades de la misma calaña, en su mayoría ferroviarios, gremio al que pertenecía y lo dejó, por tener la oportunidad de ser el segundo marido de doña Virtudes Estévez de López. Después de lo ocurrido me dijo: este mes no vas a cobrar porque vale mucho más la maceta que tú trabajo. Hasta el día de hoy siento esa humillación y vergüenza. José López desde la pieza del segundo piso me llama y me dice: no te hagas problema, vas a trabajar en el bar y cine, vas a lavar copas y atender a los clientes y me comprometo a hacerte enseñar con el negro Jurado el oficio de operador de cine. José me dice: habla con mamá que no trabajas más aquí. Bajo a la pieza de doña Virtudes, a lo que ella me dice: no debes ser vengativo, lo que pasa es que Pedro está hecho en el ambiente ferroviario, es un oficio muy duro pero es una buena persona. A mí lo que me dolió fue lo que dijo que no iba a cobrar porque valía más la maceta que el sueldo que ganaba yo. Roberto con José vas a estar bien, la clientela es gente muy buena. Doña Virtudes, usted es una excelente persona, don Pepe, el cocinero la aprecia mucho, lo mismo Juan y la sirvienta doña Torrado. El señor “Cufré” fue una persona que todo lo hacía mal, nada lo conformaba. Era una persona terca. Recuerdo cuando doña Virtudes compró el Playmot, hermoso auto color té con leche, frente al hotel tenía el garaje, también había una jaula con unos pollos, una tarde don Pepe me dice a mí y a Juan que le trajéramos un pollo batarás para la cocina. En el entrevero una gallina sale de la jaula, al correrla salta sobre el capot del flamante vehículo, rayándolo con las uñas, al día siguiente don Pedro tenía que viajar a la iglesia de los “Potreros”. A la noche me llama a mí y a Juan, para preguntarnos cómo ocurrió la ralladura del capot, mientras se dirige a mí, yo le cuento como ocurrió. Don Pedro nos interrumpe; saben lo que son ustedes: gauchos, unos pelotudos, inútiles. Juancito era un muchacho tolerante, no contestaba nunca, mientras que yo descargaba siempre la ira a tierra. Recuerdo lo ocurrido una noche lluviosa; en los temporales de lluvias había que desagitar con una bomba reloj, todo el líquido cloacal salía a la calle “Alberdi”; trabajo que no lo conocía, cuando terminé Juan te ayuda. A veces me ayudaba Juan, otras don Pepe, el cocinero… La ruptura de relaciones con don Pedro terminó un viernes. Este señor patrón. Un amigo de él le había regalado una gorra que usaban los guardas ferroviarios, sobre la visera le hizo poner una chapa de bronce donde decía: “Hotel Victoria”. Juan tenía que usarla a la llegada del expreso comechingones que traía turistas porteños y tenía que llevarle las valijas. Al verlo a Juan con la gorra me causó gracia y lástima a la vez, era humillante: al volver Juan le dice a don Pedro: yo no uso más este letrero.- Al viernes siguiente tomó la gorra y la llevó en la mano. Mientras don Pedro me dice: tenés que ponértela… se refería a mí… Perdone señor yo no uso sus caprichos. Mientras me dice: entonces te las tomas… Ahí está la puerta... Queridos amigos lo que les cuento lo he vivido y no me arrepiento haber conocido estas cosas que al fin y al cabo, fueron enseñanzas aprendidas desde muy joven, he conocido la soberbia, la tristeza, la explotación, la falsedad, la mentira, la vanidad.- Don José López fue mi patrón por varios meses, era un trato diferente. Eran dos los empleados, un lava ropas, también mozo, el otro llamado Calixto Quiroga, era el pintor de los afiches del cine.

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En ese bar es otra hoja de la historia, conocí, muchas cosas que las ignoraban, personajes de distinta manera de pensar y de actuar, doctores que tomaban aromático café siempre en la misma mesa, ojeando los diarios; “La Voz del Interior” o “El País”, los taxímetros Padula, los Martínez, Libros. El llamativo conocido como Olegario y su hermoso auto “Buit” que le compró al doctor “Pasquali”, coche usado por las familias distinguidas de ese entonces. En ese lugar conocí la gente de la noche: timberos, calaveras, matones y en la madrugada hermosas mujeres de los prostíbulos de los pueblos vecinos.- Río Tercero no llegaba a 1800 personas. El negro Jurado me preparó en el conocimiento de la proyección de las películas que desempeñé 4 meses hasta cerrarse el cine y bar, ese lugar fue mi cultivo de experiencias, que me sirvió de ejemplo y responsabilidad en mis comienzos ya de joven responsable. Olvidando rencores y malos tratos de mi tiempo pasado, siempre mis queridos padres me decían que no guardara rencores, que en parte cumplí, en parte no, a veces la herida abierta cierra pero la cicatriz queda. Al quedar sin trabajo le ayudaba a mi padre, a veces en el río, otras cargando vagones. Una tarde estaba en una cantera trabajando con una zaranda con un compañero que le ayudaba a mi viejo, en eso llega mi padre con un amigo de unos años mayor que yo, mi padre comienza a cargar el carrito y el muchacho, le dice a mi padre: don Horacio, nosotros le cargamos el carro. Al alejarse mi viejo con la carga, nos sentamos al borde de la cantera a charlar. Le pregunto que le traía por el lugar, a lo que me contesta: quería hablar con vos para decirte que me voy a la Junta de Maiz, con mi vieja y mis hermanos, vamos a la chacra de un pariente de Aminidiatto, el zapatero, y falta uno para boyería y para chala del rastrojo. No conocía el trabajo pero me tentó esa nueva aventura; mientras me dice el compañero que me ayudara ese día; negro yo conozco ese trabajo, es dura la mano. Al llegar a casa les cuento a mis padres. Nunca mis queridos viejos me privaron todo lo que fuese trabajo tanto a mí como mi hermano mayor, que también pagó el piso por las injusticias desde muy chico. Conoció toda la explotación junto a otros que pecaban por humildad y respecto, cosa que yo no toleraba. A veces la soberbia, la esclavitud, humillante. Siempre el maestro estuvo a mi lado, hoy soy muy agradecido por esa luz permanente que guía mi senda. Mi madre dijo que estaba de acuerdo, el Humberto que yo me conocía, ya había hablado con el chacarero. Una tarde fría de mayo llega la vagoneta que lo recibe al que la guía, mientras le dice que buscaba a un peón llamado Roberto. Mientras mi vieja preparaba las pilchas, mi padre decía: no creo que aguante, no esta acostumbrado a las tareas del campo al retirarse mi padre me dice: pórtate bien negro. Ya en viaje noté en la cara del itálico gestos de bonachón, me habló de mi padre diciéndome: noté en tú padre un temple de un criollo conocedor de la vida. Me sentó orgulloso de mi viejo, a pesar de la forma en que contaba lo visto y escuchado de mi padre con esa mezcla de lengua itálica – castellana. Era la primera vez que dejaba el hogar de mis viejos para una aventura a la que nunca me arrepentí, fue para mí una prueba que se debe conocer antes de la adolescencia. Siempre estar ausente de los seres queridos es un temple, sentido para amar a los que se ama es un sentimiento que toca las fibras de lo más profundo del corazón.

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Todo eso ocurrió a la distancia, en el silencio del atardecer, son costumbres que hay que adaptarse y a veces cuestan. Ya en la casa de campo, lejos de las luces artificiales del pequeño pueblo, privado de algunas cosas sin importancia, solo el calor del hogar paterno prevalece en esa soledad natural. En un amplio galpón de chapas oxidadas se notaba una luz mezquina de un pequeño farol y murmullo de gente. Don José me acompaña hasta la cocina donde una cacerola quejosa largaba vapor, desesperad escapaba… El patrón dice: “Manma” cueste bambino: a lo facto da buyero, é da peón del rastrojo. Se refería a sacar las bolsas del rastrojo mientras la anciana se secaba las manos en el delantal diciéndome, buona cera, después la esposa del patrón, mientras intercambiaban más palabras en italiano que yo no entendía mucho de lo dicho, lo pronunciaban diciendo “facha”, palabra que la había sentido pero no conocía el significado. El recibimiento fue sin palabras de mi parte, mi observación era de silencio y de respeto, después de conocer la Familia, dos hermosos nenes, una nena y un varón. Me invitó al comedor mientras prendió el sol de noche, llenándose de luz todos los rincones, lo colgó de un gancho. En una de las paredes había un póster donde se distinguía a Benito Mussolini y una frase que decía: uno per e tutti, e tutti per uno. Il duce. Me senté en el largo banco, donde me habló de mis tareas, las que consistían en las necesidades de la cocina, la leña, el agua que tenía que traerla desde el estanque australiano, quehaceres primordiales de la casa. En la madrugada del día siguiente el patrón me acompañó a juntar la hacienda hasta los corrales y bebederos. En una de las bebidas siento una voz que me nombra mientras se mojaba la cara, era el Humberto Granado, fue un encuentro muy alegre, fue muy breve la charle entre los dos, me contó que hacía unos días que estaba con la mamá, el Kecho y Ramón. A la noche hablamos… Del corrral, el patrón sale con un caballo oscuro con el freno, sobre el alambrado había un cuero de oveja, lo pone sobre el lomo del animal y me dice que lo monte, como dudando la monta, ya lo demás lo conocía, me tranquilicé cuando me dijo con su lengua itálica señalando el monte; “el rastrojo”, me dijo: tenes que cuidar la hacienda, que no se acerque a las trojas ni al lote de centeno. Cuando veas la bandera en el carrito de troja tenés que traer toda la hacienda, esto ocurre a las 12 horas. Toda esa tarea me encantaba, hasta el animal que tenía era dócil, conocía el trabajo como un “ser” humano. Cuando hacía alto en algún lugar las riendas las arrastraba, lo dejaba comer a placer los frescos brotes de algunas plantas guachas de cebada que en el surco habían nacido. Recuerdo esas mañanas, cuando el sol lentamente iba calentando las frescas mañanas, todo era silencio bajo mi vigilante mirada que devoraba distancia. Una vez, al tiempo, cerca al divisorio del alambrado donde yo estaba, me llama una persona más o menos de mi misma edad, que montaba un caballo rosillo, y me dice. Te liamé para conocerte y charlar un rato, me dijo llamarse “Rubén Molina”, era el hijo de un criollo vecino de mi patrón, contaba cosas importantes del campo, me decía que en la mañana boyereaba y también araba, su madre, ordeña, con sus hermanos, su viejo llevaba la leche a un hotel del pueblo. Rubén era un muchacho rubio, me contó que había hecho hasta tercer grado, el año que viene iba a seguir, quería hacer hasta cuarto grado. Todos los días charlábamos en los límites del campo mientras custodiábamos la hacienda. Rubén me contó cosas del campo que yo sabía por boca de gente que ya las había vivido, él las contaba con el mismo realismo. Me di cuenta que era sincero, fuimos grandes amigos.

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Después de varios años nos reencontramos en la Fábrica Militar, lugar donde se desempeñaba como chofer de los “Mercedes Benz” de transporte. Hoy este querido amigo ya no está entre nosotros, pero figura en esta “Biografía” de un lejano pasado, es algo que lo recuerdo con nostalgia, para todos aquellos que no vivieron estas cosas que acumulan recuerdos imborrables. Durante el tiempo que trabajé en este lugar, nunca fui observado por este patrón. Todo lo hacía en su debido tiempo, lo que más me gustaba era retirar las bolsas del rastrojo y ver caer en la troja las espigas de maíz desde lo alto. Recuerdo esos momentos pasados de esa juventud lejana. Siempre recuerdo aquellas tardes frías de invierno, cuando aquella querida doña Genara hacía tortas fritas en la olla morocha, cada vez que fritaba, me llamaba si andaba cerca y me invitaba. En una oportunidad un medio día cuando cruzaba cerca dl galpón, la arpillera que hacía de puesta estaba abierta, recordé que a la tarde anterior había estado fritando tortas. Me tenté, al no haber nadie en el patio entre cauteloso, observando, confiado como otras veces lo había hecho antes, como “zorro cebado” me acerqué a la estiba donde era el escondite del manjar, trepé y comencé a hurgar hasta tocar un mango de un sartén. Allí estaban las ricas tortas fritas, saque 3 y pensé por última vez: hago el afane? Me dio lástima pero ya era tarde pata arrepentirme. Pensé; nunca más lo haré. Al salir del viejo galpón le di un vistazo a la estiba y vi en ella los rastros de mis alpargatas que habían dejado las marcas de barro de una pequeña laguna. Traté de borrar los rastros delatores pero se hizo más grande la marca. Todas estas cosas fueron pasando sin darme cuenta ni importancia. Hoy son añoranzas que regresan de un lejano pasado desde mi niñez hasta mi vejez, conservo esa subsistencia gracias a Dios, dureza madura, propia de la vida. Compartí con esta gente momentos de alegrías y tristeza en los meses crudos del invierno. Experiencia que jamás olvidaré, cuando hacían alguna observación me la hacían con causa, no tenía derecho a queja. Recuerdo a don Ajilio, admirable guitarrero y monogramista me decía: hay que estar sujeto a los consejos de los viejos ellos saben por viejos y por sabios, merecen respeto, compresión. Yo mantenía distancia con doña Genara, eso complicaba más mi situación dudosa. Una tarde hacía la cena esta querida vieja me lama y me dice: que te pasa a vos que andas como cuzco apaliau… nada doña Genara, si ya te gua dar nada choro de “m”, negro sos un dañino, me choriais las tortas fritas de arriba de la estiba. Nooo doña Genara…ya te gua dar que no, no me digas que no, dejaste el rastro de las alpargatas con barro en la estiba. Nooo doña Genara. Cercano al lugar se encontraba don “Ajileo” sentado en un largo naco, junto a él su clásica lata de tabaco “Victoria” y el librillo de papel “Pajarito”, mientras armaba su grueso cigarrillo interrumpe el armado y le dice a esta querida vieja: doña Genara, son cosas de muchachos, a lo que doña Genara le contesta: que me pida “carajo”, nunca le negué, que no robe. Yo había cumplido 15 años ya ese mes, muchacho que ya conocía el daño, en ese momento sentí vergüenza frente a dos personas que mucho respeté por su sacrificada vida por subsistir, con su veteranía que enfrentaban los rigores. Ancianos que dieron ejemplos como muchos otros en ese lejano pasado de la “década” del 30. Yo viví y compartí junto a ellos sus momentos de tristeza y sus meses alegres, pasar en la rueda del grupo, a veces compartíamos con el patrón, hombre hecho con dureza en su lejano país de cruentas guerras, de donde un día emigró a esta bendita tierra con su esposa y su mamá, y es padre de dos hermosos bambinos que este matrimonio siempre agradecía a Dios haber nacido en esta patria bendita sus hijos. Me atrevo a decir que todo esto lo viví desde muy cerca, no era fácil encontrar hombres como don José, que sufrieron y que compartieron los momentos malos y buenos.

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Mientras otros se encumbran en la bondad y docilidad para aprovechar la explotación de esta gente: terratenientes, usureros, aves negras (abogados), tramposos, como también hubo otros que abusaran de los juntadores de maíz, del peón y del humilde boyero. Al finalizar con este relato que me toco vivir quiero agradecer a Dios por la experiencia adquirida, biografía histórica que mucho tiene que ver con su pasado, que te lo cuento con realismo y sentimiento para todos aquellos que no tuvieron infancia y que desde muy pequeños fueron explotados sin lástima ninguna. Era muy común en esos años, a veces ocurría por necesidad y otras por ignorancia, que siendo un niño se le privara de la enseñanza escolar primaria. En la mayoría de los casos ocurría en los huérfanos por falta de sus padres, o en otros abandonados en esas tareas del campo. A estos pequeños le decían “peón” o “boyero”, era un “personaje” humillado, era el señalado para los mandados de todo tipo, pero también quiero aclarar que hubo patrones que tenían sentimientos, sentían cariño, en las noches junto a sus hijos les enseñaban a leer y escribir, me atrevo a decir que eran unos pocos que se sentían tocados por el amor a este niño como uno más del grupo familiar. Ellos fueron los que nunca se revelaron contra su patrón, lo consideraban padre por adopción. Son los que se hicieron a caballo, los que dieron vuelta la tierra, cuando llegaban a adolescente todas las tareas del campo templaron a este “personaje” que llevó el nombre “boyero”. Dios les dio dureza, experiencia, capacitación, tanto al varón como a la mujer. En esa convivencia de andar. “Recapacité” con todo derecho que es la escuela donde está el cultivo de la experiencia de la vida. Un poeta dijo: todo nace donde Dios quiere que nazca, nadie es quien para enmendar la palabra de nuestro creador. ROBERTO BRITOS

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TREN COLORADO La calle Garibaldi, era la cita. Siguiendo, la hoy San Martín. No había canteros ni jardín,

Palos borrachos ni margaritas Y en esas bellas tardecitas,

De recorrido habitual, La calle Acuña era arenal,

Que llegaba hasta “la Mitre” Pasando por el Cine Real

Hoy, sólo n el recuerdo existe.

Por Mitre, el Cine Cervantes. A veces, lugar de espera.

Contemplando la cartelera Alguien, con porte galante, Aguarda a su compañero. Disimulando un instante Aquella espera nerviosa,

Entre el vaivén de la gente, Aparece, de repente, La pebeta primorosa.

Betti, un “tano” caramelero, Todos los días pregonaba,

Y con sus canastos ambulaba, Por las calles de Río Tercero, Con globos, y otras cosas más.

Los chiquilines, lo miraban. Tentando a la mamá,

Con alguna estampita, de pasada, Que él atento le mostraba,

Si era No, en silencio se marchaba.

Entre miraditas de costado, Seguía el bullicio en caravana,

Rutina de toda la semana, Hasta la llegada del tren “Colorado”.

La estación, el alto acostumbrado. Como una cosa que aferra.

Viejos y jóvenes, en el andén. Llegaba el esperado tren, Entre una nube de tierra

Y, entre todos, estaba yo también.

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En este puñado de evocación, A mi pueblo chico y su gente,

Siempre lo tengo presente. En momentos de recordación, Me invade todo la emoción,

Por algunas caras, que ya no están, Esas amigas y amigos queridos

Que en la calle no se ven, Con el tiempo, ya se han ido;

Como aquel último tren,

Roberto Britos – 25 de agosto de 1983

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La “Yapa”

La yapa es un agregado que da al que recibe con agradecimiento, e una añeja costumbre de respeto mutuo, es como la bendición de nuestros abuelos, que ya en parte se ha perdido. Evocar estas cosas es respetar lo que pertenece, la historia viva de los pueblos. Ese fue mi trabajo silencioso conservando en mi interior, el de rescatar esas costumbres, personajes, las anécdotas, sus reliquias, es un patrimonio local. Sin dar ni pedir, esa fue mi tarea, sin buscar en archivos, solo por conocimiento de nativos conocedores de las raíces del lugar. Ellos asesoraban mi curiosidad, ellos fueron mis mejores amigos de ley desde la infancia. Entre esos compañeros fuimos los gorriones de las calles del viejo pueblo hasta entrar en la adolescencia. Pero en la década del cuarenta nuestra juventud fue obediente, sujeta a nuestros padres, que para mí y algunos de mis amigos fue la escuela de la vida, experiencia que doy gracias a Dio Pero la experiencia en mí a pesar de otras tareas fue una preocupación permanente por contar plenamente datos, a los que nunca se había hecho referencia, que digan quien fue y hacia dónde va: el pasado de nuestra historia local. La yapa son estos escritos fáciles de entender, tienen frescura, el placer de los campitos de los barrios, de sus calles que hoy tienen historia, están urbanizadas, con futuro. Comienzo a hablar con sentimiento de lo que se ama, no es necesario ser poeta, es lo natural, es la esencia que aflora de nuestro interior, de algo que se quiere de la vida. Mi barra perteneció a la década del cuarenta, cuando dos grandes personajes cordobeses, escribieron en su pentagrama, su inspiración, su música y letra, su tango: “Juventud del cuarenta”, música y letra de una verdad palpable, que toca el corazón en un hondo sentimiento, porque es vivencia, que a muchos nos toca vivirla, es un hecho “sentido a su manera”, con significado emocional. Es un sentir natural, al que lo ha vivido y lo escucha, le trae nostalgia el pasado con el último tren con la puesta del sol, que estos autores le dieron vida en el momento preciso. Eso es amar lo nuestro, pero a estas cosas, no todos las sienten. Esa visión y sentimiento es sobrenatural, no se dice lo que se sabe, pero si lo que se siente. Nací en un pequeño pueblo, mis padres inmigraron aquí, cuando yo solo tenía seis años. Aún llevo en mis oídos el tañido de la vieja campana, haciendo ecos en la barranca del arroyo milenario. Hoy por opción, pertenezco a esta querida ciudad que me dio todo lo que soy; esta querida ciudad es un culto de juventud estudiosa. Conocer las partes es el comienzo de lo que se quiere como buen argentino. Río Tercero, 5 de octubre de 2006, 04:45 de la madrugada Roberto Britos

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CALLE DEL RECUERDO -. MODESTO ACUÑA – 1910. Hay historias que pasaron ignoradas por los nativos del lugar, y que pertenecen a la misma geografía de raíces hermanadas con el origen. Las historias nacen como el sol de cada día, y son hechos perdidos en el tiempo y desconocidos, sin que les de importancia. Esto es lo que ocurre comúnmente. Querido lector, mi vocación de escribir, la llevo en mi sangre desde muy chico, y con una forma modesta y sencilla de expresarme. Esta es una costumbre silenciosa que conservo desde mis antepasados, como un legado de los que poblaron estas tierras, a la cual pertenezco por adopción. Conozco esta ciudad desde sus comienzos, cuando era un pequeño “villorrio” llamado “Modesto Acuña”. Pueblo que tiene una historia que es desconocida en el presente, sobre la calle que lleva el nombre del pionero. En esta calle nace la historia de esta ciudad, y hago referencia a ella desde mis recuerdos de la infancia, desde los años ´28 hasta la década del treinta; ancho callejón que fue el centro del servicio comercial de esa época, donde circulaban los primeros pobladores. Me pregunto ¿Por qué esto ocurría en esta calle? La respuesta es la cercanía al cuadro de la estación –que era como se lo llamaba entonces- y el avance y progreso que el ferrocarril significaba. Los trenes recorrían la zona (desde Córdoba a Río Cuarto, desde Buenos Aires a Santa Fe), fue también el auge de la construcción del Embalse del Río Tercero. Esta calle desde sus principios -1914 a 1918-, tenía tres almacenes, tres restaurantes 8que eran también boliche), tres hoteles, dos ferreterías, un banco, un consulado –el Italiano-, dos tiendas, tres peluquerías. Todo este servicio nació junto al ferrocarril. Desde la edad de ochos años conocí parte de la historia de esta querida calle, por referencia de queridos amigos que rescataron los comienzos, desde la funación del pueblo “Modesto Acuña”; entre ellos: Emilio Pinesse, Lorenzo Boidi, Napoleón Maldonado. Había también un cine, lo llamaban “biógrafo Guillermo Marconi” y la calle paralela a la Acuña se llamaba “Amistad”, donde había dos carnicerías, dos panaderías, de las cuales la empresa extranjero (los ingleses), se surtían de los artículos de necesidad. Las medicinas se conseguían en la “Botica Rawson”, de don Francisco de Buono, única en ese entonces. Esta es una historia poco conocida hasta el presente. Querido lector desde muy pequeño, mi curiosidad no tenía límites a pesar de no tener una preparación escolar adecuada, para escribir una historia de todo lo que acontecía en este lugar. En el grupo de mis amigos también había curiosos. La situación de nuestros padres, hacia que nos fuera difícil estudiar y nos teníamos que dedicar a ayudar a nuestros queridos “viejos”. La enseñanza en nuestra época era hasta cuarto grado y había colegios privados también; pero los que podían, viajaban a Córdoba en tren para estudiar. Para nosotros querido lector, esa era la corta tarea educativa, que resulto ser el comienzo de la experiencia de la vida.

SOBRE LOS RIELES DEL FERROCARRIL

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El ferrocarril, si bien ya hemos mencionado su importancia en la misma fundación de nuestra ciudad, fue el primero en acortar distancias, a relacionar a Río Tercero con otras ciudades y provincias. Por este motivo merece un tratamiento aparte este libro. En la década del año 30 hasta 1940 había gran cantidad de empleados trabajando en el ferrocarril, estos estaban en actividad permanente, e incluso el número de operarios era de cuarenta o cincuenta. Así en el año 1937 salían trenes de carga todos los días destinados a diversos lugares, donde descargaban la gran cantidad de cereales que había por aquellos años, algunos llevaban hasta setenta u ochenta vagones… Cuando se trataba de viajar a Corralito, por ejemplo, el recorrido se hacía en 90 minutos y debido a que el camino se presentaba como una larga pendiente, se tiraban a los vagones con dos maquinas. En los años 1952 y 1953 venía a nuestra Ciudad un tren, con estudiantes, desde Buenos Aires, y llegaba dos veces por semana; esto se prolongó, luego, hasta el año 1955 en que se suspende hasta el día de hoy. Recuerdo que los trenes llevaban los números 105 y 106. Los trenes de pasajeros que venían desde Córdoba demoraban en su trayecto 65 minutos, esto se suspendió en el año 1971, en que fueron sacados de circulación. Algunos horarios observados en estos años, quizás, puedan ayudarnos a ubicarnos y medir con justicia lo que era el tren entonces. De Córdoba había un tren, a la mañana, que llegaba a las 7:30 horas y luego, este mismo, salía para Río Cuarto veinte minutos más tarde, regresando a nuestra ciudad a las 19 horas. Lo cual se repetía los días martes, jueves y sábados. De lunes a sábados, venía un tren llamado el 91, el cual tenía como destino Rosario. Existía un “Expreso” llamado “El Comechingones”, este entraba a Río tercero desde Retiro, regresando a su lugar de origen los lunes, miércoles y viernes. Las primeras locomotoras de nuestro ferrocarril fueron de marcas inglesas e italianas, como por ejemplo las “Capriotti” con un peso de 120 toneladas. Este gran movimiento, lamentablemente no pudo ir más allá del 19 de diciembre de 1977 fecha en la cual cesó la circulación ferroviaria en nuestro Pueblo.

ALGUNAS REGLAMENTACIONES DEL FERROCARRIL Sobre el puente del Río Tercero, Km. 6507 sólo pueden circular máquinas del tipo G.A.I.A. series 5200 y 6200 y A.L.C.O. serie 6400 del ferrocarril San Martín, exclusivamente, prohibiéndose el paso de otro tipo de locomotoras. Tampoco podrán circular por el citado puente vagones tolva graneleros o mineraleros cargados. Tampoco podrán circular dos máquinas acopladas, deben estar separadas por un vagón. La velocidad máxima para todo tren sobre dicho puente, no debe superar los 5 Km. por hora. Queda prohibida la circulación de dos máquinas o más acopladas, debiendo intercalarse uno o más vagones no mayores a 40 toneladas, entre cada máquina… El itinerario de los trenes que hacían el recorrido en nuestra zona, estaba reglamentado para que se cumpliera de acuerdo a lo establecido por la empresa.

CASO INSÓLITO

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En el año 1928, el señor Intendente Carlos Moretto, habló con un grupo de areneros: Don Britos, Guzmán, Arrieta y Araujo, con el fin de arenar la calle Formosa, hasta el cementerio. Este trabajo se hacía todos los años, en vísperas del día de los difuntos. El ripio era una mezcla de arena, dado que en el trayecto desde el paso a nivel Tristán Acuña, hasta el cementerio, esa tierra polvillo, era imposible de transitar. Los habitantes del pequeño pueblo, a ese trayecto lo hacían a pie, ya que por las vías férreas, a veces estaba prohibido transitar por el movimiento de trenes, que llegaban a cada momento. Todo lo narrado lo viví, y ocurrió el 15 de noviembre de 1928. En ese grupo de areneros, había uno de apellido Araujo. A este querido personaje, al volcar su carga de arena, le ocurrió lo siguiente se sintió mal y se sentó en el cordón de la calle. Llamó a su hijo Honorato, para que buscara al doctor Piattini, que de prisa llegó. Pero Araujo, ya había fallecido de un paro cardiaco. Lo insólito es que el caballo de su carruaje, también murió junto a él, en ese instante. Hoy en ese lugar, desde aquellos días, hay una cruz. Se escuchan silbatos de los trenes, que a paso lento, arriban al lugar de su destino. Río Tercero, 1940, a veces esa cruz está adornada con flores de campo. ROBERTO BRITOS

DÍA DEL AMIGO Hago una compilación de hechos que no han sido escritos hasta la fecha y las he guardado en mis maletas del recuerdo, por tratarse de acontecimientos que me tocó vivir. Esto ocurrió en diciembre de 1977, durante el Proceso Militar y lo viví muy de cerca por tratarse de un hecho que le sucedió a uno de mis hijos, y a dos amigos de él…

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Estos jóvenes en común acuerdo habían comprado una piragua de fabricación local. Con la compra recibieron dos remos y un salvavidas. La prueba de este elemento fue Embalse. Entre los jóvenes, dos eran buenos nadadores y el otro no, para ese momento de exigencia extrema. Se encontraban en el medio del lago sin problemas, cuando un grupo de jóvenes navegaban en una lancha de gran porte y a gran velocidad, con la intención de hacerles una broma, los esquivan levantando gran oleaje, lo que provocó que la piragua volcara. Los tres jóvenes quedaron así con un solo salvavidas como elemento de salvataje, mientras la piragua se hundió en el agua. La única posibilidad de salvación resultó ser uno de ellos, que llegó hasta la costa a nado. Los otros dos, quedaron pendientes del pequeño salvavidas y tuvieron que desprenderse de la ropa y de los relojes, para mantenerse a flote. El tercero llegó a nado y logró ser auxiliado a Dios gracias. Todo esto ocurrió al frente del Cerro Pistarini. Los “niños bien” que cometieron este atentado se “borraron” del lugar y ni siquiera tuvieron la valentía de socorrerlos en la difícil situación. Al enterarme de lo ocurrido traté de tomarme a mi manera la represalia, con estos señores del lugar; señores de categoría e intocables. Uno de mis hermanos quiso acompañarme y la verdad que desistí porque no se qué hubiera pasado. Yo estaba resuelto a todo pero Dios m iluminó y no paso a mayores. Hoy a estos tres jóvenes, este hecho los ha hermanado, y a través de esta historia que les tocó vivir, hoy gozan de una amistad que los une como que hermanos. Y en el futuro sus hijos conocerán ese milagro de Dios. ROBERTO BRITOS

Santiago Brunetto

Todos eran favores que él les hacía a amigos; la mayoría de ellos, trabajaban en la Fábrica Militar. Todas esas tareas las realizaba sin cobrar nada a cambio. “Santi”, lo llamaban cariñosamente. Aparte de ser buen cristiano, nació en el pequeño pueblo de “Los Zorros”, en nuestra provincia de Córdoba. Cursó sus estudios y se ordenó de sacerdote en el año 1956, siguiendo el sendero que le iluminara Jesús. Se entregó a la obra, sujeto a sus mandamientos. Yo lo admiraba por su amor a los más humildes, a los necesitados, a los rechazados de ls sociedad, a los que padecían hambre, a los enfermos. A fin de templar su espíritu, Santiago convivió con “cirujas”, conoció sus pesares y tristezas, compartiendo con ellos momentos muy críticos. Recuerdo que una noche, con un grupo de amigos, compartíamos un asado en una vieja casona, en Barrio Norte, donde él vivía. Sorpresivamente, llamaron a la puerta del zaguán y él mismo atendió. Era un harapiento hombre del barrio.

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Santiago regresó deprisa, diciéndonos que siguiéramos comiendo y que si no regresaba, que dejáramos todo en orden, cerráramos y nos lleváramos la llave, dado que él tenía duplicado. Santiago se fue con ese humilde hombre para hablar con el Sr. Intendente, a fin de pedirle un ataúd y un coche fúnebre para su madre que había fallecido. El Sr. Intendente en principio se negó, pero ante la insistencia de Santiago, ordenó se le diera un modesto cajón. Respecto al coche, le dijo que no era posible acceder a lo solicitado. Que tratara de conseguir un carro o una jardinera. Fue muy grande la sorpresa de Santiago por la actitud del funcionario. Muy entristecido, pero con firme voz le dijo: “Si la desgracia con un ser querido que hoy le ocurre a este pobre hombre le hubiera sucedido a usted ¿Hubiera aceptado la misma respuesta? Mi amigo Santiago, por esas cosas de la vida que sólo él conocía, dejó el sacerdocio y siguió la obra de nuestro señor Jesucristo, de la manera que más íntimamente sentía. Porque conoció la tristeza y el dolor de los que nada tienen. Porque alivió, con palabras de consuelo, la angustia de los marginados. Pienso que cumplió fielmente con el deseo del Señor, dando de comer al que tuvo hambre, de beber a quien tuvo sed, de abrigar a quien sintió frío. Me consta que sufrió privaciones, que dio sus pertenecías a otros, porque consideró que las necesitaban más que él. La profundidad en la mirada de sus ojos celestes, hablaban de la pureza de su alma y la mansedumbre de los justos. En su libro “Los traperos y yo”, cuenta su convivencia con los despreciados por la sociedad francesa, allá llamados “traperos” y aquí “cirujas”. En uno de los pasajes de su hermoso libro, hay una oración de Santiago, en la que da gracias a Nuestros Señor –“por abrirle los ojos y el corazón a la miseria, ante los marginados del mundo que viven en esta pequeña historia”- Quiero rendir homenaje, desde este humilde libro, a un ser humano extraordinario.

SUCEDIÓ EN UN ALMACÉN

Corría el año 1920, al principio de la calle Centenario, había un almacén y una ferretería. Sus dueños eran la familia Poncio, italiana. Una noche ocurre un hecho policial. Este suceso fue muy comentado por mucho tiempo, algo muy raro en la forma que se desarrolló. Sucede que una madrugada, padre del Clan Poncio, siente ruido en el viejo almacén. Don José marchando en puntas de pie, hace que lo sigan sus hijos, cada cual con un garrote en la mano. Mateo, Miguel, Andrés, Don José, y su señora con una sartén. José prende la luz ante la sorpresa de los cacos, y les grita ¡A la carga…!, entre el alboroto de los ladrones, y la sorpresa de los gatos que tenía para los ratones: No podían comprender por qué tanto bochinche. Justo en ese preciso momento de batalla se corta la luz, quedando todo a oscuras, pero la batalla seguía, con tremendos garrotazos.

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Después de un rato, todo queda en silencio u vuelve de nuevo la luz ante el desparramo de cosas se encontraba la familia Poncio, sentada en el piso con varios chichones. Conclusión: la batalla había sido entre la familia. Los ladrones se dieron a la fuga a tiempo. La madre de los muchachos había roto la sartén en la cabeza de Don José y había terminado la batalla. ¡Qué cosas tenía mi pueblo!

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Curiosidades

MUJERES RIOTERCERENSES DESTACADAS EN ACTIVIDADES SOCIALES, CULTURALES Y DEPORTIVAS

Primera pintora de carbonilla y cuadros al óleo: Doña Zoila Torres de Acuña, esposa del Fundador. Primera poetisa: Su hija, Zoilita Rosa Acuña de Maroto. Primera Maestra y Directora de la Escuela Modesto Acuña en el año 1914: Doña Angélica Prado Sánchez. Primera encargada de Estafeta: (año 1917) doña Lastenia Torres de Maldonado. Primera Profesora de Música e integrante de la Acción Católica Doña Carmen Torrado. También figura en ese grupo la Srta. Ravinoli y otras. Primera Profesora de Corte y Confección: Sra. Arriba de Molina. En Teatro. Srta. Ravinoli y Manuela Gil de Frassoni. En Deportes: Remedios Prado (Chola), María Fenoglio, Nelly Cantú, Clara Amuchástegui, Haydee Gagliardi, Teresa Bongiovanni, y por último Ivana Madruga, que de la mano de su abuelo, a los 7 años comenzó a jugar el tenis. A los 12 años logra su primer título nacional en Montevideo, Título Sudamericano para Argentina. Este grupo de mujeres destacadas de nuestra ciudad dejó en la historia un ejemplo para el futuro de nuestro Río Tercero, tanto en lo social como en la cultura y deportivo.

Inmigrantes italianos en la Sociedad Italiana “Vittorio Veneto” de Río Tercero 1950.

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HACE TIEMPO

Los ingleses ya se encontraban en la construcción y tendido de las vías férreas desde Cruz Alta hasta el pueblo “Media Luna”, en ese entonces en formación.

Era una pequeña comunidad de aproximadamente 250 habitantes, entre los que se encontraban: un comisario llamado Cáceres y dos agentes de policía, un médico de apellido Cegarra; el almacenero don Filiberto Angeloz, abuelo de quien llegaría a ser gobernador de la Provincia de Córdoba.

Era un pequeño villorrio, pero con personas que tenían inquietudes de progreso. Una de ellas era don Francisco de Buono, llamado “el boticario”. Era el hombre de confianza, querido por toda la gente del lugar.

Un grupo de los pobladores decide formar una Comisión de Fomento, con el propósito de tratar los problemas del vecindario.

Por mayoría resulta electo el señor De Buono, quien se desempeñaría en varios cargos por mucho tiempo.

Durante sus ausencias, lo reemplazaba su esposa, Doña Clara. Corría el año 1925. Ese año Don Francisco De Buono se constituyó en el primer Intendente

de Río Tercero, a raíz de un Decreto del Gobierno de la Provincia de Córdoba, el que resolvió elevar a la categoría de Intendencia a la Comuna del mismo nombre.

Permanece en el cargo por tres años, es decir, hasta 1928. El 25 de mayo de ese año es reelegido, se desempeña por espacio de cinco meses, renunciando luego por problemas entre Demócratas y Radicales.

Lo sucede en el cargo Don Carlos Moretto, quien fallece al poco tiempo de asumir, el que es reemplazado por Don Silvio Gigli hasta la década del ´30.

Esta versión me fue referida los señores Emilio Pinesse y Lorenzo Boide en julio de 1981.

Roberto Britos

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BETTI

Hace mucho tiempo ya, el personaje al que voy a hacer mención, vivía en Río Tercero. Vendedor ambulante en cuanta fiesta religiosa hubiera en la zona, siempre estaba

presente. Italiano, era conocido como “El Betti”. Creo que nadie supo nunca cual fue realmente su

verdadero apellido. Cerca de nuestra ciudad, se encuentra un pueblo agrícola en el que todos los años festejan el

día en honor de su patrono, San Roque. Ese día no podía ser la excepción, lo encontró a Betti instalado con sus chucherías.

Pregonando la mercadería para su venta, portaba unas canastas en donde se mezclaban estampitas religiosas, caramelos “Mú-mú”, “Capitán Kid”, pastillas de menta y turrones, chicles “Adams”, “chinchibarras”, naranjadas “Crush”, globos de colores, banderitas, molinillos de celuloide, gallinitas con licor, etc.,etc.

Entre todas esas cosas, tenía una foto de Ernesto Lazzatti, jugador de Boca, cuadro del que el “tano” era hincha fanático. El jugador estaba posando apoyado en el banderín del “comer”.

Nuestro personaje se encontraba sentado en su banquito cuando, se acerca una señora preguntándole: -¿Questo santo, ¿Chi e? – Questo signora es il “Centre Cas” del “Boca Juniors”- Contestó Betti en su particular mezcla del castellano e italiano.

La señora, comentó: -Per la faccia, e pensato chi era San Roque. “Se signora, ma sens il cane”- fue la, respuesta del vendedor. Intrigada la señora insistió: E ¿Du´a le il cane? -Le invininnato la polizia”- -No he importante lo io porto stesso”- Dijo la dama, tomando finalmente la decisión. El pícaro Betti, como buen comerciante, hizo la venta del ídolo de Boca or San Roque.

DOÑA MARTA

Entre los años 1931 y 1933, doña María recorría el viejo pueblo con una vaca, ala que ordeñaba, vendiendo el producto lácteo por la calle, el que era un verdadero manjar.

Cierta vez, surgió un problema frente a una “fonda” la “Italia”, cuyo dueño era un inmigrante. En aquella época se llamaba así a esos lugares, a lo que hoy es un restaurante.

Había un vecino del lugar, que era cliente efectivo de la lechera. Un día este señor se encontrando saboreando un vaso de exquisita leche al pie de la vaca. El

pobre animal, a consecuencia de un “empacho” por comer demasiado centeno, estaba descompuesto. No pudo contener semejante carga interna y “adornó” todo el frente de la fondo de un vede cristalino. El dueño del restaurante tuvo palabras que no cayeron bien a doña María.

Una de las cosas que no le gustó, fue cuando el fondero le dijo: ¡Ma, guarda un pó la pastasciutta chi ha fatto la vaca!

Doña María entendió mal, a lo que le respondió enojada: “¡Más patas sucias serás vos, gringo sotreta!”

Esta anécdota que les cuento, sucedió en 1933 en la calle Garibaldi, hoy Libertad. Desde entonces, que yo recuerde, nunca más pasó otra lechera.-

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Arenas de Río Tercero

El ferrocarril en el pueblo “Media Luna”, fue el motor del progreso de este lugar, desde

sus comienzos en la década del diez y del veinte. Un querido amigo me contó versiones sobre el transporte del mineral de ripio y arenas, de nuestro río. Este material era muy buscado por empresas constructoras, de pueblos y ciudades para la edificación de grandes obras, como el ripio 3 x 1 para columnas de gran porte. Los trenes de carga con chatas de 45 toneladas, permanentemente viajaban a distintas partes del país.

Mi padre era proveedor de estos materiales junto a otros areneros. Sobre vagones especiales para peso bruto se transportaba permanentemente el material en tren.

Una empresa de Río Cuarto que vino con tres camiones, y que mandaba por tren, las arenas de nuestro río. Canteras ricas de éste material plateado que aún se conserva en el lugar.

Este pertenece a nuestra geografía. El lugar podría servir hasta tomar baños de sol, ya que las arenas contienen yodo.

La época de esplendor de Río Tercero, fue en las décadas del treinta y cuarenta: el ferrocarril, el embalse, el turismo, la construcción de los talleres de Fabricaciones Militares. Hoy son hechos que pertenecen a nuestra historia local.

Desde mis comienzos, mi dedicación fue en dar a conocer los lugares y las cosas que fueron la esencia y bendición de esta ciudad, a la que pertenecemos. A Dios gracias.

Roberto Britos, Río Tercero, 04-041978; escritos actualizados el 08-05-2006

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Más anécdotas. Llovía torrencialmente; el monaguillo despertó al señor cura, llevándole en un artístico

mate de plata un espumoso “cimarrón”, diciéndole –“Padre, llueve copiosamente. Es imposible viajar”-.

A lo que el curita contestó; “Usted, no se haga problemas. El “Fordcito” nos va a llevar. La pequeña comunidad católica le había regalado al mencionado sacerdote, un flamante

Ford “a bigote” con el que cumplía su función evangélica en la zona. Cuando estuvo todo preparado, el monaguillo le reiteró: “Padre, me parece que no vamos a

poder viajar” . “Usted, lo que tiene que hacer es: Rezar, rezar y rezar”, fue la contestación. Después de varias “vueltas de cuerda” (así se denominaba comúnmente a “darle manija”,

dado que algunos modelos aún no tenían arranque eléctrico) se puso en marcha el motor y salieron con el “Fortacho” haciendo zigzag por el viejo camino a Tancacha.

Cuando entraron en la recta que levaba al pueblo, la lluvia era aún más torrencial. Una bandada de teros observaba con curiosidad esa rara figura resoplando entre un mar de agua.

En ese instante, del motor del negro autito salió una especie de estornudo, y se detuvo. “Padre ¿Lo empujo?-“Preguntó de nuevo el monaguillo.

“No, no, Usted rece, rece” El valeroso sacerdote se había levantado la sotana hasta la cintura y en medio del diluvio probó de mil maneras distintas darle arranque al Ford.

Pero, resultó imposible, el problema no tenía solución. A todo esto, el pobre monaguillo, rezaba y rezaba. Con su paciencia ya agotada, sorpresivamente el curita ordenó –“Basta de rezar y rezar.

No vamos a lograr nada. Bájese y empuje nomás”, ¡Qué tiempos aquellos! ¿No? De todas maneras tengo más anécdotas para ustedes en “Algo para recordar”.

COSAS DE MI PUEBLO Don Rafael Damicelli en el año 1970 supo contarme que don Modesto Acuña fue muy

querido y respetado por la gente de su pueblo y aseguraba que la bomba se encuentra en el lugar llamado “Media Luna”. Decía don Rafael que hasta hace poco se veían los restos en el lugar mencionado.

En el año 1989, un sobrino de éste pionero dijo en una conversación que conoció al señor que instaló la bomba en ese lugar del río. Era muy amigo de su tío y conocedor de hidráulica. Dicha bomba fue comprada por su tío en Córdoba y traída hasta Dalmacio Vélez en tren y desde ese lugar por “balastro” hasta aquí.

Todavía no circulaban los trenes desde Córdoba a nuestro Pueblo por falta de “Puente Negro”.

Cuando falleció su tío, don Pedro Marín Maroto, casado con su prima Zoila, únicos herederos de todos los bienes de esta familia, resultó su tía y su hija Zoila Rosa esposa de don Pedro Marín Maroto.

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Este sería el administrador de todos sus bienes de la distinguida familia. Don Pedro sigue con las obras del querido benefactor don Modesto.

Don Pedro, al ver la obra de la bomba en ruinas decide desenterrar todos los caños que estaban desde “los altos” hasta la Plaza.- Era toda una fortuna lo que había enterrado. Era material valioso y que escaseaba por la guerra de Europa del año 1914.

Don Modesto Acuña fue un pionero, un hombre de visión. Cuentan sus sobrinos que al fallecer el 15 de octubre de 1915 de un paro cardíaco a la edad de 62 años, concurrieron a su velatorio personalidades de la Provincia y de la zona, entre estos el señor Gobernador don Ramón J. Carcano, gran amigo de don Modesto.

Los hermanos Pedro y Abraham Molina o tras familias distinguidas de los pueblos vecinos, autoridades eclesiásticas de la Ciudad de Córdoba y nuestro recordado Padre Bernard.

Los hermanos Maldonado, sobrinos de don Modesto Acuña y doña Zoila Torres de Acuña, son de viajas raíces del lugar, únicos testigos y parientes de la verdadera historia de este legendario personaje que se llamó don Modesto Acuña.

Roberto Britos, Río Tercero, 17 de abril de 1989.

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Dedicado a mí esposa Nilda,

quien me acompaño durante 55 años Gringa: Recordar nuestros jóvenes años de aquel lejano pasado de nebulosos problemas, de

cuando tú eras una adolescente y yo un joven sin presencia de obstáculos… Pero nuestro Señor bajo su bendición nos unió con toda su pureza de alma, formando

un hogar con hijos, nietos y bisnietos, que purificaron nuestra sangre. Gringa: Tú fuiste una madre ejemplar… Lo tuyo es una herencia amparada por nuestro

Padre Celestial. Amada mía, hoy, por esas cosas de la vida, porque Dios así lo quiso, no te encuentras entre

nosotros. Pero gringa querida, serás una llamita permanente en cada hogar de tus seres queridos. Mientras mi pluma con pulso trémulo, te recordará permanente.- Roberto 17/7/2003