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1 ANTOLOGÍA DE POESÍA ESPAÑOLA CONTEMPORÁNEA (SIGLOS XIX Y XX) Romanticismo, Modernismo, Generación del 98 y Generación del 27 Autores incluidos en esta antología: José de Espronceda José Zorrilla Gustavo Adolfo Bécquer Rubén Darío Juan Ramón Jiménez Antonio Machado Federico García Lorca Rafael Alberti Luis Cernuda Miguel Hernández

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ANTOLOGÍA DE POESÍA ESPAÑOLA CONTEMPORÁNEA (SIGLOS XIX Y XX)

Romanticismo, Modernismo, Generación del 98 y Generación del 27

Autores incluidos en esta antología:

José de Espronceda

José Zorrilla

Gustavo Adolfo Bécquer

Rubén Darío

Juan Ramón Jiménez

Antonio Machado

Federico García Lorca

Rafael Alberti

Luis Cernuda

Miguel Hernández

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JOSÉ DE ESPRONCEDA (1808-1842)

Canción del pirata Con diez cañones por banda, viento en popa, a toda vela, no corta el mar, sino vuela un velero bergantín. Bajel pirata que llaman, por su bravura, el Temido, en todo mar conocido del uno al otro confín. La luna en el mar rïela, en la lona gime el viento, y alza en blando movimiento olas de plata y azul; y va el capitán pirata, cantando alegre en la popa, Asia a un lado, al otro Europa, y allá a su frente, Estambul: «Navega, velero mío, sin temor, que ni enemigo navío ni tormenta, ni bonanza tu rumbo a torcer alcanza, ni a sujetar tu valor. Veinte presas hemos hecho a despecho del inglés, y han rendido sus pendones cien naciones a mis pies.

Que es mi barco mi tesoro, que es mi dios la libertad, mi ley, la fuerza y el viento, mi única patria, la mar. Allá muevan feroz guerra ciegos reyes por un palmo más de tierra; que yo aquí tengo por mío cuanto abarca el mar bravío, a quien nadie impuso leyes. Y no hay playa, sea cualquiera, ni bandera de esplendor, que no sienta mi derecho y dé pecho a mi valor. Que es mi barco mi tesoro, ...

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A la voz de «¡barco viene!» es de ver cómo vira y se previene a todo trapo escapar; Que yo soy el rey del mar, y mi furia es de temer. En las presas yo divido lo cogido por igual; sólo quiero por riqueza la belleza sin rival. Que es mi barco mi tesoro, que es mi dios la libertad, mi ley, la fuerza y el viento, mi única patria, la mar. ¡Sentenciado estoy a muerte! Yo me río; no me abandone la suerte, y al mismo que me condena, colgaré de alguna entena, quizá en su propio navío. Y si caigo, ¿qué es la vida? Por perdida ya la di, cuando el yugo del esclavo, como un bravo, sacudí. Que es mi barco mi tesoro, que es mi dios la libertad, mi ley, la fuerza y el viento, mi única patria, la mar. Son mi música mejor aquilones, el estrépito y temblor de los cables sacudidos, del negro mar los bramidos y el rugir de mis cañones. Y del trueno al son violento, y del viento al rebramar, yo me duermo sosegado, arrullado por el mar. Que es mi barco mi tesoro, …

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SONETO Fresca, lozana, pura y olorosa, gala y adorno del pensil florido, gallarda puesta sobre el ramo erguido, fragancia esparce la naciente rosa. Mas si el ardiente sol lumbre enojosa vibra del can en llamas encendido, el dulce aroma y el color perdido, sus hojas lleva el aura presurosa. Así brilló un momento mi vena en alas del amor, y hermosa nube fingí tal vez de gloria y de alegría. Mas ¡ay! que el bien trocóse en amargura, y deshojada por los aires sube la dulce flor de la esperanza mía.

A LA MUERTE DE TORRIJOS Y SUS COMPAÑEROS Helos allí: junto a la mar bravía cadáveres están ¡ay! los que fueron honra del libre, y con su muerte dieron almas al cielo, a España nombradía. Ansia de patria y libertad henchía sus nobles pechos que jamás temieron, y las costas de Málaga los vieron cual sol de gloria en desdichado día. Españoles, llorad; mas vuestro llanto lágrimas de dolor y sangre sean, sangre que ahogue a siervos y opresores, y los viles tiranos con espanto siempre delante amenazando vean alzarse sus espectros vengadores.

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Himno al dos de mayo

¡Oh! ¡Es el pueblo! ¡Es el pueblo! Cual las olas del hondo mar, alboratado brama; las esplendentes glorias españolas, su antigua prez, su independencia aclama. Hombres, mujeres vuelan al combate; el volcán de sus iras estalló: sin armas van, pero en sus pechos late un corazón colérico español. La frente coronada de laureles, con el botín de la vencisa Europa, con sangre hasta las cinchas los corceles en cien campañas, veterana tropa, los que el rápido Volga ensangrentaron, los que humillaron a sus pies naciones, sobre las pirámides pasaron al galope veloz de sus bridones, a eterna lucha, a desigual batalla, Madrid provoca en su encendida ira, su pueblo inerme allí entre la metralla y entre los sables reluchando gira. Graba en su frente luminosa huella la lumbre que destella el corazón; y a parar con sus pechos se atropella el rayo del mortífero cañón. ¡Oh de sangre y valor glorioso día! Mis padres cuando niño me contaron sus hechos ¡ay! y en la memoria mía santo recuerdo de virtud quedaron!! […] Brilla el puñal en la irritada mano, huye el cobarde y el traidor se esconde; truena el cañón y el grito castellano de independencia y libertad responde. ¡Héroes de mayo, levantad las frentes! Sonó la hora y la venganza espera: Id y hartad vuestra sed en los torrentes de sangre de Bailén y Talavera. Id, saludad los héroes de Gerona, alzad con ellos el radiante vuelo, y a los de Zaragoza alta corona ceñid que aumente el esplendor del cielo. Mas ¡ay! ¿por qué cuando los ojos brotan lágrimas de entusiasmo y de alegría, y el alma atropellados alborotan tantos recuerdos de honra y valentía,

negra nube en el alma se levanta, que turba y oscurece los sentidos, fiero dolor el corazón quebrante, y se ahoga la voz entre gemidos? ¡Oh levantad la frente carcomida, mártires de la gloria, que aún arde en ella y con eterna vida, la luz de la victoria! ¡Oh levantadla del eterno sueño, y con los huecos de los ojos fijos, contemplad una vez con torvo ceño la verguenza y baldón de vuestros hijos! Quizá en vosotros, donde el fuego arde del castellano honor, aun sobre vida para alentar el corazón cobarde, y abrasar esta tierra envilecida. ¡Ay! ¿Cuál fue el galardón de vuestro celo, de tanta sangre y bárbaro quebranto, de tan heroica lucha y tanto anhelo, tanta virtud y sacrificio tanto? El trono que erigió vuestra bravura, sobre huesos de héroes cimentado, un rey ingrato, de memoria impura, con eterno baldón dejó manchado. ¡Ay! Para herir la libertad sagrada, el príncipe, borrón de nuestra historia, llamó en su auxilio la francesa espada, que segase el laurel de vuestra gloria. Y vuestros hijos de la muerte huyeron, y esa sagrada tumba abandonaron, hollarla ¡oh Dios! a los franceses vieron y hollarla a los franceses les dejaron. Como la mar tempestuosa ruge, la losa al choque de los cráneos duros tronó y se alzó con indignado empuje, del galo audaz bajo los pies impuros. […] Verted juntando las dolientes manos lágrimas ¡ay! que escalden la mejilla; mares de eterno llanto, castellanos, no bastan a borrar nuestra mancilla. Llorad como mujeres, vuestra lengua no osa lanzar el grito de venganza; apáticos vivís en tanta mengua y os cansa el brazo el peso de la lanza. ¡Oh! en el dolor inmenso que me inspira, el pueblo entorno avergonzado calle; y estallando las cuerdas de mi lira, roto también, mi corazón estalle.

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JOSÉ ZORRILLA (1817-1893)

CORRIENDO VAN POR LA VEGA Corriendo van por la vega a las puertas de Granada hasta cuarenta gomeles y el capitán que los manda. Al entrar en la ciudad, parando su yegua blanca, le dijo éste a una mujer que entre sus brazos lloraba: «Enjuga el llanto, cristiana no me atormentes así, que tengo yo, mi sultana, un nuevo Edén para ti. Tengo un palacio en Granada, tengo jardines y flores, tengo una fuente dorada con más de cien surtidores, y en la vega del Genil tengo parda fortaleza, que será reina entre mil cuando encierre tu belleza. Y sobre toda una orilla extiendo mi señorío; ni en Córdoba ni en Sevilla hay un parque como el mío. Allí la altiva palmera y el encendido granado, junto a la frondosa higuera, cubren el valle y collado. Allí el robusto nogal, allí el nópalo amarillo, allí el sombrío moral crecen al pie del castillo. Y olmos tengo en mi alameda que hasta el cielo se levantan y en redes de plata y seda tengo pájaros que cantan. Y tú mi sultana eres, que desiertos mis salones están, mi harén sin mujeres, mis oídos sin canciones. Yo te daré terciopelos y perfumes orientales; de Grecia te traeré velos y de Cachemira chales. Y te dará blancas plumas para que adornes tu frente, más blanca que las espumas de nuestros mares de Oriente. Y perlas para el cabello, y baños para el calor, y collares para el cuello; para los labios... ¡amor!» «¿Qué me valen tus riquezas -respondióle la cristiana-, si me quitas a mi padre,

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mis amigos y mis damas? Vuélveme, vuélveme, moro a mi padre y a mi patria, que mis torres de León valen más que tu Granada.» Escuchóla en paz el moro, y manoseando su barba, dijo como quien medita, en la mejilla una lágrima: «Si tus castillos mejores que nuestros jardines son, y son más bellas tus flores, por ser tuyas, en León, y tú diste tus amores a alguno de tus guerreros, hurí del Edén, no llores; vete con tus caballeros.» Y dándole su caballo y la mitad de su guardia, el capitán de los moros volvió en silencio la espalda.

EL CONTRABANDISTA Subiendo la negra roca de embarazosa montaña, contrabandista español bridón andaluz cabalga. Lleva el trabuco a su lado, el cuchillo entre la faja, y con el humo del puro su voz varonil levanta.

"Que brame en la peña el viento, que se arda el monte vecino, que rompa el inhiesto pino el aquilón violento. Yo desprecio sus furores; y aquí solo, sin señores, de pesadumbres ajeno, oigo el huracán sereno y canto al crujir del trueno mis amores," " El albor de la mañana, en sus matices de rosa, me trae la imagen graciosa de mi maja sevillana, y en sus variados colores me pinta las lindas flores del suelo donde nací, donde inocente reí, donde primero sentí mis amores."

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" Cuando la enemiga bala chilla medrosa a mi oído, ya mi contrario caído el alma rabioso exhala. ¡Qué me importan vengadores cien fusiles matadores que amenacen mi cabeza! Con mi Moro y mi destreza yo les canto en la maleza mis amores." " Sienta yo el pujante brío del galope de mi Moro , y el trabucazo sonoro de algún compañero mío; y que vengan triunfadores los caballeros mejores que empuñaron lanza ó freno. Yo de temerles ajeno cantaré libre y sereno mis amores."

Tranquilo el contrabandista aquí el canto llegaba, cuando un acento francés "¡Fuego !" a su lado gritaba. Sobre su frente pasaron con ruido silbar las balas, y gendarmes le acometen diciendo " ¡Ríndete a Francia!" Y entonces él " No se rinden los que nacen en España", y contra el jefe enemigo su ancho trabuco descarga. Cayeron dos, como arbusto que el cierzo en pos arrebata. En impetuosa carrera el bruto gallardo arranca; y por sobre los peñascos que en rápida fuga salva, cantando va el español al trasponer la montaña: " Vivir en los Pirineos, pero morir en Granada."

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GUSTAVO ADOLFO BÉCQUER (1836-1870)

Rima I Yo sé un himno gigante y extraño que anuncia en la noche del alma una aurora, y estas páginas son de ese himno cadencias que el aire dilata en las sombras. Yo quisiera escribirle, del hombre domando el rebelde, mezquino idioma, con palabras que fuesen a un tiempo suspiros y risas, colores y notas. Pero en vano es luchar, que no hay cifra capaz de encerrarle; y apenas, ¡oh, hermosa!, si, teniendo en mis manos las tuyas, pudiera, al oído, cantártelo a solas.

Rima VII Del salón en el ángulo oscuro, de su dueña tal vez olvidada, silenciosa y cubierta de polvo veíase el arpa. ¡Cuánta nota dormía en sus cuerdas como el pájaro duerme en las ramas, esperando la mano de nieve que sabe arrancarlas! ¡Ay! pensé; ¡cuántas veces el genio así duerme en el fondo del alma, y una voz, como Lázaro, espera que le diga: «¡Levántate y anda!».

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Rima XLI

Tú eras el huracán y yo la alta

torre que desafía su poder:

¡tenías que estrellarte o que abatirme!...

¡No pudo ser!

Tú eras el océano y yo la enhiesta

roca que firme aguarda su vaivén:

¡tenías que romperte o que arrancarme!...

¡No pudo ser!

Hermosa tú, yo altivo: acostumbrados

uno a arrollar, el otro a no ceder;

la senda estrecha, inevitable el choque...

¡No pudo ser!

Rima LII Olas gigantes que os rompéis bramando en las playas desiertas y remotas, envuelto entre la sábana de espumas, ¡llevadme con vosotras! Ráfagas de huracán que arrebatáis del alto bosque las marchitas hojas, arrastrado en el ciego torbellino, ¡llevadme con vosotras! Nube de tempestad que rompe el rayo y en fuego ornáis las sangrientas orlas, arrebatado entre la niebla oscura, ¡llevadme con vosotras!. Llevadme, por piedad, a donde el vértigo con la razón me arranque la memoria. ¡Por piedad! ¡Tengo miedo de quedarme con mi dolor a solas!

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Rima LXIX

Al brillar un relámpago nacemos, y aún dura su fulgor cuando morimos; ¡tan corto es el vivir! La Gloria y el Amor tras que corremos sombras de un sueño son que perseguimos; ¡despertar es morir! Rima LXX ¡Cuántas veces, al pie de las musgosas paredes que la guardan, oí la esquila que al mediar la noche a los maitines llama! ¡Cuántas veces trazó mi silueta la luna plateada, junto a la del ciprés, que de su huerto se asoma por las tapias! Cuando en sombras la iglesia se envolvía, de su ojiva calada, ¡cuántas veces temblar sobre los vidrios vi el fulgor de la lámpara! Aunque el viento en los ángulos oscuros de la torre silbara, del coro entre las voces percibía su voz vibrante y clara. En las noches de invierno, si un medroso por la desierta plaza se atrevía a cruzar, al divisarme el paso aceleraba. Y no faltó una vieja que en el torno dijese a la mañana, que de algún sacristán muerto en pecado acaso era yo el alma. A oscuras conocía los rincones del atrio y la portada; de mis pies las ortigas que allí crecen las huellas tal vez guardan. Los búhos, que espantados me seguían con sus ojos de llamas, llegaron a mirarme con el tiempo como a un buen camarada. A mi lado sin miedo los reptiles se movían a rastras; hasta los mudos santos de granito creo que me saludaban.

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RUBÉN DARÍO (1867-1916)

YO PERSIGO UNA FORMA Yo persigo una forma que no encuentra mi estilo, botón de pensamiento que busca ser la rosa; se anuncia con un beso que en mis labios se posa al abrazo imposible de la Venus de Milo. Adornan verdes palmas el blanco peristilo; los astros me han predicho la visión de la Diosa; y en mi alma reposa la luz como reposa el ave de la luna sobre un lago tranquilo. Y no hallo sino la palabra que huye, la iniciación melódica que de la flauta fluye y la barca del sueño que en el espacio boga; y bajo la ventana de mi Bella-Durmiente, el sollozo continuo del chorro de la fuente y el cuello del gran cisne blanco que me interroga.

PROPÓSITO PRIMAVERAL A Vargas Vila.

A saludar me ofrezco y a celebrar me obligo tu triunfo, Amor, al beso de la estación que llega mientras el blanco cisne del lago azul navega en el mágico parque de mis triunfos testigo. Amor, tu hoz de oro ha segado mi trigo; por ti me halaga el suave son de la flauta griega, y por ti Venus pródiga sus manzanas me entrega y me brinda las perlas de las mieles del higo. En el erecto término coloco una corona en que de rosas frescas la púrpura detona; y en tanto canta el agua bajo el boscaje oscuro, junto a la adolescente que en el misterio inicio apuraré, alternando con tu dulce ejercicio, las ánforas de oro del divino Epicuro.

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ITE, MISSA EST

A Reynaldo de Rafael Yo adoro a una sonámbula con alma de Eloísa, virgen como la nieve y honda como la mar; su espíritu es la hostia de mi amorosa misa, y alzo al són de una dulce lira crepuscular. Ojos de evocadora, gesto de profetisa, en ella hay la sagrada frecuencia del altar: su risa en la sonrisa suave de Monna Lisa; sus labios son los únicos labios para besar. Y he de besarla un día con rojo beso ardiente; apoyada en mi brazo como convaleciente me mirará asombrada con íntimo pavor; la enamorada esfinge quedará estupefacta; apagaré la llama de la vestal intacta ¡y la faunesa antigua me rugirá de amor!

***

JUAN RAMÓN JIMÉNEZ (1881-1958)

Otoño Esparce octubre, al blando movimiento del sur, las hojas áureas y las rojas, y, en la caída clara de sus hojas, se lleva al infinito el pensamiento. Qué noble paz en este alejamiento de todo; oh prado bello que deshojas tus flores; oh agua fría ya, que mojas con tu cristal estremecido el viento! ¡Encantamiento de oro! Cárcel pura, en que el cuerpo, hecho alma, se enternece, echado en el verdor de una colina! En una decadencia de hermosura, la vida se desnuda, y resplandece la excelsitud de su verdad divina.

***

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Iba tocando mi flauta a lo largo de la orilla; y la orilla era un reguero de amarillas margaritas. El campo cristaleaba tras el temblor de la brisa; para escucharme mejor el agua se detenía. Notas van y notas vienen, la tarde fragante y lírica iba, a compás de mi música, dorando sus fantasías, y a mi alrededor volaba, en el agua y en la brisa, un enjambre doble de mariposas amarillas. La ladera era de miel, de oro encendido la viña, de oro vago el raso leve del jaral de flores níveas; allá donde el claro arroyo da en el río, se entreabría un ocaso de esplendores sobre el agua vespertina... Mi flauta con sol lloraba a lo largo de la orilla; atrás quedaba un reguero de amarillas margaritas...

Poesía…

Vino primero pura, vestida de inocencia; y la amé como un niño.

Luego se fue vistiendo de no sé qué ropajes; y la fui odiando, sin saberlo.

Llegó a ser una reina, fastuosa de tesoros… ¡Qué iracundia de yel y sin sentido!

…Mas se fue desnudando. Y yo le sonreía.

Se quedó con la túnica de su inocencia antigua. Creí de nuevo en ella.

Y se quitó la túnica, y apareció desnuda toda… ¡Oh pasión de mi vida, poesía desnuda, mía para siempre!

Eternidades, 1918.

INTELIJENCIA, DAME…

Intelijencia, dame el nombre esacto de las cosas!

Que mi palabra sea la cosa misma, creada por mi alma nuevamente. Que por mí vayan todos los que no las conocen, a las cosas; que por mí vayan todos los que ya las olvidan a las cosas; que por mí vayan todos los mismos que las aman, a las cosas… ¡Intelijencia, dame el nombre esacto, y tuyo, y suyo, y mío, de las cosas!

[Eternidades, 1918]

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NADA

A tu abandono opongo la elevada

torre de mi divino pensamiento;

subido a ella, el corazón sangriento

verá la mar, por él empurpurada.

Fabricaré en mi sombra la alborada,

mi lira guardaré del vano viento,

buscaré en mis entrañas mi sustento…

Mas ¡ay! ¿Y si esta paz no fuera nada?

¡Nada, sí, nada, nada!... –O que cayera

mi corazón al agua, y de este modo

fuese el mundo un castillo hueco y frío…–

Que tú eres tú, la humana primavera,

la tierra, el aire, el agua, el fuego, ¡todo!,

… ¡y soy yo solo el pensamiento mío!

Sonetos espirituales (1914-15)

…Y yo me iré. Y se quedarán los pájaros cantando; y se quedará mi huerto, con su verde árbol, y con su pozo blanco. Todas la tardes, el cielo será azul y plácido; y tocarán, como esta tarde están tocando, las campanas del campanario. Se morirán aquellos que me amaron; y el pueblo se hará nuevo cada año; y en el rincón aquel de mi huerto florido y encalado. mi espíritu errará, nostálgico… Y yo me iré; y estaré solo, sin hogar, sin árbol verde, sin pozo blanco, sin cielo azul y plácido… Y se quedarán los pájaros cantando.

Poemas agrestes (1910-1911)

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ANTONIO MACHADO (1875-1939)

Campos de Soria

¡Colinas plateadas, grises alcores, cárdenas roquedas por donde traza el Duero su curva de ballesta en torno a Soria, obscuros encinares, ariscos pedregales, calvas sierras, caminos blancos y álamos del río, tardes de Soria, mística y guerrera, hoy siento por vosotros, en el fondo del corazón, tristeza, tristeza que es amor! ¡Campos de Soria donde parece que las rocas sueñan, conmigo vais! ¡Colinas plateadas, grises alcores, cárdenas roquedas!...

Es la tierra de Soria árida y fría. Por las colinas y las sierras calvas, verdes pradillos, cerros cenicientos, la primavera pasa...

He vuelto a ver los álamos dorados, álamos del camino en la ribera, esos chopos del río, que acompañan con el sonido de sus hojas secas el son del agua, cuando el viento sopla, álamos de las márgenes del Duero, conmigo vais, mi corazón os lleva!

¡Oh, sí! Conmigo vais, campos de Soria, tardes tranquilas, montes de violeta, alamedas del río, verde sueño del suelo gris y de la parda tierra, agria melancolía de la ciudad decrépita. Me habéis llegado al alma, ¿o acaso estabais en el fondo de ella? ¡Gentes del alto llano numantino que a Dios guardáis como cristianas viejas, que el sol de España os llene de alegría, de luz y de riqueza!

Campos de Castilla (Fragmento del poema "Campos de

Soria", sección VII).

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A orillas del Duero

Mediaba el mes de julio. Era un hermoso día. Yo, solo, por las quiebras del pedregal subía, buscando los recodos de sombra, lentamente. A trechos me paraba para enjugar mi frente y dar algún respiro al pecho jadeante; o bien, ahincando el paso, el cuerpo hacia adelante y hacia la mano diestra vencido y apoyado en un bastón, a guisa de pastoril cayado, trepaba por los cerros que habitan las rapaces, aves de altura, hollando las hierbas montaraces de fuerte olor -romero, tomillo, salvia, espliego-. Sobre los agrios campos caía un sol de fuego. Un buitre de anchas alas con majestuoso vuelo cruzaba solitario el puro azul del cielo. Yo divisaba, lejos, un monte alto y agudo, y una redonda loma cual recamado escudo, y cárdenos alcores sobre la parda tierra -harapos esparcidos de un viejo arnés de guerra-, las serrezuelas calvas por donde tuerce el Duero El Duero cruza el corazón de roble de Iberia y de Castilla.

¡Oh, tierra triste y noble, la de los altos llanos y yermos y roquedas, de campos sin arados, regatos ni arboledas; decrépitas ciudades, caminos sin mesones, y atónitos palurdos sin danzas ni canciones que aún van, abandonando el mortecino hogar, como tus largos ríos, Castilla, hacia la mar! Castilla miserable, ayer dominadora, envuelta en sus andrajos desprecia cuanto ignora. ¿Espera, duerme o sueña? ¿La sangre derramada recuerda, cuando tuvo la fiebre de la espada? Todo se mueve, fluye, discurre, corre o gira; cambian la mar y el monte y el ojo que los mira. ¿Pasó? Sobre sus campos aún el fantasma yerta de un pueblo que ponía a Dios sobre la guerra. La madre en otro tiempo fecunda en capitanes, madrastra es hoy apenas de humildes ganapanes. Castilla no es aquella tan generosa un día, cuando Myo Cid Rodrigo el de Vivar volvía, ufano de su nueva fortuna, y su opulencia, a regalar a Alfonso los huertos de Valencia; o que, tras la aventura que acreditó sus bríos, pedía la conquista de los inmensos ríos indianos a la corte, la madre de soldados, guerreros y adalides que han de tornar, cargados de plata y oro, a España, en regios galeones.

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RETRATO

Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla, y un huerto claro donde madura el limonero; mi juventud, veinte años en tierras de Castilla; mi historia, algunos casos que recordar no quiero.

Ni un seductor Mañara, ni un Bradomín he sido —ya conocéis mi torpe aliño indumentario—, más recibí la flecha que me asignó Cupido, y amé cuanto ellas puedan tener de hospitalario.

Hay en mis venas gotas de sangre jacobina, pero mi verso brota de manantial sereno; y, más que un hombre al uso que sabe sudoctrina, soy, en el buen sentido de la palabra, bueno.

Adoro la hermosura, y en la moderna estética corté las viejas rosas del huerto de Ronsard; mas no amo los afeites de la actual cosmética, ni soy un ave de esas del nuevo gay-trinar.

A distinguir me paro las voces de los ecos, y escucho solamente, entre las voces, una.

Desdeño las romanzas de los tenores huecos y el coro de los grillos que cantan a la luna.

¿Soy clásico o romántico? No sé. Dejar quisiera mi verso, como deja el capitán su espada: famosa por la mano viril que la blandiera, no por el docto oficio del forjador preciada.

Converso con el hombre que siempre va conmigo —quien habla solo espera hablar a Dios un día—; mi soliloquio es plática con ese buen amigo que me enseñó el secreto de la filantropía.

Y al cabo, nada os debo; debéisme cuanto he escrito. A mi trabajo acudo, con mi dinero pago el traje que me cubre y la mansión que habito, el pan que me alimenta y el lecho en donde yago.

Y cuando llegue el día del último vïaje, y esté al partir la nave que nunca ha de tornar, me encontraréis a bordo ligero de equipaje, casi desnudo, como los hijos de la mar.

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A un olmo seco

Al olmo viejo, hendido por el rayo y en su mitad podrido, con las lluvias de abril y el sol de mayo, algunas hojas verdes le han salido. ¡El olmo centenario en la colina que lame el Duero! Un musgo amarillento le mancha la corteza blanquecina al tronco carcomido y polvoriento. No será, cual los álamos cantores que guardan el camino y la ribera, habitado de pardos ruiseñores. Ejército de hormigas en hilera va trepando por él, y en sus entrañas hunden sus telas grises las arañas. Antes que te derribe, olmo del Duero, con su hacha el leñador, y el carpintero te convierta en melena de campana, lanza de carro o yugo de carreta; antes que, rojo en el hogar, mañana ardas, de alguna mísera caseta al borde de un camino; antes que te descuaje un torbellino y tronche el soplo de las sierras blancas; antes que el río hacia la mar te empuje, por valles y barrancas, olmo, quiero anotar en mi cartera la gracia de tu rama verdecida. Mi corazón espera también hacia la luz y hacia la vida, otro milagro de la primavera.

Por tierras de España

El hombre de estos campos que incendia los pinares y su despojo aguarda como botín de guerra, antaño hubo raído los negros encinares, talado los robustos robledos de la sierra. Hoy ve a sus pobres hijos huyendo de sus lares; la tempestad llevarse los limos de la tierra por los sagrados ríos hacia los anchos mares; y en páramos malditos trabaja, sufre y yerra. Es hijo de una estirpe de rudos caminantes, pastores que conducen sus hordas de merinos a Extremadura fértil, rebaños trashumantes que mancha el polvo y dora el sol de los caminos. Pequeño, ágil, sufrido, los ojos de hombre astuto, hundidos, recelosos, movibles; y trazadas cual arco de ballesta, en el semblante enjuto de pómulos salientes, las cejas muy pobladas. Abunda el hombre malo del campo y de la aldea, capaz de insanos vicios y crímenes bestiales, que bajo el pardo sayo esconde un alma fea,

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esclava de los siete pecados capitales. Los ojos siempre turbios de envidia o de tristeza, guarda su presa y llora la que el vecino alcanza; ni para su infortunio ni goza su riqueza; le hieren y acongojan fortuna y malandanza. El numen de estos campos es sanguinario y fiero: al declinar la tarde, sobre el remoto alcor, veréis agigantarse la forma de un arquero, la forma de un inmenso centauro flechador. Veréis llanuras bélicas y páramos de asceta ?no fue por estos campos el bíblico jardín?: son tierras para el águila, un trozo de planeta por donde cruza errante la sombra de Caín.

YO VOY SOÑANDO CAMINOS Yo voy soñando caminos de la tarde. ¡Las colinas doradas, los verdes pinos, las polvorientas encinas! ... ¿Adònde el camino irá? Yo voy cantando, viajero a lo largo del sendero... —La tarde cayendo está—. «En el corazòn tenía la espina de una pasiòn; logré arrancármela un día, ya no siento el corazòn.» Y todo el campo un momento se queda, mudo y sombrío, meditando. Suena el viento en los álamos del río. La tarde más se oscurece; y el camino que serpea y débilmente blanquea se enturbia y desaparece. Mi cantar vuelve a plañir: «Aguda espina dorada, quién te pudiera sentir en el corazòn clavada.»

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El mañana efímero

La España de charanga y pandereta, cerrado y sacristía, devota de Frascuelo y de María, de espíritu burlón y de alma quieta, ha de tener su mármol y su día, su infalible mañana y su poeta. El vano ayer engendrará un mañana vacío y ¡por ventura! pasajero. Será un joven lechuzo y tarambana, un sayón con hechuras de bolero, a la moda de Francia realista, un poco al uso de París pagano, y al estilo de España especialista en el vicio al alcance de la mano. Esa España inferior que ora y bosteza, vieja y tahúr, zaragatera y triste; esa España inferior que ora y embiste, cuando se digna usar la cabeza, aún tendrá luengo parto de varones amantes de sagradas tradiciones y de sagradas formas y maneras; florecerán las barbas apostólicas, y otras calvas en otras calaveras brillarán, venerables y católicas. El vano ayer engendrará un mañana vacío y ¡por ventura! pasajero, la sombra de un lechuzo tarambana, de un sayón con hechuras de bolero: el vacuo ayer dará un mañana huero. Como la náusea de un borracho ahíto de vino malo, un rojo sol corona de heces turbias las cumbres de granito; hay un mañana estomagante escrito en la tarde pragmática y dulzona. Mas otra España nace, la España del cincel y de la maza, con esa eterna juventud que se hace del pasado macizo de la raza. Una España implacable y redentora, España que alborea con un hacha en la mano vengadora, España de la rabia y de la idea.

Campos de Castilla

A JOSÉ MARÍA PALACIO (DE Campos de Castilla)

Palacio, buen amigo,

¿está la primavera

vistiendo ya las ramas de los chopos

del río y los caminos? En la estepa

del alto Duero, Primavera tarda,

¡pero es tan bella y dulce cuando llega!...

¿Tienen los viejos olmos

algunas hojas nuevas?

Aún las acacias estarán desnudas

y nevados los montes de las sierras.

¡Oh, mole del Moncayo blanca y rosa,

allá en el cielo de Aragón, tan bella!

¿Hay zarzas florecidas

entre las grises peñas,

y blancas margaritas

entre la fina hierba?

Por esos campanarios

ya habrán ido llegando las cigüeñas.

Habrá trigales verdes,

y mulas pardas en las sementeras,

y labriegos que siembran los tardíos

con las lluvias de abril. Ya las abejas

libarán del tomillo y el romero.

¿Hay ciruelos en flor? ¿Quedan violetas?

Furtivos cazadores, los reclamos

de la perdiz bajo las capas luengas,

no faltarán. Palacio, buen amigo,

¿tienen ya ruiseñores las riberas?

Con los primeros lirios

y las primeras rosas de las huertas,

en una tarde azul, sube al Espino,

al alto Espino donde está su tierra...

22

Se ha asomado una cigüeña a lo alto del campanario. Girando en torno a la torre y al caserón solitario, ya las golondrinas chillan. Pasaron del blanco invierno, de nevascas y ventiscas los crudos soplos de infierno. Es una tibia mañana. El sol calienta un poquito la pobre tierra soriana. Pasados los verdes pinos, casi azules, primavera se ve brotar en los finos chopos de la carretera y del río. El Duero corre, terso y mudo, mansamente. El campo parece, más que joven, adolescente. Entre las hierbas alguna humilde flor ha nacido, azul o blanca. ¡Belleza del campo apenas florido, y mística primavera! ¡Chopos del camino blanco, álamos de la ribera, espuma de la montaña ante la azul lejanía, sol del día, claro día! ¡Hermosa tierra de España!

Campos de Castilla

23

FEDERICO GARCÍA LORCA (1898-1936)

BALADILLA DE LOS TRES RÍOS A Salvador Quintero

El río Guadalquivir va entre naranjos y olivos Los dos ríos de Granada bajan de la nieve al trigo. ¡Ay, amor, que se fue y no vino! El río Guadalquivir tiene las barbas granates. Los dos ríos de Granada uno llanto y otro sangre. ¡Ay, amor, que se fue por el aire! Para los barcos de vela, Sevilla tiene un camino; por el agua de Granada sólo reman los suspiros. ¡Ay, amor, que se fue y no vino! Guadalquivir, alta torre y viento en los naranjales. Dauro y Genil, torrecillas muertas sobre los estanques. ¡Ay, amor, que se fue por el aire! ¡Quién dirá que el agua lleva un fuego fatuo de gritos! ¡Ay, amor, que se fue y no vino! Lleva azahar, lleva olivas, Andalucía, a tus mares. ¡Ay, amor, que se fue por el aire!

24

Romance sonámbulo A Gloria Giner y Fernando de los Ríos

Verde que te quiero verde. Verde viento. Verdes ramas. El barco sobre la mar y el caballo en la montaña. Con la sombra en la cintura ella sueña en su baranda, verde carne, pelo verde, con ojos de fría plata. Verde que te quiero verde. Bajo la luna gitana, las cosas la están mirando y ella no puede mirarlas. Verde que te quiero verde. Grandes estrellas de escarcha, vienen con el pez de sombra que abre el camino del alba. La higuera frota su viento con la lija de sus ramas, y el monte, gato garduño, eriza sus pitas agrias. ¿Pero quién vendrá? ¿Y por dónde...? Ella sigue en su baranda, verde carne, pelo verde, soñando en la mar amarga. Compadre, quiero cambiar mi caballo por su casa, mi montura por su espejo, mi cuchillo por su manta. Compadre, vengo sangrando, desde los puertos de Cabra. Si yo pudiera, mocito, ese trato se cerraba. Pero yo ya no soy yo, ni mi casa es ya mi casa. Compadre, quiero morir decentemente en mi cama. De acero, si puede ser, con las sábanas de holanda. ¿No ves la herida que tengo desde el pecho a la garganta? Trescientas rosas morenas lleva tu pechera blanca. Tu sangre rezuma y huele alrededor de tu faja. Pero yo ya no soy yo, ni mi casa es ya mi casa. Dejadme subir al menos hasta las altas barandas, ¡dejadme subir!, dejadme hasta las verdes barandas. Barandales de la luna por donde retumba el agua.

25

Ya suben los dos compadres hacia las altas barandas. Dejando un rastro de sangre. Dejando un rastro de lágrimas. Temblaban en los tejados farolillos de hojalata. Mil panderos de cristal, herían la madrugada. Verde que te quiero verde, verde viento, verdes ramas. Los dos compadres subieron. El largo viento, dejaba en la boca un raro gusto de hiel, de menta y de albahaca. ¡Compadre! ¿Dónde está, dime? ¿Dónde está tu niña amarga? ¡Cuántas veces te esperó! ¡Cuántas veces te esperara cara fresca, negro pelo, en esta verde baranda! Sobre el rostro del aljibe se mecía la gitana. Verde cama, pelo verde, con ojos de fría plata. Un carámbano de luna la sostiene sobre el agua. La noche se puso íntima como una pequeña plaza. Guardias civiles borrachos en la puerta golpeaban. Verde que te quiero verde. Verde viento. Verdes ramas. El barco sobre la mar. Y el caballo en la montaña.

CANCIÓN DEL JINETE

Córdoba. Lejana y sola.

Jaca negra, luna grande, y aceitunas en mi alforja. Aunque sepa los caminos yo nunca llegaré a Córdoba.

Por el llano, por el viento, jaca negra, luna roja. La muerte me está mirando desde las torres de Córdoba.

¡Ay qué camino tan largo! ¡Ay mi jaca valerosa! ¡Ay que la muerte me espera, antes de llegar a Córdoba!

Córdoba. Lejana y sola.

26

ROMANCE DE LA LUNA

La luna vino a la fragua con su polisón de nardos. El niño la mira mira. El niño la está mirando.

En el aire conmovido mueve la luna sus brazos y enseña, lúbrica y pura, sus senos de duro estaño.

Huye luna, luna, luna. Si vinieran los gitanos, harían con tu corazón collares y anillos blancos.

Niño déjame que baile. Cuando vengan los gitanos, te encontrarán sobre el yunque con los ojillos cerrados.

Huye luna, luna, luna, que ya siento sus caballos. Niño déjame, no pises, mi blancor almidonado.

El jinete se acercaba tocando el tambor del llano. Dentro de la fragua el niño, tiene los ojos cerrados.

Por el olivar venían, bronce y sueño, los gitanos. Las cabezas levantadas y los ojos entornados.

¡Cómo canta la zumaya, ay como canta en el árbol! Por el cielo va la luna con el niño de la mano.

Dentro de la fragua lloran, dando gritos, los gitanos. El aire la vela, vela. el aire la está velando.

***

27

Tengo miedo a perder la maravilla de tus ojos de estatua, y el acento que de noche me pone en la mejilla la solitaria rosa de tu aliento. Tengo pena de ser en esta orilla tronco sin ramas; y lo que más siento es no tener la flor, pulpa o arcilla, para el gusano de mi sufrimiento. Si tú eres el tesoro oculto mío, si eres mi cruz y mi dolor mojado, si soy el perro de tu señorío, no me dejes perder lo que he ganado y decora las aguas de tu río con hojas de mi otoño enajenado.

EL POETA PIDE A SU AMOR QUE LE ESCRIBA Amor de mis entrañas, viva muerte, en vano espero tu palabra escrita y pienso, con la flor que se marchita, que si vivo sin mí quiero perderte. El aire es inmortal. La piedra inerte Ni conoce la sombra ni la evita. Corazón interior no necesita la miel helada que la luna vierte. Pero yo te sufrí. Rasgué mis venas, tigre y paloma, sobre tu cintura en duelo de mordiscos y azucenas. Llena, pues, de palabras mi locura o déjame vivir en mi serena noche del alma para siempre oscura.

ALBA Mi corazón oprimido siente junto a la alborada el dolor de sus amores y el sueño de las distancias. La luz de la aurora lleva semillero de nostalgias y la tristeza sin ojos de la médula del alma. La gran tumba de la noche su negro velo levanta para ocultar con el día la inmensa cumbre estrellada. ¡Qué haré yo sobre estos campos cogiendo nidos y ramas, rodeado de la aurora y llena de noche el alma! ¡Qué haré si tienes tus ojos muertos a las luces claras y no ha de sentir mi carne el calor de tus miradas! ¿Por qué te perdí por siempre en aquella tarde clara? Hoy mi pecho está reseco como una estrella apagada.

28

RAFAEL ALBERTI (1902-1999)

METAMORFOSIS DEL CLAVEL

Se equivocó la paloma, se equivocaba.

Por ir al norte, fue al sur. Creyó que el trigo era agua. Se equivocaba.

Creyó que el mar era el cielo; que la noche, la mañana. Se equivocaba.

Que las estrellas rocío; que la calor, la nevada. Se equivocaba.

Que tu falda era tu blusa; que tu corazón, su casa. Se equivocaba.

(Ella se durmió en la orilla. Tú, en la cumbre de una rama.)

EL MAR. LA MAR

El mar. La mar. El mar. ¡Sólo la mar!

¿Por qué me trajiste, padre, a la ciudad?

¿Por qué me desenterraste del mar?

En sueños, la marejada me tira del corazón. Se lo quisiera llevar.

Padre, ¿por qué me trajiste acá?

29

SI MI VOZ MURIERA EN TIERRA...

Si mi voz muriera en tierra llevadla al nivel del mar y dejadla en la ribera.

Llevadla al nivel del mar y nombradla capitana de un blanco bajel de guerra.

¡Oh mi voz condecorada con la insignia marinera: sobre el corazón un ancla y sobre el ancla una estrella y sobre la estrella el viento y sobre el viento la vela!

DESAHUCIO

Ángeles malos o buenos, que no sé, te arrojaron en mi alma. Sola, sin muebles y sin alcobas, deshabitada. De rondón, el viento hiere las paredes, las más finas, vítreas láminas. Humedad. Cadenas. Gritos. Ráfagas. Te pregunto: ¿cuándo abandonas la casa, dime, qué ángeles malos, crueles, quieren de nuevo alquilarla? Dímelo.

Dime que sí Dime que sí, compañera, marinera, dime que sí. Dime que he de ver la mar, que en la mar he de quererte. Compañera, dime que sí. Dime que he de ver el viento, que en el viento he de quererte. Marinera, dime que sí. Dime que sí, compañera, dime, dime que sí.

30

GALOPE

Las tierras, las tierras, las tierras de España, las grandes, las solas, desiertas llanuras. Galopa, caballo cuatralbo, jinete del pueblo, al sol y a la luna.

¡A galopar, a galopar, hasta enterrarlos en el mar!

A corazón suenan, resuenan, resuenan las tierras de España, en las herraduras. Galopa, jinete del pueblo, caballo cuatralbo, caballo de espuma.

¡A galopar, a galopar, hasta enterrarlos en el mar!

Nadie, nadie, nadie, que enfrente no hay nadie; que es nadie la muerte si va en tu montura. Galopa, caballo cuatralbo, jinete del pueblo, que la tierra es tuya.

¡A galopar, a galopar, hasta enterrarlos en el mar!

FUNERALES ¡Pescadores, pescadores, lanzad el arpón al viento y en banderas sin colores izad vuestro sentimiento! Lloren los ojos del puente las aguas de treinta ríos; que el puño de la corriente rompa en el mar los navíos. ¡Lampiños guardias marinas, que alegres guardáis las olas, giman las negras bocinas y callen las caracolas! ¡Marineras, marineras, mujeres del aire frío, regad vuestras cabelleras negras por el playerío! ¡Sal hortelana del mar, flotando, sobre tu huerto, desnuda, para llorar por el marinero muerto! Llueve sobre el agua, llueve nieve negra de alga fría. Entre glaciares de nieve, abierta, la tumba mía. ¡Funerales de las olas! ¡El viento, en los arenales! Entre apagadas farolas se hunden mis funerales.

31

LO QUE DEJÉ POR TI

Dejé por ti mis bosques, mi perdida

arboleda, mis perros desvelados,

mis capitales años desterrados

hasta casi el invierno de la vida.

Dejé un temblor, dejé una sacudida,

un resplandor de fuegos no apagados,

dejé mi sombra en los desesperados

ojos sangrantes de la despedida.

Dejé palomas tristes sobre un río,

caballos sobre el sol de las arenas,

dejé de oler la mar, dejé de verte.

Dejé por ti todo lo que era mío.

Dame tú, Roma, a cambio de mis penas,

tanto como dejé para tenerte.

Roma, peligro para caminantes.

NOCTURNO

Cuando tanto se sufre sin sueño y por la sangre se escucha que transita solamente la rabia, que en los tuétanos tiembla despabilado el odio y en las médulas arde continua la venganza, las palabras entonces no sirven: son palabras.

Balas. Balas.

Manifiestos, artículos, comentarios, discursos, humaredas perdidas, neblinas estampadas. ¡qué dolor de papeles que ha de barrer el viento, qué tristeza de tinta que ha de borrar el agua!

Balas. Balas.

Ahora sufro lo pobre, lo mezquino, lo triste, lo desgraciado y muerto que tiene una garganta cuando desde el abismo de su idioma quisiera gritar lo que no puede por imposible, y calla.

Balas. Balas.

Siento esta noche heridas de muerte las palabras.

De un momento a otro (1937)

32

Por encima del mar, desde la orilla americana del Atlántico ¡Si yo hubiera podido, oh Cádiz, a tu vera, hoy, junto a ti, metido en tus raíces, hablarte como entonces, como cuando descalzo por tus verdes orillas iba a tu mar robándole caracoles y algas! Bien lo merecería, yo sé que tú lo sabes, por haberte llevado tantos años conmigo, por haberte cantado casi todos los días, llamando siempre Cádiz a todo lo dichoso, lo luminoso que me aconteciera. Siénteme cerca, escúchame igual que si mi nombre, si todo yo tangible, proyectado en la cal hirviente de tus muros, sobre tus farallones hundidos o en los huecos de tus antiguas tumbas o en las olas te hablara. Hoy tengo muchas cosas, muchas más que decirte. Yo sé que lo lejano, sí, que lo más lejano, aunque se llame Mar de Solís o Río de la Plata, no hace que los oídos de tu siempre dispuesto corazón no me oigan. Por encima del mar voy de nuevo a cantarte. Ora marítima, libro publicado en el exilio en 1953.

33

LUIS CERNUDA (1902-1963)

TIERRA NATIVA

Es la luz misma, la que abrió mis ojos

Toda ligera y tibia como un sueño,

Sosegada en colores delicados

Sobre las formas puras de las cosas.

El encanto de aquella tierra llana,

Extendida como una mano abierta,

Adonde el limonero encima de lafuente

Suspendía su fruto entre el ramaje.

El muro viejo en cuya barda abría

A la tarde su flor la enredadera,

Y al cual la golondrina en el verano

Tornaba siempre hacia su antiguo nido.

El susurro del agua alimentando,

Con su música insomne el silencio,

Los sueños que la vida aún No corrompe,

El futuro que espera como página blanca.

Todo vuelve otra vez vivo a la mente,

Irreparable ya con el andar del tiempo,

Y su recuerdo ahora me traspasa

El pecho tal puñal fino y seguro.

Raíz del tronco verde, ¿quién la arranca?

Aquel amor primero, ¿quién lo vence?

Tu sueño y tu recuerdo, ¿quién lo olvida,

Tierra nativa, más mía cuanto más lejana?

Como quien espera el alba (1941-1944)

34

Peregrino

¿Volver? Vuelva el que tenga, Tras largos años, tras un largo viaje, Cansancio del camino y la codicia De su tierra, su casa, sus amigos. Del amor que al regreso fiel le espere.

Mas ¿tú? ¿volver? Regresar no piensas, Sino seguir siempre adelante, Disponible por siempre, mozo o viejo, Sin hijo que te busque, como a Ulises, Sin Ítaca que aguarde y sin Penélope.

Sigue, sigue adelante y no regreses, Fiel hasta el fin del camino y tu vida, No eches de menos un destino más fácil, Tus pies sobre la tierra antes no hollada, Tus ojos frente a lo antes nunca visto.

EL ANDALUZ

Sombra hecha de luz, que templando repele, es fuego con nieve el andaluz.

Enigma al trasluz, pues va entre gente solo, es amor con odio el andaluz.

Oh hermano mío, tú. Dios, que te crea, será quién comprenda al andaluz.

35

MIGUEL HERNÁNDEZ (1910-1942)

ACEITUNEROS

Andaluces de Jaén, aceituneros altivos, decidme en el alma: ¿quién, quién levantó los olivos? No los levantó la nada, ni el dinero, ni el señor, sino la tierra callada, el trabajo y el sudor. Unidos al agua pura y a los planetas unidos, los tres dieron la hermosura de los troncos retorcidos. Levántate, olivo cano, dijeron al pie del viento. Y el olivo alzó una mano poderosa de cimiento. Andaluces de Jaén, aceituneros altivos, decidme en el alma: ¿quién amamantó los olivos? Vuestra sangre, vuestra vida, no la del explotador que se enriqueció en la herida generosa del sudor.

No la del terrateniente que os sepultó en la pobreza, que os pisoteó la frente, que os redujo la cabeza. Árboles que vuestro afán consagró al centro del día eran principio de un pan que sólo el otro comía. ¡Cuántos siglos de aceituna, los pies y las manos presos, sol a sol y luna a luna, pesan sobre vuestros huesos! Andaluces de Jaén, aceituneros altivos, pregunta mi alma: ¿de quién, de quién son estos olivos? Jaén, levántate brava sobre tus piedras lunares, no vayas a ser esclava con todos tus olivares. Dentro de la claridad del aceite y sus aromas, indican tu libertad la libertad de tus lomas.

36

VIENTOS DEL PUEBLO Vientos del pueblo me llevan, vientos del pueblo me arrastran, me esparcen el corazón y me aventan la garganta. Los bueyes doblan la frente, impotentemente mansa, delante de los castigos: los leones la levantan y al mismo tiempo castigan con su clamorosa zarpa. No soy un de pueblo de bueyes, que soy de un pueblo que embargan yacimientos de leones, desfiladeros de águilas y cordilleras de toros con el orgullo en el asta. Nunca medraron los bueyes en los páramos de España. ¿Quién habló de echar un yugo sobre el cuello de esta raza? ¿Quién ha puesto al huracán jamás ni yugos ni trabas, ni quién al rayo detuvo prisionero en una jaula? Asturianos de braveza, vascos de piedra blindada, valencianos de alegría y castellanos de alma, labrados como la tierra y airosos como las alas; andaluces de relámpagos, nacidos entre guitarras y forjados en los yunques torrenciales de las lágrimas; extremeños de centeno, gallegos de lluvia y calma, catalanes de firmeza,

aragoneses de casta, murcianos de dinamita frutalmente propagada, leoneses, navarros, dueños del hambre, el sudor y el hacha, reyes de la minería, señores de la labranza, hombres que entre las raíces, como raíces gallardas, vais de la vida a la muerte, vais de la nada a la nada: yugos os quieren poner gentes de la hierba mala, yugos que habéis de dejar rotos sobre sus espaldas. Crepúsculo de los bueyes está despuntando el alba. Los bueyes mueren vestidos de humildad y olor de cuadra; las águilas, los leones y los toros de arrogancia, y detrás de ellos, el cielo ni se enturbia ni se acaba. La agonía de los bueyes tiene pequeña la cara, la del animal varón toda la creación agranda. Si me muero, que me muera con la cabeza muy alta. Muerto y veinte veces muerto, la boca contra la grama, tendré apretados los dientes y decidida la barba. Cantando espero a la muerte, que hay ruiseñores que cantan encima de los fusiles y en medio de las batallas.

37

EL NIÑO YUNTERO Carne de yugo, ha nacido más humillado que bello, con el cuello perseguido por el yugo para el cuello. Nace, como la herramienta, a los golpes destinado, de una tierra descontenta y un insatisfecho arado. Entre estiércol puro y vivo de vacas, trae a la vida un alma color de olivo vieja ya y encallecida. Empieza a vivir, y empieza a morir de punta a punta levantando la corteza de su madre con la yunta. Empieza a sentir, y siente la vida como una guerra, y a dar fatigosamente en los huesos de la tierra. Contar sus años no sabe, y ya sabe que el sudor es una corona grave de sal para el labrador. Trabaja, y mientras trabaja masculinamente serio, se unge de lluvia y se alhaja de carne de cementerio. A fuerza de golpes, fuerte, y a fuerza de sol, bruñido, con una ambición de muerte despedaza un pan reñido. Cada nuevo día es más raíz, menos criatura, que escucha bajo sus pies la voz de la sepultura.

38

CANCIÓN ÚLTIMA Pintada, no vacía: pintada está mi casa del color de las grandes pasiones y desgracias. Regresará del llanto adonde fue llevada con su desierta mesa con su ruidosa cama. Florecerán los besos sobre las almohadas. Y en torno de los cuerpos elevará la sábana su intensa enredadera nocturna, perfumada. El odio se amortigua detrás de la ventana. Será la garra suave. Dejadme la esperanza. (EL HOMBRE ACECHA)

Las nanas de la cebolla

La cebolla es escarcha cerrada y pobre

escarcha de tus días y de mis noches;

hambre y cebolla, hielo negro y escarcha

grande y redonda.

En la cuna del hambre mi niño estaba,

con sangre de cebolla se amamantaba,

pero su sangre, escarchada de azúcar,

cebolla y hambre.

Una mujer morena resuelta en luna,

se derrama hilo a hilo sobre la cuna;

ríete, niño, que te traigo la luna

cuando es preciso.

Tu risa me hace libre, me pone alas,

soledades me quita, sangre me arranca,

boca que vuela, corazón que en tus labios

relampaguea.

Es tu risa la espada más victoriosa,

vencedor de las flores y las alondras,

rival del sol, porvenir de mis huesos

y de mi amor.

Desperté de ser niño, nunca despiertes;

triste llevo la boca, ríete siempre,

siempre en la cuna defendiendo la risa

pluma por pluma.

Al octavo mes ríes con cinco azahares,

con cinco diminutas ferocidades,

con cinco dientes, como cinco jazmines

adolescentes.

Frontera de los besos serán mañana,

cuando en la dentadura sientas un arma,

sientas un fuego correr dientes abajo

buscando el centro.

Vuela, niño, en la doble luna del pecho.

Él triste de cebolla, tú satisfecho;

no te derrumbes, no sepas lo que pasa

ni lo que ocurre.

39

Elegía a Ramón Sijé

Yo quiero ser llorando el hortelano

de la tierra que ocupas y estercolas

compañero del alma, tan temprano.

Un manotazo duro, un golpe helado,

un hachazo invisible y homicida,

un empujón brutal te ha derribado.

Temprano levantó la muerte el vuelo,

temprano madrugó la madrugada,

temprano estás rodando por el suelo.

No perdono a la muerte enamorada,

no perdona a la vida desatenta,

no perdona a la tierra ni a la nada.

En mis manos levanto una tormenta

de piedras, de rayos y hachas estridentes,

sedienta de catástrofes y hambrienta.

Volverás a mi huerto y a mi higuera:

por los altos andamios de las flores

pajareará tu alma colmenera

de angelicales ceras y labores.

Alegrarás la sombra de mis cejas,

y tu sangre se irá a cada lado

disputando tu novia y las abejas.

Tu corazón, ya terciopelo ajado,

llama a un campo de almendras espumosas

mie avariciosa voz de enamorado.

A las aladas almas de la rosas

del almendro de nata te requiero,

que tenemos que hablar de muchas cosas,

compañero del alma, compañero.