Avatares de la memoria cultural de Colombia

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AVATARES DE LA MEMORIA CULTURAL EN COLOMBIA Formas simbólicas del Estado, museos y canon literario CARLOS RINCÓN 4

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Existen tres acepciones del término avatares. Se llaman así, según la mitología hindú, las diez formas diferentes en que se encarna en la tierra la diosa Vishnu. Con el sentido de cambio de fi gura el término pasó, en segundo lugar, a la lengua francesa hablada y de allí al castellano. Más recientemente, con ese nombre se designan en los nuevos medios digitales los dibujos y siluetas animadas que se asemejan al cuerpo y realizan acciones en la red. La inexistencia de un Estado-nación condicionó, en el país que desde 1886 se llamó República de Colombia, la debilidad de los símbolos que pretendían asumir representación general. Pudo existir por más de un siglo sin un mapa-logo, enarbolar la misma bandera de Catalina de Rusia, tener un escudo con el atributo y el lema más contradictorios y recurrir al Sagrado Corazón como ícono unifi cador.

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AVATARES DE LA MEMORIACULTURAL EN COLOMBIA

Formas simbólicas del Estado, museos y canon literario

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CARLOS RINCÓN

Es Profesor Emeritus de la Freie Universität Berlin, donde se desempeñó como profesor y subdirector

del Instituto Central de Estudios Latinoamericanos. Se doctoró en la Universidad de Leipzig en 1965 y

recibió en 2002 el título de Doctor Honoris Causa de la misma universidad. Ha sido investigador y

profesor invitado de las universidades de Harvard y Stanford. Ha dirigido proyectos de investigación y realizado estancias investigativas y de docencia

patrocinados por las fundaciones Volkswagen, Fritz Thyssen, Johann Gottfried Herder y el Servicio Alemán para el Intercambio Científico (DAAD).

Además ha participado en actividades investigati-vas apoyadas por la Paul Getty Foundation.

Actualmente se desempeña, en Colombia, como profesor invitado del Programa Herder del Servicio Alemán para el Intercambio Científico (DAAD). Este

libro es el volumen IV de la Colección 2010 que presenta los resultados del proyecto de investiga-

ción internacional interdisciplinario “Memoria cultural y procesos de invención de la nación en

Colombia”, patrocinado por la Fritz Thyssen Stiftung y el Instituto Pensar de la Pontificia Universidad

Javeriana.

LOS SITIOS CONMEMORATIVOS o de recordación tienen en el mundo dos puntos de partida: lo sucedido en el lugar, las huellas materiales y fuentes que le dan autenticidad, y la historia del recuerdo, qué nombre tomó, quienes lo mantuvieron, en qué narrativas fue incluido. La cultura de los huitotos no representa a los hombres in effigie. Y he aquí que un huitoto, al recordar el genocidio perpetrado hace cien años contra su pueblo, cubrió las paredes de la casa de Mercedes Plazas en el resguardo de Oropoya en el Caquetá, por donde pasa a veces, con trazos de una figura y rostros de Simón Bolívar.

La historia de la humanidad está hecha, según Aby Warburg y Walter Benjamin, de fantasmas e imáge-nes. En ese espacio tienen lugar, señala Giorgio Agam-ben, la fractura y la recomposición de lo individual y lo impersonal, lo sensible y lo inteligible. En los dibujos hechos en esas paredes se ilumina una utopía de resarcimiento, liberación y pertenencia. Jorge Mario Múnera fue al sitio y tomó estas fotografías con el aura de aquel lugar de recordación.

JORGE MARIO MÚNERA hizo en el Caquetá la serie de fotografías de la figura y los rostros del Libertador Simón Bolívar pintados en las paredes de la casa de Mercedes Plazas en el resguardo de Oropoya en los días en que se conmemoraban los cien años del genocidio cometido contra los huitotos.

Existen tres acepciones del término avatares. Se llaman así, según la mitología hindú, las diez formas diferentes en que se encarna en la tierra la diosa Vishnu. Con el sentido de cambio de �gura el término pasó, en segundo lugar, a la lengua francesa hablada y de allí al castellano. Más recientemente, con ese nombre se designan en los nuevos medios digitales los dibujos y siluetas animadas que se asemejan al cuerpo y realizan acciones en la red. La inexistencia de un Estado-nación condicionó, en el país que desde 1886 se llamó República de Colombia, la debilidad de los símbolos que pretendían asumir representación general. Pudo existir por más de un siglo sin un mapa-logo, enarbolar la misma bandera de Catalina de Rusia, tener un escudo con el atributo y el lema más contradictorios y recurrir al Sagrado Corazón como ícono uni�cador. Que el oro de los indios se fundiera hasta 1940, que no se requiriera de colecciones e instituciones que correspondieran a alguna clase de necesidades sociales de desarrollo de una memoria nacional y que acabaran por derrumbarse clásicos y canon de una literatura que no cumplió las tareas de las literaturas nacionales, consti-tuyen otros tantos avatares pertenecientes a la memoria cultural colombiana tratados en este libro.

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Formas simbólicas del Estado, museos y canon literario

Pontificia Universidad Javeriana

Carlos Rincón◉

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© Pontificia Universidad Javeriana© Carlos Rincón© Fotografías: Jorge Mario Múnera

Primera edición: Bogotá, D. C., agosto del 2015 ISBN: 978-958-716-846-4Número de ejemplares: 400Impreso y hecho en ColombiaPrinted and made in Colombia

Editorial Pontificia Universidad Javeriana Carrera 7a número 37-25, oficina 13-01Edificio LutaimaTeléfonos: 320 8320 ext. 4752 [email protected] www.javeriana.edu.co/editorialBogotá - Colombia

Directores de colecciónCarlos Rincón, Carmen Millán de Benavides

Corrección de estiloNelson Arango

DiagramaciónClaudia Patricia Rodríguez Ávila

Montaje de cubiertaClaudia Patricia Rodríguez Ávila

Preprensa e ImpresiónJavegraf

Prohibida la reproducción total o parcial de este material, sin autorización por escrito de la Pontificia Universidad Javeriana.

ASOCIACIÓN DE UNIVERSIDADESCONFIADAS A LA COMPAÑIA DE JESÚS

EN AMÉRICA LATINA

MIEMBRO DE LA

RED DE EDITORIALES

UNIVERSITARIASDE AUSJAL

www.ausjal.org

Rincón, Carlos, autorAvatares de la memoria cultural en Colombia. Formas simbólicas del Estado, museos y canon literario / Carlos Rincón ; fotografías Jorge Mario Múnera. -- Primera edición. -- Bogotá : Editorial Pontificia Universidad Javeriana, 2015.

496 páginas ; ilustraciones, fotos ; 24 cmIncluye referencias bibliográficas.ISBN : 978-958- completar

1. IDENTIDAD CULTURAL – COLOMBIA. 2. EMBLEMAS NACIONALES - COLOMBIA. 3. HIMNOS PATRIÓTICOS – COLOMBIA. 4. MEMORIA COLECTIVA – COLOMBIA. 5. MUSEOS – COLOMBIA. 6. LITERATURA COLOMBIANA. 7. COLOMBIA - VIDA SOCIAL Y COSTUMBRES. I. MÚNERA, JORGE MARIO. II. Pontificia Universidad Javeriana.

CDD 306.09861 ed. 21Catalogación en la publicación - Pontificia Universidad Javeriana. Biblioteca Alfonso Borrero Cabal, S.J.___________________________________________________________________________bnc. Agosto 04 / 2015

Agradecemos a Jorge Mario Múnera por el prés-tamo y autorización para el uso de las imágenes de este texto.

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§. C ontenid o

Bestiario 15

Proemio 25

L a necesidad de investigación básica: sobre el mito patriótico originario de l os col ombianos y al gunas de l as estrategias que l o fl anquean 33

¿Qué hacer con los indios? 33

Las fantasías del árbol genealógico y los inventos historiográficos 36

La monumentalización idealizada de identidades imaginarias 43

Las identidades idílicas puestas en escena hasta mediados

del siglo XX: flores, café, esclavitud, exterminio 45

La urbanidad bogotana y las lecciones de mediados

del siglo XX 55

Referencias 58

Símbol os del Estad o, museos y canon literario como formalizaciones de l a memoria cultural 63

La debilidad de los símbolos patrios y una explicación de ella 65

Entre la dubitativa existencia de bandera, escudo, mapa, himno y la cierta del Sagrado Corazón de Jesús 70

Los vencedores en la Guerra civil de los Mil Días y sus ejecutorias políticas en materia de historiografía y museos 73

La nación como objeto de experiencia sensible y las estrategias de la República liberal 77

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De los textos literarios, el destino de los clásicos y la innovación 84

Carencia de capacidad normativa y de cualquier interés histórico-literario mayor de la literatura colombiana 87

La Weltliteratur en tiempos de las ficciones que provienen de Cien años de soledad y de la cacería del código libertario 92

Referencias 95

Sobre l a bandera, el escud o y el mapa, o l as debilidades de l os símbol os representacionales del orden p olítico 99

Los malentendidos en la confección del escudo de armas 104

Las cornucopias: abundancia y espejismos 106

La contradicción flagrante: Gorro frigio – Libertad y orden 109

“El honor es lo último que se pierde” y los arcanos del discurso del honor nacional 111

Maniobras hermenéuticas durante el Sesquicentenario 114

Primera lección de Bernardo Salcedo 115

Cien años de tientos y la imposibilidad de tener un mapa-logo nacional 117

Los tres constructores del mapa 120

Referencias 126

El himno col ombiano. Una canción patriótica entre exigencias p olíticas internacionales, p oesía romántica tardía y revolución medial 131

El Chant de Guerre de l’Armée du Rhein, el hymnos y la tradición de la música militar 132

Dos o tres textos distintos y un himno final de Núñez-Síndici 133

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El alma como escenario de lo sublime 135

Los espacios del espectáculo y la diversión en la estructuración de un poema narrativo largo 137

La Patria así se forma: / Termópilas brotando 140

En las márgenes del himno 145

Referencias 147

El símbol o identitario p or excelencia en el sigl o XX: el pro ceso de iconización del Sagr ad o C or azón de Jesús en Col ombia 15 1

El cumplimiento del Voto al Sacré-Coeur en París 153

El acatamiento de una imagen 156

El escenario político-social y la incompleta transición del estado de guerra al propósito de establecimiento de una hegemonía 159

La puesta en escena del “Voto nacional” en 1902 como realización teológico-política 162

Referencias 168

“What’s in a name?” L os enigmas en l a nomencl atura de l os museos col ombianos 17 1

De sala o gabinete a “Museo” del oro 173

Casa Colonial 175

Museos nacionales en un panorama internacional 180

De la “universalidad” como mito tribal de Occidente y las turbulencias de las historias institucionales 184

Con existencia en el papel: el Museo Arqueológico Nacional 188

Un cargo inexistente y un fantasmal Museo de etnología 192

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El Templo de su Patria 194

El museo en la globalización cultural 197

Paradojas y presupuestos 200

Referencias 203

En el séptimo día de l a vida col ombiana: l a década de l os museos y su marco cultural 207

La arcana actividad de coleccionar 207

Le siècle des musées, ¿un posible marco general? 211

Demoliciones y remodelaciones en la década colombiana de los museos 214

Para completar el marco: el paradigma de la compensación 217

Destrucciones y gestión 219

Las preguntas pertinentes 223

El séptimo día de la vida – El día domingo de la historia 225

Referencias 231

Consideraciones morales sobre el oro sagrad o de l os indios y el Museo del Oro del Banco de l a República 233

Ocupación territorial, guacas y saqueadores en la región del Quindío 236

Topografía y mnemotecnia 239

El purgatorio, las benditas ánimas y el saqueo del oro como condición para ver a Dios 243

De la retractación: estética, moral y melancolía 245

Los objetos precolombinos como arte de corte de sociedades arcaicas 247

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Georges-Henri Rivière y la reclasificación realizada en el Louvre con la exposición Les Arts anciens de l’Amérique 249

Paul Rivet: ciencia y política entre las dos guerras mundiales 253

Del parlamento francés y Le Musée de l’Homme a la Résistence 255

El exilio colombiano de Paul Rivet 258

Rivet y el comienzo definitivo de las colecciones del oro de los indios en el Banco de la República de Colombia 260

Sobre la imposibilidad para el Museo del Oro de hacerse lugar de contramemoria 267

El comienzo del final del secuestro: Gerardo Reichel-Dolmatoff y la clave de los enigmas de la orfebrería chamánica india 272

Referencias 283

Inventar el pasad o, imp oner memoria cultural: L a Casa Col onial o Museo de Arte Col onial y el juego del cadavre exquis 287

La identidad como fachada 287

Concepciones indefinidas, imperativos del cronograma y soluciones salvadoras 289

Interfaz y reconfiguración intermitente: Historia de la pila del mono 293

De símbolo convencional a emblema involuntario 298

Las instalaciones físicas: la Casa de las Aulas 300

La contradictoria localización de la Casa de las Aulas en la vida republicana 302

La localización de la Casa de las Aulas en las transformaciones urbanas de Bogotá 304

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La Casa de las Aulas y la modernidad propugnada por la Societas Jesu 309

Historia de las colecciones 314

Las políticas de rescate y adquisición 318

Personal directivo 323

La nueva autoridad cultural femenina. La primera administración 323

Excurso. Retrato en funciones 327

La segunda administración 328

La sui generis Junta Asesora 330

Las publicaciones realizadas 333

Libros de arte y ediciones del Catálogo general 339

Modalidades de presentación 341

El accidente feliz 343

El accidente funesto 344

Coda: La fachada como identidad 347

Referencias 348

L o que quedaba de l a Odisea después de l a Segunda Guerra Mundial 35 1

Teoría de la belleza 351

Odiseo, o mito e Ilustración 351

Referencias 365

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L a imp osibilidad de ser modernos y el derrumbe de l os cl ásicos col ombianos 367

De la Humanae literae al concepto moderno de literatura 369

Legitimación, concepto de literatura, literatura “nacional” y objetivos de la Historia de la literatura en Nueva Granada 1538-1820 372

Lo “absolutamente nuevo” vanguardista y “Los Nuevos” en Colombia 375

‘Lo nuevo’ de “Los Nuevos” 378

La República liberal y el renombre de país literario de Colombia 382

Tradición y clásicos: las posiciones hacia mediados del siglo XX 386

Referencias 393

El o caso del canon, de l a tradición y del ilusorio prestigio de l a literatura col ombiana 399

Sin campo cultural, sin estudios literarios, con intelectuales 400

En la prehistoria del concepto de literatura de Mito: Breton, Caillois, Sade 407

La gestación definitiva de una revista que tuvo nombre desde siempre 410

Política, financiación, redacción 414

La innovadora propuesta literaria de Mito 416

El final relativo del represamiento de la modernización cultural y el breve verano de felicidad 1957-1961 419

El ambiente del “más audaz de los experimentos culturales” 426

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El hundimiento del falso prestigio: “La literatura colombiana ha sido un fraude a la nación” 428

Referencias 435

L a redeterminación de l a literatura mundial como problema: L a peste del insomnio y l as artes de l a memoria en Cien años de soledad 439

Los caminos de la crítica 440

Cien años de soledad en los inicios del interés internacional por la memoria 443

La transformación de Macondo y las ambiciones utópicas de la imaginación urbana 445

Being Observations or Memorials of the most Remarkable, as well Public as Private, Which happened In Macondo during the Plague Year. Never made public before 450

Las palabras-cosas o el lenguaje de Adán 456

La máquina de la memoria y el origen de la narración 462

La peste del insomnio como distopía, los auxilios de Monsieur Daguerre y los saberes no autorizados 467

El personaje emblemático del novelista, la lectura orientada por la figura del autor, y Cien años de soledad como invitación a revisar las reformulaciones de la Weltliteratur que propició 471

Referencias 477

Epíl o go 481El nuevo punto de partida en 1983 el debate sobre la nación 482

La nación como “sistema histérico y pánico de información” 485

“En el mercado libre todo vale” 488

El presente y los futuros que se concibieron en el pasado 491

Referencias 496

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Bestiario

Las series de fotografías de Jorge Mario Múnera son conceptos del mundo codificados en las imágenes de quien lo mira con la cámara, para despertar en quien las observa una mirada que se dirige hacia lo imaginario. Huellas del mundo, sus fotografías logran ser a la vez imágenes del recuerdo y de la imaginación, como si el mundo comenzara a existir con ellas. La duración que hay en la temática de las fotografías de este “Bestiario”, parte de sus trabajos sobre fiestas populares en Colombia, es la de una intemporalidad particular, pues el término debe entenderse aquí en tres sentidos.

Primero está la duración propia del tiempo de la fiesta popular co-mo ritual histórico-cultural, en que una comunidad se celebra a sí misma poniendo en crisis, durante un lapso determinado, los ordenamientos de su existencia. Es la duración de un tiempo fuera del tiempo, tiempo mítico espacializado en que todo es simultáneamente posible.

Un segundo aspecto de esa duración intemporal adquiere rasgos que dependen específicamente del medio de la fotografía. Residen en la postura que adoptaron delante de la cámara los hombres que se disfrazaron de ani-males para la festividad: posan para la eternidad.

La tercera, como dimensión antropológica, es quizá la de más alcan-ces, pues al nivel de la duración se define como puesta en escena lúdica de un oscilar y una tensión entre mimicri y mímesis. Mimicri designa la parti-cipación en esquemas muy arcaicos de humanización, de acomodamiento corporal orgánico. Para asegurar su supervivencia física, seres humanos en vías de hacerse tales se asemejaron a un animal poderoso en el mundo circundante, como manera de afirmarse frente al mundo infundiendo pa-vor. En sus rituales los chamanes, con su dominio de la naturaleza y de la capacidad mimética, ejercieron mucho después una pre-imitación. Mímesis resulta capacidad y posibilidad definitorias de los hombres, acción sobre un mundo ya simbólico, que los diferencia de los animales, afirmación frente a la naturaleza que sirve de base a su autoconciencia.

Esa oscilación y esa tensión en el ámbito de las fiestas populares se hace en las fotografías de Jorge Mario Múnera restauración de un punto de partida perdido, en que la fruición en el igualamiento con la naturaleza equivale a la asimilación completa con los seres naturales, transformación corporal que implica una afinidad absoluta del ser humano con la natura-leza, parte de él mismo. Vista en términos antropológicos, esa realización de la corporalidad viva en las relaciones con la naturaleza interna y externa

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es la precondición para la empatía con los demás hombres, la capacidad de sentir lo que otros sienten.

La experiencia estética que deparan estas fotografías, tomadas en todo el territorio colombiano, contiene componentes que están objetiva-mente en ellas, en el encuentro que posibilitan con lo otro en nosotros, con lo enigmático. Y son obra de duelo. Quienes vemos son encarnaciones mágicas atemorizantes en el espacio de exilio que les daba la fiesta. Los des-plazamientos obligados los arrancaron de sus entornos. También les dieron muerte a las fiestas.

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Bestiario

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Cachacero; San Martín, Meta.

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Cachacero; San Martín, Meta.

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Cachacero; San Martín, Meta.

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Oso bailarín; Barranquilla, Atlántico.

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Cacique; Males, Nariño.

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Tigre de mopa-mopa; Pasto, Nariño.

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Rey Golero; Tamalameque, Cesar.

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Felino tikuna; Mitú, Vaupés.

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Proemio

Enfoque, propósitos y forma de este volumen, que cierra la presentación de resultados del escrutinio acerca de las relaciones entre memoria cultural y procesos de invención de la nación en Colombia, insisten en lo que puede considerarse investigación básica. Cada una de sus tres secciones está dedi-cada a una de las problemáticas principales que constituyen las formas sim-bólicas del Estado (bandera, escudo, himno, mapa-logo, Sagrado Corazón de Jesús), museos y colecciones (en particular los llamados Museo Nacional, la Casa Colonial o Museo de Arte Colonial y el Museo del Oro), los clásicos y el canon literario, que como saber autorizado no solo pudo haber representado un capital cultural sino organizar la memoria cultural colombiana. El interés que se dedicó en las décadas de 1950 y 60 a su inexistencia y a la carencia de cualquier valor normativo de la literatura colombiana, permiten abordar al final de la tercera sección la significación de Cien años de soledad (1967).

Las publicaciones oficiales y la exposición del Museo Nacional, realizadas en 2010 con motivo del Bicentenario de la Independencia, han movido a que la voluntad principal al tratar de esos temas como cuestiones de investigación básica haya sido por principio sacarlos de lo que pasa en ellos por evidente. Un ejemplo de lo sucedido con los llamados “símbolos patrios”, sirve para ilustrarlo. Se da por sentado, como algo obvio, que los “símbolos patrios” existieron desde siempre y que la geografía de Colombia es eterna. Con Eduardo Posada y Roberto Cortázar los escolares y maestros aprendieron durante la primera mitad del siglo XX que:

El que cumple bien sus deberes con la patria se llama patriota y se le apellida buen ciudadano. [...] La patria tiene sus insignias, que son: la bandera, el escudo y el himno. [...] El corazón patriota se llena de júbilo cada vez que resuena en los aires el eco de ese himno triunfal, despertador de las más puras glorias nacionales. [...] Todo buen ciudadano debe conocer los elementos principales de la historia y de la geografía de su país. [...] son vecinos de Co-lombia: Panamá, por el noreste; Ecuador, Perú y Brasil, por el sur; y por el oriente Brasil y Venezuela. (8, 10, 14)

En sus 205 páginas ese libro tenía además, en su vigésima novena edición (1957), cinco ilustraciones: una reproducción del escudo (10), un mapa-logo (15), un retrato de Bolívar (21), otro de Pío XII (53), y un último de Francisco de Paula Santander (69).

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Veinticinco años antes, en septiembre de 1932, con la ocupación por civiles armados y soldados peruanos del puerto colombiano de Leticia sobre el río Amazonas, había estallado un conflicto fronterizo entre Perú y Colombia. Los veintiséis editoriales que Luis Cano dedicó al tema entre el 19 de septiembre de 1932 y el 28 de enero de 1933, muy seguramente en cons-tante contacto con el presidente Enrique Olaya Herrera, muestran a un alto dirigente político y periodista liberal en una situación en que no sabía con certeza lo que iba a traer el día siguiente, pero era capaz de darle a las pobla-ciones –no puede hablarse con propiedad de “ciudadanía”– el sentimiento de estar protegidas y de recibir la orientación que necesitaban, comenzando por la de saberse amparadas por el derecho internacional.

La cuestión es ¿cómo pudo conseguirlo? La respuesta relativiza por completo lo que el manual de Posada y Cortázar daba por establecido desde los “orígenes” de la “patria”. Periodistas sin nombre, corresponsales de los diarios de la capital y redactores de periódicos publicados fuera de ella van dando cuenta día a día de cómo en el mundo de la vida, en la realidad coti-diana de las poblaciones, en circunstancias tan fortuitas como eran las de ese conflicto limítrofe y las movilizaciones que provocó, fue tomando forma una inédita realidad social y cultural histórica muy específica. Luis Cano se refirió a ella en su primer editorial sobre el tema como “espléndido ensayo de movilización espiritual”:

En menos de cuarenta y ocho horas ha hecho el país un espléndi-do ensayo de movilización espiritual, que constituye por sí solo demostración objetiva de que está en actitud de afrontar todos los riesgos y de sufrir todos los sacrificios que puede exigir eventual-mente la defensa de los derechos territoriales en la vasta región amazónica. En este breve espacio cesaron las contiendas internas, se olvidaron las preocupaciones individuales, desaparecieron los conflictos de índole regional y se reconciliaron fraternalmente las voluntades enemigas, para formar un frente de resistencia al peli-gro exterior, con el criterio emocional y exacto de que los pueblos no tienen obligación de vivir eternamente sino de cumplir una misión histórica. (El Espectador 19 de septiembre de 1932)

En la situación cotidiana irrumpió y se estabilizó una realidad “for-jada”, el lugar para lo que Henri Bergson había descrito en 1889 como una “representación espacial y social” (177). Se trató de una realidad intermedia, con la que se estableció algo que hasta entonces no existía: las poblaciones creyeron que la “nación colombiana” era suya y que formaban parte de esa

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Proemio

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“nación”. Realizaron así actos de política simbólica, que repetían a su manera lo que podía haber sucedido en otras latitudes: en Prusia, a comienzos del siglo XIX, en la nueva guerra contra Napoléon, también las parejas entre-garon al Estado sus joyas y el oro de sus anillos matrimoniales –aunque allí a cambio de piezas en hierro. Y como efectos de una desconocida interme-dialidad –la de las técnicas de reproductibilidad del disco gramofónico, las rotativas, las máquinas de imprimir, sus relaciones entre sí y las de orden referencial– quienes en 1932 reunidos en plazas y calles se imaginaron “co-lombianos” dispusieron, como resultado de azares y necesidades, además de una bandera que cada quien pudo enarbolar, de otras cosas que no conocían: de un mapa-logo y un himno que por fin fueron divulgados y adoptados ma-sivamente. De esa manera, duró más de un siglo, desde los lejanos tiempos de la Nueva Granada (1831-1857), de la Confederación Granadina (1857-1861) y de los Estados Unidos de la Nueva Granada (1861-1863), la producción de una territorialidad y de esa forma representacional clave del orden político de un Estado-nación moderno que es el mapa-logo. Casi tanto como la vigencia que tuvo el Voto nacional al Sagrado Corazón de Jesús y su iconización co-mo símbolo del orden establecido en Colombia. Y se aprendió el coro de un himno que no se había conseguido hacer cantar en medio siglo.

Algo semejante ocurre con los museos. Antes de los años 1930-1940 no hubo en Colombia ningún museo que pudiera hacer suya la definición que propone hoy el Consejo Internacional de Museos: “una institución per-manente, que sirve a la sociedad y a su desarrollo, forma parte de la esfera pública y es accesible al público, y que colecciona, conserva, investiga, co-munica y exhibe testimonios materiales del hombre y de su medio ambien-te, con objetivos de estudio, formación y esparcimiento”. El examen de los museos colombianos y sus colecciones llevó a considerar que entre 1938 y 1948 existió una “década colombiana de los museos”, en que estos cobraron existencia fáctica, así fuera harto deficitaria. Correspondería a la proclama-ción internacional realizada en los años treinta del siglo XX como “el siglo de los museos”. Políticos colombianos, ante todo Eduardo Santos, estuvieron ligados a ese proceso, en que la intervención de algunos de quienes Laura Fer-mi llamó “illustrious immigrants” y Martin Jay estudió más recientemente, fue decisiva, como es el caso de Paul Rivet. Pero sin basamentos teóricos ni investigación sistemática o de otra clase acerca de la proveniencia, no existió diálogo entre las colecciones y las instalaciones arquitectónicas, acondicio-nadas a medias; y sin estudios de museografía, historia del arte y formación en disciplinas auxiliares, se careció de personal idóneo y experto.

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Dos cuestiones son, para unas instituciones museísticas como esas, puntos ciegos. La primera es la dependencia actual de la reputación de un mu-seo, en el mundo globalizado de la cultura, de la capacidad que ha podido te-ner o tiene para enfrentar su propia historia, establecer las responsabilidades que pueden corresponder y hallar formas de asumirlas. El otro punto ciego se torna álgido con batallas como las ganadas por Jacques Lang, realizaciones del tipo de la ampliación del Rijksmuseum y cobra rasgos insoslayables con el debate al que consiguió dar lugar la Humboldt-Box en Berlín, con la cuestión de las relaciones entre palimpsesto urbano de dos siglos y construcciones simbólicas nacionales. Tocan hoy en la capital colombiana no solo con el lla-mado Palacio de San Francisco, concluido en 1933, la monumental estación del Ferrocarril de la Sabana, o instituciones tan cuestionables como la que funciona en el edificio neoclásico construido entre 1920 y 1926 por Alberto Manrique Martín, con pórtico que coronan dos esculturas de Félix María Otálora, en la carrera novena con calle novena, y en la casa dieciochesca del Marqués de San Jorge. Es un punto ciego para el antiguo Panóptico, sede del Museo Nacional, y para el gran complejo arquitectónico de la primera Societas Jesu en Santafé. Han pasado tres décadas desde que esos dos temas –enfrentar y asumir su propia historia, repensar instalaciones y emplaza-mientos– definieron agendas internacionales. Voluntad mistificadora o desconocimiento craso, el asunto es que apenas consiguieron significado en Colombia. En oposición a actitudes y tomas de partido, esa tercera parte presenta resultados investigativos acerca de la que se denomina la Década colombiana de los Museos.

La consideración del tema de los museos permanece incompleta si no tiene en cuenta finalmente que la conciliación entre política y arte, en el sentido de Friedrich Schiller, pide en una sociedad democrática actitudes frente al arte y la literatura que sean traducibles institucionalmente en tér-minos museísticos. En una célebre intervención de 1970 sobre historia del arte, Martin Warnke recordaba que las obras de arte “nunca han sido ni son objetos a cuyo encuentro se llega desprovistos de intereses y de conceptos de valor, sino que cada generación siempre les da el tratamiento que se da a sí misma” (97). No existe en Colombia institución que siquiera se parezca de lejos a la Tate Gallery o al Hamburger Bahnhof. En cuanto a literatura se refiere, los textos de “biógrafos, críticos literarios, columnistas, periodistas y familiares” colombianos de Gabriel García Márquez, incluidos en las dos ediciones especiales, de más de 150 páginas, que publicó El Espectador de Bogotá con el título de El nuevo Quijote en abril de 2014 con motivo de su muerte en México, pueden considerarse representativos de un promedio.

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Confirman, sin proponérselo, que jamás fue un desideratum en Colombia la existencia de un museo de literatura o un archivo de manuscritos y tipos-critos por el estilo, por ejemplo, del de Marbach.

La tercera parte del volumen está dedicada al problema de los “clá-sicos” de la literatura “colombiana”, y a la cuestión de la producción y lugar en la vida que tuvo el posible “canon”. Para su examen es requerimiento indispensable establecer un horizonte temporal que no está dado automá-ticamente por lo “nacional” de la literatura “colombiana”. Internacional-mente, la problemática del canon literario revistió actualidad científica y político-cultural hasta 1990, con su vinculación a determinaciones de raza, etnia, género y clase, lo mismo que a temas relacionados con la transmisión de identidades colectivas bajo condiciones de experiencias de alteridad o de trauma. Pero ya desde la década anterior venía desplazándose el interés por los cánones nacionales de literaturas mayores o menores, hacia constelacio-nes no nacionales o posnacionales (Rincón 177-181; Heydebrand 78-80). De modo que el repliegue de la cuestión del canon hacia el campo de la didáctica de la literatura fue en el año 2000 un hecho cumplido.

La sección se abre con una lectura doble de textos que Hernando Téllez y Theodor W. Adorno dedicaron al episodio de las sirenas en la Odi-sea, escritos al concluir la Segunda Guerra Mundial. La consideración de la preponderancia, hasta entrado el siglo XX, de los trabajos historiográficos de José María Vergara y Vergara sobre literatura “neogranadina”, y la im-posibilidad en Colombia de que la historiografía literaria se hiciera de la competencia de una filología nacional, se completan con la discusión de lo que fue la categoría de “lo nuevo” para el grupo que se denominó en los años veinte precisamente “Los Nuevos”. La reconstrucción de los procesos y las intervenciones principales que en las décadas de 1950-1960 establecieron la falencia de la literatura “colombiana” como “expresión” e “instrumento” de la “cultura nacional”, se completa con una consideración del surgimiento de “intelectuales” reunidos alrededor de revistas exclusivas muy minoritarias en una época de represamiento de la modernización cultural, como Mito, Prometeo y Sino. Estos intelectuales, al llegar los años de 1980, estuvieron en Colombia al frente del Estado, en el gabinete ministerial o en la oficina de cultura de la presidencia.

La enrarecida atmósfera intelectual inmediatamente anterior al 9/11, y las redefiniciones posteriores a él, tuvieron entre otras muchas consecuencias una en particular. Dentro de la teoría cultural, las narrativas de exclusión con agentes subalternos dejaron de gravitar en torno a la agenda del grupo cen-trado en planteamientos de teoría y crítica “poscoloniales”. En el campo de

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los estudios literarios, con el replanteamiento de lo global, pasaron a primer plano cuestiones que venían perfilándose desde los años 1990 y con ellas los términos République des lettres y Weltliteratur. Con el primero, proveniente de la temprana época moderna, la atención se dirige hacia webs y networks que han operado por encima de límites culturales, geográficos y lingüísti-cos (Republic of...). El caso del Caribe como “laboratorio de la modernidad” resultó congenial con ese interés, como puede comprobarse en los estudios acerca de la dialéctica señor-esclavo en la Phänomenologie des Geistes (1807) (Fenomenología del Espíritu) de Georg Friedrich Hegel, la revolución de Saint Domingue (Haití) y la filosofía de los Droits de l’homme (Los derechos del hombre). El libro de Benedict Anderson sobre José Rizal, publicado en 2005, lo mostró conectado en 1890 con la comunidad de las letras de un mundo globalizado. En ella el anarquismo internacional era “el vehículo corriente de la oposición global al capitalismo industrial, la autocracia, el latifundismo y el imperialismo” (4).

El interés por la Weltliteratur remite a Johann Wolfgang von Goethe, incluye también obviamente las búsquedas de la literatura comparada, des-de la historia de las representaciones de Erich Auerbach hasta las lecturas contrapuntísticas de Edward W. Said, y se concentra en las interconexiones, lo cual la hace una y desigual en el contacto entre las culturas. La sección “Las letras colombianas y los horizontes temporales” concluye por ello con el análisis de un episodio emblemático de Cien años de soledad y de la forma como se replantea después de García Márquez la cuestión de la Weltliteratur.

El epílogo de este libro, como intento de hallar formas de pensar el presente, está destinado a considerar sucintamente la cuestión de la nación, orientaciones del Neoliberalism y el Neoconservatism que inciden de manera directa en el caso de Colombia desde hace décadas, y aspectos de los intentos de Nationbuilding que como parte de esas directrices se pusieron en práctica después del 9/11 en territorios del Oriente Medio, cuyos límites fueron esta-blecidos después de la Primera Guerra Mundial según los intereses exclusi-vos de los colonialismos inglés y francés por el acuerdo secreto Syren-Rat, que afectan hasta hoy la política mundial. El intento de acercarse al presente colombiano pasa por su consideración como posible masa de activos de la quiebra de todos sus pasados futuros, y de que la violencia de más de medio siglo, el narcotráfico y el paramilitarismo forman parte de la textura de la identidad colombiana. Mientras que el resto de la sección introductoria de que forma parte este Proemio se concentra en la cuestión de cómo entender qué es en el campo estudiado investigación básica.

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Causa gran aflicción no poder entregar a Guillermo Hoyos Vásquez, Director del Instituto Pensar fallecido en Bogotá en 2013, el primer ejemplar de este libro, que tanto le debe. El intercambio permanente con Sarah de Mojica y Carmen Millán de Benavides, Codirectora de la Colección 2010, ayudaron a prepararlo y concluirlo. A Gerda Schattenberg-Rincón quiero manifestarle mis agradecimientos muy especiales por su dedicación y su apoyo permanente. Doy las gracias a la Fritz Thyssen Stiftung für Wissens-chaftsförderung, al Programa Herder del Servicio Alemán para el Inter-cambio Académico (DAAD) que me permitió durante la permanencia en Colombia en calidad de Profesor invitado la revisión final del manuscrito, al Instituto Pensar de la Pontificia Universidad Javeriana, y al Lateinamerika-Institut de la Freie Universität Berlin.

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§ Avatares de la memoria cultural en Colombia

se compuso con tipografía de la fuente Minion Pro.

Se terminó de imprimir en los talleres de Javegraf en el mes de agosto de 2015.

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AVATARES DE LA MEMORIACULTURAL EN COLOMBIA

Formas simbólicas del Estado, museos y canon literario

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CARLOS RINCÓN

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CARLOS RINCÓN

Es Profesor Emeritus de la Freie Universität Berlin, donde se desempeñó como profesor y subdirector

del Instituto Central de Estudios Latinoamericanos. Se doctoró en la Universidad de Leipzig en 1965 y

recibió en 2002 el título de Doctor Honoris Causa de la misma universidad. Ha sido investigador y

profesor invitado de las universidades de Harvard y Stanford. Ha dirigido proyectos de investigación y realizado estancias investigativas y de docencia

patrocinados por las fundaciones Volkswagen, Fritz Thyssen, Johann Gottfried Herder y el Servicio Alemán para el Intercambio Científico (DAAD).

Además ha participado en actividades investigati-vas apoyadas por la Paul Getty Foundation.

Actualmente se desempeña, en Colombia, como profesor invitado del Programa Herder del Servicio Alemán para el Intercambio Científico (DAAD). Este

libro es el volumen IV de la Colección 2010 que presenta los resultados del proyecto de investiga-

ción internacional interdisciplinario “Memoria cultural y procesos de invención de la nación en

Colombia”, patrocinado por la Fritz Thyssen Stiftung y el Instituto Pensar de la Pontificia Universidad

Javeriana.

LOS SITIOS CONMEMORATIVOS o de recordación tienen en el mundo dos puntos de partida: lo sucedido en el lugar, las huellas materiales y fuentes que le dan autenticidad, y la historia del recuerdo, qué nombre tomó, quienes lo mantuvieron, en qué narrativas fue incluido. La cultura de los huitotos no representa a los hombres in effigie. Y he aquí que un huitoto, al recordar el genocidio perpetrado hace cien años contra su pueblo, cubrió las paredes de la casa de Mercedes Plazas en el resguardo de Oropoya en el Caquetá, por donde pasa a veces, con trazos de una figura y rostros de Simón Bolívar.

La historia de la humanidad está hecha, según Aby Warburg y Walter Benjamin, de fantasmas e imáge-nes. En ese espacio tienen lugar, señala Giorgio Agam-ben, la fractura y la recomposición de lo individual y lo impersonal, lo sensible y lo inteligible. En los dibujos hechos en esas paredes se ilumina una utopía de resarcimiento, liberación y pertenencia. Jorge Mario Múnera fue al sitio y tomó estas fotografías con el aura de aquel lugar de recordación.

JORGE MARIO MÚNERA hizo en el Caquetá la serie de fotografías de la figura y los rostros del Libertador Simón Bolívar pintados en las paredes de la casa de Mercedes Plazas en el resguardo de Oropoya en los días en que se conmemoraban los cien años del genocidio cometido contra los huitotos.

Existen tres acepciones del término avatares. Se llaman así, según la mitología hindú, las diez formas diferentes en que se encarna en la tierra la diosa Vishnu. Con el sentido de cambio de �gura el término pasó, en segundo lugar, a la lengua francesa hablada y de allí al castellano. Más recientemente, con ese nombre se designan en los nuevos medios digitales los dibujos y siluetas animadas que se asemejan al cuerpo y realizan acciones en la red. La inexistencia de un Estado-nación condicionó, en el país que desde 1886 se llamó República de Colombia, la debilidad de los símbolos que pretendían asumir representación general. Pudo existir por más de un siglo sin un mapa-logo, enarbolar la misma bandera de Catalina de Rusia, tener un escudo con el atributo y el lema más contradictorios y recurrir al Sagrado Corazón como ícono uni�cador. Que el oro de los indios se fundiera hasta 1940, que no se requiriera de colecciones e instituciones que correspondieran a alguna clase de necesidades sociales de desarrollo de una memoria nacional y que acabaran por derrumbarse clásicos y canon de una literatura que no cumplió las tareas de las literaturas nacionales, consti-tuyen otros tantos avatares pertenecientes a la memoria cultural colombiana tratados en este libro.

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