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Aviso

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Créditos ::Moderadoras de Traducción::

Auroo_J

Cr¡sly

::Traductores::

.Hariel.

_ClaireElizabeth_

AariS

Auroo_J

Alyshiacheryl

Alina Eugenia

Cr!sly

Escorpio

Gisela

Isabella Night

Isane✰

Jo

Kachii Andree

Katiliz94

Kensha

Kirara7

Klarlissa

Mafernanda28

Mais020291

nanami27

PaulaMayfair

Polilla

RBK

Rihano

Rockwood

Salu... Lulu...

Vettina

Xhessii

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::Recopiladora::

Xhessii

::Correctoras::

Andreasydney

Cr¡sly

KatieGee

Klarlissa

La BoHeMiK

Nony_mo

Xhessii

::Diseño::

Lissarizz

Rockwood

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Contenido Aviso ................................................................................................... 2

Créditos .............................................................................................. 3

Sinopsis ............................................................................................... 7

Capítulo 1 ............................................................................................8

Capítulo 2 .......................................................................................... 18

Capítulo 3 .......................................................................................... 37

Capítulo 4 ......................................................................................... 53

Capítulo 5 .......................................................................................... 58

Capítulo 6 ......................................................................................... 67

Capítulo 7 ......................................................................................... 81

Capítulo 8 ......................................................................................... 91

Capítulo 9 ....................................................................................... 100

Capítulo 10 ....................................................................................... 113

Capítulo 11 ........................................................................................ 136

Capítulo 12 ....................................................................................... 143

Capítulo 13....................................................................................... 164

Capítulo 14 ...................................................................................... 174

Capítulo 15 ....................................................................................... 192

Capítulo 16 ...................................................................................... 196

Capítulo 17 ...................................................................................... 205

Capítulo 18 ....................................................................................... 217

Capítulo 19 ...................................................................................... 230

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Capítulo 20 ...................................................................................... 244

Siguiente Libro ................................................................................ 251

Sobre la Autora ............................................................................... 252

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Sinopsis Corregido por Xhessii

Lia Weaver fue en contra de todo lo que había conocido cuando

arriesgó su vida para ayudar a un Lejano fugitivo llamado Gabe a escapar de

los soldados Aeralian, y su vida cambió para siempre. Y La Helada cambió

también —los Lejanos se han apoderado de su aldea, un nuevo grupo de

Observadores que se hacen llamar los Capas Negras están haciendo planes

para derrocar a los ocupantes Lejanos, y La Espina están buscando que ella

se les una.

Lia pretende luchar contra el mal y la injusticia que ha invadido su

hogar, pero el peligro la acecha en cada esquina. Los monstruos que habitan

en las regiones más profundas de La Helada se vuelven más audaces y

peligrosos cada día, un noble Lejano se instala en la aldea con una misión

misteriosa, y Lia descubre que sus padres estaban albergando aún más

secretos.

A medida que el mundo congelado de La Helada se hace cada vez más

peligroso, ¿podrá Lia sobrevivir?

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Capítulo 1

Traducido por Nanami27 & Elizzen (SOS)

Corregido por Klarlissa

Me quedé sola en el medio del patio, el viento tirando de mi pelo y

escociendo mis labios partidos mientras me enfrentaba a la línea de árboles.

El sol apenas se había levantado y las sombras crearon una mancha oscura

en el borde de los campos de la granja. Miré fijamente el lugar donde la

azulada oscuridad tocó el blanco inmaculado de la nieve recién caída y sentí

una oleada de aprensión correr por mis venas.

Esas sombras eran una línea de demarcación, una advertencia, una

señal invisible gritándome que me quede fuera, porque más allá de ellas

estaba La Helada y no era seguro allí.

Era temprano por la mañana y el sol estaba oculto detrás de una

gruesa franja de nubes de tormenta. Pero bastante luz impregnaba el helado

aire para iluminar el patio de la triste granja de mi familia. A mi derecha, el

granero se agachó contra el viento como una huesuda vaca con su espalda

medio cubierta por el hielo desde la noche anterior. El potrero1 rezagado

detrás de él en un círculo torcido. Varios de los postes de la valla estaban

atados con una cuerda para evitar que se aflojen. El hielo lo cubría todo con

un brillo pulido, siniestro.

La granja estaba a mi espalda, cómoda y sólida a pesar del hecho de

que parecía a punto de caerse. Las blanqueadas tablas mezcladas con la

nieve, blanco sobre blanco sucio, como si la casa se estuviera escondiendo.

Las ventanas estaban a oscuras. Mi hermano y hermana aún dormían.

No tenía sentido levantarse antes del amanecer, ya que nadie salía cuando 1 Potrero: Sitio destinado a la cría y pasto de caballos.

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todavía estaba oscuro. Nuestro congelado mundo siempre lo

suficientemente peligroso con su población de osos, panteras nieve y

mothkats. Pero por la noche deambulaban los monstruos más peligrosos de

La Helada.

Los Observadores.

Busqué en la pared del bosque cualquier rayo de luz roja que

traicionara la mirada de un Observador. Me esforcé por escuchar el sonido

de gritos que a veces producían, pero lo único que escuché fue el susurro del

viento contra la Guardia de Observadores que colgaba sobre nuestra puerta.

Los trozos de madera y hueso resonaron juntos. Estaban pintados de azul y

tallados como como flores de invierno, las únicas cosas que se mantenían

lejos a los Observadores.

Tiré mi capa alrededor de mí cuando mi sangre cantó con inquietud.

Cada vez que ponía un pie en La Helada me recordaba una noche

hace dos meses. La noche en la que Adam Brewer y yo ayudamos a escapar

a un Lejano fugitivo llamado Gabe. La noche en la que me di cuenta de que

no era la misma persona que solía ser. Ahora, pensar en Gabe, envió una

daga de dolor a través de mi pecho.

Un silencio lúgubre se envolvió a mí alrededor cuando cruce la oscura

barrera de las ramas hacia el bosque. Los árboles eran tajos de negro contra

el blanco, los copos de nieve que flotaban hacia abajo eran motas de

suavidad contra mis mejillas y pestañas. El aire vibraba con el silencio,

excepto por el silbido de mi aliento escapando entre mis dientes y la

húmeda salpicadura de mis botas contra las raíces de hielo bajo mis pies. Mi

corazón aporreaba contra mis costillas, pero seguí adelante. No era una

chica de aldea, frágil, hecha de cristal. Era una Tejedora. Vivía lejos de las

murallas que protegían a la mayoría de los habitantes de La Helada.

No tenía más remedio que ser valiente.

Una rama se rompió en la distancia. Me presioné contra un árbol, la

áspera corteza arañando mis manos cuando me aplasté contra ella. Mis

manos encontraron el cuchillo en mi cinturón.

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Una cierva blanca saltó de un matorral y se lanzó encima de mí, sus

orejas titilando de nuevo para coger el sonido de mi suspiro.

Ninguna pantera de nieve. Ningún oso.

Ningún Observador.

Seguí adelante, pero la parte de atrás de mi cuello hormigueaba con

aprensión a cada paso. Me sentí como si un centenar de ojos invisibles me

observasen desde las sombras. Los recuerdos me invadieron de nuevo. El

resplandor rojo. Los gruñidos guturales. El rápido corte de garras cuando

cavaron en la nieve.

En teoría, el bosque estaba a salvo de los Observadores durante la luz

del día. Ellos solo salían una vez que las sombras se habían agrupado juntas

y la luna se había levantado, el momento en el que nos acurrucábamos cerca

de nuestros hogares y nuestras hogueras ardían altas. Incluso podría hacer

el viaje hasta el lugar secreto en La Helada donde habíamos llevado a Gabe,

el lugar donde la misteriosa verja que le había arrastrado lejos de mí se

quedó esperando.

Pero me negué a terminar ese pensamiento. Gabe se había ido. Ahora

tenía que centrarme en la supervivencia.

Criaturas carroñeras parecidas a murciélagos, llamadas mothkats, se

cernían ya sobre la trampa. Sus brillantes y saltones ojos se centraron en mí

y revolotearon lejos mientras me acercaba. Agité mis brazos y se alzaron

hacia el cielo. Repugnantes alimañas.

Los mothkats no eran peligrosos de forma individual, pero una

manada bastante grande podría descender y quitar la carne con sus afilados

dientes y pequeñas garras. No eran más que otro aspecto peligroso de La

Helada.

Me agaché y miré la trampa.

Un animal muerto se balanceaba entre las mandíbulas de metal. Un

conejo blanco con pequeñas patitas grises. Ivy tendría el corazón partido si

lo veía.

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Levanté el cadáver, lo puse en mi saco y cuidadosamente restablecí el

artilugio. Cuando era pequeña, a veces había salido al bosque con mi Padre

para poner trampas cuando nuestros suministros de alimentos disminuían y

todavía faltaban días para nuestra cuota y la obtención de alimentos frescos

de la aldea. Ahora, lo estaba haciendo sola.

El conejo era sobre todo piel y huesos, la prueba de un largo y duro

invierno. No sería suficiente para alimentarnos hasta el día de cuotas. Me

mordí el labio y le di una última mirada al bosque antes de girarme de

vuelta a casa.

Corrí todo el camino de vuelta. El conejo dejándose caer en mi contra.

El aire frío quemó mis fosas nasales y hacia que me picasen mis mejillas. La

nieve se arremolinaba a mí alrededor, levantada por mis botas y sacada de

mi paso a través de ramas bajas.

Llegué a la granja jadeando. Un grito de mothkat se rompió en el aire

en algún lugar muy por encima de mí. La Guardia de Observadores

repiqueteo y giro en el viento. El viento susurró débilmente sobre la nieve.

Todo era música de La Helada, salvaje e incierta y extrañamente hermosa

de una manera que hizo que mi pecho doliera.

Me detuve para quitar la nieve de mis zapatos antes de abrir la puerta

y entrar en el interior.

La calidez de la casa se acurrucó a mí alrededor, descongelando mis

mejillas y labios congelados. Me quité mi goteante capa y crucé la

habitación principal hacia la chimenea. Dejé caer mi bolsa con el conejo y

avivé las brasas en llamas vacilantes. Mis entumecidos dedos estaban torpes

con la leña. Cuando el fuego ardió otra vez, saqué mi cuchillo de caza y me

puse a trabajar con el conejo.

—¿Lia?

La voz de mi hermano gemelo Jonn era solo un susurro detrás de mí.

Me di la vuelta.

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Se apoyó en el marco de la puerta de la habitación inferior, la que

habían utilizado mis padres, las muletas debajo de los brazos

manteniéndolo de pie. Éramos mellizos, casi idénticos, aunque siempre me

había burlado que él era el más hermoso. Sus ojos eran demasiado grandes

para su delgado rostro, enmarcado por gruesas pestañas y pude ver las venas

en sus manos y debajo de sus ojos. Miró al conejo y luego al indicador del

nivel de agua encima de la chimenea.

—Solo revisaba las trampas —dije.

Mi mirada cayó en su pierna izquierda y se deslizó lejos. El miembro

bajo la tela de su pantalón era delgado y retorcido, y el pie desnudo que

asomaba brilló con tejido cicatrizado. Éramos mellizos, tenía la misma edad

que yo, la edad suficiente para ser un hombre, pero no había sido capaz de

caminar bien desde que era un niño pequeño, por lo que nunca había

recibido una tarea o autorización de los Ancianos para formar una familia.

El accidente que le había vuelto un inválido a los ojos de la aldea le había

dado frecuentes convulsiones y también periodos de enfermedad. Podía

cojear con muletas, pero el esfuerzo le agotaba. Rara vez salía de casa. No

había estado en el pueblo desde la muerte de mis padres. Mi padre lo había

llevado los días festivos y a alguna de las Asambleas, pero ahora no había

nadie para hacerlo, y además, sabía que las miradas de lástima y asco de

otros le hacían daño.

—¿Estamos tan bajos en comida?

—Siempre estamos tan bajos en estos días —murmuré.

Él parecía como si fuera a decir algo, pero se lo pensó mejor. En

cambio, cojeó hacia su silla junto al fuego y se sentó lentamente en ella. Las

muletas cayeron al suelo con un ruido sonoro, y tomó la canasta de hilos a

sus pies. El día de la cuota estaba viniendo, y no habíamos terminado con el

hilado y tejido que debíamos a la aldea de Ancianos a cambio del grano, sal,

y otros suministros que nos guardaban del hambre durante los meses de

invierno. Las manos ociosas son un lujo que ninguno de nosotros podía

permitirse.

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Terminé de desollar el conejo y puse la carne en una olla de estofado

sobre el fuego antes de limpiar y hundirme en la silla frente a él. El cojín

raído metido en la parte trasera de mis rodillas, donde las plumas estaban

comenzando a empujar a través de la tela. Me moví, intentando alcanzar

una maraña de hilo para tirar también. El fuego crepitaba y se encendía en

la chimenea, y el viento susurraba en las ventanas y suspiraba en las grietas.

La habitación olía a tabaco, lana húmeda, y polvo.

—¿Qué estabas haciendo afuera tan temprano? —preguntó—. Por lo

general revisas las trampas después del desayuno.

Las palabras se llenaron en mi boca y pesaban en mi lengua, excusas

en su mayoría. No quería hablar sobre el quemante dolor que me impedía

dormir y me llevaba hasta el borde del bosque. No quería envolverlo en

nada que tuviera que ver con La Espina, o los Lejanos. Era demasiado

peligroso. Esta era mi carga, solo mía. Sacudí la cabeza.

—No podía dormir.

La voz de Jonn era baja, cruda.

—Él no va a volver, Lia.

Me estremecí. Se refería a Gabe.

Gabe había estado huyendo, a medio camino a algún otro lugar, en un

viaje fuera de aquí. Habíamos hecho de todo para verlo en su camino, y

había llegado a preocuparme por él, y ahora se había ido…

Y me quedé sosteniéndome a mí misma a su paso. Al igual que hacía

siempre cuando alguien se iba. Pensarías que había aprendido a estas alturas

a no preocuparme por la gente, porque no podías contar con ellos para

quedarse.

Mi hermano vio mi cara, y pude decir que estaba buscando indicios

de angustia emocional. Pero si esperaba que me rompiera como porcelana

fina, estaba equivocado. Estaba tallada por La Helada. Era la hija de un

tejedor. Era lluvia helada, de los bosques y congelada.

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Me aclaré la garganta.

—Si crees que voy a caer aparte de extrañarlo, estás equivocado —

dije—. No languidezco por la gente. Hay mucho en juego para estar abatida

o sentir lástima por mí misma.

Jonn estaba en silencio. Sentí la incredulidad en su falta de

comentario.

—No soy así —dije, con la frustración arrastrándose hasta mi

garganta, con sabor a bilis—. Nunca he sido así. Él se ha ido. Ya está hecho.

Vamos a recoger los pedazos de nuestras vidas y seguir adelante como

siempre lo hacemos. Hay mucho más de qué preocuparse que tontos apegos

emocionales.

—Tontos apegos emocionales —repitió él. Sus ojos se posaron en mi

muñeca, donde llevaba el trozo de cuero que había encontrado marcando el

lugar de Gabe en el libro que había estado leyendo antes de dejarnos. Había

estado usándolo desde la noche que Gabe nos dejó.

—¿Qué otra cosa lo llamarías? —Pero no estaba de acuerdo conmigo

misma, incluso mientras decía las palabras. Me bajé la manga para cubrir el

brazalete.

Lo miré hasta que bajó la cabeza y enredó sus dedos en el hilo. La

parte posterior de mis ojos quemaba, y mi garganta se contraía

dolorosamente apretada. No estaba segura de sí era el tema o la obstinada

persistencia de Jonn en tratar con mis emociones que provocaban estas casi

lágrimas, pero de cualquier manera, tenía que parar.

El silencio se hizo demasiado espeso, y me puso nerviosa. Me puse de

pie.

—Debería ver a los animales. Y después de eso, tengo que ir a la

aldea. Estamos casi sin comida, y necesitamos algo más que ese trozo de

conejo para alimentarnos hasta que día de la cuota. ¿A menos de que

prefirieras comer nada más que nabos secos y patatas?

—Lia…

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—Estoy bien —dije, apretando los dientes—. De verdad.

Él suspiró y me dejó cambiar de tema.

—Pescado sería bueno. Solo ten cuidado. Estás de un ánimo hoy. No

sulfures a los Lejanos.

No estaba de un “ánimo.” Estaba harta de ser acosada. Pero todo lo

que dije fue:

—Estoy acostumbrada a los Lejanos ahora.

Lejanos. Decirlo se sentía como una maldición.

—Voy a ordeñar la vaca y recoger los huevos. Deberías asegurarte

que Ivy se levante. Ese hilo tiene ser acabado, la cuota es en dos días.

Sentí su mirada en mi espalda todo el camino hasta la puerta. Me tiré

encima mi manto, abrí la puerta de un tirón, y me estampé de regreso

afuera en el patio.

Dejé que el viento me picara los ojos hasta que manaron agua.

Ivy estaba de pie cuando regresé a la casa. Sentada junto a la

chimenea, con el cabello castaño recogido en una trenza con mechones

húmedos pegados a su cuello, y su boca apretada en una fina línea de

frustración mientras trabajaba.

Ella había crecido más alta en los últimos meses, y más delgada. Sus

muñecas parecían palos y sus hombros eran bultos, como raíces fuertes que

brotaban de su piel. Era solo huesos, sin embargo. Todos estábamos hechos

de huesos estos días.

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—Buenos días —dije, preguntándome qué había causado el ceño

fruncido en su rostro.

—Estoy de pie —dijo ella—. No tienes que hacer comentarios

desagradables.

—No fue un comentario desagradable —dijo Jonn, golpeando el pie de

ella con su pierna buena.

Ivy frunció el ceño. Se había vuelto más hosca últimamente, lo que

podría haber sido debido a crecer más alta mientras comía menos.

Revisé el estofado al fuego. Se cocinaría todo el día y estaría listo para

comer para la cena. Mientras tanto, podíamos comer patatas para el

desayuno. Las puse en el borde de las brasas para cocer al horno.

Después de unos momentos de trabajo, mi hermana gruñó con

frustración.

—Este estúpido hilo —dijo ella, tirándola—. Estoy tan harta de eso.

—¿También estás harta de comer? Porque eso es a lo que tenemos que

renunciar si no podemos hacer la cuota —espeté.

Las lágrimas picaron sus ojos.

—Eres muy cruel. ¿Por qué no puedes ser como mamá?

Las palabras dolieron como bofetadas.

—Lo siento, no he sido más alegre mientras estoy tratando de

mantenerte con vida —dije finalmente.

Sus ojos brillaron con lágrimas no derramadas. Ella se cruzó de

brazos. Me pregunté por milésima vez qué estaba mal con ella estos días.

—Mientras tejemos, te diré acertijos —dijo Jonn—. ¿Está bien?

Se frotó el brazo sobre los ojos y levantó un hombro en un

encogimiento. No me miró.

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—Muy bien.

Me dirigí a la cocina y me apreté contra la estufa. Me mordí los labios

para evitar decir las palabras que llenaban mi boca.

Quería darle una bofetada. El cumplimiento de la cuota no era una

opción. No era algo que hiciéramos porque queríamos, o porque lo

disfrutáramos. Era hacer esto o morir. Si no entregábamos nuestra cantidad

requerida de hilo a la aldea cada semana, no recibiríamos nuestros

suministros de comida, suministros que ya estaban siendo racionados

debido a la ocupación de los Lejanos. Si no hacíamos la cuota, no seríamos

alimentados.

Mi hermana tenía casi catorce años, casi una mujer adulta en nuestro

mundo. Ella lo sabía. Tenía que saberlo. No teníamos otra opción.

—Voy a la aldea —anuncié, y me dirigía a la puerta.

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Capítulo 2 Traducido por Cpry, Jeyd3 & Katiliz94 (SOS)

Corregido por Klarlissa

La escarcha era fría. El hielo envolvía las ramas de los árboles en

suave plata, y una neblina de sombra y nieve envolvían el bosque como un

velo. El camino era largo y torcido, y corrí.

La capa fluía detrás de mí, un arcoíris de azul en un mundo de blanco.

Todo a mí alrededor, la nieve caía en lentas espirales como polvo de hadas.

Podría ser hermoso en algún otro lugar. Aquí es siniestro, porque aquí no

tenemos finales de cuentos de hadas… solo historias de horror.

Flores azules alineadas en el camino, las flores que mantenían a los

monstruos en la orilla del bosque. Pero mientras me dirigía al pueblo, los

Observadores no eran la primera cosa en mi mente.

Había otras cosas que estar preocupada por la escarcha ahora.

Los Lejanos.

Mi estómago se retorció ante el pensamiento, y reduje la velocidad.

No quería ir al pueblo, pero no tenía elección. Ese conejo no podría

alimentarnos durante dos días más. Necesitábamos más comida.

El silencio cubrió los árboles y se aferró a la nieve que más se

acercaba al pueblo. Ni siquiera las alas azules se agitaban en las ramas sobre

mi cabeza. Sabía lo que tenía a las criaturas tan perturbadas. Nuestro hogar

había sido invadido. La balanza, precaria como había sido, estaba

completamente disgustada. Hace dos meses, Gabe había tropezado por la

Helada y en mi vida. Pero ahora se fue.

Me había detenido.

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Y así estuvo hasta que los soldados Lejanos habían venido a buscarle.

Mis botas crujieron en la nieve mientras daba un paso sobre un

miembro caído y pasé por debajo de una rama colgando hacia debajo.

El camino se curvaba entorno a un grupo de árboles, con las ramas

alcanzándome como manos esqueléticas. Mientras rodeaba la curva, me

detuve.

Los soldados permanecían de pie en el camino, con los rifles colgando

por sus brazos. Sus cabezas se giraron al unísono mientras capturaban una

visión de mí, y me forcé a seguir caminando. De repente mis manos

estaban húmedas con sudor en lugar del helado viento, y mi piel

hormigueaba.

Aquí el camino se volvía encerrado por todos los lados por un túnel

como una jaula hecha de gruesos listones de metal entretejidos con hilos.

Los soldados Lejanos aguardaban en la entrada, armados con armas.

Estaban aquí por nuestra seguridad, decían.

Como si alguien creyese tal mentira.

Tragué saliva para humedecer mi seca garganta. Las huellas de mis

pies resonaban demasiado alto en mis oídos mientras alcanzaba la entrada

al conducto del estriado metal que serpenteaba por el bosque como la

tráquea del esqueleto de un dragón. La Jaula, como la habíamos empezado a

llamar, por eso era lo que nos hacía sentir como entrar en eso. Como

animales, atrapados.

Los pueblerinos esparcían el camino dentro de la Jaula, la mayoría

campesinos y cazadores llegando o yendo desde sus trabajos a la luz del día

en el bosque o a lo largo de las orillas del cercano río o del lago de hielo. La

mayoría mantenía las caras vueltas hacia el suelo apartadas de las miradas

de los soldados. Nadie hablaba.

Di un paso hacia la Jaula. Las barras de metal por encima y entorno a

mi bloqueaban algo de luz, pero todavía dejaban pasar al abrasador viento.

Tiré de mi capa al apretarla alrededor de mí en el momento de escrutinio.

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Lo odiaba. Cada segundo que caminaba hacia el túnel inoxidable de frío,

imaginé a los soldados levantando sus armas y disparándome en la espalda.

¿Qué pasaba si de alguna manera descubrían que era la única que

había protegido a Gabe? ¿Qué pasaría si supiesen que le había ayudado a

escapar? ¿Podrían esperarme para aparecer por la Asamblea o el día de la

cuota y luego atraparme como un conejo?

Me forcé a tomar unos pocos profundos respiros, para estar tranquila.

Luego una figura en un abrigo azul me llamó la atención.

Estaba de pie solo unos pocos pasos lejos, tendiéndose contra los

soportes de metal de la Jaula mientras ajustaba la flor de invierno

estampada en la tira de cuero de su muñeca. Un hombre joven. Volvió su

cara a medida que me acercaba, y le reconocí al instante.

Adam Brewer.

Es alto y delgado, de pelo oscuro, con ojos que atraviesan como

flechas y una boca que raramente sonreía.

Siempre parecía llevar una mirada de intensa concentración, como si

estuviese solventando todos los rompecabezas de La Helada detrás de esos

ojos oscuros.

Mi corazón dio un vuelco. Adam y yo compartíamos un secreto

mortal, uno del que no nos atrevíamos a hablar en público.

Adam era un operativo de La Espina, un miembro de una

organización secreta dedicada al derrocamiento de la corrupta y cruel

dictadura de Aeralian que había matado y aprisionado a muchos.

Si los Lejanos sabían quién era, podrían dispararle sin dudar. Aun así

él estaba ahí, sin temor, mientras los soldados Lejanos estampaban sus

botas para protegerse del frío solo unos pocos pasos más allá.

Nuestras miradas se cruzaron.

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Un musculo tembló en su barbilla, como si hubiese algo que quisiese

decir pero que se contenía. El aire entre nosotros se espesaba, sentí su

atención tan tangiblemente como si hubiese puesto la mano sobre mi brazo.

Me moría de ganas por reconocerle, por decir su nombre, por preguntar si

tenía malas noticias, cualquier noticia. Era mi único vínculo con Gabe, con

La Espina, con la doble vida de mis padres… con todo lo que había ocurrido.

Pero no podía. No podía hablarle aquí o en el pueblo, donde las

personas aún se suponen que son nuestros enemigos. Y no le he visto solo

en el bosque desde la noche en que Gabe desapareció por el portal.

Estaba adolorida con el peso de un millón de preguntas. Quería

preguntarle sobre Gabe, sobre la puerta, sobre mis padres. Sobre lo que

estaba haciendo ahora, sobre lo que había planeado hacer en el futuro. Me

he convertido en alguien más, alguien a la deriva en un mar de secretos y

conspiraciones, y él estaba en una isla de respuestas, conocimientos y

fuerza.

Pero la parte de atrás de mi cuello se erizó con el conocimiento de los

Lejanos detrás de nosotros. Mi boca cayó cerrada de golpe.

Los ojos de Adam se deslizaron sobre mí mientras yo pasaba.

La esperanza de hablar con él, de hacerle cualquier pregunta sobre

todo, se dificultaba y hacía añicos mientras continuaba hacia abajo del

camino a través de la Jaula. El viento mordía en mis enguantados dedos y

tiraba de los bordes de mi capa, caminé más rápido, mis pies mojados

haciendo crujir sonidos en la nieve. Giré por otra esquina echa de acero

estriado, y eché una mirada detrás de mí.

Se fue.

Parpadeé una vez y miré adelante. Ahora podía ver los tejados de

piedras del pueblo asomándose sobre los árboles. Casi estaba descongelada.

El miedo fresco rompió sobre mí, y ansiosamente comenzó a devorar mi

estómago mientras alcanzaba la puerta del pueblo.

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Espigas de metal apuñalaban el cielo fuera de las paredes de madera

que una vez hubieron estado de pie, y la entrada del pueblo había sido

transformada en una red de jaulas de acero que se bloqueaban ante el

atardecer, manteniendo las cosas peligrosas fuera… y otras cosas peligrosas

dentro. Los soldados patrullaron la parte superior de la entrada de un pasillo

que conducía entorno a todo el perímetro del pueblo. Sus ojos estaban

ocultos por la máscara de ojos negra que vestían, pero aún sentía el peso de

sus miradas en mí, y me estremecí ante la visión de las armas en sus manos.

Las sombras proyectadas por las paredes más alejadas se deslizaron

sobre mi piel mientras me deslizaba por la puerta. Pasé bajo los soldados, y

luego estuve dentro del pueblo.

Las calles de piedra y las casas parecían diferentes ahora. Más

mayores, más tristes. Los soldados Lejanos estaban por todos lados.

La nieve en las calles estaba revuelta en un turbio lodo por sus botas.

Las cuotas del patio estaban llenas de esos descansos, hablar, y fumar.

Agarrando la capa alrededor de mí, me dirijo hacia el mercado. No

quiero permanecer aquí.

—¡Lia!

Mi mejor amiga, Ann, se precipitó desde una tienda y deslizó su

brazo en el mío. Su brillante capa roja causó una sensación valerosa contra

la piedra oscura de los edificios a su alrededor, pero sus mejillas brillaban

pálidas y los oscuros círculos rodeaban sus ojos. En menos de dos meses, se

había ido del color rosa al demacrado. Su padre, el Alcalde, estaba

colaborando secretamente con los Lejanos. Había traicionado la confianza

de sus propias personas con la del enemigo, y perforó el horrible

conocimiento en secreto. Para todo el resto del pueblo lo sabía, él era tanto

una víctima como el resto de nosotros.

La abracé fuertemente.

—No sabía, si te vería hoy.

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Nuestra amistad era como está ahora, distribuida en fragmentos de

conversaciones y susurros furtivos. No era seguro. Ya nada era seguro.

—Me escapé —dijo, mirándome pasar ante el soldado en la cuota del

patio—. Padre está ocupado besando las botas de Raine, como siempre. —

Su mirada se movió sobre mí, y sus cejas se vincularon estrechamente

mientras fruncía el ceño.

—¿Qué estás haciendo aquí? No hay una Asamblea de la que no sé,

¿verdad?

—Necesitamos harina de maíz. Ivy está pasando por una etapa de

crecimiento. —El hecho de que a todos se nos asignase raciones de comida

que habían sido reducidos no estaba ayudando, tampoco, pero desde que el

padre de Ann había dado esa orden, no le enfaticé nada.

Ann apretó mis manos en las suyas, y su mirada se dejó caer al suelo.

Ella lo sabía. Pude ver la vergüenza en la manera que encogía sus hombros,

como si enfrentase el frío en el viento.

—¿Caminas conmigo? —murmuró, moviendo rápido otra mirada a

los soldados.

Cruzamos el centro del pueblo, donde las tiendas y casas de piedra se

amontonaban juntas como si se acurrucasen contra el frio. El liquen pálido

cubría los tejados y paredes, y pintaba flores de invierno que adornaban

cada casa, talladas en las puertas y en los postes y los umbrales. Los

carruajes tirados por caballos traqueteaban al pasar sobre las empedradas

calles, donde las piedras eran dispuestas en patrones de flores azules

rodeadas de gris. Una leve polvareda de nieve sucia cubrió todo.

—¿Escuchaste las últimas noticias? —susurró ella, tan pronto como

pasamos a los soldados y salimos del alcance del oído.

La aprehensión se anudo en mi estómago. Sacudí la cabeza

silenciosamente.

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—Observadores. Merodeaban las paredes la noche anterior,

probándolas.

Mi aprehensión se convirtió en enojo.

—Son los Lejanos y sus armas, su tecnología —dije—. Están agitando

todo aquí, convirtiéndolo en un frenesí. Los Observadores nunca se

acercaron a los muros del pueblo antes de que ellos llegaran.

Ella vaciló.

—Tal vez sí, pero Raine solo está usando esto para promover su

propia causa. Le dijo al Círculo de Ancianos justo esta noche que esto

solamente prueba que sus soldados son necesarios, para protegernos de los

Observadores. Él dice que con sus armas y tecnología, nos pueden

mantener más a salvo de lo que nunca hemos estado.

—¿Y ellos le creyeron? —No podía creerlo—. Los Lejanos están

creando el problema y luego ofreciéndose como la conveniente solución.

¿Seguramente el Círculo se da cuenta de esto?

Ann sacudió la cabeza.

—Ya no sé lo que piensan. Los Ancianos se han vuelto más retraídos.

Están asustados por su sustento, sus familias. Hacen y dicen poco en las

reuniones además de sentarse ahí como conejos. Mi padre habla la mayor

parte del tiempo, o Raine.

Sacudí mi cabeza disgustada.

Ella se mordió el labio y se inclinó más cerca.

—Hay más, aunque esta parte no ha sido anunciada a la aldea todavía.

Los Lejanos están construyendo un consulado en el centro de la aldea. Ya

han discutido los planes con mi padre, y los trabajadores llegaron esta

mañana cruzando el río. Empiezan a trabajar esta semana.

—¿Un… un consulado? —Mi mente giró con confusión—. ¿Te

refieres…?

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Ella bajó su voz hasta un susurro.

—Me refiero a que ellos planean quedarse.

Las palabras me golpearon como un puñetazo en el estómago. Por

meses, nos habían prometido una resolución pacífica a esta pesadilla. Los

Lejanos han entrado en nuestra tierra y ocupado nuestra aldea bajo el

pretexto de buscar un fugitivo, pero mientras el tiempo pasó, se volvió cada

vez más obvio que tenían más en mente que encontrar a una persona. Y

ahora, ¿estaban trayendo trabajadores?

Agarré a Ann por la muñeca.

—Dime exactamente lo que esto significa.

—Un edificio de consulado solo puede significar que van a enviar un

representante oficial de Aeralis para gobernarnos. Mi padre será un

gobernador marioneta, y algún diplomático Lejano tomará las decisiones.

Oficial, Aeralis, gobernar, marioneta… Mis rodillas se debilitaron,

mis manos se sentían entumecidas.

—¿Y qué dice el Círculo sobre eso?

—Como dije, los Ancianos no dicen mucho estos días. Los he visto

irse de la casa tarde por la noche, acompañados de soldados para que

“lleguen seguros a casa”, dice mi padre. Es una muestra de poder. Ellos saben

que no se atreven a hablar. Han sido silenciados.

Las garras afiladas del pánico se cerraron alrededor de mí, apretando

y sacando el aliento de mis pulmones. Si el Círculo, un cuerpo gobernante

especialmente formado para la justicia y la protección, no pelearía contra

los Lejanos y su injusta ocupación de nuestra aldea, ¿quién lo haría?

Pasamos por el Salón de Asambleas. Paré al lado de uno de los

tallados en relieve, pintado azul como las flores de invierno del color del

cielo de la Helada. Lancé una mirada alrededor.

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—¿Y qué hay sobre los ataques de los Observadores? ¿Los Lejanos no

tienen miedo?

Ella se apoyó contra la pared y pasó una mano enguantada sobre sus

ojos.

—Escuché al Oficial Raine decirle a mi padre que planean continuar

reforzando las compuertas y los muros. Van a traer más armas para

protegerse.

—Tontos —murmuré. Más armas significan más Observadores

rondando en el bosque, agitados y agresivos—. Van a agitar a los monstruos

en un frenesí si empiezan a husmear con su tecnología, ¿y entonces quién

pagará? Nosotros. —Pensé en la granja de mi familia, solitaria y aislada

contra un fondo de árboles congelados. ¿Quién nos defenderá si los

Observadores trataran de derribar nuestra puerta?

Ann jugó con las cuerdas de su sombrero.

—Escucha. Hay una cosa más que oí.

Me enderecé y eché otra mirada alrededor para asegurarme de que

nadie pudiera escuchar.

—¿Qué?

Ella trazó el bordado en la orilla de su capa con un dedo.

—El oficial le dijo a mi padre que… que finalmente han confirmado la

identidad de los agentes de La Espina que trabajan en La Helada.

Todo el aire salió de mis pulmones. Me sentí como si me hubieran

golpeado. ¿Sabían sobre Adam? ¿Sabían sobre MÍ? Mis ojos volaron hacia

los de ella, pero ella miró a un parche de hielo en el suelo y no alzó la vista.

—Dijeron que era Cole Carver.

Mis piernas temblaron en alivio. No Adam. No yo. Las palabras

comenzaron a asentarse, y mi labio se curvó.

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—¿Cole? Pero todos saben que los Observadores lo mataron.

Y por lo que todos sabían, la verdad era tan simple y trágica como un

chico descuidado en un bosque peligroso. La aldea entera lo lamentó.

Recordé a sus padres, sus caras manchadas con el dolor mientras asimilaban

las noticias que Adam Brewer gentilmente les había llevado. Recordé a la

gente del pueblo reunida en un callado círculo alrededor de ellos, afligidos

por una vida extinguida tan joven, y el funeral dos días después donde

todos hablaron elogiosamente sobre su valentía y amabilidad. Incluso yo

había dicho algunas palabras sobre mi examigo, el astuto y coqueto chico

quien no había resistido cazar en La Helada durante la noche a pesar de sus

peligros, y todos habían asentido y limpiado sus lágrimas y susurrado entre

ellos que él pretendía casarse conmigo, y que, ¿no era terriblemente triste?

De hecho, los aldeanos me habían estado dando miradas compasivas

por los últimos dos meses, pensando que había llorado su muerte y mi

inevitable soltería. Nadie sino Adam, su familia y la mía, y Ann, sabían la

horrible verdad. Cole nos había traicionado. Nos había seguido a la Helada,

con intención de exponernos a Adam y a mí a los Lejanos por ayudar a

Gabe a escapar. Nos había mantenido a punta de pistola y amenazado con

matarme. Pero había sido capturado por un Observador antes de cumplir su

amenaza, y comido.

Recordé el nauseabundo crujido de hueso cuando el monstruo golpeó

desde la oscuridad, la rociada de sangre en la nieve, los gritos. Presioné una

mano sobre mis ojos, deseando que los recuerdos se alejaran.

—Nunca recuperaron su cuerpo. —Ann me recordó—. Y eso no es

muy inusual, pero uno de los oficiales Lejanos le dijo a mi padre que cree

que Cole escapó junto con el fugitivo. Él dice que cree que el resto de

nosotros somos muy estúpidos como para haber estado involucrados.

Ella sonaba enojada, pero yo me sentía liviana como el aire. Si los

Lejanos pensaban que el único agente de La Espina había desaparecido, eso

significaba que no sospecharían de Adam. No sospecharían de mí.

Mi familia estaría a salvo.

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El nudo de aprehensión en mi pecho disminuyó un poco.

—Bien —le dije—. Si creen que somos inteligentes, estarán más en

guardia. Es bueno que no esperen que seamos listos.

—Bueno, eso me enfurece —ella susurró—. Hace que me hierva la

sangre cuando pienso que ese traidor de Cole Carver obtiene todo el crédito

por toda tu valentía y buenos actos, aun si solo es a los ojos de los Lejanos.

Miré mis botas. No sabía sobre Adam y su verdadera participación

con los La Espina. En realidad, por todo lo que ella sabía, él y yo todavía

desconfiábamos y odiábamos el uno al otro. Hace dos meses creía

responsable a la familia de Adam por la muerte de mis padres, hasta que me

enteré que Cole los había matado y culpado a los Brewers. Ann sabía ahora

que Cole había matado a mis padres, y que había ayudado a Gabe a escapar

con la asistencia de La Espina, pero mantuve el resto de las identidades de

los agentes, Adam y su familia, en secreto.

Los secretos nos mantuvieron a salvo.

Sin embargo, el peso del conocimiento que le ocultaba presionaba

fuertemente sobre mí, y anhelaba decirle todo: Adam, mis padres, la

extensión de los secretos que permeaban nuestra aldea.

Pero no podía.

—No dejes que te moleste —dije—. Esto es bueno. Si sospechan que

fue él, no estarán husmeando por otra persona. Esto me protege.

—Lo sé. Pero me amarga de todas formas. Y sospecho que el Oficial

Raine solo quiere terminar con ese problema para poder reportarlo como

resuelto. Pienso que como Cole está muerto y el fugitivo desapareció y no

ha habido ninguna señal de La Espina por meses, creen que todo se ha

terminado. —Ella hizo una pausa—. Y se ha terminado, ¿verdad?

Pensé en el broche escondido en el cajón de mi buró. Adam me había

extendido una invitación la noche en que habíamos llevado a Gabe a la

compuerta, y todavía no había tomado una decisión. El conocimiento de ese

broche quemaba en mi mente, haciéndome sentir inquieta e intranquila.

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Al darme cuenta que ella estaba esperando por algún tipo de

respuesta, dije:

—Se ha terminado. Él se fue y no regresará.

Ella se veía aliviada, pero yo me sentía increíblemente vacía al decir

esas palabras en voz alta.

Gabe se había ido, pero todo había cambiado de todas formas. Él

había sido el catalizador, y ahora mi mundo entero estaba de cabeza.

Llegamos al mercado al aire libre, donde puestos y cabinas

enfrentaban la nieve y el viento mientras sus carteles revoloteaban en la

brisa, anunciando sus mercancías. Pasé el puesto donde la vieja Tamma

vendía hierbas y medicinas, y nuestras miradas se deslizaron lejos la una de

la otra. Una vez le había comprado medicina para Gabe, y desde entonces la

había sentido observándome como si supiera algo.

Me apreté la capa sobre los hombros y me dirigí a los puestos de

comida. Aquí las familias podían cambiar el exceso de sus productos

perecederos por otros bienes, pero durante los meses de frío invierno las

ofertas son escasas y limitadas mayormente a carne y pescado. Teníamos a

la vaca y las gallinas, y nuestras reservas de cebollas, nabos, papas y

manzanas secas del corto y brutal verano, pero yo no cazaba y las trampas

arrojaban escasas ofrendas. Con mis padres muertos y los Lejanos

comiendo mucho de los extras, los suministros de comida que recibimos a

cambio de nuestra cuota no eran suficientes estos días.

Cambié una bufanda tejida y un par de guantes por seis pequeños

pescados atrapados a través de un agujero en el hielo sobre el río. Un precio

alto, pero necesitábamos la comida. El vendedor los envolvió, y yo tomé el

oloroso paquete bajo mi brazo. Me dio una lúgubre inclinación de la cabeza

de solidaridad, pero cuando sus ojos fueron hacia Ann él frunció el ceño y

murmuró algo.

Ann no parecía ni sorprendida ni ofendida. Solo resignada.

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Podía sentir las miradas que atraíamos. O más bien, las miradas que

Ann estaba atrayendo. La gente murmuraba y fruncía el ceño en nuestra

dirección. Un escalofrío cosquilleó en la parte trasera de mi cuello, y me

mordí el labio. Precipitadamente negocié con otro vendedor por una taza de

harina de maíz y tomé el brazo de Ann para dirigirla de vuelta a la plaza de

la aldea.

—¿Qué fue todo eso? —Exigí yo en cuanto salimos del mercado—.

¿Por qué te miran de esa manera?

Ella jugaba con el borde de su manto.

—La cooperación de mi padre con los soldados no ha sido muy

popular entre algunos, se podría decir.

Solté un bufido.

—Un gran eufemismo. Pero tú no eres tu padre.

Ann no respondió a eso. No había necesidad. Ambas sabíamos que

podría ser cómo condenatoria una asociación con un traidor.

—¿Te has enterado de Everiss? —preguntó ella en su lugar.

—No, ¿qué pasa? —Fue la hija mayor Everiss Dyer, y más amiga de

Ana que mía, pero yo la había conozco desde nuestros días en la escuela del

pueblo.

—Ella ha cancelado su compromiso.

Me quedé muy sorprendida. La última vez que había hablado, con

Everiss no había hablado de otra cosa que el matrimonio y los bebés, y

entonces ella me reprendió repetidas veces para no ser yo misma prometida.

—No lo sé. Ella no quiere hablar de ello. Toda la familia está molesta

con ella. Hubiera sido un buen partido.

—Tal vez ella decidió que amaba a alguien más —reflexioné. Y en mi

mente vi la cara de Gabe, y me dolía el pecho. Pero empujó el pensamiento.

Él se había ido. Tenía que seguir adelante con mi vida.

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—Tal vez —dijo Ann, y miró por encima del hombro como alguien le

susurró algo a ella—. Debo volver a la casa, creo.

—Fue bueno verte —le dije, mirando a la persona que había emitido la

burla que masculló a mi amiga—. Ten cuidado.

Ella sonrió con tristeza.

—Yo soy la que debería decir eso.

Pero yo no estaba tan segura. En estos días, las cosas parecían tan

peligrosas que no importaba de qué lado de las murallas del pueblo vivías.

Ella se escabulló, y me di la vuelta dirigiéndome hacia la puerta de la

Escarcha. Los peces fueron pesados en mis brazos, pero lo único que podía

pensar era en lo que no eran lo suficientemente pesado como para el precio

que había pagado, y lo pequeña y frágil que Ann parecía, como si una fuerte

ráfaga de viento la pudiera romper. ¿Cuándo ella había puesto esa frágil

sonrisa?

¿Fue después de que los soldados Lejanos comenzaran a ocupar el

pueblo, o incluso más recientemente?

La preocupación corroía mis entrañas y murmuró en mis

pensamientos. Casi no escuché la voz susurrando mi nombre.

—Pssst, ¡Lia Weaver!

Me detuve.

Las sombras en el callejón de la izquierda se movieron. Me volví

hacia el movimiento, incierto.

—¿Hola?

—Rápido. Por aquí.

Alcancé a ver un aleteo de tela negro y un destello de una mano

haciendo señas.

Dudé.

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La mano salió disparada y se cerró sobre mi muñeca, tirando de mí

hacia delante. De repente yo estaba presionada contra el costado de una casa

de piedra con una figura encapuchada sujetando una mano sobre mi boca.

El pánico me apuñaló. Le di una patada, y mordí la mano.

—Cálmate, muchacha.

—¡Entonces suéltame!

Me soltó y dio un paso atrás. Me aparté. Mi frenesí había desalojado

la capucha, y parpadeé en el reconocimiento. Era el segundo hijo del

herrero. Era de mi edad. Habíamos ido juntos a la escuela. Yo lo sabía, pero

solo vagamente. Nunca habíamos hablado.

—¿Leon Blacksmith?

Me soltó y se ajustó la capucha de su capa. Sus agudos ojos azules

brillaban con intensidad a medida que se encontraban con los míos. Un

escalofrío recorrió mi espina dorsal y bailó a través de mi piel.

—Lo siento por el subterfugio, pero no podía ser visto —dijo.

Fingí ignorancia cuando me incliné para recuperar el paquete de

pescado y el saco de harina de maíz que había dejado caer.

—¿Por qué no?

En lugar de responder, se llevó un dedo a los labios y me hizo señas

para que lo siguiera. Luego se volvió y corrió por el callejón. Todo lo que

tenía en mente era: no quiero ser parte de ella. Me volví a escapar, pero su voz

se cortó el aire.

—Por favor.

Suspirando, me uní a él. Dobló una esquina y se detuvo detrás de una

pila de leña. Se nos ocultaba de la vista de cualquier persona en la calle, y no

de las ventanas abiertas en este lado de la casa. Pude ver el muro alrededor

de la aldea de donde estábamos, pero los soldados estaban demasiado lejos

para oír nada.

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—¿Qué es eso? —Me exigió tan pronto como se detuvo.

—¿La has encontrado?

Yo daba vueltas. Un par de muchachos salieron de detrás de la pila de

leña. Vagamente recordaba sus nombres. ¿Seth Baker? ¿Uno de los

muchachos Hunter? Una chica estaba con ellos, y yo no la conocía, excepto

de un recuerdo borroso.

—Sí —respondió Leon. Para mí, me dijo: —Este es Seth, Berna y

Onna. —Señaló a la muchacha, y ella se apartó el pelo de los ojos y me dio

una sonrisa de oreja a oreja.

—¿Qué está pasando? —Escaneando sus caras por alguna pizca de

indicación acerca de lo que querían.

—¿Se lo dijiste? —preguntó Onna.

Leon negó con la cabeza. Él me miró.

—He oído cosas buenas sobre ti, Lia Weaver —dijo—. Tú eres fuerte,

eres inteligente, y no son aprensivos cuando las cosas difíciles que hay que

hacer. Viajas a través de los tiempos de heladas varias semanas y vives lejos

de la seguridad de los muros de la aldea. Corre el rumor de que has visto un

Observador allí afuera.

—¿Y? —le dije, demasiado inquieta para ser halagada. Cambié el

paquete de pescado y harina de maíz en mis brazos y estampé mis pies para

protegerse del frío—. ¿Quieres que te cuente algunas historias

espeluznantes de la hora de acostarse o algo así?

Se echó a reír, aunque no hubiera estado realmente tratando de hacer

una broma.

—Eres divertida, también —dijo Leon—. Pero no. Queremos que te

unas a nosotros.

—¿A ustedes?

—Vamos a deshacernos de los Lejanos —intervino Onna.

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—¿Qué?

Ellos me miraban solemnemente, y me di cuenta de que hablaban en

serio.

—¿Cómo?

—Escucha —dijo Leon—. Los soldados están oprimiendo a nuestro

pueblo. Se están comiendo nuestra comida y agitando a los Observadores y

nos están empujando. ¡Somos un pueblo libre! No tenemos que soportar

esto. Pero nuestro Alcalde está bajo el pulgar de Raine. Si hay algo que va a

hacer, solo tenemos que hacerlo nosotros mismos. Nos estamos llamando a

los Capas Negras… —Hizo un gesto hacia todos ellos, y me di cuenta de las

bufandas negras y la ropa que llevaban puesta—. Y vamos a salvar a este

pueblo.

Me miró fijamente. Eran nada más que un par de harapientos jóvenes

con fervientes expresiones y los puños apretados.

—¿Y qué es exactamente lo que va a liberar al pueblo de los soldados

Lejanos?

—Dirigimos actos de resistencia —dijo Leon—. Robar comida, daños

a la propiedad, dejando siniestros mensajes.

—¿Dejar mensajes siniestros? —No pude contener mi desprecio.

¿Eran estúpidos?—. ¿Crees que voy a trabajar en contra de soldados

armados?

—Sabes lo que quiero decir. Lo haremos tan insoportable para los que

se queden que los costos comenzarán a ser mayores que los beneficios. Si no

vale la pena ocuparlo, a continuación, se irán.

—O tomaran represalias —le dije.

—Vale la pena el riesgo. —Leon se cruzó de brazos—. ¿Y bien?

Me quedé en silencio, evaluando mis palabras. Por último.

—¿Por qué yo?

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Se rió sin alegría.

—Al igual que he dicho. Tienes la reputación de ser difícil. Y tienes

incursiones que el resto de nosotros no.

—¿Las incursiones?

Onna sonrió.

—Vas a ser perfecta para cuando nos dirigimos a la Alcaldía. Ya sabes

su hija. Podemos colarnos en su casa. Tal vez incluso se puede ir tras ella,

también. Estoy pensando en humillación pública.

—Espera. —Tomé un paso atrás y respiré rápido—. ¿Qué dice tiene

que ver Ann con todo esto?

—Está relacionada con la escoria de traidores —dijo—. Así que ella es

culpable por asociación.

—Tienes que estar bromeando. —Un rubor se deslizó por mis

mejillas, y el calor combinado entre mis omóplatos—. Ann no está de

acuerdo con lo que su padre hace. Y ella no tiene control sobre quiénes son

sus padres más de lo que puede dejar de ser un herrero.

—Salvar el patetismo de alguien que se preocupa. —Se burló—. Ann

la alcaldesa ha estado codeándose con los oficiales Lejanos desde que

llegaron aquí, junto con su padre. Si no estás dispuesta a darle una lección,

entonces estás fuera.

—Está bien —le espeté—. Entonces me voy.

Todos ellos me miraron fijamente. Leon abrió la boca, pero no dijo

nada. Es evidente que no esperaban que yo dijera eso. Y está claro que no

me conocen en absoluto.

—Ann la alcaldesa es mi mejor amiga. —Apunté con un dedo a

Leon—. Ella no tiene nada que ver con los Lejanos de empleo, y ella no

tiene control sobre las acciones de su padre, y no voy a sostenerla por su

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responsabilidad de la injusticia que sucede. Y si alguno de ustedes tiene que

meterse con ella, se mete conmigo. ¿Lo entienden?

Leon juntó sus cejas formando una barra, enojado por encima de su

nariz.

—Creo que sabes el camino de vuelta a la carretera.

—Claro que sí. —Pasando, empujé a Onna.

—Espera —dijo Leon bruscamente.

Hice una pausa.

—Si caminas lejos de esto ahora, entonces te has ganado un enemigo.

—Entonces considérame tu enemiga —gruñí.

Me quedé mirándolo hasta que él apartó la mirada. Yo estaba

demasiado enojada para hablar, así que no lo hice. Lo dejé parado en la

entrada del callejón mientras me dirigía a la escarcha, y no miré hacia atrás.

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Capítulo 3 Traducido por Escorpio & Mafernanda28

Corregido por Klarlissa

Mi sangre estaba hirviendo a fuego lento todavía por el aguijón en los

comentarios de Leon cuando llegué a casa, así que empujé el pescado y la

harina a Ivy sin decir una palabra, y fui al establo para ver a los animales.

Cepillé a los caballos con rapidez, con movimientos duros mientras sus

acusaciones pasaban por mi cabeza. Ann no tenía control sobre las

decisiones de su padre, y ella no era responsable de lo que le había sucedido

a la villa. Y si la gente pensaba que iba a echarle la culpa por la invasión de

los Lejanos, estaban equivocados.

Terminé con los caballos y lancé el cepillo tan duramente que una

nube de polvo se levantó hasta donde golpeó. Con un gruñido de

frustración, me giré para verificar a la vaca.

Y corrí directo a los brazos de Adam Brewer.

—¿Brewer? —Me aparté y me apoyé en la puerta del establo, frotando

los brazos repentinamente temblorosos. No lo había escuchado entrar. ¿Él

era anormalmente silencioso o mi ira había sido tanta que había absorbido

mi atención haciéndome descuidada?—. Me asustaste.

Sus ojos se posaron en los míos. Estaba tranquilo, sosegado e

inescrutable como siempre, pero sentí un zumbido de tensión en él, una

inquietud que hizo que me picara la piel en respuesta.

Cuando me miró, sentí como veía más de lo que yo quería que viera.

Me puso nerviosa.

—Te llamé por tu nombre —dijo, su voz era un rico susurro

desenroscándose en la cercana oscuridad.

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Aparté un mechón de cabello me que había caído en los ojos. Era algo

que hacer, porque de repente estaba demasiado inquieta, demasiado

consciente del aire que me rodeaba. ¿Por qué tenía ese efecto en mí?

—¿Qué estás haciendo aquí?

—Cuando te vi hoy, parecía que querías hablar conmigo. Y he

pensado en hablar contigo.

—¿Hablarme de qué?

Sin embargo, sentía que ya lo sabía.

—Cuando tus padres fueron asesinados, dejaron un agujero en la red

de operativos de La Espina.

Mis dedos encontraron la pared, y me recosté en ella. Mis piernas

empezaron a temblar.

—Tienes el broche —dijo—, pero no me diste una respuesta definitiva

acerca de tus intenciones.

Pensé en el cuarto secreto debajo de nuestros pies, lleno de mapas y

documentos. Pensé en la ubicación de la granja, lejos de la villa y rodeada

por el bosque.

Por supuesto que querían que trabajara para ellos. Era perfecto.

¿Pero qué hay de mi familia?

—La seguridad de mis hermanos es mi prioridad. —Conseguí decir.

Los ojos de Adam se suavizaron.

—El trabajo que hacemos es peligroso. No voy a fingir que no lo es.

Sin embargo negarse a luchar contra la ocupación Aeralian es mucho más

peligroso al final.

—¿Es la ocupación de los Lejanos a La Helada la prioridad de La

Espina?

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—No. Pero la derrota del dictador de Aeralian lo es, y si es destruido,

su ocupación también terminará. —Hizo una pausa—. Pero olvidaste... que

ésta es mi casa, también. Y la defendería con mi vida.

Él no era un nativo de La Helada, pero aún parecía ser parte de este

lugar de todos modos. Vivió aquí durante años.

Consideré sus palabras. Y por un lado, era un trabajo peligroso con un

final incierto. Por el otro, era el trabajo de mis padres y era noble. Creía eso.

Adam estaba esperando mi respuesta.

—No lo sé —dije, aunque las propias palabras se sentían como una

rendición al destino. Alcé los ojos a los suyos, le sostuve la mirada a pesar

de que al hacerlo hice que mi estómago cayera a mis rodillas—. Pero tomaré

una decisión pronto.

Aceptó esta respuesta.

—Si quieres comunicarte conmigo, cuelga una lámpara por la línea de

los árboles. Esa es la señal.

Lo recordé. Habíamos hecho lo mismo la noche que Gabe había

viajado a través del portal.

—Lo recordaré.

Asintió. Aún estaba observándome.

Uno de los caballos resopló, y me giré para calmarlo. Cuando me di la

vuelta Adam se había desvanecido. La puerta del establo estaba

entreabierta, y el viento frío avivo mis mejillas.

Suspiré.

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Adam Brewer y La Espina, Leon Blacksmith y sus Capas Negras, los

soldados Lejanos y su consulado de planes, la tensión de todo golpeaba con

un dolor de cabeza detrás de mis ojos mientras me acomodaba para trabajar

por cuotas con mis hermanos pero hice lo mejor que pude para actuar con

calma.

Jonn parecía sentir mi frustración, porque silenciosamente me daba

un par de palmaditas en el brazo, un gesto que solo me hacía enfurecer.

¿Por qué siempre parecía pensar que era un cuenco de cristal

esperando ser roto en esos días?

Con el ceño fruncido, llené el hervidor con nieve fresca del patio y

regresé a la habitación principal para colgarlo sobre el fuego. Los hombros

de Ivy se tensaron cuando me acerqué a ella. Aún estábamos en desacuerdo

sobre la cuota.

Jonn estudió nuestras caras hasta que se quedó en la mía y pude leer

la advertencia en sus ojos. Él señaló con la barbilla a Ivy, instándome a

hablar, y contuve un suspiro. Irritante o no, mi gemelo siempre supo cómo

ablandarme.

—Lo siento —dije, intentando ser gentil—. Tienes razón. No he

estado de buen humor últimamente.

—Nadie lo está —añadió Jonn, siempre el pacificador—. Los Lejanos

están haciendo que todo el mundo se tense.

Los ojos de mi hermana brillaron. Agarró su hilo y se inclinó sobre él.

—¿Dime algunos acertijos?

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Él me miró, silenciosamente instándome a participar.

Busqué en mi mente algún acertijo.

—Uh... ¿Qué trae peligro y lucha, pero también alivio y vida?

Somos… uhh… prisioneros de ésta pero también estamos protegidos por

ella.

—La nieve —respondió inmediatamente, inhalando el triunfo. Sabía

esa. Fue uno de los que nuestro padre nos había dicho a menudo mientras

habíamos trabajado la cuota como cuando éramos niños.

—¿Qué cuenta historias con los dedos y mantiene a raya el hambre

con sus manos? —inquirió Jonn.

—Un Tejedor —dijo Ivy—. Porque hilamos hilos y cumplimos con

nuestra cuota. Algo más difícil, Jonn.

Frunció los labios, pensando. Después él sonrió.

—¿Qué, cuándo se mantiene afilado, puede conseguir una esposa,

pero cuando se vuelve aburrido, puede costarle la vida?

Ella tenía la frente arrugada.

—¿Un cuchillo de cocina?

—¿Cómo podría un cuchillo de cocina buscar una esposa? —exigí.

Frunció el ceño.

—No lo sé. ¿Cuál es la respuesta, sabionda?

—El humor.

Me sacó la lengua, sin embargo la atmósfera de la habitación estaba

fría lo cual aliviaba el calor.

—Tú lo sabes porque papá siempre te decía todas las respuestas de los

acertijos.

Puse los ojos en blanco.

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—Casi cierto.

—Bueno, aquí está uno del cual ella que no sabe la respuesta —dijo

Jonn—. ¿Qué tejido secreto te mantendrá caliente?

Ella meditó la pregunta.

—No lo sé. —Me miró como si fuera mi culpa—. ¿Qué es?

Levanté las manos con exasperación.

—Tampoco lo sé... lo cual sirve para demostrar que él no me lo dijo

todo. Papá siempre se burlaba de eso, ¿recuerdas?

—Mamá solía decir que era el amor.

—Bueno, creo que eso es un hilo —murmuré.

—Un hilo, no es una respuesta muy romántica —dijo ella—. El

enigma no es que el secreto romántico te mantendrá caliente.

—Sin embargo...

—No creo que solo sea una respuesta —interrumpió Jonn—. A papá le

encantaba bromear y le gustaba vernos descifrar las cosas. Especialmente a

la listilla de allá. —Él asintió en mi dirección—. Hizo un camino de nueces

sin que supiera la respuesta de cada acertijo.

Solté un bufido para mostrar mi desprecio a tal afirmación.

Ella sonrió tímidamente, y el ambiente en la habitación se calentó.

La tetera empezó a chillar, y me levanté para hacer el té.

—Sigue trabajando —dije cuando Ivy mostró signos de

desaceleración.

Me sacó la lengua, y rápidamente el ambiente se arruinó otra vez.

Jonn sacudió la cabeza en mi dirección, y reprimí un suspiro de

frustración.

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Mi mente regresó a la conversación con Adam en el establo, y la

aprehensión me carcomía el estómago.

Él quería una respuesta, pero no sabía que decirle.

Estaba trabajando hasta el hueso tratando de ganarme la vida y

mantener a mi familia para que no muriera de hambre.

¿Cómo podía hacer otra cosa, mientras las cosas eran tan terribles?

Esa noche, me arrastré fuera de la cama y busqué en el cajón el broche

de La Espina que había pertenecido a mis padres. La rama de plata brillaba

como hielo en la oscuridad mientras le daba vuelta, y en mi mente vi el

rostro de Adam cuando me lo dio hace dos meses.

—Lo necesitarás —dijo.

Y sin embargo, hasta ahora, no había hecho nada.

Cerré mi mano alrededor de la pieza, sintiendo la sensación punzante

del metal contra mi mano, pensé en los rostros de mi mamá y mi papá. El

dolor me llenó el pecho y quemaba la parte trasera de mis ojos. Con un

siseo de frustración, metí la caja debajo de mis calcetas, aparté la colcha, y

caminé hasta la ventana que daba al patio de abajo.

La luna proyecta un resplandor de plata sobre todo, y a través de la

escarcha en el cristal, el bosque era un borrón negro contra el blanco

brillante de la nieve.

Apoyé la frente contra el vidrio frío y exhalé lentamente.

No sabía qué hacer.

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Las sombras se movían y se agitaban, y capté el más leve rayo de luz

roja echando un vistazo a la nieve. ¿Un Observador? ¿O simplemente mi

imaginación unida a mi mente cansada?

Me quedé mirando el lugar donde había visto el movimiento hasta

que mis ojos dolieron mientras me esforzaba por escuchar el sonido de las

garras en la nieve, pero la noche estaba silenciosa.

La respiración de mi hermana llenó la habitación con un tono áspero

y estable, y mi mente giró a un recuerdo de Gabe envuelto en mantas junto

al fuego, con el cabello húmedo en su frente febril, su boca se movía

mientras murmuraba delirantemente. Mi garganta se apretó ante el

recuerdo y me moví inquieta en el asiento de la ventana.

Cuando los escalofríos se apoderaron de mí por el frío y la misma

soledad, regresé a la cama y me acurruqué bajo las mantas hasta el

amanecer.

Por la próxima asamblea obligatoria, mis pensamientos estaban

todavía en desorden. Las nubes oscuras coagularon el horizonte y

sumergieron La Helada en un estado cercano al atardecer, cuando corrí en

los caminos, cada uno de mis sentidos armonizados para los sonidos del

bosque. Nada excepto unos arrendajos azules suscitando en los árboles, y

alcancé la jaula sin aliento pero ilesa como siempre.

Ann me esperó en la puerta. Una fina línea roja trazaba su mejilla, la

marca acentuada por su piel pálida. Mire con el ceño fruncido la marca.

—¿Qué te pasó en la cara?

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—Oh, no es nada. —Ella tartamudeó, cepillado sus dedos sobre el

lugar.

Pero los había manchado de rojo. Agarré sus hombros y la giré hacia

el sol, por lo que pude ver mejor.

—Estás sangrando.

—No es nada. —Se soltó y se alisó el vestido. Su expresión era

cautelosa—. Solo fue una pequeña roca, eso es todo.

—¿Una roca? —Mi pulso martilló, y mis dedos se rizaron en puños.

Respiré hondo para estabilizarme—. ¿Fue uno de los soldados...?

—No fue un Lejano —interrumpió.

Rompí mi mirada fija a la calle. Vi a unos niños malhumorados de

aspecto esconderse alrededor de una de las tiendas, pero ninguno de ellos

sosteniendo piedras. Ellos no me miraban a los ojos.

—¿Quién, entonces?

Sacudió su cabeza.

—Solo déjalo ir. Por favor. Llegaremos tarde.

Le dejo callarse porque tenía razón, íbamos a llegar tarde, pero no

había terminado con el tema. Enganché mi brazo a ella y juntos nos

apresuramos para el Salón de la Asamblea. Los aldeanos corrieron a través

de las puertas azules esculpidas al pasillo, sus caras ojerosas y sus cuerpos

atados en un fardo en capas los colores de nieve y helada. Nos colamos

entre la multitud sin hablar dentro del edificio. El aire se había puesto ya

caliente dentro, y la sala zumbó con voces bajas, urgentes. Todo olía

ligeramente a sudor y lana húmeda. Tomamos asientos en la parte

posterior. Un nudo de soldados anduvo a zancadas por delante, y la

presencia de un hombre en particular hizo a cada uno temblar y girar sus

caras cuando cojeó por delante.

El Oficial Raine, el Lejano oficial a cargo de la ocupación.

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Su capa gris oscuro barrió el piso detrás de él, y las condecoraciones

en el pecho de su uniforme brillaron en la pálida luz solar cuando anduvo a

zancadas a través de la muchedumbre. Su uniforme estirado a través del

frente de su pecho, y los guantes en sus manos estaban sucios. Su pierna

izquierda estaba débil de una vieja lesión, y dio tumbos con cada paso que

tomó.

Exteriormente parecía benigno, casi triste. Pero el destello en sus ojos

hizo estremecimientos sobre mi piel como mil pequeñas arañas. La mirada

fija del oficial Raine rastrilló sobre los aldeanos como si buscase signos de

desacuerdo. Me recordó de un gato que ávidamente observa una jerarquía

de ratones. Su labio se rizó, y él rompió sus dedos para los soldados que le

rodean.

Me quedé mirando el piso hasta que se movió. Después de que Raine

había tomado su lugar al lado de la tarima, el Alcalde entró. Los soldados

Lejanos siguieron a su espalda, colgando atrás un poco para hacerlo mirar

como si se protegieran en vez de escoltarle. Pero yo sabía la verdad. Él era

su prisionero, y no se atrevió a desafiarles. Su piel parecía casi gris, y

sombras profundas rodeaban sus ojos. Junto a mí, Ann inhaló bruscamente

y apretó mi mano a su aparición.

—Parece enfermo —susurró.

Uno de los soldados volvió su cabeza y nos miró, sus ojos que

encontraron su rostro en ese breve instante de un momento, y se encogió

contra mí. Me senté más recta y puse mi brazo alrededor de ella. No me

estremecí cuando encontré su mirada fija. Circuló. Presioné mis labios

juntos en un intento de mantener mi expresión neutra cuando giré mi cara

a la parte delantera de la sala.

El Alcalde caminó en la plataforma e hizo señas para el silencio. El

murmullo de voces aumentó, y luego se calmó, y un tenso silencio asoló la

habitación.

—Mi pueblo —dijo tranquilamente—. Tenemos un grave asunto a

discutir.

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¿Fui la única que notó cómo le temblaban las manos? Me senté más

recta, frunciendo el ceño. Siempre comenzaba la Asamblea leyendo las

señales, nuestra forma tonta de avergonzar a aquellos que no cumplieron

todas las pequeñas reglas. ¿Por qué lo cambiaba?

Un vistazo a Ann confirmó que el comportamiento de su padre la

tenía desconcertada, también. Abrí mi boca para preguntarle cuando la

puerta de la sala salió volando, y más y más soldados Lejanos entraron.

Arrastraron a un hombre entre ellos. Vi un parche de cabello castaño, una

cara blanca. Sangre goteó de su nariz. Todo el mundo jadeó, y Ann agarró

mi brazo.

—Ese es Edmond Dyer, el padre de Everiss.

El resto de la sala entera miró, cautivada, ya que los soldados

empujaron al hombre a la plataforma y lo empujaron en los pies del

Alcalde. Yacía en un montón, su cabeza en sus manos, gimiendo.

—Edmond Dyer —dijo el Alcalde, mirando abajo al hombre. Habló

con monotonía, como si recitaba una lista de reglas—. Un amigo para

muchos en esta ciudad, un miembro leal de esta comunidad... o eso creímos.

—Por favor… —dijo con voz áspera.

Uno de los soldados Lejano lo pateó, y se arrugó otra vez. La rabia

comenzó a hervir a fuego lento en mi estómago. El apretón de Ann a mi

brazo se apretó. La gente alrededor de mí refunfuñó en el ultraje, pero nadie

se movió.

—Edmond ha ofendido la seguridad de esta ciudad —dijo el Alcalde.

¿Ofendido la seguridad de la ciudad? ¿Qué quiso decir? ¿Cuál fue su

delito?

—Como castigo, su propiedad se ha confiscado. Cumplirá una

condena de trabajos forzosos. Su familia no se implicará en sus delitos.

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Los gritos ahogados resonaron por todas partes de la sala como las

palabras hundidas. ¿Sus bienes, confiscados? ¿Condenado a trabajo duro?

¿Qué podría posiblemente haber hecho para merecer esto?

La propiedad solo se tomó de un miembro del pueblo si se probara

que eran físicamente o mentalmente incapaces de mantenerlo, o si

desafiaron las órdenes de Los Ancianos. ¿Qué había hecho Edmond Dyer?

Estiré el cuello, buscando Everiss, pero no podía ver su cabello castaño

rizado en cualquier lugar. En su lugar vi Dan Tailor, su antiguo

pretendiente. Él se sentó encorvado en su silla, una mano apretada en un

puño con los nudillos presionados contra su boca como si sostuviese un

grito.

—Nuestra... convivencia... con los Lejanos no siempre ha sido fácil,

pero es necesario que permanezcamos tranquilos y sigamos cooperando —

dijo el Alcalde—. No debemos tolerar tentativas de sabotear esta

cooperación.

—¿Qué cooperación? —refunfuñé, mirando con fuerza a los soldados

Lejanos junto a él.

Ann presionó sus dedos en mi brazo, recordándome permanecer en

silencio.

—Llévenselo —pidió el Alcalde en voz ronca.

Su expresión era en blanco, pero cerró sus ojos cuando los soldados

marcharon por delante para levantar a Edmond Dyer nuevamente. Él se

hundía entre ellos como si sus piernas estuviesen hechas de paja.

—Por favor —suplicó Edmond, esta vez dirigiéndose a la multitud.

Su voz era áspera y baja, torturada—. Por favor... yo no…

Cada aldeano se sentó congelado, aturdido.

¿Por qué no se levantaba nadie? ¿Por qué nadie estaba solicitando una

explicación un juicio? Sentí que me levantaba del banco, pero Ann tiró de

mí se echándome atrás.

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—No seas estúpida —siseo en mi oído, feroz e indiferente a Ann—. Él

te lanzaría a los Lejanos sin parpadear, igual que él está haciendo con

Edmond Dyer. Piensa en Jonn e Ivy.

Los soldados Lejanos agarraron los brazos de Edmond y tiraron de él

hacia la puerta. Chilló una vez, un sonido chillón de la agonía completa. La

puerta del roble pesada se cerró de golpe, y el sonido resonó a través de la

sala. Agarré el borde del banco tan fuertemente que mis nudillos

palidecieron, y mordía mi labio inferior lo suficientemente fuerte como

para probar la sangre. ¿No era esto qué siempre habíamos temido podría

pasar?

Era una pesadilla.

Junto a mí, Ann se estremeció. Sus ojos se apretaron cerrados. Al

frente del salón, el Alcalde hizo una mueca y se aclaró la garganta.

—Vamos a seguir —dijo, ajustando el cuello de su camisa y lanzando

un vistazo al Oficial Raine—. Hay otros asuntos por el orden del día hoy.

Nadie se movía. El resto de la sala parecía hipnotizada mientras

esperábamos a que él continuara.

—Nuestros amigos de Aeralian han estado con nosotros desde hace

varios meses, como saben, y acabo de recibir la palabra que un

representante oficial nos acompañará aquí.

¿El Consulado del que Ann había hablado?

Los murmullos barrieron la sala, y el Alcalde levantó una mano para

pedir tranquilidad. Los sonidos se desvanecieron, y enseñó los dientes en

otra sonrisa. Pero su control fue debilitándose, y pude leer el temor en sus

ojos. Si ese miedo era de nosotros o los Lejanos, no podía saber.

—Este representante estará aquí para garantizar nuestra seguridad.

Esto es por el bien de nuestro pueblo y por el bien de La Helada.

Los aldeanos alrededor de mí se movieron y susurraron, y una

corriente submarina de la cólera fea llenó el aire. Pero nadie dijo nada.

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—No. —me susurró drásticamente Ann, cuando avancé poco a poco

adelante en el banco.

—Los obreros construirán un lugar para el representante de la

Aeralian —continuó el alcalde—, son peligrosos, y no deben hablar con

ellos. Tendrán que vivir y dormir en sus propios campos, y estas no

comprometerse con ellos.

El silencio era ensordecedor. Mi sangre se había iniciado un lento,

ansiosos hervir en mis venas.

Hizo una pausa.

—¿Ahora, vamos a leer las señales, verdad?

Casi corrí del edificio cuando nos despidió. Mantuve la boca cerrada

y agaché la cabeza cuando pase a los Lejanos que hacían guardia en la puerta

por tanto no podían ver la expresión en mis ojos. Fuera, el aire helado

abanicó mis mejillas. Tirando a Ann detrás de mí, rodeé la muchedumbre y

anduve en un callejón entre dos tiendas.

—Tenemos que hacer algo. —El recuerdo del grito de Edmond Dyer

fue grabada en mi mente para siempre. Comencé a marcar el paso—. ¿Por

qué estaba detenido? ¿Escuchaste algo de tu padre?

—No lo sé. No he escuchado ni siquiera un susurro acerca de esto

antes. Y no tiene ningún sentido.

Limpió su pulgar a lo largo del borde de su ojo, quitando una lágrima

naciente.

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—Se supone que el Círculo de los Ancianos se reúne para cualquier

disciplina contra un aldeano, y no lo han hecho. Por lo general vienen a ver

a mi padre, o los encuentra en el Salón de la Asamblea. No ha habido una

deliberación, estoy segura de ello.

—El Oficial Raine lo ordenó, ¿verdad?

No dijo nada, pero podría ver según su expresión que creía que tenía

razón.

Mi estómago se arremolinó. Apenas podía ver directamente.

—No había ninguna advertencia, ningún juicio, ni siquiera ninguna

especificación sobre sus delitos… ¿Y el resto de la familia? ¿Qué pasará a

ellos? ¡Su casa fue confiscada!

Sacudió su cabeza.

—Se extenderán alrededor a otras familias, supongo. Debo encontrar

Everiss.

—Tenemos que hacer algo —espeté.

—¿Qué podemos hacer?

Determinación se quemó en el hoyo de mi estómago. Podía hacer

algo.

—Sí —dije, agarrando sus manos y apretándolos para hacer su

enfoque—. Encuentra Everiss y asegúrate de que ella está bien. Déjame

saber si hay algo que pueda hacer por ellos más tarde. Pero ahora, me tengo

que ir.

Si no salía de la ciudad ahora, haría algo que lamentaría. Lo podría

sentir en mis huesos.

—Lia. —Ann comenzó.

Encontré sus ojos y su cara arrugada. Me envolvió en un abrazo

rápido y feroz.

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—No lo podría soportar que si algo te ocurre —susurró contra mi

hombro—. Así que ten cuidado.

Le di un apretón en respuesta y luego retrocedí.

—Nos veremos pronto.

Estaba inmóvil, mirándome cuando me alejé rápidamente.

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Capítulo 4 Traducido por Auroo_J

Corregido por Klarlissa

Me sentí como si estuviera envuelta en una nube oscura y no podía

ver una forma de salir de ella. Necesitaba salir y despejar mi cabeza antes

de que hiciera algo precipitado, algo estúpido. Mis botas levantaban un

espray de nieve mientras corría a través de la Jaula por La Helada, y a mi

hogar. El viento sopló en mis ojos, picándolos y haciéndolos aguarse. ¿O se

trataba de lágrimas?

Los árboles se cerraron sobre mi cabeza, oscureciendo el cielo, y era

apenas un roce de azul en un mar de color blanco mientras tomaba el

camino a casa. Flores de Invierno pisoteadas llenaban mi camino, luciendo

como trocitos de cielo caído incrustadas en la nieve. Pasé los dedos sobre las

flores que cuelgan de mi cuello, mi hábito nervioso, y corrí más rápido.

La granja quedó a la vista mientras subía la cima de la última colina,

y me detuve para recuperar el aliento. Un zarcillo de humo se arremolinaba

de la chimenea de la casa de madera blanca que estaba sola en el centro del

patio, rodeada por una falda de nieve. Huellas penetraban un sendero desde

la puerta de entrada a la granja y de regreso. Ivy debía haber visto a los

animales ya.

Necesitaba un momento antes de entrar en la casa. Di media vuelta y

salí del camino hacia La Helada.

Las ramas heladas me envolvieron en un abrazo siempre verde. La

nieve se arremolinaba en mis ojos y sacudía mi pelo mientras empujaba a

través de la vegetación helada en la dirección de las trampas. Caminé en

silencio, manteniendo mis oídos atentos a cualquier sonido inusual. La

belleza salvaje, blanca del bosque hizo que me doliera el pecho. Mi

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respiración quemaba en mis pulmones, siempre se sentía más frío en la

propia Helada.

Las trampas estaban todas vacías. Me tragué las malas palabras y

volví a casa. Y todos los pensamientos oscuros, rotos y temores pasaron

sobre mí como una ola fangosa. Cada pedazo de mi vida se había

desmoronado. Mis padres estaban muertos. Gabe se había ido. Los Lejanos

habían ocupado nuestro pueblo. Y ahora mi mejor amiga también podría

estar en problemas.

Me sentí tan impotente.

Pisé en una rama, y la madera podrida se quebró como un disparo

debajo de mi bota. Hice una pausa y examiné los árboles que me rodeaban

por costumbre, y la sensación de ser observado que siempre flotaba en el

borde de mi conciencia en La Helada se deslizó a través de mi piel. Exhalé.

Mi corazón latía más rápido. Y me di cuenta que estaba buscando,

esperando, ver un aleteo de capa azul, una cabeza de pelo oscuro.

Pero él no estaba allí.

Todo mi cuerpo se quedó inmóvil cuando una idea vino a mí, claro

como una ráfaga de viento frío. Dejé que mis labios se curvaran en una

sonrisa triste y decidida.

Jonn me observó durante toda la cena, con los ojos entrecerrados. Leía

mis estados de ánimo mejor que nadie, y estaba segura de que había

percibido mi temperamento agrio. Tragué en seco los pedazos de papa y

mantuve mi mirada en mi plato.

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Al otro lado de la mesa, Ivy jugueteó con la comida y movió el pie

bajo la mesa. Éramos un grupo silencioso.

—¿Cómo están las cosas en la ciudad? —preguntó Jonn cuando

pensaba que estaba a punto de gritar por el peso de las palabras no dichas y

mis ansiedades apremiantes en mi contra.

Le lancé una mirada a mi hermana.

—La Asamblea fue, bueno... Ivy, ¿puedes poner más agua sobre el

fuego para el té?

—Lo puedes decir delante de mí —espetó ella—. No soy una niñita.

¿Qué pasó en la Asamblea?

Me mordí el labio y vi a mi gemelo. Buscó a tientas con el tenedor un

momento antes de asentir, y arrastré una respiración profunda.

—Arrestaron a Edmond Dyer. Le quitaron su casa y su medio de vida

y lo condenaron a trabajos forzados.

—¿Qué? —El cuchillo de Jonn chocó contra la mesa—. ¿Por qué?

—El Alcalde nos dio una historia ridícula de él poniendo en peligro al

pueblo. —Solo repetir eso hizo que mi garganta y mi piel picaran con

furia—. Los soldados Lejanos lo tiraron al suelo, le dieron patadas, le

arrastraron lejos... me alegro de que no estaban allí para verlo, cualquiera de

ustedes. —Ambos parpadearon, aturdidos.

—¿Por qué crees que realmente lo arrestaron? —exigió Jonn.

—Una muestra de poder... venganza... están tratando de asustar a

todos a la sumisión.

La ira subió a través de mí, haciendo que mis manos temblaran

mientras recogía mis cubiertos y los apilaba en mi plato vacío. Pensé en lo

demás que había ocurrido, Leon y el resto, tenía mucho más que decirle a

Jonn, pero no delante de mi hermana.

Ivy se llevó los dedos a la boca.

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—¿También van a quitarnos nuestra granja?

—¿Qué? No. Por supuesto que no.

Agarré mi plato vacío y me levanté. Mi estómago se retorció aún con

hambre, pero había comido todo lo que atreví a disponer de nuestro

suministro de alimentos para el día. Tendríamos simplemente que

apretarnos el cinturón hasta que nos dieran las raciones semanales. Recogí

un puñado de platos y los llevé a la cocina. Los dejé caer en el lavabo y me

apoyé contra la pared y cerré los ojos.

Tenía que dejar una señal para que Adam la viera. Tomé la linterna

del gancho en la pared y cogí las cerillas.

—Tengo que conseguir algo en el granero —les dije, en dirección a la

puerta.

Ivy estaba sentada y pálida, temblando en su silla, y Jonn estaba

tratando de calmarla. Apenas me escucharon.

Me zambullí al exterior. El viento había golpeado de nuevo, trayendo

con él una ráfaga de copos de nieve, y las motas de blanco bailaban ante mis

ojos y se fundían contra mis labios. Por encima de mi cabeza, la Guarda de

Observadores bailaba y cayó. El sol se había reducido a un carbón

encendido detrás de las nubes de nieve, y una neblina azulada bañaba todo

en el crepúsculo.

Tragando saliva para aliviar la sequedad que me llenaba la boca y la

garganta, levanté la linterna y me dirigí hacia los árboles. Cuando colgara

esta linterna, haría una señal a Adam. Él iba a venir. Y yo le daría mi

respuesta. ¿Estaba realmente preparada para hacer esto?

Mis pasos eran húmedos chasquidos en el silencio espeso, y el viento

arrastraba fríos dedos por mi pelo. Pasé por entre los árboles y busqué a

tientas un fósforo, golpeándolo dos veces antes de que la llama

chisporroteara a la vida.

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Colgué la linterna en una rama, y el halo de luz que iluminaba un

círculo de duro blanco a mí alrededor, pero no hizo nada para penetrar la

pared de sombras que señalaban el comienzo de La Helada.

Pinchazos se arrastraban sobre mi piel mientras miraba una vez más

en la boca de La Helada, esforzándome por oír y ver lo que se escondía más

allá, poniendo a prueba mi voluntad propia mientras estaba allí, frente al

borde de la noche y la promesa de Observadores. Sonidos susurrantes se

deslizaron entre los árboles mientras el viento azotaba las ramas y gemía en

los ventisqueros. Un mothkat gritó a lo lejos.

A lo lejos en medio de las sombras, más allá de la seguridad de la

línea de árboles, una rama se rompió y mis nervios se tensaron como un

arco. Lista para volar, temblando como una gacela asustada, bañada por la

luz de la linterna y expuesta.

Dos figuras emergieron de los árboles. Mi pulso se triplicó. Cogí el

cuchillo mientras exploraba sus rostros. Un niño y una niña. Ambos

delgados, casi menudos. Las ojeras rodeaban sus ojos, y sus muñecas eran

tan delgadas como palos.

—Por favor —dijo la chica, y levantó su brazo. Aspiré una respiración

fuerte cuando vi las marcas rojas que cruzan sus muñecas. Furiosas heridas

cicatrizadas, recién curadas cubrían cada centímetro de la piel desnuda.

Luego mi mirada se deslizó hacia abajo, y vi lo que tenía en la mano.

Un par de palos atados con una cuerda.

El signo de La Espina.

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Capítulo 5 Traducido por Isane33 & Auroo_J (SOS)

Corregido por Nony_mo

Me quedé mirando los palos en su mano mientras mi pulso latía en

mis oídos y mi cabeza se sentía demasiado ligera. ¿Era esto un truco? ¿Una

trampa? ¿Un ardid ingenioso inventado por los hombres de Raine para

atraparme?

Pero no. El signo de La Espina era secreto.

Deben haber sido enviados aquí, al igual que Gabe lo fue.

Miré sus cuerpos esqueléticos y sus harapos delgados como el papel y

me devolvieron la mirada con el tipo de desafío endurecido por los golpes y

el hambre. Algo en mí apretó tan fuerte que no podía respirar. ¿Ahora

también los niños eran presos políticos en Aeralis?

—Puedo ayudarlos. Van a estar bien —dije, haciendo mi mejor

intento para usar mi voz más suave.

La niña hizo un sonido suave como el maullido de un gatito. Podría

haber sido un sollozo.

—Por aquí —dije. Di un paso atrás y miré por encima del hombro

para asegurarme de que iban a venir.

Después de un momento de vacilación, me siguieron. La niña apretó

con fuerza la mano del muchacho.

Los pensamientos giraron en mi cabeza. Eran Aeralianos, las

características eran evidentes, al igual que la ropa. Reconocí el tejido suave

y sintético y el corte extraño de las camisas. ¿Cruzaron La Helada ellos

mismos? ¿Quién los envió? ¿La misma operación que envió Gabe?

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Necesitaba a Adam. Él sabría qué hacer.

Los llevé al establo.

Las bisagras crujieron cuando empujé la puerta para abrirla y los

niños se deslizaron dentro y se acurrucaron ante las jaulas de pollos,

temblando y esperando a que yo hablara. Eran como las aves: tímidos,

asustadizos, sus manos aleteando sin descanso. La ropa colgando de su

cuerpo era demasiado delgada para el clima. Ellos necesitaban mantas,

bufandas.

—Quédense aquí —dije—. Les traeré comida y cosas más calientes

para ponerse. Y no se preocupen… están a salvo ahora.

La chica me miró parpadeando.

Seguro. Pensé en el Oficial Raine y el resto de los soldados Lejanos a

menos de una milla de distancia de la ciudad. ¿Mis palabras sobre la

seguridad le sonaron tan huecas como lo hicieron a mí? ¿Podrían estos

niños alguna vez sentirse seguros después de lo que habían pasado?

—Regresaré —prometí y luego cerré la puerta y me apoyé en ella

mientras contenía el aliento.

En mi imaginación, vi los cortes en sus brazos. Un escalofrío me

recorrió el cuerpo, me aparté de la puerta y corrí hacia la casa.

Cuando volví con leche y una pila de ropa y mantas, ellos estaban

esperando, sentados junto con sus espaldas contra la pared y sus manos

agarradas.

—Les traje ropa abrigada. Van a dormir aquí esta noche.

Tomaron la ropa y se despojaron de sus harapos, dejando al

descubierto sus cuerpos. Piel estirada sobre el hueso. Contusiones como

patrones púrpuras a través de las cajas torácicas y pechos. Los cortes

contaban una historia de crueldad inimaginable. Mis manos formaron

puños, pero las escondí detrás de mi espalda para que los niños no las vieran

y creyeran que estaba enojada con ellos.

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La muchacha vistió primero al chico. La camisa y los pantalones de

Jonn se lo tragaron y él miró a mangas dejándolas caer sobre sus manos e

hizo un sonido de ladrar como si estuviera tratando de reír pero había

olvidado cómo hacerlo. Cuando terminó con él, la chica se puso uno de los

camisones de Ivy y me miró expectante.

—Pueden dormir aquí —dije, yendo al centro de la habitación y

agachándome para presionar el botón de la puerta trampa. El panel de

piedra se deslizó a un lado, revelando los escalones a un cuarto oscuro por

debajo—. Estarán ocultos.

—Seguro —dijo la niña.

Asentí con la cabeza.

Bajaron las escaleras lentamente detrás de mí. Una luz tenue

iluminaba la habitación, un poco de hongos luminosos de La Helada habían

excavado profundamente en las grietas de las paredes y una luz azulada tiñó

el aire. Les hice una cama de mantas y vertí la leche en tazones. Se veían

tan desnutridos que tenía miedo de darles algo más sustancial.

—Voy a estar de vuelta mañana —dije—. No se preocupen. Un

hombre vendrá a ayudar. Él los llevará a un lugar seguro.

Los labios de la chica se abrieron en una sonrisa fantasmal.

El fuego emitió una luz roja y dorado claro en las caras de Jonn e Ivy

mientras trabajábamos en silencio en la cuota. Fuera, el viento aullaba y

silbaba a través de la nieve.

La preocupación carcomió un agujero en mi estómago. No les había

dicho acerca de los niños en el granero. Había escondido su ropa sucia en la

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cesta de cuotas y había puesto la linterna en el borde del patio, pero no

había dicho ni una palabra de ellos todavía. No sabía qué decir.

Dejando a un lado el hilo, me acerqué a la ventana y miré a través de

la persiana hacia el patio. No cayó nieve del cielo esta noche. Frías sombras

negras lo envolvieron todo y una rociada de estrellas desempolvó el cielo.

En el borde del patio, la linterna que había colgado antes brillaba contra los

árboles como una sola capturada en la noche.

¿La vería Adam?

—Estás inquieta —observó Jonn desde su lugar junto al fuego.

Tamborileé mis dedos sobre el obturador, evitando la pregunta en su

tono.

—Ann dijo que Everiss y Dan ya no están comprometidos.

Sus manos se detuvieron. Él levantó la mirada.

Ivy suspiró ruidosamente.

—Todo va mal —se quejó—. Los Lejanos, el pueblo, incluso el amor

se cae a pedazos.

—¿Dijo Ann por qué? —preguntó Jonn y no me perdí la forma en que

sus cejas se unieron.

—No —le dije. ¿Por qué se preocupaban de un poco de chismes del

pueblo? ¿Pensaban que la noticia me hizo extrañar a Gabe? ¿Pensaba que

me volvería loca en un arrebato de pasión solitaria y los dejaría mientras

seguía adelante de la Helada?—. No sé lo que pasó entre ellos, pero de

cualquier manera es coincidencia temporal después de lo que le sucedió a su

padre en la actualidad. El matrimonio habría ayudado a su familia de

manera significativa.

Él frunció el ceño.

Me volví a mirar la linterna y mi aliento se quedó en mi garganta.

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¿Qué fue ese movimiento en las sombras? ¿Adam?

Mi aliento empañó el cristal mientras me inclinaba más y estiraba el

cuello. El fuego crepitaba fuerte en el silencio detrás de mí mientras

entrecerraba los ojos.

En el exterior, un bulto negro pasó junto a la luz y desapareció.

Agarré el alféizar de la ventana, esforzándome por ver. Mi corazón

latía con fuerza contra mis costillas como un puño contra la puerta.

¿Observadores?

La luz de la linterna parpadeó mientras otra forma pasaba entre a ella

y nosotros. Un destello de púas y pelos. El brillo de las extremidades largas

y poderosas. Un gruñido bajo y tembloroso llenó el aire.

Tragueé una bocanada de aire frío. Bajé las persianas cerradas y di un

paso hacia atrás. El pulso me latía en la garganta. Mis dedos se volvieron

insensibles.

—¿Qué es eso? —siseó Ivy. El hilo de la falda cayó al suelo y rodó

debajo de una silla.

—Observadores. Están en el patio. —Me alejé de la ventana

lentamente.

Jonn agarró los brazos de su silla.

—¿Estás segura?

—Yo los vi —insistí—. Ellos estaban más allá de los bosques.

Éramos tres puntos de un triángulo, Ivy, Jonn, y yo, congelados y

frente a frente. Mis pensamientos se arremolinaban mientras miraba

alrededor de la habitación. Mi sangre zumbó por el terror. Los niños

Aeralian en el granero estarían bien. Ellos estaban a salvo bajo tierra. No sé

si podría decir lo mismo de nosotros, atrapados en esta casa desvencijada.

Las paredes de repente parecían peligrosamente delgadas, la puerta un

fragmento de madera, las ventanas delicadas como el hielo.

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—Vamos a estar bien —dijo Jonn, su voz baja y tranquila como si

estuviera calmando a un animal asustado—. Las ventanas están cubiertas

por las persianas, y tenemos un montón de flores de nieve debajo de cada

ventana y al lado de cada puerta. Van a mirar a su alrededor y luego se irán

al igual que lo hacen siempre. Tal vez salieron a buscar comida, pero no

pasarán las flores por ella.

Tal vez él tenía razón. Tragué aire y se dejó caer en mi corazón.

El silencio descendió. Nos quedamos quietos, respirando

entrecortadamente, escuchando los sonidos reveladores de pasos, de nieve

cernida, de gruñidos guturales. Nada.

Suspiré. Jonn me sonrió. Ivy se relajó y se recostó en su silla. Tal vez

ya se habían ido. Tal vez solo lo había imaginado, en mi mente plagada de

preocupación. Demasiada ansiedad, muy poco descanso.

Empecé a levantarme.

¡CRACK!

Algo golpeó contra un lado de la casa.

Ivy se tapó la boca con ambas manos. Jonn se irguió, con los ojos

muy abiertos. Corrí hacia el manto y busqué a tientas la antigua pistola de

mi padre que colgaba allí.

—Ivy —le susurré—. Lleva a Jonn al dormitorio y empuja la cómoda

delante de la puerta.

—Pero….

—Lleva. A. Jonn. Al. Dormitorio.

—No —gruñó él.

—Entra en la habitación y métete debajo de la cama, Jonn.

Otro temblor sacudió la casa. El polvo cayó desde el techo. En la

cocina, las ollas se estremecieron.

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—Lia —espetó él, y por primera vez su voz era todo menos calmada.

En cambio, le lancé una mirada a mi hermana. Ella se apresuró a

hacer lo que dije. Lo agarró del brazo y lo deslizó sobre sus hombros,

ayudándolo a ponerse de pie. Una sola mirada pasó entre mi hermano

gemelo y yo, cada pizca de orgullo, de amor y vergüenza y auto-odio y el

miedo en él brotaba de sus ojos. No era capaz de defenderse. Negué con la

cabeza a la protesta que vi en sus ojos. Yo solo los quería a salvo. A ambos.

La puerta de la habitación de nuestros padres se cerró. Oí el roce de la

cómoda en el suelo. Me volví hacia la puerta, el único punto de entrada del

que estaba muy preocupada. Los cimientos de esta casa eran fuertes. Fueron

construidos a partir de vigas de madera de roble. Pero la puerta... Había

estado en mal estado desde la muerte de mi padre. La madera era vieja y

débil. Un golpe bien colocado de un Observador enojado podría romper el

seguro y abrirla de par en par.

Podía oír el roce de garras en la nieve, el silbido de su respiración

justo fuera de la ventana. En mi mente vi a las descomunales criaturas

negras con espaldas erizadas, espinosas, cuellos largos y brillantes, ojos de

color rojo sangre que brillaban en la noche. Solo había conseguido un buen

vistazo de los monstruos una vez, la noche en que llevamos a Gabe a la

puerta lejos en La Helada. La noche en que los había visto matar a Cole

Carver de una mordida. ¿Por qué estaban aquí ahora? ¿Qué es lo que

quieren?

Mi piel se erizó toda cuando algo raspó contra el costado de la casa y

se arrastró a su alrededor, como el chillido de un millar de uñas. Pasó por

un lado y hacia la puerta. El punto de entrada. El punto débil.

La habitación estaba demasiado caliente, demasiado oscura,

demasiado vacilante, y solo iluminada por la luz del fuego. Mi vestido me

apretaba, me dolía la garganta de contener el aliento. Mis ojos se

esforzaban, y mis oídos estaban llenos del sonido de mi propio corazón.

La Guarda de Observadores colgaba en la puerta ruidosamente.

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¿Los monstruos verían el símbolo de la flor de nieve pintada en la

puerta, o iban a destrozarla?

Levanté el arma y me preparé. Una bala no haría nada, pero moriría

antes de que corriera y me escondiera y dejara que los monstruos vinieran

en pos de mis hermanos sin una pelea. Tal vez si me tenían pensarían que

estaba sola, y se irían sin tener que buscar más lejos.

Las bisagras de la puerta chirriaron cuando algo presionó contra ella.

Mi pulso latía con fuerza. Mi mente gritaba. Todo el aire dejó mis

pulmones en una gran y aterrorizada exhalación. El sudor se deslizó a mis

ojos, y mis manos temblaban tanto que apenas podía sostener la pistola.

Porfavorno,porfavorno,porfavorno, era la única cosa en mi cabeza.

Me quedé mirando la puerta, contuve el aliento, e hice lo mejor que

pude para no gemir.

Y luego…

Silencio.

Mis manos se hundieron con el peso de la pistola, pero me quedé de

pie, esperando por lo que parecieron eones mientras el fuego crepitaba y el

viento aullaba contra las grietas de la pared. Nada se movía afuera. Una

eternidad fue y vino en la quietud absoluta mientras esperaba.

¿Se habían ido? ¿O era un truco cruel?

—¿Lia? —la voz de Ivy vino a través de la puerta del dormitorio—.

¿Qué está pasando?

Pero no podía contestarle. Mis ojos estaban pegados a la puerta, al

pomo.

Está girándose.

Levanté el arma de nuevo y miré por el cañón. Tenía el corazón en la

boca. Mi sangre estaba en llamas. Las piernas me temblaban.

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—¿Lia? —La voz que llamaba mi nombre estaba amortiguada, pero

aun así la reconocí.

Adam Brewer.

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Capítulo 6 Traducido por Escorpio & Nanami27

Corregido por Nony_mo

Adam irrumpió en la habitación tan pronto como abrí la puerta, un

remolino de copos de nieve lo siguieron.

Afuera, los copos de nieve flotaban gentilmente en la oscuridad. Era

una nevada tranquila y no una tormenta.

El abrigo de Adam barrió el suelo mientras me atrapada con su

mirada, y sus ojos ardían con una intensidad tranquila. Me observó, con el

arma en mano, la ausencia de mis hermanos. Fue hacia la puerta y miró

hacia afuera, y una ráfaga de viento helado avivó mis mejillas y me trajo de

vuelta a una apariencia de cordura.

—Estás temblando —observó tranquilamente—. Sin mencionar el

hecho de que sostienes un arma. ¿No me esperabas?

—Observadores —logré decir, con la voz oxidada de alivio. Viéndolo

allí de pie entero y sin comer, cuando él había salido momentos antes

exprimió la última gota de aire en mis pulmones. El recuerdo de la sangre

en la nieve pasó por mi cabeza de nuevo, y parpadeé para hacerla

desaparecer. Cerré la puerta y me incliné sobre ella—. ¿No los viste?

—Habían huellas alrededor de la casa, pero el patio está vacío. —Él se

volvió hacia mí otra vez, apoyando una mano contra la puerta y la otra

mano alzándose para alcanzarme—. Pusiste la linterna, vi la luz. —Hizo

una pausa—. ¿Está todo bien?

—Sí. No. —El arma se sentía demasiado pesada en mi mano ahora.

Fui al manto y la puse de regreso. Los movimientos eran, precisos y

sencillos, restaurar mi cordura ayudó a que mis manos dejaran de temblar.

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»Estoy bien es solo que... ellos estaban golpeando la puerta. No puedo

imaginar lo que podría haber... —Hice una pausa. La ropa de los niños.

Estaba en la canasta —en la casa— corrí a la chimenea, y metí mi mano en

la maraña de trapos. Mis dedos rozaron el metal. Saqué un medallón y lo

abrí, y el destello de engranajes se encontró con mis ojos.

Tecnología Lejana. Esto atrajo a los monstruos como abejas al néctar.

Mi corazón se marchitó pero quebré el medallón bajo mi zapato de todos

modos. Nuestra seguridad es más importante que los sentimientos. Cerré

los ojos a modo de silenciosa disculpa, después, me incliné para recoger los

pedazos y volver a ponerlos en la canasta.

—¿Estás segura de que todo está bien? —Adam se acercó a mí,

extendiendo una mano. No había visto el medallón.

—Es que ha sido una larga noche. —Su intenso escrutinio amenazó

con aplastarme. Presioné una mano sobre mis ojos.

—¡Lia! —Se hizo eco la voz de Ivy por detrás de la puerta—. ¿Qué

está pasando?

Adam volvió la cabeza en dirección a su voz, y frunció el ceño. Él me

miró y captó mi expresión de pánico.

—¿Debería irme?

—No, espera. No pasa nada si saben que estás aquí. Yo... yo necesito

hablar contigo —dije. Alcancé su manga, pero me detuve antes de que mis

dedos la rozaran. No me atrevía a tocarlo.

Se cruzó de brazos y me encaró. Sus ojos oscuros me inmovilizaron

en el lugar, como siempre, y mi piel se erizó aunque no era por miedo.

—Tengo dos hijos de Lejanos en el granero.

Sus ojos se estrecharon con la súbita comprensión.

—¡Lia! —chilló Ivy. Raspando el aparador detrás de la puerta cerrada

con las piernas como si planeara salir.

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—Tenemos que moverlos lo más pronto posible —dijo él.

—No, espera. —Puse mis dos manos sobre su pecho para detener su

camino hacia la puerta—. La Escarcha. Está oscuro. Los Observadores...

—No creo que vayan a regresar está noche. Y tengo métodos... para

evadirlos.

Negué con la cabeza firmemente.

—No irás por ahí con solo unas pocas redes de flores de invierno. No

conozco a nadie que pueda tomar ese riesgo.

—Tú lo hiciste, una vez.

Las palabras me callaron. Hice un pequeño sonido con la garganta, no

del todo de acuerdo y no del todo negativo.

Algo no dicho flotaba en el aire entre nosotros —el recuerdo de él

esperando a Gabe y yo en la nieve esa noche hace dos meses. Eso era lo que

estaba en mi mente. No sabía lo que estaba en la suya. Adam dudó. Puso

sus dedos contra el borde del abrigo, después se lo quitó y me lo paso como

si estuviera renunciando a algo.

—Entonces, mañana. Estarán a salvo está noche.

El alivio fluyó a través de mí. Colgué su abrigo en la parrilla y señalé

la puerta de la habitación que aún protegía a Jonn e Ivy.

—Ahora tengo que hacerles saber que todo está bien.

Ivy lanzó los brazos a mi alrededor y sollozó cuando abrí la puerta.

Detrás de ella mi hermano se desplomó contra el armazón de la cama, su

cara estaba pálida y sus ojos enojados. Encontré su mirada por encima de la

cabeza de mi hermana, y un océano de cosas sin palabras pasó entre

nosotros. Rompí primero el contacto visual, cuando Adam se acercó a la

puerta.

—¿Adam Brewer? —jadeó Ivy, su expresión era una mezcla de

acusación y verdadera curiosidad—. ¿Qué haces aquí?

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Jonn enarcó las cejas y encontró mis ojos con una firme mirada que

dijo que sabía muy bien lo que Adam estaba haciendo aquí. Miré mis

manos.

Adam sonrió débilmente, asumiendo la personalidad del chico-tímido-

Brewer que usaba tan bien. Le hacía parecer benigno, inofensivo y sin

complicaciones. Pero ahora yo podía ver la intensa tranquilidad de su

cuerpo, y a sus ojos que hablaban de su fuerza y su control.

—Solo me detuve brevemente para asegurarme de que estaban bien.

Pero su hermana piensa que no es seguro para mí salir de nuevo, así que

voy a pasar la noche —dijo con una sonrisa de disculpa—. Lamento

molestar.

—¿Solo estabas dando un paseo por la helada noche?

Jonn levantó ambas cejas como si no pudiera creerlo. Agarró sus

muletas y cojeó hasta la puerta.

Adam lo miró a los ojos directamente.

—Sí.

—Ivy, ¿puedes conseguir unas mantas de repuesto para el piso?

Jonn y Adam retrocedieron cuando mi hermana pasó entre ellos en

busca de las mantas. Adam fue al fuego, y Jonn cojeó al cuarto. Yo estaba

parada en medio de la habitación, mi estómago se retorció mientras trataba

de pensar en una manera de calmar mi hermano.

Después de que ella regresara y hubiéramos hecho la cama, Ivy

salpicaba a Adam con preguntas de chismes de pueblo mientras yo ayudaba

a Jonn a situarse.

—¿Qué está haciendo aquí? —demandó en voz baja—. Es... ¿es sobre

sus negocios?

Él se refería a La Espina. Yo sabía que lo hacía.

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—Quiero hablar con él acerca de lo que le sucedió a Edmon Dyer —

dije. Y era cierto.

Frunció el ceño, pero no continuamos con la conversación porque sus

temblores empezaron. Lo cubrí de mantas, y puse un paño húmedo sobre

sus ojos, y se durmió casi de inmediato.

Después de un momento de ver su pecho subir y bajar

constantemente, con respiraciones tranquilas, me levanté y salí a la sala

principal. Ivy había desaparecido y Adam estaba sentado solo junto a la

chimenea, con las piernas encogidas hasta el pecho y su cara a media

sombra. La luz del fuego parpadeaba sobre las puntas de su cabello y

convertía los bordes de sus pestañas en oro. Olía a humo de madera y

bosque de pino, y el aroma se había mezclado con el olor a humo de la

habitación, afinando mis sentidos a su presencia de una manera sutil pero

insistente. Me detuve en el umbral, apoyándome en él.

Se volvió hacia mí, y por un momento el silencio se prolongó y se

espesó entre nosotros.

—Se fue a la cama —dijo sobre Ivy, señalando las escaleras con su

barbilla.

Asentí pero no hablé.

Los ojos de Adam se deslizaron sobre mí, y me miraba con una

intensidad que hacía que mi estómago se retorciera.

—Yo… yo los encontré en el bosque. Tenían un improvisado cartel de

La Espina hecha de ramas. —Vacilé—. Están cubiertos de cortes y

magulladuras. La niña no puede tener más de diez años. El niño tiene la

mitad de su edad.

La mandíbula de Adam tembló.

—El gobierno Aeralian ha caído a nuevas profundidades si están

deteniendo los niños.

—No me dijeron nada —dije—. De hecho, no dijeron nada.

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—Estaban conmocionados.

Nuestros ojos se encontraron de nuevo y respiré profundamente.

—¿Los llevarás a la puerta tú mismo?

—Mañana —dijo—. A primera hora.

El aire en la habitación parecía hacerse más grueso. Crucé la estancia

y me senté junto a la chimenea.

Mis ojos se posaron en las mantas que Ivy había traído, y pasé la

mano por la parte superior de una.

—Mi madre hizo ésta para mí —le dije lentamente, trazando los

bordes azules y blancos de la manta con mi dedo índice—. Es un mapa de

toda La Helada, está hecha de pedazos de ropa vieja, y se cosieron con las

sobras de nuestras cuotas. Ella solía decir que era la única vez que La

Helada me mantendría caliente. —Mi risa se quedó atascada en mi

garganta, y agarré un poco de lana de la silla de Jonn y empecé a trenzarlo

entre mis dedos.

En caso de duda, siempre trabajaba en cuotas.

—Tu madre era una mujer extraordinaria —dijo Adam en voz baja,

todavía mirándome fijamente.

Asentí.

El silencio cayó entre nosotros, y podría haber sido afable excepto por

el trasfondo de las cosas no dichas que me ponían al borde.

—Adam.

—¿Sí?

—Algunos jóvenes me detuvieron en el pueblo hace unos días.

Una de las cejas de Adam se elevó. Tomó algo de la lana de la cesta

de Jonn y se unió a mí en el trabajo. Sus dedos eran inusualmente largos y

trabajaban diestramente el material. Me detuve mirándolo fijamente.

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—¿Qué haces?

—Ayudándote. —Continúo trenzando.

—Nadie hace eso —dije—. No ayudas a otras familias con su cuota.

Simplemente no se hace. —Él lo sabía. Había otras familias Weaver en

nuestra aldea, pero no compartían nuestra carga. Cada uno llevábamos

nuestra cuota solos.

Inclinó la cabeza a un lado.

—Quizás si más personas se ayudan entre ellos, entonces tendríamos

menos problemas de escasez y hambre. Algunos están sobrecargados de

trabajo, otros están sin trabajo.

—¿Problemas? —pregunté, aunque no me sorprendía.

—La mitad de la aldea está luchando por cumplir con su cuota. Las

familias de Ancianos cosen almohadas y bordan fajas, y lo llaman cuota. Y

algunas familias trabajar con sus dedos hasta los huesos y abandonan sus

propias tareas. —Sacudió su cabeza con disgusto—. Esta ocupación Lejana

solo ha expuesto el problema, pero no lo creó. Las cosas no solo son

compartidas por igual aquí, aunque nos jactemos tanto.

Me sonrojé, avergonzada porque él pensaba que no podíamos manejar

nuestra propia cuota, pero igualmente me conmovió que se preocupara lo

suficiente para echar una mano, incluso si me avergonzaba.

—Adam —dije en voz baja—. Está bien, de verdad.

—Déjame ayudarte.

Él parecía determinado, así que renuncié a protestar. Observé

silenciosamente un momento mientras trabajaba, y algo en mí picaba con

curiosidad.

—Nunca te habría tomado por alguien que empujaría para el cambio.

—¿No? Entonces, ¿por qué crees que me uní a una organización como

La Espina?

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—Oh.

—Entonces, ¿qué pasa con estos aldeanos que te detuvieron? —

preguntó él, dirigiendo deliberadamente la conversación lejos de sí mismo.

Me humedecí los labios con la punta de la lengua.

—Se hacían llamar a sí mismos Capas Negras, y dijeron que iban a

expulsar a los Lejanos.

Adam se rió bajo y sin poder creerlo.

—¿Están locos?

—Sus planes parecían tontos, pero después de lo que le pasó a

Edmond Dyer, yo… yo casi quiero unirme a ellos.

Sus manos se quedaron inmóviles.

—¿Y qué te lo impide?

Las palabras que necesitaba decir se apiñaron en mi lengua. Mi pecho

se contrajo. Esto era importante, y quería asegurarme de que saliera bien.

No era el tipo de personas que hacía un montón de bonitos discursos, pero

quería que supiera exactamente dónde me encontraba.

—Bueno, con sus ideas tontas a un lado… amenazaron a Ann. Estaban

culpándola por la ocupación de Lejano y diciendo que ella necesita que le

enseñen una lección.

Él frunció el ceño.

—Tal fervor fuera de lugar los llevará a ninguna parte. La hija del

Alcalde no es la culpable por los errores de la ciudad.

Asentí.

—Pero tenían un punto. La gente está saliendo lastimada. Injusticias

terribles están ocurriendo… y nadie parece estar haciendo nada. —Los

recuerdos de moretones en los cuerpos de los niños pasaron por mi mente.

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Esperó a que continuara.

»No puedo unirme a los Capas Negras, porque no puedo estar de

acuerdo con sus métodos. Pero esos niños… el arresto de Edmond Dyer…

debo hacer algo. —Bajé la lana y deslicé una mano en mi bolsillo. Mientras

Adam miraba, extendí una mano y enrosqué mis dedos. El broche colocado

en medio de la palma de mi mano, brillando a la luz del fuego—. Quiero

unirme a La Espina.

El fuego crepitaba, y el aire parecía zumbar con el silencio que seguía.

Mis dedos temblaban, pero sentí una extraña emoción, también. Lo había

dicho. Había tenido el coraje. Una ligereza vertiginosa me llenó.

Adam habló.

—Los objetivos de La Espina no son necesariamente los mismo

objetivos de…

—Lo sé —le interrumpí—. Sé que tus prerrogativas no son

necesariamente las mías. Eres de más allá de La Helada, y La Espina es de

Aeralian, y yo soy de una habitante de La Helada. Pero creo que hay algo

más en juego aquí que solo la seguridad de mi gente, Adam. Los Aeralians

también son gente. —Pensé en Gabe—. Pero si lo que está pasando aquí está

mal, entonces lo que está pasando en Aeralis es igual de malo. Mis padres

entendieron esto. Es por eso que arriesgaron todo para ayudar a la gente. Y

yo… quiero hacer lo mismo.

—Siempre que lo entiendas —dijo él—. La Espina tienes objetivos

más grandes que la liberación de La Helada.

Sostuve su mirada constantemente.

—Entiendo.

—Será peligroso.

—Entiendo —repetí.

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—Será difícil —advirtió—. Tendrás tareas difíciles que completar,

secretos que mantener.

Aun así, extendí el broche.

—Bien, entonces —dijo, y el fantasma de una sonrisa agració sus

labios. Puso su mano sobre la mía, y sus dedos eran cálidos cuando cerró mi

mano alrededor del broche por segunda vez—. Bienvenida a la causa.

Me tumbé en la cama, a la deriva en la zona gris entre el sueño y la

vigilia, escuchando la respiración constante de Ivy y el esfuerzo por el roce

de las uñas contra las paredes de nuevo, incluso en mis sueños. El verdadero

descanso era imposible. El aire era demasiado oscuro, demasiado cercano,

demasiado sofocante. La noche estaba muy silenciosa. Un dolor de emoción

implícita me apretó como una banda de cuerda atada demasiada fuerte:

mitad emoción, mitad terror.

Mi pecho subía y bajaba con respiraciones irregulares mientras me

retorcía debajo de las sábanas. La presencia de los Observadores me traían

recuerdo de la muerte de mis padres, y los fugitivos en mi granero me

hacían pensar en Gabe.

Gabe…

Mi pecho se apretó con un dolor repentino mientras me imaginaba su

rostro.

Me di la vuelta sobre mi costado y cerré los ojos. La fatiga se aferró a

mis párpados como arena, pero mis pensamientos se retorcieron y

revolvieron mi cabeza, negándose a dejarme descansar.

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Un pesado silencio cubrió la casa. Adam dormía abajo por el fuego, y

Jonn dormía en la vieja cama de mis padres. Podría haber sido mía y de Ivy

después de que mis padres murieron, ya que había dos de nosotros y solo

uno de él, pero me gustaba dormir arriba en el desván. Usualmente me

sentía tan segura como un pájaro escondido en un nido en lo alto, por

encima del suelo del bosque, pero esta noche cualquier ilusión de seguridad

se me escapaba. Éramos más como conejos en una jaula, aquí en esta casa de

campo, rodeada por nieve, viento, bosque y Observadores dando zarpazos a

los costados. La Helada nos tenía por el cuello, sus dedos helados asfixiando

más y más fuerte. Ahora también los Lejanos estaban apretando. Algún día,

quizás uno de ellos tendría éxito en matarnos a todos.

Estos pensamientos mórbidos me acompañaron hasta que el

resplandor azulado del amanecer comenzó a filtrarse por las cortinas. Me

quité la colcha y me vestí rápidamente, tirando encima mi ropa interior

gruesa y luego mi harapiento vestido de lana. Mientras excavaba en el

primer cajón de mi escritorio, mis dedos rozaron el broche de La Espina.

Un estremecimiento de anticipación pasó sobre mí. Lo empujé de

nuevo detrás de una pila de calcetines y cerré el cajón.

En la planta baja, las tablas del suelo crujían, y el más leve chirrido de

un zapato se encontró con mis orejas. Me apresuré a las escaleras y bajé de

puntillas, con cuidado de no despertar a mi hermana. Pero cuando llegué a

la parte inferior, la sala estaba vacía. Un brazalete de cuero marrón grabado

con una Flor del Invierno estaba en mi silla.

Agarré el puño y corrí hacia la puerta. La arranqué abierta. Pálida luz

se derramó sobre mí.

Él ya estaba al otro lado del patio, en dirección al granero. Su capa

ondeaba al viento, sus huellas marcaban la blancura recién caída.

—¡Adam!

Me escuchó y se volvió.

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Metí mis pies en las boas y salí al patio sin mi capa. La nieve rozando

mi rostro como plumas mojadas ya había medio llenado las huellas del

Observador que rodeaba la casa, y la linterna aún quemaba a la orilla del

bosque, la luz proyectando una aureola en medio de la nieve y la oscuridad

de la madrugada.

Corrí. Cuando lo alcancé, levanté el puño.

—Olvidaste esto. —Estaba sin aliento.

Vio mi cara con cuidado.

—Es para ti.

—Oh. —Dejé caer los ojos a la pulsera de cuero, dándole vuelta una y

otra vez en mis manos. Era más pequeña que la suya, y más delicada.

Estaba sorprendida por el regalo, y conmovida. No sabía qué pensar o

decir—. Es hermosa. Gracias.

Y así era. Delicados instrumentos se alineaban en las orillas, y la Flor

del Invierno que adornaba el medio era azul pálido como el cielo de la

mañana. Seguí los pétalos pintados con un dedo y sentí la mirada de Adam

persistiendo en mi rostro.

—Hay una razón más allá de la vanidad para usarlo —dijo él,

ligeramente divertido—. He descubierto que los dibujos funcionan mejor

que la cosa real en mantener lejos a los Observadores.

—Debería bordar uno en la parte posterior de mi capa, entonces —

murmuré.

Adam se quedó pensativo.

—No es una mala idea. Lleva el brazalete, sin embargo. Estarás más

segura cuando te aventures afuera en la oscuridad. Me aseguro de que el

mío esté protegido.

—¿Aventurarme afuera en la… oscuridad? —¿Estaba esperando que

tenga la audacia para salir sola en la noche?

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—Iba a dejarte una nota en el granero —dijo él—. Debo irme, pero

necesitamos hablar más sobre La Espina. Piensa en esto como tu primera

misión. Una prueba.

Mi estómago se apretó ante las palabras primera misión. Esperé que

continuara. La nieve caía a nuestro alrededor, y me di cuenta de lo fría que

estaba sin mi capa.

—Tienes que hacer un juramento, saber las reglas —dijo él—. Unirse

no es tan simple como decirlo.

—Lo sé —dije.

Él no sonrió, pero vi una leve diversión en sus ojos ante mi

impaciencia.

—Encuéntrate conmigo mañana en la madrugada. Sigue la ruta de

acceso al roble carbonizado y luego avanza cincuenta pasos. Te encontraré

bajo la maleza.

—¿Bajo la maleza?

—Es una prueba —repitió—. Quiero ver si puedes resolverlo.

—Adam… —Había tantas cosas que no entendía todavía.

Sus ojos se suavizaron un poco.

—Hasta entonces, recuerda la señal. Voy a mantenerme en contacto,

algunas veces por una nota. Es nuestro método principal, aunque puede ser

explotado, así que estate atenta. Siempre transcribiré la mía con la flor.

Pensé en mis padres. Ellos habían sido traicionado por una nota,

cuando Cole los había atraídos en La Helada. Me estremecí.

—Siempre voy a buscarlo.

Sonrió débilmente.

—Ten cuidado, Lia Weaver.

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Lo miré deslizarse en el granero donde estaban los niños, y entonces

regresé a la casa antes de que mis hermanos despertaran.

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Capítulo 7 Traducción por Mais020291 & Auroo_J

Corregido por KatieGee

El costal se llenó con nuestra cuota de hilo, golpeando contra mi

rodilla mientras me apresuraba por el camino a la villa. El sol atravesaba el

bosque a mí alrededor con haces de deslumbrante luz del sol, desterrando

las memorias de la noche anterior… los hijos de los Lejanos. Los

Observadores. Adam. Uniéndome a La Espina.

Todo se sentía tan irreal.

No le había dicho nada a Ivy o a Jonn todavía, y el familiar destierro

de aprehensión corroía mi estómago.

¿Estarían enojados? ¿O sostendrían mis deseos para seguir los pasos

de nuestros padres en tal camino peligroso? Había estado en silencio, a tal

punto de silencio cercano en el desayuno, pero probablemente ellos

interpretaban mi retraimiento para hablar como renuencia a tomar la cuota

hacia la villa o los restos de desorden de la noche anterior. Y les dejaría

pensar lo que ellos quisieran... mi mente estaba tambaleándose, mi

estómago retorcido en una docena de nudos, mis dedos sacudiéndose

mientras caminaba de manera extraña con las cuerdas de mi capa. Aún

estaba en mi gruñido emocional, y tuve que arreglarlo en mi cabeza

primero, antes de siquiera pensar de explicárselos a ellos.

La luz del sol reproduciéndose sobre la nieve, convertía al camino

más adelante en una carretera de diamante cruzado. Arrendajos azules se

abalanzaban y volaban en lo alto en las ramas desnudas de los árboles, una

pequeña parte de mí también bailaba, porque una pequeña parte de mí se

había encendido con esperanza. Si La Espina era exitosa en sacar a Los

Lejanos, La Helada sería nuestra de nuevo.

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El nombre de Gabe tomó forma en mis pensamientos, pero lo alejé.

Incluso si Los Lejanos se iban, él no sería capaz de volver. Él se había ido a

través del portal. Ya no estaba, y el dolor que sentía cuando pensaba sobre

ello, hacía difícil el respirar.

Rodeé la curva en el camino, y los soldados Lejanos pasaron a la vista.

¿Era mi imaginación o había más de ellos que antes?

Preparándome a mí misma con un profundo respiro, me apresuré de

nuevo hacia el portón a la villa.

Ann me esperaba en la plaza de la ciudad, su capa y capucha

destacándose en un choque de color rojo contra los grises, marrones y

azules a su alrededor. Cuando me vio, sus ojos se cerraron y presionó una

mano contra su boca.

—Estás bien —jadeó apenas la alcancé. Me cogió y me abrazó con

fuerza.

—¿Qué sucede? —dije, empujándola hacia atrás así podía mirar su

cara—. ¿Qué es?

—Tres hombres han desaparecido, y ellos creen que Observadores…

—Cogió mis manos como si tuviera que asegurarse que yo era real—. Tu

granja estaba ahí en completa soledad, sin paredes o armas, y cuando te

tardaste por el envío de la cuota, tuve miedo de que no vinieras. Nunca.

Terror se expandió a través de mí.

—¿Hay hombres desaparecidos? ¿Quiénes?

No había habido un Observador que causara una muerte desde Cole.

A veces un oso se encontraba con un Cazador desprevenido, o una pantera

de nieve atrapaba rápidamente a un Atrapador de animales cuando éste no

estaba vigilando. Pero los Observadores… usualmente nosotros éramos más

cuidadosos. Pero sucedía, y cada vez que pasaba, nuestras sonrisas crecían

más delgadas y nos colocábamos nuestras capas con más fuerza.

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—Dos Pescadores y un soldado Lejano. Los hombres estuvieron

afuera después del anochecer trayendo pescado extra para los soldados, y el

soldado Lejano estaba supervisando su trabajo así no se llevaban nada para

sí mismos.

Pescadores. Usualmente se mantenían entre ellos, viviendo en los

bordes de la villa o en el bosque, prefiriendo pasar la mayor parte de su

tiempo al lado de las aguas oscuras del río o en el hielo que cubría el lago.

Como cualquier habitante de La Helada, viajando en el bosque, ellos

conocían los riesgos y no deberían haber perdido sus vidas, pero gracias a

los Lejanos… no podía hablar al principio, estaba tan indignada. Luego otro

pensamiento se apoderó de mí. Si no hubiese insistido en que Adam se

quede por la noche, él también podría estar desaparecido. Me sentí enferma.

—¿Y sus familias…?

—Han organizado grupos de búsqueda, pero todos saben que no van a

encontrar nada —continuó Ana en voz baja—. Así que la gente ya se está

reuniendo con las familias para lamentarse. Incluso han movido la cuota

para mañana, porque todos han estado en tal desorden y la mitad de los

hombres están buscando en el bosque.

Nadie se sostenía de la esperanza cuando se trataba de aquellos que se

perdían en el bosque. Si Los Lejanos no los mataban, el frío lo haría. Una

noche de exposición era todo lo que tomaría en nuestro cruel mundo.

Escaneé las calles a nuestro alrededor. Personas de cara blanca

susurraban en las puertas y apresuraban el paso con sus capas colocadas

ajustadamente alrededor de sus hombros. Los soldados en la esquina

estaban fumando, y el final de sus cigarros brillaba como pequeñas llamas.

—¿Qué han hecho los soldados sobre ellos? ¿Oficial Raine? ¿No se

supone que deberían de estar protegiéndonos? —La burla salió de mi voz.

Ella tomó un largo respiro.

—Él está furioso, por supuesto. Está insinuando que toda la cosa

puede ser nuestra culpa.

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—¿Nuestra culpa? —demandé—. No puede agradecerse a sí mismo

por provocar a los Observadores. ¿Cómo cree que puede fijar esto en

nosotros?

—Bueno —dijo ella—, déjame enseñarte.

La seguí al otro lado de la calle hacia el patio de la cuota, donde se

detuvo antes del portón y apuntó. Mi boca cayó abierta.

Un torrente de enojo de palabras pintadas cruzaba la pared más lejana

como salpicaduras de sangre.

“Esto es lo que sucede cuando intentas conquistar La Helada.”

Y:

“Lejanos, tengan cuidado… a los monstruos les gusta el sabor de su sangre.”

Y:

“No salga después del anochecer, Alcalde.”

Los sentimientos horribles hicieron que mi estómago se retuerza y

mis manos tiemblen. La gente estaba muerta. La Helada era peligrosa. Pero

esto… me disgustaba. Y mencionaron al Alcalde… Miré a Ann. Ella estaba

con los ojos abiertos, la cara blanca, absorbiéndolo conmigo.

—¿Has escuchado de un grupo que se llama a sí mismo los Capas

Negras? —susurró.

Mi estómago cayó como una piedra. ¿Me atrevía a contarle que

intentaron reclutarme contra ella?

—Yo… yo he escuchado de ellos.

—Son un grupo quién dice oponerse a la ocupación de los Lejanos...

violentamente si es necesario. Odian a mi padre. Y aparentemente, se han

tomado este incidente como una oportunidad para amenazar a Raine.

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—Y a tu padre. —Miré con dureza a las letras de nuevo, la forma que

la pintura goteaba como sangre negra, la forma en que la E en Alcalde

estaba manchada a los lados contra la piedra, como si el vándalo dibujante

había sido interrumpido y forzado a huir.

Ella cogió mi brazo y tiró de mí con gentileza, lejos del patio y de su

descarada desfiguración.

—Estaré bien. Es de Raine quién deberíamos de preocuparnos, no de

estos vándalos.

Tiré de la bufanda alrededor de mi cuello mientras mi sangre hervía

con enojo. ¿Leon estaba loco, haciendo tal descarado y estúpido gesto? Él

también podría haber escupido en la cara de Raine.

—¿Estás segura?

—Estoy segura.

Escaneó las calles, mordiéndose el labio. Se veía inquieta, a pesar de

sus palabras reaseguradoras.

—Vayamos a mi casa, nuestra cocinera hizo mucha comida anoche.

Pensé que podías hacer uso de las sobras.

Mis mejillas quemaron, pero no era tan orgullosa para rehusar caridad

cuando necesitaba la comida.

—De acuerdo.

Alcanzamos lo alto de la colina sin aliento y tomamos un camino a

través del jardín lleno de nieve hacia la puerta trasera. Ann se quitó su capa

y capucha roja y yo removí la mía, que era lamentable.

—Raine está aquí —advirtió—. Así que debemos ser rápidas. No

querrás encontrarte con él hoy.

Entramos a la cocina. La cocinera nos miró y luego apartó la mirada

con la practicada expresión de desinterés que el personal de familia

adinerada siempre era tan bueno mostrando.

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Ann fue al armario y sacó una cesta.

—Aquí —dijo—. Un montón de pan del día anterior, y pasteles, y un

poco de pescado ahumado.

Una voz resonó en la puerta. Mi piel se erizó cuando la reconocí. El

Oficial Raine.

Los ojos de Ann se encontraron con los míos, y un escalofrío recorrió

mi espina dorsal cuando vi la desesperación calmada y tranquilidad en su

mirada.

Ella no hizo ningún esfuerzo para protegerme de las palabras airadas

filtrándose a través de la puerta. Ella simplemente me entregó la canasta, y

luego las dos nos quedamos sin habla, escuchando.

—¡...destrocen esta pequeña mancha repugnante de ciudad hasta que

encontremos a los vándalos responsables de esos mensajes!

Un tranquilo murmullo ininteligible, la voz del Alcalde.

—¡No me importa si tiene que detener a todos y cada uno de los

aldeanos!

Otro murmullo.

—¡…entonces yo los haré que hablar! —Su voz se convirtió en un

ronroneo peligroso, pero todavía podía oír claramente a través de la

puerta—. Si me entero de que cualquier persona en este pueblo ha estado

ayudando a todo el que se opone a mí, voy a colgarlo del árbol más alto en

La Helada. ¿Entiende?

El Alcalde no respondió. La cocina zumbaba con el silencio. Mi

estómago se desplomó a mis pies mientras las palabras resonaban en mi

mente. El sudor estalló en mis manos, y mi corazón golpeteó.

Me mataría si supiera lo que era.

Lance una mirada a la cocinera. Sus hombros regordetes agachados

mientras se inclinaba sobre el lavabo, fregando un plato. Zarcillos de pelo

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pegados a su cuello húmedo. Ella no dio ninguna indicación de haber

escuchado nada.

—Tal vez deberías ir a casa —dijo Ann tranquilamente, observando la

expresión de mi cara. Asentí con la cabeza.

Había oído todo lo que quería oír.

La nieve que caía desde la noche anterior había casi borrado por

completo la evidencia de los Observadores en el patio y alrededor de la

granja. Bañada en blanco, la casa parecía prístina, casi tranquila. La nieve

era redentora así, alisaba los defectos y pintaba todo de una capa limpia de

color blanco, y que hacía que el mundo parezca nuevo y hermoso, no

importa lo malo de la noche anterior. Tal vez eso era lo que nos ayudó a

sobrevivir en un lugar como La Helada. Dejamos que la nieve bañara lejos

la tragedia y seguíamos adelante con nuestras vidas como si no hubiera

pasado.

La nieve podría cubrir huellas en la nieve, pero no podría fácilmente

eliminar los recuerdos en mi mente.

Evitando la casa, me detuve en el granero para darme tiempo

acomodar mis pensamientos y emociones. Completé las tareas

metódicamente, mi mente se dispersa en mil pedazos cuando mis manos

rozan los caballos y alimento a los pollos. Adam, los Observadores, los

Lejanos, Ann, Everiss, Jonn y Ivy... estaban conectados, demasiado

distraída por mis lealtades. Rompí todas las reglas que solía seguir.

Pero, ¿qué otra cosa podía hacer?

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Encontré la nota clavada en la pared del granero cuando salí, el papel

ondeando al viento como una mariposa capturada. Arranqué el trozo de

blanco de la pared y lo alisé contra la palma de mi mano para leerlo.

Las palabras garabateadas a través del papel congelaron mi corazón y

luego un ruido sordo entrecortado:

“Los que no están con nosotros están contra nosotros, y hay más peligros que los Observadores de La Helada.”

Era de los Capas Negras. Estaba segura de ello.

Me temblaban las manos mientras me ponía la nota en el bolsillo y

trataba de pensar. Alguien había estado rondando alrededor de la granja.

¿Leon? ¿Esa chica dientona, Onna? No había notado ninguna huella en el

camino, pero por supuesto que la nieve había caído y cubierto todo.

Cualquiera podría haber ido y venido.

Terminé el resto de las tareas y regrese a la casa. Ivy y Jonn

levantaron la vista del fuego cuando dejé la comida que Ann me había dado

y volví a la sala principal. Alisé mi rostro en una máscara de indiferencia

cuidadosa y les hablo de los desaparecidos.

No dijeron mucho, ¿qué podían decir? La gente moría aquí. Era lo que

sucedía.

No hablamos mucho mientras trabajábamos, y el crepitar del fuego

en la chimenea puntuaba el silencio.

Por último, mi hermano se aclaró la garganta.

—¿Cómo está la familia de Everiss Dyer frente a la detención de su

padre? ¿Los viste en el pueblo?

—No pregunté. Voy a estar segura de preguntarle a Ann cuando

vuelva mañana. Tengo que recoger la cuota.

Su mirada se detuvo en mi cara, como si estuviera buscando algo más

detrás de mis ojos. Parpadeé y apartó la mirada. No tenía planes para

decirles acerca de la nota. Esas palabras amenazantes estaban destinadas

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para mí y solo a mí. Los Capas Negras no tenían nada en contra de Jonn y

Ivy, y estaban preocupados ya lo suficiente acerca de Raine y Los Lejanos.

Una punzada de terror me llamó la atención. ¿Ivy había ido a hacer

las tareas antes? ¿Había visto la nota?

Examiné a los dos, mientras regresaban a su trabajo. El rostro de Ivy

parecía claro de la duplicidad, y sabía que tan mala era mi hermana

ocultando sus sentimientos, así que me tranquilicé.

Ella murmuraba para sí misma mientras retorcía el hilo con el pulgar

y el índice, ajena a mí.

—¿Cualquier otra noticia de la aldea? —preguntó Jonn.

Pensé en la forma en que los ojos de Ann se movían de los míos en

estos días, el arañazo en la mejilla. Pensé en las palabras pintadas en la

pared de la cuota, la amenazante animosidad entre los aldeanos, y las cosas

que Raine había gritado.

Pero todas estas cosas solo les harían preocuparse.

—No —le dije.

Me acosté en la cama mientras la nieve caía fuera, la casa crujía y se

establecían orbitando a mí alrededor. Seguí la pulsera de Gabe con mis

dedos y pensé en los pescadores desaparecidos. Mi mente seguía

reproduciendo la noche en que había llevado a Gabe a la puerta. El gruñido

gutural en las sombras. Las mandíbulas que salieron de la nada. La mancha

roja dejada en la nieve.

¿Y ahora tenía que salir a la oscuridad para encontrarme con Adam?

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Traté de dormir, pero cada vez que cierro los ojos, veo lo rojo en la

nieve.

Las horas corrían como carámbanos derritiéndose, y mis

pensamientos corrían en círculos. Mis padres. Gabe. Traté de pensar en

ellos, pero los recuerdos de sus caras se me escapaban. El pánico inundó mis

venas, y me concentré en respirar lentamente. No me preocupaba menos por

ellos si no podía recordar los colores de sus ojos, me dije.

Pero la sensación de malestar en mi estómago no se iría.

Tenía que ir al encuentro de Adam. Era una prueba, había dicho. Una

prueba de inteligencia, una prueba de temple, una prueba de valentía.

Quería ver si tenía lo que hacía falta. No era una cuestión de seguridad. Los

Observadores se habrían ido para entonces.

¿No es así?

En ese lapso de tiempo entre la noche y el día, nadie sabía realmente.

Levanté una mano húmeda para cepillar cabellos lejos de mis ojos.

Me temblaban los dedos, y miré fijamente en la oscuridad casi un

momento. Me incorporé y cogí el cajón de mi escritorio. Mis manos

encontraron el brazalete que Adam me había dado, y lo deslicé en mi

muñeca. Al instante me sentí más segura.

Cerrando mis ojos, no los abrí de nuevo hasta el amanecer.

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Capítulo 8 Traducido por VivianDarkbloom & Kensha

Corregido por KatieGee

Al salir de mi habitación, bajé las escaleras con mucho cuidado y

evité pisar en todos los lugares que sabía que rechinarían. Me detuve un

momento e intenté escuchar en la oscuridad cualquier sonido que me

indicara que mis hermanos me habían oído despertar y descender, pero todo

estaba quieto. La quietud de la nieve que caía envolvía la casa en un pesado

silencio y sofocaba todo sonido que viniera de afuera. En el interior, la

oscuridad parecía respirar a través del débil rechinar y crujir de las tablas

luchando contra el frío. Además, podía oír el jadeo de mi hermana al roncar.

Aparte de eso, todo estaba en silencio.

Caminé de puntitas y me detuve en la puerta para ponerme las botas

y envolverme la capa alrededor de los hombros. Me até un hilo de Flores del

Invierno al cuello, cogí un farol y abrí la puerta del frente. Una ráfaga de

viento helado sopló sobre mis mejillas y me quitó el aliento. Mirando una

última vez por sobre mi hombro hacia la tibia oscuridad detrás de mí, me

dirigí hacia el pórtico y cerré la puerta.

Nieve y sombra envolvían al mundo exterior y un halo de luz teñía el

horizonte aun cuando el sol todavía no se había puesto. La neblina pintaba

el granero con tonos grises y el bosque lejano formaba una pared negra que

rodeaba la granja. Por encima de mi cabeza, la Guardia de Observadores

retumbaba en el viento. Podía oler y saborear el frío mientras me

encontraba frente al bosque.

El mundo permanecía en oscuridad. Los Observadores aún

deambulaban entre las sombras del profundo bosque. Mi piel se sentía más

consciente con cada ráfaga de viento y con cada roce de las ramas.

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No quería hacer esto, pero Adam estaba esperando. Este era el

momento para probarme a mí misma.

Encendí un fósforo y prendí el farol. La llama se avivó y entrecerré

sus puertas para limitar la luz. Reuní una bocanada de aire helado, ajusté mi

capa con más fuerza alrededor de mi cuerpo y crucé el patio.

Cada paso parecía ser tan ruidoso como un grito. El bosque se

acercaba más y más hasta que pude oler el intenso aroma a pino. Mis orejas

estaban alertas para percibir cualquier sonido en las profundidades que

podría señalar el acercamiento de un Observador, pero no oí nada. Las

sombras permanecían quietas. Los árboles formaban una línea rígida contra

el cielo.

Seguí moviéndome. Mis pulmones se sentían tan inflexibles como el

vidrio mientras luchaba por dar un quieto respiro.

Otro paso y otro más y de pronto el patio se hallaba lejos de mí,

mientras los árboles se amontonaban a mi alrededor. Las sombras me

rodearon y escalofríos se escabullían en mi piel.

Estaba en La Helada.

A través de la nieve se filtraban destellos plateados de la luz del

amanecer. Las flores del invierno que marcaban el camino se veían

brillantes y sus pétalos emanaban un resplandor azul en la luz tenue. La

nieve brillaba; era como un baile de diamantes encendidos por las estrellas.

Nunca había estado en el bosque tan temprano. No reconocí esta

terrible y hermosa tierra de hadas.

Una rama se quebró detrás de mí. Giré, dirigiendo mi mano hacia el

cuchillo que estaba en mi cintura.

Un ciervo blanco desaparecía en la oscuridad agitando la cola.

Un mareo se apoderó de mí. Solo un ciervo.

Inhalé un respiro y seguí adelante.

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Sigue el camino hasta llegar al roble carbonizado, me había dicho él.

Entonces me ceñí a los bordes del camino, pasando muy cerca de las Flores

del Invierno y formando una delgada línea de seguridad entre mí y el

bosque profundo. Mis ojos se dirigían hacia la línea de árboles en busca del

roble. Sabía a cuál se refería. Le había caído un relámpago cuando yo era

niña y ahora el tronco crecía torcido y extraño.

Por todas partes, la oscuridad era tan pesada como una cortina.

Inhalé un suspiro intenso cuando encontré el tronco ennegrecido

erigiéndose del bosque que lo rodeaba como un cadáver medio disecado.

Volteé a la izquierda, dejando el camino y dirigiéndome hacia La Helada.

Conté los pasos en mi cabeza hasta llegar al claro. Los árboles formaban

una pared a mí alrededor, con sus troncos costrosos cubiertos de nieve y

oscuros por la humedad. Podía oler el aroma intenso del hielo y el pino.

Sobre mi cabeza, el cielo era de un color índigo oscuro con algunos destellos

de color rosa. No había ninguna casa ni cabaña ni cualquier otra estructura

a la vista y nada en la oscuridad se movía. El suelo estaba húmedo y lleno

de barro por la nieve derretida y helechos congelados cubrían la superficie

del bosque. Si Adam estaba aquí, yo no podía ver dónde.

¿A dónde se suponía que debía ir ahora?

Por debajo de las maleza.

Vi un abundante número de arbustos espinosos al borde del claro. Las

ramas cortas y gruesas de las ortigas venenosas de color verde rojizo se

mecían suavemente con el viento.

¿Por debajo?

Me agaché y miré de cerca la tierra oscura que se hallaba debajo de las

ensortijadas ramas de aquellas plantas espinosas. Casi no lograba distinguir

el pedazo de madera que chocaba con ella.

Una puerta, como la que había en el granero.

Puse el farol en el suelo y miré por sobre mi hombro hacia el bosque

detrás de mí. No podía ver ojos rojos de Observador brillar en la oscuridad,

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ningún Lejano me acechaba desde detrás de los árboles. Pero las sombras

apenas hicieron un movimiento y mi piel se llenó lentamente de recelo. Me

incliné hacia la puerta, teniendo cuidado de no rozar las ramas llenas de

espinas.

Mis dedos encontraron la perilla tras buscarla en la tierra por un

momento. La jalé y la puerta se deslizó hacia un lado, revelando el hoyo de

una caverna. De pronto, sentí el olor a barro y humedad.

No me atreví a llamar a Adam. Di un paso hacia adelante y encontré

una escalera clavada a la pared de la caverna. Cogí el farol y abrí las puertas

para que saliera la luz y luego empecé a descender.

El farol liberaba una tenue luz amarilla sobre las piedras y la tierra

que me rodeaban. El hoyo era estrecho, casi como un poco y mis mangas

rozaban los costados mientras bajaba. Sobre mí, La Helada era simplemente

un círculo índigo contra la oscuridad.

La sofocadora sensación de estar atrapada presionaba mi garganta

como dedos invisibles, pero luché contra el pánico y seguí descendiendo. Ya

casi estaba ahí.

Por fin, afortunadamente, mis pies tocaron tierra. Me bajé de la

escalera y volteé hacia el aroma a almizcle del aire que soplaba en mi

dirección, traicionando a cualquier salida que se encontrara más adelante.

—¿Hola? —El eco de mi voz viajaba hacia arriba del túnel que

acababa de descender.

El sonido de un paso hizo que mis cabellos se erizaran. Levanté el

farol y busqué mi cuchillo.

Las sombras se revolvieron hasta formar una figura humana.

—Lo lograste —me dijo una voz suavemente.

Mis latidos se calmaron tan pronto como lo reconocí.

—Adam.

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Me alejé de la escalera y la luz de mi farol iluminó el área: paredes de

piedra y tierra, estantes llenos de libros, una alfombra extendida sobre el

suelo de tierra. Varias cajas estaban sobre un escritorio y yo quería

preguntar qué contenían, pero no me atreví.

La luz iluminó su rostro.

—¿Algún signo de los Observadores en tu camino hasta aquí? ¿Viste

algún camino?

El debió escuchar sobre los hombres desaparecidos. ¿Se había

preocupado porque yo llegara sana y salva? Su expresión no me permitía

descifrarlo.

—Nada —respondí, tratando de sonar lo más natural posible. Me

permití dar un vistazo alrededor a los rincones oscuros, las cajas, el techo

oscuro de tierra y las paredes—. ¿Qué es este lugar?

—Un lugar de reunión para La Espina muy parecido al que hay

debajo de tu granero —me dijo, aun observándome como buscando signos

de estrés o miedo.

—Parece… viejo.

—Los construyeron hace mucho. Solo los hemos adoptado para

nuestro uso. Es un secreto, así que no se lo digas a nadie más.

—No lo haré.

El farol sumergía su rostro en la oscuridad, haciendo que sus ojos

lucieran como lagunas de tinta y me era difícil leer su mirada. La intensidad

en ella me dio escalofríos.

—No hay mucho tiempo —dijo—, y quiero mantener este expediente.

¿Juras seguir las órdenes de sus superiores, una vida en riesgo y miembro

por la causa de La Espina, y mantener la boca cerrada sobre sus actividades

secretas?

Ahogué una carcajada.

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—¿Es este realmente el Juramento Oficial?

Su boca se curvó en una ligera sonrisa.

—No, pero es muy largo, y aquí en La Helada nos saltamos la mayor

parte de las formalidades.

—Lo juro —dije—. Espera. ¿Quiénes son mis superiores?

—Debes probablemente hacer preguntas antes de jurar las cosas —

dijo Adam secamente, giro su cabeza para ocultar otra sonrisa—. En cuanto

a tu pregunta, tu superior inmediato soy yo.

—¿Fuiste tú también el superior de mis padres?

—Lo fui.

Un escalofrío me penetró, un poco de temblor de sentimientos que

dejó la certeza callada en su paso. Estaba literalmente tomando el lugar de

mis padres.

—¿Alguna pregunta más?

Tenía mil preguntas más.

—¿Cuantos agentes están en La Helada? ¿Tu familia entera está

involucrada? —Recordé a su hermano, Abel, acompañarnos la noche en que

llevamos a Gabe al portal.

—Eso —dijo—, no es de tu concernencia. No somos conscientes de

todos los otros que podrían ser agentes de La Espina por propósitos de

seguridad. Así, si son capturados y torturados, no puedes revelar una lista

de nombres incluso si quieres. Conoces a tu inmediato superior y cualquier

agente debajo de ti, si alguna vez estás en esa posición.

Torturada. Trague duro, mi garganta estaba seca repentinamente.

—¿Qué… qué sucede mucho? Ser atrapado y torturado, quiero decir.

Adam inclina su cabeza hacia un lado como considerando si quería

tranquilizarme o asustarme con su respuesta.

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—No mucho —dijo finalmente.

Sin embargo, no me sentía demasiado tranquila. Las palabras del

Oficial Raine corrían por mi mente otra vez. Con él, no habría ninguna

tortura. Solo una rápida, ejecución despiadada.

Tragué para aliviar mi garganta seca repentinamente y empujarme en

otros pensamientos, otras preguntas.

—¿Habrá muchos fugitivos? —En mi mente los ojos de los niños de

Aeralian, tan delgados y magullados.

—Algunos —dijo—. Los que hacen esto están lejos.

—¿Acaso... son ellos...? —La esperanza se levantó en mí, salvaje y

espontánea.

—Los envié a través de la puerta —dijo—. Ellos están a salvo.

A salvo. Como les había prometido. Exhalando un peso invisible se

deslizo de sus hombros y su boca curvándose en una sonrisa que se

desvaneció rápidamente.

—¿Estarán bien donde hayan ido?

—Hay muchos otros que fueron antes que ellos —dijo

pacientemente—. Todos van al mismo lugar. Los niños serán atendidos.

Asentí. Otras preguntas pidieron ser preguntadas, pero no sabía cómo

expresarlas.

—¿Adónde van, es… es agradable?

Adam sacudió su cabeza.

—No lo sé. No sé a dónde se fueron. Las coordenadas fueron fijadas

por alguien, y no nos atrevemos a cambiarlas. Sin las correctas coordenadas,

un viajero podría caer desde un acantilado o en el océano. Deben ser

asignadas cuidadosamente.

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No debería haber esperado que él lo supiera. ¿Por qué estaba tan

decepcionada?

—Y ellos… —pauso—. Ellos no pueden volver, ¿no?

Lo dijo sin emoción, pero las palabas me aplastaron de todos modos.

—Volver requiere de un segundo portal de trabajo. Solo hay uno en

existencia, oculto en la profunda Helada y custodiada por los Observadores.

Respirar fue repentinamente imposible. De alguna manera, ya lo

sabía, pero escuchar el hecho dicho tan claramente parecía ser un puñetazo

en su estómago. Luché por mantener mi rostro inexpresivo aun mientras el

dolor pinchaba en mi pecho.

—Entiendo.

—¿Alguna otra pregunta? —Su voz era más gentil esta vez, como si él

pudiera ver mi dolor.

Sacudí mi cabeza y respiré profundamente. La vida seguía. Siempre

continuaba. Ese era el camino de La Helada.

Debía ser también mi camino.

—¿Qué pasa con los Lejanos en el pueblo? —me las arregle para

decir—. ¿Qué hay sobre Raine? —Entonces le dije sobre los mensajes que

había dejado los Capas Negras en la pared, y la nota que ellos habían dejado

para mí. Adam escuchó en silencio con un ceño de concentración. Cuando

terminé, se levantó y caminó de un lado a otro.

—Tenemos una tarea muy importante en este momento, uno que nos

sacará de la aldea. Por ahora, simplemente trata de pasar desapercibida y no

llamar la atención en ti misma cuando se trata de Raine y sus soldados. Los

Capas Negras pueden cavar su propia tumba, pero no tenemos que estar

inmiscuidos en eso.

¿Una tarea muy importante?

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Pero la luz empezaba a bajar la escalera y entrar al cuarto, nos bañaba

en un gris y rosa y desterrando las sombras, Adam fue al pozo y pudo mirar

en el interior, midiendo el tiempo.

—Mantén tus ojos y oídos abiertos en la aldea, por supuesto. Si

necesitas contactarme, utiliza la señal de la linterna como has estado

haciendo y deja un mensaje enterrado debajo de ella. Vendré aquí solo en

un momento de completa necesidad, esta localización es secreta. Y

prepárate. Voy a necesitar tu ayuda.

—¿Cuándo? —El miedo y excitación desvaneciéndose en mi pecho.

—Mañana. Te encontraré en las horas de la tarde. Necesitamos los

caballos. Voy a estar detrás del granero en el momento en el que

normalmente haces tus quehaceres de la noche, esperando por ti.

Si necesitábamos los caballos, entonces íbamos a entrar en La Helada.

Nerviosismo picaba en mí, pero me mordí mí lengua. Sabía que no me diría

nada más, y quería demostrarle que podía seguir órdenes sin exigir

respuestas a cada paso.

Nuevamente subí la escalera, y Adam siguió con la linterna. Cuando

llegué al final, me arrastré hacia afuera con mis antebrazos y subí a mis

pies. Escaneé el bosque para detectar cualquier signo de Observadores.

Nada. El bosque había cambiado a gris, y rosa rayando el cielo. El terror

helado que condimentó la noche había desteñido las amenazantes nubes

negras del día.

—Nos vemos pronto, Lia Weaver —dijo.

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Capítulo 9 Traducido por Jeyd3 & Auroo_J (SOS)

Corregido por Cr!sly

Entré a la casa y colgué mi capa en el gancho. Un suspiró escapó de

mis labios mientras frotaba mis dedos congelados y caminaba hacia la

cocina. Lo había hecho. Había sobrevivido a la Helada sola en la oscuridad

y probado que era lo suficientemente valiente para pertenecer a La Espina.

Ahora solamente necesitaba hacer algo de té y calentarme antes de que Jonn

e Ivy se despertaran…

—Lia.

La voz de mi hermana cortó el aire como un látigo.

Giré sobre mis talones y me encontré cara a cara con mi pequeña Ivy.

Ella estaba parada en la entrada de la sala, sus brazos cruzados sobre su

pecho y sus dedos dando golpes contra sus codos.

—Estás despierta —dije, tratando de sonar despreocupada mientras

alisaba mis ropas mojadas y aclaraba mi garganta—. Acabo de entrar.

¿Tienes hambre?

—Sabemos que no acabas de regresar del granero.

—¿Qué?

Levanté la vista de la expresión furiosa de Ivy y y vi el sombrío perfil

de Jonn, sentado en su silla junto al fuego. Las flamas parpadeaban sobre su

frente y mejillas pecosas y hacían brillar su cabello marrón rojizo.

Cuando giró su cabeza, vi claramente decepción en sus ojos, pero no

habló. Por primera vez, solo se quedó ahí mientras Ivy arremetía.

—Sí. Sabemos que saliste —gritó mi hermana—. ¿Cómo pudiste?

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—Ivy…

—¿Cómo te pudiste involucrar sin decirnos? ¿Cómo pudiste

mantener esto en secreto?

—Ivy —dije de nuevo, esta vez más fuerte—, puede que no entiendas

ahora, pero…

—Los Capas Negras nos aceptarían a todos, Lia, y lo sabes.

¿Los Capas Negras? Me congelé, y mi voz bajó a un severo susurro.

—¿Cómo sabes de ellos? ¿Con quién has estado hablando?

Ella parpadeó. El enojo en mi voz parece haberla asustado, y de

pronto estaba defensiva e insegura mientras tartamudeaba una respuesta.

—He escuchado cosas en la aldea. La gente está susurrando. Ellos nos

van a liberar. Y… y yo también quiero ayudar.

—No estoy ayudando a los Capas Negras —dije firmemente—. No

estoy de acuerdo con sus ideas o métodos.

—¡Ellos están peleando por nuestra libertad!

—Ivy —espeté—. Ellos quieren herir a Ann, y hubieran querido herir

a Gabe. Odian a todos los Lejanos, no solo a los que son como el Oficial

Raine, y no puedo aceptar eso. No puedo trabajar con ellos. Y eso es todo lo

que quiero decir sobre ello.

—Pero…

—Ellos me amenazaron. Nos dejaron una nota amenazante —dije.

Su boca se cerró en ese momento. Jonn se irguió.

—¿Cuál nota?

—No importa —dije—. Olvídalo.

Ivy miró hacia mí luego a Jonn, quien estaba observándome con un

aspecto de furia silenciosa.

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—¿Si no estás trabajando con los Capas Negras…?

—Son La Espina —él dijo en voz baja, hablando por mí.

—Como Má y Pá —dije, desesperada por que ellos entendieran—. Sé

que es peligroso, pero tengo que hacer esto. Ayer había niños en el bosque,

fugitivos de Aeralis. No puedo darles la espalda a estas personas. No puedo.

—Sabemos eso, tonta —ella dijo—. Por supuesto que tienes que hacer

esto. Por supuesto que tenemos que ayudarles. Nosotros también.

—No —dije bruscamente. Pensé en Raine y las palabras que le había

escuchado por casualidad gritar en la casa de Ann. Si me entero que cualquier

persona de esta aldea ha estado ayudando a cualquiera que se me oponga, los colgaré

del árbol más alto de la Helada. ¿Entienden?—. Es demasiado peligroso. Solo yo

puedo hacer esto.

Jonn sacudió su cabeza. Nos quedamos mirándonos a los ojos, y sentí

el dolor de su decepción como un cuchillo atravesándome. Pero no iba a

retractarme. Este no era un juego. Esto era de vida o muerte.

—¿Lia? —Ivy espetó—. Yo también me quiero unir a La Espina.

—No seas absurda —dije, todavía viendo a Jonn y tratando de

comunicarle la necesidad de lo que necesito hacer sola—. Eres una niña.

—Tengo catorce —ella dijo—. Casi quince. ¡Estoy lista!

—Absolutamente no —dije.

—Lia tiene razón —dijo mi hermano, sorprendiéndome con su

demostración de solidaridad—. Eres demasiado joven. —Luego me

inmovilizó con otra mirada.

A lo que se refería era claro. Teníamos la misma edad.

—Jonn —dije, exasperada—, ¿cómo se supone que me ayudes si no

puedes caminar más de dos pasos?

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Su expresión no cambió, pero vi la luz en sus ojos marchitarse e

inmediatamente me odié a mí misma.

—Yo… lo siento. No quise decir eso.

Él tomó una bola de hilo a medio enrollar de la canasta junto al fuego

y empezó a enrollarla alrededor de su mano, y sentí la separación entre

nosotros como un cuchillo.

—Ivy —dije sin verla—, por favor ve a ordeñar a la vaca. No lo he

hecho todavía.

—Yo no…

—Ivy.

Se fue, golpeando la puerta detrás de ella.

El aire en el cuarto se sentía muy caliente. Jonn no me miraba. Crucé

el piso para pararme frente a él, pero él siguió enrollando el hilo, metódico

en sus movimientos.

—No quise decirlo.

Él se rió, en voz baja y amarga.

—Sí, sí querías.

—Lo dije mal.

—Dijiste lo que querías.

Un dolor de cabeza comenzó a escalar por la parte trasera de mi

cráneo. Mi voz sonaba como algo entre un suspiro y una súplica.

—Tienes que entender. Lo que estoy haciendo es muy peligroso. No

hay manera en que Ivy pueda hacer esto.

Él inclinó su cabeza a un lado, sus labios tirándose hacia abajo para

formar una mueca.

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—Por supuesto que no —él dijo—. Ella es demasiado pequeña, como

ambos dijimos. Pero yo podría ayudarte.

Froté mis manos sobre mis ojos con un gruñido. No iba a permitirle

que se arriesgara.

—Esto no se trata sobre tocar música o decir acertijos. Esto es de vida

o muerte, y…

—Ni siquiera me dijiste sobre esa nota amenazante que recibiste.

—Jonn…

—Olvídalo. —Tiró del hilo en una rara muestra de frustración. Yo

me eché hacia atrás.

—No…

—Dije que lo olvides.

Me paré ahí otro momento, mis manos colgando inútiles a mis

costados y mi boca llena de palabras que repentinamente se sentían severas,

hirientes y feas, no importa cuán verdaderas puedan ser. Pelear con él se

sentía mal, como usar una prenda mal ajustada que me había puesto por

error. Usualmente estábamos en sincronía, unidos por la sangre y la

amistad.

Me dirigí a la puerta y la abrí de un tirón. Mi hermano no volteó o

me habló mientras salía a la nieve.

Mi hermana estaba arrojando una cubeta de agua en el comedero de

los caballos cuando entré en el granero.

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Ella no levantó la vista.

—¿Ivy?

—Solo quiero ayudar —ella murmuró sin voltear—. Y si me dices que

puedo ayudar al trabajar en la cuota, lo juro que…

Me apoyé contra la puerta del establo al lado de ella y puse mi mano

en su brazo. Traté de decirlo de la manera en que lo haría mi madre, suave

y gentil, pero firme a la vez.

—Por favor, Ivy. Trata de entender.

Ella se alejó de mí.

—Fuiste mala con Jonn.

—No estaba tratando de serlo.

Salió furiosa, golpeando la puerta del granero detrás de ella, y el

silencio se sintió vacío después de que se fue.

Suspiré y miré sin poder hacer nada al granero a mí alrededor, y

luego regresé penosamente a la casa. Tenía que llevar la cuota a la aldea.

Los aldeanos se arremolinaban con las cuotas, pero todos estaban en

silencio. Los hombres desaparecidos no habían sido recuperados.

Miré la pared donde había sido escrito el mensaje, pero cal fresca

cubría el lugar. Me mordí el labio.

—Lia —dijo Ann detrás de mí, y bajé la velocidad para que me

alcanzara.

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—¿Los hombres todavía no han sido encontrados?

—No —susurró Ann —. Y Raine está furioso. Está culpando a la

aldea. Él dice que quiere saber quién escribió el mensaje en la pared, pero

nadie confesará o dirá nombres.

Si él obtenía cualquier nombre, esas personas serían asesinadas. Me

estremecí.

La mirada de un soldado Lejano se deslizó sobre nosotras mientras

entrábamos al patio de la cuota y nos uníamos al final de la larga fila, y

temblé bajo su escrutinio. ¿Estaban buscando a los miembros de los Capas

Negras? Después de un momento, alejo la mirada. Exhalé lentamente. Al

lado mío, los hombros de Ann se relajaron ligeramente, como si hubiera

encontrado la mirada del soldado igual de angustiante.

La fila se movió otra vez. Estábamos casi al frente del patio ahora, y

la plataforma se alzaba ante nosotros.

El soldado en el frente miró de reojo a Ann.

—Lástima que tu cuota no esté haciéndome compañía —gritó.

Ella no le hizo caso, pero dos puntos brillantes de color aparecieron en

sus mejillas. Yo hervía de rabia en silencio, pero Ann me tiró hacia delante

cuando la línea se movió otra vez. Yo era la siguiente.

El maestro de la cuota hurgaba en su lista, buscando mi nombre.

Golpeaba mi pie en el suelo. Si no conseguía salir de aquí pronto, iba a

explotar.

—Muchacha —dijo el soldado de nuevo a Ann.

Ella volvió la cabeza como si comprobara el cielo en busca de signos

de nieve. Al soldado Lejano no le gustaba ser ignorado. Cogió la manga de

Ann. No pensé, exploté. Levanté mi puño a su cara.

—¡Lia!

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Ann me agarró del brazo. Mi mano se detuvo delante de una pulgada

de la nariz del Lejano. El soldado sacó su pistola. El maestro de cuota

gritaba algo.

El soldado me agarró por los hombros y me tiró al suelo.

Me quedé quieta, la tierra helada cortaba en la mejilla donde yacía.

Mi piel se sentía muy caliente, y el corazón me latía con fuerza, una

llamada a la guerra en mi pecho. Me dolía la cabeza por golpear el suelo.

Ann estaba hablando en voz baja y rápida por encima de mí, pero no

podía distinguir las palabras. Por el rabillo de mi ojo, vi la pistolera del

soldado con su arma. Ann se agachó y tiró de mí hacia arriba.

—Solo dale al maestro tu cuota de hilo y vámonos —dijo.

Miré al soldado. Sus ojos se encontraron con los míos, y me

prometieron violencia. Agarrando mi saco, se lo entregué al maestro de

cuotas y acepté los suministros a cambio. La vergüenza quemaba como una

brasa caliente contra mi piel. Mis pulmones dolían. Me esforzaba por

respirar.

Ann pasó un brazo alrededor de mí y me arrastró del patio.

—¿Qué te pasa? —exigió ella tan pronto como habíamos entrado en la

calle—. ¿Estás loca?

La sangre enrojeció sus mejillas y hacía que sus ojos brillaran

febrilmente. Ella me agarró de los brazos y me sacudió.

—Podría haberte lastimado.

—¡Trató de agarrarte! —explote.

—Todos están hablando.

—¿Cómo se atreven esos Lejanos a venir a nuestra ciudad, acosar a

nuestro pueblo, robar nuestra tierra y nuestras casas…?

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—Lia —dijo Ann bruscamente—. Déjalo ir. Si te enojas, te convertirás

en un objetivo. No quieres eso. Ahora vamos, vamos a irnos antes de que

nos molesten de nuevo. —Ella se volvió hacia el Salón de la Asamblea.

Yo estaba clavada en el suelo. Mi justa ira ardía en mi interior como

una llama candente.

—¿Así que no vas a hacer nada? ¿Te sentarás y dejarás que nos

destrocen a todos nosotros a de esta manera?

Los hombros de Ann se encogieron, y dio vuelta de nuevo. Sus ojos

eran dos fragmentos de color ardiente en su pálido rostro.

—¿Qué puedo hacer? ¿Qué puede hacer cualquiera de nosotros? Son

más grandes y más fuertes, y ellos tienen armas. Estamos indefensos ante

ellos.

Dejé que mi respiración salir en una rabieta. No podía decirle nada

acerca de La Espina, y la idea se clavaba en mí como garras de Observador.

Quería gritar de frustración.

—Vamos —dijo ella, suavizándose. Me agarró la manga y tiró de mí

hacia un callejón entre dos tiendas de piedra con carámbanos que colgaban

de sus techos—. No puedes dejar que te vean así.

Tomé una respiración profunda. Mi frustración silbó en mis venas

como vapor, pero luchaba por reprimirla. Ella tenía razón. Tenía que

mantener la calma. ¿Qué me estaba pasando? Yo solía ser tan carente de

emociones, tan fuerte, dura y despiadada en mis decisiones. Ahora me

sentía como una olla a punto de desbordarse, mis emociones y sentimientos

en constante ebullición, apenas contenidas. ¿Era eso lo que el amor me

había hecho? ¿Mis sentimientos por los Lejanos comenzaron una infección

de mis emociones?

—Lo siento —suspiré—. Tienes razón. Eso fue estúpido de mi parte.

—Muy estúpido —coincidió Ann, pero escuché el perdón en su voz.

—¿Ann? ¿Lia?

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Las dos nos volvimos a la exclamación pronunciada en voz baja y vi a

una chica con tenues rizos castaños y grandes ojos grises mirando hacia

nosotras desde el final del callejón. Me acordé de ella, una de las hermanas

menores de Everiss, Jullia. Sus dedos agrietados y rojos coincidían con la

piel alrededor de sus ojos. Una bufanda andrajosa se aferraba a su cuello, los

extremos soplando en el viento, y ella jaló de ella con nerviosismo.

—Jullia —dijo Ann, y me dio una rápida mirada que era claramente

una orden para calmarme. Tragué saliva e hice mi mejor esfuerzo para

cumplir mientras dábamos adelante, nuestros pies crujiendo sobre la nieve

fangosa que se alineaban en las orillas del callejón. ¿Desde cuándo se había

convertido Ann en la fuerte?

Jullia buscaba en nuestras caras para detectar cualquier signo de

condena, y cuando no encontró ninguna, relajó los hombros. Una sonrisa

cansada se cernía en los bordes de la boca, pero nunca salió del todo.

—Es bueno ver una cara conocida —dijo con un dejo de cansancio en

su voz.

Murmuramos respuestas a sus preguntas, y traté de actuar como si no

hubiera notado que estábamos paradas susurrando en un callejón.

—¿Cómo está tu padre? —preguntó Ann.

Jullia arrugó la cara.

—Sigue siendo un prisionero. —Señaló al final del callejón—. Nos

vamos a quedar con los Tanner temporalmente. Má va a ver a los Ancianos

todos los días, con la esperanza de encontrar alguna manera de que lo

liberen.

Bastidores de curtido teñido llenaban el pequeño patio detrás de ella.

Una olla burbujeaba sentada sobre el fuego en medio del patio, el vapor se

desparramaba desde la parte superior. El líquido dentro se batía espeso y

oscuro como la sangre. El aire olía a carbón vegetal y lana húmeda. Una

columna de humo manchaba el cielo sobre nuestras cabezas y bloqueaba el

sol.

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—¿Tiñendo? —murmuré en voz alta, sorprendida. Con Edmond Dyer

en la cárcel, ¿se esperaba que su familia aun mantuviera el negocio?

—Todavía tenemos que hacer nuestra cuota si queremos suministros

—explicó Jullia, dándose cuenta de mi mirada—. Incluso sin Padre aquí

para ayudar, los números no han cambiado... —Su voz tembló, y ella apartó

la mirada. Cuando volvió la cara de nuevo, sus ojos estaban rojos, pero su

rostro estaba compuesto—. Es difícil —concluyó.

Mis dedos se convirtieron en puños. Más injusticia, esta vez de los

Ancianos. Casi no podía culpar a los Lejanos por semejante tiranía. ¿Qué le

estaba pasando a nuestro pueblo? ¿Todo el mundo se estaba volviendo loco?

Ann se mordió el labio mientras tomaba a la vista de los suministros

provisionales de tinte y la expresión agotada de Jullia.

—¿Está Everiss aquí ahora? —Jullia sacudió la cabeza, y los rizos que

enmarcaban sus mejillas se estremecieron ante el movimiento—. Ella ha

estado escabulléndose cada vez que piensa que no me daré cuenta. Me

pregunto si está tratando de ver a Padre. Ninguno de nosotros ha podido

hablar con él.

—No importa —dijo Ann con cuidado, a pesar de que no me perdí su

sorpresa por la noticia de que Everiss no estaba—. Voy a hablar con ella

más tarde.

Miré a los montones de hilos en espera de ser sumergido en color.

¿Jullia tenía que hacer todo esto sola?

—¿Podemos ayudarte? —estallé.

El patio se llenó de silencio. Mis propias palabras a Adam hicieron

eco en mi cabeza.

No ayudas a otras familias con su cuota. Simplemente no se hace.

—Tengo unos minutos —le dije rápidamente—. Yo no... Quiero decir,

yo no soy una Tintorera, por supuesto, pero...

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Los ojos de Jullia se veían sospechosamente húmedos, pero parpadeó

un par de veces y logró producir otra débil sonrisa. Esta vez se demoró unos

segundos.

—Oh. Sí. Gracias.

Ann respiró profundamente. Su expresión era un breve sobresalto,

como si le hubiera sugerido que desnudarse y pintarnos a nosotras mismas

de azul, pero luego asintió con la cabeza, también.

—Por supuesto. Tenemos unos minutos de sobra.

Trabajamos de forma rápida y torpemente bajo la dirección Jullia, la

inmersión del hilo en el líquido humeante con horquillas especiales. El hilo

se filtraba hasta el color y se volvió una sombra profunda de rojo. Jullia

colgaba las piezas recién sumergidas contra el lado de la casa, y el colorante

goteaba en la nieve a continuación. En mi cabeza, vi un destello de la sangre

sobre la nieve. Parpadeé alejando el recuerdo.

Para el tiempo en que habíamos terminado, el sol había subido arriba

en el cielo. El día se desvanecía.

—Creo que deberíamos irnos —le dije—. Ivy y Jonn podrían

preocuparse.

Jullia agarró mi mano con su manito manchada de púrpura. Buscó a

tientas las palabras.

—Gracias —dijo finalmente. Su rostro se arrugó, como si quisiera

decir algo más, pero no supiera cómo hacerlo.

Ann la abrazó, y nos volvimos para irnos.

Un suspiro se apretó entre mis labios cuando llegamos a la carretera y

me estiré. Me dolían los hombros y mi espalda palpitaba después de una

hora tiñendo. ¿Cómo debían sentirse Jullia y Everiss, haciendo esto día tras

día? Por primera vez en mi vida, estaba agradecida de ser una Tejedora.

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Ninguna de las dos comentó sobre el hecho de que habíamos ayudado

a Jullia. Pero me sentí un poco más ligera. Habíamos ayudado, aunque

fuera en contra de la tradición. Tal vez Adam tenía razón.

—Oh, Lia —dijo Ann al doblar la esquina—. Ellos están viviendo en

la miseria, cumpliendo su cuota en un callejón sucio. Había ratas.

—Tienen mucho más de qué preocuparse que de las ratas —dije,

mirando por la calle en busca de soldados Lejanos. ¿No entendía? Estaban

completamente y absolutamente vulnerables. Ellos estaban obligados a

cumplir con su cuota sin los recursos ni los medios para hacerlo. Estaban

quebrados. Castigados.

Nitidez y sombra llenaba el pueblo ahora, casi tanto como el exterior

de La Helada. Al menos en La Helada, teníamos las Flores del Invierno

para protegernos de los Observadores. En este caso, no había nada para

mantener a raya a los Lejanos si querían matar a uno de nosotros, y los

monstruos uniformados recorrían día y noche.

Ann se mordió el labio. Miré al cielo (era hora de que me regresara) y

luego a su cara.

—Me tengo que ir.

Ella asintió con la cabeza.

Permanecí allí un momento, un tanto renuente y con ganas de irme.

La preocupación tiró de mi corazón con hilos invisibles mientras estudiaba

la cara pálida de mi amiga. No me perdí la forma en que sus ojos

recorrieron la calle, o la forma en que sus dedos temblaban. ¿Qué no me

está diciendo?

—Ten cuidado —dijo, con sus blancos dientes contra sus labios

mientras trataba de sonreír y fracasaba. Nos tocamos las manos, y me alejé

de ella y por la calle hacia la puerta. Cuando miré por encima de mi

hombro, ella había desaparecido.

Con un malestar royendo en mi estómago, volví mi rostro hacia su

casa.

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Capítulo 10 Traducción SOS por Whiteshadow, Kikara7 & Auroo_J

Corregido por Cr¡sly

Cuando, finalmente, la tarde llegó ensillé los caballos, pasando mis

dedos por sus enmarañadas coberturas para comprobar si había rebabas

antes de colocar las mantas sobre sus espaldas y luego las sillas de montar.

Cuando recuperé las riendas, una sombra se movió contra la luz de la

ventana, y Adam tomó una de las bridas de mi mano mientras yo exhalaba

en una respiración sobresaltada.

—¡Me has asustado!

—Lo siento —murmuró él, sin lucir remotamente arrepentido. Tomó

las riendas y se puso al lado de uno de los caballos, el más alto con una

estrella en la frente. Deslizó la punta en la boca del caballo, cantándole

suavemente al animal mientras este sacudía la cabeza. Él me miró—.

¿Cómo se llama este?

—No tiene un nombre. —Me acerqué al segundo caballo, un caballo

castrado con cuatro medias blancas. Adam me lanzó una mirada

desconcertada.

—¿Sin nombre?

—¿Qué sentido tiene que nombrarlos? No son mascotas.

—¿Siempre tienes una visión tan terrible de las cosas?

—No es terrible —protesté—. Es sensatez. Cuando nombras las cosas,

empiezas a preocuparte por si los Observadores se acostumbraran, si van a

estar lo suficientemente caliente, y si van a quitártelo. Comienzas a

preocuparte por su bienestar.

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Él negó con la cabeza y extendió la mano para frotar con cariño entre

los ojos a la yegua. Recordé que era bueno con los caballos.

—Star, entonces —dijo él, murmurando más palabras a la yegua. Ella

movió una de sus orejas en su dirección y relinchó suavemente.

Le fruncí el ceño con fingido disgusto.

—No puedes nombrar a mi caballo.

—Pensé que no te pertenecía. Pensé que solo los tenías aquí a cambio

de suministros adicionales.

Por desgracia no podía discutir con esa clase de lógica. Crucé de

brazos e hice un poco más de mi falso ceño fruncido.

Adán señaló al caballo.

»Ese es el Oficial Raine.

Una sonrisa maliciosa cruzó mis labios.

»Bueno, solo la mitad de atrás de él.

Adán echó la cabeza hacia atrás y se rió en exaltada apreciación.

Sin dejar de sonreír, llevé el caballo a la nieve. Adam me siguió con la

yegua, y montamos justo fuera de la caballeriza detrás del granero.

Estábamos escondidos de la casa, lo que me hacía feliz.

Mi sonrisa se desvaneció cuando me enfrenté a las oscuras sombras

del bosque. El viento me alborotó el pelo y mi manto, y un escalofrío

recorrió mi piel. Incluso a la luz del día, el bosque irradiaba peligro.

Miré a Adam y le encontré mirándome.

—¿Estás lista para regresar?

Mi corazón tartamudeó en el pecho.

—¿Regresar?

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En lugar de responder, él espoleó a su caballo al galope y se dirigió

directamente hacia el bosque. No tuve más remedio que seguirle mientras

cruzaba el perímetro de los árboles y se hundía en el hielo.

La luz del sol siempre se veía diferente en el bosque, toda diluida y

brillante, casi como si estuviéramos bajo el agua. Era extraño seguir

adelante sin una ruta que marcase el camino.

Los árboles eran tan solo barras negras y marrones contra los

montículos blancos de nieve, con un destello ocasional de rojas bayas o el

shock azul, de un arbusto de nieve florecida, y el olor punzante de pino

mezclado con el olor de la corteza húmeda y la nieve derretida.

Los caballos resoplaron, el sonido puntuando el silencio misterioso

junto con el sello de sus cascos en la nieve. Aun así, nos envolvió un silente

vació, desalentando las palabras.

Exhalé suavemente, incapaz de sacudirme la sensación de que

estábamos siendo observados. Me volví sobre la silla, explorando los árboles

en busca de movimiento.

Pero los oscuros huecos estaban quietos, en silencio.

Los caballos se movieron rápidamente, saltando por encima de los árboles

caídos y galopando terraplenes. Cuando llegamos a una colina, Adam tocó

el lomo de la yegua para que caminara y dejara que mi caballo castrado los

alcanzara.

—¿Te acuerdas cuando nos conocimos en estos bosques hace varios

meses? —preguntó mientras examinaba los árboles.

La imagen de él de pie, de espaldas a mí, una figura encapuchada en

medio de la blancura, estaba grabada para siempre en mi mente. Uno de los

caballos se había escapado, Star de hecho… y Gabe y yo lo seguimos al

bosque. Habíamos topado con Adam de repente, y había besado a Gabe para

distraer a Adán así no observaba su rostro y se daba cuenta de que no era un

aldeano. Y había funcionado.

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Adam no se había dado cuenta que era Gabe. Y entonces él me había

dado una pista que llevó más tarde a mi descubrimiento de la habitación

secreta llena de documentos de La Espina debajo del suelo del establo.

—Me acuerdo —dije en voz baja.

—Yo estaba buscando la puerta. Desde la muerte de tus padres la

había estado buscando en La Helada. Tenían todos los mapas, todo el

conocimiento. Yo no estaba al tanto de esa información cuando estaban

vivos.

—Pero sabías del cuarto secreto debajo de nuestro granero. ¿Por qué

no buscar allí los mapas?

Se encontró con mi mirada.

—Lo hice. No estaban completos. ¿No te acuerdas?

—Es cierto —le dije, sorprendida de que había robado nuestro granero

en algún momento indeterminado en el pasado sin nuestro conocimiento.

Pero entonces me acordé de la facilidad con la que se había deslizado en el

granero esta tarde, la manera de moverse a través de la helada noche, casi

como por arte de magia—. Así que no encontraste nada. No sabías dónde

estaban.

—La mitad de los dos mapas necesarios para determinar el camino

habían sido robados. Tu padre a menudo llevaba el segundo mapa con él.

Estaba trazándolo mientras exploraba. Sabíamos muy poco sobre las ruinas

antiguas, y él era el experto. Debe de haberlo dejado caer en La Helada el

día de su muerte. Al principio no estaba seguro de si los habías encontrado,

o alguien más, y por un tiempo no me atrevía acercarme por temor a

delatarme como un operativo de La Espina para cualquiera que pudiera

estar observando.

Pensar en la muerte de mi padre hizo que mi garganta se apretara y

mis ojos ardieran, pero también estaba hambrienta de estos detalles. Respiré

hondo y solté el aire.

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—Cole estaba viendo, ¿recuerdas? Encontró el mapa y se lo dio al

alcalde, y lo vi cuando fui a confesar acerca de Gabe. Lo recordé más tarde,

cuando nos encontramos con los mapas, e hice una copia con la ayuda de

Ann el mismo día que te confronte acerca de tu trabajo con La Espina.

—Sí —dijo Adam—. Me asombró tu ingenio. Esperaba poder iniciarte

en el en el camino hacia el descubrimiento de tu herencia con nosotros, pero

nunca soñé que lograrías tanto por ti misma.

Su alabanza inesperada me sorprendió. Me mordí el labio y miró

fijamente a la crin del caballo en lugar de mirarlo. Adán no era libre con sus

elogios. Significó mucho, viniendo de él.

—Gracias.

—Él estaba equivocado acerca de tus padres —dijo Adam después de

un momento de silencio.

Levanté la vista y lo encontré mirándome fijamente. Su rostro era

inescrutable, sus ojos claros y duros como el pedernal.

—¿Él?

—Cole —dijo—. Esa noche en la puerta. Él los llamó de civiles de

corazón blando. Pero eran una parte clave de La Espina aquí. Sus

contribuciones fueron mayores de lo que la mayoría cree.

El nudo en la garganta apretó con más fuerza.

—Gracias —le susurré de nuevo. Sus muertes no habían sido en vano,

no si habían hecho tanto bien.

—Ellos fueron actores importantes en la organización —continuó—.

Dieron sus vidas, y no fue para nada. Salvaron las vidas de cientos, con sus

esfuerzos, tal vez más.

—¿Muchos pasaron por la puerta? —le pregunté.

Él reflexionó sobre sus palabras, como si tratara de elegir la mejor

manera de decirlo.

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—Muchos no llegaron tan lejos. Pero algunos, sí.

Ramas rasparon nuestras caras y capas a medida que avanzábamos

más lejos en La Helada. Adam debía haber memorizado el camino, porque

él guió a su caballo con confianza en torno a las pilas de rocas y debajo de

los árboles caídos.

—¿Cuánto tiempo más? —le pregunté. Lance una mirada cautelosa

hacia el sol del atardecer.

—Estamos cerca —dijo, señalando a la tierra delante de nosotros. Me

quedé sin aliento.

Huellas de Observadores (verdaderamente gigantes) marcaban la

nieve. Los caballos rehuían, y luché para mantener el caballo en su lugar.

—Se mantienen cerca de la puerta —dijo Adam—. Es justo arriba de

la colina.

Mi corazón empezó a latir con fuerza. Pero cuando alcanzamos la

cima de la colina, olvidé mi terror, porque la escena delante de mí me dejó

sin aliento.

Árboles caídos, y una franja de hielo (un lago cristalizado) barrían la

colina a la izquierda. Las montañas se levantaban en la distancia, sus picos

apuñalando las nubes de tormenta que abrazaban el horizonte. Ante

nosotros, la suave curva de una playa helada brillaba a la luz del sol al lado

de las aguas negras de un lago. Todo era plácido, pacífico… casi como si

todo estuviera durmiendo.

—¿Esto es ...? —Miré alrededor. ¿Dónde estaban los edificios en

ruinas? ¿Dónde estaba la entrada? Me pareció familiar, pero solo como si de

un sueño que tuve hace muchos años y casi olvidado excepto por una

impresión tenue y persistente se tratase.

Adam señaló con la cabeza. Una sonrisa bromeó en sus labios.

—¿No lo ves?

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—Yo… —Estimulé mi caballo y cabalgué hacia adelante hacia el lago,

estirando el cuello. No vi nada, salvo el suelo congelado y cubierto de hielo

y rocas. Miré por encima del hombro a Adam, quien no se había movido.

Poco a poco, di la vuelta y el caballo galopó de vuelta a su lado—. Está bien

—le dije—. Has tenido tu diversión. ¿Dónde está?

Le dio una patada a la yegua hacia delante, montado directamente

hacia las montañas. Seguí. Era una locura. Él viajaba hacia la nada.

Pero por el rabillo de mi ojo, vi el menor atisbo de luz, como si el sol

se reflejaba en metal.

—¿Qué…?

De repente, todo el mundo parecía cambiar, y allí estaba. Me quedé

sin aliento.

La curva de los edificios en ruinas abrazaba las montañas y

resplandecían al sol. Parpadeé para asegurarme de que no estaba

imaginando este momento.

—¿Cómo…? ¿Dónde…? Allí no había nada, y de repente estaba allí.

Ahora estaba balbuceando, pero no me importaba. ¿Fue magia?

—Las ruinas están a salvo de la vista durante el día —me explicó

Adam—. Hace meses pasé por delante de este lugar al buscar la puerta y no

vi nada. Algún tipo de antiguo mecanismo en el lugar engaña la vista y hace

se vea nada en absoluto. No sé cómo funciona.

—Lo vimos esa noche cuando trajimos a Gabe —protesté. Respiré

profundo cuando los recuerdos se precipitaron sobre mí en una cascada de

imágenes mentales. Cole, con una pistola en la mano. Los muertos soldados

Farther, sus cuerpos mutilados yaciendo en la nieve pisoteada. Gabe, sus

ojos en los míos y su nombre en mis labios. Contemplé el paisaje.

Debajo de esta tierra, él había desaparecido en un abrir y cerrar de ojos.

—Lo he examinado varias veces desde ese viaje. El escudo se disipa

por la noche, aunque no sé la razón —dijo—. Pero eso es cuando los

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Observadores lo protegen. Así que nadie ha encontrado este lugar por

accidente.

—Es hermoso. —Hermoso y raro. Las cúpulas y arcos lisos abrazan al

suelo y se mezclan con las curvas de las colinas, casi como si sus autores

antiguos hubieran tratado de ocultarlas por completo en el paisaje.

Cuando me volví sobre la silla para mirar detrás de nosotros, el aire

estaba brumoso, y en los bordes de los árboles se veían manchas. Un

escalofrío se agitó sobre mi piel.

Adam desmontó y condujo a la yegua a un grupo de pequeños pinos.

Él la ató y luego recuperó algo de la bolsa que colgaba de su cinturón. Seguí

su ejemplo y até al caballo. Me atreví a hacer la pregunta que había estado

en mi lengua durante las últimas horas.

—¿Qué estamos haciendo aquí?

—Esta es nuestra misión. —Él suavizó lo que tenía en la mano y me

di cuenta de que era un pedazo de papel rayado con palabras “buscamos algo”.

Quería preguntarle más, pero él ya se dirigía a la entrada. Tomé mi

abrigo y me apresuré tras de él. Ambos nos detuvimos a la entrada, el pasaje

que estaba más abajo yacía en la oscuridad y de las profundidades emanaba

un olor húmedo

—¿Y si hay Observadores adentro? —susurré.

Adam encontró mi mirada:

—Aún es de día —dijo él—, y ellos casi nunca van a los pasajes.

Tenía mis dudas, pero cuando él empezó a dar paso hacia la oscuridad

de abajo, lo seguí. La pared de piedra entre más bajábamos se hacía más y

más angosta, y la luz

Se volvía más débil a medida que descendíamos. Mis memorias de la

última vez que visitamos eran un borrón pálido de luz de linterna, absoluta

oscuridad y paredes de piedra manchada. Pero los pasillos eran tan oscuros

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a medida que dejábamos la luz atrás. Me detuve en las escaleras mientras

los recuerdos venían hacia mí.

Adam se detuvo y encendió la linterna que trajo, él espero por mí, su

rostro era inexpresivo. Respiré profundamente, asentí hacia él y seguimos.

Las paredes de piedras eran suaves, tan suaves que no podía ver las marcas

del cincel, pase mis dedos sobre la pared extrañada.

—Tan suaves —respiré. No había visto realmente las ruinas la última

vez que vinimos, había estado muy ocupada, pero ahora bebí la vista de

estas milagrosamente suaves paredes. La luz de la linterna saltaba en el piso

y brillaba en el techo y las paredes porque todo estaba hecho del mismo

material gris. Manchas coloreaban todo café, gris y la basura regada a

nuestros pies. Mis botas crujían con los vidrios.

—Por aquí. —Adam dobló en una esquina y lo seguí a un pozo de

piedra igual de alto. Las escaleras llevaban hacia abajo en una forma

circular, hechas de la misma piedra suave que los pasillos. Nuestros pasos

hacían eco. Palabras llenaban las paredes y pase mis manos sobre ellas.

—Cuerpo de ingenieros para locomoción humana y sistema de

oscilación —leí en voz alta, el resto estaba desgastado. Volví mi mirada

interrogante hacia Ada

—¿Qué es eso?

—ECHLOS —dice él simplemente

—¿Qué?

—Cada palabra representa una letra

El entendimiento (y el asombro) me atravesaban como un dardo, baje

mi mano y continúe, incapaz de dejar de mirar.

—¿Qué significan las palabras? ¿Locomoción? ¿Sistema de oscilación?

—Está hablando de los portales —dijo Adam—. Aquí es donde solían

estudiarlos.

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Mi boca se abrió mientras entendía:

—¿Quiénes ellos? ¿Quieres decir los Antiguos? ¿Los Olvidados? —Él

asintió.

—¿Cómo te enteraste de esto?

Una pequeña sonrisa apareció en la esquina de su boca.

—Te mostraré.

Llegamos al final de las escaleras en espiral, y otro corredor apareció

al instante. Una luz cegadora apareció mientras Adam pasaba sus manos

sobre una caja en la pared. El techo brillante chasqueó y zumbó como si

fuera un insecto. Me quedé en el marco de la puerta insegura sobre si caería

en mí.

—¿Es seguro? El ruido…

—No te preocupes —prometió Adam. Tocando mi brazo con su mano

mientras se adelantaba—. Es solo la fuente de poder, estamos seguros.

El lugar donde él tocó mi brazo hormigueó levemente, mojé mis

labios con mi lengua y lo seguí por el corredor. Mis botas susurraban en la

arena y el polvo se esparcía sobre el piso, dejando huellas en la suciedad

detrás de mí.

Llegamos a una gran pared de piedra, y noté las líneas que partían la

piedra en forma cuadrada antes de que Adam tocara otra caja. La piedra se

partió con un silbido, las piezas se movían como cortinas, aire frío y seco

vino hacia nosotros y movió mi cabello. Olía a seco y papel.

—Descubrí esta habitación hace unas semanas.

Adam dio un paso al frente y su voz bajo a un reverente susurro.

»Es algún lugar de grabación, creo que la mayoría de documentos

fueron guardados aquí. —Tocó una caja gris que estaba a su lado—. No sé

cómo sacarlos. Pero hay algunos papeles y libros también, he estado

leyéndolos y recolectándolos.

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Las cajas color gris estaban en desorden por todos lados, algunas de

ellas tenían platos de vidrio cubriendo sus lados, y el vidrio estaba roto y

agrietado.

Estantes estaban alineados en las paredes, y vi libros, sus hojas

estaban dispersas y rotas como si hubiesen sido tirados en un ataque de ira.

Unas pocas mesas volteadas formaban un semi-círculo a un lado de la

habitación, sus patas se extienden rígidamente como cadáveres de animales

tensos por el frío y la luz en el techo chisporroteaba y parpadeaba como si

hubiese sido de alguna forma dañada.

—¿Qué hacemos ahora? —Mi voz hace levemente un eco.

Adam se agachó ante una mesa caída y comenzó a buscar en los

papeles.

—Buscamos. He estado arrastrándome en estos documentos por

semanas y yo podría usar otro par de ojos.

—¿Estamos buscando algo en particular?

Él levantó su cabeza, podía verlo pensar que decirme.

—Cualquier cosa que mencione algo llamado un PLD.

—¿Un PLD?

Él no explicó más, cuando nuestros ojos se encontraron, sentí como si

me estuviera probando, respiré profundamente y aprisionando mi irritación

al no decirme todas las repuestas, crucé la habitación hacia los estantes me

probaría a mí misma una buena adición a la operación. Encontraría esos

documentos PLD.

—No te veas tan desanimada —dijo Adam después de un momento.

Y juro que había un toque de humor en su voz—. Ni siquiera sé que es y

pertenezco a la operación de La Espina.

—¿Cómo también no sabes que es este lugar? —lo reté, pero más que

todo estaba bromeando. Su bufido hizo eco en la habitación.

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—¿Eso es una insinuación?

—No lo sé Adam, ¿sonó como una? —Me obligué a no mirarlo

aunque quería ver si sonreía un poco, porque imaginaba que lo estaba

haciendo, en su lugar, cogí un montón de libros y comencé a buscar en las

páginas. No entendía la mitad de las palabras en las hojas.

—Oficialmente no sé más que otros…

—¿Y extraoficialmente?

Él dudó.

—Tengo mis teorías y especulaciones. He estado pasando tanto

tiempo como puedo aquí, catalogando y copiando. Descubrí esta habitación

después de recibir órdenes de mi superiores que me decían que buscara

información de la localización de algo PLD.

—¿Qué clase de teorías? —Mantuve mi voz constante, así mi

entusiasmo no lo asustaría. Honestamente intentar que Adam hablara sobre

algo largo y tendido era como tomar carne de las fauces de un perro

hambriento. Especialmente si tenía algo que ver con La Espina, pero como

cualquier habitante nacido en La Helada yo era obstinadamente persistente.

—En Aeralis hay grandes laboratorios, lugares de aprendizaje y

ciencia. Mi padre trabajó en tales lugares, antes de volar al norte. He visto

cosas aquí que me hacen pensar que alguna vez fue igual, solo que más

grande.

—¿Tu padre? —No sabía nada de su familia, exceptuando el

nombre—. Pero ustedes son cerveceros.

Adam levantó su cabeza y me sonrió.

—Él solía mezclar químicos en un laboratorio. Era una broma entre

nosotros cuando llegamos, ahora es nuestra forma de vida.

Traté de imaginarlo viviendo en algún otro lugar, en algún lugar más

al sur y más cálido. No podía imaginarlo en mi cabeza.

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—¿Cómo era donde solías vivir?

—Cálido —dijo—, los inviernos son cortos y solo hay nevadas unos

cuantos meses al año, y mucha gente vive en villas cerca al mar.

¿El mar? Escuché cuentos de grandes cuerpos de agua al sur, este y

oeste de nosotros. Pero nunca he visto ni una fotografía.

—¿Es como un lago?

—Más grande —dijo él riéndose—. El agua se extiende más allá del

horizonte, las olas llegan a la orilla y puedes oler la sal en el agua cuando el

viento golpea tu rostro.

—¿Por qué dejarías algo como eso para venir aquí? —pensé en voz

alta.

Él se rió por lo bajo.

—Mi hogar tenía sus propios problemas, la Enfermedad continuaba

infectando algunos y había mucha violencia, era mucho más seguro aquí, y

para entonces ya tenía deberes con La Espina.

—La Enfermedad —dije. Había escuchado murmullos sobre eso, una

enfermedad que plagó el sur del mundo. Pero no tenía detalles.

Adam frunció los labios.

—Sí —dijo el, dejando en claro que no quería hablar de eso—. El frío

extremo de La Helada e incluso las tierras de Aeralis lo matan, su

expansión fue mejor en los climas cálidos.

Había escuchado eso antes, pero la curiosidad me quemaba. Quería

saber más, pero entendía que él no me daría más información, así que dejé

el tema.

—¿Ustedes no son Lejanos, pero dices que tu padre trabajo en sus

laboratorios?

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—No somos Aeralianos —aceptó él—, pero ellos conquistaron nuestro

hogar, y nosotros nos mudamos a Astralux para encontrar trabajo. Las

atrocidades que observe allí me convencieron de volverme miembro de La

Espina y el peligro en el que eventualmente se encontró mi familia nos

obligó a huir a la Helada.

—¿Peligro?

Un músculo en su mandíbula se apretó, bajó la mirada a sus manos y

sospesó sus palabras como si fuera a decir algo malo si no lo planeaba antes.

—Es una larga historia.

Hice una mueca. Hablé sin pensar.

—Lamento haber traído el tema, no era mi intención interrogarte.

—No lo sientas —dijo él—. Es una pregunta razonable, algún día te

diré más.

La incomodidad llenó el silencio entre nosotros, busque un nuevo

tema, uno seguro que no se entrometiera en su pasado.

—Esta gente —dije, agarrando un montón de papeles y alisándolos—.

¿Ellos hablaban nuestro lenguaje? ¿Cómo puedo leer estos papeles si son de

una civilización antigua? ¿Debería ser capaz de leerlos?

—¿Por qué no? —preguntó Adam—. Después de todo algunos

habitantes de La Helada son descendientes de Los Olvidados.

Solté los papeles, mi boca se abrió, se cerró y se abrió de nuevo.

Busqué palabras: —¿Qué dijiste?

Cuando me volví buscando en su expresión algún signo de broma, no

vi ninguno.

—Los habitantes de La Helada vienen originalmente del sur, justo

como tu familia —dije, mi pulso acelerándose—. Nuestros ancestros

volaron hasta aquí, huyendo de la opresión y la Enfermedad. Porque era

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más seguro aquí, y teníamos una oportunidad de sobrevivir. Nadie quiere

vivir en el extremo frío con monstros merodeando. Somos como un ala-

azul escondiéndose en una ortiga.

—Conozco las historias —dijo Adam quedadamente—. He escuchado

todas las metáforas para explicar nuestra existencia aquí. Pero solo son un

fragmento de la historia, un pedazo de la foto. Algunos de los ancestros

antiguos vinieron del sur. Sí. Pero algunos de los Olvidados se quedaron

aquí también y sus descendientes poblaron las villas de La Helada, y parte

de eso preservó la historia.

El aire dejó mis pulmones en un jadeo.

—¿Cómo sabes esto?

—Hay fragmentos grabados en estas ruinas —dijo él—, cincelados

aquí y allá, garabatos en las paredes. Nombres, cuentas, te puedo mostrar

escribí algunos, tantos como pude encontrar son muy viejos…

Casi no podía hablar, estaba demasiado sorprendida.

Pero Adam —dije—. Si los habitantes de La Helada son los

descendientes de la civilización que construyo este lugar, ¿cómo olvidamos

eso?

—La información se pierde fácilmente —dijo él—, cuando la gente

tiene cosas de mayor presión en sus mente (como sobrevivir) otras cosas

caen al olvido con el tiempo. Han pasado siglos desde que la antigua

civilización se derrumbó y la localización de ECHOLES por si misma pasó

a ser parte del folclor. Los Observadores mantuvieron a las personas

alejadas. El tiempo hizo el resto.

Consideré esto mientras trabajábamos. Nuestra gente tenía pocos

medios para preservar la historia entre nosotros. Tal vez había pasado. Mis

ojos se posaron sobre una página en el documento encuadernado que había

recogido.

—Adam. Mira. —Se lo tendí sin decir nada. La página estaba cubierta

con diagramas y garabatos. En la parte superior, garabateada en tinta espesa

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a mano, estaban las letras PLD. Los diagramas eran indescifrables para mis

ojos. Lo miré de reojo, pero nada tenía sentido—. ¿Esto es útil para

nosotros?

—Tráelo —dijo, y me la bajé a mi izquierda.

Seguimos buscando, y después de un rato, mis ojos empezaron a

dolerle por el esfuerzo de fregar páginas descoloridas mientras que la luz

parpadeaba encima de nuestras cabezas. No encontré papeles más inscritos

con las letras de PLD. Solo el documento desmenuzado con los diagramas

confusos.

Por último, cuando pensé que no podía soportar ni un minuto de la

búsqueda, Adam se levantó.

—Tenemos que volver. Se está haciendo tarde, y tenemos que estar

por delante de la noche.

Agregó que el documento que había encontrado a su saco, y volvimos

al pasillo. La puerta se cerró detrás de nosotros.

—Sella la habitación —explicó Adam—. Es por eso que los libros y

papeles están tan bien conservados.

—¿Qué edad tiene este lugar? —pregunté en voz alta, arrastrando mis

dedos por la pared lisa de piedra.

—Cientos de años, al menos. Tal vez miles. —Él cargó la bolsa y

caminó hacia la escalera en espiral—. Vamos.

Volvimos sobre nuestros pasos por los corredores y las escaleras. Me

quedé mirando todo, reflexionando sobre las reclamaciones de Adam que

mi pueblo había descendido de las personas que alguna vez habían

construido este lugar.

Cuando llegamos a la cima de la última escalera, vi el resplandor de la

luz del sol entraba por la puerta abierta por delante. Alivio brilló en mi

pecho. El aroma de aire frío y limpio encontró mi nariz como el viento

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avivó mi rostro, y aspiré bocanadas profundas mientras salíamos a la luz

del sol.

—Ese lugar es como una tumba.

—Has sido muy valiente —dijo Adam.

Lo miré con sorpresa. El viento cogió su pelo y lo sopló en sus ojos,

ocultándolos de mí. Esperé a que se explicara, pero no lo hizo. Las palabras

se quedaron flotando entre nosotros y me sentí sorprendentemente cálida.

Unos pocos copos de nieve se arremolinaban a nuestro alrededor,

arrastrando mi atención de las declaraciones enigmáticas de aprobación de

Adam. Nubes grises se ocultaban en el horizonte, con la promesa de una

tormenta.

—Está empezando a nevar.

—Bien. Cubrirá nuestras huellas.

Montamos los caballos y volvimos a su casa. A medida que

encontraban su camino de regreso a través de los árboles, traté de arreglar

todo lo que había visto y aprendido en las profundidades de las ruinas

misteriosas.

Echlos.

A mi lado, Adam montó sin hablar, con las manos guiando a la yegua

sin esfuerzo. Mi caballo se abrió paso detrás del suyo. La nieve había

comenzado a caer en serio, nos rodeaba en una cortina de blanco y envolvía

el bosque en un tranquilo silencio. Por costumbre, recorrí el bosque en

busca de signos de los Observadores, a pesar de que no se había puesto el sol

todavía.

—¿Qué vas a hacer con las cosas que encontramos hoy? —pregunté

después de que el silencio comenzara a ahogarme.

Al principio pensé que no iba a contestar. Pero luego dijo en voz baja,

tan baja que casi me lo pierdo.

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—Hay algo que debo descifrar. Espero que ayude.

—¿Descifrar?

Él negó con la cabeza, y vi que no podría obtener más de él. Dejé el

asunto.

El anochecer había descendido en el momento que llegamos al

granero. Desmonté y conduje al caballo en su cuadra. Adam desensilló la

yegua.

—Es casi de noche —le dije—. No será seguro caminar de nuevo. —Él

sabía eso, por supuesto, pero no podía dejar de decirlo. Casi pierdo el

destello de su sonrisa en la oscuridad.

—Tengo mis métodos. Pero voy a tener que dejar esto contigo —dijo,

dejando el paquete lleno de papeles y libros—. Voy a volver por esto

mañana. ¿Está bien?

—Por supuesto —le dije, alcanzándolo—. Voy a agregarlos a la

colección de contrabando.

Nos sonreímos tímidamente el uno al otro, con el tipo de sonrisa

escueta que viene de compartir el peligro y el temor y toda la alegría salvaje

de escapar juntos. Y una parte de mí sentía una punzada de algo más

también, pero entonces Adam se deslizaba hacia la noche y yo estaba sola

en la cálida oscuridad del establo con los caballos vacilantes en mi hombro

y un saco de antiguos secretos de Echlos en mi pies.

Escondí la bolsa en la habitación secreta y regresé a la casa.

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El salón estaba vacío cuando entré.

—¿Ivy? ¿Jonn?

El fuego ardía en la chimenea, y los hilados estaban en las sillas. La

quietud era palpable. Miré a la antigua habitación de mis padres, pensando

que tal vez Jonn dormía, pero la cama estaba vacía. Arriba estaba

igualmente silencioso.

Volví a la habitación principal y llamé su nombre otra vez; mi voz se

astilló por el pánico. Silencio.

Arrastrando una respiración rápida y asustada, corrí a la puerta. Ivy

estaba siempre corriendo, ¿pero Jonn? ¿Dónde podía estar?

El patio estaba blanco, vacío. Las sombras del bosque estaban

sangrando en la creciente oscuridad en el aire. Manchas de nieve se

arremolinaban frente a mi cara. Las únicas huellas en el patio eran las mías,

lo que significaba que habían salido hace horas o nada en absoluto.

Volví a la casa.

—¿Jonn? ¿Ivy?

El sonido más elemental de raspado encontró mis oídos tensos. El

dormitorio.

Corrí a la puerta de la habitación de mis padres y alrededor de la

cama hasta el final de la sala, donde un armario protegía una esquina de la

vista. Me detuve en seco por lo que vi, con la boca abierta.

Mi hermano y mi hermana sentados en el suelo, rodeados de papeles

que estaban luchando para poner en un montón. Se congelaron a mi

entrada. El rostro de Ivy se arrugó en horror, y con las mejillas encendidas

de un rojo brillante.

—Hemos hecho todas las tareas —dijo ella rápidamente, como en un

último esfuerzo para distraerme—. La cuota está acabada. Pregúntale a

Jonn. —Él no me miraba.

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—¿Qué es esto?

Me agaché y agarré uno de los papeles antes de que pudiera

arrebatármelo. Mi mirada cayó sobre él, escritura a mano de mis padres.

Este era uno de los documentos del cuarto secreto debajo del granero. Miré

a mi hermano, el asombro y la rabia me llenaba en partes iguales.

—¿Qué están haciendo?

Un músculo en su mandíbula se tensó. Puso otro papel en la pila que

reunían, presumiblemente para poder meterlo en algún lugar para

esconderlo de mí.

—Leyendo —dijo. Me di cuenta de que estaba enfadado porque

entendía su estado de ánimo mejor que nadie, pero estaba muy tranquilo

cuando por fin levantó la vista hacia mí.

Sin embargo, Ivy no estaba tan tranquila. —Nos estamos

involucrando —dijo ella, cogiendo otro papel antes de que pudiera llegar a

ella.

—¿Involucrando? ¿Con los Thorns?, por supuesto que no.

—Esto no es asunto de Thorns —dijo Jonn.

—Esos papeles involucran a los Thorns —gruñí—. Tienen que

regresarlos.

—Estos son trabajos de nuestros padres, y nos pertenecen a nosotros

—dijo, desafiándome a estar en desacuerdo—. Los estamos leyendo. No creo

que tu Adam sepa lo que hay en ellos.

—Él no es mi Adam —dije, y entonces me detuve en seco cuando el

resto de las palabras se hundieron— ¿Qué hay en ellos?

—Buen intento —dijo, sacudiendo la cabeza—. Pero no. Tú tienes tus

derechos, y creo que hemos encontrado los nuestros.

—Jonn…

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Ivy intentó tirar el papel de mis manos y lo levanté fuera de su

alcance. Miré a mi hermano, que estaba fingiendo ignorarme. Arrastrando

más papeles.

—¿Dónde estuviste toda la tarde? —exigió. Ella renunció a tratar de

tomar el papel de mis manos y se dejó caer al suelo.

Ahora era mi turno para sonrojarme. No les podía decir acerca de ir a

Echlos. Adam se pondría furioso.

—Estuve ocupada —contesté evasivamente.

Ella olfateó. —Estabas con Adam. Te vi salir por la ventana. Fue

entonces cuando nos decidimos a echar otro vistazo a todos estos

documentos en la habitación secreta. Los encontramos en una caja en el

estante.

—Esos documentos no se supone que solamente estén por allí. Tienen

que permanecer escondidos en la habitación de abajo del granero. ¿Qué pasa

si alguien los ve?

—¿Quién los va a ver? —murmuró.

—¡Es peligroso! —miré a mi hermano en busca de ayuda. Estaría en

contra de que Ivy hiciera esto, por lo menos.

Pero esta vez, él no se puso de mi lado.

—Es nuestro patrimonio.

Contuve el aliento.

—Los Thorns…

—No ellos —interrumpió—. Quiero decir, es más que eso.

Me detuve. El silencio llenó la habitación.

—¿Qué?

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—Mira —dijo Ivy. Ella se desplegó a través de la pila y sacó una

página muy arrugada—. Aquí dice que los padres de Pá sabían de la puerta

antes de que la gente de Thorns hubiese venido aquí.

La metió en mi mano vacía y cruzó los brazos sobre el pecho. Bajé la

mirada a la página.

Mis ojos siguieron las palabras y mi corazón dio un vuelco cuando vi

que tenía razón. Era la letra de mi padre. Reconocí el garabato. Las palabras

eran demasiado gruesas debido a la forma en que siempre había presionado

con fuerza el lápiz, y las letras muy inclinadas a la derecha. Miré a Jonn y

lo encontré mirándome fijamente.

—Lee esto —dijo él. Bajé la mirada de nuevo a la página.

Mi boca se secó y mis manos se humedecieron.

Pá me llevó a la Helada hoy. Él me está enseñando el camino a la puerta junto con

las historias. Él dice que este es nuestro secreto más preciado, la herencia de los

Weavers. “Tejemos la historia con el hilo”, decía siempre, y ahora sé que es verdad.

He jurado guardar el secreto. El conocimiento será solo mío cuando haya crecido,

hasta que mis hijos tengan edad suficiente para aprender.

Respiré profundamente. Mis pensamientos giraban, y luché para

acorralarlos en una semblanza de orden. Me encontré con la mirada fija de

Jonn.

—¿Ellos sabían de la puerta incluso antes de que los agentes de

Thorns llegaran aquí?

Se pasó una mano por su pelo, su expresión enojada caía en una de

asombro perplejo.

—Si el Abuelo le mostró estas cosas cuando llegó a la edad adulta,

entonces tenía que ser así. Los Thorns llegaron a existir a causa del

conflicto Aeralian. Solo han existido desde hace cinco o diez años a lo

sumo. Esto fue escrito antes de que naciéramos.

Me esforcé para dar sentido a todo.

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—¿Así que el cuarto secreto debajo del granero no se construyó como

una cámara espía para los Thorns? —pregunté.

—No lo creo. Pero casualmente coincidía perfectamente con la

agenda de Thorns cuando llegaron —dijo.

Me quedé mirándolos a los dos.

—Entonces, ¿qué significa todo esto? ¿Por qué nuestra familia sabía

estas cosas?

—No lo sé —dijo—, pero tengo la intención de averiguarlo.

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Capítulo 11 Traducido por PaulaMayfair

Corregido por La BoHeMiK

No era día de la Asamblea o el Día de Cuota, pero fui al pueblo a la

mañana siguiente de todos modos. No podía pensar más allá de las cosas

que había visto en Echols, las revelaciones que mis hermanos habían

descubierto en las cosas de nuestros padres, y la necesidad de ver a Ann

para ayudarme a ordenar a través de todo lo que sentía. Mis pensamientos

estaban en una maraña, y las espesas emociones batían rápidamente,

estimulando mis pasos cada vez más precipitados mientras corría por el

sendero. Apenas estaba prestando atención, así que cuando vi a más

soldados adicionales llenando la calle y oí el chirrido de los vagones de

Lejanos retumbando al pasar, mi boca se secó.

¿Qué estaba pasando?

Pistas frescas del vagón abarrotaban las calles y convirtió la tierra

congelada en un barro surcado. Los soldados gritaban órdenes guturales a

los hombres vestidos con harapos. Sus rostros demacrados y ojos huecos me

perseguían. Mientras desaceleraba para mirar, uno de los soldados se volvió

y barrió su mirada al otro lado de la calle. Lo reconocí, el bruto del patio de

cuotas que había acosado a Ann y me amenazó. Apresurándome, tiré de la

capa más apretadamente alrededor de mi cara. Necesitaba encontrar a Ann.

Confusión emocional o no, necesitaba saber lo que estaba pasando en el

pueblo. Estaba con La Espina ahora. Tal información podría ser crítica.

La casa del Alcalde estaba encima de la colina más alta del pueblo, y

mis pulmones estaban ardiendo en el momento en que llegué a ella. Me

detuve junto a la puerta, mirando como el viento abanicaba mis mejillas y

jugaba con los bordes de la capa. Los tableros blancos de la casa brillaba en

el pálido sol de invierno, y los carámbanos brillaban como colmillos a lo

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largo de los rieles del porche. La mayor parte del pueblo estaba hecha de

piedra extraída de la tierra helada, pero la casa del Alcalde fue construida a

partir de tableros tallados y pintados a un reluciente blanco. Las delicadas

terrazas rodeadas de historia, se extendían hacia los jardines. Era la imagen

de la opulencia, indulgencia y la exclusión.

Un coche negro estaba en frente de la casa, las ruedas tenían los

bordes con afiladas púas y los caballos estaban vestidos con relucientes

cadenas.

Tragué saliva, tomando nota de los picos y las cadenas. ¿Qué era eso?

¿El Alcalde había metido otro símbolo de su mal adquirido poder o

pertenecía al Oficial Raine? Era claramente Aeraliano, no había sido hecho

en La Helada, y quienquiera que conducía quería enviar el mensaje de que

era poderoso, peligroso, y que no se metieran con él.

Pero tenía otras preocupaciones además de localizar al propietario del

carro. Necesitaba hablar con Ann.

En vez de ir a la puerta principal, me deslicé por el jardín en la parte

trasera y golpeé la puerta de servicio. Una criada asomó la cabeza. Ella

parpadeó cuando me vio, y me apresuré a explicarle.

—Necesito hablar con Ann. Tengo un poco de hilo para mostrarle. —

Era nuestra señal. Lo habíamos arreglado meses atrás.

Asintió con la cabeza y se agachó de vuelta en torno a la puerta

mientras me deslizaba fuera del porche y de vuelta al jardín. Las ramas

desnudas de los árboles y arbustos me escondían un poco, así que esperé en

la esquina de la casa. En torno a ella, pude ver el coche negro.

Pasos golpeaban fuera de la vista, y me tensé al oír retumbar la voz

del Alcalde en un murmullo bajo desde el porche. Me presioné contra el

costado de la casa mientras figuras arrastraban los pasos hacia el camino,

pero alcancé a verlos de todos modos.

El Alcalde iba delante, flanqueado por dos soldados. Otro hombre lo

siguió dos pasos por detrás. Estaba de espaldas a mí, y lo único que podía

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ver eran un par de relucientes botas negras y un manto largo y negro con

una raya púrpura en la parte inferior. ¿El Oficial Raine? Pero no, la

caminata no indicaba eso, y el cabello del hombre era negro en vez de color

marrón. Pero caminaba con la misma autoridad implícita del oficial Lejano.

Mi pecho se apretó firmemente con aprensión.

¿Quién era él?

La misteriosa figura se detuvo ante el carruaje, con la mano en la

puerta.

—¿Confío en que no experimentaremos ninguna... oposición... a

nuestros objetivos aquí? —dijo el hombre de la capa, y el tono que utilizó

era suave y pausado, como una caricia de una hoja del cuchillo contra la

piel.

Yo podía ver la cara del Alcalde, desde mi punto de vista. El asintió,

sus ojos parpadeando al hombre con capa y luego al suelo. Parecía

encorvado, casi encogido, como si se hubiera arrugado como un pergamino

viejo en la presencia de este Lejano.

—Ninguna —le aseguró al hombre.

—Bien. Cuento con su cooperación, señor Alcalde —El pronuncio

“alcalde” con desdén, como si quisiera acentuar el significado de la broma

que era.

El Alcalde se quedó en silencio.

El hombre encapuchado se metido en el carruaje, la puerta se cerró

detrás de él, uno de los soldados saltó al asiento del conductor y tomó las

riendas. Los caballos se echaron a correr, y el carruaje se alejó. Todavía no

había visto el rostro del hombre, solo la espalda, pero lo que había visto me

había dicho todo lo que necesitaba saber.

Los Lejanos deben haber enviado su representante oficial de Aeralis.

Entonces, igual Ann había dicho que lo harían. No habría ningún pretexto

por más tiempo ahora.

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Estábamos bajo el tacón de la brillante bota negra de Aeralis.

—Lia —susurró una voz a mi lado.

Me eché hacia atrás desde el porche y giré. Era Ann.

—Gracias a Dios.

Me tocó la mano.

—¿Necesitabas verme?

—Yo… yo… —Mis pensamientos eran una maraña. Me esforzaba por

recordar lo que había venido a preguntarle. Todo lo que podía ver eran las

botas y las afiladas púas del carruaje de los Lejanos, viéndose como si

hubieran cortado a alguien tan tonto como para acercarse por la mitad—.

¿Qué está pasando? Hay más soldados, carros y esa persona en el abrigo

negro…

—Él acaba de llegar —dijo Ann—. Es un noble de Astralux; lo

recuerdo de mis visitas. Él vino aquí para emitir sus demandas a mi padre y

hacer que nos arrastremos a sus botas. —Se apartó un rizo colgando en sus

ojos, y no me perdí la forma en que sus dedos temblaban—. Y supongo que

él consiguió su deseo de humillarnos. Mi padre está a punto de romperse

por la presión. —Sus ojos se dirigieron a los míos y luego a lo lejos; su boca

se apretó cuando se dio cuenta que él no recibiría simpatía de mi parte.

Miré al suelo. Yo no era especialmente empática con el traidor de su

padre, pero lamentaba que ella sufriera.

—¿Sabes algo más? ¿Quién es él? ¿Qué va a hacer?

—Se llama Korr —dijo—. No sé lo que está planeando, el hombre crea

sus movimientos como si estuviera jugando un juego de estrategia

elaborada. Habrá otra Asamblea mañana. Ordenó a mi padre reunir al

pueblo en el patio de cuotas para que pueda dirigirse a nosotros.

Probablemente va a decirnos mentiras acerca de cómo su pueblo lo envió a

ayudarnos, o alguna otra tontería repugnante.

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¿Adam sabía de esto? Necesitaba poner una señal para él esta noche

para que pudiera pasar esta información.

—¿Crees que él está aquí para reemplazar a Raine?

—No lo sé. Pero ellos no parecen ser amigos. Podrías congelar la

leche con la mirada que se daba el uno al otro.

Me mordí el labio, pensativa.

—Lia —dijo Ann, y negó con la voz—. ¿Qué vas a hacer? Tienes una

mirada en tus ojos…

—¿Cómo se llama el Lejano de nuevo? —interrumpí. Yo no la dejaría

preocuparse por mí. No podía. Enterré sus preguntas con mi brusquedad.

—Se llama Korr.

—Korr —repetí. Incluso su nombre sonaba fuerte y peligroso. Me

estremecí. Tuve una sensación terrible de hundimiento ante todo esto.

—No vayas a hurgar porque sé que eres curiosa —advirtió—.

Simplemente déjalo. Quiero que estés a salvo.

—¿A salvo? —Casi me reí, pero el sonido se atascó en mi garganta y

se convirtió en una tos—. No hay nada de eso. Nunca lo hubo, y

ciertamente no ahora.

Se mordió el labio y no discutió conmigo, porque no había ninguna

discusión con eso. Era la verdad.

La linterna brillaba como una estrella que caía contra el telón de

fondo de los árboles, la miré desde la ventana de mi dormitorio. Ivy

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dormía, su respiración era suave y rítmica como el sonido de un arroyo en

deshielo. A través del vidrio helado del cristal de la ventana, el bosque era

solo una muestra de negrura contra un cielo pálido.

Estaba esperando a Adam. Había enterrado la nota sobre Korr en la

nieve como me había dicho que hiciera, pero quería estar despierta en caso

de que llamara a la puerta y quisiera más detalles.

Pero no vino, aunque esperé la mitad de la noche con los ojos

esforzándose por ver el movimiento alrededor de la luz.

Me dormí en la ventana. Cuando desperté, ya era de mañana y todos

mis músculos estaban rígidos. Por un breve instante, mi mente comprendió

el motivo de ansiedad que roía mi estómago como una rata, y luego se

precipitaba nuevamente… Korr, encima de todo lo que estaba pasando. La

Asamblea especial que él había pedido. Las cosas que estaban construyendo.

Fui al armario y abrí las puertas. Escogiendo un vestido fresco, me

bañé rápidamente, temblando de frío mientras el agua tocaba mi piel.

Tenía que ir a la ciudad. Tenía que saber lo que estaba pasando. Fuera

lo que fuese, no podía ser bueno.

Me deslicé hasta el granero para alimentar a los animales, y antes de

entrar saqué la linterna. Mi corazón saltó en la garganta cuando me di

cuenta de que la nieve había sido alterada. Excave en el montón de blanco…

mi nota había desaparecido. Levanté la mano del hielo. Una piedra envuelta

en plástico estaba en el centro de mi mano, y cuando lo desenvolví había un

trozo de papel. Una nota para mí. Le di la vuelta en mi mano.

“Me enteré de la nueva llegada. Su reputación le

precede. Haz lo que puedas para averiguar lo que quiere”

–A

Otra nota. Me volví un círculo en el patio, buscando pistas, pero no vi

nada. ¿Cómo Adam la había recogido sin que lo viera? Había estado

observando la mitad de la noche.

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Su reputación le precede. ¿Qué significaba eso? ¿Adam había oído

hablar de este hombre?

No había tiempo para pensar más allá. Yo guardé la nota y fui a dar

de comer a los animales. Tenía que llegar a la aldea pronto.

Salí de la casa al mediodía y tomé el camino a través de La Helada. El

frío gris del bosque me envolvió y me hizo temblar al igual que siempre,

pero mientras escaneaba la línea de árboles por Observadores, mi mente

estaba saltando por delante a la perspectiva de Korr. El temor se extendió

densamente sobre mis hombros como un manto de plomo, y pesaba sobre

mis pasos cuando llegué al lugar donde comenzó la Jaula.

La aldea estaba llena de soldados Lejanos. Busqué por todas partes a

Ann, pero lo único que podía ver era el gris de los uniformes de los Lejanos

y las capas azules de leñadores y agricultores. Los aldeanos se acordonaban

sin descanso frente al Salón de la Asamblea, y me uní a ellos, sin dejar de

observar cualquier signo de la brillante capa roja de Ann o una harapienta

azul de Adam. Una sorda sensación de pánico roía mi estómago, aunque no

sabría decir por qué me sentía tan asustada. Korr era solo otro Lejano.

Habíamos cientos de ellos pululando alrededor ahora. ¿Qué era la adición

de uno más a la mezcla?

El crujido de las ruedas contra el lodo de la calle señaló la

aproximación del carro, y todos retrocedieron mientras el negro carruaje

Aeraliano que había visto ayer se detuvo ante la Sala. La puerta se abrió de

golpe y esas botas relucientes descendieron, seguidas por el mismo hombre.

Mi garganta se cerró, ahogando el grito de asombro cuando vi la cara

de Korr.

Era Gabe.

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Capítulo 12 Traducido por Isane33, Mais020291 & Auroo_J

Corregido por La BoHeMiK

Mis pensamientos cesaron. Era momentáneamente incapaz de

moverme.

¿Gabe?

No. No puede ser. Es imposible. Tragué una bocanada de aire mientras

la conmoción adormecía mi sangre y me congelaba la piel. Él se había ido

por la puerta. Dejándonos para siempre, no podía ser…

El Lejano salió de la sombra del carruaje a la luz del sol, y exhalé

bruscamente cuando me di cuenta de la verdad.

No era Gabe.

Pero era alguien tan parecido a Gabe que había sido engañada. Su

cara, ojos, movimientos... era casi idéntico al Lejano fugitivo que había

escondido en mi granero meses atrás.

Había algunas diferencias, como la edad siendo la más obvia. Korr,

aunque todavía es un hombre joven, parecía varios años mayor que Gabe.

Sus ojos y cabello eran más oscuros; su nariz era perfectamente recta, a

diferencia de la torcida y rota de Gabe. Sofisticación, control y un aire de

crueldad se aferraban a él como un segundo manto.

Sin embargo, por otra parte, podrían ser gemelos.

¿Qué significaba? Mi mente se negaba a poner las piezas juntas para

entenderlo aun cuando la verdad se escondía como una sombra en los

bordes de mi conciencia. Cada pensamiento en mi mente se había

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congelado. La información que había absorbido se había cristalizado,

fragmentándose en algo duro y doloroso.

Korr dio un paso hacia adelante, flanqueado por dos soldados Lejanos.

Sus ojos recorrieron la multitud como si estuviera buscando algo y su

mirada se detuvo en cada cara como si estuviera memorizando nuestros

rasgos. Los aldeanos permanecieron tan inmóviles como árboles mientras él

se movía entre la multitud, inspeccionándonos a todos. Yo quería alejarme

hacia la nada, pero no me atreví a moverme. Huir o alejarme atraería más la

atención. E incluso si hubiera tenido el valor, o la razón, no creo que mis

pies se habrían despegado del suelo. Estaba muy conmocionada.

Cuando su mirada me alcanzó, cada músculo de mi cuerpo se puso

rígido y el silencio resonó en mis oídos, tan fuerte como un grito. La mirada

de Korr permaneció sobre mí durante un imposible lapso de tiempo.

¿Fueron cinco segundos o cinco minutos? El sudor estalló en mis manos,

labio superior y goteo entre mis omóplatos. Mi piel se estremeció mientras

el sudor se reunía con el aire helado. Era prisionera de esos ojos.

Finalmente, rompió el contacto visual y siguió adelante. Tomé aire y

traté de no temblar visiblemente. Sentía las piernas como gelatina y mi

estómago estaba enfermo por contraerlo tan fuertemente.

El cruel fantasma de mi antiguo amor acababa de mirarme fijamente

a los ojos con una expresión que prometía cosas terribles. Un violento

escalofrío me sacudió y sujeté mis labios para no hacer ruido. No estaba

preparada para esta pesadilla.

Una mano rozó mi muñeca y poco a poco giré la cabeza.

Adam.

Sus oscuros ojos me impactaron, leyendo la confusión en mi cara y se

acercó como si tratara de obtener una mejor visión de Korr. Pero sus largos

dedos se deslizaron en los míos y los apretó una vez, como si me estuviera

dando la fuerza para seguir de pie. Mi estómago se tensó, el calor se

derramó hacia el interior, y dándome cuenta de que podía respirar de nuevo,

mientras permanecíamos con nuestros dedos tocándose a través de los

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guantes y nuestros ojos, vigilando los movimientos que Korr hacia el frente

de la Sala de Asambleas. Y nadie nos vio, todos los ojos de la gente estaban

fijos en Korr.

Espera. ¿Qué estaba haciendo, sosteniendo la mano de Adam?

Aparté mis dedos muy suavemente. La expresión de Adam no

cambió, pero el espacio entre sus cejas se frunció ligeramente. ¿Estaba

enojado? Lo miré, pero él estaba viendo a Korr y pude ver la creciente

comprensión que cruzó su rostro cuando hizo la conexión de que el noble

podría ser casi el gemelo de Gabe.

Korr subió las escaleras de la Sala de Asambleas. Cuando llegó a la

cima, se dio la vuelta y miró a la multitud, con una sonrisa en la boca de

una forma que lucía exactamente igual que un Gabe más cruel y sádico. La

capa negra ondeaba en una ráfaga de viento, haciendo soplar su largo y

oscuro cabello sobre sus ojos y alrededor de la boca. Él levantó una mano

enguantada y apartó los mechones. Los escalofríos corrieron por mi piel

como mil arañas diminutas. El movimiento fue tan casual y sin embargo

tan deliberado. Decía mucho sobre el hombre.

Un movimiento a la izquierda me llamó la atención, vi al Oficial

Raine y sus hombres empujando entre la multitud en la esquina más alejada

de la Sala de Asambleas. La boca de Raine estaba fija en una mueca y su

mano descansaba en la pistola en su cintura mientras caminaba hacia

adelante, los hombros se sacudían con cada paso que daba. Me preguntaba si

incluso había sido informado sobre esta reunión. ¿Korr y el Alcalde hicieron

los arreglos a sus espaldas?

La compañía de soldados Lejanos que seguían a Raine llegó a los

escalones y se detuvieron. Raine se cruzó de brazos y miró a Korr como

lanzando un desafío silencioso.

De repente, el peligro se cernía sobre la escena como una sensación

muy brillante en el aire después de un relámpago.

Pero Korr se limitó a sonreír.

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—Gente de La Helada —dijo, hablando lo suficientemente alto para

que su voz llenara la plaza—. Puedo ver por sus caras que son aprensivos

acerca de mí. Y no los culpo. —Habló en tono familiar, como si todos

fuéramos confidentes conversando juntos durante una comida.

La gente a mí alrededor se movió y algunos murmuraron en

disentimiento. Intercambié miradas con Adam.

¿A qué estaba jugando este noble?

Korr alzó una mano enguantada como para acallar los murmullos.

—Oh, conozco los signos en mi contra. Soy un Aeralian. Uno de los

opresores. Soy un Lejano de sangre noble. —Enumeró sus puntos con una

mano, sin dejar de sonreír—. Pero déjenme asegurarles… estoy aquí para

ayudar. —Miró a Raine y sonrió más amplio, como si supiera un secreto

excitante que nadie más sabía—. Nuestro pueblo no ha sido precisamente

agradable con ustedes, ¿verdad? Tomen al Oficial Raine. Conozco bien al

hombre y apostaría a que no es alabado alrededor de sus chimeneas por la

noche.

Una suave tormenta de murmullos llenó el aire. Raine parecía estar

sosteniéndose aún con fuerza de voluntad. Los soldados detrás de él

intercambiaron una mirada. Fruncí el ceño. Había algún tipo de historia

entre ellos. Podía sentirlo. Korr estaba provocándolo... pero ¿por qué?

»Ustedes podrían pensar secretamente en su corazón que él es severo.

Bueno, es un soldado. —Korr arrastró las palabras, dirigiéndole al oficial

Raine una sonrisa que pretendía ser indulgente. Sus ojos eran agudos y

llenos de malicia—. Él no es propenso a mimar. Créame, tiene su propia

reputación en casa. ¿Alguna vez han oído cómo adquirió su cojera?

Los labios del oficial Raine se pusieron blancos de rabia.

Todos estábamos en la palma de su mano ahora. Nadie se movió ni

habló. La mención de tal historia prometía cosas increíbles. Enemigo o no,

Korr nos había intrigado.

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Korr echó la cabeza hacia un lado, como si considerara el valor de

contarla. El momento se extendió, cada segundo zumbando con tensión.

—Ah —dijo finalmente—. En otro momento, aunque les aseguro que

la historia es una muy heroica.

A la cara de Raine le estaban saliendo manchas de color púrpura.

»Pero basta de temas tan desagradables —dijo Korr—. Vamos a

hablar de mí. —Hizo una pausa, observándonos, sonriendo de nuevo—. He

sido enviado para que actúe como cónsul en nombre del gobierno Aeralian.

Gente buena, eso significa que he sido enviado para que los represente.

Estoy seguro de que están al tanto de nuestra situación en Aeralis. Nuestra

nación está en guerra. Necesitamos todos los amigos que podamos

encontrar. Y si los soldados no pueden ganarse completamente al pueblo de

La Helada y mantener a los monstruos fuera por la noche, bueno... —Se le

marcaron los hoyuelos—. Nuestro poderoso emperador decidió darle la

oportunidad a un noble.

Los murmullos comenzaron a silbar en torno a mí de nuevo, esta vez

más fuerte, pero no pude captar las palabras susurradas de nadie. Mi mente

daba vueltas. Noble. De la familia de Gabe. ¿Enviado por el Emperador?

Era muy conveniente. ¿Qué estaba haciendo realmente aquí?

»Vamos a tener que llegar a conocernos mejor, creo —prosiguió

Korr—. Y como su cónsul, voy a ponerme a disposición de cualquier

persona que desee hablar conmigo. Quiero saber todas sus inquietudes,

observaciones y necesidades. Voy a mantener una estrecha vigilancia sobre

todos y cada uno de ustedes.

No era tanto una promesa sino una amenaza. ¿Estaba aquí para

espiar?

»Creo que vamos a llevarnos bien —terminó Korr. Lanzó una mirada

al oficial de Raine, cuyas manos se habían anudado en puños—. ¿Quiere

decir unas pocas palabras, Oficial?

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Raine no mordió el anzuelo. Se tragó su furia, negando secamente y

luego el Alcalde arrastró los pies por las escaleras, tomando el lugar de Korr

tan dócilmente como un niño.

—La cuota será incrementada por la mitad —anunció—, para proveer

a los trabajadores que construyen el consulado.

Todo el mundo a mi alrededor respiró hondo. Sentía como si el aire

hubiera sido succionado de mis pulmones. ¿Ellos estaban aumentando

nuestra cuota por la mitad? ¿Cómo podríamos encontrar el tiempo

suficiente? Para como estaban las cosas, estábamos trabajando hasta

extenuarnos.

—Eso es todo —dijo el Alcalde bruscamente.

Fuimos despedidos.

La multitud se apartaba torpemente mientras cruzaba miradas con

Adam. Quería hacerle preguntas, pero él negó ligeramente con la cabeza.

No aquí. Nos separamos sin hablar. Sabía que me encontraría más tarde, tal

vez incluso vendría por la noche a la granja.

Y yo necesitaba encontrar a Ann.

La busqué en las calles, pero no vi ni rastro de la capucha de color rojo

brillante. Pasé el patio de la cuota, y más allá de ella vi las paredes del

consulado que Korr había mencionado. Ya el edificio brillaba fríamente a la

luz del sol, una cosa extraña en medio de nuestras casas de madera. Se

construía rápidamente, mucho más rápido de lo que podía entender. Me

pregunté con una punzada de aprensión lo que los Observadores pensarían

de esta novedad. ¿La tecnología adicional de los Lejanos los llevaría a

enojarse mucho más?

Finalmente me di por vencida en la búsqueda de Ann. Tenía que

llegar a casa. Jonn e Ivy estarían muy preocupados.

Justo cuando doblaba la esquina para dirigirme a la Jaula, una mano

me agarró del brazo. Giré.

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Ann.

—Oh —suspiré, agarrando con fuerza—. Estaba preocupada…

Ella estaba súper pálida hoy y su capa parecía envolver su esbelta

figura incluso más de lo habitual. Más círculos oscuros rodeaban sus ojos y

el corte en su mejilla había formado costras.

—No te preocupes —murmuró ella, con los ojos moviéndose

rápidamente mientras hablaba—. Soy la hija del Alcalde, ¿recuerdas? No

pueden tocarme. —Pero su expresión desmentía las palabras, hizo una

mueca mientras hablaba. Noté que sus manos parecían delgadas, más

frágiles de lo normal y sus labios estaban casi incoloros. Me percaté de su

apariencia.

—¿Estás segura de que estás bien?

—Estoy bien —interrumpió ella—. Es solamente todos estos ataques

de los Observadores... —Apartó la vista mientras un par de soldados

Lejanos nos pasaban—. Y... quería pedirte algo. Un favor.

—Cualquier cosa —le dije sin vacilar.

—Las familias de los Ancianos se reúnen para una fiesta privada con

el Oficial Raine y Korr. Todo es idea de Raine, verás... una estratagema

para demostrar que está a cargo aquí y que todos nos llevamos bien. Voy a

organizar la reunión en la casa de mi padre —Ella vaciló, mordiéndose el

labio—. Nos faltan algunos sirvientes y pensé que…

Mi corazón dio un vuelco mientras las palabras se hundían.

Sirvientes. La vergüenza corrió a través de mí. Ella quería que trabaje en su

casa como sirviente.

—Oh.

Su rostro se apretó.

—Estamos pagándole a la gente con comida. Sería como la cuota. Y sé

que necesitas comida extra, así que pensé…

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En mi cabeza, vi la nota de nuevo. “Haz lo que puedas hacer para

descubrir lo que él quiere”.

Si hacía esto, sería capaz de mantener un ojo en Korr. ¿No era eso lo

que Adam quería?

—Está bien —dije, cerrando mis ojos y apretando los dientes. Era la

idea más aborrecedora que había tenido, pero era una oportunidad y no iba a

desperdiciarla.

—¿Sí? —Tomó un profundo respiro y lo soltó. Claramente había

esperado que yo me rehusara. Su alivio era palpable—. Gracias, Lia. Eres

una verdadera amiga.

O una verdadera idiota, pensé oscuramente. El silencio corrió entre

nosotras.

—He visto a Everiss —dijo, cambiando el tema con una nota de

desesperación en su voz, y la forma en que lo dijo hizo que mi estómago se

retorciera, porque su tono lo había hecho sonar como si me estuviera

advirtiendo para prepararme. ¿Qué más podría haberle pasado a esa familia?

—¿Cómo está?

—Ella… —Ann se detuvo e hizo un gesto inútil con una mano—.

Bueno, me ha estado evadiendo. Pero las cosas han sido difíciles para su

familia.

—¿Por qué te estaría evadiendo?

—No lo sé. Aunque, la he visto en compañía de alguien y esto hace

hacerme algunas preguntas.

—¿Se reconcilió con su novio?

—No… el hijo del herrero. Creo que se llama Leon.

El entendimiento me atravesó como un cuchillo. La miré boquiabierta

mientras las piezas caían en su lugar. Everiss estaba evadiendo a Ann, y

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saliendo con Leon… No. No podía ser. Everiss y Ann habían sido amigas

cercanas desde que eran bebés.

Pero la certeza me atormentó, y me sentí enferma.

—¿Estás absolutamente segura que te está evadiendo?

Ann juntó las manos sobre su pecho y volteó su rostro contra el

viento.

—No soy la persona más querida ahora mismo, Lia, gracias a mis

conexiones con los Lejanos.

—Gracias a las conexiones de tu padre —murmuré. Miré la costra en

su mejilla y mi sangre hirvió—. No entiendo esta locura. Traicionando a los

amigos, cambiando las lealtades…

—La gente tiene que hacer lo que necesita para vivir. —Metió un

mechón de cabello detrás de su oreja e intentó sonreír, pero no alcanzó sus

ojos.

Miré hacia el sol en lugar de responder. La traición de Everiss era

muy molesta. No podía pretender entenderla.

—Necesito regresar.

—Espera —dijo rápidamente—. Necesito hablar contigo sobre algo.

Me detuve, esperando a que se explicara. Ella sacudió su cabeza.

—No aquí. ¿Mañana en el jardín detrás de mi casa? Por favor.

—Por supuesto —dije, pero el enojo aún estaba hirviendo en mis

venas.

Nos abrazamos, luego me dirigí hacia el jardín, y a casa.

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Los pensamientos se arremolinaban espesa y rápidamente, como

copos de nieve en mi mente mientras trabajaba en la cuota de esa noche.

Mis reflexiones saltaron entre Everiss, Ann, Raine y Korr… pero

mayormente pensé sobre Korr. Él se parecía mucho a Gabe. Ambos eran de

familias nobles. No era una coincidencia… deben de estar relacionados.

¿Primos? ¿Incluso hermanos? Pero este hombre era cruel, calculador,

y claramente trabajaba con el dictador de Aeralian.

¿Qué estaba sucediendo?

Claramente Gabe había dejado algunos detalles importantes sobre su

vida cuando me había dicho las cosas. Este pensamiento se aferró en mi

mente como una telaraña, pegando todos mis otros pensamientos juntos y

rehusándose a dejarme ir.

—¿Cómo puedes trabajar como una sirviente para los Lejanos? —

demandó Ivy, caminando desde la ventana a mi lado y rompiendo entre mis

pensamientos. En su silla junto al fuego, Jonn estaba sentado en silencio y

sombríamente. No me miraba mientras trabajaba con el hilo. Aún no

estábamos en buenos términos desde nuestra pelea.

—Es para Ann —dije cansinamente.

Estaba cansada de explicar, y aún no les había dicho sobre el parecido

entre Gabe y Korr. Las palabras se pegaron en mi lengua cuando intenté

hablar. Me sentí con los huesos cansados y enferma. Aparando el hilo a un

lado, fui hacia la ventana y me asomé.

—¿Estás esperando a Adam Brewer? —preguntó Jonn desde la silla.

Su voz era baja y plana.

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—Yo…

Había estado esperando que viniera. No había apagado la linterna,

pero teníamos cosas que discutir. Como si fuera una señal, un golpe débil

sonó en la puerta. Todos nos estremecimos; Jonn e Ivy me miraron. Respiré

profundamente y crucé la habitación. Me detuve, mi mano cerniéndose

sobre la manija.

Un Observador no tocaría, y un Lejano sabía que no debería de estar

vagabundeando por la noche. Alcé el barrote y abrí la puerta.

Los ojos oscuros de Adam encontraron los míos. Se apoyó contra el

marco, su capa aleteando en el frío invierno que azotaba a su alrededor y

dentro de la casa. Detrás de él, el nevado patio brillaba de plateado en la

oscuridad, y vi los contornos de sus huellas. Algo más también había

entrecruzado la nieve.

—¿Trazos de Observadores? —susurré.

Asintió con un tirón de su cabeza. Fue ahí cuando noté la sangre

floreciendo en su manga.

—¿Adam?

Tome su camisa y lo jalé hacia adentro, cerrando la puerta detrás de

mí. El frío del aire de afuera colgó entre nosotros mientras apartaba la tela.

Estaba rebanado en tiras y teñido de un rojo oscuro.

—¿Fueron Observadores? —Ivy corrió a mi lado con su chirriante

voz.

Sentí la atención de Jonn afilarse, y se levantó para ver, pero no

habló.

Adam encontró mis ojos y su mirada estaba llena de cansancio,

renuencia y algo más que no pude nombrar, algo que tiró de mí en lo más

profundo. Era como si me estuviera pidiendo que arreglara algo que había

sido roto, pero no su brazo.

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—Observadores —confirmó, la palabra era casi un suspiro.

Lo ayudé a caminar hasta el fuego, luego me apresuré hacia la cocina

por la tetera y una botella de whisky. Cuando regresé, él ya se había rodado

hacia atrás la manga arrancada de su camisa. Ivy estaba a su alrededor, y

Jonn se había levantado para mirar. Coloqué la tetera en ebullición por si

acaso necesitáramos agua caliente, luego me hundí en el lado de Adam y

alcancé su brazo.

El corte era uno limpio, casi como si hubiese sido hecho por un

cuchillo. Entre las cosas salvajes de La Helada, solo las garras de los

Observadores eran tan afiladas. Riachuelos de color rojo se moldeaban a lo

largo de la piel cortada y trazaban un camino escarlata hacia su antebrazo.

Adam hizo una mueca pero no realizó ningún sonido mientras la secaba

con whisky de la cocina y luego la envolvía con tiras de trapos limpios. Él

estaba pálido pero resuelto, y miró a Jonn como si él estuviera emitiendo o

aceptando un reto.

—¿Vas a decirnos qué sucedió? —pregunté cuando terminé.

—Un Observador salió de la nada. No lo vi. Sentí el viento

precipitarse sobre mi cabeza, escuché un gruñido, y corrí. Pero la criatura

capturó mi brazo con sus garras.

—Otro ataque —murmuré.

—Es la presencia de Los Lejanos, ¿verdad? —Jonn se inclinó hacia

adelante en su silla—. Los está agitando. Pueden sentir lo foráneo de los

materiales y la tecnología que han traído a la villa. Se están cansando.

Adam alzó sus cejas en un silencioso acuerdo.

—Eso creo, sí.

—Tú sabías esto —continuó Jonn, su tono volviéndose acusatorio—.

Sabías cómo los peligros estaban creciendo, y aun así arrastraste a mi

hermana a este desastre.

Volví mis ojos atónitos hacia él.

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—¡Jonn!

Hubo un breve y escalofriante silencio. Los ojos de Adam se

entrecerraron ligeramente.

—No la arrastré hacia nada —dijo él—. Ella tomó ésta decisión por sí

misma. Pero la necesitamos. Y sí, es peligroso. No lo negaré.

—Nuestros padres murieron, Brewer.

—Muchos lo han hecho —dijo Adam glacialmente—. Y la población

de La Helada no es delicada con el tema del peligro. Pero de esto no es sobre

eso, ¿verdad? Se trata de algo más.

—¿Cómo te atreves…?

—Detente —interrumpí—. Todos estamos en peligro, y si no hago

algo sobre Los Lejanos, entonces solo se pondrá peor. Estoy haciendo esto

por ti, Jonn, y por ti, Ivy.

—Si estamos todos en peligro, ¿entonces por qué no me dejas ayudar?

—gritó Jonn.

Bueno. Ahí estaba el meollo de la situación. Estaba sorprendida, sin

respuesta ante su arrebato, así que solo lo miré.

—Deja en paz a tu hermana —dijo Adam—. Esto es entre tú y ella, y

no sobre La Espina.

—Esto no te involucra a ti —dijo Jonn.

—Ustedes dos —espeté—. Paren.

Se miraron uno al otro. La respiración de mi hermano vino en jadeos.

Su mirada se deslizó a mi cara y luego se apartó, una mancha de color

brillante se filtró a través de sus pómulos. El fuego hizo chispas y crepitó.

Adam miró la pared, sus brazos cruzados con fuerza. Ivy hizo un suave

sonido que estuvo entre un gemido y un sollozo, rompiendo el grueso

silencio.

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—Paren —dije de nuevo—. Estamos perturbando a Ivy.

—No soy una niña —ella refunfuñó.

Jonn y Adam se miraron el uno al otro, como dos lobos defendiendo

sus respectivos territorios, pero no dijeron nada más.

Mis ojos se cerraron con un efímero alivio, mientras la boca del

estómago se removía con inquietud. Me sentía como un ave atrapada en

una red que lentamente se estaba apretando. Tantas lealtades opuestas.

Tantas consideraciones opuestas. Cuando los abrí, Adam me estaba

observando.

Aún necesitaba hablarle sobre Korr. Pero, ¿cómo encontraría la

oportunidad con mis hermanos dando vueltas? Un plan se formó en mi

cabeza.

—Escucha —dije—. Creo que deberías quedarte, como la última vez.

Puedes hacer una cama aquí cerca al fuego.

—Estaré bien…

Toqué su hombro.

—Tu brazo está herido, hace mucho frío y los Observadores aún

están ahí afuera. Quédate, Adam. No seas tonto.

Miró mi mano en su brazo, luego mi rostro, y no pude interpretar su

expresión.

—Está bien —dijo lentamente.

—Está bien —repetí, retirando mi mano—. Bien. Te haremos una

cama cerca del fuego justo como antes.

Recogí el hilo y lo puse a un lado mientras Ivy subía las escaleras

hacia nuestra habitación. Jonn caminó extrañamente con sus muletas.

—Iré por las sábanas para Adam —dijo Ivy.

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Adam se metió las manos en los bolsillos. Se llenó la sala con su

presencia, el aroma de los pinos y la nieve se impregnaba en el aire. Mi

mirada se mantuvo vagando hacia él, mientras aclaraba nuestra cuota y la

embalaba en una canasta. Jonn me atrapo mirando, y frunció el ceño. Me

mordí el labio, alejándome con las mejillas enrojecidas.

Mi hermana volvió con los brazos cargados de mantas.

—Necesito más edredones —anunció.

—Hay algunas en la habitación de nuestros padres —dijo Jonn, y me

lanzó una mirada significativa.

Él cojeó hacia la puerta, y lo seguí. Cerré la puerta detrás de mí y me

apoyé en ella, viendo como él cojeaba a la cama.

—Jonn...

—Lo siento —dijo, sin volverse—. No debería haberme puesto tan

enojado. Solo estoy... asustado.

—Lo sé.

Él se dejó caer en la cama y se quedó mirando fijamente al techo.

—No puedo hacer nada. No te puedo ayudar, proteger, ni nada. Soy

un inútil.

Mi voz se quebró.

—No eres inútil

—Será mejor que él reciba estas mantas. —Él tiró de una de sus

colchas, empujándola hacia mí. La colcha escarchada de mi madre, todos los

tonos de blanco y plata con una cinta de corte negro a través de este.

Tomé la manta y la agrupé en mis brazos, buscando las palabras

adecuadas para decirle, mientras me abrazaba de la colcha y aspiraba su

aroma.

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—Entiendes por qué lo estoy haciendo, ¿no? ¿Por qué estoy

trabajando con La Espina?

Su garganta se balanceaba al tragar.

—Entiendo —dijo al fin, y su voz era áspera por la emoción—. Solo

deseo...

Dejo lo último implícito. Los dos sabíamos lo que él deseaba. No

había razón para decirlo en voz alta.

—Será mejor que le lleve esto a Adam. —Le di unas palmaditas a la

colcha, de repente con ganas de estar fuera de la habitación llena de

incomodidad.

Jonn frunció el ceño.

—¿Estás segura de lo que estás haciendo allí?

—¿Qué quieres decir? —chillé, evitando sus ojos.

Él se encogió de hombros.

Cerré la puerta detrás de mí apoyándome en ella, reuniendo mis

pensamientos y emociones, metiéndolos dentro de mí. Respiré hondo y

volví a la sala principal.

Adam estaba agachado junto al fuego, con el alboroto de mantas que

Ivy le había traído. La luz del fuego parpadeaba sobre sus hombros e

iluminaba sus manos y cara. Cuando entré, se sentó sobre los talones y

esperó.

Le ofrecí la colcha. Él la aceptó en silencio, y nuestras manos se

rozaron. Un hormigueo se deslizó por mi brazo, una chispa, y saqué mi

mano de nuevo rápidamente. Levantó la vista, sosteniéndome en el lugar

con la mirada. De pronto, el aire estaba espeso como pegamento, y me

quedé atrapada en ella.

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Una sensación nerviosa revoloteando en mi estómago. Palabras no

dichas nublaron el aire. Me acordé de la forma en que había tomado mi

mano en el pueblo, y cómo me había consolado.

¿Estás segura de lo que estás haciendo allí? Me había preguntado mi

hermano.

Palidecí. No estaba segura.

¿Sería malo para mí sentir algo por él, cuando había sentido también algo por

Gabe? Mi corazón todavía dolía por el muchacho lejano que había conocido

solo unas pocas semanas, pero... él se había ido. Para siempre. No sabía qué

pensar.

Adam me miraba con sus ojos opacos. ¿Qué es lo que veía cuando me

miraba? ¿Un activo, una conexión necesaria, un deber hacia mis padres

muertos? ¿O algo más?

El silencio se había extendido demasiado. Estaba mirándolo. Parpadeé

y me lamí los labios, buscando un lugar en el suelo para mirar en lugar de

hacerlo hacia él.

—Lo siento por lo que dijo Jonn.

Adam se recostó en la silla de mi hermano, y cruzó los brazos sobre

sus rodillas. Inclinó la cabeza hacia atrás y cerró los ojos.

—Él no está enojado contigo o conmigo. Él está enojado consigo

mismo.

—¿Cómo lo sabes?

Él abrió un ojo.

—No se llega a donde estoy sin saber leer a la gente.

Las palabras se deslizaron de mi lengua, sin invitación.

—Y, ¿qué es lo que lees en mí?

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Levantó la cabeza y me miró sin contestar de inmediato. Su mirada

era una caricia, y me retorció el estómago. ¿Siempre me miraba de esa

manera? ¿O había comenzado durante las últimas semanas, cuando

habíamos pasado juntos tanto tiempo?

—Amas a tus hermanos profundamente.

¿Eso era todo?

—No creo que se necesite ningún conocimiento para adivinar eso.

—Crees que hay que protegerlos, escudarlos —continuó en voz baja,

haciendo caso omiso de mi réplica—. Pero te equivocas. Son fuertes, igual

que tú. Se criaron en el mismo lugar peligroso. Ellos tienen lo que se

necesita.

Mis mejillas se sonrojaron.

—No puedo estar segura, y no estoy dispuesta a estar equivocada.

Él frunció el ceño.

—Refrenarlos solo los lastimara, y a ti también.

—Si hubieras perdido a tus seres queridos al igual que yo, te sentirías

igual.

—He perdido a seres queridos —dijo en voz baja.

Me mordí el labio, y el silencio se envolvió alrededor de nosotros.

Esperé a que dijera más, pero no lo hizo. El momento se había roto, y la

calidez que nos había estado acercando fluyó lejos, dejando frialdad a su

paso.

Caminé hacia la ventana, visualizando a través de las persianas, más

porque quería evitar mirarlo que por cualquier temor de encontrar algún

monstruo afuera. Mi aliento empañó el cristal.

—Ann me pidió que ayudara a servir en una reunión oficial de Raine

y el nuevo Lejano.

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—¿En serio? —Él se inclinó hacia delante con interés—. Dijiste que sí,

supongo.

—Por supuesto. —Estudié el patio. Todo estaba quieto y silencioso—.

¿Qué piensas acerca de Korr? —Dejé mis implicaciones silenciosas, pero se

filtró en la voz.

Él volvió la cabeza hacia el fuego.

—Obviamente tu Gabe dejó algunas cosas fuera de su historia, ¿no?

Mi Gabe. Fue como una bofetada.

—No hagas eso —le dije.

—¿No? —Adam pasó los dedos por su pelo y apretó los dientes, la

única señal de que podría ser tan nervioso y conflictivo como yo. Volvió la

cabeza hacia el fuego.

Estábamos bailando en torno al tema como polillas alrededor de una

llama; con las burlas y pruebas, pero nunca se aterrizaba a algo en concreto.

Me volví hacia la ventana y apoyé la frente contra el vidrio.

No era mi Gabe, y yo estaba empezando a pensar que nunca lo fue.

Había sabido tan poco de él, aunque había tenido una relación intensa, ¿y si

se había basado en la fantasía más que en la verdad? Por supuesto, Gabe

nunca había tenido ninguna obligación de decirme todo sobre él. Pero creía

que había compartido su situación conmigo y ahora me preguntaba eso.

¿Había estado completamente equivocada acerca de él? La idea hizo que mi

estómago se agitara.

—Korr —dijo, sacándome de mis pensamientos y de nuevo a la

conversación en cuestión—. Obviamente él tiene alguna otra intención.

Tomé aire y lo deje dirigir la conversación hacia algo seguro.

—Es Aeraliano y noble. Relacionado con... bien —No dije el nombre

de Gabe, pero ambos lo sabíamos—. Obviamente ellos tienen alguna

relación familiar.

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—Si está buscando al Lejano, se encuentra a más de dos meses de

retraso, y no parece ser la clase de persona que hace ese tipo de errores.

Asentí con la cabeza. Había sido tan premeditado en el Salón de la

Asamblea, como si supiera el efecto de cada palabra que decía tendría sobre

el Oficial Raine y la multitud.

—Él estaba jugando con Raine —continuó Adam pensativo—. Tienen

que tener algún tipo de historia. No hay tensión entre ellos. ¿Duelo de

aspiraciones políticas, tal vez?

Solté un bufido.

—Parece más como una vendetta personal para mí. Korr está

haciendo lucir a Raine como un tonto y también disfruta cada segundo de

ello. Y dudo que el oficial pueda hacer nada al respecto, ya que Korr es un

noble.

Me acordé de la forma en que Raine había puesto la mano en su

pistola, como si no quisiera hacer nada más que sacarla y disparar. Pero

había permanecido en silencio e inmóvil.

Adam echó la cabeza hacia atrás y entrelazó los brazos detrás de su

cuello. Sus ojos brillaban a la luz del fuego.

—Es verdad —él estuvo de acuerdo.

—¿Y qué querrá?

Él suspiró.

—Quiero que hagas todo lo posible para encontrar más información

en esa reunión de Los Ancianos a la que has tenido suerte de recibir

invitación.

—¿Invitación? —Resople—. Voy a trabajar como esclava en las

cocinas, Adam. Ella me lo pidió, así que tal vez me quiere cerca para mayor

comodidad, pero ni siquiera merezco una invitación real. Es un insulto.

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—Es una oportunidad —dijo—. Me aseguraré de estar en la ciudad esa

noche, lo más cerca de la casa del Alcalde como pueda llegar, por lo que

podrías ser capaz de comunicarte, y también voy a estar buscando

información. Pero tienes una fuente de información única que yo no, y una

manera de obtener acceso.

Una fuente única de información. Se refería a Ann. No era una manera

inexacta de describirla, pero era bastante frío. ¿Eso era todo lo que eran para

él? Fuentes de información, ¿fuentes de ayuda? ¿Eso era todo lo que yo era

para él?

Su rostro no reveló nada. Y la expresión era neutra, ilegible.

—Después —dijo—. Voy a pasar por la granja, y podemos hablar de lo

que hemos aprendido.

Vi como la luz del fuego se recreaba en su cara.

—¿Cómo te atreves a viajar por la Helada en la noche, sabiendo que

los Observadores se han vuelto aún más inquietos?

Un ceño fruncido tiró de sus labios.

—Tengo mis secretos, al igual que todos los demás —dijo—. Tal vez

algún día te los mostraré.

Algo más se quedó por debajo en la superficie de la declaración, una

pesada y vacilante cosa, llena de promesas. Hice una pausa, queriendo

aceptar pero asustada. El momento se extendió, espesándose. Sus ojos se

posaron en mi rostro; y él se apartó, pasándose una mano por los ojos.

—Buenas noches, Lia Weaver.

—Buenas noches, Adam.

Subí por las escaleras y me metí en la cama junto a Ivy, mi mente

girando por el cansancio y las preguntas.

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Capítulo 13 Traducido por Mafernanda28 & Kensha

Corregido por andreasydney

Los árboles se destacaron crudamente contra el cielo azul como el ala

de pájaro mientras viajaba de camino hacia la aldea. Mientras caminaba,

volqué los eventos de la noche anterior en mi mente. Adam. Yo. Gabe. Se

ve como un ovillo de hilo en mi mente. Me preocupé por Gabe

profundamente, pero ya se había ido. Y había cosas que no me había dicho

acerca de sí mismo, cosas importantes. ¿Eso importa?

Llegué a la Jaula y resbalé dentro, temblando como las sombras

rayadas en mi piel y las miradas fijas de Los Lejanos me buscaron. Llegué a

la entrada del pueblo y me apresuré por las calles. Los edificios y paredes de

piedra fregadas por el viento formaron un túnel gris y vagué a través de él

en una niebla de pensamiento. Alguien pronunció mi nombre, y di la

vuelta, mi corazón latiendo rápidamente. ¿Abrigos negros?

Pero era Jullia, sus manos manchadas hacían gestos en mí desde el

callejón.

―¿Cómo estás? ―pregunté. Una vez, los Tintoreros habían estado

entre los mejores vestidos del pueblo. Ahora, el pelo de Jullia caía en hebras

tenues alrededor de su cara, hilos colgados de los bordes de su vestido. Su

capa pálida, antes suave y blanca como la leche, se había convertido ahora

en gris.

―Lo estamos manejando ―dijo enérgicamente, pero entonces su

boca se ablandó y me dio una sonrisa como si fuera una oferta de paz—.

Quería darte las gracias por lo de antes, por ayudarnos. Mi hermana ha

estado… ocupada… —se interrumpió. Mi respuesta se me atragantaba. Yo

recordé lo que Ann me había dicho. Everiss estaba trabajando ahora con los

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Capas Negras. Jullia parpadeó. Ella estudió mi rostro, y luego ella frunció el

ceño—. Lo sabes, ¿no?

Busqué las palabras.

―¿Saber qué? ―Me las arreglé y luego me estremecí en una

respuesta tan banal y obvia―. ¿Sobre la nueva alianza… de Everiss?

Una línea se formó entre sus cejas, y jugueteó con el borde de su

manga.

―Ann y tú nos ayudaron el otro día, y solo quería decir... —Respiró y

rápidamente inhaló—. Independientemente de lo que mi hermana decida

hacer, estoy agradecida por tu ayuda. Y… y en el futuro, también me

encantaría ayudarles con cualquier cosa que necesites.

Un bulto llenó mi garganta. Asentí, incapaz de encontrar una

respuesta verbal apropiada. Ella me miró un momento más, orientó su peso

de pie a pie, a continuación, luego envolvió su capa apretada alrededor de

sus hombros y encabezó de vuelta por el camino del que había venido.

Me quedé de pie en la calle, sintiéndome curiosa y triste, todo al

mismo tiempo. El sello de pasos me tiró vuelta a la realidad, ya que un par

de soldados me pasaron, sus miradas cortantes. Agaché mi cabeza y seguí

adelante para la casa de Ann. Me gustaría hablar con ella y luego volver a

casa de nuevo. Tenía mucho trabajo para hacer ahora que la cuota había

aumentado.

Ann me estaba esperando en los jardines detrás de su casa. Estaba de

pie en la nieve, bajo uno de los pinos rojos ornamentales que rodeaban el

invernadero de cristal blindado y el jardín del resto del pueblo.

Allí de pie absolutamente sola, pareció delgada y fría e imposiblemente

frágil, como un pajarito caído de su nido.

Levantó su cabeza cuando me acerqué.

―Viniste.

Sonaba... ¿decepcionada?

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―Tú me pediste que… ―dije, y una sonrisita burbujeó en mi

garganta.

Pero la risa murió en mis labios cuando un hombre en una capa negra

salió de los pinos. El shock destelló sobre mi piel como el agua fría. No me

podía mover, no podía respirar.

Korr.

―Lia Weaver ―arrastró las palabras, fijándome en el lugar con sus

ojos brillantes, fríos y sonrisa precisa—. Te recuerdo. En la reunión hace

unos días, mirando indignada ante mi discurso.

Su tono era perfectamente integrado, educado, como si estuviéramos

discutiendo el tiempo. Pero había un borde de peligro debajo. Tenía una

lámina proverbial en mi garganta, y ambos lo sabíamos.

Escalofríos comenzaron en mis rodillas y trabajaron mi cuerpo. Mis

manos y labios se sintieron entumecidos. Mis pies no se movían. Mi boca

no funcionaba. Mis pensamientos dieron vuelta en círculos asustados.

¿Sabía sobre Gabe? ¿Sabía que estaba con La Espina? ¿Qué iba a

hacer?

―¿Sorprendida de que te recuerde? Dicen que tengo una habilidad

especial para las caras. Nunca olvido a alguien una vez que lo he visto. —Él

tenía hoyuelos y dio un toque a su mejilla con un largo dedo enguantado—.

Y debo decir que pareces bastante familiar para mí, aunque nunca te he

visto antes. Me pregunto por qué.

Estaba entumecida, blanca, blanca como la nieve. No podía respirar,

no podía dar sentido a todo lo que estaba ocurriendo. Vi todo como si fuera

un observador casual mirando por una ventana: Ann, sus rizos brillantes en

la pálida luz del sol; Korr, su oscuro cabello al viento y sus dientes brillando

por detrás de su sonrisita satisfecha mientras tocó con un dedo enguantado

sus labios, y yo, mi capa poco irregular que se encrespaba alrededor de mi

cuerpo como si fuera a ocultarme de la pesadilla que se desplegaba a mi

alrededor. Le contemplé cuando anduvo más cerca, parándose al lado de

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Ann. Una memoria flotó a la vanguardia de mi mente: Adam diciendo una

palabra suave, vacilante. Tortura.

¿Sabía lo que era?

―Tu amiga ha sido más servicial atrayéndote aquí —continuó Korr,

su mirada sobre mi cara—. He escuchado tu nombre un par de veces entre

los soldados… al parecer has tenido recientemente un pequeño incidente

¿En el patio de la cuota?

Mi sangre era hielo. Mis pulmones eran de madera. ¿Debería hablar o

permanecer en silencio?

Miré a Ann por ayuda, pero estudiaba la nieve a sus pies como si el

agua congelada era la cosa más fascinante en la cual había puesto alguna vez

sus ojos.

—Estás toda silenciosa. Bueno, pensé que podríamos conocernos

mejor. ¿Espero que no te importe? —Él agitó una mano, y vi a su

entrenador esperar justo detrás de la casa. Mi corazón se hundió como una

piedra. No podía correr. No había a dónde ir. Estaba atrapada.

Ann todavía no me miraba. Me había atraído aquí. Había sabido…

Finalmente, encontré mi voz. Miré fijamente con fuerza a mi amiga.

―¿Qué has hecho?

―Lia, no... No es lo que parece. —Ann sostuvo los bordes de su capa

con ambos puños, sus nudillos del blanco grisáceo color de la nieve sucia.

—Sí, no culpes a tu amiga —dijo Korr en un tono agradable—. Le dejé

muy poca opción que la cooperación, y ella ha sido muy útil.

Ann mordió su labio tan fuerte que una costura de sangre apareció

debajo de los dientes.

—Ann… —susurré—. ¿Por qué?

El viento sopló entre nosotras, y ella no contestó.

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—Todo esto está tan deliciosamente melodramático —dijo Korr—.

Pero estoy presionado por el tiempo. Y quiero terminar esto rápidamente.

¿Iremos?

Terminar esto rápidamente.

Esto.

Yo.

Quería vomitar el desayuno en la nieve.

Él extendió su mano, una burla de la invitación, y di un paso hacia él.

Él siguió, manteniendo lo suficientemente cerca como para que yo supiera

que estaba totalmente bajo su control. No habría escapatoria.

Giré mi cabeza para mirar a mi amiga, la que yo amaba y confiaba.

Estaba inmóvil, con los brazos colgando, sus labios ensangrentados

presionados juntos firmemente y una sola lágrima corriendo por su mejilla.

Korr se sentó con su cabeza inclinada contra el respaldo afelpado del

asiento del carruaje, sus ojos se redujeron a ranuras mientras miró por la

ventana. Corrió su mano arriba y abajo del vidrio, un gesto inquieto que me

ponía de los nervios. Acurrucada en la esquina opuesta, un miserable bucle

de escenarios jugando por mi mente. ¿Me torturarían para sacarme la

verdad? ¿Capturarían a Jonn y a Ivy, confiscarían la granja? ¿Qué le harían

a Adam? ¿Cómo lo averiguaría él?

¿Me atrevería a intentar huir?

El entrenador se detuvo antes del edificio del Consulado. La

estructura prefabricada parecía completamente ajena, las paredes de metales

relucientes se levantaban por encima de los edificios de madera alrededor de

él, toda la cosa fea como una cicatriz contra la antigua arquitectura de la

villa.

Subí en el carruaje, mis manos temblorosas. Mis botas crujiendo en la

tierra helada que rodeaba el lugar del edificio mientras cruzaba el patio, y

surgía Korr, colocando una mano enguantada en mi hombro y me empujaba

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hacia adelante. Soldados bloqueando la verja y cualquier idea de huir murió

a la presión de su mano en mi hombro.

El sonido de los martillos de los trabajadores y el sonar estrepitoso

alrededor de nosotros mientras él me escoltaba a la puerta me acompaño

adentro.

El interior ofrecía poco que ver. Bandas de luz brillaron en rayas

doradas a través del piso de un oscuro pasillo. El martilleo fue silenciándose

ahora, y resonando ligeramente, como si fuera un subterráneo profundo. A

lo lejos, escuché el gemido metálico de los engranajes, y el sonido metálico

del duro acero golpeado violentamente. Me sacudí. El sudor formándose en

mis palmas y goteando por mi espalda.

—Así —dijo empujándome hacia una puerta al final del pasillo.

¿Qué iba a hacerme?

La puerta se abrió en una pequeña habitación con un simple escritorio

y una silla. La luz transmitida desde una ventana en la pared y

combinándose contra la pared.

Korr pasó alrededor del escritorio, la mitad de su rosto en la viga. El

brillo rojizo había encendido sus pestañas y las puntas de su pelo y arrojaba

sombras sobre su boca y los ojos.

Lucía cruel, casi bestial.

―Ahora ―dijo, inclinándose sobre el escritorio y taladrando su

mirada en la mía—. Vamos a hablar.

Me lamí los labios y trate de pensar en qué hacer, que decir, pero las

palabras de Adam sobre tortura fueron el único pensamiento que se

mantuvo en mi remolino de pánico mental. Sudor fresco floreció a través

de mis omóplatos. Una punzada de terror apuñalando mi pecho y apreté

mis labios en desesperación. Los secretos que llevaba eran como un cadáver

muerto sobre mis hombros, era una carga para mí, y los ojos de Korr

mirándome con observancia sagaz. No me atreví a moverme o hablar por

miedo de traicionarme de alguna manera.

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Miré lejos de su rostro, hacia la pared detrás de él. Me di cuenta de

que tenía un mapa de La Helada, una versión mucho más agradable de

cualquiera de los que jamás había visto. Nuestra villa se sentaba en el

centro, y los senderos a través de La Helada brotaban de ella como radios de

una rueda. Allí estaba el río que nos separaba de Los Lejanos, trazando el

borde del mapa, un fino hilo azul negruzco. Habían las montañas, el lago de

hielo, los caminos a las otras villas, Reverhaven y Brackworth y otros tan

lejos que rara vez escuchábamos algo de ellos. Un pensamiento voló a

través de mi cabeza. ¿Los habrían tomado de la misma manera como a

nosotros? Pero Korr cambió de lugar, y el movimiento arrebato mi atención

hacia el presente.

—Tejedora —musitó—. Tu familia hace el hilo y la fibra. ¿Haces

también la ropa de la villa? ¿O es eso el trabajo de los Sastres?

Una vena palpitando justo debajo de mi mandíbula. ¿Charlaría un

poco antes de que me torturara?

—Venga, vamos. —Korr arrastró las palabras—. No seas tan tímida,

ya sé mucho acerca de ti, Lia Weaver. Tus padres fueron asesinados por los

monstruos que vagan por la noche, y ahora cuidas de tu hermano lisiado y

de tu impetuosa joven hermana sola. —Pausó, esperando. Cuando no hice

ningún sonido, se enderezó y me deslumbró con una sonrisa fría—. No

tengas tanto miedo, chica. Responde mis preguntas, y voy a hacer que valga

la pena.

—¿Qué preguntas? —Mi voz sonaba oxidada a mis oídos. Era

demasiado ruidosa, demasiado desesperada.

—La chica habla. —Sonrió con suficiencia.

Reprimí mis labios cerrándolos otra vez.

Korr deslizó un dedo contra el borde de su escritorio, cepillando una

línea de polvo.

—¿Qué tan bien conoces la Helada?

—Yo vivo en medio de ella —dije simplemente.

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—Debe ser difícil. Todos solos en el desierto tan lejos de los demás,

desprotegidos de los hings silvestres de los bosques. —Pausó, deliberado y

tranquilo—. ¿Por qué vives tan lejos del resto de la villa?

El miedo pinchando en mi pecho. Pensé en los papeles en la

habitación de debajo del granero, revistas de mi padre sobre su padre y las

historias. ¿Hubo alguna otra razón para que vivamos tan lejos de los demás?

¿Y por qué estaba preguntándome?

—Es nuestro hogar. —Hablé antes de poner detenerme—. Es la casa

de mis padres. Permaneceremos en nuestra casa a pesar del peligro, porque

es nuestra.

Inclinó su cabeza a un lado estudiándome.

—Ustedes los habitantes de La Helada son muy tercos.

No respondí a eso.

—Dos meses atrás, un fugitivo escapó de nuestras fronteras de

Aeralian y cruzó a sus tierras.

Mi corazón soltó un golpe. Gabe, entonces. No me atrevía a decir

nada para traicionar a mi conocimiento que él estaba relacionado con el

fugitivo. Me quedé en silencio. Forzando a los músculos de mi cara a

permanecer flojos, inexpresivos.

Korr había rodeado el escritorio. Deteniéndose delante de mí, y nos

encontramos cara a cara.

—El fugitivo escapó. No fue recapturado.

—¿Qué está preguntándome? —dije. Hice mi voz lo más uniforme

posible.

—Estoy buscando un lugar de leyenda —dijo Korr. Su voz baja,

cayendo a un ronroneo—. En el pasado, algunos lo han llamado Ech, Echo, el

Lugar del Echoes, la Antigua Ciudad. Su verdadero nombre es Echols.

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Me forcé a estar quieta, a no reaccionar. Mis ojos no se ampliaron. Mi

boca no cayó abierta. Pero mis manos hormiguearon con sudor fresco.

Echlos.

La palabra se sentía mal viniendo de su boca, como un secreto que

nunca imaginé escuchar mencionar en voz alta. Mi piel se volvió hielo y me

quedé quieta para no romperme. Para no equivocarme y dejar algo fuera de

mi expresión. Mi pulso golpeando en mi garganta y muñecas y rugiendo en

mis orejas.

Se inclinó sobre mí, y su mirada oscura agujereando en la mía.

—Vives al margen de lo silvestre. Si alguien puede coger un

vislumbre de ese lugar, sería alguien como tú.

Él habló suavemente, precisamente, y cada sílaba era una promesa de

algo malévolo. Pero sonreía, como si íbamos a tener una conversación

amistosa. Sus ojos desafiándome.

—Estás en un lugar privilegiado para recabar información.

Temblando por todas partes. Mis piernas eran jalea, mi estómago un

nudo apretado.

—Me enteré de su pequeña proeza el otro día —dijo—. ¿Con el

soldado? ¿Un peligroso movimiento que una habitante de La Helada haría,

no lo crees?

Me relamí los labios. Se habían vuelto secos.

—El Oficial Raine amenaza con muerte para cualquiera que

encontrara trabajo en contra de él, pero no tengo influencia en lo que no

hace. Podría proteger a cualquier persona que viniera a mí en primer lugar.

Mi corazón hizo un ruido sordo.

—Estás en un lugar precario, Lia Weaver. Pero si me traes

información, yo te puedo ayudar. Puedo asegurarme de que Raine no la

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informe. Puedo hacer que su pequeña granja y pequeña familia esté

protegida. Serías bien recompensada.

Todo lo que podía ver era a Jonn y a Ivy. Yo. Necesidad.

Mantención. Silencio.

—¿Bien? —presionó.

Moví una mano impotentemente, y sus ojos bajaron hacia ello.

Suspiró calladamente, y retrocedió, frente al mapa.

—Eso es todo. Puedes irte.

Al principio pensé que había oído mal.

—¿Qué?

—Vete —dijo―. He terminado contigo por ahora. Tráeme la

información, y no te arrepentirás.

Hui por la puerta.

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Capítulo 14 Traducido por Vivian Darkbloom & .Hariel.

Corregido por andreasydney

Salí del edificio y me dirigí hacia la calle tambaleándome. Los

pensamientos me daban vueltas en la cabeza. Mis manos temblaban.

Él había estado en medio de una interrogación y luego se retractó y

me dejó libre. No tenía idea de cuál era la causa de su abrupto cambio de

humor, pero no iba a esperar ahí en caso él decidiera que había sido un

error. Me escabullí en un cañón de rocas entre dos tiendas y me acurruqué

sobre la pared, luchando por respirar mientras intentaba calmarme. Los

pensamientos me daban vueltas en la cabeza. Ann me había traicionado.

Me habían seleccionado para interrogarme y luego me dejaron ir. Korr

estaba buscando Echlos...

Korr estaba buscando Echlos.

Sentí un nudo de terror formarse en mi pecho.

El mapa.

El padre de Ann tenía un mapa en su estudio que indicaba el lugar. Le

había pertenecido a mis padres y Cole lo había robado de sus cuerpos

después de que murieron. El mapa era solo la mitad de lo que se necesitaba

para encontrar la ubicación, pero era más de lo que yo deseaba que Korr

tuviera.

Aun con el mapa, él podría encontrar a Echlos si era lo

suficientemente inteligente. Y el hombre lo era.

―¿Lía?

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Unos brazos fuertes me rodearon y sentí un olor a pino mientras una

capa me envolvía. ¿Adam? Qué, cómo, sin embargo, no pensé más y

tampoco dudé. Me incorporé a él mientras se acercaba. Su capa se sentía

pesada y tibia sobre mis hombros. Sus manos rozaban mi cabello y mis

mejillas. Sus ojos buscaban los míos y pude leer el pánico que había en ellos.

―¿Estás herida? ¿Él te hizo daño?

¿Cómo lo supo? ¿Quién le había dicho?

―¿Lía? ―Un tono de pánico quebró su voz.

Negué con la cabeza y él exhaló en señal de alivio.

―Oí que te habían secuestrado ―dijo.

Niños pasaron corriendo y un par de niñas con capas blancas corrían

hacia la entrada de la calle. Nos separamos rápidamente y Adam me tomó

del brazo y me llevó a lo profundo de las sombras. Tan pronto como

estuvimos fuera de vista, me soltó y dio un paso hacia atrás. Recorrió su

cabello con ambas manos y mordió su labio. Cuando hablamos, su voz era

apenas perceptible.

»¿Él te interrogó?

Hacía frío sin él cerca de mí. Mis sentidos daban vueltas... Korr, la

interrogación, Adam... Todo estaba revuelto. No podía pensar claro. Me froté

los brazos y tragué aire para aclarar mi cabeza. El viento soplaba alrededor

de ambos, agitando los bordes de nuestras capas y despeinándonos. Los

pronunciados rulos de Adam se movían sobre sus ojos y sus mejillas.

―Yo no dije nada ―susurré―. Pero él mencionó Echlos.

El rostro de Adam se tornó de un color cenizo.

―¿Estás segura?

―Estoy segura.

Él frunció el ceño.

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―Está aquí para buscar el PLD. Estoy seguro.

¿Por qué querían ese aparato tan desesperadamente? ¿Para qué servía?

―Bueno, entonces tenemos que encontrarlo primero.

―Necesitamos más tiempo.

Me mordí el labio.

―Adam, el mapa en el estudio del alcalde. Menciona a Echlos. ¿Y si

lo ve?

Nos miramos fijamente.

―Tenemos que conseguir ese mapa ―dijo. Empezó a caminar con la

cabeza gacha y los brazos cruzados. Finalmente, volteó a mirarme.

―El mapa está en el estudio del Alcalde. No puedo acercarme a la

casa, pero tú tienes una invitación a la reunión de Los Ancianos. Así que

serás tú quien consiga el mapa.

―Si por “invitación” quieres decir trabajar como ayudante...

―Es una forma de entrar ―dijo.

―¿Pero cómo se supone que voy a entrar al estudio del Alcalde?

Él me estudió.

―Ya lo has hecho antes.

Antes, sí. Cuando todavía podía confiar en mi mejor amiga. Cuando

todo era más simple. Cuando por lo menos sabía quiénes eran mis

enemigos.

―No puedo pedirle ayuda a Ann. Ella me traicionó, Adam.

Una chispa de algo que no pude definir brilló en sus ojos.

―No quemes ese puente tan rápido. Quizás tenía una razón para

hacerlo.

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No supe cómo responder a eso.

―¿Cuándo se supone que debes ayudar a Ann? ―me preguntó.

―Mañana en la noche. —Un fresco sentimiento de recelo surgió en

mi pecho. ¿Podría hacerlo ahora? ¿Podría enfrentarla? ¿Podría enfrentar a

Korr?

―Perfecto. Encuentra una manera de conseguir el mapa y nos

encontraremos luego.

―¿Hay alguna forma de que puedas entrar en el estudio sin pedirle

ayuda a Ann?

―Tendría que encontrar la llave ―le dije. ―Creo que el Alcalde la

lleva con él.

―¿Estarás como ayudante, no?

―Eso creo. ―Ann no me había explicado cuáles serían mis deberes.

―Bueno ―reflexionó―, puede haber más de una copia y si no

puedes encontrar una, siempre puedes forzar la cerradura.

―¡No sé cómo forzar una cerradura!

―No es nada difícil. Te enseñaré.

―No lo sé...

Se oían pasos al final de la calle. Adam dio un paso atrás.

―Haremos más planes esta noche ―dijo suavemente―. Puedes

hacerlo, no te preocupes.

Y ya se había ido.

Me dirigí hacia la puerta de La Helada despacio, mi cabeza aún daba

vueltas por todo lo que había sucedido.

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Mientras pasaba el patio de la cuota, un parpadeo rojo llamó mi

atención.

Ann.

Ella estaba parada en las sombras del recibidor de la Asamblea con los

brazos apoyados fuertemente sobre su cintura como si estuviera físicamente

tratando de mantener la calma. Su rostro era del color de la nieve fresca y

había unos círculos oscuros en sus ojos. Cuando me vio, la tensión en sus

hombros se alivió e inclinó su espalda contra la esquina del edificio como si

de pronto hubiera perdido toda la fuerza en sus piernas.

Seguí caminando. La pasé y no me detuve.

Logré ver las expresiones que se formaban en su rostro: dolor,

tristeza, culpa.

Llegué a la puerta y no miré hacia atrás.

Adam se encontró conmigo en el granero antes de que anocheciera. Él

había traído una cerradura y varias piezas delgadas de metal y extendió las

herramientas sobre el suelo del granero para que yo pudiera verlas.

―Si no puedes encontrar la llave ―dijo―, tendrás que usar esto. De

verdad es muy simple.

No parecía ser simple, pero no iba a permitir que una pequeña pieza

de metal me venciera. Observé cuidadosamente mientras Adam levantaba

la más larga y delgada pieza y la insertaba en la cerradura. Me explicó los

mecanismos y luego lo intenté. Luché y el cubrió mis dedos con los suyos.

―No, es así.

Aun así seguí, sorprendida por el calor de su mano. Un hormigueo

me recorrió el brazo.

Él me soltó, se sentó y me dejó intentarlo una vez más.

Finalmente, tuve éxito abriendo la cerradura.

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―Bien —dijo Adam, claramente satisfecho―. Lo hiciste bien.

―Pero, ¿y si no puedo hacerlo mañana? ¿Y si lo olvido o entro en

pánico?

―Eres una de las personas más calmadas e inteligentes que conozco

―dijo―. No lo olvidarás. No entrarás en pánico. Además, probablemente

encontrarás la llave. Esto es solo un plan B.

Eres una de las personas más calmadas e inteligentes que conozco. Lo miré

con la boca abierta. No era algo fácil escuchar cumplidos de la boca de

Adam Brewer, pero esta era la tercera vez que me había hecho uno en la

misma cantidad de semanas.

Él me miró y yo hice que mis facciones formaran una expresión seria.

No quería que él notara mi confusión.

Había tanto que poner en orden en mi cabeza.

Al día siguiente, hice mi viaje hacia la ciudad. En las calles parecían

haber menos aldeanos y más soldados. ¿Habían venido más Lejanos?

¿Dónde estaban todos los ciudadanos?

Dirigí mi atención hacia el patio de la cuota, donde un pequeño grupo

se hallaba reunido. Algunos de ellos lloraban. Mis venas se llenaron de

recelo y me acerqué para intentar ver qué estaba sucediendo. ¿Acaso los

Observadores habían atrapado a otro Pescador?

Detrás de mí, pasos hacían crujir la nieve. Me di la vuelta. León, el

hijo del herrero.

―Esto es lo que sucede cuando no nos defendemos ―dijo, indicando

hacia el grupo con su cabeza.

―¿Qué sucedió? ―le pregunté.

Él colocó su pálida mirada sobre mí.

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―Uno de los Sastres se resistió cuando los soldados intentaban tomar

su cuota. Lo han arrestado y lo han enviado al exilio.

Otro arresto. Otra historia de injusticia.

―Haremos algo con respecto a esta tontería ―dijo—. Tenemos un

plan.

Su ira caótica me aterraba tanto como la crueldad caprichosa de Los

Lejanos. Respiré profundamente.

―¿Qué es lo que harán?

―Si quisieras saberlo, no te habrías negado a unirte a nosotros.

Y luego caminó hacia el tumulto, dejándome sola. El viento pasó

sobre mí, levantando los bordes de mi capa y adormeciendo mis mejillas.

Una mano tocó mi brazo y salté.

Ann.

¿Acaso me había visto hablar con León? ¿Qué pensaría de eso?

Nos miramos fijamente. Miles de cosas querían explotar en mi

lengua, pero no sabía cómo materializarlas en palabras. Me ardían los ojos y

mi garganta se sentía rígida.

―La reunión de Los Ancianos… ―dijo finalmente, haciendo un gesto

inútil con una mano—. Pensé que tal vez lo habías olvidado. Pero aquí

estás.

Me las arreglé para asentir con la cabeza con un gesto cortante. Ella se

mordió el labio y me indicó que la siguiera y juntas empezamos a caminar

con dirección a la casa del Alcalde.

―Lia ―dijo.

―No lo hagas ―le dije bruscamente.

Ella bajó la cabeza y no dijo nada más.

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Hicimos el viaje a la casa en silencio.

Los aldeanos nos pasaban en las calles. Las noticias del arresto

parecían haberse propagado. Sus bocas formaban una línea sombría y sus

ojos se movían de un rosto al otro. Todos se alejaban de Ann como si ella

estuviera enferma y algunos me miraban con sospecha a mí también. Más

de una vez oí un susurro.

—¡Traidora!

Ann caminaba con la cabeza en alto y la espalda recta, aunque se

encogía con cada acusación.

Yo ya no sabía qué sentir.

Llegamos a la casa del Alcalde y subimos el largo camino de escaleras

hasta el pórtico. Linternas coloridas mostraban luces de color violeta y rosa

pálido a través de nuestro camino y hacían que los árboles en el jardín

brillaran. Un sirviente se apresuró a abrir la puerta y otro tomó nuestros

abrigos mientras entrábamos. Calor y luz nos envolvían mientras

caminábamos en el vestíbulo.

Posé mis ojos sobre las ropas elegantes. Papel con textura cubría las

paredes y un candelabro de araña brillaba sobre nuestras cabezas. La casa

parecía aún más fina que la última vez que estuve aquí. Cada centímetro del

piso y de los muebles brillaba.

Varios miembros de las familias de Ancianos estaban reunidos en el

vestíbulo con sus mejillas pálidas y sus hombros rígidos.

Los reconocí a todos, pero nunca había hablado con la mayoría de

ellos en mi vida. Un Tejedor y un Anciano casi no tenían motivo para

mezclarse socialmente. Pero ahora todos éramos peces en la misma cubeta,

como diría mi padre.

Ann los pasó y se dirigió hacia el corredor para hablar con un

sirviente, pero yo me detuve en la escalera. Mi mirada divagaba hacia arriba

de ella. Necesitaba entrar en el estudio del Alcalde para encontrar el mapa

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de mis padres, pero ¿cómo? Seguramente estaba cerrado. Y no podía pedirle

ayuda a Ann.

La sensación de ser incapaz de confiar en mi mejor amiga se sentía

como un cuchillo en el pecho.

―¿Lia Weaver? ―preguntó una voz a la altura de mi codo.

Me di la vuelta. Un hombre joven de ojos grandes ―Kirth Elder, lo

recordaba― me miraba. Lo miré con precaución, un poco aliviada por

entablar una conversación y un poco preocupada por lo que él diría.

―¿Sí?

Quizás se preguntaba qué había hecho yo para ser invitada a una

reunión tan favorable, pero solo susurró:

―¿Me veo tan asustado como tú en este preciso momento?

―Quizás ―murmuré, menos complacida por su observación.

―Toda esta farsa es una locura ―dijo con amargura―. ¿Cenar con

los soldados Lejanos que nos dejan hechos polvo?

―Y aun así aquí estás ―le dije.

Ann regresó.

―Permíteme llevarte a la cocina, Lia.

La seguí en silencio por el recibidor y a una gran habitación con

vitrales. Las ventanas con cristales de color dejaban pasar rayos de luz

ámbar, y una mesa grande de roble tallada con flores de invierno y

representaciones de ramas torcidas que cubrían el centro. Nunca había

estado en esta parte de la casa antes, y miré boquiabierta la elaborada

decoración.

―Los invitados cenarán aquí —dijo, evitando mis ojos―. Estarás a

cargo de servir la comida y llenarás los vasos. Tengo un uniforme para ti en

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la despensa, y puedes dejar tu ropa y tu capa en la habitación de los

sirvientes.

Salimos del comedor y entramos en un pasillo corto que conducía a la

cocina. Relucientes estufas metálicas, un gran fogón que ardía, y ollas que

echaban vapor. Ann encontró mi uniforme y me lo pasó.

―Cuando hayas terminado ―dijo―. Recibirás tu pago. Azúcar, sal,

y harina, y las sobras de la comida que puedas llevar.

Observé las fuentes de pescado ahumado y tarta de limón horneada, y

mi estómago se apretó con hambre. Asentí.

Se excusó, y encontré un armario y tiré del uniforme. No había

bolsillos, así que deslicé las ganzúas que Adam me había dado en mi trenza

como si fueran ganchos para el pelo. Regresé a la cocina.

Un cocinero con las mejillas rojas por el calor empujó una jarra hacia

mí.

―Llena los vasos ―ladró, señalando hacia el comedor.

Me tragué una réplica y me dirigí de regreso al pasillo de los

sirvientes. La jarra era pesada en mis manos.

Mis botas hicieron un sonoro ruido contra el piso.

La música comenzó a fluir desde la esquina, donde un trío de músicos

pulsaba las cuerdas de un arpa de viento y tocaba flautas de madera. Los

relajantes sonidos hicieron que me tranquilizara. De hecho, la música

parecía ridiculizar mi pánico.

Respiré profundo y solté la respiración, tratando de permanecer

serena. Empecé a llenar los vasos cuando di un vistazo alrededor de la

habitación.

Tenía que intentar encontrar la llave del estudio.

¿Dónde estaba el Alcalde?

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Las puertas se abrieron, y los sirvientes se apresuraron a atender a

todos cuando los invitados de honor entraron en la habitación.

Las familias de Los Ancianos pasaron primero, caminando con

cuidado como si estuvieran pisando vidrio roto. El Oficial Raine entró en la

habitación detrás de ellos, cojeando. Le siguió Korr, que se movía

sigilosamente en la habitación con la gracia de un gato. Su mirada recorrió

los rostros de todos en la habitación y se fijó en la mía. Sonrió ligera y

predatoriamente. Me quedé inmóvil, mis dedos se curvaron rígidamente

alrededor de la jarra, y luego me apresuré a terminar mi tarea, así podría

escapar de su atención.

Un movimiento en mi codo me sobresaltó, y Ann tomó su lugar en la

silla al lado mío. No nos miramos la una a la otra, aunque sentí su presencia

colarse en mi conciencia.

El Alcalde entró último y extendió los brazos para señalar la mesa.

―Por favor, siéntense todos.

El ruido al arrastrar las sillas llenó la habitación. Raine tomó su lugar

en la cabecera de la mesa, cerca del Alcalde, sin embargo Korr fue a lo largo

de la mesa y sacó una silla frente a Ann. Ella se puso tensa. Mi estómago se

torció en un nudo, y dejé caer mi mirada en la mesa mientras el latido de mi

corazón tocó staccato en mis oídos.

―Señoritas. ―Korr habló alargando las palabras, dejándose caer en la

silla y cogiendo su servilleta. Me miró y luego a su vaso vacío. Cuando lo

llené, él lo cogió y examinó el contenido como si no pudiera decidir si

quería o no tomarlo. Sonrió, y se le formó un hoyuelo en su mejilla.

―Revelas tus sentimientos muy fácilmente, Annalise.

Ann estaba sentada rígidamente con la mandíbula apretada. Apareció

un ligero sonrojo en sus mejillas, y sus hombros se crisparon al uso de su

nombre completo.

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Levanté las cejas. La atención de Korr se centró en Ann con la

precisión e intensidad de un escultor tallando un bloque de mármol.

―Estás muy lejos de tus compatriotas Aeralianos —dijo Ann. Su voz

era tanto aguda como entrecortada, como si su garganta estuviera

apretada—. No es aceptable…

―Lo que no es aceptable ―interrumpió Korr, dejando abajo su vaso

con un ruido sordo e inclinándose sobre la mesa—. Es la frialdad con la cual

me has tratado. Soy un invitado en la casa de tu padre y aun así tú apenas

me hablas.

Su mano temblaba cuando alcanzó su cuchillo, a pesar de ello levantó

la cabeza.

—Raine se enojará si te sientas aquí. Te está mirando como si quisiera

arrancarte la cabeza.

—Siempre quiere arrancarle la cabeza a alguien —dijo Korr

despreocupadamente—. Es su razón de ser.

No obstante, Korr cruzó la mirada con el oficial, quien estaba

mirando amenazadoramente desde su lugar. Suspiró y movió una ceja hacia

ella.

―Guarda un baile para mí, Annalise —dijo con una sonrisa de

suficiencia, y empujando atrás su silla para ponerse de pie.

Ella soltó la respiración tan pronto como él estuvo fuera del alcance

del oído y presionó una mano sobre sus ojos.

Me senté en silencio, aun asimilando la conversación. Ann se mordió

el labio y jugueteó con su servilleta. De repente se inclinó hacia delante,

tratando de alcanzar su taza. Cuando sus dedos se cerraron alrededor de

este, volteó la cabeza y sus labios rozaron mi cabello.

—Lia —susurró—. Debo hablar contigo en privado más tarde, después

de que la cena termine. Encontrémonos en el recibidor cuando comience el

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baile. —En voz alta, dijo: —Este vaso está sucio. Tráeme uno nuevo, por

favor.

Tomé el vaso y lo devolví a la cocina. Mi cara mostraba indiferencia,

aunque por dentro me sentía como si me estuviera haciendo pedazos.

¿Darle la oportunidad de explicarse, o no? Ella me había traicionado. Había

destrozado mi confianza.

Pero… era Ann.

Comenzamos a servir la comida. Llevé fuentes de pescado y bandejas

de panecillos de nuez y pasteles de crema de bayas de la cocina y las puse en

la mesa. El Oficial Raine alcanzó la tarta de inmediato de la bandeja que

sostenía. Lo puso toda entera en su boca, y migajas cayeron en su chaqueta.

Korr observaba como si esperara mi reacción, pero cuando no tuve ninguna,

sonrió burlonamente y susurró algo al oído del Alcalde.

Al otro extremo de la mesa, Ann también me observaba.

La intranquilidad me carcomía, y el alegre ritmo de la música de la

esquina pulsaba mis nervios como inquietos dedos.

La llave. El mapa. Korr. Ann.

—Oficial Raine —dijo Korr alargando las palabras—. Cuénteme sobre

este problema que está tenido con los monstruos locales.

Raine se mordió ligeramente los labios y limpió los dedos en la

servilleta.

—Sin problemas —dijo—. Contratiempos sin importancia quizás,

pero nada que no pueda ser solucionado con algo de disciplina.

¿Contratiempos? ¿Así era cómo los llamaba? Mi sangre hervía a

fuego lento, y tenía que cerrar la boca firmemente para evitar protestar. La

gente moría.

Korr se reclinó en su silla y sonrió con satisfacción al Oficial.

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—¿Qué es lo que va a hacer, construir más cercas para impedirles la

entrada? Eso no parece funcionar.

El rostro de Raine se puso morado.

—Es un asunto complicado.

—¿Y estos revoltosos sobre los que he oído?

Raine arrugó la frente.

—¿Revoltosos?

—No sé cómo los llama usted —dijo Korr, haciendo un gesto con la

mano—. Ellos se llaman a sí mismos los Capas Negras, o eso he oído. Todo

el pueblo está corriendo rumores sobre ellos y los mensajes que estos han

estado dejando en las paredes. Especialmente las suyas.

—Mis hombres están ocupándose de ello —dijo Raine. Alcanzó su

vaso de vino y tomó un trago.

Korr entrelazó sus manos detrás de su cabeza.

—Espero que lo hagan. No quisiera tener que dar a su Señoría el

Emperador una mala noticia.

Raine dejó su vaso en la mesa con fuerza. Parecía a punto de estallar.

—Caballeros. —El Alcalde interrumpió con una nerviosa sonrisa—.

Creo que la comida casi ha terminado, sin embargo habrá baile.

Korr miró a Ann. Ella me miró a mí.

Regresé a la cocina con la mente agitada. Ann aún necesitaba hablar

conmigo. Aún tenía que encontrar la manera de entrar en el estudio.

La cena se alargó. Las familias de Los Ancianos murmuraban cortésmente,

Korr sonreía, y Raine tenía mala cara. El Alcalde parecía enfermo. Ann

miraba fijamente un lugar en la pared y comía sin hablar. El ambiente en la

habitación era tan frío como los vientos en las montañas, pero todos

pretendían lo contrario.

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Por fin, empezamos a quitar los platos. Los sirvientes comenzaron a

desmantelar la mesa, limpiando la habitación, y los músicos pararon de

tocar sus instrumentos. La música comenzó a sonar otra vez, y unos pocos

de los más jóvenes de las familias de Los Ancianos se juntaron en parejas.

Yo observaba discretamente desde la pared con el resto de sirvientes.

Raine y Korr parecían estar discutiendo por la posición de sus

cuerpos, aunque sus rostros eran llanos y serenos. Después de un momento,

Korr se alejó de él y se aproximó a Ann.

—¿Creo que me prometiste un baile? —le dijo con otra sonrisa con

hoyuelos.

Ann apretó los dientes, aceptando su mano extendida, y dejándole

llevarla al centro de la habitación.

Lancé una mirada hacia la puerta. Por el recibidor, subiendo las

escaleras y a la izquierda estaba el estudio del Alcalde. Podría escabullirme

sin que nadie lo notara si lo hacía ahora, mientras todos ellos estaban

ocupados.

Pero necesitaba la llave. ¿Dónde estaba?

El Alcalde estaba parado con Raine, observando a los bailarines y

bebiendo a sorbos su bebida. No vestía ningún abrigo en el que guardara la

llave. Mi mirada regresó a las sillas que habían sido movidas contra las

paredes.

Su abrigo estaba tendido sobre dos de ellas. Una chaqueta de estilo

Aeraliano con bolsillos.

Me dirigí a las sillas lenta y deliberadamente.

Nadie estaba mirando.

Mis dedos tocaron el borde del primer bolsillo, y el latido de mi

corazón se aceleró. Metí la mano en el bolsillo mientras cambiaba mi

posición en la silla. Las voces canturreaban alrededor de mí. La música sonó

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más fuerte. Uno de los bailarines se reía nerviosamente. Mis dedos rozaron

el fondo del bolsillo.

Nada.

Poco a poco saqué mi mano y miré de soslayo alrededor de la

habitación. Ann y Korr aún estaban ocupados.

Raine seguía hablando en voz baja con el Alcalde. El resto de las

familias de los Ancianos estaban o bailando o de pie en grupos, con vasos

en sus manos y débiles sonrisas fijadas cortésmente en sus rostros.

Alcancé el segundo bolsillo y moví la mano, lo que creó más pliegues

en la tela. Mi pulso se aceleró. No podía respirar. Mi piel hormigueaba al

saber que en cualquier momento, alguien podía voltear y verme.

No podía llegar lo suficientemente adentro, no sin inclinarme…

Saqué uno de los ganchos para el pelo y lo dejé caer en el suelo.

Mientras me agachaba para recogerlo, deslicé mi mano en el segundo

bolsillo. El frío metal encontró la punta de mis dedos.

La llave.

Me volví a poner de pie lentamente, doblando los dedos en torno a la

llave mientras soltaba el aliento y miraba alrededor.

Lo había hecho. Ahora solo tenía que entrar al estudio y encontrar el

mapa.

La música terminó, y las parejas se separaron. Ann iba directamente

hacia mí. Mantuve la llave en mi mano cerrada, porque no tenía bolsillos en

mi vestido en el que esconderlo. Ella se detuvo cerca de mi silla y bajó la

voz mientras sus ojos vagaron alrededor de la habitación.

—Tenemos que hablar ahora. Por favor.

La razón perfecta para salir de la habitación. La dejé conducirme al

recibidor y a través del vestíbulo. Traté de no mirar con tanto anhelo a las

escaleras cuando los pasamos. Entramos al pasillo de los sirvientes que daba

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al piso principal, y Ann cerró la puerta detrás de nosotras. Era todo tan

familiar, y aun así hacía tanto tiempo desde la última fiesta en la que había

estado en esta casa.

Ella se giró hacia mí con la mirada baja. Respiró profundamente.

—Lia… no sé qué decirte.

Esperé. Una mezcla de emociones surgieron en mi pecho ―la

traición que sentí, junto con el recuerdo de las palabras de Adam y de lo que

fui testigo más temprano.

—¿Por qué? —pregunté después de un momento de silencio.

La tristeza llenó sus ojos.

—No puedo explicarte todo ahora mismo. Quisiera poderlo hacer. Por

favor créeme… no podía permitir que dudara de ti. ¡Así que no tuve opción!

—Lo entiendo —dije, y lo decía en serio. Sabía cómo se sentía la

desesperación.

Ella negó con la cabeza.

—¿Aun así no me perdonarás?

Un suspiro salió de mis pulmones y silbó entre mis labios. Solo podía

ser honesta con ella.

—Pregúntamelo de nuevo en unas semanas.

Ella asintió y alcanzó la puerta. Una lágrima se deslizó por su mejilla,

y ni siquiera trató de enjuagársela.

—Deberíamos volver.

Mi pecho se apretó. La llave quemaba en mi mano.

Este era el momento.

En lugar de seguir a Ann al recibidor hacia el comedor, vacilé en las

escaleras. Ella tenía tanta prisa que no notó que no la estaba acompañando,

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y la observé hasta que se deslizó por la puerta antes de darme la vuelta para

mirar hacia arriba al descansillo del segundo piso. Las escaleras de roble

pulido brillaban a la luz de la lámpara. Me llamaban. Eché un vistazo sobre

el hombro para asegurarme de que el vestíbulo estuviera vacío.

No había sirvientes o invitados a la vista.

Mis pies susurraron contra la madera mientras subía las escaleras. Mi

corazón palpitaba a cada paso. Mis palmas hormigueaban. En mi mente,

ensayaba mis excusas si alguien me atrapaba —buscaba a Ann, tenía que

tomar prestado algo que dejé en la habitación, me perdí. Todos sonaban

ridículamente falsos para mí.

Por eso, era mejor no dejarme atrapar.

Llegué al descansillo y me detuve. Un corredor lleno de retratos que

conducían a la derecha y la izquierda —a la derecha se encontraba el estudio

del Alcalde, a la izquierda la habitación de Ann. Fui a la derecha.

La oscuridad persistía en esta parte de la casa. Las lámparas de gas

oscilaban en sus enchufes, y no había ventanas que permitieran entrar la luz

del sol.

Me moví cuidadosa y silenciosamente. Cuando llegué a la esquina,

aguanté la respiración para escuchar los pasos de un sirviente o un guardia.

Pero no oí nada.

Giré en la esquina y vi la puerta del estudio del Alcalde. Mi corazón

palpitaba, y mis palmas comenzaron a sudar. Cogí la llave firmemente

entre mis dedos y la introduje en la cerradura. Escuché el suave clic, y abrí

la puerta.

Un estruendo agitó la casa. La energía onduló a través de mí, y el

fuego chamuscó mi cabello mientras el estudio del Alcalde explotaba en

llamas.

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Capítulo 15 Traducido por PaulaMayfair

Corregido por Nony_mo

La explosión me lanzó contra la pared del fondo. El dolor atravesó mi

cabeza y cuello. Probé la sangre. Me zumbaban los oídos.

Humo entraba por la puerta abierta, y vi el brillo opaco de las llamas

surgiendo del escritorio del Alcalde.

¿Había alguien puesto una bomba?

Los Capas Negras. Estaba segura de ello.

Trepé y arranqué la llave de la cerradura. Hacía demasiado calor para

entrar. Sin duda, el mapa estaba incinerado por ahora.

El humo quemaba mis pulmones y me redujo a un ataque de tos.

Encontré la pared con la mano y seguí adelante a ciegas mientras mis

pulmones exhalaban y agua brotaba de mis ojos.

El humo estaba corriendo por las escaleras y llenando el vestíbulo en

el momento en que llegué al rellano. Los huéspedes tropezaban desde el

comedor, tosiendo, y los soldados Lejanos se apresuraron dentro con sus

armas desenfundadas.

Nadie me había visto en las escaleras. Hice un barrido de la

habitación, pero todo era un caos y nadie me prestaba atención. Ann gritaba

órdenes mientras las personas corrían hacia las salidas. Levantando mi

falda, me lancé escaleras abajo y me uní a las personas saliendo de la casa.

Afuera, El Oficial Raine gritaba órdenes mientras que el Alcalde

paseaba. Las familias de los Ancianos se quedaron a cierta distancia como

una manada de ciervos asustados, como si ellos no supieran si quedarse o

escapar en la creciente oscuridad.

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Mis pulmones quemaban por el humo, y me doblé tosiendo. Corté

hasta que vi las estrellas, y cuando por fin me enderecé el patio se había

llenado de gente susurrando y apuntando a las llamas y el humo salía desde

el segundo piso de la casa. Barrí al grupo con mi mirada. ¿Dónde estaba

Ann?

Examiné el patio buscándola, pero no vi señales de su cabello rubio

brillante. De repente mi pecho estaba apretándose y mi estómago estaba

torciéndose.

—Ann —grité.

Regresé corriendo hacia la puerta, pero antes de llegar una bota pateó

para abrirla y Korr emergió llevando a Ann en sus brazos.

—Oh —jadeé, haciéndome a un lado. La llevó a la nieve y la dejó

suavemente. Sus mejillas estaban pálidas, y se inclinó tosiendo después de

que sus pies tocaron el suelo.

Korr se enderezó, manteniendo una mano sobre el brazo de Ana para

sostenerla. Su cabello oscuro se agitó en el viento mientras miraba hacia

arriba al segundo piso de la casa, donde el humo brotaba de la ventana rota

del estudio, y sus ojos se estrecharon en un estrabismo cuando volvió la

mirada hacia el resto de nosotros como si buscara un culpable.

—¿Sus hombres también tienen todo bajo control? —le preguntó a

Raine en voz baja y furiosa. Era la primera vez que lo había visto realmente

enfadado.

Pensaba también que eran los Capas Negras.

Recordé la llave en mi mano. No la necesitaba ahora. Desenrosqué

mis dedos y la dejé caer en la nieve debajo de un arbusto.

Si ellos lo encontraban en mí, sospecharían.

La noche era sorprendentemente fría, y yo no tenía mi capa. Me

estremecí en el viento mientras Raine y Korr intercambiaban palabras de

enojo en voz baja.

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Ann miró en mi dirección pero no se movió hacia mí. La expresión de

su rostro me dijo que me fuera, y así lo hice, deslizándome a través del

jardín y hacia el centro de la aldea. Metí mis dedos entumecidos debajo de

mis brazos y corrí para calentarme mientras mi mente nadaba con

preguntas.

¿Habían los Capas Negras prendido fuego al estudio del Alcalde?

Tenían que haber sido ellos. ¿Era esta su forma de demostrar que la gente

de la aldea no estaba tan contenta con la ocupación? ¿O habían estado

tratando de herir al Oficial Raine, al Alcalde, a Ann?

Seguramente su trampa era para el Alcalde. ¿Quién más podría haber

sido herido si la bomba fue configurada para detonar cuando la puerta se

abriera?

Me dolía la cabeza junto con mis pulmones llenos de humo. Mis

pensamientos se arremolinaron como pájaros asustados. Luché para

enfocar.

Adam estaba esperando en el patio de la cuota. Tenía que encontrarlo.

Llegué al centro de la aldea, donde los aldeanos ya se habían comenzado a

reunir y a apuntar a la columna de humo que salía de la casa del Alcalde en

la cima de la colina. Me sumergí en la sombra, evitando la mirada de todos.

¿Dónde estaba Adam?

Una sombra se separó por una puerta y se deslizó hacia mí.

Adam.

Seguí caminando hasta que llegué a un callejón, y luego me deslicé en

la oscuridad y esperé.

Se apoyó contra la pared junta mí.

—¿Y bien?

Sin aliento, le expliqué lo que había pasado.

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Me escuchó sin interrumpir, su mirada a propósito en mi cara. El

único movimiento que hizo fue quitarse la capa y colocarla sobre mis

hombros cuando vio que había perdido la mía. Me hundí en los pliegues

suaves, agradecida, y concluí diciendo:

—Creo que pueden haber sido los Capas Negras.

—Puede que tengas razón —reflexionó—. Pero no creí que fueran tan

inteligentes como para colocar una bomba en el estudio cerrado de la

Alcaldía. ¿Estaban tratando de enviar un mensaje a los Aeralianos, o

lesionar al Alcalde y su familia?

—Me preguntaba lo mismo —dije—. Leon me dijo que solo horas

atrás tenían planes. Esto debe haber sido.

—De cualquier manera, esto es bueno para nosotros —dijo—. Esto

nos da tiempo. El mapa sin duda ha sido destruido, y los Lejanos se van a

centrar en capturar a los culpables en lugar de preocuparse acerca de

cualquier influencia residual de La Espina. Ahora vete a casa, Lia Weaver,

antes de que los Observadores se deslicen fuera del bosque.

—¿Qué hay de ti? —pregunté.

—Voy a estar bien. Tengo cosas que hacer todavía.

—Puedo ayudar.

—Puedes ayudar asegurándote de que tus hermanos están bien. Vete

a casa, por favor.

No recordé que tenía su capa hasta que se había ido.

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Capítulo 16 Traducido por .Hariel.

Corregido por KatieGee

Guardé el uniforme de sirvienta de Ann y la capa de Adam y tiré de

una de mis camisones de lana tan pronto como regresé a la casa. Ivy estaba

dormida en su cama, sus brazos echados sobre su cabeza, su cuerpo se

enroscado adoptando una forma contorsionada. La subida y caída de su

pecho me confortó, y me detuve cerca de su almohada para vigilar su sueño

por unos pocos minutos antes de bajar las escaleras a la habitación principal.

John esperaba cerca de la fogata. La luz del fuego lamía su rostro y creaba

sombras alrededor de sus ojos y boca. No volteó a mirarme, pero aun así

sentí que tenía su atención. Me detuve al pie de las escaleras, y un millón de

palabras no dichas se atoraron en mi boca.

Jonn era mi hermano. Habíamos pasado por tanto juntos, y una vez

había sido uno de mis más cercanos confidentes. Ahora apenas nos

hablábamos, y Ann y yo estábamos prácticamente distanciadas. La presión

de tener a todos a quienes amo alejarse, enojarse o desconfiar se sentía como

un montón de piedras atadas a mi espalda. Suspiré. ¿Qué debería hacer?

Giró la cabeza.

—Viniste a casa con la capa de Adam. —Era una afirmación y una

pregunta.

—Perdí el mío —dije, y luego vacilé. La verdad de lo que había pasado

era tan importante y tan abrumadora—. Alguien hizo explotar el estudio del

Alcalde, y tuvimos que evacuar la casa.

—¿Una bomba?

Me dejé caer en una silla y me froté los ojos.

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—Alguna clase de artefacto explosivo rudimentario. El humo estaba

por todas partes. Me golpeé la cabeza… todos en la fiesta tuvieron que

evacuar en la nieve. —Tenía la mirada perdida en el espacio. Los detalles

aún me sorprendían, pequeñas cosas. El modo en que Korr había llevado a

Ann, como si estuviera hecha de cristal. La columna de humo filtrándose al

cielo desde lo alto de la casa. La manera en que los ojos de Adam se habían

suavizado muy ligeramente cuando me había dado su capa—. Dejé mi capa

en la casa del Alcalde. Probablemente está perdida ahora.

—¿Crees que toda la casa se quemará? —preguntó Jonn.

—Yo… tal vez no. —Los hombres de Raine lo extinguirían, quizás.

Pensé en Ann, con ningún lugar al que ir y la noche estaba cayendo.

¿Dónde estaría?

—Deberías usar uno de Mamá —dijo, aun hablando sobre mi capa.

—Buena idea —respondí, aun pensando en Ann. ¿Estaba sola esta

noche? Seguramente su padre se aseguraría que ella estuviera bien. No

obstante, ella no tenía hermanos que cuidarán de ella, no de la forma en que

yo lo hacía. Levanté la mirada hacia mi hermano, y lo encontré

observándome.

—Lia —dijo, y se detuvo. Su rostro se contrajo con tristeza.

Algo en mi pecho se liberó. Mi garganta se apretó hasta casi hacerme

llorar, y nos miramos el uno al otro, y entonces ambos hablamos a la vez.

—Lo siento tanto…

—No puedo hacer esto…

Nos reímos temblorosamente, y algo de la tensión en mi pecho se

transformó en esperanza.

—Tú primero —dije.

Se pasó una mano por el cabello.

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—No, tú.

—Está bien. —Respiré profundamente, escogiendo cuidadosamente

mis palabras—. Lo siento por lo que te dije. Lo siento si alguna vez te di la

impresión de que no te necesito. Sí te necesito. Estoy a punto de

derrumbarme. No tengo a nadie en quien apoyarme o a dónde recurrir, y

todo va mal. Necesito a mi hermano.

—Puedo ayudarte —dijo.

Asentí. Sentía un nudo en la garganta, y mis ojos ardían, pero no

lloré. No era una llorona. Cuando me sonrió con vacilación, la habitación se

sintió más alegre y cálida. Pasé por la fogata y me senté en la silla al lado de

él.

—Está bien.

—¿Está bien?

No habíamos dicho nada y lo dijimos todo. No sabía dónde nos

dejaba esto, pero de alguna manera habíamos hecho las paces. Respiré

tranquila, mi pecho se sentía más ligero y mi boca se curvó en una

involuntaria sonrisa de puro alivio.

Lo tenía de vuelta.

—No más secretos. —Prometí—. No para ti.

—Bien, entonces. —Se inclinó hacia adelante y apoyó los codos en sus

rodillas—. Cuéntame en qué has estado metida.

Jonn escuchó atentamente mientras hablaba sin parar narrando

nuestros viajes a Echlos y nuestra búsqueda del misterioso artefacto. Su

frente se arrugó cuando hablé sobre los documentos que habíamos buscado,

y se mordió el labio pero no hizo preguntas o interrumpió. Cuando terminé,

se echó hacia atrás y miró al fuego fijamente.

—¿Qué? —pregunté finalmente, cuando no pude aguantar más

tiempo—. ¿Qué es lo que estás pensando?

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Ladeó la cabeza con los ojos desenfocados y pensativos.

—Creo que nuestros padres sabían sobre esto.

No recordé que Adam lo mencionó.

—¿Por qué dices eso?

—Ellos tienen una historia con Echlos. Papá escribió sobre ello en sus

diarios. Si esta cosa es importante, y Adam Brewer cree que puede

encontrar información sobre su localización en un montón de documentos

viejos, entonces pienso que nuestros padres podrían tener algo de ello en

alguno de sus papeles.

Consideré esto. Tenía sentido.

—Está bien —dije—. Entonces busquemos entre sus cosas.

Miró fijamente las llamas. Tragó saliva.

—Y si lo encontramos, ¿me dejarás unirme a La Espina?

—Yo… no puedo hacerlo.

—Prométemelo, Lia. —Su voz de repente cobró intensidad—. No

puedo ser así de inútil por siempre.

—No eres un inútil.

Me lanzó una mirada exasperada.

—Hablaré con Adam. —Acepté—. Pero no puedo prometer…

—Tiene sentido que yo también colabore —argumentó—. Nuestros

padres trabajaron como un equipo antes, ¿no? ¿Por qué no podemos juntos

tomar su lugar? Ya sé sobre La Espina, y además vivo en esta casa.

—Tiene sentido —admití—. Pero Adam es impredecible. No sé lo que

dirá.

—Creo que dirá que sí, si tú se lo pides —dijo Jonn.

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Me callé por un momento.

—¿Por qué dices eso?

—No importa. —Alcanzó la cesta de hilo junto a su silla, pero cogí su

muñeca y la apreté, llamando de vuelta su atención hacia mí.

—¿Por qué?

—No es nada. Era un comentario sin cuidado. Tú y Adam son

amigos, eso es todo.

—Bien —dije en voz baja, echándome hacia atrás y dejándole ir—.

Supongo que lo somos.

Pero cuando subí las escaleras a mi dormitorio más tarde, un molesto

sentimiento me atormentaba.

Solo amigos.

¿Cierto?

Jonn se lanzó solo en la búsqueda, y la luz aún estaba brillando bajo la

puerta de la habitación de nuestros padres cuando me levanté a hacer los

quehaceres matutinos. Golpeé suavemente y lo encontré sentado en el suelo

con diarios y mapas amontonados alrededor de él.

—¿Algo de suerte?

—Encontré algo —dijo—. Una mención, no una localización.

—Bien, eso significa que podríamos estar en el camino correcto —

dije—. Una mención significa que ellos saben sobre ello. ¿Puedo verlo?

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Me tendió el papel sin decir nada, y eché un vistazo a los garabatos de

mi padre.

—“Hemos escondido el PLD.” —Leí, e inspiré bruscamente. Pasé la

mirada de la página al rostro exhausto de mi hermano—. ¿Dice dónde?

—No —murmuró—. He revisado todo. No lo mencionan otra vez.

—Se lo diré a Adam. Querrá saberlo. Y Jonn…

Se frotó el rostro con los nudillos.

—¿Sí?

—Ve a dormir un poco antes que Ivy se despierte.

Adam me encontró en el granero.

—Lia Weaver —dijo en voz baja junto a mi codo.

Casi se me cayó el balde de comida que había estado llenando.

—Adam. Tienes que parar de hacer eso.

—Lo siento. —Una sonrisa asomó en su boca y le brillaron los ojos,

una rara muestra de humor en él—. Quizás deberías aprender a escuchar

mejor.

—No puedo evitarlo si caminas como un fantasma. —Pasé junto a él

empujándolo para llegar a los caballos, fastidiada un poco. Estaba más que

todo bromeando—. Y disfrutas asustándome. No creas que no lo sé.

Continuó, y le escuché reírse entre dientes en voz baja.

—Veo que llegaste a casa sana y salva.

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—Sí. Corrí todo el camino. Gracias por tu capa, por cierto. ¿Te

congelaste?

—Encontré otra —dijo a la ligera, restándole importancia.

—Tengo algo que decirte.

Adam levantó las cejas y se reclinó contra la puerta del establo,

observándome sin hacer comentarios.

—Yo… le dije a Jonn sobre el PLD.

Me miró fijamente y no habló.

—Pensé que era una buena idea —continué rápidamente—. Ya sabía

sobre La Espina, y mis padres fueron un equipo, y hemos encontrado

algunas cosas de ellos que mencionan el artefacto…

—¿Qué? ¿Encontraron alguna mención de él?

—Sí… espera… ¿no estás furioso por involucrar a Jonn?

—Jonn es inteligente y decidido. Será una gran incorporación, y

siempre he esperado que algún día lo hiciera —dijo Adam rápidamente—.

Ahora dime sobre lo que está mencionado.

Le conté lo que sabía, lo cual no era mucho.

—¿Crees que lo escondieron en algún lugar en Echlos, o en algún otro

lugar? —Di un vistazo alrededor del granero—. ¿Aquí?

—Quizás —dijo—. ¿Y estás segura que no había nada más? ¿Ni

siquiera una pista?

—Nada. Jonn ha estado revisando los diarios de mi papá toda la

noche. Sin embargo, aún hay más por mirar. —Dudé, observando alrededor

de la habitación—. Deberíamos buscar la habitación secreta, tal vez. Revisar

en todas las cajas.

—Buena idea.

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Un soplo de aire húmedo asomó de la oscuridad cuando abrí la

trampilla. Adam cogió una linterna del gancho cerca del establo de los

caballos y me acompañó. Bajamos las empinadas escaleras adentrándonos

en la penumbra, y el olor de papeles viejos y polvo que caía me envolvió.

Cuando llegamos al pie de las escaleras, él agarró una pila de cajas de lo alto

del estante, las cuales Jonn e Ivy no habían tocado. Nos acomodamos en el

suelo y empezamos a organizarlos. Le miré de reojo unas cuantas veces,

tratando de averiguar lo que podría estar pensando sobre esta nueva noticia.

Pero su expresión era ilegible como de costumbre.

El silencio nos envolvió.

Busqué algo más que decir.

—¿Crees que los Observadores han estado merodeando el pueblo por

la noche regularmente ahora?

—Tal vez. Viajar a través de La Helada se ha vuelto aún más

peligroso, como viste la última vez que aparecí en la puerta de tu casa.

—Todos se han vuelto más temerarios —murmuré—. El bosque está

lleno de Observadores y la villa está llena de Lejanos, y ambos están

respirando en nuestra nuca. —Recordé algo que había oído la noche

anterior—. La noche pasada Korr amenazó a Raine con repercusiones del

Imperio Aeraliano si no detenía los ataques. ¿Podría él hacer algo sobre lo

que está ocurriendo en nuestra villa?

Adam negó con la cabeza.

—Los únicos con poder son los únicos con armas. No seas tonta al

pensar de otro modo.

Me incliné sobre la caja delante de mí con renovada determinación,

mientras consideraba su perspectiva del poder político Aeralino.

—Si no eres un Aeraliano, entonces ¿por qué estás con La Espina?

Esa pregunta me hizo ganar otra ligera sonrisa.

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—¿Por qué lo estás tú?

—Porque alguien tiene que hacer algo.

Me dio un suave empujoncito en el hombro.

—Bien, no somos tan diferentes, tú y yo.

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Capítulo 17 Traducido por Elizzen & Cr!sly

Corregido por La BoHeMiK

Evité la aldea durante días mientras Jonn y yo buscamos los archivos

de nuestros padres para más menciones del PLD. Ivy rogó por tomar la

cuota, y le dejé. Estaba inquieta, y necesitábamos mantenerla ocupada

mientras trabajábamos.

Se nos estaba acabando el tiempo.

En el cuarto día después de la explosión, finalmente tome un

descanso de la búsqueda para comprobar las trampas en el bosque. Caminar

a través del páramo helado pareció despejar mi cabeza, e inesperadamente

me hizo sentirme cerca de mi padre. Me quedé muy quieta en medio del

desierto blanco, escuchando los suaves sonidos de la nieve derritiéndose y

las llamadas de los ala-azul que resonaban entre los árboles.

—¿Dónde está, Papá? —susurré en voz alta.

El viento abanicó mi rostro, y suspiré. Comprobé las trampas. No

habíamos atrapado nada. Abatida, me volví a casa. Deteniéndome junto al

granero para comprobar a los animales; todo estaba oscuro, silencioso y

seguro. Antes de entrar en la casa, recorrí la línea de árboles, un viejo

hábito, aunque ya no sabía si estaba buscando a Lejanos, Observadores, o

Capas Negras.

La vida se había convertido en un enredo de peligro y decepción.

Me dolían los huesos al pensar en otra noche sin dormir, pero no estábamos

más cerca de encontrar el PLD que antes, y Adam se estaba poniendo cada

vez más ansioso. Había prometido pasarse por la casa y ayudarnos después

de que Ivy estuviera dormida, así que había estado de acuerdo.

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206

Quité la nieve de mis botas y entré. El fuego crepitaba en el silencio.

La habitación estaba vacía a excepción de mi hermano, quien estaba sentado

en su silla con las cuotas en su regazo.

—¿Dónde está Ivy?

Jonn levantó la vista del hilo.

—Pensé que estaba en el granero contigo.

—No... —Me cubrí la cara con las manos y suspire—. ¿Por qué esa

chica no puede quedarse quieta durante cinco segundos? ¿Podría estar

arriba?

Escuchamos juntos, y no oí ninguna señal de movimiento arriba, pero

a veces se quedaba dormida en su cama en mitad del día. Subí la escalera y

conté los pasos que daba para calmar mi mal genio.

—¿Ivy?

La habitación estaba vacía. Excepto por los cambios de luz y las

sombras que entraban por la ventana, los cuales, se agrupaban en el edredón

de su cama.

Una espiral de pánico silencioso retorció mi estómago, pero me

obligué a calmarlo. No iba a dejarme estar asustada, no todavía.

Probablemente no era nada. Probablemente estaba detrás de la casa,

hablando con un bebé ala-azul y convenciéndolo de que se fuera con las

bayas.

Eso estaba bien. Ella solo estaba afuera. Me lo repetí y algo de la

tensión se deslizó de mis hombros.

Al darme la vuelta para irme, el destello de algo me llamó la atención.

Me detuve.

¿Qué era eso debajo de su cama?

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207

Crucé la habitación hasta su cama y me agaché. Metí la mano bajo la

cama, y mis dedos rozaron el frío metal.

Solo una linterna.

La presión en mi pecho se alivió, y me senté sobre los talones cuando

la irritación tomó el lugar del pánico. ¿Estaba intentando quemar la casa

otra vez, leyendo a altas horas de la noche? La última vez se había dormido

y casi les prende fuego a sus sábanas.

Cuando saqué la linterna debajo de la cama, se enganchó en un

pedazo de tela. Extendí de nuevo la mano y saqué una camisa negra. Una de

las camisas de mi padre.

¿Qué...?

Me puse de rodillas y tire todo lo que estaba amontonado debajo de la

cama. Un par de pantalones negros. Un par de botas. Una pequeña capa

negra.

Las levanté a la luz con los dedos entumecidos. Mis manos

temblaban. El estómago se retorció. Mi boca formó la palabra mientras la

furia me llenó como el fuego, incinerando cada pensamiento en mi mente

excepto el terrible y duro conocimiento de lo que significaba esto.

Capas Negras.

Cuando llegué a la aldea en sí, inmediatamente supe que algo andaba

mal. El aire se sentía pesado y coagulado. Los aldeanos se apresuraban con

las cabezas bajas y sus capas tensas. Unas pocas personas estaban de pie

alrededor del Salón de la Asamblea.

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El corazón saltó a mi garganta. ¿Otra muerte por los Observadores?

Me abrí paso hacia delante y agarré el brazo de la persona más cercana a

mí.

—¿Qué ha pasado? —exigí.

Él miró hacia abajo.

—¿No has oído? Tres jóvenes han sido arrestados.

—¿Arrestados? —Mi voz estaba chillona y sin aliento. Di un paso

atrás—. ¿Por qué?

—Por prender fuego a la casa del alcalde. Han sido detenidos como

parte de la investigación. —Él bajó la voz—. Si son declarados culpables,

van a ser enviados a los campos de detención Aeralian.

Mi cabeza estaba dando vueltas. Me tambaleé hacia atrás y me apoyé

contra la pared. ¿Campos de detención Aeralian? No era un ahorcamiento,

pero aun así era una sentencia de muerte.

—¿Q… quien fue arrestado? —pregunté, antes de que el hombre

pudiera seguir adelante.

Él negó con la cabeza.

—No sé los nombres, pero están siendo detenidos en el consulado.

Corrí.

Su nombre era un canto sin sentido en mi mente: Ivy, Ivy, Ivy, Ivy,

Ivy… y no podía respirar, no podía pensar más allá del revuelto sentido de

presentimiento que se construía en mis venas. La capa fluía detrás de mí

mientras corría por la calle y doblaba la esquina. El consulado brillaba

delante de mí, cruel y frío a la luz del sol. Corrí más rápido.

Pude ver siluetas en el patio, más allá de la puntiaguda valla metálica

que separaba el consulado de la calle. Los trabajadores lo habían terminado

días atrás. El terreno alrededor del edificio estaba roto y revuelto, como si se

hubiera excavado a sí mismo en la tierra como un topo.

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Frente al edificio del consulado había tres prisioneros, con las manos

encadenadas.

Llegué a una parada brusca, mi corazón acelerado y la respiración

entrecortada por el dolor. Escaneé las figuras.

Mi hermana no estaba entre ellos.

Me tambaleé con alivio.

El infeliz trío levantó la cabeza al acercarme. Inspiré profundamente

mientras la luz cayó sobre sus rostros. Los dos primeros eran chicos rubios

que no conocía, pero... ¿Kirth Elder?

—Tú —dije pasmada—. ¿Estás con los Capas Negras?

Él me miró, desafiante, y no contestó. Había estado en la casa del

Alcalde la noche de la explosión. ¿Había colocado la bomba en el estudio?

No importaba. En este momento, nada importaba, solo la seguridad de mi

hermana. Volví a la plaza del pueblo. Si Ivy no estaba entre los detenidos,

¿dónde estaba?

Busqué en la aldea durante horas, y finalmente, me dirigí a casa.

Cuando volví Ivy, Jonn y yo estábamos esperando junto al fuego. La

puerta se cerró de golpe, y nos miramos el uno al otro. Tomé una

respiración profunda y me enfrente a mi hermana.

—¿Dónde has estado, Ivory Augusta Weaver? —pregunté. Mi voz era

firme y tranquila, pero ella se estremeció como si hubiera gritado.

—En la aldea. —Ella metió un mechón de pelo detrás de su oreja y

encorvó los hombros hacia arriba entorno a su cuello.

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—No es el día de la cuota. No es el día de la Asamblea.

Ella no dijo nada. Alcancé mi espalda y saqué la camiseta que había

encontrado.

—¿Qué es esto?

Su rostro se desplomo, pero ella levanto la barbilla.

—¿Por qué estabas revisando mis cosas?

—Dime que esto no es lo que pienso que es —dije. La ira anterior

había quemado todo dentro de mí, pero eso se podría solucionar. Mi voz era

suave como cenizas y tan fría.

—¿Por qué estabas revisando mis cosas?

—Ivy —dijo John. Hablo en voz baja, pero la quebró. Ella empezó a

llorar. La visión de sus lágrimas me encendió otra vez, y me puse de pie.

—¿La nota de amenaza en el granero? —demandé—. ¿La dejaste tú?

Ella presiono sus labios juntos. Sus ojos estaban brillantes con

lágrimas.

—Estoy luchando contra los Lejanos como tú.

—¡Estas siendo estúpida! —grité. La furia lamía en mi interior como

el fuego reavivado. Mis manos temblaron.

John puso una mano en mi brazo, tranquilizándome.

—Ivy. No puedes ser parte de los Capas Negras.

—Mamá y Pap… —empezó a decir.

—Nuestros padres nunca te hubieran dejado envolverte en algo como

esto —espeté—. Los Capas Negras son temerarios. Ellos odian a la gente

como Ann, habrían odiado a Gabe en ese momento y hubieran querido

matarlo. Para no mencionar que además sus métodos son estúpidos y

temerarios. Tres de ellos fueron arrestados hoy.

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Sus ojos se abrieron ante la palabra arrestados, pero ella siguió

presionando.

—Ellos están intentando hacer el bien, y me necesitan —protestó con

vehemencia—. Ustedes dos están ayudando con La Espina ahora, no

pretendan que no. Me dejaron afuera, pero también quiero ayudar. Así que

lo estoy haciendo. A mi manera.

John y yo intercambiamos miradas.

—¿No me escuchaste? Las personas fueron arrestadas. Y podrían ser

deportadas —dije.

—¡Casi no he hecho nada! —explotó—. Solo dejé una estúpida nota y

llevé un par de mensajes.

—Bien. Y eso es todo lo que harás.

—Pero…

—Esta discusión ha terminado —dije.

Sacudiendo su cabeza, corrió junto a nosotros por las escaleras.

Presioné una mano sobre mis ojos.

Al menos ella estaba a salvo.

Empezamos a trabajar en el hilado, mientras hacia un guisado en la

olla sobre el fuego.

Para el momento en el que el cielo de afuera se tornó oscuro y el olor

del guiso comenzó a llenar la casa, Ivy bajó las escaleras, arrastrando los

pies y con los ojos enrojecidos. Ella no habló cuando llego hasta nosotros,

pero se dejó caer al lado de la chimenea y tomó una maraña de hilo de los

pies de Jonn para enrollarla en una bola.

Intenté no mirar, pero no podía esconder mi asombro de que ella

hubiera aparecido.

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—Trabajo de la cuota —murmuró ella cuando notó mi incredulidad—.

Ya no soy una niña, Lia, en caso de que no lo hayas notado. Ahora le presto

atención a estas cosas. Pondré mi peso por aquí al igual que cualquier otra

persona.

Jonn y yo parpadeamos el uno hacia el otro.

—Bien —dije, demasiado sorprendida para decir más que eso, y volví

a mi trabajo. Tenía miedo de decir más y arruinarlo.

Se inclinó sobre su trabajo, atacando el hilo con toda la ferocidad de

su personalidad.

Por lo que se sintió una eternidad, nadie habló. Entonces, finalmente,

Jonn la toco con su pie. Cuando ella levantó la mirada, él preguntó:

—¿Qué despierta en la oscuridad y duerme a la luz, no puede ser

tocado ni visto con los ojos, pero igual inflige un miedo intenso?

Ella frunció el ceño, claramente molesta y sin estar aún lista para

poner su dolor a un lado, pero aun así le siguió la corriente y respondió:

—Un Observador.

—No puede ser tocado o visto con los ojos —repitió él.

Ivy mordió su labio. Su cara se arrugó como si fuera a declarar que no

lo sabía, pero entonces parpadeó, dándole la más débil y codiciosa de las

sonrisas.

—¿Una pesadilla?

Él le sonrió.

—Te estás volviendo buena en esto.

Ella casi se encoge de hombros sin embargo solo levantó uno, pero

parecía un poco complacida.

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La tensión en la sala mejoró, y me sentí infinitamente más ligera.

Podemos hacer esto. Jonn, Ivy y yo… podemos encontrar alguna manera

entre el peligro externo y los conflictos internos.

Jonn tomó un manojo de hilo y empezó a enrollarlo.

—¿Y quién, en su momento más temeroso, también es el más

valiente?

—¿Un arándano azul?

—Siempre pensé que era un morador de La Helada —comenté—. ¿No

es eso lo que dijo papá?

—Muchas de las adivinanzas de él tienen más de una respuesta —dijo

Jonn encogiéndose de hombros.

Más de una respuesta…

Mis manos se pausaron, y levanté mi cabeza.

—Jonn.

Él giró la cabeza y su miranda era de cuestionamiento.

—¿Qué pasa?

Por un momento, no pude hablar. Mi mente giraba, y los escalofríos

recorrieron mi piel.

—¿Qué tejido secreto te mantendrá caliente? —Finalmente solté.

Tejido Secreto…

Nos miramos a los ojos. Su boca formo una “O” cuando hizo la

conexión.

—¿Crees que…?

Me apresuré hacia la habitación sin responder, y ahí estaba, doblada a

los pies de la cama. La colcha de mi madre. Con la que ella me arropaba

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cuando era una pequeña niña, la que siempre había utilizado para señalar la

granja, el pueblo, todo.

¿Un tejido secreto?

Mis dedos temblaban mientras la sacudía. Los coloridos patrones

cocidos desplegados sobre el piso, dejando el mapa de tela por todas partes.

Pase mis manos sobre el pueblo, nuestra granja, los caminos…

—Debe estar aquí en alguna parte —murmuré en voz alta.

Una sombra lleno la puerta. Era Jonn cojeando.

—¿Lia? —Su voz era aguda por la emoción.

Tomé la colcha en mis brazos.

—Vamos. Necesito ponerla a la luz.

Ivy nos miraba, con los ojos muy abiertos, mientras trajimos la

manta a la chimenea.

—Ivy —dije—. Necesito que cuelgues una linterna en el árbol que está

a la orilla del bosque. El de la gran rama que cuelga sobre el patio.

Se levantó en silencio y fue a tomar una linterna del clavo junto a la

puerta, mientras yo sacudía la colcha una vez más para quitar las arrugas.

Jonn se unió a mí.

—¿Ves algo?

—Lia —dijo Jonn, con alegre exasperación—. Hemos estado viendo

esta colcha durante toda nuestra vida. No estará tan obvio a primera vista.

—Cierto.

Pase mis dedos sobre las puntadas lentamente, escaneando cada

centímetro. Aquí estaba el pueblo. Aquí estaba el camino bordeado con

cinta azul sobre los arbustos para la nieve que los recubría. Aquí estaba la

tela negra que representaba el río entre Los Lejanos y nosotros. Aquí estaba

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el lago congelado, representado por un pedazo de tela gris nublado, y aquí

estaba nuestra pequeña granja, con un color pálido para la casa y una más

oscura para el establo. Pequeñas puntadas grises hacían un camino de

huellas al granero. La tracé con la punta de mis dedos y los recuerdos

llenaron mi mente. Pretendí caminar con mis dedos por ahí una y otra vez

como una pequeña niña.

La pisadas…

Giré mi cabeza, trazando el rastro de hilo gris con mis ojos.

El bosque de La Helada era un mosaico de trozos de tela y bordados,

una cacofonía de colores marrones, blancos y grises. Un hilo especial

brillaba a través de todo, era casi de plata que reflejaba la luz y pintaba un

trazo brillante. Se tejía alrededor de la granja, la línea de árboles del bosque,

alrededor de las ramas y por el costado de la colcha hacia…

—¿Qué es esto?

Una pequeña, delgada tela marrón cosida en medio del bosque.

El entrecerró los ojos.

—No lo sé. Nunca había notado eso antes.

—¡Mira!

A lo largo del borde de la letra, en pequeñas puntadas, estaban las

letras:

P

L

D

Yo nunca los había visto antes, incluso si hubiera estado viendo la

colcha a un centímetro de mi cara. De hecho, no lo hubiera notado

entonces, esa era la idea con la que trabajaron el diseño de la colcha.

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—Increíble —murmuró Jonn. Su voz se llenó de admiración—. Ha

estado aquí todo el tiempo. ¿Y qué es eso? ¿Alguna especie de granja, un

cobertizo?

Me reí con voz temblorosa.

—Cuando Adam este aquí, lo seguiremos por este camino y supongo

que lo descubriremos. —Froté mis manos sobre mis cansados ojos y me

recosté—. Un tejido secreto… nos lo estuvieron diciendo todo el tiempo. No

lo puedo creer. Ellos plantaron las pistas para nosotros mucho antes de que

ni siquiera supiéramos que las necesitábamos.

Abracé la colcha en mi pecho, y al igual que la prometida adivinanza,

me sentí cálida.

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Capítulo 18 Traducido por Lalaemk &Elizzen

Corregido por Cr¡sly

Un toque me despertó cuando la luz todavía era pálida y azulada a

través de las cortinas. Ivy seguía dormida, envuelta en tantas mantas que

apenas podía verla. Todo abajo seguía quieto. Jonn dormía, también.

Me envolví en la manta de mi madre y fui a abrir la puerta.

Era Adam. Se puso de pie en la sombra del porche, con el cabello

oscuro desordenado por el viento y sus ojos cansados, pero alerta,

escaneando mi cara por cualquier signo de ansiedad o miedo.

—Vi la linterna. ¿Qué…?

—Lo encontramos —susurré.

Su boca se cerró y, por un momento, no se movió. Me miró

fijamente, inmóvil, y luego dio un paso adelante y me agarró de los

hombros.

—¿Qué dijiste?

—Encontramos el mapa de donde mi padre escondió el PLD. Estaba

en un edredón que mi madre hizo, y la clave estaba en un viejo enigma que

solía decirnos cuando éramos niños.

Adam estaba muy, muy quieto, como si tuviera miedo de moverse y

despertarse de un sueño. Por último, exhaló profundamente.

—Increíble.

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—Eso fue lo que Jonn dijo también. —No podía dejar de sonreír. Lo

habíamos hecho. Jonn y yo habíamos ayudado a La Espina al igual que

nuestros padres.

—¿Puedo ver el edredón?

Me hice a un lado para dejarlo entrar. Se quitó su capa y se sacudió la

nieve de sus botas, y lo llevé a la chimenea, donde el edredón yacía al otro

lado de la silla vacía de Jonn. Adam lo estudió cuidadosamente mientras yo

lo observaba. Examinó cada pulgada con el cuidado de un artesano

examinando una obra maestra.

—Astuto —murmuró con admiración en voz baja, hablando medio

para mí y medio para él—. Ocultar la respuesta correcta a la intemperie

donde nadie esté buscando. Increíblemente astuto. ¿Y quién buscaría el

mapa en un edredón? Ciertamente no alguien como yo. Cualquier persona

tratando de encontrar esto aparte de ti o tu hermano fracasaría, ya que

habíamos estado buscando a través de documentos y mapas antiguos en

lugar de escuchar los enigmas de la familia.

Estudiamos juntos el edredón por un momento, envueltos en un

reverente silencio hasta que mi estómago rugió de hambre y tomé la tetera

para calentarla sobre el fuego. Pero en mi emoción, la llené demasiado.

Derramé agua en el suelo.

—Aquí —dijo, tomándola—. Déjame ayudarte.

—¿Has comido?

Él negó con la cabeza.

Lo dejé que situar la tetera mientras que yo fui por el pan y la

mantequilla y lo que quedó de los huevos de ayer del agujero en la pared

junto a la ventana donde se mantuvieron fríos. Adam colgaba la tetera y

agitó las brasas hasta que salieron nuevamente las llamas, y cuando volví a

entrar en la sala principal, reprimí una sonrisa al verlo atendiendo un hogar

tan cómodamente.

—¿Qué? —preguntó sin levantar la vista.

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—Nada... —dije—. Es solo que haces una buena ama de casa bonita,

eso es todo.

Levantó la cabeza y me devolvió la sonrisa con una de los suyas, la

primera que había visto en mucho tiempo.

—He hecho mi parte de las tareas del hogar, Lia Weaver.

—Siempre me llamas así.

—¿Te llamo qué?

—Mi nombre completo, Lia Weaver.

Volvió la cabeza casualmente mientras alcanzaba las tenazas para

empujar las brasas otra vez.

—Lia. —La palabra era tranquila, casi una caricia, y por alguna razón,

oírla hizo un nudo en mi estómago. Yo me ocupé con el pan para ocultar

cómo me había aturdido.

—Hay algo más que deberías saber —dijo después de un momento de

silencio.

Levanté la cabeza y esperé que continuara.

—Algunos tontos de Capas Negras fueron detenidos ayer —dijo

Adam—. Korr está diciendo que va a ponerlos en libertad si alguien le da

información sobre Echlos, o un misterioso dispositivo conectado a ello.

Todo el aliento abandonó mis pulmones.

—¿El PLD?

Adam asintió.

Moví mis manos.

—¿Qué vamos a hacer?

—Nada —dijo con firmeza.

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Me mordí el labio con fuerza. La voz del hombre de ayer hizo eco en

mi mente.

—Van a ser enviados a campos de detención…

—No podemos rendirnos —dijo—. Las vidas están en función de este

dispositivo, Lia. Los Capas hicieron su propia decisión.

—Pero…

—No podemos —dijo gentilmente, con firmeza.

Nos miramos el uno al otro, y vi que estaba tan herido como yo.

La puerta de la habitación de mis padres se abrió, y John salió

cojeando.

—Brewer —dijo, no sonando sorprendido de verlo.

—Weaver —respondió Adam de manera uniforme, metiendo lejos su

tristeza con un parpadeo.

Los dejé medirse el uno al otro y recuperé el pan. Lo corté, untándolo

con mantequilla, y lo llevé a la chimenea.

Cuando volví, Jonn y Adam estaban enfrascados en una discusión

sobre la mejor manera de acceder al lugar indicado en el mapa-edredón.

—Conozco este camino —dijo Jonn, al tocar la línea de hilo de plata

con sus dedos—. Mi padre solía utilizarlo para poner sus trampas. Es un

camino de ciervos, y es difícil de seguir, ya que constantemente se rompe y

se desvía y se dobla hacia atrás. Solo nuestra familia conoce el camino.

—¿Cuándo nos vamos? —le pregunté, mi estómago de repente con

una explosión de nerviosismo y emoción.

Adam sonrió con la mitad de su boca.

—¿Qué tan pronto puedes estar lista?

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Nos fuimos inmediatamente. Ivy todavía estaba dormida, y John

estaba trabajando en la cuota cuando nos fuimos. Adam comenzó a dirigirse

hacia el granero, pero lo llamé.

—Los caballos no pueden entrar al camino. Es demasiado estrecho,

demasiado retorcido —dudé—. ¿Podemos llevar el PLD nosotros mismos?

Adam asintió.

—Sí. Muy bien, entonces. A pie.

Entramos al bosque entre los árboles un poco más allá del granero.

Los silencio nos envolvía, y la extraña luz azul filtrándose a través de las

ramas haciendo escalofríos a través de mi piel. Pero me sentía fuerte y

cálida en la manta de mi madre. Las Flores del Invierno que rebotaban

alrededor de mi cuello, me tranquilizaba, y Adam se acercó a mi lado, con

su capa ondeando junto a la mía en el viento.

El único sonido era el crujido de nuestras pisadas y el silbido de

nuestra respiración. El aire era tan frío que hacía que mis dientes dolieran.

Mis dedos se sentían frágiles, incluso en el interior de los guantes de lana

gruesa, y metí las manos debajo de los brazos para entrar en calor. A

nuestro alrededor, la helada con hielo crujía y con silencio sombrío.

—¿Tu padre solía llevarte por este camino? —preguntó Adam en voz

baja, cuando habíamos caminado durante algún tiempo. La calidez de su

voz me descongeló un poco.

—A veces. Él ponía trampas a lo largo de este camino. Decía que era

un secreto Weaver, un secreto que se mantenía solo en la familia. No

quería que los habitantes del pueblo supieran que caminaba por la profunda

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Helada. —Hice una pausa, recordando—. Él nunca tuvo miedo de ir a la

Helada, ya ves.

—Me acuerdo —dijo—. Tu padre era un hombre valiente.

Un picor caliente que se sentía como si las lágrimas comenzaran

detrás de mis ojos.

—Él fue el hombre más valiente que conocí. Mi madre no quería

caminar mucho por los bosques, y nunca sin él, pero ella también era

demasiado valiente. Ambos eran muy fuertes en la cara de tal dificultad.

—Como lo eres tú.

Nos miramos el uno al otro, y las palabras susurraron en mi garganta,

las palabras no dichas que ni siquiera sabía cómo decir. Un ala-azul

revoloteaba en el aire por encima de nosotros, rompiendo el momento, y

seguimos adelante mientras mi corazón latía rápido y mi sangre

hormigueaba.

Nuestros pies golpeaban a un ritmo desesperado sobre la tierra

apisonada. El camino hacía una cinta húmeda de color marrón oscuro a

través de la nieve, el tejido debajo de los árboles y alrededor de las rocas tan

hábilmente como los puntos de mi madre. Nos movimos más rápido

conforme la oscuridad se profundizaba. Por encima de nuestras cabezas, las

nubes seguían.

—La tormenta viene —le dije.

—Todavía tenemos un par de horas —supuso, mirando fijamente una

mancha visible del cielo cuando nos detuvimos a descansar.

—¿Cuánto falta?

—No mucho. —La Helada se estaba convirtiendo en un gris brumoso

como la sombra más profunda y la luz solar se oscureció, ocultándose por

las nubes—. Tal vez diez minutos.

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Seguimos adelante, apresurándonos más y más. El camino se tejía

bajo y se apretaba entre masivos, carámbanos incrustados en las piedras.

Los recuerdos fluyeron a mi alrededor mientras corríamos, mezclándose

con el presente. Vi destellos de mi padre a través de los árboles, pero era

solo mi imaginación. Al acecho en el borde de mi conciencia que tuve la

sensación de ser observados.

¿Estaba lo suficientemente oscuro para que los Observadores

estuvieran vigilando la Helada?

Un miedo helado me rozó la columna vertebral y se retorció en torno

a mi garganta. Aparté los pensamientos lejos y seguí caminando.

A mi lado, Adam me correspondió paso a paso.

De repente, súbitamente, una figura se alzó en la penumbra.

El cobertizo.

Nos detuvimos juntos, jadeando, nuestros alientos saliendo en forma

de nubes de niebla. El cobertizo era justo como lo recordaba —pequeño,

envejecido, con una puerta hundida y una sola ventana de cristal empañado.

Los árboles se inclinaban sobre él, y sus ramas cepillaban el techo cubierto

de hielo. El camino terminaba en la puerta.

—Él solía mantener sus trampas aquí —dije dando un paso hacia

adelante. Mis manos temblaban al llegar a la perilla, y mi cuero cabelludo

picaba mientras las bisagras crujían. Los elementos habían combado la

madera, y la puerta gimió como un moribundo cuando juntos la obligamos

a abrirse.

En el interior, el piso de tablas sin pintar se sacudió bajo nuestros

pies. La luz pasaba a través del cristal de una ventana sucia e iluminó

débilmente la habitación. Mi corazón latía fuerte mientras pasaba mis

dedos sobre las paredes. Viejas cadenas y trampas con los dientes oxidados

boquiabiertos como garras colgaban del techo y lanzaban un caleidoscopio

de sombras a través de mis manos.

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Nos paramos en medio de la habitación, y el silencio se abalanzó y

nos envolvió en sus fríos brazos.

—¿El suelo? —dije, porque era el primer lugar que me vino a la

mente.

Nos arrodillamos, nuestros dedos raspando las tablas. Mis guantes se

pusieron mugrientos. Adam tiró de una hacia arriba. Se levantó en su mano

sin ningún esfuerzo revelando la suciedad debajo.

—Eso fue más fácil de lo que esperaba —murmuró. Quitó otra tabla, y

otra.

Debajo de ellas había un agujero, y una tela de lona. La arranqué a un

lado, y luego me congelé.

Un pozo poco profundo había sido excavado en la tierra. La tela lo

había cubierto. En el foso estaba la mella de un cuadrado.

Pero el dispositivo en sí mismo no estaba.

—¿Dónde está? —jadeé, echando a un lado la tela y excavando la

tierra con mis dedos—. ¿Lo ha enterrado más profundamente? ¿Es esto una

especie de truco para detenernos?

Adán se quedó mirando el lugar vacío, aturdido.

—No está.

Habíamos hecho todo este camino. Lo habíamos descubierto todo.

¿Dónde estaba?

Me puse de pie y corrí afuera, mi corazón golpeando y mi respiración

dificultosa mientras escaneaba los árboles. Tal vez mi padre lo había

llevado a un nuevo lugar de entierro. Tal vez lo había escondido detrás del

cobertizo. Tal vez había decidido que el suelo era demasiado obvio, o...

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225

Me tambaleé a un punto cuando mis ojos se posaron en el suelo. El

camino que habíamos seguido a través del bosque era la suciedad congelada,

pero la nieve rodeaba los bordes del cobertizo.

Y presionada en el blanco inmaculado de la nieve...

Una huella fresca.

La sangre en mis venas se convirtió en hielo, y gire hacia el cobertizo.

—¡Adam!

Él apareció en el umbral, y nuestras miradas se encontraron. Señalé la

huella. Yo apenas podía pronunciar las palabras.

—Alguien ha estado aquí antes que nosotros. Se lo llevaron.

Adán barrió la zona con su mirada. Era todo rigidez fría y palabras cortadas

cuando se volvió hacia mí.

—No hay huellas en la nieve. Tomaron el camino, por lo que no

podemos rastrearles así.

—¿Crees que los Capas Negras se lo llevaron?

—¿Quién más? —dijo, sus ojos escupiendo rabia. Miró el camino, y a

mí—. Esta huella está recién hecha, yo diría que hecha hace menos de una

hora.

Entonces teníamos que actuar con rapidez.

—Vete —dije—. Eres más rápido que yo. Dirígete a la aldea, y yo

comprobaré el bosque. Podrían estar en cualquier parte. Pero probablemente

no hayan ido muy lejos. Pocos conocen bien estos bosques o senderos, pero

tú y yo sí.

Él asintió.

—Y vamos a ser más rápidos si nos separamos. ¿Nos encontraremos

en la granja en unas horas?

—Sí —dije.

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Él echó a correr. Tomé una respiración y después seguí, mi capa era

como una vela en el viento.

La nieve había comenzado a caer entre las copas de los árboles. Una

niebla blanca envolvía el bosque, convirtiéndolo todo en gris y azul. Mi

aliento brotaba de mis labios y mis mejillas se congelaron mientras corría.

Mi pie se quedó atrapado en una raíz, y tropecé. Me deslicé fuera del

camino y caí de rodillas en los yerbajos. Me quedé inmóvil por lo que vi.

Huellas, desviándose del camino hacia un claro cubierto de nieve. Las

vi claramente. ¿Huellas de Adam? Pero no, estos eran más pequeñas. Se

dirigían hacia el oeste, en dirección al lago y al este de la aldea.

—¡Adam! —grité, con la esperanza de volver con él.

Mi voz fue ahogada por los árboles, la nieve. Nadie respondió. Él ya

se había ido.

No tenía mucho tiempo. Tomé la decisión.

Seguí las huellas.

Mi mente giraba mientras corría. Las tablas habían sido demasiado

fáciles de levantar. El ladrón había dejado en su lugar sin amartillarlas de

nuevo. Debería haber sospechado de inmediato que algo andaba mal, pero

habíamos estado colocados con el éxito. No habíamos estado pensando.

Porque en el fondo, sabíamos exactamente que había tomado el PLD, y mi

corazón era pesado como una piedra en mi pecho.

Mis pulmones ardían y mis piernas dolían mientras corría a través de

la nieve. Me hubiera gustado que hubiéramos tomado a los caballos, pero ya

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era demasiado tarde para eso. Ramas de árbol azotaban mi cara y se

enganchaban en mi capa, pero me liberé y seguí corriendo.

La luz del sol se desvanecía. Las sombras se oscurecieron cuando las

nubes rodaron por el cielo. Más copos caían entre los árboles,

desempolvando mi cara. El viento golpeaba mi nariz y adormecía mis

dedos. Corrí, corrí y corrí.

Al final, la penumbra de La Helada dio paso al resplandor de la luz, y

avancé a través de la línea de árboles. Por delante, un gran lago de hielo

opaco se estiraba hacia una orilla bordeada de pinos. A la derecha, un

zarcillo de humo blanco de la herrería del pueblo subía en espirales en el

cielo. Estaba en el lago, y menos de una milla de Iceliss.

El viento fustigaba mi pelo a mis ojos y les hizo llorar mientras

exploraba la costa. Nada se movía contra el fondo. El hielo se extendía

sobre el agua oscura como una nublada catarata sobre el iris de un ojo negro,

y más allá del hielo del río corría pasando, haciendo espuma contra las rocas

a su paso corriendo hacia las cataratas mucho más allá.

Ahuequé las dos manos sobre mi boca y respire hondo, preparándome

para gritar.

Un movimiento en el borde más lejano del bosque me llamó la

atención.

Tres figuras se estaban de pie en el borde del lago. La más pequeña se

separó y luchó a través de la nieve hacia los árboles, con la cabeza inclinada

contra el viento.

Me quede quieta cuando una punzada de seguridad me atravesó el

corazón.

—¡Ivy!

Ella se sacudió ante el sonido de mi voz, mirando a su alrededor

salvajemente, y después su mirada se posó en mí. Huyó hacia el bosque.

Las otras figuras se volvieron.

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Uno se enderezó y me inmovilizó con una mirada.

Leon.

Entonces reconocí al otro con una sacudida de shock.

Everiss.

Estaba rota. ¿Ivy o el PLD? Miré a mi hermana, pero ella ya había

desaparecido en la dirección de la granja.

Everiss acunó una pequeña caja en sus brazos. El cilindro de metal

oxidado brillaba a la pálida luz, y contuve el aliento cuando me di cuenta de

lo que era.

El PLD.

—Eso es mío —dije bruscamente, dando un paso más y alargando una

mano—. Devuélvelo.

León se echó a reír, una duro ladrido en la tranquilidad.

—Descubridores guardianes —dijo dándome una sonrisa

desagradable.

—Dámelo —repetí.

Everiss lanzó una mirada a Leon. Él negó con la cabeza, sin dejar de

sonreír.

—Tal vez no deberías haber quemado tus puentes. Has despreciado

nuestra oferta, y ahora estoy menospreciando la tuya.

—Lo necesito.

—Es una lástima —dijo arrastrando las palabras.

—Ni siquiera sabes lo que es —dije, ahora desesperada.

—Ni tú.

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—Por favor —dije, intentando una nueva táctica—. Esto es

importante. Va a ayudarnos a derrotarlos. Tú también quieres eso.

—El noble Lejano quiere que este dispositivo —interrumpió él—. Y él

se comprometió a liberar a nuestros amigos si se lo llevamos.

Aspiré una bocanada frenética. Korr. Si le daban el PLD, todo habría

terminado.

—¿Estás loco? Los Lejanos no juegan limpio. ¡Cogerán el dispositivo

y castigarán a tus amigos de todas formas!

—Vete a tu casa, Lia Weaver —dijo él, frunciendo el ceño—. Te has

perdido.

Miré a Everiss, pero ella no quiso mirarme a los ojos. Me volví hacia

Leon. Él sonrió, triunfante.

—No —gruñí. Agarré la caja de los brazos de Everiss.

Un cuchillo apareció en la mano de León. Patiné hasta detenerme

cuando Everiss jadeó.

Fue entonces cuando oí el disparo.

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Capítulo 19 Traducido por Mafernanda28, Rockwood (SOS) & Izzy (SOS)

Corregido por andreasydney

El sonido de la bala cruzó el lago y reverberó a través de mí. Me lancé

en la nieve. León se tambaleó atrás ya que la sangre floreció a través de su

camisa, y cayó de rodillas. Everiss gritaba su nombre.

Desde la línea de árboles, una figura surgió con una pistola.

Korr.

No podía moverme. Mis piernas eran de hielo, mis pulmones vacíos

del aire. Pero Everiss no sufrió tanto. Corrió, su capa revoloteando detrás

de ella como una corriente de humo negro cuando huyó para el lago. Y

miré, cautivada, ya que Korr levantó su brazo y disparó otra vez.

—¡No! —grité.

El segundo sonido de la bala rompió el silencio. Everiss cayó como un

saco de rocas, y el PLD voló fuera de sus brazos. Se deslizó por el hielo y en

el río. Everiss se tambaleó de nuevo y tropezó en el agua como roja

derramada bajo su brazo. Korr corrió por delante de mí, y creía que iba a

pegar un tiro a ella otra vez, pero entonces comprendí que iba por el PLD.

El caso giró ya que golpeó la corriente, y corrió fuera de vista alrededor de

la curva que espuma que llevó a las cataratas. Todo mi ser dolía cuando lo

vi desaparecer. Everiss alcanzó el otro lado del agua. Se salió y desapareció

en los bosques.

Korr miró fijamente mucho tiempo el lugar donde el PLD había

estado, y luego dio vuelta y anduvo a zancadas hacia mí. Mi mirada fija

bajó al arma en su mano. ¿Debería correr? Había visto ya mi cara. Solo

enviaría a soldados a la casa. ¿Qué debería hacer?

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Korr llegó a mi lado. Cuando sintió para el pulso de León con la

precisión fría, clínica, mi estómago dio tumbos, pero aún me propuse a

mirar. Todo el color se había desangrado de las mejillas de Leon. La nieve

alrededor de él tenía manchas rojo. ¿Estaba muerto?

Korr se paró, y tiró su guante nuevo. Sus ojos chasquearon a míos.

No podía parar mis piernas del temblor, pero no me encogí o me estremecí

lejos. Afrontaría mi muerte con dignidad. Mi pecho dolió, y la parte trasera

de mis ojos quemaron mientras buscaba la orilla opuesta a cualquier señal

de Everiss.

Pero ella había desaparecido.

—Esto es un giro muy lamentable para nosotros dos —dijo Korr. Su

tono fue perfectamente controlado, pero un borde había afilado las palabras.

Él estaba enojado, tal vez letalmente así. Había matado ya a una persona y

había firmado la sentencia de muerte del otro. Everiss no duraría mucho

tiempo herida, mojada y vagando por el desierto de hielo.

Vagamente me di cuenta de pasos, voces gritando. Explosión de

soldados más allá de los bosques, exploración de la escena. Los soldados que

defendían la jaula deben han escuchado los disparos.

—Capas Negras —dice Korr dice a modo de explicación—. Uno se

salió con la suya —señaló León—. Este está muerto.

Dos de los soldados recogieron el cuerpo de León como por causalidad

como si era un saco de patatas. Otro me agarró del brazo.

—¿Voy a acompañarla a una celda de detención, señor?

Yo no podía respirar.

Esto era todo.

—No —dijo Korr.

Parpadeé. Ciertamente yo había oído mal.

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—Ella no está con los Capas Negras —dijo secamente Korr—. Ella

estaba buscando a su hermana. Deja que se vaya.

El soldado me liberó y retrocedió. Me quedé mirando Korr. El viento

cogió su pelo y lo lanzó en sus ojos, escondiéndolos de mí. Alrededor de

nosotros, los soldados pisaron fuerte y murmuraban. Ellos tomaron cuerpo

de Leon y nos dirigimos nuevamente para el pueblo.

Yo no sabía qué decir.

La mano de Korr salió disparado y agarró mi muñeca. Dio vuelta y la

pulsera brilló tenuemente en la luz. No podía hablar.

—Ayudó a mi hermano —dijo silenciosamente—. Ahora le he

ayudado. Nosotros estamos a mano. No espere ninguna otra bondad de mí.

Su hermano. Gabe. Estaba adormecida. Me congelé. No sentí nada ya

que absorbí las palabras, nada excepto el conocimiento que mi especulación

había sido… verdadero y el conocimiento que cambió todo.

No era lo que había creído que era.

—Vaya —dijo Korr bruscamente.

Asentí con la cabeza y se tambaleó hacia atrás. No hizo ningún

movimiento para detenerme. Retrocedí hacia el bosque, y finalmente, di la

vuelta y eché a correr.

Alcancé la granja al igual que la nieve comenzó a caer en serio.

Blanco vertido desde el cielo como una lluvia de plumas, en cascada a través

de la casa y cubriendo el techo del granero. Me tropecé en el escalón y casi

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me caí. Me temblaban las manos mientras abría la puerta. Jonn se agarró de

su silla y tomó un paso asombroso hacia mí.

—Lia —jadeó—. ¿Es…? Pensaba…

Corrí hacia el fuego y comencé a quitarme mis manoplas mojadas y

capa. El fuego estaba demasiado caliente, y mi piel picada como que se han

descongelado.

—Estoy bien. ¿Está Ivy aquí?

—Está arriba. No me dijo nada cuando llego a casa.

Levanté mis dedos doloridos para cubrirme la cara.

—Ella robó el PLD y se lo llevó a los Capas Negras. Nos debe haber

oído hablar y haberse escapado esta mañana cuando creíamos que estaba

dormida. Me les enfrenté, se los exigí, y entonces Korr se reveló con unos

soldados Lejanos. —Me tomé un suspiro tembloroso y lo dejó escapar—.

Everiss también, creo. —Jonn quedó muy quieto. Él no pidió una

aclaración, pero sus ojos me suplicaron.

Le dije que el resto en la detención de sentencias. Un golpe en la

puerta hizo mi estómago brincar. Me levanté, mi corazón martilleo. ¿Los

soldados habían llegado por mí? ¿Korr ha dado marcha atrás en su promesa?

Era Adam.

Barrió dentro antes de que hasta alcanzara la puerta para abrirlo, su

cara una tormenta de emoción y sus hombros tensos cuando llamó.

—¿Tiene a Lia…?

Se paró, me contempló.

—Ah. —Extendió la mano una mano, pero no me tocó, como si temió

que me rompiera. Entonces me entusiasmó en un abrazo apretado—. Creía

que te hirió o peor —susurró contra mi pelo.

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—Estoy bien —dije, pero mis palabras eran de madera. El peso de

nuestro fracaso está pesado en mi pecho. No quise tener que decirle que el

PLD se perdió para siempre. Se retiró, frotando una mano sobre sus ojos

como si no podía confiar en ellos para mojarse.

—Escuché los disparos desde el pueblo. —Su mirada fija buscó mía.

Mi estómago se hundió. Bien podía resolver la cuestión. Miré por

encima de mi hombro en Jonn, buscando algún fragmento del apoyo de él

cuando impartí las noticias, pero miraba fijamente la ventana. Me volví

atrás a Adam.

—Algo terrible pasó —comencé.

—Rápido —interrumpió Jonn, urgentemente haciendo señas a

nosotros—. ¡Ayúdenla!

Él había dejado caer sus muletas y estaba agarrando la repisa de la

ventana con ambas manos. Corrí a su lado.

—¿Jonn? —Pero mi hermano hizo gestos como un loco en la puerta.

Adam cruzó el cuarto en dos zancada y la tiró abierta. Los copos de

nieve se arremolinaron. Me apresuré a su lado.

Una figura vestida se tambaleó a través de la yarda, cayéndose a sus

rodillas unos pies del pórtico. La nieve casi completamente obscureció la

cara ya que levantó, pero no había duda el pelo rizado ondeando al viento.

—Everiss —suspiré.

Ella trató de hablar y no pudo. Sus labios estaban azules, le faltan de

guantes. Sus párpados revolotearon cuando me miró, y luego su cabeza

pandeó adelante. La nieve decreciente comenzó a cubrir sus hombros y pelo.

Adam anduvo adelante y la recogió en sus brazos. Hizo un gemido suave

del dolor, como un bebé. Sus dedos congelados agarraron en su camisa, y la

acunó suavemente cuando le trajo dentro y la puso en la suelo. Jonn anduvo

cojeando a su lado y cayó a sus rodillas.

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—¿Everiss?

Corrí por mantas. Cuando volví, Adam pelaba su capa mojada de su

cuerpo.

—Por favor, no me dejen morir —gimió. Sus ojos se lanzaron de mi

cara a Jonn.

—Solo quédate quieta —espeté, abrí una colcha y la puse delante de la

chimenea. Adam ya le había quitado su vestido, y ella estaba temblando en

su turno. Dejé caer otra manta sobre sus hombros, entonces le di el resto de

las mantas y agarré la tetera para calentar el agua. Tuvimos que trabajar

rápido para impedirle helarnos.

—Por favor —repitió Everiss, la súplica tan suave como el maullido

de un gatito.

—Shhh —dije, tomando sus manos entre mías y rozándolas. Sus

dedos estaban fríos como el hielo—. Estarás bien ahora. Te pondremos

caliente. —Hice una pausa—. ¿Sabe alguien más que estás aquí? ¿Te siguió

alguien?

—Creen que estoy muerta. Nadie lo sabe.

El agua comenzó a echar vapor. Las mejillas de Everiss eran rojo

vivo, y sus párpados se inclinaron.

—¿Deberíamos tratar de llevarle al pueblo mañana? —pregunté a

Adam en voz baja.

—¡No! —Los ojos de Everiss volaron abiertos, y luchó en una

posición sentada—. Por favor, déjeme quedarme aquí… que los Lejanos me

matarán.

Me mordí mi labio. Era tan peligroso, muy peligroso. Miré a Adam.

Él me miró.

Ella era el enemigo.

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—Quizás los Capas Negras…

—No vine con las manos vacías —interrumpió Everiss. Señaló

débilmente su bolso, que estaba con su ropa mojada—. Ábrelo.

Adam se inclinó y recogió el saco de la lona. Mi corazón comenzó a

golpear contra mis costillas cuando sacó algo. Un cilindro largo, delgado

envuelto en material negro, brillante.

Everiss lamió sus labios.

—Creo que saben lo que es —dijo tranquilamente.

Adam quedó muy quieto. Levantó sus ojos a Everiss.

—El PLD.

Ella asintió.

Lo manejó con cuidado, casi con reverencia. Abrió la caja de metal y

retiró el dispositivo.

Todos nos quedamos mirando. Se veía como nada más que un

conjunto de aros de metal del tamaño de mi palma, con un par de cables

para conectarlos y una pequeña caja de metal con un interruptor. ¿Era esta

la razón por la que había arriesgado todo? ¿Qué era? ¿Qué hacía?

—¿Cómo ...?

—Cuando me enteré de la propuesta del Lejano respecto a este

dispositivo, me decidí a robarlo para mí misma —dijo Everiss, su voz

apenas un roce en el silencio—. Pensé… —Ella vaciló—. Pensé que mi

hermana y yo podríamos utilizarlo para negociar la liberación de nuestro

padre.

Adam y yo intercambiamos una mirada.

—Leon no lo sabía, pero yo ya lo había quitado de la caja y estaba en

mi bolsa cuando apareciste del bosque —continuó—. Cuando Korr apareció

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y disparó a Leon, yo... yo entré en pánico. Dejé caer la carcasa exterior en el

agua y corrí sin pensar.

—La cubierta es resistente al agua —dijo Adam. Pasó el pulgar por

encima del material, con el rostro pensativo.

—¿Por qué dárnoslo ahora? —le reclamé.

—Tengo que convencerlos para que me dejen quedar —dijo ella,

ruborizándose—. No siempre hemos sido los mejores amigos, y… y yo sé

que ustedes deben despreciarme por unirme en su contra con los Capas

Negras. Pero mi familia ya no tiene casa, e incluso si la tuviesen nunca

podrían superar a los guardias de todos modos. No tengo donde ir, salvo

aquí.

Era cierto. Ella era indigente. Necesitaba nuestra ayuda.

—Inteligente —le dije.

Las mejillas de Everiss enrojecieron.

—Mis motivos no son totalmente mercenarios. Los soldados de los

Lejanos necesitan ser detenidos. Se llevaron a mi padre. Nos robaron

nuestra propiedad. Le dispararon a Leon. La lista podría seguir y seguir.

Este dispositivo ayudará con eso, ¿no es así?

—Sí —dijo Adam en voz baja, cuando todo el mundo lo miró en busca

de una respuesta—. De alguna manera.

—Entonces te lo voy a dar a ti. Por la justicia. Y… y un lugar para

quedarse. —Miró a mi hermano.

—No lo sé —empecé, hablando con Adam en busca de ayuda—. No

podemos confiar en ella. Está ahora con los Capas Negras.

—Lia —espetó Jonn. Miró a Everiss, y su expresión se tornó suave—.

Es Everiss. La hemos conocido toda la vida. Ella se queda.

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Anonadada por su insistencia, me di vuelta y salí de la casa. El viento

mordió mis mejillas, y me crucé de brazos para calentarme mientras

contemplaba fijamente al cielo nublado.

La puerta crujió detrás de mí, y me volví para ver Jonn cojeando

sobre muletas. Su rostro estaba pálido por el dolor, pero él no se detuvo

hasta que estuvo a mi lado. Su respiración se hizo entrecortada por el

esfuerzo de luchar contra la nieve, y para cuando me alcanzo algo de mi ira

se había enfriado, convertida en tristeza sobre toda la confusa situación en

general.

—Siento molestarte —dije después de una pausa—. Simplemente no

confío en ella, y quiero que estemos a salvo.

En lugar de responder, Jonn miró hacia los árboles. El viento hacía

revolotear su pelo alrededor de las orejas y la frente.

—Hay cosas que nunca te he dicho —dijo.

Volví la cabeza para mirarlo, confundida.

—¿Qué?

—Cuando nuestros padres estaban vivos, escribí cartas a varias

personas en el pueblo por unos cuantos años, para mejorar mi caligrafía y la

escolarización. ¿Te acuerdas? Fue idea de Pá. Una manera para que yo no

caiga en completa soledad. Él las entregó cuando iba a la ciudad con la cuota

de cada semana, y me traía las respuestas.

—Recuerdo —le dije, y lo hacía débilmente. Eso fue hace años, pensé.

—La mayoría de ellas lo eran. Pero una persona siguió escribiéndome

me después de que todos los otros se detuvieron. —Él vaciló—. Everiss.

—¿Qué? —El asombro se deslizó a través de mí. ¿Everiss?

—Somos amigos. Amigos poco probables, sí, y ella nunca te lo dijo

porque quería mantenerlo en secreto. Ella estaba avergonzada, escribiendo

al pobre muchacho lisiado Weaver.

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—¿Qué podría tener Everiss que decirte? —le dije, antes de que

pudiera evitarlo.

Suspiró.

—No seas así. Ella es inteligente, ¿sabes? Es ingeniosa y perspicaz. La

mayoría de la gente no sabe eso de ella. De todos modos —continuó—,

después de que Ma y Pá murieron ... bueno, era probablemente lo mejor que

hubiésemos dejado de escribir cartas de todos modos. Sus padres estaban

empujándola a convertirse en esposa, y todo estaba cambiando. No era

apropiado que siguiese escribiéndose conmigo, sobre todo porque yo... —Se

detuvo.

Y yo entendí.

—Yo la amo —dijo—. Sé que es estúpido, pero así es.

—Ella canceló su compromiso —le recordé.

—Lo sé. Tal vez signifique algo. —Pero podía ver por su expresión

que no tenía esperanzas—. Pero tenemos que dejar que se quede, Lia.

Esto lo pude entender la naturaleza, la necesidad irracional e intensa

de proteger y cuidar. Amor. Nos hacía hacer cosas más estúpidas, las más

peligrosas.

Y sin ella, nos marchitaríamos.

—Muy bien —dije.

Pasé algún tiempo sola en el granero, revisando la comida de los

animales y el agua, asegurándome de que estuvieran acomodados para la

noche. Mi mente giraba con los pensamientos.

Korr me había dejado ir.

Ivy estaba a salvo.

Everiss estaba viva.

Teníamos el PLD.

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Pero, ¿qué sucedería ahora? León había recibido un disparo. Korr

había sido —hasta donde él sabía— frustrado, y seguramente no iba a ser

feliz con ello. Mi hermano me había contado su secreto más profundo. Y

ahora estábamos dando asilo a un soldado fugitivo. Si Raine lo descubriera,

estaríamos muertos.

El chirrido de la puerta al abrirse me alertó.

—¿Adam? —llamé, triunfal de que lo hubiera escuchado esta vez.

—No soy Adam. —Mi estómago se retorció, y de repente me pareció

imposible conseguir un aliento al reconocer la voz. ¿Ann?

Me volví, y allí estaba ella, con su capucha de color rojo brillante en la

oscuridad, sus manos cruzadas delante de ella y sus mejillas sonrosadas por

el frío.

—Tuve que venir a verte. Oí hablar acerca... —Se detuvo.

Everiss. Había oído que Everiss estaba muerto. Cerré los ojos y apreté

los labios cuando me sumió la realidad. Ella pensaba que nuestro amiga

estaba muerto, y no podía decirle otra cosa porque todo esto era parte del

mundo de los secretos que ahora habitaba, un mundo que ella no compartía

conmigo.

—Oh, Ann —le dije, y mis ojos ardían con emoción contenida.

Me aferró cerca de ella, y sus lágrimas gotearon sobre mi cuello.

—No puedo quedarme mucho tiempo —susurró—. Pero tenía que

venir a verte.

—¿Has visto a su familia?

—Todavía no. Pero lo haré. Tengo que asegurarme de que Jullia está

bien. Tal vez... tal vez ella pueda quedarse con nosotros durante un tiempo.

Ayúdame con mi cuota.

—¿Tu casa sigue en pie, entonces?

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Ann se encogió de hombros.

—El Oficial Raine nunca permitiría que la quemaran, no cuando pasa

mucho tiempo allí.

Le sonreí débilmente.

Ann vaciló. Sus manos se deslizaron de mis hombros.

—Tengo algo más que tengo que decirte.

Su voz era de repente más suave, casi susurrante.

Me retiré cuando la aprehensión fresca reposaba en mi estómago.

—¿Dime qué es?

Había sido un día de revelaciones, cada una más sorprendente que la

anterior. ¿Qué es lo que Ann tiene que decir?

Se pellizcó los labios y apartó la mirada.

—No debería estar diciendo esto. Sé que no debería hacerlo. Pero

tengo que hacerlo.

Esperé, con el nerviosismo revolviendo mi estómago.

Ann se apartó y se frotó los brazos. Sus labios se separaron,

moviendo su lengua por los dientes antes de lanzar un vistazo a mí y

retirándola después.

—Estoy trabajando con La Espina —espetó.

Las palabras me golpearon como gotas de lluvia. Mi aliento

escapando de mis pulmones mientras la conmoción golpeaba mi estómago.

—¿Qué dijiste? —balbuceé. Apenas podía hablar. La miré fijamente,

con la boca abierta.

—Estoy con La Espina. Soy un operativo —Ella apretó los brazos

sobre el pecho, como si tuviera frío—. He sido uno desde que mi padre

comenzó a llevarme a Aeralis. Conocí a alguien en la ciudad... me dijo que

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era perfecta para el trabajo... nadie sospecharía. No de la pequeña tímida

Ann. —Ella sonrió con tristeza—. He estado pasando información desde

entonces. Y cuando te atraje a la aldea para ser interrogada —Su rostro se

arrugó, y bajó la cabeza—. Tuve que seguir la corriente, pretendiendo dar a

Korr lo que quería para que no sospechara nada. Él me estaba escudriñando

demasiado. No quería hacerlo, Lia. Pero tuve que hacerlo. Tenía que pensar

que me estaba ganando. —Me miró de cerca—. ¿Lia?

Yo todavía estaba allí de pie, con los brazos colgando. Ann, una agente

de La Espina. Mi mundo se había puesto patas arriba. Negué con la cabeza,

tratando de darle sentido, tratando de frenar los pensamientos que giraban

como locos por mi mente.

Ann tomó mi sacudida de cabeza como una señal de rechazo, y dejó

caer los hombros.

—Lamento no haberte dicho antes. Espero... Espero que algún día

puedas perdonarme.

Encontré mi voz.

—No seas ridícula. ¿Perdonarte? Eres un héroe.

Su sonrisa era como el sol. Me agarró en un abrazo y me apretó con

tanta fuerza que apenas podía respirar.

—Ahora podemos trabajar juntas. Estoy tan orgullosa de ti por todo

lo que has hecho. Siempre pensé que serías un agente fantástico.

La puerta crujió detrás de nosotras, y nos volvimos al mismo tiempo.

Adam. Hizo una pausa, sorprendido de ver a Ann.

—Le conté —dijo ella, levantando la barbilla.

¿Adam también lo sabía?

Ann se veía desafiante, pero su labios temblaban. Eché un vistazo a la

cara de él y después a la de ella. Adam debe ser su superior, si tiene que

explicarle sus acciones.

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—Tenía que hacerlo.

No parecía enfadado. Sus cortaron los míos, y su boca se suavizó,

aunque no terminaba de sonreír.

—Entiendo.

Ella se volvió hacia mí.

—Tengo que irme antes de que oscurezca. Te veré en el pueblo. Hasta

entonces, quédate a salvo, Lia. —Sus ojos se humedecieron un poco—. Ya

hemos perdido a muchos de nosotros.

—¡Espera! —La tomé de la mano, y una sonrisa apareció en mi

cara. Si ella estaba con La Espina, entonces yo podría contarle acerca de Everiss—.

Tengo un poco de buenas noticias.

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Capítulo 20 Traducido por Lalaemk

Corregido por Xhessii

Más tarde, fui a la aldea de suministros adicionales. Necesitábamos

medicina para Everiss, e íbamos a necesitar más alimentos con una boca

extra alrededor.

Una multitud se arremolinaba alrededor de las escaleras de la Sala de

Asambleas. Hice una pausa, con el corazón en la garganta.

El Oficial Raine estaba de pie en la escalinata, flanqueado por

soldados.

—Ningún miembro de la aldea puede estar fuera después del

anochecer, bajo pena de muerte. Ningún miembro de la aldea puede

encontrarse dañando la propiedad Aeralian, bajo pena de muerte. Ningún

miembro de la aldea puede encontrarse albergando fugitivos enemigos, bajo

pena de muerte...

Me quedé de pie en silencio impresionante, escuchando, hasta que

Ann me encontró.

—¿Qué está pasando? —pregunté.

Se quedó callada un momento.

—Korr está furioso por la pérdida del dispositivo que estaba

buscando, y está instando a la represión. Raine está furioso por la fuga de

Everiss. Están apretando su control sobre nosotros. —Suspiró—. Así que

comienza.

—¿Qué empieza?

Las cejas de Ann se juntaron mientras fruncía el ceño.

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—Lo que teníamos antes no era nada comparado con lo que va a pasar

ahora.

—¿Qué vamos a hacer? —Luchaba por respirar. Mis pulmones se

sentían apretados, mi garganta se estaba cerrando. Nunca me había sentido

tan atrapada, tan impotente. Lo odiaba.

Apretó mi mano con fuerza. No había nada que decir.

Nos quedamos un rato más, unidas en la miseria y desesperanza,

escuchando como Raine leía la nueva lista de reglas que nos ataban hacia

más a la servidumbre. Mi corazón se hundió más y más.

La oscuridad estaba empezando. Podía sentirlo.

Jullia llegó justo antes del anochecer para ver a su hermana. Casi era

tragada por el manto que llevaba, y sus ojos eran enormes en su rostro

pálido. Tocó furtivamente en la puerta, mirando al alrededor hacia los

árboles y la nieve. Contesté, dando un paso atrás para dejarla entrar.

—Gracias —susurró ella, con sus ojos apuntando a mi cara y luego a

lo lejos—. Has ayudado tanto a mi familia. ¿Cómo podremos pagarte? —Le

echó un vistazo a su hermana en un manojo de nervios por la chimenea y

dejó escapar un grito.

—Voy a estar en el granero —dije, y salí mientras Jullia caía de

rodillas para abrazar a su hermana.

La aprehensión roía los bordes de mi mente mientras hacía las tareas

domésticas. Todavía no sabía cómo me sentía por mantener a Everiss con

nosotros. Por un lado, ella necesitaba nuestra ayuda y era una vieja amiga.

Pero... nos había traicionado. Había estado ayudando a Leon a robar el

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PLD. Había sido una parte de los Capas Negras. Había tenido su parte en

corromper a mi hermana, por amor de Dios.

Jonn estaba determinado a ayudarla, a esconderla, pero me sentía

incómoda al respecto. No estaba a punto de echarla a la nieve, pero...

exactamente no estaba entusiasmada con tener una boca más que alimentar,

otro secreto que mantener.

Especialmente un secreto que me puede morder de nuevo.

Otro fugitivo, otra elección.

Pensé en Gabe y mi corazón latió, pero el dolor era más sordo que

antes.

Me quedé en el establo, sola, hasta que Adam me encontró. Él había

estado viviendo prácticamente en nuestra casa desde que Everiss había

aparecido, así que no me sorprendí al verlo.

Nos quedamos en silencio unos momentos, él apoyado contra el

corral de las vacas, y yo acariciando la nariz del caballo que ahora

llamábamos Oficial Raine.

—Este día ha sido interesante —dije finalmente—. Fui a la aldea.

Todo está saliendo mal, Raine ni siquiera sigue fingiendo benevolencia.

Está instituyendo la ley marcial. Nuestra autonomía, nuestra libertad...

todo está perdido.

—No todo —dijo Adam suavemente. Y yo sabía que se refería al

PLD.

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Aún había esperanza, aunque parecía ser una tenue esperanza en este

momento de oscuridad.

—¿Qué vamos a hacer? —susurré.

—Vamos a permanecer juntos —dijo—. Ayudarnos el uno al otro.

Apoyarnos el uno con el otro. Los lazos de amor y lealtad son más fuertes

que el miedo.

Su voz era baja y apasionada, tan hermosa como la música. Pero él

parecía cansado. Sombras oscuras rodeaban sus ojos, y sus hombros no

estaban tan rectos como era su costumbre.

Nuestros ojos se encontraron, y el calor se arremolinó en mi

estómago. Recordé el alivio palpable que había cubierto su cara cuando él

había descubierto que estaba vivo, y algo en mi pecho se aflojó. Di un paso

hacia él.

Adam siguió mis movimientos con su mirada. No se movió, pero

parecía como si quisiera retroceder. Me detuve, extendiendo la mano para

tocarlo. Mis dedos se detuvieron justo delante de él.

—Estabas preocupado por mí —dije—. Ayer, cuando regresaste a casa

y no sabías dónde estaba.

Un ligero rubor se elevó a lo largo de su cuello.

—Eso sucede —admitió.

Mordí el labio. Aún estaba conmocionada por la locura de los últimos

días, y estaba tan exhausta y agotada emocionalmente que no me importó

analizar lo que estaba haciendo. Toqué un lado de su cara, y sus ojos se

cerraron. Él suspiró. Di un paso más cerca, hasta que sentí el calor de él

rodando fuera de su piel hacia la mía.

Lazos de amor y lealtad...

—Adam —susurré.

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Sus ojos se abrieron de golpe justo antes de que pudiera darle un beso,

y él me agarró de las muñecas y me empujó suavemente. No perdí el dolor

que llenaba sus ojos, sin embargo, y reflejé el sentimiento en mi pecho.

—¿Por qué? —exigí.

Suspiró de nuevo, inclinándose hacia adelante hasta que su frente

tocó la mía.

—No podemos —dijo.

Me aparté.

—¿Por qué no?

—Lia… el PLD…

—¿Qué? ¿Qué es? ¿Qué hace ese dispositivo? —Ira caliente, me llenó

de repente. ¿Iba a tratar de inventar alguna excusa insultante que implicaba

una maraña de cables y metal? Esto iba a ser impresionante—. No me digas

que impide que la gente se bese.

Adam cerró los ojos.

—Lia, yo estoy tratando de ser un caballero.

Solo podía mirarlo. ¿Qué estaba tratando de decir?

—Yo… yo no creo que te quieras besarme, no después de ya sabes… —

dijo finalmente. Frunció el ceño, y sus ojos brillaban con tristeza debajo de

sus largas pestañas.

No creo que quieras hacerlo. El dolor de su rechazo surgió en mí.

—¿Cómo supones eso? —Mi paciencia se estaba haciendo más

delgada. Se me habían revelado demasiados secretos en estos últimos días.

No sabía si podría soportar otro. Si estaba a punto de decirme que había

estado escribiendo cartas a una mujer en Aeralis, o que estaba enamorado de

Ann...

—Lia —dijo Adam.

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—¡Dime!

—Porque vamos a traerlo a él de vuelta.

El suelo parecía caer a mi alrededor. Mi corazón tartamudeó y luego

comenzó a latir más rápido.

—¿Qué has dicho?

Adam caminó hacia la puerta y viceversa, sus hombros tensos, las

manos sujetando sus brazos.

—El PLD. Solo me enteré días atrás, y no quería darte falsas

esperanzas si no lográbamos encontrarlo. Pero me enteré de mis superiores

acerca de la función del dispositivo. —Hizo una pausa—. El PLD significa

Dispositivo Portátil de Locomoción.

Dispositivo Portátil de Locomoción.

Mi mente daba vueltas. El sudor estalló en mi espalda.

—Portátil —dije en voz alta. Todavía no podía formular ningún

pensamiento coherente. Necesitaba que me lo explicara. ¿Locomoción?

Me miró directamente a los ojos. Los suyos eran resignados,

cansados.

—Es otra puerta. Una que funciona.

Mi boca se abrió mientras mi mente daba vueltas. Las cosas que había

dicho antes regresaron a mí, pero necesitaba que me lo explicara de forma

explícita. No me atreví a esperar lo contrario.

—¿Y eso significa?

—Esas personas a las que enviamos a través del portal por su propia

seguridad... eran inalcanzables. El portal solo iba en una dirección. Ellos

estaban a salvo, o perdidos, para siempre.

—¿Y ahora? —mi corazón rezumbó en mi pecho. Tenía la boca seca.

No podía respirar.

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Volvió la cabeza, como si no pudiera soportar verme por más tiempo.

—Ahora vamos a utilizar este dispositivo para traerlos de vuelta.

Fin…

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Siguiente Libro

Weavers

Cada día, la vida en La Helada

crece en peligrosidad para sus

habitantes. La ocupación de los

Lejanos continúa, y la comida está

empezando a escasear. Y la familia

de Lia Weaver también está

encarando sus crecientes peligros: la

salud de Jonn empieza a menguar

mientras trabaja para descubrir los

secretos de Echlos, e Ivy arriesga

todo por traerle comida a la familia.

Y por segunda vez la familia Weaver

está albergando un fugitivo, pero Lía

no confía en ella.

Lia ha encarado muchas peleas valientemente… la ocupación de los

Lejanos, los secretos de la familia, un corazón partido entre dos hombres, y

los ataques de los Observadores… mientras ella lucha por mantener a su

familia a salvo. Pero ahora ella encarará su más grande desafío y descubrirá

los más grandes secretos de La Helada mientras completa su más peligrosa

misión para La Espina.

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Sobre la Autora

Kate Avery

Ellison He estado haciendo historias desde que

tengo cinco años de edad, y ahora estoy loca

por hacerlo como un trabajo de tiempo

completo. Tengo una obsesión con la

fantasía oscura, distopías futuras, e historias

de amor del estilo de "Orgullo y Prejuicio",

historias completas con bromas ingeniosas, y

sentimientos que se transmiten sin hablar.

Cuando no estoy escribiendo, estoy creando

arte digital, leyendo blogs chistosos, o

mirando mis shows favoritos (entre los que están TVD y BSG), jugando

videojuegos y comiendo tartas heladas. Vivo con mi esposo geek y con dos

gatos malos en Atlanta, GA. Actualmente está trabajando en una novela de

zombis. Pero decididamente es del Equipo Unicornio.

Sus libros escritos hasta ahora:

Once Upon a Beanstalk (29 de Agosto de 2011)

The Curse Girl (26 de Marzo de 2012)

Frost. Volumen 1 (18 de Abril de 2012)

Thorns “The Frost Chronicles” (5 de Septiembre de 2012).