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BALMIS Y EL SUEÑO DE LA MEDICINA DE LA ILUSTRACIÓN La Real Expedición Filantrópica de la Vacuna JUAN CARLOS HERRERA ANATOMÍA DE LA HISTORIA

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BALMIS Y EL SUEÑO DE LA MEDICINA DE LA ILUSTRACIÓN

La Real Expedición Filantrópica de la Vacuna

JUAN CARLOS HERRERA

ANATOMÍA DE LA HISTORIA

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Publicado bajo una licencia Creative Commons por:

Juan Carlos Herrera, 2011.

Anatomía de la Historia, 2011. www.anatomiadelahistoria.com [email protected]

Edición a cargo de:

José Luis Ibáñez Salas

Diseño:

Anatomía de RedIlustración de cubierta, BNE.

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la difusión de la vacuna a los países de ultramar y qué médicos serían los más adecuados para tal intento. A partir de marzo del año 1803, se empieza a plantear la posibilidad de transportar la vacuna de la viruela descubierta por el inglés Edward Jenner a los territorios hispanoamericanos. Se presentaron varios proyectos para la empresa, el primero a cargo del médico de Cámara José de Flores, el segundo fue planteado por el gobernador del Consejo de Indias, el marqués de Bajamar, y, por último, el 18 de junio de 1803, el del doctor Francisco Javier de Balmis, que dirigió un oficio al ministro de Gracia y Justicia José Antonio Caballero en el que le presentó un derrotero para llevar el fluido vacunal y un reglamento que dirigía la convivencia entre los miembros de la expedición y las obligaciones de cada uno de los comisionados.

El proyecto de Balmis fue remitido a la Junta de Cirujanos de Cámara y, con fecha de 28 de junio de 1803, Carlos IV procede a los nombramientos y da el visto bueno para la organización de la mayor hazaña médica de la Ilustración: la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna. Peor para llevar a cabo dicha misión, era necesario solventar un problema: cómo llevar la vacuna a tan largas distancias y durante tanto tiempo, sin que perdiese su propiedad curativa. Balmis ya conocía la solución de antemano porque ya la había practicado previamente en el Hospital General de Madrid y porque la había descrito en su traducción del Tratado histórico y práctico de la vacuna, del médico francés Jacques Louis Moreau de la Sarthe. Debía llevar el fluido vacunal mediante la denominada “vacunación brazo a brazo”, de tal manera que la inoculación se hiciera extrayendo el fluido del grano de un vacunado en

La Real Expedición Filantrópica de la Vacuna más parece una gesta sacada del tiempo en el que vivían los héroes épicos, que de la época de la que proviene: el Siglo de las Luces y de la Ilustración; siglo que fue testigo, en palabras del historiador francés Jean Sarrailh, del “esfuerzo gigantesco de un puñado de hombres ilustrados y resueltos que, con todas las fuerzas de su espíritu y todo el impulso de su corazón, quisieron dar prosperidad y dicha, cul-tura y dignidad a su patria”. Sin duda, entre estos ilustrados descuella la figura del médico alicantino Francisco Javier de Balmis y Berenguer, cirujano de Carlos IV y de su hijo Fernando VII. En él se encar-nan los ideales de la Ilustración: el deseo de romper con el oscurantismo de épocas anteriores, la apertura a los nuevos conocimientos científicos y el deseo de dignificar al ser humano.

Todo empezó el 19 de junio de 1802, cuando el Ayuntamiento de Santa Fe de Bogotá solicitó la intercesión del rey de España Carlos IV para erradicar la epidemia de viruelas que amenazaba la ciudad, ya que temían sufrir de nuevo en dicha población los estragos causados por una parecida dieciocho años atrás. La viruela, desde tiempos inmemoriales, ha sido un azote apocalíptico para todos los pueblos. El obispo de Yucatán, Diego de Landa, describe una epidemia variólica datada ya en el año 1518 en su obra Relación de las cosas de Yucatán. A partir de aquí, la viruela se va a extender por todo el territorio del Nuevo Mundo, siendo la principal causa de mortandad de la población nativa. Así pues, tras la petición de ayuda por parte del Cabildo o Ayuntamiento de Santa Fe, el rey Carlos IV pidió su parecer a los miembros del Consejo de Indias preguntándoles si creían viable

Balmis y el sueño de la medicina de la Ilustración. La Real Expedición Filantrópica de la Vacuna

Por Juan Carlos Herrera

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ellos mientras dormían podrían transmitir el virus de manera accidental, los miembros de la expedición mantenían una vigilancia de los niños, a modo de imaginaria, de día y de noche. Lo cual va dando ya una idea de las penalidades y dificultades a las que van a estar sometidos todos los componentes de la expedición. En las Islas Canarias empieza la primera vacunación en masa, hasta que en la tarde del 6 de enero de 1804 la expedición partió hacia las Antillas.

La María Pita llegó a Puerto Rico el 9 de febrero de 1804, catorce días más tarde de lo que había planificado Balmis en su derrotero, algo que demuestra con toda seguridad que el viaje tuvo en su navegación más de un problema. Pero no sería la única decepción que tendría Balmis al arribar a Puerto Rico, ya que allí se enteró de que la vacuna había llegado antes que él, de la mano del doctor Francisco Oller Ferrer, que, tras enterarse de la existencia de la vacuna en la isla danesa de Santo Tomás, isla virgen situada en el mar Caribe, había conseguido, ayudado por el doctor Tomás Prieto, pasar la linfa o suero vacunal, mediante una niña esclava de dos años. Balmis se siente frustrado ya que todas sus ilusiones, después de organizar un viaje tan heroico como el realizado, se habían diluido, al traer a Puerto Rico algo que ya no era necesario.

Así, pues, el 12 de marzo de 1804 la expedición partió para La Guaira, en Venezuela. El viaje volvió a ser una pesadilla para la expedición, puesto que había partido de Puerto Rico con sólo cuatro niños que podían ser inoculados con la vacuna, ya que al quedar el resto inmunizados no servían para transportarla. Además, tras cuatro días de navegación, el navío no logra orientar su rumbo hacia La Guaira. La amenaza de quedarse sin vacunación era un peligro inminente, porque sólo había un niño con vacuna y nada más que tenía un día para poder utilizar este fluido vacunal, todo por no poder inocular a los otros niños que le quedaban por su débil constitución, debido a los mareos y a las incomodidades del viaje. Ante esta circunstancia, que supondría el fracaso total de la expedición, malogrando todos los esfuerzos realizados hasta ese momento, Balmis decide desembarcar en cualquier lugar de la costa; así, la María Pita, por un error de rumbo llegó a echar anclas en la rada

una lanceta y posteriormente introduciéndolo en el brazo del futuro vacunado. El segundo problema se planteaba al determinar quiénes serían las personas que pudieran transportar la vacuna; para ello se eligió a veintidós niños de la Casa de Expósitos de La Coruña, que se convertirían en los llamados “niños vacuníferos”, verdaderos héroes de la expedición, bajo el mando de una mujer excepcional, la rectora de dicho orfanato, Isabel Sendales (Sendala o Cendala, ya que no hay certidumbre acerca de su nombre exacto) y Gómez.

La Expedición Filantrópica de la Vacuna la formaban: el director (Francisco Javier de Balmis y Berenguer), el subdirector (José Salvany y Lleopart), dos ayudantes (Manuel Julián Grajales y Antonio Gutiérrez Robredo), dos practicantes (Francisco Pastor y Balmis, sobrino del director, hijo de su hermana Micaela Balmis y de su cuñado Salvador Pastor; y Rafael Lozano Pérez), cuatro enfermeros (Basilio Bolaños, Pedro Ortega, Ángel Crespo y Antonio Pastor) y la rectora de la Casa de Expósitos de La Coruña, junto con los mencionados veintidós niños vacuníferos. Tras solventar multitud de problemas relacionados con el contrato del barco en el que tenían que zarpar, con el hospedaje de los niños en La Coruña, con los permisos para la travesía, la expedición parte el 30 de noviembre de 1803 del puerto coruñés en la fragata María Pita, bajo las órdenes del capitán Pedro del Barco. La primera escala la hacen en Santa Cruz de Tenerife.

Debido al número tan grande de componentes de la tripulación de la María Pita, las condiciones a bordo hacían que estuvieran hacinados en sus compartimentos. Lo más importante durante toda la travesía era que la cadena de vacunaciones no se rompiera. Dos niños eran vacunados cada nueve o diez días; así, si uno rompiese, inutilizándola, su ampolla de vacunación, el otro serviría para la siguiente vacunación. Balmis calculó que veintidós niños eran suficientes para sostener la cadena y así conseguir que el fluido llegara activo y sano al Nuevo Mundo. Pero para que esto ocurriera, los niños necesitaban una atención constante, porque la picazón de las vejigas producidas por la inoculación haría que los niños estuvieran tentados de rascarse. Dado que los contactos fortuitos entre

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en La Habana y había enviado la linfa a algunas provincias del interior. Aún así, Balmis coopera con el doctor Romay para la implantación de la vacuna y su extensión por toda la isla. A mediados de junio, Balmis y sus compañeros estaban preparados para continuar el viaje a México.

Hacia el 17 de junio recibe la noticia de que el San Luis, el barco en que viajaban Salvany y el resto de la expedición había naufragado en las bocas del río Magdalena. También se le comunicaba que ningún miembro del cuerpo expedicionario había resultado herido, y que la vacuna también estaba a salvo. El 18 de junio, la corbeta María Pita partió hacia México, en dirección a la península de Yucatán. Para el transporte del fluido tuvo que comprar cuatro esclavos jóvenes porque no llegaron a tiempo los muchachos que lo iban a acompañar.

La travesía desde La Habana al Yucatán fue otra odisea, ya que durante el trayecto enfermaron los expedicionarios. Aún así, los problemas no van a terminar ni mucho menos para Balmis al llegar a tierras mexicanas. En Sisal se entera de que ya ha sido introducida la vacuna en Nueva España por el doctor Miguel José Monzón. Balmis y sus colaboradores determinan que la vacuna es totalmente válida, es decir, que tiene capacidad preventiva contra la viruela, y continúan su periplo hacia Veracruz. Durante la travesía vuelven a caer enfermos de disentería, y el mismo Balmis cree que ha contraído la fiebre amarilla. A pesar de esto, de la actitud del virrey José de Iturrigaray y del gobernador de Veracruz, Conrado García Dávila, Balmis consigue que se perpetúe la vacuna, ya que se había perdido en Veracruz, aunque en primera instancia no encuentra ningún voluntario para la inoculación. Una vez realizada su misión en Veracruz, continúan los expedicionarios hasta Jalapa y después hasta la capital del virreinato, donde no encontraron ninguna recepción oficial a su llegada el 8 de agosto de 1804. Este desplante por parte del virrey y de los miembros de su gobierno se unió también a las condiciones infrahumanas de los alojamientos en los que fueron acomodados.

Mientras, otro revés le acaecía a Balmis en la Ciudad de México. Algunos de los niños de la

de la ciudad venezolana de Puerto Cabello, el 20 de marzo. Esta era la primera vez que la expedición llegaba al continente. Agraciadamente, tras todas estas penalidades, la vacunación en Venezuela fue todo un éxito. Asimismo, en dicha tierra Balmis tomó dos decisiones capitales para el futuro de la expedición. Por un lado, la instalación de la primera Junta Central de Vacunación, que servirá de modelo para las que inaugurará en sus viajes posteriores; por otro lado, la que conllevó el fraccionamiento definitivo de la expedición en dos subexpediciones, para que así pudieran llegar a todos los puntos del inmenso territorio colonial español. De esta manera, el subdirector Salvany, el ayudante Manuel Julián Grajales, el practicante don Rafael Lozano Gómez y el enfermero don Basilio Bolaños, junto con cuatro niños, se embarcaron en La Guaira rumbo a Cartagena, para internarse hasta Santa Fe, y desde allí hacia toda la América meridional; por otra parte, con Balmis fueron el ayudante Antonio Gutiérrez Robredo, el practicante Francisco Pastor, los enfermeros Ángel Crespo, Pedro Ortega y Antonio Pastor y la rectora de la Casa de Expósitos, Isabel Sendales, con ocho niños. La subexpedición liderada por Balmis iría al puerto de La Habana, para continuar luego rumbo a Nueva España. Con todo, las dos expediciones salen, después de algo más de dos meses en Venezuela, el día 8 de mayo de 1804. Esa será la última vez que se vean Balmis y Salvany.

En un principio, Balmis planeó navegar desde La Guaira hasta Santiago de Cuba, pero una tempestad le obligó a ir a La Habana. El viaje había sido espantoso; la salud de los niños se había visto afectada por los penosos avatares de la navegación. Para colmo de males, al llegar a La Habana el 27 de mayo de 1804, la expedición se enteró de que la vacuna había sido ya introducida en febrero de ese mismo año por una ciudadana portorriqueña, María Bustamante, que desde la Aguadilla de Puerto Rico había llegado a La Habana tras haber inoculado a su propio hijo de diez años y a dos niñas mulatas, de seis y ocho años de edad. El doctor habanero Tomás Romay y Chacón con la linfa de los tres portadores comenzó la vacunación en la capital cubana inoculando primeramente a sus cinco hijos y después a otros treinta y cinco. Hacia el 26 de marzo había vacunado casi a cuatrocientas personas

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a pesar de que crearon una red de juntas de vacuna y de que gracias a ellos la profesión médica mexicana fue instruida en las más modernas técnicas de vacunación, el virrey Iturrigaray le recomendó a Balmis no regresar a Nueva España, ya que si decidiese hacerlo, tendría que costearse por sí mismo todos los gastos que acarrease el viaje y la estancia; esto no era más que una venganza por parte del virrey debido a los enfrentamientos que tuvo con el director de la Expedición y a las quejas presentadas por este último.

La expedición arribó a la bahía de Manila el 15 de abril de 1805. En el trayecto también hubo problemas con el capitán, Ángel Crespo, porque, además de cobrar el doble del dinero del pasaje a los expedicionarios, les asignó los peores acomodos, de tal manera que no había habilitado camas para los veintiséis niños, sino que los hacinó en el suelo en una zona mugrienta de la santabárbara, es decir en el pañol o compartimento donde se almacenaba la pólvora. Esto suponía un peligro para la vacunación porque, por los vaivenes del barco, los niños podían inocularse por accidente debido a los contactos casuales. Para ello los miembros de la expedición debían vigilarlos día y noche. Pero las vigilias no podían evitar estas vacunaciones accidentales. Si los vientos favorables no hubieran acortado el viaje, los restantes portadores habrían sido insuficientes para llevar el fluido activo. Sin demora, un día después de su llegada a Manila, Balmis inicia las vacunaciones, de nuevo sin apoyo de las autoridades del lugar. Aun así, a principios de agosto de 1805, más de 9.000 personas habían sido vacunadas en Manila, a pesar de que la fiebre contraída por Balmis en América no había cesado en las Filipinas y la disentería iba minando su salud. Por ello, el 8 de julio Balmis pidió al gobernador Aguilar que autorizara su marcha a Macao o Cantón, desde donde retornaría a España a la primera oportunidad. Con su misión en Manila totalmente completada, ya no era necesaria su presencia allí. Antonio Gutiérrez, su ayudante, podía perfectamente asumir la dirección de la expedición, hasta su vuelta a España. Balmis haría el viaje, si fuera necesario, con su propio dinero.

Por fin, el director de la Expedición parte en solitario hacia Macao el 2 de septiembre con tres portadores del fluido. Tras una plácida navegación,

Casa de Expósitos a los que él había vacunado recientemente, habían muerto. Cuando se enteró de esta infausta noticia, el virrey organizó una comisión de investigación. Después de todas las pesquisas e indagaciones realizadas por los médicos comisionados para tal caso, ningún facultativo observó anomalía en la vacuna de Balmis, por lo cual la inoculación no podía ser la causa de las muertes. Ofendido por tener que defender su vacuna, Balmis argumentó que, con toda seguridad, las muertes de los niños se debían a las insalubres condiciones en las que malvivían en el hospicio de la Ciudad de México, ya que, debajo de los dormitorios del piso bajo, había una cloaca con aguas sucias, humedades constantes y toda clase de inmundicias. Argüía que las niñas, que vivían en el piso superior, no habían sufrido ningún contratiempo ni ningún efecto secundario con la vacunación. Los médicos de la comisión refrendaban las razones argumentadas por Balmis. Al final, este contencioso sólo sirvió para que el director de la expedición realizase una feroz crítica a las pésimas e inhumanas condiciones en las que estaban los niños en los hospicios y asilos de pobres.

Balmis continuó su vacunación por toda Nueva España: Puebla, Celaya, Guanajuato, Valladolid, Guadalajara, Guadalupe, Fresnillo, Sombrerete, Zacatecas, Querétaro. Tras un agotador viaje de cincuenta y tres días por las provincias norteñas, en el que fueron recogiendo a los niños mexicanos que más tarde llevarían la vacuna hasta Asia, regresaron a la Ciudad de México el 27 de diciembre de 1804. Desde la llegada a dicha capital, empezaron los preparativos de la siguiente etapa de su periplo: las Islas Filipinas. En ese momento, dio comienzo un nuevo enfrentamiento entre el director de la expedición y el virrey, ya que este no veía prioritario el embarque de la expedición en el buque que partía hacia Manila. Si bien, al enterarse Iturrigaray de que la vacuna no había sido aun introducida en las Islas Filipinas, accedió a que embarcara la expedición en el buque Magallanes, en el que partieron la mañana del 8 de febrero de 1805 desde Acapulco, donde habían vacunado a 377 niños y el propio Balmis había instruido al médico Juan de Molino para que siguiera propagando el fluido salvador. Aunque los expedicionarios, en menos de siete meses, vacunaron en las ciudades más importantes de Nueva España, así como en muchos pueblos del virreinato,

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tus lástimas oír, ¡ah!, que negado eternamente a la virtud me vea, y bárbaro y malvado, cual los que así te destrozaron, sea. Con sangre están escritos en el eterno libro de la vida esos dolientes gritos que tu labio afligido al cielo envía. Claman allí contra la patria mía, y vedan estampar gloria y ventura en el campo fatal donde hay delitos. ¿No cesarán jamás? ¿No son bastantes tres siglos infelices de amarga expiación? Ya en estos días no somos, no, los que a la faz del mundo las alas de la audacia se vistieron y por el ponto Atlántico volaron; aquéllos que al silencio en que yacías, sangrienta, encadenada, te arrancaron. «Los mismos ya no sois; pero ¿mi llanto por eso ha de cesar? Yo olvidaría el rigor de mis duros vencedores: su atroz codicia, su inclemente saña crimen fueron del tiempo, y no de España. Mas ¿cuándo ¡ay Dios! los dolorosos males podré olvidar que aun mísera me ahogan? Y entre ellos... ¡Ah!, venid a contemplarme, si el horror no os lo veda, emponzoñada con la peste fatal que a desolarme de sus funestas naves fue lanzada. Como en árida mies hierro enemigo, como sierpe que infesta y que devora, tal su ala abrasadora desde aquel tiempo se ensañó conmigo. Miradla abravecerse, y cuál sepulta allá en la estancia oculta de la muerte mis hijos, mis amores. Tened, ¡ay!, compasión de mi agonía, los que os llamáis de América señores; ved que no basta a su furor insano una generación; ciento se traga; y yo, expirante, yerma, a tanta plaga demando auxilio, y le demando en vano». Con tales quejas el Olimpo hería, cuando en los campos de Albión natura

Balmis y los tres niños llegan el 10 de septiembre a Macao, pero un tifón les impide desembarcar. Cinco días permanecen en el barco que está a punto de naufragar. El día 16, Balmis toca tierra en una canoa, llevando en sus brazos a los niños, tras poder salvar así sus vidas y la vacuna que transportan. En Macao, ayudado por el obispo y el juez oidor Miguel de Arriaga, se dedica a establecer la vacunación. Desde Macao se dirige a Cantón junto con un portador de la linfa para extender la vacuna. Sin embargo, Balmis no encuentra ningún apoyo en los factores de la Compañía de Filipinas y pide ayuda a la Compañía Británica, gracias a la que pudo vacunar a 22 personas.

De vuelta a Macao el 30 de noviembre, inicia su regreso a España en el barco portugués Bom Jesus, que tras una breve estancia en la isla inglesa de Santa Elena, donde Balmis también realizó vacunaciones a parientes de los médicos del lugar, arribó a Lisboa el 14 de agosto del año 1806. Después de una breve estancia allí, Balmis alquiló un coche que lo llevó a Madrid. Ya en la capital, Balmis es recibido por el rey Carlos IV en audiencia el domingo día 7 de septiembre de 1806. El hecho tan memorable de esta gesta que llevó la vacuna de la viruela por todo el mundo quedó reflejado no sólo en la Gaceta de Madrid del 14 de octubre del mismo año, sino también en la composición poética que, dedicada a tan memorable expedición, compuso el poeta madrileño Manuel José Quintana, el poeta de la patria y el progreso, la Oda a la expedición española para propagar la vacuna en América bajo la dirección de don Francisco Balmis.

¡Virgen del mundo, América inocente! Tú, que el preciado seno al cielo ostentas de abundancia lleno, y de apacible juventud la frente; tú, que a fuer de más tierna y más hermosa entre las zonas de la madre tierra, debiste ser del hado, ya contra ti tan inclemente y fiero, delicia dulce y el amor primero, óyeme: si hubo vez en que mis ojos, los fastos de tu historia recorriendo, no se hinchesen de lágrimas; si pudo mi corazón sin compasión, sin ira

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va allí, no la aneguéis, guardad el trueno, guardad el rayo y la fatal tormenta al tiempo en que, dejando aquellas playas fértiles, remotas, de vicios y oro y maldición preñadas, vengan triunfando las soberbias flotas. A Balmis respetad. ¡Oh heroico pecho, que en tan bello afanar tu aliento empleas! Ve impávido a tu fin. La horrenda saña de un ponto siempre ronco y borrascoso, del vértigo espantoso la devorante boca, la negra faz de cavernosa roca donde el viento quebranta los bajeles, de los rudos peligros que te aguardan los más grandes no son ni más crueles. Espéralos del hombre: el hombre impío, encallado en error, ciego, envidioso, será quien sople el huracán violento que combata bramando el noble intento. Mas sigue, insiste en él firme y seguro; y cuando llegue de la lucha el día, ten fijo en la memoria que nadie sin tesón y ardua porfía pudo arrancar las palmas de la gloria. Llegas en fin. La América saluda a su gran bienhechor, y al punto siente purificar sus venas el destinado bálsamo: tú entonces de ardor más generoso el pecho llenas; y obedeciendo al Numen que te guía, mandas volver la resonante prora a los reinos del Ganges y a la Aurora. El mar del Mediodía te vio asombrado sus inmensos senos incansable surcar; Luzón te admira, siempre sembrando el bien en tu camino, y al acercarte al industrioso chino, es fama que en su tumba respetada por verte alzó la venerable frente Confucio, y que exclamaba en su sorpresa: «¡Digna de mi virtud era esta empresa». ¡Digna, hombre grande, era de ti! ¡Bien digna de aquella luz altísima y divina, que en días más felices

de la viruela hidrópica al estrago el venturoso antídoto oponía. La esposa dócil del celoso toro de este precioso don fue enriquecida, y en las copiosas fuentes le guardaba donde su leche cándida a raudales dispensa a tantos alimento y vida. Jenner lo revelaba a los mortales; las madres desde entonces sus hijos a su seno sin susto de perderlos estrecharon, y desde entonces la doncella hermosa no tembló que estragase este veneno su tez de nieve y su color de rosa. A tan inmenso don agradecida la Europa toda en ecos de alabanza con el nombre de Jenner se recrea; y ya en su exaltación eleva altares donde, a par de sus genios tutelares, siglos y siglos adorar le vea. De tanta gloria a la radiante lumbre, en noble emulación llenando el pecho, alzó la frente un español: «No sea», clamó, «que su magnánima costumbre en tan grande ocasión mi patria olvide. El don de la invención es de Fortuna, gócele allá un inglés; España ostente su corazón espléndido y sublime, y dé a su majestad mayor decoro, llevando este tesoro donde con más violencia el mal oprime. Yo volaré; que un Numen me lo manda, yo volaré: del férvido Oceano arrostraré la furia embravecida, y en medio de la América infestada sabré plantar el árbol de la vida». Dijo; y apenas de su labio ardiente estos ecos benéficos salieron, cuando, tendiendo al aire el blando lino, ya en el puerto la nave se agitaba por dar principio a tan feliz camino. Lánzase el argonauta a su destino. Ondas del mar, en plácida bonanza llevad ese depósito sagrado por vuestro campo líquido y sereno; de mil generaciones la esperanza

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y al acercarte al industrioso Chinoes fama que en su tumba respetadapor verte alzó la venerable frenteConfucio, y que exclamaba en su sorpresa:”¡Digna de mi virtud era esta empresa!”

¡Digna, hombre grande, era de ti! ¡Bien digna de aquella luz altísima y divina, que en días más felices la razón, la virtud aquí encendieron! Luz que se extingue ya: Balmis, no tornes; no crece ya en Europa el sagrado laurel con que te adornes. Quédate allá, donde sagrado asilo tendrán la paz, la independencia hermosa; quédate allá, donde por fin recibas el premio augusto de tu acción gloriosa. Un pueblo, por ti inmenso, en dulces himnos, con fervoroso celo levantará tu nombre al alto cielo; y aunque en los sordos senos tú ya durmiendo de la tumba fría no los oirás, escúchalos al menos en los acentos de la musa mía.

Aunque, en puridad, todos los componentes de la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna por América y Asia fueron verdaderos héroes abnegados –desde el director hasta el último de los niños vacuníferos–, no podemos pasar por alto a uno de ellos, personaje capital, cuya función dentro de la empresa fue fundamental para el desarrollo y buen fin de la misma; nos referimos al subdirector de la Expedición, el médico catalán José Salvany y Lleopart, ya que junto a Manuel Grajales, como ayudante, el practicante Rafael Lozano y el enfermero Basilio Bolaños, dirigiera la subexpedición destinada a internarse por todo el virreinato de Santa Fe o virreinato de Nueva Granada, que comprendía territorios de las actuales repúblicas hispanoamericanas de Colombia, Ecuador, Panamá y Venezuela, por el virreinato del Perú y finalmente por el virreinato de Buenos Aires o del Río de la Plata.

El viaje por esta parte del continente americano se convirtió en un verdadero calvario para los

la razón, la virtud aquí encendieron! Luz que se extingue ya: Balmis, no tornes; no crece ya en Europa el sagrado laurel con que te adornes. Quédate allá, donde sagrado asilo tendrán la paz, la independencia hermosa; quédate allá, donde por fin recibas el premio augusto de tu acción gloriosa. Un pueblo, por ti inmenso, en dulces himnos, con fervoroso celo levantará tu nombre al alto cielo; y aunque en los sordos senos tú ya durmiendo de la tumba fría no los oirás, escúchalos al menos en los acentos de la musa mía.

A BALMIS respetad. ¡Oh heroico pecho,que en tan bello afanar tu aliento empleas!Ve impávido a tu fin. La horrenda sañade un ponto siempre ronco y borrascoso,del vértigo espantosola devorante boca,la negra faz de cavernosa rocadonde el viento quebranta los bajeles,de los rudos peligros que te aguardanlos más grandes no son ni más crüeles.Espéralos del hombre: el hombre impío,encallado en error, ciego, envidioso,será quien sople el huracán violentoque combata bramando el noble intento.Mas sigue, insiste en él firme y seguro;y cuando llegue de la lucha el día,ten fijo en la memoriaque nadie sin tesón y ardua porfíapudo arrancar las palmas de la gloria.

Llegas, en fin. La América saludaa su gran bienhechor, y al punto sientepurificar sus venasel destinado bálsamo; tú entoncesde ardor más generosos el pecho llenas,y, obedeciendo al numen que te guía,mandas volver la resonante proraa los reinos de Ganges y a la Aurora.El mar del Mediodíate vio asombrado sus inmensos senosincansable surcar; Luzón te admirasiempre sembrando el bien en tu camino

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parten el 9 de enero de 1806, en dirección a Trujillo. Según relata el mismo Salvany, al llegar al pueblo de Chocope, los indios “viendo la sencillez de la operación dudaron de ella y no faltaron algunos diciendo que les había engañado y que yo era el anticristo, en cuyo lance a no haberme tenido el cura escondido toda la tarde en un corral, no sé lo que me hubiera sucedido, aunque discurro por los gritos de todos ellos y llantos de las madres y criaturitas que lo habría pasado algo mal. Salí a media noche y al inmediato día 17 del referido enero, llegué a Trujillo”.

De Trujillo sale Salvany hacia Lambayeque y Cajamarca. El 23 de mayo de 1806, llega la Expedición a Lima. En esta ciudad se encontrarán con la indiferencia del Cabildo, ya que la vacuna los había precedido y el Ayuntamiento de Lima les dijo claramente que ya no la necesitaban. Sin embargo, hallarán el reconocimiento de la Universidad de San Marcos de Lima por su esfuerzo y valía. En efecto, Salvany consigue el grado de licenciado en Medicina en dicha Universidad el 8 de noviembre de 1806, y 24 días después el de doctor.

El 28 de enero de 1807 sale la Expedición de Lima para llegar tres días más tarde a Chilca, donde Salvany sufre un “fuerte garrotillo” o difteria en la garganta, que le mina aún más su precaria salud. Después pasa a Santiago de Almagro y el día 28 de abril a Ica, lugar en el que ha de demorarse a causa de un fuerte cólico y rigurosas tercianas hasta el 28 de julio. En esta ciudad le es difícil vacunar a los niños, por el rumor que pasa de boca en boca entre los indios, según el cual la expedición de Salvany se llevaba a todos los niños para poblar una isla, en un viaje tan largo que cuando llegaban a su lugar de destino son ya hombres.

El 30 de julio de 1807 llega a la Villa de Nazca, de donde parte el 7 de agosto en dirección a Acarí, para llegar el 15 de septiembre a Arequipa. En esta ciudad se agrava su enfermedad. Ante la falta de salud que viene sufriendo Salvany y con la intuición de que le va a ser imposible regresar a la Península, solicita al ministro de Gracia y Justicia, José Caballero, algún cargo público para poder vivir en América, en concreto en la ciudad de La Paz. Sin embargo, al no

expedicionarios, ya desde el principio, pues, como ya hemos referido, al embarcarse en La Guaira, a bordo del bergantín San Luis, sufren un naufragio la noche del 13 de mayo de 1804, al varar junto a las bocas del río Magdalena, cerca del pueblo de Barranquilla. Logran salvar sus vidas y las de los cuatro niños vacuníferos que van con ellos; sin embargo, se pierden durante tres días “sufriendo en aquellas playas los rigores del ingrato clima y el cruel martirio de los insectos”. Al llegar a Cartagena de Indias, los miembros de la Expedición caen enfermos, lo que supone el primer problema grave de salud de Salvany a lo largo de la travesía; aun así, él mismo mandará vacunar a los pueblos vecinos (como Portobelo, Riohacha) y establecerá una Junta de Vacunación. Sale un mes después de su llegada de Cartagena, el 24 de julio, rumbo a la villa colombiana de Santa Cruz de Mompós. Salvany, a pesar de haber enfermado de ambos oídos, sigue con su ayudante Bolaños el curso del río Magdalena hasta Nares, el 28 de septiembre de 1804. Allí han de parar por las violentas lluvias y huracanes, hasta el 10 de octubre, día en que parte de Nares hacia villa Honda, en Venezuela, último punto de su navegación por el río Magdalena. El mismo día de la salida de Honda, el 10 de noviembre de 1804, llega a Guaduas, donde sufre una ceguera, que terminará produciéndole la pérdida del ojo izquierdo; su salud se deteriora tanto que el virrey de Nueva Granada, Antonio Amar y Borbón, mandó un facultativo y niños “para que se hiciera cargo, para la conservación del fluido, si llegaba a morir Salvany”. El 18 de diciembre de 1804 entra la Expedición en Santa Fe de Bogotá. El 8 de marzo de 1805 sale de allí hacia Trujillo, Llano Grande y Chocó, hasta Popayán. En esta ciudad, Salvany vuelve a recaer “con la misma enfermedad de ojos y efusión de sangre por la boca que había padecido en Santa Fe”. Aun así, la Expedición continúa hasta Quito, donde fue recibida por el Cabildo, los tribunales, representantes de la Iglesia y el pueblo, dándoles grandes muestras de afecto.

El 13 de septiembre sale la Expedición de Quito en dirección a Cuenca, después a Loja, en Ecuador. La víspera de Nochebuena del año 1805 llega al primer punto del Perú, Piura, donde vuelve a convalecer Salvany, por la diferencia de clima de los Andes con el excesivo calor de Piura. De aquí

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organización y de mando; ciertamente, no supo ser diplomático en algunas situaciones de la Expedición, en las que su testarudez e incluso intolerancia llegaron a poner en peligro el futuro de su misión. Sin embargo, en todo momento demostró una energía y una capacidad de trabajo innegables. Esto le hacía ser un perfeccionista, un individuo que se exigía a sí mismo el máximo y también a los demás. Balmis fue, en relación con su labor, un médico moderno y adelantado para su tiempo, ya que fue un defensor de la medicina pública, gratuita; un precursor de la medicina preventiva; un gran gestor que supo organizar equipos sanitarios formados por médicos, cirujanos y enfermeros, que, a través de las Juntas Locales de la Vacuna, prevenían a los distintos pueblos de las enfermedades. Pero, sin lugar a dudas, la mayor cualidad de Balmis, la que supera a todas las otras y la que hizo de él un hombre único, es su entrega a los demás, su preocupación por todos aquellos que le rodeaban: por los niños vacuníferos, por los que mostró en todo momento un gran desvelo y, en fin, por todos sus conciudadanos, al embarcarse en una empresa filantrópica que marcó un hito en la Historia de la medicina y de la sanidad universal.

Juan Carlos Herrera Hermosilla

concedérsele ningúno, continúa con su cometido. Así, deja esa ciudad y se dirige a La Plata, luego a Oruro, después a Potosí, hasta llegar en el verano, antes del 17 de julio de 1810, a la ciudad boliviana de Cochabamba. Aquí se agrava de manera crítica su enfermedad hasta el punto de que el día 21 de julio de ese año José Salvany fallece en esa ciudad, y es enterrado al día siguiente en la Iglesia de San Francisco, tan lejos de su Barcelona natal, en las tierras donde tantas vidas él salvó.

Por su parte, Francisco Javier de Balmis murió el 12 de febrero del año 1819, a los sesenta y cinco años de edad, en su casa de la calle de Valverde, nº 12 de Madrid, la ciudad en la que se había fraguado la Expedición Filantrópica de la Vacuna.

Las repercusiones a nivel político, social y, sobre todo, médico de la Expedición de Balmis y Salvany y su propia finalidad, atajar las epidemias de viruela, institucionalizando la lucha contra ella a través de las Juntas de Vacuna, hicieron que dicha empresa fuera alabada por los núcleos intelectuales de su época y que no pasase desapercibida para sus coetáneos. El médico alicantino demostró un gran poder de