Bárbara

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BÁRBARA CUENTO INCLUIDO EN SI QUIERES PASAR MIEDO DE ÁNGELA SOMMER-BODENBURG

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Versión del cuento "Bárbara"

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BÁRBARA

CUENTO INCLUIDO EN

SI QUIERES PASAR MIEDO

DE

ÁNGELA SOMMER-BODENBURG

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Hacía ya dos semanas que Florián estaba enfermo. Tenía una inflamación

en la pierna que no terminaba de curarse y debía guardar cama.

La herida escocía y picaba, y cada vez que su madre le cambiaba el

vendaje, le dolía terriblemente.

Pero mucho peor que el dolor era el aburrimiento. Cuando más se aburría

era por las mañanas, cuando sus padres se habían ido a trabajar.

Muchas veces, tumbado allí, sólo se le ocurría contar los puntos negros del

papel de la pared. O se imaginaba historias en las que un niño y un perro

vivían apasionantes aventuras.

Su madre volvía a mediodía, pero casi siempre estaba demasiado cansada

para ocuparse de él. Y así ocurría también hoy.

Después de comer, Florián le preguntó:

-¿Juegas conmigo?

Pero ella sólo negó con la cabeza.

Florián puso cara de mal humor.

-¡Estar enfermo es horrible!

-¡Ya me gustaría a mí poder quedarme una semana en la cama para que

me mimaran! -respondió su madre.

-¿Mimar? –A Florián le faltó poco para echarse a reír-. La mitad del día

estoy solo. Y cuando por fin vienes tú, tampoco tienes tiempo para mí. ¡No

estaría nada mal que te ocupases un poco de mí!

-Hoy he tenido un día muy ajetreado - dijo ella.

Florián se mordió los labios.

-Aun así.

-Luego podría sentarme junto a tu cama y contarte una historia – propuso

ella.

-¿Sólo una historia?

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-¡Una historia de miedo!

-¿Sabes historias de miedo? – dijo Florián sorprendido.

-No sólo las sé, sino que me ocurrió a mí misma – contestó su madre.

-¡Sí, cuéntamela, por favor!

-Luego, cuando haya leído el periódico y me haga un café.

-¿De veras te ocurrió una historia de miedo? – preguntó Florián con los

ojos brillantes, cuando su madre se sentó junto a él, en el borde de la

cama.

-Sí.

-¿Había nacido yo?

-Ocurrió hace tres años, cuando buscábamos piso. Antes de que

encontráramos éste, tuvimos otra oferta: un piso de tres habitaciones en

una antigua mansión rodeada de un jardín grande y descuidado.

-¿Y por qué no os quedasteis con él?

-Eso es precisamente lo que te voy a contar:

“Papá había descubierto el anuncio en el periódico. El alquiler no era muy

caro y por eso quedé un día con los anteriores inquilinos para ir a verlo.

La vieja casa parecía un pequeño castillo. Hasta tenía una torrecita

rodeada de enredaderas. Me fascinó. Ya sabes cuánto me gustan las casas

antiguas. También me gustó el jardín con sus viejos y grandes árboles.

Llena de curiosidad subí hasta el primer piso y llamé al timbre.

Pasó un rato y luego oí unos pasos.

Una niña me abrió la puerta. Tenía una melena negra y rizada que le

llegaba hasta la cintura y llevaba un vestido blanco con puntillas. Su rostro

era muy pálido.

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-¿Quiere usted ver el piso? – preguntó.

-Sí – dije yo -. ¿Están tus padres en casa?

-Vendrán enseguida – contestó -, pero yo puedo enseñárselo. Pase por

favor.

Entré.

La niña me miró con curiosidad y me preguntó:

-¿Tiene usted hijos?

-Sí, un niño.

-¿Y cómo se llama?

-Florián.

Por primera vez la niña esbozó una sonrisa.

-Yo me llamo Bárbara – dijo -. Venga por aquí, le voy a enseñar la

habitación de los niños.

-Pero a mí me gustaría ver primero las otras habitaciones – objeté yo.

-No, no – dijo Bárbara con impaciencia -.Primero tiene que ver la

habitación de los niños.

Su voz sonaba tan apremiante que la seguí. Me condujo a una amplia

habitación totalmente vacía al final del pasillo. El colorido del papel de la

pared revelaba que aquélla había sido una habitación infantil.

Bárbara se dirigió a la ventana.

-Aquí estaba mi mesa –dijo-. Siempre que me sentaba aquí podía ver el

castaño del jardín. Su hijo también tiene que sentarse junto a la ventana.

¿Me lo promete?

-No sé – contesté con voz insegura e intenté sonreír.

-¡Por favor!

Me dirigió una mirada suplicante.

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-Bueno, si te empeñas – dije yo para contentarla. “De todas maneras sería

cosa nuestra cómo dispondríamos luego las habitaciones”, pensé yo para

mis adentros.

-Y allí estaba mi cama – dijo señalando la pared junto a la ventana-.

Cuando me despertaba veía el cielo y siempre sabía si hacía buen tiempo o

no.

-Ese no es el lugar adecuado para la cama –respondí.

Ella me miró sorprendida.

-¿Por qué no?

-Cerca de la ventana suele haber corriente. Podrías haberte resfriado.

-¿Resfriarme? –gritó-.¿Quiere usted decir con eso que mi madre ha

cuidado mal de mí?

-Por supuesto que no –le aseguré rápidamente.

-Pero usted ha dicho que no es el lugar adecuado para una cama.

-Lo he dicho sin pensar.

-¡No vuelva a decir jamás algo tan horrible sobre mi madre!

Su voz adquirió de repente un tono cortante.

-Pero si yo no he dicho nada acerca de tu madre – repliqué yo.

Entonces oí voces que provenían del pasillo.

-Esos tienen que ser tus padres –dije aliviada y salí rápidamente de la

habitación.

Un hombre y una mujer se acercaban a mí por el pasillo. En un primer

momento me asusté al verlos a los dos vestidos de negro.

El hombre tenía el pelo tan oscuro como el de la niña y la mujer los

mismos ojos grandes.

-¿Ya está usted aquí?

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-Qué raro que la puerta estuviera abierta –dijo el hombre.

Yo estaba a punto de explicarles que su hija me había abierto la puerta.

Pero, antes de que pudiera hacerlo, ellos ya habían entrado en una de las

habitaciones próximas a la entrada.

Entonces comenzaron a mostrármelo todo. Me enseñaron las dos salas de

estar, el dormitorio y finalmente el cuarto de baño. Nos detuvimos en la

cocina, que tenía unos azulejos antiguos preciosos. El hombre se volvió

hacia mí –era tan pálido como Bárbara – y me preguntó:

-¿Le gusta el piso?

-Sí – dije yo entusiasmada-. Tiene el encanto de lo antiguo, tal y como yo

lo deseaba. Además es muy amplio.

-Al final del pasillo hay otra habitación – dijo el hombre-, pero ya no

entramos nunca en ella.

-Era la habitación de la niña –añadió la mujer en un susurro.

-¡Ya sé! –dije yo, sorprendida por el misterio con que hablaban de aquella

habitación.

-Usted –la mujer titubeaba-, ¿usted ha visto esa habitación?

-Sí, su hija me la ha enseñado.

La mujer me miró fijamente.

-¿Nuestra hija?

-Sí –asentí yo -.Quería que pusiera los muebles en el mismo lugar en que

ella los tenía.

-¿Cómo era la niña? –exclamó el hombre.

La pregunta me pareció muy extraña.

-Tenía el pelo negro y largo y llevaba un vestido blanco con puntillas.

-¡Bárbara! –dijo la mujer. Su tono de voz expresó tanto dolor que me

sobrecogí espantada.

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Entonces ambos salieron precipitadamente de la cocina y oí como corrían

por el pasillo gritando el nombre de Bárbara.

Me sentía muy incómoda. No comprendía su excitación, pero me daba

cuenta de que mi encuentro con Bárbara les había perturbado

enormemente.

Lentamente salí tras ellos.

Estaban en la puerta de la habitación de la niña.

-Bárbara no está –dijo el hombre con voz ronca.

-¡Pero si yo la he visto! –aseguré-. Estaba allí, en la ventana y hablaba de

su castaño.

La mujer sacudió tristemente la cabeza.

-Tiene que haber sido una equivocación.

-¡Estoy segura de que no!

-Sí. Es imposible.

-Pero ¿por qué?

-Bárbara está muerta –dijo el hombre.

-¿Muerta? –repetí yo incrédula.

-Murió hace un mes – me explicó el hombre-, aquí en esta habitación, de

una pulmonía.

-¡No! –grité yo.

La mujer y el hombre me miraron y asintieron con la cabeza.

Entonces di media vuelta y me fui de allí a toda prisa.”

La madre de Florián hizo una pausa. Luego añadió:

-Una semana después encontramos este piso y nos alegramos de que

cuando llamamos a la puerta no nos abriera ningún fantasma.

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-¿Tenía Bárbara el aspecto de un fantasma? –la interrogó Florián.

-Estaba muy pálida y parecía muy débil, como alguien que ha estado

mucho tiempo enfermo.

-¿Por qué no me habías llevado contigo?

-Tú estabas en el colegio. Bueno, ahora tengo que dejarte.

La madre de Florián se levantó.

-Todavía tengo muchas cosas que hacer.

Florián oyó como se dirigía a la cocina. Poco después se escuchó el

entrechocar de la vajilla.

-¡Mamá! –gritó.

-¿Qué quieres?

-¿Murió Bárbara por dormir demasiado cerca de la ventana?

-No lo sé.

Florián respiró hondo y gritó:

-¡Yo también podría coger una pulmonía si no me cuidas mejor!

Su madre no respondió.

Florián cerró los ojos y suspiró.

Su padre llegó a casa a las seis.

-Papá, ¿tú sabes alguna historia de miedo?

-¿Qué si sé qué? –La voz de su padre no sonaba precisamente

entusiasmada.

-Una historia de miedo –dijo Florián-. ¿No te ha sucedido alguna vez?

-Me sucede una todos los días –respondió su padre-. Es la historia de un

hombre que llega cansado a casa y al que le piden que cuente historias.

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-¡Qué malo eres! ¡A lo mejor crees que estar todo el día en la cama es

divertido!

-No, no lo creo.

Su padre examinó la pierna de Florián.

-¿Ya está mejor?

-Sí –dijo Florián desperezándose-. Lo único que ha empeorado es el

aburrimiento.

-A lo mejor te cuento una historia después de la cena.

-¿Una historia de miedo?

-Si quieres pasar miedo… Está bien, entonces te contaré la historia de

Harry.

Terminada la cena, el padre de Florián comenzó el relato.