BARBERO Y OTROS Revolución industrial

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La conformación del mercado mundial capitalista. La Revolución Industrial inglesa La conformación del mercado mundial capitalista. La Revolución Industrial inglesa. VV.AA. “Historia económica y social general”.Ed.Macchi. 1998 EL SIGNIFICADO DE LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL Desde mediados del siglo XVIII se inició una etapa de profundas transformaciones — económicas, sociales, culturales— que dieron nacimiento a las sociedades industriales. El proceso, que recibe genéricamente el nombre de “Revolución Industrial”, comenzó en Inglaterra y desde allí fue difundiéndose primero hacia Europa continental y los Estados Unidos, y más tarde hacia otros países y regiones. En contraste con el mundo preindustrial, en el que la principal actividad económica era la agricultura, en la sociedad industrial el peso del sector primario fue reduciéndose al tiempo que se incrementó el de la industria y los servicios. Mientras que en la sociedad preindustrial la gran mayoría de la población vivía en el campo, dedicándose a actividades rurales, la sociedad industrial se caracteriza por un alto grado de urbanización. No sólo creció el porcentaje de la población urbana, sino que también se incrementó significativamente el número de grandes ciudades, que eran muy pocas antes del siglo XIX. Una tercera diferencia entre el mundo preindustrial y el industrial radica en el ritmo de la innovación tecnológica. Este fue en general muy lento hasta el siglo XVIII, pero a partir de entonces se aceleró notablemente. Una de las características de la sociedad industrial es la velocidad del cambio tecnológico, que ha permitido fuertes incrementos en la producción y la productividad, aumentando sensiblemente la oferta de energía, de bienes y de servicios. Si buena parte de la población pudo dejar de trabajar en la agricultura fue porque con menos brazos podía obtenerse la misma cantidad de alimentos, o aun más, gracias a las mejoras en las técnicas de cultivo. Al mismo tiempo, la oferta de bienes manufacturados creció significativamente, alcanzando proporciones desconocidas hasta entonces. En el sector industrial los incrementos de la producción y de la productividad fueron mu- cho mayores que en la agricultura. PAUL BAIROCH calcula que en los países desarrollados de Occidente la productividad del conjunto de los factores se multiplicó, entre 1700 y 1990, por 40 o por 45. Entre 1000 y 1700, que fue globalmente una etapa de crecimiento de la economía europea, la productividad se multiplicó, en el mejor de los casos, por 2. En los tres siglos posteriores a la Revolución Industrial, la productividad de los factores creció al menos 20 veces más que en los siete siglos anteriores a ella. Junto con la industrialización no sólo creció la producción, sino también la población, que en los países más desarrollados se multiplicó por 5 entre 1760 y 1960. Se redujo notablemente la mortalidad infantil y creció la esperanza de vida. En la Europa preindustrial, ésta era en promedio de 33 años, mientras que en 1990 en los países más desarrollados superaba los 75. A la par de los cambios económicos y demográficos, que son aquéllos más fácilmente mensurables, tuvieron lugar profundas transformaciones sociales, políticas y culturales. Con la sociedad industrial nacieron nuevas formas de organización del trabajo y de la familia, nuevas clases sociales, nuevos modos de actividad política. Gracias al desarrollo de los transportes y de las comunicaciones se incrementó el contacto entre las diversas regiones del planeta, creció la actividad comercial y se incrementó el movimiento de las personas. Con la aparición de la imprenta a vapor y de otras innovaciones en la industria editorial comenzó la producción de impresos a gran escala y la circulación de libros y periódicos entre sectores cada vez más vastos de la sociedad, que al mismo tiempo vieron ampliadas sus posibilidades de acceder a la educación. La enumeración de factores que evidencian el contraste entre la sociedad preindustrial y la sociedad industrial podría continuar a lo largo de decenas de páginas. No es nuestra intención hacerlo, sino señalar, a partir de la información suministrada, algunos temas que consideramos centrales al iniciar el estudio de los procesos de industrialización. En primer lugar, una breve consideración sobre el problema de la discontinuidad en la historia, que puede servir de introducción al debate sobre el concepto de revolución industrial. La historia, por su propia naturaleza, es una interacción constante de continuidad y cambio. Todo acontecimiento tiene sus antecedentes, pero nada permanece igual, y algunos cambios son más drásticos y rápidos que otros. La contraposición entre sociedad preindustrial y sociedad industrial es muy clara en la medida en que comparemos el mundo resultante tras dos siglos de industrialización con el mundo anterior al siglo XVIII. Desde este punto de vista es evidente que existió una ruptura, que comenzó a ser visible para los contemporáneos ya desde las primeras décadas del siglo XIX. Lo que también es evidente es que dicha ruptura no fue repentina, sino que tuvo lugar a lo largo de un proceso que abarcó muchos decenios, en los que convivieron elementos del pasado con los del nuevo presente. La ruptura no fue total, en la medida en que existen elementos de continuidad entre ambas sociedades, menos en el ámbito de la economía que en el de las relaciones sociales o el de la cultura. A. P. USHER, un historiador de la tecnología, decía que la Revolución Industrial fue una revolución en el verdadero sentido del término, excepto por la rapidez de las transformaciones, ya que por su carácter los cambios no podían producirse en forma repentina. Tal vez lo más difícil de transmitir a quienes comienzan a estudiar estos temas sea la noción de que la Revolución Industrial dio origen a una nueva sociedad, pero que fue a la vez un proceso de cambio gradual, en el que lo nuevo y lo viejo se combinaron de forma diversa según las regiones y los ámbitos en los que se iban produciendo las transformaciones. Los debates entre los historiadores, como veremos más adelante, giran en gran medida en torno al problema del carácter más o menos violento del cambio, enfrentándose las visiones “gradualistas” a aquéllas “rupturistas”. [...] El concepto de revolución industrial. Algunas definiciones posibles

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La conformación del mercado mundial capitalista. La Revolución Industrial inglesaLa conformación del mercado mundial capitalista. La Revolución Industrial inglesa. VV.AA. “Historia económica y social general”.Ed.Macchi. 1998

EL SIGNIFICADO DE LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL

Desde mediados del siglo XVIII se inició una etapa de profundas transformaciones —económicas, sociales, culturales— que dieron nacimiento a las sociedades industriales. El proceso, que recibe genéricamente el nombre de “Revolución Industrial”, comenzó en Inglaterra y desde allí fue difundiéndose primero hacia Europa continental y los Estados Unidos, y más tarde hacia otros países y regiones.

En contraste con el mundo preindustrial, en el que la principal actividad económica era la agricultura, en la sociedad industrial el peso del sector primario fue reduciéndose al tiempo que se incrementó el de la industria y los servicios.

Mientras que en la sociedad preindustrial la gran mayoría de la población vivía en el campo, dedicándose a actividades rurales, la sociedad industrial se caracteriza por un alto grado de urbanización. No sólo creció el porcentaje de la población urbana, sino que también se incrementó significativamente el número de grandes ciudades, que eran muy pocas antes del siglo XIX.

Una tercera diferencia entre el mundo preindustrial y el industrial radica en el ritmo de la innovación tecnológica. Este fue en general muy lento hasta el siglo XVIII, pero a partir de entonces se aceleró notablemente. Una de las características de la sociedad industrial es la velocidad del cambio tecnológico, que ha permitido fuertes incrementos en la producción y la productividad, aumentando sensiblemente la oferta de energía, de bienes y de servicios. Si buena parte de la población pudo dejar de trabajar en la agricultura fue porque con menos brazos podía obtenerse la misma cantidad de alimentos, o aun más, gracias a las mejoras en las técnicas de cultivo. Al mismo tiempo, la oferta de bienes manufacturados creció significativamente, alcanzando proporciones desconocidas hasta entonces. En el sector industrial los incrementos de la producción y de la productividad fueron mucho mayores que en la agricultura. PAUL BAIROCH calcula que en los países desarrollados de Occidente la productividad del conjunto de los factores se multiplicó, entre 1700 y 1990, por 40 o por 45. Entre 1000 y 1700, que fue globalmente una etapa de crecimiento de la economía europea, la producti vidad se multiplicó, en el mejor de los casos, por 2. En los tres siglos posteriores a la Revolución Industrial, la productividad de los factores creció al menos 20 veces más que en los siete siglos anteriores a ella.

Junto con la industrialización no sólo creció la producción, sino también la población, que en los países más desarrollados se multiplicó por 5 entre 1760 y 1960. Se redujo notablemente la mortalidad infantil y creció la esperanza de vida. En la Europa preindustrial, ésta era en promedio de 33 años, mientras que en 1990 en los países más desarrollados superaba los 75.

A la par de los cambios económicos y demográficos, que son aquéllos más fácilmente mensurables, tuvieron lugar profundas transformaciones sociales, políticas y culturales. Con la sociedad industrial nacieron nuevas formas de organización del trabajo y de la familia, nuevas clases sociales, nuevos modos de actividad política. Gracias al desarrollo de los transportes y de las comunicaciones se incrementó el contacto entre las diversas regiones del planeta, creció la actividad comercial y se incrementó el movimiento de las personas. Con la aparición de la imprenta a vapor y de otras innovaciones en la industria editorial comenzó la producción de impresos a gran escala y la circulación de libros y periódicos entre sectores cada vez más vastos de la sociedad, que al mismo tiempo vieron ampliadas sus posibilidades de acceder a la educación.

La enumeración de factores que evidencian el contraste entre la sociedad preindustrial y la sociedad industrial podría continuar a lo largo de decenas de páginas. No es nuestra intención hacerlo, sino señalar, a partir de la información suministrada, algunos temas que consideramos centrales al iniciar el estudio de los procesos de industrialización.

En primer lugar, una breve consideración sobre el problema de la discontinuidad en la historia, que puede servir de introducción al debate sobre el concepto de revolución industrial. La historia, por su propia naturaleza, es una interacción constante de continuidad y cambio. Todo acontecimiento tiene sus antecedentes, pero nada permanece igual, y algunos cambios son más drásticos y rápidos que otros.

La contraposición entre sociedad preindustrial y sociedad industrial es muy clara en la medida en que comparemos el mundo resultante tras dos siglos de industrialización con el mundo anterior al siglo XVIII. Desde este punto de vista es evidente que existió una ruptura, que comenzó a ser visible para los contemporáneos ya desde las primeras décadas del siglo XIX.

Lo que también es evidente es que dicha ruptura no fue repentina, sino que tuvo lugar a lo largo de un proceso que abarcó muchos decenios, en los que convivieron elementos del pasado con los del nuevo presente. La ruptura no fue total, en la medida en que existen elementos de continuidad entre ambas sociedades, menos en el ámbito de la economía que en el de las relaciones sociales o el de la cultura.

A. P. USHER, un historiador de la tecnología, decía que la Revolución Industrial fue una revolución en el verdadero sentido del término, excepto por la rapidez de las transformaciones, ya que por su carácter los cambios no podían producirse en forma repentina.

Tal vez lo más difícil de transmitir a quienes comienzan a estudiar estos temas sea la noción de que la Revolución Industrial dio origen a una nueva sociedad, pero que fue a la vez un proceso de cambio gradual, en el que lo nuevo y lo viejo se combinaron de forma diversa según las regiones y los ámbitos en los que se iban produciendo las transformaciones. Los debates entre los historiadores, como veremos más adelante, giran en gran medida en torno al problema del carácter más o menos violento del cambio, enfrentándose las visiones “gradualistas” a aquéllas “rupturistas”.

[...]

El concepto de revolución industrial. Algunas definiciones posibles

La expresión “Revolución Industrial” fue utilizada por primera vez a fines del siglo XVIII, en referencia a las transformaciones que en ese entonces se estaban produciendo en la economía británica. El término “revolución” se usaba para comparar la situación de Gran Bretaña a la de Francia, señalando que si en este último país estaba en marcha una revolución social y política, en Inglaterra también se estaba viviendo un período de profundos cambios en la economía y en la sociedad, uno de cuyos rasgos más visibles era el nacimiento y la expansión de la industria fabril.

En el mundo académico, en cambio, el uso de la expresión fue mucho más tardío, ya que recién empezó a difundirse a partir de las clases que dictó el historiador ARNOLD TOYNBEE entre 1880 y 1881, publicadas a los pocos años con el título de Lectures on the Industrial Revolution in England.

En el momento en que TOYNBEE enseñaba, el tema central que ocupaba a los estudiosos de la Revolución Industrial eran las consecuencias sociales del proceso de industrialización, en particular, sus efectos negativos sobre las condiciones de vida de la clase trabajadora. Este punto de vista prevaleció —salvo algunas excepciones notables— hasta la década de 1920.

A medida que la historia económica fue consolidándose como disciplina, desde principios de este siglo, la Revolución Industrial comenzó a ser abordada desde otra perspectiva, en la que el estudio del pasado podía brindar algunas claves para la comprensión de los problemas económicos del presente. Ello no significa que se perdiera el interés por los aspectos sociales de la industrialización, sino que ellos quedaban enmarcados en un proceso global en que la reflexión central pasaba por la dinámica del proceso económico.

El historiador francés PAUL MANTOUX, que publicó en 1906 su obra pionera La Revolución Industrial en el siglo XVIII, consideraba que su trabajo debía contribuir a estimular el interés por la historia económica y “a presentar un estudio de una de las fases más importantes de la historia de los tiempos modernos, cuyas consecuencias han afectado a todo el mundo civilizado, y continúan transformándolo y modelándolo ante nuestra vista”.

Desde los años veinte, sobre todo a partir de la publicación en 1926 de la Economic history of modern Britain, de JOHN CLAPHAM, esta visión fue afirmándose. La expresión “Revolución Industrial” fue perdiendo el significado restringido con el que había nacido, como un proceso que se había dado en Inglaterra entre las últimas décadas del siglo XVIII y las primeras del siglo XIX, pasando a designar al proceso de nacimiento de la industria moderna, concepto aplicable a cualquier sociedad.

[...]

¿Revolución o evolución?

Como hemos visto en páginas anteriores, en los últimos veinte años el debate académico sobre la Revolución Industrial ha girado en gran parte alrededor del problema de la continuidad y la ruptura, y en él se han afirma do las tendencias gradualistas.

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El historiador norteamericano RONDO CAMERON, en un artículo que publicó en 1982, sostiene que la expresión “revolución industrial” es incorrecta, ya que para él no refleja la complejidad y las características de aquello que se propone designar. Según CAMERON, la palabra “revolución” da la idea de un cambio rápido —mientras que la industrialización fue un proceso lento y evolutivo—, y la palabra “industrial” restringe su significado, ya que los cambios afectaron no sólo a la industria, sino a la economía en general y también a la sociedad, a la política y a la cultura. Propone el uso de la ex presión “nacimiento de la industria moderna”.

[...]Entre los estudiosos actuales que coinciden con esta visión gradualista de la Revolución Industrial podemos distinguir dos

posturas muy diferenciadas, ya que una de ellas ofrece un enfoque cuantitativo de la industrialización y la otra centra su atención en las transformaciones cualitativas.

Los cuantitativistas —que se identifican con la New Economic History— se interesan sobre todo por la medición del crecimiento económico, y utilizando técnicas muy sofisticadas han propuesto nuevos cálculos del crecimiento de la economía británica en los siglos XVIII y XIX. Dichos cálculos revelan tasas mucho más bajas que las estimaciones realizadas en los años sesenta, y ello ha llevado a muchos historiadores económicos a presentar a la industrialización como un proceso de cambio acumulativo, y a algunos de ellos a negar la existencia de la Revolución Industrial.

Los historiadores más interesados en los cambios cualitativos generados por la industrialización —por ejemplo, en los sistemas de producción y de trabajo— ponen el énfasis en la lenta difusión que dichas transformaciones tuvieron a partir del siglo XVIII. Sin discutir la pertinencia del concepto de revolución industrial, resaltan a la vez la profundidad de los cambios y su gradual expansión. Para ellos las transformaciones no pueden medirse sólo en términos cuantitativos, y menos aun con información agregada a nivel nacional que opaca las diferencias regionales. Consideran la revolución como un proceso económico y social que dio un resultado mucho mayor que la suma de las partes.

¿En que consistió la revolución industrial?

¿Cuál es el significado que los historiadores atribuyen hoy a la expresión “revolución industrial”? Como vimos en páginas previas, no existen una única definición ni un consenso total acerca de su contenido. Para llegar a comprender su significado, el camino que seguiremos será transcribir algunas definiciones para reflexionar luego sobre ellas, buscando los elementos que nos permitan tener una noción lo más clara posible de dicha expresión, que a su vez no desdeñe los matices propuestos por los diversos autores.

DAVID LANDES propone tres definiciones, que se refieren a los distintos usos que se le suelen atribuir:a) “El término «revolución industrial», en minúsculas, suele referirse al complejo de innovaciones tecnológicas que, al

sustituir la habilidad humana por maquinaria, y la fuerza humana y animal por energía mecánica, provoca el paso desde la producción artesanal a la fabril, dando así lugar a la economía moderna”.

b) “El significado del término es a veces otro. Se utiliza para referirse a cualquier proceso de cambio tecnológico rápido e importante. [...] En este sentido, se habla de una «segunda» o una «tercera» revolución industrial, entendidas como secuencias de innovación industrial históricamente determinadas”.

c) “El mismo término, con mayúsculas, tiene otro significado distinto. Se refiere a la primera circunstancia histórica de cambio desde una economía agraria y artesanal a otra dominada por la industria y la manufactura mecanizada. La Revolución Industrial se inició en Inglaterra en el siglo XVIII y se expandió desde allí, y en forma desigual, por los países de Europa continental y por algunas otras pocas áreas, y transformó, en el espacio de menos de dos generaciones, la vida del hombre occidental, la naturaleza de su sociedad y sus relaciones con los demás pueblos del mundo”.

A su vez, el historiador inglés PETER MATHIAS la define como “las fases iniciales del proceso de industrialización en el largo plazo”, y señala que los dos criterios centrales para definir la Revolución Industrial son la aceleración del crecimiento de la economía en su conjunto y la presencia de cambios estructurales. Pone el énfasis en que dicho crecimiento debe dame en el largo plazo y responder no a un incremento de los factores de producción. sino a un aumento de la productividad que se traduzca en un incremento del producto per cápita. Los cambios estructurales que acompañan dicho cre cimiento incluyen, entre otros, la innovación tecnológica y organizativa, la modernización institucional, el desarrollo de un sistema de

transportes y la movilización de la fuerza de trabajo. Este proceso genera, a su vez, modificaciones en la estructura de la economía, en particular, la reducción de la participación sectorial de la agricultura en el empleo y en el total de la pro -ducción.

Otro historiador inglés, E. A. WRIGLEY, señala que “la característica distintiva de la Revolución Industrial, que ha transformado las vidas de los habitantes de las sociedades industrializadas, ha sido un aumento amplio y sostenido de los ingresos reales per cápita. Sin un cambio de este tipo, el grueso del total de ingresos se hubiese seguido gastando necesariamente en alimentos, y el grueso de la fuerza de trabajo hubiese seguido siendo empleado en la tierra”. Al aumentar la productividad del trabajo, gracias al proceso de innovación, se incrementa el producto por habitante. WRIGLEY contrapone dos modelos de crecimiento económico, uno de ellos asociado a la economía orgánica avanzada, y el otro a la economía basada en la energía de origen mineral. El primero precede al segundo en el tiempo, aunque existe una superposición entre ambos.

En el modelo de economía orgánica avanzada, la industria se abastecía esencialmente de materias primas animales o vegetales, y el grueso de la energía que se utilizaba era proporcionado por los hombres y los animales, complementado en algunos casos por la del viento o el agua. Ello ponía límites muy precisos al crecimiento económico. El uso de fuentes de energía de origen mineral, en primer lugar el carbón, permitió superar dichos límites, incrementando de manera sostenida la productividad y las tasas de crecimiento de la economía.

Combinando estas definiciones podemos sostener que la Revolución Industrial consiste en un proceso de cambio estructural en el que se combinan:

a) el crecimiento económico;b) la Innovación tecnológica y organizativa;c) profundas transformaciones en la sociedad.El rasgo más característico de dicho proceso es el nacimiento y el desarrollo de la industria fabril.El crecimiento económico se debe principalmente al aumento de la productividad de la economía, y dicho aumento de la

productividad es posible gracias a la innovación tecnológica y organizativa. Los rasgos esenciales de la innovación tecnológica son el uso de máquinas que reemplazan a la habilidad humana y la utilización de nuevas fuentes de energía inanimada que reemplazan a la fuerza humana y animal.

La principal innovación organizativa consiste en el nacimiento del sistema de fábrica, como alternativa a las formas de producción tradicional (la industria artesanal y la industria a domicilio).

Los cambios tecnológicos y organizativos permiten producir una cantidad de bienes muchísimo mayor que la que podía fabricarse con los métodos tradicionales, y a la vez nuevos tipos de bienes que son producto de un proceso de innovación que no se detiene.

La Revolución Industrial está acompañada por cambios estructurales en la economía y la sociedad. Por una parte, se va produciendo un descenso de la participación de la agricultura en el total de la producción y de la proporción de mano de obra empleada en el sector primario. Al mismo tiempo, se verifica un avance de la industria y los servicios que aumentan su participación en el producto y en la ocupación.

Otro cambio estructural lo constituye el proceso de urbanización. A medida que avanza la industria fabril, la producción y la población se van concentrando en las ciudades. Van creciendo el número de ciudades, sus dimensiones y la proporción de población urbana en relación con la rural.

El crecimiento de la industria y de los servicios y la difusión del sistema de fábrica dan nacimiento a nuevos sectores sociales. Cambian las condiciones de trabajo y se va multiplicando el número de trabajadores empleados en las fábricas, lo cual da origen al proletariado industrial. Este se diferencia de los trabajadores del período preindustrial por sus condiciones de trabajo. La nueva clase obrera está compuesta por trabajadores asalariados que no son propietarios de los medios de producción, sino que venden su fuerza de trabajo. No trabajan en sus casas, sino en las fábricas, en las que deben cumplir con una disciplina estricta. Viven mayoritariamente en áreas urbanas, en las cuales se va concentrando la producción industrial.

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Al mismo tiempo, crece el número de empresarios que invierten su capital en las nuevas actividades y son propietarios de industrias. Una nueva burguesía Industrial va buscando su lugar entre los sectores propietarios.

Pero también las clases medias son producto de la nueva sociedad Industrial, ya que crecen junto con la expansión de los servicios y las actividades administrativas.

[...]

El nacimiento de la industria moderna

¿Cuáles son los rasgos sobresalientes de la industria moderna? ¿Cómo se diferencia de las formas anteriores de producción industrial?

En su definición más general, industria significa cualquier transformación de la materia prima llevada a cabo por parte del hombre, y existe como tal desde los tiempos prehistóricos, como uno de los rasgos distintivos de la especie humana.

A lo largo de la historia, se fueron sucediendo diversos modos de producción industrial, a los cuales nos referiremos brevemente para poder comprender qué es lo que se fue transformando a partir de la Revolución Industrial del siglo XVIII.

LAS FORMAS TRADICIONALES DE PRODUCCION INDUSTRIAL

La industria artesanal

La industria artesanal se caracteriza por ser una forma de actividad industrial en la que los productores utilizan herramientas manuales que exigen una alta dosis de habilidad.

La industria artesanal puede ser doméstica —cuando la actividad se realiza en el domicilio de los trabajadores— o llevarse a cabo en un taller.

Desde fines de la Edad Media creció la industria artesanal urbana, que funcionaba en pequeños talleres, con una organización jerárquica basada en el sistema de aprendizaje. Los talleres funcionaban en las casas de los maestros, donde aprendices y oficiales realizaban sus tareas y convivían. En algunas ciudades de Flandes y del norte de Italia surgieron talleres de mayores dimensiones, sobre todo en la industria textil, llegándose a concentrar un número considerable de trabajadores bajo un mismo techo. Pero la forma más extendida de producción industrial eran los pequeños talleres.

La actividad industrial urbana estaba fuertemente regulada por los gremios, que establecían desde las normas de calidad hasta las cuotas de producción, y ofrecían algunos rudimentarios servicios sociales a sus miembros. En general, salvo en determinados rubros, como el de los paños de lana, la producción artesanal de las ciudades estaba destinada al mercado local y al campo circundante, aunque una proporción muy alta de la población campesina elaboraba en su hogar los productos industriales que consumía: vestido, calzado, utensilios domésticos.

La industria a domicilio

Desde el siglo XVI fue desarrollándose paulatinamente una forma de organización de la producción industrial que tuvo una creciente expansión, conocida con el nombre de “industria a domicilio”, cuya mayor difusión tuvo lugar durante los siglos XVII y XVIII.

Se caracteriza por ser un sistema descentralizado de producción, en el que los trabajadores realizaban las tareas en sus domicilios, con herramientas que en general eran de su pertenencia. Trabajaban para un comerciante-empresario, que les encargaba los quehaceres y les suministraba la materia prima, retirando luego las piezas elaboradas por las que pagaba a destajo.

Los productos fabricados por los trabajadores en sus hogares podían estar ya listos para su venta en el mercado, o bien podían requerir un proceso de terminación que era llevado a cabo en talleres urbanos (por ejemplo, el teñido o el estampado en los textiles). El proceso de comercialización estaba en manos de los comerciantes empresarios, y los productos se destinaban a mercados no locales, europeos o ultramarinos.

En este sistema de trabajo, la mayor parte de los trabajadores eran campesinos que realizaban sus actividades industriales en los tiempos muertos que dejaban las tareas agrícolas.

Las ventajas que presentaba esta forma de organización del trabajo con respecto a la industria urbana artesanal consistían en que, por un lado, era un sistema muy flexible, en el que la producción se regulaba de acuerdo con la demanda, y en el que no existía una obligación por parte del empresario de mantener un vínculo permanente con los trabajadores. Los costos fijos eran mínimos, y los salarios más bajos, ya que no se aplicaban las regulaciones que establecían los gremios para la industria urbana. Los trabajadores aceptaban recibir un pago menor porque para ellos se trataba de una actividad complementaria, ya que su ocupación principal era la agricultura. Además, a diferencia de la industria urbana, en la manufactura rural trabajaban también mujeres y niños, cuyas remuneraciones eran más bajas que las de los hombres adultos.

En las zonas agrícolas menos fértiles, la industria a domicilio ofreció la posibilidad de mejorar los ingresos de los campesinos, ya que a la producción de la tierra sumaban las remuneraciones provenientes del trabajo industrial.

El sistema de trabajo a domicilio se extendió fundamentalmente en la industria textil, aunque también se utilizaba en otras ramas, como la industria metalúrgica, la fabricación de vidrio y la de relojes. Se difundió por las distintas áreas de Europa, y en algunas regiones siguió teniendo un papel muy relevante hasta fines del siglo XIX. Ello se debió a que o bien era más ventajoso que el sistema de fábrica o bien se complementaba con él. En realidad, en diversas ramas de la actividad industrial sigue utilizándose hoy en día, por ejemplo, en la confección.

La protoindustrialización

A comienzos de la década de 1970, el historiador FRANKLIN MENDELS elaboró el concepto de protoindustrialización para referirse a lo que consideraba la primera fase del desarrollo industrial de Europa, caracterizada por la expansión del sistema de trabajo a domicilio.

[...]Para MENDELS, el proceso de industrialización en Europa pasó por dos etapas: la primera había consistido en una

“industrialización preindustrial”, y la segunda, en la industrialización moderna propiamente dicha. Llamó “protoindustrialización” a la primera fase, caracterizada por la difusión del sistema de trabajo a domicilio en la producción de bienes para mercados no locales, que generó, a su vez, cambios significativos en la economía rural. La segunda fase sería para MENDELS la de la Revolución Industrial, signada por el surgimiento del maquinismo y el sistema de fábrica.

La protoindustrialización, que se difundió entre los siglos XVI y XVIII, permitió el crecimiento de la producción dentro de los sistemas técnicos tradicionales de la industria doméstica, aumentando la productividad de los trabajadores al ocupar en la industria mano de obra antes desempleada o empleada parcialmente en actividades agrícolas.

Con la protoindustrialización se establecieron nuevas relaciones entre los centros urbanos y las áreas rurales. De la ciudad provenían los empresarios, los capitales y las redes de comercialización, y en la ciudad se realizaban algunas actividades industriales, sobre todo, procesos de preparación o acabado. En el campo se llevaba a cabo la mayor parte de la producción, con una organización descentralizada que operaba a escala regional. Otros rasgos centrales eran que la producción estaba orientada a mercados externos —regionales, nacionales o internacionales—, y que el management estaba en manos de los comerciantes empresarios y no de los trabajadores.

Al ofrecer un medio de subsistencia complementario a la agricultura, la protoindustria contribuyó a mejorar las condiciones de vida de los campesinos, reduciendo el impacto de las tradicionales crisis de subsistencia y estimulando el crecimiento demográfico.

El concepto de protoindustrialización generó extendidos debates entre los historiadores económicos. Mientras que algunos autores aceptan la visión de MENDELS de la protoindustria como la primera fase del proceso de industrialización, otros sostienen que no se trata de una etapa necesaria, sino de una forma de producción que coexistió con otras en los siglos anteriores a la Revolución Industrial. Uno de los puntos más cuestionados es establecer porqué en algunas regiones la protoindustria condujo al nacimiento de la industria fabril, mientras que en otras el proceso de industria lización quedó trunco.

[...]

La conformación del mercado mundial capitalista. La Revolución Industrial inglesaLa conformación del mercado mundial capitalista. La Revolución Industrial inglesa. VV.AA. “Historia económica y social general”.Ed.Macchi. 1998

La manufactura centralizada

Además de la pequeña industria artesanal urbana y de la industria a domicilio, existió en la Europa moderna un tercer tipo de organización industrial, caracterizada por las mayores dimensiones de la empresa, a la que suele denominarse “protofábrica”.

SIDNEY POLLARD distingue tres tipos, y a la vez aclara que las fronteras entre ellos no son siempre precisas:— Talleres centrales que preparaban y terminaban el trabajo de los trabajadores rurales a domicilio, principalmente en el

sector textil.— Unidades que tenían que ser bastante grandes o que requerían mucho capital por razones técnicas. Ejemplos:

metalurgia, minería, fabricación de vidrio, astilleros, refinerías de azúcar.— Agrupación de talleres por una razón que no es económica ni técnica, como consecuencia de un monopolio o de la

Iniciativa de algún magnate territorial. Ejemplos: manufacturas reales creadas en Francia en el siglo XVII (tapices, porcelanas, armas), empresas reales creadas en Prusia en el siglo XVIII (fundiciones de hierro, fábricas textiles, de armas, de porcelana), fábricas textiles establecidas por nobles checos en el siglo XVIII.

El sistema de fábrica

Con la Revolución Industrial nació el sistema de fábrica, que puede ser definido como un sistema que se caracteriza por la mecanización de la producción (producción con máquinas), por el uso de energía inanimada en reemplazo de la energía humana o animal (las primeras formas de energía inanimada utilizadas en las fábricas fueron la energía hidráulica y la ener-gía del vapor), y por la presencia de trabajadores asalariados sometidos a un régimen de estricta disciplina.

El maquinismo

El sistema de fábrica constituye lo que se denomina también “industria moderna”, que se contrapone a la “industria tradicional”. Desde el punto de vista de la producción, un rasgo central del proceso de modernización de la industria fue la paulatina difusión del uso de máquinas activadas por energía inanimada.

Como señala PAUL MANTOUX, no es sencillo encontrar una definición adecuada del término “máquina”. Un primer paso es diferenciar una máquina de una herramienta. Tanto una máquina como una herramienta permiten economizar trabajo manual, ya que potencian la actividad humana. Hasta una herramienta sencilla como una azada hace la tarea de veinte hombres que utilizaran sus uñas para cavar la tierra.

Sin embargo, uno de los rasgos que distingue a las herramientas de las máquinas es que las primeras son instrumentos en manos del trabajador, que requieren una habilidad específica, sin la cual no puede llevarse a cabo el proceso de producción. Hay herramientas sencillas, coma el martillo, y otras más complejas, como el telar, y no siempre es fácil trazar la línea di -visoria entre una herramienta compleja y una máquina sencilla. Pero siempre que se utilizan herramientas, el hombre o la mujer que las manejan emplean sus conocimientos, su fuerza y su habilidad para producir bienes.

En el caso de las máquinas, en cambio, estamos frente a artefactos que disponen de mecanismos que reemplazan a la habilidad humana. MANTOUX define la máquina como “un mecanismo que bajo el impulso de una fuerza motriz simple ejecuta los movimientos compuestos de una operación técnica efectuada antes por uno o varios, hombres”. Las máquinas pueden ser impulsadas por energía animada (humana o animal) o inanimada (hidráulica, eólica, del vapor, eléctrica, de motores a explosión, atómica).

Algunos ejemplos pueden servir para aclarar más este punto. Tomemos en primer lugar la industria del hilado. Desde tiempos remotos se utilizaron herramientas como el huso, y, más adelante, la rueca, que era la más difundida en Europa desde la Edad Media. El manejo de la rueca requiere un alto grado de habilidad, ya que se utilizan las manos, para sostener y retorcer el vellón que se va transformando en hilo, y también los pies, para accionar un pedal que sirve para mover la rueda.

En 1765 JAMES HARGREAVRS, un tejedor y carpintero de Lancashire, inventó la primera hiladora mecánica, que recibió el nombre de “spinning-jenny”. Se trataba de una máquina relativamente sencilla, compuesta por un marco rectangular

montado sobre cuatro patas, en el que se colocaban los husos para enrollar los hilos —husos que reciben el nombre de “canillas”— y dos barras de madera montadas sobre una especie de carro, que se deslizaban hacia adelante y hacia atrás e iban estirando el hilo. Con una mano el hilandero hacía ir y venir el carro —para que el hilo se estirara y torciera—, y con la otra daba vuelta a una manivela cuyo movimiento se comunicaba a los husos, en los que se enrollaban los hilos

La jenny se derivaba de la rueca, y fue alguna vez definida como una rueca con varios husos. Lo que tenía de ventaja clave era que un solo obrero podía producir varios hilos a la vez, con lo cual el trabajo humano se multiplicaba. Las primeras jennies tenían ocho canillas, con lo cual una persona hacía el trabajo que antes realizaban ocho. Todavía en vida de HAR-GREAVES llegaron a fabricarse con ochenta y más, y ello multiplicó aun más la productividad del trabajo.

Al mismo tiempo era una máquina muy sencilla, y era accionada por el trabajador, es decir, por energía humana. Tenía una ventaja adicional: las jennies se utilizaban en las casas de los hilanderos, como las ruecas, con lo cual el sistema de organización del trabajo no se modificaba, pero se incrementaba notoriamente la producción.

De todos modos, el rasgo dominante de la industria moderna fue la difusión de las máquinas accionadas por energía inanimada —primero energía hidráulica, más tarde energía del vapor— que obligaron a sustituir las formas tradicionales de organización del trabajo y dieron nacimiento al sistema de fábrica.

Volviendo al ejemplo de la industria textil, poco tiempo después de la invención de la jenny, RICHARD ARKWRIGHT patentó otra máquina de hilar, que recibió el nombre de “water-frame”. A diferencia de la jenny, no era movida a mano, sino impulsada por energía hidráulica, lo que permitía ampliar la escala de la producción e introducía modificaciones clave en la forma de organizar el trabajo. Con la water frame y sus posteriores modificaciones, el hilado pasó de ser una actividad doméstica a convertirse en un trabajo realizado en fábricas. Ya el tamaño y el costo de las maquinarias hicieron imposible que fueran propiedad de los trabajadores y utilizadas en los domicilios. Además, al ser accionadas por energía hidráulica, requerían una localización específica, junto a un curso de agua, y de mecanismos a través de los cuales el movimiento se trasladaba a la máquina. Desde este punto de vista, significó un cambio fundamental con respecto a la jenny, ya que fue el uso de energía inanimada el que generó la difusión del sistema de fábrica, característico de la moderna producción industrial.

Las nuevas fuentes de energía

Una de las claves del proceso de industrialización fue el acceso a nuevas fuentes de energía calorífera y mecánica, y el símbolo de los nuevos tiempos fue la máquina a vapor.

En la sociedad preindustrial, el grueso de la energía que se utilizaba provenía de fuentes orgánicas. La mayor parte de la energía era suministrada por la fuerza humana o animal, complementada en algunos casos por la del viento o la del agua, y por el calor proporcionado por la madera. Por ello, los niveles de productividad que podían conseguirse eran modestos, a pesar de los avances que se lograran con la división del trabajo o con la mejora de las herramientas y los artefactos mecánicos que se empleaban en la producción.

Como ya vimos, WRIGLEY señala como característica distintiva de la Revolución Industrial el paso de una economía orgánica avanzada a una economía sustentada en la energía de origen mineral. La utilización de la energía calórica y mecánica proveniente del carbón mineral permitió incrementar hasta niveles insospechados la productividad del trabajo. En un gran número de procesos industriales la energía que gasta el trabajador es considerable, y su fuerza física es una limitación fundamental para el nivel de productividad que se puede alcanzar.

La difusión de las innovaciones fue lenta, y amplios sectores de la economía no se vieron afectados por ellas antes de mediados del siglo XIX. En las primeras décadas de la Revolución Industrial se combiné el uso de la fuerza hidráulica y el de la energía del vapor, e incluso en el siglo XVIII también se utilizaban caballos y bueyes para accionar las máquinas en la industria textil. La máquina a vapor de WATT fue patentada en 1769, pero su uso se difundió lentamente en la Industria, y en los primeros tiempos se empleaba sobre todo en las minas.

En un principio, las fábricas se instalaron en las orillas de cursos de agua que tuvieran un caudal suficiente para aprovechar la energía hidráulica. Los primeros ingenieros que construyeron fábricas eran los antiguos constructores de molinos, y la primera máquina de hilar se llamó “water frame”. Todavía a mediados del siglo XIX, la importancia de la fuerza hidráulica

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seguía siendo muy grande en Inglaterra, a pesar de que se iba generalizando el uso de la máquina de vapor.Muchos autores siguen considerando la máquina de vapor como el invento más característico de la Revolución Industrial.

Su principal aporte fue poder transformar la energía térmica (calor) en energía cinética (movimien to y trabajo). Desde el siglo XVII se utilizaron en Inglaterra y en países del continente europeo máquinas precursoras de la de WATT —como la máquina atmosférica de NEWCOMEN— para bombear agua de las minas, pero eran demasiado grandes, por lo que consumían excesivo combustible.

JAMES WATT inventó una máquina de vapor a la que introdujo mejoras decisivas, que permitieron reducir el consumo de carbón, disminuir sus dimensiones y minimizar su costo. Gracias a ello pudo ser utilizada en cualquier parte, y su uso se fue extendiendo de las minas a la industria manufacturera. Con ello la industria pudo independizarse de la geografía, porque las fábricas ya no debían instalarse a la vera de los cursos de agua. Se fueron localizando paulatinamente en los centros urbanos, dando nacimiento a las ciudades industriales.

La máquina de WATT fue, a su vez, perfeccionada a lo largo del siglo XIX por otros inventores, y ello permitió que pudiera utilizarse para Impulsar medios de transporte. A partir de la década de 1820 se construyeron los primeros ferrocarriles y barcos de vapor, que revolucionaron las comunicaciones.

[...]Volviendo al tema central del significado del uso de fuentes de energía inanimada como característica de la Revolución

Industrial, debemos destacar una vez más que el principal impacto que tuvo fue posibilitar aumentos de la productividad insospechados. Las innovaciones que se introdujeron desde las últimas décadas del siglo XIX —la electricidad y el motor a explosión— no hicieron más que reforzar esta tendencia, multiplicando la oferta de bienes y servicios.

La disciplina y la organización del trabajo

La productividad creció no sólo gracias a la utilización de máquinas y al uso de nuevas fuentes de energía. Lo hizo también como producto de las nuevas formas de organización del trabajo que acompañaron al sistema de fábrica y del nuevo tipo de empresa que iba surgiendo con la Revolución Industrial.

a) La disciplina

Con la fábrica se produjo en primer lugar una intensificación del trabajo. A diferencia de la industria a domicilio, en la que los trabajadores decidían libremente cuándo y cuánto trabajar, la fábrica se caracteriza por exigir a los obreros un horario estricto y una actividad constante.

El trabajo humano debió adaptarse al ritmo impuesto por las máquinas. Los trabajadores debieron acostumbrarse a una precisión y una asiduidad desconocidas con anterioridad, y modificar profundamente sus hábitos laborales.

Antes del advenimiento del sistema de fábrica, el trabajo era muy irregular, y en general se combinaban momentos de trabajo intenso con períodos de ociosidad (como recuerda el historiador E. P. THOMPSON, esto hoy sólo es posible en muy pocas profesiones: artistas, escritores, pequeños agricultores, estudiantes...).

Los lunes y martes se trabajaba a un ritmo lento; los jueves y viernes, éste se aceleraba. Si por la mañana se empezaba tarde, se recuperaba tiempo por la noche. Casi todos los oficios hacían honor a “San Lunes”: ese día no se trabajaba, sino que se usaba para recobrarse de los excesos del domingo, sobre todo de los de la bebida. Hasta las primeras décadas del siglo XIX, el año laboral estaba salpicado de fiestas y ferias, que eran rigurosamente respetadas por los trabajadores. Un alto funcionario francés calculaba que en el siglo XVII un artesano trabajaba unos 120 días al año.

Un aspecto central de la producción preindustrial era que el conocimiento tecnológico tomaba la forma de oficios calificados, y quienes poseían el oficio controlaban los procesos de producción.

La nueva disciplina no era fácilmente aceptada por los trabajadores adultos, acostumbrados a sistemas mucho más flexibles, en los que el ritmo de trabajo era mucho más relajado. Ello explica en parte que en la Revolución Industrial se haya recurrido al empleo de niños en las fábricas, aunque otra razón era que cobraban salarios mucho más bajos.

Los nuevos empresarios lucharon por modificar los viejos sistemas de trabajo recurriendo al control de los obreros, y algunos de ellos establecieron una normativa muy rígida.

La entrada de los obreros en la fábrica, sus comidas y su salida tenían lugar a una hora fija, pautada por el toque de una campana o por una sirena. En el interior, cada uno tenía un puesto determinado y una tarea estrictamente delimitada. Debían trabajar regularmente y sin detenerse, bajo la mirada del capataz.

La jornada laboral era no sólo muy intensa, sino también muy extensa. A comienzos del siglo XIX, el promedio de los establecimientos alcanzaba y sobrepasaba las catorce horas diarias.

Para disciplinar a los trabajadores, los empresarios recurrían mayoritariamente a los castigos, y en mucha menor medida, a los premios para quienes cumplían satisfactoriamente con las exigencias. SIDNEY POLLARD utilizó la información proporcionada por una encuesta llevada a cabo por el gobierno inglés en 1833 sobre el trabajo en las fábricas, para calcular en qué proporción se utilizaban premios y castigos en el trabajo de los niños. De 607 empresas consideradas, 575 recurrían al castigo, que en más de la mitad de los casos consistía en el despido. Las que utilizaban los castigos corpora les eran 55, y sólo 34 las que daban premios.

Los castigos más difundidos eran el despido y las multas. Estas últimas eran muy elevadas y no guardaban proporción con las faltas. A un obrero que llegara uno o dos minutos tarde se lo podía privar de la paga de todo un turno. También se reprimía severamente la falta de disciplina durante el trabajo, por ejemplo, cuando los trabajadores hablaban entre sí mientras realizaban sus tareas, no estaban en su puesto o dejaban objetos fuera de lugar.

b) La división del trabajo

Una segunda característica de las fábricas, además de la disciplina, fue la intensificación de la división del trabajo.Se trata, en primer lugar, de una innovación organizativa, que no necesariamente estuvo vinculada a la difusión de las

máquinas, pero permitió aumentos muy grandes de la productividad, que se obtuvieron gracias a nuevas formas de organización de la actividad laboral.

En Investigación sobre la naturaleza y causas de la riqueza de las naciones, publicada por primera vez en 1776, ADAM SMITH dedicó el primer capítulo del libro primero a la división del trabajo, a la que consideraba “causa principal de la expansión de su eficiencia”.

En su famoso ejemplo sobre una manufactura de alfileres, comparaba la cantidad de piezas que podía confeccionar por día una empresa que aplicara métodos tradicionales y la que podía fabricar otra que utilizara la división del trabajo. En su cálculo (que, por otra parte, parece poco verosímil), indicaba que empleando 10 obreros, una fábrica sin división del trabajo podía producir como máximo 200 alfileres por día, mientras que una que utilizara la división del trabajo podía llegar a fabricar 48.000. En el primer caso, cada obrero producía como máximo 20 alfileres por día; en el segundo, 4,800, es decir, 240 veces más.

Aunque su cálculo fuera exagerado, da una idea muy precisa de cómo la división del trabajo genera un fuerte aumento de sus facultades productivas. Implica la especialización de los trabajadores en una o varias tareas determinadas. Ya no se trata de que cada uno de ellos haga un alfiler completo: “Uno estira el alambre, otro lo endereza, un tercero lo va cortando en trozos iguales, un cuarto hace la punta, un quinto obrero está ocupado en limar el extremo donde se va a colocar la cabeza; a su vez, la confección de la cabeza requiere dos o tres operaciones distintas: fijarla es un trabajo especial, esmaltar los alfileres, otro, y todavía es un oficio distinto colocarlos en el papel”.

SMITH indicaba que la mayor productividad derivaba de tres factores: la mayor destreza de cada obrero en particular, el ahorro de tiempo que comúnmente se pierde al pasar de una ocupación a otra y la invención de máquinas que facilitan y abrevian el trabajo, capacitando a un hombre para hacer la labor de muchos.

Con la difusión del sistema de fábrica y el empleo creciente de maquinarias, la división del trabajo se intensificó. La introducción de las máquinas tuvo varias consecuencias. En primer lugar, muchas tareas se simplificaron, ya que los mecanismos fueron reemplazando a la habilidad de los trabajadores. Ello hizo posible incrementar la contratación de personal no calificado que se especializaba en actividades rutinarias, como el simple control de la máquina. En segundo término, muchas tareas dejaron de requerir no sólo habilidad, sino también fuerza. Ambas condiciones llevaron a que en las fábricas se contrataran cada vez más mujeres y niños, a los cuales se pagaba salarios mucho más bajos y a los que se sometía a la disciplina con más facilidad que a los hombres adultos.

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En el tomo 1 de El capital, KARL MARX analizó la lógica del proceso de división del trabajo en las manufacturas y en las fábricas, remarcando las diferencias entre ambos casos. En la manufactura, la división del trabajo consiste en la descomposición de un oficio manual en las diversas operaciones parciales: por ello, en este caso MARX hablaba del “obrero parcial”. Pero, a la vez, el oficio manual sigue siendo la base de todo.

Para MARX, la lógica del maquinismo, característica de la fábrica, es de índole diversa. El principio que rige en ella es el de un órgano de producción objetivo e impersonal, que impone sus condiciones a los obreros. Aquí la máquina sustituye al obrero por un mecanismo, y las herramientas se transforman en componentes de un aparato mecánico. Mientras que el obrero de la manufactura y de la industria manual se servía de sus herramientas, el de la fábrica debe servir a la máquina, siguiendo sus movimientos, como parte de un “mecanismo muerto”.

Como consecuencia de ello, la graduación jerárquica de los obreros que se conservaba en la manufactura va siendo reemplazada por la tendencia a igualar o a nivelar los trabajos. La degradación de la calificación, que expli ca el aumento del trabajo de mujeres y niños, redunda en una pérdida del interés por el trabajo. Con la gran industria se completa, para MARX, la separación entre el trabajo manual y las potencialidades intelectuales de la producción.

En realidad, la división del trabajo en las fábricas no implicaba necesariamente la pérdida de la calificación, y en la mayor parte de los sectores de la industria los trabajadores de oficio siguieron teniendo un papel significativo, por lo menos hasta fines del siglo XIX. Por una parte, siguieron diferenciándose las tareas entre trabajadores calificados y peones, y las máquinas generaron también un nuevo tipo de obrero especializado: el de los mecánicos responsables de su manutención y reparación.

En palabras de BENJAMIN CORIAT, “ni la máquina ni el trabajo de las mujeres y los niños podrán suplirlo todo. Y el oficio sigue siendo un paso obligado para muchas tareas”.

[...]

e) Las fábricas de JOSIAN WEDGWOOD

Una de las empresas que es considerada un modelo en cuanto a la eficiencia y la disciplina en los primeros tiempos de la Revolución Industrial es la que pertenecía a JOSIAN WEDGWOOD, dedicada a la fabricación de productos de alfarería, que todavía sigue existiendo.

En sus talleres, WEDGWOOD luchó por imponer una estricta disciplina a los obreros alfareros, que hasta entonces tenían hábitos de trabajo muy irregulares: la costumbre era que los lunes y martes, las mujeres y los niños prepararan la arcilla, y que los alfareros trabajaran a un ritmo intenso a partir del miércoles.

Una de las facetas más interesantes que presenta el ejemplo de WEDGWOOD es que consiguió grandes incrementos de la productividad mediante la organización del trabajo, sin recurrir a las máquinas. En sus empresas el trabajo no estaba mecanizado, sino que era llevado a cabo por artesanos más o menos especializados. Sin introducir innovaciones técnicas, WEDGWOOD trató de incrementar al máximo la productividad del trabajo gracias a la disciplina y la división de las tareas, es decir, mediante innovaciones organizacionales.

En primer lugar, separó la producción en cinco partes y diseñó los talleres de forma de conseguir la más estricta economía de trabajo, ya que las piezas iban siguiendo un recorrido desde la preparación y los hornos hasta los depósitos.

En sus fábricas existía una estricta división de tareas, y los obreros no podían pasar de una actividad a otra. De los 278 trabajadores empleados en una de sus plantas —Etruria— en 1790, sólo cinco no tenían asignado un puesto específico, y todo el resto se especializaba en una tarea determinada. Dentro de los talleres, WEDGWOOD buscaba la mayor sincronización del trabajo para incrementar el rendimiento individual. Incluso llegó a organizar una escuela de aprendices para hacer frente a la escasez de mano de obra calificada.

Además de adiestrar a los alfareros especializados, tenía que amoldar a los trabajadores a las necesidades de su fábrica. Las normas que fue imponiendo fueron la puntualidad, la asistencia constante, las horas fijas, estrictas reglas de cuidado y limpieza, medidas contra el derroche, la prohibición de beber. Pero como los alfareros no estaban dispuestos a aceptarlas fácilmente, fue ideando diversos sistemas para ponerlas en práctica.

El factor clave para WEDGWOOD fue un estricto control. En primer lugar, supervisaba personalmente a los trabajadores,

llegando a romper las piezas que consideraba que no cumplían con las normas de calidad. A medida que sus actividades se diversificaron y no pudo estar todos los días en la fábrica, delegó esta función en capataces y vigilantes móviles. Pero para hacer más estricto el control, elaboró instrucciones que contenían las normas por las cuales debía regirse la actividad en los talleres.

Uno de los principales problemas era garantizar la puntualidad y la asistencia regular de los trabajadores. Para ello se utilizaba una campana que iba marcando desde la hora de entrada hasta las pausas para la comida y la salida. Para controlar efectivamente que los trabajadores llegaran a horario, inventó un sistema de fichado, en el que se empleaban tickets y pizarras, y se castigaba con multas a los infractores.

Las instrucciones incluían también normas sobre la limpieza y el aprovechamiento de la arcilla, y reglamentaciones muy detalladas sobre la fabricación de las piezas.

El no cumplimiento de las disposiciones era castigado con severas multas. Además de las infracciones a la puntualidad, la asistencia, la limpieza o las normas de producción, las multas se aplicaban a quienes introdujeran cerveza o licor en los talleres, tiraran algún objeto a los patios, escribieran obscenidades en las paredes o jugaran a las cartas contra cualquier pared que tuviera ventanas.

En la nueva sociedad industrial, el tiempo y la eficiencia pasaron a ser las metas de los empresarios, pero para imponerlas debieron luchar contra las prácticas tradicionales del trabajo y contra los hábitos de los trabajado res. Aun en las fábricas de WEDGWOOD los alfareros volvieron, después de su muerte, a muchas de las antiguas costumbres.

En realidad, se trató de un cambio no sólo de las formas de trabajo, sino de una nueva concepción del tiempo y de una nueva visión del valor del trabajo y del ocio en la sociedad.

A fines del siglo XVIII, el reloj todavía era considerado en Inglaterra un producto de lujo: en 1797, el ministro PITT decidió cobrar un impuesto a los propietarios de todo tipo de relojes (impuesto que duró menos de un año). Pero para entonces, la realidad estaba cambiando, y los relojes se iban difundiendo a medida que descendía su precio.

El uso del reloj se difundía también porque eran cada vez más necesarios para regular el ritmo del trabajo y de la vida cotidiana. De la Revolución Industrial surgió una sociedad más disciplinada, lo cual permitió sin duda incrementar la productividad del trabajo y poner a disposición de la gente muchos más bienes a precios accesibles.

Si ello fue o no favorable para los protagonistas del cambio, sobre todo para los trabajadores, forma parte de una interminable discusión entre quienes se inclinan por una u otra posición, a la cual volveremos a hacer referencia más adelante.

[...]

LA REVOLUCION INDUSTRIAL EN GRAN BRETAÑA

Los primeros procesos históricos de industrialización

Desde el siglo XVIII. Europa Occidental se transformó en la cuna de la industria moderna. La Revolución Industrial comenzó en Inglaterra y desde allí se difundió hacia el continente, afectando a las distintas naciones y regiones con ritmos diversos.

Los países continentales que primero transitaron el camino de la industrialización fueron Bélgica, Francia, Suiza y Alemania. La industria moderna fue después extendiéndose hacia los países escandinavos, y los de Europa del Sud y del Este, incluyendo Rusia. Para fines del siglo XIX, la industrialización era un proceso en marcha en la mayor parte del territorio europeo. Fuera de Europa, el único país que se industrializó tempranamente fueron los Estados Unidos, donde el proceso se inició ya en las primeras décadas del siglo XIX.

A partir de esa evidencia, una inquietud común a muchos historiadores que estudian estos temas es tratar de comprender por qué fue Europa la primera región industrial, y no otras zonas del planeta, considerando que existían en el siglo XVIII algunas áreas con un considerable desarrollo económico, político y cultural, como el Medio Oriente Islámico, la China o la India.

Diversos autores han insistido en que el problema de las causas de la Revolución Industrial debe ser estudiado, en primer lugar, no tanto desde la especificidad inglesa como desde la especificidad europea. Es decir, sostienen que ciertos rasgos

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comunes a los países de Europa Occidental, distintos a su vez de los de las otras regiones del mundo, explican que el proce -so de industrialización se haya iniciado en Europa, y que el caso de Inglaterra debe ser visto dentro de este contexto.

ERIC JONES afirma que no hay que dar prioridad al estudio de los elementos “únicos” del caso inglés, y que “es mucho más instructivo considerar que Gran Bretaña estuvo afectada por unas fuerzas que estaban actuando en el conjunto del continente europeo, y a partir de las cuales se destacó ligeramente como la primera potencia industrial sobre la base del cambio tecnológico en la manufactura del algodón y del hierro”.

A la hora de explicar la especificidad europea, las razones esgrimidas son múltiples y diversas. Citaremos sólo a algunos autores que han reflexionado sobre este tema, con la finalidad de ofrecer algunas interpretaciones alternativas que puedan servir de base para una posterior profundización.

Para DAVID LANDES, la clave debe ser buscada en ciertos rasgos culturales y políticos de las sociedades europeas desde fines de la Edad Media. Entre ellos destaca, en primer lugar, la función de la iniciativa económica privada, respaldada por el respeto a los derechos de propiedad y por la consolidación de unidades políticas en competencia entre sí (las ciudades Estado, primero, y los Estados nacionales después). Todo eso, según LANDES, habría favorecido la actividad comercial y el desarrollo de una clase mercantil de gran vitalidad y creciente influencia, que jugó un papel decisivo en el proceso de expansión económica y de disolución del viejo orden feudal.

El segundo elemento clave de la peculiaridad europea es para LANDES “el alto valor atribuido a la manipulación racional del medio natural”, lo cual puede descomponerse, a su vez, en dos elementos: “La racionalidad y lo que podríamos llamar el sentido de dominio faustiano sobre el hombre y la naturaleza”. En esta interpretación, LANDES coincide en gran medida con la tesis de MAX WEBER acerca de la vinculación entre la ética protestante y el desarrollo del capitalismo. Pero también sostiene que la ciencia constituyó el puente perfecto entre la racionalidad y el dominio, y que el avance científi co hizo posible, por su parte, el desarrollo tecnológico.

Según LANDES, “la voluntad de dominio, el enfoque racional de los problemas al que llamamos método científico, la competencia por la riqueza y el poder, todo este conjunto de fenómenos consiguieron eliminar la resisten cia impuesta por las formas tradicionales de comportamiento e hicieron del cambio un valor positivo”. Agrega que, sin duda, estas ventajas se vieron reforzadas por la conquista de territorios extraeuropeos, y el ejercicio de la violencia y el poder, lo cual tuvo consecuencias muy desiguales que, a su vez, profundizaron la distancia entre el mundo de los países colonizadores y los colonizados. No obstante, insiste en que el imperialismo no es de ningún modo una explicación suficiente, ya que las sociedades que sufrieron la conquista europea no estaban en camino de llevar adelante una revolución industrial cuando fueron sometidas por las potencias colonialistas.

JONES sostiene, al igual que LANDES, que lo que denomina “el milagro europeo” debe ser comprendido como un proceso de muy largo plazo, que se vislumbra, por lo menos, desde fines de la Edad Media. Considera que la industrialización tuvo lugar en primer término en las economías de mercado, “donde no sólo los productos, sino también los factores de producción podían comprarse y venderse libremente”. Una vez constatado ello, no cree que las fuerzas del mercado puedan ser comprendidas sin tener en cuenta el papel del poder político, al que también atribuye un rol significativo a la hora de explicar la génesis de la economía moderna.

Además de ello, insiste con énfasis en que Europa se vio favorecida por las condiciones de producción que, como señalaba MARX, no pueden generarse a sí mismas. Para JONES, Europa poseía características tan especiales de emplazamiento, localización y dotación de recursos que lo llevan a asirse a una explicación ambiental, aunque entiende que el papel de los factores ambientales fue esbozar las sendas con menores costos para la acción humana, que siguió siendo decisiva.

Desde este punto de vista, sostiene que tanto la fructífera variedad política como la acumulación de capital y el comercio pueden, en parte, explicarse como ajustes al emplazamiento y a los recursos concretos de Europa. Señala, por ejemplo, que en el continente europeo las catástrofes naturales fueron menos frecuentes que en Asia, o que la geografía contribuyó a la conformación de los Estados nacionales, en cuyo mareo tuvo lugar el proceso de modernización. También afirma que la variedad topogeográfica, climática y geológica supuso un amplio abanico de recursos, lo cual generé el desarrollo del comercio multilateral.

JONES incluye, además, factores de otro orden. Indica que el contexto cultural de Europa, de carácter único, contribuyó

asimismo a la acumulación de capital y la elevación de los niveles de vida, o que los Estados naciona les europeos fueron más adecuados para el crecimiento económico que los imperios despóticos de Oriente, ya que favorecieron el intercambio y la competencia, y respetaron más la propiedad privada. En este sentido destaca que, desde su punto de vista, el crecimiento a muy largo plazo de Europa “no fue tanto el resultado de una conjunción de fuerzas que promovieron el desarrollo como la consecuencia de la eliminación de los impedimentos”.

PAUL BAIROCH se pregunta por qué el desarrollo económico moderno comenzó en Inglaterra, y enumera ocho respuestas posibles, cada una de ellas enfatizando el peso de un factor determinado. Dichos factores son la religión y las mentalidades, la estructura política, la dotación de recursos naturales, el comercio internacional, la colonización, la existencia de grandes núcleos urbanos, un nivel avanzado de desarrollo y un crecimiento demográfico rápido. Después de analizarlos uno por uno, llega a la conclusión de que no son excluyentes de Inglaterra, sino que se encuentran en diversos países europeos, a partir de lo cual sostiene que la pregunta “¿por qué Europa?” es casi tan pertinente como el interrogante “¿por qué Inglaterra?”.

Buscando la respuesta a la primera de dichas cuestiones, señala que sólo puede obtenerse comparando la situación de Europa con la de otras regiones avanzadas, particularmente, la China. Para BAIROCH, los elementos decisivos serían cuatro: el espíritu europeo abierto al cambio, las características geográficas del continente (incluyen la localización, el clima templado y la disponibilidad de energía), el fraccionamiento político (que favoreció, a su vez, la competencia entre Estados, y a partir de ella, el desarrollo del comercio y la innovación tecnológica) y, por último, la existencia de ciuda des de dimensiones más modestas que las de los grandes imperios asiáticos (que absorben una proporción demasiado alta de los excedentes agrícolas).

La revolución industrial en Gran Bretaña

El estudio de este tema puede iniciarse con una pregunta que se formula la mayor parte de los historiadores: ¿Qué factores explican que Inglaterra haya sido la “primera nación industrial”? ¿Por qué ella y no otros países que en el siglo XVIII le disputaban la primacía comercial y económica, como Holanda y Francia?

Hemos visto en el punto precedente que buena parte de las razones que pueden aducirse para explicar las ventajas británicas eran comunes a varios países europeos. Pero, más allá de eso, ciertas condiciones específicas de Inglaterra y la combinación de todas ellas dieron como resultado la primera Revolución Industrial.

Debe destacarse en primer término que la economía británica creció a lo largo de todo el siglo XVIII, y que la Revolución Industrial tuvo lugar en el marco de una expansión secular. Inglaterra era uno de los países más ricos del mundo al iniciarse la Revolución Industrial, y su situación era muy diferente de la de los países subdesarrollados del siglo XX.

En las páginas que siguen, haremos referencia a los principales factores que sirvieron de punto de partida para la primera Revolución Industrial.

LA ECONOMIA BRITANICA EN EL SIGLO XVIII

La población

Desde fines del siglo XVII, la población inglesa comenzó a aumentar a un ritmo acelerado, muy superior al de los países de Europa Occidental, tal como se observa en el cuadro 1. En las primeras décadas del siglo XIX, creció más deprisa que en cualquier período anterior o posterior de la historia inglesa.

Cuadro 1. Población estimada (en millones).

Países 1680 1820 1900Inglaterra 4,9 11,5 30,5Francia 21,9 30,5 38,5Holanda 1,9 2,0 5,1Alemania 12,0 18,1 43,6Europa Occidental 71,9 116,5 201,4Fuente: WRIGLEY, E. A., Gentes, ciudades y riqueza, Crítica, Barcelona, 1992.

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El crecimiento demográfico tuvo como causa inmediata principal el aumento de la fecundidad, y en menor medida, el descenso de la mortalidad. El crecimiento de la fecundidad fue, a su vez, consecuencia del incremento de la nupcialidad y de la reducción de la edad del matrimonio.

¿Por qué creció el número de matrimonios desde fines del siglo XVII? Ello tuvo que ver fundamentalmente con las condiciones económicas favorables de la economía, ya que aunque las decisiones matrimoniales se ven, sin duda, afectadas por un conjunto de presiones individuales y sociales, además de las influencias económicas, la nupcialidad tiende a incrementarse en las etapas de prosperidad. En Inglaterra, durante un largo periodo que duró más de un siglo, los incentivos para casarse aumentaron continuamente, y los frenos disminuyeron a medida que las rentas reales crecían.

En los siglos precedentes, todo aumento de la población generaba a la larga un alza de los precios de los alimentos, al tiempo que la capacidad productiva de la economía llegaba a sus límites. Cuando el crecimiento de mográfico superaba dicha capacidad, el precio de los alimentos se elevaba. Con ello se generaba un desequilibrio que desembocaba en un aumento de la mortalidad, una reducción de la fecundidad y el posterior descenso de la población.

Por esta razón, los economistas ingleses que escribieron a fines del siglo XVIII, como ADAM SMITH o ROBERT MALTHUS, veían el crecimiento demográfico de su época como un proceso que terminaría en un desastre o en una contracción económica.

Cuando MALTHUS publicó en 1798 su Primer ensayo sobre la población, estaba alarmado por el crecimiento de la población británica a lo largo del siglo XVIII. MALTHUS sostenía que la capacidad de crecimiento de la población era infinitamente mayor que la capacidad de la tierra para producir alimentos para el hombre. [...] “En igualdad de las demás circunstancias, se puede afirmar que la población de un país está en función de la cantidad de alimentos humanos que produce; y su felicidad, determinada por la generosidad con la cual estos alimentos son distribuidos, o, lo que viene a ser lo mismo, por la cantidad de productos que el trabajo de un día es susceptible de adquirir.”

El problema que él veía era que la mejora de las condiciones económicas generaba un aumento de población, pero que la población crecía más deprisa que la producción. Consideraba que era el instinto natural de las personas —la atracción entre los sexos— lo que las llevaba necesariamente a reproducirse cuando la situación económica era favorable.

El desequilibrio entre la oferta de alimentos y el crecimiento de la población podía, según MALTHUS, resolverse por dos caminos. Uno era el que históricamente había servido de freno al crecimiento demográfico: el incremento de la mortalidad como consecuencia de la enfermedad y el hambre. Al aumentar la mortalidad, la población se reducía, y el equilibrio se restablecía. Lo que él proponía, en cambio, era la reducción de la natalidad, a través del matrimonio tardío y del control de la reproducción, si bien era pesimista porque no creía en la capacidad de las personas, fundamentalmente de las clases populares, para reprimir sus instintos.

Las previsiones de MALTHUS no se cumplieron, y el crecimiento de la población, tanto de Gran Bretaña como del continente, no desembocó en un período de hambre y mortalidad. Lo que todavía no podían percibir los contemporáneos era que las condiciones en la Inglaterra del siglo XVIII diferían de las de los siglos precedentes.

Estaba desapareciendo la correlación positiva entre tasa de crecimiento de la población y tasa de cambio de los precios de los alimentos, lo cual permitía mantener un aumento sostenido sin que se verificaran las consecuencias catastróficas que la experiencia de los siglos precedentes auguraba. Ello se debía principalmente al incremento de la producción agrícola, que había posibilitado satisfacer la creciente demanda generada por el aumento de la población.

Las transformaciones en la agricultura

La principal actividad económica en la Inglaterra del siglo XVIII era la agricultura, cuya productividad creció de modo constante en los siglos XVII y XVIII gracias a la introducción de mejoras en las técnicas de cultivo.

El incremento de la producción agrícola permitió no sólo que la población creciera a un ritmo acelerado, sino también que una proporción cada vez mayor de ella pudiera trabajar en actividades no agrícolas, con lo cual aumentó la oferta de mano de obra para la industria y los servicios.

Diversos autores han sostenido que la Revolución Industrial no hubiera sido posible sin una precedente “revolución agrícola”, que al incrementar la producción agraria habría permitido y fomentado un desarrollo sin precedentes de los sectores industrial y minero.

El concepto de revolución agrícola está hoy más cuestionado aun que el de revolución industrial, y muchos autores prefieren utilizar la expresión “nueva agricultura”. La palabra “revolución” da la idea de cambios acelerados, mientras que la difusión de las innovaciones en las técnicas agrícolas fue muy gradual. El proceso se inició en los Países Bajos a fines de la Edad Media, y los cambios se fueron incorporando, lentamente, en Inglaterra y Europa continental.

La agricultura tradicional tenía una serie de rasgos que hacían muy difícil lograr incrementos en la productividad. El sistema de rotación que se utilizaba desde la Edad Media dejaba en cada estación un tercio de la tierra en barbecho, es decir, sin cultivar, para evitar su agotamiento. Como los rendimientos eran bajos, la cantidad de animales que podían alimentarse era reducida, lo cual redundaba, a su vez, en la escasez de abonos, que impedía un uso más intensivo del suelo.

La consecuencia más grave de esta situación —que por otra parte no era uniforme sino variada, según las regiones— era que si la población crecía a tasas muy elevadas, la producción de alimentos no podía hacerlo al mismo ritmo. Como vimos, ello generaba un desequilibrio entre población y recursos que desembocaba en períodos de carestía, de hambre y de elevada mortalidad.

La nueva agricultura consistió en la combinación de tres elementos que se reforzaron mutuamente: la introducción de cultivos novedosos, la alimentación de la ganadería en establos y la supresión del barbecho.

El resultado fue que los campesinos pudieron tener más ganado y alimentarlo mejor, lo cual aumentaba el suministro de productos animales. De animales mejor alimentados se obtenía más abono, lo que contribuía a aumentar la producción de cereales. Las nuevas cosechas de forraje, como la alfalfa, el trébol, los pastos artificiales, los nabos y la remolacha, resultaron ser cultivos útiles para alternar con los cereales en los sistemas de rotación. Algunos de estos cultivos servían para fijar el nitrógeno y para acabar con los ciclos de plagas y enfermedades de las plantas. Gracias al mayor uso de abonos y a la rotación de cultivos fue posible suprimir el barbecho, lo cual permitió incrementar la superficie de tierra cultivable.

A los nuevos sistemas de rotación se agregaron mejoras en las herramientas, en la selección de semillas y en los sistemas de cría de ganado, así como otras innovaciones que contribuyeron a elevar los rendimientos y a modificar las condiciones en las que tenía lugar la producción agrícola. Desde mediados del siglo XVII comenzaron a utilizarse arados de hierro, que eran más fáciles de manejar y requerían menos animales de tiro. Alrededor de 1700 fue inventada la primera sembradora, aunque fue poco utilizada hasta principios del siglo XIX.

La nueva agricultura permitió romper con el círculo vicioso de la contraposición entre agricultura y ganadería.El desarrollo de este proceso fue lento e irregular, afectando más a unas regiones que a otras, y aun en las áreas más

adelantadas su adopción por parte de los agricultores no fue uniforme. No todos los suelos eran aptos para los nuevos cultivos, pero la difusión de las innovaciones se veía también trabada por la falta de capitales, la dispersión de las parcelas y la resistencia de los campesinos a las prácticas innovadoras.

Desde principios del siglo XVII las nuevas técnicas agrícolas comenzaron a difundirse fuera de los Países Bajos, en primer lugar, a Inglaterra, luego, a Francia (desde mediados del XVIII), y más tarde, a otros países de Europa continental. En algunas regiones se adoptaron recién a fines del siglo XIX.

Los cercamientos

En el caso inglés, las innovaciones en las técnicas agrícolas fueron acompañadas por modificaciones en los sistemas de propiedad. A principios del siglo XVIII, aproximadamente la mitad de las tierras en producción eran explotadas con el sistema de campos abiertos, de origen medieval. Los cultivos se llevaban a cabo en franjas discontinuas, y los campesinos tenían derechos de pastura, de recolección de leña y de caza en las tierras comunales incultas. Hacia 1830, esta forma de explotación de la tierra había prácticamente desaparecido.

La desaparición de los campos abiertos se dio como consecuencia de las Leyes de Cercamientos (Enclosure Acts), que establecían la obligatoriedad de cercar tierras que podían ser de cultivo, de pastoreo o incultas. Las an tiguas parcelas alargadas, distribuidas entre las tierras de cultivo, eran reemplazadas por nuevas parcelas en las que los propietarios concentraban la superficie de tierra que antes tenían repartida.

Estas leyes, que hablan comenzado en el siglo XVI, se multiplicaron en la segunda mitad del siglo XVIII, en general, por presión de los grandes propietarios, en un contexto de alza de los precios del grano, consecuencia, a su vez, del crecimiento

La conformación del mercado mundial capitalista. La Revolución Industrial inglesaLa conformación del mercado mundial capitalista. La Revolución Industrial inglesa. VV.AA. “Historia económica y social general”.Ed.Macchi. 1998

de la población y del desarrollo de las ciudades.El resultado de los cercamientos fue que una proporción muy alta de los pequeños propietarios se vio obligada a vender

sus tierras, que fueron compradas por grandes propietarios locales o inversores provenientes de otras áreas. También se vieron fuertemente perjudicados los campesinos sin tierras que ocupaban campos comunales, y, en general, todos los campesinos que perdieron la posibilidad de utilizar dichos predios para el pastoreo. Los campesinos expulsados de sus tierras se transformaron, en su mayoría, en jornaleros o arrendatarios con contratos de corto plazo.

La concentración de la propiedad de la tierra generó una mayor desigualdad social, pero contribuyó a incrementar la producción agraria, sobre todo, porque creció la superficie de terreno cultivado, al incorporarse a la agricultura tierras comunales y baldías.

Diversos autores han sostenido que los cercamientos favorecieron la difusión de las innovaciones, en la medida en que los grandes propietarios y arrendatarios disponían de mayor capital y mayor información para incorporar los avances tecnológicos. Se había elaborado una imagen de los grandes empresarios agrarios como fuertemente innovadores a partir de una serie de casos individuales de propietarios “apasionados por la moda del progreso agrícola”.

Los estudios recientes revelan, en cambio, que no hubo un proceso automático de innovación por parte de los propietarios incipientes. Mientras algunos de ellos aplicaron a sus tierras las nuevas técnicas agrarias, otros dejaron esta decisión en manos de los arrendatarios, y algunos ni siquiera las explotaron

En el análisis que realizó KARL MARX en El capital acerca de los orígenes y causas de la Revolución Industrial, otorgó a los cercamientos una función clave en lo que llamaba “proceso de acumulación originaria”. Según MARX, la acumulación originaria era el punto de partida del régimen capitalista de producción, y consistía, en esencia, en la separación de los trabajadores de la propiedad de los medios de producción, en “el proceso histórico de disociación entre el productor y los medios de producción”. Para MARX, al perder los trabajadores la propiedad de los medios de producción, se ven obligados a vender su fuerza de trabajo en el mercado, en un sistema de producción basado en una relación salarial entre propietarios del capital y trabajadores.

MARX consideraba que los cercamientos, al expulsar a los pequeños propietarios de la tierra, habían dado paso a la agricultura capitalista y hablan creado “los contingentes de proletarios libres y privados de medios de vida que necesitaba la industria de las ciudades”.

También en este tema la investigación empírica ha ofrecido una visión mucho más matizada, ya que no necesariamente los campesinos que dejaban de ser propietarios emigraban a las ciudades. Muchos de ellos continuaban en la tierra como arrendatarios o jornaleros, y otros encontraban ocupación en las fábricas establecidas en áreas rurales, a la vera de los ríos que proporcionaban la energía hidráulica. La emigración del campo a la ciudad fue un proceso más paulatino, como la industrialización en general.

Las industrias

La actividad industrial tuvo en Gran Bretaña un crecimiento sostenido a lo largo del siglo XVIII, pero con un modelo muy irregular tanto en términos regionales como sectoriales.

La producción tenía lugar a través de distintas formas organizativas, coexistiendo la producción artesanal, el sistema de trabajo a domicilio y la manufactura centralizada.

La producción artesanal se llevaba a cabo, sobre todo, en los centros urbanos y los suburbios. Además de la organización gremial tradicional, existían formas cooperativas de producción entre artesanos de un mismo oficio.

Gran parte del avance industrial en la Inglaterra del siglo XVIII consistió en la expansión de las industrias artesanales a través del sistema de industria a domicilio. Ello afectó sobre todo a la industria textil, y también a algunos sectores de la industria del metal, como la fabricación de cuchillos y clavos.

El sistema de trabajo a domicilio tenía como principal ventaja su flexibilidad. El capital podía circular fluidamente de una industria a otra, ya que la parte inmovilizada en inversiones fijas (edificios o equipo) era muy reducida. También la fuerza de trabajo era flexible, fácilmente expandible o prescindible, dado que se trataba de una ocupación a tiempo parcial para las familias que vivían de la agricultura, la minería o la pesca. Los salarios eran muy bajos, inferiores en la mayoría de los casos

a los salarios de subsistencia, en parte porque para los trabajadores constituían un ingreso suplementario, y en parte porque la descentralización de la producción y la ausencia de reglamentaciones gremiales daban a los empresarios un margen mayor de negociación.

El desarrollo del trabajo a domicilio contribuyó por diversas vías al crecimiento industrial. Permitió la capacitación de los trabajadores, y la acumulación de capital y de experiencia empresarial por parte de los comerciantes empresarios. También favoreció el desarrollo de una infraestructura comercial en el mercado nacional e internacional. Por último, ayudó a sostener el crecimiento demográfico, al ofrecer mayores oportunidades de trabajo a la población rural.

Otra forma de producción era la manufactura centralizada, difundida en la minería, la metalurgia, algunas ramas de las Industrias textil, del vidrio, de la cerveza, del papel, de la sal y otros rubros. En general, se basaba en técnicas de trabajo intensivo, en la disciplina de los trabajadores y en la maximización de las habilidades como resultado del trabajo artesanal. [...]

En algunos sectores, como la minería, los astilleros o las grandes fábricas de cerveza, una de las causas de la centralización de la actividad eran los requerimientos de capital, muy elevados debido a la escala de la producción. En otras circunstancias, la centralización se debía a necesidades técnicas, como en el caso del papel o del vidrio.

Debemos remarcar que las formas tradicionales de producción industrial sobrevivieron a la Revolución Industrial y se combinaron con el sistema de fábrica. También fueron el punto de partida para la acumulación de capital, para la capacitación de la mano de obra, para la constitución de un sector empresario y para la conformación de redes comerciales.

El mercado

El mercado interno

La conformación de un mercado interno en Gran Bretaña a lo largo del siglo XVIII se vio favorecida por una serie de factores.

En primer lugar, por el crecimiento de la población, que de menos de 6 millones en 1700 pasó a casi 9 millones en 1800.En segundo término, por la ausencia de fronteras aduaneras internas y de cargas feudales, lo cual se vela reforzado por

una geografía que contribuía a la unificación, debido a las dimensiones reducidas del territorio y a su topografía.Estas condiciones eran complementadas por el sistema de transportes y comunicaciones. Desde mediados del siglo XVII se

habían destinado fuertes inversiones públicas y privadas a la extensión del sistema fluvial (a través de la construcción de canales) y a la construcción de nuevos puentes y carreteras. Este proceso se aceleró al promediar el siglo siguiente. En la In -glaterra del siglo XVIII, los transportes eran relativamente fáciles y baratos: ningún punto del país dista mucho más allá de los 100 km. del mar, y menos aun de algunos canales navegables.

La población rural estaba en Gran Bretaña más integrada al mercado que la del continente, y gastaba más en productos manufacturados. Pero el incremento de la demanda interna se debió sobre todo a las necesidades y pautas de consumo de sectores urbanos, en especial, las clases medias. Los mercados urbanos en gran escala de bienes de consumo barato se desarrollaron tempranamente.

Los cambios en los gustos de las clases medias del siglo XVIII se vieron fomentados por el comercio internacional. Los mercados de artículos extranjeros, como las telas de algodón estampadas y la decoración chinesca, crecieron rápidamente, estimulados por la prosperidad de los sectores medios y los pequeños comerciantes.

Parte de la demanda de nuevos artículos manufacturados en el siglo XVIII fue determinada por la moda, que variaba según las jerarquías sociales. En general, la pauta la dictaba la aristocracia, que era imitada por los otros sectores sociales. Algunos empresarios fabricaban artículos para la realeza y la aristocracia, y luego producían artículos parecidos, en materiales diversos, que estaban al alcance de todos los niveles de la sociedad. Un ejemplo de ello son las hebillas de los zapatos, que se fabricaban en distintos materiales, desde diamantes y oro hasta piedras de imitación y metales baratos.

Además de emular a los más ricos, las clases medias incrementaron desde la primera mitad del siglo XVIII el consumo de bienes domésticos, como utensilios de cocina, artículos de loza, relojes, cuadros, espejos y cortinas.

El mercado externo

La conformación del mercado mundial capitalista. La Revolución Industrial inglesaLa conformación del mercado mundial capitalista. La Revolución Industrial inglesa. VV.AA. “Historia económica y social general”.Ed.Macchi. 1998

Juntamente con el mercado interno, Inglaterra contaba con la ventaja de poder acceder a un amplio mercado externo. Desde el siglo XVI había ido desarrollando su flota hasta transformarse en la principal potencia marítima mundial en el siglo XVIII. Poseía importantes territorios coloniales, sobre todo, las trece colonias de América del Norte, pero además de ello tenía relaciones comerciales, gracias a la extensión de su poderlo naval y a su política exterior, con las colonias españolas y portuguesas en América, y con otras áreas de ultramar.

Desde el siglo XVI, el Estado había sustentado, mediante su política exterior, la expansión económica y comercial. De su participación en las guerras, Inglaterra habla obtenido territorios coloniales y tratados de comercio preferenciales. Las Actas de Navegación del siglo XVII, que establecieron privilegios para los barcos ingleses en el comercio de ultramar, hablan ser -vido para proteger a la flota inglesa y para debilitar el poderío naval holandés.

Una sociedad abierta al cambio

Las características de la sociedad inglesa del siglo XVIII sin duda favorecieron el proceso de industrialización. Se trataba de una sociedad menos rígida que las de la mayoría de los países del continente, más abierta a los cambios y a las innovaciones.

LANDES destaca que se distinguía por una extraordinaria sensibilidad a las oportunidades pecuniarias, y por una legitimación de las innovaciones y de la búsqueda de riqueza como modo de vida. Señala que la aristocracia ingle sa tenía rasgos peculiares; era habitual que los hijos menores de las familias de abolengo se dedicaran a actividades mercantiles, y que los nobles propietarios de tierras fueran proclives a las innovaciones en la producción agrícola y a la inversión en otros negocios. Ello contribuía a legitimar el comercio y la búsqueda de ganancias.

En general, las barreras a la movilidad social eran más bajas que en el continente, y la distribución de la renta, más equitativa. Eso incidía en las pautas de consumo y creaba condiciones favorables para la producción dé bienes de consumo masivo, pero también favorecía la versatilidad y el movimiento de las personas hacia nuevas ocupaciones.

Gran Bretaña no poseía una superioridad científica y técnica con respecto a los países continentales; en el terreno educativo, algunos de ellos la aventajaban. Pero para la primera Revolución Industrial estas condiciones no fueron decisivas. La realización de los primeros inventos se encargó, en su mayoría, a los artesanos, y las nuevas máquinas eran sencillas de construir y de fácil uso.

LA PRIMERA REVOLUCION INDUSTRIAL

La periodización

Así como existen diversas definiciones con respecto a la Revolución Industrial, hay también fuertes discrepancias acerca de su cronología. Convencionalmente se ubica a la revolución inglesa entre 1760-1780 y 1830-1850, aunque, como ya vimos, no hay de ninguna manera un consenso generalizado. La periodización cambia según qué aspectos se enfaticen y según se vea el proceso como una ruptura más o menos violenta.

También convencionalmente en ella pueden a su vez distinguirse dos fases: la primera entre 1760-1780 y 1800, y la segunda entre 1800 y 1830-1850.

En la primera etapa tuvo lugar un acelerado proceso de innovación en algunos sectores clave, que fueron la industria textil y la metalúrgica. Este proceso generó cambios en la organización y un rápido aumento de la producción, a partir de los cuales la economía inglesa comenzó a diferenciarse de las de Europa continental.

La etapa que transcurre entre 1800 y 1830-1850 fue el período de difusión de la mecanización y del sistema de fábrica. El incremento del uso del vapor como fuente de energía permitió que la industria se concentrara cada vez más en las ciudades, dejando de depender de la existencia de cursos de agua.

El proceso de innovación tecnológica continuó, sobre todo, en la industria metalúrgica y en la de maquinarias. Al final de esta fase comenzó la construcción de los primeros ferrocarriles.

Para mediados del siglo XIX, Gran Bretaña se habla transformado en “el taller del mundo”. La producción de muchos bienes, como el carbón, el hierro o los textiles, había alcanzado niveles sin precedentes, que no tenían paralelo en ninguna

parte. Los costos de producción se habían reducido, convirtiendo a la industria británica en la más competitiva del mundo.Al mismo tiempo, las rentas reales de la población se habían elevado, gracias a la creciente disponibilidad de bienes y

servicios.Todo ello se debió principalmente a la expansión del sistema de fábrica y a la difusión de la innovación tecnológica, si bien,

como ya señaláramos más de una vez, las viejas formas productivas y las ocupaciones tradiciona les sobrevivieron por mucho tiempo.

El crecimiento económico

Uno de los criterios utilizados para detectar el inicio de un proceso de revolución industrial ha sido el de la medición del crecimiento económico. En ello tuvo una gran influencia el modelo de ROSTOW, que establecía como característicos del despegue altos índices de incremento de la producción.

Como vimos en el capítulo 1, PETER MATHIAS propone dos criterios globales centrales en la definición de la Revolución Industrial. Según MATHIAS, en primer lugar deben registrarse altas tasas de crecimiento de la economía en su conjunto. Ellas deben medirse en el largo plazo, para poder determinar un punto de inflexión, y distinguir una expansión coyuntural de un crecimiento sostenido. Deben considerarse tanto los índices de crecimiento globales como los índices de crecimiento per cápita.

Como indica MATHIAS, al mismo tiempo deben registrarse cambios estructurales, que implican un incremento de la productividad y de la eficiencia del sistema, y transformaciones en la estructura sectorial de la economía.

La economía británica creció a lo largo de todo el siglo XVIII, pero dicho proceso se aceleró a partir de la década de 1780, razón por la cual esa fecha suele considerarse como el punto de inflexión para el inicio de la Revolución Industrial.

[...]

El cambio tecnológico

Desde el punto de vista tecnológico, la Revolución Industrial consistió en una fuerte aceleración del proceso de innovación que se había iniciado en Europa a partir de la Edad Media.

Se combinaron dos factores: los inventos y la iniciativa de los empresarios para adoptarlos. [...] SCHUMPETER distinguía invención de innovación. La invención es el descubrimiento, el acceso al conocimiento teórico o práctico que hace posible un cambio en los métodos de producción. La innovación es la aplicación de este nuevo conocimiento o el empleo de la nueva máquina en la actividad económica práctica; es ella la que multiplica la posibilidad de producción.

En la Gran Bretaña del siglo XVIII, la actividad inventiva se desarrolló mucho más que en cualquiera de los países del continente europeo. En ella se patentó la mayor parte de las máquinas que conmocionaron a la industria y, más tarde, a los transportes, y la historia de la Revolución Industrial es, también, la de los hombres responsables de dichos inventos.

No hubo en esta época una conexión estrecha entre desarrollo científico y desarrollo tecnológico, y gran parte de los inventos fueron llevados a cabo por artesanos habilidosos o por técnicos sin formación científica o universitaria. En muchos casos, los inventos respondieron a la necesidad de resolver problemas muy concretos, y en otros consistieron en mejoras a máquinas ya existentes. Ello de ninguna manera invalida su impacto, ya que, como señalamos, la innovación tecnológica es, sobre todo, un proceso acumulativo.

Hubo dos sectores que experimentaron los primeros cambios revolucionarios en la tecnología y en la organización económica: la industria del algodón y la industria del hierro.

La industria del algodón

Esta industria pasó, en pocas décadas, de tener un papel insignificante a ser la principal actividad industrial, y fue el primer sector que utilizó máquinas en gran escala.

[...] Los inventos dieron lugar a una secuencia de desafíos y respuestas, en la que la aceleración de una fase del proceso de

industrialización llevaba a la necesidad de innovar en las otras fases.

La conformación del mercado mundial capitalista. La Revolución Industrial inglesaLa conformación del mercado mundial capitalista. La Revolución Industrial inglesa. VV.AA. “Historia económica y social general”.Ed.Macchi. 1998

La primera gran innovación tuvo lugar en el tejido, con la invención de la lanzadera volante de JOHN KAY en la década de 1730. Consistió en un perfeccionamiento del antiguo telar, al que se le adicionó un dispositivo que permitía a los tejedores mover la lanzadera accionando un mecanismo sencillo, en vez de hacerla pasar a mano entre los hilos de la urdimbre. También simplificaba el tejido de telas anchas, para el que anteriormente se necesitaban dos tejedores por cada telar.

Hacia 1760 su uso se había generalizado, y al incrementar la productividad del tejido se había acelerado la demanda de hilado.

La respuesta fue la invención de los primeros modelos de hiladoras mecánicas, entre los que se destacó la jenny, patentada por JAMES HARGREAVES en 1770. El efecto inmediato de su uso fue multiplicar la cantidad de hilado que podía ser producido por un solo trabajador. Se difundió rápidamente, entre otras cosas, porque era una máquina económica y simple, y sus dimensiones reducidas permitían instalarla tanto en fábricas como en los domicilios de los trabajadores. La jenny hizo posible un fuerte incremento de la productividad, pero no obligó a cambiar las formas de organización de la producción.

Pero el invento que transformó más radicalmente a la industria algodonera fue la hiladora hidráulica patentada por RICHARD ARKWRIGHT en 1769. A diferencia de la jenny, fue una máquina destinada desde el principio a las fábricas; en sus inicios, se accionó por energía hidráulica, y en 1785 se la usó por primera vez con máquinas a vapor.

Las nuevas máquinas fueron constantemente modificadas y mejoradas. En 1779, SAMUEL CROMPTON patentó una hiladora que era una combinación de la jenny y la hiladora de ARKWRIGHT —por su carácter híbrido, recibió el nombre de “mule”— y que podía producir un hilo más liso y más delgado.

La mecanización del hilado incrementé la producción en forma notable. Ello puede medirse con las importaciones de algodón, que entre 1780 y 1800 se multiplicaron por ocho.

La innovación en el tejido fue más tardía. El primer telar mecánico fue inventado en 1787, pero se difundió muy gradualmente, y recién a partir de la década de 1820 comenzó a utilizarse en gran escala.

El sistema de fábrica no suplantó rápidamente a la industria doméstica, con la cual convivió por mucho tiempo. En el tejido, el aumento de la producción provenía, sobre todo, del trabajo a domicilio. Los trabajadores preferían este sistema a la fábrica, y los empresarios eran reacios a incrementar su inversión en capital fijo. La mecanización de la industria algodonera concluyó recién hacia 1850.

[...]

La industria metalúrgica

En los primeros tiempos de la Revolución Industrial, el sector metalúrgico tuvo un crecimiento mucho menor que el del algodón, aunque debido a su importancia posterior se le ha atribuido un papel más significativo que el que merece. De todos modos, su peso fue decisivo porque la creciente oferta de metal barato facilitó la mecanización de las otras industrias, la difusión de la máquina a vapor y la transformación de los medios de transporte.

Desde principios del siglo XVIII fueron introduciéndose importantes innovaciones tecnológicas en la metalurgia del hierro, que permitieron obtener un producto más resistente y más barato.

La industria del hierro se divide naturalmente en dos ramas principales:una comprende la extracción y el tratamiento del mineral; la otra, el trabajo del metal en todas sus formas.Los productos que se obtienen del tratamiento del mineral son el hierro fundido, el hierro forjado y el acero, que se

diferencian entre sí por la proporción de carbono que contienen y por su dureza. El hierro fundido es el que posee más carbono y menos resistencia, y el acero, el que tiene menos carbono y más resistencia.

Tradicionalmente, para la fundición del hierro se usaban la madera y el carbón vegetal, hasta que en 1607 ABRAHAM DARBY, un maestro de forjas británico, comenzó a utilizar con éxito un nuevo combustible, el coque (término que proviene de la palabra inglesa “coke”). Se trata de un derivado del carbón de piedra o hulla, que se obtiene por un proceso de destilación que da como resultado un producto de mayor pureza.

La utilización del coque fue fundamental para el desarrollo de la industria metalúrgica por diversas razones. En primer lugar, porque la disponibilidad de hulla era mucho mayor que la de madera, que estaba empezando a convertirse en un recurso escaso y cada vez más caro.

En segundo término, el coque genera una cantidad de energía superior a la del carbón de leña, lo cual facilita el proceso de fusión del mineral. Por último, la difusión del uso del coque exigió y estimuló el uso de hornos de fundición cada vez mayores, lo cual redundó en economías de escala que permitieron abaratar los costos.

Otras dos innovaciones clave en la metalurgia del hierro fueron el pudelado y el laminado, y ambas tuvieron lugar en la última década del siglo XVIII. El metal obtenido por la fundición (el hierro fundido) debía ser sometido a una serie de procesos que eliminaran las impurezas, para convertirlo en un producto moldeable y resistente (el hierro forjado). En los sistemas de producción tradicionales se lo golpeaba con martillos, manuales o hidráulicos. En 1784, HENRY CORT patentó un nuevo sistema, llamado pudelado, que permitió eliminar las impurezas de carbono mediante el uso de un tipo especial de horno, el horno de reverbero. El mismo CORT inventó para esa época el proceso de laminado del metal, con el que se terminaba de purificar el metal por martilleo y se lo moldeaba utilizando cilindros. El laminado permitió producir de manera más rápida y en grandes cantidades, e hizo posible obtener una serie de formas estandarizadas —vigas, barras, rieles— que fueron la base de la industria, la construcción y el transporte.

De acuerdo con los cálculos de BAIROCH, la producción de hierro en Inglaterra pasó de 25.000 toneladas en 1760 a 580.000 toneladas en 1825, y a 2.250.000 toneladas en 1850: en menos de cien años se multiplicó por 100. En 1760, Inglaterra producía poco más de un tercio del hierro que consumía, e importaba los casi dos tercios restantes. Un siglo más tarde, exportaba una tercera parte de su producción.

Debido al abaratamiento del precio hierro, su consumo se incrementó en proporciones que no tenían precedentes. Parte de la producción se destinó a la fabricación de instrumentos agrícolas, cuya demanda era creciente como consecuencia de la modernización de la agricultura. El hierro sirvió también de base para la fabricación de la maquinaria industrial; en primer término, las máquinas a vapor, y luego, la maquinaria textil, a medida que ésta se fue perfeccionando (las primeras máquinas textiles tenían una alta proporción de madera).

Desde las décadas iniciales del siglo XIX se fue ampliando el uso del hierro en la construcción —por ejemplo, de puentes— y fue esencial para el desarrollo de los nuevos sistemas de transporte, en primer lugar, los ferrocarriles.

Las nuevas fuentes de energía

Como decíamos en el capítulo 2, la Revolución Industrial se basó en el uso de dos fuentes de energía: la energía hidráulica y la del vapor. En ambos casos se trataba de energía inanimada, que reemplazó a la del hombre y a la de los animales, y que permitió multiplicar la productividad de la industria.

La energía hidráulica era un recurso que se había utilizado desde hacía muchos siglos, ya que los molinos de agua se difundieron en Europa a partir de la Edad Media. Durante mucho tiempo se los empleó sólo para moler cereales, pero desde el siglo IX comenzaron a ser usados en actividades industriales, sobre todo en el sector textil y en el metalúrgico. Los productores textiles los usaban especialmente para el abatanado de las telas (un proceso por el cual se las golpeaba para desengrasarlas y darles cuerpo), y los herreros, para mover los martillos o los fuelles de las forjas.

Las primeras fábricas que nacieron a fines del siglo XVIII para la producción de hilado de algodón (a partir de la utilización de la waterframe de ARKWRIGHT) usaron la energía hidráulica. Ello explica porqué en inglés la palabra “mili” significa a la vez molino y fábrica. Por mucho tiempo la energía del agua siguió teniendo un rol primordial en la producción manufacturera, no sólo en Inglaterra, sino en todos los países industrializados.

A lo largo del siglo XIX, el aprovechamiento de la energía del agua se incrementó significativamente gracias a una serie de innovaciones tecnológicas, de las cuales la más importante fue, como ya señalamos, la turbina hidráulica, que abrió a su vez el camino para el nacimiento, en el último cuarto del siglo, de la energía hidroeléctrica.

Como [ya] afirmamos [...], la otra gran fuente de energía de la Revolución Industrial fue el vapor, que se utilizó tanto para la producción manufacturera como para los medios de transporte: los ferrocarriles y los barcos.

Las primeras máquinas a vapor comenzaron a emplearse desde principios del siglo XVIII en la minería, para bombear el agua de las galerías. La pionera fue construida por THOMAS NEWCOMEN en 1712, y a lo largo del siglo XVIII se difundió tanto

La conformación del mercado mundial capitalista. La Revolución Industrial inglesaLa conformación del mercado mundial capitalista. La Revolución Industrial inglesa. VV.AA. “Historia económica y social general”.Ed.Macchi. 1998

en Inglaterra como en el continente.La máquina de NEWCOMEN fue perfeccionada por JAMES WATT, un técnico de la Universidad de Glasgow que le introdujo

una serie de mejoras que permitieron superar gran parte de los problemas técnicos que presentaba y adaptarla a nuevos usos. WATT patentó su propia máquina a vapor en 1769 y se asoció con un fabricante de herramientas, JOHN BOULTON, para producirla comercialmente.

A diferencia de la máquina de NEWCOMEN, que se utilizaba sólo como máquina de bombeo, la de WATT comenzó a usarse como fuente de energía para la producción manufacturera. Fue adoptada primero en las hilanderías de algodón (desde 1785), y más tarde, en otros sectores de la industria. Su introducción fue paulatina, y aun en la industria textil su difusión fue lenta: en la producción de tejidos recién se impuso después de la década de 1830.

Pero aunque su difusión no haya sido inmediata, la máquina a vapor fue uno de los inventos que transformó más profundamente a la industria. En primer lugar, porque permitió que ésta pudiera desarrollarse en forma creciente en las ciudades, liberándola de la dependencia con respecto a los cursos de agua: las modernas ciudades industriales fueron hijas del vapor.

Además, a diferencia de la energía hidráulica, la del vapor no está sujeta a variaciones estacionales (por ejemplo, la congelación del agua) o climáticas (como el descenso del nivel de los ríos).

En segundo lugar, porque al utilizar como combustible el carbón mineral hacía uso de un recurso abundante y barato, y ofrecía la posibilidad de liberarse de las fuentes orgánicas de materias primas, que comenzaban a ser escasas, como en el caso de la madera.

El uso más intensivo de la energía hidráulica y, sobre todo, el uso del vapor proporcionaron enormes incrementos en la productividad. Las máquinas pudieron funcionar más rápido y por más tiempo, multiplicándose muchas veces la cantidad de trabajo realizada por cada trabajador.

El carbón

Como vimos [...], el carbón tuvo una importancia decisiva en la Revolución Industrial inglesa, ya que se lo utilizó como combustible en las máquinas a vapor y como fuente de calor y de transformaciones químicas en la industria del hierro. La dotación de recursos naturales cumplió un papel decisivo en los primeros tiempos de la Revolución Industrial, ya que Gran Bretaña contaba con abundantes yacimientos de carbón y de hierro que le otorgaron fuertes ventajas comparativas.

Aunque en el largo plazo se trataba de un bien no renovable, los yacimientos de carbón mineral eran tan vastos que la demanda resultó pequeña en comparación con las reservas disponibles. [...]

[...] El impacto del uso del carbón fue muy amplio. Al ser un producto con costos de transporte elevados, generó una fuerte

presión para el mejoramiento de las comunicaciones. En Inglaterra. la demanda de carbón estuvo en la base de la extensión de la red de canales desde la década de 1760, en la que fue el principal producto transportado. El canal que unió la ciudad industrial de Manchester con el puerto de Liverpool, inaugurado en 1776, es considerado un símbolo de la Revolución Industrial.

Más adelante, el carbón cumplió un papel decisivo en el desarrollo de un nuevo y revolucionario medio de transporte: el ferrocarril [...]. En las minas, que se explotaban a una profundidad cada vez mayor, el carbón se llevaba a rastras de las galerías al pozo principal, desde donde se subía a la superficie. Este trabajo era realizado por mujeres y niños, a menudo las esposas e hijos de los mineros. En la década de 1760, en algunas minas comenzaron a usarse ponies, que tiraban de vagones que circulaban sobre vías. Ya desde el siglo XVII se utilizaban vías en las grandes cuencas carboníferas para comunicar las minas con los muelles de los ríos o las costas, hacia los cuales se desplazaban los carros llenos de carbón, que eran luego transportados de nuevo hacia las minas por caballos. Los primeros ferrocarriles fueron construidos desde principios del siglo XIX justamente para transportar el carbón, y gracias a las mejoras que se introdujeron en ellos fue posible a partir de 1830 inaugurar las primeras líneas ferroviarias para transporte de cargas y de pasajeros.

Empresas y empresarios

Además de las innovaciones tecnológicas, el proceso de industrialización requería empresarios dispuestos a adoptarlas y a introducir nuevas formas de organización del trabajo. En este campo, la Revolución Industrial inglesa contó con un sector empresarial dispuesto a motorizar los cambios y a correr los riesgos que ellos comportaban [...].

Como la mayor parte de los temas vinculados a la Revolución Industrial, el de la acción empresarial también ha sido profusamente discutido. Algunos historiadores ofrecen una visión “heroica” de los empresarios ingleses de la primera Revolución Industrial; otros, en cambio, disienten en ello y les otorgan un papel menos relevante.

[...]Más allá de que el componente empresarial haya sido o no una clave del éxito inglés, es cierto que sin empresarios

dispuestos a introducir innovaciones, el cambio no hubiera sido posible. La pregunta sigue siendo si lo hicieron porque eran personalidades fuera de serie o porque las condiciones ambientales eran sumamente favorables, y dicha cuestión no tiene una sola respuesta.

Entre los factores favorables se destaca, sin duda, el bajo costo de las inversiones en los primeros tiempos de la Revolución Industrial. Ello se debía a que las máquinas eran, en general, sencillas y poco costosas, a que se podían utilizar edificios ya existentes para instalar las fábricas y, también, a que la mano de obra era barata, y las condiciones de contratación, muy flexibles. Al mismo tiempo, los beneficios eran muy elevados, y permitieron que la autofinanciación fuera una práctica muy extendida. Más difícil que reunir el capital necesario era probablemente lograr el reclutamiento, la organización y el control de los trabajadores.

Con la expansión del sistema de fábrica fue surgiendo un nuevo tipo de empresario, el capitalista industrial. En términos generales, la mayoría de los nuevos empresarios provenía de los sectores mercantiles, incluyendo en éstos a los “comerciantes-empresarios” de la industria a domicilio.

A medida que la industria fue transformándose en la actividad dominante de la economía británica, la burguesía industrial pasó a ocupar un lugar destacado en la sociedad, junto a la burguesía comercial y financiera. Su poder radicaba esencialmente en su riqueza, a diferencia de la aristocracia, definida por el nacimiento y los privilegios.

[...]

LAS CONSECUENCIAS SOCIALES DE LA INDUSTRIALIZACION

La industrialización fue modificando profundamente a la sociedad británica. Fue un proceso largo y complejo, cuyos efectos se hicieron visibles, sobre todo, a partir de mediados del siglo XIX, y que se debió no sólo a la difusión de la industria, sino también a las transformaciones que tuvieron lugar en la agricultura.

Entre 1751 y 1851, la población de Inglaterra y Gales pasó de 6,5 millones de habitantes a casi 18 millones. Ello fue consecuencia principalmente del incremento de la fertilidad, vinculada, a su vez, a las nuevas condiciones económicas. Dos factores que influyeron significativamente en el incremento de la población fueron el crecimiento de la economía y las nuevas posibilidades de empleo, tanto en el campo como en la ciudad, que favorecieron el matrimonio temprano y el aumento de la natalidad.

Las consecuencias de la industrialización no fueron uniformes en todos los sectores de la sociedad. Si bien la economía creció a un ritmo sostenido, la nueva riqueza se repartió en forma muy desigual, sobre todo, en los primeros tiempos de la industrialización. Aunque sobre estos temas se ha generado una larga polémica, como veremos más adelante, hay razones suficientes para afirmar que la renta real per cápita, en el mejor de los casos, se encontraba estancada entre 1770 y 1820 más que en cualquier otro período desde las primeras décadas del siglo XVII, y que los salarios reales mejoraron —si es que efectivamente lo hicieron— recién a partir de 1820.

[...][...] es evidente que la industrialización fue introduciendo profundas modificaciones en las condiciones de trabajo. En

primer lugar, el sistema de fábrica conllevó, como vimos [...], un nuevo tipo de disciplina y largas jornadas de labor con bajos salarios y gran inestabilidad. Como veremos en las páginas que siguen, implicó también cambios muy grandes en el trabajo femenino e infantil, todo ello con altísimos costos sociales. Al mismo tiempo, el debilitamiento de los antiguos mecanismos de protección social redundó en un empeoramiento de las condiciones de vida de los sectores más

La conformación del mercado mundial capitalista. La Revolución Industrial inglesaLa conformación del mercado mundial capitalista. La Revolución Industrial inglesa. VV.AA. “Historia económica y social general”.Ed.Macchi. 1998

vulnerables.Con el desarrollo urbano y la expansión de los servicios privados y públicos fue creciendo también la clase media urbana,

otro de los sectores característicos de los nuevos tiempos.La expresión “clases medias” engloba a diversos grupos sociales, y en Inglaterra suele usarse como sinónimo de burguesía.

Junto a los propietarios de empresas y a los profesionales fue creciendo el número de empleados, que se diferencian de los obreros industriales porque no desempeñan trabajos manuales. Son los trabajadores “de cuello blanco”, por oposición a los trabajadores “de cuello azul”. Su número no era muy elevado en los primeros tiempos de la Revolución Industrial, pero para fines del siglo XIX habían adquirido un peso significativo.

La urbanización

La difusión del uso de la energía del vapor hizo posible la localización de las actividades industriales en las ciudades y la creciente concentración de la población en los centros urbanos. Este proceso tuvo lugar a lo largo del siglo XIX, pero en forma más acentuada en la segunda mitad. Entre 1800 y 1850, la producción de energía generada por máquinas a vapor creció 10 veces, mientras que entre 1850 y 1907 se multiplicó por 25. A mediados del siglo XIX, menos del 12 % de los trabajadores estaba empleado en fábricas, y todavía en 1871 el tamaño promedio de los establecimientos industriales era de menos de 20 personas empleadas. Las actividades artesanales y los trabajos no mecanizados eran los más numerosos. En 1851 había más zapateros que mineros, y en la minería el uso de la energía mecánica se combinaba con el trabajo manual.

La proporción de población empleada en la agricultura fue descendiendo desde principios del siglo XIX, pasando del 35,9 % en 1800 al 21,7 % en 1851 y a aproximadamente el 8 % en 1901. La población rural excedente emigré hacia las ciudades o hacia destinos transoceánicos.

A mediados del siglo XVIII, Londres —con 675.000 habitantes— era la única ciudad inglesa con una población que superaba los 50.000. En 1851 habla 29 ciudades con más de 50.000 habitantes, 9 de las cuales tenían más de 100.000. En el censo que se realizó en dicho año en Gran Bretaña, la población urbana superó a la rural. A fines del siglo XIX, casi el 80 % de la población británica vivía en áreas urbanas.

Las nuevas ciudades industriales

En general, las ciudades que más crecieron fueron aquellas en las que se llevaban a cabo actividades industriales. Entre 1770 y 1830, Manchester, centro de producción textil, pasó de 27.000 habitantes a 180.000. Al mismo ritmo se incrementó la población de los centros de la industria metalúrgica, como Birmingham, Sheffield y Leeds. La industria y la minería eran también la actividad principal de una multitud de ciudades menores, que tenían entre 3.000 y 5.000 habitantes.

CHARLES DICKENS, en su novela Tiempos difíciles, ofrece un retrato fuertemente negativo de las nuevas ciudades industriales textiles del norte de Inglaterra. Coketown, el lugar donde transcurre la acción, “era una ciudad de ladrillo rojo, es decir, de ladrillo que habría sido rojo si el humo y la ceniza se lo hubiesen consentido. [...] Era una ciudad de máquinas y de altas chimeneas, por las que salían interminables serpientes de humo que no acababan nunca de desenroscarse. [...] Pasaban por la ciudad un negro canal y un río de aguas teñidas de púrpura maloliente; tenía también grandes bloques de edificios llenos de ventanas, y en cuyo interior resonaba todo el día un continuo traqueteo y temblor, y en el que el émbolo de la máquina de vapor subía y bajaba con monotonía, lo mismo que la cabeza de un elefante enloquecido de melancolía”.

La industria modificó el paisaje urbano, a medida que las fábricas ganaban terreno. En general, las nuevas ciudades industriales se caracterizaron por el deterioro de la calidad de vida y del medio ambiente urbano. El hecho de que crecieran rápidamente, sin una infraestructura adecuada, creó condiciones de vida muy precarias para los trabajadores, con fuertes déficit en lo relativo a la vivienda y a la sanidad.

[...] el crecimiento urbano implicó en incremento de la escala de las ciudades y una mayor densidad de población, y fue transformando las relaciones sociales, que se hicieron más complejas y más anónimas.

La formación de la clase obrera

Junto con las fábricas nació un nuevo tipo de trabajador, el obrero industrial, cuyas condiciones de trabajo se

diferenciaron marcadamente de las de los oficios manuales tradicionales,El moderno obrero industrial recibe también el nombre de proletario. En la antigua Roma, esta palabra designaba a los no

propietarios, a los que sólo tenían a su familia o prole. El proletariado industrial se caracteriza por no ser propietario de los medios de producción —las fábricas y las máquinas, que pertenecen a los capitalistas— y por vender su fuerza de trabajo en el mercado, a cambio de un salario. Desarrolla su actividad en las fábricas, trabajando con máquinas y sometido a una estricta disciplina.

Así como la difusión del sistema de fábrica fue gradual, también lo fue la formación de la nueva clase obrera. A principios de la década de 1830, los tejedores manuales de algodón eran todavía más numerosos que todos los hombres y mujeres empleados en el hilado y el tejido de todas las fábricas algodoneras, laneras y sederas.

Todavía en 1830 el obrero industrial característico no trabajaba en una fábrica, sino (como artesano o trabajador manual) en un pequeño taller o en su propia casa, o (como peón) en empleos más o menos eventuales.

De todos modos, durante la primera mitad del siglo XIX los empleos tradicionales estuvieron permanentemente amenazados por la innovación tecnológica y la competencia del trabajo no calificado. Ello generó la radicalización política de artesanos y trabajadores a domicilio, así como movimientos de resistencia contra las nuevas formas de producción, que incluyeron la destrucción de máquinas, fenómeno que alcanzó su mayor virulencia a comienzos de la década de 1810.

Más allá de la supervivencia de los oficios tradicionales, la extensión del sistema de trabajo de fábrica constituye uno de los rasgos más destacados de la Revolución Industrial. En el capítulo 1 hemos descripto las características de dicho sistema. Nos detendremos aquí en algunos temas específicos.

Las nuevas condiciones de trabajo

Como ya hemos visto, el sistema de fábrica implicó una nueva forma de organización del trabajo, caracterizada por la concentración de gran número de trabajadores en un mismo espacio para cumplir sus tareas bajo vigilancia y según una estricta disciplina. En palabras de LANDES, “la fábrica era un nuevo tipo de prisión, y el reloj, un nuevo tipo de carcelero”.

Los trabajadores habituados a otras formas de trabajo, con horarios irregulares y sin supervisión directa, debieron adaptarse a las nuevas condiciones. La resistencia de los obreros a aceptar la nueva disciplina explica que las normas establecidas por los patrones de las fábricas fueran tan estrictas, y que se castigaran severamente el ausentismo, la falta de puntualidad y cualquier distracción durante el tiempo de trabajo.

El uso de maquinarias fue modificando también el grado de calificación requerido a los obreros para realizar su trabajo. Ello varió según las ramas de la industria, pero en general tendió a crecer el número de trabajadores no calificados en relación con los calificados, y el trabajo de oficio fue perdiendo terreno. Al mismo tiempo, surgieron nuevos trabajadores calificados, los mecánicos, encargados de la reparación y el mantenimiento de las máquinas.

El sistema de fábrica también modificó las condiciones de trabajo de los obreros que seguían realizando oficios manuales.El historiador británico E. P. THOMPSON ofrece una descripción pormenorizada de la situación de los tejedores ingleses a lo

largo de la Revolución Industrial. En el siglo XVIII, el oficio era desempeñado por artesanos que trabajaban en sus talleres o por trabajadores a domicilio de tiempo parcial. Entre 1780 y 1830, su situación se degradó en gran medida, convirtiéndose en su mayoría en proletarios a domicilio que tejían para agentes de las fábricas o para algún intermediario. Los artesanos y oficiales tejedores se transformaron en “tejedores manuales”, expuestos a permanentes reducciones salariales.

En una primera etapa, hasta la década de 1820, el problema no fue la competencia con el telar mecánico, sino la reducción de los salarios. THOMPSON remarca que el bajo precio y la abundancia de la mano de obra retrasaron la mecanización, pero al costo del empobrecimiento y la explotación de los tejedores manuales.

El trabajo de las mujeres y los niños

Con el sistema de fábrica se incrementó el trabajo de las mujeres y los niños, para quienes se reservaban las tareas menos calificadas y que recibían una paga menor que la de los hombres adultos, con respecto a los cuales eran además más disciplinados.

El trabajo femenino e infantil no era una novedad, ya que en la sociedad preindustrial también trabajaba todo el grupo

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familiar, pero lo que cambió radicalmente con la industrialización fueron las condiciones laborales.Con la difusión de la industria doméstica en el siglo XVIII se había extendido el empleo de mujeres y niños, y sus ingresos

eran generalmente imprescindibles para la subsistencia de la familia. Al estudiar estos temas es preciso no idealizar la situación precedente a la Revolución Industrial, en la que las condiciones de trabajo y de vida eran también muy duras para los sectores populares. Pero ello no parece ser un argumento suficiente para negar los costos sociales que tuvieron las primeras décadas de la industrialización.

La actividad más característica de las mujeres era el hilado, y podían utilizar la rueca mientras desempeñaban otras tareas, como vigilar los rebaños o cuidar a los niños. En los comienzos de la mecanización, cuando empezó a utilizarse la jenny en las fábricas, ésta se veía como una amenaza para los oficios femeninos de base familiar. En la práctica, las consecuencias de la mecanización fueron otras. Las mujeres pasaron a trabajar en otras industrias rurales o en los nuevos oficios urbanos que florecieron desde la década de 1830.

La división sexual del trabajo había estado relacionada, desde sus orígenes, con las diferencias de fuerza y de destreza entre hombres y mujeres, lo que implicaba que ciertas tareas sólo podían ser desempeñadas por los hom bres. Al mismo tiempo, los oficios específicamente femeninos, que requerían una habilidad característica en las manos, como el hilado u otras tareas, eran considerados por los hombres como inferiores a los oficios masculinos, y ésta es una razón por la cual las mujeres recibían una paga menor por su trabajo. Aun las mujeres que realizaban trabajos calificados eran infravaloradas: en los talleres de WEDGWOOD en Londres, una pintora de flores ganaba dos tercios de lo que percibía un hombre que hiciera la misma tarea.

Cuando comenzaron a utilizarse máquinas accionadas por energía inanimada, la situación se modificó parcialmente. Las mujeres pudieron desempeñar tareas antes reservadas a los hombres, pero como el trabajo femenino se consideraba inferior, siguieron percibiendo salarios menores. En la primera mitad del siglo XIX, la mayor parte de las mujeres trabajaba en la industria textil y la del vestido, que eran las principales ocupaciones junto con el servicio doméstico. En la industria del hierro y en la minería las mujeres trabajaban muy poco, salvo en la fabricación de clavos, o seleccionando y clasificando los minerales en la superficie de las minas. En general, estaban excluidas de los oficios artesanales y de las organizaciones de trabajadores masculinos calificados.

El trabajo de las mujeres en las fábricas tuvo un fuerte impacto sobre la vida familiar. A diferencia de las otras formas de actividad industrial, implicaba la ausencia del hogar por larguísimas horas y la imposibilidad de cuidar de los hijos durante ese tiempo. Desde comienzos del siglo XIX se incrementó el número de hogares en los que junto a un matrimonio y sus hijos vivía alguna persona anciana —en general, la madre de uno de los cónyuges— que se ocupaba de las tareas domésticas y del cuidado de los niños mientras la mujer trabajaba en la fábrica. De todos modos, era más habitual el trabajo fabril de las mujeres solteras que el de las casadas.

Al igual que en el caso de las mujeres, en la época preindustrial los niños trabajaban, pero lo hacían en general dentro de la unidad doméstica, ayudando a los adultos en las tareas agrícolas e industriales, o bien, en el seno de otro grupo familiar en el cual realizaban el aprendizaje de un oficio. Sus condiciones no eran las mejores, y había muchos casos de abuso y ex-plotación, pero en comparación con los primeros tiempos de la industrialización, la brecha es enorme.

Con la Revolución Industrial, los niños comenzaron a trabajar masivamente en las fábricas. Eran más dóciles que los adultos, recibían una paga mucho menor e incluso eran más adecuados para algunas tareas que requerían manos pequeñas o baja estatura, por ejemplo, el manejo de las máquinas de hilar o ciertos trabajos en las minas.

El trabajo infantil constituye, sin duda, el aspecto más negro de la Revolución Industrial. Una enorme cantidad de testimonios —entre ellos, los informes gubernamentales— confirma que las condiciones solían ser inhumanas.

En primer lugar, se redujo la edad mínima del ingreso en el mercado de trabajo y se disminuyó la importancia del aprendizaje, que era el período de transición por excelencia. En la industria algodonera. los niños comenzaban a trabajar desde muy pequeños, a partir de los 6 u 8 años.

El horario de trabajo era el mismo que el de los adultos, entre 14 y 16 horas por día. Los salarios eran irrisorios: en las hilanderías de Lancashire, la remuneración de los niños de menos de 11 años era 6 veces menor que la de un adulto no calificado, y con lo obtenido por un niño en una jornada de trabajo se podía comprar menos de un kilo de pan, La disciplina

era muy dura, recurriéndose en muchos casos a los castigos corporales. Además de todo ello, las condiciones insalubres del trabajo en las fábricas tenían efectos muy negativos sobre la salud y el desarrollo infantiles.

Aunque ya en 1802 el Parlamento aprobó una ley para proteger a los niños que trabajaban como aprendices en las fábricas, recién a partir de la década de 1830 el Estado comenzó a penalizar en forma efectiva los abusos cometidos por los propietarios de las fábricas y a poner en vigencia nuevas reglamentaciones, dirigidas a regular el trabajo infantil. Al avanzar el siglo XIX, la situación fue mejorando paulatinamente, aunque pasaron muchas décadas hasta que se prohibió el trabajo de los menores en las fábricas.

El debate sobre el nivel de vida de los trabajadores

La discusión sobre las consecuencias sociales de la Revolución Industrial ha dado lugar a un largo debate acerca del nivel de vida de los trabajadores, debate iniciado en la década de 1920 y todavía no concluido. Las dos posiciones extremas son la de los “pesimistas” (que enfatizan los aspectos negativos del proceso de industrialización) y la de los “optimistas” (que subrayan, en cambio, las mejoras obtenidas por los trabajadores en sus condiciones materiales de vida).

[...] los primeros trabajos publicados sobre la Revolución Industrial se centraban en sus consecuencias sociales, y brindaban una imagen fuertemente crítica de ella. Las obras clásicas en este campo son la de ARNOLD TOYNBEE (The Industrial Revolution, 1884), la de SIDNEY y BEATRICE WEBB (History of Trade Unionism, 1894), y la de BARBARA y J. L. HAMMOND (The Skilled Labourer, 1919). Todas ellas veían a la industrialización como un proceso que había generado un empobrecimiento creciente de la población y una degradación de grandes grupos de productores, y consideraban que el resultado final había sido muy negativo.

En 1926, J. H. CLAPHAM publicó su Economic History of Modern Britain, en la que discutió la visión pesimista desde una nueva perspectiva. Por una parte, sostenía que la situación de los trabajadores no había empeorado durante la Revolución Industrial, pero además decía que las afirmaciones que se hicieran en este campo debían fundamentarse en datos estadísticos. En la base de su argumentación utilizaba datos sobre salarios que habían sido compilados por distintos autores, a partir de los cuales afirmaba que entre 1790 y 1850 el poder adquisitivo medio de los obreros industriales había aumentado aproximadamente en un 60 %. En los años cuarenta, T. S. ASHTON continuó la línea inaugurada por CLAPHAM. Utilizó nuevos datos estadísticos porque consideraba que los que había usado CLAPHAM no eran confiables, pero coincidió con él en sostener una posición optimista, afirmando que en 1830 los miembros de las clases trabajadoras que habían salido beneficiados con el advenimiento de la industria fabril superaban en número a los que no habían experimentado mejora alguna.

Hasta la década de 1950, las respuestas de los pesimistas se basaron no en datos estadísticos, sino en apreciaciones sobre la calidad de vida de la población trabajadora: unos se situaban en el terreno de la cuantificación, y otros, en el del impacto cualitativo de la industrialización.

En 1957, ERIC HOBSBAWM fue el primero que fundamentó la posición pesimista con datos cuantitativos, tratando de demostrar que la industrialización había tenido un impacto negativo también en el nivel material de existencia de las clases trabajadoras. En un artículo sobre el nivel de vida en Gran Bretaña entre 1790 y 1850, sostenía que las estadísticas disponibles sobre salarios no eran adecuadas, y que para establecer cómo había evolucionado el nivel de vida debían utilizarse otros indicadores, como la mortalidad, la salud, el desempleo y el consumo. Consideraba que el aumento de la mortalidad entre 1810 y 1840, y los datos disponibles sobre desempleo apuntalaban la posición pesimista, y que la información sobre consumo arrojaba bastantes dudas con respecto a la posición optimista. Como conclusión, afirmaba que para el período comprendido entre 1790 y mediados de la década de 1840, los niveles de vida habían descendido, y que para dicha etapa la posición optimista carecía de toda base sólida.

El trabajo de HOBSBAWM provocó la respuesta de R. M. HARTWELL, que publicó en 1961 un artículo titulado “El aumento del nivel de vida en Inglaterra, 1880-1850”. Asumiendo la posición optimista, la fundamentaba con una nueva argumentación. HARTWELL decía que dado que en ese período había aumentado la renta media per cápita, que no hubo en la distribución una tendencia en contra de los trabajadores, que desde 1815 bajaron los precios pero se mantuvieron constantes los salarios nominales, que se incrementó el consumo per cápita de alimentos y otros bienes, y que el Estado intervi no

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crecientemente para proteger o elevar los niveles de vida, “hay que concluir que en los años que van de 1800 a 1850 se produjo un aumento en los salarios reales de la mayoría de los trabajadores ingleses”.

La polémica adquirió a partir de entonces una gran intensidad. Se habían puesto en marcha tres líneas básicas de investigación: el nivel de los salarios reales, las pautas de consumo y la distribución de la renta nacional. El enfrentamiento entre HOBSBAWM y HARTWELL se acentuó, y otros autores intervinieron en la contienda. En la discusión se combinaron la evidencia empírica y las posiciones ideológicas, así como el desacuerdo acerca de cuáles eran los datos más relevantes a la hora de medir el impacto de la industrialización sobre el nivel de vida.

THOMPSON retomó en los años sesenta la senda de los HAMMOND. Sostuvo que los problemas más acuciantes de los primeros tiempos de la industrialización no se reflejan necesariamente en una estadística sobre el costo de vida y tienen que ver, en cambio, con la puesta en juego de valores como las costumbres tradicionales, la justicia, la independencia, la seguridad o la economía familiar. Considerando los estudios sobre el consumo, THOMPSON insiste en que si bien la renta per cápita aumentó, es enormemente difícil evaluar cómo estaba distribuida. Destaca también que los cambios en cier tos hábitos de consumo —por ejemplo, la disminución del consumo de cerveza y el paralelo aumento del consumo de té, o el incremento del consumo de papas— eran vividos por los contemporáneos como una degradación.

Para THOMPSON, “en conjunto, los logros no fueron demasiado brillantes. Tras cincuenta años de Revolución Industrial, la clase obrera tenía una participación en el producto nacional que, casi con toda seguridad, había descendido en relación con la participación de los propietarios y profesionales. El trabajador medio siguió estando muy próximo al nivel de subsistencia, en una época en que estaba rodeado de testimonios evidentes del aumento de la riqueza nacional. Gran parte de ella era, a todas luces, fruto de su propio trabajo y pasaba, también con toda transparencia, a manos de sus patronos. En términos psicológicos, esto se vivía en forma muy parecida a un descenso de los niveles”.

M. I. BARBERO; R. L. BERENBLUM; F. R. GARCIA MOLINA y J. R. E. SABORIDO: “Historia económica y social general”, Macchi, Buenos Aires, 1998, pp. 51-81 y 99-135.