Barry Kemp El Antiguo Egipto Anatom Cap 3

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Capítulo III LA MENTALIDAD BUROCRÁTICA Todos los logros materiales de los estados de la antigüedad —las pirámi- des, las riquezas ostentosas, los palacios, los templos, las conquistas— de- pendían de una habilidad concreta: la administración de los recursos. Aun- que su objetivo principal era manipular el entorno económico en favor de la élite, mientras lo cumplía los beneficios se difundían de paso sobre un sector considerable de la población. Fundamentalmente, ello se lograba mediante un sistema tributario por el cual se concentraban unos recursos que, luego, se redistribuían a modo de raciones entre una parte, probablemente bastante grande, de la población que trabajaba temporalmente o con carácter fijo para el Estado. En Egipto, el material que ilustra mejor la primera parte de este clásico ciclo de los recursos en los primeros estados —el sistema tributario— es el del Imperio Nuevo, que veremos en los capítulos V y VI. El presente capítulo trata más acerca de la burocracia como fuerza determinante dentro de la sociedad y de las consecuencias de la distribución a gran escala de los recursos sobre las relaciones entre el Estado y la población. Un sistema burocrático avanzado saca a la luz y fomenta enérgicamente una faceta concreta de los humanos: la profunda satisfacción que se siente al programa» pautas de trabajo para calcular, inspeccionar, comprobar y, en de- finitiva, controlar al máximo las actividades de los demás. Es una manera pa- siva y ordenada de ejercer el poder en contraste con la coerción directa. Se sirve de una habilidad concreta, tan peculiar e importante para una sociedad como el genio de sus artistas y arquitectos o el arrojo de sus soldados. A un miembro de este grupo le denominamos «escriba». Es una traducción co- rrecta de la palabra egipcia que, sencillamente, quiere decir «un hombre que escribe». En las sociedades modernas, con un alto índice de alfabetización, se tiende a denigrar los empleos de funcionario subalterno u oficinista. Pero

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Capítulo III LA MENTALIDAD BUROCRÁTICA

Todos los logros materiales de los estados de la antigüedad —las pirámi­des, las riquezas ostentosas, los palacios, los templos, las conquistas— de­pendían de una habilidad concreta: la administración de los recursos. Aun­que su objetivo principal era manipular el entorno económico en favor de la élite, mientras lo cumplía los beneficios se difundían de paso sobre un sector considerable de la población. Fundamentalmente, ello se lograba mediante un sistema tributario por el cual se concentraban unos recursos que, luego, se redistribuían a modo de raciones entre una parte, probablemente bastante grande, de la población que trabajaba temporalmente o con carácter fijo para el Estado. En Egipto, el material que ilustra mejor la primera parte de este clásico ciclo de los recursos en los primeros estados —el sistema tributario— es el del Imperio Nuevo, que veremos en los capítulos V y VI. El presente capítulo trata más acerca de la burocracia como fuerza determinante dentro de la sociedad y de las consecuencias de la distribución a gran escala de los recursos sobre las relaciones entre el Estado y la población.

Un sistema burocrático avanzado saca a la luz y fomenta enérgicamente una faceta concreta de los humanos: la profunda satisfacción que se siente al programa» pautas de trabajo para calcular, inspeccionar, comprobar y, en de­finitiva, controlar al máximo las actividades de los demás. Es una manera pa­siva y ordenada de ejercer el poder en contraste con la coerción directa. Se sirve de una habilidad concreta, tan peculiar e importante para una sociedad como el genio de sus artistas y arquitectos o el arrojo de sus soldados. A un miembro de este grupo le denominamos «escriba». Es una traducción co­rrecta de la palabra egipcia que, sencillamente, quiere decir «un hombre que escribe». En las sociedades modernas, con un alto índice de alfabetización, se tiende a denigrar los empleos de funcionario subalterno u oficinista. Pero

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nombre del

supervisor

de la entrada

empleados del templo

Ni-Anj-Kakai

Ni-Taui-Kakai

hijo de Hatu

Ni-Tau¡-Kaka¡

traído por

barco

por medio de entregas enviadas a la residencia

jarras de bebida sejpet

1

jarras de cerveza

3

1

3

3

1

3

2 rabadas de vaca

i mezclado

3

1

0

1

jarras de harina

1

pan beset

1

4 aves de corral

1

pan pesen

1

100

mezclado

3

1

0

1

pan hetja

1

1

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1

lugar de

procedencia

finca de Kakai

lu-Shedefui

tinca de Kakai

finca de Kakai

Dyed-Snefru

finca de Kakai

traído del aliar de Re

templo solar

lu-Shedefu¡

traído del palacio

pan ida, pan padj, pan hetja. pan pesen,

cerveza

18

18

18

18

18

18 1B

18 18

18

18

18

18

18

18

36

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18

18

18 18

18

18

18

18

18 18

18 18

18 18

18 18

18

18

18

18 18

18

18 18

el altar de Re

en el templo solar

envíos de pan pal

saldo

14

14

14

14 14

14

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entregadc

70

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14

14

14

cantidad debida

14

14 14

14

14

14

14

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14

14

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14 14 14

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14

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14

14 14

embalados

artículos de valor

saldo

10

10

10

(10)

entregadc cantidad debida

10

10

10

(10)

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FIGURA 39. Hoja de contabilidad de los ingresos diarios en el periodo de un mes, del archivo administrativo de una pirámide del Imperio Antiguo, la del faraón Ncferirkare en Abusir. Cf. con la figura 41, p. 148, otra parte del archivo, y con la figura 49. p. 182, la planta del asentamiento. Tomado de P. Poscner-Kriéger y J. L. de Cenival. Hieralie Papyri in the British Museum. 5th Series. The Abu Sir Papyri. Londres, 1968. lámina XXXIV.

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144 EL ANTIGUO EGIPTO

esto es un lujo que no se pueden permitir las sociedades menos desarrolla­das. En un mundo de analfabetos, el hombre que escribe tiene la llave del poder que le otorga la administración. En Egipto, los escribas no sólo esta­ban entre la élite; lo sabían y lo declaraban con toda franqueza. «Sé un es­criba —reza el consejo—, te libra del trabajo agotador, te protege de cual­quier tipo de tarea ingrata.» «Sé un escriba. Tus miembros tendrán una apariencia impecable, tus manos serán suaves. Irás ataviado con ropas blan­cas, se te honrará y los cortesanos te saludarán.»1 Y muchos de los altos per­sonajes de la corte incluían el título de «escriba» entre los otros muchos de su curriculum vitae. El lector de este capítulo habrá de refrenar cualquier sentimiento de desdén ante las palabras «burocracia» o «escriba». En el mun­do egipcio, ambas correspondían a un conjunto de valores muy distintos.

UNA MENTALIDAD METÓDICA

Se ha conservado un gran número de documentos administrativos del an­tiguo Egipto, que remontan la historia de la burocracia al tercer milenio a.C. Comenzaremos con un grupo de textos antiguos que ponen de manifiesto, con gran intensidad, el interés burocrático del escriba por el sistema y los de­talles. Se trata del archivo de papiros procedentes del templo de la pirámide del faraón Neferirkare, de la dinastía V, en Abusir.2 La mayoría pertenecen al reinado del faraón Izezi; por tanto, al menos unos cincuenta años después del fallecimiento del primero (en c. 2427 a.C).

A comienzos de la dinastía IV, se había perfeccionado, el trazado estándar de las tumbas reales. El sepulcro estaba en el interior o debajo de la pirámi­de. El culto que se le ofr^en¿a^ba.aLfaraón4Ja£a_sji.Menestar eterno se llevaba a cabo en un templo funerario situado en la cara este de la pirámide. Una calzada lé unía con otro templo aparte, situado en el terreno del valle: el tem­plo deLvalle. Una parte importante del culto era la presentación de ofrendas de comida y bebida. Para esta y otras ceremonias hacían falta sacerdotes y también se necesitaba personal que custodiase el templo y lo que contenía. A todos se les pagaba en especie, con productos, que incluían una ración bá­sica de pan, cerveza y grano, además de artículos adicionales tales como car­ne y ropas. La recepción de los ingresos y la distribución de las raciones pu­sieron en marcha un pequeño ciclo administrativo. Aunque el palacio del faraón reinante podría suministrar aquellos ingresos, se obtuvo una fuente de aprovisionamiento mucho más segura con el establecimiento de una funda­ción piadosa a perpetuidad. Fundamentalmente, ésta estaba compuesta por propiedades agrícolas^.cuyos productos iban destinados a costear el personal que mantenía el culto y la organización en las jpirámides.

La hoja de papiro que aparece en la figura 39 (p. 143) es una lista de los ingresos diarios, escrita en un estilo antiguo de hierático que todavía conser-

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LA MENTALIDAD BUROCRÁTICA 145

vaba muchos de los trazos de los signos jeroglíficos originales. Podemos re­conocer instantáneamente una clara ordenación en forma de tabla, con las rayas trazadas en tinta roja y negra. Cada línea horizontal está reservada a uno de los treinta días del mes y contiene principalmente entradas numéricas dispuestas en columnas verticales. Cada columna lleva un epígrafe conciso, escrito en dos o tres líneas, que informa de las instituciones proveedoras, el tipo de alimentos y, en las tres columnas de la derecha, el estado de la partida.

FIGURA 40. Fragmento de una relación de las propiedades agrícolas que proporcionaban in­gresos al-templo de la pirámide del faraón Snefru, dinastía IV, en Dahshur. Cada finca está per­sonificada por una mujer que lleva una bandeja con ofrendas en alimentos. El nombre de cada propiedad aparece escrito encima y enfrente de cada una de las figuras, están agrupadas por no­mos (distritos administrativos). Delante de la segunda figura, comenzando por la izquierda, apa­rece el título de «nomo de Oryx», el área de Beni Hasan. Tomado de A. Fakhry, The Monu-ments of Sneferu at Dahshur, vol. II, El Cairo, 1963, fig. 16; dibujado de nuevo por B. Garfi.

I0.-KFMP

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146 EL ANTIGUO EGIPTO

La fundación piadosa, integrada por distintas propiedades agrícolas, fue ingeniosamente incorporada al sistema decorativo formal de los templos de las pirámides, lo que una vez más ilustra el talento de los egipcios para con­ferir una hábil presentación simbólica a las realidades más vulgares. Pocos pueblos han convertido el cobro de las rentas y la recaudación de los tribu­tos en tema del arte sagrado. Cada propiedad agrícola o dominio funerario aparece representado como un portador de ofrendas con un nombre propio. El conjunto más completo procede del templo del valle del faraón Snefru en Dahshur (figura 40).3 Conforman un friso colocado en la parte inferior de al­gunas, de las paredes interiores. Cada propiedad agrícola está personificada por una mujer que lleva una bandeja de ofrendas. Sobre su cabeza, hay un grupo de signos que dicen: «la ciudad: Mansión de Snefru». Enfrente suyo, se encuentra la denominación de la localidad, compuesta por el nombre de Sne­fru dentro de un cartucho y otros signos que designan al nomo en cuestión. En total, treinta y cuatro fincas pertenecen al Alto Egipto, distribuidas en diez nomos (faltan los datos de ocho de ellos); en el Bajo Egipto, sólo se con­servan al completo los datos de un nomo, para el que se citan cuatro propie­dades. Este modelo de dispersión de las propiedades agrícolas es típico del antiguo Egipto. No se dan detalles sobre la extensión de estas fincas, pero al­guna que otra rara alusión a las dimensiones las sitúa entre las 2 arura (16,4 hectáreas) y las 110 arura (905 hectáreas).

El personal del templo estaba organizado en grupos, cuyo término con­vencional en la actualidad es phylae (una palabra griega que significa com­pañía, tribu). Este era el sistema de organización habitual en los templos y, durante el Imperio Antiguo, había cinco phylae, cada una subdividida en dos grupos que, según parece, trabajaban en momentos diferentes. Cada subdivi­sión prestaba servicios sólo un mes de cada diez.4 Cabe presumir que, duran­te los largos períodos de excedencia, regresarían a las tareas agrícolas o de otro tipo en sus aldeas de origen, de manera que los beneficios indudables que les reportaba el servicio al templo (la paga y el prestigio), tenían una am­plia difusión. Sea cual fuere la lógica oculta del sistema, la consecuencia prác­tica era que el Estado repartía una cantidad impresionante de puestos de trabajo. El total de empleados requeridos se multiplicaba varias veces, lo que eleva enormemente el número de personas que recibían una prestación parcial del Estado. Puesto que la mayoría de los trabajos sólo eran a tiempo parcial, el sistema mismo no quedaba colapsado por la presencia de personal innecesario.

Uno de los cometidos que había que desempeñar era una inspección del templo y sus propiedades. Por el archivo de Neferirkare sabemos que la ins­pección incluía los sellos de cada una de las puertas y todos los objetos del equipo del templo. La hoja que aparece en la figura 41 es un ejemplo de un inventario de esta clase. Otra vez, una ordenación tabular perceptible cum­ple los requisitos prácticos. Los objetos no aparecen al azar en la lista. Todo

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LA MENTALIDAD BUROCRÁTICA 147

lo contrario, están dispuestos conforme un sistema de clasificación general, con un factor de subdivisión progresiva según el cual se van creando subcla­ses a partir de una categoría más amplia, lo que revela un dominio básico de la taxonomía, parecido al que subyace en el saber moderno. En la época a la que pertenece el archivo, el equipo del templo estaba empezando a deterio­rarse. Debajo de cada objeto se han especificado con detalle el tipo de daños así como la cantidad hallada. El fragmento que ofrecemos de la lista refleja además algún tipo de procedimiento de doble entrada de datos, que no aca­bamos de entender, pues el espacio para cada tanda de inspecciones está a su vez subdividido mediante dos líneas trazadas en rojo, a fin de colocar dos grupos de observaciones si hacía falta.

Un grupo de hojas informaba sobre una actividad a la que los antiguos egipcios daban un gran valor: el sellado. En vez de lacre, empleaban una ar­cilla gris muy fina, en donde imprimían el sello, que luego sujetaban con fuer­za alrededor de un ribete de cuerda, Durante el Imperio Antiguo, los sellos

' eran pequeños cilindros de piedra con inscripciones jeroglíficas que se po­dían hacer rodar sobre la arcilla. En el Imperio Medio, se les reemplazó por sellos para estampar tallados con la forma de un escarabajo, en los que el di­bujo o la inscripción estaba garabateado en la base plana. Los sellos se fija­ban en los rollos de cartas y otros documentos, en los tiradores de los arco-nes de madera para asegurar la tapa, en los cuellos de los sacos y las vasijas, y encima de los cerrojos de madera que atrancaban las puertas. La hoja del archivo de Neferirkare se refiere a los sellos de las entradas a las habitacio­nes en las que se guardaban las barcas sagradas.5

En el antiguo Egipto, las barreras físicas para impedir los robos no eran muy resistentes. No se derrochó el ingenio en la invención de cerraduras. Romperlas y entrar habría resultado demasiado sencillo, y la larga historia de saqueos de tumbas ya en el mismo antiguo Egipto demuestra que algunas personas sentían una acusada inclinación por el latrocinio. Toda la alharaca que se organizaba en torno al sellado, inclusive la inspección periódica de los sellos, era una táctica psicológica. Concentró la atención de los responsables en un único punto de seguridad, traspasó aquélla al control de la burocracia, y el vínculo entre el sellado y el custodio del sello se convirtió en un com­promiso de responsabilidad. El sistema era probablemente más eficaz de lo que uno podría creer en un primer momento. Creaba un pequeño campo de poder simbólico en torno a las puertas de los almacenes.

Gran parte del archivo de Neferirkare refleja rutinas metódicas —inspec­ciones y listas con las obligaciones de cada persona—, donde las unidades re­gistradas eran únicas e indivisibles, a saber, seres humanos y objetos manu­facturados. Pero habían muchas unidades de administración que eran divisibles (la tierra y los productos), y también exigían una cuantificación exacta. Numerosos textos revelan los procedimientos aritméticos que idearon para facilitar esta labor." A riesgo de desanimar al lector corriente, citaremos

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148 EL ANTIGUO EGIPTO

1 1 1 1 1 I 1 I I

hematites

cuenco:

chapado en oro

i

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i

piedra cristalina

cu

negro

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blanco

O 1

varias reparaciones

en el borde y la base

(x2> (x2>

y a los lados

í

idem

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negro

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base

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blanco

0 1

reparaciones en los lados; agujereado

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]

idem

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(desportillado) idem

1

sílex

cuchillo ritual

T 1

mango mellado; reparado

1

el mango y la hoja mellados

1

idem

idem

1

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1

hierro

hoja

ú 2

faltan trozos. que han sido

tirados

2

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idem

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idem

2

total de

objetos de plata

23

23

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mesas de ofrendas

pequeñas grandes

■o—J 2

seriamente agrietadas.

juntas sueltas; carcomidas

2

idem

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seriamente agrietadas;

juntas sueltas; agujereadas

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seriamente i agrietada. '

juntas sueltas, ] carcomida

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seriamente I agrietada;

juntas sueltas; | agujereada

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1

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LA MENTALIDAD BUROCRÁTICA 149

18 cm

FIGURA 41. Hoja de inventario de los materiales, procedente del mismo lugar que la figura 39, p. 143. Tomado de P. Posener-Kriéger y J. L. de Cenival, Hieratic Papyri in the British Museum. 5th Series. The Abu Sir Papyri, Londres, 1968, lámina XX.

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150 EL ANTIGUO EGIPTO

unos cuantos ejemplos sencillamente para dar una ligera idea acerca de este tipo de actividad, que ocupaba a un gran número de los que dirigían el anti­guo Estado egipcio. Antes de nada, habría que señalar un rasgo de las mate­máticas de los antiguos egipcios que supone un enorme obstáculo a los lectores modernos: con la sola excepción de -?- , nunca se escribía una frac­ción cuyo numerador fuera mayor que uno. Así pues, ~ lo escribían 4- + 4-; 4- e r a -y + "T + "17 + 7x ; e tc- Aunque P a r a nosotros sea engo­rroso, pues no estamos familiarizados con él, los escribas egipcios manejaban este sistema con soltura y con excelentes resultados prácticos. Además, en caso de duda, podían consultar los manuales de aritmética. Estos presentan con frecuencia problemas bastante complejos, pero reflejan la mentalidad básica de los egipcios de que había que resolver cada problema como si fue­ra un caso específico y único, en vez de aplicar unos principios matemáticos generales. Los escribas expertos debieron desarrollar un alto grado de intui­ción matemática, pero no se les ocurrió la idea de buscarlo como un fin en sí, es decir, crear las matemáticas.

EL REPARTO DE LAS RACIONES

Una área importante de la administración aritmética eran los suministros de víveres: las raciones. La palabra «raciones» tiene un significado especial. Aún no se había inventado el dinero. Éste se ha convertido en una parte tan esencial de la vida en el mundo moderno, que es fácil llegar a la conclusión de que un mundo en el que no existiese sería un lugar bien sencillo. Donde no hay dinero, la gente tiene que canjear las cosas en vez de comprarlas y venderlas, y la palabra «trueque» lleva estampada la imagen colonial de aba­lorios y baratijas que cambian de manos en tierras salvajes. Es uno de aque­llos mitos cómodos con los que la gente de hoy se distancia del pasado y ve el mundo en que vive, no como algo mejor, sino como un lugar totalmente distinto.

El dinero es, verdaderamente, una forma maravillosamente fácil de hacer negocios a cualquier escala. Los bancos y las tarjetas de crédito nos alivian incluso de la necesidad de cargar con billetes y monedas, no digamos ya con abalorios y baratijas. Pero los sistemas no monetarios del pasado funciona­ban extraordinariamente bien. Ejemplifican una característica general de las culturas: los sistemas tienden a adecuarse a las demandas que se les imponen. La gente se acomoda a las circunstancias. La economía del antiguo Egipto es un buen ejemplo. Los egipcios dirigieron operaciones mercantiles importan­tes sin tener un sistema monetario apropiado. Lo podían hacer en parte por­que, en el mundo antiguo en general, las personas tenían un contacto más di­recto con las verdaderas riquezas materiales, los productos básicos, que nosotros; y en parte porque habían desarrollado un sistema de contabilidad

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LA MENTALIDAD BUROCRÁTICA 151

que se hallaba a mitad de camino de la abstracción que supone el «dinero». A medio camino en el sentido de que el lenguaje empleado era el de los pro­ductos —hogazas de pan, jarros de cerveza, hekat de trigo, etc.—, pero los procedimientos seguidos permitían la manipulación de cantidades que no ne­cesariamente habían de equipararse con la circulación, o incluso la existen­cia, de los mismos materiales. Era el típico compromiso de la antigüedad: abstracción disfrazada con una terminología concreta. Nos lo volveremos a encontrar en el capítulo VI, cuando veamos qué precio se daba a los pro­ductos y a cuál se les compraba y vendía (cf. figura 85, p. 317). También es otra de las esferas de la mentalidad que hemos perdido, pues ahora es difici­lísimo reconstruir todo el sistema de un modo que preste la debida atención a las sutilezas de los documentos antiguos y, al mismo tiempo, satisfaga la ló­gica actual. Quedará más claro en los próximos párrafos.

La administración de las raciones se hallaba en el centro mismo del siste­ma. En ausencia de dinero, se pagaba a la gente en especie, con productos básicos. En realidad se trataba de un «salario», pero, puesto que el carácter de la recompensa era en bienes, y ante las connotaciones modernas de liber­tad económica personal que encierra el término «salario», es preferible utili­zar el de «raciones». No obstante, la distinción es un tanto artificial.

El ciclo básico de los cereales, desde la cosecha hasta la distribución en ra­ciones, incluía toda una serie de puntos de intervención de los escribas. La producción de la cosecha de grano se calculaba en la era por medio de unos cucharones de madera con una capacidad establecida, que proporcionaba la cantidad en términos de un hekat (aproximadamente, 4,78 litros). El trans­porte, frecuentemente por río, hasta el granero, obligaba al escriba a realizar una nueva comprobación para cerciorarse de que no se había producido nin­gún robo durante la travesía. Otro grupo de escribas lo volvía a comprobar cuando la partida llegaba al granero. Ellos o sus superiores ya sabían enton­ces la capacidad máxima de cada silo, aunque fueran circulares, gracias a unos cálculos que habían hecho:

Un depósito circular de 10 por 10 codos. Sustraemos 4- de 10, o sea, 1-i-; restan 8 \- + -4- + 4r ■

y y 3 o io

Se multiplica 8 ~+ \- + -4- por 8 4- + -4- + 4r (es decir, se eleva al cuadrado); 3 n ]o 3 o 1S

el resultado es 79 jL + 4v 1 Va J>z4

Se multiplica 79 — + — por 10; es igual a 790 -r¿ + -^¡ + ~¡j-

Se le suma la mitad y el resultado es 1.185.

Se multiplica 1.185 por -^-, lo que da 59 — . Esta es la cantidad en hekat cuádru­

ples que cabrá dentro, es decir, 59 — centenares de hekat cuádruples de grano.7

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El interés que tiene este problema de cálculo es que el depósito es circular. Los dos primeros pasos suponen elevar al cuadrado -y del diámetro, lo que da una respuesta bastante aproximada a la solución correcta que encon­traríamos si utilizásemos la fórmula con n.

Los siguientes puntos de intervención de los escribas eran antes y después de la molienda, y en las etapas consecutivas durante la producción de los ali­mentos básicos en la dieta egipcia: el pan y la cerveza. Hay que advertir a los lectores que la cerveza antigua era bastante distinta de su aguada homónima actual. Probablemente, era un líquido opaco, con la consistencia de las ga­chas o la sopa, no necesariamente con un elevado índice de alcohol pero sí muy nutritivo. La importancia que tiene dentro de la dieta egipcia refleja su valor alimenticio tanto como la suave y placentera sensación que se experi­mentaría al bebería. El horneado del pan y la elaboración de la cerveza se hallaban casi al final del ciclo completo de la producción del cereal. Para los escribas que, laboriosamente, seguían el recorrido de los cereales, desde los campos hasta el pago en raciones, el proceso confuso y trabajoso de cocer el pan y elaborar la cerveza era un reto que resolvieron de manera simple e in­geniosa.

Tenemos bien documentado, gracias a los detallados modelos de madera y los frescos de las tumbas del Imperio Medio, el marco de dichas activida­des, la realidad del proceso de elaboración de la cerveza y el pan. Estas dos actividades tienen mucho en común; ambas comenzaban con la preparación de la masa, y para leudar el pan se utilizaba la levadura de cerveza (la espu­ma que se forma en la superficie de los licores a base de malta cuando fer­mentan).

El modelo de edificio que aparece en la ilustración (figura 42, procedente de la tumba de Meket-re, un alto funcionario de la dinastía XI)8 tiene dos partes principales, cada una con una subdivisión. La puerta de entrada con­duce a un vestíbulo, a cuya derecha está la cervecería. Al fondo de todo, hay un elemento circular y aplanado que debe representar un mortero de caliza colocado sobre el suelo, como se encuentra a veces en las excavaciones. Un hombre que empuña una mano de mortero alargada y de madera tritura allí el grano. Es una operación preliminar a la de moler, reservada a aflojar el cascabillo. Junto al mortero, hay dos piedras de moler colocadas encima de unos molinillos de mano. Los datos obtenidos de las excavaciones demues­tran que la piedra de moler corriente era un trozo oval de cuarcita o granito, áspero por debajo pero con la superficie de arriba suave y ligeramente cur­vada. Cada piedra estaba colocada en una construcción hecha de adobes, a veces adosada a la pared y con la forma en planta de la letra B. La piedra iba en la mitad superior de esta construcción, que tenía una pendiente inclinada, y la harina gruesa y el cascabillo caían a la artesa delimitada por la curva de la otra mitad de la letra B." En los modelos de Meket-re no aparece esta ar­tesa, pero por lo demás tienen el mismo diseño. La molinera (normalmente

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LA MENTALIDAD BUROCRÁTICA 153

FIGURA 42. La elaboración del pan y la cerveza: el modelo de panadería y cervecería proce­dente de la tumba de Meket-re en Tebas, dinastía XI, tomado de H. E. Winiock, Models of Daily Life, Nueva York, 1955, figs. 22, 23, 64 y 65. Los dos recipientes que se muestran en de­talle provienen de la ciudad en el templo funerario de Amenemhet III en Dahshur, según D. Ar-nold, «Keramikbearbeitung in Dahschur 1976-1981», Mitteitungen des Deutschen Archaologis-chen Instituís, Abteilung Kairo, 38 (1982), p. 29, fig. 5, p. 31, fig. 7.

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eran mujeres) se situaba detrás del extremo más alto y se inclinaba sobre la muela, utilizando otra piedra más pequeña para triturar el grano. El produc­to de la molienda no sería una harina de textura uniforme, sino una mezcla de harina y cascabillo triturado que había que cribar. Además, los análisis rea­lizados en panes antiguos han puesto de manifiesto la presencia de muchí­sima arenisca, y los experimentos modernos en que se ha reproducido la técnica antigua demuestran que era imposible evitar que quedase esta are­nilla.'0

Justo al lado de la puerta de entrada a la habitación del modelo que sirve de cervecería, se ve una tinaja alta de cerámica. Dentro, hundido hasta el pe­cho, hay un hombre que se aguanta en los bordes mientras va amasando la masa con los pies. Luego, con la masa se hacían pequeños pasteles y, en esta etapa, se podían añadir dátiles. Tal vez, la bandeja cuadrada y plana que se halla junto a la tina para amasar tenía esta función. Se dejaba fermentar los pastelillos de masa, pero es evidente que no se cocían allí porque no hay nin­gún horno en esta parte del edificio. Después, se colocaban los pastelillos fer­mentados sobre una bandeja circular que, probablemente, era un tamiz de malla fina, quizás hecha con lino. Se depositaba la bandeja sobre otra tinaja de cerámica y se vertía agua encima. Mientras se escurría a través del tamiz, alguien agitaría los pastelillos de masa para que se rompiesen y mezclasen con el agua. Dejada reposar, la mezcla fermentaría. El acto final era verter el líquido fermentado en las vasijas de cerámica destinadas a la cerveza y tapo­narlas con barro. Se muestran algunas tapadas de esta forma. Por lo que se refiere al repertorio cerámico del Imperio Medio, estas vasijas de cerveza de­bieron ser un tipo muy conocido y lo podemos apreciar en el detalle de la fi­gura 42.

La habitación de al lado era la panadería y estaba dividida en dos por me­dio de un tabique de media altura. La partición refleja dos maneras distintas de hornear el pan: una para obtener hogazas planas y la otra para barras ci­lindricas cocidas en moldes de cerámica. Sobre el suelo del compartimiento interior hay dos morteros y, en el exterior, dos molinillos de mano y otro mortero. En cada compartimiento hay también dos grandes amasaderas que, en el cuarto interior, se encuentran junto a dos mesas bajas sobre las cuales se están preparando las hogazas de pan. Pero no todo el pan se hacía a mano. Una práctica habitual era la de cocer una parte en moldes de cerámica. Los del Imperio Medio eran muy característicos: tubos largos y estrechos hechos a mano, de textura áspera por fuera pero en su interior muy pulidos (figura 42, detalle).11 Aparecen en grandes cantidades en los yacimientos del Impe­rio Medio, y la práctica siguió en el Imperio Nuevo. Los moldes de cerámica eran de un solo uso y, probablemente, servían para fabricar un pan de mayor calidad que, al menos durante el Imperio Nuevo, se horneaba cerca de los santuarios y los templos. Junto a la entrada que comunica ambos comparti­mientos, hay una cesta cuadrada llena de hogazas de pan con esta forma y

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¿fabricación de un molde de pan en arcilla?

( 5 ) se rellenan los moldes con la masa

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_ t:..-._ ^ J%í ^ ' ^ ^ s^Li-U,^ FIGURA 43. La elaboración del pan y la cerveza, tal como se describe en la tumba de Intef-iker en Tebas, tomado de N. de G. Davies, The Tomb of Antefoker, Londres, 1920, láminas XI y XII.

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156 EL ANTIGUO EGIPTO

que, cabe suponer, se hicieron con la masa de las tinajas que están al lado. Cada cuarto tenía además dos hornos, aunque en cada uno con un diseño dis­tinto. En el del fondo, son cilindricos y tienen una abertura en la base para introducir el fuelle. En cambio, los otros dos son rectangulares. Los datos procedentes de las excavaciones demuestran que estos últimos se utilizaban concretamente para el pan cocido en molde o si no para la cocción de los mismos moldes.12

Las pinturas de la tumba de Intef-iker (un visir de principios de la dinas­tía XII),13 sirven de complemento a los modelos de Meket-re (figura 43). Al extremo derecho de la hilera superior, se están manejando una mano y un mortero; justo a su izquierda, una mujer está moliendo con un molinillo de mano, ayudada por otra que, sentada en cuclillas, tamiza el producto para quitar los componentes más bastos (una tarea necesaria que se omite en los modelos de Meket-re). En el extremo izquierdo, otra pareja de mujeres llenan los moldes de cerámica con la masa que sacan de las tinajas, mientras que su compañera de la izquierda está, por lo visto, acabando de hacer uno de estos moldes a mano. En el centro de la composición, un hombre atiende un horno rectangular dentro del cual están cociéndose los moldes de cerá­mica para el pan. La elaboración de la cerveza está representada en la esce­na de abajo (nuevamente, sin la presencia de un horno): a la derecha, un hombre está preparando los rollos de masa y una inscripción que le acompa­ña nos informa de que en esta etapa se añadían dátiles. Detrás suyo, otro hombre agita y presiona los rollos de masa fermentados contra un tamiz o una malla para que caigan en una gran vasija. El niño que sostiene el cuen­co le está diciendo, en la inscripción que hay al lado: «Dame algo de cerve­za, que estoy hambriento». El acto final consiste en llenar y sellar las jarras de cerámica para la cerveza colocadas sobre anaqueles de madera (a la iz­quierda).

La elaboración del pan y la cerveza incluía elementos que imposibilita­ban el control directo de las cantidades mientras iban pasando de una fase a otra. Se agregaba agua, la masa aumentaba de volumen, además se añadían otros productos como los dátiles, a la vez que se perdía una proporción de restos no comestibles durante la molienda y el tamizado. Las hogazas podían ser de muchas formas distintas. Los escribas optaron por tratar toda la ope­ración como una especie de «caja negra»: era posible calcular lo que entraba (granos de cereal o harina ya molida), así como lo que salía al final en canti­dades de hogazas y vasijas de cerveza. Sin preocuparse por lo que ocurría en el proceso, la relación entre la entrada y la salida era muy sencilla: el núme­ro de hogazas y de jarros de cerveza que se obtenían con una cantidad de­terminada de grano o harina. Los egipcios llamaban a esta escala de valores pefsu, que podemos traducir como «el valor de cocción», y supuso un paso hacia la abstracción matemática. La escala pefsu se fijaba según el número de hogazas y de jarras de cerveza que se podían obtener con 1 hekat de grano.14

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LA MENTALIDAD BUROCRÁTICA 157

Cuanto más alto era su valor, más pequeñas eran las hogazas o más ligera la cerveza (o tal vez las jarras eran más pequeñas). El pefsu permitía al escriba calcular las equivalencias entre las hogazas y las jarras de tamaño y consis­tencia diferentes. «155 hogazas con una escala de cocción 20, ¿a cuántas ho­gazas con un valor de 30 equivalen? Expresa las 155 hogazas con valor de cocción 20 según la harina, o sea, 7 -y + -j- hekat. Multiplícalo por 30 y la so­lución es 232 y.»'5

Se han conservado numerosas listas de racionamiento y suelen hacer caso omiso de los valores en pefsu.16 Asumen un tamaño estándar para las jarras de cerveza y se reúnen los diferentes tipos de pan en concepto de hogazas «mezcladas». Ello supone una estandarización, un paso lógico en el modo de pensar teniendo en cuenta la magnitud y la omnipresencia de las operacio­nes, en las que todos los implicados, hasta los que fabricasen las vasijas de cerveza, se inclinarían de forma natural, por la costumbre, a producir formas tipificadas. Tenemos incluso la oportunidad de comprobarlo por nosotros mismos. Aunque se han conservado poquísimas hogazas auténticas, tenemos sustitutos. Los más corrientes son los moldes de cerámica donde se cocía el pan; se han encontrado por millares en las excavaciones. Fueron evolucio­nando con el transcurso del tiempo. Durante el Imperio Antiguo, producían hogazas de pan con forma de cono achaparrado, por lo general con una base de entre 16 y 20 cm de ancho. En el Imperio Medio, los conos se habían transformado en unos cilindros largos y estrechos (véase en detalle en la fi­gura 42, p. 153). Pero, por extraño que parezca, a pesar de que se han des­cubierto tantos moldes, nunca se ha hecho un estudio desde el punto de vis­ta de comparar las hogazas que producían con las prácticas contables y las necesidades dietéticas de la antigüedad. Las fotografías tomadas de algunos de los hallazgos más cuantiosos dan la impresión de que, dentro de un mis­mo grupo, existía una capacidad exacta estandarizada, que se podría haber mantenido si, tal como se ha sugerido, se hubiesen hecho moldes reutüizables (tal vez de madera).17 Sin embargo, los ejemplos de yacimientos y épocas dis­tintos varían considerablemente. No hay ningún indicio que haga creer que siguiesen un estándar prescrito de modo oficial. Probablemente, el escriba realizaba los cálculos del pefsu de una manera periódica para comprobar hor­nadas enteras. De todos modos, aquí no se termina la historia. No todas las raciones de pan se repartían en hogazas hechas con molde. Los soldados de una de las fortalezas nubias del Imperio Medio (Uronarti) poseían tarjas de madera con la forma de sus raciones de pan y con las cantidades de trigo y cebada o el número de hogazas que les correspondían inscritas en jeroglí­fico (figura 44).18 Algunas representan hogazas de pan de molde (de cebada), mientras que otras son hogazas redondas y aplanadas hechas a mano (de tri­go). Por lo visto, estas tarjas servían para que el receptor (un soldado) pu­diera comprobar el valor de sus raciones, calculado en parte por la asignación de grano implícita en ellas más que por el número real de hogazas percibí-

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FIGURA 44. «Vales» de la ración de pan de los soldados, hechos de madera, enyesados y pinta­dos. Cada uno tiene la forma de un tipo concreto de hogaza de pan y llevan grabadas unas bre­ves inscripciones de difícil traducción. 1) Una hogaza cilindrica de las cocidas en moldes de ce­rámica, altura 24,7 cm; los jeroglíficos hacen referencia a setenta y cinco hogazas para un soldado. 2) Una hogaza redonda y aplanada, más alta en el centro, con un diámetro de 12,8 cm; los jeroglíficos hacen alusión a noventa hogazas obtenidas de 1 hekat de trigo. 3) Una hogaza ovalada y con la base plana, cuya longitud es de 12,7 cm; los jeroglíficos mencionan 60 2/3 de ho­gazas. Procedentes de la fortaleza de Uronarti en Nubia, dinastía XII. Tomado de D. Dunham, Uronarti Shalfak Mirgissa, Bostón, 1967, láminas XXVII y XXVIII, pp. 34-35.

das. Pudieron ser la base de una obligación exigida al escriba para que com­probase el valor pefsu de una hornada de hogazas mezcladas que se entrega­ban como raciones.

Nos es más difícil comprobar la capacidad de una jarra de cerveza. Sabe­mos cuál era la forma más común en el Imperio Medio y, si bien la mayoría de las cerámicas de las excavaciones están demasiado fragmentadas para in­tentar calcular su capacidad, se han descubierto también algunas enteras. Sin embargo, al igual que sucede con los moldes de pan, parece que a nadie se le ha ocurrido calcular la capacidad real teniendo presente esta cuestión de la estandarización. De todos modos, por los dibujos actuales de unas vasijas de este tipo halladas en distintas tumbas pertenecientes a una misma necrópo-

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lis, parece como si reflejasen una diversidad de tamaños y a duras penas se­guían un estándar.

El hecho de que, según parece, la estandarización no era un objetivo cons­ciente, es típico de la falta de interés de los antiguos por la idea de eficien­cia. Los escribas y los alfareros (así como los panaderos) vivían en mundos aparte. La diferencia de posición social impedía al escriba salirse de los lími­tes de su propio oficio, los trámites y la contabilidad, y sus procedimientos nacían de la aceptación de que una parte crucial de la operación se hallaba virtualmente fuera de su control.

Las listas de racionamiento auténticas demuestran que el salario o la ra­ción habitual se calculaba en términos de las cantidades de hogazas de pan y jarras de cerveza, y a veces aparecían algunos extras como pasteles o vino.'" El salario base estándar consistía en diez hogazas y una medida de cerveza, que podía oscilar entre un tercio de una jarra a una e incluso dos jarras en­teras. Se creía que esta ración base era la adecuada para un trabajador co­rriente. Las listas de racionamiento muestran también que, a medida que se asciende en el escalafón del funcionariado, las distribuciones aumentaban multiplicando la ración base. A veces se expresaba contando a los que tenían una categoría superior como si fueran más de una persona: quizá cinco, diez o incluso veinte hombres. El papiro matemático Rhind ayudaba al escriba a enfrentarse con las consecuencias.

Método para distribuir 100 hogazas entre 10 hombres, si el patrón, el jefe de la tripulación y el portero [reciben] el doble. El procedimiento es: calculas las personas que reciben provisiones; de este modo, son 13.

2 1 9 Divides las 100 hogazas entre los 13. Ello hace 7 + y + 39- (esto es, 7 y? ) . Entonces dices: [esto] es lo que consume cada uno de los 7 hombres, [mien­tras que] el patrón, el jefe de la tripulación y el portero perciben el doble.2"

De esta manera, 10 hombres que tienen porciones diferentes se han conver­tido en 13 «receptores» ficticios con la misma ración. Cada una de las racio­nes de los 7 hombres que cuentan como «uno solo» es de 7 -¡y ; las porciones de los que cuentan como «dos», los tres oficiales, suman el doble de aquella cantidad, o sea, 15 -^ .

De todas maneras, el papiro matemático Rhind también proveía casos con un reparto más complicado, en donde la jerarquización entre los rangos no se expresaba con simples múltiplos de la misma ración base. «100 hogazas para 5 hombres. — parte de las raciones de los tres superiores va a los dos subordinados. ¿Qué diferencia hay entre las porciones?» Para responderlo (problema 40 del papiro Rhind), el autor facilitaba unas tablas aritméticas

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que ponen de manifiesto que lo que en verdad él quería saber era la progre­sión aritmética de las porciones para los 5 hombres, cada una — más pe­queña que la siguiente. Se ha hallado la respuesta correcta: 38 -3-, 29 -g-, 20, 10 — y 1 — .La diferencia entre cada una es de 9 -3- .

Los documentos acerca del reparto de las raciones plantean un problema que nos informa de que no sólo estamos tratando con una cuestión terrenal y pragmática de alimentar a las personas, sino con un sistema económico con unas miras más ambiciosas y que tenía un mayor contenido conceptual o abs­tracto de lo que a primera vista podría parecer.

Si la ración mínima diaria consistía en diez hogazas de pan, a un funcio­nario de categoría superior se le podrían haber abonado algo más de 500 en un solo día. Ni el apetito más colosal hubiese podido acabarlas. ¿Se trataba de una cantidad adicional para alimentar a las personas a su cargo? Algunos textos mencionan aparte los pagos al personal, así es que podemos descar­tarlo. En cualquier caso, algunas de las listas sobre el reparto de raciones ata­ñen a las expediciones enviadas a las minas y las canteras en parajes desérti­cos e inhóspitos, como el Sinaí o el Wadi Hammamat. No eran los lugares apropiados para llevarse consigo a la familia o los parientes, ni para darse la gran vida. Y luego hemos de tener presente las fracciones. El papiro mate­mático Rhind no es el único que toma en consideración las difíciles fraccio­nes de las hogazas y las jarras de cerveza. Lo mismo ocurre en las listas rea­les, e igual de impresionante es el sistema de contabilidad de un templo de provincias del Imperio Medio, el consagrado al dios Upuaut en Asiut.21 A una parte del personal se le pagaba según el número de «días del templo» que les habían sido asignados. Un texto nos lo explica:

En cuanto a un día del templo, corresponde a L̂ parte del año. Ahora bien, dividirás todo lo que entre en el templo —pan, cerveza y carne—, a modo de proporción diaria. Es decir, va a ser -L parte del pan, de la cerveza y de todo lo que entre en este templo para [cualquiera de] estos días que te he asignado.

Cada miembro del personal tenía derecho a dos días del templo, excepto el sumo sacerdote al que le correspondían cuatro. Por tanto, tenían derecho a percibir la ^ parte (o la ^ en el caso del sumo sacerdote) de cada hogaza y jarra de cerveza que el templo recibía en concepto de ingresos. Una parte de éstos eran en carne. El archivo de otro templo (en Kahun) trata con frac­ciones ¡de reses!22

El sentido común nos dice que no estamos ante un sistema en el que se distribuyesen migajas de pan y trocitos de carne en porciones pesadas con precisión, ni que acumulase pilas de víveres imposibles de acabar en torno a los altos funcionarios. El sistema debía combinar el reparto de raciones rea­les e imaginarias; en realidad, las segundas servían de crédito y la acumula-

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ción sobre el papel de asignaciones de raciones no distribuidas se podría can­jear por otra cosa. Las hogazas y las jarras eran medidas de valor, o unidades de cuenta, a la par que víveres que se entregaban en mano, a la espera de lle­várselos y consumirlos. El sistema pefsu permitía calcular el valor de cambio del pan y la cerveza, así como guardar un registro de cuánto trigo o cebada suponían. Sin embargo, ello implica que habría sido necesario tener una es­cala extensa de valores de intercambio en donde, por ejemplo, se expresara a cuánto grano y pan equivalían unas ropas de lino. Pero es aquí donde nos quedamos sin documentación. Ni el papiro matemático Rhind ni los docu­mentos administrativos abordan este vasto campo de los valores de inter­cambio. Disponemos de bastantes archivos del Imperio Nuevo con las tran­sacciones por trueque en las aldeas, en los que se presenta una amplia escala de valores de los productos expresados en hekat de grano o según las pesas de metal (mayoritariamente, de cobre) de las balanzas. A partir de este ma­terial, parece que la apreciación de los valores relativos formaba parte del bagaje mental básico para vivir que los egipcios poseyeron ya desde los primeros tiempos. Pero a nivel oficial, subsiste el vacío en los textos. O hemos perdido un elemento clave del sistema, o el «canjeo» de las raciones acumuladas se hacía bajo mano, mediante el trueque, y fuera del ámbito ha­bitual de los archivos.

La ausencia de unos valores estándar para el pan y la cerveza nos falla en otro aspecto. No podemos acceder inmediatamente a las cantidades reales de una asignación media de trigo y cebada que había detrás de una ración base y, de este modo, responder una cuestión fundamentalísima: ¿cuánto cereal consumían habitualmente los egipcios? ¿Era nutritiva la dieta de los que arrastraban piedras desde la cantera hasta las pirámides? Por razones prácti­cas, las raciones normalmente se expresaban de forma numérica ordinaria y, ante cualquier duda o reclamación, se podía recurrir al sistema pefsu o a las tarjas de madera. A pesar de todo, debió existir una cantidad media que po­demos intentar establecer, o tal vez, de una manera más realista, cuyas cotas máximas y mínimas podemos fijar.

Un investigador norteamericano ha utilizado para ello las breves inscrip­ciones grabadas sobre las tarjas de Uronarti.23 Lamentablemente, son ins­cripciones enigmáticas y, por consiguiente, los resultados son un tanto provi­sionales. Le llevaron a la cifra de dos tercios de un hekat de cebada y un hekat de trigo por soldado en una ración para diez días. ¿Es esto en verdad factible?

Las estimaciones actuales sobre el tamaño del hekat egipcio varían lige­ramente. Una cifra bastante fiable es 4,78 litros. Por tanto, un hekat de trigo serían 0,00478 metros cúbicos. Se sabe que un metro cúbico de trigo pesa 785 kg, así es que un hekat de trigo pesaría unos 3,75 kg. Se calcula que el peso de la misma cantidad de cebada sería algo menor: 705 kg por metro cúbico. Por tanto, dos tercios de un hekat de cebada serían cerca de 2,25 kg. Cuando

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los sumamos, nos da 6 kg de grano para un período de diez días o, lo que es lo mismo, de 0,6 kg diarios.

Según los estándares que se han calculado para el mundo romano, parece una ración bastante exigua. En opinión de otro investigador, las cantidades que proporciona el autor griego Polibio, que escribió alrededor del 140 a.C, implican que un soldado de infantería, fuera legionario o de las tropas auxi­liares, recibía 0,94 kg de cereal diarios, aunque la interpretación que se pue­de hacer de los archivos romanos procedentes de Pselchis (la actual Dakka, en Nubía), daría la cifra algo menor de 0,8 kg. Hay otro factor que descono­cemos tanto de la sociedad egipcia como de la romana: la cantidad y la va­riedad de los suplementos alimentarios a la ración de cereal. En el caso de Egipto, probablemente era muy baja. La impresión que se recoge en bastan­tes fuentes es que el pan y la cerveza de trigo y la cebada constituían la die­ta básica.

Podemos hacer avanzar un paso más la discusión si estimamos los valores calóricos.24 Un hekat de trigo supone unas 8.100 calorías y el de cebada unas 9.720. Por tanto, un hekat de trigo y dos tercios de un hekat de cebada pro­porcionarán 14.580 calorías para un período de diez días, o 1.458 calorías dia­rias. ¿Hasta qué punto esta cifra es realista? Las comparaciones sugieren que también es baja. Por ejemplo, un informe sobre las dietas en las cárceles de Egipto, publicado en 1917, daba los siguientes valores energéticos requeridos en las dietas diarias: 1.800 calorías para subsistir, 2.200 para los que no tra­bajaban, 2.800 para quienes hacían trabajos leves y 3.200 para los que reali­zaban tareas pesadas.25 Estas cantidades provienen del régimen establecido para los prisioneros del ejército egipcio. Podemos aceptar entonces, con cier­ta confianza, las cifras extraídas de las tarjas de Uronarti como representati­vas del mínimo y fijar el máximo en la cantidad de 1 kg de cereal al día. De hecho, si las tarjas de Uronarti sólo servían para las hogazas de pan, enten­demos mejor lo que parece ser una ración exigua: hemos de sumarle el con­tenido de grano del reparto de cerveza, que se hacía aparte. Es más proba­ble que entonces el máximo se aproxime a la realidad. Aun así, hemos de admitir que las pirámides fueron construidas con una discreta dieta alimen­taria.

Aparte del interés general por la alimentación en la antigüedad, esta dis­cusión también resulta útil en una investigación arqueológica más concreta, la que concierne a la capacidad de los graneros antiguos y el total de perso­nas que dependían de ellos, la cual asomará en el próximo capítulo.

Los cereales no estaban destinados únicamente al consumo humano. El servicial papiro matemático Rhind incluye el siguiente enunciado (problema 82b):

Cantidad de lo que come un ganso cebado: diez gansos, 1 -r- hekat (de harina convertida en pan)

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LA MENTALIDAD BUROCRÁTICA 163

en diez días, 12 -4-y en 40 días. 50 hekat, lo que traducido a hekat dobles de grano es: 23 -=- + -j- + -g- hekat,

y 4 x + "6" ro 0 ro = m hekat)-

La esencia de este problema, escrito de manera enigmática, es calcular la di­ferencia de volumen entre el grano y la harina. Por esta causa, se resta un dé­cimo de dos tercios —probablemente, una regla empírica—, y el resultado es partido por la mitad para expresarlo en hekat dobles. La respuesta no es del todo correcta, aunque el escriba ha intentado ser más preciso usando las frac­ciones de hekat.

LA DIRECCIÓN DE LA MANO DE OBRA

Los proyectos de construcción, otro de los grandes objetivos de la admi­nistración, eran sometidos igualmente a un escrutinio minucioso. Todos los implicados, bien los funcionarios y los arquitectos responsables, o el ejército de trabajadores y artesanos, eran empleados de manera directa y se calcula­ba y seguía atentamente su trabajo y su remuneración. Una tarea habitual era la de contar la cantidad exacta de materiales que había que transportar y usar, fueran bloques tallados de piedra, ladrillos de adobe secados al sol, paja y tierra para fabricar ladrillos, cascotes o arena. Un escriba concienzudo to­maría las medidas (o escribiría mientras otro se las iba diciendo de viva voz), con el sistema de anotación totalmente estandarizado de las medidas de lon­gitud egipcias: codos (523 mm), palmos, dedos y las fracciones, así como las mitades, tercios y cuartos de un codo. Luego, calcularía el volumen del ma­terial. La multiplicación de las fracciones y las subdivisiones de un codo en­trañaba unas considerables dotes aritméticas y el escriba podía acudir a ta­blas ya preparadas. A partir del volumen, podía calcular el número de unidades de trabajadores que haría falta, usando proporciones estándar. En un ejemplo, la pauta laboral diaria de un hombre era transportar 10 codos cúbicos.26 A partir de estos cálculos, el escriba podía estimar las raciones que se necesitarían y obtener cifras de producción que, más tarde, compararía con el trabajo real hecho.

De esta manera, se podía controlar constantemente el suministro de los tres elementos esenciales en los grandes proyectos de construcción: los ma­teriales, la mano de obra y las raciones. La construcción de las pirámides fue posible tanto gracias a la pluma del escriba como al látigo del capataz o la ha­bilidad del arquitecto.

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164 EL ANTIGUO EGIPTO

Por medio del reclutamiento forzoso, el Estado tendía temporalmente sus redes sobre una fuerza de trabajo más numerosa de la que ya disponía de forma regular a través de la reserva de aquellos a quienes tenía emplea­dos con dedicación parcial o exclusiva. Por su parte, el Estado pagaba las ra­ciones, por lo que a los afectados no se les robaba el trabajo a cambio de nada. Pero los cometidos eran característicamente arduos: un ejército oca­sional para servir en el extranjero u oleadas de actividad en las canteras o la construcción. Había quien intentaba escaparse y, entonces, el Estado mostraba su vertiente punitiva. Un documento clave de finales del Imperio Medio, un registro de la cárcel, nos permite vislumbrar fugazmente la suer­te que corrían aquellos que decidían no cooperar.27 Una anotación típica dice:

Teti, la hija de Sa-anhur, de la jurisdicción del Escriba de los Campos de la Ciudad de Tinis: una mujer. En el día 9, tercer mes de verano del año 31, lle­gó la orden a la Gran Prisión de liberar a su familia de los juzgados y, al mis­mo tiempo, de aplicar en contra suya la ley pertinente al que escapa sin cum­plir con su servicio. Presente [señal de comprobación]. Declaración de Deduamón, Escriba del Visir: «Cumplido y caso cerrado».

Suena muchísimo a como si la familia de la víctima hubiese estado retenida hasta su arresto.

La movilización de recursos humanos por la burocracia cuando se dedica­ba a un proyecto de envergadura era impresionante. Es una lástima que no tengamos algún fragmento de la documentación original de las principales obras de construcción que han sobrevivido, como las pirámides de Gizeh. Pero los testimonios que quedaron grabados en la piedra de las antiguas mi­nas y canteras avivan rápidamente nuestra imaginación. Para obtener una vi­sión más completa, podemos remitirnos a aquellos mismos registros de las minas y las canteras que nos han proporcionado con todo detalle el sistema de pagos. En el 38.° año de reinado del faraón Sesostris I (1933 a.C), una ex­pedición marchó a las canteras del Wadi Hammamat. La dirigía un «heraldo» llamado Ameni.28 Tenía a su cargo 80 funcionarios, aproximadamente 18.660 trabajadores especializados y no especializados (entre los que se incluían 30 cazadores y un contingente de soldados), más un séquito de molineros, cer­veceros y panaderos. Entre los funcionarios se encontraban 20 «alcaldes» de ciudades, que probablemente tenían la responsabilidad de proporcionar la mayor parte de la mano de obra alistada o reclutada. Resulta muy intere­sante que toda la operación sólo fuera supervisada por 8 escribas.

En cuanto a la intensidad del control y el escrutinio observados durante el Imperio Medio, lo mejor que podemos hacer es remitirnos a un grupo de pa­piros que detallan las diversas actividades realizadas en una región de Egip­to, en las proximidades de la ciudad de Tinis, cerca de Abydos.2,) No había de

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por medio la construcción de ninguna pirámide ni expedición alguna de di­mensiones épicas a las canteras. Una parte de los archivos hace referencia a una carpintería vinculada a un astillero real, en la que se apuntaba hasta el más mínimo movimiento de los tablones y los pellejos de cabra y que recibía órdenes por escrito, tanto sobre asuntos importantes como secundarios, di­rectamente del visir, quien residía en las cercanías de Menfis. Otra parte tra­ta de la construcción de un templo de provincias, por lo visto un ejemplo de aquellos que exhuman las excavaciones, en los que el material de construc­ción más habitual eran los ladrillos de adobe en vez de la piedra. Este es el texto que proporciona las pruebas más notables de la medición pormenori­zada de los volúmenes de los materiales transportados, así como de su con­versión a cantidades de trabajo, que mencionábamos antes. No hay nada que nos haga creer que una supervisión tan minuciosa fuese algo fuera de lo co­rriente en este enclave de provincias; más bien da a entender que aquel fue el nivel característico durante el Imperio Medio.

Una autoridad podrá ordenar a las personas que tiene a su cargo que cum­plan tal o cual cometido y dejarles que lo hagan a su aire lo mejor que pue­dan. Pero una vez decides llevar el control de cada detalle de la operación, la carga de la administración se acrecienta y, en el mundo actual, se escapa fá­cilmente de las manos. Los egipcios, que tenían unos objetivos claros (si no es que ambiciosos) y ninguna filosofía en contra que desviase sus energías, consiguieron hacerlo.

La burocracia es una disposición de ánimo, una inclinación, que encon­tramos con mayor inmediatez en los documentos originales. Es muy fácil que parezca un mundo ordenado, acogedor e independiente, sobre todo cuando quienes estudian los diferentes documentos son expertos en lenguas antiguas que trabajan en estudios o bibliotecas silenciosos, provistos de diccionarios y manuales de gramática. Sin embargo, para el escriba de la antigüedad el or­den formaba parte de su mundo mental interior. Cuando dejaba reposar la pluma y alzaba la mirada de su hoja de papiro, las escenas que seguramente contemplaba eran mucho menos ordenadas. La esencia del acto de escribir (y de dibujar) es reducir una realidad compleja y con frecuencia caótica a un orden comprensible.

Los antiguos documentos se hallan a mitad de camino de la realidad: sólo nos es posible llegar hasta el final mediante la arqueología. Esta ya se ha in­miscuido cuando describíamos la elaboración del pan y la cerveza. Estos pro­cesos, desaseados y en una atmósfera cargada de humo, eran la realidad que se ocultaba tras la precisión del papiro matemático Rhind. No obstante, tan sólo son una parte de la tosquedad y la complejidad de la existencia que la burocracia intentaba domeñar.

Aunque no tengamos la documentación escrita original de la construcción de las pirámides de Gizeh, a través de la puerta que nos entreabre la arqueo-

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logia podemos hacernos alguna idea de las dificultades físicas de la opera­ción, que la burocracia tuvo que controlar de alguna manera. Para ello he­mos de dar un paso atrás, por así decirlo, y no sentirnos intimidados ante la imponedora presencia de las pirámides (figura 45). Hemos de procurar vi­sualizarlas dentro de su contexto natural, toda la meseta de Gizeh, y como el resultado de una colosal operación de dirección, en la que se seguían simul­táneamente varias líneas de administración entrelazadas, con el peligro de que un error cometido en una pudiese desbaratar las demás y retrasar todo el gigantesco proyecto. Para que éste fuera un éxito, era necesario tener una visión directiva de conjunto, cuyo alcance podemos reconstruir si utilizamos una serie de observaciones arqueológicas tomadas del lugar en cuestión.3"

La meseta de Gizeh no era una hoja en blanco donde los arquitectos te­nían carta blanca para proyectar y hacer el trazado de las obras de su elec­ción. La geología del lugar se lo impedía. La mayor parte del suelo de la me­seta corresponde a la superficie de un lecho de piedra caliza (la formación de Mokkatam), que desciende hacia el sureste. Al parecer, el deseo de los cons­tructores era conservar más o menos el mismo nivel en cada una de las tres grandes pirámides (las de los faraones Keops, Kefrén y Micerino), y ello sólo lo podían lograr si las colocaban siguiendo una línea que fuera perpendicular a la dirección de la pendiente. Además, la caliza de la formación de Mokka­tam servía para suministrar la mayor parte de la piedra destinada a la es­tructura básica de las pirámides, si bien no tenía la calidad suficiente para el revestimiento exterior. Para cada pirámide se abrió una cantera ubicada en un lugar accesible.

La cuestión de la accesibilidad había de tener presente otro criterio im­portante. A medida que la pirámide iba creciendo, se tenía que transportar las piedras cada vez más alto. Aunque los expertos difieren en cuanto a los detalles, existe el acuerdo general de que gran parte de los bloques se su­bían arrastrándolos por unas rampas enormes que se levantaban a la par que la construcción. Conservar una inclinación mínima así como reducir la dis­tancia que las separaba de la cantera era otro factor de suma importancia. Además, los trabajos de sus predecesores rebajaron el potencial de manio­bra de los constructores de la segunda y la tercera pirámides. Keops había escogido una zona al extremo noreste de la formación de Mokkatam, justo encima de una alta escarpa, y la piedra se extrajo de las canteras ubicadas en el lado sur, mientras que el terreno que quedaba al este y al oeste se lle­nó con las tumbas de los cortesanos. Sus sucesores se vieron obligados a trasladarse más al suroeste, por lo que ninguno de ellos pudo aprovechar la ventaja del declive natural para construir las rampas siguiendo su inclina­ción. Hasta cierto punto, todas las rampas seguían la pendiente del terreno, pero debió de haber una buena razón para que se decidiera construirlas. No toda la piedra utilizada procedía de las canteras locales. Originariamente, las pirámides estaban revestidas con una capa de caliza de gran calidad, prove-

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CLAVES

limites de la cantera

GIZEH

límites hipotéticos de !a cantera

vertedero de la graviila procedente de las rampas de construcción

vertedero de los restos culturales procedentes de los campamentos de los obreros

muros de delimitación

metros

A- tumba de la reina Khentkaus B- templo del valle de Micerino C- muro limítrofe de piedra

FIGURA 45. La arqueología de las obras públicas a gran escala; la meseta de las pirámides de Gizeh, en donde están señaladas las canteras y los restos de la construcción, así como el contor­no hipotético de las rampas de construcción, parcialmente en «espiral», de la primera y la se­gunda pirámide, según M. Lehner, «A contextual approach to the Giza pyramids», Archiv fiir Orientforschung, 32 (1985), pp. 136-158. Con respecto a los talleres de Kefrén, véase la figura 46, p. 171; en cuanto al templo del valle de Micerino, véase la figura 51, p. 186; y para la ciudad de Khentkaus, véase la figura 50, p. 184.

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niente de las canteras de Turah, al otro lado del río, y complementado en el caso de las pirámides de Kefrén y Micerino con granito de Asuán. Los tem­plos que acompañaban las pirámides también requerían piedra traída de fuera e, igualmente, debió haber una considerable demanda de madera que, entre otros usos, era colocada sobre las rampas para proporcionar una su­perficie deslizante a los trineos. El transporte de los materiales pesados has­ta el sitio debió hacerse por barco, a través de uno o más canales, por lo cual hacía falta una zona de descarga. El emplazamiento natural para ello se encuentra al sur, donde la inclinación de la meseta forma una depresión. Si aquí se encontraba la zona para recibir las partidas de material de construc­ción, y desde donde se llevaba a los lugares correspondientes, también se tendría que haber tomado en consideración cuando se realizó el tendido de las rampas de construcción. La dirección de las obras, a base de dotes de coordinación y anticipación, era el punto culminante en la organización de la construcción de la pirámide, y no nos sorprende saber que la labor era en­comendada a los funcionarios de mayor categoría del país, los más allegados al faraón, hasta tal punto que, en la dinastía IV, solía tratarse del hijo del monarca."

Esta imagen de las posibilidades y las limitaciones en las tareas de direc­ción tiene dos orígenes. Uno es la observación directa. Gracias a las excava­ciones actuales se conoce la ubicación de varias de las canteras y algunos in­dicios apuntan a la existencia de una antigua depresión en el extremo sur del yacimiento. El otro es resultado de ponerse en el lugar de los constructores y buscar una solución rentable dentro del contexto que nos facilita la arqueo­logía. Tan sólo de esta manera podemos deducir cómo estuvieron colocadas las rampas, construcciones monumentales por derecho propio, pues se reti­raban tan pronto concluía la edificación de la pirámide y no ha quedado el menor rastro de ellas. La necesidad de actuar previsoramente y acotar zonas de actividad para impedir que se extendieran demasiado lejos pueden ser al­gunos de los motivos de la presencia de una alineación de toscas murallas de piedras, junto a las pirámides de Kefrén y Micerino, que delimitan grandes áreas dentro de la meseta de Gizeh. Dichas estructuras fueron conservadas y, con algunos añadidos, habrían continuado delimitando el terreno que pro­piamente pertenecía a cada pirámide.

Como ya hemos dicho, las rampas de construcción eran de por sí proyec­tos de gran magnitud. Cada una podría haber equivalido a dos tercios del vo­lumen de la pirámide correspondiente. Al acabar la jornada, las retiraban. ¿De qué estaban hechas? Algunas fuentes tardías muestran que las rampas podían estar construidas con compartimientos de ladrillos de adobe rellenos de arena. Pero en Gizeh no hay restos de pilas inmensas de ladrillos de ado­be. En cambio, algunas partes de la meseta, en especial las canteras y el área baja hacia el sur, quedaron sepultadas bajo cantidades ingentes de rocalla y polvo, las suficientes para dar razón de las rampas. Ello pone de manifiesto

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otra de las responsabilidades directivas: la conducción de la extracción de piedra de las canteras así como de la mano de obra suplementaria, necesaria para colocar la rocalla y los materiales sueltos del desierto en la posición co­rrecta y levantar una rampa, con la pendiente adecuada, hasta el punto a donde había llegado la construcción de la pirámide. La rampa sería un largo terraplén de base ancha hecho de materiales sueltos.

Nadie sabe cuánta gente estuvo empleada en la construcción de la Gran Pirámide. A Herodoto le dijeron que 100.000 personas, pero debió ser una conjetura de su guía.13 Sin duda fue un número mayor y ello introduce otra cuestión que ha de resolver el arqueólogo: ¿dónde se les albergaba? Es po­sible, naturalmente, que la respuesta fuese: en la llanura, a un nivel tan pro­fundamente enterrado ahora que es inaccesible a los arqueólogos. Pero tam­bién es posible que los campamentos o aldeas obreros estuviesen en la misma meseta. Los arqueólogos han de tenerlo presente e intentar averi­guarlo.

En esta búsqueda de los restos de los campamentos de los obreros, a fi­nales del siglo pasado se propuso un emplazamiento. Está situado al oeste de la pirámide de Kefrén y, en realidad, forma parte del trazado de muros y alineaciones de escombros que hay en la meseta de Gizeh: un anexo, alar­gado y estrecho, adosado a la pared oeste de la muralla que rodeaba la pirámide. Todavía son visibles los contornos de la muralla, pero para reali­zar un estudio científico de este yacimiento nos vemos restringidos al relato que nos ofrece Petrie en la memoria de las excavaciones que, durante la dé­cada de los ochenta del pasado siglo, realizó en las pirámides. Petrie es­cribió:

Más allá del muro oeste del períbolo se encontraban los grandes barraco­nes de los trabajadores. Hasta la fecha, se pensaba que eran simplemente hile­ras de cascotes de piedra o los escombros apilados por los trabajadores de la cantera y, aunque Vyse se abrió camino a través de una parte, él sencillamen­te dice que «se observó que los montículos estaban hechos de piedra y arena, y se desconoce su origen». ... Pero al examinarlos más detenidamente, pude re­conocer los bordes recortados de unos muros y, tan pronto empezamos a Jim-piarlos, se vieron los restos de la parte superior de los mismos, con las juntas tapadas por la arena del desierto.

Estas galerías están construidas con bloques irregulares de caliza (pareci­dos a los del muro oeste del períbolo), fijados con barro y revocados con barro apelmazado o una mezcla de barro y limo [Petrie debe querer decir yeso]; el suelo de las galerías también es de barro apelmazado. La longitud variaba ge­neralmente en torno a los 44 m; su anchura era de unos 3 m y las entradas te­nían unos 2 m. En total hay 91 galerías; ello supone un complejo de casi 3 km de longitud, de 4,5 m de ancho y de casi 3,5 m de altura. Tal cantidad de de­pendencias sólo parecen imputables a los barracones de los obreros."

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Petrie incluso calculó que debían albergar a cerca de unos 4.000 hombres. En aquella época, trabajaba a una escala muy reducida y es muy poco

probable que sus excavaciones incluyesen algo más de una o dos catas de prueba. Sin embargo, desde entonces todo el mundo ha aceptado esta inter­pretación, aunque no explique la ausencia de una acumulación de desechos de carácter doméstico que una ocupación tan densa habría dejado. Además, la planta general recuerda los bloques de almacenes que los egipcios edifica­ban en lugares religiosos y que, en consecuencia, sería una hipótesis alterna­tiva. Sin nuevas excavaciones, no estamos en situación de hacer valoraciones sobre este edificio.

No se debía alojar a toda la mano de obra en barracones independien­tes y construidos especialmente para la ocasión. Puede que algunas cuadri­llas simplemente acamparan o vivieran en el lugar de construcción. En los años 1971 y 1972, se excavó una parte de dicha área al sureste de la pirá­mide de Micerino (figura 46).14 Consiste en un conjunto de estructuras edi­ficadas a ambos lados de un muro de cascajo que presenta unos cambios bruscos de dirección. Se desconoce la extensión total del yacimiento porque debajo del desierto, tanto al este como al oeste, no se ha excavado. Al igual que la muralla de circunvalación, todos los edificios estaban construidos con piedra sin labrar y argamasa. Al norte, hay un grupo integrado por tres de ellos. El edificio central (H13) tenía un vestíbulo de 15 por 5,5 metros, con soportes cuadrados que podrían haber sido las bases de las columnas. En el suelo de la habitación de al lado y de los otros dos edificios del sector nor­te, H12 y H14, había numerosos hoyos circulares. Junto a la pared este del muro principal hay tres unidades, H5, H6 y H7, a las que por falta de un tér­mino mejor se las ha llamado «casas», aunque no se sabe a ciencia cierta el abanico real de actividades desplegadas dentro y alrededor de ellas. De todas maneras, hemos de señalar que, en el edificio H5, la habitación cen­tral ubicada al norte contenía una tarima baja, del tipo que generalmente in­dica la presencia de un dormitorio. Pero, a diferencia de ejemplos más tar­díos, esta tarima caía hacia un extremo, pasando de medir 20 cm en una banda a tener 5 cm en la otra. Ocurre lo mismo en otras del yacimiento. En el sector oeste, en el extremo sur de la excavación, se abrió una gran área que sacó a la luz varias construcciones diferentes. Junto al flanco oeste del muro principal, se apiñaban una hilera de casas muy pequeñas. El edificio Hl tenía una tarima en un hueco de la cámara central, situada al sur. Los edificios H2 y H3 contenían hornos, uno de ellos probablemente para cocer cerámica. En el lado norte del área abierta, había un tramo de un muro que parapetaba una hilera de otros doce hornos de cerámica. Su presencia indi­ca el aprovisionamiento local de al menos una parte de la fuerte demanda de vasijas de cerámica, por las que las sociedades antiguas siempre mostra­ron gran inclinación. En el sur, aparece un edificio aislado, H8, probable­mente una vivienda o un local administrativo. Dos de las habitaciones si-

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LA MENTALIDAD BUROCRÁTICA 271

GIZEH iQ 0

fvtrtrtAr

U, parte central destruida por la cantera de Micerino

campamento de trabajo

templo funerario

pirámide de Micerino

FIGURA 46. Parte del campamento de trabajo ubicado cerca de la pirámide de Micerino en Gi-zeh, si bien probablemente fue destinado a la construcción de la pirámide de Kefrén, véase la fi­gura 45, p. 167. Tomado de Abdel-Aziz Saleh, «Excavations around Mycerinus pyramid cora-plex», Mitteihmgen des Deutschen Archaologischen Instituís, Abteilung Kairo, 30 (1974), p. 132. fig. 1, y p. 142, fig. 2.

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tuadas al norte poseen huecos, cada uno con una tarima. A poca distancia, hay dos edificios más pequeños, H9 y H10. El primero tenía dos hornos. So­bre esta superficie abierta aparecieron desparramados un gran número de bloques toscos de alabastro junto con la base inacabada de una columna, asimismo de alabastro. Ello sirve para identificar el yacimiento como cam­pamento de los obreros que trabajaban en la pirámide. El mismo espacio abierto tenía un grupo de estructuras que desafían toda explicación. Son cuatro trincheras, anchas y poco profundas, en cuyo interior había hileras de pedestales rectangulares colocados muy juntos y construidos de piedra y ar­gamasa. Los pedestales medían de 95 a 110 cm de largo por 57 a 65 cm de ancho y, en total, su número se eleva a setenta y dos. Fuera cual fuese su fi­nalidad, parece que tuvieron una duración breve, pues los edificios H9 y H10 se construyeron justo encima.

Esta excavación aporta otro dato a la imagen de Gizeh como un lugar de construcción gigantesco. La razón de que el campamento obrero se halle tan bien conservado se debe, sencillamente, a que quedó sepultado bajo un ver­tedero inmenso de la rocalla que se detecta en diferentes partes de la mese­ta de Gizeh. El hecho de que estos cascotes aparezcan en el campamento sólo después de su abandono es comprensible si los consideramos los restos de una rampa de la pirámide, retirada una vez concluida la obra y vertida en el lugar más cercano.

No todos los vertederos antiguos de Gizeh son acumulaciones de casco­tes de piedra caliza y, desde el punto de vista arqueológico, estériles. En el escarpe rocoso que hay al sur y al este del campamento obrero de Miceri-no, existe un gran entrante colmatado hasta arriba. Aunque a primera vista parece un depósito natural, los sondeos arqueológicos han sugerido otra cosa. Petrie fue el primero en advertir que no se trataba de una parte natu­ral del desierto: «Toda la superficie está cubierta, hasta varios pies de pro­fundidad, de cascotes de piedra de la cantera».35 Luego, entre 1971 y 1975, una expedición austríaca practicó sondeos en todo el borde oriental, donde se convierte en la ladera oeste del saliente promontorio rocoso que queda al sur del templo del valle de Micerino.* Se descubrió un importante depó­sito estratificado con restos de carácter doméstico del Imperio Antiguo, en­tre los que había cerámicas y otros artefactos, aunque ninguna estructura. Estos dos sondeos y el registro del campamento de trabajo de Micerino apuntan la posibilidad de que todo el límite sur de la meseta de Gizeh, que constituye su parte más baja, sea un gigantesco relleno de escombros, en parte formado por los desechos de las rampas y, en parte, por los restos apilonados de las edificaciones y los campamentos de trabajo. Ello supon­dría que la mayoría de los obreros acampaban en las proximidades y, por tanto, cerca de los finales de las rampas de construcción y el muelle de des­carga, donde, cabe esperar, se habría concentrado la mayor parte de los tra­bajos.

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Estas facetas tan encubiertas de la edificación de las pirámides, la creación y el mantenimiento de lugares de construcción y su posterior remoción, no son ninguna nimiedad. Desde un punto de vista administrativo, tanto daba si la operación entre manos exigía unas aptitudes escultóricas y de ingeniería o el transporte de montañas de escombros. El tamaño de las pirámides de Gi­zeh ha sido una maravilla desde los tiempos antiguos y todo el mundo ha es­peculado sobre el número de trabajadores que se necesitaron y las condicio­nes en que vivían. Pero, aunque sería una exageración decir que, en cuanto a organización, las pirámides son sólo la punta de un iceberg, de todos mo­dos tenemos que reconocer que, en lo referente a la administración, el apila-miento de piedras para que cobraran una forma piramidal sólo fue una de entre varias tareas importantes y apremiantes. Si tuviéramos algunos de los textos antiguos, nos informarían sobre los mecanismos por los cuales resol­vían las inmensas necesidades administrativas. Pero, incluso entonces, es im­probable que tuviésemos una imagen completa. Estudiar los aspectos menos espectaculares de la arqueología de Gizeh es básico para comprender todo el alcance de la administración que fue necesaria. El estudio de los textos anti­guos sólo nos descubre uno de los aspectos de la antigua administración, los recursos técnicos gracias a los cuales se lograba. La arqueología proporciona otra parte, igual de importante, de la imagen. En este caso concreto, nos plantea un problema interesante con los datos: la arqueología de lo que ya no existe.

En el mundo antiguo, la burocracia fue un instrumento de la prosperi­dad, y este hecho ha resurgido en los debates actuales de economía cen­trándose en torno a la cuestión: ¿tienen sentido las obras públicas del Es­tado que obligan a emplear a un gran número de personas? Los debates modernos mezclan inextricablemente economía e ideología, y entrañan un grado de conocimientos abstractos y una capacidad de manipular la econo­mía que son propios de nuestra época. De todos modos, incluso si rechaza­mos la inversión pública como la moderna vía hacia la prosperidad, hemos de admitir que parte del telón de fondo de la historia lo constituye el he­cho de que, en la antigüedad, el gran motor de desarrollo, que dio origen a muchas de las civilizaciones mundiales, fue la gestión centralizada de los recursos con miras a emprender proyectos con una impresionante moviliza­ción de mano de obra. Por lo que se refiere a los egipcios, podemos re­construir el sistema de un modo bastante concreto. Observamos que una cantidad ingente de personas recibían una ración base, un salario mínimo, y un número nada despreciable de gente incluso más. La cifra de puestos de trabajo (con derecho a ración) era inflada artificialmente mediante una primera forma de repartimiento del trabajo: el sistema de las phylae, en el cual las personas desempeñaban sus cometidos tan sólo durante una bre­ve temporada al año. La presión de la demanda dictada desde arriba obli­gaba a que la tierra y los que la trabajaban produjeran lo suficiente. El

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Estado ya se había transformado en el gran proveedor y originó todo lo que queramos llamar civilización egipcia. El bienestar (aunque todavía inocente de ideología social) asomó temprano en la historia de la huma­nidad.