Barthes Masiello

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Revista de Cultura Viernes 19 de junio de 2015, 14:33hs. Significados en movimiento En los Estados Unidos la obra de Barthes está casi ausente en los claustros universitarios, aunque entre algunos académicos tiene un peso inextinguible. POR FRANCINE MASIELLO Leí las Mitologías de Barthes en mis primeros años de la universidad. Qué maravilla la de la lucha libre, la de la película sobre Julio César. Un acercamiento a la cultura de masas que me abría las ventanas al mundo. Pero también la mía fue una lectura que inspiraba el deseo de copiar a Barthes y armar por mi cuenta mi propio relato sobre el entorno cultural. Años más tarde, cuando estaba revisando mis lecturas más entrañables, descubrí que este primer encuentro con Barthes no fue el más duradero. Fue quizás a partir de S/Z cuando sentí una fuerza más notable; me refiero, por supuesto, al momento en que Barthes empieza a hablar del lector scriptible , de su capacidad de dar voz a la imaginación a base de su entrega al texto; Barthes nutría un arte de pensar, un modo de sentir el poder del texto literario a partir de su propia autonomía y sin las amarras habituales delimitadas por la razón. La imparable actividad crítica, entonces, abriéndose a un sinfín de interpretaciones, de significados en movimiento. No es el Barthes inclinado por los códigos, con el toque de cientificismo que dominaba en los años 60, sino más bien el Barthes apasionado, entregado a los afectos, el que nos sigue atrayendo. El gran Barthes, el Barthes del final, el Barthes que comparte su mirada sobre el amor y el duelo es el que más admiro; el Barthes epifánico que propone alternativas a la comunidad humana basada en los ritmos y las pulsaciones que nos unen; el que propone otro modo de estar en el mundo, rehusando las

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Roland Barthes

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Revista de Cultura Viernes 19 de junio de 2015, 14:33hs.

Significados en movimiento

En los Estados Unidos la obra de Barthes está casi ausente en los claustros universitarios, aunque entre algunos académicos tiene un peso inextinguible.

POR FRANCINE MASIELLO

Leí las Mitologías de Barthes en mis primeros años de la universidad. Qué maravilla la de la lucha libre, la de la película sobre Julio César. Un acercamiento a la cultura de masas que me abría las ventanas al mundo. Pero también la mía fue una lectura que inspiraba el deseo de copiar a Barthes y armar por mi cuenta mi propio relato sobre el entorno cultural. Años más tarde, cuando estaba revisando mis lecturas más entrañables, descubrí que este primer encuentro con Barthes no fue el más duradero. Fue quizás a partir de S/Z cuando sentí una fuerza más notable; me refiero, por supuesto, al momento en que Barthes empieza a hablar del lector scriptible , de su capacidad de dar voz a la imaginación a base de su entrega al texto; Barthes nutría un arte de pensar, un modo de sentir el poder del texto literario a partir de su propia autonomía y sin las amarras habituales delimitadas por la razón. La imparable actividad crítica, entonces, abriéndose a un sinfín de interpretaciones, de significados en movimiento. No es el Barthes inclinado por los códigos, con el toque de cientificismo que dominaba en los años 60, sino más bien el Barthes apasionado, entregado a los afectos, el que nos sigue atrayendo.

El gran Barthes, el Barthes del final, el Barthes que comparte su mirada sobre el amor y el duelo es el que más admiro; el Barthes epifánico que propone alternativas a la comunidad humana basada en los ritmos y las pulsaciones que nos unen; el que propone otro modo de estar en el mundo, rehusando las identidades fijas y el encuadre que nos limita. Este Barthes investiga al otro detrás de la máscara, descubre la afectividad de quien se entrega a la recuperación de la memoria, siente la vibración del mundo, los ritmos y sus formas. En el debate sobre la sensiblidad, el último Barthes continúa en su afán por le joussiance inspirado por el texto; expone un cuerpo seducido por las imágenes, por los sonidos, por la palpabilidad de la materia. Y a veces se abre a la comunidad, a un “nosotros” definido más como cuerpos en contacto que como cuerpos gobernados por la razón. En uno de los seminarios, titulado Cómo vivir juntos (1977), Barthes llama la atención a los ritmos que organizan nuestro estar en el mundo. Nos quedamos con las pulsaciones que vibran por la total comunidad humana, formando una base para reconocernos el uno al otro, de ponernos en contacto con el otro, de alcanzar la posibldad recíproca de superar la soledad. En Lo neutro , el segundo de sus tres seminarios, dictado en 1978, propone el ir y venir del deseo, una lectura fantasmática, enfocándose en una serie de figuras, arbitrarias, sin aparente orden. Allí descubre un tercer

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idioma, lo neutro como él lo define, que le otorga un permiso para ir más allá del significado. Y en este estado (lo que Barthes llama el “post del significado”) descubrimos otra manera de marcar el reloj, de dar sentido al paso del tiempo, otro modo de acercarnos al otro sin que las reglas habituales del día a día dominen el orden de nuestro contacto. De gran importe político, la estrategia que propone Barthes coincide con el auge de los movimientos sociales espontáneos, y más tarde, con las resistencias al neoliberalismo y a las trabas de la globalización.

Este año marca el centenario del nacimiento de Barthes, pero en los Estados Unidos no se observa gran actividad en torno a su obra. En el campo de los estudios culturales, muy pocos hoy en día reconocen la importancia de sus Mitologías ; y de hecho la figura de Barthes está casi ausente de la escena teórica actual. En el medio editorial estadounidense, la lenta publicación de los seminarios de Barthes también da señal de olvido. En 2013 se ofreció una evaluación de Barthes debido a la publicación en inglés de sus seminarios Lo neutro , en 2005, y Cómo vivir juntos , en 2012. Sin embargo, la publicación de estos textos es sorprendemente tardía. Más aún si consideramos que en la Argentina estos seminarios salieron traducidos en 2003. Otra ausencia: los grandes simposios. Sobre Barthes, las congresos que celebran el centenario de su nacimiento se dan en Gran Bretaña, específicamente en Cardiff y en Leeds. La revista French Studies , publicada en Irlanda, ofrece en la web un tributo extenso en honor al crítico francés con un état present de la cuestión que aparecerá en julio de este año. Entonces, ¿a qué se debe este olvido de Barthes en los Estados Unidos? Algunos han aventurado la hipótesis de que la híper especialización de la universidad no permite el tipo de lenguaje y reflexión cultivados por Barthes. La hibridez de su participación en el medio intelectual –a caballo entre el discurso universitario y la crítica periodística, entre los seminarios del College de France y las pequeñas edioriales de la post-Liberation– dista mucho de la producción especializada que propulsa la academia de los Estados Unidos en la que la profesionalización institucional es inhóspita con respecto a la escritura íntima que el crítico francés sostenía.

Esto no quiere decir que la pasión por Barthes se haya extinguido entre los estudiosos de artes y letras, sobre todo en una universidad como Berkeley donde la propuesta creativa entre la academia y las artes se sigue sosteniendo con imparable vitalidad. Asumiendo la pose de flaneur, busco respuestas en mis colegas de Humanidades.

D. A. Miller es autor de Bringing Out Roland Barthes , un clásico en el corpus crítico dedicado al autor francés. Este ensayista se enfoca en el queer Barthes. Será su resistencia al nombre y a la designación de la identidad lo que, según Miller, permite a Barthes una disposición hacia lo impreciso, una disposición de fuga; por lo tanto, la homosexualidad no nombrada, esa que rechaza la exigencia de un saber, se torna más atractiva. Es lo mismo que Barthes refuta en El neutro cuando rehúsa “una demanda de posición”. Miller elogia la negación de Barthes a responder a la pregunta directa; celebra su contrariedad frente a la exigencia de datos precisos y su negación a la trampa mimética. Miller, quien sigue ofreciendo seminarios sobre la obra de

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Roland Barthes, explica que es a partir de La chambre claire cuando mejor se oye la intimidad de Barthes, sus angustias y su pena. Estas convergencias son más evidentes en los seminarios del College de France, donde Barthes urgía a fantasear, a ampliar el registro de experiencias posibles, a sostener la fragmentaria incompletitud de un pensar. Pero el efecto Barthes es más fuerte aún en el lector. Aquí Miller observa, quizás lúdicamente y ciertamente con gran entusiasmo: “Barthes me inspira a escribir”. El profesor estadounidense ve en Barthes a un escritor súper moderno; Barthes le dio a la crítica cultural una formulación nueva con respecto a la escritura, explica. ¿Qué es lo que inspira la lectura de Barthes? Algo que ver con su manera de expresar el Yo, de decirlo, de insertar la primera persona en el discurso. De allí sale un espacio afectivo que es poco usual en la crítica. La pasión, por supuesto, puede ser fatal, nos dice, pero el espacio afectivo apunta a otra posibilidad con respecto a la experiencia de la lectura.

Anne Lise Francois, autora del premiado libro Open Secrets: The Literature of Uncounted Experience, y dedicado a los románticos ingleses, sostiene que el último Barthes ofrece otra manera de resistir la economía de mercado, de pensar la cuestión ecológica, de entender la escasez de recursos. Se siente atraída, en la obra de Barthes, por el movimiento lateral, por las miradas soslayas, por la casualidad de sus encuentros con los objetos de estudio, por la voz que renuncia a la autoridad magistral del gran profesor. Lo que más le atrae no será necesariamente la lucha por la autoafirmación, ni por el control gerencial de las materias del saber, sino la entrega a nuevos registros afectivos. Desmantelar la autoridad del crítico; profanar el canon para acercarse a otras lecturas; volver a un sentido común sin respetar las jerarquías del poder, sin subordinarse a los efectos represivos que significan la teoría dura. Formar entonces una línea de pensamiento que no sería estructurada por cuestiones de poder o prohibición.

Barthes, el autor de las indirectas, también atrae a los lectores de la alta vanguardia que ven en el crítico francés la apertura de un nuevo pensar sobre la litertura de los años 1920. Elizabeth Abel, profesora de literatura inglesa y especialista en Virginia Woolf (su nuevo libro se titula Woolf Tracks: Remapping Modernist Genealogies ), descubre en Barthes una manera de leerla mejor. Para Abel, el primer Barthes carece de relevancia hoy; más bien busca al Barthes que explora las delicadas entradas en el tejido literario, el Barthes de inmensa sutileza, el Barthes escritor. En este sentido, dice Abel, y haciendo eco a sus colegas, La chambre claire es el texto clave y aquí, Abel ve la afinidad entre Barthes y Woolf. Será aquel vínculo tenue entre la Al faro y de La chambre claire que delata un diálogo entre ambos: la luz como medio materno que se contrasta con la oscuridad y a partir de este chiaroscuro, una invitación al duelo.

Suzanne Guerlac también vuelve a La chambre claire pero ahora para repensar la relación entre Proust y la fotografía. Su intención es desvincular aquel binarismo sostenido por muchos lectores estadounidenses quienes leen a Barthes y ven en la fotografía una manera de pensar

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la muerte o, más bien, la muerte como esencia de la fotografía. La crítica de literatura francesa se interesa más por las propuestas de Barthes en sus seminarios, donde él se movía lentamente hacia el centro de la obra de Proust, es decir, buscando “la interacción química entre lo real y la práctica de la escritura. “Es la vida que cuenta aquí –sus pulsaciones, su fuerza, sus penas– y no la realidad fija que se convertirá en obra de arte”. En esto, agrega Guerlac, importa el toque improvisatorio que tanto contaba en la obra de Proust y que obviamente fascinaba a Barthes. No hay que ir en busca del orden sino del sujeto fragmentado. Nos quedamos, entonces, con un sujeto desordenado cuya identidad se reformula en el proceso de la escritura o, como dice el mismo Barthes, un sujeto definido por un aprendizaje incesante.

Autora de Thinking in Time: On Bergson, Guerlac celebra la promesa que ofrecía Barthes a su público. Si bien ahora es un objeto de mercancía para el mundo editorial francés (y Francia, nos recuerda Guerlac, vive de los festivales centenarios para avanzar las novedades del mercado), Barthes nos hizo ver que la obra literaria de un momento determinado en el pasado sigue vigente en el presente. No se trata de dar una lectura correcta sino de sostener la vivencia de la obra y multiplicar las lecturas posibles. Exponer, entonces, la relacion energética de la obra literaria en el mundo contemporáneo. Quizás, afirma Guerlac, pensar en esta obra viva, intensísima y apasionada, nos permite entender la disposición volátil con la cual Barthes pasaba entre distintos temas (de la semiótica al estructuralismo, de la moda a la fotografía). Pero dentro de todo, hay que señalar que la literatura para Barthes ocupaba un papel central.

¿Cómo son los intelectuales?, pregunta Guerlac al final de nuestro intercambio. Entre varios modelos está el que se dedica con todo rigor a su tema, siempre excavando el mismo terreno; o el que insiste en cuestionarlo todo, pidiendo a los alumnos que también lo acompañen en este proceso. Y luego está la figura de Barthes, en cuya obra el crítico duro retrocede y deja resaltar, en su lugar, la imagen llana, sin reclamos a la autoridad, la imagen del escritor. Es Roland Barthes entre la posibilidad de lo imposible; la vida como presencia; a caballo entre dos mundos. Como Benjamin, como Arendt, Roland Barthes es a la vez el teórico y el escritor, el que se mueve entre géneros y discursos, entre el placer de la escritura y la epifanía del descubrimiento. Todo tenue y delicado, ocupando siempre un lugar entre la sombra y la luz.

Francine Masiello es profesora de Humanidades y Literatura comparada en la Universidad de California, Berkeley.