Bartimeo 15octubre

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Bartimeo Personaje curioso, especial, segundón o tercerón en las páginas de los evangelios de Jesús de Nazaret, pero de un perfil vivo, fresco y arrollador; grita tan fuerte que nadie se atreve a llamarse como él: BAR-TI-ME-O Ciertamente, algo extraño resulta ese nombre, sin embargo, encierra una figura llena de rasgos dignos de un relato a su medida. Estas líneas de reflexión dominical no se resignan a la fugaz relectura en quince o veinte líneas sobre la sanación de un ciego en el Evangelio de San Marcos. Piden algo más: La historia de Bartimeo. El minúsculo relato neo testamentario nos presenta a este personaje cerca de la milenaria ciudad de Jericó; tal vez, al exterior de sus famosas murallas, sentado junto al camino para pedir limosna. Una mañana cualquiera, acompañado de sus apóstoles, discípulos, mujeres y numerosa comitiva, Jesús emprende la marcha camino de Jerusalén; nada más salir a campo abierto escucha unos gritos tan fuertes que resuenan sobre la muralla: -¡Jesús, hijo de David, ten compasión de mí! ¡Jesús, hijo de David, ten compasión de mí! ¡Jesús… Debían ser voces escandalosas, exageradas, porque algunos allí presentes le piden que se calme un poco, que no escandalice de esa manera. Pero, nada, Bartimeo a lo suyo; él sabía muy bien por qué gritaba tan enérgico. Por

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Recreación algo personal del entrañable milagro que Jesús de Nazaret realiza en el ciego Bartimeo: personaje grande en su pequeñez bíblica...

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Bartimeo

Personaje curioso, especial, segundón o tercerón en las páginas de los evangelios de Jesús de Nazaret, pero de un perfil vivo, fresco y arrollador; grita tan fuerte que nadie se atreve a llamarse como él:

BAR-TI-ME-O

Ciertamente, algo extraño resulta ese nombre, sin embargo, encierra una figura llena de rasgos dignos de un relato a su medida. Estas líneas de reflexión dominical no se resignan a la fugaz relectura en quince o veinte líneas sobre la sanación de un ciego en el Evangelio de San Marcos. Piden algo más: La historia de Bartimeo.

El minúsculo relato neo testamentario nos presenta a este personaje cerca de la milenaria ciudad de Jericó; tal vez, al exterior de sus famosas murallas, sentado junto al camino para pedir limosna. Una mañana cualquiera, acompañado de sus apóstoles, discípulos, mujeres y numerosa comitiva, Jesús emprende la marcha camino de Jerusalén; nada más salir a campo abierto escucha unos gritos tan fuertes que resuenan sobre la muralla:

-¡Jesús, hijo de David, ten compasión de mí! ¡Jesús, hijo de David, ten compasión de mí! ¡Jesús…

Debían ser voces escandalosas, exageradas, porque algunos allí presentes le piden que se calme un poco, que no escandalice de esa manera. Pero, nada, Bartimeo a lo suyo; él sabía muy bien por qué gritaba tan enérgico. Por dos razones regaba voces como un loco de atar: 1ra. Porque estaba ciego; 2da. Porque Jesús de Nazaret pasaba por allí.

Ciego de nacimiento y ciego hasta la muerte, escucha que por allí cerca pasa el sabio maestro, el famoso profeta de los milagros. ¡Esa es su oportunidad, la única de toda su vida!

Y continúa gritando a todo pulmón:

-¡Jesús, hijo de David, ten compasión de mí! ¡Ten compasión de mí, hijo de David!

Bartimeo debía conocer muchos detalles personales de ese gran profeta milagrero; hasta su procedencia familiar conocía:

-¡Hijo de David, ten compasión de mí! ¡Ten compasión de mí! ¡Ten compasión de mí! –a gritos como una flecha detrás de otra.

En camino y rodeado de la multitud, Jesús escuchaba perfectamente esas voces aulladoras, inconfundibles, inacabables. Él descifró el tono de su voz, la fe poderosa que proyectaban esos gritos como bombas de cañón.

Y se detuvo. Imposible seguir de largo con una persona implorando su misericordia infinita.

-A ver, tráiganme a ese hombre.

En cuanto al ciego le comunicaron la buena nueva, dio un salto –cuenta el relato-, se quitó la incómoda capa y se fue a la carrera, ciego y todo, hasta el altar de su salvación. Parecía un vendaval caminante, arrollador; fuerte su voz, grande su fe, impulsivo su cuerpo: hombre de una sola pieza, para enmarcarlo.

Llega junto a Jesús y espera impaciente, jadeante la respiración, revueltos los cabellos, abiertos los ojos que no ven pero sueñan con ver: con solo que los vean los ojos que hacen ver, entonces…

¡Curioso! En este caso, Jesús no se anda por las ramas de otros milagros, buscando razones evangelizadoras. Nada de eso. Y le pregunta de una vez:

-¿Qué tú quieres? –Nada más.

O tal vez.

-¿Qué tú quieres que haga por ti?

Con su existencia ya entregada por completo a esa persona que aún no ve pero siente que la está mirando con una mirada muy especial, entonces Bartimeo le responde:

-Maestro, que pueda ver.

-Anda, vete… Tu fe te ha salvado.

No conocemos más palabras de la boca de Jesús. Y el milagro se produce, se ofrece, se regala sencillo, rotundo, como una tenaza que arranca de una vez el clavo de la ceguera. Es el triunfo de la fe sin miedos ni fisuras. Nunca Jesús realizó una sanación tan directa, rápida y eficaz; sin explicaciones pastorales, sin llamadas a la conversión. Nada. Como si dijera:

-Si así lo quieres, recobra la vista: tu fe te ha curado.

Todo eso fue lo que fue por la fe de Bartimeo; claro, y por la generosidad de Jesús. Además le recalca: “Vete… a donde quieras, a tu casa, con tus amigos, a…” Pero no. Bartimeo queda curado de su ceguera: ahora ve, se ve, ve a Jesús, ve a los que le rodean, ve a los que le siguen y el… también lo sigue.

Comenzó a seguirlo por el camino de Jerusalén, como un discípulo más. Al ver con sus nuevos ojos conoció “la verdad” y la siguió para siempre…

Esa es nuestra figura dominical: Bartimeo. De una pieza para pedir con fe, de una pieza para agradecer con amor, de una pieza para seguir a Jesús con firmeza y vocación.

Injusto esconder ese personaje único e irrepetible en quince o veinte líneas de los evangelios de Marcos 10, 46ss, Mateo 20, 29ss y Lucas 18, 35ss. Nada de eso. Cuando nuestros fracasos, o la soledad, o la depre, o los problemas grandes y pequeños nos cieguen hasta no poder ver con esperanza, entonces Bartimeo se nos ofrece como un sencillo modelo a imitar: un hombre de fe y un nombre para la eternidad, aunque nadie quiera llamarse como él:

BAR - TI - ME – O

24 –octubre – 2015Almirante (Bocas del Toro)Sábado

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