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DICIEMBRE Bata infantil, ca. 1750-1760 Por: María Navajas Sala: Ilustración y casticismo Domingos: 12:30 h. Duración: 30 min. Asistencia libre y gratuita

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DICIEMBRE

Bata infantil,ca. 1750-1760Por: María NavajasSala: Ilustración y casticismo

Domingos: 12:30 h.Duración: 30 min.Asistencia libre y gratuita

TextoMaría C. Navajas Twose es licenciada en Geo-grafía e Historia por la Universidad Autónoma de Madrid. Desde 2009 desempeña su trabajo en el Departamento de Difusión del Museo del Traje como responsable de actividades de adultos y extraordi-narias, del área de responsabilidad social y de la colección de carteles del Museo. En 2016 comisarió la exposición El sabor de una época. Carteles pub-licitarios de alimentación de la colección del Museo del Traje.

Cordinación y maquetaciónMª Jose Pacheco

Corrección de textosAna Guerrero

** Todas las imágnes de este folleto corresponden a piezas de la colección del Museo del Traje, Madrid. Ministerio de Educación, Cultura y Deporte, son imágenes de dominio público o están liberadas bajo licencias libres.

NIPO: 030 - 17 - 002 - 0

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“La infancia tiene sus propias maneras de ver, pensar y sentir; nada más insensato que pretender sustituirlas por las nues-tras” (Jean-Jacques Rousseau)

Hoy nos llamaría la atención ver por la calle a una niña vestida con un traje de chaqueta, por ejemplo, y calzada con unos zapatos de tacón; pensaríamos que se dirige a una fi esta de disfraces o a una representación teatral. Pero, hasta el siglo XX, que una niño o un niño fuesen vestidos como los adultos no era mo-tivo de sorpresa. Y es que la ropa infantil, en-tendida como ropa diseñada exclusivamente para niños y niñas, es una conquista reciente que arranca del descubrimiento de la infancia -entendida más allá de un estado biológico, como una categoría social-. Esta nueva con-cepción se desarrolla a partir del XVIII, siglo de la Ilustración, al igual que tantos cambios que provocaron la caída del Antiguo Régimen y dieron paso a la modernidad.

Antes de esta época, la indumentaria infantil reproducía a escala reducida la que vestían los mayores; testigo de ello es el vesti-do objeto de esta charla expuesto en la vitrina El paseo de los elegantes, de la sala “Ilustra-ción y casticismo”, que llevaría una niña, como se deduce por el tamaño (y solo por eso), y al que acompaña en la vitrina una casaca mas-culina, que defi nimos también como infantil por la misma razón. La datación de esta pieza ronda los años centrales del siglo XVIII (1750-1760). Entró a formar parte de los fondos del Museo en 2007 gracias a la donación del co-leccionista Antonio Correa Ruiz, junto a más de trescientas piezas de indumentaria y com-plementos, en su mayor parte del siglo XVIII.

A partir de esta prenda infantil, ade-más de hablar de la indumentaria de la época en general y de la ropa infantil, presentaremos una breve visión de la percepción de la infan-cia y de la mujer en el siglo XVIII.

La bata

Este vestido de niña responde al modelo de vestido femenino llamado “bata” en España (por recordar en su holgura en la espalda a la prenda que se llevaba en el ámbito domés-tico) y conocido en Francia -de donde venía, como todas las modas del momento- como robe à la française, se puso de moda entre las clases privilegiadas de nuestro país en el siglo XVIII. Estaba formado por un “sobrevestido” y una falda de la misma tela. Se defi nía sobre todo por los pliegues traseros que descien-den desde el cuello hasta el suelo (fi g.1). Para cerrar por delante se añadía un peto o pieza triangular, que solía ir muy decorado y sujeto a la cotilla o corsé con alfi leres. Se adornaba también en los delanteros y en el remate de las mangas, con lazos, fl ores, volantes, etc. Este tipo de vestido era en su origen un mo-

Fig. 1: Bata, ca. 1770, Museo del Traje, Madrid (MT016036A)

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delo más suelto e informal que se usaba ya a principios del XVIII; sin embargo, se fue ha-ciendo más elaborado y persistió como traje de etiqueta para la corte hasta la Revolución Francesa. Esta prenda no era en absoluto una pieza de confección sencilla ni fácil de poner, ni por supuesto barata, pues requería una gran cantidad de tejido –sobre todo en los setenta, cuando el tontillo alcanza su máximo tamaño-, siempre de seda, y especialmente rico y elaborado. Solía estar decorada (en el telar y con decoración bordada o aplicada) con motivos vegetales de fl ores a veces com-binadas con otros adornos, aunque la deco-ración fue variando con los años siguiendo los vaivenes de la moda. Contrastaba así con los nuevos modelos de vestidos, más sencillos y cómodos que empiezan a aparecer en las úl-timas décadas de siglo –la polonesa, en los años setenta, y el vaquero a la inglesa, en los ochenta-. Los peinados contribuían a la sofi s-ticación del aspecto, a partir de la década del 60 fueron elevándose hasta alcanzar en los 70 su máxima altura, con rizos y decorados con adornos de lo más variado que contribuían a la sofi sticación del aspecto.

Descripción de la pieza

Se trata de un vestido de niña en damasco1 color marrón con decoración fl oral en beis. Es largo, abierto por delante y con una pe-queña cola. La espalda está formada por dos paños unidos mediante costura y los delan-teros están cortados en una pieza, sin dife-renciar tampoco cuerpo y falda. Se forman varios pliegues tanto en el delantero como en la espalda, donde continúan hasta abajo. La manga, tres cuartos, es ajustada al brazo, con

1 Tejido trabajado con ligamento raso, alternando por urdimbre y trama, de manera que los motivos decorativos, unos brillantes y otros mates, contrastan entre sí, y en el reverso crean el juego contrario.

forma en el codo, y tiene una abertura en la costura exterior y bocamanga decorada con aplicación plisada en la misma tela. El vestido va forrado en tafetán de lino en color rosa.

Debajo de este vestido esta niña lleva-ría como ropa interior una camisa, en contacto directo con el cuerpo, sobre la que se coloca-ría un corsé ligero y varias enaguas. Cerran-do los delanteros, un peto, y por la apertura de la falda asomaría otra falda vistosa o brial. No faltaría el tontillo para dar volumen en las caderas. Las piernas se cubrirían con medias sujetas con ligas y los pies se calzarían con zapatitos de tacón de carrete, curvilíneo y co-locado más o menos hacia la mitad del pie.

El modelo infantil masculino (fi g. 2) que hace pareja con esta bata es una casaca de seda labrada2 color salmón, con aplicación de

2 Tejido que alterna diferentes ligamentos en superfi cie, trabajados de orillo a orillo.

Fig. 2: Casaca infantil de niño, ca. 1770-1780. Museo del Traje, Madrid (MT000570)

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chapas y lentejuelas y de bordado con cor-doncillo dorado, que dibujan una decoración de hojas y roleos típica del gusto neoclásico. Está fechada entre 1770 y 1780. Se comple-mentaría con una chupa y un calzón a juego. Por el cuello asomaría la corbata, con volantes que también adornarían las mangas, y medias y zapatos de tacón con hebilla vestirían las extremidades. Como prenda interior llevaría igualmente una camisa y probablemente unos calzones interiores.

La indumentaria en España en el siglo XVIII

El nuevo siglo en España se inicia con una nueva dinastía, la de los Borbones, encabeza-da por Felipe V. Con ella vinieron nuevos aires que se refl ejaron también en la manera de vestir. Felipe V era nieto del rey más poderoso de Europa en ese momento, Luis XIV (de ahí el sobrenombre que se le dio de “Rey Sol”), y con él llegan a España los modos, costum-bres y gustos franceses, que se irán implan-tado entre las clases pudientes como ocurriría

también en el resto de Europa. A la indumen-taria grave y oscura que caracterizaba el traje cortesano español, le sustituye el frívolo y co-lorido vestido a la francesa.

En la vitrina La velada musical hay una muestra de los trajes que se llevaban en la primera mitad de siglo (fi g. 3). El vestido mas-culino, conocido como “traje a la francesa”, estaba constituido por tres piezas: casaca, chupa y calzón, que son el antecedente del traje masculino actual. Las mujeres españolas llevaban sobre todo un vestido de dos piezas: la casaca, como prenda de cuerpo, y la bas-quiña o falda; pero también, en las clases pri-vilegiadas, se llevaba el “vestido a la francesa”, largo y abierto, que mostraba la falda interior (la bata y sus antecedentes). En ambos casos la silueta la modelaban dos prendas interio-res: la cotilla o corsé para el busto y el tontillo para ahuecar la falda en las caderas, que se colocaban sobre la camisa interior y las ena-guas; también llevaría un bolsillo colgado de la cintura o faltriquera la que se accedería por unas aperturas laterales en la falda. Estos tra-

Fig. 3: Vitrina: La velada musical. Sala: “Ilustración y casticismo (1700-1788)”. Museo del Traje, Madrid

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jes se confeccionaban en sedas de colores pastel decoradas sobre todo con motivos de fl ores y enriquecidas con frecuencia con hilos de oro y plata. Generalmente eran los sas-tres quienes fabricaban los trajes de corte y los corsés, ya que la rigidez de los materiales requería unas manos fuertes para coser las ballenas que llevaban incorporadas, pero en la segunda mitad del siglo XVII Luis XIV había creado el “gremio de modistas”.

Los adornos y las “chucherías” como abanicos, pañuelos, cintas, lazos, encajes, bolsas, ligas, cofi as cosméticos, etc. eran complementos indispensables para dotar a su portadora de un aspecto lujoso y refi nado y por supuesto las joyas -los viajeros extran-jeros y escritores costumbristas de la época nos hablan de la afi ción de las españolas (las que se lo podían permitir) a adornarse con alhajas-, especialmente los brillantes o sus “sucedáneos”, como el estrás (vidrio rico en plomo, tallado) o el acero tallado.

La vitrina en la que se expone el vesti-do objeto de esta charla, El paseo de los ele-gantes, está dedicada a la segunda mitad del siglo, periodo que coincide con el reinado de

Carlos III (1759-89) (fi g. 4).A partir del último tercio, la infl uencia

inglesa contribuirá a que las modas se sim-plifi quen. No hay que olvidar que Inglaterra en estos años es ya una gran potencia colo-nial y que se está desarrollando la Revolución Industrial, precisamente en la industria textil. Grandes avances técnicos permiten producir a mayor escala y más barato y fabricar nue-vos tejidos a partir de fi bras consideradas an-tes inferiores como el algodón, que alcanza-rán gran difusión -es el caso de la muselina o tafetán de algodón muy fi no y torsionado, muy trasparente-; todo esto supone un primer paso hacia la democratización del vestido.

El traje masculino, que continúa sim-plifi cándose, empieza a incorporar ahora al-gunas prendas de origen inglés, como el chaleco, el frac o las botas, atuendo que se generalizará en el hombre después de la Re-volución Francesa.

El vestido femenino de gala es la bata, pero, para ocasiones más informales, en las últimas décadas del siglo aparecen otros ves-tidos femeninos más sencillos y cómodos que conllevan un cambio en la silueta femenina -el

Fig. 4: Vitrina: La velada musical. Sala: “Ilustración y casticismo (1700-1788)”. Museo del Traje, Madrid

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volumen de la falda se concentra en lugar de en las caderas como en la primera mitad del XVIII, en la parte posterior-. Algunos ejemplos de estos modelos se pueden contemplar en esta vitrina: la polonesa, apropiada para pa-sear y disfrutar del aire libre, y el denominado vestido “vaquero hecho a la inglesa” (fi g. 5). También se expone junto a la bata infantil una media bata o deshabillé, que se vestía con una falda de la misma tela, y que se consi-deraba más cómoda y adecuada para el día.

Con respecto a la decoración, los co-lores y motivos decorativos también evolucio-nan. Desde fi nales del XVII hasta los años cua-renta del siglo XVIII se llevan motivos fl orales o que imitan las labores de encaje, así como motivos de infl uencia oriental, que no hacen distinción según el sexo ni la edad. Pero, des-de 1740 aproximadamente hasta 1770, auge del estilo rococó, predominan los tonos pastel

aunque los motivos decorativos son los mis-mos. En el traje masculino la policromía se da gracias al bordado, mientras que en la ropa femenina se hace mediante el tejido. El gusto por el mundo clásico que surge a raíz de las excavaciones de las ciudades romanas sepul-tadas por la erupción del Vesubio, Pompeya y Herculano, a mediados de siglo, impregna también la decoración de los tejidos, que se tiñen de colores de la Antigüedad, como rojo pompeyano, azul oscuro o marrón.

Paralelamente a la infl uencia extranjera se desarrolla en estos años en nuestro país un fenómeno exponente de la idiosincracia espa-ñola: el majismo o afi ción de las clases altas por imitar a las majas y majos de las clases populares de Madrid, de tal manera que, junto a la indumentaria de gusto francés, conviven elementos claramente castizos, de los cuales se pueden ver algunos ejemplos en las vitrinas

Fig. 5: Vaquero a la inglesa infantil, ca. 1780. Museo del Traje, Madrid (MT000567)

Fig. 5: Detalle de vaquero a la inglesa infantil, ca. 1780. Museo del Traje, Madrid (MT000567)

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de la sala “Afrancesados y burgueses”.La Revolución Francesa provocó pro-

fundas transformaciones que afectaron tam-bién a la apariencia. Este cambio se hará pa-tente sobre todo en la indumentaria femenina, que se inspira en el estilo clásico: el vestido camisa, ligero y suelto, como si fuera una me-táfora de la libertad abanderada por la Revo-lución, deja libre el cuerpo de las mujeres sin oprimirlo ni alterarlo (fi g. 6).

La infancia en el siglo XVIII

Los cambios en la indumentaria infantil que se producen a partir de estos momentos están íntimamente relacionados con la nueva mane-ra de entender la infancia que surge a partir de la Edad Moderna, y sobre todo de este si-glo. Responsable en gran parte de la nueva percepción es la obra Emilio, de Rousseau, aparecida en París en 1762, en la que se con-cibe al niño como un ser con identidad propia y como el proyecto de hombre que hay que conformar para hacer de él un individuo útil a la sociedad.

Rousseau parte de la idea de la bon-dad natural del hombre, presente en el niño, que hay que preservar. De ahí la importancia dada a la educación, que se postula como herramienta modeladora en la construcción del nuevo individuo “dueño de sí mismo, ciu-dadano libre de una ciudad libre”, y de la que depende la felicidad de los hombres. Para ello aboga por el empleo en la educación de me-dios comprensivos y respetuosos, tanto con la singularidad del niño como con la peculiari-dad de la edad.

Es en este siglo cuando surge el con-cepto de educación nacional pública. Sin embargo, pese a estos avances, no hay que olvidar que estamos aún en una sociedad es-tamental y esta diversifi cación que afecta a la sociedad también se aplica a la educación; hay una educación diferente según el sexo y la extracción social.

El estado asumirá también otras res-ponsabilidades en temas que afectan a la infancia, como la creación y organización de hospicios (el número de niños huérfanos y abandonados era signifi cativo) y la asistencia de los niños. Se desarrollan además espe-cialidades médicas relacionadas con el niño como la puericultura, obstetricia y pediatría. Pero, bajo la aplicación de estos encomiables ideales por parte del poder, subyace el espí-ritu pragmático y utilitarista propio del siglo ilustrado que inspira una interesada política “poblacionista”, en la que el individuo se con-sidera un valioso recurso productivo que por tanto hay que proteger e incrementar. Aunque el impacto de estas ideas fue destacable, la-mentablemente no fue mucho más allá de la toma de conciencia y apenas tuvo repercu-sión en la vida de los niños.

Fig. 6: Vestido camisa infantil, 1795-1805. Museo del Traje, Madrid (MT000566A)

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La vida infantil

Como en siglos anteriores, y aun en los años posteriores hasta bien entrado el siglo XX, en estos años la tasa de mortalidad infantil era elevadísima. Las precarias condiciones de vida y de salud en las que vivía la mayor parte de la población afectaban sobre todo a los más pequeños. No era extraño, por esto, la incorporación a la indumentaria infantil de amuletos para prevenir a los infantes de males, enfermedades y hechizos. Aunque el uso de estos se abandona en el periodo borbónico, encontramos en este siglo la práctica de vestir a los niños con hábito como medida preven-tiva o como resultado de una promesa hecha por los padres antes del nacimiento del hijo a cambio de salud para el mismo3.

En este tiempo se considera que la infancia se inicia desde el momento del bau-tismo y se extiende aproximadamente hasta los 7 años, edad en la que el niño deja de ser considerado como tal, lo que, como veremos más adelante, tiene su refl ejo en la indumen-taria. La educación pasa entonces de manos de la familia a la de la escuela, convento o pre-ceptor -en el caso de los vástagos de familias nobles o burguesas-; en las clases populares los hijos aprenden un ofi cio, trabajan en las labores agrícolas o como criados. Las niñas se adiestran en los quehaceres domésticos; las privilegiadas, en la práctica de los buenos modales, mientras que las menos afortunadas se incorporan al servicio doméstico y a veces acompañan a sus madres a trabajar en las re-cién creadas fábricas o manufacturas textiles.

Pero en la vida de los más pequeños de todas las clases sociales siempre habría espacio para el juego. Se entretenían con jue-gos comunes a los dos sexos que se compar-tía también con los adultos (la gallina ciega,

3 COBO DELGADO, Gema: Una imagen por gratitud: exvotos de niños en la España del siglo XVIII. Meditaciones en torno a la devoción popular. Asociación Hurtado Izquierdo, Córdoba, 2016.

“cuentacuentos”, el columpio, los naipes…) y, los niños cuyos padres se lo podían permitir, con juguetes que reproducían los objetos rea-les que utilizaban los adultos y con los que se iniciaban en los roles que la sociedad les tenía encomendados. Los juegos destinados a los niños estaban frecuentemente relacionados con el mundo militar e implicaban más activi-dad, como jugar a la guerra, a la argolla o a los bolillos, mientras que a las niñas se les reco-mendaba entretenerse reposadamente con la-bores de aguja, lecturas “convenientes”, tocar algún instrumento y cantar y, por supuesto, jugar con muñecas4.

Como había sido desde siempre en el mundo occidental, y como será todavía duran-te muchos años, el ámbito en el que se des-envolvía la mujer se reducía al doméstico y fa-miliar -el destino que se concebía para ella no era otro que el matrimonio-, y su educación, con respecto a la que se daba al varón, era muy limitada y fundamentalmente enfocada a la formación elemental, el aprendizaje de al-gunas oraciones y preceptos religiosos, la ins-trucción en labores artesanales y el aprendi-zaje de las tareas del hogar (desde mediados de siglo se crean escuelas para niñas, tanto por iniciativa privada como pública, orientadas al sector textil). Las mujeres estaban bajo la tutela primero del padre y del marido después, que era quien tenía la autoridad plena en la familia.

El sexo femenino se considera débil física y espiritualmente y dotado de una inte-ligencia inferior a la masculina. Sin embargo, algunas voces ilustradas (Feijoo, Campoma-nes, Jovellanos, e incluso alguna mujer, como

4 Muchas veces estas muñecas eran las Pandoras, maniquíes que mostraban la última moda de París y viajaban por toda Europa desde el siglo XVI hasta el XIX, cuando este papel lo cumplen las revistas con fi gurines de moda. Las muñecas bebé no aparecerán hasta bien avanzado el siglo XIX.

5 LOCKE, Jonh: Some Thoughts Concerning Education, 1693.

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Josefa Amar y Borbón, en el caso de España) afi rman que la causa de la situación de inferio-ridad en que se encuentra la mujer no es otra que la falta de una educación adecuada. Aun-que se dan algunas iniciativas encaminadas a subsanar esta situación, estas ideas no tuvie-ron apenas plasmación efectiva. Sin embargo, es a partir de estos momentos cuando em-pieza a tomarse conciencia de la necesidad de reclamar una condición y unos derechos para la mujer que le habían sido hasta ahora negados.

Algunos apuntes sobre la indumentaria in-fantil a partir del siglo XVIII

Además de las muestras de indumentaria in-fantil que se exponen en esta vitrina, se con-servan en el Museo otras prendas (algunas de los cuales se pueden contemplar a lo largo del recorrido de la Exposición Permanente) (fi g. 7) que son buen ejemplo de cómo hasta los últi-mos años del siglo XIX, (fi g. 8) y de una mane-ra aún no muy evidente, no hay distinción al-guna entre el vestido de pequeños y mayores. Esta diferenciación será cada vez más clara según nos vayamos acercando hacia media-dos del siglo XX.

Una mirada sobre la indumentaria in-fantil permite advertir los cambios en las ideas y costumbres en el cuidado de los hijos, los roles de género y la posición social de los ni-ños. Las nuevas teorías de los siglos XVII y XVIII sobre la infancia y crianza de los mismos, como las de John Locke5 y Rousseau, infl uye-ron notablemente en la indumentaria infantil, de tal manera que podemos decir que este concepto adquiere entidad a partir del siglo XVIII. También los adelantos en la industria tex-til y el gusto neoclásico llevan a hacer vestidos más ligeros y de corte sencillo que resultarán muy prácticos y cómodos para los niños.

Al recién nacido, siguiendo una secu-lar costumbre, se le fajaba e inmovilizaba con envolturas de telas sobre sus camisitas y pa-

ñales (se pensaba que así se evitaba que las extremidades se deformasen); esta práctica irá desapareciendo según va avanzando el si-glo XVIII. A los dos o cuatro meses se les po-nían vestidos largos de lino o algodón que so-brepasaban los pies, y, cuando comenzaban a gatear o a caminar, llevaban vestidos más cortos, sin distinción de sexo. Entre los 4 y 7 años, y sobre todo cuando ya controlaban es-fínteres, se les vestía como adultos. En el caso de los niños, este cambio se consideraba un verdadero rito de paso: simbolizaba el aban-dono de la infancia y la entrada en el mundo adulto, de responsabilidades masculinas. A veces este cambio se acompañaba en el siglo XVIII de corte de pelo o peluca y de la primera

Fig. 7: Vestido con polisón infantil, ca. 1875. Museo del Traje, Madrid (MT014865)

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arma. Es a partir de ahora cuando se da una verdadera diferenciación en la indumentaria en función del sexo.

Cuando se abandona la práctica del fajado, y en general en el último cuarto del si-glo XVIII, estos vestidos de los niños más pe-queños dejan de ser ajustados y rígidos; tam-bién la ropa de los más mayores es menos constrictiva. Estas modifi caciones afectaron igualmente a la ropa femenina: el vestido ca-misa de talle alto y generalmente de muselina de algodón de los años 80 y 90 es muy similar a los que llevaban los niños y niñas pequeñas.

La reina María Antonieta, la primera mujer que marca tendencia en la moda, viste ya a sus pequeños con prendas más ligeras,

cómodas y sencillas: el Delfín de Francia será el “primer sans-culotte” o portador de panta-lón largo (esta prenda, que se hará icono de los revolucionarios, la llevaba hasta ahora solo la gente del pueblo). Es curioso el hecho de que fueran los niños los primeros en llevar tan-to estos vestidos de muselina como los pan-talones.

En el siglo XIX la ropa infantil continúa en líneas generales siendo un fi el refl ejo de la de los adultos. Eso sí, el vestido de las niñas se acorta y muestra los pantalones interiores de algodón, que también llevan los niños bajo la falda hasta que alcanzan la edad de poner-se el pantalón (fi g. 9). Esta prenda interior la adoptan también las mujeres, aunque bien

Fig. 8: Ilustración de la revista La moda elegante, 1850. Museo del Traje, Madrid (MT103824)

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escondida bajo las faldas. Las niñas llevan igualmente bajo el traje artefactos interiores, como miriñaques y polisones, que modelan la silueta.

Después de la Primera Guerra Mundial se producen muchos cambios en la manera de vivir, que también afectan, lógicamente, a la infancia y a la ropa: surgen fi bras más li-geras, ropa más lavable y prendas de estilo más sencillo. Aparece lo que puede llamarse ropa infantil clásica -muchas de estas prendas vienen de las últimas décadas del XIX y las pri-meras del XX y han pervivido hasta nuestros días-. Los niños llevan ya pantalones desde que pueden caminar y se busca dar a la ropa de niño un aire varonil. En los años 20 ya algu-

nos diseñadores, como Jeanne Lanvin crean líneas específi cas para niños y en los 30 ya hay una considerable diferencia entre la ropa de ellos y la de los adultos. A partir de estos momentos hay un estilo marcado por el dise-ño de la línea, los colores vivos o determina-dos motivos decorativos que identifi can la in-dumentaria infantil (fi g. 10).

No obstante, hoy perviven algunas resonancias de la vestimenta de adulto en la ropa infantil más formal o de ceremonia. Como contrapunto, para ocasiones informa-les, como la práctica de actividades deporti-vas o las vacaciones, la indumentaria de los mayores tiene un aire más “infantil”.

En los últimos años el mercado de la moda infantil, en el que España juega un papel importante, crece, y lo hace con una ratio ma-yor que la de adultos. Es curioso el hecho de que potentes fi rmas de lujo (Dolce&Gabbana, Balmain, por ejemplo) hayan potenciado su oferta para niños con las piezas que diseñan para los adultos6.

Más allá de la indumentaria, hoy hay una amplia gama en el mercado de artículos destinados específi camente al niño (muebles, juguetes, libros y recursos educativos…). Esta tendencia, que se desarrolló a partir de la so-ciedad industrial y burguesa del siglo XIX y ha ido creciendo con los años hasta llegar a abar-car hoy prácticamente todos los aspectos de la vida infantil (hay música, cine, espectáculos para los más pequeños, espacios reservados para ellos en los centros comerciales, mu-seos, restaurantes, donde también se ofrece un menú infantil, etc.), es indicativa del papel propio y destacado -incluso protagonista- que el niño ha conquistado en la sociedad con-temporánea de los países industrializados.

Fig. 9: Ilustración de Un siècle de modes féminines, 1794-1894. Museo del Traje, Madrid (MT-FD1624-1850)

6 GARCÍA, Leticia: Los bebés viene con un pan debajo del brazo y la moda infantil quiere su trozo de tarta. Fashion&Arts magazine, agosto 2017, p. 18.

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Fig. 10: Recortable, 1941-1950. Museo del Traje, Madrid (MT0353135)

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Bibliografía

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2009.

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MODELO DEL MES. CICLO 2018

En estas breves conferencias tienen lugar en las salas de exposición, se analiza e inter-preta una pieza de especial importancia de entra las expuestas. A los asistentes se les entrega gratuitamente este cuadernillo con el contenido de la conferencia.

Domingos: 12:30 h. Duración: 30 min.Asistencia libre hasta completar aforo

ENEROPendiente de confi rmar

FEBREROVestido de Elsa SchiaparelliJosé Luis Díez-Garde

MARZOAbrigo de Manuel PertegazClara Nchama

ABRILLibro Geometria y traça perteneciente al ofi cio de sastresMaría Prego

MAYOPendiente de confi rmar

JUNIOPendiente de confi rmar

SEPTIEMBREPendiente de confi rmar

OCTUBRECartel de Almacenes El Siglo, 1889María Navajas

NOVIEMBREFigurín de Manuel CombaPaloma Calzadilla

DICIEMBREFortuny, pintor de telasLucina Llorente

MUSEO DEL TRAJE. CIPE

Avda. Juan de Herrera, 2. Madrid, 28040

Tel. 915504700 Fax. 915504704

Dpto. de Difusión: [email protected]

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