Beato Juan E. Newman_El Cardenal Del Movimiento de Oxford (Edibesa) - Pedro Langa Aguilar

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Pedro Langa Aguilar, O.S.A.

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BEATO JUAN E. NEWMAN

El Cardenal del Movimiento

de Oxford

EDIBESA

Madre de Dios, 35 bis. - 28016 MADRIDTel.: 91 345 19 92 - Fax: 91 350 50 99

E-mail: [email protected]

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Colección «SANTOS. AMIGOS DE DIOS», n.º 15 (21015)

© EDIBESAMadre de Dios, 35 bis. 28016 MadridTel.: 91 345 19 92

Fax: 91 350 50 99E-mail: [email protected]

ISBN: 978-84-8407-965-1Ref: 21015Depósito legal: M. 30.967-2010

Impreso por: Impresos y Revistas, S. A. (Grupo IMPRESA)

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ÍNDICE

OTA PRELIMINAR 

GLOSARIO DE SIGLAS Y ABREVIATURAS

I. INTR ODUCCIÓN

II. EL HOMBRE1. Raíces familiares2. Infancia y juventud3. Madurez4. Su personalidad

5. Adagio final

III. EL CONVERTIDO1. En la escuela de los Santos Padres2. «San Agustín redivivo» (Augustinus redivivus)3. «El mundo entero juzga seguro» (Securus iudicat orbis terrarum)4. La conversión en Newman y en San Agustín5. Peregrinos hacia Dios

IV. EL CARDENAL1. Nombramiento2. Discurso oficial de aceptación del cardenalato: «Biglietto Speech»3. El corazón habla al corazón: «Cor ad cor loquitur»4. Diaconía cardenalicia de San Jorge en Velabro5. Consoladoras audiencias del Papa

V. EL ECLESIÓLOGO1. Su eclesiología2. El «sentido de los fieles»: «Sensus fidelium»

3. Newman en el concilio Vaticano II4. Newman y el ecumenismo5. La Iglesia en unidad de comunión

VI. EL PENSADOR 1. «La Segunda Primavera»2. Líder del Movimiento de Oxford

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3. La fe y la razón4. Apóstol de la Verdad5. Maestro en obras y palabras

VII. NEWMANISMO

1. El fenómeno newmanista2. Hacia el Newman esencial3. La irregular difusión de sus obras en Europa4. Newman y el florecimiento patrístico5. Newman y España

VIII. EL MOVIMIENTO DE OXFORD1. Su origen, sus personajes y sus Tracts2. El lenguaje de los tracts3. El Tract 904. La tesis de fondo del Movimiento de Oxford5. La Vía Media en el anglicanismo

IX. FE Y RAZÓN1. Ideas para el siglo XXI2. Haciendo camino con fe y razón3. El drama de la separación entre fe y razón4. Fe y razón en los Sermones Universitarios5. Hacia un humanismo verdadero

X. EN LOS ALTARES1. Su camino de santidad2. Dificultades y lentitud en el proceso3. Santidad forjada en el dolor de Cristo4. La santidad, ese don por antonomasia del cristianismo5. Una santidad de sabor mariano

XI. COLOFÓN

XII. IRRADIAR A CRISTO

BIBLIOGRAFÍA

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NOTA PRELIMINAR 

La beatificación del cardenal John Henry Newman por el Papa Benedicto XVI duranteuna Misa multitudinaria en el Cofton Park de Birmingham el 19 de septiembre de 2010,como último acto de su viaje apostólico a Inglaterra y Gales, me depara la oportunidadde salir nuevamente a las librerías con el Cardenal Newman, en una segunda edición (la

 primera fue del Cardenal Newman, en compañía de los Convertidos del siglo XIX.

 Edibesa, 2009), corregida y aumentada. Corregida, porque ahora el personaje boga amar abierta él solo con el título de  Beato Juan E. Newman. Y aumentada, al habermedecidido a incluir tres capítulos más, los últimos de la obra, dedicados respectivamente alMovimiento de Oxford con sus anejos asuntos del Tractarianismo y de la Vía Media; alincitante argumento de las relaciones entre fe y razón con lo que ambas representan paralos desafíos del hombre posmoderno; y, en fin, al tipo de santidad que nuestro

 protagonista practicó, y que hoy puede antojarse particularmente oportuno y saludable yandadero dentro de la sociedad de este adolescente siglo XXI.Tiempo habrá de que los hechos todavía próximos en el tiempo se consoliden y las

ideas vertidas durante el viaje apostólico y la beatificación como broche de oro delmismo vayan cobrando sedimento reflexivo y configuración fija. Siempre fiel a suslectores, EDIBESA, no obstante, ha querido estar al pie de la noticia con esta nuevamonografía que ahora ve la luz, cuyo propósito no es sino contribuir al mejor conocimiento y difusión –también culto–, del nuevo beato. Es muy posible que dentro deunos años, la figura que ahora sube a los altares corone las más altas cumbres de lacanonización e incluso de un posterior doctorado en la Iglesia católica. Habrá mientras

tanto un paréntesis de espera más o menos largo y laborioso del que se puede presumir que reporte copiosos frutos en el orden de las ideas, de la eclesiología –comprendido aquíel ecumenismo–, y de la Religión.

Abrigo la esperanza de que los lectores, ojalá sean muchos, puedan saciarse denewmanismo, ahora que el fundador del movimiento ya es beato, en las páginas de estasegunda edición, que ve la luz precisamente con ese  propósito de estímulo y alegre alemprender nueva singladura. Reciban ellos y los promotores de la Editorial que lo hacen

 posible el testimonio de mi gratitud.

Pedro Langa Aguilar, OSA

Madrid, a 29 de junio del 2010Solemnidad de San Pedro y San Pablo, apóstoles

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GLOSARIO DE SIGLAS Y ABREVIATURAS

A = Apología «pro vita sua»

AAS = Acta Apostolicae SedisAugR = LANGA, Pedro, «John Henry Newman o el Augustinus redivivus»BAC = Biblioteca de Autores CristianosBOIX = NEWMAN, John Henry, La fe y la razón. Intr., trad. y notas de Aureli Boix BOS =

 Bibliotheca Oecumenica Salmanticensis C = Concilium

CCN = LANGA, Pedro, «El Vaticano II, concilio del Cardenal Newman»CD = NEWMAN, John Henry, Cartas y Diarios C. Ep. Parm. = S. AGUSTÍN, Réplica a la

carta de Parmeniano CEOE = Centro de Estudios Orientales y Ecuménicos «JuanXXIII»

CJHN = Cátedra «John Henry Newman» de la UPSA CNBN = LANGA, Pedro, «Elcardenal Newman en el bicentenario de su nacimiento»

Conf . = S. AGUSTÍN, Confesiones  De praed. sanct . = S. AGUSTÍN, La predestinación de

los santos DSp = Dictionnaire de spirituali té (Beauchesne, Paris) DTC = Dictionnaire de théologie catholique (Paris) E = Ecclesia

ICNF = The International Centre of Newman Friends  In Io. tr . = S. AGUSTÍN, Tratados

 sobre el Evangelio de San Juan LG = CONCILIO VATICANO II, Constitución Lumen

 gentium OCSA = Obras completas de San Agustín, en la Biblioteca de AutoresCristianos OR = L’Osservatore Romano

PE = Pastoral Ecuménica

RA = Revista AgustinianaRC = Religión y CulturaRE = Revista de EspiritualidadSA = NEWMAN, John Henry, Suyo con afecto. Madrid 2002STROLZ = NEWMAN, Card. John Henry, El Misterio de la Iglesia. Ed. de M. K. Strolz

UPS = Universidad Pontificia de SalamancaVIS = Vatican Information Service

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IINTRODUCCIÓN

John Henry Newman es la personalidad eclesiástica más eminente de la Inglaterravictoriana. En su magna obra, epicentro de una de las más intensas conmocionesideológicas y ecuménicas de su patria y de su tiempo, hay respuestas a un buen númerode las más abrumadoras interrogaciones que la mente humana se ha hecho y, dada sucondición de convertido, a una de las gestas expresivas de mayor calado en laespiritualidad cristiana de todos los siglos. Estamos, pues, ante uno de los grandesvértices geodésicos de la planimetría espiritual inglesa y, para el intelectual británico, anteun punto de referencia capital.

Esta condición catalizadora que para su ámbito cultural y religioso tiene la figura que

 presento, junto a su condición de incansable buscador de la verdad que vio cómo al finalde su vida su esfuerzo era premiado con el capelo cardenalicio en la Iglesia católica, leimprime ante la crítica un carácter complejo a la vez que profético de estas fechas

 posmodernas. De ahí la no leve dificultad inicial de juzgarla sin incurrir en esa censurabledesfiguración a la que suelen dar lugar, bien los epígonos extremistas, bien losempecinados detractores. Si a este primer obstáculo añadimos el de la creciente

 bibliografía monográfica y documental, lo polifacético de su persona y lo enciclopédicode su obra, en parte ya publicada y para determinadas piezas literarias todavía inédita, secomprenderá que el empeño de apresar a Newman en la parva red de bajura que es un

 breve libre dentro de la Editorial «Edibesa», tenga algo de intrépido maratónuniversitario, de osadía casi, cuando no de complejo entretenimiento profesoral. Peroentiendo que la empresa, intentada con mayor o menor aliento, no sólo es lícita, sinotambién obligada para cualquier espíritu me dianamente sensibilizado con la vida eclesialde nuestros días.

El mayor tributo de admiración que puede prestar se a un eclesiástico intelectual de latalla de Newman no es elogiarle por inercia psíquica, ni siquiera deleitarse como undesentendido espectador en la frívola y ocasional lectura de sus ensayos. Cumple, más

 bien, meditar sistemática y esforzadamente sobre su obra toda, repensar su pensamiento

y declarar con voluntad de verdad, de comprensión y de rigor, las reacciones mentalesque ha desencadenado el vigoroso y pluridimensional estímulo del hombre, su estilo y sudoctrina. Esto es lo que, de modo exploratorio y divulgativo, y con modesto alcance por mi parte, claro es, he tratado de hacer en las páginas que siguen. Estoy seguro de que los

 parásitos escoliastas del purpurado escritor se rasgarán las vestiduras por tal o cualapreciación, y de que sus tozudos antagonistas, que los tiene, se indignarán ante algunoselogios míos, que juzgarán desorbitados. La hipérbole puede a veces resultar no menosoportuna que un frecuente recurso a la sobriedad. Declaro que no he pensado ni en los

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unos ni en los otros mientras redactaba los capítulos de este libro y procuraba condensar el pensamiento de una figura señera de finales del XIX anglosajón. El carácter extenso ymonumental de los escritos newmanianos en su doble vertiente, primero anglicana y mástarde católica, junto a las técnicas propias de la investigación científica, me han impuestola disciplina, en ocasiones espartana, de citar siempre literalmente. Quede en claro que

cuanto es de Newman va entre comillas y responde al sucinto auxilio bibliográfico que alfinal adjunto, como un tímido exhorto a más dilatadas y ambiciosas singladuras bibliográficas, y que todo lo demás es juicio e interpretación. Pese a las precaucionesexegéticas tomadas, sé que en materia tan vasta y movediza como la de este ensayo esimposible acertar siempre. Por eso, allí donde mi glosa sea infiel, o mi juicio infundado, omi alabanza excesiva, confío en que el generoso lector, el newmanista sobre todo, meayude a rectificar.

He procurado acercarme a Newman con no menos devoción y rigor que admiración ysimpatía. Él fue, sin duda, un inglés excepcional, un doctor sutil y un eclesiástico de los

 pies a la cabeza; pero con las imperfecciones y yerros de todo mortal que no ha sidodesterrado por la pereza cerebral de sus críticos o por la terca mediocridad de susexplotadores a la lunar paramera del mito. Y si algún pensador dicta con especial

 pesadumbre el deber de no deshumanizarle, ése es Newman. Su trayectoria anecdótica,doctrinal e idiomática está impulsada, como es habitual en la biografía de los egregios, deun ilustre y sobresaliente Príncipe de la Iglesia esta vez, por una sola gran intuición

 primaria, en esta circunstancia: la de la vida en clave de búsqueda. Porque el motenewmaniano no es otro que la sabia sentencia agustiniana que dice: «Aquel a quien hay

que encontrar está oculto para que le sigamos buscando»1, principio de honda teologíaque para nuestro pensador inglés adquirió al final de sus años la bipolar dimensión del

lema cardenalicio – Cor ad cor loquitur 2 –, y del epitafio sobre su tumba, en la que,curiosamente, nunca llegó a estar: Ex umbris et imaginibus in veritatem3. En su copiosoepistolario, el Águila de Edgbaston no cesa de batir las alas alrededor de este vitalismo

 bifronte. Y por eso, en fin, cabe intentar la reducción a esquema coherente de sus ideas,desparramadas en sueltas y andariegas guerrillas, a lo ancho de centenares de artículosque se suceden durante un siglo largo después de su muerte. Y que arrecian ahora, con elañadido que supone su solemne beatificación.

Lo que Newman reclama para sus textos es, ante todo, sistematización y

concentración. Todo lo que no sea discurrir por esas vías exigentes y austeras del análisiscientífico y de la inteligencia rigurosa, todo lo que se resuelva en abordarlos con métodosmasoréticos y mentalidad de glosador equivale a elevar al cuadrado su complejidadanalítica. Ni el personaje ni sus escritos, que son copiosísimos tanto en la época deanglicano como en la de católico, requieren, como los aristotélicos, el comentario y eldesarrollo multiplicador, sino la quinta esencia y la extracción de raíces y el leve y suaveroce de la síntesis. Lo que exigen no es la acumulación de farragosos volúmenes paradisolver todavía más su claro y copioso caudal, sino denodado esfuerzo simplificador 

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 para destilar centenares de páginas en una cuartilla esencial. Por eso considero de medioa medio equivocado, y hasta pedagógicamente contraproducente, y por ende inoportuno,cualquier estudio de estos temas que, como tantas veces ocurre en la república literario-

 biográfica, amenace con alcanzar una superficie de letra impresa casi tan vasta como laobra del maestro, que éste tiene para dar y tomar. La cultura, salvo la del arroz, y quizá

también la de los bancos de coral, no ha consistido nunca en anegar.Fiel a esta consigna de suma, he procurado constreñirme a la enjundia, depurar las

nociones, suprimir lo superfluo, no aportar más citas que las medulares, reducir laexégesis al mínimo y evitar la enojosa repetición, las variaciones y el escolio, sacrificandoasí a la concisión, con pena muchas veces por supuesto, cuanto no fuese imprescindible

 para el trazado de las grandes líneas estructurales. De ahí que la única virtud que enmodo alguno se le puede negar a un pequeño libro como este, sobre una personalidad tanilustre y grande como Newman, sea la que ha requerido por mi parte mayor esfuerzo, asaber: la brevedad. Séame consentido por ello pedir para sus páginas la más difícil gracia

literaria que cabe pretender de nuestra angustiada época: una lectura sin demasiada prisa.Exponer, siquiera sea reducidamente, la enciclopédica personalidad del purpurado

inglés, supone dar por sabido argumentos que a él apuntan o de él mismo dependen yque, en cualquier caso, constituyen su necesario contexto biográfico. El primero, laconversión, principal causa para que nuestro ilustre oratoriano de San Felipe Neri

 presidiera un puesto de honor en la colección «El Camino de Damasco», donde aparecióla primera edición en contexto del Año Paulino, tan determinante con la gesta de un

 perseguidor de la Iglesia convertido a la entrada de Damasco en Apóstol de las Gentes. Yunto a la conversión, la biografía de nuestro protagonista no puede fluir para el

estudioso, ni tampoco ser en modo alguno entendida, sin los préstamos del Movimientode Oxford4, de la Vía Media5, del Tractarianismo6, de las ordenaciones anglicanas, delliberalismo finisecular, de la infalibilidad pontificia, del moderno ecumenismo, delconsensus fidelium  y del laicado. Yo he pretendido condensar tan desbordante yabarcador material en seis capítulos, que, al menos en mi ánimo, quieren ser como otrostantos enfoques de una misma personalidad a través de sus más representativas yvariadas facetas: el hombre, el convertido, el cardenal, el eclesiólogo, el pensador, y elmovimiento que le sobrevive, o sea el newmanismo. Leyendo a Newman, aprende uno aconvertirse y, al socaire de tan exigente aventura espiritual, también a pensar, a rezar, asufrir y a evangelizar.

Dicen sus biógrafos que las principales cualidades de su carácter eran la osadía en los proyectos y la energía para llevarlos a la práctica. Fue Newman, sin duda, un espíritufuertemente realista y personal que, llevado de su natural optimismo, se vio afectado enlos últimos años por la oposición encontrada. Con sus amigos íntimos, y a veces en lascontroversias, manifestaba un humor que hasta podía derivar en mordaz. De ahí que,navegando en el océano de su prosa, termine uno por encontrar razonable frases

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aparentemente contradictorias, como ésta de 1860: «No son los católicos quienes nos

han hecho católicos. Es Oxford el que nos ha hecho católicos»7. Curioso y nadasorprendente si se piensa que, hasta 1845, una de las más grandes dificultades fue quehabía encontrado la santidad en la Iglesia anglicana, mas no había tenido la ocasión dedescubrirla en la Iglesia católica. Cierto es asimismo que, echando una mirada

retrospectiva hacia su vida anglicana, afirmaba lo siguiente: «Sentía mi religión triste, pero no mi vida»; y a renglón seguido, a propósito de la etapa católica: «Sentía mi vida

triste, pero no mi religión»8. Claro es que éstas y otras parecidas frases datan de unaépoca sombría (1863), antes de acometer él la  Apología. Y mucho antes también, desdeluego, de que León XIII le concediese la púrpura. En Newman, por eso, se nota junto aoscuras horas de persecución y de sufrimiento, de corazón sangrante y soledad causada

 por algunos anglicanos y católicos al alimón, largos y compensadores capítulos tambiénde abierta y despejada inteligencia, de profunda y tierna piedad, de bíblica y patrísticaraíz, de incansable y saludable práctica sacramental, de renovadora y sugestivaeclesiología, de penetrante y oportuna teología, de filial y tierna mariología, de adelantado

en el ecumenismo, adalid para los tiempos modernos e intrépido paladín del binomio fe yrazón, de pundonoroso cardenal de la Santa Romana Iglesia y, en fin, de aristócrata delespíritu. Me daré por contento, pues, si con estas páginas logro que mis lectores acudandirectamente a él y, saciados en las cristalinas aguas de su alegre prosa, consiguen dar con la fuente misma del Salvador.

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IIEL HOMBRE

1. R AÍCES FAMILIARES

El 21 de febrero de 1801 nacía en la calle Old Broad, de Londres, John Henryewman, ese gran profeta de los tiempos modernos, anglicano insigne primero y católico

convertido después, famoso cardenal del siglo XIX, beatificado en el Cofton Park deBirmingham por Benedicto XVI el 19 de septiembre de 2010 y puede que no tardando,

según adelantó Pío XII a Jean Guitton, hasta doctor de la Iglesia9. Primogénito de unafamilia hondamente anglicana, su homónimo padre, empleado de banca primero y socioluego de una entidad bancaria, profesaba un anglicanismo de arraigada fe con tendencias

más bien liberales, y su madre, Jemima Fourdrinier (1772-1836), también anglicana ella, pertenecía a una familia hugonote de fabricantes de papel bien acomodada entre cuyosancestros del XVI había un almirante francés llegado a vizconde. Piadosa, muy culta

 para la época y de natural equilibrada pese a cierta fragilidad nerviosa, murió en 1836 alos 63 años. Poseía notables cualidades musicales, que John Henry heredó, y desociabilidad. No era especialmente religiosa, y siempre mantuvo relaciones de totalconfianza hacia el hijo mayor, aunque sin compartir del todo su celo espiritual. Sus restosreposan en la iglesia de Littlemore, construida por Newman. Su padre, que se habíacasado con Jemima en 1799, declarado en bancarrota corriendo 1816, trató de explotar hasta 1820 una fábrica de cerveza que también acabó en fracaso. Su prematura

desaparición, en 1824, dejó a John Henry al frente de la familia.

Cabe señalar entre sus hermanos al segundo, Charles Robert (1802-1884), desde muy pronto apartado del cristianismo y seguidor de la filosofía socialista de Robert Owen.Llevó vida errabunda y algo bohemia, lejos de su f amilia y sin lograr establecerse en sitioalguno. Harriet (1803-1852), en cambio, la mayor de las tres hermanas, era inteligente yde carácter fuerte; en 1836 contrajo matrimonio con el tractariano Thomas Mozley y

 poco a poco se fue alejando del hermano mayor a medida que éste proseguía rumbohacia la religión católica, hasta que acabó en fechas ya próximas a la conversión. Suantipatía hacia el catolicismo y los tractarianos creció hasta sentirse muy herida por la

conversión del hermano, y no menos agredida también por el Papa y por Wisemancuando fue restaurada la Jerarquía católica en 1850 con el breve Universalis Ecclesiae.

Tenía una hija, Grace, nacida en 1839. Murió poco después del famoso Juicio Achilli10:ewman pensaba que probablemente por su causa y a resultas del escondido cariño que,

 pese a todo, le profesaba.

Francis William (1805-1897), tercero de los varones y cuarto en la familia, fue unlibrepensador. Estudiante en Worcester College, entre 1830-33 se embarcó en una

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desastrosa expedición misionera a Persia y Siria, donde terminaría por familiarizarse conlas lenguas, siendo desde 1846 hasta 1863 profesor de Lenguas Clásicas en el University

College de Londres, primera universidad no confesional y liberal de Inglaterra, donde susextravagancias, de las que ni los atuendos se vieron exentos, causaron sensación. De élhabía escrito John Henry a su madre el 22 de enero de 1822: «Es muy rápido con las

cosas y muy lento con las personas. Se le da mejor la evidencia matemática que laevidencia moral»11. Entre sus muy variadas obras está la primera biografía de suhermano,  Early History of the late Cardinal Newman  [«La primera historia del últimoCardenal Newman»] (1891), de breves dimensiones y de lamentable efecto, aunqueseguramente escrita con buena intención, conjugando «la primera» –por ser la másantigua biografía–, con «el último Newman», por tratar de los últimos años de suhermano cardenal.

Jemima (1808-79), segunda de las hermanas y quinta en el orden general de la familia,se casó –presidiendo el enlace su hermano John Henry– en 1836 con John Mozley y fue

madre de seis hijos. Aunque jamás aprobaría la conversión del hermano, mantuvo con élamistosas relaciones fraternas y asidua correspondencia. Cuidó, eso sí, de que sus seishijos se formaran lejos de la influencia del tío. Tocaba el piano a dúo con el violín deJohn Henry. Era callada y de carácter desde luego más tranquilo que Harriet, la cual

 pensaba que Jemima era, la pobre, una mártir de su devoción por el hermano.

María (1809-1828), en fin, la pequeña de los Newman, tenía un carácter sencillo. Erasobre todo alegre y cariñosa, mas enfermó pronto y murió en cosa de horas, casi deforma repentina. Duro para John Henry, de extraordinaria importancia en su evoluciónintelectual y religiosa. «Algunas veces –escribe éste a su madre– tuve el presentimiento

más o menos fuerte de que Mary se nos iría; su carácter tan cariñosísimo y el afecto tanenorme que yo sentía por ella me lo hacían temer» 12.

El riquísimo epistolario de Newman –sus escritos alcanzan los 31 volúmenes nadamenos: se calcula que llegó a escribir más de veinte mil cartas–, va dando cumplidareferencia de personajes, hechos y dichos, entre los que figuran, como es natural, los quela correspondencia con los suyos suministra. Permiten dichas fuentes que lleguen hastanosotros el ambiente, las circunstancias, los primeros síntomas crepusculares de unaInglaterra victoriana; además, por supuesto, de la altura moral del personaje, tandiferente a sus padres y hermanos, bien ajenos muchas veces a su peculiar sensibilidad,la propia de un singularísimo espíritu. El 28 de septiembre de 1820 escribe a su padre entono confidencial: «Estoy estudiando una media –es un gran secreto que te susurro– de

13 a 14 horas al día»13.

2. INFANCIA Y JUVENTUD

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Educado desde niño en el gusto por la lectura de la Biblia, sin que hasta los quinceaños tuviera convicciones religiosas definidas, vivió de interno en una escuela privadadesde los siete, donde, pese a todo, se encontró muy a gusto, pues el reglamento no erasevero. Claro que ninguna influencia se antoja espiritualmente comparable a la de su

 primera conversión con quince años y en un clima «evangélico», ya que hasta 1924 se

definió como calvinista. En realidad, este primer anuncio conversional fue un retorno a laBiblia y al cristianismo de su infancia, determinado por autores protestantes influyentescomo Thomas Scott, Philip Doddridge, William Beveridge, y el excelente varón,reverendo Walter Mayers, del oxoniense Pembroke College.

El 8 de junio de 1817, fija su residencia en Oxford, Trinity College, donde, sinhonorífica distinción, alcanza sus grados académicos en diciembre de 1820. Orientado al

 principio por el Derecho, cambia pronto de rumbo. El 12 de abril siguiente, fue elegido

«fellow»14  de Oriel, situación que le aseguró ayuda financiera y en la que se mantuvohasta el 3 de octubre de 1845. Más importantes, desde luego, fueron sus actividades

oxonienses. Ordenado diácono anglicano el 13 de junio de 1824, devino inmediatamenteen vicario de la iglesia San Clemente de Oxford. Sus  Diarios  dejan constancia del celoapostólico y de la actividad desbordante allí desplegados.

La ordenación sacerdotal en el anglicanismo llega el 29 de mayo de 1825. Resigna, pues, su cargo en San Clemente el 21 de febrero de 1826 para subir a «tutor» en Oriel,función ejercida durante aproximadamente cinco años y por él abrazada de buen grado,sobre todo a causa de las actividades pastorales que ésta le ofrecía, aunque hubo deabandonarla poco a poco, no bien el preboste de Oriel, Edward Hawkins, rechazó el plan

 para reorganizar los cursos que Newman entendía necesarios para mejor conocer a sus

alumnos. Más habría podido esperarse de por esas fechas en cuanto guía espiritual de losestudiantes, dada su personalidad. Hay, sin embargo, quienes achacan tan limitado éxito ala práctica inexistencia de confesión sacramental y de principios ascéticos en la Iglesiaanglicana.

Del 14 de marzo de 1828 al 19 de septiembre de 1843, fue cura de Santa María laVirgen, iglesia de la Universidad de Oxford. Él se ocupaba principalmente de la

 parroquia, que incluía Littlemore, donde levantó una iglesia en 1836, pero adondenumerosos miembros de la Universidad venían a escuchar sus prédicas. Pragmático entodo, el sermón, a su juicio, lejos de agradar a los oyentes, debía incidir más bien en la

santidad. Su visión de conjunto, de una profundidad teológica sorprendente, sobre losmisterios de la Redención, la presencia de Cristo en la Iglesia y la eucaristía, la acción delEspíritu Santo; todo en el cuadro del año litúrgico, por él asiduamente meditado. Elmisterio pascual debía ser, era de hecho, central.

Desde 1830, mucho antes de que fuese redescubierta por los teólogos católicos, predicó la doctrina de la gracia increada: sus cartas y notas espirituales reflejan indiciosde que consideraba casi un deber el decirle al mundo quanta fecit animae meae (cuánto

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hizo a mi alma) (Salmo 65 [66]16). Tan humilde era la idea que de su predicación teníaque, «pues el orden divinamente establecido, es demasiado pobremente desarrollado

entre nosotros, nada tiene de extraño –confiesa– que yo parezca frío y sin influencia» 15.Se ha dicho que no fue orador. Ciertas e indudables fueron, en todo caso, sus cualidadesretóricas: rápida elocución, largos silencios, bello lenguaje. En cuanto al pensamiento,

resultan menos densos los sermones católicos, porque él sabía aquello que podía tener deadmisible. Pero en ellos se ve también clara la huella de la humildad. De anglicano, leíasegún costumbre los sermones. Como católico, en cambio, solía decir: «Leer no es

 predicar»16. Así que su contacto con los oyentes era entonces directo, aunque su manerano fuese más austera.

Como anglicano Newman publicó:  Parochial and plain sermon, 8 vols., 1834-1843;Sermons on subjects of the day, 1843; y Fifteen sermons preached before the universi ty

of Oxford , 1843. Los sermones universitarios anticipan su Gramática del Asentimiento

(1870), donde prueba que la razón puede ser no sólo explícita sino también implícita17.Basa toda su apologética en un realismo práctico, sobre la manera en que el espírituhumano trabaja de facto, considerando ello como un aspecto de la providencia divina conrespecto al hombre. Esta aproximación de sentido común le había tocado en el artículode Wiseman sobre el donatismo, sugiriéndole la idea de que la Via Media era una religiónartificial.

Invitado en 1832 por el amigo Richard Hurrell Fraude (1803-1836)18  y el padre deéste, archidiácono Fraude, a un viaje por el Mediterráneo (diciembre 1832 - julio 1833),

 protagonizó aquellos días un importante episodio para la marcha de su espíritu según

revela esta frase suya: «Porque eres tú quien apaciguas el corazón, tú, Iglesia deRoma»19. No hubiera podido escribir esta frase de no haber visto antes Roma20, porquesu imaginación había estado marcada por la imagen tradicional, según la Reforma, del

 papa como «anticristo»21  y de Roma como «corrompida». Newman no contactó másque con un pequeño número de católicos, sea en el curso de este viaje, sea más tarde. Lacomplejidad de las impresiones que la ciudad le produjo entonces nos puede servir, en

todo caso, para comprender la continua complejidad de su interior 22.

3. MADUREZ

Autor de unos veintiocho de los noventa Tracts for the Times, muy breves los primeros y reveladores de su índole católica –se les reprocha de «papismo» ( popery) y élmismo alerta en ellos contra esta falsa interpretación–, Newman aborda en ellos lasucesión apostólica, el bautismo y la eucaristía, el pecado de cisma, la independencia dela Iglesia de un parlamento semi-cristiano y de obispos serviles, su liturgia, dogmas,disciplina y gobierno, la penitencia y el ayuno y la continuidad de la fe. En resumen, la

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Via Media, teoría que dominó su pensamiento hasta 1839, en que, a raíz del artículo deWiseman sobre los donatistas en la  Dublin Review, hubo de reemplazarla por la de las

ramas (branch theory), que Oxford descartó en redondo al rechazar el Tract   90, dondeewman había procurado «desprotestantizar» los Treinta y nueve Artículos.

Durante estos años oró mañana y tarde sobre la lectio divina y el  Book of Common

 Prayer  anglicano, y corriendo 1830 introdujo en su iglesia de Santa María oficios para lasfiestas de lo santos y la celebración hebdomadaria de la eucaristía. «Tengo una verdaderadevoción hacia la Bienaventurada Virgen, vivo en su Colegio, sirvo en su altar y heconcedido una gran importancia a su Pureza inmaculada en uno de mis primeros

sermones»23. En 1836 descubrió el Breviario romano y, al año siguiente, probó arecitarlo en parte, omitiendo la invocación de los santos, por no autorizada para unanglicano. Ocurrió lo propio en 1843 con los  Ejercicios espiri tuales de San Ignacio, quehizo al principio sin la práctica de la confesión general.

Ya católico, durante seis meses cursa teología en Roma, donde el 30 de mayo de 1847es ordenado sacerdote por el cardenal Fransoni: como entonces considera válidas lasordenaciones anglicanas, se le asegura que su reordenación es hecha bajo condición. Mástarde dudará de ellas por entender insuficiente el respeto de la Iglesia de Inglaterra haciala eucaristía. Tras madura deliberación, elige entrar en la congregación del Oratorio yrecibe un breve papal para instaurarlo en Inglaterra, cosa que hace el 1 de febrero de1848, tras un corto noviciado en los oratorianos de Roma. Al año siguiente, sucomunidad de dieciocho miembros, incluido el grupo de Faber, se divide: la mitad, aLondres con Faber como rector de un Oratorio independiente. Será él así fundador urídico del Oratorio londinense, y Faber el real.

Durante el asunto Jacinto Achilli (1851-53), dominico pasado al protestantismo, vivióun período de extrema ansiedad coincidente con los principios de su acción por laUniversidad de Irlanda. Dominó la situación repitiendo sin cesar que sólo la oración

 podía salvarle. Le salvó, en efecto: al día siguiente de la sentencia (una multa por laforma), el Times y la mayoría de los ingleses se pusieron de su parte. Newman halló sumás grande consuelo, durante éste y otros duros trances, en el Santísimo Sacramento.

Desde el punto de vista religioso, estaba resueltamente preparado a vivir en la Iglesiacatólica. No tanto para soportar el alud de insidias, acusaciones y amenazas de procesos

que se le vendrían encima: del hombre más eminente en la Iglesia anglicana, a no tener en la católica sino un pequeño rincón y muy pocos amigos en puestos clave. Deplorada la

 pasividad de los obispos anglicanos, ahora tenía enfrente a otros obispos que, por razones humanas, ejercían su poder con autoritarismo. Newman era portado, según

expresión, a «preferir la excelencia intelectual a la excelencia moral»24. En 1859 fue

denunciado a Roma como hereje por su artículo del  Rambler   (julio 1859)25. Pero larespuesta silenciosa de la duquesa de Norfolk a los «infundios» (whisperings) de Faber 

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en el West End   (barrio aristocrático de Londres) es tal, que los laicos ingleses, como entiempos de Manning –cuando en abril de 1867 su ortodoxia es atacada en el Weekly

 Register  –, firman y publican un alegato de plena confianza en su persona.

A finales de 1863, tras la lectura de algunas líneas de Charles Kingsley (le acusaba deenseñar que la veracidad no es una virtud necesaria al clero católico), decide escribir  pología pro vita sua (1864). No sólo la mayoría de los católicos, sino gran parte de los

 protestantes de Inglaterra, la acogen con favor y no es exagerado decir que hacen aewman un sitio en su corazón. Contribuyen a ello también los versos de 1833,  Lead,

kindly Light , convertidos mientras tanto en un himno protestante popular. Con Newmanentonces reanudaron lazos viejos amigos anglicanos como Keble, W. J. Copeland,Richard Church, Frederic Rogers, extremo este que exasperó a los ultramontanos de

Roma influidos por Manning26, que se opuso a su presencia en Oxford en 1864 y 1866.i el concilio Vaticano I ni la infalibilidad pontificia supusieron para él, desde el punto de

vista doctrinal, dificultad de ningún género, pero nuestro maduro Newman prefirió

colocarse con los «no-oportunistas» por las razones de otros teólogos y debido tambiénal malestar que la definición en sí causaría a ciertos católicos amigos suyos. Pensó que ladefinición, lejos de subir el poder del papa, serviría más bien para disminuirlo; igual quela de la Inmaculada Concepción con la devoción mariana. De todos modos, en 1874,

 para tranquilizar a católicos y protestantes ingleses sobre la infalibilidad, tiró de plumaescribiendo la Carta al Duque de Norfolk . Antes, en 1870 lo había hecho ya con laGramática del Asentimiento, cuya primera parte muestra que se puede creer aquello queno se consigue comprender enteramente; y en la segunda, que se puede tener por ciertoaquello que no se consigue probar de manera absoluta.

4. SU PERSONALIDAD

Recuerda un poco a la de San Pablo. Algunos rasgos también a Wellington; incluso aJulio César, sin desmerecer San Agustín. Después de su primera conversión a los quinceaños, pautaron su vida estos tres principios: fe en lo sobrenatural y amor de Dios,

 profundidad de intuición, y fuerza de voluntad. Hay asimismo en él un fondo deinspiración católica que se desarrolla con bastante rapidez para tomar estos rasgossingulares: importancia del bautismo y de la eucaristía, incluyendo la idea de  sacrificio y

de presencia real , aunque sin admitir todavía la transusbstanciación; amor por la Iglesiay odio al cisma, voluntad de no hacer nada sin su obispo, celo por las almas, profundo

respeto a Dios y las cosas santas, amor a la pureza, y tirón por los Padres de la Iglesia 27.

Carácter resplandeciente el suyo por la osadía en los proyectos y la energía en susrealizaciones. Hombre de acción, aplicó a menudo esta inquietud a iniciativas eficaces.Simple sacerdote de parroquia, anglicano o católico, fundó una universidad y una  public

 school . Edificó o ayudó a construir cinco iglesias y proyectó una sexta. Publicó 33 obras

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y dejó inéditos 300 sermones, cartas y  Diarios  llamados a llenar 31 volúmenes. Como

líder del Movimiento de Oxford28, modeló su país entre 1833 y 1841. Trató de atribuir elmérito a Keble (1792-1866), pero no se le puede tomar en serio. Ya católico, triunfó dela hostilidad de sus compatriotas entre 1845 y 1864: la Apología, ya digo, determinó queInglaterra se rindiese a sus pies.

Pragmático y directo y sencillo y optimista, la oposición encontrada, no obstante, llegóa ensombrecer por algunos años su existencia. Nada tenía de autoritario y, una vezdevenido «fellow» de Oriel (1822), y célibe de vocación, jamás volvió a nutrir ambiciónalguna. En los asuntos públicos, pedía de buen grado consejos y los seguía. Encuestiones más personales, careció las más de las veces de buenos consejeros. Con susamigos íntimos, y a veces en las controversias, manifestaba un humor que podía resultar incisivo: se nota sobre todo en sus conferencias sobre  La posición actual de los

católicos en Inglaterra  (1851)29  y en los preliminares –más tarde suprimidos– de la pología. Su dominio de las lenguas clásicas era sólido; estaba bien dotado para las

matemáticas y algo en música: a veces se entretenía con Beethoven al violín, Caballeroexperto y andador infatigable, era bien proporcionado pese a sus estrechas espaldas.

 Ni «sensitividad» ( sensitivity) ni el calificativo «casi femenino» (almost feminine) lecuadran: el solo rasgo cuasi-femenino en él posible sería una atención excesiva a losdetalles, especialmente cuando habla de sí. Para comprender sus diferencias conWiseman (1802-1865), cardenal arzobispo de Westminster en 1850, cumple saber queaquél era un hombre de evidente buena voluntad, bien que, dominado por una sola idea – la Iglesia–, fuese poco sensible a las personas; además, desde 1859, su salud se habíaalterado. La oposición de los ultramontanos –Manning (1808-1892), Ward (1812-1882) y

Vaughan (1832-1903), cardenal arzobispo de Westminster después de Manning–, eraideológica. Corría Newman así riesgo de ceder al pánico y hasta pudo faltarle prudenciaen la elección de sus corresponsales. De hecho, algunos severos juicios suyos sobreFaber y varios cardenales, con términos como «injustice…, cruelty», llevan a concluir que, puesto en el cantil de la prueba, pudo alguna vez haberse propasado.

Ciertos comportamientos que se le reprochaban, en cambio, responden al clima de laépoca y son perfectamente defendibles. Sería el caso, por ejemplo, de su manera detratar a Ch. Kingsley en los preliminares de la  Apología. Ahora bien, que Newmanviviese sin tomar conciencia de este defecto nada tiene que sorprender en el siglo XIX.Para corregirlo, habría tenido que recurrir ya a la sicoterapia, ya a la dirección espiritual,

 pero jamás tuvo a su lado, en cuanto confesores o amigos íntimos, hombres deautoridad, de competencia y de suficiente discernimiento, excepto el duque de Norfolk,

 pero éste era demasiado joven y Newman anciano ya.

Aislado por sus talentos y la amplitud de sus conocimientos, apreciaba, no obstante, asus amigos en razón del estímulo y de la colaboración que éstos le aportaban, y también

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 por los cambios espirituales y ocasiones de una influencia pastoral. Tales fueron en los primeros tiempos J. W. Bowden, Frederic Rogers (más tarde Lord Blachford), HurrellFroude, Henry Wilberforce, y de otros menos íntimos. En los últimos años J. R. Hope(más tarde Hope-Scott), Edward Bellasis, y sobre todo Ambrosio St John. Como «tutor»de Oriel, deseó hacer de los estudiantes sus íntimos, incluso sus hijos espirituales. En esta

época y más tarde, hombres juiciosos reconocieron su genio y su personalidad seductora,Keble y Pusey entre otros, mas su matrimonio los alejaba algo de él.

Las palabras «no busqué yo a mis amigos, sino que ellos me buscan»30, plantean biográficamente cuestiones a la vez sicológicas y concretas. La mayor parte de susamigos lo fueron a distancia: R. W. Church, Hope-Scott, Lord Coleridge, el obispoClifford, Miss Holmes, Emily Bowles, Lord Blachford, Lord Emly (William Monsell), elduque de Norfolk (al principio su alumno en el Oratory School ), Mr y Mrs WilliamFroude, y muchos otros de condición modesta. Newman era afectuoso, sí, y tenía

 buenos amigos, hombres y mujeres. La publicación de sus cartas, en todo caso, con una

 buena edición crítica, derribará la gratuita suposición en ciertos medios de que habríasido demasiado afectuoso.

5. ADAGIO FINAL

 Newman comenzó a redactar en 1874 sus  Escritos autobiográficos  destinados alamigo Ambrosio St John para el caso de que fuera su biógrafo, pero éste murió en 1875y fue Anne Mozley (1809-1891) quien los utilizó, revistos en 1876, para una selección de

cartas del período anglicano31. Sólo van hasta 1833 y su valor histórico es muy reducido.Su popularidad llegó hasta decirle «más inglés que los ingleses». En 1875, un anglicano leescribía: «No conozco en la historia inglesa a nadie comparable en el cambio profundoque se produjo en la opinión pública en Inglaterra a vuestro respecto. En una recepciónen la que me encontré presente algunos días después de la aparición de Carta al Duque

de Norfolk , un ultramontano expresó el deseo de que vuestro folleto fuese metido en elÍndice de Libros Prohibidos; sobre lo cual un protestante resueltamente convencido

replicó que “Roma no osaría infligir tal afrenta a Inglaterra”» 32.

Once años pudo lucir la púrpura, pues el 11 de agosto de 1890, en efecto, oscura la

tarde ya, fallecía en Birmingham a consecuencia de una neumonía. Por la capilla ardienteempezaron a pasar centenares de amigos, y a los periódicos desde donde a veces se lehabía acusado y ridiculizado llegaron a la mañana siguiente condolencias y respetuososelogios. El cortejo fúnebre hasta el cementerio de Rednal constituyó una sentidamanifestación de duelo: unas 20.000 personas. Fue enterrado, según propia voluntad, enla misma sepultura que el amigo de juventud Ambrosio Saint John. Sobre su lápida sehabía grabado el epitafio por él mismo elegido:  Ex umbris et imaginibus in veritatem

(Desde las sombras y las apariencias hacia la verdad). Ésta, sin embargo, nunca llegó a

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estar sobre la sepultura, como cabría suponer, sino adosada a la pared en el patio de laiglesia del Oratorio de Birmingham, junto a las de otras personas ilustres. En elcementerio de Rednal quedó rodeada de todos los miembros difuntos del Oratorio de

Birmingham33.

Y su fama siguió creciendo sin tregua, no con igual intensidad en todos los sitios ylenguas y corrientes, desde luego, pero sí hasta cuajar en newmanismo que acabaríaconsolidado con el Vaticano II. Los primeros trámites del proceso de canonizaciónarrancan de 1958. El 22 de enero de 1991 era aprobada por Roma la heroicidad de susvirtudes. El diario Birmingham Mail   informó en 2008 de la curación milagrosa de Jack Sullivan, un diácono de Boston, Massachusetts. Aquejado de una dolencia en la columnavertebral que le impedía caminar, se encomendó al Siervo de Dios y, poco después de la

 plegaria, pudo ponerse de pie y de nuevo andar: era el 15 de agosto de 2001. Lacomisión de médicos aprobó el milagro. Luego siguió el veredicto de la comisión deteólogos de la Congregación vaticana para las Causas de los Santos. Y, el 3 de julio de

2009, el Papa Benedicto XVI aprobó oficialmente el milagro, paso previo a su beatificación. El postulador de la Causa y superior del Oratorio birminghense, PaulChavasse, elevó una solicitud para que la beatificación pudiera llevarse acabo en Roma,dada la universalidad del Siervo de Dios, cardenal de la Santa Romana Iglesia.

El lobby gay se cebó con la Iglesia católica a la hora de la exhumación de los restos.Ian Ker, experto biógrafo, tuvo que salir al paso y aclarar que su enterramiento en latumba del sacerdote Ambrose St. John fue según propia voluntad y por haber sido

 buenos amigos, matizando, de pasada, que la « protesta gay» tenía una torcida intención, pues difundía la insinuación de que «Newman habría querido ser enterrado con su amigo

 porque habría estado ligado a él por algo más que una simple amistad»34. Tampoco laIglesia católica inglesa se fue por las ramas. A través de Austin Ivereigh, ex consejero delcardenal Cormac Murphy O’Connor, primado católico de Inglaterra, desmintió las torpesconclusiones adelantadas por el colectivo homosexual aduciendo que la exhumación ytraslado de los restos era para que se le pudiese venerar en un lugar especial. Lacuidadosa exhumación tuvo lugar en Rednal el jueves 2 de octubre de 2008 y no seencontró resto humano alguno. En vista de ello, el Oratorio de Birmingham decidió queel sarcófago de mármol preparado al efecto no fuera colocado en la iglesia como al

 principio se había planeado. Colocadas en un relicario, que tiene el frontis de cristal, las

 pocas reliquias comprenden mechones de cabello de Newman, que ya obraban en posesión de los padres del Oratorio, una pequeña cruz que éste usaba colgada alrededor de su cuello, fragmentos de la ropa con que fue sepultado y de madera del ataúd original,hecho de roble. Lo demás que se recobró de la tumba, incluyendo la insignia cardenaliciaen bronce que adornó la tapa del ataúd, está hoy bajo el cuidado de York Archaeological 

Trust , uno de los mejores centros de preservación del país. Uno piensa que las mejoresreliquias van a ser, son ya, sus escritos.

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A las 11 horas del 2 de noviembre de 2008, monseñor Vincent Nichols, arzobispo de

Birmingham35, presidió una solemne misa pontifical en la capilla de la InmaculadaConcepción del Oratorio de Birmingham, corriendo la homilía a cargo del antedichomonseñor Chavasse. Durante la misa, la pequeña urna con las reliquias fue colocadasolemnemente en la capilla de San Carlos Borromeo, amigo de San Felipe de Neri. Se

dispuso que permaneciese allí, a la derecha del altar mayor, hasta la beatificación.Y esa fausta fecha ha sido, por fin, oficialmente anunciada por el Vaticano y

ubilosamente acogida por la Iglesia católica y la misma Comunión Anglicana. Los pasosse han ido sucediendo con puntual precisión. Primero fue Benedicto XVI al recibir el 1de febrero de 2010 a los prelados de la Conferencia de Obispos de Inglaterra y Gales.Reconociendo al término de aquella visita «ad limina»  que «también existen muchossignos de fe viva y de devoción entre los católicos de Inglaterra y Gales», se refirió «al

interés por la futura beatificación del cardenal Newman»36. El 16 de marzo uncomunicado del  Buckingham Palace  anunciaba que el Papa Benedicto XVI había

aceptado la invitación a visitar Gran Bretaña del 16 al 19 de septiembre de 2010. Laembajada de Gran Bretaña ante la Santa Sede indicó luego, entre otras cosas, que elPapa visitaría las West Midlands para beatificar al «teólogo y educador del siglo XIX, el

cardenal John Henry Newman, durante una Misa pública en Coventry» 37. Se da lacircunstancia de ser ésta la primera beatificación que preside personalmente el PapaBenedicto XVI, ya que hasta la fecha las demás han sido delegadas. El dato, después de

todo, prueba la gran estima que siente hacia Newman el Papa actual38.

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IIIEL CONVERTIDO

1. EN LA ESCUELA DE LOS SANTOS PADRES

Desarraigar a Newman de los Padres de la Iglesia es casi como exponerse adesconocer su obra, donde existen, enriqueciéndola, evidentes huellas que obligan areconocer su influjo nada circunstancial ni periférico, pues en ellos y de ellos vivió desdeel otoño de 1816, es decir cuando sólo contaba 15 años, y se produjo su llamada primeraconversión del retorno a la Biblia y al cristianismo de su infancia. Asoman a menudo losPadres en su vida mediante un ideario que hoy se perfila a todas luces genial y

aleccionador. Él mismo asegura que «le convirtieron»39, y su protagonismo patrístico – 

 podemos añadir nosotros– arranca, en efecto, de la controversia que el entonces pensador anglicano mantuvo contra la Iglesia de Roma, y en concreto de 1830, cuandoMr. Hugh Rose le propone escribir una historia de los principales concilios, que aceptasin titubeos empezando por Nicea. Lo que más le impresiona del período anteniceno es lagran Iglesia de Alejandría. A ella y a la Iglesia primitiva en general atribuye la solución dealgunas verdades dudosas, como la de los ángeles, que perfila y zanja en 1837.

Ya a su regreso de Italia en 1833 le había asaltado un pensamiento, obsesivo luego en

Sicilia: «Tengo que hacer una obra en Inglaterra»40. Escribe a la vuelta los famosos

versos sobre la luz, reveladores del estado interior: «Guíame, luz amable»41, una de sus

más espléndidas páginas biográficas. Del 13 de junio al 30 de agosto de 1839 somete ariguroso estudio la historia de los monofisitas, de la que le «absorbía la cuestióndoctrinal», y añade: «Fue durante este curso de lectura cuando por vez primera me vino

la duda de que el anglicanismo  fuera sostenible»42. El 30 de julio confía a un amigo lointeresante que encuentra dicha historia, «pero a fines de agosto yo estaba seriamentealarmado… Mi fuerte era la antigüedad, y ahora, a mediados del siglo V, me parecía ver reflejada la cristiandad de los siglos XVI y XIX. Vi mi cara en ese espejo. ¡Yo era un

monofisita!»43. Aquí y ahora, por lo menos es el momento más tangible del que tenemosnoticia, es cuando se le cruza por el camino el Obispo de Hipona desde un artículo del

cardenal Wiseman en la revista  Dublin Review. Intentó neutralizar esa fortísimaimpresión agustiniana en su alma recurriendo a las inconsistencias, ambición, intrigas ysofisterías de Roma, es cierto, y aunque escribe en 1840, desde el  British Critic, que el

 punto fuerte del anglicanismo «es la conformidad con la Iglesia primitiva»44, él mismotiene que reconocer implícitamente que el de Hipona había dado en el blanco. Así loinsinúan estas frases como: «Es un hecho, sea cual fuere la forma de justificarnos anosotros mismos, que somos extraños al gran cuerpo de cristianos esparcidos por todo el

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mundo»45. Y también: «A partir de 1841 yo estaba en mi lecho de muerte por lo queatañe a mi pertenencia a la Iglesia anglicana, aunque, por entonces, sólo gradualmente me

 percaté de ello»46.

Los Padres aquí volvieron a servir de sensibilísima ayuda para esta toma de

conciencia. En el verano de 1841, ya en Littlemore, ajeno a cualquier inquietud, resuelvetraducir a San Atanasio. Pero entre julio y noviembre, recibe «tres nuevos golpes –dice– 

que me destrozaron»47. El primero fue de los arrianos, que venían a patentizarle elmismo fenómeno que tiempo atrás los monofisitas. El segundo llegó con la pertinaz lluviade intrigas y acusaciones de obispos y amigos contrarios a su proceder, lluvia, por cierto,que se prolongaría por tres años. La trama, en fin, de una interconfesión entre elanglicanismo y la Prusia protestante, a propósito del Obispo de Jerusalén, es el tercero, el

que acabó sacudiendo su fe en la Iglesia anglicana y le llevó «al principio del fin»48.«Entonces sentí de todo en todo la fuerza de la máxima de San Ambrosio:  Non in

dialectica complacuit Deo salvum facere populum suum (Dios no quiere salvar a su

ueblo con la dialéctica)49. Sentía gran disgusto por la lógica del papel» 50. El 14 de juliode 1844 se descuelga en carta a una amiga: «Yo estoy mucho más cierto (según losPadres) de que estamos  en estado de separación culpable que de que no se dendesenvolvimientos bajo el Evangelio y de que los desenvolvimientos romanos no sean

verdaderos»51.

La conversión, como dichoso amanecer, asoma por el horizonte. Corren los últimosmeses de 1844 y decide escribir el clásico tratado sobre la evolución del dogma:  Ensayo

 sobre el desarrollo de la doctrina cristiana. Resuelve además que, si al terminarlo

 persisten sus convicciones a favor de la Iglesia Romana, dará «los pasos necesarios paraser recibido en su seno»52. La dulce y amable  Luz , suspirada y cantada cuando el barcoabandonaba las costas de Palermo, ilumina su alma con súbito resplandor. Desde ahorahasta la tarde del 8 de octubre de 1845, los Santos Padres disipan las últimas dudas y

 ponen al fatigado luchador John Henry en las manos del pasionista Domenico Barbieri,hoy beato, que recuesta al neoconverso en el regazo maternal de la Iglesia católica. El

 pasionista fue llamado a Littlemore en la tarde del 8 de octubre de 1845. Por la noche,ewman empezó su confesión, acabada al día siguiente, y fue recibido en la Iglesia

católica. Fueron los Santos Padres, pues, los principales maestros en la conversión delgenio de Oxford, al que hablaron desde el principio de manera suave y cordial, decorazón a corazón, haciendo vida el lema que más tarde habría de lucir en el escudo

cardenalicio: «Cor ad cor loquitur» (el corazón habla al corazón)53.

2. «S  AN  AGUSTÍN REDIVIVO» (AUGUSTINUS REDIVIVUS  )

Si la del Vaticano II es hora de los Padres de la Iglesia, resulta fácil entender que lo sea

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también del Obispo de Hipona y del mismo cardenal Newman, dado el aire teológico yeclesial de los tiempos que corren. Un clima conciliar, aquél, de apertura, liberalidad,comprensión del mundo y de sus problemas. En vez de condenar e imponer, el VaticanoII miró al mundo con simpatía, con estilo cristianizante y abierto al diálogo, que es, por grata coincidencia, el de San Agustín cuando, con fines siempre pastorales, cristianizó el

 platonismo y escribió de Roma y de su imperio agónico y convulso frases en las quecualquier asomo pesimista está en función del renovador optimismo a que impulsa laCiudad de Dios. Newmanismo y agustinianismo, siendo así, resultan, desde esta

 perspectiva, sinónimos a los que subyace un mundo de afinidades que no sólo permiten,sino que obligan a reconocer en sus fundadores dos almas gemelas, dos genios abriendoen la Iglesia la escotilla de la comunión.

Corría 1930 cuando Przywara definió a Newman como «el verdadero y únicougustinus redivivus  (San Agustín redivivo) de los tiempos modernos, y ello porque su

mirada está serenamente fija en el Dios del fin»54. No pretendo ahora descender a

comparaciones, siempre odiosas, sobre si San Agustín ejerció más o menos influjo quelos otros Padres, o más o menos que uno u otro en concreto. Las muchas páginasdedicadas a San Atanasio, por ejemplo, harían desistir. Pero no es el número de páginaslo que importa, sino su peso ideológico. Su familiaridad del  gentleman de Oxford con elHiponense fue más honda de lo que a veces se reconoce.

A su paso por Milán en 1846 evoca sobre el terreno la conversión, el bautismo y hastala dulzura de la madre Mónica, aunque aquí haya más que una simple cuestiónevocadora. Escritos newmanianos hay donde el Africano comparece a la llamada de unacita puntual o de un testimonio implícito. He aquí, por ejemplo, la opinión que, a

 propósito del papel que los Santos Padres juegan en la investigación teológica, merece aewman el hijo de santa Mónica: «La gran luminaria del mundo occidental –dice– es,

notoriamente, San Agustín, quien, sin ser maestro infalible, modeló el pensamiento de laEuropa cristiana; de hecho, a la Iglesia de Africa en general hemos de volver los ojos

 para hallar la mejor exposición de las ideas latinas»55. Que para él no es lo mismo unPadre de la Iglesia que un santo cualquiera lo insinúa esta frase: «Cuando yo leo a San

Agustín o San Basilio, yo converso con un alma hermosa iluminada por la gracia» 56.Cuando yo leo, converso. Sutil indicio de lo que en Newman era el estudio de los Padres:una lectura, una conversación, un diálogo inteligente y cordial a la vez; una vivencia.

En Agustín de Hipona ve al «fundador del sistema monástico en Africa, sistema que, adespecho de sus posibles perversiones y sus fortunas históricas, ocupa un puesto

doctrinal aparte en la dispensación evangélica»57. Del «gran Agustín, obispo de Hipona,

en Africa»58, y de la desolación que allí sembraron los vándalos cuando su muerte,comenta: «El viajero contempla las sombras rocosas que bordean su costa y no descubrerastro alguno de cristianismo para consolarse de esta tristeza. Hipona ha dejado de ser villa episcopal, pero su gran doctor, aunque muerto, habla todavía; su voz se ha

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difundido por toda la tierra y sus palabras hasta el extremo del orbe. No tiene necesidadde residencia fija aquel cuyo hogar es la Iglesia católica, ni teme la desolación llevada por 

los bárbaros y los herejes aquel cuyo credo está destinado a durar siempre»59. Y con eldramático final de Hipona todavía como telón de fondo: «No era seguramente un

hombre ordinario aquel cuyo final es en todos sus detalles tan sorprendente» 60. Muerte,

silencio, desolación y abandono frente a vida, difusión universal de un magisterio, alegríay fe: pinceladas de colorido y contraste al servicio de una idea central, la del genio de SanAgustín, aquí después de todo autobiográficas también de Newman.

Desde un pulcro estudio de las Confesiones, nuestro protagonista parangona entre lordByron (1788-1824) y el Obispo de Hipona con esta riqueza de matices: «En el caso deSan Agustín no existen trazas del terrible espíritu altivo, de carácter lóbrego, del amor 

 propio, de la vanidad, de la irritabilidad y de la misantropía que, muy ciertamente,

caracterizan al poeta compatriota nuestro»61. «Tal como le muestra su primera historia –  prosigue con notas positivas– Agustín era un hombre de sentimientos afectuosos ytiernos, de temperamento abierto y amable, apuntando por encima de todo a una especiede perfección exterior a él en lugar de vivir únicamente concentrado en sí mismo» 62.Hermosas dotes que, en buena medida, tampoco desentonan, insisto, aplicadas al propio

ewman. Dice mucho, por último, que fuera suya y no de Pusey, la idea de abrir la Biblioteca de los Padres con las Confesiones. Y más que mucho que, al bajar a detallessobre la mentira, no sólo discrepe del magisterio de San Alfonso M. Ligorio al respecto,declaración, por cierto, que sorprende a sus íntimos, sino que se proclame discípulo deSan Agustín, del que inclusive cita una fuerte y conocida sentencia.

 Newman profesó hacia la «gran luminaria del Occidente» y «modelador de la Europacristiana»63  profunda simpatía intelectual y religiosa, las dos polares dimensiones delquehacer newmaniano. Lo hizo así después de rigurosas y prolongadas lecturas, o seadespués de compenetrarse con él, quehacer en gran medida facilitado por una acusadasemejanza temperamental.

3. «E  L MUNDO ENTERO JUZGA SEGURO» (S  ECURUS IUDICAT ORBIS TERRARUM  )

Apenas acabada la lectura de los monofisitas mediado septiembre de 1839, unos

amigos de John Henry, más abiertos a la causa de Roma, ponen en sus manos la  Dublin Review  de agosto, en cuyo número el ya obispo Wiseman firma un trabajo sobre la Pretensión anglicana. Trataba éste del anglicanismo y de los donatistas, controversia

«conocida desde hacía algunos años»64. Nada especial le dijeron aquellas páginas. Perofue entonces –lo recuerda él mismo– cuando un amigo «escrupulosamente religioso» –a

 buen seguro Robert Williams– «me apuntó unas palabras impresionantes de San Agustín,mentadas en uno de los extractos de la revista, que habían escapado a mi observación:

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Securus iudicat orbis terrarum. Mi amigo repitió una y otra vez estas palabras, y cuando

se fue seguían resonando en mis oídos: Securus iudicat orbis terrarum65.

El estudio de los monofisitas había puesto a Newman al borde de la turbación y delasombro, presa de abatimiento y con buen número de razones tambaleándose. Y ahora el

Obispo de Hipona irrumpía de forma inusitada merced a una tesis antidonatista que, sinesperarlo, abría un horizonte de interpretación y de sentido eclesial completamentenuevo. «Las palabras iban más allá de la ocasión de los donatistas y se aplicaban tambiéna los monofisitas. Ellas daban al artículo una fuerza que se me había escapado de pronto.Decidían las cuestiones eclesiásticas por una regla más sencilla que la de la antigüedad; esmás, San Agustín fue uno de los oráculos de la antigüedad; aquí, por ende, la antigüedad

decidía contra sí misma»66. Era una avalancha de claridad, y él lo reconoce: «¡Qué luz

se proyectaba así sobre toda controversia en la Iglesia!»67.

«Por esta sencilla frase, las palabras de San Agustín me hirieron con una fuerza cual

no sentí antes nunca de cualesquiera otras palabras. Para poner un ejemplo que nos esfamiliar, fueron como las palabras «retorna, Whittington», de la campana; o, por poner otro más serio, como las del «Tolle lege – Tolle lege» del niño que convirtió al mismoSan Agustín. ¡Securus iudicat orbis terrarum!»  (que podríamos traducir:  El mundo

entero juzga seguro)68. Claro que, además de llegar al corazón, sacudieron antes el difícilcampo de la inteligencia. Newman fue un sensitivo, un poeta, un hombre de cordialidad yternura y, a la vez, un intelectual grandilocuente. A golpe silogístico de tracts, habíaideado con otros amigos insignes la teoría de la Vía Media, es decir, el sistema religiosomás integral y positivo de cara a la formación de una reconocida teología anglicana que

ahora, «por estas grandes palabras del antiguo Padre, que interpreta y resume el largo yvariado curso de la historia de la Iglesia, quedaba completamente hecha polvo»69.ewman describe también su estado de ánimo tras la lectura: «Yo quedé muy excitado

ante el horizonte que se me había abierto»70.

 No cabe duda, de la mano de Agustín, el Doctor de la Gracia, el Doctor de Oxfordllegaba tras largo camino de voluntariosa lucha a un mediodía estallante de luz. Lo queresta hasta dar el paso pertenece ya al área de la serenidad y del reposo que todos losconvertidos necesitan antes o después del momento definitivo. Era el  securus iudicat , enfin, un rayo luminoso de la esperada Luz amable, la misma que «deslumbró» al de Tarso

en Damasco, o en Montmartre a don Manuel García Morente cuando la experienciamística aquella de la «percepción sin sensaciones».

Es muy grande el agustinianismo que destila esta sublime página. Así y todo, el securus iudicat   desborda en la biografía de nuestro personaje los precisos gloriososlímites de un «sobrenatural incidente» biográfico en el proceso de conversión. SanAgustín socorrió a Newman con esta frase muchos años después, y de forma por de

 pronto más reiterativa. También con significado distinto. Pues el de 1839 era sociológico

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y, por ende, doctrinal. Dicho en otros términos, porque la Iglesia no puede por menos detener razón frente a los herejes, por eso Ella posee la infalibilidad:  securus iudicat orbis

terrarum. Durante 1870 el sentido es inverso, designa en concreto la infalibilidad. No esque olvide la dimensión eclesial, sino que sólo la supone.

El 6 de marzo de 1870 los conciliares del Vaticano I reciben el proyecto de ladefinición dogmática en términos, se decía, poco mesurados. Reacios jóvenes y viejos atal definición, acuden a Newman en busca de ayuda. Con el apoyo del genio de Hiponaéste les pide que se calmen. Acude una vez más al  securus iudicat , lo glosa y lo proponecomo saludable remedio. El carteo es intenso y conmovedor durante los doce meses deaquel año largo y difícil. El 30 de marzo John Henry escribe a Robert E. Froude: «Asícomo las leyes de los parlamentarios son explicables por los juristas, las declaraciones delos papas y de los concilios las explicaron desde siempre los teólogos. Cuando estaexplicación es recibida universalmente, constituye la verdadera doctrina católica. Por mi

 parte, me resisto a comprender que el juicio último pertenezca a otro que no sea el de la

inteligencia católica universal. Así lo veo incluido en el  securus iudicat orbisterrarum»71. Reafirma el sentido de la frase el 24 de julio y el 27 en carta al amigoAmbrose Saint John. El 3 de agosto le asegura a Frederick Rymer estar de acuerdo consu interpretación del  securus iudicat . El deber de sumisión al Obispo de Roma lorecuerda y subraya el 15 de agosto, y el mismo día Emile Perceval recibe comorespuesta suya este sencillo y sabio consejo: «En general los concilios han sidosubseguidos de numerosas luchas y conatos de cismas. Pero el tiempo arregla las cosas

 –  securus iudicat orbis terrarum –, es la regla»72.

4. LA CONVERSIÓN EN NEWMAN Y EN SAN AGUSTÍN

Dotados uno y otro de carisma profético, sus geniales intuiciones tienen hoy el mismolustre, la misma frescura y atractivo que ayer. Sus problemas parecen los nuestros. De

ahí su presencia y su «actividad» en el Vaticano II73. Newman, es cierto, manejó más amenudo los Padres griegos. Como anglosajón, era propenso a la sicología oriental. Perosería injusto silenciar que algunos críticos descubren en él, hasta por el físico, semejanzascon César, latino por los cuatro costados. Pretender entonces delinear en el Cardenalinglés algunos rasgos agustinianos, que los tiene por cierto, y acusados según acabamos

de exponer, no es ningún abuso. El título de Przywara guarda, por tanto, su lógica. Igualque la guardan uno y otro con San Pablo (cf. Hch 9, 1-29).

Conversos uno y otro, dejaron descrito con minuciosidad el itinerario recorrido hasta elencuentro con la Gracia. El uno, en las Confesiones. El otro, en la  Apología. Dos librosadmirables, con estilo propio, con garra, en los que palpitan la unción religiosa, el hondocalor humano y la tensión emocional. Ya se sabe que las conversiones guardan un fondocomún. El epicentro de esas profundas conmociones interiores del alma es, siempre,

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Cristo. Y junto a Cristo –nunca puede faltar– María, la Reina de los convertidos.Después, secundarias aunque a menudo próximas, existen causas diversas, que puedenser de todos los colores, según cada caso. Porque la Gracia se vale de los elementos másvulgares a veces, más intrascendentes y extraños para llamar a la puerta llegada su hora.Esto es comprobable en el P. Liebermann, en Chesterton, Claudel, Papini, Morente,

ewman, y hasta San Pablo y San Agustín, por citar nombres.Pero existen ejemplos donde la similitud es mayor. Si tuviéramos que limitar éstos a

San Pablo, San Agustín, Newman y Morente, y sirvan sólo para botón de muestra, lassemejanzas repartirían a los protagonistas por este orden: Morente con San Pablo y

ewman con San Agustín. Las conversiones de Morente y de San Pablo son de tipo que podríamos denominar cristológico, en cambio las de San Agustín y Newman parecen,más bien, ec1esiológicas, con el discreto matiz que esta palabra exige en el de Hipona.Desde el punto de vista de la modalidad, las dos primeras sobrevienen por un golpesúbito de luz, de esa Luz dichosa, que lo es del mundo y de las almas, de esa Luz que,

de puro cegadora, transforma el espíritu en luz participada. En cuanto a las segundas,asoman primero con un orto balbuciente que va desperezándose, creciendo esplendorosohasta que la propia fuerza lumínica impone, al fin, un mediodía radiante, de plenitudtransformadora. La andadura de conversión de Newman y San Agustín discurrióintelectualmente, lentamente, diríase casi trabajosamente, pero a la vez, y pese a ello,con prodigiosa eficacia. Cristo se fue revelando a uno y otro poco a poco; a fuerza de

 provocar en ellos el ansia de Luz –o de Verdad–, como en la Samaritana habíadespertado junto al pozo el deseo de agua viva (cf. Jn 4,1-42).

La importancia que para el mundo todo revistió la conversión agustiniana la pone de

relieve Newman cuando escribe: «Este acontecimiento memorable, su conversión, hasido celebrado en la Iglesia de Occidente, después de los primeros tiempos, como un

acontecimiento único en su género, dejada aparte la conversión de San Pablo» 74. Larepercusión que obtuvo la de Newman fue objeto de cálidos elogios por parte de PabloVI el día de la beatificación del P. Domenico Barbieri. Pablo VI, tan agustiniano él, peroal mismo tiempo tan newmaniano, dispensó al convertido de Oxford, tanto aquel díacomo en otras audiencias más o menos solemnes, frases de reconocida estima y de

 profunda veneración discipular 75.

Se podrá objetar que Newman fue muy paulino, que dedicó al Apóstol obrasmeritorias que así lo indican, que entre uno y otro abundan las semejanzas. No hay por qué dudarlo. Claro que, así las cosas, tampoco admite duda la estrecha relación entre San

Agustín y San Pablo76. Pero aquí me refiero ante todo al curso de los acontecimientos,desde cuya modalidad sale a la diáfana superficie que el gran converso del anglicanismoqueda mucho más cerca de San Agustín que de San Pablo, sin que esto implique decir que la newmaniana y la agustiniana fueran idénticas. Detecto nada más el parecido de unhecho prodigioso, que si, como Pablo VI dijo, en Newman fue «formidabile conversione,

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maturata, come si sa, dopo laboriosissime e drammatiche meditazioni»77, en San Agustínconstituye, asimismo, un fatigoso itinerario que los críticos explican como expresión delemitus cordis (gemido del corazón) o del agonismo humano.

Los dos arribaron al deseado puerto tras largas luchas y fatigosos vaivenes. Uno y otro

sometieron la inteligencia a prolongado y duro ejercicio, hasta que, unida ésta al corazón,acabó rindiéndose a la Gracia. El agustiniano y antidonatista Securus iudicat orbis

terrarum  viene a ser, diríase, como el tolle lege (toma y lee) de propio John Henryewman. Porque donde nuestro genial converso anglicano aparece, de nuevo, comougustinus redivivus es, precisamente, aquí, o sea en el hecho mismo de haber sido los

Padres de la Iglesia protagonistas inmediatos de su conversión; y en el de lucir, si esadmisible el inciso, con especial intensidad y esplendor el propio Pastor de almas deHipona desde la imprevista y luminosa frase antidonatista dirigida a Parmeniano. Lacoincidencia de Newman y de San Agustín por lo que atañe al protagonismo patrístico en

sus respectivas conversiones resulta, pues, clara y objetiva una vez más78.

5. PEREGRINOS HACIA DIOS

A las razones expuestas en torno a la definición de Newman como  Augustinus

redivivus conviene añadir la del propio Przywara: «Porque su mirada está serenamentefija en el Dios del fin.» Tal vez en ésta se engloben las demás. Porque desde un resumenen el que se aplicara el método de la historia crítica del espíritu – Geistesgeschichte –, elresultado habría de ser que ambos a dos abundan en lo que desde agustinologíadenominamos principio de la interioridad y de la trascendencia.

En efecto, las semejanzas que relacionan a Newman con San Agustín no sólo provienen de ser conversos los dos y haber recorrido, cada uno en su época, caminostortuosos y ásperos. Todo eso es verdad. Como lo es también que fueron hombres deIglesia a la que consagraron sus vidas de palabra y con la pluma. Y que la esfera literaria

 presenta, de igual modo, puntos comunes: así las Confesiones y la Apología, la Ciudad 

de Dios y el Ensayo sobre el desarrollo, el De gracia y la Iglesia de los Padres.

Pero donde las semejanzas corren más ágiles, pese a ser el uno afrolatino y el otroanglosajón, es precisamente, en lo tocante a la interioridad. El término «conciencia», por ejemplo, alcanza en Newman hondas resonancias de la fórmula agustiniana «Dios yalma», en la que el alma, ganada por lo divino, se rinde serenamente a Dios para, de estemodo, perderse toda en Él. Sobre los postulados de esta fórmula, Newman supera elinterno e irreconciliable antagonismo de la Edad Moderna, que polarizan de una parte eloptimismo objetivo e histórico de Hegel y Descartes y, de otra, el pesimismo objetivo ehistórico de Pascal y Kierkegaard. Por lo que a teoría de la «Idea en la Historia»concierne registramos, de igual modo, rasgos similares.

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San Agustín y el cardenal Newman fueron maestros de la vida interior porqueexperimentaron en sí mismos la inefable dulzura del misterioso mundo de la gracia. Losdos hicieron de la suya una vida en tensión hacia lo eterno. El uno resumió esteadmirable hacer con la expresión de «irrequietud» mundialmente famosa:  Nos hiciste,

Señor, para  ti79. El otro, procurando revivir en el corazón su célebre poema The Pillar 

of the Cloud  (=La columna de nube) con el propósito de ser peregrinación viviente haciala Luz: ex umbris et imaginibus in veritatem (= de la sombras y de las imágenes a la

verdad )80. Ambos, como pendientes siempre de la bellísima plegaria del salmo 118:«Lámpara es tu palabra para mis pasos, luz en mi sendero». En cualquier caso, siemprela misma meta, igual fin, Dios bajo el nombre de Verdad o de Luz, y en el fondo del almauna aspiración idéntica, la que Muñoz Alonso sintetizó en más de una ocasión al referirsea las ansias de verdad verdadera. O lo que Zubiri quería expresar cuando decía que laverdad verdadea.

Por ahí apuntó el agustinólogo Joseph Ratzinger, hoy Benedicto XVI, dictando el 28

de abril de 1990 en Roma su conferencia con motivo del centenario de la muerte deewman, al reconocer que, en cuanto hombre de la conciencia, Newman había llegado a

ser un convertido. Fue su conciencia la que lo condujo de los antiguos vínculos y de lasantiguas certezas al mundo para él difícil y desacostumbrado del catolicismo. Peroentiéndase bien, vía de la conciencia, no vía de la subjetividad que se afirma a sí misma.Vía, dicho sea en resumen, de la obediencia a la verdad objetiva. La del purpuradoinglés, como la de San Agustín, es conversión que dura toda la vida. «Newman – 

 precisaba el cardenal Ratzinger– fue durante su vida toda uno que se convirtió, que setransformó, y que siempre permaneció de tal suerte el mismo, y siempre convertido más

en sí mismo»

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.«Me viene aquí a la mente –insistió Ratzinger– la figura de San Agustín, tan afín a la

figura de Newman. Cuando se convirtió en el jardín junto a Casiciaco. Habíacomprendido la conversión todavía según el esquema del venerado maestro Plotino y delos filósofos neoplatónicos. Pensaba que la pasada vida de pecado era ahoradefinitivamente superada; el convertido sería de ahora en adelante una personacompletamente nueva y diversa, y su camino sucesivo habría de consistir en una subidaconstante hacia las alturas siempre más puras de la cercanía de Dios. La real experienciade Agustín, sin embargo, fue otra: él debió aprender que ser cristianos significa más bien

recorrer un camino siempre más fatigoso con todos sus altos y bajos. La imagen de laascensión viene sustituida con la de un camino, de cuyas fatigosas asperezas nosconsuelan y sostienen los momentos de luz, que nosotros podemos recibir de tanto en

tanto. La conversión es un camino»82.

 Newman expuso en la idea del desarrollo la propia experiencia personal de unaconversión jamás concluida, y así ofreció la interpretación no sólo del camino de ladoctrina cristiana, sino también de la vida cristiana. De igual modo, pues, que Agustín

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convertido nos enseñó a seguir convirtiéndonos, magnífica idea que el Siervo de DiosJuan Pablo II expone en su Carta Apostólica  Augustinum Hipponensem, así Newmandeviene un ejemplo admirable y nos enseña –con la Carta al Duque de Norfolk , por ejemplo– el papel de la Revelación a la hora de nuestra continua conversión, lo mismoque en el desarrollo sucesivo de la Iglesia y del mundo. Providencial protagonismo el de

los Padres de la Iglesia, sin duda, y sobremanera cercano y cordial podríamos añadir, elde San Agustín, en la conversión del célebre inglés, cuyo mensaje sigue teniendo vigenciaen esta Iglesia del ultramoderno siglo XXI.

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IVEL CARDENAL

1. NOMBRAMIENTO

El 12 de mayo de 1879 León XIII creaba cardenal a John Henry Newman, de cuyocorrespondiente centenario dieron cuenta en 1979 numerosos congresos y publicacionesevocando la efeméride que en su día había trascendido lo puramente histórico. Lacelebración, en efecto, permitió sumarse a los actos con protocolaria carta al arzobispode Birmingham al mismo Juan Pablo II, que exaltó al «gran maestro de fe y guía

espiritual», al «siervo bueno y fiel  (Mt 25,21) de Cristo y de la Iglesia» 83. Otro tanto es posible decir del mundo anglicano, que lo hizo en breve nota firmada por su primado, Dr.

Donald Coggan en el Lambeth Palace y remitida a los Centros de Birmingham y Roma.Era como la resonancia de aquel abrazo anglolatino de cien años atrás.

El nombramiento cardenalicio de Newman significó un punto de inflexión en latrayectoria de las relaciones entre Iglesia y cultura. Fue señal premonitoria de actitudesnuevas. León XIII quería revelarse desde su primer consistorio como el gran Papa deuna Iglesia abierta definitivamente al mundo moderno. La pr ueba es que durante sufecundo y largo pontificado llegó a nombrar un total de 147 cardenales en veintisieteconsistorios. Los nombres de aquella primera hornada de eminentísimos lo dice todo.Eran, en concreto, los arzobispos de Olomouc, Toulouse, Colocsa; obispos de Poitiers,

Porto, y Albenga; eclesiásticos Giuseppe Pecci, jesuita hermano del Papa y viceprefectode la Biblioteca Vaticana; Joseph Hergenrother, prelado doméstico y doctor de laAcademia de Würzburg; el dominico Thommaso Zigliara, rector del Ateneo Pontificio deSanto Tomás de Aquino, (hoy Universidad Angelicum) en Roma; y nuestro beneméritoJohn Henry Newman.

Recibir la púrpura representó para Newman su rehabilitación, el reconocimiento público de una ortodoxia en cuarentena, el ocaso apoteósico de una vida maltratada.Porque los primeros treinta años de converso, salvo raros paréntesis como el de la pología, habían sido, en efecto, cadena de frecuentes decepciones. Tantas que en

1876, presintiendo cercano el fin y envejecido ya, cerraba el  Diario  con honda pesadumbre. Pero tres años más tarde tiene que abrirlo de nuevo para confiar este

desahogo: «Después de escribir lo que precede, he sido hecho ¡Cardenal!» 84. Y ante la

noticia, la confidencia reveladora: «Esta vez la nube negra se ha alejado para siempre» 85.El propio Newman reveló en su discurso cardenalicio –«Biglietto Speech»– en el palaciodel cardenal Howard el 12 de mayo de 1879: «He atravesado muchas dificultades,

 pertenecen ya al pasado, de modo que ahora domina mis días una intensa paz»86.

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Las intrigas clericales, la incomprensión jerárquica y hasta la hostilidad profesoral ydiscipular habían vuelto intransitable un camino por tantos conceptos escabroso. Peronunca pudieron abatir la fe del que llegó a escribir esta lapidaria frase: «El tiempo es elgran remedio y el gran vengador de todas las injusticias. Si somos pacientes, Dios trabaja

 para nosotros. El obra a favor de los que no trabajan para sí mismos»87. Palabras, éstas,

que engrandecen al hombre que supo sufrir en silencio, defenderse cuando no tuvo másalternativas, esperar sin perder la calma y recibir con dignidad.

Su conversión había sido algunos años antes todo un acontecimiento, aunque algunos,influenciados por el Tractarianismo, fenómeno imposible de entender sin él, se le habíanadelantado. Después de 1845, a raíz de su conversión a la Iglesia católica, en Oxford,Cambridge y todo el país cundió la impresión hubiera detrás una muchedumbre deseguidores. La realidad, sin embargo, fue muy otra: Keble, Pusey, los obispos, los

 profesores permanecieron firmes en su fe anglicana. Su conversión, no obstante ydespués de todo, alcanzó considerable resonancia internacional propiciada por su enorme

 prestigio, que levantaba pasiones y a nadie dejaba indiferente. Cierto es que el verseincomprendido de unos y otros no se había hecho esperar a raíz de su desconcertanteiniciativa de abrazar la fe católica: los anglicanos, porque había dejado su Comunión; loscatólicos, porque en la Curia romana tenía los suficientes enemigos como para amargarlela existencia. El camarero participante de Pío IX y uno de sus más implacablesantagonistas, monseñor Talbot, un suponer, ponía en guardia a Manning frente a la

 peligrosidad del neoconverso. ¡Y no había llegado aún el modernismo!

Ya es curioso que decidiese abrazar el Oratorio de San Felipe Neri. Él mismo fundóuno en Birmingham, donde empezó nueva vida entregado a los estudios y a la oración.

De allí salió un día para dirigir la palabra a la Jerarquía católica de Inglaterra, congregada por Wisseman en Oscott. El discurso –  La Segunda Primavera – pasó a los anales de laliteratura clásica, comparable por efectos y resonancias al Genio del cristianismo, deChateaubriand. Dado el cúmulo de admiradores, diríase que Inglaterra entera le hubierahecho cardenal. León XIII, interesado por él desde que lo había conocido en lanunciatura de Bruselas, acogió favorablemente al duque de Norfolk a finales de 1878 yvino a saber así que su eventual elevación al cardenalato suscitaría el unánime aplausoinglés. Posteriormente a los hechos, llegó a ofrecer en audiencia privada esta perla: «¡Ah,mi cardenal! No fue fácil, no fue fácil. Se decía que fuese demasiado liberal. Pero yoestaba decidido a honrar a la Iglesia honrando a Newman. Siempre he venerado y estoy

contento de haber podido honrar a un hombre tan valeroso» 88.

2. DISCURSO OFICIAL DE ACEPTACIÓN DEL CARDENALATO: «BIGLIETTO SPEECH»

El lunes 12 de mayo de 1879, Newman acudió al Palazzo della Pigna, residencia delcardenal Howard, a recibir del Secretario de Estado el nombramiento cardenalicio. Allí

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 pronunció su  Biglietto Speech, o sea el discurso oficial de aceptación, un texto, por cierto, de notable importancia donde resume lo que a su entender había sido el afán de suvida toda: la causa de la religión revelada. El martes 13, recibe de León XIII la birreta enel Vaticano. El miércoles 14, hubo discursos y presentación de vestes por parte de loscatólicos angloparlantes de Roma. Y el jueves 15, consistorio público con entrega del

capelo y abrazo del Papa a los nuevos cardenales.En este discurso de Newman en Roma el 12 de mayo de 1879 al serle notificada

oficialmente su concesión de la púrpura –  Biglietto Speech –, hallamos referidos por elorador detalles de primera mano sobre los móviles papales y demás circunstancias delnombramiento. El interesado adelanta, por de pronto, que un hecho así nunca habíaentrado en sus planes y no parecía concordar con lo que su vida había sido hasta eseinstante. Después, desvelando las razones por las que el Papa se había decidido a dar semejante paso, indicaba que se había tratado de «un reconocimiento de mi celo yservicios durante muchos años a la causa Católica», añadiendo además que, en opinión

del Papa, «agradaría a los católicos ingleses e incluso a la Inglaterra protestante, larecepción por mi parte de un signo de su favor» 89.

Ceñido ya de lleno a su persona, incorporaba este largo texto, digno del bronce yvalioso, entiendo yo, para los teólogos encargados de examinar sus virtudes y sus escritoscon vistas a una canonización y declaración de doctor: «En mi larga vida he cometidoequivocaciones. No puedo mostrar esa alta perfección que pertenece a los escritos de lossantos, exentos de todo error; pero creo sinceramente que en todo lo que he publicado haexistido intención recta, ausencia de fines personales, actitud obediente, buenadisposición para ser corregido, odio al error, afán de servir a la Iglesia Santa y, por divina

 bondad, una razonable medida de éxito»90.

Luego la emprendía contra el espíritu del liberalismo en religión, al que definió esa vezcomo «la doctrina según la cual no existe una verdad positiva en el ámbito religioso sinoque cualquier credo es tan bueno como otro cualquiera. Es una opinión –decía– que ganaacometividad y fuerza día tras día. Se manifiesta incompatible con el reconocimiento deuna religión como verdadera, y enseña que todas han de ser toleradas como asuntos desimple opinión. La religión revelada –proseguía– no es una verdad sino un sentimiento oinclinación; no obedece a un hecho objetivo o milagroso. Todo individuo, por lo tanto,tiene el derecho de interpretarla a su gusto. La devoción no se basa necesariamente en lafe. Una persona puede ir a iglesias protestantes y a iglesias católicas, obtener provecho deambas y no pertenecer a ninguna»91. Este breve discurso, en suma, podría ser buena

 prueba de por qué Newman le resultó un personaje atractivo al Siervo de Dios JuanPablo II, el de las encíclicas  Fides et Ratio  y Veritatis Splendor , y por qué siguefascinando a Benedicto XVI, tan sensible también a dichos temas, aparte naturalmente deconstituir un argumento básico para inscribir a su autor en el ecumenismo moderno,comprendido el diálogo interreligioso.

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Pero volvamos al  Biglietto Speech  del neopurpurado en el palacio del cardenalHoward. Tras haberse referido al mal del liberalismo en religión, descendió con finoanálisis de la situación inglesa a un matizado excursus del fenómeno de las sectas, a lasque no le dolieron prensas en responsabilizar de los grandes males que entoncesaquejaban a su país, por ser ellas instrumento del espíritu liberal, que «presiona así sobre

notros [los ingleses] por la fuerza misma de las cosas»92

. Su aguda inteligencia, sinembargo, le impidió recebarse con lo negativo del fenómeno. «Hemos de tener en cuentafinalmente que hay algunos aspectos buenos en este planteamiento liberal; por ejemplo,los preceptos de justicia, veracidad, sobriedad y benevolencia, que al menos seencuentran entre los principios que profesa. Pero –dijo volviendo al rumbo anterior– encuanto advertimos que este conjunto de principios pretende suplantar y bloquear a la

religión, hemos de calificarlos como malos»93.

En la parte conclusiva de tan austero parlamento el neocardenal inglés abandonaba elsombrío panorama para diseñar, como contrapartida, un horizonte de esperanza. «Esta

es la situación en Inglaterra, y es bueno que todos la conozcan. Pero no debe pensarse ni por un momento que me asusta. Me apena profundamente, porque veo en ella la ruinade muchas almas. No temo, sin embargo, que llegue a perjudicar seriamente a la tarea dedifundir la Verdad, la Santa Iglesia, nuestro Rey Todopoderoso, fiel y veraz, o a su

Vicario en la tierra»94. ¡Tantas otras situaciones de fatal peligro para el cristianismohabían surgido en el pasado! También ahora acabaría por escampar. El broche final lo

 ponían su ciega fe en las «imprevisibles vías por las que la Providencia rescata y salva a

sus elegidos»95, y su firme esperanzado en la Iglesia, la cual «no hace otra cosa que perseverar, con paz y confianza, en el cumplimiento de sus tareas, permanecer serena y

esperar de Dios la salvación»96. El mismo pudo comprobarlo esos días en propia carne, pues se pilló un fuerte catarro que no le privó, sin embargo, de cumplir con loscompromisos ante el Papa.

3.  E  L CORAZÓN HABLA AL CORAZÓN: «C OR AD COR LOQUITUR»

 Newman no quiso diseñar para escudo cardenalicio un blasón propio. Prefirió adoptar,con leves retoques, uno del siglo XVII, herencia de su padre. Ni siquiera formuló unemblema extraído, por ejemplo, de sus numerosos escritos, sino que eligió el dicho cor 

ad cor loquitur  (el corazón habla al corazón) que a él se la hacía tan suave y tan familiar de puro entenderlo como cosecha bíblica o de la Imitación de Cristo. En realidad la frasefigura en una carta de San Francisco de Sales y había sido ya citada por el mismo

ewman en el 1855 durante una conferencia sobre la pastoral universitaria.Personalmente nunca se detuvo a explicarlo con detenimiento y al detalle. Juntamentecon el escudo, dichas palabras expresan, a pesar de todo, un principio fundamental de lavocación cristiana que, por lo demás, pautó de lleno el curso de su vida, su pensamiento

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teológico y sus fatigas pastorales97. Los newmanistas han querido interpretar ese cor ad 

cor loquitur , basados obviamente en los escritos del Cardenal, por estas cuatrodimensiones: Dios habla al hombre, el hombre habla al hombre, el hombre habla a Dios y

Dios habla al hombre sobre todo en la Eucaristía98.

 Dios habla al hombre. En el escudo figuran representados tres corazones rojosreferidos, pudiera ser, a la Santísima Trinidad, dado que las tres divinas Personasmantienen un amoroso diálogo de cor ad cor , en el que Dios quiere incluir también a loshombres. De hecho, la segunda Persona, el Hijo, asumió la naturaleza humana en el senode la Virgen María. Él precisamente, que «habita en una luz inaccesible» (1Tim 6,16) yque es una cosa sola con el Padre y el Espíritu Santo (los dos corazones en el camposuperior) bajó a este mundo (el corazón en el campo inferior) y se hizo semejante anosotros, excepto en el pecado. Habla Dios al hombre como Trinidad, y le habla en suHijo Jesucristo, el cual, muerto y resucitado, volvió al Padre y envió el Espíritu Santomediante el cual permanece presente en la Iglesia y en el corazón de los fieles de modo

misterioso pero real. No es Dios, siendo así, fuerza o energía impersonal. Tampocodemiurgo que hubiera creado el mundo retirándose de él a sus ultracelestes mansiones.Antes que nada es un Dios personal que en Jesucristo no cesa de comunicar 

 personalmente, es decir cor ad cor , con los hombres, y hasta el fin de los tiempos. Deahí que dicha comunicación sea, en el fondo, la consecuencia de una llamada que deDios partió primero en el bautismo; y en el sacramentos de la reconciliación continúa.Una llamada de cor ad cor , de gracia en gracia, de santidad en santidad, mientras alientenuestra vida, y nuestro existir discurra a la espera siempre de una respuesta.

 El hombre habla al hombre. Los tres corazones del escudo admitirían también esta

otra explicación: el del campo inferior indicaría al hombre nuevo; y los dos en alto, aCristo y al Espíritu Santo. Ellos conducen al cristiano a la comunión con el Padre en elcielo, que con el escudo en forma de corazón dorado viene indicado como fundamento yorigen de todo. La comunión del hombre nuevo con la Santísima Trinidad se extiendenecesariamente a la comunión con los otros cristianos en comunión con la Iglesia, dondelos hombres pueden de modo nuevo hablar entre ellos cor ad cor . El del campo inferior,

 por ello, podría significar también la Iglesia, patria interior del hombre nuevo. Nosotrosen la Iglesia somos, en realidad, «un solo corazón y una sola alma» (Hch 4,32) con todoslos que pertenecen a Cristo, sea vivos aquí en la tierra, sea muertos/vivos en el cielo, sea

que contemplen ya la gloria del Dios uno y trino. Como los apóstoles, aquellos que soniluminados por la luz de Cristo se convierten en portadores de luz en medio de un mundooscuro y tenebroso, deviniendo en ardientes antorchas capaces de poner a los otros encontacto con el fuego de Jesucristo. Estos cristianos ardientes –los santos– a juicio de

ewman un influjo irresistible.

 El hombre habla a Dios. La vida cristiana es aspiración, sostenida por la gracia, a una profunda unión con Dios. Repite a menudo Newman que lo importante es la relación

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 personal con Dios cor ad cor , de corazón a corazón. Y en la  Apología pro vita suaconfiesa que después de su «primera conversión» a los quince años, concentró sus

 pensamientos «en dos seres y sólo dos seres absoluta y luminosamente evidentes: yo

mismo y mi Creador»99. Por el camino de su vida, también por su conversión, suporeconocer que la Iglesia católica no permite a ninguna imagen, material o inmaterial,

ningún símbolo dogmático, ningún rito, ningún sacramento, ningún santo, ni siquiera a laBienaventurada Virgen, interponerse entre el alma y su Creador. En toda situación, entre

el hombre y su Dios, él se encuentra cara a cara, solus cum solo100. La relación personaldel hombre con Dios aquí se revela sobre todo en aceptar por fe de la revelación. Launión íntima del hombre con Dios debe darse a través del verdadero y sincero amor a él.Con la común participación en el Cuerpo de Cristo nos unimos los unos a los otros cor 

ad cor   como miembros del cuerpo de la Iglesia dispuestos a transmitir cor ad cor   la buena nueva. En la comunión con Jesús eucarístico, podemos de modo especial hablar cor ad cor  con Dios. El mote cardenalicio de Newman, por eso, viene a traslucir así, consu densidad conceptual y desde su elevada mística, el sesgo que el nuevo purpuradoquería imprimir a su vida. Su beatificación prueba que tan noble aspiración fuecumplidamente conseguida. Y ya se ve también hacia dónde apuntó la Santa Sedecuando eligió cor ad cor loquitur  como lema del viaje de Benedicto XVI a Inglaterra y

Gales101.

4. DIACONÍA CARDENALICIA DE SAN JORGE EN VELABRO

El Papa León XIII asignó a Newman el título cardenalicio de la iglesia diaconal de San

Jorge en Velabro, que llevó durante sus últimos once años de vida, es decir, durante todosu cardenalato (1879-90). No recibió Newman, pues, la consagración episcopal, pero sílució la púrpura con la elegancia de los elegidos, haciéndola brillar hasta durante los díashúmedos y neblinosos de Inglaterra y Gales. De sobra es sabido que hay púrpurascarentes de brillo incluso en días radiantes de sol. Y las hay también, por contra, como lade Newman, que lucen hasta en los días opacos y de penumbra. Tal vez sea esta, entreotras que se dieron, la razón que mejor explique por qué sus especialistas reconocen en élal más ilustre y conocido cardenal diácono de San Jorge en Velabro, la mencionadaiglesia-basílica romana de título cardenalicio diaconal en Roma, hoy, por cierto, vacante,desde la muerte del último titular, el nonagenario cardenal salesiano Alfonso María

Stickler, quien, al optar por el orden de los cardenales presbíteros, recibió de Juan PabloII el 29 de enero de 1996 la posibilidad de seguir manteniéndola unida a su persona, por cuyo motivo la susodicha diaconía cardenalicia fue elevada, pro hac vice, a presbiteral.

El más ilustre y conocido cardenal diácono de San Jorge en Velabro es, por tanto,repito, John Henry Newman. Al cumplirse el centenario de los fastos que en este capítulomenciono, o sea en 1979, fue colocada dentro de los muros basilicales una placaconmemorativa en honor del distinguido titular de un siglo atrás. El contenido de la

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misma, en versión libre, dice lo siguiente: «Su Eminencia el Cardenal John Henryewman, teólogo –ecumenista– oratoriano de San Felipe Neri, pero sobre todo cristiano,

 presidió esta Iglesia diaconal como su sede de honor, 1879-1890»102.

Entre otros ilustres eminentísimos cumple nombrar a Odo Colonna, que más tarde

subiría a la Cátedra de San Pedro con el nombre de Martín V, a Rafael Riario, a SantiagoStefaneschi, y a muchos más. Tiempos hubo en que permaneció vacante. Por ejemplo,desde la muerte de Newman en 1890 hasta 1914, en que vino a ocuparla, también por elcorto espacio de un año, el cardenal benedictino Gasquet. Los últimos del siglo XX hansido Mercati, Jullien, Gut, y Sergio Pignedoli, para cerrar con el ya citado Stickler, quefalleció en 2007.

Dos cuestiones atingentes al tema de marras cumple recordar aquí. La primera guardarelación con el personaje. León XIII dejó entrever la trascendencia del nombramientocon estas palabras que para sí hubieran querido entonces no pocos purpurados: «Pero yo

estaba decidido a honrar a la Iglesia honrando a Newman»103. Se habían conocidosiendo monseñor Vincenzo Gioacchino Pecci nuncio en Bruselas durante un encuentroque, por lo que después ocurrió con esto de la púrpura, ya se comprende cuánto dio desí. Porque la frase completa empieza con un repetido «No fue fácil, no fue fácil». Todoello, pues, nos lleva al oscuro capítulo de las intrigas, de las calumnias y de losimpedimentos. Y aquí es donde procede incorporar la segunda razón, a la que acuden

 por distintos motivos León XIII, Newman, el cardenal Manning, sucesor de Wiseman enWestminster, el benedictino Ullathorne, desde 1850 obispo de Birmingham, o sea elordinario de lugar de Newman, y algunos más.

El 31 de enero de 1879 recibe Newman, a través de Ullathorne y Manning, la primeranoticia de que le ofrecen el nombramiento de cardenal. El 3 de febrero el célebreoratoriano va a ver a su obispo, quien contesta oficialmente a Manning que la únicadificultad para el nombramiento es el ir a vivir en Roma, cosa que el Papa seguramenteno le exigirá. Ullathorne le remite también a Manning la carta de Newman a su obisposolicitando no ser trasladado de Birmingham. Pero un día después Manning expide alCardenal Secretario de Estado, Nina, la carta de Newman y retiene la del obispoUllathorne, de modo que el 10 de febrero escribe desde París al Duque de Norfolk que

ewman ha rechazado el cardenalato. Las cosas se pudieron aclarar enviando el 11 defebrero Ullathorne al Cardenal Secretario de Estado copia de la carta suya a Manning queéste no había enviado a Roma. A todo esto, el 18 de febrero el rotativo The Times

 publica que Newman ha rechazado su nombramiento, lo que no deja a Newman otraopción que escribir el 20 al Duque de Norfolk, quien viajará a Roma para deshacer elentuerto. Newman es clarísimo y terminante con el Duque: «En cuanto a esa afirmaciónque ha salido en los periódicos de que rechazo el capelo cardenalicio, no debes creerla[…]. Esa afirmación no ha salido de mí. Tampoco de Roma puesto que se hizo públicoantes de que mi respuesta llegara a Roma. Sólo puede haber salido de alguno que, no

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sólo leyó mi carta sino que, en vez de dejar que el Papa la interpretara, se tomó lamolestia de interpretarla él mismo e hizo pública su interpretación al mundo entero. Unacarta privada, dirigida a las autoridades romanas, es interceptada y sale publicada en los

 periódicos de Inglaterra. ¿Cómo es posible que alguien haya hecho semejante cosa?Además, estoy completamente seguro de que si me ofrecieran un honor de esa categoría,

mi respuesta no sería un rechazo terminante»104

. El 18 de marzo de 1879 llega, por fin,la carta oficial del Secretario de Estado con el nombramiento de Newman como cardenal.El Papa había accedido a que Newman se quedase en Birmigham. Manning, el pobre,quedó así en pésimo lugar, y con él otros eclesiásticos ultraconservadores.

5. CONSOLADORAS AUDIENCIAS DEL PAPA

Del 16 al 24 de abril de 1879 viaja a Roma para recibir el capelo cardenalicio. Eldomingo 27 tiene la primera audiencia con León XIII. La segunda, el 2 de junio. Y el 4

sale hacia Livorno para reponerse de un resfriado romano. Durante las seis semanas allítranscurridas apenas había podido celebrar Misa tres veces, y acudió a media docena de

iglesias nada más. Su balance al respecto es elocuente: «¡Qué decepción!»105. Sudescripción de la primera audiencia papal refleja en él finas dotes de observador detallando las preguntas que el Papa le había hecho, interesado por la iglesia del Oratorioen Birmingham, cuántos eran, de qué edades, dónde había estudiado él, Newman, lateología en Roma, ¿Propaganda? El boceto del Papa es conmovedor: «Ya al irnos – escribe detallista–, aceptó un ejemplar de mis cuatro  Disertaciones Latinas, en ediciónromana. No me pareció que tuviera la boca grande hasta que sonrió y las comisuras se le

 plegaron hacia arriba, pero no de forma desagradable; es de piel clara y los ojos un pocoenrojecidos –puede que fuera sólo ese día–. Habla muy claro y despacio, y con acento

italiano»106. Salió también lo de seguir en Birmingham: «Me preguntó “¿Tiene intenciónde seguir como Superior de la casa de Birmingham?”. Le contesté “Eso depende delSanto Padre”. Entonces dijo “Bueno, entonces deseo que siga como Superior”, y siguióun buen rato hablando de este tema y me dijo que había un precedente [de un cardenal

no residente en Roma] de uno de los cardenales de Gregorio XVI» 107.

 Nada nos ha llegado, en cambio, de cómo transcurrió el 2 de junio. Afortunadamente, por el contrario, contamos también con sus impresiones de los días cardenalicios de

Roma. En carta dirigida a su sobrino Harry (tercer hijo de su hermana Jemima), ya desdeBirmingham el 25 de julio, deja estas deliciosas confidencias: «Aunque lo que másansiedad me causaba en todo el asunto del cardenalato era la posibilidad de tener quevivir en Roma, lo que de manera inmediata me causaba malestar eran la dignidad, la

 publicidad y toda la ceremonia»108. Puntualiza luego que ya se lo esperaba, ya sabía élque iba a ser todo como una nueva vida, pero que tampoco era cuestión de oponerse a ladecisión del Papa, que lo estaba deseando. «De hecho –prosigue–, según he sabido, ha

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sido cosa suya y se ha servido de las peticiones procedentes de Inglaterra como un puntode apoyo muy oportuno para lo que él quería hacer. Después me envió una carta en queme comunicaba su deseo de ofrecerme un “solemne y público testimonio” de su altaopinión de mí, con palabras emocionantes. Al presentarme a él, se mostró conmigo tanextraordinariamente atento que todos se quedaron pasmados. Ha sido esta actitud del

Papa lo que me ha hecho poner a un lado mis propios sentimientos»109

.Y todavía se le hace a uno más explícito, si cabe, con las vivencias del calvario sufrido

desde su conversión hasta el momento de la púrpura. «Durante 20 ó 30 años católicosignorantes o fanáticos han dicho que yo era prácticamente un hereje; yo sabía que lateología de Roma y los teólogos de Roma estaban de mi parte, bien sea porque meapoyaban, bien porque me aceptaban». Y de nuevo, desde la otra orilla: «Durante añosme ha sacado de quicio que los protestantes dijeran, condescendiendo, que yo no eramás que católico a medias, y que demasiado bien que se portaban conmigo en Roma. Asíque me he sentido obligado a aceptar [el cardenalato]. En cuanto a lo del Döllinger de

que el Papa no sabía lo que hacía, como chiste no está mal»110.

Que las intrigas le seguían mortificando años después lo prueba su carta a John Waughdesde Birmingham el 24 de marzo de 1885: «Es sencillamente falsa la afirmación de quehaya deseado volver a la Iglesia Inglesa: jamás, ni por un momento. La Iglesia CatólicaRomana es el único Oráculo de la Verdad y Arca de Salvación. Ninguna otra comunión

tiene las promesas, ninguna otra tiene la Gracia del Redentor»111. Testimonios asíabundan en aras de idéntico diseño: un hombre de Dios, un sabio y un santo haciendo

 brillar la púrpura lleno de compostura y decoro hasta el fin de sus días. Se explica, pues,

que Newman fuera santo y seña del cardenal De Lubac112

.Quisiera, pese a todo, traer como epílogo aquí el testimonio del ordinario del lugar en

Birmingham, amable obispo Ullathorne, recordando su visita del 18 de agosto de 1887,apenas tres años antes de caer el telón de aquella intensa biografía: «Hoy –diceUllathorne– he visitado al Cardenal Newman. Está muy gastado, pero muy contento[…]. Fue una conversación larga y muy animada pero cuando ya me levantaba parairme, hizo algo que nunca olvidaré porque supuso una lección sublime para mí. En voz

 baja y humilde me dijo: “Señor obispo, ¿me haría usted un gran favor?” “¿De qué setrata?”, le dije. Se dejó caer de rodillas, inclinó su cabeza venerable y dijo: “Deme su

 bendición”. “¿Qué iba a hacer yo teniéndolo delante de esa manera? No podía negarmesin causarle un gran apuro. Así que le puse la mano en la cabeza y dije:”Mi queridoCardenal Eminentísimo, a pesar de todas las leyes en contra [un Cardenal es ‘más’ queun obispo], que Dios le bendiga y que su Santo Espíritu le llene el corazón”. Al ir yahacia la puerta, y sin querer ponerse la birreta ante mí, me dijo: “Yo me he pasado lavida metido en casa mientras usted peleaba por la Iglesia en el mundo”. Me sentí

anonadado en su presencia, ¡este hombre es un santo!» 113. Sobran comentarios.

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VEL ECLESIÓLOGO

1. SU ECLESIOLOGÍA

Más que simple escuela o academia, la Iglesia es para Newman realidad histórica,misterio y comunión, y ejerce en nombre de Cristo tres funciones: real, sacerdotal y

 profética, esta última la herencia del Papa, si bien las tres del cuerpo místico, ya que es el pueblo todo entero el que vive la fe y la transmite. Newman es consciente de que lainterpretación de la Escritura fue durante los tiempos arrianos preservada de lacorrupción gracias al juicio del orbis terrarum  (el mundo entero). De ahí que subraye,acordes y respetuosas, dos infalibilidades: la activa o de la jerarquía, y la pasiva o de losfieles. Si los actos jerárquicos no regulan el orbis terrarum, podría éste degenerar enopiniones dispares, pues el poder de discernir es de la Iglesia docente –  Ecclesia docens –,aunque la doctrina sobre la cual se discierne pertenece a la Iglesia entera. Al cabo no sólolos pastores, sino inclusive los fieles, gozan de una infalibilidad guiados siempre por elEspíritu Santo. Tal infalibilidad es en ellos pasiva, por cuanto para ejercerla necesitan entodo caso que intervenga reguladora la infalibilidad activa.

Mucha eclesiología newmaniana puso el Vaticano II en boga: equilibrio papal yepiscopal, los miembros todos de la Iglesia en cuanto celosos guardianes de la Tradición,la conciencia vista como voz de Dios y fundamento de la fe, los factores subjetivos en fey razón, la necesidad de predicar un Cristo atrayente, la dimensión histórica de la teologíao retorno a sus fuentes (Biblia, Tradición y Padres), el respeto a las personas, el suaveejercicio de la autoridad, la irreductibilidad del Pueblo de Dios a la Iglesia y a sólo los

 bautizados. Acercarse a Newman es como dar con la eclesiología del siglo XIX. Buscó ala Iglesia primero con sostenida inquietud de ilustre orador anglicano, se unió a ella confilial afecto de accesible convertido católico después. La sirvió siempre con amorosadedicación. Los Padres de la Iglesia, y en particular San Agustín desde su enfrentamientoa los donatistas, le suministraron la  sapientia cordis  (sabiduría del corazón) necesaria

 para compaginar sensibilidad religiosa con inteligencia crítica. «La lucidez de susintuiciones y de sus enseñanzas –dijo Pablo VI en 1970– proyecta sobre los problemas

de la Iglesia de hoy una preciosa luz»114.

Acerca de la colegialidad episcopal distingue entre enseñanza del Papa y de losobispos, por un lado, y teología profética de las escuelas, por otro, lo que apunta no sóloa una experiencia de la Iglesia en conjunto, sino también a ese elemento dinámico suyoque es el laicado. Newman atribuye el servicio de interpretación a la mediación entre losenunciados de la Escritura o del Magisterio, de una parte; y de otra, la inmensa masa delos fieles. Evocar a Newman es, por eso mismo, como brindar con la Iglesia por uno de

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sus hijos más ilustres, torrentera todo él de locuacidad y elegancia, de ponderación yseñorío, de gracia y sencillez. Leer sus obras viene a ser como percibir la fragancia deCristo flotando siempre en su cuerpo todo que es la Iglesia.

Cobran los escritos newmanianos con la Iglesia función vertebral y unificadora,claridad interpretativa y plenitud de sentido. Y es que la Iglesia fue siempre el centro desu quehacer y vivir. La amó entregándose de lleno primero a la anglicana y con igualentusiasmo, una vez convertido, a la católica. Aunque el suyo fuese un amor a menudolacerado por la incomprensión y el recelo de quienes, alicortos de pura envidia, no podíancomprender ni la altura de su pensamiento ni la bondad de su corazón. Se abrió a Cristocon entrega de contemplativo, igual que los Padres, a quienes leía con frecuencia y citabacon simpatía, como a grandes maestros y patrimonio del cristianismo. De ahí logenuinamente patrístico de su eclesiología. El análisis de sus escritos arroja, de hecho, unabultado balance de temas eclesiológicos: el justo equilibrio entre Papa y obispos, latotalidad de la Iglesia incluidos los laicos como guardianes de la Tradición, la conciencia

en cuanto voz de Dios y fundamento de la fe, el papel de los factores subjetivos en la fey el conocimiento (fe y razón), la prioridad de existencias sobre esencias, y de lavivificante palabra sobre las fórmulas arquetípicas. «Aplicada al cuerpo de cristianos eneste mundo, la palabra Iglesia significa sólo una cosa en la Escritura: un cuerpo visible

investido con privilegios invisibles»115.

Le costó poco a Newman comprender, ya en su tiempo, que insistir en los siglos IV yV sobre la inmovilidad de la Tradición apostólica había supuesto para la Iglesia de los

 primeros tiempos un hecho involutivo y paralizador. Con ayuda patrística cayó pronto enla cuenta de que el concepto dinámico de Tradición, es decir la Tradición entendida como

 proceso histórico, «debía ser el llamado a imponerse».116  Semejante planteamientorecibiría gran considerable impulso del Vaticano II. Según vaya tomando cuerpo –decía–,«veremos cómo la función del papado consistirá menos en imponer y pronunciar unasformulaciones y más en atestiguar, significar y encarnar, en sentido sacramental ysimbólico, la unidad implícita en la creciente diversidad […]. La forma capital delministerio papal en el futuro, por consiguiente, consistirá en encarnar la unidad, pero nosólo de los católicos, ni aún siquiera de sólo los cristianos, sino de todos los hombres, yaque su función se orientará a intensificar la unidad en todo el mundo, de forma que todos

sean una sola cosa en Cristo»117. El lector dirá si acertó.

2.  E  L «SENTIDO DE LOS FIELES »: «S  ENSUS FIDELIUM »

Lo entendía Newman como la presencia de una gracia que sensibiliza a los fieles antela realidad de la tradición sagrada. Es éste, a su entender, como una especie de instituto

 profético o «phronema» presente en lo hondo del cuerpo místico. En otros términos: setrataría de la cooperación de obispos y fieles ejercida con el espíritu paulino del veritatem

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acientes in caritate (realizando la verdad en el amor : Ef 4,15) y de acuerdo a lafunción profética del Pueblo de Dios por la que se inclinó el Vaticano II en el número 12de la constitución Lumen gentium, donde se puede leer: «La totalidad de los fieles, quetienen la unción del Santo (cf. 1 Jn 2,20 y 27), no puede equivocarse cuando cree, y esta

 prerrogativa peculiar suya la manifiesta mediante el sentido sobrenatural de la fe de todo

el pueblo, cuando desde los obispos hasta los últimos fieles laicos118

  presta suconsentimiento universal en las cosas de fe y costumbres» 119. El  sensus fidelium

(sentido de los fieles), de venerable tradición teológica que a él se refiere asimismo conlos equivalentes sintagmas consensus fidelium, sensus fidei, sensus catholicus  y  sensus

 Ecclesiae (consenso de los fieles, sentido de los fieles, sentido católico, sentido de la

 Iglesia), arraiga en el magisterio de la Magna Iglesia de los grandes Padres.

De ahí que Newman, bien asido a la gran patrística, de puro llevarla en el corazón,supiera matizar al escribir pastorum et fidelium conspiratio (cooperación de los obispos

 los fieles), y se complaciera en citar el  phronema ekkesiastikon (sentido profético de

las Iglesias) de Hipólito y la ecclesiae intelligentiae auctoritas (la autoridad de lainteligencia de la Iglesia, o también la autoridad del entendimiento eclesiástico) de

Vicente de Lerins120. «Ambas, la Iglesia que enseña y la Iglesia enseñada –afirmaclarificador y experto nuestro autor–, deben estar juntas, como un doble testimonio;

deben mutuamente ilustrarse, y nunca dividirse»121. Sensus  y consensus fidelium, por tanto, constituyen una rama de evidencia que será necesario y natural a la Iglesiaconsiderar y consultar antes de proceder a definiciones. Antes, pues, que Dibelius,Guardini, de Lubac y otros primeros espadas de la teología moderna pusieran al XX laetiqueta de Siglo de la Iglesia, ya Newman había dejado en el XIX su impronta de

eclesiólogo genial.

Por eso mismo también, y contrariamente a cuanto cabría suponer de cara a la tareainvestigadora, Newman distinguía elocuente y matizaba diciendo que dicha conspiratio,lejos de limitar, estimula y abre a una mayor libertad investigadora. Nuestro especialistainglés atribuye el servicio de interpretación –en el que también van incluidas lasdeclaraciones del Magisterio– a lo que él de nomina  schola theologorum  (escuela de losteólogos), la cual viene a consistir en una mediación entre los enunciados de la Escriturao del Magisterio y la masa de los fieles o de la Iglesia. Su función no es sino explicar ointerpretar tales enunciados precisando sentido, alcance y límites. Así definida, la  schola

theologorum  sería ni más ni menos que «el principio regulador de la Iglesia»122. Secomprende por eso que fuese partidario de la libre discusión dentro de la Iglesia, la cualno es sino comunión donde la verdad hay que alcanzarla por todos, entre muchas

 personas juntas arrimando el hombro. En materias de fe, siendo así, debe otorgarse lasuficiente libertad para que cada cual pueda expresar su pensamiento. Por otra parte, élestaba convencido de que la verdad no puede entrar nunca en conflicto con la verdad, yde que la libertad de discusión ha de abarcar también el campo de la teología. Suconclusión, por ende, resonaba con timbre paulino: cumple hacer siempre la verdad en la

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caridad (cf. Ef 4,15). El lector puede hallar un estudio a fondo de este asunto en elcapítulo V de la Apología.

«La Iglesia –llegó a escribir– es la madre de los grandes y de los pequeños, de los que

dirigen y de los que obedecen»123. Su profunda adhesión eclesial, por otra parte, estuvo

acompañada en él de un exigente respeto hacia la incomparable dignidad del ser humano,del carácter único e irreemplazable de su vocación y de la responsabilidad inmediata anteDios. Así se explica que acertase a magnificar tanto el papel de la conciencia, «principioy refrendo esencial de la religión en la mente humana […] cuya obligación implica el

actuar de una manera concreta con preferencia a todas las demás»124.

El Concilio Vaticano II restauró la unidad de cultura en la Iglesia y en el Magisterio al poner de relieve su marcado carácter dialéctico. Lo hizo como tiempo atrás el oxoniense:afirmando la triple realidad de los oficios de Cristo, de una parte, y los derechos ylibertad de conciencia en los fieles, de otra. Por algo el dominico y cardenal Congar dejó

escrito que Newman es el gran adalid de la conciencia. La inspiración del Espíritu Santo, pues, ya no va ligada exclusivamente al oficio papal, sino que se sitúa en el consensus

idelium  de todo el Pueblo de Dios, el cual –según matiza la  Lumen gentium  en elnúmero 13–, «sin dejar de ser uno y único, debe extenderse a todo el mundo y en todos

los tiempos, para así cumplir el designio de la voluntad de Dios»125.

Corría el año 1867. El corresponsal del Weekley Register  en Roma publicó la especiede que el Papa había prohibido a Newman visitar Oxford y que en Roma ya no gozabade confianza como en tiempos. La noticia provocó un gran revuelo entre los seglaresingleses fieles al egregio compatriota, y Mansell recogió inmediatamente 500 firmasapoyando un documento de adhesión a su paisano en apuros, al que pertenece esta frasedel 13 de abril de 1867, en el número de la semana siguiente: «Experimentamos comouna herida a la Iglesia católica de este país, cada golpe que le infligen a usted». Con

ewman, los seglares ingleses seguidores de su doctrina, además de sentir con la Iglesia,sabían sentirse ellos mismos Iglesia.

3. NEWMAN EN EL CONCILIO VATICANO II

La directa o indirecta influencia del pensamiento newmaniano sobre el concilioVaticano II es innegable, aunque resulte luego difícil de precisar en sus justos términos.Las debilidades de la Iglesia, sobre todo en el siglo XIX, estuvieron a la orden del día enlo psicológico y social, y la renovación del XX en estos campos puso en evidencia que sehacía indispensable una reforma. Pero es verdad y muy verdad que las directrices de

ewman fueron moneda común en el trabajo de los Padres conciliares y de maneraespecial en asuntos como la santidad de la Iglesia, la Tradición y la Escritura, la funcióndel laicado como guardián de la misma Tradición, la evolución de los dogmas, las

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relaciones con el mundo y la cultura, la libertad de conciencia, el ecumenismo, ladimensión histórica en teología, el retorno a la Biblia, el respeto de las personas, el

ejercicio más flexible de la autoridad – in dubiis libertas126 –, la irreductibilidad delPueblo de Dios a la Iglesia y a sólo los bautizados. De Newman, en fin, cabe decir quefue el inspirador del Vaticano II, como Santo Tomás lo había sido de Trento.

Que tanto el arzobispo rebelde Marcel Lefebvre como Hans Küng hubieran estado deacuerdo en lo revolucionario del Vaticano II no habría sorprendido a Newman. Al iniciodel Concilio, existían nítidas dos tendencias, la de los reformistas y la de sus oponenteslos conservadores. Cada uno quería reformar a su manera, por supuesto que distinta.Pero mucho antes de la clausura conciliar, los reformistas –también los conservadores,claro– ya se habían dividido en dos grupos: los extremistas a ultranza como Küng, y losmoderados dentro de los reformistas, cuyo teólogo más representativo sería Henri deLubac, y entre los que se cuenta Pablo VI y sus sucesores Karol Wojtyla y JosephRatzinger, si bien para ecumenismo habría que colocar delante de todos al cardenal Bea.

Sin ninguna duda a este grupo de reformistas moderados, de vivir, habría pertenecidoewman, el hombre capaz de unir la más grande independencia de pensamiento y devida con la más perfecta humildad y obediencia, el gran adelantado de la fe y la culturaen armónica convivencia.

 No faltaron autores a raíz de aquella magna cumbre con buena orientación analítica,desde luego, que sintieron el tirón del argumento. La directa o indirecta influencia de

ewman, insisto, había sido tan marcada que un trabajo en tal sentido se imponía, no porque pudiera redundar en provecho del célebre purpurado inglés y del newmanismo,sino para mejor comprender el Vaticano II. Lo difícil, hoy como entonces, sigue siendo

evaluarla con precisión, o lo que sería equivalente: con sano espíritu de sindéresis.

Los estudiosos que a ello se aprestaron no podían disponer entonces de la perspectivacronológica con la que hoy contamos, a medio siglo ya del acontecimiento, ni tampoco,

 por supuesto, de todas las fuentes, puesto que los diversos archivos conciliares fueronabiertos al público más tarde. Porque para trabajos de tal envergadura no basta con tener entre las manos los documentos y hasta los esquemas sometidos a discusión. Es precisoademás contar, dentro de lo posible, con las enmiendas, proposiciones, objeciones yoportunas añadiduras; sencillamente, con las intervenciones orales y escritas de losPadres dentro del Aula, un quehacer éste donde semejante material resulta indispensable

 para que el análisis sea riguroso y los juicios de valor equilibrados.

El balance canta solo. Newman «acude» al Aula no menos de veinte veces, unas por la viva voz de los oradores, otras en la revisada prosa de las relaciones o de los informesescritos. Sin contabilizar la primera comparecencia, por ser anterior a las sesiones

 propiamente dichas, Newman fue llamado hasta siete veces en el esquema de Ecclesia ytres, respectivamente, en los de Ecclesia in mundo huius temporis, revelación yecumenismo. Por el contrario, sólo una en los de liturgia –fue para solicitar la

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canonización–, obispos, misiones y laicos. Estos datos dejan entrever el rumbo que ibatomando entonces la doctrina newmaniana y, después de todo, justifican cumplidamente

la proposición de estudios doctorales en tal sentido127.

La nacionalidad y el idioma de quienes intervinieron tampoco se quedan en cosa

 baladí. Y menos aún, por supuesto, el contenido de los discursos, tan revelador ysugerente. La mayoría fueron obispos angloamericanos y asiáticos, de habla inglesa casitodos, también francesa. Destaca monseñor Simón Hoa Nguyen van Hien, obispo deDalat, que lo hizo tres veces, y de modo especial –siete nada menos– el cardenalarzobispo de Bombay, monseñor Valeriano Gracias, a quien le parecía incomprensible elque se citase dentro del Concilio sólo antiguos Padres y documentos pontificios, y noautores modernos, razón por la cual él acudía tan frecuentemente a Newman. También,según pude saber yo mismo bastantes años después, debido a su familiaridad y frecuentetrato, siendo él todavía joven estudioso, con el Centro degli Amici Newman, de Roma,que fue donde me suministraron el dato. Más revelador aún, si cabe, resultó el entonces

cardenal arzobispo de Bombay en el esquema de misiones: dejada en pie su concordanciacon la necesidad de que se impartiese al clero autóctono doctrina sólida en filosofía yteología tradicional, agregó que la ofrecida en categorías exclusivamente escolástico– tomistas no era de ningún modo apta para la mentalidad india y pedía, por eso, que los

clérigos de su país fueran también formados en mentalidad agustiniana y newmaniana128.

4. NEWMAN Y EL ECUMENISMO

El proverbial humanismo de nuestro Beato, su probada fidelidad a la Iglesia, suapasionado amor por la verdad, despertaron en su generoso y limpio corazón una actitudde respeto y una facultad receptiva fuera de lo común, capaces de hacerle sensible a los

 problemas de quienes no pensaban como él. «Su vida y su testimonio –escribió JuanPablo II al arzobispo de Birmingham cuando el centenario de la muerte– nos facilitan hoyun recurso vital para comprender y hacer que progrese el movimiento ecuménico que se

ha desarrollado tan fuertemente en el siglo posterior a su muerte»129. De alguna manera,en sus escritos se advierte ya la denuncia del Vaticano II contra el escándalo de ladivisión. «Aquel inmenso cuerpo católico, la santa Iglesia extendida por todo el mundo – confiesa dolorido–, ha quedado roto en pedazos por el poder del diablo […]. Algunos

fragmentos del mismo se han perdido por completo, y los que permanecen estánseparados entre sí»130. Desde su conversión cuando los años juveniles, mucho antes entodo caso de que tuviera clara creencia en lo que a la Iglesia concierne, la restauración dela unidad fue una de sus preocupaciones más sentidas y de sus plegarias más fervorosas.De 1834 a 1836 resolvió clarificar antiguas ideas eclesiológicas, dando al respecto unaserie de conferencias en Santa María. Basado en ellas, publicó en 1837 Conferencias

 sobre la función profética de la Iglesia, considerada en relación con la comunión

romana y el protestantismo popular , un libro de forma polémica y contenido ecuménico

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a cuya introducción llevó las siguientes palabras de John Bramhall, teólogo anglicano delsiglo XVII: «Si en algo he sido parcial, debe ser en mis deseos de aquella paz que nuestrocomún Salvador dejó en herencia a su Iglesia, de que pueda ver en mis años de vida lareunión de la cristiandad, para lo cual no dejaré nunca de doblar las rodillas de mi

corazón ante el Padre de nuestro Señor Jesucristo»131.

De sus Conferencias sobre la doctrina de la justificación, editadas en 1838,comentará veinte años más tarde una autoridad como J. Döllinger: «Se trata, a mi modo

de ver, de uno de los mejores libros teológicos publicados en este siglo» 132. Estamos, denuevo, ante una obra escrita con el ecuménico fin de probar que la enseñanza de losteólogos católicos sobre la gracia y la de los protestantes (excepción hecha de losevangélicos extremistas) podían reconciliarse. Conciliador y ecuménico pretendió ser también con el Tract   90, ocasión, pese a ello, de numerosos quebraderos de cabeza,fuente de extrañas incomprensiones y, como él dice, verdadero experimentum crucis.Hasta la suerte quiso volverle las espaldas con lo del movimento tractariano. Apenas

fallecido –con frecuencia ocurre–, el Deán Richard William Church hacía llegar al diarioThe Guardian esta nota: «Difícilmente podemos adivinar lo que hubiese sido de la Iglesiaanglicana sin el movimiento tractariano, y Newman fue el alma viva y el genio inspirador del movimiento tractariano. Por grandes que hayan sido sus servicios a la comunión enque murió, no son nada comparados con los que prestó a la comunión dentro de la cual

transcurrieron los años más azarosos de su vida» 133. Había orado desde pequeño por larestauración de la unidad cristiana y eso procuró siempre, pese a las incomprensiones,con el movimiento tractariano.

Su envidiable visión ecuménica alcanzó también a lo que hoy denominamosencuentros religiosos y cooperación interconfesional. Bien lo refleja su favorable actitud aque los jóvenes católicos, frente a la intransigencia de Manning, pudieran acudir aOxford; o su consabida fórmula elevar el nivel , así entendida por él en 1863: «La Iglesiadebe estar preparada para los convertidos, tanto como los convertidos deben estar 

 preparados para la Iglesia»134. «Como atrayente figura del Movimiento de Oxford y promotor luego de una auténtica renovación en la Iglesia católica, Newman –recordóJuan Pablo II– «parece tener una especial vocación ecuménica no sólo para el propio

 país, sino la Iglesia entera (…). Con su vasta visión teológica anticipó, en cierta medida,

uno de los temas fundamentales y de las orientaciones del Concilio Vaticano II»135.

Ecumenista lo fue por temperamento y legado biográfico y doctrinal. Con la pedagogíaecuménica en el corazón de puro llevarla asimilada por la vida, estaba de recursos másque sobrado para comprender y hacerse comprender. Pero llegó de igual modo a ser,insisto, ecumenista que diríamos profesional, dispuesto siempre y disponible a propiciar encuentros, abrir caminos y promover cualquier iniciativa que pudiese redundar en biende la unidad. Los contratiempos de la vida, por lo demás, tan crueles a menudo, leayudaron a confiar, esperar y amar, esos tres verbos típicamente ecuménicos de puro

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teologales. Su ecumenismo, en resumen, resplandece por la transparente ejecutoria de suvida, marcada de acontecimientos que todo buen manual debe señalar, y en el blandoregazo de su corazón. Sirva para corroborarlo esta bella frase suya del lejano 4 de juniode 1846: «Mientras los cristianos no busquen la unidad y la paz interior en sus propios

corazones, la Iglesia jamás tendrá unidad y paz en el mundo que los rodea» 136  En el

histórico encuentro del Arzobispo Ramsey con Pablo VI, 23-24 de marzo de 1966, el papa Montini aprovechó un momento para expresar a su egregio huésped su deseo deque la obra de Newman fuese publicada en su totalidad, extremo éste que uno compartede medio a medio. El cardenal Newman era respetado por todos: por anglicanos y por 

católico-romanos, y eso tanto el Papa como el Arzobispo lo sabían137.

5. LA IGLESIA EN UNIDAD DE COMUNIÓN

Dicho que la Iglesia es el centro de su vida y de su obra, bien vendrá puntualizar quese trata de una Iglesia en clave de comunión, cimentada mayormente sobre la santa causade la unidad, sí, pero entendida sobremanera en koinonía, como unidad de comunión. Lacontroversia donatista había puesto de relieve un espíritu agustiniano de conciliación yconcordia difícilmente superables hoy: dialoguemos de sacramentos, discutamos, si lo

 preferís, de rebautismo o de cualquier otro tema, pero hagámoslo siempre dentro  de laIglesia una, hagámoslo unidos en caridad. Era el grito de Agustín a los cismáticos delPartido que tanto impresionó al neoconverso inglés y  Augustinus redivivus. Su intensodespliegue intelectual, primero como jefe del Movimiento de Oxford, con lostractarianos, cuando su conversión, y luego, ya católico, superando diatribas del

anglicanismo e insidias del catolicismo a base de sembrar siempre paz y de exhortos enevitación de rupturas, como cuando irrumpieron las diferencias de algunos católicossobre la infalibilidad pontificia, representa un espléndido paradigma en el rico palmarés desu ejecutoria ecuménica.

Él estuvo suficientemente interesado en la Iglesia oriental como para traducir en laCarta a Pusey  numerosos textos trasladados a los libros de oración ( Euchologion,

 Pentecostarion) utilizados en la Iglesia ortodoxa, y para editar a los 81 años la gruesaobra de William Palmer, Notes on a visi t to the Russian Church (1882): Notas sobre una

visita a la Iglesia Rusa. Si el modernismo u otros errores doctrinales han podido invocar 

su patronazgo, ello es debido a la osadía propia de los ignorantes. La publicación de suepistolario pone las cosas en su sitio, que para el Newman esencial no es otro que el deuna Iglesia entendida en cuanto comunidad de comunión, justamente a lo que hoy aspirael ecumenismo, superadas las anteriores etapas de reunión y de diversidad reconciliada.

La primera propuesta de unión de plegarias unionistas llegó en 1840 de IgnacioSpenser, un anglicano, como nuestro personaje, convertido más tarde al catolicismo, quedurante su visita a Oxford se le ocurrió nada menos que pedir a Newman y Pusey que

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sacaran adelante el proyecto. Pusey opuso reparos. No así Newman, que aplaudió la ideay llegó a barajar su viabilidad dentro de la misma Iglesia de Inglaterra. Sólo el desinterésentonces mostrado por los obispos de la Comunión Anglicana a su plan hizo fracasar el

 proyecto. No extrañe, por tanto, que Juan Pablo II recordase su «especial vocación

ecuménica»138. «La Iglesia –decía Newman–, es una, y esto no sólo en fe y en moral,

 pues los cismáticos pueden profesar lo mismo, sino una, dondequiera se encuentre, entodo el mundo; y no sólo una, sino una y la misma, unida por el mismo régimen ydisciplina, que es uno solo, los mismos ritos, los mismos sacramentos, las mismas

costumbres, y el mismo único pastor»139

Sencillo de alma, cordial de espíritu, profundo de ideas, abierto de carácter, sensible alas ajenas inquietudes, con la pedagogía ecuménica en el corazón el cardenal John Henry

ewman alimentó una eclesiología cimentada en la unidad y la paz interior, principio quefluye raudo por las serenas aguas del decreto Unitatis redintegratio, del Vaticano IIdonde se puede leer: «El auténtico ecumenismo no se da sin la conversión interior.

Porque es de la renovación interior, de la abnegación propia y de la libérrima efusión dela caridad de donde brotan y maduran los deseos de la unidad»140. Las relaciones Roma-Canterbury, por eso, están aún menesterosas de serios estudios donde figuras como elcardenal Newman, o movimientos como el de Oxford, reciban más luminoso tratamiento.Algo que avanzó en su día el cardenal Willebrands. Porque la esencia del asunto serásiempre la unidad de la Iglesia.

El personalismo de Newman y su sentido de la Iglesia en cuanto cuerpo que existe enla historia le llevaron a considerarla, sobre todo, como una comunión, lo que hoyentendemos por koinonía. Son Iglesia los miembros todos que la integran. Éstos se hallandivididos en comunidades, bajo los obispos que tienen sus tronos en la Iglesia por derecho divino» y son sucesores de los apóstoles. Mantuvo ya él en su día, pues, la quehoy denominamos colegialidad de los obispos, y se significó como un teólogo apostando

 por la Iglesia en cuanto pueblo de Dios. Insistió en que la Iglesia cristiana es una reunióno sociedad instituida por Cristo, simple y literalmente. Él nos ha reunido a todos por igual. De ahí la exigencia de una verdadera fraternidad, donde vivan todos, obispos ylaicos, en comunidad de koinonía. Él siempre tiró por un laicado bien instruido, de suerteque entendiese la fe que profesaba.

De ahí que apostase igualmente por la libertad de discusión dentro de la Iglesia, ya quela comunión no ha de ser entendida en modo alguno como carencia de intercambio deopiniones y debate. Antes al contrario, el inteligente y libre discutir debe desembocar enun mancomunado enriquecimiento de las virtualidades comunitarias y comunionales de laIglesia. Esto, defendido en tiempos como los suyos, fuertemente condicionados por lasdiscusiones en torno a la infalibilidad papal y la definición de 1870, hacen de nuestro

 personaje ese verdadero profeta de los tiempos modernos. Por aquellas fechas, y paratranquilizar a espíritus turbados, escribía: «La Iglesia avanza como un todo; no es una

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filosofía, sino una comunión; no sólo investiga, sino que enseña; ha de preocuparse de la

caridad igual que de la fe»141.

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VIEL PENSADOR 

1. «LA SEGUNDA PRIMAVERA»

De los sermones newmanianos éste es, sin duda, el mejor y el más famoso. En él por de pronto está confirmación palmaria de la categoría intelectual de su autor. Predicadodurante el primer sínodo en Oscott, luego de restaurada la jerarquía católica enInglaterra, los obispos asistentes a esta pieza maestra pudieron oír, comentando el Ct2,10-12: «El pasado ya ha caducado; el pasado está muerto». Y a continuación: «El

 pasado ha vuelto, el muerto vive». Y en fin: Los católicos de Inglaterra han sobrevivido,aunque «aislados del populoso mundo que los rodea, y apenas adivinados, como si losenvolviera una bruma o el crepúsculo, como fantasmas que saltaran de un lado a otro,

 por los encumbrados protestantes, los señores de la Tierra»142. Triunfalismo y cautelaterciaban seguidamente ante lo mucho que aún quedaba por hacer. La primaveraresultará «incierta, llena de ansiedad, de esperanza y de temor, de alegría y sufrimiento, – de brillantes promesas y esperanzas en ciernes– pero, además, de intensas sacudidas,

fríos chaparrones y súbitas tormentas»143. Así fue.

Afloró allí el gran doctor eclesiástico, o sea quien nos «enseña no sólo mediante su pensamiento y su palabra, sino también con su vida, porque dentro de él, pensamiento yvida se funden y se definen mutuamente. Si esto es así, Newman entonces pertenece a

los grandes maestros de la Iglesia, porque toca nuestros corazones y al mismo tiempoilumina nuestro pensamiento»144. Dejó dicho Juan Pablo II que Newman había sido unode los católicos ingleses más influyentes del siglo XIX, un clásico en el sentido más

 propio de la palabra. Desempeñó su labor como pastor anglicano durante catorce añoscomo vicario de la Iglesia de Santa María, anexa a  la Universidad de Oxford, punto deencuentro de intelectuales ingleses de la época. Su talla intelectual y su pasado anglicanohicieron de él un puente para la comprensión del diálogo con la Iglesia y la sociedad deInglaterra, ofreciendo todavía hoy a través de sus numerosos escritos interesantessugerencias. Vivió cuando el racionalismo rechazaba la autoridad y la trascendencia,mientras el fideísmo resolvía los desafíos de la historia y las tareas de este mundo conuna dependencia mal entendida de la autoridad y del gobierno, logrando, en un mundocon estas trazas, una síntesis memorable entre fe y razón145. Se interesó en sus obras por el saber teológico y humanista: filosofía, patrística, dogmática, moral, exégesis,

 pedagogía, ecumenismo e historia. Y para transmitir con eficacia su pensamiento utilizóvarios géneros literarios: el discurso, el tratado, la novela, la poesía, y la autobiografía.

A nada que uno lo intente, comprobará que se anticipó describiendo el actual

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fenómeno de las religiones cuando en muchas partes del mundo occidental, Europa sobretodo, el mero hecho de sacar a relucir en una conversación el tema de la religión podíaser motivo suficiente para olvidarse de un conocido e incluso romper una amistad.Escribió unos treinta libros. Los de tema católico fueron, según él explicaba, «en sumayoría oficiales, resultado de peticiones o invitaciones especiales, de necesidad o

emergencia»146

.Le horrorizaban las palabras sin fuste, o el jugar con instrumentos cortantes, o el

enseñar sin práctica. Detestaba las abstracciones. Pronunció sus sermones para oyentesque le eran familiares: porque rehuía dar consejos espirituales a quienes él no conociera

 bien. Los de sus cartas al fin de sus años y para personas de condiciones muy variadas,son, sin embargo, de todo punto admirables. Dejan aflorar la intensidad de su vidainterior y la profundidad de su oración, y no sólo por la conmovedora bondad del estilo,sino también por los testimonios autobiográficos, explícitos o implícitos. Hay que buscar su espiritualidad menos en el contenido de sus obras que en su forma, es decir, en el

empuje intelectual y en la fuerza afectiva que las caracteriza. Se le percibe original, yadescubriendo lo nuevo, ya por la síntesis de lo antiguo. Ambos géneros hacen de él unautor excelente, pese a que su espiritualidad eleve por el segundo.

Las universidades católicas y un buen número de centros superiores de origen protestante de los Estados Unidos han utilizado las teorías newmanianas como cimientode sus programas de estudios. Su  Apología, escrita de un tirón en no más de seis

semanas, para defenderse de las acusaciones de mentiroso, hipócrita y taimado147, lereportó críticas universalmente favorables y las ventas del libro alcanzaron cifrasenormes. Con lo que no sólo su reputación se vio restaurada y acrecentada, sino que

incluso desaparecieron sus continuos apuros económicos. Con todo, ni al final de susaños pudo verse libre de polémica. En Inglaterra, los anglicanos conversos como él,arzobispo H. E. Manning (1808-1892) y su íntimo discípulo inglés W. G. Ward (1812-1882), por dar nombres, eran entusiastas ultramontanos defensores de que se otorgara ala definición dogmática de la infalibilidad papal del Vaticano I el mayor alcance posible.

ewman, en cambio, que creía firmemente en dicha infalibilidad, se consideró satisfechocuando vio restringido el argumento a cuestiones de fe y de moral. Y aún así, no las teníatodas consigo ni estaba en absoluto seguro de que la declaración fuera oportuna, dado elfervor revolucionario que dominaba Europa y el fuerte antipapismo de Inglaterra y otros

 países. Se le antojaba nuevo y gravísimo precedente que un dogma fuera aprobado en laIglesia sin causa clara ni urgente148.

2. LÍDER DEL MOVIMIENTO DE OXFORD

El domingo 14 de julio de 1833 John Keble (1792-1866) predica desde el púlpito deSanta María el «sermón de los jueces» sobre «Apostasía Nacional», considerado por 

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ewman como el comienzo del Movimiento de Oxford149. El pequeño grupo deseguidores de la Iglesia Alta se movilizó sin demora. Su primer objetivo era defender lalibertad de la Iglesia respecto al Estado basando la defensa en el origen apostólico de laautoridad eclesiástica. Newman propuso a Keble y a Froude, y estos aceptaron, publicar «folletos de actualidad» (Tracts for the Times), o sea breves artículos en defensa de la

independencia de la Iglesia. Al cabo del año habían aparecido veinte, once de los cualesescritos por Newman, y se había unido al Movimiento el prestigioso doctor Pusey. Lostracts  registraron pronto ventas masivas. Atraída de lleno por este quehacer, Newman

 publicó en marzo de 1834 el primer volumen de «Sermones parroquiales» predicados enSanta María. Su nombre comenzó pronto a rebasar Oxford. Entre 1834-43 vieron la luzocho volúmenes de estos «Sermones».

Los tres puntos básicos de sus ideas religiosas hacia 1833 eran: el principio del dogma,una Iglesia visible con sacramentos y ritos que son los canales de la gracia invisible, y suopinión negativa sobre la Iglesia de Roma. Mantuvo fidelidad de por vida a los dos

 primeros. Del tercero, por el contrario, se fue distanciando hasta que en 1845 renunció aél. Como quiera que al ir recuperando el ciclo completo de las verdades cristianasempezó a dar la impresión de estar difundiendo la doctrina de la Iglesia de Roma, de ahíque no se hiciese esperar el reproche de «papismo», acusación la más nociva de las

 posibles en la Inglaterra de la época. Teniendo esto en cuenta, optó por dedicar trestracts  a la cuestión de la Iglesia romana sosteniendo en ellos que la Iglesia anglicanaestaba situada en la Via Media entre los reformadores protestantes y los seguidores deRoma, que la única Iglesia visible se había dividido en tres ramas –la griega, la romana yla anglicana–, y que la verdad revelada debía hallarse íntegra antes de la división, en ladoctrina de la antigüedad. No se le ocultaba, claro es, la grave dificultad de su teoría:

hasta entonces la Via Media había existido sólo en el papel, nunca había pasado a práctica.

Publicada en 1840  La Iglesia de los Padres, muchos tractarianos comenzaronentonces el éxodo hacia Roma. Para retenerlos dentro de la Iglesia anglicanamostrándoles que era genuinamente católica, Newman escribió el Tract   90, el último ymás famoso de los tracts: pretendía probar que los Treinta y nueve artículos  anglicanos

 podían ser compatibles con la doctrina católica. Pero la reacción protestante fue muydura. En Oxford la junta de directores de colegios condenó a Newman por desleal y éstefue objeto de mucha maledicencia entre los liberales oxonienses y los de la tendenciaevangélica en general.

Durante el verano de 1841, traduciendo en Littlemore los tratados de San Atanasiocontra Arrio, la historia del arrianismo se le apareció bajo nueva luz: los arrianos erancomo los protestantes, los semiarrianos seguían la Via Media como los anglicanos, y denuevo Roma era lo que entonces había sido. El segundo golpe fue que, uno tras otro, losobispos anglicanos comenzaron a rechazar el Tract  90. El tercer golpe fue en octubre de

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1841, cuando la creación de un obispado anglicano en Jerusalén, con jurisdicción sobrelas congregaciones luteranas y calvinistas: redactó en noviembre una protesta solemnecontra dicha medida y se la envió al arzobispo de Canterbury y a su propio obispo. Por último, la fidelidad a la causa de la religión revelada determinó su abandono delanglicanismo cuando estaba en la cumbre de su prestigio, para iniciar nueva vida en el

seno de la Iglesia católica. Con todo su ser de intelectual y creyente testimonió sobre la profunda compatibilidad entre las exigencias de la fe y las de la razón, anticipándose conello a muchos de los principales rasgos del Vaticano II. En esta fase de la historia de laIglesia, dominada por la puesta en práctica de las enseñanzas y directrices conciliares,

ewman aún puede ser guía fiable y una referencia adecuada, particularmente en elcombate de la fe contra el ateísmo y sus «preámbulos»: escepticismo, agnosticismo,«liberalismo» o modernismo y protestantismo.

Tachados los anglicanos del Movimiento de Oxford de revolucionarios que pretendíanreintroducir principios, devociones y tradiciones católicas en una  Low Church, ala

 protestante del anglicanismo a ello tenazmente contraria, Newman renunció a su cargoeclesiástico, concitó junto a sí a un grupo de discípulos oxonienses y se retiró a un pequeño pueblo de las afueras, llamado Littlemore, a cultivar la oración y la inteligencia.Durante los siguientes cuatro años, mientras llevaba una vida escondida, semimonástica,escribió su libro fundamental de teología procurando probar que la Iglesia primitiva eraidéntica a la Iglesia católica contemporánea. Y en 1851 volvió a la carga con  La posición

actual de los católicos en Inglaterra  para defender a éstos de seculares prejuicios protestantes, suscitados otra vez a causa de la reinstauración de una jerarquía inglesa por  parte de Pío IX. Sus páginas nos dan al Newman más agudo y festivo, y él mismoconsideraba éste como su mejor libro. Muchos de esos mismos prejuicios, aunque estén

más extendidos entre confesiones fundamentalistas que entre las mayoritarias, continúanvivos a día de hoy en el mundo angloparlante.

3. LA FE Y LA RAZÓN

Presentando a la prensa la encíclica  Fides et Ratio, en la que Newman figura

citado150, el cardenal Ratzinger abundó en ideas genuinamente newmanianas y vino adecir, entre otras cosas, que el clima cultural y filosófico general niega hoy la capacidad

de la razón humana para conocer la verdad. Reduce la racionalidad a ser simplementeinstrumental, con lo que la filosofía pierde su dimensión metafísica y el modelo de lasciencias humanas y empíricas se convierte en el parámetro y el criterio de la racionalidad.Una de las consecuencias es que la razón científica no es ya un adversario para la fe,

 porque ha renunciado a interesarse por las verdades últimas y definitivas de la existencia,limitando su horizonte a los conocimientos parciales y experimentables. De ese modo, seexpulsa del ámbito racional todo lo que no entra en las capacidades de control de la razóncientífica y, por tanto, se abre objetivamente el camino a una nueva forma de fideísmo.

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La encíclica reacciona contra dicha situación cultural y vuelve a proponer con fuerza yconvencimiento la capacidad de la razón para conocer a Dios y, de acuerdo con lanaturaleza limitada del hombre, las verdades fundamentales de la existencia.

Quien fuera llamado el perito invisible  del Vaticano II sigue teniendo mucho quedecirnos hoy. El siglo XXI podría ser el que nos permita afirmar que el valor de las

 batallas dadas por Newman y la originalidad de sus aportaciones a la Iglesia se han visto plenamente reconocidas y han fructificado. Los creyentes tuvieron que enfrentarse, por una parte, a la amenaza del racionalismo, y, por otra, a la del fideísmo. El racionalismoacarreó un rechazo de la autoridad y de la trascendencia, mientras que el fideísmo dio laespalda a los retos de la historia y a los asuntos de este mundo, entregándose a unadistorsionada dependencia de la autoridad y de lo sobrenatural. Los quince sermonesnewmanianos ante la Universidad de Oxford entre 1826 y 1843, hasta dos años antes desu conversión abordan el binomio ferazón, asunto central en la entera obra newmaniana,

 presente ya en sus primeros escritos de 1826 en adelante y desarrollada de modo

sistemático en la Gramática del Asentimiento  de 1870, donde el autor replantea yresuelve en el siglo XIX el gran tema del conocimiento religioso, y argumentalúcidamente el principio de que la no-evidencia de la fe cristiana no implicasentimentalismo y mucho menos irracionalidad. El creyente tiene siempre razones paracreer, aunque no sea capaz de formularlas discursivamente; y la fe implica verdaderoconocimiento, lo que permite considerarla razonable sin detrimento de su carácter sobrenatural. El horizonte del misterio cristiano, que dista de ser creación de lasubjetividad creyente, confiere fundamento, sentido y dirección a la religiosidadindividual, receptiva y libre en su ámbito de experiencia. El creyente es un ser abierto a loabsoluto. Su vida espiritual, como su conciencia, no posee luz propia, la recibe de lo alto.

La época moderna señala el progresivo enfrentamiento ferazón, con el consiguientecambio del papel desempeñado por la filosofía: de sabiduría y saber universal a una másde las tantas parcelas del saber humano. No es exagerado por eso afirmar, según la Fides

et Ratio, «que buena parte del pensamiento filosófico moderno se ha desarrolladoalejándose progresivamente de la Revelación cristiana, hasta llegar a contraposiciones

explícitas»151. Es más, algunas de esas filosofías «desembocaron en sistemas totalitarios,

traumáticos para toda la humanidad»152. Al comprobar los efectos producidos por semejante separación, se puede constatar que «tanto la fe como la razón se han

empobrecido y debilitado una ante la otra. La razón, privada de la aportación de laRevelación, ha recorrido caminos secundarios que tienen el peligro de hacerle perder devista su meta final. La fe, privada de la razón, ha subrayado el sentimiento y la

experiencia, corriendo el riesgo de dejar de ser una propuesta universal»153.

Rodeado, como estaba, de secularización y descreimiento, John Henry Newman seinteresó vivamente por los problemas de la fe y de la apologética.  La Gramática de

 sentimiento  (1870) fue un intento de explicar los diferentes tipos de creencias y su

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relación con la razón. Ésta resultó ser su última obra –a excepción de la Carta al Duque

de Norfolk  –, defendiendo la definición del Vaticano I acerca de la infalibilidad, contra lascríticas de Gladstone. Su nombramiento cardenalicio supuso el reconocimiento final, almás alto nivel, de su ortodoxia, que había sido puesta en duda en ciertos ambientescatólicos desde su misma conversión. El arzobispo de Westminster y primado de

Inglaterra, cardenal Manning concretamente, veía a Newman como un avanzado en ladoctrina y le prohibió volver a Oxford. ¡Hasta por esto tuvo que pasar! Pero la púrpuraconferida por Roma probó que buena parte de los malentendidos entre Manning y él noeran sino el resultado de un conflicto de personalidades: se ha visto a propósito delcardenalato. Aunque el impacto de Newman en la Iglesia católica y en el anglicanismo nofue pequeño en el XIX, su importancia hoy diríase que es mayor. Previó y trató materiascomo la fe, la conciencia y su derecho a la libertad, el desarrollo del dogma, laeclesiología, los laicos, y el retorno a las fuentes escriturísticas y patrísticas que están en

 primer plano de la discusión teológica del siglo XXI. De ahí que muchos vean hoy en élcomo un sólido pilar de la renovación teológica del siglo XIX y un feliz precursor del

Vaticano II. El binomio ferazón lo prueba con meridiana claridad.

4. APÓSTOL DE LA VERDAD

Dicen sus biógrafos que la vida de Newman fue un sacrificio por la Verdad. El hecho

mismo de su conversión permite atisbar el hondo mensaje que anida en el epígrafe154. Susingladura conversional resultó larga y fatigosa peregrinación hasta recalar en el ansiado

 puerto. Supo, en efecto, entregar la máxima confianza al poder de la verdad y a ellaenderezar los mejores esfuerzos de una vida, la suya, larga y generosa y consagrada sincondiciones ni titubeos a la inmolación del sacrificio. En los Sermones Universitarios

adelanta lo que podríamos denominar el método teológico, herramienta clave de suitinerario hacia la verdad, cuyo deseo, distintivo del teólogo, condujo a nuestro Beato,

 por decirlo con San Agustín, a buscar incesantemente la voz de quien habla para que sele busque, y de quien se deja buscar para que se le encuentre, o sea, Cristo. En lorecóndito del corazón sentía la presencia amorosa del Maestro que enseña y que ama

 para ser, a su vez, predicado y amado en los demás.

Como el de Hipona muchos siglos antes, el  Agustín redivivo de Oxford   ahora

encontraba porque buscaba y buscaba porque amaba. Ello supuso en él muchas horaslóbregas, claro que sí, amén de no pocos tragos amargos, que también, incluso densosescritos apologéticos como la  Apología  y, por supuesto, el tierno abandono a unelocuente silencio interior. Le procuró asimismo, todo hay que decirlo, incomparablescompensaciones, como, sin ir más lejos, la de su conversión, o la del patrimonio detantas ideas que el Vaticano II acreditó con su autoridad hasta ser hoy universalmentereconocidas.

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Afrontó los problemas del siglo XIX desde una visión teológica profunda del hombre yde su historia. Su compromiso eclesiológico le obligó a proceder, como suele ocurrir a losintelectuales convertidos, en medio de innumerables dificultades para la mente y de harto

dolor para el corazón. El Movimiento de Oxford155, que había empezado por laautoridad de la Iglesia, derivó pronto hacia la verdad de su enseñanza. Aquel proceso

suyo de conversión deja traslucir hoy a quien se lo proponga la incondicional lealtad del servus veritatis (siervo de la verdad ). Buscó la verdad en sus escritos y en su vida toda,ya de anglicano, ya de católico. La encontró, y la mimó, la cultivó y acabó elevándolahasta constituirla en vértice de sus ilusiones y en referente supremo de su esperanza: fuela verdad/Verdad en él, por qué no, lo que la dama para el caballero andante. A fuerza detrabajar por su causa y de vivir a su servicio, acabó sintiendo el embeleso de su cariciahasta en la solemne composición del epitafio.

«Sin que la vean ni la oigan masivamente –escribía en 1832–, la Verdad se acerca acada ser humano según su turno, en momentos distintos. Es entonces cuando los poderes

del mundo, sus criterios y sus esfuerzos (por vigorosos que parecieran durante lacarrera), pierden terreno, y la Verdad con su paso lento lo gana»156. Sensato juicio de unoven predicador universitario, ajeno cuando esto dice a la carga autobiográfica que tales

afirmaciones han de alcanzar en su ser y quehacer años después. El de Newman hoy es

generoso tributo a la Luz: «No he pecado contra la Luz»157, llegó a repetir en los difícilesmomentos de Sicilia, sintiendo la muerte cercana. Es de igual modo constante aspiraciónen el discípulo a secundar los pasos del Maestro: «Guíame tú, dulce Luz / guíame

siempre adelante»158, estribillo del famoso poema. Ardiente deseo el suyo de irradiar aCristo, en suma, que habrá de cristalizar en sublime oración a la que pertenece un

desahogo como el que sigue: «Quédate conmigo. Así podré convertirme en luz para losotros». En «luz de las gentes», diríamos hoy con el Vaticano II: «Déjame predicar tuombre con palabras o sin ellas, con mi ejemplo, con la fuerza de atracción, con la

sobrenatural influencia evidentemente del amor que mi corazón siente por Ti»159.

El deseo de verdad –distintivo del teólogo, según ya he dicho– condujo a Newman a buscarla incesantemente con inquietud de profeta y pasión de enamorado. Si con laencíclica Veritatis Splendor   Juan Pablo II quiso llamar la atención sobre algunasverdades de orden moral que habían sido mal interpretadas, con la  Fides et Ratio

 pretendió referirse a la «verdad misma» y su «fundamento» en relación con la fe. Así

 pues, ciento veinte años después de la encíclica  Aeterni Patris  de León XIII (1879), Fides et Ratio propuso nuevamente el tema de la relación entre fe y razón haciendo ver las consecuencias negativas provocadas por la separación entre ambas. Que ahí radica eldrama religioso actual. Y esto es, sin vuelta de hoja, Newman clavado.

Tomando pie en esos principios, la encíclica analiza brevemente los límites de algunossistemas filosóficos contemporáneos que rechazan la instancia metafísica de una apertura

 perenne a la verdad. Eclecticismo, historicismo, cientificismo, pragmatismo y nihilismo

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son sistemas y formas de pensamiento que, al no estar abiertos a las exigenciasfundamentales de la verdad, tampoco pueden ser asumidos como filosofías aptas paraexplicar la fe. «Una teología sin un horizonte metafísico no conseguirá ir más allá delanálisis de la experiencia religiosa y no permitiría al intellectus fidei  expresar con

coherencia el valor universal y trascendente de la verdad revelada»160. Una de las

mayores amenazas actuales parece ser la tentación de la desesperación. Y el origen deesa crisis está en el hecho de que se ha perdido la capacidad de pensar a lo grande.unca podrá decirse del cardenal Newman que se contentó con pensar a la baja en el

apasionante ejercicio de evangelizar con la verdad.

5. MAESTRO EN OBRAS Y PALABRAS

El  Ensayo sobre el desarrollo de la doctrina cristiana, de 1843, marca un puntoculminante en la trayectoria de adhesión del teólogo anglicano a Roma. Fruto de sus

averiguaciones sobre si la Iglesia romana podía ser la única y verdadera Iglesia deJesucristo, el libro representa un paso decisivo en la incorporación del sentido de lahistoria a la metodología teológica. No se limitó su autor en él a describir la tradicióncomo sujeto, es decir, no habló sólo de la Iglesia como lectora del pasado, sino queustificó además la tradición en cuanto conjunto de lecturas que forman un organismo

doctrinal en desarrollo histórico. Describe el clima religioso de Oxford, y narra mediante personajes supuestos, episodios y situaciones que provocaron su abandono delanglicanismo. La seriedad del relato no impide la presencia de un elemento satírico,usado para resaltar las incongruencias de la visión religiosa anglicana.

Por su parte, las Cartas y Diarios constituyen una documentación interesante para elconocimiento del autor, quien tendía con este principal medio para la comunicación aexpresar sus planes, ideas y sentimientos. Consideraba dicho género como el cauce másseguro para influir de tú a tú. Si las extensas y variadas Cartas  reflejan el carácter de suautor y las circunstancias de su larga vida, los  Diarios  manifiestan admirablemente eldrama de su zarandeada y zurrada existencia y, ante todo, la heroicidad cristiana de unhombre desde joven educado por Dios en la escuela de los santos. «Todos los disgustosde mi vida –escribe en 1869-han venido de personas a las que yo había ayudado; y las

cosas buenas, de la gente que tenía en contra»161.

La Apología, en 1864, no es propiamente autobiografía, pero sí un libro autobiográficocentrado en la personalidad del autor y lleno de elementos perennes que desbordan laocasión histórica que determinó la obra. Pide justicia contra acusaciones que él juzgainsidiosas y falsas, aunque sin adornar su pasado con vistas a justificarse. Su historia sedesvincula más bien del destino de la sociedad circundante, y es considerada casiúnicamente como acción de Dios. Newman proclama indirectamente la grandeza divina,la debilidad humana y el misterio de la vocación personal. Se vuelve hacia los hombres,

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es decir, hacia su acusador, hacia sus jueces, que forman parte de la opinión públicainglesa, hacia los amigos y adversarios de otro tiempo, y hacia lectores nuevos ydesconocidos que se han asomado a la discusión. Su indudable carga apologéticaresponde a su elocuente mensaje de credibilidad.

En cuanto a los Sermones parroquiales, probablemente sean la parte más importantede toda su próvida cosecha literaria. Sobrepasan los cuatrocientos, y en ellos figuran el

 pastor de almas, el teólogo dogmático, el creyente comprometido, el contemplativo delmás allá, el agudo crítico de una religión rutinaria y el pensador escatológico de altovuelo. En un mundo agitado por racionalismo o por el fideísmo Newman estableció lamemorable síntesis ferazón: una y otra venían a ser para él «como las dos alas con las

que el espíritu se eleva hacia la contemplación de la verdad»162. Comprendió claramenteal final de su vida que Cristo era la verdad que había encontrado. Estas luchas libradasdurante su dilatada existencia, pues, en vez de rebajarle o destruirle, paradójicamentereforzaron su fe en el Absoluto, que le llamaba, iluminaba y confirmaba en la convicción

de que «Dios no hace nada en vano»163.

Sobre la Carta al Duque de Norfolk , en 1875, en realidad un libro de 150 páginas,digamos que contiene la versión más extensa de su doctrina sobre la conciencia. Dirigidaa rebatir las acusaciones que el exprimer ministro británico Gladstone hacía de algunosdecretos promulgados por el Vaticano I, la autoridad significa para la conciencia delhombre lo mismo que la Revelación para la naturaleza humana. Viene a consolidarla y a

 procurarle plenitud. No la elimina, en absoluto. Tampoco la sustituye ni la ignora. Laautoridad que realmente lo es, fortalece la conciencia y no se afana simplemente ensometerla. Hace posible así una verdadera libertad, que no es la «Libertad de

Conciencia», sino la de tender hacía el único fin previsto por Dios creador, con la ayuday la sabia elección de los adecuados medios humanos y sobrenaturales. De ella tiró

ewman para explicar la posición católica moderada y reprender los excesos de losultramontanos. Defendió la enseñanza y las «reivindicaciones» del concilio Vaticano I,afirmando que nunca las había rechazado, y declarando su intención de defenderlas conel mismo fervor con el que reconocía su deber de lealtad a la constitución, las leyes y elgobierno de Inglaterra. Prosiguió con su voluminosa correspondencia, sí, pero esta

 polémica fue la última. Sin embargo, el hecho de que centenares de libros y artículosacerca del autor y su obra sigan apareciendo doscientos años después del nacimiento es

un tributo a su importancia como figura religiosa y secular. Pocos hombres en la historiahan gozado de tan amplia variedad de talentos y dones, y menos aún que los hayanempleado tan eficazmente durante una larga vida, alcanzando fama de doctor y de santo.El 22 de enero de 1991, Juan Pablo II, reconociendo sus virtudes heroicas, daba luzverde para su beatificación. El doctorado de la Iglesia vendrá, el día que toque, por su

 propio pie. Leer a Newman exige ciertamente un esfuerzo intelectual, pero reporta gustorefinado y enriquecedor que una vez adquirido nunca se pierde.

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VIINEWMANISMO

1. EL FENÓMENO NEWMANISTA

John Henry Newman despertó desde su juventud entusiasmos nacionales, consensos ydiscrepancias, adhesiones y envidias; nunca desinterés; siempre admiración. Porque

 podrá uno estar o no de acuerdo con algunos de sus juicios, pero ante el gentleman  deOxford lo que ni cabía entonces, ni cabe ahora, es la indiferencia. Sumado a su

 personalidad eminente y a lo enciclopédico de la obra, todo ello no hace sino imprimirleante la crítica, por de pronto, un carácter polémico y difícilmente asequible que explica

 por qué su bibliografía tiene escaladas a fecha de hoy cotas impresionantes: bastacomprobarlo en los volúmenes de la Newman-Bibliographie de J. Artz.

Así como a mediados del XX se produjo un renacimiento kierkegaardiano y por entonces, o algo después si se quiere, otro teilhardiano, en las décadas posconciliaressaltó a la palestra el incesante y glorioso recrecer newmanista. Cada uno con sus propiosestímulos. Los estudios sobre el melancólico pastor de Copenhague, Kierkegaard, fueron

 promovidos mayormente por la teología protestante –K. Barth, E. Brunner, P. Tillich, E.Hirsch, etc.–, deseosa de redescubrir aspectos positivos en el subjetivismo y en elconcepto de verdad del filósofo danés. El evangelista del Cristo cósmico, Teilhard deChardin, marcó también, desde sus investigaciones de la cosmogénesis y de laantropogénesis, una época gloriosa, si bien no exenta de vivos debates y fuertes

 polémicas. En efecto, mientras en sus intuiciones teológicas absolutamente extra-escolásticas quieren algunos ver la síntesis entre cristología y cosmología; otros, por elcontrario, menos generosos tal vez, prefieren descubrir un gnosticismo metido de rondónen pleno siglo XX, o cuando menos un sincretismo  falseador del mensaje cristiano. Decualquier forma, Teilhard ha pasado ya a la historia como un gran maestro espiritual de laépoca moderna. Desde H. Urs von Balthasar y H. Riedlinger hasta P. Reginal Cren ySchellenbaum supieron resaltar esto en su día. Que el newmanismo, en fin, se imponga aestas alturas obedece a diversos factores. Por la importancia que revisten, me gustaríadestacar el que se considere a Newman como un adelantado de los tiempos modernos y

el descubrir en su primorosa doctrina profundas raíces de la posterior renovaciónconciliar. Hacia dicha dirección apuntan los estudios de G. Velocci, B. C. Butler, Ch.Stephen Dessain y P. Boyce.

 No es casualidad que, con mayor o menor acierto, se le compare a Kierkegaard yChardin. Entre los antiguos lo hicieron G. Brandes, amigo de Nietzsche, y H. Hoffding.Y desde los modernos, T. Haecker, E. Przywara, R. Guardini, J. Hohlenberg y otrosmuchos puestos de relieve por H. Reinalter, O. de Berranger, y C. Fabro.

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En el hombre de estudio y de continua reflexión que Newman fue se detecta presidiendo de principio a fin un hacer incansable en numerosos campos de la vida. Lasideas encumbraron pronto al hombre e hicieron de su legado una obra sumamente vastay compleja. De ahí la abundancia bibliográfica y el interés por persona y la obra. Da sinembargo la impresión, después de un primer intento medianamente riguroso, de que

hasta la fecha hubiera primado en los análisis lo historiográfico sobre lo conceptual, loerudito más que lo crítico e ideológico. Y que a la postre hubiera recabado mayor atención la figura del gran cristiano que la del pensador, la del hombre de Iglesia, que ladel humanista o teólogo. Por supuesto que, lejos de constituir desdoro alguno, semejantedesajuste viene a ser, más bien, el claro síntoma de que a la vista tenemos precisamenteuna personalidad fuerte, arrolladora, enciclopédica, un pensador tan fecundo como

 polifacético y, por tanto, de nada fácil análisis para la crítica.

En Newman, además, ocurre que junto a temas capitales muy recurrentes persistentodavía lagunas menesterosas de investigación. Así lo autobiográfico, objeto de

numerosísimos estudios llevados a cabo desde y sobre la  Apología: sólo de las últimasdécadas, destacan, entre otros especialistas M. Nédoncelle, S. Lawry, J. Gilbert, y H.Epstein. Algo similar es posible decir del ecumenismo, con la profusa bibliografía entorno a la Vía Media y acerca de los Tractarianos, cosecha lograda en buena medida por D. Bowen, R. W. Church, P. Brendon, J. Morales y A. Heildelberger. Ocurre otro tantocon la teología –dogmática, sobre todo–, debido mayormente a la doctrina newmanianade la evolución del dogma, un punto éste donde, si los trabajos monográficos abundan,tampoco escasean las desfiguraciones, cuyo mal a mediados del XX fue superado poco a

 poco desde sus matizados estudios del especialista Walgrave. La eclesiología, espinadorsal del newmanismo a fin de cuentas, ofrece matices que supo destacar en su día el

célebre cardenal dominico Yves Congar, otro de los grandes expertos en el célebre purpurado inglés164. Igual ocurre con la mariología, cuyos significativos argumentos estánejemplarmente analizados en su tesis por la doctora Govaert y en los estudios de J. T.Ford y de J. M. Alonso. Con todo, aún se resisten zonas de ulterior esclarecimiento eneste abanico temático, al que se le puede añadir el humanismo newmanista, suespiritualidad, misticismo, doctrina universitaria, el traído y llevado asunto del laicado, su

liberalismo, sus ideas del hombre moderno y su personalismo165. Y el repertorio podríaseguir.

2. HACIA EL NEWMAN ESENCIAL

Forzoso es reconocer que el newmanismo es ya movimiento universalmentereconocido. Pocos especialistas habrá que no admitan en su doctrina una ejemplar lección eclesiológica, un espléndido paradigma de conducta ecuménica y un encendidocántico a la verdad. La clave de tan prodigiosa difusión hemos de buscarla en laincondicional fidelidad del benemérito fundador a los valores evangélicos y en su afectiva

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y efectiva obediencia, a menudo forjada entre enormes sacrificios, los mismos quehicieron de la suya una trayectoria «la más sublime, la más llena de sentido, la másconvincente que haya recorrido el pensamiento humano […] durante la edad moderna,

 para llegar a la plenitud de la sabiduría y de la paz»166. De esta manera lo destacabaPablo VI en la beatificación del P. Domenico Barberi.

Pero Newman, como antes decía, sigue siendo difícil de entender y así lo corrobora,entre otros factores, el ramillete de calificativos que viene recibiendo, algunos biencontradictorios por cierto: agnóstico anti-intelectualista, racionalista escondido, lógicoimplacable y sofista sagaz, artista sensible, poeta romántico y clásico inglés, humanistaoccidental, psicólogo y educador sentimental, gran solitario ante Dios, individualistareligioso y apologista del moderno catolicismo. De él se ha llegado a decir también quefue el liberal católico por antonomasia, el hombre de la oposición al centralismo romano,el cristiano peligroso de Inglaterra, el combatiente ultramontano. Y puestos a buscarle

 parecido con figuras del pasado, tampoco nos quedamos cortos: Platón de Oxford,

Orígenes moderno, Agustín redivivo, Schleiermacher católico, Darwin de la teología,verdadero intérprete del tomismo, Padre de la Iglesia de los nuevos tiempos, profetamoderno, y un interminable y sugestivo etcétera.

La desazón de tanta comparación es patente. A uno le parece que lo de intérprete deltomismo se aviene mal con Padre de la Iglesia de los nuevos tiempos, por lo menos sientendemos por tal lo que la patrística enseña y los documentos vaticanos dicen acercade esta nueva disciplina. Como si quisiera suavizar los contrastes, Velocci se esfuerza por explicar la cosa diciendo que «la disparidad de pareceres no debe sorprender porque

ewman era un misterio para sí mismo»167. Cuesta trabajo, pese a tales matizaciones,

imaginarse a Newman desde algunos de los antedichos títulos. No creo que el ser unmisterio para sí mismo logre aclarar del todo por qué unos lo consideran tomista y otros

 patrístico y pionero de la teología nueva, por ejemplo. Pablo VI despejó el horizonte alafirmar que el día en que el Vaticano II sea bien estudiado advertiremos que su inspirador indirecto, secreto pero profundo, fue el cardenal Newman. No seré yo quien lo niegue.Más aún, lo suscribo de la cruz a la fecha, máxime teniendo en cuenta que hacia ese ladohabía tirado yo mismo en mi artículo de 1979 bajo el epígrafe  Newman y el 

lorecimiento patrístico. Y es, por lo demás, bien sintomático que el académico francésy visceral newmanista Jean Guitton declare a San Agustín y Newman sus dos maestros

 preferidos: «He tenido dos maestros y dos modelos: San Agustín y Newman. Los estudiédurante toda mi juventud confrontándolos entre sí»168. De hecho, su conferencia en elCongreso internacional agustiniano celebrado los días 21-24 de septiembre de 1954 en

París hacia esa dirección apunta169.

Que Newman es denominado profeta de los tiempos modernos es a todas lucesevidente, tanto por los menos como que tampoco falte una crítica empeñada endescubrirle promotor de corrientes o tendencias con las que nada o bien poco tuvo que

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ver, y en las que jamás encajará. Pocas cosas podrían entorpecer tanto la marcha hacia elewman esencial como ese desmedido afán de estar, en el delicado menester de la

interpretación, al sol que más calienta, sin advertir que de ese modo, y en este caso,acaba traicionándose a quien, contra viento y marea, supo ser fiel a una doctrina queentonces no se llevaba, pero que el paso del tiempo se ha encargado de canonizar. A

ewman le han sobrado siempre esa clase de estudiosos. Los newmanistas repartidos por todo el mundo, en especial los Centros de Amigos Newman con su calor y su alientoy sus bibliotecas y páginas web, y en España concretamente la misma Cátedra JohnHenry Newman de la Universidad Pontificia de Salamanca mediante publicaciones sobretodo, están consiguiendo en estos decenios estimables celebraciones de congresos,centenarios, semanas y, sobre todo, el cultivo de una bibliografía internacional de

 proporciones ya torrenciales. Algo digno de aplaudir, sin duda, porque la tarea no seantoja fácil. A título de ejemplo, nótese que antes de ser introducida la causa de

 beatificación el 17 de junio de 1958 en Birmingham, además de los 90 volúmenes deOpera omnia, fueron consultados centenares de archivos y las 70.000 cartas del, o en

torno al, Cardenal. De las 200.000 páginas de documentación examinada, el P. Blehl, a lasazón postulador de la causa, extrajo 6.483 dactilografiadas y recogidas en 19 volúmenesentregados el año 1986 a la Congregación, la cual dio en 1989 el  placet   a la  positio  (2volúmenes de respectivamente 493 y 460 páginas). El Centro degli Amici Newman, deRoma –en un gesto que desde aquí agradezco–, me hizo saber hace unos años que parala causa de beatificación se estaban examinando los escritos de católico. Más adelante, de

 prosperar lo de doctor de la Iglesia, proyecto al parecer en firme, se haría otro tanto conlos de la etapa anglicana.

3. LA IRREGULAR DIFUSIÓN DE SUS OBRAS EN EUROPA

Lo que antecede se hace aún más comprensible conociendo la suerte del personaje trassu desaparición. Sería inexacto afirmar que sus escritos murieron con él, pues ni lacategoría del autor, ni la relevancia ideológica autorizan un juicio así. Pero que unostuvieron la suerte de frente y otros de espaldas parece tan claro como la luz del día.Mientras el Ensayo sobre el desarrollo, de 1878, conoce los cinco lustros siguientes unadocena de reediciones y la misma  Apología, que data de 1864, visita en sucesivasocasiones las prensas, la Gramática del Asentimiento, que para ciertos críticos es a

ewman lo que a Santo Tomás de Aquino la Suma de Teología, obtiene, entonces,discreta difusión. Ahí están los escritos de M. Nédoncelle y de R. Aubert para probarlo.

Dimnet y, con mayor razón todavía, Bremond, propagadores de Newman en el mundofrancés, son responsables de una imagen falsa del converso de Littlemore que durantelargo tiempo circuló por los cenáculos culturales franceses. Hasta que una sensatareacción impuso distinguir bien entre Newman y los newmanistas, igual que sucede entreSan Agustín y los agustinólogos, Santo Tomás y los tomistas, cualquier maestro eminente

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y sus discípulos. De esta manera, el Newman fideísta y sicologista, así desfigurado por Bremond, dio paso pronto, gracias a estudios posteriores, al verdadero Newman. En1933 Jean Guitton publicaba  La philosophie de Newman, su tesis doctoral en laSorbona, prestando de esta suerte un gran servicio al redescubrimiento del personaje. A

 pesar de tan notable aportación, hizo falta esperar a 1945 para que los teólogos,

 preocupados ya por las corrientes personalistas y existencialistas, repararan a través delexcelente estudio  La philosophie religieuse  de  J. H. Newman, de Maurice Nédoncelle,

en las geniales intuiciones del oxoniense170.

¿Influyeron estas deformaciones francesas en la interpretación del newmanismo enAlemania? La pregunta, desde luego, dista mucho de ser descabellada. De maneradefinitiva claro que no, pero sí condicionaron los primeros pasos. Sin apurar mucho, lamisma biografía que en 1920 editaba Mattias Laros se resiente bastante del tendenciosodesenfoque galo. Es mérito del newmanista y agustinólogo polacoalemán P. Erich

Przywara, virtuoso de los contrastes y de la  philosophia perennis171, el haber acabado,

entre otros, con el defecto del anti-intelectualismo. Y costó lo suyo, pues los vientosfenomenológicos de Max Scheler estremecían entonces las aulas germanas. Pero élacertó a demostrar que numerosos principios de Scheler encontraban todavía mejor exposición en Newman. Hay quien achaca al célebre jesuita un rostro de nuestro

 personaje demasiado escolástico. Sea como fuere, lo cierto es que el auténtico Newmanllegó a orillas del Rhin con los análisis esclarecedores de Przywara. El fue quiendiferenció entre la doctrina newmaniana de la fe y la del inmanentismo modernista quealgunos discípulos de Maurice Blondel le habían atribuido.

Otra dificultad con la que Newman tropezó en Alemania fue indudablemente el

idioma. Como suele acontecer con los grandes maestros, el desconocimiento de su lenguamaterna, el inglés, determinó que, durante un tiempo, fuera más citado que estudiado, ymás admirado que conocido. W. Schoell gen, F. Fries y Werner Becker iniciaron, al fin, latraducción de las obras, y el influjo empezó a ganar pronto profundidad y extensión. OttoKarrer lanza en 1945 una antología de textos newmanianos sobre la Iglesia, Karl Rahner se inspira en él para superar la noción fundamental de Tradición. Y Urs von Balthasar,discípulo de Przywara, acude al newmanismo para integrar el término de historicidad enuna teología durante mucho tiempo puramente nocional, o en otras palabras, demasiado

intemporal172.

Finalizan los años cincuenta y la fama de Newman alcanza el Benelux. El que mástarde habría de llegar a cardenal presidente del Pontificio Consejo para la promoción dela unidad de los cristianos, Johannes Willebrands, hubo de reaccionar en Holanda frente ala interpretación modernista que de Newman hacía el P. Zeno. Por su parte, el famoso yya citado Walgrave había defendido en 1942 su tesis doctoral en torno a la evolución deldogma. Luxemburgo ve nacer la primera Conferencia Internacional Newman, a la quesiguen con no menor entusiasmo y fortuna sucesivos encuentros en otros países, donde

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los congresistas y estudiosos se estimulan a sí mismos para sentar las bases de libros quehoy son imprescindibles de puro clásicos.

Corre 1966 y la Conferencia de Oxford abre de par en par las puertas de Inglaterra asu ilustre hijo. Puede que lo que digo se antoje fuerte, pero nunca inexacta si se tiene encuenta que los únicos conocimientos que allí primaban hasta el Vaticano II eran los

 biográficos, y ello a pesar de algunos estudios críticos salidos a la luz algunos años antes,como el de O. Chadwick. El Oratorio de San Felipe Neri, de Birmingham, conoce lacallada y paciente labor del P. Dessain, hace años desaparecido, que desempolva losmanuscritos inéditos del Cardenal Newman, y los lleva, año tras año, a las prensas, conlo que suministra a los estudiosos un valiosísimo material que enriquece y completa laimagen anterior del personaje y de su obra ingente. El empuje que las distintasefemérides centenarias del personaje –nacimiento, cardenalato y muerte– han supuesto

 para el newmanismo a través de semanas, congresos y puntuales celebracionesinternacionales es de veras formidable, impresionante, extraordinario.

4. NEWMAN Y EL FLORECIMIENTO PATRÍSTICO

Un campo donde todavía no está dicha, ni de lejos, la última palabra es el que atañe alas relaciones de Newman con los Padres de la Iglesia. Al newmanista superficial puede

 parecerle un juego de azar que el auge actual del gran converso inglés coincida con elflorecimiento de los Padres. Para un conocedor perspicaz no. Y ésta puede ser, ya, unade las claves ideales para dar con el enfoque que necesita el que fue nada menos que unadelantado de la teología patrística de nuestros días. Es sintomático descubrir en el siglo

XIX a John Henry formando con Franzelin, Ceben y J. A. Möhler un grupo en el que lasdisciplinas históricas y teológicas, tras largos silencios y recíprocos olvidos o, para ser acaso más exactos, desarrollos paralelos, se reencuentran. El modernismo se interpusoluego y amortiguó un poco la marcha todavía en sus inicios.

Sólo a partir de 1920 la teología de la historia da con buen aire los primeros pasos. Seabre camino entonces también la historia de los dogmas, más tarde historia de la teología.A los viejos métodos escolásticos llega, pues, la hora del cambio. La patrística empieza acontar, a tomarse como algo serio, a presidir un puesto del que nunca debió ser desplazada. Cierto es que las cosas no rodaron fáciles al principio. Las fuertes

represiones del modernismo afectaron, obstaculizándola, a esta ralentizada renovación.Poco a poco, sin embargo, fueron abriendo marcha nombres que después quedaríanconsagrados para siempre en los campos histórico, teológico y litúrgico: P. Batiffol, L.Beauduin, K. Adam, B. Capelle, etc.  Por los años treinta toca el turno a las liturgiascomparadas. Al estudio sistemático de la patrística en sí misma y en sus disciplinasauxiliares, verbigracia la filología y la historia, hay que sumar el de la liturgia. Junto aBaumstark, iniciador de las liturgias comparadas, tienen puesto también A. Vonier, A.

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Stolz, O. Casel y los discípulos de Maria Laach. Al término de los años treinta inician su brillante carrera el dominico Congar y el jesuita Henri de Lubac, newmanistas

insignes173.

De puramente deductiva, la teología cambia en el período de entreguerras a inductiva:

sencillamente, se trata ya de acudir primero a las fuentes, porque los misterios divinos, lamisma fe de la Biblia, se concretan a través de los autores eclesiásticos en realidadeshistóricas. Por eso la Biblia, la Liturgia y los Padres constituyen para la teología desdeentonces un triángulo referencial insustituible. Por esta vertiente discurren lasgeneraciones de los años 1940-1960, cada vez con más aplomo y dejándonos obras máslogradas, las mismas que predisponen a los conciliares del Vaticano II. Mientras seafianzan como figuras teológicas Congar y de Lubac, llegan Daniélou, Marrou, Jungman,Cerfaux, Losski, los hermanos Rahner, Von Balthasar, Orbe, Pellegrino y un largoetcétera. Durante los primeros concilios ecuménicos ejer cieron un protagonismo«presencializador». No es que en los posteriores carecieran de influencia, pero es lo

cierto que habrá que esperar al Vaticano II para escuchar otra vez, limpio y sininterferencias, el timbre de su autorizada voz. Ahora bien, ¿a quién atribuir esteredescubrimiento patrístico? Sin ningún género de dudas a los componentes de esemovimiento de retorno a las disciplinas históricas –en el que brilla con luz propia JohnHenry Newman–, cuyos principios arrancan de la segunda mitad del siglo XIX.

Que el Vaticano II apostó por los Padres de la Iglesia lo revela, por de pronto, elsubido número de citas: unas 325, de las cuales 130 corresponden a los griegos, y unas55 a San Agustín. Pero es que no se trata sólo de citas, con ser dato tan insinuante, ocuando menos revelador. Es, ante todo, cuestión de estilo, de orientación, de rumbo.

Diferentes pasos de los mismos documentos indican, bien explícita, bien implícitamente,los distintos motivos que indujeron al Vaticano II a sancionar esta nueva consagración

 patrística. Renovación podría ser la palabra resumen. Porque el pasado Concilio fuemotivo de saludable catarsis para la Iglesia y –como puntualizó en su día el beneméritocardenal de Lubac– «cada vez que en Occidente ha florecido una renovación, tanto en elorden del pensamiento como en el de la vida (los dos órdenes están siempre unidos), ha

florecido bajo el signo de los Padres»174.

Éstos son ciertamente no sólo transmisores leales de la teología, sino verdaderasfuentes de teología, entusiastas propagadores y tenaces impulsores de la fe a la vez quetestigos cualificados de la Palabra de puro meditarla y desentrañarla con dedicación y

 paciencia, sencillez y finura, hasta el extremo de convertirse ellos mismos en diáfanosejemplos del Credo hecho vida. Artífices imprescindibles de teología, el progresoteológico fue con ellos entonces, y ha de serlo también hoy, notable. De su mano maestrala catequesis, tan básica hoy en la pastoral, dio los primeros pasos. El mismo Pablo VIaseguraba cuando inauguró el Instituto Patrístico Augustinianum, de Roma, fruto de estaesplendorosa renovación conciliar, que sin ellos resulta muy difícil, por no decir 

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imposible, entender el Concilio. En ecumenismo serían de igual modo punto menos quefalsos, y por ende inútiles, los pasos que se dieran prescindiendo del valiosísimo apoyo

 patrístico Ellos, los Padres, deben ayudar a la reconciliación entre Oriente y Occidente;ellos deben poner entendimiento entre ortodoxos, protestantes y católicos; ellos, en fin,quienes destierren para siempre el gran escándalo de la desunión. Precisamente aquí

también Newman, con las muchas circunstancias que en su biografía concurren, alcanzasingular relieve, y es paradigmático y tiene mucho que decir.

5. NEWMAN Y ESPAÑA

Evocando a Newman recordamos al hombre capaz de unir la más grandeindependencia de pensamiento y de vida con la más perfecta humildad y obediencia, algran adalid de la fe y la cultura juntas, al patrístico convencido, al singularísimo espíritucuya personalidad ha crecido con el correr de los años hasta un punto tal que ya no sabe

uno qué admirar más, si la extraordinaria magnitud humana y religiosa del aristocratizante pensador o la indiscutible actualidad de sus ideas luminosas. A Newman se le saluda hoycomo a un esclarecido precursor de los tiempos modernos. La espiritualidad, la teología

 positiva, la apologética, y particularmente la filosofía religiosa son las principalesdisciplinas donde su incidencia y su influjo cobran tonalidades más acusadas. El rigor cada vez mayor de los análisis sistemáticos y la reciente publicación de algunos escritosinéditos le han proporcionado inusitado relieve. Y eso no es todo, porque la direcciónhacia la que hoy vamos se adivina en bastantes textos de sus escritos. Por eso tiene tantoque decir al hombre de nuestros días.

En este sentido cuesta mucho admitir la dura realidad de un deficiente conocimiento deewman en España. Es cierto que de unos lustros a esta parte algo positivo se empieza a

 percibir. Pero no podemos contentarnos con lo que en el ruedo ibérico ha visto la luz.España no debe permanecer ajena por más tiempo al newmanismo, aunque sólo fuere

 por el beneficio que éste podría reportar a las generaciones venideras. Si tenemos encuenta el alcance que hoy está logrando el idioma español en el mundo, las universidadesde Estados Unidos que lo tienen como lengua, y el mismo fenómeno cultural que puede

 propiciar en América Latina, se comprenderá que traducir las obras completas deewman al español deba ser tarea de rigurosa preferencia para los Centros de Amigosewman y directos responsables del newmanismo literario en el mundo, so pena, claro

es, de que éstas perduren desconocidas para cerca de quinientos millones de sereshumanos en el planeta.

Hace ahora casi veinte años, la Revista Agustiniana dedicó un número especial a JohnHenry Newman con motivo del centenario de su muerte (1890-1990), donde pudimos

colaborar un grupo de estudiosos, algunos por cierto en francés175. Tirando de oficioRafael Lazcano arrimó la pluma con un largo y valioso informe sobre las publicaciones

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aparecidas a lo largo de una centuria (1890-1990) en lengua castellana176. Allí se lamentadel escaso relieve que los escritos newmanianos habían tenido hasta entonces encastellano y de los pocos especialistas hispanoamericanos impuestos en el cardenal inglés.Indudablemente que traducciones de newmanistas existen. Baste recordar a H. Bremond,M. Trevor y C. S. Dessain y otros que facilitan la comprensión del personaje. Incluso es

 posible añadir que desde entonces a hoy han visto la luz valiosas traducciones desermones y cartas y diarios. La Cátedra John Henry Newman de la Pontificia deSalamanca tiene gran mérito al respecto. Y sería injusto silenciar aquí el buen hacer queen tal sentido viene prestando Ediciones Encuentro, Rialp y la encomiable tarea de JoséMorales, Ramón Mas Cassanelles, Aureli Boix, Víctor García Ruiz, y demás autores ycolaboradores de los Centros de Amigos Newman.

Entiende uno que para limar aristas hermenéuticas y depurar mejor el sentido de susfrases sería, no obstante conveniente, por no hablar de perentorio y necesario más bien,el análisis crítico. No es, por tanto, erudición lo que de Newman hace falta. Los

mencionados autores, y otros muchos, cuentan con estimables traducciones,introducciones y notas a escritos puntuales del pensador inglés. Lo cual está mejor que bien, desde luego. Pero no basta. Es fundamental sobre todo someter la literatura deloxoniense a un estudio histórico-exegético-crítico que permita deducir lo fecundo,duradero y valioso de su pensamiento para el mundo de nuestros azarosos días

 posmodernos. No hay más remedio entonces que analizar el estilo de su obra, bastantecondicionado por el momento histórico en que fue escrita, y sobre todo su contenido.Cumple averiguar las fuentes, cómo accedió a ellas, qué clase de elementos internos yexternos contribuyeron a su formación. Habría que recomponer, por así decir, como unasegunda apología que cubriera el espacio entre la  Apología  propiamente dicha y la

muerte de su autor, teniendo presente que las insidias y acusaciones ni siquiera despuésde recibida la púrpura cardenalicia remitieron. En resumen, dentro del idioma en el quemás cristianos alaban hoy a Dios, o sea el español, someter la obra de Newman, igualque se hace con cualquier clásico, a los procedimientos que utiliza la crítica moderna, ydescubrir de ese modo su pensamiento genial, su intuición sustantiva, el quid de unadoctrina con tanto poder de convocatoria. En España existen hasta filósofos y teólogossimpatizantes del célebre Inglés. Juan Zaragüeta y Bengoechea, por ejemplo, merececonsideración al respecto, pues aunque se formó en un molde tomista, cuya impronta lehabría de acompañar hasta la tumba, supo introducir con acierto y buen temple dentro dela síntesis escolástica numerosos elementos de franciscanismo, suarismo, balmesismo,

 bergsonismo, orteguismo, espiritualismo y newmanismo177. Es de esperar que la beatificación del gran cardenal dará pie, yo así lo espero, a un saludable newmanismo enEspaña. Conocer a tan eximia figura eclesiástica del XIX reportará copiosos frutos en lasociedad española, algo siempre digno de aplauso y de gratitud.

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VIIIEL MOVIMIENTO DE OXFORD

1. SU ORIGEN, SUS PERSONAJES Y SUS T  RACTS 

El Movimiento de Oxford178  inició su andadura en 1833 en un deseo de sus promotores por revisar a fondo las prácticas de la fe católica y combatir con denuedo lainfluencia laicista en el anglicanismo. A la postre comportaba un acercamiento a la Iglesiacatólica. Fue, en realidad, una corriente espiritual y teológica que alentó en la Iglesia deInglaterra entre 1830 y 1845 bajo el impulso mancomunado de Newman, Pusey, Keble,Fraude, Wilberforce y otros nombres de sólido prestigio. Acentuó el legado de la antiguaIglesia católica en Inglaterra antes de la Reforma y sus seguidores empezaron a ser 

conocidos como tractarianos, de los famosos tracts  o  folletos de actualidad , unosescritos breves e incisivos sobre moral, teología, historia y liturgia. De ahí lo deTractarianismo, a menudo también movimiento tractarianista.

 Nacido en Oriel College, donde eran tutores Keble, Newman y Froude, relativamenteóvenes entonces y poco conocidos, empezó pronto a ganar fama intelectual con

oportunas incorporaciones como la del profesor de hebreo y fellow de la Christ Church,E. B. Rusey.

Aquel hombre de profundo sentido religioso y gran laboriosidad que fue Edward

Bouverie Pusey (1800-82) se encargó, una vez convertido Newman, de agrupar en suentorno a los tractarianos. He ahí también lo de puseyistas con que sus miembros eran aveces conocidos: Pusey, de hecho, llegó a firmar uno de los tracts (nunca iban firmados)

con la expresa intención de correr con la responsabilidad de lo escrito179. Lo detractarianos empezó después de 1840, pero antes ya era común puseyistas.

Todos coincidieron en hacer de  Apostasía Nacional , célebre sermón de John Keble(1792-1866) predicado el 14 de julio de 1833, el inicio del Movimiento, si bien la cosavenía de atrás. En su Apología, el propio Newman lo considera, de manera muy elegante

 por cierto, como «el punto de partida del movimiento de 1833»180. Desde el punto de

vista crítico, estamos ante un alegato en toda regla contra la medida tomada por elGobierno en 1833 sobre la Iglesia irlandesa, cuya minoría anglicana estaba al cuidado deveintidós arzobispados y obispados. Con tan «atroz medida» quedaban reducidos a doce.Cierto es que hubiera podido tener sentido de compensación (al revertir los honorariossobrantes [suprimidas las diócesis a percibirlos] a favor de los obispados más pobres),

 pero la disposición se antojó impopular desde el primer momento, más que por razonescrematísticas, debido a que había sido impuesta por el Parlamento. De ahí el revulsivo

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que supuso el sermón de Keble. Aquel ilustre orador de la llamada alta Iglesia había protestado así por entender como intolerable de medio a medio que el poder civildeterminara la suerte de la Iglesia anglicana. No había caído bien, no, la decisión deLondres dictando reagrupar obispados irlandeses anglicanos que tenían que soportar fiscalmente los súbditos católicos de Irlanda.

Pocos meses después del antedicho sermón se formó una Sociedad de Amigos de laIglesia y vio la luz el primero de los Tracts for the times (Tratados de los tiempos),ampliamente distribuido entre los clérigos: nacía con ello el anglocatolicismo. Contrarios alos evangélicos, los tractarianos  empezaban formando desde el principio un partido.Tenían un centro: Oxford; poseían un órgano central de opinión: los tracts; contaban condirigentes reconocidos: el más ilustre, sin duda, J. H. Newman, brillantísimo predicador además. Porque, «si los “tracts” hicieron de Newman el cabecilla del partido en el país,fueron sus sermones en la iglesia de Santa María los que pusieron a Oxford en el huecode su mano. Pocos predicadores anglicanos, acaso ninguno, han ejercido tan grande y

duradera influencia sobre tantos jóvenes. Cuando Newman predicaba, los hombres veíanvisiones y soñaban sueños; sus corazones se encendían al ver al Cristo resucitadomorando en la Iglesia, que es su cuerpo. Incluso un conocimiento somero de la literaturade aquel tiempo hace patente que los tractarianos  estaban preocupados, más que deninguna otra cosa, por la santidad, un nuevo tipo de santidad, ascética, austera, exigente,

entregada a la devoción a Cristo hasta el máximo, a cualquier precio181».

Cuando Newman renunció a la Via Media, vio cómo era rechazada su interpretaciónde treinta artículos y comprendió la inviabilidad del proyecto, suplicó al beato pasionistaDomingo Barberi ser admitido en la Iglesia católica. Los que no le siguieron por ese

camino se quedaron en el Movimiento con Pusey y otros de la cuerda, como Philipped’Isle y Lord Halifax. Newman influyó mucho en el ala «anglocatólica» de la Iglesiaanglicana, y de los noventa tracts  publicados, catorce fueron suyos. Más allá de las

 personas, el Movimiento «significó el reencuentro del anglicanismo con sus mejores

raíces patrísticas, medievales y teológicas»182. Ahí justamente procedería ubicar a LeónXIII y su iniciativa de reforma en los estudios teológicos con el neotomismo y los otrosmovimientos que, andando el tiempo, habrían de fraguar en no pocos puntos de lallamada Nouvelle théologie (Teología nueva) y hasta del mismo Vaticano II.

2. EL LENGUAJE DE LOS TRACTS 

La vida de la Iglesia anglicana durante el siglo XIX conoce tres tendencias: la del partido evangélico, o de la « iglesia baja» (surgido del despertar religioso del XVIII); la dela «iglesia alta» (integrada por la aristocracia y el alto clero, con mentalidad de Iglesianacional), revitalizada religiosamente desde 1833 por el Movimiento de Oxford en sustres formas expresivas más comunes de tractarianismo,  puseyismo  y ritualismo; y la

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tendencia eclesial amplia, que intenta liberalizar la teología anglicana y desarrolla unaintensa actividad social.

El propio Bagot de Oxford, aquel obispo por cuya solicitud se acabaría poniendo fin ala serie de tracts, dijo acerca de los principios tractarianos: «Están formando en estemomento el movimiento más notable que, por tres siglos como mínimo, ha tenido lugar entre nosotros […]. El sistema en cuestión, en vez de ser una forma de religión fácil ycómoda, adaptada a los hábitos modernos y a los gustos lujosos, es inflexiblemente rígidoy severo –poniendo el mayor énfasis en la disciplina y auto-negación– instando al ayuno,a las limosnas y la oración, hasta un punto que la presente generación, por lo menos,desconoce, e inculcando una diferencia por la autoridad que es totalmente opuesta al

espíritu de la época»183.

Publicados anónimamente, los tracts eran una colección en extremo difícil y variada.Consistían –algunos de ellos por lo menos–, en mera reedición de selecciones textuales

extraídas de aquellos teólogos del siglo XVII con quienes los tractarianos  pretendíantener afinidad. Los redactados por la pluma del doctor Pusey eran documentos teológicosun tanto complejos. En todos, los clérigos recibían el exhorto a un sentido de Iglesia-Esposa de Cristo y a ser fieles a su vocación entendida como don de Dios,independientemente de ningún vínculo con la voluntad de ningún Estado. Eltractarianismo, según esto, venía a resultar un movimiento reformador de la Iglesiaanglicana de raíces muy antiguas que, en 1833 para ser precisos, estallaba de prontomediante el fenómeno surgido en Oxford, pese a que algunas raíces eran anteriores.

El mentor de la causa no fue otro que Newman con su devoción a los Padres de la

Iglesia. Propuso a Keble y a Froude la idea de los opúsculos, y ambos apoyaron con talentusiasmo la idea de una literatura empeñada en defender la independencia de la Iglesiaque al final del año habían aparecido veinte, once de ellos debidos a Newman. A últimosde 1833 se unió a la causa Pusey y muy pronto los tracts  empezaron a venderse engrandes cantidades. Nuestro ilustre profesor de Oxford dedicó gran parte de sus energíasal Movimiento en marcha: asistiendo a reuniones, organizando asambleas de todo tipo,haciéndose presente en cenas y veladas, incrementando la correspondencia,multiplicando, en fin, sus quehaceres en pro de la causa.

El Movimiento de Oxford llegó a editar noventa tracts cuyas tesis representaban una

tendencia de abierto anglocatolicismo. De él brotó una renovación en toda regla de lavida monástica, aparte de otras saludables consecuencias. En contraste con losevangélicos, autoproclamados protestantes y, por ende, colaboradores de los evangélicosfuera de la Comunión Anglicana, los anglocatólicos del Movimiento encontraron desde el

 principio muy difícil la cooperación. Cosa tanto más de subrayar cuanto que estosseguidores y promotores de tracts ganaron para la causa muchos adeptos: H. J. Rose, W.Palmer, I. Williams, W. Ward y R. Wilberforce, entre otros tantos dignos de cita. Algunosoptaron por desgajarse del núcleo principal del Movimiento. Los hubo, en cambio, no

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 pocos, que siguieron a Newman en su posterior incorporación a la Iglesia católica. Éstefue el último aldabonazo del Movimiento de Oxford, prácticamente extinguido a raíz dela condena que el Claustro de la Universidad impuso a W. Ward en febrero de 1845. Delos cuatro fundadores originales, sólo Newman murió católico, lo que significa, puestos aevaluar, que si bien su conversión arrastró a muchos al catolicismo, no fue ésta, sin

embargo, ni el primer objetivo ni el principal propósito de los tractarianos. Nuestro Beato, profesó tierna devoción a la Iglesia de los Padres y todo su afán

consistió en averiguar dónde permanecía ésta. Hurrell Froude, por el contrario, admirabamucho la medieval, y también ejerció señalada influencia en sus colegas. El sistemaepiscopal basado en las Epístolas de San Ignacio de Antioquía constituye otracaracterística destacable. El Azor de Littlemore sostenía con este Padre apostólico ysanto mártir que el obispo es, en la tierra, el representante del «Obispo Invisible» para losfieles. «Mi propio obispo era mi papa», escribe. Esta doctrina, claro es, atacaba de raíz el

erastianismo184  de la Comunión anglicana. El poder de la Iglesia está en manos de los

obispos185, de ahí que el primordial propósito de los tractarianos  no fuese otro quedefender la libertad de la Iglesia respecto al Estado, basándose en el origen apostólico dela autoridad eclesiástica.

3. EL T  RACT  90

Que los Treinta y Nueve Artículos  eran, en algunos puntos, difíciles de interpretar aningún historiador del anglicanismo le debe sorprender, sobre todo cuando tratan demisterios como la predestinación. Por otra parte, el sentido rígidamente protestante sehabía hecho común en la Iglesia. Nuestro autor se propuso tensar la cuerda cuando en1841 probó a exponer en el Tract 90 hasta qué punto era posible leer tales Artículos demodo que no contradijeran las doctrinas católicas por él entonces sostenidas.

Analizado desde el ecumenismo actual, esto no era sino un laudable quehacer deconcordia y de análisis de buena voluntad, y hasta pudiera haberse dado por bueno, vistosólo como ejercicio académico. Pero Newman era más que un profesor, era nada menosque el dirigente de un gran partido en la Iglesia. Y ocurrió, por desdicha, lo peor: niamigos ni enemigos comprendieron lo que el Tract 90  era y significaba en realidad, a

saber: «el intento desesperado de Newman –según Nelly– para asegurarse de que,sosteniendo las doctrinas que él sostenía entonces, podía continuar siendo ministro de laIglesia de la cual los Treinta y Nueve Artículos  eran la carta constitucional. Newmanamaba a Oxford y la Iglesia de Inglaterra; sabía que volverles la espalda significaríaciertamente excluirse por siempre de la felicidad. Fue una esperanza baldía. El tremendo

tumulto ocasionado por el Tract le confirmó que la esperanza había fracasado»186. ElMovimiento entraba así en crisis hacia su recta final

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 Newman entonces deja su parroquia universitaria y se retira para siempre a la soledadde Littlemore, lugar cercano a Oxford, donde él había construido una iglesia para atender a los feligreses de aquella zona rural. Allí el ambiente es idóneo para buscar la verdad en

soledad, estudio y oración187. Bien por Newman, bien por el beato Barberi sabemos queaquel 20/22 de abril de 1842, le siguen sus discípulos predilectos Dalgairns y Lockhart, a

quienes no tardarán en sumarse otros. Juntos comienzan una vida de veras monástica:rezan el breviario romano en común, en el adviento de 1842, incluso se levantan amedianoche para el canto de maitines, practican la oración mental, frecuentan laconfesión y comunión y ayunan en cuaresma rigurosamente hasta las cinco de la tarde.También dedican largas horas al estudio en un afán por encontrar juntos la verdad.

ewman da el paso definitivo de ingreso en la Iglesia católica durante la tarde-noche del

9 al 10 de octubre de 1845188. La sacudida causada a los anglicanos en todas partes fueinmensa. Era tal su prestigio, tal su personalidad, que a muchos ingleses les asaltó la dudade que la Iglesia de Inglaterra pudiera sobrevivir. «Pero esa Iglesia es un yunque que hagastado muchos martillos. Los elementos menos estables en el Movimiento de Oxford

siguieron a Newman y cambiaron la lealtad anglicana por la papal. Todos los grandesefes se mantuvieron firmes»189.

«¡Oh, Pusey! Nos hemos apoyado en nuestros obispos y ellos se han desplomado

bajo nosotros, gritaba Newman en su angustia. El doctor Pusey –apostilla Stephen Neill– no se había apoyado en ningún obispo; se había apoyado en la Palabra de Dios y en laIglesia. Él y John Keble y hombres más jóvenes, como R. W. Church (1815-1890), semantuvieron firmes y reanimaron a las fuerzas vacilantes. El anglocatolicismo se había

salvado para la Iglesia de Inglaterra»190. La verdad es que apoyarse en los obispos en

modo alguno significa no poder hacerlo a la vez en la Palabra de Dios. Tanto comoPusey, pudo también acudir a la divina Palabra –se apoyó en ella, de hecho–, Newman.Tocamos, creo, el delicado ámbito de la conciencia, donde Dios puede hablar cuandoquiera, como quiera y lo que quiera.

La corriente de conversiones empezó a crecer. Dicen que incluso León XIII llegó aestimar que se aproximaba con ello la realización de su dorado sueño: la unión de laIglesia anglicana, extendida por todo el mundo, con Roma. Tampoco faltan los quesostienen que, por ser Newman el guía del Movimiento, habría decidido honrarle con la

 púrpura cardenalicia. En este libro creo haber insinuado que pesaron más otras razones.

El Papa también animó a la Liga de la Oración del pasionista Spencer, y aprobó unaorganización aún más amplia para la conversión de Inglaterra, manteniendo, no obstante,

 para alejar del indiferentismo, la prohibición del ingreso de los católicos en la Unión de

Asociaciones Interconfesionales191. El Papa Pecci, eso sí, no perdió la oportunidad deelogiar a los ingleses por el afecto a su persona y por su amor en pro de la unidad de lafe, recordándoles inclusive la conversión de Inglaterra por San Gregorio Magno, la

 purificación de las herejías por Celestino I, su permanente unión con el papado durante laEdad Media, así como la «dolorosa escisión» en la fe y los intentos por superarla. Una

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conferencia de predicadores en Grindewald tuvo la buena ocurrencia de dirigirle unaeligiosa nota, y el presidente de la Unión para la Oración se mostró resuelto a modificar los estatutos, recibiendo por ello la gratitud y el ánimo –no su aceptación– del cardenalRampolla.

4. LA TESIS DE FONDO DEL MOVIMIENTO DE OXFORD

Para los tractarianos  que tomaron el sermón de Keble como referencia programáticadel naciente Movimiento, la apostasía de la Iglesia anglicana dimanaba de haber éstaentregado históricamente al poder civil la propia autoridad apostólica. Aquella autoridad

 por la que la Iglesia se mantiene idéntica consigo misma en el tiempo: la autoridad deCristo transmitida a su Iglesia por medio de los Apóstoles, cuyos legítimos sucesores sonlos obispos. Semejante trasvase al poder civil así, de pronto, constituía un gravísimo

 peligro porque implicaba el dar carta blanca a la intromisión del liberalismo político en los

asuntos de la Iglesia, sometida a las decisiones del Parlamento192.

De ahí que, ante los problemas ocasionados por lo de Keble, el Movimiento de Oxfordse abriese camino postulando la vertebración de la Iglesia, que, por ende, había de girar sobre su propia autoridad apostólica. Según el tractarianismo, la Iglesia anglicana habíade entenderse a sí misma como una de las tres ramas que daban forma a la herencia y

 plasmación histórica del catolicismo antiguo, fruto legítimo de la predicación apostólica.En el fondo no era sino reivindicar la tesis central de la eclesiología católica, es decir, lacondición visible  de la Iglesia, matriz de la tradición católica de fe, orgánicamentearticulada por el ministerio jerárquico de los obispos, como medio de salvación para los

hombres, llamados a adherirse a Cristo y a vivir de su vida. De modo que al margen deella y de su tradición de fe no es posible acceder a la verdad que guarda la Escritura,garantía del poder  de la Iglesia y promesa de su permanencia. Newman dejaba con elloatrás su evangelismo protestante de militancia bíblica y, aconsejado por E. Hawkins,

 párroco a la sazón de San Clemente, empezaba a dar importancia al significado de laTradición en la vida de la Iglesia.

Si el espíritu liberal de un hombre de Iglesia como el intelectual y escéptico R.Whately, a quien Newman encontró en el Oriel College y que terminaría siendo hostil alos tractarianos, le había ayudado a descubrir la conveniencia de la separación entre laIglesia y el Estado, el no menos enemigo del Movimiento, E. Hawkins, le apartó de susúltimas convicciones calvinistas. El problema era que Whately nunca se había preguntadoqué es lo que constituye a la Iglesia como verdadera o como una rama de la verdadera,cuestión vital, en cambio, para Newman y los tractarianos, quienes sí percibían algo quea Whately se le escapaba. Y ese algo era, cabalmente, que la cuestión no residía en que

 políticos no anglicanos, en adelante presentes en el Parlamento, pudieran ocuparse de losasuntos de la Iglesia nacional. Era, más bien, que la Iglesia no podía tolerar su secuestro

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 por el poder civil: he ahí la que Keble llamaba «apostasía» de la Iglesia nacional.

El punto de partida de Newman y sus amigos era que la Iglesia anglicana siemprehabía querido ser y entenderse a sí misma como una rama de la Iglesia católica de losorígenes, y que ellos estaban sosteniendo aquel cristianismo primitivo enseñado paratodos los tiempos por los primeros doctores de la Iglesia. Ahora bien, esta antiguareligión, presente en los formularios anglicanos, resulta que había desaparecido, o pocomenos, del país a causa de los cambios políticos de los últimos ciento cincuenta años.Urgía, por tanto, restaurarla cuanto antes. Whately, sin embargo, se limitaba a sostener que era intolerable que la Iglesia anglicana debiera estar subordinada al control de los queno eran anglicanos.

 Newman iba más lejos, plenamente consciente de que la identidad de la Iglesiaanglicana era el catolicismo de la Iglesia antigua, y que la misión encomendada alMovimiento de Oxford no podía ser otra, en su opinión, que la de velar por esa

identidad, iniciando la restauración de lo que de hecho había sido y quiso ser desde suindependencia de Roma: una rama del catolicismo de los tiempos primeros, prolongadoen las Iglesias del Oriente ortodoxo y en el mismo catolicismo romano, en este último a

 pesar de la corrupción de la doctrina y de las pretensiones históricas del Papado. Si laIglesia nacional inglesa no se había plegado al principio protestante de la  sola Scriptura,era no más que por entender que este principio se destruye por sí mismo. Los

 protestantes no se dan cuenta de que se comportan en su defensa como los católicosromanos al adherirse a su propia fe. Creen lo que creen porque así se lo han enseñado:unos que la Escritura tiene carácter divino, los otros que lo tiene la Iglesia. Sólo lacontinuidad con la tradición de Iglesia surgida de la predicación apostólica nos puede

garantizar el medio de acceder a la verdad contenida en la Escritura; y libramos de caer en el marasmo de las opiniones individuales de sus lectores, aunque todos acudan a ellacreyendo en su divina inspiración.

Los tractarianos con Newman a la cabeza propugnaban la independencia espiritual dela Iglesia de Inglaterra frente al liberalismo y el Estado. El Movimiento procuraba eludir la Reforma indagando en los valores espirituales y teológicos de la Iglesia de los primerossiglos y recuperando así, para la Iglesia de Inglaterra, una doctrina del ministerio quehabría de provocar tensiones de puertas adentro y en las relaciones ecuménicas. De ahíque el Movimiento fuese atacado por el ala liberal de la universidad, por la prensa y por 

el gobierno, que nombró obispos de entre aquellos que se oponían a él. Pero elargumento teológico subyacente a todo esto lo afrontó Newman en su célebre obra la Vía

edia.

5. LA VÍA MEDIA EN EL ANGLICANISMO

Valiéndose de las Escrituras, de los Padres y del  Anglican Prayer Book , Newman

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 profundizó su visión de la Iglesia de la Vía Media especialmente en los tracts 11, 71 y 90y en las conferencias sobre El oficio profético de la Iglesia. Era ésta un intermedio entreel anglicanismo actual y la Iglesia de Roma, cuya posición había sido mantenida siempre

 por los anglocatólicos. No era teoría nueva. La base de la Iglesia visible eran lasEscrituras, especialmente los Hechos de los Apóstoles y las Epístolas.

Su obra la Vía Media  es el paso previo indispensable para poder leer y comprender otra de sus obras más renombradas, el  Desarrollo de la Doctrina cristiana, respuesta

 precisamente a la acusación anglicana –esgrimida en la Vía Media – de que la doctrina dela Iglesia católica romana actual no coincide con la de la Iglesia católica antigua. Encuanto a la Vía Media, la expone en su libro  El oficio profético de la Iglesia (1837). Elcanon llamado a servir de criterio era el lirinense quod ubique, quod semper et quod ab

ómnibus (lo que es siempre, lo que está en todas partes, lo que es a partir de todos).Con su libro la Vía Media  el autor pretende aclarar la relación de la doctrina anglicanacon el catolicismo romano, sus puntos de acuerdo y sus diferencias.

Al ir recuperando el ciclo completo de las verdades cristianas, nuestro Beato dio laimpresión de estar difundiendo la doctrina de la Iglesia de Roma. Por eso fue acusado deapismo, el más nocivo reproche que se podía hacer en la Inglaterra de entonces. Y por 

eso también dedicó él los antedichos tracts  a probar que la Iglesia anglicana estabasituada en la Vía Media entre los reformadores protestantes y los seguidores de Roma,que la única Iglesia visible se había dividido en tres ramas, la griega, la romana y laanglicana, y que la verdad revelada debía hallarse íntegra antes de la división, en ladoctrina de la antigüedad. Al propio Newman, claro, no se le escapaba el grave riesgoque corría con su propuesta.

Tal planteamiento exigía dar razones de esta autoconciencia eclesial contra el protestantismo y contra Roma, y no sólo ya contra los ataques al anglocatolicismo que procedían de fuera, sino contra los que venían de las otras Iglesias cristianas. Esto es loque Newman pretendió con sus célebres lecciones sobre  El oficio profético  de la

 Iglesia, publicadas en 1837 y después, ya católico, como primer volumen de la obradefinitoria de su propuesta eclesiológica diferenciadora de la identidad anglocatólicafrente a protestantes y romanistas, o sea la célebre Vía Media de la Iglesia Anglicana.

Responder a estas dos cuestiones llevará a Newman a elaborar las ideas fundamentales

que constituyen el entramado doctrinal del anglocatolicismo del Movimiento Oxford. Enel desarrollo de las mismas, termina él por ver la inviabilidad del anglocatolicismo y, enconsecuencia, del papel que el Movimiento quiere asignar al Estado: es decir, lainviabilidad de una Iglesia que se quiere a sí misma como expresión legítima delcatolicismo antiguo. Por eso mismo Newman, al distanciarse de la Iglesia anglicana, lohará también de la forma histórica temporal que ésta había adquirido a partir del sigloXVII como religión de Estado.

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Lo que Newman pretendía defendiendo esta confesionalidad era salvaguardar lasoberanía de las decisiones de la Iglesia en los asuntos espirituales, justificándola enrazón de la autoridad divina de la Iglesia en su propio dominio. Se trataba de unaconfesionalidad que pretendía liberar a la Iglesia del relativismo de la ideología liberal, a

 base de negar al poder civil su competencia en asuntos espirituales. Estamos ante una

forma de confesionalidad que, en realidad, representa una manera de separar la Iglesiadel Estado, pero que se fundamenta en la obligatoriedad moral que todo poder humanotiene de acatar la superior autoridad de la verdad revelada. Para sostener un pulso así conel espíritu liberal de la época, el Movimiento de Oxford pretendía fortalecer en laconciencia de los anglicanos la identidad de la Iglesia y el alcance de su misión.

Pero el principio del fin para el Movimiento de Oxford fue la publicación en 1841 delTract 90, considerado católico romano por gran número de personas de Oxford ycondenado por los obispos, uno tras otro. Sus adversarios pidieron a Newman que seretractase, pero él siguió firme en sus convicciones. Por ello, intentaron obtener al menos

la promesa de que no continuase ni siguiese defendiendo el tractarianismo. A estoewman accedió y en una carta al Obispo de Oxford resignó su lugar en el movimiento para retirarse a Littlemore. Su lugar como líder del Movimiento de Oxford fue asumido por William Ward, por entonces tan romano como él. Después del Tract 90, lostractarianos  sufrieron claras desventajas en Oxford. Isaac Williams perdió la oposición

 para la cátedra de Poesía, antes ocupada por Keble. El acceso a los fellowships (puestosde tutores) les fue clausurado, y los documentos necesarios para ordenarse en elanglicanismo empezaron a serles denegados a sus simpatizantes. El Movimiento así

estaba prácticamente muerto. Había terminado193.

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IXFE Y RAZÓN

1. IDEAS PARA EL SIGLO XXI

En  Newman pensador   adelanto algo, pero el tema me parece de la suficienteenvergadura como para dedicarle capítulo aparte. Newman llegó a este mundo cuandolas antiguas certezas se debilitaban y el racionalismo y fideísmo crecían hasta límites dealarmante frenesí. El primero, rechazando la autoridad y la trascendencia. El segundo,alejando, o retrayendo, de los retos de la historia y del quehacer secular, con lo que sedaba pie a una dependencia deformada de la autoridad y de lo sobrenatural. Así y todo,nuestro flamante Beato consiguió dar en aquel mundo de entonces –he ahí su mérito– con una síntesis admirable entre fe y razón, «las dos alas, según Juan Pablo II en suencíclica  Fides et Ratio, con las cuales el espíritu humano se eleva hacia lacontemplación de la verdad»194. Se comprende por eso que su ilustre figura brille hoycon singular refulgencia en el  f irmamento de los analistas que afrontan este célebre

 binomio teológico, de clara impronta bíblico-patrística por otra parte.

«La contemplación apasionada de la verdad lo llevó a una aceptación liberadora de laautoridad, que tiene sus raíces en Cristo, y al sentido de lo sobrenatural que abre la

mente y el corazón humanos a toda la gama de posibilidades reveladas en Cristo» 195,Guíame, luz amable  va a ser su plegaria favorita, transida toda de amor, de luz y de

sometimiento. No debe, por tanto, extrañar que sus ideas sobre el binomio ferazón lashiciera suyas el Vaticano II, ni que aquel aristócrata del espíritu y próvido autor del XIXanglosajón sea hoy uno de los guías intelectuales de Benedicto XVI, por mucho que sus

 planteamientos representen una línea bastante más liberal que los del entorno vaticano.

El siglo XXI va a evidenciar que el valor de los esfuerzos newmanistas y laoriginalidad de sus aportaciones a la Iglesia son reconocidos por doquier, lo que induce aconcluir que han fructificado prodigiosamente. Declarado admirador suyo, Juan Pablo IIabordó en la citada encíclica  Fides et Ratio  la cuestión del liberalismo religioso y delsupuesto conflicto ferazón, así como la crisis de la verdad, otro de los temas a él afines.

Aunque tímido y comedido, Newman se había opuesto en redondo al relativismoreligioso, y hasta se puede añadir que rara vez había rechazado un reto que le pareciesecoyuntura ideal para exponer la verdad, independientemente, claro es, de que el desafío

 proviniese de dentro o de fuera del catolicismo.

La idea medular de su más importante obra como teólogo, Ensayo sobre el desarrollo

de la doctrina cristiana, que vio la luz en 1845, es que en la Iglesia se ha dado undesarrollo doctrinal bajo la guía del Espíritu Santo, cuya sobrenatural autoridad garantiza

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su certeza. Deseaba probar así que la Iglesia de los primeros tiempos había sido idénticaa la católica contemporánea. Su propósito, al publicar en 1851 La situación actual de los

católicos en Inglaterra, no fue sino defender al catolicismo de seculares prejuicios protestantes, suscitados de nuevo a causa de la reinstauración de la jerarquía católica enInglaterra. La tesis de tales páginas era que cuanto más atractivo le resultaba el

catolicismo a la gente, más necesario se hacía también que el protestantismo lo atacasecomo algo diabólico. Newman critica estos prejuicios, faltaría más, sobre todo a causa desu incoherencia interna. Al mes de julio de 1852, en fin, responde  La Segunda

 Primavera, el resonante sermón predicado, según he dicho, ante el primer sínodocelebrado en Oscott después de restaurada la jerarquía católica en Inglaterra.

«La recta razón, es decir, la razón rectamente ejercitada –viene a sostener nuestro pensador–, lleva a la mente hasta la fe católica, y siembra ésta en todas sus reflexionesreligiosas para que actúen bajo su guía. Pero la razón, considerada como un agente realen el mundo, y como un principio operativo en la naturaleza del hombre, está muy lejos

de tomar una dirección tan recta y satisfactoria»196. Por supuesto que no faltan quienesacentúan la importancia de sus estudios a la armonía entre fe y razón, tan torcidamentemalentendida en aquel crepúsculo finisecular del XIX. Armonía, por lo demás, que afecha de hoy continúa saludable. Porque la práctica totalidad de las universidadescatólicas y un buen número de pequeños centros superiores seculares y de impronta

 protestante en los Estados Unidos han utilizado las teorías de nuestro purpurado comocimiento de sus programas académicos. No importa que algunos se obstinen en recelar desu doctrina en este sector. Es el sino de los grandes. Lo que aquí más vale y resulta másde aplaudir es que el siglo XXI viene asumiendo solidario sus ideas al respecto. A la

 postre, y se quiera o no, siempre van a resultar controvertidas, sin duda, sobre todo para

quienes no consideran el conocimiento como un fin en sí mismo sino que más bienconciben la educación simplemente como formación para una carrera profesional, o a losumo como un medio, el más acertado que se conozca, de preparar a los jóvenes paraque sean ciudadanos útiles al Estado. El cardenal Newman fue más profundo y exigenteque todo eso.

2. HACIENDO CAMINO CON FE Y RAZÓN

Así discurre la más conocida de todas sus obras, Apología, en la actualidad un escritoclásico tanto de la literatura como de la autobiografía, el que terminó por consolidar sureputación de gran inglés y de ferviente católico. Había sido atacado de forma gratuita enuna revista por el clérigo y novelista Charles Kingsley, quien, a propósito de la reinaIsabel I, se había despachado en estos términos: «La verdad, por sí misma, nunca haconstituido una virtud para el clero católico-romano. El padre Newman nos informa deque no necesita serlo y que, en definitiva, no debe serlo; que la astucia es el arma que elcielo ha dado a los santos para que resistan la fuerza bruta y viril del mundo malvado que

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toma y es dado en el matrimonio. Puede que su pensamiento no sea doctrinalmente

correcto, pero es un hecho que es así»197. Escrita con inusitada rapidez, la réplica salióen seis semanas. Recibió críticas universalmente favorables y las ventas alcanzaron cifrasenormes, con lo que no sólo le fue devuelta y acrecentada su reputación, sino que incluso

se acabaron sus constantes preocupaciones económicas198.

En noviembre de 1874 el político británico Gladstone escribió un opúsculo relativo alVaticano I, donde afirmaba que sus decretos muestran que «nadie puede convertirse [alcatolicismo] sin renunciar a su libertad moral y mental, y sin dejar su lealtad civil y sudeber a merced de otro». Esto era ya rozar la injuria. Newman tenía por aquel entonces74 años pero se armó de valor para la empresa y, prefiriendo contestar de forma indirectaal gran abanderado del liberalismo inglés, escribió al duque de Norfolk, prestigioso laicocatólico que había sido alumno suyo en el Oratory School   de Birmingham. Nuestroincansable luchador utilizó la Carta al Duque de Norfolk , aquel libro de 150 páginas

 publicado en 1875, para explicar la posición católica moderada y a la vez reprimir los

excesos de los ultramontanos. Se alineó con las reivindicaciones del Vaticano Ideclarándose pronto a «defenderlas con el mismo fervor con el que reconozco mi deber de lealtad a la constitución, las leyes y el gobierno de Inglaterra». Newman, pues,responde punto por punto a las numerosas objeciones de Gladstone contra el catolicismo

recurriendo de nuevo al binomio ferazón199.

La fe es un don de Dios, una gracia. Si ésta es necesaria para hacer un acto de fe, nolo es menos que creer es un acto auténticamente humano. Depositar la confianza en Diosy adherirse a las verdades por Él reveladas es lo más lógico y natural. De ninguna maneraquedan con ello comprometidas ni la inteligencia ni la libertad del hombre, sino todo locontrario. El motivo de creer no depende de que las verdades reveladas seancomprensibles por la luz de la simple razón, sino de que éstas provienen de la autoridaddivina, que no puede engañarse ni engañarnos. Es más, la fe nos da una certeza mayor atodo conocimiento humano, porque se funda en la Palabra misma de Dios que no puedementir. De modo que si algunas verdades reveladas pueden parecer oscuras y extrañas ala experiencia humana, «la certeza que da la luz divina, es mayor que la que da la luz dela razón natural. Con palabras que hoy recoge el Catecismo de la Iglesia Católica, élacertó a decirlo con frase maestra: «Diez mil dificultades no hacen una duda; dificultad y

duda son cantidades inconmensurables»200.

Entre fe y razón jamás puede haber desacuerdo, ya que Dios es el autor tanto de laRevelación como de la razón y no podría contradecirse a sí mismo, ni lo verdaderocontradecir jamás a lo verdadero. El acto de fe es cosa personal, respuesta libre delhombre a la iniciativa de Dios que se revela. Pero no es acto aislado. Así que nadie

 puede creer solo, como tampoco nadie puede vivir solo. Recibimos la fe de otros ydebemos transmitirla a los demás. Es impresionante constatar cómo a través del tiempo ydel espacio, la Iglesia es fiel a sí misma y a su fundador Jesucristo. El cristiano puede con

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toda confianza investigar, leer, documentarse en la abundantísima literatura católica,desde los escritos de San Justino, San Clemente o San Policarpo, en el siglo primero,hasta los más recientes de Benedicto XVI, pasando por todos los grandes teólogos de

veintiún siglos, sin encontrar alguna traición al Credo original201.

En este ir haciendo camino a base del manejo armónico y ecuánime del binomioferazón, el Beato Juan E. Newman se reveló maestro insigne y un guía incomparable,algo que la crítica, cierta crítica, ha tardado lo suyo en reconocer. Comprendió laimperiosa necesidad de ambas, y sobremanera en lo relativo a la verdad, que es lacuestión básica de la vida y de la historia de la humanidad, porque no todo puedereducirse a opinión, ni la verdad puede limitarse tampoco a ser el simple resultado delconsenso. La razón humana tiene capacidad para conocer la verdad. De ahí que seanecesario reflexionar sobre la verdad, un quehacer en el que Newman bregó mucho y sereveló clarividente líder en análisis y planteamientos ya desde la época de los Sermones

Universitarios.

3. EL DRAMA DE LA SEPARACIÓN ENTRE FE Y RAZÓN

Si en la Veritatis Splendor   Juan Pablo II quiso llamar la atención sobre algunasverdades de orden moral que habían sido mal interpretadas, con  Fides et Ratio optó por la verdad misma y su fundamento en relación con la fe, haciendo ver las negativasconsecuencias que se siguen de separar ambas. Dice el Papa que, aunque parezca

 paradójico, la razón encuentra su más precioso apoyo en la fe, mientras que la fecristiana, por su parte, necesita de una razón que se fundamente en la verdad para

ustificar la plena libertad de sus actos. La llegada de la época moderna señala una progresiva separación entre fe y razón, con el consiguiente deterioro del papeldesempeñado por la filosofía: de sabiduría y saber universal se ha ido empequeñeciendohasta ser considerada una más de las tantas parcelas del saber humano.

Juan Pablo II entiende que re-armonizar fe y razón, filosofía y teología, significa dar con la clave ideal cuyo punto de partida debe ser siempre la palabra de Dios revelada enla historia, y cuyo objetivo final no puede cifrarse sino en la inteligencia de ésta,

 profundizada progresivamente a través de las generaciones. Sobre la gran fecundidad deesta vía se han pronunciado distinguidos autores cristianos que han sabido combinar 

 búsqueda filosófica y datos de fe. El Papa cita nominalmente a John Henry Newman yotros autores modernos202  como ejemplo de autores preocupados por llevar a loshombres a descubrir su capacidad de conocer la verdad.

Con ellos de la mano, pues, el autor de  Fides et Ratio vuelve a proponer con fuerza yconvicción la capacidad de la razón para conocer a Dios y, de acuerdo con la naturalezalimitada del hombre, las verdades fundamentales de la existencia: espiritualidad e

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inmortalidad del alma, capacidad de hacer el bien y de seguir la ley moral natural, posibilidad de formular juicios verdaderos, afirmación de la libertad del hombre, y asíseguido. Al mismo tiempo, reafirma que dicha capacidad metafísica de la razón es undato necesario para la fe, de modo que una concepción de fe que pretendieradesarrollarse al margen o en alternativa a la razón sería deficiente incluso como fe. Es

incuestionable, pues, que para sostener la capacidad de la razón por conocer la verdad deDios, de nosotros mismos y del mundo es precisa una filosofía capaz de comprender conceptualmente la dimensión metafísica de la realidad. Que Newman en esto es muyactual salta a la vista.

El 9 de mayo de 2009, durante su discurso a los jefes religiosos musulmanes, cuerpodiplomático y rectores de las universidades jordanas de Amman, en la mezquita Al-Hussein Bin Talal, Benedicto XVI mencionó como tarea de cristianos y musulmanes «eldesafío de cultivar para el bien, en el contexto de la fe y de la verdad, el gran potencialde la razón humana. Los cristianos, de hecho, describen a Dios, entre otras maneras,

como Razón creativa, que ordena y guía al mundo. Y Dios nos da la capacidad de participar en esta Razón y, de este modo, actuar según el bien. Los musulmanes adoran aDios, Creador del Cielo y de la Tierra, que ha hablado a la humanidad. Y como creyentesen el único Dios, sabemos que la razón humana es en sí misma don de Dios, y se elevaal nivel más elevado cuando es iluminada por la luz de la verdad de Dios. En realidad,cuando la razón humana consiente humildemente ser purificada por la fe no se debilita; al

contrario, se refuerza al resistir a la presunción de ir más allá de los propios límites» 203.Un texto, por cierto, donde se certifica la célebre frase de nuestro flamante Beato:

«Llegará un tiempo en el que la Iglesia será la única en defender la razón» 204.

El reto que nos aguarda, por tanto, consiste en afirmar la razón humana, cultivarla ensintonía con la verdad, aquella que la razón puede por sí sola descubrir y aquella queacoge humildemente como revelada por el Misterio. Por eso, la adhesión genuina a lareligión -lejos de restringir nuestras mentes-amplía los horizontes de la comprensiónhumana. El reto papal en este discurso va dirigido a todos los hombres, en francadimensión del diálogo interreligioso. Resumiríamos su mensaje precisando que afirmar larazón en su total grandeza es tarea de todos, ya que está en juego lo humano. Dicho conlos escritos newmanianos: «Hay que volver a unir las cosas que en el principio estabanunidas y que han sido separadas por el hombre (se refiere a la razón y la fe). Deseo que

el intelecto se expanda con la mayor libertad, y que la religión disfrute de igual libertad, pero lo que pongo como condición es que deben encontrarse en el mismo sitio: la persona». Seguir separando, o lo que es peor aún, contraponiendo la razón y la fe es letal

 para el hombre y la sociedad205. He ahí un drama de inmensas proporciones queewman intentó conjurar advirtiendo de sus demoledoras consecuencias. Análisis de

singular respiro y largo alcance.

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4. FE Y RAZÓN EN LOS  S  ERMONES  U  NIVERSITARIOS 

El 21 de octubre de 1861, Newman escribe al suave y pacífico Isaac Williams: «Llevoveinte años queriendo escribir sobre fe y razón. Uno nunca sabe pero quizá esté ahoramás a punto de ponerme a ello que durante todos esos años. Desde luego, si me pusiera,

me llevaría muchísimo tiempo –y entonces se plantea uno si vivirá lo suficiente–»206.Repasando en Apología los escritos de la primera mitad de su vida, insiste retrospectivo:«En mis Sermones Universitarios  hay una serie de análisis sobre el tema de la fe y larazón; se trataba de primeros tanteos de una tarea importante y necesaria: unainvestigación de las bases definitivas de la fe religiosa, anterior a la diferenciación de

credos»207. Tarea importante quiere decir aquí urgencia por ofrecer una respuesta lúciday relativamente sencilla a ciertos aspectos de la llamada crisis de fe que afecta al conjuntode nuestra sociedad. Respuesta por vía de reflexiones asequibles y útiles en principio paratodo creyente antes de la distinción de credos o confesiones religiosas específicas. Setrataba de primeros tanteos, es cierto, pero en esta forma de pensar –aquí expresada conla espontaneidad de algo en proceso de elaboración– se mantuvo Newman toda la vida.Son, en suma, ensayos, porque este tipo de sermones tiene, por lo común y lícitamente,carácter de investigación en cuanto predicados ante un auditorio ilustrado. Versan ademássobre temas profundos, aún no plenamente estudiados, y son expuestos mediante

reflexiones hasta donde veía el predicador que podía llegar 208.

Ya en 1826, había empezado con el primero a expresar públicamente su pensamientosobre la fe y la ciencia; y en 1843 culminó su reflexión con el esbozo de la teoría deldesarrollo doctrinal, último de estas piezas oratorias. Los expertos tienen constatado que

el pensamiento se forja en la primera época: la obra posterior no será más que eldesarrollo de sus líneas básicas, y tendrá un carácter de aclaración o plenitud de loavanzado al principio. En  El asentimiento religioso  (a.1870), preparado durante largosaños, profundiza - sin absorber ni arrinconar las piezas-temas de estos Sermones  cuyocontenido abarca buena parte de su pensamiento más íntimo. De hecho «volvió aeditarlos casi sin ningún retoque en 1871, al año siguiente de haber publicado susreflexiones maduras sobre el mismo problema. Sin dejar de defender la primacía de laconciencia, pensaba que debía reconocerse a la razón su parte correspondiente y, a lolargo de toda su vida fue elaborando la justificación razonable de la fe, con una

 penetración psicológica y una comprensión imaginativa muy distante de las desabridas

abstracciones del racionalismo ateo o teológico»209.

La realidad es que para mejor comprender el  Ensayo sobre el desarrollo de la

doctrina cristiana  (1845) conviene hacer primero lectura en Sermones Universitarios,de los que él mismo, una vez convertido y tras su cotejo con la doctrina católica sobre lafe, concluye resuelto: «Ahora, después de leer estos sermones, debo decir que piensoque son en su conjunto lo mejor que he escrito, y no puedo creer que no sean católicos,

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ni que dejarán de ser útiles»210.

Si en el prólogo de 1871 a tales Sermones  parece limitarse a precisar los sentidos enque había usado el término «razón», su propósito en el de 1847 fue tratar las relacionesentre fe y razón de una manera más completa, desde sus raíces hasta sus consecuencias.

Basta citar el comienzo para caer uno en la cuenta: «¿Por qué motivo –se pregunta–, enel juicio cotidiano de los hombres, la fe es contraria a la razón, o irracional? Es chocanteque se diga que la fe se opone a la razón; porque quien cree, en su misma profesión decreer, se sirve de cierto instrumento racional». Newman, pues, trata brillantemente deluso de la razón dentro de la fe: la teología, la sabiduría… e incluso del problema previo o

más hondo del sentido y valor del lenguaje religioso, bíblico y eclesiástico211.

A pesar de cuanto precede, y es curioso, su pensamiento tardó lo suyo en producir efecto sugerente y renovador en la teología escolar católica. A Newman le debemos unesfuerzo perseverante por dar a la reflexión sobre la fe una forma más sencilla y más

orgánica que en los escritos apologéticos de los últimos siglos. San Agustín, Santo Tomásy otros grandes maestros del pensamiento cristiano habían ahondado ya en las relacionesentre fe y razón sorteando los escollos del racionalismo y del irracionalismo, que a vecesamenazan simultáneamente, y otras de manera alternativa, por causas o pretextos muydistintos. También el Vaticano I se había pronunciado magistralmente sobre esta cuestióntantas veces replanteada con nuevos factores. Todo lo cual no anula el valor de la

 búsqueda concreta hoy, realizada en circunstancias distintas. Tampoco, a su vez, la deewman desde sus distintos puntos de vista, comprendido el de estos Sermones

Universitarios, libro que tiene ya el valor de un clásico moderno y que, sin haber agotado su capacidad de sugerencia creativa ante los nuevos problemas, puede ayudarnos

muchísimo para asimilar y recepcionar el Vaticano II.

5. HACIA UN HUMANISMO VERDADERO

«Tomás de Aquino mostró que entre la fe cristiana y la razón subsiste una armoníanatural. Y esta es la gran obra de Tomás, que en aquel momento de enfrentamiento entredos culturas –ese momento en que parecía que la fe tuviese que rendirse ante la razón– mostró que ambas van juntas, que cuando aparecía la razón incompatible con la fe, no

era razón, y cuanto parecía fe no era fe, si se oponía a la verdadera racionalidad; así élcreó una nueva síntesis, que formó la cultura de los siglos sucesivos» 212. Ya antes,repito, lo había expresado también con su habitual agudeza San Agustín. El

 planteamiento de nuestro inmortal oxoniense en este reino de armonías seguirá idéntico

rumbo. De ahí su palpitante actualidad213. Recuérdense, verbigracia, los interrogantes delas biotecnologías a la inteligencia de la fe o a las solicitaciones críticas dirigidas alcreyente por las llamadas ciencias exactas o por las ciencias sociales.

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La relación ferazón jamás fue pacífica ni se dio por descontada dentro del

cristianismo. Los convenios dedicados recientemente a Newman214  recuerdan que hahabido un humanismo capaz de admirar y promover cuanto de verdadero, bello y justohay presente en toda cultura y de aprehender a través del alfabeto de las ciencias lacorrespondencia entre razón y Logos. Pero la fe no puede traducirse en historia

desprovista de alianza con la razón. El cristianismo, con su fuerte apuesta por elhumanismo, se ha convertido en extraño a los hombres y mujeres de nuestro tiempo. Deaquí que la negación de toda verdad objetiva haya llegado a ser la base dogmática delnuevo pensamiento traducido en negación de la humanidad del hombre y de su mismaidentidad. El rechazo sistemático del posible acceso a la verdad tiene, de hecho, recaídasantropológicas negativas. La relación ferazón, en consecuencia, lejos de ser un problemaacadémico, constituye más bien una cuestión práctica de la esperanza anunciada por loscreyentes en y por este mundo.

Mas separar la racionalidad de la totalidad del sujeto, con la capacidad de juzgar y de

concluir, está, según Newman, contra la estructura misma de la mente humana.Ciertamente nuestro Beato, con el apoyo de su inteligencia prodigiosa y el vuelo siempresublime de su iluminada fe, afronta el problema de fondo para un creyente cuando se

 pregunta cómo dar razón de la esperanza a toda generación que nos pide cuentas. Ysobre todo cómo mostrar que el acto de creer en cuanto efectuado por el mismo sujetoque en su relacionarse con la realidad emplea una racionalidad implícita, es el mismo queutiliza un procedimiento racional explícito semejante al proceder argumentativo de laciencia. Entrambos movimientos racionales son fruto de la mente humana, la cual no

 puede estar ausente en el asentimiento que la fe pide.

La defensa de la fe no puede prescindir de ser acto intelectual del hombre abierto ensu integridad al mundo. Amparado en la Sagrada Escritura, Newman replica en el décimosermón universitario que la fe no tiene el mismo método de prueba que la razón, por supuesto, ya que la fe es algo más elevado que la razón . Y sin embargo, desde otro

 punto de vista no menos apasionante, cabe insistir en la manifiesta imposibilidad de que

la fe sea independiente de la razón, y un modo nuevo de llegar a la verdad» 215.

Bien asido luego a la racionalidad del acto de fe del creyente, reivindicará para elcristianismo plena dignidad cultural y filosófica. Cuando en  Apología  escribe que «diezmil dificultades no hacen una sola duda», no hace sino hablar de su experiencia comocreyente, de sus pasos hacia un humanismo verdadero, en el que la razón estáíntimamente ligada a la libertad y la persona, implicada de lleno, es interpelada a ofrecer una respuesta concreta, existencial con toda su carga de riesgo. En los años de enseñanzaen Oxford ya había desmentido que el cristianismo fuera como un sistema que obstruyeel camino al progreso. En febrero de 1848 tiene que salir al paso de quien se ha permitidosugerirle que no se deben correr riesgos en materias de fe: «Deseo ardientemente quecuantas personas conozco se hagan católicas pero deseo antes que pidan fe, porque una

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conformidad meramente externa con la Iglesia sería muy penosa, lo mismo que larebeldía de la razón una vez en ella. Pero Dios no nos necesita, y siendo la fe algo difícily que supera la razón, Él, que ha hecho hablar a la Iglesia, nos dará el don de escuchar y

aceptar, si se lo pedimos con insistencia»216.

Si la ciencia es búsqueda de verdad, sólo la arrogancia de la razón o la miopía de unafe cerrada al diálogo pueden crear aquel terreno de hostilidad o de contraposición que no pocas veces ha caracterizado, al menos después del iluminismo, las relaciones entre elcristianismo y las ciencias. En este camino hacia un humanismo verdadero a base deconducirse uno con el espíritu armónico y ecuánime de la fe y la razón, el cardenal

ewman elevado por Benedicto XVI a los altares en el Cofton Park de Birminghamquedará para siempre para la historia de la religiosidad y del pensamiento como

 paradigma de un diálogo fecundo y constructivo, beneficioso a todas luces, entre laciencia y la fe.

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XEN LOS ALTARES

1. SU CAMINO DE SANTIDAD

Se cuenta en algunas biografías la curiosa historia del pequeño resobrino preguntandoa su anciano tío quién es más grande, si un cardenal o un santo. Tal vez la respuesta nosaclare por qué Newman admitió la púrpura a condición de conservar el Oratorio de suslargos ratos de silencio, estudio y oración: «Pequeñín, un cardenal es de la tierra,terrestre; un santo es del cielo, celeste». Eran los años crepusculares de una vida llena deméritos, cuando el ilustre oratoriano de Littlemore, a menudo presa del cansancio,transcurría horas y horas en la capilla o bien rezando el rosario por la estancia. El

 pequeño había recibido de la mamá una cariñosa reconvención: no hacer muchas

 preguntas al tío, porque podía fatigarse217.

Los estudiosos de tan atractiva faceta en la vida cristiana dicen y vuelven a decir que practicó lo que hoy podríamos denominar santidad de la inteligencia. La suya, en efecto,al menos por fuera, eso fue: una santidad alejada del estereotipo al uso; santidad,digamos, no común al tradicional criterio popular. Escritor incansable, la verdad es queno produjo libros expresamente orientados a los temas del espíritu, aunque sus obras ycartas traspiren todas, de una u otra manera, cristianismo a raudales. Sólo por intuiciónes posible deducir cómo eran su vida de oración y su experiencia íntima con Cristo. Por 

lo demás, en fin, tampoco parece haber tenido gracias místicas extraordinarias ni nadaespecialmente notable en su vida ascética, en su pobreza evangélica o en su generosaentrega a los necesitados (aunque en el período de la «plaga irlandesa» hay quiensostiene que más de una vez llegó a poner en peligro su vida por asistir a enfermos). Erael suyo, más bien, quehacer apostólico básicamente intelectual y, en dicho sentido,sobremanera fecundo, es cierto, pero ya se sabe que la santidad de los intelectuales, yesto conviene recordarlo, suele pasar inadvertida al común de los mortales.

De modo que, puestos a clasificar su carisma, sería preciso decir que practicó conmaravillosa exuberancia, lo que podríamos denominar como santidad de la inteligencia,

que no deja de ser, después de todo, una de las más atractivas y sublimes facetas delespíritu. El camino y la cruz de Cristo en su vida determinaron que él los compartiera atope en el proceso de incesante búsqueda de la verdad hasta dejarse crucificar por ella.La transparencia ideológica fue el rasgo más distintivo de quien con su habitual sencillez

 pudo escribir el citado y archiconocido «no he pecado contra la luz»218. Su fidelísimoseguimiento a la Luz amable que de modo gradual iba provocando en su tierno corazónfe y ardimiento ejemplares, llegó hasta el heroísmo, hasta las mismas cumbres intactas yazules de la beatitud.  Apología pro vita sua  es al respecto un fascinante testimonio de

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honradez y de pureza intelectual. Él mismo llegó a escribir que su conversión no habíasignificado mayor fervor, ni mayor fe, ni cambio de vida y costumbres, en fin. Y es quela suya fue conversión de un pensador metódico, de un afanoso peregrino de la verdadque acabó encontrándola en la Iglesia de Roma: «Decidí guiarme por mi razón, y no por mi imaginación […]. De no haber sido por esta severa resolución, yo me hubiera hecho

católico antes»219

.En otro orden cosas, su frecuente lectura patrística le ayudó lo suyo a comprender el

divino don de los santos, nota específica en los Padres de la Iglesia, y a procurar en símismo la honestidad intelectual propia de aquellos colosos de la fe, que en su caso deconverso fue determinante para verificar incansable los hechos y enfrentarse resuelto alos prejuicios. Devoción a la verdad, por otra parte, que se me antoja clave en suesforzado estudio de la historia de la Iglesia. Dice mucho que sus ideas ecuménicas, eldesarrollo doctrinal de la Iglesia y las relaciones de ésta con el «mundo», sean hoy las deun concilio Vaticano II que apostó fuerte por este singular carisma de los santos.

Los escritos de nuestro benemérito  gentleman  inglés irradian santidad y verdad, ytraslucen hasta qué punto la verdad es liberadora, y también hasta qué límite su búsquedaexige de nosotros un amor ungido de libertad interior, ascética de la mente y de místicaen el corazón. Con su evolución religiosa llegó a seguro puerto precisamente porquenunca ignoró la luz ni se mintió a sí mismo, por mucho que ello entrañase, en más de uncaso y de dos y de tres, quedar en minoría o verse convertido incluso en una figuraimpopular. Newman es un testigo moderno –los hubo siempre y siempre los habrá– de launidad entre amor y verdad en todo proceso de liberación humana, según vocación delhombre al goce deleitoso de la verdad y del amor eternos.

De la suya, por eso, cabe decir que fue santidad de la inteligencia forjada sobre elyunque del paulino veritatem facientes in caritate  (Ef 4,15): «siendo sinceros en elamor». Su beatificación ha puesto de relieve la decisiva importancia de aquel esfuerzo, el

 premio merecido por su fidelidad a la verdad en la vida humana, así como el puestocentral, también, de la verdad en la Iglesia católica, la cual no se satisface ni se llena sólocon la pura buena voluntad o el simple y generoso desgaste. Deben éstas ser, además,«verdaderas» en  la caridad. Justamente lo que Newman pretendió con su vida y en susobras.

2. DIFICULTADES Y LENTITUD EN EL PROCESO

Juan Pablo II exhortaba en su carta de 2001 al arzobispo de Birmingham: «Oremos para que pronto la Iglesia pueda proclamar oficial y públicamente la santidad ejemplar del

cardenal John Henry Newman»220. Antes, en abril de 1989, el cardenal JosephRatzinger, prefecto entonces de la Congregación para la Doctrina de la Fe, había

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admitido el creciente número de santos y beatos en la última década matizando, de pasada, que entre éstos se hallaban algunos que tal vez no signifiquen mucho para lainmensa mayoría: él había propuesto entonces dar prioridad a aquellos cuyas vidasencierren un mensaje más universal para los creyentes contemporáneos. El cariño deBenedicto XVI por el cardenal Newman es evidente y que el 19 de septiembre de 2010,

haciendo una excepción en su pontificado, fuera quien personalmente lo proclamara beato en Birmingham no deja de ser revelador.

 Newman fue celebrado a su muerte como un sabio de la era victoriana, connecrologías en mil quinientos periódicos del mundo entero. Entre diez y quince mil

 personas –o veinte mil según algunos-se agolparon en las aceras de las calles deBirmingham por donde pasaba el féretro camino de Rednal. Incluso el secular ylondinense The Times declaró en un editorial que, canonizado por Roma o no, lo sería enlos pensamientos de las personas piadosas de diversos credos en Inglaterra. Y el

 protestante  Evangelical Magazine  afirmó que, de la multitud de santos del calendario

romano, pocos podrían considerarse más merecedores de un título semejante que elcardenal Newman.

La causa, sin embargo, tardó en abrirse camino hacia Roma. Y cuando llegó, nofaltaron católicos liberales recelando del candidato por haber sido progresista. Todavía en1987 conservadores de la Congregación para la Causa de los Santos insistían en que

 podría haber sido canonizado antes si hubieran prestado un apoyo más vigoroso losobispos católicos de Inglaterra. Tampoco faltaron, en fin, los amigos de rizar el rizoachacando la deficiencia a unos obispos ingleses temeroso de provocar el resentimientode los anglicanos, cuando resulta que el arzobispo de Canterbury había declarado tiempo

atrás que nada tenía que objetar.

Obviamente no se canoniza a los santos por su brillante inteligencia, sino por laexcelsitud de su vida. La reina de las virtudes cristianas es la caridad, no la sabiduría, loque, aplicado al capítulo de canonizaciones, nos podría explicar que falten en ellasdestacados pensadores y escritores. Por qué la inteligencia parece crear aún obstáculos a

la santidad es pregunta para ciertos expertos no desprovista de razones221.

Una sería de carácter histórico: desde la Revolución Francesa, las principalescorrientes del pensamiento moderno se han desarrollado al margen de la Iglesia y, a

menudo, en oposición a ella. Roma en ese tiempo se mostró reacia con sus propiosintelectuales y eruditos. Otra podría ser cultural. Intelectuales y eruditos, por sólida quesu reputación de santos sea, no significan mucho para la gente que acude, invoca, pidemilagros. Los intelectuales católicos, se dice, podrán defender la idea de la santidad oesforzarse incluso por vivir ellos mismos como santos, sin duda. Lo que pasa es que nosuelen ser muy dados a expresar devoción de tales.

Y por si fuera poco, Newman trataba los más controvertidos asuntos de su tiempo

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yendo a veces en contra de los vientos de Roma. Eminente hombre de letras, magistralestilista en prosa y quizás el predicador inglés más fino del XIX anglosajón, tampoco ledolían prendas en afirmar que no eran éstos los dones que la Iglesia aprecia en sussantos. Buscaba la mutua integración de fe y conocimiento, historia y humanaexperiencia, continuidad y cambio. Aspiraba, en suma, a dar cabida en su modus

operandi a la razón y la fe juntas. De ahí que, como pensador y escritor, procurase entodo momento dirigirse a aquella zona de controversia y preocupación en donde lareligión y la cultura se funden y se entrelazan. Aun siendo plenamente hombre de suépoca, fue, no obstante, el único católico en anticipar el rumbo que la Iglesia habría detomar con el Vaticano II. De ahí que entre sus títulos más rumbosos, predomine hoy elde profeta.

Su reputación sobrevivió a través de sus escritos; es decir, por las cualidades de suinteligencia y por la elegancia de su prosa, también debido a su integridad, mas no tanto,no necesariamente al menos, por las virtudes heroicas que las practicó–, en las que basar 

su santidad. Los intelectuales y artistas religiosos actúan como mediadores de Cristo deuna manera que sólo es accesible a un pensamiento y arte poderosos, y, por tanto, sirvencomo modelos de santidad en los ámbitos más elevados de la cultura. El suyo no esascetismo del monje metido en la celda, ni tampoco del eremita penitente, ni sussufrimientos los de un mártir, quizás. Pero la santidad es ilimitada en cuanto a formas deser y de manifestarse. Él, por lo menos, así pareció entenderlo al escribir: «Muy diversosson los santos. Esta misma variedad es una prueba de que se trata de un trabajo de Dios;

 pero aunque sean tan diversos, y sean cuales fuesen las especiales líneas que han

seguido, todos han sido héroes»222.

3. SANTIDAD FORJADA EN EL DOLOR DE CRISTO

«El drama interior que caracterizó la larga vida de Juan Enrique Newman giró en tornoal tema de la santidad y de la unión a Cristo. Su deseo más ardiente era conocer y

cumplir la voluntad de Dios»223 siendo dócil a su conciencia. El Catecismo de la Iglesia

Católica  lo corrobora con texto de cosecha newmaniana: «La conciencia es una ley denuestro espíritu, pero que va más allá de él, nos da órdenes, significa responsabilidad ydeber, temor y esperanza […]. La conciencia es la mensajera del que, tanto en el mundo

de la naturaleza como en el de la gracia, a través de un velo nos habla, nos instruye y nosgobierna. La conciencia es el primero de todos los vicarios de Cristo»224.

Destaca en nuestro hombre de Dios sobre todo el misterio de la cruz del Señor: estefue el centro de su misión, la verdad absoluta que no se cansó de contemplar, la luz 

amable  a la que nunca cesó de seguir. Quinceañero aún, descubrió a los Padres de laIglesia en la Historia de la Iglesia de Cristo, de Joseph Milner, y desde entonces tuvo el

 profundo convencimiento de hallarse poseído y guiado por Dios, intuición luego

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 poematizada en el celebérrimo verso «Guíame, dulce luz» ( Lead, Kindly Light )225. Perofue también apasionado de la Sagrada Escritura, por él recomendada a familiares yamigos como inestimable recurso de buenos y santos propósitos, sobremanera en losmomentos de soledad, en los viajes y en las noches de insomnio. Supo adiestrarse conella también para mejor conocer y vivir la Iglesia.

El dolor de Cristo se hizo presencia de amor en su propio dolor. Mucho le hicieronsufrir algunos cardenales y conversos ultramontanos. Ser tachado de poco leal a Roma,de hombre el más peligroso de Inglaterra, y hasta de un hereje por defender el papelactivo de los laicos en la Iglesia y su vocación a la santidad, tesis hoy, por cierto,conciliares de la cruz a la fecha, lo dice todo. Luego resulta -¡ironías del destino!-, que lasantidad como camino a recorrer en el fiel seguimiento de Cristo, es una exigencia

 perentoria, urgente en nuestro tiempo, según Juan Pablo II en la Novo millennio ineunte.Sí. La Iglesia tiene mucha necesidad de santos que, después de «haber visto» el rostro de

Cristo, den testimonio de Él (cf.  Jn 19, 35)226. A juicio del filósofo Jacques Maritain, la

santidad de los cristianos es la vía para demostrar a los incrédulos la existencia de unDios amoroso y misericordioso, es el único Evangelio que el hombre contemporáneo

sabe leer, escuchar y comprender 227. Newman así lo plasmó en su archiconocida oración

 Irradiar a Cristo228. Sólo Dios hace santos, sin duda. Por eso mismo la historia de unsanto es siempre una historia de amor, la del Dios que ama y la de un ser por Él amadoque aprende a corresponder a su divino amor. Pero precisamente por ello es también, yno estará de más destacarlo, historia que incluye malentendidos y desengaños, traicionesy reticencias, persecuciones y cruz. Newman no fue una excepción a todo esto.

Durante largos períodos de su vida como católico romano, sintió que se le metía en elalma el frío cuchillo de querellas mezquinas. Su mala suerte fue haberse hecho católicoen un momento en que la dirección de Roma estaba negada en redondo al pensamientomoderno. La prueba es que, ante la continua desconfianza y los fracasos, nada volvió a

 publicar en los siguientes cinco años. De esta interminable cadena de fracasos ysospechas, de negaciones y decepciones, él mismo da cuenta en su Diario el 21 de enerode 1863 con doloridas palabras: «Esta mañana –dice–, al levantarme, se ha apoderado demí con tal fuerza la idea de que soy una persona que molesta, que no pude ir a la ducha.Me decía: ¿para qué intentar conservar o aumentar la salud, si no sirve para nada? ¿Por qué vivir para nada? […]. Desde hace años, esta es una idea constante […]. ¡Qué triste,

qué deprimente ha sido mi vida desde que soy católico! […]. Todo empezó cuando me puse a mirar hacia Roma e hice aquel gran sacrificio que me pidió Dios y por el que Élme ha recompensado de diez mil formas. ¡Sí, Dios mío, de muchas formas me hasrecompensado!; pero has sembrado mi camino de contrariedades casi sin interrupción[…]. Desde que soy católico me parece que no he hecho nada; no he tenido más que

decepciones»229.

Pero él nunca se arrepintió del paso dado. Nunca sintió el menor asomo de volverse

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atrás. Y así, en medio de este claroscuro de confianza y zozobra, de acatamiento yqueja, todavía el 30 de octubre de 1867, sin nada entonces de qué desahogarse, tiene quedejar a la pluma que se despache con este sobrecogedor desahogo: «Nunca me heencontrado en una situación de más sencillez y comodidad que ahora, y me cuesta creer que siga así sin alguna cruz de un tipo u otro […]. Dios me ha dado todos los dones y

todas las bendiciones que cabe pensar. Nada tengo que pedir más que perdón, gracia deDios y una buena muerte»230. Y Dios, no obstante, le esperaba todavía… ¡con la púrpura!

4. LA SANTIDAD, ESE DON POR ANTONOMASIA DEL CRISTIANISMO

Dos frases de Walter Scott acompañarán a nuestro Beato durante toda su vida: «Lasantidad antes que la paz» ( Holiness rather than peace) y «El crecimiento es la única

 prueba de la vida» (Growth the only evidence of life)231. Únicamente se le podráentender desde Dios y el alma, polos uno y otro alrededor de los cuales gira él, igualexactamente que en su día San Agustín. Polos maravillosamente ilustrados por su motecardenalicio «El corazón habla al corazón» (cor ad cor loquitur ), escogido precisamentecomo lema de la visita papal a Gran Bretaña. Apropiada elección, si bien se analiza, yaque, como en este mismo libro indico, dice mucho de la concepción que nuestro cardenalinglés tenía del ser humano. Porque se le hacía proverbial, y así lo enseñaba, que laverdadera comunicación entre personas va más allá de la inteligencia, se logra desde el

 propio corazón al corazón de los demás232.

La santidad cristiana, en su opinión, empieza siendo, a la luz de la Escritura, un don delo alto, una importantísima verdad cuya diferencia de las virtudes de la naturaleza estribaen que las del cristianismo son perfeccionadas «con la esperanza, la caridad y laabnegación de sí mismo, que son los frutos específicos del espíritu, en cuanto distintos

de la virtud ordinaria»233. «El Espíritu Santo reúne, alienta y sazona los elementos másexquisitos de nuestra naturaleza moral; la virtud de los paganos difiere de ellos un poco ala manera que el principio vital de un cuerpo enfermo y agotado difiere de la salud,fuerza y belleza corporal que, sin embargo, está sujeta a la enfermedad y a la

corrupción»234. Los frutos del Evangelio rebasan por todos lados la ética natural. Elcristianismo, pues, nos ofrece no sólo una renovación de nuestra naturaleza moral, sinola armonización de todas sus capacidades y afectos en la unidad del hombre perfecto,«según la medida de la estatura de la plenitud de Cristo» (Ef 4,13). Llama la atención suinsistencia en que no debe haber cristianos «de segunda fila» por lo que se refiere a lavocación a la santidad. Y la sugerente crítica que lanza desde el anglicanismo contraciertas formas católicas romanas de presentar la santidad como algo extraño, separado dela vida diaria de los hijos de Dios; «la santidad cristiana pierde su frescor, su vigor y suhermosura, al quedar congelada –por decirlo así– en determinadas actitudes que sólo

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tienen su gracia cuando están libres de afectación235. Todo cristiano, pues, debe progresar en santidad

A raíz de lo del Tract 90  escribe al obispo de Oxford renunciando a su puesto en elMovimiento de Oxford con palabras que podrían considerarse definitorias de su

disposición callada a la santidad: «Creo que puedo soportar –o por lo menos intentarésoportar-cualquier humillación personal, de suerte que estoy a salvo de traicionar los

sagrados intereses que me ha confiado el Señor de la gracia y del poder» 236. Y en losdías previos a su conversión, afina desde una perspectiva más doctrinal queautobiográfica todavía en el sermón sobre los divinos llamamientos: « ¡Ojalá pudiéramostener aquella sencilla visión de las cosas que nos hiciera sentir que lo único importante esagradar a Dios! […] ¿Qué puede ofrecer el mundo que pueda parangonarse con estaintuición de las cosas espirituales, con esta viva fe, con esta celeste paz, alta santidad,eterna justicia y esperanza de gloria que poseen quienes sinceramente aman y siguen a

nuestro Señor Jesucristo?»237.

Con todo, sus juicios sobre la santidad se hacen, si cabe, más íntimos, sugestivos,intelectuales y cordiales a la vez en su  Diario: a veces le hacen a uno recordar lasConfesiones de San Agustín. «La verdad, evocando al cardenal Newman, no se posee;se es poseído por ella. No se impone, se propone. Requiere del hombre la actitud de ladocilidad, no la manipulación. Le exige contemplar el mundo, antes de pretender transformarlo. Por ello mismo, esta visión cristiana de la realidad, inspirada en laEscritura, es una apuesta por un mundo de sentido frente al absurdo de un devenir 

irracional guiado por las solas fuerzas de la materia» 238. El enfoque newmanista de la

santidad, por eso, mueve y conmueve, crea belleza, despeja caminos, hace aflorar  propuestas, genera fuerzas interiores y proporciona esperanzadas razones. Leyendo su Diario, saca uno la sensación de estar ante el santo que trabaja su virtud desde un gransentido común -eso que de puro fácil y simple se torna en ocasiones tan difícil einfrecuente-, y a quien nada de lo que le hace sufrir empaña su alegría interior. Todavíael 21 de enero de 1863 tiene que reconocer, en medio de tanto y dolor y tantaincomprensión: «Sería yo un ingrato si no tuviera en cuenta lo que Dios se ha dignado

hacer a través de mí»239.

5. UNA SANTIDAD DE SABOR MARIANO

Clérigo anglicano aún, predicó en el XV sermón universitario de Oxford, con motivode la fiesta de la Purificación: «Santa María es nuestro modelo de fe, tanto en laaceptación como en el estudio de la verdad divina. No le basta con recibirla, sino que

 profundiza en ella. No empieza, por cierto, razonando, como Zacarías, sino creyendo primero; y luego, por amor y reverencia, usando la razón detrás de la fe. De este modo

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ella simboliza para nosotros no sólo la fe de los sencillos, sino también la fe de losdoctores de la Iglesia, los que tienen que investigar, profundizar y definir el sentido del

Evangelio, además de profesarlo»240. He aquí un pensamiento sobre la mariología y lasantidad de porte altamente autobiográfico. En él emergen a la superficie sus consabidosanálisis del binomio fe-razón y la confirmación de mis anteriores reflexiones en torno a la

santidad de la inteligencia.Entre las virtudes, el jesuita y en su día postulador de la causa, P. Blehl, no dejó de

subrayar la humildad del ahora nuevo beato ante las repetidas frustraciones que habíaexperimentado como católico, y de las que jamás se quejó a sus compañeros delOratorio, sorprendidos al conocerlas después de su muerte. Pero, por encima de todo, sudedicación a los ideales espirituales del Oratorio: llevaba las cuentas de la escuela delOratorio, escribía cartas a los padres de los alumnos sobre la conducta de sus hijos,dirigía obras de teatro en latín y hasta quitaba el polvo de los libros de la biblioteca.Estaba al servicio de los parroquianos, en su mayoría pobres, escuchaba confesiones a

diario, predicaba y dirigía las diversas misiones que visitaban las cárceles, los hospicios ylos orfanatos. Como decía un viejo oratoriano: Newman llevó hasta la perfección el artede ser uno más. El juicio personal de Blehl es más generoso todavía: «Hay pruebas de

que Newman vivió siempre en la presencia de Dios» 241.

Un aluvión de cartas de católicos, anglicanos, metodistas, presbiterianos aseguran quesus titulares deben a Newman su conversión al catolicismo, y junto a los que defiendenque habría que canonizarlo están los que afirman que debiéramos rezar no por Newman,sino a Newman. Detestaba las fracciones dentro de la Iglesia, y, en materia decontroversia, se oponía a las condenas bruscas. Declinó la invitación a asistir en calidad

de consultor al concilio Vaticano I, a pesar de sus opiniones avanzadas. El trabajo engremios y comisiones nunca había sido su fuerte y pretextó no sentirse libre de hablar con franqueza en presencia de obispos.

Fue el famoso teólogo Louis Bouyer 242, un converso del luteranismo y sacerdotecatólico del Oratorio francés, el que primero lanzó un libro sobre la espiritualidad de

ewman como hombre y no sólo como pensador. Examinar los escritos del oxoniense,que abarcan noventa volúmenes, en cuanto a su significado teológico y espiritual, ha sidoun trabajo ímprobo de la comisión, ya que tuvo que investigar las cartas, memorias,

autobiografías y biografías de sus amigos, colaboradores y enemigos. Sólo las cartas a élo acerca de él escritas mientras vivía componen una cifra que oscila entre cincuenta mil ysetenta mil.

La comisión coleccionó asimismo los materiales secundarios y ocasionales, tales comoartículos aparecidos en periódicos y revistas, biografías e incluso las recensiones de lasmismas. En 1980, la bibliografía de los estudios secundarios sobre el candidato incluíacinco mil títulos, sin contar los artículos de prensa y las noticias breves. Por último, debió

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examinar entre setenta mil y noventa mil cartas más, que de él trataban y fueron escritas,tras su muerte, a su albacea literario, el Oratorio, y a los vicepostuladores, en busca de lasantidad de aquel hombre de Dios y hombre de Iglesia. En mayo de 1986, la comisión,concluido el trabajo, presentó al tribunal diocesano un texto de seis mil cuatrocientasochenta y tres páginas sobre la vida, las virtudes y la reputación de santidad del ahora

Beato.Él mismo confiesa que disfrutaba leyendo las cartas de los antiguos Padres de la

Iglesia, como Basilio, Agustín o Juan Crisóstomo, porque, al leerlas, tenía la sensación deencontrar la verdadera vida, oculta pero humana, de unos santos enfrentados a lascuestiones controvertidas de su tiempo. Luego resulta que en lugar de escribir tratadosdoctrinales formales, habían escrito controversias. Justo como él. Pensando así, sale arelucir que estaba una vez más definiéndose a sí mismo. Hasta el último aliento de vida

 permaneció dentro de sí la inefable experiencia de los dos seres perfectamente claros: él ysu conciencia y su creador. «Newman sintió acercarse al ángel de la muerte, y en ese

momento el moribundo envió al hermano que lo cuidaba hacia fuera, diciendo: Yo puedo salir solo al encuentro de mi fin. Una típica frase suya, sin duda, la de quien había

estado siempre solo en la vida y también quiso estarlo en la muerte» 243. Corriendo elotoño de 1848, deja en Cartas y Diarios este hermoso pensamiento sobre el asunto quenos ocupa: «Los santos son el ejemplo feliz y completo de la nueva creación que nuestroSeñor ha hecho desarrollar en el mundo moral, y así como “los cielos proclaman la gloriadel Señor” su Creador, así los santos son la propia y verdadera evidencia del Dios delCristianismo, y proclaman en toda la tierra el poder y la gloria de Aquel que los ha

hecho»244. Considerada como dramática búsqueda y gozoso encuentro de la Verdad, enfin, la vida del nuevo Beato Juan E. Newman se torna de incomparable belleza interior yde singular respiro intelectual. Para los cristianos de nuestro tiempo tal vez resulte másatractiva que nunca.

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XICOLOFÓN

Profeta de los tiempos modernos, anglicano insigne primero y católico convertidodespués, famoso cardenal del XIX ya en los altares, John Henry Newman fue el

 primogénito de una familia de arraigado anglicanismo y estrella de primera magnitud en elfirmamento crepuscular de la Inglaterra victoriana. Muy superior a los suyos en

 personalidad, habría podido esperarse más de él como estudiante y guía espiritual deestudiantes en la juventud, aunque, párroco luego en Littlemore, numerosos miembros dela Universidad empezaron a escuchar sus célebres predicaciones. Antes de que fueseredescubierta por los teólogos católicos, expuso la doctrina de la gracia increada, y encuanto a pensamiento, los sermones de católico se antojan menos densos que losanglicano. Comprometido con el Tractarianismo, abordó en él la Vía Media, teoría que

dominó su pensamiento hasta 1839, cuando, a raíz del artículo de Wiseman sobre losdonatistas en la  Dublin Review, hubo de reemplazarla por la de las ramas, por Oxforddescartada al ser rechazado su Tract  90 donde había procurado «desprotestantizar» losTreinta y nueve Artículos. Pronto a vivir de lleno en la Iglesia católica, no pudo prever entonces el alud de insidias, acusaciones y amenazas procesales que ello le habría deocasionar: de anglicano más ilustre a no tener sino un pequeño rincón y pocos amigoscomo católico. Con  Apología pro vita sua  (1864), sin embargo, Inglaterra toda terminórendida a sus pies. Y con la púrpura, la Iglesia católica de sus amores. Y ahora con la

 beatificación, el mundo todo de la religiosidad y el pensamiento.

De suave carácter y audaz pragmatismo, aguda clarividencia y temple optimista, laoposición encontrada, no obstante, llegó a ensombrecer zonas de su existencia. Ni«sensitividad» ni «casi femenino» le cuadran, pues el único rasgo cuasi-femenino en élsería, si acaso, su excesiva atención a los detalles. Aislado por sus talentos y ampliacultura, apreciaba sin embargo a los amigos a causa del estímulo y la colaboración queéstos le aportaban, así como por los cambios es pirituales y ocasiones de una influencia

 pastoral. Tan rica de avatares intelectuales y religiosos fue su vida, tan lleno de posibilidades su diario afán, tan sentido su verbo en la cátedra y con la pluma, de cuerpoy alma entregado como siempre estuvo al infinito amor de Dios entre los hombres, al

caliente regazo de la madre Iglesia y al dulce tirón de la amistad, que sería injusto negar en él una existencia de plenitud. Prodigiosa biografía la suya por dentro y por fuera,acrisolada de sufrimiento, bañada de esperanza, fecunda en felices ideas, sólo pudo lucir la púrpura once años, pero lo hizo con elegancia y señorío, dejando tras de sí un reguerode simpatía pronto convertida en sólido newmanismo afirmado con el Vaticano II.

Conocido sobre todo por su condición de converso, a la que tanto contribuyeron losPadres de la Iglesia hablándole desde el principio de corazón a corazón, en él influyó

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sobremanera la «gran luminaria del Occidente» y «modelador de la Europa cristiana»,razón por la que luce hoy, entre otros célebres títulos, el de  Augustinus redivivus. Desdeel aserto antidonatista Securus iudicat orbis terrarum (el mundo entero juzga con

 seguridad ), le abrió un horizonte de interpretación y de sentido eclesial completamentenuevo y le hirió «con una fuerza cual no sentí antes nunca de cualesquiera otras

 palabras»245

.De hecho, volvió a socorrerle con ella cuando el proyecto de la definicióndogmática de la infalibilidad pontificia en el Vaticano I.

Conversos uno y otro, dejaron descrito con minuciosidad el itinerario recorrido hasta elencuentro con la Gracia. El uno, en las Confesiones. El otro, en la  Apología. Dos librosadmirables, con estilo propio, con garra, donde palpitan la unción religiosa, el hondo calor humano y la tensión emocional. Fueron Agustín y Newman maestros de la vida interior ehicieron de la suya una biografía en tensión hacia lo eterno. El uno resumió esteadmirable hacer con la expresión de «irrequietud» mundialmente famosa:  Nos hiciste,

Señor, para ti. De igual modo, pues, que Agustín convertido nos enseñó a seguir 

convirtiéndonos, así Newman resulta ejemplo admirable y nos muestra –mediante laCarta al Duque de Norfolk , por ejemplo– el papel de la Revelación a la hora de nuestracontinua conversión, lo mismo que en el desarrollo sucesivo de la Iglesia y del mundo.Larga y fatigosa peregrinación, la de su vía conversional, hacia la Verdad. Supo, enefecto, entregar la máxima confianza a su poder y a ella enderezar los mejores esfuerzosde una vida, su vida, consagrada sin condiciones ni titubeos hasta los heroicos límites delsacrificio. En los Sermones Universitarios  adelanta lo que se podría denominar elmétodo teológico, herramienta clave de este sublime itinerario que supuso en eleclesiástico aristócrata de Edgbaston el tierno abandono a un elocuente silencio interior.Por supuesto que también le procuró incomparables compensaciones, de modo que su

 proceso conversional deja traslucir hoy a quien se lo proponga la firme disposición del servus veritatis  (siervo de la verdad). Buscó la verdad en sus escritos y en su vida today, encontrada, la mimó y la elevó hasta hacerla vértice de sus ilusiones y referente de suesperanza: hizo de la Verdad el reino plácido y pensante de la cultura y la teología. Afuerza de trabajar por su causa, terminó sintiendo el celestial embeleso hasta en algo tansolemne y lúgubre como la composición de su epitafio.

Su elevación al cardenalato representó el reconocimiento de una ortodoxia encuarentena. Si años atrás su conversión había sido un acontecimiento, tampoco ahora lefue a la zaga la dura prueba de la incomprensión de unos y otros: anglicanos, por obstinarse en interpretarla como deserción, cuando no traición; católicos, porque en laCuria romana tenía viejos enemigos capaces de amargarle la existencia. León XIII tercióclarividente: «Siempre he venerado y estoy contento de haber podido honrar a un

hombre tan valeroso»246. Era «un reconocimiento de [su] celo y servicios durante

muchos años a la causa Católica»247, que Newman pintó así al recibir el capelo: «En milarga vida he cometido equivocaciones. No puedo mostrar esa alta perfección que

 pertenece a los escritos de los santos, exentos de todo error; pero creo sinceramente que

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en todo lo que he publicado ha existido intención recta, ausencia de fines personales,actitud obediente, buena disposición para ser corregido, odio al error, afán de servir a la

Iglesia Santa y, por divina bondad, una razonable medida de éxito»248. Lejos del sombrío panorama, su apuesta conclusiva no fue sino abrir un horizonte de esperanza.

Extraído de la Biblia, el lema de su blasón -cor ad cor loquitur - revela que la vidacristiana no se cifra sino en desear la profunda unión con Dios cara a cara,  solus cum

 solo. Con densidad conceptual y elevación mística, resume también el sesgo que deseabaimprimir a su nueva vida, en la que sus biógrafos reconocen al más ilustre y conocidocardenal diácono de San Jorge en Velabro. Fueron, para él, consoladoras en verdad lasaudiencias papales cuando la recepción de la púrpura. Y para todos, reveladorasasimismo de paternal benevolencia y aguda sagacidad en León XIII. Al describirlas,

 percibe uno que aflora en ellas el hombre de Dios; un sabio y santo que hace brillar decompostura y decoro la púrpura hasta el fin de sus días.

Acercarse a Newman es como dar con el magnífico eclesiólogo del siglo XIX. Antesque Dibelius, Guardini, Congar, de Lubac y otros grandes maestros de la teologíamoderna pusieran al XX la etiqueta de Siglo de la Iglesia, ya él había dejado en el XIXsu impronta de eclesiólogo genial. Buscó a la Iglesia primero con sostenida inquietud degrandilocuente anglicano, se unió a ella con filial afecto de convertido católico después, lasirvió siempre con dedicación de enamorado. Evocarle, por eso, es como brindar con laIglesia por uno de sus hijos más ilustres, torrentera todo él de locuacidad y elegancia, dedonosura y distinción, de gracia y sencillez. Con la Iglesia cobran sus escritos portevertebral, eficacia ideológica y plenitud de sentido. Los Santos Padres de la Iglesia seencargaron de suministrarle la sapientia cordis  (la sabiduría del corazón) necesaria para

compaginar sensibilidad religiosa con inteligencia critica. «La lucidez de sus intuiciones yde sus enseñanzas –dijo Pablo VI en 1970– proyecta sobre los problemas de la Iglesia de

hoy una preciosa luz»249. Ahí está, para corroborarlo, el  sensus fidelium o presencia deuna gracia que sensibiliza a los fieles ante la realidad de la tradición sagrada; especie deinstituto profético o  phronema  presente en lo profundo del cuerpo místico. Distingueentre enseñanza del Papa y de los obispos, por un lado, y teología profética de lasescuelas, por otro, lo que apunta no sólo a una experiencia eclesial en con junto, sinotambién a su elemento dinámico del laicado. Newman atribuye el servicio de interpretación a la mediación entre los enunciados de la Escritura o del Magisterio, de una parte, y,

de otra, a la masa inmensa de los fieles. Dicho de otro modo: entre la Iglesia docente y ladiscente. «No es difícil creer -dice-cuando la Iglesia ha hablado; el verdadero problemaes cuando un cierto número de pequeños papas, a veces laicos, comienzan a predicar contra los obispos y sacerdotes, y a imponer sus opiniones como de fe, y atemorizan a la

gente devota y sencilla, y detienen la marcha de la investigación» 250. Vivo en el concilioVaticano II -hasta siete veces figura citado en el esquema de Ecclesia, y tres,respectivamente, en los de Ecclesia in mundo huius temporis, revelación y ecumenismo-éste apostó por su consensus fidelium  (el consenso de los fieles) de todo el Pueblo de

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Dios.

En cuanto a su envidiable visión ecuménica alcanzó también a lo que hoydenominamos encuentros interreligiosos y cooperación interconfesional. Fue de verasecumenista por temperamento, o sea, como consecuencia de su natural predisposición alo que une y congrega y, a la vez, a causa de su mensaje doctrinal y biográfico, de susvicisitudes y publicaciones; en resumen: de su ejecutoria. Con la pedagogía ecuménica enel corazón de puro llevarla por la vida, los contratiempos sufridos, tan crueles a veces, leayudaron a confiar, esperar y amar, verbos ecuménicos por antonomasia por ser teologales. Sencillo de alma, cordial de espíritu, profundo de ideas, abierto de carácter, semostró sensible siempre a las ajenas inquietudes. Pero fue de igual modo ecumenista por vocación, eclesiástico y eclesiólogo siempre dispuesto y disponible a propiciar encuentros, abrir caminos y promover cuanto pudiese repercutir en bien de la unidad. Elde entonces no era nuestro ecumenismo, es cierto. La suya, sin embargo, fue ya esadisposición de ánimo que siempre ha reclamado para sí tan santa causa. «Mientras los

cristianos no busquen la unidad y la paz interior en sus propios corazones -escribía en ellejano 1846-, la Iglesia jamás tendrá unidad y paz en el mundo que los rodea» 251.

Principio, como se ve, que fluye por las serenas aguas del Decreto de ecumenismo252.

Su discurso  La Segunda Primavera  refleja al gran doctor eclesiástico, es decir, a«quien no enseña sólo con su pensamiento y sus discursos, sino también con su

vida»253, a quien se interesó en sus obras por el saber teológico y humanístico, y acertó atransmitir con precisión su pensamiento utilizando los géneros literarios del discurso, deltratado, de la novela, de la poesía, y de la autobiografía. Escribió unos treinta libros por cuyas páginas brilla su originalidad, ya al descubrir lo nuevo, ya por la síntesis de loantiguo. No extrañe, pues, que muchas universidades católicas y centros superiores

 protestantes de los Estados Unidos utilicen sus teorías como base de sus programas deestudios. Su aportación tractarianista, en otro orden de cosas, lo refleja de igual modocomo el indiscutible líder del Movimiento de Oxford y el incansable buscador de laverdad. De ahí que su fidelidad a la causa de la religión revelada le inclinase a dejar elanglicanismo cuando estaba en la cumbre de su prestigio y a iniciar nueva vida en el senodel catolicismo. Proclamó con su vida de intelectual y creyente la profundacompatibilidad entre las exigencias de la fe y las de la razón, adelantándose con ello amuchos rasgos del Vaticano II, pues llegó a significarse en el duro combate de la fe

contra el ateísmo y sus «preámbulos» del escepticismo, agnosticismo, «liberalismo» omodernismo y protestantismo.

Es de esperar que el siglo XXI confirme como plenamente reconocidas las batallaslibradas por él así como la originalidad de sus aportaciones. Fajado a materias como la fe,la conciencia y su derecho a la libertad, el desarrollo del dogma, la eclesiología, los laicos,y el retorno a las fuentes escriturísticas y patrísticas que están en primer plano de ladiscusión teológica del momento, se comprende que muchos quieran ver hoy en él a un

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sólido pilar de la renovación teológica del siglo XIX y a un ilustre precursor del VaticanoII. El binomio de la fe y la razón lo prueba cumplidamente.

Desear la verdad, distintivo del teólogo, fue, para él, buscarla, amarla y predicarla. Enlo recóndito del alma sentía la presencia amorosa del Maestro que enseña y ama para ser,a su vez, predicado y amado en los demás. Su compromiso eclesiológico le obligó a

 proceder, como suele ocurrir a los intelectuales convertidos de su talla, en medio deinnumerables dificultades para la mente y de harto dolor para el corazón. «Sin que lavean ni la oigan masivamente -escribía en 1832-, la Verdad se acerca a cada ser humanosegún su turno, en momentos distintos. Es entonces cuando los poderes del mundo, suscriterios y sus esfuerzos (por vigorosos que parecieran durante la carrera), pierden

terreno, y la Verdad con su paso lento lo gana» 254. He aquí el juicio de un joven predicador universitario, ajeno cuando esto expone a la carga autobiográfica que tales

uicios han de alcanzar en su futuro. El de Newman hoy es generoso tributo a la Luz,contra la que, según propia confesión en los difíciles momentos de Sicilia, no había

 pecado. Es de igual modo constante aspiración en el discípulo a secundar los pasos delMaestro: «Guíame tú, dulce Luz / guíame siempre adelante» 255, estribillo del famoso

 poema. Ardiente deseo de irradiar a Cristo que habrá de cristalizar en sublime oración ala que pertenece este desahogo: «Quédate conmigo. Así podré convertirme en luz paralos otros». En «luz de las gentes», diríamos hoy con el Vaticano II: «Déjame predicar tu

ombre con palabras o sin ellas, con mi ejemplo, con la fuerza de atracción, con la

sobrenatural influencia evidentemente del amor que mi corazón siente por Ti»256.

Pocos hombres en la historia, muy pocos, han gozado de tan amplia variedad detalentos y dones, y menos aún quienes los han empleado tan eficazmente durante unalarga vida convirtiéndose de tal suerte en maestros cabales en obras y palabras. Muchasideas suyas entonces nuevas, a veces atrevidas según algunos, criticadas por susenemigos, alabadas entre los más, cuya firme defensa supo él hacer siempre de modointeligente y sutil, fueron ganando cuerpo con el paso de los años hasta encaramarse a lascumbres del pensamiento actual. De ahí que se le consulte hoy como a eminencia de laintelectualidad decimonónica, se le admire como a doctor de la Iglesia contemporánea yse le siga como a hombre de Dios en estos descreídos inicios del siglo XXI. Gracias atraducciones con pálpito y a monografías doctorales muy puestas, su estudio va siendomás accesible, su lectura más provechosa y su espíritu más prodigioso.

A raíz del Concilio, con el glorioso despertar newmanista, se fue imponiendo su fuerte,arrolladora, desbordante personalidad; el pensador tan fecundo como polifacético en elque, junto a temas capitales muy comunes, perduran lagunas menesterosas deinvestigación, y ello en lo autobiográfico, en el ecumenismo, en la patrística y en la

 profusa bibliografía sobre la Vía Media y los tractarianos. El de teología –dogmáticasobre todo–, por su evolución del dogma, es punto donde, si los trabajos monográficosabundan, tampoco escasean las desfiguraciones. El newmanismo es movimiento

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universalmente reconocido, en cuyo mensaje anidan una ejemplar lección eclesiológica,un espléndido paradigma de conducta ecuménica y un encendido cántico a la verdad. El

 próvido cuerno de tal abundancia reside aquí en la incondicional fidelidad del beneméritofundador a los valores evangélicos y a una trayectoria «la más sublime, la más llena desentido, la más convincente que haya recorrido el pensamiento humano […] durante la

edad moderna, para llegar a la plenitud de la sabiduría y de la paz»257

. Acertó Pablo VIdiciendo que cuando el Vaticano II sea bien estudiado advertiremos que su inspirador indirecto, secreto pero profundo, fue el cardenal Newman. La voluminosadocumentación de la causa de beatificación prueba la extraordinaria categoría del

 personaje.

Suerte variada la de sus escritos en Centroeuropa durante la segunda mitad del sigloXX. A partir mayormente de 1966, cuando la Conferencia de Oxford le abrió de par en

 par las puertas de Inglaterra, el newmanismo ha ido siempre a más. Newman se nosallega corazón adentro como autor sencillamente delicioso. Las suyas, largas o breves,

son frases con alma, palabras que nunca le dejan a uno indiferente. En ellas anidanconceptos acabados, magistrales, de piedra blanca. Si escribe, por ejemplo, que «el gran

misterio no es que el mal no tenga fin, sino que haya tenido un principio» 258, está conello aludiendo a profundas verdades de protología, cosmología y soteriología; enresumen: a las huellas de Dios en la naturaleza y en la historia. Algo similar es posibledecir, aunque sea esta vez para otros derroteros contextuales, acerca de la frase «Comola oración es la voz del hombre para Dios, así la Revelación es la voz de Dios para el

hombre»259. De una u otra manera frases tales vienen a ser, en definitiva, expresiones de brillo diamantino en su fluida prosa, copioso fruto de una intuición feliz unida a largos

ratos de silencio y de meditación. Es preciso por eso acercarse a Newman con actitudreverente, receptiva, con ansia de aprender.

El Beato Juan E. Newman procuró en todo momento, de hecho, encontrar y describir el más profundo significado de cada cosa, incluida su conexión con la totalidad del únicohecho misterioso que vive en medio de nosotros. Biblia, Liturgia y Padres vienenconstituyendo desde su época la tríada referencial insustituible de las llamadas cienciashistóricas. Que los Padres de la Iglesia estuvieron en el Vaticano II lo revela, por tirar deargumento fácil, sus numerosas citas y sobremanera su estilo, donde precisamente

ewman y sus circunstancias alcanzan singular relieve y resultan especialmente

sugerentes y reveladores.Entiendo que traducir al español sus obras completas se antoje tarea difícil. Pero no

hay más remedio, so pena de que sigan desconocidas para muchos millones de católicos.Indudablemente que traducciones de sermones y cartas y diarios existen. Tampoco seríausto silenciar aquí el esfuerzo desplegado en tal sentido por prestigiosas Editoriales,

amén de la encomiable tarea de newmanistas reconocidos, y demás autores ycolaboradores y expertos. Pero se hace ineludible la tarea crítica. No interesa tanto, pues,

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lo que otros digan o dejen de decir del personaje, cuanto más bien lo que Newman dijo:de ahí deberá salir el newmanismo en España. Espero que la beatificación dé pie a ello.Escribí hace tiempo que leer sus obras es como percibir la fragancia de Cristo. Añadiréahora que supone también adentrarse de lleno en la Iglesia.

En cuanto a su influencia en el Movimiento de Oxford a través del Tractarianismo y dela Vía Media, no admite parangón con la de ninguna de las otras figuras que másapoyaron y estuvieron cercanas a la causa, y se puede igualmente afirmar a día de hoyque los dos, Movimiento de Oxford y Newman, o viceversa, son tan complementarios yguardan tal grado de relación que no se acabaría de entender el uno sin el otro. Tampoco,en definitiva, los avances ecuménicos del anglicanismo actual, sobre todo en lo que miraa sus relaciones con la Iglesia católica.

Otro argumento en el que la figura del nuevo Beato se hace de igual modo atractiva yoportuna en el momento que vivimos es el del binomio fe-razón, donde nuestro egregio

 pensador inglés logró ya en su época una síntesis por tantos y tantos conceptosadmirable. En el armónico análisis de dicho binomio, se reveló acabado maestro de unaépoca porque supo comprender, contra viento y marea, la imperiosa necesidad de ambos.Hoy no cabe sino aplaudir aquel esfuerzo perseverante por aportar a la reflexión sobre lafe una forma más sencilla y orgánica que la expuesta en los escritos apologéticos de losúltimos siglos, señalando con ello caminos seguros hacia el humanismo verdadero.

La suya, por último, fue santidad de tipo básicamente intelectual, de aristocracia a lodivino, de sencillez de espíritu forjada en la diaria cruz de Cristo y en la tierna devoción ala Virgen María. Santidad, por otra parte, curtida en un proceso de incesante búsqueda

mediante lecturas patrísticas y armonioso hermanamiento de caridad y verdad. Su beatificación viene a confirmar el merecido premio a tanto esfuerzo de pensamiento y defe, a tanta gracia de lo alto hecha presencia de amor en su propio dolor, a tanta labor humilde y callada. Él también, como los santos, constituye un ejemplo feliz y completode la nueva creación traída por el Señor a la vez que propia y verdadera evidencia delDios del Cristianismo. «En nuestro tiempo –ha llegado a decir Benedicto XVI–, sonnecesarios grandes escritores y comunicadores de su talla e integridad en la Iglesia, y

espero que la devoción a él inspire a muchos a seguir sus huellas»260.

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XIIIRRADIAR A CRISTO

«Jesús mío, ayúdame a esparcir tu fragancia dondequiera que yo vaya, inunda mi almacon tu Espíritu y tu Vida; penetra en todo mi ser y toma posesión de tal manera, que mivida no sea en adelante sino una irradiación de la tuya.

Quédate en mi corazón con una unión tan íntima, que las almas que tengan contactocon la mía, puedan sentir en mí tu presencia y que, al mirarme, olviden que yo existo yno piensen sino en Ti.

Quédate conmigo. Así podré convertirme en luz para los otros.

Esa luz, oh Jesús, vendrá de Ti; ni uno solo de sus rayos será mío: yo te serviréapenas de instrumento para que Tú ilumines a las almas a través de mí.

Déjame alabarte en la forma que es más agradable, llevando mi lámpara encendida para disipar las sombras en el camino de otras almas.

Déjame predicar tu Nombre con palabras o sin ellas… con mi ejemplo, con la fuerzade tu atracción, con la sobrenatural influencia evidentemente del amor que mi corazónsiente por Ti».

Oración del Cardenal John Henry Newman261

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BIBLIOGRAFÍA

 NB: Evidentemente no exhaustiva, pero sí representativa y que responde

 sobre todo a títulos en español que, de una u otra manera, conforman el libro.

 Muchos de ellos, por lo demás, facili tarán al lector la posibilidad de salir a

mar abierta para completar el argumento que prefieran.

BOSCH, Juan, O. P. Diccionario de ecumenismo, Verbo Divino, Estella 1998, p. 316s.

BOYCE, Philip, «Congreso en honor del cardenal Newman»: RE 34 (1975) 261-264.

CABRERO PICO, Francisco J.,  La «otra» racionalidad: El conocimiento real en la obra

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centenario de la elevación a cardenal de John Henry Newman  (Vaticano, 7-IV-1979). Libreria Editrice Vaticana 1979.

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Madrid 1988) 877-878.LANGA, Pedro, «El Vaticano II, concilio del Cardenal Newman»: RA 31/96 (1990) 781-

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MORALES, José, «El centenario de John H. Newman. Pulso y perfil de una cultura»: Nuestro Tiempo 51, n. 300 (1979) 99-106 [para estudios de este autor, vid. LAZCANO,Rafael, pássim).

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 NEWMAN, John Henry, Consulta a los fieles en materia doctrinal. Documento Newman-

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 NEWMAN, John Henry, Conferencias sobre la doctrina de la justificación. Trad. X.Larrañaga. Ed. a cargo de F. Rodríguez Garrapucho. (BOS 33), CJHN-CEOE,Salamanca 2009.

 NEWMAN, Card. John Henry,  El Misterio de la Iglesia. Ed. de M. K .Strolz ycolaboradores del Centro de Amigos de Newman. Roma 1981.

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328-398 [posiblemente la mejor presentación de conjunto].

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NOTAS

1  In Io. tr. 63,1.2 AugR, 548, n. 95. «El corazón habla al corazón».3 E NDER , 147-151; AugR, 564, n.159; 548, n.96. «Desde las sombras y las apariencias hacia la verdad».4 Para bibliografía en español, cf. LAZCANO, 918-920. «Trayectoria teológica de Newman hacia la Iglesia

católica. Aproximación biográfica y tarea ecuménica», en: GONZÁLEZ MONTES, A., Pasión de verdad…, 61-78

5 NEWMAN, John Henry, Via Media de la Iglesia anglicana, passim.6 NEWMA N, John Henry, Ensayo sobre el desarrollo de la doctrina cristiana, passim.7 GORNALL, 168-169 (aportando la cita).8 GORNALL, 170 (aportando la cita).9 «Consolez-vous, un tour Newman sera Docteur de l’Église». Palabras que textualmente escribieron para mí

en el Centro degli Amici Newman, de Roma. Cf. AugR, 566, n.163. Verlo también en GUITTON, J.,  Diálogos

con Pablo [Cr istianismo y hombre actual 80], Cristiandad, Madrid 1967, p. 213.10 Vid. Gl osario de términos y personas, en SA, 433-434.11  A mi mad re, 22.1.1822: SA, 46.12  A mi mad re, 13.2.1828: SA, 66.13  A mi padre, 28.9.1820: SA, 39.14 «Miem bro de un college  cuya misión era enseñar a los estudiantes de sus propio college. Los Professors

enseñaban a toda la Universidad. Un fellow podía ser además Tutor, con funciones más específicas sobre losundergraduates que se le asignaran» (SA, Glosario de términos y personas, 453).

15 GORNALL, 171.16 GORNALL, 172.17 Para los escritos de Newman recomiendo leer la introducción de BOIX, 9-38: esp. 18-20. Asimismo, las

notas de VÍCTOR  GARCÍA R UIZ en SA, pássim.18 Vid. GAUTHIER , 839-866.19 De su poema  El Buen Samaritano (Verses on Various Occasions, 153). Cf.  El sueño de un anciano según

versiones españolas de Rialp o del Club de Lectores. BOIX, 19. GORNALL, 168.20  Newman visitó Roma cuatro veces. De ellas informó en 1966 el entonces Presidente de la República

italiana, Francesco COSSIGA, cuya conferencia, ampliada, publicó el  Avvenire  del 26.4.1990. Vid. hoy másdesarrollada como «Newman e Roma», en: BINDER, Margarete (ed.), John Henry Newman, 161-165.

21 A, 45.22 Vid. COSSIGA, «Newman e Roma»: BINDER , M. (ed.), John Henry Newman, 161.23 GORNALL, 170 (cf.  Parochial Sermons, t.2, p. 127-138).24

 A, 14.25 Vid. R ODRÍGUEZ GARRAPUCHO, F., «Nota introductoria », en NEWMAN, John Henry, Consulta a los fieles

en materia doctrinal , 5-6.26 Vid. TOLHURST, James, «Newman y Manning: dos eclesiásticos católicos en la Inglaterra anglicana del

siglo XIX», en: GONZÁLEZ MONTES, A., Pasión de verdad…, 39-46.27  «A medida que me iba desprendiendo de aquella sombra de liberalismo que se me había pegado en mi

carrera, retornó mi antigua devoción a los Padres, y e las vacaciones mayores de 1828 comencé a leerloscronológicamente, empezando por Ignacio y Justino» (A, 23).

28  LAZCANO, 918-920. GONZÁLEZ MONTES, A.,  Pasión de verdad , 61-78. Y en este mismo libro, el

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capítulo VIII dedicado expresamente al terma.29 «Uno de sus libros más celebrados y el más satírico» (SA, 163).30 A, 15. Vid. AA.VV., El hombre que fue Newman, en GONZÁLEZ MONTES, A., Pasión de verdad , 17-93.31 GORNALL, 176 (cf. Letters and Correspondencia, 2 vol. Londres 1891, 1911). SA, 469s.32 GORNALL, 176 (cf. Letters and Diaries, t. 27, p.240, n.2).33 RA, 781,n.134 KER, Ian: OR, 3.IX.2008.35  El 3 de abril de 2009 Benedicto XVI nombró a monseñor Vincent Gerard Nichols, arzobispo de

Westminster y Primado de la Iglesia Católica en Inglaterra y Gales, luego de la renuncia del cardenal CormacMurphy O’Connor. El que fuera obispo auxiliar del cardenal Hume antes de acceder a la sede metropolitana deBirmingham, se convierte así en el undécimo arzobispo de Westminster desde 1850.

36 Ciudad del Vaticano: 1 de febrero de 2010 (VIS)37  El Palacio de Buckingham anuncia la visita de Benedicto XVI : Londres, martes 16.III.2010 (ZENIT).

Como se ha advertido (pág. 9), se decidió que la beatificación fuera en el Cofton Park de Birmingham38 En 1947, Gottlieb Söhngen, profesor en la Universidad de Munich y director de la tesis doctoral que sobre

San Agustín defendió el joven estudiante Ratzinger, era reconocido como un destacado promotor de la obra de Newman. También Alfred Läpple, que ya antes de la guerra había empezado a trabajar sobre Newman,

concretamente en una tesis sobre la conciencia en el cardenal Newman, publicada en 1952 con el título El individuo en la Iglesia, ejerció notable influjo en el pensamiento teológico de Ratzinger.

39  Los Santos Padres en John Henry Newman, en: AugR , 541-550: 541, n. 51.40 A, 31.41 A, 31. Los versos pertenecen al famoso poema The Pillar of the Cloud .42 A, 95.43 A, 95.44 A, 93.45 A, 93.46 A, 120.

47 A, 114.48 A, 119.49 A, 136 (= Cf. S. Ambrosio, De Fide ad Gratianum Augustum, Chap. 5, Para. 42).50 A, 136.51 A, 156.52 A, 180.53 AugR, 548, n. 95. Vid. en el capítulo III de este libro las reflexiones en torno a esta frase que el Vaticano, y

este es otro signo más de la simpatía que ejerce Newman, ha querido elegir como lema del viaje de Benedicto XVIa Inglaterra y Gales.

54 «Augustinus redivivus», en: AugR , 550-557: 551, n. 109.55 A, 209.56 GORCE, 321.57 GORCE, 345.58 GORCE, 203.59 GORCE, 218 s.60 GORCE, 221.61 GORCE, 224.62 GORCE, 224.

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63 A, 209.64 «Securus iudicat orbis terrarum», en: AugR, 558-562: 558, n. 132 (= cf. A, 96-97).65 A, 96. Asimismo, AugR, 558, n. 135 (abund. Bibl.). Cf. LANGA, Pedro, n. compl. 22. «Securus iudicat

orbis terrarum» [= C. Ep. Parm. III,4,24], en: OCSA XXXII, Escritos antidonatistras (1º), 877-878.66 A, 96 s.67 A, 97.

68 A, 97.69 A, 97.70 A, 97.71 AugR, 561, n. 145.72 AugR, 561, n. 150 [= Letters XXV, 185].73 Además de CNN, vid. LANGA, Pedro, «San Agustín en el Concilio Vaticano II», 227-260.74 GORCE, 222.75 GARCÍA, Pablo, Salamanca 1997, esp. 24. Conversión de Newman, 165-179.76 Vid. CANET VAYÁ, Vicente-Domingo (ed.), San Pablo en San Agustín. XII Jornadas Agustinianas. Colegio

San Agustín, Madrid, 7-8 de marzo de 2009. Centro Teológico San Agustín. Madrid 2009.

77  AAS 55 (1963) 1023. «Formidable conversión, madurada, como es sabido, después de laboriosísimas ydramáticas meditaciones».

78 «Securus iudicat orbis terrarum», en: AugR , 558-562: 559.79 Conf . I,1,1.80 AugR, 563-566: 564, n.159.81  R ATZINGER , Joseph,  Elogio del cardenal Newman. Pronunciado como cardenal [28.IV.1990] y ahora

antepuesto como prólogo de BENEDICTO XVI, en: NEWMAN, John Henry, Apología pro vita sua. Historia de mis

ideas religiosas. (Col. El Buey Mudo) Ciudadela Libros, Madrid 2009.82  Sobre el newmanismo de G. Söhngen y A. Läpple (cf. nota 38 de este libro], y otros famosos autores

newmanistas, vid. MAUTI, Ricardo Miguel, 429-452.83 AugR , 529, n.1.84 CD, 169; SA, 432.85 AugR, 530, n.4.86 NEWMAN, John Henry, Cartas y Diarios, esp. Biglietto Speech, 161-166: 161.87 AugR , 530.88 AugR , 530, n.5.89 CD, 162.90 CD, 162.91 CD, 163 [= El desafío moderno a la religión].92 CD, 165 [= La situación inglesa].93 CD, 165 [= La situación inglesa].94 CD, 166 [=Un horizonte de esperanza].95 CD, 166 [=Un horizonte de esperanza].96 CD, 166 [=Un horizonte de esperanza].97  Vid. GARCÍA RUIZ, Víctor, «Cord ad cor loquitur . El poderoso lenguaje de John Henry Newman», en:

Scripta Theologica, 33 (2001/2) 440-462.98 AugR , 548, n.95.99 A, 5.100  Cf. A, 155.

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101  «Cor ad cor loquitur , lema del viaje del Papa a Gran Bretaña» (Zenit/InfoCatólica: 07/05/10); « El corazón

habla al corazón, lema de la visita del Papa a Gran Bretaña»: Londres, jueves 6 de mayo de 2010 (Zenit)102  Para la fotografía con el texto latino, vid. http//www.-revsio-pao.wordpress.com.103  AugR, 530, n.5.104  SA, 358.105  SA, 366.

106  SA, 360.107  SA, 359-360.108  SA, 367.109  SA, 367-368.110 SA, 368.111  A John Waugh, 24.3.1885: SA, 397.112  «Muchos de los sinsabores padecidos (por De Lubac) en la Iglesia, especialmente de parte de quienes

hubiera esperado comprensión y apoyo, fueron interpretados y asumidos por él desde esa magistral lección de fedejada por el Cardenal Newman. Se entiende porqué su figura es siempre invocada cada vez que De Lubac sale,como es su costumbre, en defensa de los “grandes derrotados” » (MAUTI, Ricardo Miguel, «La recepción de

 Newman en la teología del siglo XX», esp. 6. Newman y De Lubac, 452-461: 460,n.153, donde cita a Daniélou yTeilhard).113 SA, 401.114 CCN, 801, n. 66115 STROLZ, 43, n.73.116 CCN, 806, n.81.117 AugR, 562 s; CCN, 800-807; CNBN, 262-264.118  De praed. sanct . 14,27 [=LG, 12].119 LG, 12.120  Vid. CONGAR , Y. en: C 17/168 (1981) 258-279:270; CCN, 805, n.77.121  STROLZ, 34, n.56.122  Vid. CONGAR , Y. en: C 17/168 (1981) 258-279:272s..123  CCN, 803, n.71. Más amplio aún en AugR 562, n.154.124  Sermón II, 7-8. La religión natural, camino hacia la revelada (Predicado el martes de Pascua, 13 de abril

de 1830), en: BOIX, 72-73.125  CCN, 804, n. 804 (esp. a Granfield).126  La frase In necessariis unitas, in dubiis libertas, in omnibus caritas  (unidad en lo necesario, libertad en lo

dudoso, en todo caridad –de indudable sabor agustiniano-no es de San Agustín, sino del protestante RupertoMeldenius en su obra Paraenesis votiva pro pace Ecclesiae. Sobre la misma, cf. CCN, 802, n.68 (donde ofrezco bibliografía).

127  Para lo cual recomiendo CCN: Sobre mi artículo, cf. MAUTI, Ricardo Miguel, 444, n.100; y CARDOSODE PINHO, Arnaldo, «El desarrollo histórico de las ideas y del dogma católico», en GONZÁLEZ MONTES,Adolfo (ed.), Pasión de verdad , 137-147: esp. IV. Newman, ¿un precursor del Concilio?, 144.

128  CCN, 787-791: 790, n.30.129  Vid. E, n.2.486 (28.VII.1990) 22-23: 23.130  CCN, 808, n.85; DESSAIN, Charles Sthephen, Vida y pensamiento del cardenal Newman, 55.131  CCN, 809, n.88; DESSAIN, Vida y pensamiento, 69.132   DESSAIN, Vida y pensamiento, 69. Cf. sobre Döllinger y Newman en CCN, 809, n.89. Asimismo,

MORALES, José, «La justificación en el pensamiento de John H. Newman»: RA 31/ 96 (1990) 867-888. Y en fin, NEWMAN, John Henry, Conferencias sobre la doctrina de la justificación, Salamanca 2009.

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133  DESSAIN, Vida y pensamiento, 226. CNN, 810, n.93. Para el currículum del gran admirador y amigo de Newman, el Deán Richar William Church, cf. SA, 448; y BOIX, 39-41.

134  STROLZ, 159, n.286.135  JUAN PABLO II, Carta a Mons. George Patrick Dwyer, arzobispo de Birmingham. CCC, 812, n.100.136  STROLZ, 54, n.98.137  CCN, 807-813.

138  JUAN PABLO II, Carta a Mons. George Patrick Dwyer .139  STROLZ, 51, n.91.140  Decreto del Vaticano II, «Unitatis redintegratio», n.7.141  DESSAIN, C IV, n.37, pp. 78-98:94142   MCCLOSKEY, Padre John, «Las polémicas de Newman. En el segundo centenario de su nacimiento»:

 Aceprensa (Madrid, España) en agosto de 2001. Partió Newman, pues, en aquel inolvidable 13 de julio de 1852,del Cantar de los Cantares. El cardenal Wiseman escuchó entre lágrimas, y hubo quienes, como Lord Macaulay,se aprendieron de memoria el sermón (cf. SA, 169, n.106).

143  MCCLOSKEY, Padre John, «Las polémicas de Newman», en agosto de 2001.144  R ATZINGER , Joseph, Elogio del cardenal Newman.145

 Carta del Santo Padres Juan Pablo II al reverendísimo Vincent Nichols, arzobispo de Birmingham, conocasión del II centenario del nacimiento del cardenal Newman  (Vaticano, 22 de enero de 2001)[http://www.vatican.va].

146  GORNALL, 171-172. Muy matizada y útil la introducción de BOIX, 9-38.147  Vid. los prefacios del propio Newman, en: A, IX-XXIII.148  Muy esclarecedora de su correcto punto de vista es la carta que escribió a Ana Whitty el 31 de agosto de

1870, donde se puede leer: «Yo nunca he tenido la menor dificultad en aceptar la infalibilidad del Papa aunque, enatención a otros y por otras muchas razones, esperaba seriamente y rezaba por que no se definiera»: cf. SA, 316-318:317.

149  LAZCANO, 918-920. En el c. 8 de este libro expongo el argumento más al detalle.150   Fides et Ratio, 74: «La fecunda relación entre filosofía y palabra de Dios se manifiesta también en la

decidida búsqueda realizada por pensadores más recientes, entre los cuales deseo mencionar, por lo que se refiereal ámbito occidental, a personalidades como John Henry Newman, Antonio Rosmini, Jacques Maritain, ÉtienneGilson, Edith Stein y, por lo que atañe al oriental, a estudiosos de la categoría de Vladimir S. Soloviev, Pavel A.Florenskij, Petr J. Caadaev, Vladimir N. Losskij». Vid. texto completo de la encíclica en: Encíclicas de Juan

 Pablo II , 7ª ed. EDIBESA, Madrid 2006.151   Fides et Ratio, 46.152   Fides et Ratio, 46.153   Fides et Ratio, 48.154   Vid. los estudios del tema recogidos en GONZÁLEZ MONTES, Adolfo (ed.,  Pasión de verdad , espec.

KER, Ian, «La grandeza de Newman». 79-99.155  LAZCANO, 918-920.

156  Sermón  V, 32 (6).  El testimonio personal. Medio de propagar la verdad   (Predicado el 22 de enero de1832): BOIX, 148.

157  A, 31.158  A, 31.159  De la oración Irradiar a Cristo, una de las más famosas compuestas por nuestro Beato. Véase al final de

este libro.160   Fides et Ratio, 83.161   Diario (25 de junio de 1869): SA, 424.

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162   Fides et ratio, Introducción.163  Citado en la Carta del Santo Padre Juan Pablo II al reverendísimo Vincent Nichols.164   CONGAR, Yves,  Newman, en  Eclesiología. Desde San Agustín hasta nuestros días, 272-273.; MAUTI,

Ricardo Miguel, 438-452: esp. 441.165  Vid. MONZÓN ARAZO, August, 889-903.166   Pablo VI refiriéndose a Newman en la beatificación del P. Domingo Barberi: AAS 55 (1963) 1020-

1025:1023. Asimismo, CCN, 784, n.8; y también GARCÍA, Pablo, 176-179.167  Vid. recogido en CCN, 785, n.14.168  Vid. «J. H. Newman. Un anti-Lutero per il XXI secolo»: 30Giorni 8 / 5 (Maggio 1990) 62-65: 62.169  Vid. la referencia en CCN, 786, n.18 y antes la 16. La intervención de J. Guitton en París figura en las

actas del congreso con el título «Parallèle de Saint Augustin et de Newman»: Augustinus Magister  II (Paris 1954)1105-1109.

170  Vid. AugR 534, n.21. Asimismo, MAUTI, Ricardo Miguel, 438, n. 74; 444, n.100.171  Vid. AugR 535, n.22.172  Vid. AugR,535, nn.23-25.173   De Lubac lo prueba en muchas páginas de su  Memoria en torno a mis escritos. Ediciones Encuentro.

Madrid 2000; y Congar en Mon Journal du Concile. Cerf, Paris 2002, 2 vols. De uno y otro se ocupa largamenteMAUTI, Ricardo Miguel, pássim.174   Préface, en: Les Chemins vers Dieu. Paris 1967, 7-9.175   Vid. AA.VV.,  John Henry Newman. I centenario de su muerte (1890-1990): RA, vol. XXX, n.º 96

(Septiembre-Diciembre 1990) 781-929.176  Informe que, con motivo de la beatificación del Siervo de Dios, tiene previsto publicar actualizado en la

revista PE, vol. XVII, n.º 81 (2010) [en prensa].177   Muy útil la obra de CABRERO PICO, Francisco J.,  La «otra» racionalidad , esp. pp. 277-312. En el

aspecto religioso la Editorial EDIBESA, en coedición con Ágape (Buenos Aires), ha acercado la espiritualidad de Newman al lector español con el libro: «Meditaciones y devociones» de Newman (Madrid, 2007).

178   Sobre dicho Movimiento, vid. E. FAIRWEATHER (ed.), la Oxford Movement   (1964); J GRIFFIN,  El 

ovimiento De Oxford, 1833 - 1983: Una Revisión  (1984); M R ÓCONNELL,  La Oxford Conspirators: Unahistoria del movimiento 1833 - 45 de Oxford  (1969); ST . NEILL, 237-245; GARCÍA, Pablo 171-79.179  Vid. SA, 3-31. 463.180  A, 31.181  Vid. ST . NEILL, 239s.182  BOSCH, J., 316s.183  ST . NEILL, 240.184  Sistema protestante que afirma la superioridad del Estado sobre la Iglesia, defendido por el teólogo suizo

Thomas Lieber, llamado «Erasto» o «Erastus», en el siglo XVI. Las ideas del erastianismo, que heredaban partedel pensamiento de Marsilio de Padua, fueron asimiladas parcialmente en la Confesión de Fe de Westminster einfluenciaron profundamente a Thomas Hobbes, que las reformula en su obra Leviathan y a Richard Hooke en su

Of the Lawes of Ecclesiastical Politie.185  Vid. FROUDE, pássim.186  Vid. ST . NEILL, 243.187  Vid. PABLO GARCÍA, 158.188  Vid. el capítulo III de este libro.189  Vid. ST . NEILL, 243.190  ST . NEILL, 243.191   Piénsese que sólo en 1892 se convirtieron 129 clérigos, con gran oposición por parte de la jerarquía

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anglicana. Vid. Al respecto, vid. A. J. SCHMIDLIN, 332.192  Vid. GONZÁLEZ MONTES, A., 103-124.193  Vid. FROUDE, J. A., Tracts for the Times, 6 vol. 1838-41194  JUAN PABLO II, encíclica Fides et Ratio, Introducción; cf. también n.74.195  Carta del Santo Padre Juan Pablo II al arzobispo de Birmingham, Vincent Nichols (22.I.2001).196  Citado por MCCLOSKEY, J., «Las polémicas de Newman».197  SA, 256-257, not. 150; cf. p. 464.198  Cf. MCCLOSKEY; SA, 258-261.199  Cf. MCCLOSKEY; SA, 339. 342-343.200   A, 187; CIC, 157. El Catecismo cita a Newman asimismo en los números 1778. 1723 y 2144. Cf.

HERRASTI, P., La Razón y la Fe, Aquidiócesis primada de México 17 de marzo de 1998, en:  La Verdad Católica

/ Folleto EVC 21.201  Cf. HERRASTI, P., La Razón y la Fe,202  Además de la nota 150 de este libro, cf. CONTRERAS, Diego, Resumen de la encíclica “Fides et ratio”.

 El comentario del cardenal Joseph Ratzinger. Fe y Razón, las dos alas para elevarse a la verdad Una invitación

a volver a pensar  (21. X. 1998). Fue Ratzinger quien presentó a la prensa internacional esta encíclica.203

  Discurso de Benedicto XVI en el recinto exterior de la mezquita nacional jordana: Amman. 9 de mayo de2009. Vid. texto completo en J. A. MARTÍNEZ PUCHE. O.P.: Enseñanzas de Benedicto XVI . Tomo 5, 2009. Voz«Religiones», págs. 706-710. Madrid, 2010. Cf. GARCÍA, José Miguel (Jerusalén), La gran batalla a favor de la

razón [11/05/2009].204  Vid. comentado en GARCÍA, J. M. (Jerusalén), La gran batalla a favor de la razón [11/05/2009].205  Cf. GARCÍA, J. M. (Jerusalén), La gran batalla a favor de la razón [11/05/2009].206  SA, 237.207  A, 61-62; cf. Boix, 10-11.208  A, 254; cf. Boix, 11209  TREVOR , 48 s.; cf. Boix, 17.210  Citado por Boix, 21, nota 22 (cf. Carta a Dalgairns, 8 febrero 1847).

211 Cf. Boix, 15.24.27.32.212  BENEDICTO XVI: Santo Tomás, el “Doctor angélico”: C. Vaticano, miércoles 2.VI. 2010 (=Zenit).213   MORRONE, Fortunato,  Il nesso tra fede e ragione in John Henry Newman. “Diecimila diff icoltà non

anno un solo dubio”: OR, n.71, 27 marzo 2009, p. 4.214   Vid., v.g., PAPA, C.M., «Il Primato della verità e la carità intelettuale»:  Atti del Convegno ‘Rosmini e

ewman: un confronto con la modernità’ . Published by F. Moraglia and A. Tripodi, Ufficio per la Cultura el’Università, Genova 2006, 29-45. Y también “John Henry Newman oggi: logos e dialogo”. Convegno

internazionale all’Università Cattolica del Sacro Cuore, Milano, nei giorni 26 e 27.III.2010.215  Cf. ¿Razonabilidad débil de la fe?, en: BOIX, 225-252.216  SA, 156 (Carta del 10.II.1848 al acatólico A. J. Hanmer).217  Cf. AugR, 565, n. 162.218  A, 31.219  A, 99.220  Carta del Santo Padre Juan Pablo II, con ocasión del II centenario del nacimiento del cardenal Newman

(Vaticano: 22.I.2001).221   Kenneth L. WOODWARD,  La fabricación de los santos. Capítulo12. La santidad y la vida intelectual .

Asimismo, Conclusión: El f uturo de la santidad. Newman: la vida de un pensador de la Iglesia.222  STROLZ, 95, n. 170.223  JUAN PABLO II, Discurso con motivo del centenario de la muerte de J. H. Newman, en 1990.

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224  NEWMAN, Carta al duque de Norfolk , 5. Citada por el Catecismo de la Iglesia Católica, 1778.225  A, 31. 98; SA, 88.226  Citado por el cardenal José SARAIVA, El rostro de Cristo en el rostro de la Iglesia, 3.227   Ib., n.3.228  Vid Irradiar a Cristo, en este mismo libro.229  SA, 410s.230  SA, 420.231  A, 6.232   “El corazón habla al corazón”, lema de la visita del Papa a Gran Bretaña: ZENIT, Londres, jueves 6 de

mayo de 2010.233   La santidad evangélica, plenitud de la v irtud natural , n.15, en: BOIX, 97.234   La santidad evangélica, plenitud de la v irtud natural , n.12, en: BOIX, 96.235  NEWMAN, John Henry, Vía media de la Iglesia anglicana, 198; cf. BOIX, 101.236  A, 76.237  Citado por él mismo en A, 98.238  Discurso del cardenal Bertone en el encuentro con exponentes del mundo cultural mexicano: Querétaro,

lunes, 19 de enero de 2009 ( Zenit.org-El Observador )239  SA, 414.240  Teoría del desarrollo doctrinal, 3 (predicado el 2 de febrero de 1843): en Boix, 366.241  WOODWARD, Kenneth L.,  La fabricación de los santos. Cap. 12.  La santidad y la vida intelectual . En

esp.  La larga marcha hacia Roma  (en: http://www.opuslibros.org.  También en Círculo de Lectores, 1992, 557 páginas). El autor es el responsable de los temas religiosos de la prestigiosa revista Newsweek 

242  Vid. BERZOSA, Raúl, «Bouyer, Louis», en: BOSCH, Juan, Diccionario de teólogos/as contemporáneos.Monte Carmelo. Burgos 2004, 178-179.

243  NIGGIGG, Walter, John Henry Newman, en:  Ders. Prophetische Denker . Zurich-Stuttgart 1957, 131-219:211.

244  STROLZ, 93, n. 166.245  A, 97.246  AugR, 530, n.5.247  CD, 162.248  CD, 162.249   Del telegrama de Pablo VI al congreso newmaniano de 1964. Frase repetida por el mismo Papa al

convenio de estudio sobre el cardenal Newman celebrado en Luxemburgo en 1970. Para bibliografía al respecto,cf. CNN, 801, n.66.

250  STROLZ, 35, n.59.251  STROLZ, 54, n.98.252  Decreto «Unitatis redintegratio», 7.

253  R ATZINGER , Joseph, Elogio del cardenal Newman.254  Sermón V, 32 (6), en: BOIX, 148.255  A, 31.256  De la oración Irradiar a Cristo.257   Pablo VI sobre Newman en la beatificación del P. Domingo Barberi: AAS 55 (1963) 1020-1025:1023.

Asimismo, CNN, 784, n.8; y GARCÍA, Pablo, 176-179.258  STROLZ, 1, n. 2.259  STROLZ, 2, n. 6.

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260   Benedicto XVI habla de su viaje apostólico a Gran Bretaña: Ciudad del Vaticano, 1 feb 2010 (VIS).261  La prima parte de esta oración es una combinación de citaciones de Newman. La segunda, en cambio,

está sacada de Meditations and Devotions, p. 365 (parte VII. God with us, 3) Jesus the Light of the Soul - Mane

nobiscum, Domine, quoniam advesperascit [Stay with us, because it is towards evening ]. Agradezco al Centro

degli Amici Newman, de Roma, por haberme aclarado la referencia.