Berroa, Rei. Nunca llorarán por nosotros. Las palabras
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Berroa, Rei. De Adinamia de Mente de Umnesia
Introducción
Rei Berroa (Santo Domingo, República Dominicana, 1949) es un poeta y crítico literario que
actualmente radica en Washington, Estados Unidos. Con motivo del Festival Abasto de Letras
2015, el poeta presentó en Oaxaca el poema De Adinamia de Mente de Umnesia, un ejercicio
lírico que intenta representar la realidad de una mujer que ha comenzado a perder la memoria
víctima del Alzheimer.
De Adinamia de Mente de Umnesia
Breve historia cotidiana escrita en prosaicos versos callejeros.
Sin grandes aspavientos sociales, estéticos o filosóficos,
sólo quisiera ofrecer un oasis para los que pierden
lentamente la memoria y se van apagando poco
a poco, habituados a vivir en oscuro silencio
interminable, lleno el corazón de crecientes
soledades y la mente hundida para siempre
en las profundas fauces del agobio
y del olvido.
Rei Berroa
Nunca llorarán por nosotros
Las palabras
Creo que fue en mil novecientos . . . ¿veinte?
No estoy segura, es tan difícil volver atrás
y seguir aquí, en la inquietante
soledad de este sillón, mirando
cómo se nos viene encima la noche
sin saber si llegará el mañana,
sin poder escapar de este vacío
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en donde sin querer hemos caído . . .
Una quisiera poder tenerlo todo claro,
pero parece que se repite la cuna . . .
hacia atrás se repite.
Por más que ustedes y yo insistamos,
poco puedo revivir de aquellos
primeros años y me resulta
cada vez más doloroso
tener guardado un momento en la memoria
para cada acción particular
que se divide o multiplica y no recuerdo . . .
A cuatro años de su jubilación,
en contra del consejo de todos,
se liquidó El Negro y se fue,
dizque para solucionar nuestras finanzas,
en un viaje interminable a los países
en busca de leche, oro y miel,
y trescientos días después
vino peche, tusa y hiel,
vuelto un guiñapo de varón,
mansito y deprimido,
hecho el hígado un harapo por el ron,
y pensando que se iba a morir, el pobre . . .
Era como un gallo que no puede
pechear, que extravía
su pico, su cresta, sus espuelas
y no sabe a qué agarrarse
para no caer desorientado
de un solo picotazo en las entrañas
del vivir o del soñar . . .
¿Voy bien? . . . ¿Es así como quieren
los detalles o prefieren
que me ciña a los recuerdos nada más?
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II
Éramos . . . fuimos doce hermanos:
Bruna, Caromina . . ., Lucecita . . .
¡Ay!, se me van los otros nombres, se me van,
pero tengo aquí sus caras
y yo sé que éramos doce y que dos
eran varones, si mal
no evoco aquellos años:
José y Ricardo. Otros dos . . .
murieron a poco de nacer,
como pasaba entonces
con media humanidad.
Casi nadie servía para grandes cosas,
igual que estos dos hermanos míos. . .
(He perdido de repente
las huellas y los hilos de la idea,
no puedo hilvanar con mis agujas
y ya no sé si es verdad
o me estoy inventando lo que digo.) . . .
¿Cuánto es ocho más dos más otros dos? . . .
Rosa fue la primera en romper
con el regazo paternal
y todas nos moríamos de envidia
cuando llegó con el bombazo
de que Luis la estaba cortejando
y pronto su propia lumbre encendería
fuera del nido familiar.
Cualquier cosa que ocurriera
bajo el techo de esa casa
tenía que pasar por el cedazo
de la ética humanísima
que gobernaba en la mente de papá . . .
Informada yo ya estaba, pues ella
compartía conmigo en los paseos
todos sus dilemas y desvelos.
El le traía muñecas
que ella celosamente ocultaba
y que a veces se iban días enteros
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y misteriosamente aparecían
después de aparatosas discusiones
en que todas llevábamos las de perder.
Tuve que esperar a ser abuela
para saber lo que era jugar
con muñecas verdaderas
que cerraban sus ojos casi siempre azules
y lloraban y decían: mamá . . .
El le llevaba . . . no recuerdo bien,
pero era . . . algo así como veinte años.
Fue lo primero que notó papá
y le dijo de inmediato que el varón,
por haber sido el primero en ser creado,
lleno estaba de imperfecciones
y por ellas moría antes, mucho antes.
Que, por tanto, su viudez
podría ser muy larga y solitaria.
Pero le indicó igualmente
que no se opondría a nada
si eso era lo que ella
de todas veras deseaba . . .
III
Maravilloso es este cuerpo
en el que estamos contenidos,
pero es todavía una máquina imperfecta
que requiere afinamientos impecables
y tenaces, esmeradas lijaduras.
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IV
Se pusieron a llorar en el entierro.
No sé quién las había invitado . . .
Pasamos 30 años juntos
aguantándole caricias y rabietas,
sus palizas al pobre Nelson
que era el pararrayos de su ira.
Ellas lo tenían un domingo
y no sabían nada de esto
que nunca había mencionado antes . . .
No me invento absolutamente nada
ni me estoy volviendo loca. Fue
el 14 de octubre . . . o quizás de julio . . .
Ahora que lo pienso . . . en octubre
no se muere nadie, sólo
las hojas de los almendros
que se cansan de tanto sol
y se caen solas porque en la Primavera
tienen que levantarse las primeras . . .
Entonces tiene que haber sido julio.
La verdad que estoy bastante confundida . . .
Perdonen . . . no sé por qué
me echo a llorar tan fácilmente . . .
Pero es un martirio tratar de recordar
y no tener ya nada claro en la memoria . . .
Ellas se echaron a llorar allí mismo.
No se habían conocido antes,
pero al verlo en esa caja tan solo,
tan dentro de sí, todas juntas
se echaron a llorar desconsoladamente.
Era octubre . . . No, no, no. Sería julio.
14 de julio. Pero no lloré.
¿Ya llegó mamá? ¿Alguien le contó
que el níspero empezó a secarse?
Me paso las manos por la frente
a ver si puedo tener todo más claro,
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pero las voces se me confunden
y tengo muchas sombras allá adentro.
Fantasmas que me miran
sin decir una palabra.
Sólo me miran y vuelven la cabeza . . .
Creo que es mejor que me tumbe un rato . . .
y cuando El Negro vuelva, si es que vuelve,
me iré con él aunque sea octubre
y nosotros seamos los almendros . . .