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Biblioteca Virtual de Pensamiento Político Hispánico “Saavedra Fajardo” B. Rosa de Gea Carta de un holandés: un texto desaparecido… Carta de un holandés: Un texto des-aparecido de Saavedra Fajardo B. Rosa de Gea Las bondades de las nuevas tecnologías digitales aplicadas al ámbito de la investigación están fuera de toda duda o, al menos, no deberían levantar a estas alturas ningún género de suspicacia. Una biblioteca digital, por ejemplo, permite lo que tal vez ningún soporte impreso alcanzó a soñar: ampliar, completar o en su caso rectificar los contenidos en tiempo real, es decir, simultáneamente a su publicación. El trasvase de información entre los investigadores (los lectores y los artífices de la biblioteca) es así doblemente provechoso en vistas al objetivo inicial: dotar de una herramienta accesible y eficaz aplicable a diferentes ámbitos de estudio. Esta transferencia informativa hace posible que, al publicar un texto desconocido, la categoría de “inédito” o “desaparecido” esté sometida a la provisionalidad. Dada la amplia difusión que permite la denominada red de redes, pequeños escritos como éste que presentamos son puestos de manera asequible a disposición de los lectores de todo el mundo, cuya mirada y experiencia completa la tarea que aquí nos proponemos. El manuscrito de la Carta de un holandés de Saavedra Fajardo desapareció para la historiografía durante más tres siglos, y si bien una de sus copias fue trascrita y publicada hace apenas veinte años en una revista especializada en asuntos locales, su falta de difusión hizo posible que hasta hace unas semanas todavía lo diéramos por inédito. La amable indicación de un lector, autor de aquella primera trascripción, nos permitió actualizar la información casi de manera simultánea, lo que reafirma el sentido y la importancia de la tarea que una Biblioteca digital puede desempeñar, a nivel planetario, en el ámbito de las Humanidades 1 . Becaria FPI de la Fundación Séneca, Agencia Territorial de Ciencia y Tecnología. 1 Agradezco la exquisita amabilidad del profesor Rafael González Cañal al aportarme personalmente los datos de su trabajo. Véanse la página 6, y la nota 21 de la misma, de esta reseña. 1

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Biblioteca Virtual de Pensamiento Político Hispánico “Saavedra Fajardo” B. Rosa de Gea Carta de un holandés: un texto desaparecido…

Carta de un holandés: Un texto des-aparecido de Saavedra Fajardo

B. Rosa de Gea∗ Las bondades de las nuevas tecnologías digitales aplicadas al ámbito

de la investigación están fuera de toda duda o, al menos, no deberían levantar a estas alturas ningún género de suspicacia. Una biblioteca digital, por ejemplo, permite lo que tal vez ningún soporte impreso alcanzó a soñar: ampliar, completar o en su caso rectificar los contenidos en tiempo real, es decir, simultáneamente a su publicación. El trasvase de información entre los investigadores (los lectores y los artífices de la biblioteca) es así doblemente provechoso en vistas al objetivo inicial: dotar de una herramienta accesible y eficaz aplicable a diferentes ámbitos de estudio. Esta transferencia informativa hace posible que, al publicar un texto desconocido, la categoría de “inédito” o “desaparecido” esté sometida a la provisionalidad. Dada la amplia difusión que permite la denominada red de redes, pequeños escritos como éste que presentamos son puestos de manera asequible a disposición de los lectores de todo el mundo, cuya mirada y experiencia completa la tarea que aquí nos proponemos.

El manuscrito de la Carta de un holandés de Saavedra Fajardo desapareció para la historiografía durante más tres siglos, y si bien una de sus copias fue trascrita y publicada hace apenas veinte años en una revista especializada en asuntos locales, su falta de difusión hizo posible que hasta hace unas semanas todavía lo diéramos por inédito. La amable indicación de un lector, autor de aquella primera trascripción, nos permitió actualizar la información casi de manera simultánea, lo que reafirma el sentido y la importancia de la tarea que una Biblioteca digital puede desempeñar, a nivel planetario, en el ámbito de las Humanidades1.

∗ Becaria FPI de la Fundación Séneca, Agencia Territorial de Ciencia y Tecnología. 1 Agradezco la exquisita amabilidad del profesor Rafael González Cañal al aportarme personalmente

los datos de su trabajo. Véanse la página 6, y la nota 21 de la misma, de esta reseña.

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La obra de Saavedra Fajardo. Revisión bibliográfica La fama de Saavedra Fajardo como escritor político o literario se ha

movido al mismo ritmo de las impresiones y reimpresiones de sus obras, de los estudios que se le han dedicado, de las lecturas que se han hecho. No hay duda de que fue un autor de fama en su propio siglo, no sólo dentro de España, sino también, y sobre todo, en el resto de Europa. Su Idea de un príncipe político christiano representada en cien empresas, obra más conocida casi desde el principio como Empresas políticas, se publicó por primera vez en Munich en 1640, en una edición que desagradó a su autor por las múltiples erratas léxicas que contenía pero que fueron subsanadas en la segunda edición realizada en Milán dos años más tarde2. En ésta, además, se incorporó una gran cantidad de citas bíblicas de las que carecía la primera edición3, para equilibrar seguramente el número ingente de referencias a Tácito, que gozaba de muchos detractores entre los publicistas hispanos, aunque no tantos como Maquiavelo4. Por los propios contemporáneos, y también por el bibliófilo Van Praag, tenemos noticia de la fama extraordinaria de nuestro autor en los Países Bajos, donde sus obras fueron muy leídas y muy del interés de los impresores5. Incluso un texto como la Corona Gothica, Castellana y Austriaca (1646), que ha gozado en general de mucha menos atención por parte de los lectores, conoció en el propio siglo XVII varias reimpresiones repartidas entre Madrid y Amberes. La República literaria, publicada inicialmente como Juicio de Artes y

2 Véase una bibliografía completa en el Centro de Documentación Gonzalo Díaz, Biblioteca Virtual

de Pensamiento Político Hispánico Saavedra Fajardo (www.saavedrafajardo.um.es). 3 Véase, para más detalle, la magnífica introducción de Sagrario López Poza: D. SAAVEDRA

FAJARDO, Empresas políticas, edición de Sagrario López, Cátedra, Madrid, 1999, pp. 13-143. 4 Sobre este asunto puede verse J. A. FERNÁNDEZ-SANTAMARÍA, Razón de Estado y política en el

pensamiento español del Barroco (1595-1640), CEC, Madrid, 1983; del mismo autor, “Estudio preliminar”, en Baltasar Álamos de Barrientos, Aforismos al Tácito español, CEC, Madrid, 1987, pp. XI- CXLVII; J. A. MARAVALL, Teoría del Estado en España en el siglo XVII [1944], CEC, Madrid, 1997; del mismo autor, “Maquiavelo y maquiavelismo en España”, en Estudios de historia del pensamiento español, Serie tercera, El siglo del Barroco, CEC, Madrid, 1999, pp. 39-72; E. TIERNO GALVÁN, “El tacitismo en el siglo de oro español”, en Escritos, Tecnos, Madrid, 1971.

5 Véase, J. A. VAN PRAAG, “Apuntes bibliográficos sobre Saavedra Fajardo”, en Boletín de la Real Academia Española, Madrid, XVI, 1929, pp. 652-657. Guillermo de Blitterswick envió a Erico Puteano un ejemplar de las Empresas, y en la carta de acuse de recibo éste le hablaba de la fama de Saavedra. Véase, A. GONZÁLEZ PALENCIA, “Estudio preliminar” a SAAVEDRA FAJARDO, Obras completas, Aguilar, Madrid, 1946, p. 86.

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Ciencias, fue un texto que Saavedra no vio impreso en vida, pero que su siglo acogió con igual entusiasmo6.

En el siglo posterior descendió el interés por las Empresas políticas, dato muy llamativo sobre todo en la segunda mitad de la centuria. La Corona Gótica rozó la ignominia, y las referencias que leemos sobre su contenido -como las de Mayans i Siscar o Sempere y Guarinos- fueron muy poco halagüeñas7. En cambio, al ritmo que decrecían los lectores de estas obras, aumentaba la atención a la Republica literaria, en un siglo XVIII español tan preocupado por la pureza de su lengua y la calidad de las letras. También el siglo de las luces conoció por primera vez las viejas Locuras de Europa8, escritas por nuestro diplomático en 1643, al comienzo de las enrevesadas negociaciones de Münster.

De manera que las numerosas ediciones de las obras completas contendrán, hasta muy entrado el siglo XIX, un corpus conocido de nuestro autor formado por estas cuatro obras que venimos citando: Empresas políticas, Corona Gótica, República literaria y Locuras de Europa. Hasta que una nueva impresión de Rivadeneira, en 1853, incorporó al conjunto saavedriano las Introducciones a la política, redactadas para el conde duque de Olivares (e inacabadas, pues al valido no le debieron gustar) y la Razón de Estado del rey católico don Fernando, ambas compuestas en Madrid en 1630, durante un breve paréntesis en la estancia romana de Saavedra como secretario del Cardenal Borja9. En esa edición madrileña de Rivadeneira se incluían también, por primera vez, algunos textos menores inéditos de nuestro autor, como varias cartas dirigidas al Conde Duque;

6 Juicio de artes y ciencias. Su autor D. Claudio Antonio de Cabrera (seudónimo de Saavedra

Fajardo). Madrid: Juan de Paredes, a costa de D. Melchor de Fonseca y Almeida, 1655. 7 Mayans y Siscar, ferviente admirador del estilo de Saavedra, la tiene en menor consideración como

fuente histórica: “Mas ya que quiso emprenderla para no estar ocioso, valiérale más omitir aquella confusa selva de impertinentes citas, que no añadiendo luz, antes sirven de oscurecer la verdad histórica. Digo esto, porque siento muchísimo ver allí citados aquellos abominables partos de falsedades indignas que produjo el capricho del padre Jerónimo Román de la Higuera y de Antonio de Nobis, [...]” (G. MAYANS Y SISCAR, “Oración en alabanza de las obras de D. Diego Saavedra Fajardo” (1725), en SAAVEDRA FAJARDO, República literaria, Compañía Iberoamericana de Publicaciones, Madrid, p. 23). En la misma línea, aunque en un tono más radical, se expresaba Sempere y Guarinos, quien consideraba la Corona Gótica como una “historia despreciable por haber consultado en ella, mas que á la verdad, á las preocupaciones nacionales, y falsos cronicones, detestados por los verdaderos sabios” (J. SEMPERE Y GUARINOS, Biblioteca española económico-política, Tomo III, Madrid, en la imprenta de Sanchez, 1804). Agradezco vivamente al investigador y compañero Dr. Rafael Herrera, especialista en Sempere y Guarinos, su generosidad al proporcionarme estas páginas.

8 SAAVEDRA FAJARDO, Locuras de Europa, en A. VALLADARES DE SOTOMAYOR, Semanario erudito... Madrid: Imprenta de Alfonso López, 1787-1791.

9 SAAVEDRA FAJARDO, Introducciones a la Política y Razón de Estado del Rey Católico don Fernando, en Obras de Don Diego de Saavedra Fajardo y del licenciado Pedro Fernández Navarrete, Madrid, Rivadeneira, 1853.

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dando fe asimismo de la existencia en la Biblioteca Nacional de Madrid -aunque no las incluyera allí- de varios papeles manuscritos relativos a Saavedra Fajardo, entre ellos, el Viaje al condado de Borgoña (1638) y los Apuntamientos para las empresas, de dudosa autoría, como ya señalara el profesor Alberto Blecua10.

Coincidiendo con el tercer centenario del nacimiento del diplomático murciano, en 1884, los bibliófilos José Pío Tejera y el conde de Roche enriquecieron la biblioteca sobre Saavedra con la publicación de “pequeños opúsculos”11 y algunos documentos relativos a su vida, tales como el testamento, algunas cartas enviadas desde sus diferentes puestos en Europa, la plenipotencia que le otorgó Felipe IV para el “ajuste de la paz” en el Congreso de Münster o el título de consejero de la Cámara de Indias, que completaban la silueta biográfica y personal conocida hasta entonces. También, allí mismo, un conjunto de poesías y los citados Apuntamientos para las empresas incidían en la faceta literaria de nuestro autor. Más interés despierta para los lectores actuales de Saavedra, entre todo aquel material recopilado por Roche y Tejera, la Relación de la jornada al Condado de Borgoña (1638), el Discurso sobre el estado presente de Europa (Ratisbona, 20 de enero de 1637) o el Dispertador a los trece Cantones de Esguízaros (1638), rastreados pacientemente por estos autores decimonónicos en los catálogos de la Biblioteca Nacional. Simultáneamente, en el Codoin (la Colección de Documentos inéditos) se recogían algunas cartas pertenecientes a la embajada de Saavedra en Münster, remitidas desde allí a partir de noviembre de 1643.

Ninguna novedad hubo en los años posteriores, reimprimiéndose la antigua edición de Rivadeneira una y otra vez, en la colección de Biblioteca de Autores Españoles de la editorial Espasa. Hasta que, ya en 1946, próximo al aniversario de la muerte de nuestro autor, González Palencia sacó a la luz una nueva edición de las obras completas. La novedad de ésta radicaba en que, además de completar los datos biográficos que habían recogido el conde de Roche y Pío Tejera, reunía una amplia correspondencia (un total de 119 cartas) conservada en el Archivo de

10 Véanse las Obras de Don Diego de Saavedra Fajardo y del licenciado Pedro Fernández Navarrete en la reimpresión más moderna de la BAE, Madrid, 1947, p. 445. Alberto Blecua duda de que estos apuntamientos sean obra de Saavedra: “ni son autógrafos, ni se atribuyen a Saavedra ni tienen que ver con las empresas” (A. BLECUA, estudio preliminar a Introducciones a la Política y Razón de Estado del rey Católico Don Fernando, Asociación de Bibliófilos de Barcelona, 1984, p. 24).

11 CONDE DE ROCHE Y J. PÍO TEJERA, Saavedra Fajardo, sus pensamientos, sus poesías, sus opúsculos, precedidos de un discurso preliminar crítico, biográfico y bilográfico sobre la vida y obras del autor e ilustrados con notas, introducciones y una genealogía de la casa de Saavedra, por el Conde de Roche y D. José Pío Tejera, Madrid, imprenta de Fortanet, 1884.

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Simancas, en el Archivo Histórico Nacional y en otros particulares, y que había sido cursada por Saavedra Fajardo con diversos personajes de la época, incluido el rey, desde el 13 de junio de 1620 hasta el 10 de julio de 1645. González Palencia rastreaba finalmente la producción literaria del murciano, con todas las obras que venimos citando, pero a cuyo conjunto añadía, citándolas, algunas obras desaparecidas o no conservadas y que el propio Saavedra mencionaba en sus cartas. Éstas eran: Dos libros que, sin nombre de autor, esparció entre esguízaros (citado en carta de 19 de febrero de 1643)12; Suspiros de Francia, escrito en Madrid entre 1642 y 1643; Carta de un francés a otro del Parlamento de París (impresa en Francfort y remitida al secretario Jerónimo de Villanueva); Tratado de ligas y confederaciones; Guerras y movimientos de Italia, de cuarenta años a esta parte; y, finalmente, Carta de un holandés a otro ministro de aquellos estados, todas estas mencionadas, como decimos, por el propio Saavedra en carta fechada en mayo de 164413. González Palencia renegaba en esta edición de dos obras que estaban siendo atribuidas al diplomático: una de ellas había sido propuesta por Masdéu en su Historia crítica de España14 y tenía por título Población, manufacturas y comercio de España, que supuestamente había traducido al francés un abogado del parlamento de París. González Palencia no la daba por verdadera, por no haber sido citada por nadie más que por este autor. El segundo texto estaba conservado manuscrito, y sigue allí, en la Biblioteca Nacional, bajo el título Alivio de infelices, conocimiento de la fortuna y verdadero desengaño15. Entre las razones alegadas por Palencia para no incluirlo en su edición sobresalía el hecho de que el estilo de este texto no se parecía en nada a las obras auténticas del murciano, además de ser de “escaso gusto” y “poquísima amenidad”. “Sea de quien fuere este Alivio de infelices –concluía el editor- ninguna gloria añade a su autor, ni pierden mucho las letras españolas porque continúe inédito”16. Palencia tampoco hacía referencia al texto dado a conocer por Giorgio Spini años antes titulado Indispositione generale Della Monarchia di Spagna, fechado en Madrid en

12 Uno de ellos es el citado Dispertador publicado anteriormente por Roche y Tejera. 13 A. GONZÁLEZ PALENCIA, estudio preliminar a D. Saavedra Fajardo, o. c. 14 MASDÉU, Historia crítica de España, cap. 3, arts. 1, 41, p. 89. 15 Ms. 11.046 de la BNE. “Estudiado detenidamente este opúsculo, no nos decidimos a publicarlo

como de Saavedra. Podría alegarse a favor de la atribución el hecho de que don Diego era amigo de don Gutiérre Marqués de Careaga, autor del libro “Desengaños de fortuna” (Madrid, 1612), en cuyos preliminares escribió algunos versos laudatorios” (González Palencia, o. c., p. 141).

16 Ibidem.

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163017. El editor sentó cátedra con su criterio, y aquellas obras permanecieron desaparecidas, o ignoradas por la historiografía posterior.

Simultáneamente a la recopilación de González Palencia, José María Jover incluía en su conocida obra sobre la generación de 1635, una Respuesta al manifiesto de Francia, atribuida –con muy fundada razón- a Saavedra18. La lista de nuevos textos aumentó, por tanto, y la de desaparecidos disminuyó años después cuando, en 1959, Quintín Aldea encontró y publicó los mencionados Suspiros de Francia y el segundo de los discursos a los cantones suizos19. Supuso una gran novedad para los estudiosos del ministro de Felipe IV la publicación, en 1986, por parte de Aldea Vaquero, de una amplísima correspondencia inédita de Saavedra Fajardo rescatada de diferentes archivos, cursada entre los años 1631 y 1634, e insustituible para un estudio a fondo, todavía por hacer, de la política internacional defendida por nuestro autor20. Un año más tarde, entre las páginas de la revista Murgetana aparecían, hallados y transcritos por González Cañal, la Carta de un holandés (según otro manuscrito -sin nombre de autor- de la Biblioteca Nacional de España)21, un breve discurso pronunciado por Saavedra durante su comparecencia en el Parlamento de Dole22 y unas noticias acerca del tratado de neutralidad entre el condado y ducado de Borgoña23.

Hasta nuestros días, el corpus literario del murciano ha permanecido inalterado, continuando desaparecidos Las Guerras y movimientos de Italia, de cuarenta años a esta parte, los Tratados de ligas y confederaciones de Francia con Holandeses y sueceses, la Carta de un

17 G. SPINI, “Uno scritto sconosciuto di Saavedra Fajardo”, en Hispania, VIII, 1942, pp. 438-451. 18 J. M. JOVER, 1635. Historia de una polémica y semblanza de una generación, CSIC, Madrid,

1949. Edición facsímil en 2003, pp. 512-524. 19 ALDEA VAQUERO, “Don Diego Saavedra y Fajardo y la Paz de Europa (dos documentos inéditos)

en el tercer centenario de la Paz de los Pirineos”, en Humanidades, Comillas, XI, nº 22, Enero-Abril, 1959, pp. 103-124.

20 ALDEA VAQUERO, España y Europa en el siglo XVII, Correspondencia de Saavedra Fajardo, dos volúmenes, CSIC, Madrid, 1986.

21 R. GONZÁLEZ CAÑAL, "Tres escritos desconocidos de D. Diego Saavedra Fajardo", en Murgetana 73 (1987), pp. 51-90. La trascripción de la carta está hecha a partir del ms. 2367 de la BNE.

22 Harangue, en langue espagnole, faite a Dole par D. Diego Saavedra, envoye du Roi D´Espagne en France-Comte (1638), Biblioteca Municipal de Besançon, ms. Chiflet 35, Fols. 225-226, en GONZÁLEZ CAÑAL, o. c., pp. 63-64.

23 Noticias del tratado de neutralidad entre el condado y el ducado de Borgoña, de la observancia con que ha sido guardado por los del condado y de los fines con que le procuraron los treze cantones de esguízaros, Biblioteca Municipal de Besançon, ms. Chiflet 187, Fols. 142-151, en GONZÁLEZ CAÑAL, o. c., pp. 65-81.

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francés a otro del parlamento de París24. Los numerosísimos estudios sobre nuestro diplomático, tanto en España como en el resto de Europa, a partir de la edición cumbre de González Palencia, siempre dieron por zanjado el asunto25.

Saavedra Fajardo, polemista en la Europa previa a Westfalia

La Carta de un holandés escrita a un ministro de los estados

confederados fue redactada, como todo parece indicar, a inicios de 1642 durante la estancia de Saavedra Fajardo en Suiza26.

Tal vez, la dificultad en el hallazgo o identificación de estos pequeños textos resida en el carácter anónimo con el que vieron la luz pública. Fueron Jover y González Palencia -cuyas obras, como hemos dicho, coincidieron en el tiempo (1949)- quienes señalaron el aspecto desconocido como polemista del diplomático español, el “menos provinciano de los españoles de su tiempo”, por decirlo con palabras del profesor Blecua27. Saavedra Fajardo se expresaba con facilidad en diferentes idiomas, vestía a la manera de las gentes de aquellos estados que visitaba, conocía los secretos de su oficio y poseía una perspicacia sorprendente para prever las intenciones, los intereses y las acciones de sus interlocutores en las tareas diplomáticas. No debe extrañarnos, por tanto, que tal bagaje fuera puesto al servicio de una actividad muy corriente en su época: la propagandística.

Durante el siglo XVII asistimos a la emergencia de un fenómeno muy interesante: la consciencia de que se podía influir decididamente, mediante la difusión de determinados escritos con fines políticos, sobre el ánimo de los lectores; de ahí la profusión de cartas volanderas, avisos,

24 Un amplio repaso bibliográfico, aunque ya un poco trasnochado, nos lo ofrecía F. J. DÍEZ DE REVENGA en Saavedra Fajardo, Academia Alfonso X el Sabio, Cuadernos bibliográficos, 2, Murcia, 1977.

25 González Palencia había concluido: “Han sido infructuosas mis buscas de estos libros citados por Saavedra” (o. c., p. 95). Recientemente, Alberto Blecua señalaba al respecto: “Huelgan comentarios. Estos discursos […] se han perdido” (o. c., pp. 16-17).

26 Nuestra trascripción está realizada a partir del manuscrito 11084, cuyo volumen, custodiado en la BNE, y procedente de la biblioteca del Duque de Osuna, contiene: Carta de Jacobo II de Inglaterra a Leopoldo I de Alemania sobre la rebelión del Príncipe de Orange, S. German, 6 febrero 1689, con la respuesta de Leopoldo I, Viena, 9 abril 1689 (h. 1-24v); Consulta de la Junta que, por mandado de S. M. [Felipe IV] se hizo en la celda de su confesor, sobre el Memorial de D. Lorenzo Brandón, Madrid, 17 junio 1626 (h. 25-35v); Carta de un holandés escrita a un ministro de los Estados confederados (h. 37-67v); Respuesta de Leopoldo I al manifiesto publicado por el Rey de Francia Luis XIV, Viena, 18 octubre 1688 (h. 68-126); Juramento del Rey D. Alfonso.

27 A. BLECUA, o. c., p. 1.

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relaciones y otros textos efímeros con fines publicitarios. Evidentemente, apelar a la opinión no significaba admitir el buen discernimiento general, sino reconocer simplemente su fuerza arrolladora28. La literatura polémica menuda, manuscrita o impresa, alcanzó su momento de esplendor en toda Europa en el escenario de la guerra de los Treinta Años. José Mª Jover, como señalábamos, llamó la atención sobre este fenómeno en España y en relación al manifiesto francés de 1635 (con el quedaba el conflicto abiertamente declarado) y con el cúmulo de réplicas españolas que le siguieron, y que dibujan un cuadro literario realmente excepcional29. Polemistas como Guillén de la Carrera, Céspedes y Meneses, Quevedo o Pellicer escribieron sus respuestas al manifiesto francés al igual que hiciera Saavedra Fajardo, cuya Respuesta al manifiesto de Francia fue escrita, según rezaba en el prólogo del traductor, por un “gentilhombre de aquella nación”. Saavedra disfrazaba su pluma tal y como lo hará en el Dispertador a los trece cantones esguízaros, o en los Suspiros de Francia, adecuando el contenido de sus palabras a los oídos de aquellos a quienes iban dirigidas.

Saavedra había podido contemplar los desastres de la guerra por los caminos de Europa: con la guerra –nos decía en una de sus empresas- “se descompone el orden y armonía de la república, la religión se muda, la justicia se perturba, las leyes no se obedecen, la amistad y parentesco se confunden, las artes se olvidan, la cultura se pierde, el comercio se retira, las ciudades se destruyen y los dominios se alteran”30. Este cúmulo de desastres, al que se unirían las pérdidas de vidas humanas, avivaba su convencimiento personal –más allá de su labor al servicio de una monarquía en ruinas- de que la guerra no era siempre la solución, de que no todo se podía vencer por la fuerza, y de que los litigios debían gobernarse también con el “consejo y la astucia”. Él mismo tomó muchas veces la pluma con el impulso diplomático de sustituir la fuerza por el ardid, como señalaba en una de sus más célebres empresas31. Saavedra defendía el uso de medios suaves para conservar la amistad entre los príncipes y estados, pero también era un gran conocedor de otros habituales en las acciones diplomáticas de la época, como “embarazar” al enemigo dentro y fuera de

28 Ver J. A. MARAVALL, La cultura del Barroco [1975], Ariel, Barcelona, 2002, pp. 214-220; F. BOUZA, Corre manuscrito. Una historia cultural del Siglo de Oro, Marcial Pons, Madrid, 2001; J. H. ELLIOT, “Poder y propaganda en la España de Felipe IV”, en España y su mundo, 1500-1700, Alianza, Madrid, 1990, pp. 201-228.

29 Véase J. Mª. JOVER, 1635, Historia de una polémica y semblanza de una generación, edición citada.

30 SAAVEDRA FAJARDO, Empresas políticas, o. c., p. 832. 31 SAAVEDRA FAJARDO, Empresa 84, “Plura consilio quam vi”. Vale más el ingenio que la fuerza.

Empresas políticas, o. c., p. 911.

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su reino, o atemorizarle con tratados de confederaciones y ligas con terceros. Saavedra demostraba en todo momento conocer muy bien la necesidad de un equilibrio entre las potencias grandes y pequeñas; equilibrio cuya incipiente realidad pasaba por la oposición de los actores implicados a todo aquel que pudiera convertirse en dominante32. La misma idea de interés estatal, tan visible en el diagnóstico saavedriano de su tiempo, y que complementa esta visión de la política como un sistema de contrapesos, aún siendo contradictoria con una moral universal, se abría camino claramente en el ideario de nuestro diplomático33.

El paisaje de aquella Europa en guerra se dibujaba caótico, y en Westfalia, al tiempo que los diferentes enviados de cada corte se recibían entre sí y mantenían corteses conversaciones, se acogían ávidamente las noticias provenientes de los diferentes campos de batalla, que hacían modificar las estrategias a cada paso adecuándolas a la “ocasión”. La acción diplomática, aparejada por tanto al desenvolvimiento de la acción militar, pasaba por sofisticadas estratagemas como convencer al enemigo de aceptar un arreglo, buscar aliados contra el enemigo común restándoselos a estos, procurar un aislamiento del conflicto, o asegurarse los elementos importantes para la victoria tales como la obtención de líneas de comunicación o abastecimientos34.

Saavedra Fajardo fue nombrado plenipotenciario de Felipe IV para estas negociaciones35, entre otras razones, y según palabras del rey, por “la calidad, prudencia, inteligencia y experiencia y las demas buenas partes que concurren en su persona, y el celo que siempre ha mostrado de la quietud y reposo comun”36. Temido por el propio Mazarino por su sagacidad, Saavedra era capaz de situarse en el nivel de los intereses, ambiciones, miedos o peligros de cada uno de los litigantes, argumentando siempre para beneficio de la monarquía española37. Armonizar los propios

32 H. KISSINGER, Diplomacia, Ediciones B, Barcelona, 1996, p. 55; M. FRAGA IRIBARNE, Guerra y diplomacia, Ediciones Europa, Madrid, 1977, p. 204.

33 A. RIVERA GARCÍA, “Floridablanca y los conceptos fundamentales del Ius Gentium Europaeum, en Cuadernos Dieciochistas, 3, Universidad de Salamanca, 2002, p. 62 ss.

34 M. FRAGA IRIBARNE, Guerra y diplomacia, o. c. 35 “Plenipotencia otorgada por S. M. Católica á D. Diego de Saavedra Fajardo Consejero de Indias,

para que en su Real nombre y como su Plenipotenciario concurra en la ciudad de Munster al ajuste de la Paz general, y en ella, ú otra cualquiera que se señalare de común acuerdo, pueda ajustar, capitular, y firmar la Paz Universal, con promessa, y palabra Real de aprobar y ratificar lo que en esta materia tratase y asentase: fecha en Madrid á 11 de Junio de 1643”, en CONDE DE ROCHE Y PÍO TEJERA, o. c., pp. CXLIII-CXLV.

36 Ibidem, p. CXLIV. 37 “[…] Es un hombre lleno de astucia y que, siendo muy inteligente, podría más fácilmente y con

más habilidad que cualquiera otro embrollar los asuntos y hacernos daño” (Citado por FRAGA IRIBARNE, Saavedra Fajardo y la diplomacia de su tiempo, o. c., p. 363).

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cálculos de ésta con los de los otros estados requería para un diplomático como Saavedra de una gran habilidad estratégica que pasaba, en términos personales, por la “suspensión” de ciertos aspectos que una moral católica jamás aceptaría, al menos teóricamente. La tarea diplomática ofrecía una visión de las relaciones humanas descarnada, y por lo tanto, había que servirse de unas herramientas que, con todo, no llegaban a ser tan “extremas” como las aconsejadas por el viejo y temido Maquiavelo.

Fingir quien no se era para insuflar el veneno en el enemigo, procurar enemistades o alianzas, desatar pasiones, sembrar la duda, eran recursos habituales y, aunque los manuales para embajadores que proliferaban en ese momento insistían en que el principio de no mentir era universal, siempre cabían las bien admitidas estratagemas del ocultamiento y la ambigüedad38. Fingir ser quien no se es entraba en el ámbito tan barroco de la disimulación y la astucia, lícita –decía Saavedra- cuando ni engañan ni dejan manchado el crédito del príncipe:

“Y entonces no las juzgo por vicios, antes o por prudencia o por virtudes hijas de ella, convenientes y necesarias en el que gobierna. Esto sucede cuando la prudencia, advertida en su conservación, se vale de la astucia para ocultar las cosas según las circunstancias del tiempo, del lugar y de las personas, conservando una consonancia entre el corazón y la lengua, entre el entendimiento y las palabras. Aquella disimulación se debe huir que con fines engañosos miente con las cosas mismas: la que mira a que el otro entienda lo que no es, no la que solamente pretende que no entienda lo que es. Y así, bien se puede usar de palabras indiferentes y equívocas, y poner una cosa en lugar de otra con diversa significación, no para engañar, sino para cautelarse o prevenir el engaño, o para otros fines lícitos”39.

Estas “necesarias artes de la disimulación” que Saavedra conocía tan

bien eran propias de los ministros, aunque desaconsejadas en los príncipes. En éstos había, según nuestro autor, “una oculta divinidad” que se ofendía con su práctica40. Los avispados diplomáticos como él, sin caer en la mentira o el fraude, manejaban todo tipo de argucias. No mentían, porque

38 “Sentado por universal principio, que no es permitido mentir con palabras, ni con obras, se à de

confesar, que el Embaxador puede Celar al Principe, con quien trata, la verdad, ò la parte della, que le convenga […] Puede también usar el Embaxador de palabras amphibologicas de diversos sentidos, que como el principe que la pregunta, no tiene juridicion sobre èl, no está obligado a responder derechamente a la mente del que le pregunta” (CRISTÓBAL DE BENAVENTE Y BENAVIDES, Advertencia para reyes, príncipes y embajadores, Madrid, 1643, p. 476).

39 SAAVEDRA FAJARDO, Empresas Políticas, empresa 43, o. c., p. 529. 40 Ibídem, empresa 45, p. 543.

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sus entendimientos y palabras, su corazón y su lengua, estaban en consonancia, aunque se usurpara literariamente la personalidad de quien no se era: un francés, un esguízaro o un holandés.

Un triángulo escaleno: Francia, Holanda, España

En 1643 tenemos a Saavedra Fajardo situado en una de las dos ciudades que habían de servir de escenario diplomático, Münster. La correspondencia cruzada desde allí con el rey es nuestro único medio de dar cuenta y datar el texto que estamos presentando. Junto a la ciudad de Osnabruck, Münster componía una disparatada elección, a juicio de nuestro autor, para una tarea de tan grueso calado como la firma de una paz general. En sus Locuras de Europa relataba el mismo año de su llegada una crónica de la situación que estaba presenciando y que debió impresionarle mucho. Munster y Osnabruck…

“…son las fraguas donde se limpian y templan las armas de todo el mundo, y oficinas de ligas, invasiones, sorpresas y usurpaciones. Desde allí se trata de levantar levas, se envían embajadores con instrucciones y noticias particulares a Holanda, Dinamarca, Suecia, Polonia y Constantinopla, para que todos pongan fuego en Europa”41.

El diplomático se mostraba asombrado al tomar contacto con la

realidad europea y las diferentes estrategias de los estados en litigio: Alemania, la que “por el imperio del mundo” debía ser “señora de todas”, aparecía sin embargo como la esclava de las naciones42. Franceses y suecos se dolían de las calamidades del imperio, cuando eran ellos la causa, no reconociendo que “sólo su concordia sería el remedio de tantos males”. Polonia ignoraba una de las más importantes máximas de estado, la de no consentir el crecimiento de las potencias confinantes, y lo estaba haciendo permitiendo a Suecia campar a sus anchas. Por su parte, la ceguera de ésta la hacía confederarse con Francia, sin entender que la presunta amistad de aquella no era para hacer grande a Holanda, sino para que no lo fuera43. El argumento de que la vecindad era el mayor peligro de los príncipes guiaba la mirada y la reflexión de nuestro autor, especialmente interesado -en la

41 SAAVEDRA FAJARDO, Locuras de Europa. Diálogo entre Mercurio y Luciano [1643], en Obras de

Don Diego de Saavedra Fajardo y del licenciado Pedro Fernández Navarrete, BAE, Madrid, 1947, p. 412. 42 Ibidem, pp. 411-412. 43 Ibidem, pp. 412-413.

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medida en que ello afectaba a la monarquía para la que trabajaba- en lo que estaba sucediendo entre dos potencias europeas que aspiraban al dominio universal: la una por mar y la otra por tierra.

El triángulo Holanda- Francia- España constituye el telón de fondo del texto que presentamos. Las reflexiones y advertencias sobre este intrincado asunto aparecían en todos aquellos escritos polémicos de nuestro autor que fueron redactados durante los años 1642 y 1644, y que apuntalan la autenticidad y autoría de la Carta de un holandés. Respecto a Holanda, este era el diagnóstico de Saavedra Fajardo a su llegada a Munster:

“Los Estados levantados con mucha prisa, declina presto a su menguante, y así, parece que va declinando y que los mismos holandeses trabajan en su ruina, pues por mar y tierra hacen espaldas á las empresas de los franceses para que ocupen los Países-Bajos, como si no les conveniera confinar más con españoles que con franceses […] y estos, tan ambiciosos e ensanchar sus confines, que ni la religión ni la justicia ni la amistad, ni el parentesco, ni la fe pública detendrá sus vastos desinios, los cuales se encaminan a apoderarse de las provincias obedientes y inobedientes, para ser rey del mundo con el arbitrio del mar […] desesperados ya de que ni por Ingalaterra ni por España, Italia ni Alemania pueden dilatar más sus limites si primero no sujetan las provincias obedientes y las unidas44, cargan allí sus fuerzas mayores, y locos los holandeses o ciegos por el odio a los españoles, desconocen su peligro, y a costa de su misma sangre y riquezas divierten con sus armas las de España, para que los franceses se hagan más poderosos y sean sus confinantes”45.

En una carta dirigida al rey Felipe IV, fechada a 21 de noviembre de

1643, nuestro autor señalaba la conveniencia de firmar una tregua con Holanda46, y siete días más tarde, insistía al rey sobre el mismo asunto:

44 Las Provincias Unidas, o “inobedientes”, estaban formadas por las siete provincias del Norte de

los Países Bajos (Frisia, Güeldres, Groninga, Overijssel, Utrecht, Zelanda y Holanda), agrupadas desde la Unión de Utrecht en 1579. Holanda tenía el predominio sobre las restantes, por eso, algunas veces, en los textos se menciona Holanda como sinónimo de Provincias Unidas. Las Provincias Obedientes, al sur de los Países Bajos, permanecieron, mediante la Unión de Arras, fieles a la monarquía hispánica.

45 SAAVEDRA FAJARDO, Locuras de Europa, o. c., p. 414, 46 “Un confidente escribe de Holanda, que en las instrucciones secretas que dan los Estados a sus

Plenipotenciarios, se les ordenan que admitan pláticas de una tregua de quince o diez y seis años, pero no de paz; y como venga en lo primero, parece más fácil, más decente y más del servicio de V. Magd., porque la paz no la querrán hacer los holandeses sin condiciones y declaraciones que ofendan a la soberanía de V. Magd., con que se embarazaría el tratado de la paz y de la tregua, de que me ha parecido avisar luego a V. Magd. cuya católica y real persona guarde Dios” (“Carta de don Diego a S. M. (Munster, 21 de noviembre de 1643)”, en GONZÁLEZ PALENCIA, o. c., p. 1356).

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“Según los avisos de los confidentes de Holanda, están resueltos aquellos Estados a tratar aquí de una suspensión de armas con V. Magd. Por quince años, que tenga fuerza de tregua; y, a mi juicio, es lo que conviene, porque en ella se pues en excusar algunas condiciones y cláusulas que ofenden a la soberanía de V. Magd., y sería negocio de pocos lances, que es lo que más ha menester V. Magd. en los aprietos presentes, con que Francia se reduciría a la paz. Tres cosas obligan a los holandeses a la suspensión: los daños que reciben en el comercio con las fragatas de Dunquerque, el hallarse muy empeñadas sus compañías y los celos del Príncipe de Orange por el título de Alteza, por el casamiento con la hija del rey de Inglaterra y por las pláticas con Francia, empezadas en tiempos de Richelieu; y también el ver que ha puesto las plazas confinantes con los Países Bajos en manos de parientes y confidentes suyos, y juzgan que el remedio de todo sería la suspensión de armas para quitárselas al Príncipe de Orange; y, teniéndola ya por cierta, han procurado la forma de gobierno, reduciéndola a tres puntos: el de la religión, de la policía y de la milicia […]”47.

Los avisos posteriores llegados de Holanda confirmaron a Saavedra,

según nos dejaba escrito, cuanto relató en estas misivas con el rey de España. En enero del año siguiente, Felipe IV enviaba instrucciones muy concretas a los ministros destinados en las negociaciones, y especialmente a Saavedra, dándole órdenes para que esparciera algunos “tratadillos” que procurasen la unión entre el Emperador y el Imperio y a la vez separaran a Holanda de Francia, o bien que uniera a esta con España. De poco sirvieron estas precauciones en aquel momento, pues poco después, franceses y holandeses firmaban un tratado acordando concentrar sus operaciones terrestres en Flandes. Los holandeses se comprometían a desplegar su flota de bloqueo y a colaborar con el ejército francés en caso de que éste decidiera poner sitio a alguno de los puertos flamencos48. Saavedra respondía más tarde a aquella misiva real, ofreciéndonos allí una escueta pero valiosa información sobre la autoría y datación de nuestro texto:

“Siempre he trabajado en esto, reconociendo lo que mueven y que de ello se valía Richelieu; y así hice y publiqué dos entre esguízaros que importaron mucho a Borgoña, y después una carta a un holandés a otro

47 “Carta de Don Diego a S. M. (Munster, 28 de noviembre de 1643)”, en GONZÁLEZ PALENCIA, o.

c., pp. 1356-1357. 48 La amistad entre Francia y Holanda venía de lejos. Véase J. I. ISRAEL, La república holandesa y el

mundo hispánico, 1606-1661, Nerea, Madrid, 1997, p. 274; M. RIVERO RODRÍGUEZ, Diplomacia y relaciones exteriores en la Edad Moderna. De la Cristiandad al sistema europeo, 1453-1794, Alianza, Madrid, 2000, pp. 122-133.

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ministro de aquellos Estados, representándoles la mala razón de Estado en consentir que los franceses tomasen puestos en las provincias obedientes49, y estando en esa Corte [Madrid, 1642] compuse los Suspiros de Francia, que agradaron a V. M. y se sirvió de dar intención que se publicarían; pero hasta ahora no han valido50, y luego que llegué aquí [Münster, 1643], imprimí, en Francfurt, una carta de un francés a otro del Parlamento de París, que remito a don Jerónimo de Villanueva, en que se descubre la culpa de franceses en no hacerse la paz, y los daños de proseguir la guerra: la cual carta espero que hará buenos efectos en Francia, por lo que aquellos vasallos aborrecen la guerra. Pero mayores se verán de otro tratado que he enviado imprimir en Bruselas, sin autor ni lugar, en el cual están todos los tratados de Ligas y Confederaciones de Francia con holandeses y sueceses, y la que últimamente han hecho con Suecia y el Príncipe de Transilvania a daño del Imperio y de la Cristiandad, poniendo algunas cartas interceptas del embajador de Francia residente en Constantinopla, escritas al transilvano […] y tengo por cierto que será este tratado muy importante para turbar a Francia, porque siendo las últimas consideraciones que estos plenipotenciarios han hecho en Holanda, se desengañarán de que aquel reino no procura la paz, sino encender la guerra: de suerte que en esta parte queda servido V. M., y de aquí adelante no tendré ociosa la pluma”51.

Y así fue, porque en 1646 veía la luz su Corona Gótica, monumental

obra histórica y propagandística animada por el mismo afán que puso en sus obras menores52.

El texto: Carta de un holandés Si hemos de atender a las indicaciones del propio Saavedra, la Carta

de un holandés debió escribirla antes de su breve estancia en Madrid, en 1642, y después del Dispertador (1638), pues alude a la rebelión portuguesa, que como se sabe dio comienzo a finales de 1640, y a los lazos familiares con Inglaterra (Guillermo de Orange se había casado en 1641

49 La cursiva es mía. Posiblemente, fuera escrito durante su cargo de representante en las Dietas suizas (1639-1642). Nos inclinamos a datar el texto en 1642, antes de su breve estancia en Madrid como Consejero de Indias (1642). Un año después es enviado a Münster como plenipotenciario.

50 Francia y Holanda firmarían dos tratados el 1 de marzo de 1644: uno de subsidios, para continuar la guerra, y el otro, de limitación de intereses, para preparar la paz; y reiterándose en ambos que las dos partes no llegarían a un acuerdo con España, sino “conjuntamente y de común acuerdo”. Ver, M. FRAGA IRIBARNE, Don Diego de Saavedra Fajardo y la diplomacia de su época [1955], Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, Madrid, 1998, p. 136.

51 “Carta del 5 de mayo de 1644”, en GONZÁLEZ PALENCIA, o. c. 52 Véase, B. ROSA DE GEA, “La Corona Gótica de Saavedra Fajardo”, en Biblioteca Virtual de

Pensamiento Político Hispánico “Saavedra Fajardo” (www.saavedrafajardo.um.es).

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con la hija de Carlos I). Nosotros nos decantamos por situarla –aunque no rígidamente- a inicios de 1642, dada su cercanía argumental con los Suspiros de Francia (1642) y con su diálogo imaginario Locuras de Europa (1643).

Es en ese texto donde, en boca del dios Mercurio, dará cuenta más abiertamente de la disparatada estrategia holandesa de querer hacer tratos con Francia contra España, señalando que en las Provincias Unidas algunos políticos prudentes habían empezado a advertir con lucidez que el único remedio de sus males pasaba por pacificarse con la monarquía de Felipe IV53. Es muy probable que el ingenioso diplomático se estuviera refiriendo a su imaginario remitente, y que fuera él ese holandés prudente a quien la pública opinión de aquellos estados debía poner oídos.

En nuestro texto –escrito en forma epistolar- ese ficticio holandés se dirige a un ministro de aquellas provincias mostrándole su intención de enviarle un discurso anónimo que ha llegado a sus manos. El interés del discurso –asegura nuestro autor- radica en que puede aprovechar a los holandeses tanto como a los suizos, ya que “a ambas potencias las divide la tierra, pero no la conveniencia”; y que “el advertimiento a la una es común a la otra”54.

Saavedra Fajardo da muestras en todo momento de conocer las debilidades internas de una política holandesa “fundada sobre las inquietas olas del mar”, y “dependiente del arbitrio de los vientos”:

“Una borrasca nos puede hacer mas daño que el mayor enemigo; un ratón o un gusano que taladre nuestros diques puede anegar lo mejor de nuestra potencia; un movimiento interno, fácil de suceder en tal diversidad de humores de esas comunidades, nos podría derribar en una hora. Nuestra unión consiste en el capricho de muchos, nuestras fuerzas, en el crédito y sufrimiento de los acreedores; nuestras asistencias, en la voluntad y conveniencia de príncipes extranjeros; todo lo cual está más sujeto al caso que a la prudencia humana, y debemos considerar que ninguna cosa es más peligrosa que una potencia que no se afirma en sí misma. La presencia de nuestra grandeza parece por fuera muy sana, y padece por dentro gravísimos males internos, los cuales tocarán al

53 SAAVEDRA FAJARDO, Locuras de Europa, o. c., p. 415. 54 “En ambas (no sin gran Providencia), puso Dios provincias austriacas interpuestas entre ellas y la

potencia de Francia, que fuesen como diques contra el poder de sus olas, en que se descubre su inmensa sabiduría pues, con reglas tuertas al juicio humano, saca derechas las líneas de los Imperios” (SAAVEDRA FAJARDO, Carta de un holandés, edición y trascripción de B. Rosa de Gea, Biblioteca Virtual de pensamiento Político Hispánico “Saavedra Fajardo”, p. I.

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corazón si creciere demasiadamente y no tuviere que hacer más que consigo misma”.

Nuestro remitente desarrolla los dos argumentos principales de su

misiva: por un lado, la necesidad ineludible de firmar una tregua con España y, por otro, la inconveniencia y el peligro de apoyar a Francia en su intento de ocupar las vecinas provincias, fieles a la monarquía española. Varias eran las razones que alegaba nuestro Saavedra-holandés para disuadir de esta tentativa, siendo la principal de ellas el peligro que supondría tener en sus confines a un enemigo tan grande que, dada su ambición, no se detendría hasta hacerse con el “dominio universal”55. Argumentos adecuados a este mismo fin habían sido puestos por Saavedra con anterioridad en boca de todos los implicados en el conflicto. Recordemos que poco después, colocándose bajo la óptica francesa, el diplomático intentará despertar el recelo de éstos respecto a Holanda, aludiendo en los Suspiros de Francia a sus argucias:

“Bien lo avéis podido conocer en las empresas que avéis intentado en los Países Baxos, donde los holandeses os han dejado sólo sin asistir con la diversión a vuestras armas, anteponiendo su conveniencia a la confederación y amistad, por aver considerado con gran juicio y prudencia política que les convenía más tener, entre los confines de vuestro reino y de sus repúblicas, interpuestas las armas españolas, que vencedoras las vuestras”56.

El Saavedra-holandés de nuestro texto advierte que los franceses les harían fácilmente la guerra en caso de alcanzar la vecindad con las Provincias Unidas; y que su trato, sus “pláticas perniciosas” y sus confederaciones con otras potencias añadirían peligro a la situación. No por ello se habrían librado del conflicto con España, ya que sólo lo habrían cambiado de lugar, abriéndolo en dos frentes: con ella por mar, impidiendo el comercio, y con Francia por tierra. Pero además, nuestro holandés previene ingeniosamente al hipotético ministro de la amenaza de una realidad que afectaría a la organización confederada de las siete provincias: la amistad y parentesco de Holanda con Francia e Inglaterra, y los propios

55 La paz entre España y Holanda se firmaría a pesar de la política continuista de Mazarino, sucesor de Richelieu. Holanda entendió que le convenía más tener su frontera sur con la debilitada España que con el creciente poderío francés, conforme a la conocida sentencia “Amigos pero no vecinos” (“El fracaso de la hegemonía española en Europa”, en La España de Felipe IV: el gobierno de la monarquía, la crisis de 1640 y el fracaso de la hegemonía europea, coordinada por Francisco Tomás y Valiente, en Historia de España Menéndez Pidal, vol. 25, Espasa-Calpe, Madrid, 1982).

56 SAAVEDRA FAJARDO, Suspiros de Francia, o. c., p. 120.

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desórdenes internos que sufrían, podían levantar los ánimos del estatúder Guillermo II de Orange, “cambiando –dice Saavedra- la forma de gobierno”.

En cuanto a las razones por las que debían firmar una tregua con España, el astuto ministro pone el dedo en la llaga holandesa alegando la supervivencia del comercio marítimo y la unidad de sus variopintas provincias. Pero también advierte, siguiendo el convencimiento tan común en la época, que la propia religión de los españoles sería muy útil, no sólo para mantener los ánimos unidos dentro del mismo estado, sino para unirlos a ellos frente al enemigo:

“La severa observancia de religión de los españoles nos mantiene unidos en la diversidad de sectas que padecemos, y en faltando ellos faltará la competencia con la religión católica y se encenderá el fuego entre las nuestras. El odio a aquella nación es causa de que se conserven concordes nuestras provincias, opuestas entre sí en las leyes, costumbres, estilos y policía, y en la pretensión de ser cada una cabeza sobre las demás”.

Con todo, lo más interesante para los holandeses era que, de ajustar

una paz con España, podrían tratar libremente en los puertos de sus reinos, “cuyo descuido y simplicidad en las negociaciones mercantiles” -dice Saavedra resignadamente, traicionándole una inquietud muy particular- “nos valdría mas que nuestras peligrosas navegaciones al oriente, como sucede a los genoveses, los cuales, con cambios y recambios, tienen su Potosí en España, no menos rico que el otro”. Un diagnóstico de la actividad mercantil hispana idéntico al que ya habíamos leído en sus empresas57.

Tampoco debían los holandeses intentar ningún trato con el rey de Portugal, confeccionando Saavedra iguales argumentos a los esgrimidos poco después en los Suspiros de Francia, en los que advertirá –esta vez a los franceses, y disfrazado de uno de ellos- la misma inconveniencia:

57 “Entre breves términos de arena, inculta al azadón y al arado, sustenta Holanda poderosos ejércitos con la abundancia y riquezas del mar, y mantiene populosas ciudades, tan vecinas unas a otras que no las pudieran sustentar los campos más fértiles de la tierra […] Y nosotros, descuidados, perdemos los bienes del mar. Con inmenso trabajo y peligro traemos a España, de las partes más remotas del mundo, los diamantes, las perlas, las aromas y otras muchas riquezas. Y, no pasando adelante con ellas, hacen otros granjería de nuestro trabajo, comunicándolas a las provincias de Europa, África y Asia. Entregamos a genoveses la plata y el oro con que negocien, y pagamos cambios y recambios de sus negociaciones” (SAAVEDRA FAJARDO, Empresas Políticas, empresa 68: “Introduzca el trato y comercio, polos de las Repúblicas”, o. c., p. 778).

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“No es menos vana la esperanza en la rebelión de Portugal, porque fácilmente se puede apagar por sí misma, y quando quedase aquella Corona separada de la de Castilla, no por esso nos sería de mucha conveniencia la división, porque en la conjunción de los Estados no se multiplica el poder como el número en las cantidades. Dos reinos juntos no pueden lo mismo que podían antes cada uno de por sí, sino mucho menos”58. “[…] si, con profundo juicio y verdaderos fundamentos de política, consideramos los daños o conveniencias de dividirse las dos Coronas de Portugal y Castilla, hallaremos que más nos podrán ofender separadas que incorporadas en una, porque la potencia de las monarquías no se multiplica como las cantidades o los números”59.

Y por último, un aviso para quienes podían verse animados a sacar

partido de una monarquía hispánica debilitada, cuyas miserias sin retorno reconocía amargamente nuestro autor, pero cuya reputación había que seguir prestigiando en Europa: “No hagamos fundamento en las inquietudes de España, ni en sus malos sucesos; porque las grandes monarquías suelen cobrar mayores fuerzas con los achaques”.

∗ ∗ ∗ ∗ ∗

Por no desvelar los recovecos de un texto tan breve, interrumpimos

aquí nuestro comentario. El lector habitual de Saavedra Fajardo sabrá advertir en él las peculiaridades retóricas de nuestro autor, el uso personalísimo de metáforas y símiles, la fuerte carga dramática al hablar de la guerra, del paisaje enfermo de la Europa del XVII; también, el desencanto y el cansancio de un hombre de quien, por aquellas fechas, se decía que andaba enfermo de barroca melancolía. Un diplomático que, al fin, no pudo culminar la empresa en la que invirtió sus últimas energías, pues, ya enfermo, el rey Felipe IV le hizo regresar a Madrid, donde murió el mismo año en que por fin España firmaba la paz con las Provincias Unidas. Tal vez el texto que presentamos no añada mucho de nuevo a lo que ya sabíamos de la monarquía hispánica y del pensamiento del ministro español, pero sí insiste en su dimensión de polemista, de estratega político y literario, en un momento fascinante de la vieja Europa.

58 SAAVEDRA FAJARDO, Suspiros de Francia, o. c., p. 123. 59 SAAVEDRA FAJARDO, Carta de un holandés…, o. c., pp. VI-VII.

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