Biopolítica y Filosofía - 17.09

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15/11/2015 Biopolítica y filosofía 17.09.2006 LA NACION chromeextension://iooicodkiihhpojmmeghjclgihfjdjhj/front/in_isolation/reformat.html 1/5 Biopolítica y filosofía El filósofo italiano Roberto Esposito, que en la próxima semana visitará la Argentina para brindar una serie de conferencias, explica en este texto exclusivo cuáles son las líneas directrices de Bíos , su último libro, que, junto a Categorías de lo impolítico , se dará a conocer prontamente en castellano Domingo 17 de septiembre de 2006 Como he tratado de demostrar en mi libro Bíos (Einaudi 2004), el nazismo constituye el punto culminante de una política de la vida que se invierte en práctica de muerte. Su caída, sin embargo, no ha puesto un punto final a la biopolítica. Lo comprueba el hecho de que, en sus diferentes configuraciones, ésta tiene una historia mucho más amplia y larga que la del régimen que parece haberla llevado a su resultado extremo. La biopolítica no es un producto del nazismo, sino que el nazismo es el producto paroxístico y degenerado de una determinada forma de biopolítica. Se trata de un punto sobre el que conviene insistir con fuerza, porque puede conducir y ya ha conducido a numerosas equivocaciones. Contrariamente a las ilusiones de los que imaginaron que se podía saltar hacia atrás el paréntesis nazi para reconstruir las mediaciones, los diafragmas institucionales de la fase anterior, vida y política están tan entrelazadas que desatar el nudo que las une es imposible. Al menos en el mundo occidental, esta ilusión ha sido alimentada por el período de paz que se abrió al final de la Segunda Guerra Mundial. Pero, prescindiendo de la circunstancia de que dicha paz (o "no guerra", como ha sido la guerra fría) también se basó en el equilibrio del terror determinado por la amenaza atómica y que, por ello, se encuentra completamente inscrita dentro de una lógica inmunitaria, esa paz no ha hecho más que posponer algunas décadas lo que de todos modos habría sucedido luego. El derrumbe del sistema soviético, interpretado como una victoria definitiva de la democracia contra sus potenciales enemigos e incluso como el fin de la historia, señala, en efecto, el fin de esta ilusión. El vínculo entre política y vida, que el totalitarismo anudó en una forma para ambas destructiva, todavía está frente a nosotros. Más aún, se puede decir que se ha convertido en el epicentro de toda dinámica políticamente significativa. Desde la importancia cada vez mayor del elemento étnico en las relaciones internacionales hasta el impacto de las biotecnologías sobre el cuerpo

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Biopolítica y filosofía

El filósofo italiano Roberto Esposito, que en la próxima semana visitará la Argentina parabrindar una serie de conferencias, explica en este texto exclusivo cuáles son las líneasdirectrices de Bíos , su último libro, que, junto a Categorías de lo impolítico , se dará a conocerprontamente en castellano

Domingo 17 de septiembre de 2006

Como he tratado de demostrar en mi libro Bíos (Einaudi 2004), el nazismo constituye el puntoculminante de una política de la vida que se invierte en práctica de muerte. Su caída, sinembargo, no ha puesto un punto final a la biopolítica. Lo comprueba el hecho de que, en susdiferentes configuraciones, ésta tiene una historia mucho más amplia y larga que la del régimenque parece haberla llevado a su resultado extremo. La biopolítica no es un producto delnazismo, sino que el nazismo es el producto paroxístico y degenerado de una determinadaforma de biopolítica. Se trata de un punto sobre el que conviene insistir con fuerza, porquepuede conducir y ya ha conducido a numerosas equivocaciones.

Contrariamente a las ilusiones de los que imaginaron que se podía saltar hacia atrás elparéntesis nazi para reconstruir las mediaciones, los diafragmas institucionales de la faseanterior, vida y política están tan entrelazadas que desatar el nudo que las une es imposible. Almenos en el mundo occidental, esta ilusión ha sido alimentada por el período de paz que seabrió al final de la Segunda Guerra Mundial. Pero, prescindiendo de la circunstancia de quedicha paz (o "no guerra", como ha sido la guerra fría) también se basó en el equilibrio del terrordeterminado por la amenaza atómica y que, por ello, se encuentra completamente inscritadentro de una lógica inmunitaria, esa paz no ha hecho más que posponer algunas décadas lo quede todos modos habría sucedido luego. El derrumbe del sistema soviético, interpretado comouna victoria definitiva de la democracia contra sus potenciales enemigos e incluso como el finde la historia, señala, en efecto, el fin de esta ilusión.

El vínculo entre política y vida, que el totalitarismo anudó en una forma para ambas destructiva,todavía está frente a nosotros. Más aún, se puede decir que se ha convertido en el epicentro detoda dinámica políticamente significativa. Desde la importancia cada vez mayor del elementoétnico en las relaciones internacionales hasta el impacto de las biotecnologías sobre el cuerpo

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humano, desde la centralidad de la cuestión sanitaria como índice privilegiado delfuncionamiento del sistema económico­productivo hasta la prioridad de la exigencia deseguridad en todos los programas de gobierno, la política aparece cada vez más acorraladacontra la desnuda muralla biológica (si es que no lo está sobre el cuerpo mismo de losciudadanos de todo el mundo). La progresiva indistinción entre norma y excepción,determinada por la extensión indiscriminada de las legislaciones de emergencia, junto con elflujo creciente de inmigrantes privados de toda identidad jurídica y sometidos al control directode la policía, señala un deslizamiento ulterior de la política mundial en dirección de labiopolítica.

Foto:Stefan Zaklin / EFE

Más notas para entender este tema

Un pensador ineludible

Es necesario reflexionar también sobre esta situación mundial más allá de las actuales teorías dela globalización. Se puede decir que, contrariamente a cuanto de manera muy diferentesostuvieron Heidegger y Hannah Arendt, la cuestión de la vida forma hoy un todo con la delmundo. La idea filosófica, de derivación fenomenológica, de "mundo de la vida", finalmente, seinvierte en aquella simétrica de "vida del mundo". En tanto, el mundo entero aparece cada vezmás como un cuerpo unificado por una única amenaza global que, al mismo tiempo, lomantiene unido y amenaza con hacerlo pedazos. A diferencia de lo que sucedía en otro tiempo,ya no es posible que una parte del mundo (América, Europa) se salve, mientras otra se destruye.El mundo, el mundo entero, su vida, comparte un mismo destino: o todo junto encontrará elmodo de sobrevivir o perecerá todo junto.

Los hechos desencadenados por el ataque terrorista del 11 septiembre del 2001 no constituyen,como se dice comúnmente, el principio. Son sólo el detonador de un proceso que se puso enmarcha con el final del sistema soviético, el último katéchon (freno) que detuvo los impulsosautodestructivos del mundo sirviéndose de la mordaza del miedo recíproco. Desaparecido este

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último freno que otorgó al mundo una forma dual, ya no parece que se puedan detener lasdinámicas biopolíticas, que se las pueda contener dentro de los viejos muros.

La guerra en Irak señala, quizá, la cima de esta deriva, tanto por el modo en que ha sidopresentada como por la forma en que ha sido conducida. La idea de guerra preventiva desplazaradicalmente los términos de la cuestión respecto de las guerras efectivamente combatidas ytambién respecto de la llamada Guerra Fría. Comparándola con esta última, es como si lonegativo del procedimiento inmunitario se duplicara hasta ocupar todo el escenario. La guerraya no es más la excepción, el último recurso, el reverso siempre posible, sino la única forma decoexistencia global, la categoría constitutiva de la existencia contemporánea. De allí,consecuencia de la que no hay que sorprenderse, la multiplicación sin límites de los mismosriesgos que se quisieron evitar. El resultado más evidente es la absoluta superposición de losopuestos: paz y guerra, ataque y defensa, vida y muerte están cada vez más aplastados el unocontra el otro.

Si nos detenemos a examinar más en detalle la lógica homicida ­ y suicida­ de las actualesprácticas terroristas, no es difícil reconocer un paso ulterior respecto de la tanatopolítica nazi.No es sólo que la muerte ingrese masivamente en la vida, sino que la vida se constituye eninstrumento de muerte. ¿Qué es, específicamente, un kamikaze , sino un fragmento de vida quese arroja sobre otras vidas para producir muerte? ¿Y no se desplaza el objetivo de los atentadosterroristas cada vez más hacia las mujeres y los niños, es decir, hacia las fuentes mismas de lavida? La barbarie de la decapitación de los rehenes parece hacernos regresar a la etapapremoderna de los suplicios en las plazas, con un toque hipermoderno constituido por la plateaplanetaria de Internet, desde la que se puede asistir al espectáculo. Más que oponerse a lo real,lo virtual constituye, en este caso, su más concreta manifestación, en el mismo cuerpo de lasvíctimas y en la sangre que parece salpicar la pantalla. Nunca como en estos días, la política sepracticó sobre los cuerpos y en los cuerpos de víctimas inermes e inocentes. Pero lo mássignificativo de la actual deriva biopolítica es que la misma prevención respecto del terror demasas tiende a hacer lo mismo que el terror y reproducir sus modalidades. ¿Cómo leer de otromodo los episodios trágicos, como la matanza en el teatro Dubrovska de Moscú, cuando lapolicía empleó gases letales tanto para los terroristas como para los rehenes? Y, en otro plano,¿no es también la tortura, practicada abundantemente en las cárceles iraquíes, una muestraejemplar de política sobre la vida, a mitad de camino entre la incisión sobre el cuerpo de loscondenados de "En la colonia penitenciaria"de Kafka y la bestialización del enemigo de matriznazi? La señal más tangible de la superposición completa entre defensa de la vida y producciónde muerte es, quizás, el hecho de que, en la reciente guerra de Afganistán, los mismos avioneshayan lanzado bombas y víveres sobre las mismas poblaciones.

Con todo esto, ¿el discurso puede considerarse cerrado? ¿Es éste el único resultado posible oexiste otro modo de practicar o, al menos, de pensar la biopolítica? ¿Es posible una biopolíticaafirmativa, productiva, que evite el retorno imparable de la muerte? ¿Es imaginable, para

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decirlo con otras palabras, una política no sobre la vida, sino de la vida? ¿Y cómo debería opodría configurarse?

Por el momento, una primera y no inútil aclaración. Aunque acepto la legitimidad de otraspropuestas, personalmente, desconfío de todo cortocircuito inmediato entre filosofía y política.Su implicación no puede solucionarse con la absoluta superposición. No creo que la tarea de lafilosofía sea proponer modelos de instituciones políticas o hacer de la biopolítica un manifiestorevolucionario o, para respetar los gustos, reformista. Mi impresión es que se tiene que recorrerun camino mucho más largo y articulado, que pasa por un esfuerzo específicamente filosóficode nueva elaboración conceptual. Si, como Deleuze cree, la filosofía es la práctica de creaciónde conceptos adecuados al acontecimiento que nos toca y nos transforma, entonces, éste es elmomento de repensar la relación entre política y vida en una forma que en vez de someter lavida a la dirección de la política ­ lo que manifiestamente ocurrió en el curso del último siglo­,introduzca en la política la potencia de la vida. Lo que cuenta no es confrontarse con labiopolítica desde su exterior, sino afrontarla desde adentro, hasta hacer emerger aquello que,hasta ahora, ha sido aplastado por la figura de su opuesto.

Por supuesto, la referencia a este opuesto es necesaria, al menos para fijar un punto de partida yde contraste. En Bíos elegí el camino más difícil: partir de la derivación más mortífera de labiopolítica ­es decir, del nazismo, de sus dispositivos tanatopolíticos­ para buscar precisamenteen ellos los paradigmas, las claves, los signos invertidos, de una política de la vida diferente.Me doy cuenta de que esto puede parecer chocante, que colisiona con un sentido común quetrató durante mucho tiempo, consciente o inconscientemente, de remover la cuestión delnazismo, de lo que el nazismo entendió y, desafortunadamente, practicó como política del bíos(o, para utilizar más correctamente el léxico aristotélico, de la zoé ) . Los tres dispositivosmortíferos del nazismo (naturalmente no sólo de él, como hoy resulta cada vez más evidente) enlos que he trabajado se refieren a la normalización absoluta de la vida, es decir, a la clausura delbíos dentro de la ley de su destrucción; a la doble clausura del cuerpo, es decir, a lainmunización homicida y suicida del pueblo alemán dentro de la figura de un único cuerporacialmente purificado; y, finalmente, a la supresión anticipada del nacimiento como una formade cancelación de la vida desde el momento de su surgimiento. A estos dispositivos no lescontrapuse algo extraño sino, precisamente, su exacto contrario: una vitalización de la normamás allá de todas las actuales filosofías del derecho; el tema (que ya se encontraba en lafenomenología) de la carne , como lo que resiste a toda incorporación presupuesta; y, porúltimo, una política del nacimiento, entendida como producción continua de la diferencia,contra toda práctica identitaria. Sin poder retomar aquí en detalle los argumentos propuestos,todos ellos plantean una conjugación inédita, mediante la reflexión filosófica, entre lenguaje dela vida y forma política. Cuánto de todo esto pueda ir en el sentido constitutivo de unabiopolítica afirmativa todavía no lo podemos saber. Lo que puede hacerse por ahora es señalarlas huellas, devanar los hilos capaces de adelantar algo que todavía no emerge en el horizonte.

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Por Roberto Esposito Para LA NACION ­ ROMA, 2006

Traducción: Edgardo Castro

Obras

Publicadas

El origen de la política. ¿Hannah Arendt o Simone Weil? , 1999.

Confines de lo político. Nueve pensamientos sobre la política , 1996.

Communitas. Origen y destino de la comunidad , 2003.

Immunitas. Protección y negación de la vida , 2005.

Por publicarse

Bíos. Biopolítica y filosofía (Amorrortu).

Categorías de lo impolítico (Katz).Obras