b Web viewLas experiencias subjetivas más profundas son así mismo las más...
Click here to load reader
Transcript of b Web viewLas experiencias subjetivas más profundas son así mismo las más...
Lo singular y lo común: Una mirada desde Imperio
Por: Lina Marcela Gil C.
[…] Nos volvemos líricos cuando la vida en nuestro interior palpita con un
ritmo esencial. Lo que de único y específico poseemos se realiza de una
manera tan expresiva que lo individual se eleva a nivel de lo universal. Las
experiencias subjetivas más profundas son así mismo las más universales, por
la simple razón de que alcanzan el fondo original de la vida. 1
Resumen
Imperio brinda un contexto propicio para pensar una posible articulación entre lo
singular y lo común. Para ello, se abordan diferentes niveles que conforman una singularidad,
mediante un proceso de individuación que no termina como tal, sino que se expande a niveles
superiores: preindividual, individual y transindividual. En este último nivel se ve claramente la
relación con el concepto de multitud, pues en lo colectivo se realizan fuerzas y potencialidades
(biológicas, discursivas e históricas) que permiten generar un contrapoder al Imperio, siempre
que se reconozca lo común dentro de cada uno de nosotros y se articulen en la acción colectiva,
las diferentes tendencias que hacen parte de la realidad humana en su continuo devenir.
Palabras clave: Imperio, multitud, singularidad, individuación, transindividual.
Introducción
Imperio es un texto cumbre en la comprensión del paso de la modernidad a la
posmodernidad, desde el análisis del capitalismo y sus desarrollos, condiciones
necesarias para una filosofía política (Deleuze, 1995). La diferencia entre
imperialismo e imperio, el primero dependiente de un Estado–nación con límites
claros entre interior y exterior; el segundo sin fronteras, descentralizado y
desterritorializado, nos conduce a las implicaciones de un nuevo orden que
“sobredetermina la relación entre lo individual y lo universal”: el capitalismo. Mientras
en el imperialismo se separan los poderes, en el imperio lo social, económico, político
y cultural están superpuestos, ya que el mundo entero aparece como dominio; idea
1 Cioran, E. M. (1996). En las cimas de la desesperación . Barcelona: Tusquets, pp.5-6.
correspondiente con el panóptico de Foucault.
Este cambio se puede ver claramente con Deleuze (1995) en lo que él llamó –
siguiendo a Foucault–, el paso de las sociedades disciplinarias a las sociedades de
control. En las primeras, típicas del siglo XVIII hasta comienzos del XX, las
instituciones como sistemas de encierro marcaban la vida sucesiva del individuo,
desde la escuela, el cuartel, la fábrica, el hospital y la cárcel. Estas instituciones
sucesoras de las “sociedades de soberanía” marcan límites precisos, a veces
transitorios, y el individuo al saber cuáles son sus fronteras encuentra posibilidades
de resistencia, incluso en otras instituciones que operan desde su poder y su fuerza
(como el sindicato para el caso del mundo laboral).
A medida que se extiende el siglo XX, la economía no se concentra en la
acumulación de capital y se pasa al “comando imperial” mediante modalidades de
control biopolítico; del molde (que remite a encierro) se pasa a la modulación (más
móvil, figura de malla que cambia de manera constante); del número se pasa a la cifra
o contraseña; del topo a la serpiente; de las máquinas que se exponen al sabotaje, a las
computadores y la informática siempre conectadas. Hardt y Negri (2000, p. 253) lo
describen como “nuevas prótesis integradas a nuestros cuerpos y mentes […] La
antropología del ciberespacio es en verdad un reconocimiento de la nueva condición
humana”.
Ahora bien, ¿de qué manera esa nueva condición humana se expresa en
términos de identidad? El Imperio se opone a divisiones binarias y surge una
identidad amplia, híbrida, modulante, polisémica, que no está dada de antemano ni es
“original”; es un proceso de generación constante en el campo de fuerzas sociales y,
como tal, permite conformar un “cuerpo biopolítico colectivo” (Hardt y Negri, 2000, p.
30). Se pasa del encierro a una transversalidad, que impide saber claramente dónde
está el adentro y dónde está el afuera. Pero, si como dice Negri (en conversación con
Deleuze, 1995, p.148): “El sujeto es el límite de un movimiento continuo entre un
afuera y un adentro”, ¿qué implica para este sujeto estar en la lógica del Imperio y
cuáles son sus posibilidades de crear un contrapoder?
1. La singularidad
Empecemos por preguntarnos los diferentes niveles que presenta una
singularidad,2 y en particular un sujeto, en el entramado constante entre lo biológico,
lo discursivo y lo ocasional (Ramírez, 2012, ens. 10 y 11). Una singularidad puede
abordarse de lo más general a lo específico, en cuatro niveles: el universal (comparte
las leyes con su entorno o universo de referencia, por ejemplo: género humano), el
particular (leyes que tiene en común con una parte de ese universo, por ejemplo: ser
varón o mujer), el singular (leyes o regularidades propias, por ejemplo: María o Pedro,
con sus respectivas características de personalidad, gustos, modos de ser…), el
peculiar (lo aleatorio, se desconocen sus leyes o incluso puede no tenerlas, por
ejemplo: aspectos relacionados con el núcleo del ser de cada sujeto que emerge en un
momento dado). Todos estos niveles son producto de la interacción de las leyes
propias (biológicas y discursivas, por ejemplo), las leyes del entorno (socio-culturales)
y de puntos caóticos, aleatorios, que conoceríamos por sus efectos, como es más
palpable en el caso de lo peculiar.
Lo peculiar, en tanto no puede atraparse, podría pensarse del orden de lo no
instituido, y como tal se corresponde con el núcleo del ser que Lacan denomina objeto
a (1995), Rorty marca ciega (1991), Bleger lo sincrético o núcleo psicótico (1993),
Derrida la restancia (1975), Ramírez lo mistérico o núcleo inarticulado de lo singular
(2011, ens. 361). Así lo plantea Rorty retomando a Freud:
La psicología moral freudiana no puede ser utilizada para definir metas sociales, metas
de la humanidad opuestas a las metas de los individuos. […] Su única utilidad radica
en su capacidad de apartarnos de lo universal y hacer que nos dirijamos hacia lo
concreto, disuadirnos del empeño de hallar verdades universales, creencias
imprescindibles, y orientarnos a las contingencias personales de nuestro pasado
individual, a las ciegas marcas que nuestras acciones llevan (1991, p. 54).
Desde esta perspectiva vemos que una singularidad está conformada
por leyes de su entorno y leyes propias; ambas actúan como determinaciones,
2Entendemos una singularidad, ya sea una partícula elemental, un mineral, un vegetal, un animal, un ser humano, como “una confluencia singular de fuerzas que se articula de tal forma que se constituye en un ente, que entra a actuar en el universo y a producir una reacción por parte del entorno” (Ramírez, 2012, ens. 22, pp. 56-57; Lopera y otros, 2010, pp. 234-239).
pero siempre quedarían puntos caóticos, no sujetos a leyes sino a lo aleatorio,
lo cual haría posible un cambio, ya sea del propio ser o del entorno del cual se
es parte. Esta dialéctica, esta conjunción de sujeto y entorno, significa que se
afectan mutuamente y que los cuatro niveles mencionados siempre están
presentes y que, además, es posible saber qué tienen en común, al menos lo
universal, lo particular y lo singular, pues de lo peculiar solo podemos saber
por sus efectos.3
La identidad tomada como una estructura que se construye en el devenir del
sujeto con el entramado de las instituciones y el lenguaje, con su herencia biológica y
la cuota de azar que siempre está presente, puede tomarse como lo instituido, aquello
que brinda estabilidad, que tiende a fijarse, a repetirse, pero tiene grados de
movilidad y variación porque no todos los efectos que produce están determinados de
antemano; muchos de ellos pueden ser creativos, pese a que no es fácil hacer
contrapeso a la repetición. Así como un “grupo es siempre una institución muy
compleja, mejor dicho, es siempre un conjunto de instituciones, pero al mismo tiempo
tiende a estabilizarse como una organización, con pautas fijas y propias” (Bleger,
1993, p. 78), el sujeto puede pensarse como una institución que es, a su vez, un conjunto
de instituciones incorporadas en una organización que sería el alma, entendida como
cultura encarnada.4 El espíritu por su parte sería simbólico y puede existir incluso sin
la carne. Es el caso de una obra (simbólica o material) de un sujeto que aún al morir
permanece como legado para la humanidad. El alma (o el cuerpo según la perspectiva
que se tome) sería, entonces, el organismo más la institución subjetiva, y ésta última
sería el espíritu.
¿Es equiparable el concepto de sujeto al de espíritu (Verbo) que al encarnarse produce
esa conjunción del discurso (cultura) y organismo biológico que llamamos cuerpo
(desde la fisiología) o alma (desde la psicología)? Como la relación entre la carne y el
espíritu es dialéctica, y forma una unidad indisoluble, debemos estudiarla como un
todo. Sin embargo, podemos privilegiar una perspectiva: partir de uno de los
componentes para llegar a comprender el otro. Si la perspectiva es biológica
3El psicoanálisis y en general las intervenciones psicoterapéuticas analíticas, se ocupan principalmente de la verdad subjetiva y de lo peculiar. Podría decirse que lo peculiar empieza a ser parte del ser y logra articularse de alguna manera, aunque sea parcialmente, en un intento de integración: la peculiaridad. 4 Véase: Lopera y otros (2010). El objeto de la psicología. El alma como cultura encarnada.
(fisiológica) tendremos la biopsicología fisiológica o la neuropsicología, que partiría
del estudio del cuerpo (relievando, de esta manera, el aspecto biológico o carnal). Si
partimos del análisis del discurso del sujeto, el objeto de la psicología es el alma;
enfatizando con ello que se pretende empezar desde lo cultural (espiritual, discursivo,
simbólico) para llegar finalmente a lo biológico u orgánico (Ramírez, 2012, ens. 87, pp.
178-179).
Proponemos esta mirada para señalar, primero, que el sujeto es policausado y
que dentro de estas determinaciones siempre existe la opción de elegir; es lo que
Ramírez (2011, ens. 380) denomina un eje transversal. Ahora bien, si tomamos como
punto de partida el tránsito a otro tipo identidades que convergen en el concepto de
multitud, es importante empezar por un sujeto individual y desde allí ampliar la
mirada a la construcción, si se puede llamar así, de un sujeto colectivo, o en palabras
de Simondon (2009), pasar de lo individual a lo transindividual.
Hemos visto que en este proceso de construcción de identidad convergen lo
universal, particular, singular y peculiar, sin considerar que un momento niegue al
otro; se trata más bien de niveles, de fases –diría Simondon– que pueden ser
complementarias, e incluso expresarse simultáneamente. Una singularidad porta a la
vez la universalidad, es decir, que sin perder sus límites, sus contornos (más palpables
en la carne), es también parte de su entorno y expresión de éste; en la búsqueda de lo
común entre ellos, surge justamente el camino que conduce de lo singular a lo
colectivo.
En un sentido similar, Hardt y Negri no acuerdan con la dialéctica hegeliana
como sistema de interpretación de la lógica imperial, ya que ésta supera lo binario, las
contradicciones y negaciones absolutas (pp. 158-159), y se accede a una lógica que
contempla diversas posibilidades, como un rizoma –en palabras de Deleuzey
Guattari–, una red no jerárquica ni centrada, en la que las ramas no quedan
subordinadas a la raíz (p. 259).
2. De lo individual a lo transindividual
Desde Simondon, la individuación se toma como un proceso de mediación, ya
que podría decirse que algo que está en el medio como potencialidad logra “cuajar”,
“consolidarse”, ya sea una roca, un cristal, un ser vivo, entendiendo por medio toda la
realidad, tanto lo caótico como lo organizado. Lo pre-individual puede entenderse
como la potencia, lo original, donde se encuentran todas las potencialidades. Virno
(2003) describe lo pre-individual en tres sentidos: como “el fondo biológico de la
especie, es decir, los órganos sensoriales, el aparato motriz, las capacidades
perceptivas”; como “la lengua histórico-natural compartida por todos los locutores de
una cierta comunidad. La lengua es todos y es de nadie” (p. 77), y como “relación de
producción dominante.[…]realidad preindividual estrictamente histórica” (p. 78).
Esta realidad preindividual no desaparece ni llega a ser plenamente singularidad,
porque siempre queda algo no articulado; de ahí que se refiera a un “sujeto anfibio” en
un “campo de batalla” compuesto de lo singular (“unicidad irrepetible”) y de
“universalidad anónima” (p. 79).
Para que sea posible la individuación, que es a la vez proceso y resultado (como
lo es el concepto de institución), es necesario pasar a otra fase, de vibración armónica,
periódica, que conforma y organiza. Este proceso lo denomina resonancia interna,
gracias al cual el individuo “amplifica la singularidad que porta”, esto es, está en
devenir mediante un equilibrio metaestable, en el cual las transformaciones son
posibles, se prolongan, se sostienen. Un sistema con equilibrio estable estaría muerto,
ya que todas sus potencialidades han sido agotadas, mientras que la metaestabilidad
deja siempre la posibilidad de acción, de cambio.
Desde una posición dialéctica, Simondon no comparte la idea de entidades fijas
o la doctrina del ser como sustancia en oposición al devenir: “La verdadera identidad
no es la identidad del individuo en relación consigo mismo, sino la identidad de la
permanencia concreta del sistema a través de sus fases” (p. 89). “El individuo no es un
ser sino un acto […] es a la vez resultado y agente” (p. 281), “vivir consiste en ser
agente, medio y elemento de individuación (p. 318). Para Deleuze (2002) lo pre-
individual se entendería como un “ser sin fases” y la individuación como el
“advenimiento de un nuevo momento del Ser”, “ser fásico, acoplado a sí mismo”. En
tanto este acople no está dado de antemano, Simondon plantea que el devenir es una
dimensión del ser que le permite “desfasarse respecto de sí mismo”.
Ese desfase puede leerse como la posibilidad que tiene el sujeto de ir más allá
de las determinaciones, gracias a la capacidad de elegir, a la acción de la libertad que
aunque en algunas ocasiones sea mínima, permite trascender cualquier posición
fatalista: “[…]lo viviente resuelve problemas, no solamente adaptándose, es decir
modificando su relación con el medio (como puede hacer una máquina), sino también
modificándose él mismo, inventando nuevas estructuras internas, introduciéndose él
mismo completamente en la axiomática de los problemas vitales” (Simondon, 2009, p.
31).
En esta lógica, la individuación psíquica es la complejización de la
individuación física y biológica (que no entraremos a detallar acá); es una nueva
individuación que “franquea un umbral” gracias al “simbolismo”; “lo viviente se
problematiza” y no basta la afectividad como reguladora de lo vivo, ni las funciones
vitales para resolver los problemas que plantea el entorno, por lo cual lo individuado
“se organiza junto a funciones perceptivo-activas” en una operación amplificante
(Simondon, 2009, p. 242).
El psiquismo es persecución de la individuación vital en un ser que, para resolver su
propia problemática, está obligado a intervenir él mismo como elemento del problema
a través de su acción, como sujeto; el sujeto puede ser concebido como la unidad del
ser en tanto viviente individuado y en tanto ser que se representa su acción a través
del mundo como elemento y dimensión del mundo (pp. 32-33).
La percepción (que es interpretación del mundo) y la acción, son las
características vitales de lo psíquico. A su vez, lo psíquico es expansión de lo viviente y
“lo transindividual naciente” (p. 244). Lo transindividual no se resuelve en lo
intraindividual, tampoco en “lo interindividual puro” ni en “lo social puro” (solo
existente en las sociedades animales que, sin lo psíquico, no requiere una nueva
individuación). Es por eso que lo simbólico será el puente para este nuevo nivel.
3. La multitud y lo transindividual
¿Se admitiría entonces que la multitud es un conjunto de singularidades que
unen su fuerza y su poder para generar resistencia y oponerse a la hegemonía del
capital? Para Virno (2003, p. 76) “[…] multitud significa la pluralidad —literalmente,
el ser-muchos— como forma durable de existencia social y política, contrapuesta a la
unidad cohesionada del pueblo. Es decir, la multitud consiste en una red de individuos;
los muchos son singularidades”.
Si lo miramos desde Simondon, lo transindividual está conformado de
individuos homogéneos, pero que conservan a su vez heterogeneidad, y esta es
justamente la nueva problemática que debe resolver este nivel de individuación:
lograr articularla singularidad, incluso añadiríamos, la peculiaridad, y a la vez
orientarse hacia lo colectivo. Lo interindividual es reciprocidad e intercambio, pero en
un mismo nivel de individuación porque no resuelve nuevos problemas, como lo sí lo
hace lo transindividual. Para Virno (2005), en esta nueva fase, la cuota pre-individual
de lo psíquico requiere de la relación con otros, de la “praxis colectiva” para refinar y
potenciar la individuación, por lo cual lo colectivo no es solo lo que “comprime” o
“mortifica” al sujeto, sino también lo que le da su posibilidad de expresión y
despliegue, teniendo presente que muchas veces es necesario “des-individualizarse”
para encontrar lo común con otros. Se entiende aquí des-individualizarse como
desestructurarse un poco para explorar puntos de ajuste, de resonancia con otros, sin
quedarse fijado a la propia identidad, siendo presa de la rutina y el estereotipo. Sin
esta “movilidad transversal” o estos “deseos nomádicos”, como lo llaman Hardt y
Negri, difícilmente se conseguirá lo colectivo.
Es por eso que la multitud surge como alternativa para de construir y construir
un sujeto político, desde el imperio y a la vez contra él, mediante una fuerza propia
para liberarse (éxodo, deserción o nomadismo). Esta “singularidad individualizada”
que porta su cuota de universalidad preindividual (Virno, 2003), resuena con una
identidad en devenir que opta por desplegar lo propio y a la vez articularse a lo común,
sin aceptar la dominación que niegue el propio ser; o en palabras de los autores de
Imperio desde la cooperación y el amor como posibilidades de resistencia, movidas
por el deseo.
Lo biopolítico, visto desde el punto de vista del deseo, no es otra cosa más que
producción concreta, colectividad humana en acción. El deseo aparece aquí como
espacio productivo, como la actualidad de la cooperación humana en la construcción
de la historia.
(…)El mundo biopolítico es un incansable entretejido de acciones generativas, de las
cuales el colectivo (como punto de encuentro de las singularidades) es el motor (Hardt
y Negri, 2000, pp. 337-338).
En conversación con Negri, Deleuze (1995, p. 146) aborda la diferencia entre
minoría y mayoría, diferencia que no es numérica. “Lo que define a la mayoría es un
modelo al que hay que conformarse: por ejemplo, el Europeo medio, adulto,
masculino, urbano… En cambio, las minorías carecen de modelo, son un devenir, un
proceso. Podría decirse que nadie es mayoría. Todos, de un modo u otro, estamos
atrapados en algún devenir minoritario que nos arrastraría hacía vías desconocidas si
nos decidiéramos a seguirlo”. Por eso multitud no es mayoría, sino colectivo articulado,
“generación” que se espera en el Imperio para devenir en la búsqueda de un nosotros;
teniendo en cuenta, como lo afirma Deleuze, que “el devenir no es la historia, la
historia designa únicamente el conjunto de condiciones (por muy recientes que sean)
de las que hay que desprenderse para «devenir», es decir, para crear algo nuevo.
Exactamente lo que Nietzche llamaba lo Intempestivo” (1995, p. 144).
¿No es lo intempestivo la posibilidad de aprovechar lo contingente, lo aleatorio
y ponerlo a favor para que las determinaciones no se conviertan en imposiciones, en
mecanismo de dominación? Pero para lograrlo es necesario no desarticular lo singular
delo común, y en esa conjunción de lo dado con lo aleatorio, crear nuevas condiciones
de posibilidad, decidirnos a desplegar el ser, en el que se encuentra también lo
universal, pero en su forma propia, a veces desarmónica, a veces creativa(Ramírez,
2012, ens. 176 y 177).
En este sentido, Virno insiste en que lo más novedoso de Simondon es que “el
principio de individuación permite pensar eso que es único e irrepetible (la
singularidad) en relación estrecha con aquello que es común a (compartido por) todos
[…] La idea misma de «sujeto» tiene que entenderse bajo la forma de una
combinación permanente de Común y Singular”. “Elabora toda una ontología en la que
el Ser no es nunca Uno”, sino “múltiples”, “polifásico” (Virno, 2005, p. 20).
¿No empieza el nomadismo por la propia identidad asumida en su
multiplicidad, en su continuo devenir? ¿De qué manera se da dicha movilidad dentro
de cada uno? Imperio se refiere, entre otras perspectivas, a la mutación y resistencia
expresada en la corporalidad, pero para generar lo colectivo, es necesaria la
transformación en la otra dimensión del sujeto: la espiritual, para considerar el
nosotros como una vía que vale la pena construir, y por la cual es preferible apostar. La
alusión a Francisco de Asís al final del texto, parece mostrar el camino, que desde el
comienzo se enuncia en la comunicación, la cooperación y el amor como alternativa
ante el Imperio.
Pero lo colectivo no se realiza espontáneamente, hay que dialectizar, articular,
en principio, la propia tendencia destructiva, negativa, y así encontrar lo común, para
que sea posible “Suscitar acontecimientos aunque sean mínimos, que escapen al
control, hacer nacer nuevos espaciotiempos, aunque su superficie o su volumen sean
reducidos” (Deleuze, 1995, p. 149). Empecemos por lo pequeño para anhelar lo
grande.
Cuando Simondon habla de lo transindividual se refiere a lo individual en su
despliegue, a la expansión de sus posibilidades. El individualismo (propio de la era
posmoderna), llevado al extremo niega lo común con otros; quizás por temor al
totalitalismo se cae en el aislamiento, o en la indiferencia hacia los demás; el
cientifismo estandarizador (propio de la tendencia universalizadora de la ciencia)
busca lo común para opacar lo singular, reducirlo a un patrón y manejarlo como un
dato, una cifra (Ramírez, 2012, ens. 23) ¿No es acaso un riesgo del comunismo
homogenizar en detrimento de la propia singularidad?; y del capitalismo –esa
“terrible fábrica de riqueza y de miseria”, como lo llama Deleuze (1995, p. 146)–,
¿llevar lo individual al extremo en la libre competencia? Individuación no es
individualismo sino singularización, en la que se da una continúa dialéctica entre lo
específico y lo general, lo singular y lo universal.
Así como hay límites difusos entre adentro y afuera, a veces lo hay entre lo
claro y lo oscuro, entre la fuerza que reúne y la que separa, entre eros y thanatos que
convergen en toda realidad humana (en parte articulada, en parte preindividual, bien
por imposibilidad: lo peculiar, o por defensa: lo reprimido).El egoísmo es fundante en
la construcción de identidad y no es sólo atribuible al imperio como fuerza exterior
que coarta y manipula. No deja de ser interesante la referencia en Imperio a Rousseau,
para quien lo privado remite al demonio, mientras que lo común, a lo contrario (p.
262). Sin ampliar esta discusión, diremos que la acción colectiva sí se funda, por
naturaleza, en la tendencia a lo común y en el reconocimiento del otro, que en su
diferencia, de una u otra manera, también hace parte de mí.
La infelicidad y la inseguridad no derivan de la separación entre la existencia
individual y las potencialidades preindividuales, sino más bien de su férreo
entrelazamiento, en particular cuando este último se manifiesta como desarmonía,
oscilación patológica, crisis.
(…) Según Simondon, en la vida colectiva se busca afinar, armonizar la propia
singularidad. Sólo en medio de la colectividad –y no ciertamente en el asilamiento–, la
percepción, la lengua, las fuerzas productivas tienen la posibilidad de configurarse
como aspectos de una experiencia individual (Virno, 2003, p. 80).
El nomadismo como actitud, el espíritu viajero (también in situ), de quien se
aventura a creer en la vida como apuesta, como un juego de creación y elección,
disponen esta experiencia que se resiste a la homogenización. Dicen Hardt y Negri que
no basta el rechazo, se necesita crear otro cuerpo social, “construir un nuevo modo de
vida y, por sobre todo, una nueva comunidad… el homohomo, la humanidad al
cuadrado, enriquecida por la inteligencia colectiva y el amor de la comunidad” (p.
170). Y aunque “la nueva creatividad cooperativa e inmaterial de la multitud se
mueven en las sombras, y nada intenta iluminar el destino que nos aguarda adelante”
(p. 336), no hay que olvidar que “el ser es el presente del devenir. El punto de
articulación es el presente, entendido como el pretérito que continúa y el futuro que
comienza” (Zuluaga, 2006, p. 16; Ramírez, 2012, ens. 51). Ya estamos en el camino, ya
somos camino.
Bibliografía
Bleger, José (1993). El grupo como institución y el grupo en las instituciones. En: Kaes,
René y otros. La institución y las instituciones. Estudios psicoanalíticos. Buenos Aires:
Paidós.
Deleuze, Gilles (1995). Conversaciones. 1972-1990. Traducción de José Luis Pardo.
Valencia: Pre-textos. Edición electrónica de www.philosophia.cl/Escuela de Filosofía
Universidad de ARCIS.
____________ (2002). Gilbert Simondon: El individuo y su génesis físico-biológica. En: La
isla desierta y otros textos; textos y entrevistas (1953-1974); édition préparée par
David Lapoujade; les editions de Minuit. Traducción de José Luis Pardo. Pre-Textos,
pp. 115-119.
Derrida, Jacques (1975). La diseminación. Madrid: Fundamentos.
Freud, Sigmund (1976). Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis. Obras
completas, Tomo XIV. Buenos Aires: Amorrortu.
Hardt, Michael y Negri, Antonio (2000).Imperio. Cambridge, Massachussets: Harvard
University Press. Traducción de Eduardo Sadier.
Lacan, Jacques (1995). Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis.
Seminario 11, Buenos Aires: Paidós.
Lopera, Juan Diego; Manrique, Horacio; Zuluaga, Marda y Ortiz, Jennifer. El objeto de
la psicología: el alma como cultura encarnada. Medellín, Editorial Universidad de
Antioquia, 2010.
Lopera, Juan Diego; Ramírez, Carlos Arturo; Zuluaga, Marda y Ortiz, Jennifer. El
método analítico. Universidad de Antioquia, Medellín, 2010.
Ramírez, Carlos Arturo (2012). La vida como juego existencial. Ensayitos. Medellín:
Fondo Editorial Universidad EAFIT.
Ens. 10. Etiología psíquica.
Ens. 11. Los ejes causales de lo psíquico.
Ens. 22. Las singularidades.
Ens. 23. Estandarización.
Ens. 51. Cronos.
Ens. 87. Ciencia del sujeto.
Ens. 176. Peculiar versus común.
Ens. 177. Dialéctica de lo universal y lo singular.
___________. (2011) Apuntes. Texto policopiado por el grupo de investigación El método
analítico. Universidad de Antioquia, Medellín.
Ens. 337. Peculiaridad.
Ens. 361. Mistérico.
Ens. 380. Eje transversal.
Transf. 30. Pluridentidad.
Rorty, Richard (1991). Contingencia, ironía y solidaridad. Buenos Aires: Paidós.
Simondon, Gilbert (2009). La Individuación. A la luz de las nociones de forma y de
información. Buenos Aires: La Cebra Ediciones y Editorial Cactus.
Virno, Paolo (2005). Cuando el verbo se hace carne. Lenguaje y naturaleza humana.
Traducción Eduado Sadier. España: Editorial Traficantes de Sueños.
___________ (2003). Gramática de la multitud. Para un análisis de las formas de vida
contemporáneas. Traducción de Adriana Gómez, Juan Domingo Estop y Miguel
Santucho. España: Editorial Traficantes de Sueños.
Zuluaga, Marda (2006). Identidad y devenir. Monografía Psicología, Universidad de
Antioquia, Medellín.