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228 SEMANARIO PINTORESCO KSPÁNOL So Je la Vega en los confines de Asturias, con inten- ción de trasladarse después i una fragata inglesa , pe- ro los elementos parecían haberse conjurado también en SU contra; pues no permiiiendo salir al mar le detuvo «a aquel miserable rincón de la Vega hasta que fue aco- aetido de una ejecutiva pulmonía que en dos dias termi- sl sn existencia en 27 de noviembre de 1811 á los 66 años de su edad. Muy pronto se divulgó por toda España la muerte dfcí Excmo. Sr. D Gaspar Melchor de Jove Llanos con general sentimiento de la nación y particular de sus Iri- bonales, sociedades y academias científicas ; y las cortes »eBerales y estraordinarias , reunidas en la isla de León, Queriendo dar un testimonio público á la grata memoria «fe este ilustre español, le declararon por un decreto es- pecial heneméritú de la patria. BL LAGO DS CARÜGEBO. TRABICIOSI POPUXAK. INTRODUCCION. ácialosconfines delfe'rlil y frondoso Vierzo, en e! antiguo reino de León , siguiendo el curso del limpio y dorado Sil, y de- ?ras de la cordillera de montafsas que su izquierda már- gea guarnecen, di'átase un valle espacioso y risueoo, en- riquecido con los dones de una naturaleza pródiga y abuu- Janíe , abrigado de los vientos y acariciado del sol. Ten- iSído y derramado por su centro, alcánzase á ver desde la ceja de los vecinos montes un lago sereno y cristalino, •anidoy terso á manera de bruñido espejo, en cuyo fondo «retratan los lugares edificados en las laderas del contorno, esmaltados y lucidos con sus tierras de labor rogizas y listadas de colores; los nabales en flor que parecen me- iroar en el espacio sus flotantes y amarillas cabelleras, mvao otras tantas nubes de gualda, y los blancos campa- aaríos de las iglesias, que la ilusión óptica producida por ía blanda oscilación de las aguas convierte á veces en síetgadas, altísimas y frágiles agujas. Tan agradable perspectiva sube de punto y embelle'- gese mas y mas según se va acercando el observador, porque los cortes y senos de las colinas que rodean el lago forman bahías y ensenadas ocultas, donde las aguas parecen aun mas adormidas y quietas, y donde se perci- ben inmóviles y como encallados barquichuelos del pais, qaono este nombre sino el de canoas merecían , pues que se redacen á dos troncos desbastados y huecos, grosera- mente labrados, unidos y sujetos por dos travesanos, sin proa, sin vela, sin quilla y hasta sin remos la mayor parte. Eníre norte y ocaso levántase la pequeña aldea de Lago sobre nn altozano de suavísima inclinación que parece ba- jarse á beber las ondas, y sus casas pequeñas y revocadas por defuera se miran como otros tantos cisnes en la rada que por allí entra en tierra un buen espacio. Crecen en sn» huertos y en los del vecino pueblo de Villarrando, «toado un poco mas arriba, frescos y hojosos árboles qpe drbujándoáe en la liquida llanura á raiz de Iss cuestas y cimas áridas y negruzcas del Monte de los Caballos «Jietoda aquella ladera domina, le dan toda la apariencia "ÍLíurlT 7 80 cuadro "corr.do en un m.rco Por el lado del Oriente eslá asentado el pueblo de Cavucedo en una fértil cuanto angosta llanura, y en misma dirección y sobre las crestas de los montes mas lejanos se distinguen las almenas y murallas del castillo deCornutel, casi colgado sobre precipicios que hielan de espanto , verdadero nido de aves de rapiña , que no man- sión de barones y caballeros antiguos. Los vioedos, sotos y sembrados del pueblolleganhastalas Médulas, famosas en tiempo de los romanos por las minas abundantísimas de oro que abrieron y explotaron en su tér- mino, y de las cuales se conservan maravillosos restos; y cerca de sus últimas casas y siguiet.do la orilla meridional del lago campean grupos de venerables, seculares y be- llísimas encinas, cu^as ramas, cual si estuvieran abruma- das de recuerdos, ba|an en festones y colgantes por de- mas vistosos, á modo de árboles de desmayo ó de guir- naldas verdes y lustrosas ; las montañas que caen hácia aquella mano están algo mas sviüdas, y á diferencia de las que enfrente se encumbran, por donde quiera y has- ta en la punta mas enriscada de los peñascos hacen alarde de gruesos alcornoques, robles corpulentos y mengua- dos madroños. Por la parte occidental sujetan las aguas unos áridos y descarnados peñascales, y un poco mas allí exticindense largas filas de castaños y nogales que rematan la orla del hgo y hacen en el eslío perpetua y deleitable sombra. Si á esto se añade que multitud de lavancos azulados, de descoloridas gallinetas y otras mil aves acuáticas na- dan en ordenados escuadrones por la sosegada y relu- ciente llanura; si se juntan y agrupan en la imaginación el humo de las caleras que de ordinario arden alrededor; el trinar y el revolar de los pájaros, los rumores de los ganados, los cantares vagos y cafi perdidos de los barque- ros y pastores, y toda la quietud de aquella vida pací- fica, concertada, activa y dichosa, fácil será de adivinar que pocos paisages alcan/an á grabar en el alma imáge* ues tan apacibles y halagüeñas como el lago de Carucedo. Era una tarde serena de las últimas de marzo, en que el sol se acercaba á mas andar al termino de su carrer») cuando un viagero jóven, que largo tiempo habia estado contemplando coa embebecimiento tan rico panoram»i entró en una barca donde armado de su largo palo W aguardaba un aldeano de las cercanías, mozo, y robusto. Difícil cosa seria deslindar ahora y señalar camino al con- fuso tropel de imaginaciones que se disputaban la aten- ción de nuestro viagero ; y en verdad que nada tenia <M extraño el ademan de distracción apasionada y roelancólici en que iba sentado á la punta de aquella pr¡mi'iva cra' barcacion. Estaba el cielo cargado de nubes de nácar q»* los encendidos postreros rayos del sol orlaban de dorada bandas con rivos remates de fuego : las cumbres peUd»'

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228 S E M A N A R I O P I N T O R E S C O K S P Á N O L

So Je la Vega en los confines de As tu r i a s , con i n t e n ­c ión de trasladarse d e s p u é s i una fragata inglesa , pe ­r o los elementos p a r e c í a n haberse conjurado t a m b i é n en SU contra; pues no pe rmi i i endo salir al mar le detuvo « a aquel miserable r i n c ó n de la Vega hasta que fue aco-a e t i d o de una ejecutiva p u l m o n í a que en dos dias t e r m i -sl<í sn existencia en 27 de nov iembre de 1811 á los 66 años de su edad.

M u y pronto se d i v u l g ó por toda E s p a ñ a la muerte dfcí E x c m o . Sr. D Gaspar M e l c h o r de Jove Llanos con general sentimiento de la n a c i ó n y pa r t i cu la r de sus I r i -bonales, sociedades y academias cient í f icas ; y las cortes »eBerales y estraordinarias , reunidas en la isla de León , Queriendo dar un testimonio p ú b l i c o á la grata memoria «fe este i lus t re e s p a ñ o l , le declararon por un decreto es­pecial h e n e m é r i t ú de la p a t r i a .

B L L A G O D S CARÜGEBO.

T R A B I C I O S I P O P U X A K .

I N T R O D U C C I O N .

á c i a l o s c o n f i n e s de l fe ' r l i l y frondoso V i e r z o , en e! antiguo reino de León , siguiendo el curso del l i m p i o y dorado S i l , y de-

?ras de la cordi l le ra de montafsas que su izquierda m á r -gea guarnecen, d i ' á t a s e un valle espacioso y risueoo, en­r iquecido con los dones de una naturaleza p r ó d i g a y abuu-J a n í e , abrigado de los vientos y acariciado del sol. T e n -iSído y derramado por su cen t ro , a l cánzase á ver desde la ceja de los vecinos montes un lago sereno y cr is ta l ino, •anidoy terso á manera de b r u ñ i d o espejo, en cuyo fondo « r e t r a t a n los lugares edificados en las laderas del contorno, esmaltados y lucidos con sus tierras de labor rogizas y listadas de co lores ; los nabales en flor que parecen me-iroar en el espacio sus flotantes y amaril las cabelleras, mvao otras tantas nubes de gualda , y los blancos campa-a a r í o s de las iglesias, que la i lus ión ó p t i c a producida por ía blanda osc i lac ión de las aguas convier te á veces en s í e t g a d a s , a l t í s imas y f rági les agujas.

T a n agradable perspectiva sube de punto y embelle'-gese mas y mas s e g ú n se va acercando el observador, porque los cortes y senos de las colinas que rodean el lago forman b a h í a s y ensenadas ocultas, donde las aguas parecen aun mas adormidas y quietas, y donde se p e r c i ­ben i n m ó v i l e s y como encallados barquichuelos del pais, q a o n o este nombre sino el de canoas m e r e c í a n , pues que se redacen á dos troncos desbastados y huecos, grosera-mente labrados , unidos y sujetos por dos travesanos, sin proa, sin vela, sin qu i l l a y hasta sin remos la mayor par te . E n í r e nor te y ocaso l e v á n t a s e la p e q u e ñ a aldea de L a g o sobre n n altozano de suav ís ima i n c l i n a c i ó n que parece ba­jarse á beber las ondas, y sus casas p e q u e ñ a s y revocadas p o r defuera se mi ran como otros tantos cisnes en la rada que por allí entra en t ie r ra un buen espacio. Crecen en s n » huertos y en los del vecino pueblo de V i l l a r r a n d o , « t o a d o un poco mas a r r i b a , frescos y hojosos á r b o l e s qpe d rbu jándoáe en la l iquida l lanura á raiz de Iss cuestas y cimas á r idas y negruzcas del M o n t e de los Caballos «J ie toda aquella ladera domina , le dan toda la apariencia "ÍLíurlT 7 80 cuadro " c o r r . d o en un m . r c o

Por el lado del Or iente e s l á asentado el pueblo de Cavucedo en una fé r t i l cuanto angosta l l a n u r a , y en 1» misma d i r ecc ión y sobre las crestas de los montes mas lejanos se dist inguen las almenas y murallas del castillo d e C o r n u t e l , casi colgado sobre precipicios que hielan de espanto , verdadero nido de aves de r a p i ñ a , que no man­sión de barones y caballeros antiguos.

Los vioedos, sotos y sembrados del pueblolleganhastalas M é d u l a s , famosas en tiempo de los romanos por las minas a b u n d a n t í s i m a s de oro que abrieron y exp lo ta ron en su tér­m i n o , y de las cuales se conservan maravillosos restos; y cerca de sus ú l t i m a s casas y siguiet.do la or i l l a meridional del lago campean grupos de venerables, seculares y be­l l í s imas encinas, cu^as ramas, cual si estuvieran abruma­das de recuerdos, ba|an en festones y colgantes por de-mas vistosos, á modo de á r b o l e s de desmayo ó de guir­naldas verdes y lustrosas ; las m o n t a ñ a s que caen hácia aquella mano es t án algo mas d í s v i ü d a s , y á diferencia de las que enfrente se e n c u m b r a n , por donde quiera y has­ta en la punta mas enriscada de los p e ñ a s c o s hacen alarde de gruesos alcornoques, robles corpulentos y mengua­dos m a d r o ñ o s . Por la par te occidental sujetan las aguas unos á r idos y descarnados p e ñ a s c a l e s , y un poco mas allí exticindense largas filas de c a s t a ñ o s y nogales que rematan la orla del h g o y hacen en el es l ío perpetua y deleitable sombra.

S i á esto se a ñ a d e que m u l t i t u d de lavancos azulados, de descoloridas gallinetas y otras m i l aves a c u á t i c a s na­dan en ordenados escuadrones por la sosegada y relu­ciente l l a n u r a ; si se jun tan y agrupan en la imaginación el humo de las caleras que de ord inar io arden alrededor; el t r i na r y el revolar de los p á j a r o s , los rumores de los ganados, los cantares vagos y cafi perdidos de los barque­ros y pastores, y toda la quie tud de aquella vida pací­fica, concertada, activa y dichosa, fácil s e r á de adivinar que pocos paisages alcan/an á grabar en el alma imáge* ues tan apacibles y h a l a g ü e ñ a s como el lago de Carucedo.

Era una tarde serena de las ú l t imas de marzo, en que el sol se acercaba á mas andar al t e rmino de su carrer»)

cuando un viagero j ó v e n , que largo t iempo habia estado contemplando coa embebecimiento tan r i co panoram»i e n t r ó en una barca donde armado de su largo palo W aguardaba un aldeano de las c e r c a n í a s , mozo , y robusto. Difícil cosa seria deslindar ahora y seña l a r camino al con­fuso t rope l de imaginaciones que se disputaban la aten­c ión de nuestro viagero ; y en verdad que nada tenia <M e x t r a ñ o el ademan de d i s t r a c c i ó n apasionada y roelancólici

en que iba sentado á la punta de aquella p r ¡ m i ' i v a cra' barcacion. Estaba el cielo cargado de nubes de n á c a r q»* los encendidos postreros rayos del sol orlaban de dorada bandas con r i v o s remates de fuego : las cumbres p e U d » '

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S E M A N A R I O PINTORESCO E S P A Ñ O L

s o m b r í a s del M o n t e de los Caballos enlutaban el cr is ta l del lago por el lado del N o r t e , y en su estremidad occi ­denta l pasaban con f a n l a s n m g ó i i c o efecto los ú l t i m o s fue­gos de la tarde por entre los desnudos ran os de los cas­taños y nogales, reverberando allá en el fondo un p ó r t i c o ae'reo y milagroso de esplendidas é imaginarias t intas, matizado y de prol i ja y maravillosa c r e s t e r í a enriquecido.

Las manadas de aves a c u á t i c a s r e t i r á b a n s e en buen c o n c i e r t o , y calladas como el sepu lc ro : el á n g e l de ios e n s u e ñ o s dulces y virtuosos b a b i í enfrenado las armas mas sut i les , y apagado todos los rumores del d í a , cual sí b r í n d a s e al mundo un sueño de paz en su lecbo de sombras y perfumes; y una estrella pá l ida y sola que por cima del casi borrado casti l lo de Cornate l haLía co­menzado á despuntar en el conf ín mas remoto del o r i e n ­te, ca'rdeno y cor fuso á la s a z ó n , venia á embellecer aquel indefinible cuadro con la esperanza de una noebe pura y estrellada.

E l Isgo i luminado por aquella luz t i b i a , tornasola­da y fugaz, y enclavado en med o de aquel pais^igs tan v a g o , tan agraciado y tan t r i s t e , mas que otra cosa pa» recia un camino anchuroso , encantado, sol i tar io , mís ­t ico y resplancieciente, que en derechura guinba á aquel cielo que tan claro se ve ía a l lá en su t é r m i n o , y que c r u ­zaba la i m a g i n a c i ó n en su desasosegado v u e l o , compla ­c i éndose en adornar lo con sus galas mas escogidas, y en colorar lo con sus mas hermosos matices.

Delante de tantas maravillas y á solas con una na tu ­raleza tan t i e r n a , tan v i rg ina l y misteriosa, ¡ q u é mucho que los pensamientos de nuestro vingero flotasen indeci sos y sin c o n t o r n o , á manera de espumas, por aquellas aguas sosegadas! ¡ Q u é mucho que su c o r a z ó n latiese con ignorado c o m p á s , si por dicha se acordaba ( y así era) de haber visto el mismo país en su n i ñ e z , cuando su c o r a z ó n se ab r í a á las impresiones de la vida, como una flor al r o ­cío de la m a ñ a n a , cuando era su alma culera campo de luz y de a l e g r h , ver je l oloroso en que el rosal de la es­peranza daba al v ien to todos sus capullos, sin que la t e m ­pestad de las pasiones le hubiese l levado la mas l iviana h o j , , sin que ia iava (lel do|or hub¡e5e secado el mas

tierno de sus ta l los! Hay ocasiones en que siente el hom­bre desprenderse de este suelo y elevarse por los aires la par te mas noble de su ser , y en que arrebatado á vista de un crepúscu lo dudoso, de un cielo c laro y de un l a ­go adormecido, cou los ojos h ú m e d o s y levantados al cíe lo y con el pecho lastimado, prorumpe y dice con el tier-* nísnwo y divino F r . Lu i s de León:

«¡Morad» de grsndeza! ¡ T e m p l o de claridad y de hermoJvr»? E l alma que ú lu alteza

te lo he de

N a c i ó , ¿ q u e desventura la tiene en esta c á r c e l b i j a , e s c u r a ? »

A l tercer verso de tan sentida endecha l legar ía nues­t ro buen v iagero , cuando la voz desapacible del barque­ro 1c a ta jó en su vuelo celestial , d i c i é n d o l c :

« ¡ A h s e ñ o r ! m i r e ; a l l í por bajo de laso h ú b o l e en o t ro t iempo un c o n v e n t o . »

Aunque no m u y satisfecho el joven de ver asi c o r t a ­do el h i lo de sus pensamientos, m i r ó fijamente al bar­que ro , y como viese p in tado en su ros t ro un v ivo deseo de contar le algo mas acerca del convenio inundado y sor­bido por las aguas, le c o n t e s l ó :

— Vamos , tu sabes algo de ese cueato, agradecer s i m e lo refieres.

— Y o , la verdad que le diga , repuso el barquero , no le sé toda la h i s to r ia ; pero si quiere dep rende r l a , raí tío D . Atanasio el cura de jónos un proceso m u y grande de su le t ra todo que trae cuanto p a s ó bien por menudo .

— Pe ro , vamos , le r e p l i c ó su c o m p a ñ e r o , t u algo has de haber oído por fuerza , y eso es lo que te p í lo que me digas.

E n c a r ó s e con él entonces el barquero y estuvo eXá» m i n á n d o l e un buen r a t o , cual si á si p rop io se p r e g u n t a ­se si d e t r á s de aquella levi ta abotonada, de aquel co rba ­t ín y aquella gorra no habria escondida tal cual pun ta de i ron ía y de bur la . Por desgracia el viajero que encon­traba no poco de c ó m i c o en semejante e x á m e n , hubo de dejar asoma;' á sus labios una l igera sonrisa, con que descon­certado y mohino el barquero le dijo con aire de enojo:

— Y o no le puedo decir mas sino que por un pecado muy grande se a n e g ó todo esto.

— Pues v a y a , repuso el o t r o , endereza íiácía ia o r i l l a , que los papeles de tu tio me lo d e c l a r a r á n . s i n duda mejor .

Yogaron con efecto h á c i a a l l á ; a m a r r ó su p i r a g u a e l aldeano, y tomando la vuel ta de Carucedo , v o l v i ó a p o ­co ralo con los papeles de su tio el cura diciendo ai v i a ­gero ; —Si los qu ie re , ah í los tiene, porque en casa solo se leer y o , y escribir t amb;en , a ñ a d i ó con é n f a s i s , que aun voy poniendo m i nombre ; pero como m i t io tenia cuasi revesada la l e t r a , c á n s a n s e m e mucho los ojos. Ademas que el diablo cargue conmigo sí algunas veces le ent ien­do una jota de cuanto dice. —

A g r a d e c i ó l o el viajero el presente con corteses razo­nes, y sobre todo con un c o r t é s peso duro que hizo r e i r el alma del pauano ; el cual dando un mi l lón de vueltas en la mano á su sombrero de paja, y deseando á su c o m ­p a ñ e r o m i l años de vida con un cumpl imien to muy p r o ­li jo y enroscado, sin duda para probar que sabía algo de le t ras , se fué mas contento que el día que e s t r e n ó sus p r imeros zapatos.

P a r e c i ó l e á nuestro viajero por estremo curioso e l manusc r i to , y acortando ciertas sutilezas escolás t icas que el buen don Atanasio no hab ía economizado á fuer de t eó logo , lo a d o b ó y compuso á su manera. Como es muy amigo nuestro y sabemos que no lo ha de tomar á m a l nos atrevemos á p u b l i c a r l o .

ENRIQUE G I L .

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S E M A N A R I O P I N T O R E S C O E S P A Ñ O L .

hierro en Suez. AHÍ, cerca del desier to , en el seno de la antigua cuna de las ciencias, el v « p o r vá bien pronto A desplegar sus maravi l las , y 180U0 á r a b e s preparan ya un camino espedito á los productos y á los botnbres de la c ivi l ización Europea. F i n a l m e n t e , un mes separa hoy tan solo á Marsel la de las orillas del Ganjes, y los ú l t i m o s viages del S i r i a s y del Grea l Pes le rn acaban de poner á Londres y L i v e r p o o l ó catorce dias de N u e v a - Y o r k .

Eumedio de tan r á p i d o s adelaulamientos hechos por las d e m á s naciones en este y en otros puntos capitales, nuestra desgraciada E s p a ñ a ha permanecido simple espec­tadora del vuelo prodigioso de una i n v e n c i ó n que ad iv inó el p r imero uno de sus hijos ; y dos ó tres barcos p e q u e ñ o s sobre el Guadalquivir y otros tantos sobre la costa c a n t á ­br ica son los ú n i c c s de este genero sobre cuya popa se vé flotar el pave l lón nacional. ¡ Y sin embargo, d e s p u é s de la I n g l a t e r r a , uo hay nacicn alguna poseedora de mas ricas colonias , ninguna tan ventajosamente situada entre ambos mares para l levar á las mas remotas regiones los frutos naturales y los adelantes de la industr ia Europea!

E L L A G O D E G A R U G B D O [ l ] -

I . L A P R I M E R F L O R D E L A V I D A .

F u é m e l a suerte en lo mejor avara . Sombras fueron de bien las que yo tuve, Escuras sombras en la luz mas clara.

HERRERA.

ú l t i m o s del siglo X V a l zábanse t odav í a las torres del monasterio de monges Bernardos , llamado San Mauro de V ¡ -

l l a r rando , en el recodo que forma en el día el lago de Ca-rucedo por entre norte y ocaso, y á la ju r i sd icc ión y se­ño r ío de su abad estaban sujetos los pueblos de aquel c o n ­to rno . Sin embargo, t en í an á buena dicha v i v i r bajo tan blando y u g o , poique era su seño r un santo hombre l leno de caridad y e v a n g é l i c a s v i r t udes , hasta tal punto que en toda aquella tu rbu len ta é p o c a las d e m a s í a s del po ler no habiau costado una lagrima á n inguno de aquellos vasa­l los .

C o n t á b a n s e dos en t re ellos afortunados sobre todos y felices , porque se amaban con el p r i m e r a m o r , y no pa­recía sino que para eso solo los hab í a juntado all í la suer­te , pues que n inguno hab ía nacido en aquellos f é r t i l e s va ­l l e s ^ ademas un misterio impenetrable envo lv í a en den­sas sombras el or igen de entrambos. D e l joven que t e ­nia po r nombre S a l v a d o r , solo se sabia que siendo aun rapazuelo y con no poco recato hab í a l 'egado á la po r ­t e r í a de San Mauro en c o m p a ñ í a de un v i e j o , al parecer escudero, y desde entonces y sin otra r e c o m e n d a c i ó n que una carta sigilosa para el abad , hab íase criado á la som­bra de aquellos claustros , siendo por sus buenas partes y generosa índo le el amor de los religiosos y en especial del venerable F r . Veremundo Osor io , su santo prelado. Ha­bía cobrado este un c a r i ñ o verdaderamente paternal al joven Salvador , y ora dimanase de esta sola causa , ora

0) Véase el Semanariu del domingo anterior.

ajustase su conducta á las r eg l a» de la ya mencionada e p í s t o l a , lo cierto es que no contento con emplear U ap l i cac ión de su d i sc ípu lo en diversos e l u d i o s , a m a e s t r á ­bale ademas en toda clase de ejercicios guerreros y echa­ba en su alma los cimientos de un cumpl ido caballero y buen soldado. Y era asi, porque en verdad que nunca a l ­ma mas noble a n i m ó tan varoni l y hermosa figura: nunca c o r a z ó n mas valeroso la l ló en el pecho de un hombre . T a ­c h á b a n l e sin embargo los que le trataban, de adusto y de ­sabrido en ocasiones; pero nadie se lo llevaba á ma l , p o r ­que los mas discretos a c h a c á b a n l o al mister io de su v ida , y los d e m á s disculpaban estas mudanzas de genio con los vaivenes p r o p í o s de todo c a r á c t e r apasionado y ardiente.

E l or igen y calidad de M a r í a , qae así se llamaba 1« doncella que amaba nuestro Salvador , no era menos obs­curo n i dudoso. Al l í hab í a llegado con una anciana, de nombre U r s u l a , que se decía su madre , y estas dos m u ­jeres, como sí se creyesen seguras en aquel apartado r i n ­c ó n de la t ierra , h a b í a n s e establecido en el pueblo de Ca-rucedo, comprando en su t é r m i n o algunos bienes y ade­mas un escaso r e b a ñ o que la joven Mar ía apacentaba en aquellos recuestos. Sa lvador , que sin tregua p e r s e g u í a los a n í m a l e s montaraces, la vió y a m ó en la soledad; y esta pas ión que como una ílor c r ec í a al manso ru ido de las cascadas y entre el m u r m u l l o de las arboledas, t o r n ó s e con el iempo á r b o l poderoso que e c h ó en el c o r a z ó n d t entrambos p r o f u n d í s i m a s r a í c e s .

S in embargo , estos amores que en boca de todos a n ­daban, no llegaron á oídos del anciano Osorio tan p r o n ­to como era de esperar , merced al recogimiento de sa v ida : pero la habi tual y me lancó l i c a d i s t r a c c i ó n en que vino á caer su d i s c í p u l o , su hi jo q u e r i d o , no t a r d ó ea revelar le que alguna profunda espina estaba clavada en su c o r a z ó n . Porque es de notar que el alma de nuestro Salvador , sedienta de c a r i ú o y de t e r n u r a , no se e n t r e ­gaba con todo á las bellas y alegres esperanzas de que sembraba el po rven i r la inocente y c r é d u l a M a r í a ; antes bien acostumbrado á la soledad y silencio del c l aus t ro , imagina t ivo y grave de c o n d i c i ó n , y abrumado ademas con el secreto de su nacimiento , secreto fatal que hasta c u m p l i r los veint ic inco años no era l í c i t o arrancar á c ie r ­to misterioso papel que el abad guardaba ; en su c o r a z ó n alternaba el resplandor de la dicha con las sombras de la duda y de la i n c e r t i d u m b r e , y un m i l l ó n de recelos á modo de aves agoreras , poblaban siempre el camino de sus pensamientos. Combatido de tantos y tan dolorosos vaivenes, amaba no obstante cada dia mas , porque si es dulce cosa el amor á los veinte años , en un c o r a z ó n l l a ­gado de amargura se convier te en un consuelo inefable y celestial .

Como qu ie ra , el buen Osorio que solo hab ía llegado al puer to de quie tud al t r a v é s de los escollos y tormentas de las pasiones, leía ha r to claro en la frente de aquel joven el origen de su tristeza y la lucha de encontrados afectos que se disputaban su e s p í r i t u . Las semillas de v i r ­tud y de honor que en él hab í a derramado con mano p r ó ­diga , y que ya comenzaban á dar tan abundantes como sazonados frutos , pon ían su alma al abrigo de toda i n q u i e ­tud en punto á los intentos de Salvador ; porque bien sa­bia que sus senlimieutos podrian acarrearle en buen hora la desdicha, nunca empero la deshonra: no obstante, de­seoso de sondear su llaga , y aun de remediar la , si ya no es que llegaba larde , en un largo paseo que d ieron un dia al caer el sol por la huerta del monaster io, tendida á la sazón por el espacio que ocupan hoy las aguas del la­g o , sin duda hubo de sacar á plaza tan delicado asunto,

j porque la c o n v e r s a c i ó n fue la rga , agitada y u i s t e r í o s a . Volv ían ya lenlamcntc á la a b a d í a , cuando antes de e n -

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23(3 S E M A N A R I O P I N T O R E S C O E S P A Ñ O L .

t r a r s e oyó que Salvador decia con respeto al abad:—Si , padre «nio; cuanto me habé i s d i c h o , antes me lo he d i ­cho y o ; el sacrificio que de m i entereza r e c l a m á i s , ya hace t iempo que lo tengo yo resuelto , porque bian sé que el honor es de mas subido precio que la f e l i ­c idad y que la v i d a , y ese misero honor y la vene­r a c i ó n f i l ia l que os debo , me mandan aguardar el fa­l lo del ter r ib le papel ; pero dejar de amarla es i m p o ­sible , a ñ a d i ó con violencia , y mas imposible aun que vos me lo o r d e n é i s . Su amor es para m i como la l u z , como el a i r e , como la l i b e r t a d , y no tengo mas corazones que á m i se inc l inen que el ds un viejo cercano ya del sepul­c ro , y el de un á n g e l que me abre las puertas de ia vida. M i r a d , el o t ro dia soñé que un guerrero me la robaba, y cuando d e s p e r t é , me v i en pie en mi tad de nú aposento, coa los cabellos erizados y en la mano m i cuchi l lo de jno i i l e , con el cual buscaba el c o r a z ó n de m i enemigo. — El buen abad m e n e ó entonces la cabeza suspirando, y a p o y á n d o s e en el brazo de Sa lvador , en t ra ron los des muy despacio por un embovedado y estrecho pasadizo que guiaba á la escalera p r i n c i p a l , donde se separaron.

Larga y desvelada fue aquella noche para el enamo­rado mancebo, que apenas vio los pr imeros destellos de la aurora blanquear en el O r i e n t e , con el arco á ia es­palda y su fiel cuch i l l o al l ado , t o m ó la vuelta de las M é ­dulas en busca de una deliciosa hondonada, donde solía i r María á apacentar su hato. Formaban los p e ñ a s c o s de alrededor una especie de media lana vestida de encinas enanas, de desnudos alcornoques y de urces en flor, y en una fresca gruta que en el costado derecho se d e s c u b r í a , entapizada de musgo y de olorosas v iole tas , estaba sen­tada la bella pastora fi esca y galana sobre todo encareci­miento . Las l íneas p u r í s i m a s de su ova l«do r o s t r o , sus rasgados ojos negros llenos de honestidad y de du lzura , su f rente blanca y apacible como la de un á n g e l , la ne­vada toca que recogía sus cabellos de é b a n o , el airoso dengue encarnado que l igeramente somoseaba su cuello de cisne, y su plegada y elegante saya, le daban una apariencia celestial.

En aquel momento debía de pensar sin duda en sus amores , pues acariciaba con d i s t r a í d a mano á su leal pe r ro y.estaba casi m e l a n c ó l i c a de puro fel iz . Desarru­góse al verla la frente del gallardo cazador, y apre­suradamente se acercaba á su encuen t ro , cuando por c ima de las rocas que en frente de la g ru ta se esten-dian , a c e r t ó á mecer el viento una pluma de águ i l a . Pa­róse entonces y mirando con cuidado, s in t ió que le daba un vuelco el c o r a z ó n al ver debajo de la piurna un gorro de ricas p íe les , y debajo del gorro un semblante adus­to y desabrido que con ojos codiciosos devoraba des­de a l l í las gracias de la descuidada n iña . C o n o c i ó l e al pun to Salvador , que har to conocido h a b í a n hecho á aquel hombre sus desafueros por todas las c e r c a n í a s : p e n s ó en su s u e ñ o , r e q u i r i ó su p u ñ a l , y de sus l á -bios se escaparon confusamente no se que palabras que asi p a r e c í a n arrancad?s por una m o m e n t á n e a c ó l e r a , co­mo hijas de una r e so luc ión firme , inexorable y duradera. Entonces fue cuando los ojos del desconocido se encon­t r a ron con los suyos , y viendo aquel varoni l y denodado .semblante que con tanto « h i n c o le encaraba, bajó lenta-jnente de su r i s co , l a n z á n d o l e antes una mirada de des­pecho, l u l e r n ó s e d e s p u é s eu la espesura, y á poco rato se oyó el son lejano y confuso de un cuerno de caza que locaba á recoger los dispersos cazadores.

Púsose á pensar entonces en su s i tuac ión nuestro valiente mozo , y como por una i n s p i r a c i ó n súb í l a se le viniesen de t .opel á la memoria ciertas palabras sueltas y terr ibles de Gal ic iana U r s u l a , que revelaban no sé que misterios de

p e r s e c u c i ó n y amargura , r e so lv ióse á dar parte de este su. ceso al venerable Osorio antes que á nadie ; pero como su c o r a z ó n acostumbrado á mostrarse todo entero á los ojos ele M a r í a , dífu l í m e n t e p o d r í a recatarle el nuevo secreto que le abrumaba , reso lv ióse á no hablarla en aquel d ía . Por otra parte ocupaban su i m a g i n a c i ó n negros recelos é ¡ a . quie tudes: asi fufe que se q u e d ó rondando á manera da vigi lante sabueso hasta la ca ída de la tarde , en que su amada recogiendo sus ovejas, se e n c a m i n ó al pueblo, no sin mi ra r muchas veces con desasosiego y tristeza al re­dedor cual si se viese burlada en alguna dulce esperanza. S iguió la á lo lejos su apesarado amante , hasta que la vió desaparecer bajo las encinas que adornan la entrada da Carucedo, y en seguida ace l e ró el paso hasta llegar á ta a b a d í a .

Era la hora del c r e p ú s c u l o vespert ino , y aunque ha­bía aun b á s t a m e clar idad en el a i r e , ya tas objetos leja­nos iban perdiendo sus con tornos , envueltos eu los p i i , meros vapores de la noche: solo el castil lo de Cornatei , gracias á ¡as l íneas rigorosas de sus muros y á su situaciou que le hacia descollar sobre el fondo obscuro de los mon­tes lejanos, fsparecia aun claro y d is t in to .

Tocio este paisage miraba el piadoso abad desde la lar-ga azotea de su c á m a r a , cuando e n t r ó Salvador deseo-l o r i d o , s o m b r í o y d e s g r e ñ a d o . — ¿Cómo as i , Salvador? la p r e g u n t ó Osorio sobresaltado ; no parece sino que has re­c ib ido alguna herida m o r t a l , s e g ú n lo pá l ido y turbado que llegas.

— M o r t a l , en v e r d a d , padre m í o , r e s p o n d i ó es te ; mi sueño no era una ment i ra sino un presentimiento de mi le»l c o r a z ó n . Su fantasma ha tomado cuerpo á mis ojos y me la quiere robar.

— C ó m o ! i n t e r r u m p i ó el abad asombrado, ¿ h a y por a q u í quien se atreva á semejante d e s m á n ? ¿ N o saben que á m i b á c u l o de paz a c o m p a ñ a la espada de la justicia? ¿ Q u i é n es el temeri i r io?

E s t e n d í ó Salvador el brazo hác ía el O r i e n t e , y '8 m o s t r ó la masa del castil lo de Cornatei que todavía se al­canzaba á ver en la cresta de la m o n t a ñ a .

— ¡ Don A l v a r o Rebolledo, el castellano de aquella for­taleza! e x c l a m ó el religioso con espanto.

— El mismo, — r e p l i c ó Salvador con una frialdad que da­ba deii iasíado á entender la firme re so luc ión que alimenta­ba sualma.—' Hubo entonces una breve pausa, y era de ver al hombre de la edad y de la prudencia dolorosamente ' r a -bajado por amor de sus h i jos ; y al hombre de las pasiones y de la j uven tud sereno y t r a n q u i l o , como quien ha He-gado á uns de aquellas situaciones extremas y soleiimes, en que es imposible volver a t r á s la p lan ta . E l abad lúe e p r i m e r o á romper el silencio.

— ¿Y q u é has pensado, Salvador? le dijo y a c e n calmi-

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SEMANA 11IO PINTORESCO ESPAÑOL. 237

He pensado, rasgados

r e s p o n d i ó este m i r á n d o l e con sus ojos fijamenle, que soy h o m b r e , amante y

sino por m i a l cu rn ia , á lo menos por girzos y caballero, r a z ó n . ,

y por tu alcurnia t a m b i é n , repuso gravemente Uso-r i o ; que puesto que t u nacimiento sea t a m b i é n un miste­r io ' p a ra m í , t o d a v í a la carta del santo abad de C á r d e n a me declara que Dios te hizo noble como la pr imera luz que viste. . .

Salvador a lzó los ojos al c i e lo , donde ya br i l laba una estrella r u i i l a n t e , y en jugó una l ág r ima de g r a t i t u d al versa igualado con su r i v a l . Osorio lo vió y le d i jo :

Escucha, hijo m i ó , estamos á la boca de la caverna del t i T e , y si comparamos las nuestras con las suyas, mas desvalidos y flacos nos hallaremos que el ce rva t i l l o de los montes. Ese hombre , caudil lo de la d e v o c i ó n y bando del poderoso conde de Lernus, s eño r de Ponferrada , puede l lamar en su ayuda m u l t i t u d de hombres de armas de su g u a r n i c i ó n , y aunque y o armase todos mis vasallos, no alcanzar/amos á parar su í m p e t u y soberbia. Ya ves que todo p r o p ó s i t o de venganza nos p e r d e r í a sin remedio.

— Pero , s e ñ o r , r e p l i c ó el mancebo, ¿ n i aun rescoldo y cenizas quedan en el pecho de ese hombre de la santa hoguera del honor?

— N i aun eso queda, c o n t e s t ó el santo abad ; los vicios han empedernido su c o r a z ó n y secado en su alma la fuen­te del bien. Sus vasallos l lo ran h i lo á h i lo en la noche su h u m i l l a c i o H y desven tura , como el antiguo profeta ; y á •nodo de los cautivos israel i tas , por su dinero beben su pgua y coa su dinero compran su pan. S i n embargo si es cierto que aun el i m p í o se pone en pie delante de la ca­beza ca lva , yo i r é al encuentro de ese hombre y le ha­b l a r é en nombre de su Dios, que t a m b i é n es m i Dios.

— ¿Y M a r í a ? repuso con angustia Salvador. — F í a t e de rai prudencia , contento el rel igioso, porque

si algo llegase á entender la pobre U r s u l a , tengo por c ier to que n i tu misu o s ab r í a s el paradero de las dos y las perderiss para siempre.

A l o t ro día muy de m a ñ a n a el santo abad con su bá­culo y su d iu rno e m p r e n d i ó el largo camino que mediaba entre el casti l lo y la a b a d í a . L l a m ó de paso á la puer ta de U r s u l a , y entrando por e la con no poca e s t r a ñ e z a de las dos mujeres , como viese á la doncella á pun to de sa­l i r con su h a t o , a p a r t ó un poco á la anciana y le dijo con sosiego:—No dejéis salir á Mar ía hasta que e s t é yo d a vue l t a , porque se ha levantado ple i to entre el s e ñ o r de Coruatel y rai abad ía sobre el s eño r ío de ciertos t e r r e ­nos , y hasta dejar or i l lado este asunto me p e s a r í a de ver que ninguno de mis subditos quebrantase la tregua que tengo determinada. A H á v o y , y pur la tarde os d i r é l o q u e resuelto dejemos.—

Aunque el acento del piadoso v a r ó n rebosaba t r a n ­qui l idad y ca lma , no por eso de jó de mirar le con ansie dad mientras hablaba aquella mujer . — Padre rnio , le p r e g u n t ó con zozobra , ¿ n o s amenaza a l g ú n nuevo riesgo? ¿ T o d a v í a no e s t á llena la medida de nuestras persecucio­nes? ¿ S e r i a c ier to que nos vemos asomadas á un abismo?

— Couque s e g ú n eso, repuso el prelado s o m í e n d o con cier to aire j o v i a l , ¿ en abismo nos c o n v e r t í s á m i y á mis santos religiosos? Pues en verdad que no deberemos que­daros muy obligados por la t r a n s f o r m a c i ó n . — Y viendo que uí aun así quedaba t r a n q u i l a , a ñ a d i ó con gravedad: — Por ahora no hay que temer, porque esuis bajo mí guarda y amparo :—y en seguida e n d e r e z ó sus pasos hác ia el castillo de Corna le l . Hacia poco que había salido el sol tuando se puso á t repar el agrio repecho á cuyo t é r m i n o ¿e levanta aun en el dia esta fortaleza; y cuando l l e n ó á U barbacana ya estaba bien al to . Los ballesteros que all í \

estaban de guardia , cuando VÍ.MOU llegar á un religioso de pe regr ino , « p i o s u r á r o n s e •* l i a n ,

i comandante cruzando con él ,-1 solo con su bas tón anear la puerta , y -L e n t e levadizo, y gu iándo le por una estrecha y obscura escalera de caraco l , le « c o m p a r o hasta una espec.e de antesala , donde unos hombres de desalmada p r e s e n c ¡ a se e n t r e t e n í a n en jugar á las tres en raya con un copioso ja r ro de vino y unos vasos de e s t a ñ o sobre la meso. Res­pondieron con algo de desabrimiento al saludo del «bad , y p id i éndo le d e s p u é s uno de ellos permiso con tono i r ó ­nico para cont inuar en su pasatiempo, mientras o t ro da­ba party al amo de la v i s i t a , sin curarse mas de su h u é s ­ped que si se tratara de un tonel v. cío , tornaron á su ta­rea. A poco rato vo lv ió el mensagero é in t rodujo al abad en el aposento de D. A l v a r o .

¿Que diablos trae por aqui semejante ebejaruco? p r e g u n t ó uno de aquellos perdonavidas; ¿ s e r á que nues­t ro amo p íense convertirse? T ú , Tormen ta que has h e ­cho de i n t r o d u c t o r , d i , h o m b r e , ¿ q u é gesto puso don A l v a r o cuando le anunciaste la llegada del padre?

— E l mismo que pones t u . Boca N e g r a , cuando por t u acostumbrada torpeza ves que te van l levando el d i ­nero bon i t amente , sin acertar á poner tres en raya una sola vez.

— ¿Con q u é es decir que Dios no le Ra tocado todav í a el c o r a z ó n ? r e p l i c ó con a legr ía Boca Negra ; sea su n o m ­bre bendito y alabado! Porque en verdad os d i g o , mis ovejas, que sí al c a p i t á n se le antojase de repente t o r ­narse hombre de b i e n , no sé lo que habia de ser de n o ­sotros.

— Sin embargo, ¿ q u i é n sabe, repuso o t r o , si este buen fraile h a r á con él lo que el Salvad i r hizo con el buen l a d r ó n ? que aunque en verdad no sea é l como Cris to , t a m ­poco nuestro amo llega [nnal pecado! n i á la sucia del za­pato del buen l a d r ó n .

Rieron los valentones de la ocurrencia, y p » r a r emo­ver estorbos y qui tar amargores de boca, de te rminaron de t i r a r ni fraile , sí o t ra vez v o l v i a , por una ventana que daba á un precipic io de mas de cien varas , y vo lv ie ron á su juego.

A b r i ó s e por fin d e s p u é s de largo ra lo la puer ta de l aposento de D . A l v a r o , y aparecieron en su d in t e l el cas -tellano y el abad. Acalorada d e b e r í a de haber sido la p l á ­t i ca , pues que los semblantes de ambos venian alterados, si Líen el de D . A l v a r o no respiraba sino avilantez y o r ­g u l l o , mienfras el de Osorio revelaba toda la dignidad de u n alma elevada y de una conciencia pura. A c o m p a ñ ó l e el caballero con al t iva c o r t e s í a hasta la escalera de cara­col , y s a l u d á n d o s e a l l i f r iamente v o l v i ó s e . e l uno á su r e ­c á m a r a y e l o t ro salió paso á paso del cas t i l l o , turbado el á n i m o y lleno de m i l negi os pensamientos Sin embar­go , cuando l legó á casa de U r s u l a , compuso y s e r e n ó su venerable rostro para decirle que todav ía no quedaban aclaradas las dudas , y que de consiguiente cuando M a r í a sacase á pacer su r e b a ñ o , lo llevase á las lomas y valles vecinos el monaster io , hasta que por vías amistosas aquel l i t i g io se arreglase. T e n í a n ambas mogeres ciega conf ian­za en las vir tudes del abad , y así se pusieron en sus m a ­nos, como pudieran entregarse en las de Dios. A c e l e r ó en seguida el religioso sus tardos pasos , y ya el sol se poma entre nubes de o r o , de p ú r p u r a y morado , cuando l legó al a t r io de S. M a u r o , donde ardiendo en, inquie tud y vivas ansias le aguardaba Salvadfr .

_ ¿ Q u é nuevas t r a é i s , padre y s e ñ o r m í o ? le p r e g u n . tó con acento t m b a d o , s i l i é n d o l e precipitadamente al encuentro y agorando desdichas á vista de su apesadum-brado cont inente .

— He soltado m i voz en el desier to , c o n t e s t ó el ancia-

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238 S E M A N A R I O PlNTOUlvSCO ESPAÑOL.

n o , y n i aun en aquellas b ó v e d a s he encontrado un eco que repi t iera mis palabras de paz y de amor. E l malva­do l ibra su esperanza en sus caballos y sus a rmas ; y harto claro me ha dejado ver sus inicuos planes. Salvador , dijo d e s p u é s resuel tamente, el honor de Mar/a cor re pe l igro a q u i , y es preciso que se marche. — E l joven se r e t o r c i ó las manos de d e s e s p e r a c i ó n . — Y a y o mismo la hubiera a c o m p a ñ a d o hasta ponerla en sa lvo , c o n t i n u ó el santo abad , pero el i m p í o ha tendido sus redes , y no levan­t a r á mano hasta consumar su p e r d i c i ó n . A s i que , m a ñ a ­na al romper el alba m a n d a r é un correo á m i hermano e l abad de Carracedo , que tiene aprestado cier to n ú m e r o de lanzas y peones para ayudar á los reyes en la guerra de Granada , y pedireie que me acorra en este trance con una fuerza poderosa para defender á Mar ía y á su madre en su v ia je , y sacarla de las garras del l e ó n . E n tanto aunque no es de sospechar que á nuestros mismos ojos suceda n i n g ú n d e s m á n , t u deber es guardar á la h u é r f a n a desvalida y mi ra r por e l l a : que Dios y tu derecho sean con t igo .—Dicho esto p a r t i ó aquel santo v a r ó n £ encer­rarse en su celda.

— Que Dios y m i derecho sean c o n m i g o , « r e p i t i ó Sal­vador , y que la mengua y el oprobio caigan sobre el que solo se atreve á desamparadas m u g e r e ? . » —

R a y ó la luz del siguiente dia y ya el mensagero de Osorio caminaba la vuel ta de Carracedo, cuando salía la j ó v e n zagala con sus ovejas en busca de las laderas del nor te , no poco sentida y aun enojada de la indeferencia de su amante , mientras este por su pa r t e , juguete de la esperanza y de la i n q u i e t u d , temblando por Mar ía y a r ­diendo en deseo de venganza, se encaminaba á un en­cumbrado pico que l lamaban los naturales la E s p e r a de l Corzo , y que s e ñ o r e a b a todo el pais. No muy lejos y en l a cumbre de una baja colina h a b í a un delicioso prado na­t u r a l , de u m b r í o s c a s t a ñ o s y espesos m a t o r r a l e s ^ jarue- 1 c i d o , en mi tad de l cual brotaba una copiosa fuente que con sus aguas r e v e r d e c í a aquella a l fombra de esmeralda y flores, l lamada el Campo de la L e g i ó n , recuerdo sin duda de l antiguo dominio de los romanos en aquella t ierra . No bien acababa de apostarse nuestro cazador en su atalaya, cuando por entre los c a s t a ñ o s del Campo de la Legión apa­r e c i ó un r e b a ñ o y detras de él una muger de a é r e o talle y peregrinas formas. Conoc ió la al pun to y m u r m u r ó en voz b a j a . — ¡ Es ella ! — „

— S e n t ó s e la n iña á la m á r g e n de la fuente , y con pensativo y tr iste ademan p ú s o s e á mirar las frescas olas que entre la yerba se p e r d í a n : clara s eña l de que alguna nube e m p a ñ a b a el c íe lo azul de sus ilusiones. M i r á b a l a Salvador embebecido, y sin e m b a r g o , aten­to á su seguridad antes que á los impulsos de su propio c o r a z ó n , e s c u d r i ñ a b a con sus ojos de águi la todas las honduras y coliados • pero solo vio aldeanos desparrama­dos por los montes que sin duda iban á hacer leña. No dejó de l lamarle la a t e n c i ó n su n ú m e r o , pero el arreo le q u i t ó todo recelo. A s i se pa só la mañana , y ya estaba bien entrada la tarde, cuando Salvador viendo que por el camino del cast i l lo no asomaba el menor bu l to , y que to­do estaba t ranqui lo y en reposo, bajó de su risco para i r á consolar la pena de M a r í a , y torciendo á la izquierda presto l legó al pie de la colina por cuya mesa se esten-dia el Campo de la L e g i ó n . Comenzaba á t repar su b lan ­da cuesta, cuando l legaron á sus oídos agudos y las t ime­ros ayes , y como conociese de cuyo pecho s a l í a n , voló en busca de la doncella como c ie rvo bei ido en busca de los arroyos del valle. L l egó desalado á los matorrales que guxruecian la p radera , y se q u e d ó confuso al ver á Don Alvaro, ¿ P o r donde habia venido? pero ¿ q u é le i m ­portaba saberlo? ¿ n o lo tenia all í á solas? Asi es que en

aquel punto le p a r e c i ó mas hermosa su venganTa que |a misma María . Estaba la cuitada á los pies del feroz guer . r e ro , y en vano se esforzaba este en l evan ta r l a , mos­t r á n d o s e hasta c o r t é s y r e n d i d o ; poique la t r i s t e , des­hecha en l l a n t o , con los cabellos en desorden y la toe» caida , desolada y a r r a s t r á n d o s e de rod i l l a s , solo pensaba en desasirse de las nervudas manos de aquel h o m b r e , y para ello le conjuraba por lo mas sagrado. — ¡ O h ! por D ios , por Dios santo , noble caballero , le decia con an ­gustia , so l tadme, ¿ q u é honra sacareis de alropellar asi i una pobre muchacha , vos que d e b í a s p r o t e g e r l a , porque sois fuerte , porque sois noble?. . .sol tadme por amor de vuestra madre , por amor de la mia que se m o r i r í a de verse sola!. . . .soltadme y toda m i vida r o g a r é por vos de rodi l las , y no me a c o r d a r é sino de que fuisteis generoso, y d€ que os dolisteis del desval ido! . . . . .

— M a r í a , r e s p o n d i ó el caballero a l z á n d o l a del suelo c o n violencia ; te amo tanto , que antes que sin t í volve* r í a sin vida á m i cast i l lo .

— ¡ M e n t í s , cobarde, m e n t í s ! repuso la doncella encen­dida en có l e ra ; villano:! mal caballero ! Salvador , Salva­dor m i ó , g r i t ó con d e s e s p e r a c i ó n , ¿ c ó m o no vienes en m i ayuda ?

• ^ A q u i estoy ! r e s p o n d i ó á su espalda una voz bien co­n o c i d a . — S o l t ó D . A l v a r o á l a n iña que casi e x á n i m e fue á caer á los pies de Salvador , abrazando sus rodillas y es­c l a m a n d o : — E l c o r a z ó n me lo daba! E l c o r a z ó n me lo daba que no me f a l l a r í a n Dios y t u b razo , vida mia! . . . . .

— A h o r a piensa en t i , c o n t e s t ó Salvador: por la e n ­c a ñ a d a de los r u i s e ñ o r e s vas segura y d e s e n v o c a r á s en el conven to : a m p á r a t e de sus muros que y o al pun to te s íg0-

—No i r é t a l sin t í , r e p l i c ó ella : aqut mori remos jun ios . — N o es tu vida lo que buscan , sino t u honra , dijo

Salvador. H u y e , añad ió con angustia , porque los band i ­dos de este hombre andan cerca , y sí viese que caias en sus manos, y o mismo te d a ñ a de p u ñ a l a d a s . — L a d o ñ e e * l ia h u y ó .

Q u e d á r o n s e f rente á frente los dos rivales^ m i r á n d o ­se con ojos encendidos. A los pies de D . A l v a r o habia u n capote de aldeano que e sp l i có á nuestro j ó v e n el mis­te r io de esta aventura . Por al t ivez callaba el caba l le ro , y Salvador callaba t a m b i é n , porque apenas era d u e ñ o de los e s t r a ñ o s í m p e t u s que arrebataban su alma. R e p o r t ó s e sin embargo como p u d o , y di jo á su r i v a l : — En verdad, s e ñ o r caballero , que no hay plazo que no se c u m p l a , n i deuda que no se pague. Solos estamos y Dios es nuestro juez.

— ¿ S o i s noble? le p r e g u n t ó Revolledo con i r o n í a . — S i á f é , c o n t e s t ó sin descomponerse Salvador; y

prueba de ello es que pude y aun qu izá deb í pasaros en claro y á mansalva con una flecha , y no lo hice por bus­caros cara á cara.

— V o y á l lamar á mis arqueros para que os prendan, y os hagan volar desde el mas alto t o r r e ó n de m i castillo al r iachuelo que pasa por debajo, y que t i e n e , s e g ú n d i ­cen , un agua tan fresca, que a l l í pod ré i s templar vues­tra c ó l e r a . — A u n q u e Salvador tenia el arco armado , de­jó le hacer; y aplicando el caballero su cuerno de caza á los labios s acó de él un punzante y prolongado gemido. A l pun to , aunque lejano, r e s p o n d i ó o t ro de igual especie. — Bien e s t á , dijo entonces,

— ¿ C o n q u é t ené i s miedo? repuso Salvador p r o r u n i -p í e n d o en sa rdón ica y destemplada carcajada, ¡Vive Dios que me maravi l la ! porque en este mismo sitio acabáis de dar tales muestras de vuestra persona y con tan formida­ble enemigo que el mismo Lancerote os hubiera envidiado por ellas. Sin embargo, la p r e c a u c i ó n es cuerda , porque

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S E M A N A R I O P1NTOUESCO BSPAMOL

, me propuse que los cuervos se comiesen vuestro noble c o r a z ó n , antes pensaba hacer que os enterrasen con la debida honra ; pero una vez qoe vuestros arqueros T a n á tomarse ese trabajo, sacad vuestro puñal como yo el m i ó , y armas iguales, y á pr i sa , porque ya veis que tengo poco espacio. No os acobardéis , vive Dios, porque, como decimos por aquí los villanos, de hombre á hom­bre no va nada.—

Perro! dijo el c a b í l l e r o desenvainando su p u ñ a l , y casi ahogado de c ó l e r a ; tengo de arrancarte la lengua y azotarte con ella el rostro:—y diciendo y haciendo se fue para Salvador. Comenzó entonces una porfiada l u c h a , en que por una parte la destreza y la c ó l e r a , y por otra la bravura y agilidad peleaban con igual esfuerzo. Y a hacia un ralo que batallaban sin ventaja , cuando á raíz d é l a colína oyóse ruido de armas y de gente. — T u fin se acerca , dijo Don Alvaro. — Y el tuyo l l egó y a , res­pondió Salvador, y dando un prodigioso y no pensado salto, derr ibó por tierra á su contrario y le hundió el c u ­chillo en el pecho hista la cruz. — {Socorro! socorro T gr i ­t ó don Alvaro r e v o l c á n d o s e en su sangre, en tanto que sus atónitos arqueros acudían á dárselo y Salvador huid por el opuesto lado .—¡Socorror confes ión! repetía con a n ­sia ; y en esto se le c o r t ó el habla y e s p i r ó apretando el puñal con fuerza convulsiva.—Por allí se e scapó el ase­sino, dijo uno de los a r q u e r o s . — E s Salvador el de la abad ía , repkierondos á un mismo tiempo;, y asomándose todos a l l í , ya uo vierou á nadie. A los pocos minutos en­traba Salvador en el aposento de Osorio palpitante y sin al iento.—Y María? le p r e g u n t ó , ¿dónde está. María?

—¿Que es esto, Salvador? e sc lamó el abad espantado. E n breves y desordenadas razones le c o n t ó Sa lva ­

dor lo ocurrido.—Huye , dijo entonces el abad , y e scón­dete en la cueva de las Médulas que llaman la Palomera^ que esta misma noche iré á buscarte y á llevarte noticias de María. Sin aguardar á mas salió el mancebo , c r u z ó rá­pidamente la huerta del monasterio, s a l t ó l a cerca y por un valle que llaman en el día F a y de B a r r e i r a , t o m ó el camino de las Médulas .

A poco rato se dirigían pausadamente á Cornatel los arqueros del casti l lo , conduciendo el cuerpo de su señor en una camilla hecha de ramas

Las once de la noche serían cuando una especie de sombra se d e s l i z ó por la boca de la Palomera.—Salva­dor! d i jo .—¿Quién me llama? r e s p o n d i ó e s t e . — Y o , res­pondió el afligido abad. Hijo m í o , a ñ a d i ó , cumpl iéronse mis desdichados pronós t i cos : Ursula y María han huido sin llevarse mas que sus alhajas, y aunque gentes de mi ccnfianzi las han seguido hasta la barca en que cruzaron el S i l , allí se han perdido del todo sus huellas. Por o í r » parte tu no puedes permanecer en el pais, porque los arqueros de D. Alvaro te han visto y te amaga la ven­ganza de un poderoso. — ¿Con q u é , es decir que en un mismo dia pierdo todo cuanto amaba en la tierra? con­testó Sa lvador .—Todo, respondió aquel varón piadoso, menos la honra y el amor de nuestro padre c o m ú n que está en el c íe lo .

—Salvador sollozaba en la sombra, y el viejo sentía part írse le el a l m * . — ¿ H a n llegado ya los hombres de a r ­mas de Garracedo ? preguntó por 6n el joven. — Esta no­che han llegado.—¿Y cuando parten paia Andaluc ía? — Mañana volverán á su monasterio y pasado saldrán de allí la vuelta de C ó r d o b a . — C o u ellos me voy , padre mío: quiero morir bajo los estandartes de la cruz.

Con esto salieron He la cueva silenciosos y tristes , y por trechas y veredas desusadas llegaron á la abadía. ' A la mañana siguiente antes de rayar el dia salió Salvador con sus nuevos c o m p a ñ e r o s , no sin recibir antes las lá­

grimas y bendiciones del buen abad , amen de un bolsillo bien provisto que según dijo le habían entregado »1 con­fiarle su e d u c a c i ó n . C u a n d o llegaron á la cima del Monte

los Caballos volv ió el suyo Salvador para mirar por última vez aquellos sitios.

Derramaba el alba sus pálidas claridades por detrás del castillo de Cornatel , esmaltaba los rojos y agudos picos de las Medulas , y apenas blanqueaban á su escasa luz las torres de San Mauro : todo lo demás aparecía borrado y _onfuso. Pensó entonces en aquel santo hombre, guarda y amparo de su n i ñ e z , en aquel amor perdido, en aquellas esperanzas convertidas en humo, y con los ojos anublados e s c l a m ó : — ¡ O M ¿cuándo vo lverán á mi corazón la fres­cura y verdor que se han caído de é l ? — E n j u g ó s e en se­guida las l á g r i m a s , serenó el semblante y apretando lo* hijares de su palafrén , fue á reunirse con los soldados.

• ENRIQUE G H .

£ A F E R I A D E BEAITCAXBE.

eaucaire , s i tuad» sobre la orilla derecha del R ó d a n o en el extremo del puente L e -guiño que la une con T a r a s c ó n , es bas­

tante menor que esta úl t ima c iudad, con la cual tiene muchos puntos de semejanza que resaltan á primera vis­ta. E n frente del castillo de Tarascón , sobre una emi­nencia á la izquierda , tiene también Beaucaire un cast i ­llo , donde van 4 visitar los extrangeros una capilla que fundó S . Luis »1 pasar por Beaucaire para ir á Aguas-Muer ta» , donde se embarcó para la T ierra Santa.

Seria Beaucaire una ciudad desnuda de toda impor­tancia & no ser por la feria que se celebra en ella todos los años. Esta feria asciende á una época antiquís ima. Guando'la civi l ización no había facilitado todavía las re la­c ione» comerciales f cuando carecían los mercaderes de todas la» ventajas que le» dan en el día la seguridad de las correspondencias, los adelanto» de la legis lación y el uso de las letras de cambio, eran estos mercados de absolu* ta necesidad, puesto que en e l los , como en las bolsas actuales , 9« reunían los mercaderes de todos los pueblos cercanos para negociar en una semana las especulaciones de todo un año. L a feria de Beaucaire , como otras mu<-chas en Franc ia y en E u r o p a , ha sobrevivido á causa de su importaucia especial á las necesidades generales que presidieron á su establecimiento.

Hácia fines de Junio , Beaucaire , silenciosa é ignora­da durante todo el resto del a ñ o , se anima repentina­mente de un modo extraordinario. A las orillas del R ó ­dano se extiende una vasta llanura cercada de árbo les , donde se construyen 400 barracas para depositar en ellas las- mercancías . L a ciudad se prepara á recibir en su se­no el comercio que va á invadirla ; los habitantes deso­cupan sus habrtacíones , y se acomodan como pueden eu los caramanchones y eu las boardillas, porque las casas que durante el resto del año valen apenas cien escudo; (oOO francos), se alquilan á veces por 1000 francos cuan­do llega a época de la feria. Por eso los comerciante, de León han comprado de algún tiempo á esta parte muchas casas en Beaucaire. 1 8

Las mercancías llegan eu los primeros d¡aS de Julio,

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2 4 2 S E M A N A R I O PINTORESCO ESPAÑOL.

« n a sér íe de e s t á t u a s los reyes de E s p a ñ a -desde A t a ú l f o hasta Fernando el V i , y en los resaltos de les á n g u l o s h a b í a otras que representaban varios rc;-yes de Navarra , P o r t u g a l , A r a g ó n , Méjico , e l P e r ú , y otros soberanos y caciques ind ios , pero unas y otras se qu i ta ron hace t iempo y existen en las inmensas b ó ­vedas del palacio. Todo el edificio tiene seis puertas p r inc ipa les , cinco en la fachada del sur , que es la p r i n -c i p a l , y una llamada del P r í n c i p e en la fachada de o r i en ­te. Las otras dos fachadas no tienen puertas. El pal io es cuadrado con 140 piss de á r e a , poco m a s ó menos, y ro­deado de un p ó r t i c o abierto de nueve arcos en cada l a ­do. E l segundo piso es una ga le r í a cerrada de cristales q u e d á entrada á las habitaciones reales y capi l la . E n t r e los arcos del patio hay cuatro e s t á t u a s que representan los emperadores romanos naturales de E s p a ñ a , Trajano, A d r i a ­no , Honor io y Teodosio, obras de D . Fel ipe de Castro y D . Domingo O l i v i e r i , cuyas e s t á t u a s estuvieron antes donde ahora las columnas debajo del b a l c ó n p r i n c i p a l . La escalera grande es muy suave, y consiste en un solo t i r o hasta la meseta ó descanso que hay á la media a l t u ­r a , volviendo d e s p u é s otros dos paralelos hasta la p u e r ­ta de entrada por el salón de Guardias ; toda la esca­lera es de m á r m o l manchado de negro : enfrente de ella hay una e s l á t u a de m á r m o l de C á r l o s 111, y en los i n ­termedios de las balaustradas dos leones t a m b i é n de már ­mol blanco. Por ú l t i m o , toda la fábr ica de este edif i ­cio es de una solidez estraordinaria por el espesor de sus paredes, por la profundidad de sus c imien tos , por U solidez de sus b ó v e d a s , y por el n ú m e r o de sus co-lumoag. Todo es de p iedra , y en é l no se e m p l e ó mas madera que la necesaria para puertas y ventanas, c u ­j a mayor parte es de caoba ; y el aspecto esterior de

este hermoso palacio ofrece una vista imponente y m i * jestuosa. As í le hubo de parecer á N a p o l e ó n cuando al su­b i r la escalera de esta real casa en los pr imeros dUs de diciembre de 1808 dijo poniendo la mano sobre uno de los leones de la balaustrada: « J e la tiens en fin, cette Es-pagne s i des i r e ' e .» Y luego v o l v i é n d o s e á su hermano, el in t ruso rey de E s p a ñ a , le fe l ic i tó en estos t é r m i n o s : «Mon

f r e r e , vcus serez mieux loge' que m o i , »

XiL L Ü G O D E C A H U G E D O -

T H A D I C I O S I P O P Ü t A a .

I I L A F L O R S I N H O J A S .

V juicas vanivatum et omula vr.uilai.

^ A i el corszon de Salvador no saliese tan ro­to y ensangrentado de su pr imera prueb». sin duda se hubiera estremecido de « n t " '

siasmo y de a legr ía al verse llamado al sublime juicio Dios , de que iba á ser teatro la Vega de Granada, y en qu la cruz y la media luna se aprestaban á pelear por el I'8 perio del mundo y de los siglos; pero s í , como dice uD moso poeta , «la flor y verdor de la vida mor ta l pasa co» * dia , y por mas que torne a b r i l , no torna á verdear m florecer » no e s t r a ñ a r e m o s que el cazador de San

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S E M A N A R I O P I N T O R E S C O E S I ' A N O I - 243

caminase la vuelta de Andnluc ia pensativo y d is te en medio de sus regocijados c o m p a ñ e r o s . L l a m á b a s e Juan Ortega de Prado el que aquel tercio acaudillaba ; y era natural del Vierzo : soldado de gran c o r a z ó n y altos pen-s imiec tos , endurecido en las fatigas de la m i l i c i a , cod i -

' cioso de honra antes que de b o t í n . Afic ionóse por cstre-mo de la gentileza y b r ío de nuestro Salvador , y cautiva­do de su t ra to apacible y c o r t é s , de su h i d a l g u í a , y has­ta de su misma t r i s teza , e s t r e c h ó con él amistad y bue­na correspondencia, en t é r m i n o s , que no poco suav i zó sus pesares y dolorosos recuerdos , ensanchando á sus ojos el camina de las armas y de U m i l i t a r nombradla . Como quiera , la saeta estaba fija y cnurbolada en su p e c h o , y á todas partes llevaba su dolor consigo; pero una espe­ranza lejana que á manera de c r e p ú s c u l o dudoso a l a m ­braba su alma por v e n t u r a , y ademas su na tura l denue­do y noble sangre le e n c e n d í a n en ansia de pelear.

Aguijado de tan generosos í m p e t u s , l l egó con sus c o m p a ñ e r o s á C ó r d o b a á pr incipios de febrero de 1482. Estaba la t i e r ra toda alborotada y embravecida con la p é r d i d a y desastre de Zahara , acaecida en los ú l t i m o s dias del a ñ o an te r io r , y á fuer de capitanes esperimeuta-dos a p r o v e c h á b a n s e Diego de M e r l o , asistente de Sevilla á la s a z ó n , y D . Rodr igo Ponce, m a r q u é s de C á d i z , del general encendimiento , juntando ori l las del Guada lqu iv i r buen golpe de gente con que tomar justa sa t is facción del d a ñ o y agravio recibidos. No d e s p e r d i c i ó Juan Ortega la ocasión que se le venia á las manos, antes con gran d i l i ­gencia e n c a m i n ó l e con su tercio á Sev i l l a , donde se p r e ­sen tó al m a r q u é s de Cádiz , que no poco se h o l g ó de l levar en su c o m p a ñ í a tan buena lanza, y le d e s p i d i ó con suma c o r t e s í a . H a b í a n venido nuevas de que la v i l l a de Alhama ten ía flaca g u a r n i c i ó n , y esa desapercibida, y de te rmina­dos de entrar la de rebato , con gran p r e c a u c i ó n y caute­la salieron ambos gefes de Sev i l l a , l levando consigo dos m i l y quinientos de á caballo y cuatro m i l peones.

P a l p i t á b a l e el pecho de e s t r a ñ a manera á Salvador al ver cumpl ido uno de sus mas ardientes deseos. Caminaban con gran priesa y recato por sendas escusadas y tan á s ­peras , que la fatiga casi llevaba apagada la sed del bo­t ín y el odio á aquella gente d e s c r e í d a , cuando l legaron al fin del tercero día á un valle por todas partes cerca­do de recuestos y altos col lados, donde los soldados su­p ie ron que estaban á media legua de A l h a m a , con lo cual les vo lv i e ron las esperanzas y el b r í o . C o n c e r t á r o n s e el de Cádiz y el asistente s ó b r e l a manera de dar el ataque, y acordaron que Juan de Ortega y M a r t i n G a l í n d o ( s ó i d a -do t a m b i é n de gran fama) se adelantaran con trescientos soldados p l á t i c o s y escogi ios , y vieran de apodcrai se del cast i l lo. Escusado nos parece decir que Salvador caminaba de los pr imeros al lado de su c a p i t á n , y que llevaba uno de los cargos mas atrevidos de tan atrevida empresa. Era una de aquellas noches templadas y serenas que est ien­den sus estrellados pabellones sobre la dichosa A n d a l u c í a , cuando nuestros aventureros se acercaban recogidos y s i ­lenciosos al castillo de A l b a m a . H i c i e r o n alto guarecidos de unas matas de á r b o l e s que all í cerca c r e c í a n , y en tan­to M n t i n G a l i n d o , Ortega y Salvador , ¡ l e g á r o n s e por diversos lados á raíz de la misma m u r a l l a , para ver si a l ­g ú n rumor por dent ro se escuchaba ; pero el fuerte cas­t i l l o a seme jábase á un vasto sepu lc ro , y n i los pasos del cent inela , n i el re l incho del caba l lo , daban á conocer la estancia de los guerreros. Estuvo nuestro j óven largo ra ­to con el oido atento y cuidadoso, sin escuchar sino los latidos de su c o r a z ó n : nada tu rbab ) el silencio del i n t e ­rior ni de Us afueras. A r r o d i l l ó s e entonces é bizo una f e r ­vorosa plegsi la á la ina'dre de Dios , de quien siampre babia sido muy d e v o l o , p i d i é n d o l e denuedo contra los

enemigos de su n o m b r é Este nombre santo • ' • ' ) " , c ^ 1 s labios o t ro de dulce y doloroso recuerdo , y pensando q « . tal vez iba á mor i r sin que b a ñ a s e su I n ^ n ni «na so­la l ág r ima , s in t ió a p r e t á r s e l e el corn/.on.

V o l v í a n en . s t o d c su ronda Ortega y Mnr t -n 0 * 1 * * . d o , y como le hal laran de binojos todavía , dí)o!c el p r i ­mero en tono bajo y un tsnto i r ó n i c o : — « ¿ O s o i r r r e n por caballero de la V i r g e n , Salvador, que «si os pone»,-, á o r a r antes de la ba ta t ín ? Pues por la de la Encinn , que c r e í que hab ía i s tenido logar para eso en San ¡Vlauro!» — Pesóle de la burla á Salvador , pero nada d i j o ; sino que llegando con gran priesa á donde el grueso de la gente es­taba , y arrebatando una escala, a r r imó la en seguida á la mural la y sub ió con valerosa d e t e r m i n a c i ó n , mientras O r ­tega y Gal indo h a c í a n lo propio por su lado. E s p a r c i é ­ronse los tres por los adarves mntando tal cual centine­la dormido que encont raban; pero Salvador ganoso de aventajarse á todos en aquella memorable f a c c i ó n , e c h ó por una escalera que guiaba al p a l i o , con i n t e n c i ó n de ab r i r la puerta á los de afuera y allanar la r e n d i c i ó n de! cas t i l lo . H í z o l o así bajando brioso por medio de aquella oscuridad y temeroso s i lencio , y ya casi alcanzaba el l o ­gro de su i n t e n t o , cuando al pasar jun to al cuerpo de guardia que estaba cerca del r a s t r i l l o , a c e r t ó á salir un moro descuidado y medio desnudo. S in t ió r u m o r de pisa­das y p r e g u n t ó con voz entera «¿qu ién v á ? R e s p o n d i ó ­le Salvador" h i r i é n d o l e de una punta que le hizo dar en t i e r r a , gr i tando con las ansias de la r m i e r t e : ~ A l arma! a l a r m a ! ios enemigos tenemos dent ro . — D e s p e r t ó s e á las voces la gua rd i a , y saliendo de t ropel , cer raron con Sal­vador que por su par te solo sentia el malogro de su e m ­presa. Procuraba ganar terreno hác ia la p u e r t a , pero cer­c á b a n l e por todas partes sus enemigos, y aunque sus g o l ­pes ca í an tan recios que no hab ía adarga que los parase, era poco lo que adelantaba. C o n o c i ó sus deseos el moro que allí mandaba, y g r i t ó entonces con todas sus fuerzas: — « E l r a s t r i l l o ! bajad el r a s t r i l l o ! » — P e r o no f iándose de nad ie , a b a l a n z ó s e á la escalera con in tento de hacerlo por si p r o p i o , mientras los d e m á s , viendo los d e s m e d i d o » esfuerzos que hacia Salvador para ganar la pue r t a , redo­b la ron asi mismo los suyos. Apurada era su s i tuac ión porque el estruendo que sonaba en los pasadizos del cas­t i l l o har to claro le daha á entender los peligros que sin duda c o r r í a n sus c o m p a ñ e r o s , y una vez ec í iado el ras­t r i l l o , p o d í a n los de dent ro acudir á la m u r a l l a , volcar las escalas, y entonces s o h les quedaba ana muer te g l o ­riosa y la pesadumbre de ver desvaratada una bazaña de tan venturoso p r i n c i p i o . A c o r r a l á b a n l e en tanto mas v mas sus enemigos, y aunque habla ya tres tendidos de­lante de é l , ciegos de i ra y de v e r g ü e n z a los d e m á s , a l ro -pellabaa por todo temor con menosprecio de sus vidas E n este t iempo el gefe de la guard ia , puesto ya sobre un t e r r a p l é n supe r io r , les gr i taba.r—Aprelsdle ' , que va á caer el r a s t r i l l o y es nuestro! —cuando dando una Rran voz y d i c i e n d o — « M a h o m a , v a l m e ! » — c a y ó con la cabe­za hendida por el medio del t e r r a p l é n abajo. En segui­da y á modo de t o r b e l l i n o , sal ían por la puerta de la escalera dos guerreros que If/Am mal parados delante de si unos cuantos moros , y que sin reparar en el n ú m e r o a r remet ie ron con los contrarios de Salvador. Eran los ta­les M a r t í n Galindo y Juan de O r t e g a , y a p r o v e c l i á n d o . e nuestro mancebo de tan út i l d i v e r s i ó n , c o r r i ó á la puer ­ta del ca s t i l l o , a b r i ó l a de par en p a r , y dio larga e n t r a ! da á os de afuera que de r o n d ó n se p r e c i p i t a r o n ; r o m , picudo y destruyendo cuanto se les ponía por delante H e u m é r o n s e entonces los tres amigos, y puestos á la ca­beza de los suyos , poco tardaron en matar ó prender e l resto de la g u a r n i c i ó n , quedando d u e ñ o s y señores del

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244 S E M A N A R I O P INTORESCO E S P A Ñ O L ,

y rucia i s l imios

Castillo. A l clia siguiente d e s p u é s de una porfiad b a t e r í a , entraron asimisiuo en el pueblo los » acaudillados por los mijtuos capitanes de la noebe ante­r ior , que se aveulaj.uoB maravi l losamente á lodos Jos dem as.

Puso esta p é r d i d a en gran conslerni ic ion á la mor is ­m a , como que viau á los enemigos en t i c o r a z ó n de sus t i e r ras ; y sobre ella se compusieron endecbas y r o m a n ­ces de t r i s t í s ima tonada. E l viejo rey Albohacen j u n t ó aceleradamente un e jé rc i to de tres m i l de á caballo y c i n ­cuenta m i l peones, y con ellos c a m i n ó la vuelta de A l b a ­nia. C o m b a t i ó l a encarnizadamente durante muchos dias, j aun l legó á sacar de madre el rio de que se provee aquella v i l l a , pero nada pudo cont ra el esfuerzo de los cristianos. Dis t ingu ióse Salvador en todos los lances y es­caramuzas, poco contento de la alta prez que ganara de an temano, de modo que el m a r q u é s de Cádiz c o b r ó l e gran e s t i m a c i ó n y le hizo muchas honras.

Como quiera el apr ie to de nuestra gente era tal , que toda la A n d a l u c í a se a l b o r o t ó y c o n m o v i ó . C o n t á b a s e por el mas poderoso entre los s e ñ o r e s de esta t ier ra á D o n Enr ique de Guzman , duque de Medina-Sidouia , y en é l t e n í a n puesta todos la esperanza , si bien ñaca por andar r evue l t a y enemistado con el de Cád iz , pero era har to hidalgo para anteponer part iculares enojos al procomunal y á la ley de la c a b a l l e r í a : así fue que sacando el estan­darte de Sevilla y j u n t á n d o s e con D . Rodrigo Tel lez G i ­r e n , maestre de Calatrava j D . Diego Pacheco , m a r q u é s de Vi l lena , y otros s e ñ o r e s , a c u d i ó al socorro de sus her­manos. A l z a r o n el cerco los moros y se r e t i r a ron sin pe­l e a r , mientras los cercados sa l ían al encuentro de sus l i ­bertadores con l á g r i m a s de a l e g r í a en los ojos. E l de C á ­diz fuese con los brazos abiertos para D. E n r i q u e , y con palabras en sumo grado concedidas y corteses pusieron t é r m i n o á las desavenencias que t r a í a n divididas las dos Casas, sellando el pacto con el general (•Iborozo. Pasaron alarde al o t ro dia del e j é r c i t o c r i s t i ano , y á su vista fue­r o n armados caballeros por el de Cádiz Juan Ortega y Salvador , c a l z á n d o l e s las espuelas el de Medina-Sidonia .

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Por lo que toen á M<irl iu Ga l iudo , que ya lo era de San­tiago, h i c i é ron l c presente de una banda de huuur y de un r i q u í s i m o allange cogido en e l saco de A l h a m » . Todos aquellos señores les hum aron á poi fía , s a l u d á n d o l o s co­mo á hombres los mas arriscados y valientes que en aque­lla facc ión se hubiesen mostrado. E l de Cá.l iz sin embar­go no fue d u e ñ o de sí p r o p i o , y har to m o s t r ó la p r e d i ­lecc ión que le m e r e c í a Salvador , en los encarecimientos con que lo p r e s e n t ó á los d e m á s caballeros, maravil lados de ver tan relevantes prendas en tan cortos a ñ o s . Sacó entonces nuestro joven dos cartas de l seno y e n t r e g ó una al maestre de Calatrava y otra al m a r q u é s , aguardando en silencio el resultado. A los pocos renglones que hubie­ron l e í d o , v in ieron entrambos á abrazarle diciendo e l maestre: — i C ó m o as í l ¿ P o r q u é el deudo cercano del v a ­leroso Veremundo O s o r í o , del mejor amigo de m i padre, no viene á manifestarse á quien tanto le desea?—No menos c o r t é s se m o s t r ó el de Cádiz que amaba t a m b i é n y respe­taba a l santo abad, á quien alcanzara en el mundo d u ­rante su j u v e n t u d . Salvador a d i v i n ó al pun to todo, pues­to que nada supiese de antemano. E l amor del piadoso ce­nobita a c o m p a ñ á b a l e aun a l l í , y si le hab ía adornado coa un apell ido i lustre que en él se e x t i n g u í a , hab ía lo hecho para que el mundo le acogiese con mas honra . S i n t i ó e l nuevo caballero una e m o c i ó n p r o f u n d a , y sin embargo r e s p o n d i ó al maestre y al m a r q u é s que habla querido aguardar á que su brazo y su prosapia le abonasen a l mismo t i e m p o ; pero que sus favores de tal modo esce-dian el valor de ent rambos , que no sabia como mos t ra r ­les su agradecimiento. — Escuchad , Salvador, le dijo e l maestre d e s p u é s de mi ra r le con a t e n c i ó n Urgo ra to ; a u n ­que n i vuestra cuca n i vuestros hechos os subiesen tan a l ­to , t odav ía hay en vuestra persona un no se q u é que habla en favor vuestro. Mucho me hab ía i s de honrar si me recibieseis por vuestro « m i g o y c o m p a ñ e r o de a rmas , y no tengo reparo en p e d í r o s l o , porque supongo, a ñ a d i ó con dona i re , que no sois enemigo de mi noble orden , n i que os d e s d e ñ a r é i s de vestir un dia su santo h á b i t o . — E l de C á d i z , que lo o y ó , dijo á Sa lvador :—El Maestre me ha ganado por la mano , y har to mas g a n a r é i s en los es­cuadrones de Calatrava que no en mis banderas; pero sin embargo debé i s saber, a ñ a d i ó a p r e t á n d o l e l a m a n o , que D . Rodr igo Ponce de L e ó n os estima y honra de ta l ma­nera , que le e n c o n t r a r é i s con sus hacieiidds y su brazo siempre que le h u b i é i eis menester. Los d e m á s caballeros h i c i é r o u l e t a m b i é n por su parte grandes of rec imien tos , jr d e s p i d i é n d o s e del bizarro Juan de Ortega , sal ió de A l b a ­nia con D . Rodr igo Tel lez G i r ó n , de l cual no se vo lv ió á separar.

Resplandeciente era la aurora de la carrera m i l i t a r de Salvador , y n i él mismo pudiera esperar g a l a r d ó n tan a l ­t o . T r a t á b a l e el maestre con una amistad llena de m i r a ­miento y aun de t e r n u r a , que masque otra cosa- pa recia f ra terna l c a r i ñ o ; los caballeros de Calatrava t e n í a n l e asi­mismo en mucho , y la g lor ia le e n t r e a b r í a las puertas de oro de su encantado a l c á z a r . S in embargo no era fe l i í i de cont inuo se le v e n í a n á la menior ia las i ieotes praderas de San M a u r o , las soledades llenas de los acentos de su a m o r , y aquel vergel de recuerdos dulces y marchi tos que animaba la i m á g e n de Mar ía á modo de mariposa be­l l ís ima y e r ran te : tan c ie r to es que el amor en una alma nueva se convier te en una pas ión imperiosa y esclusiva que todo lo sujeta y subordina á su inf lu jo .

l i i b i a n despachado un correo el de Cá' l¡¿ y el maes­t re al venerable Osor io , d á n d o l e cuenta de las h a z a ñ a s de Salvador y de la acogida que le h a b í a n hecho ; y e l mensageroque vo lv ió a l poco t iempo trajo cartas de g ra ­cias para los dos, y una mas larga para nuestro mancebo.

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S K M A N M U O P l N T O I U v S C O IM'ANOL 245

Decía le en ella que apesar de sus vivas (lilig.encias no ha ­bía podido dar con el paradero de Ursu la y AI .tría . pero que no por eso pensaba allojar en sus pesquisas. H a b l á b a ­le ademas con efusiun y orgtdlo de la a l eg r í a que recibiera con las nuevas de su p r imera c a m p a ñ a , y concluia con saludables consejos y paternal t e rnura . E-la carta que Salvador a b r i ó y l e y ó con indecible ansiedad, a m o r t i g u ó aquella esperanza pá l ida y débi l ya de suyo que relucia en su alma , y a b r i ó de nuevo las llagas de su c o r a z ó n . Afor tunadamente vo lv ió á resonar en A n d a l u c í a el e s t r é ­p i to de las armas, y á traer oportuna d i v e r s i ó n á sus pesa­res. S u c e d i ó por entonces el cerco de L o j a , y sabido es que habiendo entrado los moros de rebato de los reales crist ianos, c a y ó her ido mor ta lmente de dos flechas el maestre de Calatrava. Con el espanto d ie ron los nuestros las espaldas, y cobrando á n i m o los moros ar remet ieron con no vista furia contra el e s c u a d r ó n de la orden que al pun to se a g r u p ó en torno del c a ído maest re , y mantuvo solo la pelea hasta sacarle del campo ; empresa con q u é Salió al cabo Sa lvador , no sin rec ib i r antes dos heridas. Aquel la misma noche e s p i r ó D , Rodr igo Tel lez G i r ó n : l á s t ima grande para todo e l e j é r c i t o por ser personage de altas prendas, y en la flor de su edad, que no pasaba de los ve in t icua t ro a ñ o s . N i aun en la muer te d e s m i n t i ó la pa r ­t icular amistad que h a b í a mostrado á Salvador , y e s p i r ó t e n i é n d o l e asido de la mano y e n c o m e n d á n d o s e l o muy en­carecidamente á G u t i e r r e de Padilla, . c lavero mayor de la ó r d e n .

Cuanto sintiese Salvador esta m u e r t e , y cuan hondo le pareciera el vac ío que en su c o r a z ó n dejaba, no hay porque ponderar lo ; baste decir que haLia mirado al ma i s t r e con un afecto e s t r a ñ o y mis te r ioso , que venia á ocupar en su pecho el lugar de los dulces c a r i ñ o s de fa­m i l i a , y que su falta ensanchaba sin medida aquel o r b o n -te de soledad que por todas partes d e s c u b r í a . A l día s i ­guiente a lzó el rey sus reales y se r e t i r a ron en buena o r ­denanza de sobre Loja . A c u d i ó el m a r q u é s de Cádiz á con­solar á, Salvador en cuanto se lo p e r m i t í a n los riesgos del camino , y t o r n ó á hacerle los mas cordiales o f rec imien­tos f pero D . Gut ie r re de Padilla le d ió á entender que los adelantos y cuidado de aquel mozo eran ya deuda de la o r d e n , promesa de que no se a p a r t ó j a m á s .

No le seguiremos por nuestra par te en todos los azares J peligros de esta porfiada guerra, durante la cual ninguna luz le t i ageron sobre la suerte de M a r í a las diversas cartas que desde San Mauro le enviaba el santo abad R e c i b i ó una cuando pusieron los reyes el cerco á la ciudad de Gra­nad» ,. edificando á su frente la v i l l a de Santa F é ; y en ella le decia que habi.i vue l to a t r á s de los l inderos mis ­mos del sepulcro hasta donde le l levará , una dolorosa en­fe rmedad , pero que recobrado a l g ú n tanto hab ía tornado á sus pesquisas sin alcanzar por eso mas que antes ^ y por ú l t i m o , que iba p e r d i é n d o l a esperanza de lograr n i n g ú n i n d i c i o , y BUII de vo lver á ver á su hi jo q u e r i d o , según la postracioii en que hab ía quedado. De esta suerte los años empujaban hác ia la huesa al hombre que le hab í a servido de padre ; el maestre que como hermano le habla mirado descansaba ya en su fondo, y aquel amor que un día le Hrviera de nor te y de f^nal , d e s a p a r e c í a en las som­bras del misterio ó de la muerte qu izá . M i r ó d e t r á s de s í ; al l í la soledad y el v a c í o : vo lv ió los ojos hác ia adelante; al l í los combates y su estruendo : a l e g r ó s e de verlos tan cercanos, y p r e c i p i t ó s e en ellos con de l i r io .

Hab ía se escaramuzado reciamente una t a r d e , y Sal vador se e m p e ñ ó tanto en aquella ocas ión , que vino á dar en una especie de emboscada donde ma» de veinte moros le embist ieron á la vez. M a t á r o n l e el caba l lo , y aunque, haciendo espaldas de una p a i e d , se defendía vale

rosamente, c i » y» «'» n iucr tc segura, cuando saliendo i galope de un bosquccillo de naranjos un cubti l loro c r i s ­tiano , c e r r ó de tal suerte con los moros, que dando con dos en t ie r ra y atropellando á los d e m á s , los puso en des­pavorida fuga. Cogió e n t ó n e o s de la br ida el caballo d t uno de los muer tos , y e n t r e g á n d o s e l o á Sal vador , ambos salieron de aquel lugar la vuelta de Santa F é . Camina­ban en silencio, y nuestro joven maravi l lado examinaba con suma a t e n c i ó n y curiosidad el arreo y apostura de su mis ­terioso c o m p a ñ e r o Era este alto de cue rpo , l levaba baja

celada de su casco, una banda morada c u b r í a l e parte del pelo y espaldar, y t ra ía en el escudo por divisa un na­vio con las velas tendidas y en alta mar . Llegaban y a muy cerca de los reales , cuando Salvador r o m p i ó el s i ­lencio d i c i endo .—En verdad , s e ñ o r caba l le ro , que m e ­rec ía i s no ya un h á b i t o el mas calificado de E s p a ñ a , sino un reino por vuestra bizarra conducta . A l z a d , os r u e ­g o , la v isera , si que ré i s hon ra rme m o s t r á n d o m e el ros ­t ro de m i l i b e r t a d o r , y aun su nombre para grabarlos en m i memoria eternamente. — « M i reino no es de este m u n ­do, » repuso el desconocido con voz grave y sonora , y aunque he estado cerca de esta g e n e r a c i ó n muchos a ñ o s , ellos no han conocido mis c a m i n o s . » — S o r p r e n d i d o se que ­d ó Salvador al oír estas palabras b íb l i cas y solemnes, p r o ­nunciadas con un acento indecible de fuerza y de verdad . E l guer re ro p r o s i g u i ó con tono lleno, de afabilidad y de dulzura . — Pero vuestra cortesia me obliga t a n t o , que, puesto que en acorreros mas haya sido m i ganancia que la vuestra para hacer alarde de semejante acc ión , no solo os d e s c u b r i r é m i ros t ro sino que t a m b i é n es d i r é m í n o m ­bre . L l á m a n m e C r i s t ó b a l C o l o n . — Esto diciendo a lzó la celada y m o s t r ó á Salvador un semblante reposado y l l e ­no de autor idad. Eran sus ojos garzos, rub io su cabel lo, y su mirada de á g u i ' a caudal y poderosa. H a b í a en aque­l la cabeza un na sé que de i n s p i r a c i ó n , de fortaleza y de genio tan robusto y p ronunc iado , que Salvador se s i n t i ó penetrado de a d m i r a c i ó n y respe to , y como flaco rapas delante de un coloso. E n t r a r o n en esto en Santa F é , y se separaron cortesmente l levando nuestro mozo el á n i m o preocupado y l leno de la idea de aquel hombre mis te r io ­so. P r e g u n t ó á un caballero de Calatrava qu i én era C r i s -tova l Colon, y coi . tdle al mismo t iempo la aventura. Dios* á re i r el caba l le ro , y le d i j o : — E s el loco mas hidalgo y mas valiente que he v i s t o ; pero son tan sandios los p r o ­yectos que revuelve en su i m a g i n a c i ó n , que le han mer ­mado el seso. H a b é i s de saber que pretende descubrir na­da menos que un nuevo m u n d o , y ha presentado los p r o ­yectos á la c o r t e ; pero aunque ha fascinado á algunos, los mas le han l á s t ima por su desatino.

Poco se c o n t e n t ó Salvador de oír hablar con tan esca­so comedimiento de un hombre á quien sin saber por que tenia en mucho ; amen de que se le hacia d u i o de creer que la locura ejerciese t a m a ñ a super ior idad. Era su ca­r á c t e r naturalmente entusiasta, y so color de dar las g ra ­cias á C o l o n por su ayuda , pero en realidad para descor­rer algo del velo que le e n c u b r í a , e n c a m i n ó s e á su posa­da. Hay lazos secretos y s i m p a t í a s que ligan á las almas elevadas, y l«s r e ú n e n en un p u n t o , bien así como una m í s e r a luz atrae á dos mariposas que vuelan en distintas direcciones. Por otra parte Salvador hab ía cu l t ivado las ciencias entre los monges de San Mauro , y por una i n t e n ­ción pronta y feliz c o m p r e n d i ó los planes gigantescos del gran C r i s t o v a l : de modo q-ue el predominio del genio y el ascendienle de la r azón le caut ivaron al mismo t i e m ­po, con su s e d u c c i ó n i r res is t ib le . Desde entonces p r o h i j ó con ardor aquella idea milagrosa , y fue para «1 gran C o ­lon como un hermano ó como un h i jo .

En t re tanto a m a n e c i ó el dia venturoso de la rendí-

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2 4 0 S I ' M A N A I U O I M N T O I U ' S C O ÉS^ANOL.

clon de G r n m d a . F.ra cosa de ver la pompa y mngeslail de los reyes y sus lujos , las armas y el ai reo de los g ran­des, la tristeza de los moros , y el júb i lo colmado d é l o s crist ianos. E n t r ó el rey en el castil lo de la Alhambra se­guido de la flor de la c a b a l l e r í a e s p a ñ o l a , y d e s p u é s de iiecba o rac ión en acc ión de gracias, Fray Hernando de Ta­layera , Arzobispo electo de «que l la c i udad , puso la cruz arzobispal , que delante de si llevaba el de T o l e d o , en lo mas alto de la tor re p r inc ipa l y del homenage con el es­tandarte r e a l , y el de Santiago á los lados. Siguióse un alarido inmenso de a legr ía que llegaba á los cielos: todos los ojos estaban arrasados en l á g r i m a s , y los corazones p a r e c í a q u e r é r s e l e s salir del pecho á aquellos soldados va ­lerosos. V o l v i e r o n los reyes á sus reales d e s p u é s de r e c i ­b i r el parab'en y homenage del nuevo r e i n o , y aquella misma tarde entre los diversos premios que se r epa r t i e ­r o n , puso D . Fernando de su propia mano el h á b i t o de Calatrava á Salvador, y Doña Isabel le r e g a l ó una cadena de oro ; lisonjero g a l a r d ó n de su valeutia y denuedo.

No era cumpl ido sin embargo su gozo , porque los r e ­cuerdos que e n t e n e b r e c í a n su c o r a z ó n , casi cerraban el paso á la luz de esperanza y de gloria que des te l l í iban aquel dia las cumbres de la Sierra Nevada ; pero aun de este leve resplandor que le l legaba, pa rec í a ofenderse la suerte. Depart iendo estaba con Colon sobre el intentado v í age , cuando un correo que l l egó al rey de Ga l i c i a , le trajo la ú l t i m a carta de F ray Veremundo O i o r í o . L leno de t r i b u l a c i ó n n o t i c i á b a l e el anciano como hab ía descubierto el paradero de M a r í a , pero que mas se holgara de no ha­ber lo logrado j a m á s , pues que su t r i s te amante la hab ía perdido para s iempre, y deb ía rogar á Dios por el la . Des­de muy a t r á s se hab í a arraigado semejante idea en el á n i ­mo de Salvador, pero ta realidad desnuda y yerma a c a b ó de romper en su pecho un resorte que imaginaba ya que­brado , y c o r t ó el ú l t i m o h i lo que podía guiarle en el la • be i i u to de la vida. V i ó seca de repente la fuente del c o n ­suelo ; m i r ó en torno de sí y ha l lóse solo; b u s c ó el estruen­do de las batal las , y por donde quiera p a l p ó el silencio de la paz; nada encontraba finalmente donde saciar el a n ­sia de su alma calenturienta y desquiciada. C o l o n , que c o m p r e n d í a su amargura , le h a b l ó entonces de un viage por ten toso , de peligros y de h a z a ñ a s a l lá en el conf ín de la t i e r r a , de una gloria duradera mas que el inundo y que las edades; y la mente exaltada de Salvador gu ió sus alas hácia estos campos de luz que aquel grande hombre le mostraba.

D e s p u é s de m i l trabajos y penas salió por fin Cristo-val Colon del puer to de Palos de Moguer el dia 3 de agos to de 1492 , enderezando su rumbo hác ia Canarias, y aunque hasta allí pudo l levar sosegados los á n i m o s de su gente , su viage en adelante fue un tegido de sublevacio­nes y de pe l igros , en que á no haber contado con e l co­r a z ó n de Salvador , se hubiese hallado de todo pun to solo. La inmensidad de aquellos mares solitarios donde el ojo y el brazo del mismo Dios eran los uniros que pudiesen verlos y ampararlos, y la amistad de aquel hombre e x t r a o r » d i n a r i ü que caminaba al t r a v é s de los abismos en busca de una t ierra desconocida, der ramaron en el alma vacia y desconsolada de nuestro mozo un consuelo inefable y grande como su do lo r . Caminaban entre tanto, y su cami­no parec ía sin fin. Los á n i m o s mezquinos de aquella gen-te sin fé

e n c e n d i é r o n s e por ú l t i m o en tales t é r m i n o s , que ya n i la elocuencia y serenidad del a lmír . - in te , n i el de­nuedo de Salvador , p o d í a n impedir les que volviesen las proas hác ia E s p a ñ a . Colon en semejante ext remidad les p r o m e t i ó y j u r ó de hacerlo así con ta l que á los tres diíts no encontrasen t i e r r a ; pero apenas los conjurados 1c de­jaron solo cou su ún ico amigo, cuando desatinado y alzan­

do los ojns y las manos al c ic lo , e x c l a m ó con el acento de la (tese p u r a c í n n — ¡ O h Dios m í o , Dios m í o ! ¿ M e vedareis como á Moisés la entrada en la t ierra p r o m c i í d a , á mí que nunca he dudado de vuestra grandeza, á mí que no he tenido mas consuelo en mis t i ibulaciones que una idea de gloria para vos y para mis hermanos? ¡ O h Dios m í o , Dios m i ó ! — S a l v a d o r fuera de sí se vo lv ía y r e v o l ­vía á todas par tes , como si pidiese ausilio al espacio y al s i lencio , cuando de repente y con el r o s t i ó inflamada Bs ióde l brazo al a lmi r an t e , y le m o s t r ó una bandada de p á j a r o s que b a t í a n sus alas h á : í a e l l o s . — V e d l a s , le dijo con entusiasmo: ved las palomas del arca santa! Dios os las e n v í a sin n ú m e r o cuando á N o é vino una sola. —Eran en efecto todas avecillas de poco v u e l o , claro indicia de t i e r ra cercana: pero aquel plazo fatal de los tres días era como la espada de Damocles para el desolado Colon .

Aquel la misma noche á cosa de las diez velaban ambos amigos en el cast i l lo de popa, cuando l l a m ó el a lmirante la a t e n c i ó n de Salvador s e ñ a l á n d o l e una luz como de an­torcha que á lo lejos re lumbraba . Subia el resplandor, bajaba y escondíase como si lo llevase una persona en la mano , y los dos lo observaban pa lp i tando , hasta que Co­lon e x c l a m ó con voz de t r ueno : — E l Nuevo M u n d o ! E l Nuevo M u n d o ! He aquí que las tinieblas c u b r í a n su faz, y yo lo he sacado de las t inieblas! Yo soy el e sp í r i t u de Dios que era llevado sobre las aguas! — A l decir esto cen­telleaban sus ojos de tal modo y estaba tan sub l ime , que Salvador c a y ó invo lun ta r iamente de rodil las delante de aquel h o m b r e exclamando t a m b i é n : — S í , c a p i t á n , sois grande como el e sp í r i t u del S e ñ o r que cabalgaba en el t o r b e l l i n o . — A v e r g o n z ó s e Colon entonces de aquel m o ­vimiento de o r g u l l o , y dijo alzando á S a l v a d o r : — N u n c a el vaso de barro se l e v a n t a r á contra el alfaharero que lo f o r m ó : del Señor es la redondez del orbe y la p l e n i t u d del m a r , y nosotros no somos sino gusanos delante de é l , ~ A b r a z á r o n s e en aquel punto los dos amigos, y largo rato estuvieron asi sin hablar palabra. Dos horas d e s p u é s ya las tr ipulaciones cantaban el Te Deum en a c c i ó n de gracias.

L a t ierra que vieron al amanecer era la isla de G u a -n a h a n í , á quien Colon puso por nombre San Salvador, tanto en memoria del Dios que le habia salvado, como de su generoso c o m p a ñ e r o . T o m a r o n t ierra en seguida en medio de los i s leños asombrados, y Colon p l a n t ó e l es­tandarte real y la cruz entre las aclamaciones de los suyos, que entonces le edorsban como á un Dios. Aquel los sal-vages p a r e c í a n de cond ic ión blanda y pacífica , y Salvador se i n t e r n ó en la isla , porque su c o r a z ó n necesitaba l a t i r i solas. Ostentaba aquella t ie r ra todas las galas de la v i r g i ­nidad y de la j u v e n t u d : sus p á j a r o s , sus á r b o l e s , sus ( lo ­res , todo era nuevo y milagroso: sus arroyos c o r r í a n mas dulcemente que los pensamientos de una n iña de q u i n ­ce años : era aquello la p r i m e r sonrisa de la naturaleza, lía s u e ñ o de esperanza, de amor y de ven tu ra . Todos los pensamientos de su vida pssada a g o l p á r o n s e entonces de t ropel á la memoria do Sa lvador , c o r r i ó de sus ojos l a r ­ga vena de l l a n t o , y con el pecho hinchado de sollozos e x c l a m ó : — M a r í a ! M u í a mia ! ¿ P o r q u é no nacimos los dos en este pa ra í so , lejos de los poderosos de la tierra? Nuestras horas se des l i za r í an como estos cristalinos a r ro ­yos , é i r í a m o s á dar en el O c é a n o del sepulcro con toda nuestra fulícidaH d inocencia. Angel de luz que es tás j a u ­to al t rono de Dios! I l é m e aqui solo y errante en esl is playas apartadas, el c o r a z ó n sin amor y el a l m a s iJ teSpfl" ranza! ¡ O h Mar ía , M a r í c ! — M u r m u r ó en voz mas ba j i y se s e n t ó l lorando en la soledad con i tu ler ib le amargura . Recobróse ! por (in al cabo de una buena piezo, y e n j u g á n ­dose las l á g r i m a s fas á r e u n i ' se con sus c o m p a í i e r o s y con

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SEMANARIO PINTOBESCO ESPAÑOL, 2 1 7

Crisloval C o l o n , de quimi no se s e p a r ó Iwtsla su c a l á s l r o -fe bien conocida de lodos. Sabido es que los gr i l los y una seulencia de muerte fueron el galaidou de sus servicios, Y auoque el rey le rec ib ió con d i s t inc ión d e s p u é s , y se enojó por d e m á s de la barbarie del juez Bobadilla , n i cas­tigó á este n i d e v o l v i ó á Colon sus honores y p r e r o -

galivas. . • j i i i Salvador p e n s ó entonces en la justicia de los hombres

y en las mentirosas glorias del m u n d o : la h ié l que por tanto t iempo habia ido filtrando en su c o r a z ó n se derra­mó de él y e m p o n z o ñ o su alma. V i ó agostada aquella r i ­qu í s ima cosecha de fama y de honor que habia soñado ; se son r ió amargamente y e x c l a m ó meneando la cabeza: ¡ « V a ­nidad de vanidades y todo ts vanidad! » V o l v i ó entonces su c o r a z ó n al padre de las miser icordias , y diciendo un á Dios eterno al desgraciado C o l o n , t o m ó el camino de San Mauro de V i l l a r r a u d o , resuelto á aguardar la muer te bajo sus b ó v e d a s silenciosas.

ENRIQUE G I L .

C R I T I C A L I T E R A R I A -

S E 9 . R A M O M C A M P O A B I O B . ( i ) .

scasas Como son hoy las ocasiones de s í n -^ j cero encomio , que se le ofrecen al escr i -

f«< tor imparc ia l y desapasionado, aprove-ehamos gustosos esta que se nos presenta de hacer j u s t i ­cia al talento de uno de los j ó v e n e s mas aprovechados de nuestros dias, y de l lamar la a t e n c i ó n del p ú b l i c o , que asaz perezoso y soño l i en to , ha siempre menester del acicate de la c r í t i c a para fijar su d e s d e ñ o s a vista sobre ei que descuella r i co en obras y en p o r v e n i r , en ese tan d i ­fícil como anchuroso campo de la l i t e ra tu ra .

Hay una circunstancia que de por si a b ó n a l a s poe­sías del Sr. Campoamor ; que una c o r p o r a c i ó n , un in s ­t i tu to a r t í s t i c o y l i t e ra r io las haya impreso de su cuen­ta , dando asi p r i n c i p i o á la positiva p r o t e c c i ó n que ha de dispensar en adelante al saber y al gen io , c o n t r i b u ­yendo á la difusión de las obras que sean dignas de es­ta honra. F á l t a n o s ahora averiguar si la del j ó v e n poeta, objeto del presente a r t í c u l o , es digna de la prelaciou que h * obtenido, y si el Liceo ha andado cuerdo en dar p r i n ­cipio á su loable empresa, por el tomo que á la vista t e ­nemos. Corolario indispensable ha de ser del favorable fallo que arr iba emi t imos , la a p r o b a c i ó n del pensamiento p r á c t i c o de aquel i n s t i t u to .

Abramos ahora el l i b r o al acaso y leamos la p á g i n a que se nos presente. Tiene por t í tu lo la c o m p o s i c i ó n en que hemos tropezado L a guirnalda , y es un f an tá s t i co en­sueño del poeta que cree ver á aquella suspendida de los nires, y aguardando á que la i m n o de una hermosa se la ciña blandamente á sus sienes. G ó z a s e con in fan t i l placer describiendo ora las oscilaciones de la floridi cadena, ora pensando quien s e r á la fortunada v i rgen que para si la logre:

Palma del mejor modelo «era esa guirn.ilda l ienuosa, que al a!ie ondea graciosa mintiendo el iris del Cielo. Listadas do azul y gualda

( l ) Un tomo en 8.° V é n d e s e en la p o n e r í a del Liceo.

sus bc lU» llores (jtoUrODI jamás las p i j a » i( K¡crOn U p c c R r i n a Run nald...

v e d las •• '"r"li"7r;;»-: ' , ¡ c o m o vacando la mecen! l e d ¡que conformes ,.areceh entre los lirios las rosas!

¡nómhi»! U * ^ I W i i M f e H * * * •: • •

Y cuan gallardas las llores d a n , con gentil movimienlo, capullos y hojas al viento, frescura , esencia y colores! S i alguna entre tanta bella, aspira al don soberano, levante airosa la mano y cifia su sien con ella. M a j cuide no se la cií ía sin ser de beldad modelo, pues p a g a r á , vive el Cie lo , su inadvertencia de n i ñ a . Y fresca y suave y pura sobre los aires flotando, desde hoy la dejo esperando la R e i n a de la hermosura.

Quien asi sueña gratamente , quien tan bellos del i i ios a l imen ta , ese no debe haber perdido ninguna de las i l u ­siones de la infancia , nada de ese r ico tesoro que un dia y o t ro van mermando , hasta quedar como uu tr is te r e ­cuerdo que mart i r iza al alma , porque manifiesta cuanto es amarga la realidad d e s p u é s de las dulces fan tas ías que con nosotros crecieron en la cuna.

Nada hay de escepticismo en las frescas composic io­nes de Campoamor: su alma henchida de fe y de pureza, solo ve las rosas del m u n d o , porque aun no ha sentido sus espinas j mecido asi por las h a h g ü e ñ a s esperanzas que engendra, canta el inc ie r to vuelo de la mariposa, y e l afán de la n i ñ a , que i m á g e n del hombre corr iendo en pos de la f e l i c idad , se afana ganosa de coger el matizado i n ­secto: a q u í el poeta es filósofo, tal vez por i n s t i n t o , y donde no vió mas que la vana por f í a de una n i ñ a , hal la el pensador un punto de graves y amarga-s meditaciones.

Y tiernas flores hollando, y frescas auras batiendo , la niña sigue corriendo, la mariposa volando.

Corona este pensamiento final el de toda la compos i ­c i ó n , y termina dignamente aquella delicada alegoi í a , que presenta dos faces, no menos bella la una que la o t r a ; la apariencia y el f o n d o , la idea y el d e s e m p e ñ o ; que igualmente honran al filósofo que al poeta. C r é a s e este en sus del i r ios un mundo á la vez ideal y pos i t i vo , que tiene de lo p r imero la forma y de j o segundo la espresion; en cada f l o r , en cada a r r o y o , en cada onda levís ima y t ransparente , halla m i l gratas i m á g e n e s , que con eenlido acento, con suave franqueza, describe ligera y minuc io ­samente. N u t v o rey de A r c a d i a , posee verjeles, y p r a ­deras y dilatados bosques; en ellos no moran ya las pas­toras de o t ro t iempo: en ellos no suena ya la flauta amoro­sa de F i l eno , n i la z a m p o ñ a rús t i ca (!e B a t i l o ; si el teatro es el m i smo , los actores lian cambiado de trage y de nom­bre , que e s t r a ñ o anacronismo fuera pintarnos al blondo y amoroso pastor apacentando su r e b a ñ o , cuando otra tan diferente realidad tenemos. N o ; hoy el poeta no vti esas que podemos l lamar visiones; hoy nos cuenta á nosotros, torpes y d e s c r e í d o s cortesanos , los placeres y la poesía de la naturaleza , que es do suyo sobrado magnifica para necesitar de actores humanos, y sonlo de ella los rios, las á u r a s , las flores, los insectos, las aves, las marav i l l a» todas de >• c r e a c i ó n , j Y como al escuchar todas eajs bel 'c-

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2 5 0 S K M /\ N M U O IM N l O H V.SCA» K S P AMOIi.

E L L i k G O D E C A R U C E D O -

T I I A D I C I O N P O P U t A I S . .

I I I . H I E R R O Y C A S T I G O .

Solo \ una mujer amabal . . . . que fué vordad oreo yo, por<luc todo sr acabo, j e&lo solo n(< se acaba.

C\LBEao!f. — L a vida es s u e ñ o .

n una hermosa m a ñ a n a de pr imavera del a ñ o 1495, un caballero de Calalrava armado de todas armas se a p e ó en la p o r t e r í a de

San Mauro de V i l l a r r a u d o , y ya pisaba el u m b r a l , cuan­do a c e r t ó á ver delante de si la pasmada figura del pa­dre A c e b e d o , p o r t e r o de la a b a d í a , que con a t ó n i t o s ojos le miraba. — ¿ T a n mudado vuelve un antiguo ami­go que no le conoce el padre Acebedo? le dijo el recien l l e g a d o . — ¿ Q j i é n os hab í a de conocer , Sa lvador , respon­dió el buen religioso a b r » z á n d o l e , tan ga lán y gen t i l como venía con esa cruz de caballero al l ado?—Har ta priesa me d i para ganarla con aquellos pe r ros , repuso Sal vador con aparente jovial idad ; pero decidme ¿y el santo Osario? «ñad ió , procurando encubr i r su zozobra.—¿Pero sabéis que Tenis flaco y malparado en tales t é r m i n o s que nadie d i -r í» que erais vos? ¿Está is e n f e r m o ? . . . . J e s ú s ! y es este aquel mozo tan gallardo? vaya! si parece que la vejez le ha cogi­do de improviso en lo mejor de su camino!—Pero el ve­nerable abad?... r e p l i c ó Salvador con impaciencia. — ¡ A y , h i j o ! c o n t e s t ó el buen p o r t e r o , e s t á tan postrado con la carga de los años , que apenas se puede d e d r q u e v i v e . Ha mandado levantar una especie de e rmi ta con su vivienda en la Hondonada del JSaranco, y a l l i pasa las horas en la soledad sin venir nunca al monasterio. Estos dias pasados hab'aba mucho de vos y de la pesadumbre que le causa­r í a m o r i r sin que le c e r r á s e i s los ojos. Pero os poné i s tan p á l i d o ! . . . ¿ q u e r é i s tomar alguna cosa?—No, nada, r e p l i ­có Salvador , procurando ocultar su t u r b a c i ó n ; solo os p i ­do que le p r e v e n g á i s acerca de m i llegada , porque pod i i a hacerle mucho d a ñ o m i repent ina v i s t a .—Si por c ier to , d i jo el padre Acebedo, voy a l l á vo lando , pero venid vos t a m b i é n á aguardar la ocas ión de abrazarle en la huer ta

E n c a m i n á r o n s e en efucto los dos hác ia a l l á , y el hon­rado por te ro con su priesa y su a l e g r í a u r d i ó con tanta sen-eillez como torpeza una fábula , por entre cuyos hilos el buen abad vió har to claro lo que aquello quena d e c i r ; y l evan l á t i dose con no vista y maravillosa presteza, se enca­m i n ó á la puerta gr i tando: — Salvadui ! hijo m i ó ! por q u é no vienes?—Corr ió este desalado al encuentro csclanian-d o : — O h , padre mió? padre m i ó ! v « " el misino din te l se abrazaron ambos sin ser poderosos á decir una palabra. Repuestos por fin y s o s e g ó l o s al cabo de una buena pieza, h a b l ó de esta suerte aquel v a r ó n piadoso — E l c i e ! o h a o i . do miserac iones , y ahora d e s p u é s de haberte abraznclo y a puede venir la muer te . Como los d i i s del hombre pasau semejantes á la flor del heno , y los míos cstnn contados, anhelaba ver le para descubrir le el secreto de t u familia y nacimiento. Largos años le aguardo; pero como r¡o v o l ­v ías y el pla/.o iUa ya vene do , y á mi diligencia estaba encomendado el abr i r el p l i ego , r o m p í el sello y lo v i l o ­do . Si en tu c o r a z ó n se anida la v»n idad mundana , r e g o c í ­jate y alza la cabeza , porque eres hijo de los poderosos de

la t i e r r a . D o ñ a Ueatriz de Sandov»l fue l u madre , y el que le e n g e n d r ó mi c o m p a ñ e r o de j uven tud y dulce amigo Don Pedro G i m n , maestre de Cal i t l rava. — ¿ C o n q u é se. g o n e s o , p r e g u n t ó Salvador con ansiedad , el iu»eslre Don Rodr igo Te l l cz G i r ó n , que m u r i ó en el cerco de Loja , era m i hermano? —Si por c ier to : la misma sangre corr ia por vuestras venas.—Con q u é era m i hermano! r e s p o n d i ó Sal­vador con una voz i n t e r rumpida de sollozos, con q u é era m i hermano y m u r i ó en mis brazos, y no pude estrechar­le en ellos y decirle « ¡ h e r m a n o m i ó ! » ¿ C ó m o fui tan sor­do , que no e s c u c h é la voz de la naturaleza que tan al to hablaba en mi c o r a z ó n ?

Salvador no habia Horado n i aun al despedirse de Cris-tóva l C o l o n : sus ú l t i m a s l á g r i m a s hablan cor r ido en las so­ledades del Nuevo M u n d o , como testimonio de los dolores de un mundo antiguo. Desde entonces la esperanza vo ló de su c o r a z ó n : de su misma t r i s teza , solo quedaron heces amargas y desabridas, y al tocar con sus dedos el bello c a d á v e r de su amor y de sus i lusiones, solo e n c o n t r ó un esqueleto descarnado y f r ió . Como qu i e r a , la r e v e l a c i ó n de aquel secreto habia pulsado en su alma una cuerda que imaginaba r o t a , y que r e s p o n d i ó en son doliente á las pa­labras del abad : tan cier to es que a l l á en el fondo de l co­razón humano siempre hay un eco que responde á los dolo­res. Salvador habia nacido de un amor que no r e c i b i ó l a b e n d i c i ó n de la ig'esia , en la é p o c a revuelta y desdichada del reinado de E m i q u e I V ; sus padres mur ie ron cuando n i ñ o , y los zel )S de la madre de Don Rodrigo G i r ó n , que temblaba que el maestrazgo de Calatrava, concedido á su h i j o , no pasase á su he rmano , le a c o m p a ñ a r o n desde la cuna con ta l constancia , que de seguro hubiese ca ído bajo sus golpes , si el buen abad de C á r d e n a , pa i i en te de su m a d r e , no le hubiese puesto al abrigo de los i g n o r a d o » valU s de Carucedo. Era su suerte la de conocer la vida por sus amarguras , y los amores d é l a t ie r ra por los v a ­cíos que su p é r d i d a deja en e l alma.

Pasado un buen espacio, y como el abad le viese ya mas sosegado, le h a b l ó del po rven i r que le aguardaba, de los deberes de su nacimiento y de la fortaleza y magnani­midad propia de los hombres , y en especial de los caba­lleros. Salvador le r e s p o n d i ó : — Escuchadme, padre m í o , porque m i r e so luc ión es seria y p rofunda , y quiero que la conozcá i s . Ya sabéis que en mis dulces años a m é con la pureza de los á n g e l e s á un ánge l que vino á consolary e m ­bellecer estos val les , y que aquel amor se d i s ipó como el roc ío de las praderas. Entonces me l a n c é por el camino de la g lor ia , y delante de la vencida Granada el rey rne v i s -lió el h á b i t o que veis; pero m i alma estaba enferma de so­ledad y de ansia de mayor nombradla . B u s q u é con u n hombre enviado de Dios un nuevo mundo al t r a v é s de la inmensidad y de los abismos de! O c é a n o , y la t i e r r a p r o ­metida d e s p l e g ó á nuestros ojos todas sus galas y riqueza. La vista de aquellas playas solo trajo l á g r i m a s á mis p á r ­pados, vac íos á m i c o r a z ó n y d e s e n g a ñ o s á m i en tend i -m i e r t o . Por p remio de nuestros trabajos el gran ¡Colon y yo hemos tenido gr i l los á los p í e s , y la cuch i la del ve r ­dugo sobre nuestra cabsza. Ya lo veis , padre m í o ; el amor es una flor del cielo que se agosta en esta t ie r ra empapada ei) l á g r i m a s , y la gluria no pasa de una dorada ment i r a . ¿Creé i s por ventura que un c o r a z ó n tan l laga­do como el mío se c u r a r á con el humo de las vanidades mundanas? ¿ N o era mas bello el nombre que l a b r é con m i espada, que el que la suerte t a r d í a rae ofrece ahora como por una bur la c rue l? Yo he venido á buscar el c o n ­suelo al pie de los altares y r n el seno de la o r a c i ó n : m i rcsohi r iou es i nva r i ab l e , y si m a ñ a n a mismo me a b r í é -seis las pnei las del s mlua r io y recibieseis mis v o t o s , te­ned por c ier to que la bendsebu de m i padre ba ja r ía so-

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S U M A N A i u o P I N T O A E S C O B S P A N O L . 251

bre mi c»beza , cubierta con la cogulla de SHD Bemaido. Sigiilóse una larg» pausa á esta declai «cion, sin que ni

el reli^osOt D' *' caballero te diesen priesa á romper el silencio.—Salvador, le dijo por fin el anciano, nim avillo-do me dejas con tu reso luc ión , y aunque no seré j o quien le la reprenda, menos le encubriré las dudas que me asaltan. Dudas tremendas por cie.to; porque si el despe­cho 7 no la res ignación te traen al silencio del claustro; gi en ve¿ de un corazón humilde llevas á las aras de Dios ano lastimado de orgullo y de d e s e s p e r a c i ó n , por ventu­ra encontrarás la pelea donde pensaste hallar el descanso. C r é e m e , hijo mío, Dios no envia sus ánge les de consuelo sino á las almas que se desprenden y desatan de las afi­ciones de la tierra. Dime , ¿si llegases á encontrar un dia á U muger que amaste, no maldecirías de la hora en que naciste?

Brilló entonces en los ojos de Salvador uno de aque­llos re lámpagos que dan muestres de las tempestades inte­riores, y dijo con suma zozobra: .—¿Pero no me dijisteis que m u r i ó ? — S í : murió para tí y para todos, aunque su alma vivirá eternamente para Dios! rep l i có el anciano prontamente.—Pues entonces, añadió Salvador con sor­do acento, tanto mejor, y por caridad dadme vuestio santo h á b i t o , que sino me juzgáis digno de él lo iré á pe­dir á la puerta de otro cualquier monasterio. — E l prela­da vacilaba t o d a v í a , hasta que el mancebo le dijo con en­t e r e z a . — ¿ Q u é teméis? ¿ N o veis que mi frente ha comen­zado ya á encalvecer, y que no hay ilusiones, ni enga­ños por dulces que sean, que resistan á treinta y tres años de pesares r — E l religioso entonces como vencido, alzó los ojos al cielo y e s c l a m ó : — H á g a s e la voluntad de Dios!

A los pocos días tomó Salvador el hábito de San B e r ­nardo en la iglesia de la abadía , y asimismo p r o f e s ó ; co­sa en que vino el santo O so rio vencido d e s ú s ruegos, y usando de las facultades que tenia para dispensar el no­viciado. Fáci l es de conocer la admiración que causaría á todos los monges semejante suceso, tanto mas cuanto que el nacimiento del nuevo hermano ya no era un misterio, y que ademas todos le hablan visto llegar adornado con la cruz de una de las órdenes militares mas gloriosas de España . Miraron como un predestinado al hombre que en la flor de su edad de aquel modo tenia en menos la hala­güeña fortuna con que el mundo le brindaba , y desde en­tonces le mostraron una especie de respeto que su auste­ridad y d e v o c i ó n aumentaban y engrandecían sobre m a ­nera. De a l l i á pocos dias rcaec ió la muerte del vener&ble F r . Veremundo Osorio, que pasó á mejor vida consumi­do de caridad y con toda la paz y el sosiego del justo, y en su lugar y como testimonio de veneración á su memo­ria, eligieron porsucesor suyo á F r . Salvador Tel lez G i i o n .

E l nuevo abad trataba con dulzura verdaderamente paternal á todo el mundo: el rigor y la penitencid solo consigo propia les usaba, y su mano no contenta con en­jugar las lágrimas que la muerte de su predecesor había hecho correr eo el pais, derramaba sin cesar beneficios y consuelos. A pesar do tanta caridad , los monges antes es­quivaban su compañía que la solicitaban. A veces encon­trábanle paseando en un claustro solitario, y aunque pa­sasen junto á él ni los sentia ni los salodhba , tan embebi­do andaba en sus meditaciones. Otras veces los que mas cerca de él estaban en el coro oíanle pronunciar eo vez de los vers í cu los sagrados, palabras incoherentes y sin sentido, cuya signif icación no comprendian, pero que por el acento con que sallan de su boca, sucedía que los dejaban helados de espanto. li^bitualmente permanecia •ncerrado en el orato io de la cámara abacial , donde se gaardaba la imágen de una Dolorosa de que afios antes

habían hecho merced «I momistciioj y m rodillml.» ch í n a ­le de ella pasaba las horas. Parecia talidu aquella virgen del pincel afectuoso y puro de Alberto D u r o i o , «sí por la casta suavidad do la espresion , como por la correcc ión suma del dibujo y la delicada belleza de las l íneas . Había desaparecido de su rostro toda la flor de lozanía y de j u ­ventud con que los pintores han solido adornar á María , no quedi»b>.n mas que los misterios del dolor en aquella frente pálida y marchita, y la gracia y U m á g u pi iui i t i -va , propia de la madre de Dios, oscurecidas por las n u ­bes del pesar. Salvador, que según pudimos ver en el asa l tod, ! castillo de Albania, era muy devoto suyo, a t a -dió á demandarle su amparo y á mostrarle las heridas de su pecho: y en verdad que durante algunos dias c r e y ó que la reina de los ánge le s le miraba con amor, porque encontraba un inesplicable consuelo en contemplar su dul« c ís ímo semblante, manantial para su alma de suaves y desconocidas imaginaciones, que tanto se asemejaban al tecuerdo de las dichas pasadas, como á la esp> ranza de las venideras. Y sin embargo, «.bsorto en la contempla­ción de aquella i m á g e a soberana, poniéndola á manera de tal ismán sobre sus mas enconadas Hagas, y amándola con toda la efusión de su alma , sentía su corazón aparta­do de la paz del justo, y como codicioso y zeloso del a m ­paro de aquella pur í s ima virgen. Mas de una vez se p r e ­g u n t ó con la sangre helada de terror si las memorias da su vida pasada no venían á mezclarse, disimuiad-s é i n ­visibles en sus relig os>as meditaciones ; y si en aquel sem­blante angé l ico no le representaba la fantasía otro sem­blante que por largo tiempo se había aposentado en su a l ­ma.—Pero d ó n d e , se replicaba sosegándose , d ó n d e aque­lla belleza infantil y florida? ¿dónde aquella frente en qu« la alegría pusiera su asiento? Combates son estos del e n e » migo c o m ú n , añadía ya con c a l m a ; velemos y estemos en pie porque anda alrededor de nosotros como león r u ­giente buscando v íc t imas que devorar. Res i s támos le c o a pecho fuerte, y andemos con valor nuestra jornada, pues que peregrinos somos en la t i e r r a . — A s í lo ponía en v e r ­dad por obra; pero sus combales interiores hacían su sem­blante cada día mas adusto y sombr ío , y daban á su vos cierto eco duro y destemplado que alejaba las gentes.

U n año se había pasado desde que le nombraron abad, y las cosas estaban en el estado que dejamos dicho, cuan­do una tarde que oraba delante de la Do luí osa de su ora­torio, acontec ió que nuestro conocido el padre Actbedo asomó presuroso por el cancel de la cámara, y se dirigió al lá . Abr ió la puerta con mucho l iento, y vio al prelada de hinojos en la tarima del altar, tan embebecido que no le s int ió . — S í : razón tenia aquel santo varón, decía en vo» baja y desconsolada ; los espíritus de la calma no han ve­nido á m í , y donde me fingí el descauso he palpado la ¡n-cei tidumbre y la pelea. ¡ O h virgen pura ! ¿uó está limpio todavía mi corazón de las aficiones terrenas, y moriré sin que cierre mis ojos un sueño de p a z ? — L a sol. dad del l a ­gar , la luz oscura y apagada que entraba por una estre­cha y aguda ventana de vidrios de colores, y que apenas dejaba ver el bullo confuso del abad delante de la borra­da ímógen de la virgen , y el acento desolado de aquellas breves palabras, amedrentaron al buen portero ; asi e i que volv ió atr^s, hizo ruido y l lamó al prelado, temeroso de enojarle si le sorprendía . Salló este con aquel aspecto giave y recogido que tanto imponía á sus monges, y la p r e g u n t ó : — Q u é traéis , padre portero?—Padre nuestro, respondió este i n c l i n á n d o s e , de dos dias á esta parte c u n ­de en los alrededores una superst ic ión estraña. D í c e s e que una m^ga, ó bruja , ó no sé que v i s i ó n , \ iene por lat noches á la fuente de Diana , y laq araedientadus tiene á los paisanos que hasta loa misinos criados dtl mouMUna

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2 5 2 S E M A N A R I O IM N K ) H V.Si.i) KS1« A N<) I

se escusao de l levar a l l i sus bueyes.—¿Y >io haibfl» VOI p iocurado desvanecer semejantes menliras? p r o g u n l ó el abad con tono severo .—Si , padre nueslro , r ep l i có^ el p o r l e r o ; pero ¿ d e q u é puede servir m i humilde op in ión delante de supersticiones tan añe jas? — Bien e s t á , contes­tó el p re lado : id con Dios , que yo atajare semejaules des­varios.

Por el camino que antiguamente guiaba á las Medulas , y que, s e g ú n digimos en la p r imera p a r l e , es un valle que en el dia l laman F o y de B a r r e i r a , se encontraba á la mano derecha la l inda y graciosa fuente de Diana en uqa especie de r e t i r o del icioso, que brindaba al pasagero con la sombra de sus á r b o l e s y la frescura de sus aguas. Los años y los hombres la habian , e m p e r o , destrozado, y so­lo se conservaba el pedestal de la e s l á t o a derecho en me­dio del p i l ó n a p o r t i l l a d o , y el torso m u l i ado de la Diosa misma ca ído por t ier ra á pocos pasos de distancia, y ves­t ido de musgo y de yervas silvestres. En aquel lugar ha­bían pasado las pr imeras p l á t i c a s de amor entre Salvador y M a r í a , y sin embargo a c e r c á b a s e aquel sereno y r e ­puesto á semejantes s i t ios , porque a l l i mismo hab í a ido á desafiar impor tunos recuerdos , y a l l i mismo e n t e n d i ó de jarlos vencidos.

A lumbraba la luna desde la mi tad de los cielos es­p l é n d i d o s y azules, cuando Salvador l legó á la fuente. Sus argentados rayos pasaban t r é m u l o s por entre los sauces que amparaban el manant ial sagrado en o t ro t iempo , y con e l leve movimien to de sus hojas fingían un encaje a é r e o de reluciente plata que al dibujarse en la rizada superficie del p e q u e ñ o estanque, formaba un e s t r a ñ o m o -s á i c o , l leno de formas caprichosas y vagas. Reinaba al re­dedor silencio p r o f u n d o , y solo el m o n ó t o n o m u r m u l l o del agua y el canto lejano y r i q u í s i m o del r u i s e ñ o r t u r b a ­ban la calina de las soledades. Como nada se divisaba por a l l í , el monge se s e n t ó sobre la e s t á t u a de la Diosa, cuan­do un r u m o r semejante al del aura de la noche , sonó á su l a d o , y v io pasar á la maga que, sin reparar en é l , sé sen tó á la o r i l l a de la fuente y se puso á mover las l i m ­pias ondas con su mano. Maga deb ía de ser en verdad, porque n i su b'anco y tendido v e l o , n i su estatura aven tajada, n i su esbelto y delicado t a l l e , n i su ropaje estra­ñ o eran de humana c r i a tu ra . L e v a n t ó s e Salvador como so­bresaltado , y c o r n e n z ó á observar los movimientos de aquella f a n t á s t i c a c r ia tura que vuel ta de espaldas hác ia é l pronunciaba al parecer misteriosas palabras, que se per ­d í an entre el ru ido de la fuente. L e v a n t ó s e á poco ra to , y e a c a m i n á n d o s e hác ia donde estaba el abad, q u e d ó este helado de un religioso t e r ro r , viendo delante de sí la v i r g e n misma de su ora tor io . V e n i a andando lentamente, y cuando ya l l e g á b i cerca p r o n u n c i ó con tr iste y apagada voz estas palabras del Cantar de los Cantares. — « S o s t e -nedme con flores, coreadme de manzanas, porque desfa­llezco de amor .» — N o era la v i rgen ! Salvador d ió un g r i to de aquellos que hielan la sangre, y c a y ó sin sentido sobre la e s t á t u a de Diana.

Cuando v o l v i ó en sí h a l l ó i la maga de rodil las jun to á él r o d á n d o l e la cara con agua de la fuente. L e v a n t ó s e entonces acelerado, quiso h u i r , y corno si la mano del destino le s u j e t á r a , p e r m a n e c i ó i nmóv i l mirando con ojos desencajados aquella blanca y m e l a n c ó l i c a v i s i ó n , hasta que al fin e sc l amó con una voz que p a r t í a las e n t r a ñ a s . — M a r í a ! M a r í a ! ¿Por q u é t u sombra en estas soledades? ¿Qué has venido á pedir á los hijos de los hombres ?— ¿Quién eres t u , r e s p o n d i ó ella con una par t icu la r sonrisa: l ú , cuya voz me trae á la memoria la i m á g e n de mis pa­sadas a l e g r í a s ? . . . . A q u í m i s m o , c o n t i n u ó yendo y viniendo con desatentados pasos; a q u í mismo fu i tan alegre y tan dichosa ! Pero todo p a s ó y hoy ando sola por medio de los

bosques y en el silencio de la noche , como la sombra de los mue r to s , y la corona se ha caido de m i cabeta. S i l -vador entonces fuera de s í , se a c e r c ó á ella y lo asió una mano sin que hiciese el menor ademan, antes le miraba con una in fan t i l y prol i ja curiosidad —Esto es verdad! d i -jo Salvador; mis manos estrechan esta mano! esto no es un antoje de mi loca fan tas í a . ¿Con q u é eres t ü , M a r í a ! la misma María? — N o soy la misma, r e p l i c ó ella con grave­dad , porque antes era Mar í a la dichosa, la bien querida y hoy soy M a r í a la desdichada y la l lorosa. Y sin embar­go, a ñ a d i ó con una loca alegi ía , ha r to mas dichosa soy que antes , porque aquellas redes de h ie r ro me ahogaban, y ahora respiro el aire de la m a ñ a n a en las a l t u r a s , y veo ponerse el so l , y salir las estrellas, y me siento en la o r i ­lla de las fuentes á p la t icar con los á n g e l e s que bajan e n ­tre los rayos de la luna para consolarme. ¿ P e r o q u i é n eres tú que me has hablado con palabras tan dulces como las del hombre que a m é en mis primeros a ñ o s ? — E s que soy y o ! yo ! Salvador! m í r a m e bien! ¿nó me c o n o c e s ? — ¿ Q u i é n ? tú Salvador! repuso ella palpando su cabeza ; ¿ d ó n d e es-tan , pues , tus hermosos cabellos c a s t a ñ o s ? ¿ d ó n d e t u ar­co y tus flechas? ¿ d ó n d e tu arreo de cazador y la gen t i l e ­za de tu persona?. . . .Y luego añad ió como reflexionando: tú no puedes ser , porque Salvador baja t a m b i é n algunas veces en los rayos de la luna y trae una ropa resplande­ciente, y no ese t r is te h á b i t o que t u v i s t e s . — E s t á loca, l o ­ca ! Dios mío ! e s c l a m ó Salvador r e t o r c i é n d o s e los brazos. — L o c a ! loca! repuso ella r ep i t i endo maquinaltnente sus palabras; bien pudiera ser que lo estuviese, porque h e l l o ­rado y sufrido tanto que las l á g r i m a s han consumido m i juven tud y m i a lma .—Dicho esto p ú s o s e á caminar al r e ­dedor de la fuente cantanto en voz baja v e r s í c u l o s de Job y de J e r e m í a s . Tra ia vestido el h á b i t o d é las novicias de San B e r n a r d o , y una corona de flores marchitas en la ca­beza ; estaba flaca, descolorida y mac i len ta : de tanta l o ­zanía y beldad solo quedaba el óva lo p u r í s i m o de su cara y sus rasgados ojos: y la Dolorosa del monasterio pudiera pasar por traslado de aquella marchi ta hermosura . Salva­dor estaba all í á un lado s o m b r í o y a m e n a z a d o r . — S e g ú n eso , dijo con amargura , mis meditaciones , vigilias y p l e ­garias han sido incienso quemado en los altares de la tier­ra ! S e g ú n eso mis armas se han vue l to contra m i , y las piedras del santuario se han alzado para her i r raí proster­nada c a b e z a ! — M a r í a pasaba entonces por delante de é l cantando el v e r s í c u l o de Job. — « H a b l a r é con amargura de m i alma : d i r é á Dios, « n o quieras c o n d e n a r m e : » m a ­ni f iés tame por que me juzgas a s i ! » — T e n i a r a z ó n el santo O s o r í o , dijo el monge d e s p u é s de una breve pausa; muer ­ta estaba para m í , pero no para los pesares. Y yo la l l o ­raba perdida en las soledades del Nuevo M u n d o cuaudo ella me llamaba qu izá desde el silencio del c laustro! . . .Es ve rdad , añad ió m i r á n d o l a ; las penas han secado el tal lo de la flor y el soplo de la muerte se l l e v a r á sus h ijas ama­r i l l e n t a s , como el viento de la noche sus palabras desor­denadas y d u l c í s i m a s . — L a monja p a s ó de nuevo entonan­do el verso de Job. — « P o r q u é me sacaste de la matriz? oja­lá hub!ese perecido para que yo no rae viera. Hubiera s i ­do como sí no fuera, desde el v ient re trasladado al sepul -ero » — Y en seguida se p a r ó de'ante del abad y dijo con voz apagada.— « ¡ O h , vosotros todos los que pagáis por los caminos, atended y ved sí hay dolor seraejiute á m i do ­l o r ! » — S i g u i ó s e á estas palabras un profundo silencio en que el eco lejano y dis t in to de las rocas i v p i t i ó « seme jan ­te á m i d o l o r ! » — ¡ O h ! s í ; m u r m u r ó Salvador con voz sorda, dolores hay que no caben en el co razón del h o m ­b r e , y que solo d e b e r í a n llegar en las alas del á n g e l de la muer t e .

Mar/a se h a b í a vue l to á sentar en el borde do la f ueu -

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S l i . M A N A l U O M M U U I U A B G Ü K . S I ' A N O L . 253

te ymiraba á la luna con dis l racciou profunda. Recio r o m -bale pasaba en tanto en el alma del monge, y clara mues­tra daban de él su agi tac ión incesante y viva y las som­br ías ojeadas que lanzaba a l r e d e d o r . — ¿ Q j e be de hacer, dijo por ú l t i m o en voz alta? ¿La he de abandonar cuan­do Dios la ha pr ivado de su razón y el mundo de su am­paro? M . r í a , a ñ a d i ó a c e r c á n d o s e á e l l a ; es preciso que dejes este sitio y vengas conmigo. — M i r ó l e ella fijamecte y le c o n t e s t ó : — S i i ré t a l , porque me hablas como quien se apiada de los in fe l i ces , y no me e n c e r r a r á s entre las redes de h ie r ro i ¿ n o es verdad? M i r a ; yo necesito ver ]os campos, las aguas y la luna , porque en su luz bajan Jos e s p í r i t u s blancos que me hablan de mis pasadas a le­g r í a s . — E c h a r o n á andar en s i lenc io , y dado que la loca lo i n t e r r u m p í a alguna vez volv iendo al c á n t i c o de las sa­gradas poesías , y se paraba á sacudir las golas de roc ío que á manera de l íqu idos diamantes colgaban de las ramas de los abetos, t odav í a l legaron á la puerta del raonas'e-r i o , cuando no bien el alba comenzaba á reir . P a r ó s e sin embargo la infeliz asustada, y di jo con desconsuelo : — ¿ Sa­bes que me m o r i r é si me vuelves á las rejas de hierro?

— S í , r e s p o n d i ó el abad con c a r i ñ o ; y por eso te l l evo á u n o s campos llenos de flores y alumbrados por una luna resplandeciente. — L l a m ó en seguida al por te ro y a b r i ó este la puerta de par en pars ¿ p e r o cual fue su asombro al ver aquel fantasma de mujer que cruzaba el á m b i t o de la p o r t e r í a con paso lento y t r is te ademan? dió un g r i t o de h o r r o r , y se a r r i m ó á la pared para no c a e r . — ¿ E s t á i s en vos , P. Acebedo? le dijo e l abad a g a r r á n d o l e . — ¡ A h ! sois vos padre nuestro? r e s p o n d i ó el asustado por t e ro con indecible a l e g r í a ; ¿ c o n q u é parece que vuesa paternidad la ha conver t ido al gremio de nuestra santa i g l e s i a ? — ¿ Q u é es tá i s a h í hablando de c o n v e r s i ó n n ¡ de iglesia? r e p l i c ó el abad , no poco e n o j a d o . — S í , padre nues t ro ; á la maga ó b r u j a , ó lo que es que ha pasado por delante de m í . . . . —Necio sois en v e r d a d : ¿ n o r e p a r á i s que es hermana nuestra , y que viste nuestro santo h á b i t o ? E s t á loca la i n ­feliz y sin duda se h a b r á escapado de a l g ú n convento .— T a l vez e s t a r á endemoniada, y entonces entre los dos con sendos estolazos y conjaros la podremos l i b r a r del ene­migo malo y . . . . — A d e l a n t e p a f á r a en sus remedios, sí una co lé r i ca mirada de su prelado no le atajase á lo mejor. — I d , le dijo este f r í a m e n t e , y preparad el R e t i r o del A b a d , porque all í quiero que descanse esta desdichada, que tal vez la solpdad y el sitio la c u r a r á n har to nrujor que vues­tros consejos.—El pobre por te ro c a m i n ó á priesa para c u m p l i r lo que se le mandaba, no sin m u r m u r a r de la sab idur í a de los prelados que siempre han de tener r a z ó n , po r mas que á los subditos les sobre.

E l r e t i r o del Abad era la morada solitaria que habia mandado construi r el santo Osorio para pasaren ella los ú l ­timos dias de su vida, y cons i s t í a en una reducida vivienda y una capilla en que se h a b í a n prodigado los pr imores del arte gó t i co . Dominaba esta graciosa fábr ica la H o n d o ­nada de l N a r a n c o , y á su v o z , aunque mas allá de la cer­ca de c lausura , la e n s e ñ o r e a b a n los negruzcos y descar­nados peñascos que en el día s i rven de l í m i t e occidental a l Lago de Carucedo. L l e g á b a s e al p e q u e ñ o edificio po r un largo y frondoso empan ado , y desde sus miradores se divis iban los frescos y floridos vergeles de la a b a d í a , las verdes colinas de los alrededores, y la masa grave y severa del monaster io; mientras á los p íes y en una de l i ­ciosa hondura se d i s t i n g u í a n grupos de granados y cere­ros , cuyos troncos d e s a p a r e c í a n entre romeros y retamas 'jue por su parte h a c í a n sombra á u n reducido n ú m e r o de colmenas, cuyas abejas sin cesar susurraban entre las f lo­res. El ú i i i r o á r b o l co rpu len lo que al l í c r e c í a era un r o ­busto c a s u ñ o , en cuyo ramage anidaban las t ó r t o l a s y

pa loma» torence». E n Bum» , era un sido aquel qi«« «*» prestaba á los b iBlcr ios de I» . . . e d i . y de l . e r o , - , mien to , como & la c o n t e m p l a c i ó n de las escenas grahrlcs V elocuentes de la naturaleza. . , . .

A este lugar condujo Salvador á M a r í n , y se s e p a r ó de e l l a , d i c i é n d o l e . — T o d o lo que ve9 puedes disfrutar y co r re r cuando quisieres : t a m b i é n la luna platea estas soledades, y aquí tienes un altar para pedir á Dio» que vengan á tí esos á n g e l e s que te consuelan.— Dicho esto se alejó en c o m p a ñ í a del padre Acebedo , que por su par­te hab í a cumpl ido con los deberes de la caridad t rayendo del monasterio leche y frutas para alimento de la loca. Esta se hab í a quedado contemplando la salida del sol por entre los montes del Or ien te sin echar de ver la falta de sus c o m p a ñ e r o s , que por su par te l legaron á la abad ía sin hablar pa labra ; el abad á causa de la to rmenta que trabajaba su a l m a , y el po r t e ro amedrentado de su c e ñ o y ademan s o m b r í o .

Nuestros lectores se s e r v i r á n volver a t r á s con nos­otros, y recordar el día en que M a r í a y sa desdichada m a ­dre salieron aceleradamente de Carucedo , sin que s u p i é ­semos quienes eran , adonde iban , n i que p r o p ó s i t o s eran los suyos. H o y que de todo estamos enterados, gracias al buen genio que a c o m p a ñ a la curiosidad de los his tor iado­res , podemos anunciar que Mar ía era hija de u n podero ­so señor , de A s t u r i a s , que D . Alonso de Q u i r ó s se l l a m a ­ba , y que de secreto se casó con nuestra U r s u l a , donce­lla de buen l inage , pero tan in fe r io r á su esposo en bie­nes de for tuna y en cal idad, que toda su parentela se des­a b r i ó con é l por d e m á s y comenzaron á denostarle sin recato n i miramiento . T a n adelante l l evó las injurias en su deudo le jano , que D . Alonso le p r o v o c ó á singular c o m ­ba te ; pero la f o r t u n a , que tan c e ñ u d a se le mostraba; tampoco de esta vez le f a v o r e c i ó , y q u e d ó muer to en e l campo dejando á su mujer y á su hija de pocos meses cercadas de viudez y horfandad esp&utosas. Temiendo que Ursu la reclamase algnn día la herencia de su b i j a , aquel linage orgulloso la p e r s i g u i ó y ve jó en tales t é r m i n o s , que la infeliz abandonada de lodos y por donde quiera rodea­da de lazos y de asechanzas se vino á refugiar al valle de Carucedo , a t r a í d a de la fama de las vir tudes del d i ­funto abad. Ya sabemos el t r is te fin de aquel descanso que imaginaba sól ido y seguro, y que la pobre mujer v i e n ­do á su hija expuesta á las persecuciones de u n hombre desalmado y poderoso, h u y ó sin esperar consejo de na­die y en alas de su t e r ro r á buscar la p r o t e c c i ó n de un caballero digno de este non b r e , y que la amparase de sus perseguidores. Pero las tr ibulaciones h a b í a n minado su v i d a , y la muerte la s o r p r e n d i ó en un pueblo de las m o n t a ñ a s de L e ó n , l lamado San M a r t í n del V a l l e . Con cuanta amargura cerrase los ojos esta desdichada, no hay porque encarecer lo , b sle decir que dejaba á su hija de­samparada y sola en el m u n d o , y juguete de los malvados. Sin embargo , como á veces la fuente del consuelo brota en el arenal mismo del d o l o r , a c o n t e c i ó que la abadesa de un convento de religiosas Bernardas , que babia en aquel p u e b l o , la as is t ió con todo el esmero de la caridad cristiana , y la p r o m e t i ó de mirar por su b i j a , con lo cual m u ñ o mas resignada, eucarguido á esta que buscase en el claustro un puer to cont ra las tempestades mundanas.

M a r í a por su pa r t e , vuelta en sí de tan acervo golpe, d e c l a r ó el estado de su c o r a z ó n á la piadosa abadesa, su nueva m a d r e , y esta muje r , compadecida de la pobre h u é r f a n a , e n v i ó un roensagero al venerable Osorio n i -diendole noticias de Salvador en una carta recatada. D u ­raba todav ía la guerra de Granada , y el buen religioso postrado por una larga enfermedad, estaba ya abandona! do por m u e r t o , cuando llegó el mensagero de 1« abadesa

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254 SKMANAHIO I'IMOIUÜSCO KfiPAKÜL

de San M .1 i in. Viendo fuslrad.i el objelo de S Í vÍHge, procura esle al menos, como discreto, indagar el para­dero de Salvador, que para lodos era un ndslerio. Sin embargo , como donde quiera bay geule que lodo lo sabe, no fal ló quien le dijo que los arqueros de I ) . Alvaro R e -•olledo le babiau preso y asesinado en su fuga, en ven­ganza de la muerle de su señor . Como quier que solo si-BÍestros indicios recogiese en sus pesquisas, dió la vuelta á San M a r t i n , y á los pocos dias tomó María el velo y p r o f e s ó , cumplido su noviciado. Este velo sanio, empero, no ca lmó la ñebre de sus dolores, y aquel corazón que no coacebia mas que el amor, que solo para amar babia nacido, se secó cuando la esperanza se derratuó de él Gomo de vasija quebrada. E r a por cierto sobrado recio el combate que sin cesar trabajaba á aquella tierna y del i­cada cr ia tura , asi es que su razón se resint ió al cabo de poce tiempo , y vino por fin á perderla del todo. S in em­bargo, su locura era dulce y apacible, y de continuo h a ­blaba de las alegrías perdidas , de las aguas y de la luna. Vétase la pasear á veces repitiendo vers ículos de los libros «agrados que aplicaba casi siempre á su s i tuación , y solo se mostraba placentera mirando al astro de ta noche y comunicando, s e g u n d é e l a , con los ángeles blancos que venían á hablarle de las esperanzas del cielo. As i se pasó mucho tiempo, hasta que un dia su demencia pareció to­mar otro carácter mas sombrío , y cornenzó.á 1 orar amar­gamente quejándose de que aquellos rauntes la ahogaban, j d i c í e u d o q u e iba á morir. Estaba el tnonasteiio de San Martin asentado en un valle angosto, cercado de peñascos

{' de silvestre aspecto , y como su s i tuación encrudeciese a manía de la loca, la abadesa de terminó trasladarla al

de San Miguel de las Dueñas en el V í e r z o , que todavía se levanta , orilhis del rio Boeza en la feraz ribera de Bcm-bibre , y en situación deliciosa. Aquel país ameno y pintoresco aquietó por algún tiempo su ansiedad , pero poco tardó en decir que aquellas rejas la sofocaban, hasra que upa noche escaló el muro de la huerta, y vagando por los montes, l l egó al termino de S^n Mauro, sin otro a l i ­mento que raices y /rutas silvestres.

Volvamos ahora á Salvador, que c e ñ u d o , callado y á paso lento entró en la cámara abacial. E n c e r r ó s e en su •posento, y paseándose desatentado y como loco, y po­niéndose la mano sobre el c o r a z ó n : — ¿ C o n qué es verdad, e x c l a m ó , que siempre la he traído fija y clavada aquí como un dardo del infierno? ¿Con qué á ella me encomen­daba de hinojos ante los muros de Aihama , por ella llo­raba en los bosques de Guanah^uí , y delante de ella he venido á postrarme en el retiro del claustro? L a piedra busca su centro , sin poderlo evi tar; los ríos se arrastran al O c é a n o , y el hombre cumple su destino. E n vano vela y despedaza su cuerpo , porque la hora l lega, y todo se a c a b a ! — E n real¡ds.d era su suerte en demasía miserable, y no es de estrañar que dudase y se desesperase.

De esta suerte se pasaron algunos dias, y los monges de San Mauro se preguntaban unos á otros : — ¿Qatí ten­drá nuestro buen prelado, que los ojos se le hunden, el rostro se le seca y de dia en día se consume? ¿Para qué asistirá siempre »1 coro sí acaso está enfermo, ni para que caminará de esa suerte el primero por la senda de la pe­ni tencia?—Enfermo estaba en verdad, y no poco, por­que su espíritu era un verdadero campo de batalla,'y sus fuerzas desfa.llecian de tanto pelear. A l contrario la monja se mejoiaba y sosegaba de dia en d í a , y muchas veces se le oía cantar con tono menos triste. V i s i t íba la siem­pre Salvador en compañía de a lgún religioso, y sus pala­bras , sí bien llenas de dulzura, eran graves y comedidas, verdad es que mas tarde, y en la soledad de su celda, se revolcaba por «1 suelo como San G e r ó n i m o en el desierto,

pero sus monges nada adivinaban ; tal era su circunspec­ción y reserva.

L» f ga de María a larmó , como era natural , á Us r e ­ligiosas de San Miguel, y por todas partes despxcbaron avisos y menswg<M'os en busca suya. Uno de ellos , d e s p u é s de haber corrido todas las m o n l a ó a s de la Guibna , l l e g ó por fin á San Mauro y e n t r e g ó al abad una carta , d á n ­dole ademas cuenta de su meusage. Púsose aquel pá ido como la muerle; pero reponiéndose al p u n i ó , respomiió al meosagero que la religiosa extraviada estaba a l l í , pero que de tal modo adelantaba en el recobro de su razón, que había resuelto guardarla por unos dias mas , después de lo cual é l mismo la acompañaría con dos monges y la dt» jaría en su casa. Otro tanto dijo por escrito á la abadesa, y con esto d e s p a c h ó al raensagero que sin perder tiempo dió la vuelta é. San Miguel. Largo tiempo p e r m a n e c i ó el abad sentado en su taburete, revolviendo en su encen­dida imaginación raíl encontrados y locos proyectos, como quien está en vísperas de una de aquellas crisis tremendas que deciden de la vida entera. — ¡ E s o no! dijo por fin le­vantándose como un león herido ; apartarla de mi es i m ­posible! He registrado los lugares mas secretos de mi co­razón , y en ninguno encuentro fuerza para llevar á cabo tan horrible p r o p ó s i t o . — S a l i ó en seguida de la celda , y solo y con acelerados pasos se e n c a m i n ó al Retiro del Abad. No estaba en él María , pero al punto la d iv i só sentada al pie de un romero y cerca de una cohhena, mirando con a tenc ión ia actividad de las sol íc i tas abejas. L l e g ó s e álel la y !c dijo: — Mar ía ! mírame bien! ¿ n o te trae mí voz á la memoria el recuerdo de tus días alegres.?— S í , re spond ió ella con ingenuidad; ya te lo he dicho otra vez. — Pero, no me conoces, añadió él con ansia! ¿ n o cono­ces á tu S a l v a d o r ? — M i d i ó l e la doncella de alto á bajo con sus lánguidos y hermosos ojos, y le r e p l i c ó : — No; tu no eres Salvador; porque mi amante había nacido para llevar el arco de los cazadores, ó e-l casco de los guer­reros y no el hábito de los monges.—Salvador se q u e d ó por un rato suspenso, y en seguida con la velocidad del rayo t o m ó el camino de la abadía. E n verdad que sí h u ­biera reparado en ta escena que á su alrededor se ofrecía , tal vez hubiera reflexionado mas la estrana resoluc ión que acababa de tomar , porque el cielo estaba cubierto de par­das y pesadas nubes, el aire caliente y espeso; los c i er ­vos corr ían bramando por las m o n t a ñ a s , volaban los p á ­jaros como atontados , y en las entrañas de la tierra o ían­se una especie de rugidos sordos y amenazadores. Otra no menor tempestad, empero, rugía en el alma del desdi­chado, y así sin hacer caso del trastorno que parec ía amagar á la naturaleza, l l e g ó á su ce lda, v i s t ióse por deb. jo de sus hábitos el irage de cazador que usó en sus primeros anos, o c u l t ó asimismo entre sus ropas el arco y flechas y su gorra con plumas , y tomando en las ma­nos su antiguo rabel , e n d e r e z ó de nuevo sus pasos hácia la Hondonada del Naranco. Poco tardó en oírse entre las retamas el son del instrumento que acompañaba una c a n ­ción de caza; y M a r í a , como si despertase del letargo de su locura , se l v a u t ó t r é m u l a , palpitante y escuchando con ansiedad, basta que por fin e x c l a m ó : —Salvador! Salvador ! — Salió este entonces con el gentil arreo de ca ­zador , y la doncella delirante y fuera de sí vino á caer desmayada entre sus brazos. Mucho tardó en volver en s í , hasta que por úl t imo repuesta ya , tornó á abrazar á Salvador dic iéndole con inefable t e r n u r a : — S s l v a d o r l alma m í a ! — M a r í a ! amada de mi corazón ! respondía este, cuando la gorra de cazador se le desprendió de la frente y descubrió la c»beza rasurada y el cerquillo de un mon • ge. L a doncella al verlo desa lóse de sus brazos como pu­diera de los lazos de uoa serpiente; miró con zozobra en

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SKMANARIO PINTORMCO E S P A Ñ O L . 255

torno suyo y vio el h á b i l o de Salvador c a í d o eu l re los brezos: r e p a r ó enseguida eu su p rop io ropage ; l aa^ó uu« mirada errante y clesencaj-ida al c o n v e n t o , y como con «que l sacudimiento repeut iuo recobrase su r a z ó n , mi l ideas tan claras como espanloaas se agolparon en su m e n t e , y e x c l a m ó c u b r i é n d o s e la cara con ^mbas manos. — ¡ Ob des­graciado, desgraciado! ¿ C ó m o bas podido abusar »si de l in for tun io de una loca ofrecida á D ios , t u que t a m b i é n has becho tus votos deiante de los altares? ¿ C ó m o has podido arrojar á tus pies ese h á b i t o que para saul idcar le tomaste? V u é l v e m e á mi claus ' ro solitai i o , y dé j ame mo­r i r coa m i iuocc ncia ! —Salvador se q u e d ó confuso y como anonadado por un r a t o , m o r d i é n d o s e los lábios y con ios ojos clavados en t i e r r a , hasta que con lesulucion deses­perada le dijo , s e ñ a l á n d o l e sus h á b i t o c ^ i d o : — S i ; lo he hollado porque me separaba de t i , y porque lodo io a t ro -p e l l a r í a para l legar donde t u estas ! ¿ Sabes que d e s p u é s que te p e r d í he sido poderoso y afamado , y que la n o m ­bradla y la riqueza me parecieron sin t í lodo desprecia b!e? ¿Sabes que por hu i r de t u memoria me acogí como t u á un a l t a r , y que el al tar me r e c h a z ó , y que el des­t ino con í m p e t u i r res is t ible me ha lanzado á tus pies? Pues b i e n ! c ú m p l a s e m i estrel la! ya nunca me s e p a r a r é de t í , y al que quisiera d iv id i rnos le a r r a n c a r í a e l c o r a z ó n con mis manos! — En esto un bramido sordo se o y ó a l l á en el seno de los montes , y la doncella dijo acong i jada.— ¿ N o temes que lu t ie r ra seab;a debajo de tus pies, y que tus palabras le separen de m i por toda la e t e r n i d a d ? — A u ­m e n t ó s e entonces el ru ido s u b t e r r á n e o , y el suelo comen­zó á temblar bajo sus pies: — ¡ O h ! a ñ a d i ó la v i r g e n con las manos jun tas ; v u é l v e m e al santo asilo de donde me a r r a n c ó m i locu ra , que tenemos al cielo i r r i t ado y la muer te nos cerca por todas p a r t e s ! — N o ; r e s p o n d i ó Sal­v a d o r , ciego de amargura y de despecho; j a m á s me se­p a r a r é de t i l y venga la muerte á sorprenderme á t u lado con ta l que ruede yo en tus brazos por los abismos ú a fin de la e t e rn idad !—No bien acababa de pronuncia r estas palabras, cuando es ta l ló el t e r remoto con la mayor v io ­lencia : v ínose á t ier ra estrepitosamente el R e t i r o del Abad í c ayóse igualmente la cerca de la c lausura , y de los p e ñ a s c o s que e n s e ñ o r e a b a n la hondonada, b r o t ó con f r a ­gor ho r r ib l e una catarata semejante á las del d i l u v i o , que se d e s p e ñ ó inundando y a r r a s t r á n d o l o l o d o . — ¡ O h , Dios m i ó . Dios m i ó ! e x c l a m ó María cayendo de r o d i l l a s , i per-don para nosotros! — T o m ó l a Salvador en sus brazos y a b a l a n z ó s e á subir el repecho; pero un trozo del edificio que rodando venia , a r r a s t r ó consigo á los dos desdichados que desaparecieron bajo el r emol ino de aquella s ú b i t a inuudycion . Los monges asustados del t e r remoto y del e s t r é p i t o de la catarata que ya i n v a d í a los sotos y la h u e r ­ta del monaster io , salieron de t rope l y subieron al Campo de la L e g i ó n , donde de rodil las y con las manos juntas rogaban á Dios. A q u e l d i luv io s u b t e r r á n e o continuaba en tanto vomitando su enorme columna de agua, y en menos de una hora ya toda la abadía presentaba la superficie t u r ­bia y alborotada de un lago to rmentoso , por donde de t recho en trecho asomaban las cimas de los á r b o l e s mas altos y las torres de la ig les ia , como los m á s t i l e s de un navio colosal sorbido por las olas.

Entonces fue curmdo un e s l r a ñ o e s p e c t á c u l o atrajo las miradas de lodos los monges, y era que un ropage blanco y negro como sus háb i t o s flotaba sobre las aguas, como el manto dol s e ñ o r cuando caminaba con pie enjuto sobre l á m a r i r r i t a d a , m i c n t i as un cisne de blancura resplan-deciente, a l zándose del ngua y p o s á n d o s e en la cima de las rocas de donde brotaba la i n u n d a c i ó n , c a n t ó con una dulzura y tristeza infini tas como si á m o r i r fuese j d e s p u é s a« lo cual l e v a n t ó e l vuelo y se p e r d i ó en las nubes.

A c o r d á r o n s e al ver esto del prelado á quien algunos h i -b ían visto encaminarse al R e l i r o del A b a d , y de la pobre loca; y sobre ellos y sobre la a p a r i c i ó n del h á b i t o y del cisne se for i i i a ron e s l r a ñ a s conjeluros que cada uno glo­saba y coloreaba á gusto de su imag inac ión , si b ien todos estaban acordes en que un gran pecado d e b i ó p roduc i r t a ­m a ñ o t rastorno. De todas maneras, los monges conster­nados y privados de su as i lo , se r e t i r a ron á Cariacedo, r ico monasterio situado en la ribera del Q ü a ; y en el país q u e d ó la t r a d i c i ó n que acabamos de con ta r .

C O N C L U S I O N .

Y es l á s t ima en verdad que todo ello no pase de aum de aquellas maravillosas consejas que donde quiera s irven de recreo y de al imento á la i m a g i n a c i ó n del vulgo, a n ­siosa siempre de cosas milagrosas y ext raordinar ios s u ­cesos; porque el asunto despojado de la hojarasca t e o l ó ­gica de « mí l i o D. Anastasio el Cura » que dec ía el b a r ­quero ; y salva la flogedad y desa l iño del curioso viagero, no deja de ofrecer i n t e r é s . Por lo d e m á s el Lago de C a -rucedo tiene el mismo or igen que la mayor par le de los ot ros , y lo ún i co que lo i n producido son las vert ientes de las aguas encerradas en un valle sin salida. Por otra parte es mas que probable que ya en t iempo de los r o m a ­nos existiese, porque las c e r c a n í a s e s t á n llenas de vest i ­gios de estos valerosos conquistadores, y suyo, y no de otra m a n o , parece el conducto s u b t e r r á n e o po r donde esta hermosa balsa de agua descarga en el Sil par te de sus c a u ­dales, v que desemboca por debajo del pueblo que l l a m a n P e ñ a Rub ia . T a l es la verdad de las cosas desnuda y fría como casi s iempre se muestra .

ENKIQÜE Gifc.

A L F I R M A M E N T O

C o r r a la luz por tus eternos i n u n d o » E n tu bóveda inmensa disipada! S u cabeza frenét ica , humillada

E l p l i é l a g o d o b l ó ; Y sus abismos l íqu idos , profundos P l e g ó ante ú n l e ñ o en su eslensiou p e n i ¡ d « Y cual Curioso toro , ya vencido, D ó c i l al triste yugo se p r e s t ó .

Mas lú al hombre n l r e v í d o desafias C o n la bárbara voz del rudo viento;-Y se esiremcce el m í s e r o al acento

D e l trueno celestial: f.e niegas el abrigo de tus soles, E l ardiente volcan de tus estrellas; T a n SOÍO alcanza de sus luces bellas l l e í l e jo errante , rayo sepulcral .

L a virgen eres tu del universo, • líl hombre en tus senderos no camina; TSo profana la b ó v e d a divina

S u b á r b a r o furor. De tu seno de luego se despiden Mil c ó m e l a s , mil soles , mil estrellas; Que van luego á perderse , cual centella* Bníd el inmenso trono del Creador.

Yo he sobado vivir como el a r c á n g e l , Llahilanlc del puro finnamenlo; Dirigiendo cien m u n d o » de mi »>ieulo

D e catiro j rubí .