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«BLAS DE OTERO EN BLAS DE OTERO» Por Ramón García Mateos Desde hace mucho tiempo, después de volver una y otra vez a los poe- mas de Blas de Otero, con ternura infinita unas veces, con rabia contenida en otras ocasiones, he venido rodeando lentamente, acotando despacio, la obra poética del escritor bilbaíno.Y son muchos los temas, las circunstan- cias internas y sus relaciones extraliterarias que han fijado mi atención m, abriendo la posibilidad de un análisis profundo, desvelador de misterios. Una constante, presente en toda su trayectoria literaria, ha requerido, sobre todos los posibles motivos de estudio, mi atención. Blas de Otero en Blas de Otero. No se trata de la referencia indirecta del poeta a mismo, recurso pro- pio de toda poesía lírica, sino de la afirmación personal propia de una exis- tencia real (2), citando su nombre desde el seno profundo de sus versos, a ve- ces, incluso, hablándole a su yo más íntimo para afianzar la existencia del nosotros, como si el poeta actor y el Poeta narrador fueran, en algún mo- mento, la figura y el reflejo que nace real o imaginado. Este recurso litera- rio, que podía no ser más que simple anécdota o dato curioso para reseñarse en breves líneas, alcanza en Blas de Otero la importancia real que emana de una obra poética cuyo «contenido . ha sido siempre el hombre» (3), y ese hombre, asombrosamente lúcido ante su obra, llamado Blas de Otero, pasa a formas al lado de los demás hombres que pasean sus versos. Es un acto de solidaridad poética, de hermandad literaria con esa inmensa mayoría que el poeta soñaba, levantando su voz «en ellos, con ellos. Aunque no me lean» (4), y es, además, la manera precisa de mostrarse en su desnudez inte- gral, liberándose del amparo protector del verso ambiguo nacido de esa nie- bla opaca, inescrutable, en la que se refugian, en muchas ocasiones, los poe- tas. También, sin ninguna duda, la afirmación de la propia existencia, de la posición personal ante el mundo y la vida en unos momentos difíciles que obligaban a levantar la voz con más fuerza que nunca —el «también se can- tará sobre los tiempos sombríos» brechtiano— es otra de las causas de la in- sistencia del escritor en dejar constancia de su nombre. No puede haber equivocación posible. Antes de entrar en el análisis propuesto ceo conveniente, para fijar un punto de partida y una situación exacta ante su obra, realizar una semblan- . Universitas Tarraconensis. Revista de Filologia, núm. 5, 1984 Publicacions Universitat Rovira i Virgili · ISSN 2604-3432 · https://revistes.urv.cat/index.php/utf

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«BLAS DE OTERO EN BLAS DE OTERO»

Por Ramón García Mateos

Desde hace mucho tiempo, después de volver una y otra vez a los poe-mas de Blas de Otero, con ternura infinita unas veces, con rabia contenida en otras ocasiones, he venido rodeando lentamente, acotando despacio, la obra poética del escritor bilbaíno.Y son muchos los temas, las circunstan-cias internas y sus relaciones extraliterarias que han fijado mi atención m, abriendo la posibilidad de un análisis profundo, desvelador de misterios. Una constante, presente en toda su trayectoria literaria, ha requerido, sobre todos los posibles motivos de estudio, mi atención. Blas de Otero en Blas de Otero.

No se trata de la referencia indirecta del poeta a sí mismo, recurso pro-pio de toda poesía lírica, sino de la afirmación personal propia de una exis-tencia real (2), citando su nombre desde el seno profundo de sus versos, a ve-ces, incluso, hablándole a su yo más íntimo para afianzar la existencia del nosotros, como si el poeta actor y el Poeta narrador fueran, en algún mo-mento, la figura y el reflejo que nace real o imaginado. Este recurso litera-rio, que podía no ser más que simple anécdota o dato curioso para reseñarse en breves líneas, alcanza en Blas de Otero la importancia real que emana de una obra poética cuyo «contenido. ha sido siempre el hombre» (3), y ese hombre, asombrosamente lúcido ante su obra, llamado Blas de Otero, pasa a formas al lado de los demás hombres que pasean sus versos. Es un acto de solidaridad poética, de hermandad literaria con esa inmensa mayoría que el poeta soñaba, levantando su voz «en ellos, con ellos. Aunque no me lean» (4), y es, además, la manera precisa de mostrarse en su desnudez inte-gral, liberándose del amparo protector del verso ambiguo nacido de esa nie-bla opaca, inescrutable, en la que se refugian, en muchas ocasiones, los poe-tas. También, sin ninguna duda, la afirmación de la propia existencia, de la posición personal ante el mundo y la vida en unos momentos difíciles que obligaban a levantar la voz con más fuerza que nunca —el «también se can-tará sobre los tiempos sombríos» brechtiano— es otra de las causas de la in-sistencia del escritor en dejar constancia de su nombre. No puede haber equivocación posible.

Antes de entrar en el análisis propuesto ceo conveniente, para fijar un punto de partida y una situación exacta ante su obra, realizar una semblan-

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za del poeta, retrato que se desprenderá de sus mismos versos. No es necesa-rio señalar datos biográficos, ni situaciones cronológicas; los grandes poetas —escribe León Felipe comentando a Walt Whitman— no tienen biografía, tie-nen destino, y el destino no se narra, se canta. Tal vez el poema que mejor señala la «historia de su vida» es «Biotz-Begietan», texto que no necesita co-mentario alguno:

«Ahora voy a contar la historia de mi vida en un abecedario ceniciento. El país de los ricos rodeando mi cintura

y todo lo demás. Escribo y callo. Yo nací de repente, no recuerdo si era sol o era lluvia o era jueves. Manos de lana me enredaran madre.

Madeja arrebatada de tus brazos blancos, hoy me contemplo como un ciego, oigo tus pasos en la niebla, vienen a enhebrarme la vida destrozada.

Aquellos hombres me abrasaron, hablo del hielo aquel de luto atormentado, la derrota del niño y su caligrafía triste, trémula flor desfigurada.

Madre, no me mandes más a coger miedo y frío ante un pupitre con estampas. Tú enciendes la verdad como una lágrima, dame la mano, guárdame en tu armario de luna y de manteles.

Esto es Madrid, me han dicho unas mujeres arrodilladas en sus delantales, este es el sitio donde enterraron un gran ramo verde y donde está mi sangre reclinada.

Días de hambre, escándalos de hambre, misteriosas sandalias aliándose a las sombras del romero y el laurel asesino. Escribo y callo.

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Aquí junté la letra a la palabra, la palabra al papel.

Y esto es París, me dijeron los ángeles, la gente lo repetía, esto es París. Peut &re, allí sufrí las iras del espíritu

y tomé ejemplo de la torre Eiffel.

Esta es la historia de mi vida, dije, y tampoco era. Escribo y callo.» 0)

Y al lado de esta biografía, que tampoco era, consustancial a ella, cami-na su actitud personal ante la vida, su compromiso ético con el hombre de una tierra que se llama España —para Blas de Otero madre—, con un hombre que vive la injusticia, la insolidaridad y el desamor. No se trata de un com-promiso político que obliga a, adoptar una posición humana, por mucho que quieran convencernos de ello, sino de un compromiso humano que de-semboca en militancia política. El hombre, la paz, la patria, son las creen-cias fundamentales del poeta.

«Creo en el hombre. He visto espaldas astilladas a trallazos, almas cegadas avanzando a brincos (españas a caballo del dolor y del hambre). Y he creído.

Creo en la paz. He visto altas estrellas, llameantes ámbitos amanecientes, incendiando ríos hondos, caudal humano hacia otra luz: he visto y he creído.

Creo en ti, patria. Digo lo que he visto: relámpagos de rabia, amor en frío, y un cuchillo chillando, haciéndose pedazos de pan: aunque hoy hay sólo sombra, he visto y he creído.» (6)

Blas de Otero es fiel a sí mismo por encima de todas las cosas, y por eso puede ser fiel a todo aquello que de verdad importa, y no duda en escri-bir:

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«A los 52 años sigo pensando lo mismo que Carlos Marx, con la única diferencia de que lo copio un poco pero

lo digo más bonito.

A los 52 años, escribo y no escarmiento y me dedico exclusivamente a pasear,

a leer, a trasladar maletas de un país a otro y a cospirar.

(Esto lo digo para confundir a la policía)

A los 52 años, ni tengo bicicleta, ni televisor, ni ganas de dormir, ni cuenta vulgar y corriente.

Y sigo pidiendo la paz y, de momento, me la conceden en parte; y la palabra, y me mutilan la lengua.» (7).

«Me mutilan la lengua» (8). Y a pesar de todo escribe y escribe con ter-

nura cuando desgrana sus sentimientos amorosos, o con pasión inundada de ira cuando recuerda el pañuelo que intenta amordazarle. Y pule cada verso, cada palabra, en un ejercicio doloroso, inevitable: «Es terible tener que es-

cribir. Te juro / que quisiera perder la memoria, el hilo / del pensamien-

to». (9). Lo elemental y lo primario —lo que es fundamental para el poeta— es aquello que nutre sus poemas:

«Hablemos de las cosa de este mundo. Escribo con viento y tierra y agua y fuego. (Escribo hablando, escucheando, caminando)» (10)

Pocos poetas de nuestro siglo alcanzan la precisión lingüística y la so-bria expresividad poética de Blas de Otero. Blas de Otero domina la lengua, gira las palabras, maneja los vocablos con seguridad de maestro. Así puede decir «para qué tantos libros, tantos papeles, tantas pamplinas./ Lo bonito es una pierna de mujer/ —la izquierda a ser posible—! un bosque bajo la llu-via, un buque norteamericano caído en manos del enemigo». (I I).

Hasta aquí la visión de la personalidad oteriana desde sus propios ver-sos. Semblanza trazada en grandes líneas, pues toda su poesía podría servir de base para una biografía literaria, que será de gran utilidad para el desa-rrollo de las líneas que siguen.

«La preocupación por la esencia y finalidad de la poesía, el papel del poeta en el serio de la sociedad, la relación entre la poesía y la vida, el pro-ceso de creación poética y la perfección estética son temas constantes, casi obsesivos en Blas de Otero» —escribe Espiño Collazo (12)- y hemos de partir de estos presupuestos para entrar en los versos del poeta bilbaíno. Es una

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poesía en la que se apela al hombre solidario y en la que se clama desde la desesperación a un Dios inmutable e hierático que no responde a la angustia del poeta clavado en una tierra yerma y; en una patria rota.

Blas de Otero ha de ofrecer su ejemplo cuando pide la paz y la palabra, aunque tenga que ser a costa de lo que él más ama, para que nadie piense en falsas poses o en oportunismos de fácil interpretación:

«Yo doy todos mis versos por un hombre en paz. Aquí tenéis, en carne y hueso, mi última voluntad. Bilbao, a once de abril, cincuenta y tantos (13)

Blas de Otero» (14)

Del mismo modo cuando desesperado desgañita su voz intentando lle-gar a un Dios extraño, ajeno, que permite el sufrimiento de los hombres, para increpar y lanzar a su rostro el dolor y la amargura, entonces, también entonces, lo hace cára a cara, sin ocultar su voz en la tranquilidad del la-mento anónimo, del llanto sagrado del poeta:

«En calidad de huérfano nonato, y en condición de eterno pordiosero, aquí me tienes, Dios. Soy Blas de Otero, que algunos llaman el mendigo ingrato» (15)

Es la palabra del hombre individual, del hombre que siente la vida al rojo vivo, a pulso, muriendo airadamente, del hombre que mira al cielo y es capaz de decir: «Basta. Termina, oh Dios, de maltratarnos./ O si no, déjanos precipitarnos/ sobre Ti —ronco río que revierte» HM O «Si eres Dios, yo soy tan mío/ como tú. Y a soberbio, yo te gano» 0 7). El hombre individual que ya se acerca al hombre colectivo 08) cuando sus versos son aún el testimonio del conflicto personal del poeta, que sin duda es también el problema de otros muchos que no son capaces de transformarlo en verbo intemporal y duradero:

«Quiero encontrar, ando buscando la causa del sufrimiento. La causa a secas del sufrimiento a veces mojado en sangre; en lágrimas, y en seco mucho más. La causa de las causas de las cosas horribles que nos pasan a los hombres. No a Juan de Yepes, a Blas de Otero, a Leon Bloy, a César Vallejo, no, no busco eso, qué va, ando buscando únicamente la causa del sufrimiento (del sufrimiento a secas), la causa a secas del sufrimiento a veces... Y siempre vuelta a empezar.» (191

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Blas de Otero logra, a veces, ser espectador de sus poemas, salir del ver-so y situarse frente a él. El poeta se ve a sí mismo protagonista, y se interro-ga, se dirige a Blas de Otero con ternura, con rabia o con tristeza; el lengua-je poético consigue, de esta forma, una inusitada fuerza que lo hace des-prenderse del papel y volver constantemente a la vida, a ser reflejo de una existencia real jalonada de firmeza, de incertidumbre, de esperanza.

Son numerosos los datos autobiográficos que Blas de Otero incluye en sus versos, una veces directamente, otras en clave poética fácilmente desci-frable. Es la introducción de la vida real del escritor en su mundo literario en el que se mueven todos sus fantasmas más queridos y en el que él mismo se desenvuelve. Así su obra se hace más cercana y entrañable.

Sobre una fotografía 120 en la que se ve al poeta en La Habana, realiza-da durante su larga estancia en Cuba, evoca aquellos momentos para afir-marse, de nuevo, en sus convicciones más profundas:

«Te veo allá recostado contra el malecón de La Habana, la camisa suelta y sandalias y grandes gafas oscuras,

deben ser la once de la mañana, qué haces ahí Blas de Otero, qué estás mirando un poco ladeado hacia las farolas carcomidas por el salitre,

con tu camisa fuera y tu alma fuera Y tu palabra siempre a punto de brotar para resguardar

la vida y la justicia y la dignidad y la paz y la violencia que necesitan los pobres

del mundo con los que hace ya muchos años echaste tu suerte para no retroceder jamás.» (2))

Conociendo la trayectoria vital de poeta podemos llegar al fondo de al-

gunos de estos poemas en los que anida lo más profundo de su alma. A su regreso de Cuba, en 1969, donde había permanecido casi tres años, ha de serle extirpado un tumor canceroso, teniendo que someterse a duras y largas sesiones de radiación:

«y continuando en Madrid por el simple hecho de continuar en Madrid y la relativa necesidad de las radiaciones» (22)

Son tiempos duros; a la enfermedad hay que añadir las dificultades eco-nómicas que atreviesa el poeta —sin más rique7a ni equipaje que unas male-tas llenas de libros y algunos versos— y la enorme soledad de quien regresa después de larga ausencia. Y han de ser sus amigos —Gabriel Celaya y Sabi-na de La Cruz, quien será desde entonces su inseperable compañera, entre otros— quienes le ayuden a salir de la soledad del hospital. Quirófanos, sue-

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ños y anestesias y la presencia continua de la muerte torturan al escritor vasco; desesperado llega a pensar en irse a Vietnam y al menos morir por algo.... Es entonces cuando escribe ese dramático y bellísimo poema titulado «Cantar de amigo»:

«¿Dónde está Blas de Otero? Está dentro del sueño, con los ojos abiertos.

¿Dónde está Blas de Otero? Está cerca del miedo, con los ojos abiertos.

¿Dónde está Blas de Otero? Está en el quirófano, con los ojos abier-

tos. ¿Dónde está Blas de Otero? Está en Vietnam del Sur, invisible entre

los guerrilleros. ¿Dónde está Blas de Otero? Está echado en el lecho, con los ojos

abiertos. ¿Dónde está Blas de Otero? Está muerto, con los ojos abiertos.» (23)

El horizonte se abrirá de nuevo y el poeta seguirá en Madrid, aunque no lo aguante —«No. Yo no aguanto Madrid./ Prefiero fumar hasta tapiarme los bronquios» -(24) con «la madre de mi madurez y la mujer de mi orfan-daz» (25) —existe en Blas de Otero una identificación madre-esposa, del mis-mo modo que se establece la relación bíblica esposa-hermana (26)-, mujer amada que será compañera, madre y esposa.

Blas de Otero bucea hasta el fondo•de sí mismo y busca su propia razón de ser, su causa última, todos los misterios que se esconden en el baúl de la conciencia. La poesía de Blas de Otero alcanza una profundidad enorme di-rigida hacia sí y encaminada, a la vez, al entorno que le envuelve; profundi-zación meditada y reflexiva que en sus últimas obras se detiene en la visión de su mundo poético —sobre todo en los poemas del libro Hojas de Madrid con La Galerna que Blas de Otero dejó inédito a su muerte y del que ya ha-bía adelantado algunas Muestras en Mientras (27) y en diversas antologías (28)--

con la soledad compartida y el recuerdo como telón de fondo; la vida y la muerte como contemplación retrospectiva y presente vivencial, la primera, y como aceptación meditada la segunda (29), En 1972 publica en Trece de Nieve una hermosísima prosa, fiel reflejo de lo expuesto anteriormente:

«La excavación de la propia conciencia, aquí no se trata de otro asunto ni se concede la palabra al capellán, penetramos. ara-ñándonos entre riscos de españa, esquinas de inadrid y la profundi-dad de la sorpresa. La propia conciencia nos cierra el paso, aguar-damos la luz ambarina, la verdadera luz verde que nos conduzca a nuestro yo; fuera la ciudad palpita como un cetáceo mal amaestra-do, y nos retiramos, en taxi a ser posible, al residuo del subcons-

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ciente, a la tenebrosa luz de la salida de los espectáculos, nuestra propia contemplación disminuida, pero terca como los miércoles, con un nombre en medio de la frente. BLAS DE OTERO». (30)

Pero Blas de Otero no quiere que su preocupación personal sea exclusi-va y le obligue a olvidar su atención hacia el hombre, en mayúscula, —«pues al fin he comprendido que aprovecha más salvar al mundo que ganar mi alma» -n— e ironiza sobre su misma preocupación íntima:

«Muy interesante su problema, señor mío, es asombroso lo que sabe Blas de Otero de sí mismo. (Salero, el que tú tienes en las ma-nos.) Seguramente, tendrá usted su, pisito en el cielo, con su queri-dita alma, y su queridito cuerpo, y su queridita...» (32).

A través de estos ejemplos podemos observar como el poeta se refleja en el verso —actor y narrador— y se confunde en el mundo poético emanado de la realidad.

Realidad que con honestidad insólita en los tiempos que pisamos reco-rre Blas de Otero con su cuerpo y con sus versos, porque el cuerpo —las manos, el rostro, el pecho, el corazón...— está vacío sin el aliento del poema; llega un momento en que el escritor ha de buscarse entre sus palabras, allí donde se encuentra su voz y su silencio.

Necesita encontrar el reflejo de sí mismo, tan verdadero como su propia carne, para fijar el presente y girar la vista hacia el inicio:

«Este hombre es Blas de Otero. Pocas veces ha caído el dado y quedado de canto,

como aquí.

Me está mirando, está mirando a Blas de Otero: en medio de los dos hay quince años como zanjas de mina, como galerías quebradas; a través de ellas ambos hombres avanzan con una luz roja en la mano, y en este momento, en este momento las dos luces se juntan y brota un haz de luz anaranjada, hendiendo años y noches y años hasta hundirse en la matriz del día 15 de marzo de 1916(33)»(34

El poeta vivirá en el verso, en el vientre hermoso de un cálido verso,

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más allá de las críticas y elogios, de los .estudios enmohecidos y las bibliote-cas oscuras. Y ahí está todo lo que importa: «Esto que veis, fue Blas de Ote-

ro» (35).

NOTAS.

(1) En 1982 publicaba «BLAS DE OTERO: Entre el pueblo y la palabra (La poesía popular y tradicional en Que trata de España)». Revista de Folklore n.' 19 (julio de 1982). Vallado-lid, págs. 26-33.

(2) Característica propia de la poesía española de posguerra que escapa de los caminos marca-

dos por la cultura oficial; nacida del desarraigo y de la angustia vital ante una situación adversa busca afirmar la propia existencia, fijar las «señas de identidad» del poeta.

(3) A. Núñez: «Encuentro con Blas de Otero», Ínsula n: 259 (junio de 1968). Madrid, págs: 1-4.

(4) Blas de Otero: «Figúrate una fuente». Que trata de España, Ruedo Ibérico. París, 1964, pág: 55. En adelante citaré por esta edición.

(5) Blas de Otero: «Biotz-Begietan», Pido la paz y la palabra, Lumen. Barcelona. 1978 (3), pág: 53. En adelante citaré por esta edición.

(6) Blas de Otero: «Fidelidad», Pido la paz y la palabra. pág: 75. (7) Blas de Otero: «Ergo sum», Expresión y Reunión, Alianza Editorial, Madrid, 1981, pág:

245. En adelante citaré por esta edición. (8) Algunos ejemplos de la actuación de la censura sobre la obra de Blas de Otero pueden ser

la primera edición española de Que trata de España. reducida a menos de la mitad, por lo que se ve obligado a publicar el libro en París; o el malabarismo que ha de realizar en el poema «Guernica (A Pablo Picasso)» (En Castellano, Lumen, Barcelona. 1977, pág: 78), del que la censura suprime el título y Blas de Otero publica como «Caniguer» —Guernica al revés—.

(9) Blas de Otero: «Verbo clandestino», Expresión y Reunión, pág: 241. 10 Blas de Otero: «Hablema de las cosas de este mundo». Que trata de España. pág: 43. 11 Blas de Otero: «Dios nos libre de los libros malos que de los buenos ya me libraré yo». Ex-

presión y Reunión. pág: 258. 12 José Espiño Collazo: «Un repaso a la poética de Blas de Otero», El Cetera. n. 3, I arragona,

1982, págs: 7-9. 13 En otros libros del poeta este último verso ofrece un variante: «de abril, cincuenta y uno.

Blas de Otero». 14 Blas de Otero: «A la inmensa mayoría». Pido la paz y la palabra, pág: 9. 15 Blas de Otero: «Ecce homo», Ancia, Visor, Madrid, 1980 (6), pág: 54. En adelante citaré

por esta edición. 16 Blas de Otero: «Basta», Redoble de Conciencia, Losada. Buenos Aires, 1973 (2), págs:

105-106. En adelante citaré por esta edición. 17 Blas de Otero: «Déjame», Ibídem., págs: 113-114. 18 Ceno muy bien señala Emilio Alarcos Llorach en La poesía de Blas de Otero, Anaya, Sala-

manca, 1966. Uno de los más completos trabajos, a pesar del tiempo transcurrido y de la parte importante de la obra del poeta que queda excluída del estudio debido a la fecha de realización, que hasta ahora se han publicado acerca de la poesía de Blas de Otero.

19 Blas de Otero: «Encuesta», Anda, págs: 68-69. 20 Dato aportado por Sabina de la Cruz al autor. 21 Blas de Otero: «Me complace más que el mar», Expresión y Reunión. pág: 237. 22 Blas de Otero: «O nos salvamos todos o que se hunoan ellos», Poesía con nombres, Alianza-

Alfaguara. Madrid, 1980 (3), págs: 75-78. En adelante citaré esta edición.

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23 Blas de Otero: «Cantar de amigo», Expresión y Reunión, págs: 233-234.. 24 Blas de Otero: «O nos salvamos todos o que se hundan ellos», Pdesía con Nombres. págs:

75-78. 25 Ibídem. 26 Sabina de la Cruz: «Introducción» a Expresión y Reunión. 27 Blas de Otero: Mientras, Javalambre (Col. «Fuendetodos» de poesía). Zaragoza, 1970. 28 Expresión y Reunión: País, Plaza-Janés,(Col. «Rotativa»), Barcelona, 1975; Verso y Prosa,

Cátedra, Madrid, 1976; Poesía con nombres: Todos mis sonetos, Turner, Madrid, 1977. 29 Sabina de la Cruz: «Introducción» a Expresión y Reunión. 30 Blas de Otero: «El semáforo», en Trece de Nieve, n. 3, Madrid, 1972, págs: 19-20. 31 Blas de Otero: «Papeles inéditos», En Castellano, pág: 13. 32 Ibídem. 33 Fecha de nacimiento del poeta. 34 ,Blas de Otero: «Una luz anaranjada, «Poesía con nombres. pág: 72. 35 '«Epítasis» Anda. pág: 51.

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