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TLATELOLCO es más que un minuto de silencio

Juan Carlos Miranda Arroyo

Ediciones Epistemas Educativos

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Tlatelolco, es más que un minuto de silencio, es una obra editada por Episistemas Educativos, Sistemas de Conocimiento.

Primera edición © Derechos Reservados por el autor Juan Carlos Miranda ArroyoQuerétaro, México. Octubre, 2019.

Correo-e: [email protected]: @jcma23

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A mi papá, Ramón Miranda Miranda y a mi mamá, Amanda Margarita Arroyo Torres,

por su amor, valentía y actitud libertaria, incansable.

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Índice

Presentación 9

1968: El grito, el silencio y la palabra 11

El 68 y la Ciencia en México 15

Tlatelolco: Vida Cotidiana, Infancia y Democracia 21

Luis González de Alba: Una conversación 25

1968: Luis González de Alba, Tlatelolco y los Vecinos 28

Tlatelolco es más que un minuto de silencio 33

Medio Siglo de Evocaciones 37

Tlatelolco 1968: Una Crónica de Vecinos (Parte I) 41

Tlatelolco 1968: Una crónica de vecinos (Parte II) 44

Tlatelolco 1968: Una crónica de vecinos (Parte III y última) 48

Las Niñas de Tlatelolco 52

Noches antes del 2 de octubre 54

El Mayo Francés, 50 años de aprendizajes 57

Epílogo

1985, Tlatelolco, 19 de septiembre 65

Tlatelolco, un día después 68

1968: los umbrales del silencio 71

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Presentación

En este libro se reúnen algunos textos que originalmente escribí de manera separada, en diferentes espacios y tiempos, como colaboraciones, artículos o notas aisladas, pero motivadas o vinculadas con una sola conexión: Tlatelolco. Lugar donde vivimos desde 1966 hasta 1990. Sitio que nos regaló la infancia y los inicios de la juventud.

Para unir los textos como una pieza integrada, decidí colocarlos en un solo volumen al cual le di el título de “Tlatelolco es más que un minuto de silencio”. Por lo tanto, el material de lectura (publicado en su totalidad en el sitio SDP Noticias, gracias a la generosidad de don Federico Arreola y Marina Morales), ya unificado en forma de libro, no sólo se refiere a hechos trágicos o a escenas dramáticas, sino que abre y cierra con algunos textos reflexivos o de interpretación con intencionalidades antropológicas o politológicas, sobre los hechos ocurridos en los años 60´s, y particularmente en el año de 1968, en México y el mundo.

En la parte central del volumen se podrán leer algunas narraciones o piezas descriptivas, que dan cuenta de las vivencias y experiencias en las cuales jugamos el papel de “protagonistas anónimos” durante más de 25 años en esta excepcional tierra; tiempo en el que fuimos vecinos de la tercera sección de la unidad habitacional, a la cual siempre me gusta decirle “el barrio”, nuestro barrio de Nonoalco-Tlatelolco.

Al final del libro, como epílogo, también incluí tres textos: Uno, publicado en 2018, sobre lo vivido en nuestro barrio después del sismo del 19 de septiembre de 1985; el segundo, publicado este 2019, sobre lo vivido la madrugada y el resto del día 3 de octubre de 1968, en Tlatelolco; Y un tercero, que fue publicado en el periódico El Día, cuando se conmemoraron XXV años del 68.

Tengo la esperanza de que estos textos, en su mayoría, no sólo aporten algo al análisis histórico, desde la vida cotidiana,

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en torno a los hechos sucedidos en ese espacio singular de la Ciudad de México, Tlatelolco, sino que también se convierta en un material a través del cual se preserven la tradición y la memoria de nuestra sociedad, de nuestra comunidad tlatelolca, en un momento y una circunstancia específicas. Pero sobre todo, aspiro a que esta voz se una a muchas otras voces, desde la ciudadanía, que se han empeñado en no olvidar el pasado, para recrear el presente y proyectar el futuro, dentro de un ámbito de libertades y de justicia social tanto para las propias como para las siguientes generaciones.

Juan Carlos Miranda Arroyo Querétaro, Qro., octubre, 2019.

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1968: El grito, el silencio y la palabra

Este 2 de octubre evocamos 1968 imágenes en movimiento de un México posible, un sueño de la sociedad que despertó hace 49 años. Memoria del anhelo colectivo; de la protesta callejera sin precedentes; de la historia de lucha por la apertura democrática con sus claros y oscuros. Uno y mil pasos por las libertades, la justicia social y la participación ciudadana. Una movilización estudiantil desobediente que gritó “no a la represión” ni a la barbarie; no a la violencia, provenga de donde provenga; movimiento que supo marchar también en silencio para oponerse a la mentira y al autoritarismo.

¿Cómo olvidar a la Vocacional de la Ciudadela? Cómo no recordar a los estudiantes en las calles el 26 de julio, cerca del Hemiciclo a Juárez. Y a las organizaciones sociales en pie de lucha a un año de la muerte del Che Guevara… A las imágenes lejanas de Ho Chi Min; a los maoístas; a la Liga Espartaco... A Cuba libre. Vietnam. París y el mayo francés. Marcuse, Sartre, Janis Joplin, Bob Dylan.

Recuerdo al Casco de Santo Tomás. La Escuela Nacional de Ciencias Biológicas, presente !!! La ESIME y el Huelum. La Escuela Nacional Preparatoria... Ingeniería, presente. Filosofía y Letras, presente. El Comité de Lucha, presente. La protesta callejera, el movimiento... La cartulina que denunciaba las mentiras de la prensa vendida. Educación, sí; represión, no. ¿Y la ocupación de CU? Las “corretizas” en Santa María La Ribera, cerca de la Escuela Nacional de Maestros. Las asambleas del Consejo Nacional de Huelga. Clases de democracia. El deslinde de responsabilidades. La marcha de Antropología al Zócalo… Los errores: Sócrates Campos Lemus. El Grito del 15 de septiembre. Las campanas de Catedral. La bandera nacional. El acto de desagravio. El volanteo. El movimiento urbano popular. Y las consignas fraternas: ¡Vivan los trabajadores, vivan los ferrocarrileros. Libertad a Demetrio Vallejo. ¡Vivan los médicos y las enfermeras! ¡Vivan los maestros democráticos! ¡La Facultad de Medicina, presente!

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Tampoco olvido a los granaderos con escudos y bombas “lacrimógenas”. Y la pancarta: “Señor presidente, vacune a sus policías... Atentamente: Escuela de Veterinaria”. O la otra manta que decía “Ciencias Políticas, presente, por la victoria siempre”. Goooya, ¡Universidad! Derecho, presente. La movilización política, presente. El pliego petitorio. Los presos políticos. Las libertades cívicas. Facultad de Ciencias, presente. Escuela Nacional de Economía, presente. Ciencias Químicas, presente.

Después de 49 años recuerdo las repudiadas figuras de Mendiolea, Cueto y Corona del Rosal. A la Policía y al Ejército que, por orden presidencial, violaron la Autonomía Universitaria. El Bazucazo en la Prepa de San Ildefonso. La conciencia crítica y solidaridad del ingeniero Javier Barros Sierra, el rector de la dignidad, y del papel negociador de la Rectoría. Y su llamado a marchar en el marco de las leyes. La Gaceta y Radio UNAM. Las flores blancas y la revista ¿Por qué?

¿Cómo dejar de recordar la fiesta popular en las calles ocupadas por niños, jóvenes, hombres y mujeres? Los gritos en las calles. Reuniones, votaciones públicas, peticiones de diálogo. El ejercicio de la palabra y de la acción; y escribir por primera vez: «Únete pueblo», “democracia”, «libertad de conciencia». Y redactar la propaganda. Y saber guardar silencio. La consulta con las bases, la formación de cuadros. Los mítines relámpago. Los libros, el rock, la música, la poesía. El canto de Oscar Chávez. La huelga votada. ¡Moción compañero! ¡No procede compañero! La Coalición de Maestros Pro Libertades Democráticas. El Doctor Eli de Gortari. El Ingeniero Heberto Castillo. El profesor Fausto Trejo. Las reivindicaciones de José Revueltas. Los líderes. Los oradores. El «Lábaro”, el “Pino”, el “Búho”, la “Tita”. Tomás Cervantes Cabeza de Vaca, de Chapingo. Gilberto Guevara Niebla, de Ciencias. Florencio López Osuna. El orden del día. El movimiento en auge. El movimiento en marcha. El antiautoritarismo va. El boteo. Las bombas molotov. Las patrullas quemadas. Las bardas pintadas.

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Los macanazos en la cara. La Defensa de los planteles. El diálogo público… solicitamos diálogo, señor presidente. Derogación. Chapingo, presente.

Indemnización a las víctimas. No a la represión. La Ibero, presente. La mano extendida del presidente de la República. Los juegos políticos no son juegos Olímpicos. La marcha del silencio. El Instituto Politécnico Nacional. Negociaciones con representantes del gobierno. Andrés Caso, no hace caso. No somos borregos. El Ejército a sus cuarteles. Represión que se ve venir. Y los desplegados en el diario El Día. El gobierno que se salta olímpicamente a los representantes y al pliego petitorio.

Tlatelolco. Niños no se vayan a la plaza. Hay mucha tensión. La Vocacional 7. La secundaria 16. La unidad habitacional “Adolfo López Mateos”. Plaza de las Tres Culturas. Nonoalco. La balacera... un tiroteo. Miércoles dos de octubre. Los periodistas internacionales. ¡Son balas de salva compañeros! Provocación, compañeros, es una provocación. Tranquilos compañeros. Ya vienen las tanquetas por Manuel González y Nonoalco. Soldados a bayoneta calada. Los del guante blanco. Edificio Chihuahua. No se olvida. Más represión. El helicóptero sobre la Iglesia de Santiago. Luces de Bengala. Tercer piso. Balacera. ¡No lloren hijos, no va a pasar nada! Francotiradores. Batallón Olimpia. Sangre. Lluvia. Las tuberías de agua rotas. Se escucha agua en fuga. La iglesia de Santiago cerrada. Ráfagas. ¡Corran, corran! ¡Abran la puerta, por favor! Noche de Tlatelolco. Llueve. Olor de pólvora y los aros olímpicos en blanco y negro. Es una trampa. ¿Dónde están las armas? ¿Dónde está la Muerte? Luto en los hogares. Pena, muerte para la nación. Duelo para los jodidos. ¿Por qué? ¿Quién ordenó esta masacre?

La memoria. Palomas blancas. Veladoras. Manos temblorosas. Sangre sobre la Plaza. Niños desaparecidos. Cuerpos desnudos. Cuerpos tendidos, mojados. Sombras. Sueños interrumpidos. Años de lucha social. Madres que buscan a sus hijos. Llanto. Familias que buscan a sus familias. Octavio Paz protesta, denuncia, renuncia. Let it be. ¿Y los sindicatos democráticos? ¿Y el pueblo indignado? Impotencia,

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sentimientos de derrota. Clamor de justicia. Pronunciamientos. Más clamor, más rabia. El gobierno y sus fuerzas represoras, y la conciencia intranquila de Díaz Ordaz. La mancha a la Constitución, la carta mancillada, la carta pisoteada, el autoritarismo, la razón de Estado… el orden y el progreso. La ley por el bien de la nación. El reaccionario MURO.

Tlatelolco, la unidad multifamiliar que por días fue convertida en ciudad universitaria, en estado de sitio. Los Desplegados del sistema, la burocracia emergente y la cargada contra los “agitadores internacionales”. “Que las familias vigilen a sus hijos”. Los legisladores a la defensa del presidente GDO. Presuntos responsables. Se habla de terroristas. Órdenes de aprehensión. El orden constitucional. Y que se discuta en asambleas si se levanta o no la Huelga. Ciudad Tlatelolco sigue ocupada. Gobernación. Luis Echeverría. Disolución social. Muertos. Desaparecidos. Infiltrados. La Federal de Seguridad. Cárcel. Palacio Negro de Lecumberri. ¿y la Democracia? El grito, el silencio, la palabra.

Texto publicado en SDP Noticias, 1 de oct., 2017.

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El 68 y la Ciencia en México

Ahora que se conmemoran 49 años de los movimientos estudiantiles de 1968 en México y otras ciudades del mundo, conviene revisar brevemente el contexto económico, político y sociocultural que tuvo lugar en ese tiempo en nuestro país, así como el saldo que dejó el movimiento estudiantil, de manera directa o indirecta, en el proceso de reconstrucción de las comunidades científicas.

En un artículo publicado en 1999, José A. López Cerezo escribió lo siguiente con respecto al ambiente en que se desarrollaba la ciencia en ese año: “En 1968, en pleno apogeo del movimiento contracultural, Theodore Roszak expresaba sus ideas sobre el papel de la ciencia y la tecnología en el mundo contemporáneo: «Cualesquiera que sean las demostraciones y los beneficiosos adelantos que la explosión universal de la investigación produce en nuestro tiempo, el principal interés de quienes financian pródigamente esa investigación seguirá polarizado en el armamento, las técnicas de control social, la mercancía comercial, la manipulación del mercado y la subversión del proceso democrático a través del monopolio de la información y del consenso prefabricado» (1968). Las palabras de Roszak, tremendas y exageradas como corresponden a un teórico de la contracultura, reflejan, no obstante, el espíritu de los tiempos: una creciente sensibilidad social y una preocupación política por las consecuencias negativas de una ciencia y una tecnología fuera de control. Es lo que se ha llamado «síndrome de Frankenstein», que empezó a extenderse en la opinión pública de los años 60 y 70.” (*) Cabe resaltar que el escrito fue publicado en Madrid, en el contexto del Congreso Mundial sobre la Ciencia convocado por la UNESCO y el Consejo Internacional de la Ciencia (ICSU), celebrado en 1999.

En el México de finales de los 60 prevalecía un ambiente relativamente favorable en términos de la estabilidad económica. Justamente el llamado “desarrollo estabilizador” permitió que

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nuestro país mantuviera indicadores macroeconómicos sin luces rojas, es decir, en niveles manejables: Finanzas públicas sanas, tipo de cambio sin alteraciones mayores, control de la inflación, empleo a la alza, salarios bajos pero sin sobresaltos y conflictos laborales escasos o poco significativos.

En el plano político, el régimen mantenía un poder hegemónico que también le dotó de estabilidad, sin embargo, esto fue logrado por el régimen priísta mediante diversos mecanismos de control. Los estudiosos de los procesos políticos, como Pablo González Casanova, han considerado que durante los años 60 el régimen político dominante y hegemónico en México, reunía las siguientes características: Se registraba la ausencia de una oposición real al partido del gobierno; el movimiento obrero en sus tendencias generales, presentaba marcadas características de dependencia respecto de la política del ejecutivo; el ejecutivo controlaba al legislativo; la Suprema Corte de Justicia obraba con cierta independencia respecto del poder ejecutivo, pero otorgaba mayor apoyo a los propietarios y compañías que a los trabajadores y campesinos; y los estados y municipios estaban controlados por el poder de la Federación.

Al carecer de válvulas de escape democrático y debido al exceso del manejo centralizado del poder, la sociedad tiende a revelarse. Prácticamente en México, hace 50 años, no existía un sistema de partidos políticos y la organización de las elecciones federales y locales estaba a cargo de la Secretaría de Gobernación. La democracia, por lo tanto, era un procedimiento a cargo del Estado, en el cual la participación ciudadana era simbólica o casi inexistente, en términos de la administración, el control y el seguimiento de los procesos electorales, pero sobre todo, en lo que se refiere a la efectividad del sufragio y el contenido de las contiendas políticas (diversidad de programas).

Fue ahí precisamente, en el ámbito político, caracterizado por un régimen de partido único, y debido, de alguna forma, a la reiteración de las prácticas sociales autoritarias, donde se da la ruptura; ese fue el contexto en el que se desarrolló a su máxima expresión el movimiento de rebeldía, de oposición al régimen y de lucha popular.

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Los estudiantes politécnicos, universitarios, normalistas, preparatorianos y vocacionales, así como de otras instituciones de educación superior en México, antes y después del 68, tenían reivindicaciones claramente antiautoritarias, junto con otras expresiones de carácter político como la libertad a los presos de conciencia. La necesidad de construir una sociedad más libre, justa y democrática fueron, en el fondo, las banderas que dieron pie a la gran movilización de los estudiantes durante esos años, junto con profesores y ciudadanos que desde otros sectores los apoyaron.

Cabe mencionar que las clases subalternas clásicas, a las que hacía referencia Antonio Gramsci, como el campesinado, los obreros u otras expresiones sociales, no tenían una presencia en el liderazgo de estas protestas. Si acaso se podían encontrar algunos activistas y militantes de la izquierda local, que actuaban en la ilegalidad (porque el Partido Comunista no contaba con registro oficial como institución política), y pocos focos de resistencia obrera o campesina antes existentes, que habían sido objeto de la represión gubernamental.

En 1968, las instituciones educativas del nivel superior, sobre todo sus estudiantes, se convirtieron en los canales de activación de una protesta callejera, pacífica, que nunca antes se había visto en México después de la segunda guerra mundial. Apenas unos meses antes de que estallara en México la movilización, las revueltas callejeras de estudiantes en Praga, en París, en Santiago de Chile, o en Palo Alto, California, entre otros lugares, habían sido símbolos de la lucha por la libertad del pensamiento, la democracia política, pero sobre todo, a favor de la contracultura y la caída de los regímenes y prácticas sociales autoritarias, tanto en lo político como en lo comunitario y familiar.

La ciencia que sigue su curso en las instituciones nacionales de educación superior en México, como la Universidad Nacional Autónoma de México, el Instituto Politécnico Nacional, el Centro de Investigación y Estudios Avanzados (creado en 1968), entre otras, fue recreada a partir de estos cambios; fue

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ahí justamente donde detonaron las transformaciones más visibles; en el corazón mismo de las viejas prácticas autoritarias. Nacen así las nuevas conciencias críticas tanto en las ciencias naturales como en las ciencias sociales, si se nos permite esta clasificación.

Este proceso de cambios, es descrito así por López Cerezo: “Desde el optimismo incondicional que siguió a la segunda guerra mundial, donde el progreso científico era visto prácticamente como sinónimo de bienestar social, una actitud crecientemente crítica y cautelosa con la ciencia y la tecnología comenzó a extenderse en los años 60. Fue una actitud alimentada por catástrofes relacionadas con la tecnología (accidentes nucleares, envenenamientos farmacéuticos, derramamientos de petróleo, etc.) y por el desarrollo de activos movimientos sociales contraculturales críticos con el industrialismo y el Estado tecnocrático. El desarrollo del movimiento ecologista de los años 60 y las protestas públicas contra el uso civil y militar de la energía nuclear fueron elementos importantes de esa reacción. La ciencia y la tecnología comenzaron a ser objeto de escrutinio público y se transformaron en sujetos de debate político.”

En ese ambiente antiautoritario y libertario, las renovadas comunidades científicas se abrieron paso, más allá de impactar en los contenidos mismos de las teorías y los métodos científicos. La incorporación de los jóvenes estudiantes y profesores que dieron la batalla en las calles generó los círculos científicos, de especialistas, de profesionales, de expertos, con una mirada diferente; lo mismo se observó en las disciplinas técnicas como en las artes, en todos los campos del desarrollo intelectual se produjo la alteración súbita y consciente de actitudes y formas de trabajo; de pensar y hacer.

Las nuevas energías intelectuales estaban puestas en movimiento no sin contradicciones. No sólo en las artes, en las finanzas, en el comercio o los medios de comunicación, sino que las instituciones encargadas de generar los conocimientos científicos, también vivieron estas transformaciones radicales.

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“Este es precisamente el contexto en el que tiene lugar una revisión y corrección institucional del modelo unidireccional de desarrollo (+ ciencia=+ tecnología=+ riqueza=+ bienestar), original de la postguerra, que sirvió de base a las políticas públicas sobre ciencia y tecnología. La vieja política de laissez-faire, que dejaba la regulación de la ciencia y la innovación tecnológica como un asunto de control corporativo interno, comenzó a transformarse en una nueva política más intervencionista, donde los poderes públicos desarrollaron y aplicaron una serie de instrumentos técnicos, administrativos y legislativos para el encauzamiento del desarrollo científico-tecnológico y la supervisión de sus efectos sobre la naturaleza y la sociedad. El incremento de la participación pública fue desde entonces una constante en las iniciativas institucionales relacionadas con el impulso y especialmente con la regulación de la ciencia y la tecnología. De aquí surgen, en los años 70, instrumentos como la evaluación de tecnologías y de impacto ambiental, e instituciones calificadoras y reguladoras adscritas a distintos poderes en diferentes países (González García et al., 1996).”

Después de mirar los altos costos políticos, sociales y culturales que tuvo en su momento la masacre de 1968 en México, conviene reflexionar acerca de las aportaciones y rasgos críticos que trajo consigo esta generación de estudiantes y profesores jóvenes, que luego se incorporaron como miembros del personal académico en estas instituciones educativas; que formaron sindicatos universitarios; que produjeron libros, revistas, periódicos, etc., en todos los ámbitos de la cultura y en diversos círculos intelectuales; que establecieron, en síntesis, nuevos lenguajes, códigos y actitudes frente a la vida y la sociedad.

Aunque no podría pensar que la generación del 68 es la única catalizadora de los cambios culturales, educativos, científicos y tecnológicos producidos durante los últimos 50 años, sí podríamos asegurar que en ésta, quizá, hallamos a una de las energías sociales más dinamizadoras, transformadoras, que ha

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tenido el poder de impulsar un nuevo camino de pensamiento y de acción para la sociedad mexicana.

Fuente consultada:

López Cerezo, José A. (1999). Los estudios de ciencia, tecnología y sociedad. Revista Iberoamericana de Educación. Número 20 (Mayo-Agosto), 217-225 pp.

Texto publicado en SDP Noticias, el 28 de septiembre, 2017.

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Tlatelolco: Vida Cotidiana, Infancia y Democracia

“Niños no se vayan a la Plaza, sólo tienen permiso de jugar aquí en el cuadro (jardín de juegos infantiles), ya saben que es peligroso ir para allá, recuerden lo que pasó el otro día entre granaderos y estudiantes”, decía mi madre días antes del 2 de octubre de 1968.

La Vocacional 7, del IPN, que se encontraba dentro de la Unidad Habitacional Tlatelolco, a un lado de la Plaza de las Tres Culturas, era el escenario de las confrontaciones entre autoridades de la fuerza pública y estudiantes. Esa situación se extendía hacia los edificios de la Unidad. A nosotros nos tocó escuchar los disparos en las noches y madrugadas, en varias ocasiones, durante algunos días de julio, agosto y septiembre de ese año, cuando personas armadas intentaron romper la huelga o intimidar a los muchachos.

Vivíamos en el edificio Durango, en un departamento de dos recámaras, en el cuarto piso. Era uno de los 20 departamentos que tenía cada entrada. Un edificio que, por cierto, no tenía elevadores, solo escaleras. Llegamos en 1966 a la Unidad Habitacional “Adolfo López Mateos” Nonoalco Tlatelolco. Ésta fue inaugurada en 1964. En los departamentos, en el 66, todavía se percibía el aroma de la pintura fresca en cocina, baño, puertas y ventanas.

Desde 1967 mi padre participó en la organización, con otros vecinos, de la primera liga de fútbol del barrio. Él había sido portero, en su juventud, en una liga de fut al sur de la ciudad, por Nativitas; de ahí su afición por ese deporte. En Tlatelolco había un campo de tierra en la primera sección, ubicada entre Av. Insurgentes y la calle de Guerrero. Recuerdo que la cancha, en esa zona, estaba a un lado del edificio Allende; mientras que el campo de fut de la segunda sección, estaba en la explanada de lo que hoy es el Metro Tlatelolco, a un costado del edificio Arteaga. Ese campo de tierra existió antes de la construcción del cine Tlatelolco, también ubicado en el mismo predio. La

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segunda sección de la unidad se ubica entre la calle de Guerrero y el eje Central Lázaro Cárdenas. Y la tercera de ahí hasta el Paseo de la Reforma.

Debido a que en la tercera sección no había campo de fut, nosotros de niños atravesábamos toda la unidad habitacional, a pie, para llegar a los campos. Había que cruzar entonces la Plaza de las Tres Culturas y un jardín bastante grande, conocido en el barrio como “La Pera”. Nuestro equipo se llamaba “Monterrey”, aunque mi papá quería ponerle el nombre de “Torreón”, por ser su lugar de origen, pero como sólo encontró en las tiendas de deportes, de la calle de Peralvillo, el uniforme del “Monterrey”, ese nombre se quedó. Entre 1969 y 1970, en Tlatelolco se organizó uno de los primeros torneos de fútbol de salón en la historia nacional de ese deporte. El famoso futbolista Horacio Casarín, goleador del Atlante, participó en una ceremonia de entrega de trofeos en nuestra liga.

La Plaza de las Tres Culturas fue también nuestro patio de pasatiempos, aunque no tenía juegos metálicos infantiles. Recuerdo que antes del 2 de octubre hubo uno o dos mítines en la Plaza, entre agosto y septiembre. Los dirigentes se colocaban en la terraza del tercer piso del edificio Chihuahua, porque desde ahí se podía observar toda la plaza, era un lugar práctico y accesible para realizar conexiones eléctricas. Aun cuando teníamos prohibido asistir a los mítines (yo tenía 6 y mi hermano 8 años), sabíamos que en esas reuniones participaban miles de estudiantes, profesores, y otras personas solidarias con el movimiento, que no estaban relacionadas con las escuelas, entre quienes se encontraban vecinos de la Unidad. La distancia entre el edificio Durango y el Chihuahua es como de unos 80 metros, así que desde el cuadro de juegos de los edificios Chiapas, Hidalgo y Durango podíamos escuchar claramente los discursos de los líderes a través de los altavoces.

Las demandas de su lucha eran desconocidas para nosotros en ese entonces, sin embargo, sabíamos que los estudiantes no estaban armados, que protestaban a gritos, que pintaban bardas, postes y camiones, que distribuían volantes y que su

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lucha era pacífica. Por ello los vecinos los apoyábamos. Hay que reconocer, sin embargo, que los estudiantes también contraatacaban con los medios que podían: piedras, tubos, bombas molotov. Niños y adultos vecinos del barrio sabíamos que la violencia venía de los cuerpos de policías civiles, uniformados y de los granaderos, porque nos tocó ver cómo los politécnicos huían y se defendían de los ataques. La presencia del ejército mexicano no fue frecuente antes del 2 de octubre.

Los niños de Tlatelolco íbamos a las escuelas Primarias y Secundarias ubicadas en la zona, o a las que estaban en las colonias cercanas a la Unidad. Muchas de nuestras familias estaban unidas debido, sobre todo, a las actividades comunitarias y educativas que se hacían a través de las escuelas públicas. Aunque muchos años después entendí que una escuela no es “un lugar”, sino una comunidad educativa, para mí el “lugar” donde aprendí a leer y a escribir fue la Primaria “Nicolás Rangel”. Cuántas amigas, cuántos amigos, cuántas maestras y maestros, cuántas historias se han escrito ahí.

Por las tardes, niños, niñas y jóvenes, salíamos a jugar a los cuadros o jardines, con la seguridad de que no había calles abiertas a la circulación de vehículos. Una o dos veces por semana, acudíamos a las clases de natación que se daban en las albercas de los clubes o centros deportivos (había uno por sección). A nosotros nos tocaba practicar ese deporte, por su ubicación, en el club “Antonio Caso”, que estaba a un costado del edificio Nuevo León. Para sacar credencial del club, había que llevar fotos tamaño infantil y el recibo de pago, claro, para tramitarla, después del examen médico, en el edificio de Banobras. Ese edificio grande y emblemático de Tlatelolco, que tiene forma triangular, ubicado casi en la esquina de la calle de Nonoalco, hoy Flores Magón, y Av. de los Insurgentes. El arquitecto Mario Pani utilizó muchas formas triangulares en el diseño de los edificios tlatelolcas, como simbolismo y homenaje a las flechas utilizadas por los grupos indígenas en épocas prehispánicas.

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Han pasado 50 años de esos sucesos. La memoria es un continuo que se percibe como discontinuo. El recuerdo forma parte de la vida misma. Hacer el resumen de la infancia es una injusticia, porque no incluyes a todos los que estuvieron contigo, ni se agotan las historias en una narración. Luego, al transcurrir del tiempo, te das cuenta que ya eres un joven, un adulto, y en el optimismo extremo, un adulto joven; aunque por fortuna las vivencias significativas de la niñez siempre se quedan, permanecen, son inagotables.

Los vecinos de Tlatelolco en 1968 nunca nos imaginamos que íbamos a ser protagonistas de momentos desgarradores; o testigos de heridas profundas entre los nuestros; hermanos fraternos ante tragedias humanas jamás imaginadas en la historia reciente de México. Niños, hoy ciudadanos, que vivimos de cerca la marcha de una generación camino hacia la democracia, con todo lo que ello pueda significar. Cambio social en el cual el eje de aceleración, en ese difícil tránsito, lo puso la juventud en un tiempo, a un ritmo no calculado y sin detenerse ante las adversidades.

Generación de los años 60 que tomó las calles por primera vez en México, sin pedir permiso, en especial la gente del 68. El movimiento estudiantil se convirtió en escuela urbana de la crítica, de las libertades, de la democracia y de la defensa de los derechos cívicos; de las actitudes antiautoritarias, rebeldes, irreverentes, utópicas e independientes. Escuela callejera de la participación y del ejercicio de la política como palabra y como razón; como exigencia de justicia, del no a la impunidad y del sí a la búsqueda de la verdad; de la negación al régimen cerrado, represor y caduco; de la política como derecho, como compromiso y como representación de sí mismo y de la sociedad.

Texto publicado en SDP Noticias, el 5 de septiembre, 2018.

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Luis González de Alba: Una conversación

Hoy en día hay conversaciones mediáticas donde los participantes en un encuentro intercambian mensajes casi como seres anónimos. Suele ocurrir. Esto me sucedió en 2011, cuando tuve una breve conversación con Luis González de Alba, quien fue un maestro para mí como divulgador de la ciencia, como escritor y como personaje sobresaliente de una historia viva, la del movimiento estudiantil de 1968.

A Luis y a mí nos unían tres temas: Tlatelolco, la Psicología y la divulgación de la Ciencia. Durante muchos años leí su columna: “La Ciencia en la Calle”, del diario La Jornada, donde cada semana hacía recuentos y compartía opiniones sobre temas de la vida científica y humanística, y daba sus puntos de vista con la rigurosidad académica que no se requería en un diario, pero al mismo tiempo con un lenguaje sencillo, sin debilitar el sarcasmo y la lucidez que lo caracterizaron. Siempre irreverente y crítico, y de una acidez poco conocida en nuestros medios periodísticos.

Cuando leí su libro “Los días y los años”, entendí muchos ángulos sobre lo sucedido en Tlatelolco ese 2 de octubre de 1968.

El 3 septiembre de 2011, le escribí por Facebook:

- “Maestro Luis: Te comparto una historia común. Yo era un niño de 6 años cuando sucedieron los acontecimientos de 1968. Vivía en el edificio “Durango”, atrás del “Chihuahua”, en ese entonces. He escrito algunos textos testimoniales desde lo que vi. Uno de ellos fue publicado en una edición especial del diario La Jornada (1988), que llevó el nombre de “Los niños de Tlatelolco”, y que después apareció en un libro titulado: “Memorial del 68, crónica a muchas voces”, compilado por Daniel Cazés… No sé si lo has leído…

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Luis respondió así:

- “Gracias Juan Carlos. Para el 30 aniversario publiqué en Nexos una revisión con el título: “La fiesta y la tragedia”. Luego la incluí en mi libro: “Las mentiras de mis maestros”. (Cal y Arena). No conozco la compilación de Cazés. Saludos.”

- En breve te enviaré una copia. Saludos. Contesté…

- No, no. Te ruego que no me envíes nada. No me gusta leer sobre el tema. Ahora que cambié de editorial (“Los días y los años”, estaba en ERA, ahora en Planeta), me fue difícil hasta leerme para corregir pruebas. Pero te agradezco la intención. Saludos.

- Maestro: mis respetos por tu decisión de no leer sobre el tema. Te enviaré entonces textos que he publicado sobre divulgación de la ciencia. Saludos cordiales.

- Prefiero que no lo hagas, no leo nada inédito y lo publicado se me acumula mucho. Lo del 68 ni siquiera es decisión, es que sencillamente no puedo leer… desesperé a Planeta porque no enviaba las pruebas de imprenta…

El 15 de septiembre de 2011 tuvimos este intercambio:

- Maestro Luis: Como te comentaba en un mensaje anterior, viví en Tlatelolco desde 1966, tenía 4 años de edad. Aunque hoy vivo en Querétaro, mantengo comunicación por este medio con muchos vecinos y ex vecinos del barrio… En un foro en redes sociales, sobre 1968, se comentaba que los líderes estudiantiles se reunían en el café “Malinalli”, que estaba ubicado en la planta baja del edificio “Guanajuato”. Como protagonista y dirigente del movimiento ¿tú recuerdas ese lugar o asististe a alguna reunión ahí? ¿existirán algunas fotos de esas reuniones? Te envío un abrazo afectuoso.

- No, el nombre “Malinalli” no lo había oído. No nos reuníamos en ningún café sino por las noches, a diario, en la Facultad de Medicina, o la de Ciencias, de la UNAM. Pero sería

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posible que algunos del Poli se vieran allí en ese café. Nunca lo supe. Lo dudo mucho porque teníamos tomadas las cafeterías de nuestras escuelas y no nos sentíamos seguros como para ir a un café…

Reitero lo que alguna vez le escribí al finalizar una de las conversaciones: “He seguido tus escritos sobre Ciencia y estoy atento a tu trayectoria literaria… Te envío un abrazo fraterno, Maestro.”

Hoy por la tarde me enteré de su lamentable pérdida, ocurrida ayer dos de octubre… Luis fue conocido en el movimiento como “El Lábaro”…Nunca supe por qué… Para mí González de Alba fue honesto y autocrítico; nunca buscó los reflectores ni puestos públicos… Fue un ser creativo, con mentalidad y pensamiento libres…

Texto publicado en SDP Noticias, el 3 de octubre, 2016.

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1968: Luis González de Alba, Tlatelolco y los Vecinos

50 años del Movimiento Estudiantil de 1968. No es extraño ni raro evocar algunos aspectos, detalles, pinceladas del pasado que vivimos de manera cotidiana como vecinos de Tlatelolco, nuestro barrio, nuestra colonia, “la Unidad” (así le decíamos en las charlas cotidianas). Las miradas tienen lugar desde diferentes ángulos, desde los departamentos, los andenes, los cuadros, los jardines o desde la Plaza, en fin, desde donde fuimos testigos de ese suceso social e histórico que marcó la vida política y cultural de México, y de nuestras vidas.

A propósito de ello, les comparto que en 2016, en este mismo espacio, narré una conversación que tuve con uno de los miembros del Consejo Nacional de Huelga (CNH), instancia de la dirigencia estudiantil del Movimiento. Me refiero al Maestro Luis González de Alba “El Lábaro”, representante de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM y, en ese tiempo, estudiante del Colegio de Psicología, ya que aún no existía la Facultad de Psicología.

La conversación tuvo lugar en 2011 a través de redes sociales. Así lo escribí hace dos años: “A Luis y a mí nos unían tres temas: Tlatelolco, la Psicología y la divulgación de la Ciencia. Durante muchos años leí su columna: “La Ciencia en la Calle”, del diario La Jornada, donde cada semana hacía recuentos y compartía opiniones sobre temas de la vida científica y humanística, y daba sus puntos de vista con la rigurosidad académica que no se requería en un diario, pero al mismo tiempo con un lenguaje sencillo, sin debilitar el sarcasmo y la lucidez que lo caracterizaron. Siempre irreverente y crítico, y de una acidez poco conocida en nuestros medios periodísticos.” (Luis González de Alba: Una conversación, SDP Noticias, 3 de octubre, 2016)

“Hoy en día hay conversaciones mediáticas donde los participantes en un encuentro intercambian mensajes casi como seres anónimos. Suele ocurrir. Esto me sucedió en 2011, cuando tuve una breve conversación con Luis González de

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Alba, quien fue un maestro para mí como divulgador de la ciencia, como escritor y como personaje sobresaliente de una historia viva, la del movimiento estudiantil de 1968.”

A propósito de esa comunicación, recientemente encontré que la revista Nexos publicó, como homenaje a Luis y su obra, en noviembre de 2016, algunos fragmentos de su libro “Tlatelolco aquella tarde” (Cal y Arena), del cual retomo algunos detalles, fragmentos de la narrativa de hechos, que conviene revisar y, en su caso, precisar desde la visión de un vecino de “la Unidad” (a esto le llamaría precisiones periféricas sobre la historia de Tlatelolco en 1968).

Primera precisión de Luis: Los Comités de huelga

Para mí no existía una diferencia clara entre un comité estudiantil “de huelga” y uno “de lucha”. Luis describe esa distinción: “…durante el movimiento del 68 no hicimos comités de lucha, sino comités de huelga. Se integraban así: una asamblea escolar declaraba huelga de esa escuela y nombraba a varios alumnos, usualmente los más destacados en la asamblea, como miembros del comité de huelga; luego decidía, de entre ese comité de huelga, quiénes serían los representantes de la escuela ante el órgano director, el Consejo Nacional de Huelga o CNH.”… “¿Afirmo que no existieron comités de lucha? No. Digo que fueron el recurso antidemocrático, estilo castrista, para eternizarse en el micropoder estudiantil una vez concluidas las huelgas. Es decir, fueron posteriores al Movimiento Estudiantil que duró del 1 de agosto al 2 de octubre. Dos meses. Con la mitad de septiembre inmovilizados por la ocupación del Ejército de la Ciudad Universitaria y las escuelas politécnicas.”… “Quien no participó no supo de ese cambio y suena más valiente llamarse comité de lucha.” (1)

Primera precisión a Luis

En otra parte de su crónica, Luis González de Alba afirma lo siguiente: “Desde el Chihuahua yo veía un puente al fondo de la Plaza, puente que llevaba decenios diciendo que es

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Insurgentes norte, así está en Los días y los años, pero en 2008, durante una plática en el Centro Tlatelolco, museo de la UNAM donde estuvo Relaciones Exteriores, con un gran ventanal a mis espaldas desde el que se puede ver toda la Plaza y el horrible monumento funerario levantado por mis amigos con los nombres de los muertos esa tarde, un nativo de la Ciudad de México me explicó que era imposible ver desde donde yo decía el puente de Insurgentes. Me dio el nombre de la calle y ya se me olvidó.”

Ese puente o pórtico es el que se ubica en la calle que se conocía como “Santa María la Redonda”, cercano a la Secundaria Diurna Número 16 “Pedro Díaz”, donde estudié; hoy esa avenida tiene el nombre oficial de Eje Central “Lázaro Cárdenas” (por cierto, en otro tramo, la misma calle se llamaba “San Juan de Letrán”). Quien no vivía en Tlatelolco no estaba obligado a saberlo.

La planta baja del edificio Chihuahua

“El Chihuahua no tiene planta baja, está montado sobre dos gruesas columnas dentro de las cuales circulan los elevadores, éstos dan servicio nada más cada tres pisos para ahorrar en mantenimiento, por eso hay esas amplias terrazas en el tercero y el sexto: son el acceso a los elevadores.”

Cabe precisar que el edificio Chihuahua sí tiene planta baja, ya que en ella se ubican los locales comerciales y los pasillos de acceso; los departamentos comienzan desde el primer piso. Las terrazas de ese tipo de edificios tienen acceso a los elevadores en los pisos tercero, sexto, noveno y doceavo. Este tipo de detalles pueden resultar de interés, sobre todo para quienes estudian esta historia y desean reconstruirla, debido a los cambios que sufrió la Unidad Tlatelolco, después de los sismos. Por ejemplo, las columnas externas que hoy se observan en ese edificio, fueron construidas para apuntalarlo, después de 1985. Lo mismo ocurre con el cambio de fachada y ventanería, que se llevó a cabo entre 1973 y 1974. Cabe recordar que las ventanas eran, en 1968, de vidrio, solera y “marcolita” (fibra de vidrio amarilla), y que luego fueron cambiadas por aluminio plateado

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y vidrio, no solo en el Chihuahua, sino en todos los edificios de Tlatelolco.

Acerca de los tinacos inexistentes

A lo largo de su narración, el “Lábaro” describe diferentes aspectos físicos del edificio Chihuahua durante los hechos del 2 de octubre de ese año: “Comenzó a llover. Por las escaleras escurría agua, quizá de calentadores y tinacos perforados en la balacera a un edificio sin paredes sólidas.”

La Unidad Tlatelolco no tiene tinacos en sus edificios. El agua que circula por las tuberías y salidas es llevada a los departamentos por bombas que están ubicadas dentro de grandes cisternas, que ocupan el sótano de los principales estacionamientos de la zona habitacional. Probablemente el agua que se oía esa tarde-noche, era de alguna tubería perforada, no de tinacos pues éstos nunca existieron. Los muros no son de plástico, sino de concreto. Nosotros vivíamos en el edificio Durango, a unos 80 metros del Chihuahua, y la bala que entró esa tarde-noche del 2 de octubre, a nuestro departamento ubicado en el cuarto piso, atravesó la ventana de nuestros vecinos, uno o dos muros de concreto, la ventana del baño que da hacia la recámara y luego explotó dentro del pequeño baño, entre el plafón, la pared y la puerta. Algunos decían que se había tratado de una bala “expansiva”. Mi madre, mi hermano y yo estábamos ahí, justo en el baño, resguardándonos de la balacera durante ese trágico episodio. Tlatelolco no fue construido, desde sus orígenes, con muros de plástico ni de tabla roca. Quien no vivía en Tlatelolco no estaba obligado a saberlo.

Segunda precisión de Luis: Fue Movimiento Estudiantil, no Popular

“El Movimiento Estudiantil de 1968, en México, fue lo que indica su adjetivo: estudiantil. Nunca logramos la participación “obrera, campesina y popular” que la izquierda universitaria fantaseaba y que los buenos deseos le han endilgado después, cuando ya nadie recuerda que no vimos ni obreros ni campesinos. Lo iniciamos y condujimos nada más estudiantes. Primero del

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IPN y la UNAM, pronto se añadieron Chapingo y la Normal Superior (que nos mandó un policía como representante y sólo nos enteramos después del 2 de octubre y ya encarcelados).”

Cabe mencionar que, aunque pocos, en algunas manifestaciones se llegaron a incorporar pequeños contingentes de padres de familia y ocasionalmente de trabajadores ferrocarrileros. Segmentos de profesores de Primaria y de Secundaria, que trabajaban en algunos planteles cercanos, también lo hicieron; así como vecinos de Tlatelolco. Si fue o no un movimiento estudiantil y popular es un asunto que deberán discutir y poner sobre la mesa de análisis, los historiadores.

Varias veces me pregunté si Luis estuviera con nosotros ¿qué y cómo respondería a las observaciones hechas a sus narraciones por parte de un simple vecino de Tlatelolco, que era un niño en esos días?

Al margen ello, hay otro dato interesante: en la conversación de 2011, descrita al inicio de este testimonio, afirmé que no sabía por qué a Luis le apodaban “El Lábaro”. El 6 de octubre de 2016, Francisco de Hoyos me escribió, vía correo electrónico, lo siguiente: “El apodo de “el lábaro” se lo puso el Lic. Luis Prieto, quien era secretario particular del Gral. Lázaro Cárdenas. Fue en una eufórica fiesta unos días antes del fatídico 2 de octubre. Luis González de Alba se destacaba por su vitalidad y buena presencia, además de que bailaba muy bien. El Lic. Prieto exclamó, “ese joven está tan cuero que dan ganas de envolverse con él como si fuera el lábaro patrio y arrojarse por el balcón”. Cabe mencionar aquí que con su sentido del humor desorbitado el Lic. Prieto creó al personaje de “la seca” a partir del cual González de Alba desarrollo su novela “Y sigo siendo sola”.

Fuente:

(1) Luis González de Alba. Tlatelolco aquella tarde. Revista Nexos, 1 de noviembre, 2016.

Texto publicado en SDP Noticias, 10 de agosto, 2018.

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Tlatelolco es más que un minuto de silencio

“Tlatelolco” es un nombre náhuatl que significa tlatelli “terraza” o se deriva de xaltiloll que se refiere a “punto arenoso” o “en el lugar del montón de arena”, dice un sitio de búsqueda en la red. Tlatelolco no solo son edificios, explanadas, pasillos y plazas. Tlatelolco es, y siempre ha sido, su gente. Tlatelolco, la ciudad dentro de la gran ciudad, no solo son jardines, locales comerciales, una estación del metro y las torres emblemáticas del Centro Cultural Universitario de la UNAM (ex de la Secretaría de Relaciones Exteriores) ni la torre triangular (ex de Banobras), ambas ubicadas sobre la antigua avenida Nonoalco (hoy Ricardo Flores Magón). No, Tlatelolco no solo es eso.

La Unidad Habitacional es mucho más. Lo digo en ocasión de las interrogantes que surgen. Trataré de explicarme: Después de las conmemoraciones en torno a los trágicos y tristes sucesos de octubre de 1968 y de septiembre de 1985, los amigos y las amigas me preguntan ¿qué se siente vivir en Tlatelolco? La respuesta no se hace esperar: Tlatelolco es más que un minuto de silencio.

Ciertamente hay una energía especial, no lo dudo, que se siente... que se palpa, que se vive en el corazón de cada uno de los habitantes tlatelolcas. Las emociones son difíciles de describir, sin embargo, las expresiones más fuertes y significativas se muestran a través de actitudes positivas. La vida tlatelolca, por lo tanto, es optimista... Es una vida cuyas habitaciones simbolizan flores de esperanza.

Los espacios y las actividades realizadas en ellos por los tlatelolcas, han sido importantes para la edificación de su historia comunitaria: El Jardín de Santiago y su kiosco central; la Feria anual del mes de julio; la Casa Blanca y el gran mural de Siqueiros; el puente rojo de la avenida Guerrero; el jardín de la Pera; las pistas para andar en bici, en avalanchas, en patines o patinetas... Los clubes sociales y deportivos, uno en cada una de las tres secciones de la Unidad. Los hospitales, las tiendas,

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las tlapalerías, las loncherías, los abarrotes, las tortillerías, las farmacias, las papelerías, los salones de belleza, los consultorios y las panaderías. O los espacios singulares para la recreación y la reconstrucción de la cultura local. Hablo de los teatros, los escenarios abiertos, las áreas al aire libre para practicar deportes... pienso en las áreas verdes con sus árboles originarios, que podrían contar historias de cincuenta y tantos años o más. Donde sus protagonistas, sus personajes, son anónimos y no tanto.

Los “cuadros” (así les decimos a las áreas de juegos infantiles) en Tlatelolco, son áreas de convivencia, son la parte lúdica de las acciones y los gritos de las generaciones infantiles; son sitios de encuentros y desencuentros; de relaciones amistosas o de rupturas pasajeras. Dinámica que se repite en las escuelas locales, en la parroquia de Santiago Apóstol y su convento, en los restaurantes, o en las zonas donde confluyen los vecinos cotidianamente, como en las reuniones de residentes, en las fiestas por cualquier motivo o en los actos cívicos.

Tlatelolco es salir a correr o a caminar; sacar al perro a pasear, cuidar a las demás mascotas que habitan en el barrio... Acudir a las juntas de la escuela; colaborar con los vecinos en las juntas vecinales; apoyar a los enfermos; ayudar a los inválidos que no lo solicitan; es una banca del parque para sentarse a leer; reunirse con los cuates del “cuadro” para cotorrear; una cascarita sabatina; es denunciar situaciones de inseguridad ante las autoridades locales; en fin, tratar de vivir y resolver al mismo tiempo y de prisa, como tornado, los complejos problemas que forman parte de la vida cotidiana. Tlatelolco es una colonia significativa y valiosa en la inmensa CDMX.

Zona urbana habitada por más de ochenta mil personas, que no podía estar ajena a los conflictos sociales. No obstante, miles de familias dan continuidad, día a día, a la solidaridad tlatelolca. Ese es el sello, el valor agregado, por fortuna de nuestro vecindario, barrio, colonia, territorio. En eso descansa la vida tlatelolca: en el apoyo incondicional, en la fraternidad... Después de más de cincuenta años de existencia de la Unidad,

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ese es uno de los valores sociales más preciados. Esa solidaridad vecinal es la que se repone todos los días; es la que se recicla a cada momento, porque se resiste a la tragedia; se opone a la oscuridad, a la derrota y al pesimismo. Contra cualquier prejuicio, el ánimo de unidad entre vecinos mantiene de pie a Tlatelolco. Gente solidaria desde escenas del pasado en la defensa tlatelolca ante el invasor español; solidaridad hace medio siglo con los estudiantes y frente a la represión; fraternidad y hermandad por las víctimas del sismo y a favor de los damnificados.

Edificios, construcciones coloniales y ruinas prehispánicas de un Tlatelolco que no se cae. Ahí están como testigos de la historia vieja y moderna de la gran ciudad. Lugar emblemático de una y mil historias, (y para profesar con el optimismo, de relatos humanos más alegres que tristes...) Zona habitacional que no solo tiene significados políticos, sino trascendencia arquitectónica y social (es una de las unidades habitacionales más grandes en México y de Latinoamérica). Cuauhtémoc, como Tlatelolco, sería un águila que cae, pero que no se quiebra. Tlatelolco significa: Montón de arena solidaria.

El moño negro no forma parte del imaginario social de la vida comunitaria en Tlatelolco. Por eso entre los vecinos la conversación se da en torno a la defensa de la convivencia sana; sobre cómo cuidarnos, unidos, de las olas de violencia y criminalidad que azotan no solo a nuestro barrio, sino a toda la ciudad. De lo que se habla es de la colaboración vecinal; de cómo resolver los problemas de la basura, del mantenimiento de los edificios, del funcionamiento preventivo y de la protección civil (las alarmas sísmicas). Es un lenguaje más cercano a la idea de colaborar mano con mano que divididos.

En el contenido del lenguaje tlatelolca están por delante el bienestar de las familias, la convivencia civilizada entre las personas y la solidaridad: Es un código que consiste en decir, pensar y actuar por los niños, niñas, jóvenes y adultos, con especial atención a los adultos mayores. El Tlatelolco actual, así como del pasado, es y ha sido habitable por eso, porque su

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gente prefiere la paz. Un lugar para vivir en confianza con sus familias, para convivir con los amigos, recibir a los familiares cercanos. Por eso, además de su gente, por su actitud fraterna Tlatelolco sigue de pie. Águila y Jaguar que se unen y se separan; que no dejan de luchar...

La vida en Tlatelolco sigue. Las enseñanzas del pasado han servido y deben usarse para continuar con un ánimo narrativo esperanzador como el que evoca Cristina Pacheco, en el sentido de “Aquí nos tocó vivir”. Vecindad es destino, lo que significa: Aquí decidimos vivir; éste es el camino que elegimos.

Por eso y otras mil razones, pienso que Tlatelolco es más que un minuto de silencio.

Texto publicado en SDP Noticias, el 8 de octubre, 2018.

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Medio Siglo de Evocaciones

Para los vecinos de Tlatelolco era cierto que la violencia venía en aumento. Que los estudiantes huían y se defendían de las agresiones de las fuerzas públicas, y que eventualmente defendían sus planteles escolares en batallas prácticamente campales, especialmente por las tardes y noches. Sabíamos también que la protesta callejera, aunque era en principio pacífica, estaba llena de tensiones, dificultades y miedo. Que los estudiantes hacían pintas o subían a los camiones a repartir volantes con temor y de prisa, porque policías vestidos de civil podían detenerlos en cualquier lugar.

Nosotros no teníamos teléfono en el departamento, así que la comunicación era limitada. Ese día llovió. Fue triste, de miedo, un día terrible y de coraje a la vez. Mi madre reconoció, -ayer que platiqué con ella- (en 1968 era una mujer de 24 años de edad), que ese día los estudiantes en protesta y la gente que se hallaban en la Plaza, se notaban nerviosos, inquietos, como con gestos de temor, y con la intuición negativa, rostros que indicaban que algo terrible podía pasar. Las amenazas del gobierno y del mismo presidente de la República, durante los días previos al mitin del 2 de octubre, calaban, en el sentido de que se tomarían medidas extremas, “necesarias”, según las autoridades, para frenar al movimiento estudiantil.

Entonces no habría diálogo. Solo habría un monólogo, con la voz de las balas, los tanques y las bayonetas. Entonces las vías políticas, que por definición serían vías pacíficas, estaban canceladas.

Cuando años después vi la película “Rojo Amanecer” (protagonizada por Héctor Bonilla, María Rojo y los hermanos Bichir; cinta que por cierto sufrió de censura oficial), recordé que ese día, efectivamente, en la Unidad Tlatelolco se cortó intencionalmente la energía eléctrica por unas horas. El 2 de octubre de 1968 fue un miércoles.

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Esa tarde mi madre fue a comprar el pan, en el expendio que estaba en la planta baja del edificio Chihuahua; y después se asomó a la Plaza de las Tres Culturas para ver qué sucedía. En ese momento inició la balacera. Dice que corrió con otra vecina del edificio Hidalgo, pero que no pudieron hacerlo rápido pues la señora sufrió una crisis nerviosa, una especie de pánico escénico que le impidió correr. De inmediato algunos estudiantes, como tres o cuatro, les ayudaron a avanzar y a correr, casi cargando a la vecina, por la parte trasera de la Escuela Primaria “Nicolás Rangel”. Las balas hacían sonidos cerca de ellos. Se escuchaban los proyectiles que rebotaban lo mismo entre los muros, atravesaban vidrios o explotaban en diferentes direcciones.

Al mismo tiempo, sonaban ráfagas de metralletas, aullidos de rifles que se disparaban por todos lados y uno que otro ruido parecido a un cañonazo. La balacera fue desatada por elementos del gobierno.

Mi madre corrió rápido para encontrarnos en el departamento, pues su indicación horas antes había sido: “En el momento que oigan balazos se suben rápido al departamento”. Nosotros estábamos (mi hermano y yo) en el parque de juegos (el “cuadro”, le decíamos), con algunos amigos de la infancia. Todos corrimos a nuestros respectivos departamentos. Para este momento, mi hermano Pancho traía las llaves de la casa. Así es que nos subimos en cuanto escuchamos los disparos. Vivíamos en el cuarto piso del edificio Durango. ¡¡¡ A correr por las escaleras !!! Ese edificio no tenía elevador. Esto sucedió unos minutos después de que escuchamos al helicóptero que volaba sobre la zona de la Plaza y la parroquia de Santiago Apóstol. Nosotros no vimos las luces de bengala. La caída de esas famosas luces verdes la conocimos después, en voz de otros vecinos.

Habría tardado unos 25 minutos mi madre en llegar con nosotros. Nos metió al pequeño baño del departamento; ahí pasamos, tirados sobre unas toallas, las tres horas de la primera balacera: Entre las seis de la tarde (o poco antes) hasta las nueve

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de la noche. Nada podíamos hacer. El terror y la angustia; el miedo y la tristeza se apoderaron de nosotros. Luego de escuchar los tronidos de las balas por un tiempo aproximado de dos horas, una bala entró y explotó entre el plafón y la puerta del baño por la parte interna. Al seguir la trayectoria del proyectil, días después, nos percatamos que se trataba de una bala expansiva, que habría sido disparada desde un arma de alto poder, de una tanqueta o de un tanque de guerra, pues atravesó dos ventanas y un muro, y terminó floreando la pintura tanto del techo como de la puerta.

Horas después llegó mi padre con nosotros al departamento; luego de que los soldados no lo dejaban pasar. Paseo de la Reforma estaba acordonado por personal militar y no había acceso a la Unidad Habitacional. Dijo que un soldado le impidió el paso; le indicó que no se podía pasar y que, si quería hacerlo, él se haría responsable si le pasaba algo. Que una bala perdida podía matar a cualquier persona. Por supuesto, mi padre avanzó sin el temor de poner en riesgo su vida y con la esperanza de encontrar con bien a los miembros de su familia. Después vino la segunda balacera para sembrar el terror entre los residentes de Tlatelolco.

Historias vividas por los vecinos del barrio tlatelolca. Un joven vecino, que también vivía en la entrada “C” del Durango, fue herido gravemente. A tal grado fue la lesión de bala, que su familia pidió ayuda por varios días a los vecinos para conseguir donadores de sangre, pues el muchacho entraría a cirugía mayor.

También en esos días supimos del caso de una niña, vecina del mismo edificio, quien tendría como 8 o 10 años de edad, que desapareció durante uno o dos días, junto con su hermano. Su mamá los buscó desesperadamente durante ese tiempo en distintos hospitales. Por fortuna los encontró. Explicaron a su mamá que se habían escondido durante la balacera en un departamento del edificio Chihuahua, con una amiga.

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Es la visión de los vecinos, que está lejos de compararse con las lecturas y estudios sociológicos, políticos o historiográficos realizados sobre los hechos, durante estas cinco décadas. Hechos previos y posteriores al 2 de octubre de 1968.

Aunque las de los vecinos son indudablemente interpretaciones libres sobre los hechos de represión ejercidas en contra de los jóvenes por un gobierno autoritario, no dejan de ser válidas. Aun cuando estén levantadas sobre columnas de subjetividades. Sobre sentimientos de impotencia asimilados tras los hechos fatídicos, trágicos, de esos días.

Ha sido medio siglo de evocaciones, de necesidad de conocer la verdad, de exigir justicia sin perder la esperanza.

Texto publicado en SDP Noticias, 2 de octubre, 2018.

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Tlatelolco 1968: Una Crónica de Vecinos (Parte I)

Hace 5 décadas, durante los últimos días de julio, entre el 22 y el 26, la Ciudad de México vivó el inicio del Movimiento Estudiantil y Popular de 1968. En ese tiempo, el Conjunto Habitacional Nonoalco Tlatelolco, al norte de la Ciudad, fue escenario de momentos importantes de esa historia que, en su desenlace fue marcado, como sabemos, por la represión, el autoritarismo y la brutalidad gubernamental. Los vecinos de Tlatelolco, ese año, fuimos testigos y actores en distintos episodios significativos de ese Movimiento.

Tlatelolco, a partir de 1964, año en que fue inaugurada la Unidad, estaba compuesto por familias de clase media, comerciantes, profesionistas, burócratas y pequeños empresarios, que encontraron una opción de ascenso social en una zona urbana de reciente crecimiento como lo fue durante esa década esta unidad habitacional. Los vecinos nos conocíamos, como sucede en cualquier barrio o pueblo, porque éramos una comunidad unida y solidaria, que convivía en fiestas, en eventos de escuelas, en centros deportivos, en misas o en comercios.

Una ciudad dentro de la gran Ciudad de México: Tlatelolco contaba, en 1968, con todos los servicios urbanos: bancos, escuelas, parroquia, hospitales, cine, unidades deportivas y culturales, centros comerciales pequeños y grandes (como el “Centro Mercantil”, ubicado sobre la calle de Nonoalco, hoy Av. Ricardo Flores Magón); además, ahí se ubicaba la sede de la Cancillería Mexicana, la torre de Banobras y una zona arqueológica (junto a la parroquia de Santiago Apóstol) con importante presencia, debido al turismo nacional e internacional que cotidianamente la visitaba.

La participación de los vecinos en el Movimiento tuvo alcances relevantes, que no han sido completamente registrados en las diversas crónicas ni en las narrativas publicadas sobre los hechos. Por una parte, algunos vecinos, que eran al mismo

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tiempo estudiantes de la Escuela Secundaria Diurna 16 “Pedro Díaz”, participaron en diferentes actos de resistencia frente a las fuerzas del orden (Cuerpo de Granaderos); así como no pocos vecinos y estudiantes que defendieron a sus Escuelas: la Prevocacional y la Vocacional 7, del Instituto Politécnico Nacional, cuyas instalaciones se ubicaban a cerca o a un costado de la Plaza de las Tres Culturas. Por otra parte, los vecinos niños, jóvenes y adultos apoyamos de distintas formas a los estudiantes desde los departamentos: A través de la atención de algunos muchachos que caían heridos, así como en el acopio de materiales y víveres para su defensa y para resistir el paro escolar, que inició a finales de julio o inicios de agosto.

Durante días y semanas antes del 2 de octubre, por las noches y de madrugada, se escuchaban detonaciones y balaceras en los alrededores de la tercera sección de la Unidad, por la calle de Santa María la Redonda (hoy Eje Central Lázaro Cárdenas) y la avenida Manuel González, como resultado de las “corretizas” protagonizadas por grupos paramilitares o de la Dirección Federal de Seguridad en contra de estudiantes politécnicos.

Para defenderse, los estudiantes usaban piedras, ladrillos, tubos y otros materiales sólidos para repeler los ataques de los grupos policiacos. En esa época se hicieron populares las bombas “Molotov”, que eran confeccionadas por los estudiantes con botellas de refresco de vidrio, gasolina y estopa. En tono de broma, uno de mis amigos, vecino tlatelolca, decía que también se les agregaba, a esos cocteles, un poco de azúcar para que tomaran más fuerza y sabor las explosiones.

Fuimos testigos del lanzamiento de esos proyectiles, que los politécnicos aventaban desde los edificios Chihuahua y Guanajuato; eran prácticamente líneas de fuego que caían sobre las filas de granaderos que se cubrían con escudos de fibra de vidrio, quienes intentaban ingresar a la unidad por las bardas perimetrales de la Secretaría de Relaciones Exteriores (SRE), que en esa época era zona de estacionamiento, (años después fue el terreno en que se construyó el Centro de Desarrollo Infantil para trabajadores de la SRE).

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Los vecinos solidarios con el Movimiento lanzábamos, desde las ventanas, cubetas de agua caliente contra las autoridades policiacas; o lanzábamos también objetos y gritábamos, entre otras cosas y con impotencia: “Malditos granaderos, déjenlos, son estudiantes no delincuentes” … Se les llamaba “Granaderos” a esos cuerpos policiacos, porque dichas fuerzas “del orden” lanzaban granadas lacrimógenas que contenían sustancias tóxicas en forma de gases, que hacían “llorar” y afectaban las vías respiratorias. Los vecinos mayores nos decían que cuando se soltaran las granadas, tapáramos nuestros rostros, sobre todo ojos, nariz y boca, con toallas mojadas para evitar cualquier lesión.

Hasta donde recuerdo, la participación del ejército mexicano en el conflicto, no se dio antes del 2 de octubre. Solo las corporaciones policiacas del D. F. y grupos de policías vestidos de civil fueron protagonistas de los intentos de rompimiento del paro y la detención arbitraria de estudiantes. Por lo mismo, los vecinos de Tlatelolco, padres y madres de familia, hermanos, primos, tíos y abuelos, al mismo tiempo que defendían a sus hijos, a sus muchachos, siempre se mostraron solidarios con los estudiantes y los profesores politécnicos.

Texto publicado en SDP Noticias, el 27 de julio, 2018.

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Tlatelolco 1968: Una crónica de vecinos (Parte II)

El ejército mexicano sí intervino en diferentes escenarios donde se desarrolló el Movimiento estudiantil, por ejemplo, en la toma de Ciudad Universitaria de la UNAM, pero a Tlatelolco no acudió antes del 2 de octubre de 1968. De tal forma que los enfrentamientos que se suscitaron en días previos a esa fecha en la zona habitacional, solo tuvieron como actores principales a granaderos y policías contra estudiantes, y eventualmente contra profesores politécnicos, que contaban con el apoyo de los vecinos.

Durante los últimos días de julio, antes y después del 25, día de Santiago Apóstol, se realizaba en Tlatelolco, y hoy todavía se realiza, la feria popular anual de la parroquia; organizada por el padre responsable en turno y los vecinos, que consiste en celebraciones litúrgicas y festejos comunitarios con puestos de comida, juegos mecánicos, concursos típicos, fuegos artificiales y eventos sociales tradicionales. Tlatelolco se vestía así de fiesta durante la última semana de julio. Por ello, la parroquia siempre jugó un papel importante como centro de reunión de vecinos, tanto por motivos de fe como por razones de carácter social. En 1967 había un padre de nombre Bernabé, que facilitaba uno de los salones de la parroquia para llevar a cabo la organización de la primera liga de fútbol en Tlatelolco. Recuerdo que él fue invitado, y asistió, a una ceremonia de entrega de trofeos al final del torneo de ese año, que tuvo lugar en la cancha (de tierra) de la segunda sección de la Unidad Habitacional, justo en el terreno que después se convirtió en la explanada y estación del metro “Tlatelolco”.

La parroquia siempre estuvo activa en la vida comunitaria. Los domingos por las mañanas, por ejemplo, desde las 6:45 horas, sonaban las campanas de ese templo franciscano de Santiago, para llamar a los vecinos, cada dos o tres horas, a misa. Nunca olvidaré a las dos o tres señoras que vendían unas galletas o gorditas de dulce, que preparaban con sus pequeños anafres, frente al atrio del templo. Era típico ver, sobre todo los

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domingos, los paquetes de 5 a 8 galletas envueltas en tubos de papel de china de diferentes colores.

La Plaza de las Tres Culturas fue por mucho tiempo la sede de la feria anual de julio; aunque en ocasiones ésta se trasladaba a la zona de estacionamiento de la Secretaría de Relaciones Exteriores, o a un costado del famoso Jardín de Santiago, que es una réplica del jardín de San Marcos, en Aguascalientes. También la plaza fue punto de reunión para los vecinos jóvenes y niños, pues era un espacio para jugar lo mismo fútbol soccer que americano, así como para practicar con los patines sobre ruedas de fierro o para andar en bicicleta o avalancha.

Entre julio y agosto de 1968 se iniciaron las primeras manifestaciones estudiantiles y populares, masivas, en las calles del centro histórico de la Ciudad de México. Al mismo tiempo en que las protestas aumentaban de tono y se sumaban cada vez más estudiantes a las exigencias en contra de la represión policiaca y a favor de otros puntos del pliego petitorio relacionados con derechos cívicos y políticos, las escuelas superiores y de educación media superior más importantes de la ciudad permanecían en huelga. En el Movimiento participaron activamente estudiantes y docentes de la UNAM, el Politécnico, la Universidad de Chapingo, la Escuela Nacional de Maestros y de la Normal Superior, así como estudiantes de otras instituciones de educación superior, públicas y privadas, como el caso extraordinario de los estudiantes de la Universidad Iberoamericana.

Tlatelolco fue, en especial, territorio politécnico. En cada escuela los estudiantes se organizaban en comités de lucha, que era una estructura integrada por brigadas, guardias permanentes y asambleas participativas que destacaban por sus relaciones y toma de decisiones horizontales. Prácticamente ahí se vivieron y se construyeron, por primera vez en sus vidas, singulares espacios de libertad y de solidaridad entre estudiantes, hombres y mujeres, en un contexto social caracterizado por el autoritarismo y las actitudes conservadoras. Debido a lo anterior, y para el caso particular de la Vocacional 7, ubicada

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en Tlatelolco, hay testimonios que indican que los jóvenes bachilleres del Poli eran los más aferrados, organizados y valientes en la defensa de su plantel. De hecho, los universitarios reconocían, en general, que los estudiantes politécnicos fueron los que mostraron, durante el Movimiento, enorme capacidad organizativa y fraternidad en el cuidado de sus escuelas.

Los actos policiacos por las noches, en que se atacaba a los planteles a través de diversas agresiones, incluyendo disparos con armadas de fuego, tenían la intención de intimidar y desmotivar a los estudiantes en paro. Con frecuencia los grupos policiacos o paramilitares agredían a los estudiantes en las calles cuando éstos volanteaban, boteaban o hacían pintas de protesta en camiones urbanos, postes y bardas. Incluso se llegó a denunciar que, a cualquier muchacho, sin ser estudiante también lo detenían en la calle por el hecho de ser joven. Por eso, de pronto había estudiantes o chavos que corrían por la unidad habitacional, para huir de los “macanazos” o de las detenciones irregulares por parte de las fuerzas públicas.

En alguna ocasión, entre agosto y septiembre de ese año, en pleno acto de defensa, estudiantes de la Prevocacional (Secundaria) y de la Voca 7 incendiaron una patrulla de la policía capitalina, justo en la zona de estacionamiento que se encuentra entre el edificio Chihuahua y el templo de Santiago. Recuerdo que en ese suceso participó uno de nuestros vecinos del edificio Chiapas, Manuel, que tenía como 15 ó 16 años, pues estudiaba en la Secundaria Diurna 16, quien también había sido compañero de mi hermano, unos años atrás, en la Escuela Primaria “Nicolás Rangel”.

Así, entre amigos y vecinos de Tlatelolco y colonias hermanas, como Tepito, la Guerrero y la Ex Hipódromo de Peralvillo, se consideraba que el hecho de participar en el Movimiento era visto con reservas por los mayores, sobre todo porque era un acto solidario, un hecho de justicia o, a veces, por ser un acto de heroísmo, pero que implicaba correr altos riesgos por defender a los compañeros y a las escuelas en paro.

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Cuando se llevó a cabo el primer mitin organizado por el Consejo Nacional de Huelga (CNH), en la Plaza de la Tres Culturas, antes del 2 de octubre, los vecinos lo vivimos como un evento cívico, como un acto cargado de festividad, más allá de ser una reunión de protesta. Entre la gente, sobre la plaza, había muchos vecinos que se detenían a escuchar a los dirigentes, quienes se ubicaban con micrófono y altavoces en uno de los descansos, en el tercer piso, del edificio Chihuahua. Si bien había algo de temor ante la represión latente entre los participantes, en la plaza había la confianza de que se trataba de una reunión pacífica, un acto libertario, en el cual se hacía uso de la razón y del derecho de manifestación consagrado en la Constitución. Hay imágenes, por cierto, de ese acto multitudinario, en el que incluso se veían algunas caras de niños y niñas tlatelocas entre los manifestantes.

Estudiantes, profesores, trabajadores y vecinos niños, jóvenes y adultos reunidos en Tlatelolco, en 1968, como protagonistas, testigos, del nacimiento difícil o del registro público de la democracia mexicana.

Texto publicado en SDP Noticias, el 28 de julio, 2018.

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Tlatelolco 1968: Una crónica de vecinos (Parte III y última)

Con respecto a la intervención del ejército mexicano ese año en Tlatelolco, específicamente para ocupar los instalaciones del Instituto Politécnico Nacional (IPN), hay dos registros que coinciden con esas tomas de edificios: El día 30 de julio de 1968 “El ejército toma la Vocacional 7, en Tlatelolco”… aunque el día 31 es devuelta (1). Por otra parte, hay una nota en la cual se indica que, efectivamente, policías y granaderos, con apoyo de unidades del ejército, en un día como hoy 29-30 de julio, hace 50 años, fueron ocupadas las instalaciones de esa Vocacional y de la Prevocacional 4 (Secundaria), ambas ubicadas en Tlatelolco: “El 30 de julio, día en que el rector Javier Barros Sierra izó la Bandera Nacional a media asta por la violación de la autonomía universitaria, el Ejército tomó por primera vez la Vocacional 7.” (2)

También existen algunas discrepancias de interpretación acerca de si la toma de camiones urbanos, así como la quema de los mismos y de patrullas de la policía en esos días, habían sido actos de legítima defensa por parte de los estudiantes, o si se trató de actos de provocación realizados con toda premeditación, a cargo de agentes policiacos, de civil, infiltrados entre los estudiantes, con la finalidad de generar desórdenes y provocar la violencia de las fuerzas públicas. Esta última (la tesis de la infiltración) es la explicación en particular que han externado varios dirigentes estudiantiles de ese año, como Gilberto Guevara Niebla.

Así lo narra el Maestro Guevara Niebla: “…Otro hecho se produjo frente a la Preparatoria 9 (sobre Av. Insurgentes Norte) donde los estudiantes, bajo la dirección de agentes provocadores, asaltaron e incendiaron a un vehículo de la policía con lo cual se suscitó una batalla callejera que duró horas. En ese punto aparecieron francotiradores que dispararon desde las azoteas. Hubo al menos un muerto. El día 21, en la vocacional 7, los agentes provocadores del Consejo Nacional de Huelga (CNH) Sócrates Amado Campos Lemus, José Nazar

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y Sóstenes Torrecillas comenzaron a secuestrar autobuses e incendiar vehículos oficiales, dando lugar a una prolongada batalla. En un momento dado, bajo la dirección de Amado Campos y Torrecillas, los estudiantes atacaron con bombas molotov el vecino edificio de la Secretaría de Relaciones Exteriores causando numerosos destrozos...” (3)

En la misma nota consultada y publicada por el diario La Jornada, se indica que “De 1965 a 1968 la Vocacional 7 –llamada oficialmente Escuela Preparatoria Técnica Piloto Cuauhtémoc– vivió un creciente activismo y recibió varios ataques de policías, militares y grupos anónimos.”

Es de dominio público, en Tlatelolco, que algunos vecinos participaron en actos de defensa, así como en protestas y manifestaciones públicas para denunciar esas ocupaciones arbitrarias de las instalaciones educativas, pero sobre todo para pronunciarse en contra de las detenciones irregulares y de las agresiones de las que eran víctimas los estudiantes. Y no se trató solo de los padres o madres de familia de los vecinos, que a la vez eran estudiantes politécnicos, sino que también esa participación de vecinos tlatelolcas se dio de manera espontánea pues, sin jugar ningún rol familiar, se solidarizaban con los muchachos.

“La madrugada del 29 de agosto sujetos enmascarados dispararon contra la Vocacional 7. En la tarde siguiente estudiantes, trabajadores y vecinos pretendieron realizar un mitin, pero fue impedido por policías y soldados con tanques. Y de nuevo ocuparon el plantel.”

“El escritor Felipe Galván, egresado en 1967 de la Vocacional 7 y estudiante de la Escuela Superior de Ciencias Biológicas del IPN, en 1968, comenta: ´En ese edificio (de la Voca 7 en Tlatelolco) se concretó un proyecto piloto que se diferenciaba de la Voca tradicional. En el primer año, aparte de las materias específicas, llevábamos literatura, Psicología, orientación vocacional y asignaturas que nos integraban humanísticamente a la sociedad. Eso generó estudiantes de alta conciencia.´. En

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otro relato, un estudiante describió lo siguiente: “…hacíamos guardias y en el día salían más de 50 brigadas como de 50 chavos cada una. La Voca 7 parecía el centro neurálgico del movimiento, porque aquí se venían a reunir los estudiantes de las Vocacionales 1 y 4… Por las noches algunos obreros y vecinos venían a visitarnos. Era tal el apoyo de la gente que todos los días llevaba un costal de monedas a depositar al banco. Compraba las mantas por rollo, las cartulinas, el papel por mayoreo. Teníamos tres mimeógrafos funcionando día y noche.” (misma nota de La Jornada) Esto según la narración del estudiante politécnico, de Voca 7, Iván Uranga, responsable de prensa y propaganda, así como de las finanzas del Comité de Lucha de ese plantel.

De acuerdo con notas escritas por egresados de esa escuela politécnica, se tiene el siguiente registro: “Las instalaciones de la Voca 7 con su arquitectura moderna y vanguardista, fueron inauguradas el día 6 de noviembre de 1964 por el Presidente Adolfo López Mateos, junto al edificio Chihuahua, la Secretaría de Relaciones Exteriores, los vestigios de las pirámides prehispánicas, el templo y convento de Santiago Tlatelolco, constituían la hermosa Plaza de las Tres Culturas, que representan el México prehispánico, el México de la colonia y el México actual… La escuela y sus instalaciones contaban entonces con los laboratorios y talleres mejor equipados del Politécnico y abarcaban todas las especialidades como: Física, Química y Biología; Además contábamos con un gran auditorio para 500 personas, hoy en día teatro Isabela Corona, así como instalaciones deportivas con una cancha y pista de atletismo (hoy convertida en estacionamiento), donde destacaba el equipo Ardillas de Voca 7.” (4)

Antes del 68, los niños de Tlatelolco veíamos a los estudiantes de la Voca 7 que realizaban diversas actividades cotidianas en su ambiente escolar, sobre todo los sábados en que se hacían eventos en la zona del campo de prácticas deportivas, que como ya apuntamos tenía una pista de atletismo. Fue triste para nosotros ver cómo esas instalaciones educativas eran ocupadas

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por granaderos y militares, y cómo poco a poco se extinguía la vida académica y la energía generada por los jóvenes estudiantes en el barrio tlatelolca.

Fuentes consultadas:

(1) Antonio Gómez Nashiki. 1968 Cronología del movimiento estudiantil mexicano. Nexos, 1 enero, 1988.

(2) Arturo Jiménez. La demolida Voca 7, página en la historia de los movimientos estudiantiles: activistas. La Jornada, 7 octubre, 2013.

(3) Gilberto Guevara Niebla. La masacre de Tlatelolco. La Crónica, 15-16 diciembre, 2017.

(4) Mauricio Clemente Buitrón Monroy. Mi escuela. Alternativa. FCR. 2013.

http://fcralternativa.blogspot.com/2013/06/voca-7-de-tlatelolco.html

Texto publicado en SDP Noticias, el 30 de julio, 2018.

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Las Niñas de Tlatelolco

Tengo más de 30 años en la búsqueda de esta imagen. Recuerdo que alguna vez la vi, junto con otra similar a ésta, en la que las dos niñas que se ven en el primer plano del lado izquierdo, aparecen con otro amigo de la infancia en Tlatelolco. Grande fue mi sorpresa, en aquella ocasión que vi la imagen por primera vez, en 1986, durante un cine club de la UNAM, pues la foto estaba insertada en un documental titulado: “Mexico, 1968”, de Óscar Menéndez.

No cabe duda que, al menos para mí, es una foto con historia; sobre todo, porque el lugar donde ésta se tomó es la Plaza de las Tres Culturas, cerca de las escaleras de acceso a la explanada durante un mitin. Precisamente con la descripción de esa imagen, inicié, en 1988, un relato denominado “Los Niños de Tlatelolco”, justo cuando se conmemoraron los 20 años del movimiento estudiantil. Esa narración después apareció publicada en un suplemento especial del diario La Jornada, mismo que, en 1993, se convirtió en el libro “Memorial del 68” (compilación a cargo de Daniel Cazés, Ediciones La Jornada. Serie Atrás de la Raya). Pero a la foto nunca la tuve en mis manos.

Las niñas, como dije antes, son nuestras amigas de la infancia, justo durante los inicios de la vida de la Unidad Habitacional. Fueron vecinas del mismo edificio Durango, de la tercera sección de Tlatelolco, donde crecimos, jugamos, nos divertimos y compartimos festejos, posadas decembrinas y demás vivencias que nos marcaron a lo largo de nuestras vidas. Un dato interesante, es que ambas formaron parte de uno de los primeros equipos de fútbol femenil de salón, en Tlatelolco, en el llamado “Torreón”, que fue organizado y dirigido por mi padre.

En la foto se puede apreciar también que las niñas están sonrientes, como claro reflejo de su alegría e inocencia. Creo que tendrían, en la imagen, entre 11 y 12 años de edad. Quizá

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en un plan de juego, ambas se acercaron a la explanada donde los estudiantes universitarios, normalistas y politécnicos celebraban una de sus reuniones públicas y de protesta, como parte del movimiento de 1968. Lo hicieron como muchos niños y niñas vecinos del barrio que, despertados por la curiosidad, acudieron con ánimo a la concentración ciudadana como si se tratara de una fiesta popular.

Fue apenas la semana pasada que me encontré con esta imagen y hasta hoy he podido compartirla, a través de este gentil espacio. Con la ayuda de los buscadores en internet y a través de las redes sociales, logré dar con esta memorable foto. De hecho, recientemente conversé con una de las niñas de la imagen, ya como mujer, claro, a raíz de que le surgió la duda acerca de dónde podría localizar la foto, que había sido descrita en uno de mis textos. Esa vez le dije que solo tenía la referencia del documental donde la había captado, pero que no tenía más datos.

Una fotografía que podría ser tan simple, ahora podría convertirse en un documento histórico, en especial, durante este año en que se cumple medio siglo de los hechos de Tlatelolco.

Solicité, antes, la autorización de ella y de uno de los hermanos de la otra amiga, para compartir la imagen en las redes o medios electrónicos, a lo cual obtuve respuesta afirmativa.

Para fortuna de ellas y de sus familias, todo parece indicar que la foto no fue captada el 2 de octubre, sino durante alguno de los mítines que se celebraron en la Plaza entre los meses de agosto y septiembre de 1968; hecho que ha sido verificado por una de ellas.

Texto publicado en SDP Noticias, 9 de septiembre, 2018.

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Noches antes del 2 de octubre

¡¡¡“Déjenlos, no son delincuentes. Malditos granaderos. Asesinos”!!! Eran los gritos desesperados y de impotencia que expresaba mi madre para que soltaran a los estudiantes detenidos. Esto sucedía desde las ventanas del departamento donde vivíamos, y que estaba ubicado en el cuarto piso del edificio Durango.

Algunos vecinos, al mismo tiempo que gritaban casi las mismas palabras en contra de las autoridades, aventaban agua caliente desde sus departamentos al momento exacto en que los granaderos circulaban por los pasillos exteriores de los edificios. Algunos vecinos, jóvenes, de manera espontánea juntaban montones de piedras para que los estudiantes las usaran.

Todo esto que describo se desató en los alrededores de la Vocacional 7, que estaba dentro del perímetro de la Unidad Habitacional Tlatelolco. Los estudiantes corrían por los edificios Chihuahua, Guanajuato y Querétaro. Algunos alcanzaban a subir a las escaleras de los edificios, que en ese tiempo no tenían rejas o puertas generales de acceso, para escapar de las manos con garrotes de los granaderos o de los grupos paramilitares.

Mientras mi madre gritaba desde la ventana del departamento, nosotros, mi hermano Pancho y yo (de 8 y 6 años, respectivamente), nos tapábamos las caras con toallas mojadas para evitar que los gases lacrimógenos nos intoxicaran. Otros vecinos nos pedían que tuviéramos apagadas las luces de la sala y recámara, para evitar que nos ubicaran como vecinos que nos solidarizábamos con los muchachos.

Así fueron las noches antes del 2 de octubre. Esto sucedió por varios días durante el auge del movimiento estudiantil, debido a que las escuelas estaban en huelga. La represión era feroz de parte de las fuerzas policiacas en contra de los estudiantes politécnicos en pie de lucha, tanto de la Escuela Vocacional 7 como de la “Prevo 4” (Escuela Secundaria Técnica del IPN),

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cuyas instalaciones también estaban en Tlatelolco, sobre la avenida Manuel González.

De pronto, alcanzamos a ver cómo cuatro muchachos cargaban y corrían a la vez con un quinto estudiante herido y ensangrentado, en posición “bocarriba”. Dos estudiantes lo tomaban de los brazos y hombros, uno de cada lado; mientras los otros dos, lo tomaban del pantalón y los pies, también uno de cada lado. Corrían rápido para salvar al herido y huir de los granaderos que iban en persecución.

Por las noches, de madrugada, se escuchaban ráfagas de metralla o balazos aislados en la zona cercana a la Voca 7. De un momento a otro se escuchaban a los estudiantes correr y gritar; y les seguían los balazos de parte de los policías o sonaban las piedras o los vidrios de las botellas con las que se fabricaban las bombas molotov, y que usaban los estudiantes para defenderse.

Algunos estudiantes politécnicos y universitarios, de nivel profesional, vivían también en los departamentos de Tlatelolco. Recuerdo que se unían entre varios para alquilar un lugar donde vivir, mientras estudiaban. En algunos casos, había departamentos de estudiantes; en otros, había familias que se iban a vivir a la Ciudad de México, para acompañar a sus muchachos mientras estudiaban en la UNAM o en el IPN. También tuvimos como vecinos a estudiantes normalistas, hombres y mujeres, que alquilaban una habitación en los departamentos o en los cuartos de servicio que funcionaron en los edificios grandes.

No se me olvida que muchos estudiantes, a la vez que se convirtieron en amigos de nuestros hermanos y hermanas mayores, se hicieron también populares entre la población tlatelolca. En el edificio Chiapas, por ejemplo, vivía un estudiante que era más popular por su lugar de origen que por su nombre propio: Le decíamos “el Guaymas”. Después del 68 varios estudiantes de Jalisco, Sonora, Sinaloa, Tabasco, Aguascalientes y de otros estados de la República, formaron familias con vecinas o vecinos de Tlatelolco. La amistad y la

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solidaridad entre estudiantes y vecinos de Tlatelolco iban más allá del anecdotario; iban más allá de aquellas historias que los unen en algunas crónicas sobre los actores de 1968, como si éstos solo se hubieran encontrado de manera coyuntural. Pero en realidad esto no era así. Los vínculos entre estudiantes y tlatelolcas, sobre todo con los alumnos politécnicos, eran verdaderamente profundos, de cercanía, fraternidad y confianza.

Recuerdo que había un doctor que vivía en la entrada “B” del edificio Durango, que atendió a varios estudiantes heridos después de las golpizas o que habían sufrido heridas de bala antes del 2 de octubre, e incluso ese mismo día. Nuestro vecino doctor, que no tenía hijos, cada 2 de octubre después del 68, colocaba flores blancas en memoria de los caídos en la Plaza de las Tres Culturas, siempre acompañado de su esposa.

Aunque muchas personas piensan que el 68 se reduce a los acontecimientos trágicos y a la represión gubernamental que se dio la tarde y noche del 2 de octubre, deben saber que antes y después de esa fecha hubo acontecimientos relevantes sin los cuales se podría entender lo que significa, en su complejidad y esencia, el movimiento estudiantil de 1968.

Texto publicado en SDP Noticias, el 27 de septiembre, 2018.

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El Mayo Francés, 50 años de aprendizajes

La conexión social e histórica que se dio entre educación superior, movimientos sociales y poder político se elevó, hace cinco décadas, a su máxima expresión en diferentes ciudades del mundo. El cambio impulsado por los estudiantes y no pocos profesores, se reveló en forma de protestas, consignas y huelgas, cuyos contenidos giraron en torno al cuestionamiento de las estructuras del poder político y económico, el señalamiento de las relaciones sociales hegemónicas, y la decadencia de las teorías sociales monocromáticas.

En relación con las ciencias sociales, las revueltas callejeras estudiantiles que se produjeron en ciudades como París, Praga y México, en 1968, condujeron a reflexionar, críticamente y en el plano teórico, sobre una de las tesis del filósofo Louis Althusser, en el sentido de que la institución llamada “escuela” juega un papel social específico, a nivel de conciencia, como “aparato ideológico del Estado”, junto con otras instituciones “clasistas” como los medios de comunicación, la iglesia y demás organizaciones de la cultura. La educación y los aprendizajes escolares, estaban destinados a reproducir, según Althusser, la “ideología de la clase social dominante”.

Con los hechos, la tesis del “reproductivismo (althusseriano) entró especialmente en crisis durante esos años, debido al contraste, al desencanto y al infortunio de sus interpretaciones sobre “lo social”, que se desarrollaron en formato “blanco y negro”. Dicha vertiente se vino a tierra por su “linealidad” o “mecanicismo” en la arena de la discusión teórica, ya que las “escuelas superiores” se convirtieron, paradójicamente y a la luz de los acontecimientos, en las instituciones más “rupturistas” o “contestatarias” del Estado.

En su libro “Educación y Política en México” (Nueva Imagen, 1983), Olac Fuentes Molinar escribió en la Introducción: “El intento de explicar cotidianamente la finísima dialéctica de la educación y la política me convenció, si alguna duda me quedaba,

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de que lo que sucede en la escuela no puede entenderse a partir de aquella noción de “aparato ideológico de Estado”, término que no volví a usar y que originalmente me había deslumbrado por su clarificadora sencillez. Reconociendo todas las funciones de reproducción que cumple el sistema escolar, hoy soy mucho más sensible a su otra naturaleza –la de institución ´civil´ y de espacio de la lucha ideológica y política-, como a la supervivencia de prácticas arcaicas, a la filtración de lo popular y dominado y aún así, gris es la teoría…”

La imaginación al poder

París más allá de las universidades. De acuerdo con una narrativa de los hechos, “…el 22 de marzo de 1968 comenzaban, con la ocupación de la universidad Nanterre, en París, los «acontecimientos del 68», que darían lugar a manifestaciones radicales con enfrentamientos contra la policía; pero no era la primera vez, un año antes también estudiantes habían enfrentado con barricadas a las fuerzas policíacas, lo importante de esta ocasión es que se desarrolló también la mayor huelga de la historia del movimiento obrero internacional: más de 9 millones de trabajadores por cerca de un mes, esto fue lo que hizo excepcional este movimiento y no la movilización radicalizada de los estudiantes.” (1) Así, en 1967 y 1968, los estudiantes universitarios franceses (Nanterre, Nantes y la Sorbona), registraron protestas en las calles de París contra los actos de represión, contra el “estado de cosas” y para cambiar las “rigideces del poder”.

Nosotros somos el poder

Estudiantes de California protestaron también. “…(Es) en EUA donde se desarrollan, a partir de 1964, los movimientos masivos y más significativos de este período. En la Universidad de Berkeley, en California, el conflicto estudiantil tomó un carácter masivo. La primera reivindicación que movilizó a los estudiantes fue la “libertad de palabra” en favor de la libertad de expresión política (en particular, contra la guerra de Vietnam y contra la segregación racial). Las autoridades reaccionan de

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manera extremadamente represiva, contra la ocupación pacífica de los locales, con 800 detenciones.”

Rompamos los viejos engranajes, se leía en una de las bardas parisinas…

“El movimiento va a desarrollarse en masa y a radicalizarse en los años siguientes en torno a la protesta contra la segregación racial, por la defensa de los derechos de las mujeres y sobre todo contra la guerra de Vietnam. Del 23 al 30 de abril de 1968, la Universidad de Columbia, en Nueva York, es ocupada, en protesta contra la contribución de sus departamentos a las actividades del Pentágono y en solidaridad con los habitantes del gueto negro vecino de Harlem.”

Seamos realistas, pidamos lo imposible

Es 1968, los estudiantes en México protestan también contra la represión policiaca; luchan contra el autoritarismo en las calles, discuten, redactan un pliego petitorio; crean el Consejo Nacional de Huelga (CNH), integrado por representantes de las asambleas de más de 80 escuelas y facultades; crean un movimiento social en el cual las diferentes expresiones ideológicas y políticas de estudiantes y profesores, marchan unidas; se organizan, toman los planteles educativos y los defienden. La dirección colegiada del movimiento pide diálogo con las autoridades. Convocan al presidente de la República a protagonizar un diálogo público, que rechaza. El rector de la UNAM, Ing. Javier Barros Sierra, se une a la protesta y encabeza una marcha por el sur de la Ciudad de México. Posteriormente, y después de diversas movilizaciones urbanas, se viene la ola de represión y muerte por órdenes del gobierno federal. Tlatelolco en la memoria.

La generación de estudiantes y profesores de 1968, en México y el mundo, inaugura un nuevo lenguaje y un contenido, desde la ciudadanía, en favor de las libertades y los derechos políticos. Esta generación en movimiento, pese a la represión gubernamental, generó ondas expansivas hacia el ejercicio de

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la conciencia social, la participación crítica, la defensa de los derechos humanos y la lucha contra las desigualdades sociales en los distintos ámbitos de la vida pública. A partir de entonces, la política ya no fue más un asunto de adultos ni de un grupo de élite. El régimen autoritario, con su hegemonía priista, se vio obligado a aceptar la apertura democrática y a recrear, con criterios de pluralidad, el sistema de partidos.

El sonido del silencio

Estudiantes movilizados en todo el mundo… “Muchos otros países van a conocer rebeliones estudiantiles similares en acciones en el curso de este período: Japón, Gran Bretaña, Italia, España, Alemania durante varias semanas, antes de que las miradas se vuelvan hacia Francia, fueron el principal polo del movimiento estudiantil. Esta lista está obviamente lejos ser exhaustiva, pues muchos países de la periferia del capitalismo son afectados también por movimientos estudiantiles durante el año 1968 (como Brasil o Turquía, entre otros).”

Los años recientes. Pienso en nuestras protestas universitarias locales de 1983, en la UNAM. En las movilizaciones universitarias, de 1985, solidarias con las víctimas y los damnificados de los sismos. O las protestas del Consejo Estudiantil Universitario (CEU) de la UNAM, contra la “Ley Carpizo” de 1986; en la participación universitaria, amplia y diversa, del Congreso Universitario de la misma UNAM, en 1990. Hago también memoria de los diversos movimientos estudiantiles que se han dado en diferentes partes de México y el mundo durante los últimos 30 años, a veces con la misma matriz contestataria. Recuerdo con simpatía a los estudiantes críticos y activos del movimiento “#Yo Soy 132”, que inició en 2012, en la Universidad Iberoamericana (UIA). Y sigo sin olvidar a los 43 o más estudiantes normalistas muertos y desaparecidos, en Iguala, en septiembre de 2014.

Me pregunto, después de 50 años de revueltas callejeras, de consignas ingeniosas e irreverentes, de construcciones y “deconstrucciones”, (como diría Jacques Derrida); de rupturas

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y quiebres: ¿Qué hemos aprendido, como sociedad, durante estas cinco décadas de lucha y generación de conciencias críticas desde los espacios educativos? ¿Cómo se han transformado las relaciones políticas, económicas y sociales durante este lapso? ¿Cuál es el estado de cuenta o cómo se encuentra la factura del “autoritarismo” en los gobiernos y en la sociedad? ¿Qué avances se han logrado en materia de educación cívica y ética al pasar el tiempo y el transcurrir de estas historias? ¿Los estudiantes universitarios, hoy, están de “Vuelta a la normalidad”?

Enlace consultado:

(1) http://es.internationalism.org/revolucion mundial/200805/2255/mayo-del-68-el-movimiento-de-estudiantes-en-francia-y-en-el-mundo

Texto publicado en SDP Noticias, el 23 de mayo, 2018.

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EPÍLOGO

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1985, Tlatelolco, 19 de septiembre

Ese día, 19 de septiembre, pasé caminando por el edificio Nuevo León, como a las 6:15 am., entre los elevadores del módulo central, para tomar el camión urbano sobre Paseo de la Reforma y la calle de Constancia, para ir a mi trabajo; eran autobuses amarillos con ruta hacia San Juan de Aragón. En ese tiempo trabajaba en una Escuela Secundaria Federal ubicada en la Colonia Casas Alemán. A las 7:19 ya me encontraba en la escuela, poco antes de ingresar a mi cubículo de Orientación Educativa, cuando inició el sismo.

Varios grupos de alumnos se encontraban en su salón y corrí, sobre el piso del patio en movimiento, para decirles que se salieran de ahí, que era peligroso quedarse. Al mismo tiempo, pedí a todos los estudiantes que se concentraran en el patio principal de la escuela.

Maestros, alumnos y personal administrativo, nunca imaginamos la magnitud e impacto que generó este fenómeno natural, hasta varias horas después, cuando empezaron a llegar padres y madres de familia a la Secundaria, asustados, para recoger a sus hijos, pues se empezaban a escuchar las noticias sobre la tragedia a través de los radios de los automóviles, ya que la energía eléctrica se había suspendido parcialmente en las casas. Lo único trascendente que se dijo que ocurrió en esa zona, fue la caída de una bardita.

Una profesora de inglés me sugirió que fuéramos a la papelería que estaba enfrente de la escuela, para hacer llamadas telefónicas, pero tampoco había servicio. En las noticias decían que varios edificios del centro histórico se habían derrumbado. De pronto alguien dijo –porque lo escuchó de manera indirecta-, que varios edificios se habían caído en Tlatelolco.

Tardé varias horas en regresar a Tlatelolco, mi barrio desde 1966, para establecer comunicación con mis padres y mis hermanos. Ya eran casi las siete de la tarde-noche; fue muy difícil trasladarse rápidamente ese día. Cuando pisé

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territorio tlatelolca, por el lado del edificio Tamaulipas (donde estaban las pistas), me quedé totalmente paralizado al observar que ya no estaba de pie el edificio Nuevo León. Dado que nosotros vivíamos en el edificio Durango, el Nuevo León era parte de nuestro paisaje cotidiano en la Unidad Habitacional, tercera sección. El hecho de no ver a ese edificio en su lugar, sino ver que la luz de la tarde se encontraba en ese espacio, me provocó un sentimiento extraño, ajeno, terrible, como si estuviera viviendo una auténtica pesadilla.

Fue uno de los momentos más tristes y lamentables de mis 25 años de vivir en Tlatelolco, aparte de los trágicos acontecimientos de 1968.

Durante ese día y los siguientes ayudamos a sacar escombros de las ruinas del Nuevo León, por la parte interna de la Unidad. Todavía recuerdo el sonido y el olor a motor de diesel de varias máquinas que estaban operando en la zona. Había grúas, palas mecánicas gigantes y camiones de volteo en varios puntos de la zona siniestrada. Con fuerte presencia de policía y del ejército que acordonaron y resguardaron el módulo del Nuevo León que quedó de pie. Por supuesto, mucha gente civil. Vecinos, vecinas y gente que se sumó al apoyo desde otros lugares.

Con botes metálicos acarreábamos tierra, piedras y demás restos del inmueble destruido. De pronto alguien tomó en sus manos algunos objetos de cocina que estaban sucios y llenos de tierra; también había muchos papeles tirados y pedazos de madera que al parecer pertenecieron a algunos libreros o marcos de pinturas o fotos. La labor de pasar los botes con tierra, de mano en mano, se realizaba con la vigilancia permanente de la fuerza pública y de unos reflectores gigantescos que se había colocado por todos lados.

Recuerdo que ese día 19 de septiembre sonaban muchas sirenas de patrullas y ambulancias; al lugar acudieron muchos cuerpos de rescate. Inclusive me tocó ver brigadas de bomberos canadienses y noruegos que se sumaron a las tareas de rescate. Uno de nuestros amigos más aguerridos en las maniobras

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pesadas, Armando, vecino del edificio Chiapas, se encontraba en la parte más alta del edificio caído, junto con obreros y bomberos que cortaban trozos de cemento y gruesas varillas con máquinas especiales.

Dentro de las primeras 24 horas se rescataron a muchas personas del Nuevo León. Lamentablemente otras no pudieron salir. Fue y sigue siendo profunda la tristeza por esas pérdidas humanas. Pero también había la esperanza y la motivación positiva de continuar con los trabajos, pues se estimaba que habría más sobrevivientes debajo de los escombros.

Mientras tanto, a los vecinos de Tlatelolco nos pidieron que nos vacunáramos durante las primeras horas del sismo. Una de las vacunas preventivas que recuerdo nos aplicó personal del sector salud, fue una inyección contra el tétano o tétanos. También recuerdo que se distribuyeron tapabocas y cascos de protección por todos lados.

Durante la noche y los días siguientes, los vecinos organizamos brigadas de voluntarios para participar en las obras de remoción de escombros. Así mismo, hubo grupos organizados de vecinos que preparaban alimentos para apoyar a los voluntarios y voluntarias. Como sabemos, la experiencia de un sismo con tales estragos no se había vivido antes en Tlatelolco ni en toda la ciudad. Sin embargo, la solidaridad, el apoyo incondicional y la colaboración desinteresada entre vecinos tanto de Tlatelolco como de las colonias aledañas, se hicieron presentes no solo por ese día, sino por varias semanas.

Abrazo desde aquí a todos mis amigos y amigas que seguramente vivieron, junto con nosotros, esos momentos tan difíciles de nuestro querido barrio tlatelolca. Un abrazo fraterno también y bendiciones para todas las familias vecinas que sufrieron alguna o varias pérdidas de sus seres queridos. Los llevamos siempre en la memoria y en el corazón.

Texto publicado en SDP Noticias, el 18 de septiembre de 2018.

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Tlatelolco, un día después

A la memoria del señor Carlos Gaytán Huesca,

vecino tlatelolca de toda la vida.

Hace unas semanas Ivonne, vecina de Tlatelolco y coautora de uno de los testimoniales sobre los hechos ocurridos hace 51 años (1), preguntó en una cuenta de redes sociales digitales: ¿Qué sucedió el 3 de octubre de 1968? ¿Qué sentimientos se vivieron un día después de la masacre en Tlatelolco? Ivonne, aunque no vivió el 68, pero que conserva la tradición de las historias contadas por sus padres y abuelos para recordar y no olvidar, es una persona interesada en indagar, narrar y escribir sobre esos lamentables acontecimientos, desde la vida cotidiana.

La escena de caos y muerte creada la tarde y noche anteriores por las fuerzas gubernamentales, durante el 2 de octubre de 1968 y la madrugada del día siguiente, trajeron un ambiente de desolación, de incertidumbre, de tristeza entre los vecinos de nuestra unidad habitacional. Tlatelolco se convirtió, desde el 3 de octubre, en un estado de sitio... en una especie de zona con toque de queda, por la vía de los hechos.

La mañana siguiente, -para contestar, en parte, lo que preguntó Ivonne-, los vecinos nos reuníamos para preguntar, unos a otros, cómo estábamos; o acerca de dónde estaban nuestros familiares y amigos, puesto que algunos no habían sido localizados aún. Recuerdo que, en mi entrada, la “C” del edificio “Durango” (que está ubicado atrás del edificio Chihuahua, visto desde la plaza de las Tres Culturas), los vecinos nos movilizamos para conseguir donadores de sangre, pues un vecino joven, estudiante de secundaria, había sido herido en la cabeza cuando se encontraba en el departamento de su hermano, que vivía con su familia en el Chihuahua.

Yo tenía 6 años entonces. Recuerdo que nuestros padres no nos dejaron ir a la plaza (de las Tres Culturas), tanto el día 2 como los días siguientes. Sin embargo, no olvido que durante

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esos días se decía que la plaza había sido lavada, durante la madrugada, con mangueras y bombas de alta presión, para borrar la sangre derramada sobre la plaza y para retirar todas las evidencias que habían quedado dispersadas sobre el piso. Hay imágenes, que tiempo después se dieron a conocer, de zapatos, papeles, ropa y otros objetos personales tirados sobre la plancha de concreto.

Hubo en ese entonces, vecinas y vecinos que empezaron a organizarse para colocar flores y veladoras en el lugar de los hechos, no obstante, y pese a que la unidad habitacional, al menos la tercera sección, (donde se ubica la plaza, el edificio Chihuahua y la iglesia de Santiago Apóstol), fue ocupada por el ejército.

A mi hermano y a mí nos tocó ver, junto con otras niñas y niños de Tlatelolco, cómo entraban y salían camiones llenos de soldados a los estacionamientos adjuntos a la iglesia, debido a que se hacían cambios de guardia cada 24 horas. Eso sucedió durante varios días. Me parece que las fuerzas armadas se retiraron de la zona habitacional, hasta después que iniciaron los Juegos Olímpicos, es decir, después del 12 de octubre. De algunos camiones militares, los soldados descargaban unos botes metálicos (plateados, del tipo de los recipientes que se usaban en los establos para conservar la leche fresca), donde venía, ya preparado, arroz blanco, que se servía a los soldados que se encontraban apostados en el jardín de Santiago y sobre el estacionamiento ubicado entre los edificios Durango, Hidalgo, Chiapas, Querétaro y Guanajuato. También les llevaban pan, agua y algún guisado.

Había soldados apostados en la plaza, en el jardín de Santiago, en la torre de la Secretaría de Relaciones Exteriores (SER) (hoy Centro Cultural Tlatelolco, UNAM); en las plantas bajas de los edificios “Chihuahua”, “2 de abril” y “15 de septiembre”; así como en los accesos principales a la plaza. También la Vocacional 7 del IPN, estaba resguardada por fuerzas públicas.

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Otra cosa que recuerdo son los bloques de adoquines levantados y acomodados como en pequeñas barricadas... No hay que olvidar que, durante la balacera del día anterior, se perforaron algunas tuberías de agua de los edificios donde hubo mayores daños por el uso de armas de alto poder. La bala que entró a nuestro departamento, por ejemplo, atravesó una ventana, un muro doble, del departamento de nuestros vecinos de la entrada “D” y del nuestro; luego atravesó y rompió la ventana de nuestro baño y floreó, al final, el techo y la parte alta de puerta, en el interior del baño. Esto lo comento para que dimensionemos la magnitud y poderío de las armas utilizadas en esa sangrienta operación gubernamental.

A través de los libros testimoniales y sobre la interpretación de los hechos, supimos después que el operativo militar tuvo el propósito de desmembrar a la dirigencia del movimiento estudiantil, a través del uso criminal de la fuerza, con lo que se rompió también de tajo la dinámica de protesta, contestataria y en ascenso del movimiento estudiantil. A pesar de que ya se habían iniciado algunas pláticas para lograr un acuerdo entre representantes del gobierno y del Consejo Nacional de Huelga (CNH).

Estoy a favor de las peticiones que hace Ivonne a través de las redes sociales digitales. No hay razones para olvidar lo que sucedió ese día y el día siguiente en Tlatelolco.

Fuente:

(1) Varios autores. “Crónicas de octubre” (2018). Centro Cultural Tlatelolco, UNAM.

Texto publicado en SDP Noticias, el 2 de octubre de 2019.

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1968: los umbrales del silencio

Hoy, como hace 25 años, los ideales de la sociedad civil por una vida más justa y democrática siguen vigentes. Las palabras de los estudiantes y maestros mexicanos que llenaron las calles y las plazas de 1968 aún están presentes en la conciencia ciudadana. La inteligencia de aquel singular movimiento protagonizado por los jóvenes, no sólo es expresión de una sociedad que razona y propone, sino que es el cuerpo pensante del antiautoritarismo, las libertades cívicas y la democracia. Es nada menos que la base del proyecto político y la soberanía nacional a los que todos aspiramos.

Pero los ideales estudiantiles, no obstante su vigencia, han sufrido cambios, pues es natural que después de un cuarto de siglo la razón de un movimiento social adquiera otros matices. Ciertamente, la lucha por la democracia que unió a universitarios, politécnicos, chapingueros y normalistas, entre otros, hace un cuarto de siglo, tenía como eje de articulación la defensa de los derechos civiles (deslinde de responsabilidades, destitución de funcionarios del gobierno, libertad a los presos políticos, etc.). Hoy, sin embargo, los contenidos de la lucha por la democracia en México destacan nuevas líneas ideológicas y políticas más propositivas (elecciones transparentes, confiabilidad en los órganos y las normas de elección de representantes populares, pluripartidismo efectivo, igualdad de condiciones para los partidos en las contiendas electorales, etcétera).

Durante estos 25 años ha sido evidente un cambio de actitud por parte de los gobernantes en torno a los movimientos sociales, que no sólo reclaman de aquellos soluciones políticas. Pues también se han venido demandando otras peticiones en los planos económico, social o cultural. Y, en efecto, los gobiernos federales, estatales o municipales en la actualidad difícilmente transitan por el camino de la represión y la barbarie, como sí lo hizo el gobierno de Díaz Ordaz. Sin embargo, también se dan a menudo las excepciones, donde las tentaciones de los poderes públicos por retornar al autoritarismo, están latentes.

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En estos días, cuando se conmemoran dos décadas y media del movimiento estudiantil de 1968 en México, una de las reflexiones que nos evoca es el significado político y social que dejó como huella en la conciencia de la sociedad y sus gobiernos. Y, junto con ello, además de rechazar –por inadmisible- el argumento de que “la represión era por el bien del orden y la paz social”, será necesario que el Estado mexicano también cambie su actitud en torno a la “verdad” de los hechos sangrientos y sus consecuencias, durante los acontecimientos de ese año (y de otros momentos de triste memoria para la nación).

Hasta el momento contamos con un solo hecho: El silencio y la omisión por la parte oficial. ¿Hasta dónde están marcados los umbrales del silencio? ¿Hasta cuándo se despejarán las preguntas que por 25 años la sociedad misma ha hecho? ¿Quién ordenó el crimen? ¿O acaso no tenemos derecho a saber por qué se procedió de esa forma?

Es necesario que la sociedad mexicana sepa “en verdad” qué ocurrió no tanto por tratar de revivir una profunda herida social, sino porque es un derecho fundamental acceder a esa información, que sin duda debe ser de carácter público, y porque la nación requiere ventilar y asimilar de manera serena e inteligente el pasado.

No obstante el silencio oficial, la sociedad civil sólo se reserva un minuto de silencio extraoficial, libre de cualquier razón de Estado, para recordar a sus caídos y para repensar cómo vamos a construir el país que queremos para nustros hijos. País que aspira a no olvidar, pero también a desear que jamás se repitan las dramáticas escenas de 1968. No queremos más universidades sitiadas, ni preparatorias ametralladas. Nunca más una Plaza de las Tres Culturas, ni un 2 de octubre.

Texto publicado en el periódico El Día (CDMX), el 2 de octubre de 1993, a los 25 años de 1968. Un fragmento de este artículo de opinión fue colocado en página principal; y en su versión completa en la página 4 de esa edición.

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Tlatelolco, es más que un minuto de silenciose terminó de imprimir en diciembre de 2019en el taller editorial En cortito que´s pa´largo

[[email protected]]La edición consta de 100 ejemplares.

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