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1 Bloque 6. La conflictiva construcción del Estado Liberal. ( 1833-1874). 1. El carlismo como último bastión absolutista. 1. Ideario y apoyos sociales. 2. Las dos primeras guerras carlistas. 2. El triunfo y consolidación del liberalismo en el reinado de Isabel II. 1. Los primeros partidos políticos; el protagonismo político de los militares. 2. El proceso constitucional 3. La legislación económica de signo liberal 4. La nueva sociedad de clases. 3. El Sexenio Democrático. 1. La revolución de 1868 y la caída de la monarquía isabelina 2. La búsqueda de alternativas políticas, la monarquía de Amadeo I, la Primera República 3. La guerra de Cuba. 4. La tercera guerra carlista 5. La insurrección cantonal. 4. Los inicios del movimiento obrero español. 1. Las condiciones de vida de obreros y campesinos. 2. La Asociación Internacional de Trabajadores y el surgimiento de las corrientes anarquista y socialista. LAS ETAPAS DEL REINADO DE ISABEL II: El reinado de Isabel II (1833-1868) constituye uno de los periodos más convulsos de la historia de España. Lo fue ya desde sus comienzos, marcados por una larga y cruenta contienda civil, la primera guerra carlista, en la que se decidía en principio quién habría de ser el titular del trono: Isabel II, nombrada heredera por el difunto rey, o el hermano de este, Carlos María Isidro. Pero la identificación del pretendiente carlista con el más estricto absolutismo del Antiguo Régimen empujó a los defensores del trono de Isabel II a buscar apoyo en los liberales, que eran numerosos en el ejército, en especial entre los cargos altos e intermedios. Por esta razón la guerra se convirtió no solo en una lucha por el trono entre dos miembros de la familia real, sino también en un enfrentamiento entre dos modelos de Estado: el absolutista y el liberal, con todo lo que cada uno de ellos acarreaba en los planos político, jurídico, económico y social. Finalmente, el fracaso del carlismo aseguró el trono de Isabel II, cuyo largo reinado se puede dividir en tres grandes etapas: 1. Regencia de María Cristina (1833-1840), su madre, ya que a la muerte de Fernando VII, Isabel II contaba solo tres años de edad. 2. Regencia del general Espartero (1840-1843), primero como presidente de un breve Ministerio- Regencia (1840-1841) tras la renuncia de María Cristina, y después como regente en solitario (1841- 1843). 3. Reinado efectivo de Isabel II (1843-1868), que, tras la caída de Espartero, fue declarada mayor de edad por las Cortes al cumplir los trece años, para evitar una nueva regencia. 1. El carlismo como último bastión absolutista. 1. Ideario y apoyos sociales.

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Bloque 6. La conflictiva construcción del Estado Liberal. ( 1833-1874).

1. El carlismo como último bastión absolutista.

1. Ideario y apoyos sociales.

2. Las dos primeras guerras carlistas.

2. El triunfo y consolidación del liberalismo en el reinado de Isabel II.

1. Los primeros partidos políticos; el protagonismo político de los militares.

2. El proceso constitucional

3. La legislación económica de signo liberal

4. La nueva sociedad de clases.

3. El Sexenio Democrático.

1. La revolución de 1868 y la caída de la monarquía isabelina

2. La búsqueda de alternativas políticas, la monarquía de Amadeo I, la Primera República

3. La guerra de Cuba.

4. La tercera guerra carlista

5. La insurrección cantonal.

4. Los inicios del movimiento obrero español.

1. Las condiciones de vida de obreros y campesinos.

2. La Asociación Internacional de Trabajadores y el surgimiento de las corrientes anarquista y socialista.

LAS ETAPAS DEL REINADO DE ISABEL II:

El reinado de Isabel II (1833-1868) constituye uno de los periodos más convulsos de la historia de España. Lo fue ya

desde sus comienzos, marcados por una larga y cruenta contienda civil, la primera guerra carlista, en la que se

decidía en principio quién habría de ser el titular del trono: Isabel II, nombrada heredera por el difunto rey, o el

hermano de este, Carlos María Isidro.

Pero la identificación del pretendiente carlista con el más estricto absolutismo del Antiguo Régimen empujó a los

defensores del trono de Isabel II a buscar apoyo en los liberales, que eran numerosos en el ejército, en especial

entre los cargos altos e intermedios. Por esta razón la guerra se convirtió no solo en una lucha por el trono entre

dos miembros de la familia real, sino también en un enfrentamiento entre dos modelos de Estado: el absolutista y

el liberal, con todo lo que cada uno de ellos acarreaba en los planos político, jurídico, económico y social.

Finalmente, el fracaso del carlismo aseguró el trono de Isabel II, cuyo largo reinado se puede dividir en tres grandes

etapas:

1. Regencia de María Cristina (1833-1840), su madre, ya que a la muerte de Fernando VII, Isabel II

contaba solo tres años de edad.

2. Regencia del general Espartero (1840-1843), primero como presidente de un breve Ministerio-

Regencia (1840-1841) tras la renuncia de María Cristina, y después como regente en solitario (1841-

1843).

3. Reinado efectivo de Isabel II (1843-1868), que, tras la caída de Espartero, fue declarada mayor de

edad por las Cortes al cumplir los trece años, para evitar una nueva regencia.

1. El carlismo como último bastión absolutista.

1. Ideario y apoyos sociales.

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Como opción dinástica, el movimiento carlista apoyaba las pretensiones al trono del hermano de Fernando VII,

Carlos María Isidro, y de sus descendientes, en contra de la línea sucesoria femenina de Isabel II.

Pero más allá de la mera cuestión dinástica, el carlismo defendía a ultranza el mantenimiento de las viejas

tradiciones del Antiguo Régimen, en abierta oposición a una modernidad identificada con la revolución liberal.

En sus comienzos, el ideario político carlista era difuso, pero con el tiempo se fue articulando en torno a unos pocos

principios elementales:

a) La tradición política del absolutismo monárquico.

b) La restauración del poder de la Iglesia y de un catolicismo excluyente de cualquier otra creencia.

c) La idealización del medio rural y el rechazo de la sociedad urbana e industrial.

d) La defensa de las instituciones y fueros históricos de vascos, navarros y catalanes -frente a las

pretensiones liberales de uniformidad política y jurídica

Como movimiento de cierta amplitud social, contaba con dos apoyos básicos: un sector del clero, que percibía el

liberalismo como el gran enemigo de la Iglesia y la religión; y una parte del pequeño campesinado, que veía

amenazadas sus tradiciones y su situación económica por las reformas liberales.

En cuanto a su ámbito geográfico, arraigó sobre todo en zonas rurales de las Vascongadas, Navarra, Aragón, la

Cataluña interior y el Maestrazgo, territorios en los que el pequeño campesinado era importante.

2. Las dos primeras guerras carlistas.

El movimiento carlista desencadenó tres conflictos armados -los dos primeros durante el reinado de Isabel II-, que

representaron un grave problema para la estabilidad política de España durante gran parte del siglo XIX.

La primera guerra carlista (1833-1840) fue la más violenta y dramática, con casi 200.000 muertos. Los primeros

levantamientos en apoyo de Carlos María Isidro, proclamado rey por sus seguidores con el nombre de Carlos V,

ocurrieron ya a los pocos días de morir Fernando VII, pero fueron sofocados con facilidad en todas partes, salvo en

el medio rural de las Vascongadas, Navarra, Aragón, Cataluña y Levante.

Aunque se trataba ante todo de una contienda civil, tuvo también una proyección exterior: las potencias europeas

absolutistas (Austria, Rusia y Prusia), así como el Papa, apoyaban más o menos abiertamente al bando carlista;

mientras que Inglaterra, Francia y Portugal secundaron a Isabel II, lo que se materializó en el Tratado de la

Cuádruple Alianza (1834).

Ambos bandos contaban en sus filas con generales de gran talla -Zumalacárregui en el norte, y Cabrera en el este,

por parte de los carlistas; Espartero, por la parte isabelina-, lo que prolongó y dificultó la solución del conflicto.

El agotamiento carlista provocó finalmente una división interna del movimiento entre dos grupos: los

intransigentes, partidarios de seguir la guerra; y los moderados, encabezados por el general Maroto, partidarios de

llegar a un acuerdo honroso con el enemigo.

Las negociaciones entre Maroto y Espartero culminaron en el Convenio de Vergara (1839) que finalizó la guerra en

el norte; no obstante, Cabrera resistió en la zona levantina casi un año más.

La segunda guerra carlista (1846-1849) no tuvo el impacto ni la violencia de la primera. En esta ocasión, el

pretendiente al trono, Carlos VI, era el hijo de Carlos María Isidro, en quien este había abdicado para propiciar su

posible matrimonio con Isabel II. Pero al no producirse tal matrimonio, se le cerraba a Carlos la vía pacífica para

convertirse en rey de España y se desencadenó esta segunda guerra, cuyo principal escenario estuvo en el campo

catalán, aunque hubo algunos episodios aislados en otras zonas.

Las consecuencias de las guerras carlistas

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Este conflicto, casi permanente durante la primera mitad del reinado de Isabel II, además de los elevados costes

humanos, tuvo importantes repercusiones políticas y económicas:

a) La inclinación de la monarquía hacia el liberalismo. El agrupamiento de los absolutistas en torno a Carlos

V convirtió a los liberales en el más seguro y consistente apoyo del trono de Isabel II.

b) El protagonismo político de los militares. Ante la amenaza carlista, los militares se convirtieron en una

pieza clave para la defensa del régimen liberal. Conscientes de su protagonismo, los generales o

«espadones» se colocaron al frente de los recién creados partidos y se erigieron en árbitros de la vida

política. El recurso abusivo a la práctica del pronunciamiento se convirtió en una fórmula habitual de

promover cambios de gobierno o de reorientar la política durante todo el reinado.

c) Los enormes gastos de guerra. La nueva monarquía liberal, para hacer frente a la guerra, pasó por serios

apuros fiscales, que en gran medida condicionaron la orientación dada a ciertas reformas, como la

desamortización de Mendizábal, que estudiaremos más adelante.

2. El triunfo y consolidación del liberalismo en el reinado de Isabel II.

1. Los primeros partidos políticos: El protagonismo político de los militares.

Con el reinado de Isabel II se instauró en España la monarquía liberal. Mientras se libraba la guerra carlista, la

monarquía implantó el régimen liberal. Ahora bien, con el establecimiento del Estado liberal surgieron las

diferencias entre los mismos liberales, como ya empezó a comprobarse en las Cortes del Trienio Liberal. Por una

parte, estaban los moderados y, por otra, los progresistas. Ambos defendían el sistema político liberal, pero

presentaban profundas diferencias ideológicas. Ambos van a tener en común el rechazo al Sufragio Universal

(prefiriendo el Censitario: sólo los ciudadanos (con cierto nivel económico y social son los llamados a elegir

gobierno, muy relacionado con la idea de Soberanía Nacional y no popular)

Los moderados defendían la soberanía compartida entre las Cortes y el rey, unas Cortes bicamerales con un

Senado de nombramiento regio, una organización administrativa uniforme y centralizada para toda España,

dividida en provincias, nombramiento de los alcaldes por el gobierno, un sufragio censitario, restringido a las clases

propietarias y a las capacidades (individuos a los que por su profesión o cargo se les reconoce el derecho a votar),

lo que impedía el acceso de las clases populares a la política.

En cuanto a la base social, al liberalismo moderado se incorporó la antigua nobleza, que logró salvar sus

propiedades agrarias, y la nueva burguesía liberal (grandes comerciantes, industriales y financieros), que también

se hará terrateniente. Fuera del sistema moderado permanecerá no solo el campesinado sino también buena parte

de la burguesía media y baja (artesanos) de las ciudades.

Los progresistas, la otra opción política, eran partidarios de un liberalismo más amplio, defendían la soberanía

nacional, el establecimiento de limitaciones al poder de la corona, la Milicia Nacional, ayuntamientos electivos, un

sufragio censitario, pero más amplio (sin universal). El partido progresista se apoyaba en las clases medias y

artesanos en las ciudades, parte de la oficialidad del ejército y de los profesionales liberales.

MODERADOS PROGRESISTAS

SOBERANÍA COMPARTIDA entre CORTES Y REY (Más importancia y mayores competencias para la Corona)

SOBERANÍA NACIONAL

(Reduce las competencias de la monarquía)

BICAMERAL (2 CÁMARAS) se aseguran así representantes de la Aristocracia con un Senado

UNICAMERAL (1 CÁMARA)

(Aunque llegan a aceptar y transigir con la

BICAMERALIDAD)

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CONFESIONALIDAD DEL ESTADO (Católico) SEPARACIÓN ECLESIÁSTICA en teoría, porque en la práctica no había gran diferencia con los moderados

CENTRALIZACIÓN Y JERARQUIZACIÓN ADMINISTRATIVA (Refuerza la figura del jefe político mediante los Gobernadores Civiles como jefes de las provincias)

DESCENTRALIZACIÓN ADMNISTRATIVA en teoría. Dan alguna concesión a la autoridad local (Ayuntamientos) aunque en la práctica no deja de ser centralizada

DEMARCACIONES ELECTORALES CON DISTRITO UNINOMINAL (defienden la elección de un único diputado por demarcación, por tanto, pequeña

demarcación)

DEMARCACIONES ELECTORALES PLURINOMINALES (Provinciales con varios diputados electos por

provincia según población)

POLÍTICA PROTECCIONISTA ECONÓMICA (Tiende al proteccionismo, aunque no siempre)

LIBRECAMBRISTA (Aunque no al mismo nivel que otros países europeos)

Ambos defienden el SUFRAGIO CENSITARIO, los MODERADOS sitúan el listón más alto, por lo que votarán menos ciudadanos, en cambio los PROGRESISTAS restringen menos el voto, y acceden al voto más ciudadanos.

En la práctica, los dos partidos no van a tener las mismas posibilidades de subir al poder ya que el sistema electoral

(censitario, uninominal) y la preferencia de la Corona va a favorecer más a los MODERADOS.

Nos encontramos ante un sistema parlamentario de “ARRIBA HACIA ABAJO”, es decir, primero se forma el

Gobierno, se disuelven las anteriores Cortes adversas al nuevo gobierno y después se convocan elecciones con un

marcado matiz caciquil. Por tanto, la Reina será un punto clave, ya que casi nunca, de forma voluntaria se posiciona

del lado de los Progresistas

2. El proceso constitucional

1.Los comienzos moderados (1833-1835). El Estatuto real de 1834

Tras la muerte de Fernando VII María Cristina fue nombrada regente; al frente del gobierno seguía Cea Bermúdez,

(Absolutista reformista) que presidió el último gobierno de Fernando VII, pero, para la etapa que se abría, éste no

era el político adecuado, cuyo programa consistía en oponerse tanto a los carlistas como a los liberales. La regente

pronto comprobó que el cambio de gobierno era necesario. Y, en efecto, en enero de 1834, era llamado para

formar gobierno Martínez de la Rosa, antiguo doceañista y jefe de gobierno durante el Trienio Liberal. Ganado ya

para un liberalismo moderado, Martínez de la Rosa buscó una fórmula de equilibrio entre las tendencias liberales y

el mismo carlismo. El resultado fue la aprobación del ESTATUTO REAL 1834, firmado por la regente en abril de

1834:

• No era una constitución sino una “carta otorgada” por la corona

• No reconoce la soberanía nacional y la corona tiene derecho a veto (incluida disolución de Cortes)

• No reconocía derechos individuales ni la división de poderes

• Sí establecía una convocatoria de Cortes con dos cámaras:

◦ el Estamento de Próceres (cámara alta)

◦ el Estamento de Procuradores (cámara baja).

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• Para proceder a la correspondiente convocatoria electoral para la elección del Estamento de Procuradores, en

mayo de 1834 se aprobaba una ley electoral con un sufragio censitario indirecto muy restringido (sólo podían votar

unos 16.000 varones sobre una población de 12 millones de habitantes).

• Se trata de un documento sumamente conservador y retrógrado respecto a la Constitución de 1812, pero más

liberal que los últimos años absolutistas de Fernando VII. Se realizaron algunas reformas: el diseño de una división

territorial en provincias (Javier de Burgos en 1833), similar a la existente en la actualidad; liberalización del

comercio, la industria y los transportes; la libertad de imprenta (aunque con censura previa); y el renacimiento de

la Milicia Nacional.

En contra de lo imaginable, la cámara recién elegida, con sorpresa para el gobierno, por su actitud crítica, exigía

reformas profundas y en ella, además, volvía a resurgir las diferencias entre moderados y progresistas. El gobierno

estaba entre dos frentes: la oposición de los liberales radicales y la guerra contra los carlistas, que no daba los

éxitos previstos.

Aislado y falto de apoyos, Martínez de la Rosa dimitió en junio de 1835 siendo sustituido por el conde de Toreno ,

también del sector moderado. El nuevo gobierno solo duró cuatro meses. No lograba imponerse en la guerra

carlista, mientras los liberales extremistas promovían amotinamientos populares , con asaltos y quemas de

conventos-a los frailes se les acusaba de estar al lado de los carlistas- en ciudades como Zaragoza, Valencia, Cádiz,

Málaga, Barcelona (donde también se prendió fuego a la fábrica de tejidos de Bonaplata)… El resultado fue la

formación de Juntas revolucionarias de signo progresista en varias capitales, que Toreno intentó disolver pero al

fracasar presentó su dimisión. La regente, entonces, llamó a Mendizábal, un liberal progresista, para formar

gobierno en septiembre de 1835.

El régimen isabelino fracasó durante esta etapa de transición debido a su intento de reconciliar absolutismo y

liberalismo.

2.2. La fase progresista de la revolución liberal (1835–1837). La Const. De 1837.

El nuevo gabinete de Mendizábal (Liberal exaltado o progresistas) (septiembre de 1835 a mayo de 1836) se

formaba contando con una Hacienda prácticamente sin fondos, y ante una guerra de la que era necesario darle un

giro a favor de los isabelinos. Así, se amplió el alistamiento de hombres para el ejército y como vía para obtener

fondos se aprobó la desamortización de bienes eclesiásticos del clero regular, el 19 de febrero de 1836. Con ella, en

efecto, se buscaba contar con recursos para la Hacienda, eliminar o disminuir la deuda pública, hacer frente al

carlismo y atraerse a las filas liberales a los compradores de bienes desamortizados.

A todo esto, como es imaginable, la regente y los sectores aristocráticos no se encontraba a gusto con Mendizábal.

En mayo de 1836 Mendizábal decidió dimitir ante las diferencias con la regente a la hora del nombramiento de

determinados cargos militares. Era lo que buscaba la regente, que encargó a Francisco Javier Istúriz (mayo–agosto

de 1836) formar gobierno. Pero éste, de corte moderado, no contaba con el apoyo de las Cortes (Estamento de

Procuradores). Otra vez volvían, en julio y agosto, los levantamientos populares de signo progresista contra el

gobierno y a favor del restablecimiento de la Constitución de 1812.

Por fin, el 12 de agosto (1836) tenía lugar el motín de los sargentos de La Granja, que obligó a la regente a

restablecer la Constitución de 1812 y a formar un nuevo gobierno con José María Calatrava al frente (agosto de

1836–agosto de 1837) y Mendizábal en Hacienda. Es a partir de ahora cuando quedó consolidada la división de los

liberales entre un partido moderado y otro progresista, que era el que subía al poder con Calatrava.

El programa del gobierno consistió en acabar con las instituciones del Antiguo Régimen e implantar un régimen

liberal con una monarquía constitucional. Convocadas elecciones a Cortes, la nueva Cámara tuvo mayoría

progresista. Se volvía a implantar la Constitución de 1812 (agosto 1836- junio 1837). Un conjunto de leyes permitió

la disolución del régimen señorial y el mayorazgo, la supresión de los privilegios gremiales reconociéndose la

libertad de industria y comercio, el establecimiento de la libertad de imprenta (de prensa) y la reanudación de la

desamortización de las fincas rústicas y urbanas de las órdenes religiosas.

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El proceso de Cortes que comentamos culminó con la promulgación de la Constitución de 1837 :

• Muy breve frente a la de 1812 (77 artículos y dos adicionales frente a los 384 de Cádiz)

• Fue aprobada con la idea de fijar un texto estable que pudiera ser aceptado por progresistas y moderados.

• El nuevo texto reconocía la soberanía nacional y los derechos individuales

• Establecía unas Cortes bicamerales, con un Congreso de los Diputados elegido por sufragio censitario y un Senado

que designaba el rey a partir de una triple lista elegida encada provincia.

• Religión católica es la oficial del Estado

• La corona contaba con el derecho de disolver y convocar Cortes (veto)

• La implantación del bicameralismo junto al fortalecimiento de la corona (a la que se le reconoce el derecho de

veto y la disolución de las Cortes) fueron las grandes concesiones de los progresistas al liberalismo moderado.

• También quedó aprobada una nueva ley electoral (1837), que elevaba el número de electores, sobre la anterior

norma, pero seguía siendo censitario y restringido, aunque más amplio comparado con el defendido por los

moderados.

• Se trata por tanto de una Constitución entre la de 1812 y el Estatuto Real, y aunque Progresista en ciertos

apartados parecía más moderada.

Se retomaron las medidas desamortizadoras del Trienio Liberal. La más importante, promovida por Mendizábal, fue

la desamortización de los bienes del clero regular (1836-1837). El objetivo era conseguir financiación para sufragar

la deuda pública y los gastos de la Primera Guerra Carlista. Pero además, los terratenientes que adquirieron los

bienes desamortizados constituyeron un apoyo social y político para el régimen isabelino.

En estos mismos años se volvió a decretar la desaparición de los señoríos y mayorazgos (1836-1837). La

desamortización pretendía convertir la propiedad vinculada del Antiguo Régimen en propiedad libre que pudiera

circular en el mercado. Otras medidas de liberalización económica fueron la supresión de la Mesta y la disolución

de los gremios.

2.3. La vuelta de gobiernos moderados (1837-1840). La ley de ayuntamientos.

Los gobiernos de esta etapa se vieron influidos por los dos militares que estaban destinados a marcar el curso

político de la historia de España en los próximos años: Baldomero Fernández Espartero, que podía presentar sus

éxitos en la guerra carlista, se convirtió en cabeza de los progresistas y Ramón María Narváez de los moderados.

Los progresistas, sin embargo, tuvieron muchos problemas para consolidarse frente a los moderados, que, con el

apoyo de la reina regente, dominaron los gobiernos entre los años 1837 y 1840. Durante estos años (1837-1840) se

suceden gobiernos rápidos; al progresista Calatrava le siguen 6 gobiernos moderados (Bardají, Ofalia, Frías, Pérez

Castro, Gonzáles y Cortázar).

Está inestabilidad política acabará con la recuperación del poder por parte de los progresistas tuvieron recurriendo

a la insurrección militar encabezada por un oficial de prestigio, el general Espartero (Progresista).

Tras el final de la guerra carlista el gobierno se propuso aprobar una ley de ayuntamientos donde las diferencias

entre progresistas y moderados eran muy fuertes. Los primeros defendían la elección del alcalde por los votantes,

en cambio los moderados pretendían que fuese designado por el gobierno de entre los concejales elegidos. Las

Cortes aprobaron la polémica ley y los progresistas decidieron movilizarse contra ella. Espartero, entonces en la

cumbre de su prestigio militar, manifestó su rechazo a la ley que la regente terminó sancionando (14 de julio de

1840). Días después otra vez volvían a formarse juntas en las principales ciudades del país. La regente para frenar la

insurrección nombró a Espartero jefe de gobierno, pero al no aceptar el programa del nuevo gobierno la regente

presento su renuncia, marchando a Francia (octubre de 1840)

2.4. La regencia de Espartero (1840-1843).

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El general Espartero (Duque de la Victoria), convertido en héroe popular tras sus éxitos militares en

Hispanoamérica y en la guerra contra los carlistas, desplazó a la reina María cristina como regente y respaldó a los

progresistas. Se impuso así un régimen de liberalismo autoritario apoyado en el Ejército, y especialmente, en su

grupo de fieles los ayacuchos. Con Espartero se inicia la tendencia de los militares a dirigir los partidos políticos

liberales.

El caudillismo militar y el carácter autoritario de este Gobierno suscitó la oposición de numerosos políticos

progresistas y los moderados decidieron utilizar el pronunciamiento como vía para acabar con la regencia de

Espartero.

Con todo, los problemas para Espartero vinieron de su forma de gobernar, muy personalista y en ocasiones

autoritaria, apoyándose en sus amigos personales, una camarilla de militares afines, alejándose, por el contrario,

del sector mayoritario del grupo progresista de las Cortes, encabezado por Joaquín María López y Salustiano

Olózaga. El enfrentamiento, por tanto, entre las Cortes y el gobierno, ambos progresistas, podía terminar

facilitando la vuelta al poder a los moderados, como, al final, así fue.

En materia de política comercial, Espartero intentó firmar un acuerdo de librecambio con el Reino Unido, lo cual le

granjeó dos nuevas enemistades: por un lado, la de Francia, país que se sentía perjudicado porque el acuerdo daba

preferencia a las relaciones comerciales con el Reino Unido; por otro, la de la industria textil catalana, que

reivindicaba un mayor proteccionismo de sus productos y la imposición de altos aranceles aduaneros que

obstaculizaran la importación de tejidos británicos. El malestar derivó hacia una insurrección social con barricadas,

las autoridades abandonaban Barcelona mientras se constituía una junta revolucionaria.

Este grave incidente redujo los apoyos que recibía el regente. Finalmente, todos los elementos de oposición

convergieron en una insurrección general, civil y militar, que tuvo lugar entre los meses de mayo y julio de 1843. El

líder militar moderado Ramón María Narváez se suma al pronunciamiento en Valencia. A continuación, se enfrentó

a las tropas de Espartero, sobre las que se impuso, en Torrejón de Ardoz (julio de 1843). Espartero, sin apoyos,

terminó abandonando el país, embarcando en Cádiz rumbo a Londres.

La unión entre progresistas y moderados para acabar con Espartero fue muy eficaz pero inviable a largo plazo y

para evitar disputas por la regencia, en noviembre las Cortes adelantaron la mayoría de edad de Isabel (contaba

con 13 años) y la proclamaron reina. Antes de terminar el año, la reina encargaba a un político moderado, González

Bravo la formación de un gobierno; al principio fue progresista pero se cambió al moderantismo, fue el creador de

la Guardia Civil. En una etapa en la que se estaban realizando cambios favorables para la gran propiedad agraria, y

perjudiciales para el campesinado, la Guardia Civil aparecía como un excelente instrumento para el mantenimiento

del “orden” y de la “propiedad” en el medio rural. Fue sustituido por Narváez. Con él daba comienzo la Década

Moderada.

2.5. LA MAYORÍA DE EDAD DE ISABEL II (1843-1868)

La Década Moderada (1844-1854)

La Reina asume la mayoría de edad a los 13 años su gobierno fue de tendencia conservadora y de claro apoyo a los

moderados, liderados por Narváez.

Destaca la participación de los militares en el gobierno, en la creencia de que un militar al frente del ejecutivo

aseguraba el orden liberal, frente a la revolución social y al Carlismo. Los militares por tanto, asumían el poder

nacional como representantes de la soberanía nacional y único motor de cambio). El claro protagonista de este

período es el General Narváez (“El Espadón de Lonja”).

Entre los logros de esta etapa destacan los siguientes:

-La estabilidad política. Narváez estableció un sistema político estable pero oligárquico; el pueblo apenas estuvo

representado, pues primaba el orden sobre la libertad. A menudo, las Cortes fueron suspendidas mientras el

Gobierno falseaba los resultados electorales continuamente; además se extendió la corrupción administrativa y se

marginó totalmente a los progresistas. Los moderados consideraban que las reformas políticas y sociales en España

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ya estaban concluidas y se mostraban temerosos de la revolución. Esta versión restringida, conservadora y

antidemocrática del liberalismo se conoce como liberalismo doctrinario.

-La Constitución de 1845. Los moderados promovieron la promulgación de una nueva ley fundamental, la

Constitución de 1845, que reforzó los elementos conservadores que ya tenía la de 1837 y se excluyó toda

pretensión de pacto con los progresistas.

• Limitaba, considerablemente, las atribuciones de las Cortes y se reforzaba, en consecuencia, las de la corona. (Las

Cortes pierden la capacidad de reunirse de forma automática si el Rey no las convoca y no pueden reunirse de

forma excepcional, en la del 37 sí podían.

• Establecía la soberanía compartida entre la monarquía y las Cortes.

• Éstas eran bicamerales (Senado y Congreso de los Diputados), como establecía la Constitución de 1837, pero

ahora con la diferencia de que el Senado contaba con un número ilimitado de senadores, nombrados por el rey con

carácter vitalicio.

• Sobre la religión establecía la exclusividad de la religión católica, con el compromiso del Estado de sufragar los

gastos del culto y el clero.

• Establecían la designación de los alcaldes de los municipios de más de 2.000 habitantes y de las capitales de

provincia por la corona y los de los demás por los gobernadores civiles, autoridad máxima en las provincias,

encargados de presidir las diputaciones provinciales.

• La Constitución del 45 reafirma su carácter autoritario y oligárquico restringiendo el voto y reforzando la censura.

-La centralización administrativa y legislativa. Se adoptaron medidas para controlar, desde el Gobierno, la

Administración provincial y local. En las provincias se creó el cargo de gobernador civil. Además, el Gobierno

nombraba a los alcaldes de las ciudades más importantes, y el gobernador civil, a los del resto de los municipios. Se

suprimió la Milicia Nacional (considerada un nido de progresismo y revolución) y en su lugar se creó la Guardia Civil

(1844), un cuerpo militar encargado del orden público y de la defensa del Estado.

Otras reformas para crear un Estado nacional centralizado fueron la adopción de un solo sistema de pesos y

medidas (el métrico nacional), la regularización para todo el país de la educación pública y un nuevo Código Penal

(1848).

La reforma de Hacienda fue sin duda la reforma tributaria más importante realizada en España hasta finales del

siglo XX mediante la conocida como Ley de Mon-Santillán (1845).( La ley de Mon, combinaba impuestos directos e

indirectos: territoriales, comerciales y de inquilinato) La Hacienda se modernizó, simplificando y racionalizando los

impuestos existentes y adaptándolos al nuevo Estado liberal: se realizó un presupuesto estatal general anual

(impuestos directos, que gravaban las propiedades y el ejercicio de una profesión) y se potenciaron los impuestos

indirectos especialmente los llamados consumos, que se aplicaban a los artículos básicos de consumo y

perjudicaban, sobre todo, a las clases populares.

-El acercamiento a la Iglesia católica. Los moderados suspendieron la venta de bienes nacionales, es decir, las

propiedades del clero que habían sido desamortizadas. Se firmó, además, un acuerdo o Concordato (1851), por el

cual el Estado se comprometía a reservar una parte de su presupuesto (dotación del culto y clero) para afrontar los

gastos eclesiásticos, y compensar de alguna forma a la Iglesia por la pérdida de los bienes desamortizados y

subastados. Se cedía cierto control de la enseñanza y la censura.

El Bienio Progresista (1854-1856)

El 28 de junio de 1854, un grupo de militares bajo la dirección de los generales O’Donnell decidían iniciar un

pronunciamiento en Madrid en contra del gobierno; el día 30 se enfrentaba con las tropas gubernamentales en

Vicálvaro (la “Vicalvarada”) dando como resultado un encuentro indeciso.

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Las fuerzas sublevadas no encontraron el apoyo que esperaban en Madrid y decidieron retirarse hacia el sur. En

Manzanares el general Serrano se unió a la sublevación y convenció a O’Donnell para dar al pronunciamiento un

giro hacia el progresismo, y con esa finalidad se redactó, por Cánovas del Castillo, el “Manifiesto de Manzanares” ,

con promesas progresistas, que firmó O’Donnell (7 de julio) y cuya difusión permitió que la sublevación militar se

transformara en una revolución popular y progresista. En distintas ciudades se constituían Juntas revolucionarias. A

la vista de los acontecimientos, a la reina sólo le quedaba un camino: formar un gobierno dirigido por la principal

figura del progresismo, el general Espartero, que con O’Donnell como ministro de la Guerra, quedaba constituido a

finales de julio.

En esta etapa colaboraron Espartero y O´Donnell. Durante los dos años de Gobierno progresista no se alteraron los

principios ni el funcionamiento del Estado liberal. El régimen de Espartero logró detener las reivindicaciones

democráticas y populares de la revolución de julio.

Durante el Bienio Progresista se llevaron a cabo diversas actuaciones:

-Restauración de leyes e instituciones. Eran medidas y organismos recuperados de la década de 1830: Ley Electoral,

Ley de Imprenta, instituciones de Gobierno local y Milicia Nacional.

-Culminación del proceso desamortizador (1855). Conocido también como desamortización general, fue promovido

por el ministro de Hacienda, Pascual Madoz, y afectó no solo a las posesiones de la Iglesia, sino también a los

bienes de los municipios y del Estado.

-La elaboración de un proyecto de Constitución (1856). Fue llamada nonata (no nacida) porque no llegó a

promulgarse. Era similar a la de 1837.

• Soberanía Nacional

• Bicameral (Senado electo y no elegido por el monarca)

• Amplia declaración de derechos

-Reordenación económica. Se trataba de consolidar un mercado de ámbito nacional e impulsar el crecimiento con

la aprobación de normas como la Ley de Concesiones Ferroviarias (1855) y las leyes bancarias de 1856, que dieron

lugar a la creación del actual Banco de España.

Durante el Bienio Progresista estallaron conflictos sociales:

• Problemas con las cosechas en Andalucía y Extremadura.

• El trigo español se exportaba y generaba escasez y miseria dentro del país

• Los obreros en Cataluña se unen en la 1ª Huelga General en Barcelona (1855) o practican el ludismo ante la

negativa del gobierno a la jornada de 10 h y la libertad de Asociación.

Como consecuencia de las huelgas y los motines se produjo una crisis en el Gobierno; el general O´Donnell fue el

encargado de acabar con la resistencia armada de la Milicia Nacional, que apoyaba los motines. Tras estos

acontecimientos, los progresistas dejaron de ser el ala izquierda del liberalismo; en adelante, el ala izquierda sería

ocupada por los demócratas. Era el final del Bienio Progresista

La alternancia entre los moderados y la Unión Liberal (1856-1868).

La principal preocupación de los gobiernos liberales en esta etapa fue restaurar el orden; se

produjo, durante algo más de una década, la alternancia en el Gobierno de los moderados y la

Unión Liberal. (Gobierno largo de O'Donnel de 1858-1863)

• Los moderados estaban dirigidos por Narváez.

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• La Unión Liberal era un nuevo partido creado y liderado por O´Donnell, que pretendía ser de centro y aglutinar a

los moderados de izquierda y a los progresistas. Este período se caracterizó por un liberalismo pragmático y realista

que no encontró excesiva oposición por parte de las élites sociales del país.

La etapa presentó los siguientes rasgos:

-La insistencia en el progreso económico como objetivo supremo de la política. Se incrementaron las inversiones

públicas y se llevaron a cabo algunas obras públicas de gran relevancia como el tendido ferroviario (1856-1866) y el

Canal de Isabel II (1858), que abastecería de agua a Madrid.

-Una política exterior de prestigio. Dirigida a restaurar el papel de España como potencia internacional y a fomentar

el nacionalismo en la opinión pública. Esta política se hizo de acuerdo con los intereses expansionistas de Francia y

el Reino Unido, que aportó pocas ventajas a España. La intervención militar más importante fue la de Marruecos

(1859-1860).

-Una política interior basada en los principios moderados de la Constitución de 1845, que, sin embargo, volvió a

fracasar en el intento de lograr la alternancia pacífica en el poder de los distintos grupos liberales.

Por un lado, los equipos ministeriales eran elegidos según el favor de la reina; para acallar a la oposición el

Gobierno reforzaba la represión. Por otra parte, prosiguieron los grupos que se consideraban marginados del

poder, como los progresistas, que colaboraron con los demócratas.

Las conspiraciones alentadas por progresistas y demócratas no iban dirigidas solo contra el Gobierno, sino contra la

reina misma. Entre estos disturbios destacó la protesta estudiantil conocida como la Noche de San Daniel (1865)

(con Narváez en el gobierno, el catedrático Emilio Castelar fue expedientado tras escribir un artículo titulado “El

rasgo”, donde criticaba a la reina. El rector de la Universidad Central se puso a su lado y una manifestación de

estudiantes acabó, tras la actuación de la fuerza pública, (los sucesos de la “noche de San Daniel”: 10 de abril de

1865).o la sublevación de los sargentos del cuartel de San Gil (en Madrid,1866). (O'Donnell responde fusilando a 66

sargentos)

Finalmente, las distintas fuerzas de oposición al régimen (Progresistas, republicanos, demócratas) se aglutinaron en

torno al General Prim y promovieron desde el exilio, un acuerdo de actuación, el Pacto de Ostende (Bélgica, 1866).

(El Pacto de Ostende fue la reunión de los progresistas, republicanos y demócratas cuyo objetivo era coordinar la

oposición y lograr el destronamiento de Isabel II, implantar el Sufragio Universal y convocar Cortes)

La situación de la Corona estaba deteriorada: Tras la muerte de O´Donnell (1867) y Narváez (1868), que eran los

principales apoyos de la reina, se adhirieron al pacto incluso los unionistas. Por último, la recesión económica de

1866-1868 (baja rentabilidad del ferrocarril, falta de algodón por la Guerra de Secesión de EEUU hunde la industria

textil catalana) aumentó el descontento general, especialmente en el ámbito empresarial y de los negocios. Todos

estos factores desencadenaron la revolución.

En 1868, se abrió un nuevo período “El Sexenio Democrático”, que constituyó el primer intento de establecer en

España una democracia en los términos en los que esta era entendida en el siglo XIX, es decir, basada en el sufragio

universal masculino.

3. La legislación económica de signo liberal

La eliminación de las trabas legales heredadas del Antiguo Régimen era una condición necesaria para liberalizar el

mercado de la tierra. En consecuencia, a partir de 1836 se adoptaron tres medidas fundamentales, que se habían

planteado ya en los anteriores intentos de revolución liberal:

a) La supresión de los mayorazgos (1836), que transformó los bienes vinculados a ellos, inalienables hasta

entonces, en propiedades plenas y libres en poder del titular de la familia correspondiente. Este en lo

sucesivo podría venderlas o donarlas. Pero también podría perderlas si se las embargaban por deudas.

Desaparecía así la protección de los patrimonios nobiliarios, que se habían mantenido a salvo de herederos

manirrotos y de acreedores.

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b) La abolición del régimen señorial (1837), que tenía una doble vertiente: por un lado, se anulaban todos

los derechos señoriales de carácter feudal (prestaciones y obligaciones personales de los campesinos hacia

los señores); y por otro, se transformaban las tierras de los señoríos en propiedades plenas y libres de sus

legítimos dueños. Pero las leyes del Antiguo Régimen eran a menudo confusas en conceptos como el de

propiedad. Uno de los grandes problemas radicaba en que podían reconocer al mismo tiempo dos derechos

diferentes sobre una misma tierra: el dominio útil del campesino, que la explotaba y la transmitía a sus

herederos; y el dominio eminente del señor, que podía exigir a los campesinos determinados tributos en

relación con las tierras que cultivaban. Ninguno de los dos tipos de dominio feudal se correspondía

exactamente con el concepto capitalista de propiedad plena, por lo que se planteaba la disyuntiva sobre

quién tenía más derecho a la tierra, si el señor o el campesino. Finalmente se dejó la resolución de cada

caso particular en manos de los tribunales, que en general otorgaron la propiedad a los antiguos señores,

en perjuicio de los campesinos. En consecuencia, la antigua nobleza no resultó perjudicada con la abolición

de los señoríos, y en algunos casos incluso aumentó su patrimonio al apropiarse de algunas tierras sobre las

cuales no tenía derechos claros en el Antiguo Régimen.

c Las desamortizaciones, que consistieron en la expropiación, por parte del Estado, de las tierras

eclesiásticas y municipales -hasta entonces amortizadas o en manos muertas- para su posterior venta a

particulares en pública subasta. En compensación por el patrimonio confiscado a la Iglesia, el Estado se

hacía cargo de los gastos del culto y del clero. El verdadero proceso de desamortización se desarrolló a

partir de 1837 en dos fases.

La desamortización eclesiástica de Mendizábal (1837-1849)

Como medida previa, en 1835 se disolvieron las órdenes religiosas, salvo las consagradas a la enseñanza o al

cuidado de enfermos, y sus fincas se declararon bienes nacionales, es decir, propiedad del Estado.

La desamortización de Mendizábal se inició en una etapa de gobierno progresista durante la regencia de María

Cristina, y consistió en la venta por subasta de las tierras expropiadas a la Iglesia, por lo que se la conoce también

como desamortización eclesiástica.

Sus objetivos, determinados por la crítica situación que atravesaba el país -primera guerra carlista y estado ruinoso

de la Hacienda-, fueron esencialmente tres:

a) Sanear la Hacienda, mediante la amortización parcial de la deuda pública.

b) Financiar los gastos de la guerra civil contra los carlistas.

c) Convertir a los nuevos propietarios en adeptos para la causa liberal, que necesitaba apoyo social frente a

la amenaza carlista.

Algunos historiadores han criticado que primara la finalidad fiscal sobre la reforma social, y se desaprovechara la

oportunidad de repartir las tierras entre los campesinos que las habían venido trabajando, como proponían algunos

contemporáneos.

La desamortización general de Madoz (1855-1867)

La segunda fase o desamortización general de Madoz (ley de1855) se inició durante el reinado efectivo de Isabel II,

en el periodo conocido como el bienio progresista, e incluía todo tipo de tierras amortizadas: las de la Iglesia aún no

vendidas de la desamortización anterior y las de propiedad municipal, principalmente.

La situación política y fiscal no era tan grave como durante la desamortización anterior, ya que la segunda guerra

carlista no supuso tanto gasto como la primera y el régimen liberal estaba más consolidado.

Por consiguiente, además de reducir la deuda pública, se pretendía destinar parte de los ingresos obtenidos a

financiar la construcción de las infraestructuras necesarias para modernizar la economía, en especial la red de

ferrocarriles.

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La reforma de la Hacienda (1845)

Como señalan algunos historiadores de la economía, solo se han hecho dos verdaderas reformas tributarias en

España: la de 1845 y la de 1977.

La de 1845, conocida como reforma Mon-Santillán, pues Alejandro Mon era el ministro de Hacienda y Ramón

Santillán el autor del plan de reforma, culminó los intentos de las Cortes de Cádiz y del Trienio Liberal de llevar a

cabo una reforma de la Hacienda basada en los nuevos planteamientos del liberalismo.

En este sentido, representó la superación definitiva de la caótica situación del Antiguo Régimen y el comienzo de

un sistema fiscal moderno, simplificado y racional, con una clara división entre los tipos de impuestos.

Sin embargo, esta profunda reforma de la Hacienda tampoco fue capaz de acabar con la crónica insuficiencia de

ingresos fiscales, a pesar de que todos los ciudadanos estaban obligados a contribuir, en consonancia con la nueva

concepción del liberalismo.

El impulso a la industrialización: la Ley de Ferrocarriles (1855)

Durante el siglo XIX, en España, como en otros países de Europa, se pretendió impulsar el proceso de revolución

industrial, que debería transformar la vieja estructura económica, esencialmente agraria, en otra nueva, basada en

el desarrollo de la industria y el comercio.

Para ello se siguió el ejemplo de países como Gran Bretaña, Bélgica, Francia o Alemania, cuyas redes ferroviarias

estaban revolucionando los transportes y la economía en su conjunto, al facilitar los intercambios y potenciar la

industria siderometalúrgica.

La primera línea que se creó fue la de Barcelona-Mataró (1848), pero hasta 1855 fueron escasos los tramos

construidos. El verdadero impulso se dio una vez más durante un gobierno progresista, con la Ley General de

Ferrocarriles (1855), conectada con la de Desamortización de Madoz del mismo año.

El objetivo era ofrecer un medio barato de transporte que estimulase la creación de industrias ante la facilidad de

los intercambios.

Pero la ley dejaba a la iniciativa de compañías privadas la construcción y explotación de los diferentes tramos de la

red y, para incentivarlas, ofrecía todo tipo de facilidades, entre ellas permitir la entrada de capital y materiales

extranjeros. Y al final, los resultados quedaron bastante lejos de las previsiones, como se estudiará en el bloque 8.

4. La nueva sociedad de clases.

La revolución liberal burguesa supuso la transformación de la sociedad estamental en la actual sociedad de clases

capitalista. La sociedad ya no se divide en estamentos cerrados, definidos jurídicamente y con derechos y

obligaciones diferentes.

El único criterio realmente importante de división social es el económico, que permite clasificar a la población por

su nivel de renta -clases altas, medias y bajas- o por su papel en el proceso de producción -burguesía industrial,

clase obrera, etc. Además, las clases sociales son abiertas, y el ascenso o descenso de una a otra -lo que se

denomina movilidad vertical- viene determinado por los cambios en la situación económica del individuo, y no por

decisiones ajenas a él, como en la sociedad estamental cuando, por ejemplo, el rey concedía un título de nobleza.

La nueva clase dominante

La media y baja nobleza del Antiguo Régimen tendieron a desaparecer y a fundirse en las nuevas clases sociales

correspondientes a su nivel de riqueza.

En cambio, la alta nobleza conservó sus títulos, aunque con carácter meramente honorífico -sin privilegios

feudales-, y se integró en los grupos dirigentes de la nueva sociedad en razón de sus propiedades territoriales y de

sus negocios.

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Como ya se ha estudiado, los nobles que poseían señoríos en el Antiguo Régimen en general salieron favorecidos

por la forma en que se abolió en España el régimen señorial, ya que se apropiaron de tierras sobre las cuales tenían

derechos más que dudosos, suponiendo que tuvieran alguno.

La alta burguesía fue la nueva clase que emergió al beneficiarse con la compra de las tierras desamortizadas y con

las inversiones en ferrocarriles e industrias. Se constituyó así una oligarquía terrateniente, industrial y financiera,

resultado de la alianza -a veces incluso matrimonial- entre la vieja nobleza y la nueva burguesía propietaria. Esta

oligarquía se erigió en clase dominante del nuevo régimen liberal.

Clases medias, campesinado y proletariado

Las clases medias eran un grupo heterogéneo formado por la pequeña burguesía (pequeños comerciantes,

pequeños empresarios), funcionarios y profesionales liberales. En España constituían un grupo menos numeroso

que en otros países de Europa más desarrollados económicamente.

El campesinado seguía representando la mayoría de la población, por el escaso desarrollo industrial. En el sur

abundaban los jornaleros agrícolas -por el predominio de los latifundios-, cuyas duras condiciones de vida fueron

causa constante de conflictos.

De hecho, los campesinos fueron los grandes sacrificados de las reformas liberales, ya que no se reconocieron sus

derechos sobre las tierras señoriales ni se les facilitó el acceso a las propiedades desamortizadas, lo que explica su

oposición al régimen y el apoyo de algunos sectores a la causa carlista.

El proletariado urbano, sobre todo en las zonas industriales -Barcelona, Vizcaya-, era la nueva clase en aumento,

aunque todavía minoritaria, que se nutría del éxodo rural y de los antiguos artesanos arruinados.

Esta etapa se denomina Sexenio Democrático porque constituyó el primer intento de establecer en España una

democracia en los términos en los que ésta era entendida en el siglo XIX, es decir, basada en el sufragio universal

masculino.

Todo comenzará con la Revolución de 1868 que provocará, entre otras cosas, la huida de la reina Isabel II a Francia,

y continuará con la introducción de novedosas fórmulas políticas y sociales más allá del liberalismo (la democracia,

la república y el federalismo) para integrar a las masas populares en el nuevo Estado nacional. La experiencia, no

obstante, fracasó.

3. El Sexenio Democrático.

1. La revolución de 1868 y la caída de la monarquía isabelina

La caída de la monarquía de Isabel II se debió al progresivo monopolio del poder político que ejercía el partido

moderado, negando la participación política a otros grupos (todo ello con la complicidad de la propia reina).

Finalmente, esos grupos (progresistas y demócratas) terminaron firmando el pacto de Ostende (1866), al que se

une después la Unión Liberal, por el que se comprometían a movilizarse para derrocar a Isabel II. La conspiración,

que termina triunfando, fue preparada por el general Juan Prim. En Cádiz, en septiembre de 1868, un grupo de

generales, entre ellos Prim y Serrano, a los que se une el almirante Juan Bautista Topete, se pronunciaba contra el

régimen de Isabel II. Lanzaron al país un manifiesto con la esperanza de contar con el apoyo de la sociedad

española, que concluía con el grito de “¡Viva España con honra!”.

Antes de terminar el mes, el día 28, el general Serrano triunfaba en la batalla de Alcolea (Córdoba) sobre las fuerzas

gubernamentales, dirigidas por el general Novaliches. La reina que se encontraba en San Sebastián, donde

veraneaba, abandonaba con su corte el país, el día 30, en dirección a Francia. Al mismo tiempo que se producía

este pronunciamiento militar otra revolución, de signo popular, surgía paralelamente en multitud de ciudades

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españolas donde se constituían Juntas Revolucionarias. En ellas, apoyadas por demócratas y republicanos, se

defendían medidas avanzadas como el sufragio universal, la abolición de los consumos y de las quintas.

España iba a iniciar la primera experiencia democrática de su historia.

El Gobierno Provisional

En la revolución participaron los partidos firmantes del pacto de Ostende, pero alcanzado el poder, surgieron las

desavenencias.

A comienzos de octubre se formó un gobierno provisional presidido por el general Serrano, con ministros

progresistas y unionistas, en el que figuraban, entre otros, Prim, Sagasta, Ruiz Zorrilla y Figuerola. Sin embargo,

quedaban excluidos los demócratas, que tenían una gran influencia en las populares juntas revolucionarias, desde

las que se reclamaba la implantación de derechos democráticos y la supresión de los consumos y las quintas. Las

primeras medidas del gobierno se encaminaron a la disolución de las Juntas Revolucionarias (controladas por los

demócratas) mientras se hacían llamadas al “mantenimiento del orden”. A través del ministro de Hacienda

Laureano Figuerola, se aprobó la nueva unidad monetaria (la “peseta”) y la supresión de los consumos

introduciendo a cambio un tributo personal, que debía ser proporcional a la renta de cada contribuyente. Este

impuesto fue siempre muy impopular entre las clases populares y fue siempre una de las premisas del Partido

Demócrata. Pero suponía un importante ingreso para los Ayuntamientos. En enero de 1869 se celebraron las

elecciones a Cortes constituyentes, aplicándose el sufragio universal para los varones mayores de 25 años.

El Gobierno disolvió las juntas a cambio de cumplir la mayor parte del programa demócrata con la excepción del

asunto de las quintas. Esto provocó la escisión del Partido Demócrata en dos facciones:

A) Los cimbrios. Estaban dispuestos a cooperar con el gobierno al margen del régimen político (monarquía o

república), siempre que se respetase la democracia.

B) Los republicanos. Creían indispensable, para garantizar la existencia de una democracia en España, la

implantación de una república federal (2).

Las Cortes constituyentes.

El gobierno provisional convocó elecciones (las primeras en España con sufragio general directo masculino) a Cortes

constituyentes en enero de 1869. En este contexto las fuerzas políticas en las Cortes eran las siguientes:

-Los carlistas. Constituían la extrema derecha de la asamblea; eran antidemócratas pero aceptaron el juego

parlamentario de forma temporal.

-Los moderados. Apoyaban el regreso de los Borbones y la vuelta de la Constitución de 1845. Como

reivindicaban la restauración monárquica, encarnada en Alfonso (hijo de Isabel II), recibieron el nombre de

alfonsinos. A partir de 1873 su líder fue Antonio Cánovas del Castillo.

-Los gubernamentales. Los unionistas, progresistas y demócratas cimbrios apoyaban al Gobierno.

Representaban el centro político y defendían una monarquía parlamentaria y democrática, basada en la

soberanía nacional y en un Gobierno elegido por las Cortes y responsable ante ellas. Buscaron un candidato

al trono que no fuera Borbón. Vencieron en las elecciones por mayoría, pero tras aprobar la Constitución

de 1869 acabaron disgregándose.

-El Partido Republicano Federal. Se encontraba a la izquierda y era el segundo en número de diputados. En

su programa, además del cambio de régimen, incluía la abolición de quintas, la supresión de la esclavitud

en las colonias y una legislación que protegiera a los trabajadores. Su propuesta federal le proporcionaba

un gran apoyo en Aragón, Cataluña, Valencia y Andalucía.

La Constitución de 1869.

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El principal objetivo de las Cortes fue elaborar una Constitución que trazara las líneas generales de un nuevo

régimen, abriendo un debate sobre la forma de gobierno en España (monarquía o república) que llenó la campaña

electoral.

Los resultados electorales aseguraban la opción monárquica, aunque los republicanos obtuvieron una excelente

representación, casi todos federales. Carlistas y moderados, por último, contrarios a la revolución, alcanzaron

escaños.

Tras dos meses de debate, la nueva Constitución fue promulgada en junio de 1869:

• primer texto democrático de la historia de España y uno de los más avanzados de la Europa de su

tiempo.

• Proclamaba la soberanía nacional e instauraba una monarquía “democrática”, que los republicanos

combatieron con ardor en el debate.

• Incorporaba una amplia declaración de derechos y libertades: reunión, asociación, expresión,

sufragio universal, libertad de cultos, autorizándose “el ejercicio público y privado de cualquier otro culto”.

• El Estado, no obstante, se obligaba al mantenimiento del culto y el clero católico, pero por primera

vez decretó la libertad religiosa.

• Las Cortes eran bicamerales, Congreso y Senado.

• Elegidos ambos por sufragio universal; no obstante, para entrar en el Senado se requerían ciertas

condiciones (tener 40 años y haber desempeñado funciones públicas importantes o estar entre los mayores

contribuyentes de cada provincia).

• La función legislativa, “hacer las leyes”, correspondía a las Cortes, mientras al rey solo le tocaba

sancionarlas y publicarlas.

• Se estaba, por tanto, ante una monarquía nueva, democrática, que ejercía el poder ejecutivo, sin

atribuciones en el ámbito legislativo, aunque si contaba con la potestad de disolver las Cortes.

• A pesar de que consignaba los principios básicos de la revolución (sufragio universal y libertades), la

Constitución tuvo un fuerte rechazo. Los republicanos se oponían al principio monárquico y al

mantenimiento del culto católico y los católicos, por su parte, rechazaban la libertad religiosa.

2. La búsqueda de alternativas políticas, la monarquía de Amadeo I, la Primera República

La regencia de Serrano. (Junio 1869- Noviembre1870)

Aprobada la Constitución, el general Serrano fue elegido regente (15 de junio), mientras Prim asumía la jefatura del

gobierno. El nuevo régimen tuvo que afrontar una serie de graves problemas entre los que destacaron:

A) Las insurrecciones populares y republicanas. En el último tercio del siglo XIX muchos trabajadores

identificaban el término república con cambios estructurales profundos. A las reivindicaciones de los

trabajadores se unieron las de los intransigentes del Partido Republicano Federal. Como consecuencia, no

tardaron en estallar sublevaciones republicanas en Cádiz, Málaga y Jerez. La más importante fue la que se

produjo entre septiembre y octubre de 1869 en Cataluña, Valencia y Andalucía. A estos conflictos se

añadieron los motines de subsistencia, los promovidos contra las quintas y las huelgas industriales

organizadas. Estaban a favor de una España federal y al defendían la supresión de las quintas y del

impuesto de consumos, ahora sustituido por el de tributación personal, contaban con el apoyo de las masas

populares.

B ) Los problemas de la Hacienda. Laureano Figuerola, ministro de Hacienda, intensificó las medidas

liberalizadoras del Bienio Progresista: estableció la peseta como única moneda nacional (1868),

instrumento indispensable para la creación de un mercado interior unificado y aplicó los principios del

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liberalismo al intercambio comercial exterior, rebajando los aranceles aduaneros (arancel Figuerola en

1869), en contra de los intereses proteccionistas, con el rechazo de la industria catalana. El problema fue

que no abordó ninguna reforma fiscal, por lo que el volumen de la deuda pública no se redujo.

C) La Guerra de Cuba.

D) La búsqueda de un rey. No fue fácil y para ocupar el trono español se pensó en distintos candidatos,

pero finalmente fue elegido Amadeo, de la casa italiana de Saboya, hijo del rey de la recién unificada Italia.

El gobierno de Prim se decidió por Amadeo de Saboya y tras aceptar éste la corona española, el nuevo

monarca obtuvo el reconocimiento de las Cortes. Amadeo I, desembarcó en España (30 de diciembre de

1870), su principal valedor, Prim, había sido asesinado en Madrid.

LA MONARQUÍA DE AMADEO I. (Noviembre 1870Febrero 1873)

El reinado de Amadeo I duró dos años, desde enero de 1871 (cuando juró la Constitución) a febrero de 1873. Este

monarca fue considerado un intruso por los partidarios de los Borbones, tanto carlistas como isabelinos; también

tuvo el rechazo de los adeptos a la República. Amadeo I encontró, pues, escasos apoyos políticos y sociales. Fue

elegido rey por el empeño del general Prim.

Amadeo de Saboya desembarcaba en Cartagena el día 30 de diciembre de 1870. En ese mismo día fallecía Prim,

víctima de un atentado sufrido en Madrid tres días antes. Desaparecía así su principal valedor y ello privó a Amadeo

de un apoyo muy necesario, máxime cuando sus herederos políticos, Sagasta y Ruíz Zorrilla, ambos progresistas,

mantenían diferencias hasta terminar dividiendo al partido progresista en dos grupos:

-El Partido Constitucionalista, a la derecha del sistema, con Práxedes Mateo Sagasta al frente.

-El Partido Radical, a la izquierda, liderado por Manuel Ruiz Zorrilla.

Mientras, para complicar más las cosas, había que hacer frente a la guerra de Cuba, que seguía, y a la nueva

insurrección carlista, la tercera guerra (1872-1876), iniciada cuando Carlos VII, nieto de Carlos María Isidro, entraba

en España por Navarra con la intención de imponer al nuevo rey sus derechos al trono.

El reinado de Amadeo de Saboya se caracterizó por la inestabilidad política; en dos años, en efecto, se suceden seis

gabinetes ministeriales y se convocan tres elecciones a Cortes (una en 1871 y dos en 1872). A la propia debilidad

interna del nuevo régimen hay que añadir las presiones que iba recibiendo por fuerzas de derecha e izquierda.

Amadeo se encontró ante un amplio frente de rechazo, que terminó contribuyendo a que decidiera renunciar al

trono español.

Por la derecha: carlistas, lanzados a la guerra, activos en el País Vasco y Navarra; "alfonsinos", donde se ubicaba la

aristocracia madrileña, partidarios de la vuelta de los Borbones en la figura de Alfonso, hijo de Isabel II; el clero, que

consideraba al rey –por ser Saboya– enemigo del papado y responsable de la reducción territorial de la Santa Sede;

y finalmente la alta burguesía y los industriales catalanes preocupados por las políticas que pudieran adoptar los

gobiernos ante la guerra de Cuba, por la reforma arancelaria de 1869 y por las acciones radicales del movimiento

obrero.

Por la izquierda: los republicanos, a favor de cambios avanzados en lo político y económico, además de

anticlericales; y las sociedades obreras españolas, que se habían incorporado a la Asociación Internacional de

Trabajadores (AIT) y estaban viviendo las diferencias entre Marx y Bakunin, apostando mayoritariamente a favor de

este último, por tanto, defendían la postura apoliticista, de no participación en la vida parlamentaria. A principios

de 1873 Amadeo I, consciente de su escasa implantación e impresionado por el atentado que había sufrido en julio

de 1872, buscó un pretexto para su abdicación. Lo encontró en un conflicto entre el Gobierno de Ruiz Zorrilla y el

Ejército (cada vez más dispuesto a dar un golpe de Estado). La oposición del rey a la aprobación de una ley

propuesta por el gobierno, entonces presidido por Ruíz Zorrilla, que reformaba el arma de artillería.

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Amadeo decidía renunciar a la corona, el establecimiento de la República se convirtió en una solución de urgencia

pactada entre los radicales de Ruiz Zorrilla y los diputados republicanos. El Congreso y el Senado, en sesión

conjunta, constituida en Asamblea nacional, asumía todos los poderes y proclamaba la República.

LA PRIMERA REPÚBLICA (Febrero 1873- Diciembre 1874)

La Primera República (1873-1874) fue proclamada por las dos cámaras legislativas reunidas el 11 de febrero de

1873.

Además, la República no goza de mucha simpatía entre:

• Carlistas, que continúan librando su III GuerraCarlista

• Moderados y Conservadores, que lo consideran un régimen revolucionario

• Alfonsinos, que tienen cada vez más apoyos entre las clases medias

España iniciaba una nueva andadura política cargada de tensiones, porque sus partidarios poseían distintas y

enfrentadas concepciones de lo que debería ser el nuevo régimen.

Fundamentalmente estas contradicciones se resumían en la confrontación entre radicales y federalistas:

-Los Unionistas o Radicales entendían la República como un estado unitario que continuase el proceso

centralizador y liberal de la Constitución de 1869. Nicolás Salmerón o Emilio Castelar

-Para los Federalistas había que transformar en profundidad la estructura territorial del Estado, mediante

una fuerte descentralización política y administrativa y una nueva concepción de las relaciones sociales. Pi y

Margall.

Dentro del federalismo también había diferencias:

• Unos defendían la legalidad, querían seguir la vía constitucional como camino hacia el

establecimiento de una federación administrativa. Concebían la federación a partir de unas Cortes

constituyentes (desde arriba)

• Los más exaltados, los federales “intransigentes”, deseaban implantar un Estado federal de abajo

arriba, es decir, a partir de los cantones, sin esperar a los mecanismos que viniera a regular la nueva

Constitución. Buscan la federación de estados; los que la veían como resultado de un pacto municipal y

regional (desde abajo).

La República federal. (Febrero-Julio 1873)

Su primer presidente fue Estanislao Figueras. Las tensiones entre ambos grupos se sucedieron, lo que llevó a los

radicales a intentar un fracasado golpe de Estado. También quedaron convocadas las elecciones a Cortes

constituyentes que debían decidir si la República sería unitaria o federal. Celebradas en el mes de mayo triunfan los

republicanos federales, pero con un alto porcentaje de abstención.

Las Cortes se inauguraron el 1 de junio y en su primera votación se acordó proclamar la República Democrática

Federal, aprobada casi por unanimidad pues solo hubo dos votos en contra, ante la no concurrencia de los demás

partidos, que pretendían así negar legitimidad al régimen.

Los republicanos se quedaron solos en el Gobierno.

En este contexto de confrontación, el nuevo Gobierno, por presidido Pi i Margall, inició el proceso de elaboración

de una Constitución que se plasmó en un el proyecto constitucional (1873) , que, por primera vez, expresaba el

concepto de soberanía popular.

• Establecía una república federal y la soberanía popular

• La separación radical entre Iglesia y Estado. Estado Laico.

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• Se instituía el Senado como cámara de representación territorial de los 17 estados federados.

• Además de los 3 poderes recogía un cuarto poder, (“Poder de relación”) ejercido por el Presidente

de la República

• El jefe del Estado era el presidente de la República. (Durante el breve período republicano y ante el

vacío de poder el Presidente el gobierno y el de la República siempre fue el mismo)

• La mayor aportación fue en el ámbito de la legislación social y de la protección de los obreros: ley

que prohibía el trabajo a los menores de 16 años (no se aplicó en la práctica); incluía un proyecto de

creación de jurados mixtos de patronos y obreros para dirimir los conflictos laborales y la reducción de la

jornada laboral a 9 horas.

• La nueva división territorial, 17 estados (incluidos Cuba y Puerto Rico), no fue muy afortunada a

juzgar por las protestas y enmiendas que produjo. Cada estado podía elaborar su constitución, tenía sus

poderes legislativo, ejecutivo y judicial.

• Clara influencia de la Constitución de Estados Unidos

Pero el texto nunca llegó a entrar en vigor, pues la República sufrió un doble acoso:

1)El primero estuvo definido por la intensificación de conflictos preexistentes, como la Guerra Carlista, la

sublevación en Cuba o la oposición de los sectores de la Internacional obrera. Esta coyuntura fue aprovechada por

la creciente oposición borbónica, liderada por Antonio Cánovas del Castillo.

2)El segundo vino de los republicanos intransigentes, que impulsaron a partir del verano de 1873, un movimiento

federalista espontáneo que pretendía establecer de manera inmediata y directa la estructura federal del estado,

combinada con algunas medidas de carácter social. Este movimiento fue conocido como cantonalismo porque se

formaron cantones (municipios autónomos) en Levante, Murcia y Andalucía. El cantonalismo fue, en general, una

revolución protagonizada por una clase media radicalizada con participación de trabajadores de las ciudades. Esta

sublevación fue sofocada en un breve espacio de tiempo a excepción de la de Cartagena que provocó la caída del

Gobierno encabezado por Pi i Maragall, sustituido por Nicolás Salmerón en julio de 1873.

La República unitaria.(Julio 1873-Enero 1874). La Dictadura de Serrano (Enero-Diciembre 1874):

En efecto, el nuevo gobierno, presidido por Nicolás Salmerón, a través de los generales Pavía (en Andalucía) y de

Martínez Campos (en la zona de Valencia), puso fin a la insurrección cantonal, menos en Cartagena, donde los

cantonales, al contar con la escuadra y el arsenal, se hicieron fuertes.

Salmerón dimitió a comienzos de septiembre por problemas de conciencia –no quiso firmar unas penas de muerte

contra un soldado y un cabo que se habían pasado a los carlistas-; el 6 de septiembre era elegido como nuevo

presidente del gobierno Emilio Castelar, dispuesto a seguir profundizando en la vía del restablecimiento del orden.

Reforzó al ejército, se enfrentó a los cantonalistas de Cartagena y a los carlistas del norte. Los gobiernos de Nicolás

Salmerón y de Emilio Castelar representaron un viraje conservador de la República y el abandono definitivo del

proyecto federal. Castelar obtuvo plenos poderes para gobernar por decreto, esto decir, de forma autoritaria. Ante

esta situación los republicanos intransigentes provocaron su caída mediante una moción de censura. En efecto, en

las Cortes, en la noche del 2 al 3 de enero de 1874, cuando Castelar acababa de dimitir, al ser derrotado en una

moción de confianza, y se procedía a votar al nuevo gobierno, las tropas del general Manuel Pavía , con fuerzas de

la Guardia Civil, irrumpían en el Congreso dispersando a los Diputados. Con este golpe de Estado quedaban

disueltas las Cortes constituyentes poniéndose fin a la I República. Se abría un período de transición, la dictadura

del general Serrano (Enero-Diciembre 1874) que dará lugar a la Restauración Borbónica.

Formalmente continuaba existiendo un régimen republicano, pero sin Constitución en vigor: la de 1873 no se

aprobó y la de 1869 estaba en suspenso, lo mismo que las Cortes, que se clausuraron indefinidamente. En estos

meses se consolidó la conspiración alfonsina, y las élites económicas, nobiliarias y militares incrementaron su

apoyo a Antonio Cánovas del Castillo. El propio príncipe hizo un manifiesto (Manifiesto de Sandhurst, 1 de

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diciembre), redactado por Cánovas, anunciando su disponibilidad a volver a España respetando el régimen

constitucional.

El 29 de diciembre de 1874 el general Arsenio Martínez Campos dió un golpe de Estado en Sagunto y proclamó al

príncipe Alfonso como rey de España. Los Borbones volvían al trono seis años después de la salida de Isabel II.

3. La guerra de Cuba.

En Cuba existía un movimiento liberal de cierta importancia, compuesto por pequeños y medianos propietarios de

tierras y clase media en general. En principio solo aspiraban a una mayor autonomía de la isla que les permitiera

adoptar decisiones acordes con sus intereses. Sin embargo, la insensibilidad española ante sus peticiones, empujó a

este sector de la sociedad cubana del reformismo a la revolución independentista.

La guerra se inició el 10 de octubre de 1868, poco después del triunfo de la revolución en España y de la

instauración del gobierno provisional. Y durante el Sexenio la política respecto a Cuba fue de una gran torpeza, ya

que se limitó a una estrategia de guerra sin cuartel, de muy pobres resultados por dos razones:

a La insuficiencia de recursos militares que España podía dedicar a Cuba.

b El apoyo encubierto de Estados Unidos, cuyas inversiones en el negocio azucarero cubano le hacían

aspirar al control directo de la isla sin el obstáculo de España.

El conflicto cubano permaneció abierto durante todo el Sexenio, añadiendo nuevas dificultades, en este caso

externas, al complejo proceso político de la Península.

Había estallado la llamada “guerra de los diez años” (1868–1878) a favor de la independencia de Cuba (“grito de

Yara”, 10 de octubre). Duró una década (1868-1878) y se inició como una sublevación de la minoría

independentista de la isla de Cuba, liderada por el hacendado Carlos Manuel de Céspedes. La insurrección estalló

en Yara en octubre de 1868. El conflicto se limitó al este de Cuba y consistió en el hostigamiento mediante

guerrillas de las tropas peninsulares. La guerra finalizó con la Paz de Zanjón (1878). Como consecuencia, los

hacendados fieles a España temieron que se produjeran en Cuba cambios políticos y sociales (como la abolición de

la esclavitud). Por este motivo conspiraron en favor de la causa alfonsina.

4. La tercera guerra carlista

La tercera guerra carlista se inició con el levantamiento en armas de los partidarios de Carlos VII, que años antes

había hecho públicas sus pretensiones.

Los principales escenarios de la guerra fueron, una vez más, el medio rural de las Vascongadas, Navarra y Cataluña;

y con menor incidencia, Aragón, Valencia y Castilla. Esta nueva contienda fue un importante factor de

desestabilización de la monarquía democrática de Amadeo y de la Primera República.

5. La insurrección cantonal.

La insurrección cantonalista2 fue un movimiento político y social, de muy escasa duración (apenas un mes, salvo en

el cantón de Cartagena), pero de tal intensidad, en cuanto al estado de desorden que generó en el país, que

constituyó uno de los principales factores del fracaso de la Primera República.

Aunque hubo algunos precedentes desde los inicios del Sexe¬nio, la rebelión comenzó en julio de 1873 con la

proclamación del cantón de Cartagena, cuando era presidente de la República el federalista Pi i Margall. En los días

siguientes el movimiento se extendió y se organizaron cantones por toda la Península, en especial por Levante y

Andalucía.

Tras la caída de Pi i Margall y el giro conservador de la República con Salmerón, los cantonalistas proclamaron en

Cartagena un gobierno provisional de la Federación Española y declararon la guerra a Madrid. Pero la estrategia de

Salmerón de emplear a fondo la fuerza militar dio pronto resultados: cayeron uno a uno los diferentes focos y a

mediados de agosto la insurrección estaba prácticamente sofocada. Solo el cantón de Cartagena consiguió resistir

hasta enero de 1874.

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Desde un punto de vista ideológico, resulta difícil establecer un ideario común a los múltiples brotes de sedición del

cantonalismo. Las proclamas, manifiestos y declaraciones presentan, a veces en confusa mezcolanza, diferentes

ingredientes ideológicos: republicanismo federalista, socialismo utópico, anarquismo radical. No obstante, más que

las ideas -no siempre claras-, lo que mejor definía a algunos de los cantones sublevados era su intención de

impulsar una auténtica revolución social, con métodos radicales, pero con un acusado carácter localista y

espontáneo, a menudo falto de organización. Esto explica la relativa facilidad con que fueron reprimidos en cuanto

desde el poder hubo una verdadera voluntad de hacerlo.

4. Los inicios del movimiento obrero español.

1. Las condiciones de vida de obreros y campesinos.

Las condiciones de vida de la clase obrera en el siglo xix eran especialmente duras: jornadas superiores a las doce

horas, trabajo de mujeres y niños con menos salario, inseguridad laboral que acarreaba numerosos accidentes,

falta de higiene en trabajo y viviendas; e inexistencia, por supuesto, de todas las prestaciones asociadas al actual

Estado moderno (pensión de jubilación, baja por enfermedad, seguro de desempleo, asistencia sanitaria, etc.).

En cuanto a las condiciones del jornalero agrícola, eran aún peores que las del obrero: salarios de hambre, paro

estacional y carencia absoluta de tierra propia. En consecuencia, muchos pretendían huir del hambre emigrando a

los centros industriales, y otros optaban por soluciones desesperadas, como la ocupación violenta de tierras o el

bandolerismo.

Hasta 1868 el movimiento obrero español se circunscribió casi en exclusividad a Cataluña, con manifestaciones

aisladas y violentas -destrucciones de máquinas, incendio de la fábrica El Vapor de Barcelona- o la creación de

mutualidades obreras para cubrir las necesidades básicas de sus asociados en caso de enfermedad o vejez, pero

también en caso de huelgas.

En cuanto a las agitaciones campesinas, ocurrieron sobre todo en Andalucía, zona de latifundismo y de jornaleros

agrícolas, y respondían casi siempre al mismo esquema: el hambre empujaba a la ocupación ilegal de tierras, pero

el carácter localizado y la escasa o nula organización del movimiento facilitaba la intervención militar y la represión.

La Guardia Civil se creó en 1844, precisamente para luchar contra estas prácticas y garantizar la propiedad y el

orden en el medio rural.

2. La Asociación Internacional de Trabajadores y el surgimiento de las corrientes anarquista y socialista.

La Asociación Internacional de Trabajadores (AIT) se fundó en Londres en 1864, con la intención de coordinar los

esfuerzos de todos los trabajadores del mundo en su lucha contra el capitalismo.

El manifiesto inaugural y los estatutos fueron elaborados por Marx, pero junto al pensamiento marxista, surgieron

en el seno de la Internacional otras posiciones ideológicas, entre las cuales destacaba la corriente anarquista,

encabezada por Bakunin.

La fricción entre anarquistas y marxistas se debía a dos diferencias fundamentales: una de objetivos, ya que los

anarquistas pretendían la abolición del Estado, y los marxistas su conquista por parte de los trabajadores; y otra de

estrategia, pues los anarquistas, al contrario que los marxistas, rechazaban la creación de partidos obreros y la

participación en el sistema político (elecciones, gobiernos, etc.), al que despreciaban por burgués.

Los conflictos fueron continuos entre los seguidores de ambas tendencias, hasta que en el Congreso de La Haya de

1872 se produjo la división definitiva del movimiento obrero internacional. En lo sucesivo los anarquistas de

Bakunin reivindicarían ser los legítimos continuadores de la AIT, a la que con el tiempo se conocería como Primera

Internacional o Internacional Anarquista. Y los socialistas de Marx acabarían fundando en 1889 en París, con motivo

del primer centenario de la Revolución francesa, la Segunda Internacional o Inter-nacional Socialista.

En España, el reconocimiento de la libertad de asociación desde el comienzo del Sexenio permitió a las

organizaciones obreras salir a la luz y expandirse.

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En 1868 Bakunin envió a Giuseppe Fanelli a España, para que organizara la sección española de la AIT, dentro de la

corriente anarquista. Y creó dos secciones locales: una en Madrid y otra en Barcelona.

Tres años después, en 1871, llegó a Madrid Paul Lafargue, yerno de Marx, con la intención de reconducir hacia el

marxismo a los internacionalistas españoles. Lo consiguió con un pequeño grupo de la sección madrileña, que

constituyó la Nueva Federación Madrileña, en la que estaba el tipógrafo Pablo Iglesias, futuro fundador del Partido

Socialista Obrero Español.

Comenzaba así la escisión del movimiento obrero español entre socialistas y anarquistas. Cuando en 1872 se

materializó de forma definitiva la separación entre ambas corrientes dentro de la Internacional, la Federación

Regional Española de la AIT se adhirió a los planteamientos de Bakunin y rechazó los marxistas: se consolidaba de

este modo el predominio de la corriente anarquista en el movimiento obrero español.

La Federación Regional Española, fiel a su apoliticismo anarquista, no quiso intervenir en las elecciones de la recién

instaurada República (1873), por lo que se desaprovechó la oportunidad de establecer un vínculo entre la clase

obrera y el nuevo sistema político.

Por último, el apoyo a la insurrección cantonalista y su fracaso supuso la muerte de la Federación: tras el golpe de

Pavía, la dictadura del general Serrano decretó la ilegalidad de la AIT y de las asociaciones obreras, que pasaron a la

clandestinidad.