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BOGOTA Primera impresión—La plazuela de San Victorino—El merca- do de Bogotá—La España de Cervantes—El callo—La hi- giene—Las literas—Las serenatas—Las plazas—Población. La elefantíasis—El Dr. Vargas Las iglesias--Un cura co- lorista—El Capitolio—El pueblo es religioso—Las procesio- nes - El altozano—Los políticos—Algunos nombres-La crónica social—La nostalgia del altozano. La primera impresión que recibí de la ciudad de Bogotá fue rns curiosa que desagradable. Na- turalmente, 110 me era permitida la esperanza de encontrar en aquellas alturas, á centenares de le- guas del mar, un centro humano de primer orden. Iba con el ánimo hecho á todos los contrastes, á todas las aberraciones imaginhles y con la deci- dida voluntad de sobrellevar con energía los in- convenientes que se me presentaran en mi nueva vida. Por tina evolución curiosa de ni¡ espíritu, mi primer pensamiento, cuando el carruaje empe- zó á rodar en las calles de la ciudad, fue para ci regreso. ¡Qué lejos me encontraba de todo lo míul Atrás quedaban las duras jornadas de mula, los so- focantes días del Magdalena y la pesada travesía en el mar. Habría que rehacer la larga ruta nueva- mente! Confieso que esa idea me hacia desfallecer.

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BOGOTA

Primera impresión—La plazuela de San Victorino—El merca-do de Bogotá—La España de Cervantes—El callo—La hi-giene—Las literas—Las serenatas—Las plazas—Población.La elefantíasis—El Dr. Vargas Las iglesias--Un cura co-lorista—El Capitolio—El pueblo es religioso—Las procesio-nes - El altozano—Los políticos—Algunos nombres-Lacrónica social—La nostalgia del altozano.

La primera impresión que recibí de la ciudadde Bogotá fue rns curiosa que desagradable. Na-turalmente, 110 me era permitida la esperanza deencontrar en aquellas alturas, á centenares de le-guas del mar, un centro humano de primer orden.Iba con el ánimo hecho á todos los contrastes, átodas las aberraciones imaginhles y con la deci-dida voluntad de sobrellevar con energía los in-convenientes que se me presentaran en mi nuevavida. Por tina evolución curiosa de ni¡ espíritu,mi primer pensamiento, cuando el carruaje empe-zó á rodar en las calles de la ciudad, fue para ciregreso. ¡Qué lejos me encontraba de todo lo míulAtrás quedaban las duras jornadas de mula, los so-focantes días del Magdalena y la pesada travesíaen el mar. Habría que rehacer la larga ruta nueva-mente! Confieso que esa idea me hacia desfallecer.

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La calle por donde el carruaje avanzaba condificultad, estaba materialmente cuajada de indios.Acababa de cruzar la plazuela de San Victorino,donde había encontrado un cuadro que no se meborrará nunca. En el centro, una fuente tosca,arrojando el agua por numerosos conductos colo•c;tdos circularmente. Sobre una grada, una grancantidad de mujeres del pueblo, armadas de unacaña hueca, en cuya punta había un trozo de cuer-no que ajustaban al pico del agua que corría porel caño así formado, siendo recogida en una án.fora tosca de tierra cocida. Todas esas mujeres te-nían el tipo indio marcado en la fisonomía; su trajeera una camisa, dejando libre el tostado seno y los

: brazos . y una saya de un paño burdo y oscuro. EnJa cabeza un pequeño sombrero de paja; todasdescalzas.

Los indios que impedían el tránsito del carruaje,tál!era su número, presentaban el mismo aspecto.Mirar tino, es mirar á todos. El eterno sombrerode paja, el poncho corto, hasta la cintura, pantalo-nes anchos, :1. media pierna y descalzos. Algunos,conel par de alpargatas nuevas, yá mencionado,cruzado la cintura. Una inmensa cantidad de pe-queños burros cargados de frutas y legumbres....y tina atmósfera pesada y de equivoco perfume.

Los bogotanos se reian.más tarde cuando lesnarraba la impresión de tui entrada y me explica-ban la razónHahíailegado en viernes, que es día

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de mercado. Aunque éste está abierto toda la sema-na, es los jueves y viernes cuando los indios agri-cultores de la sabana, de la tierra caliente y de lospequeños valles allende la montaña que abriga áBogotá, vienen con sus productos á la capital. Elmercado de Bogotá, por donde paso en este mo-mento y cid que diré algunas palabras para noocuparme más de él, es seguramente único el) elinundo por la variedad de lo.s productos que allí seencuentran todo el año. Figuran, al lado de lasfrutas de las zonas templadas, la naranja, el melo-cotón, la ma uza na, la pera, uvas, melones, sandías,albericoques, toda la infinita variedad de las frutastropicales, la guanábana, el mango, el aguacate, lachirimoya, la granadilla, el plátano.....doscientosmás cuyo nombre no me es posible recordar.Las primeras crecen CI) la Sabana y en los valleselevados, cu ya temperatura constante (de 13 fi J50

cerd.) es aniloga fi la de Europa y £. la nuéstra.Las scgun :ias brotan en lit caliente, parallegar íi la cual no hay más que descender de laSabana tinas pocas horas. Así, todas las frutasde la tierra ofrecida simultáneamente, todas fres-cas, deliciosas y casi sin valor venal. ¿No es unfenómeno único en el mundo? Un indio de la Saba-na puede darse en su comida el hijo fi que sólo al-canzan los más poderosos magnates rusos á cot;tde sumas inmensas y más completo aún.

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Al fin llego á las piezas que me han sido reteni-das en el 7vckey Club y torno posesión dz aqueFasala desnuda 1 la que me ligan hoy tántos recuer-dos y que no entreveo en mi memoria sin unaemoción de cariño y gratitud por los que me hicie-ron tan grata Ja vida en el suelo colombiano.

La ciudad. ... Me está saltando la pluma en lamano por hacer un cuadro engañador, mentir áboca llena y decir después á los que no me crean:allczy voir! Pero es necesario vencer el afecto queconservo á Bogotá y decir todo lo malo, pero sobretodo, lo curioso que tiene.

En los primeros días, me creí transportado á la España del tiempo de Cervantes. Las calles estrechasy rectas, como las de todas las ciudades americanas,por lo demás; las casas bajas y de tejas, con aquellosbalcones de madera que aún se ven en nuestraCórdoba, salientes, corno excrecencias del muro,pero muchos labrados primorosamente, como losde la casa solariega de los marqueses de Torrelagle,en Lima; las puertas enormes, de unciera tosca,cerradas por dentro en virtud de un mecanismo enel que una piedra atada al extremo de una cuerdahace el primer papel; el pavimento de las calles,de piedra no pulida, y por fin, el arroyo que correpor el centro, que viene ile la montana y cruza laciudad con su eterno ruido monótono, triste yadormecedor. Más de un momento de melancolíadebo al caña desolado, que parece murmurar una

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queja constante; es algo como ci rumor del aire enlos meandros de un caracol aplicado al oído.

Aunque de poca profundidad, el caño bastapara dificultar en extremo el uso cte los carruajescii las calles de Bogotá. Al mismo tiempo, com-parte con los chulos (los gallinazos del Perú) lasimportantes funciones de limpieza é higiene pú-blica, que la municipalidad le entrega con undesprendimiento deplorable. El día que, por unaobstrucción momentánea (y son desgraciadamentefrecuentes) el caño cesa de correr en tina calle, elalarma cunde cii las familias que la habitan, porquetodos los residuos domésticos que las aguas gene-rosas arrastraban, se aglomeran, se descomponenbajo la acción del sol, sin que su plácida ferruenta-cion sea interrumpida por la acción municipal,deslumbrante en su eterna ausencia. El vecino deBogotá, corno todos los vecinos de las ciudadesamericanas ' de algunas europeas, paga un fuerteimpuesto de limpieza, que en su totalidad no damenos de ciento cincuenta mil pesos fuertes, ca n

-tidad que h:istaria para in.tntener á Bogotá en in-mejorablernejorablc condición higiénica. Pero ¿desde cuán-do acá los impuestos municipales se empleanentre nosotros, nobles hijos de tos españoles, enel objeto que determine su percepción? Cuántopagaba hasta ¡lace poen un honrado vecino de lossuburbios de Buenos Aires en impuestos de empe-drado, luz y seguridad, para tener el derecho de

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llegar á su casa sin un peso en el bolsillo, trope-zando en las tinieblas y con el barro á la rodilla?

Si, la España del siglo xviii. . . En las esqui-

nas, de lado ti lado, la cuerda que sujeta, por lanoche, el farol de luz mortecina, que una piedrareemplaza durante el día. Al caer la tarde, el sere-no lo enciende y con pausado brazo lo elevahasta su triste posición de ahorcado. Cuántas ve-ces, cuando las sombras cubrían el suelo, me heechado á vagar por las calles! Un silencio absoluto,algo corno la apagada calma veneciana, sin el gri-to gutural y monótono de los gondoleros que sedan la voz de alerta. A veces, á lo lejos, un farolcuyo reflejo va dibujando caprichosos arabescosen el suelo; alumbra y precede. . . una silla demanos, que oscila cadenciosa al andar de los doshombres que la llevan. Es una señora que va t

una fiesta. Me detengo y busco en mi ilusión lospajes con antorchas ó el escudero armado que cie-rra la marcha. Ha pasado; mis ojos siguen incons-cientes el farol que se va alejando; su incierto res-plandor oscila aún, disminuye, se disipa. . . . Unasombra, algo que 110 he oído 1 ltgar, pasa á mi lado,

pegándose á la pared y produciendo el ruido es-pecial de las plantas desnudas batiendo presurosasla vereda; si la detenéis, os dirá siempre que vamuy apurada á la botica, porque la señora ó laprima está enferm-i- - - - Esas aves que cruzan en lasombra y que uno mira con atención para descu-

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brir si van montadas en un palo de escoba, rumboal sabbat, llevan en Bogotá el característico noin-bre de ¡jodieras. El ¡tocitiero llama el Dante alsombrío pasante de las almas perdidas.... Sientoun ni mor lejano, u ti apagado murm tirar, el tenuechoque de maderos contra las piedras. Avancemos;al doblar una esquina, aparecen Linos quince óveinte hombres, ocupados en colocar los atriles deuna orquesta frente á los balcones desiertos de unacasa envuelta en la oscuridad. Hablan quedo; unhombre, cuya juventud vibra en su anclar firLne yerguido, da sus últimas instrucciones en voz baja yva á perderse en la sombra de un portal, frenteal balcón que devora con los ojos. Lo imito y ob-servo.

Qué efecto profundo y penetrante el de losprimeros acordes y corno esas notas que han de irdulcemente 5 acariciar á la virgen que duerme yque despierta continuando el sueño en que creíaoir una voz impregnada de ternura, hablándole,con el acento de las cielos, de los amores de latierra!

¿Qué tocan? Oh, el bogotano es hombre debuen gusto y conoce los maestros divinos que hantrazado las rutas más seguras para llegar al corazónde la mujer! Es el Adiós ó la Serena/a de Schubert;el preludio de la Traviala, que surgiendo en el si-lencio con su acento tenue y vago, produce unefecto admirable; son sobre todo los tristes, los

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desolados bambucos colombianos, con toda la poe-sía de la música errante de nuestras pampas. Lué-go, al concluir, un valse brillante de Strauss, pararecordar sin duda algún momento pasado, cuan-do, los cuerpos unidos y los brazos entrelazados,en el rápido girar, el labio derramó al oído la pri-mer palabra del poema que la música está inter-pretando. .. - Al principio, la casa duerme; cuandoempieza la segunda pieza, un postigo se entreabrede una manera casi invisible en el halcón desiertoy un rayo imperceptible de luz, brotando de la os-cura fachada, a ci un cia discretamentemcii te que hay unoído atento y un pecho agitado. Luégo. . nadamás. Los músicos han partido, los raros pasantesatraídos se alejan, el silencio y las sombras recupe-ran su dominio y sólo queda allí el guardián denoche que ha gozado de la serenata, pensandotal vez en su nido calientito.

¿No es la España del pasado, lo repito? Id ádar una serenata en Buenos Aires, bajo la luz eléc-trica, en medio (le un millar de paseantes y encombinación con las cornetas de los framu'ays!

Uno de mis amigos de Bogotá, queriendo or-ganizar una serenata para la noche siguiente, llamóá un director (le orquesta especialista y le pidió supresupuesto. Este indicó un precio respetable,algo como cien pesos fuertes; mi amigo le observóque era muy caro, que así no podría repetirlas. Elartista, con la convicción de un zapatero de bou-

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levard, que dice al cliente reacio: "Fíjese en lasuela," contestó imperturbable:

—Ohl de la que yo do y, con una hasta!

A diferencia de Caracas, que ostenta su Calva-rio y su linda plaza de Bolívar, Bogotá no tienepaseos de ningún género. La plaza principal es uncuadrado de una manzana, sin 1111 árbol, sin ban-cos, frío '' desierto, algo como nuestra antiguaplaza ir de Septiembre. En el centro se levantauna pequeña estatua del Libertador, de pie, de unmérito artístico excepcional en esa clase de monu-mentos. Fue regalada al Congreso de Colombiapor el General París que la encargó á uno de losartistas italianos más famosos (le la época. La pre-fiero, en su elegante sencillez, en la pureza de suslineas, á todas las de Caracas y aun á nuestro SanMartín, á nuestro Belgrano y á ese deplorable cri-men artístico que para eterna vergüenza de Milletse levanta en la plaza de la Libertad.

Hay el pequeño sq:zarc Santander, muy biencuidado, lleno de árboles y en cuyo centro se en-cuentra la estatua del célebre general, pero que envalor arfístico está muy por debajo de la de su ilus-tre amigo y jefe. Desgraciadamente ese punto, quepodría ser un agradable sitio de reunión, está ge-neralmente desierto, corno sucede con la anchacalle de Las Nieves y la plazuela de San Diego, queen lo futuro serán un desahogo para Bogotá, cuya

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población aumenta sin cesar, sin que la edifica-ción progrese en relación.

Los libros en general dan óo,000 almas á Bo-gotá. Puedo afirmar que hoy la capital de Colom-bia tiene seguramente m\s de cien mil. Me ha bas-tado ver las enormes masas de gente aglomeradacon motivo de festividades religiosas ó civiles parafijar ci número que avanzo corno mínimum. Pero,Como he dicho, la ciudad no se extier&Ie á medi-da que la población acrece, lo tille empeora grave-mente las co:diciones higiénicas. Así, la gentebaja vive de una manera deplorable. Hay cuartosestrechos en que duermen cinco ó seis personaspor tierra; la bondad de aquel china fuerte y sanosalva sólo á la ciudad de una epidemia. Colombiatiene, sin embargo, su azote terrible, cuyo rápidodesenvolvimiento en los últimos tiempos ha he-cho que muchos homhrcs generosos hayan dadola voz de alerta, obligando á los poderes públicosá ocuparse en tan grave asunto. Es la espantosaelefantiasis de los griegos, cuya marcha fatal nadadetiene, la lepra temida, que aísla al hombre de lasociedad, lo cn:1?.erte en un espectáculo de horroraun para los suyos y pesa sobre ciertas familiascomo una mal rl ición bíblica. Los Estados de Bo-yacá y Santander son los uiá azotados, pero elmal, favorecido por la ausencia absoluta de lim-pieza en el indio, comienza á propagarse en la Sa-bana. No es sólo en las clases miserables en las que

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se echa; mis (le una faniflia distinguida tiene laherencia terriNe, sin que jamás las po''i-cs criaturasque la componen en riozct ci h s g 'Ces del hogar,porque el hombre que quiere for iiiailo se aleja conhorror de su umbral. Qué fuerza de voltiiitacl senecesita para luchar contra el ni,¡'! En algunaspáginas que producen una enincion profunda, elDr. Vargas, que hoy ha dedicado su vida al aliviode esa desventura, ha contado cómo fue atacadopor el mál en plena juventud, al t:rtn 1 nar sus es -tudios de medicina. Ahancloció la vida social, laciudad, y solo, errante cii lo c:'ilidos va'les de To-cainia ó cerca (le las riberas del M.ig'l:ticna, con]-batió al enemigo hora por hwa, sin un momentode desaliento. El ciclo le saurio y encontró unamujer generosa qu quiso compartir su misCi-ia.Al leer ese relati, qu parece una página arran-cada al inficrno de D;i:it, la mano busca incons-ciente ci puño d un revólver. ¡Oil! es ahí dondeSchopenhauer habría podido maldecir la z'1unteulpersistente y obstinada de vivir, que amn;trra alhombre á tales miserias. La energía indomabledel Dr. Vargas lo salvó; pero cuando salió de lalucha, la juventud bahía pisad') y s5lo quedaba enel alma un cariño inmenso por los que sufrían loque él había sufrido.

Siempre lic mirado con un supremo respeto aldistinguiclki mo escritor colombiano que tiene,como Prometeo, la cadena que lo aferra y el hui-

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tre que lo desoía, sin que su espíritu decaiga uninstante. En si¡ soledad, vive la vida intelectualdel mundo entero y con ci cuerpo marchitadopara siempre, conserva la frescura (le la inteligen-cia. Bendecidas sean las letras que así suavizan losdolores de la existencia!

El Gobierno de Colombia, como lo he dicho,se preocupa seriamente de ese mal que amenazacomprometer el porvenir del país. Es de esperar-se que sus progresos serán detenidos y al fin ce-derá á los esíuerzos perseverantes (le lit

De las capitales sLldanieric;Inas que conozco( y la única que me ¡alta es Quito), Buenos Aireses la menos bien dotada respecto á la arquitectii-ra de los templos, que datan de la dominación es-pañola. San Francisco y Santo Domingo son de-plorables y nuestra Catedral, á pesar de sus refec-ciones modernas, me hace el efecto de un galpónde ferrocarril al que se hubiera puesto un frontispi-cio pseudo—griego. Nunca he podido comprendertampoco por qué las iglesias que se construyenactualmente se hacen pesadas, sin majestad y singracia, cuando se tienen modelos como esa ma-ravillosa iglesia Votiva chi Viena, á la que el des-graciado Maximiliano ha vinculado su nombre.

Las iglesias de Bogotá son superiores á lasnuéstras de la misma época, si iii) como tamaño,seguramente como arquitectura. La catedral essevera y elegante; pero, á mi juicio, se lleva la

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palma el frente de la pequeña capilla que tiene allacio, senci l!o desnudo casi, con sus dos exiguoscampanarios en la altura, que acentúan la ¡ ni mi-table armonía del conjunto. En el canino á LasNieves, ha y tina iqlesia, cuyo nombre no recuerdo,totalmente cubierta al interior de madera labrada.Se cree entrar 5 la catedral de Burgos, dondb elBerruguete ha prodigado los tesoros de su cincelnlarat'i 1 loso, Ii 1 iqia na ciclo el tosco palo y dándole laexpresión s la vida del mármol 6 del bronce. Sólouna vvz fui allí y salí indignado, jurando no vol-

ver. Figtiraos q tic han pintachy de azul el admira-ble artesonado del techo! Un hombre con almade artista ha pasado muchos años tallando esasmaderas, ci tiempo cariñoso ha venido á comple-tar su obra, cotnuntcándolcs el tinte opaco y lus-troso, el aspecto vetusto que las lince inimita-bles....para que un cura imbécil y colorista arro-je sobre el las un tarro de añil di] nído, encontradoen un rincón de la sacristía!

Otro de los mor amentos de Bogotá, el másimportante por su tamaño, es el Capitolio, ó Paja-cid) federal. Fue eni pezaclo hace diez años, ha tra-

gado cerca de un ni ilIón de pesos fuertes y no sólono cstñ concluido, sino que creo no se conchil-rS jamás. El atcor cl,:] plano debe haber teni-do por ideal un dado gigantesco. Algo cuadrado,informe, plantado ahí como un monolito de laépoca de los cataclismos siderales. A la entrada,

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pero dentro de la línea de edificación, tina doce-na de enormes columnas que concluyen, trun-cas.... en el vacío. No sostienen itacla, no tienenmisión de sostener nada, no sostendrán jamásnada. Mi amigo Rafael Pombo, uno de los prime-ros poetas del habla española, pasa su vida miran-cid al Capitolio y haciendo proyectos de reformas.Los ministros le tiemblan cuando lo ven apareceren el despacho con su rollo bajo el brazo. Pomboquiere sacar las columnas á la calle, hacer un pe-ristilo, algo razonable y elegante. Un joven arqui-tecto italiano que ci gobierno ha contratado paraconcluir la obra, se ha comido yá todas las tiñas yel bigote mirando la esfinge. Mi humilde opiniónes que ha llegado el momento de llamar al ho•incópata, para satisfacción de la familia, porque tiCapitolio está mii y e u ferino y 1)0 le veo mejoríaposible.

Puesto que de iglesias he hablado antes, diréque el pueblo de Bogotá es sumameiile religioso ypracticante. El clero, cuyos bienes han sido secu-larizados, vive 1)1W), como cii los Estados Unidos,con loslos subsidios de los creyentes. Cuántas y cuánserias ventajas ofrece ese sistema sobre el de lasubvención oficial! La Tlesia adquiere mayor au-toridad moral, rcal zada por la espo ntanei dad de laofrenda y no se viola el principio de justicia queexige el empleo del impuesto común, en beneficiocomún. Las señoras, aunque pertenezcan á fami-

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has radicales acérrimas, son de una devoción ejem-plar y hacen á veces la religión amable para los másindiferentes. Recuerdo haber hecho, bajo una lluviatorrencial, un gran núrncro de estaciones un vier-nes santo, en adorable compañía; el paraguas eratina farsa, el viento nos azotaba la cara. . . perocon qué delicia hundía mi pie en los numerososcharcos de la vereda! Jamás adquiri un resfríocon más títulos á ini respeto y consideración.

No es raro saber en Bogotá que tal caballero,liberal exaltado, ateo y cai anarquista, tiene sus hi-jos en la escuela de Carrasquilla ó en la de Mallan-no, dos conservadores marca Felipe u. "Qué quie-re usted! Las mujeres! . ." (Ticen. Y un poquitoellos mismos,agregaré; siempre es bueno teneramigos que estén bien con el cielo, porque. sipor casualidad todas esas paparruchas fueran cier-tas! Se han visto tántas cosas en este pícaro mundo.

El bajo pueblo es fanático; los días de las gran-des fiestas, la puerta de La Catedral está sitiada porgrupos inmensos, que midean impacientes. Porfin la puerta se abre s' e entonces una de hombroy codo para ganar los buenos sitios, que permite álos más robustos ponerse al alcance de la vez delpredicador. Aunque de algún tiempo á esta partese han suprimido muchisimos detalles grotescosde las antiguas procesiones, aún lic visto figurarla representación plástica de las escenas de la pa-sión, el Señor bajo la cruz, las santas doloridas....

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y el judío, el pícaro judío, vestido á la romana,de nariz encorvada, frente estrecha, gran abundan -cia de pelo y ojos torvos, á quien el pueblo enseñael puño y pasaría por cierto un mal rato si los guar-chanes, vestidos como los penitentes de la SantaHermandad, con el sombrero de pico '.' el rostrocubierto, no estuvieran prontos á su defensa.

Pero, me diréis, ¿los bogotanos 110 pasean, notienen un punto de rcu nión, un club, una callepredilecta, algo corno los boulevares, nuestra calleFlorida, el Ring de Viena, el U nter cien Linchen deBerlín, el Corso che Roma, el Broadway de NewYork ó el Park-Corner de Londres? Sí, pero todoCii uno: tienen el altozano. Al/ozano es una palabrabogotana para designar simplemente el atrio deLa Catedral, que ocupa todo un lacio de la Plazade Bolívar, colocado sobre cinco ó seis gradas y deun ancho de diez Li quince metros. Allí, por la ma-ñana, tornando el sol, cuyo ardor mitiga la frescaatmósfera de la altura, por la tarde, de las ciii co ít lassiete, después c1e comer (el bogotano come á las cua-tro), todo cuanto la ciudad tiene de notable, en polí-tica, en letras ó en posición, se reúne diariamente.La prensa, que es periódica, tiene poco alimentopara el reporlaje en la vida regular y monótonade Bogot:; con frecuencia el Magdalena se ha re-gado con exceso, los vapores que traen la corres-pondencia se varan y se pasan dos ó tres semanas

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sin tener noticias del mundo. ¿Dónde ir á tornar

la nota del momento, el chisme corriente, la proba-

He evolución política, el comentario de la sesión

del Senado, en la que el macho Alvarez ha dicho

incendios contra el Presidente Núñez, á quien Be-

cerra ha defendido con valor y elocuencia? ¿ Dóndeir á saber si Restrcpo está en Antioqnia de buena

fe con los i ndepencliuntcs, ó lo que \Vilchcs piensa

hacer en Santander? Al ci /io7nlIo. Todo el mundoti do

se pasea de lado fi lacio. Allí un grupo de políticos

discutiendo inflamados. El Comité de salud públi-

ca (una asociación política de tinte radical) se ha

reunido por la tarde, ha habido discursos incen-

diarios, Felipe Zapata prepara un folleto formida-ble contra el último empréstito enajenando las

rentas del ferrocarril de Panamá; es acaso posibleque Núñez se vindique? Parece que en Popayán

no están coníentos con el Gobierno, lo que ha de-

terminado, por antagonismo, la adhesión de Cali;qué ha y de Zipaquirá? Dicen que los peones de

las salinas se están moviendo y. . . . llaseiiios.

¿Quién cs es hombre t tic cruza Cl altozano apu-rado, n tiran do eternamente ci reloj, con el sotnbrero alto á la nuca, c1elacIn, moreno, con unos

ojos brillantes como carbunclos, saludando fr todoel mundo y por todos saludado con cariño? Lo

sigo con ni irada afectuosa y llena de respeto, por-

que en ese cráneo se anida tina de las fuerzas

poéticas más vigorosas pie han brotado en suelo

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americano. . . . Es Diego Fallon (i), el inimitablecantor (le la luna vaga y iiistcriosa, de quien másadelante hablaré- Va ít dar una lección de inglés;hay que comer y el tiempo es oro. ¿Quién tiene lapalabra ó más bien dicho, quién continúa con lapalabra en el seno de aquel grupo? Es José MaríaSamper, que está hablando un volumen, lo que noimpide que escriba otro apenas éntrc á su casa.Allí viene un cuerpo cnj tito, una cara que 110 dejaver sino un bigote rubio, una perilla 'z un par (leanteojos.. . - Es un hombre que ha hecho soñará todas las mujeres americanas con Unas cuantascuartetas vibrantes como la queja de Safo....esRafael Pombo. Y Ca.riacho Roldán y Zapata, Mi-guel A. Caro 'i Si!v;t, Carrasquil la Y Marroquín,Salgar y Trujiflo, Esguerra y Escobar. ...todocuanto la ciudad encierra de ilustraciones en Japolítica, las letras s' las;ir mas. Más allá, un grupode jóvenes, la cr,ne de la cvi'me, según la expresiónvienesa que han adoptado. ¿ Hay programa paraesta noche? Y It S mil comentarios de la vida so-cial, los últimos ecos de li.i que se ha dicho 6 hechodurante el día en la Calle de Flonan 6 en la Ca-lle Real, Li cómo están los papeles, si es cierto quese vende tal halo cii la sabana, que Fulano ha vuel-to de Fusagasugá, clon (le estaba /cntperando, queZutano se va mañana Li pasar Liii I11CS en rrocia

y por qué será, y que á Pedro lo han rarticlo con

(1) Exijo quc pronuncirn Fúlan.

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la hoja suelta que le han echado; se la atribuyená Diego; mañana hay rifa en tal parte; qué buenala última caricatura de Alberto Urdaneta! ¿Cuándoacabará de escribir X.... vidas de próceres? Seestá organizando un paseo al Salto, de ambossexos. ¿Quién lo da?—Sabcn la descrestada deFulano? *

Una bolsa, un círculo hteraro, un areópago,una co/erie, un saóci de solterones, una conlisse (leteatro, un fonini, toda la actividad de Bogotá enun centenar de metros cuadrados: tal es el altoza-

no. Si los muros silenciosos de esa iglesia pudieranhablar, qué bien contarían la historia de Colombia,desde las luchas de precedencia y etiqueta de losoidores y obispos de la Colonia, desde las cróni-cas del Carnero bogotano, hasta las últimas cons-piraciones y levantamientos! Más de una vez tam-bién la sangre ha manchado esas losas, más deuna vez han sido teatro de luchas salvajes. El bo-gotano tiene apego á su a//oano, por la atmósferaintelectual que allí se re'pira, porque allí encrienIran mil oídos capaces de saborear nula ocurrenciaespiritual y de ciar 1e curso alos cii ;rtro Vientos.Mnia. de Stael en Coppet, suspirando por ci sucioarroyo de la rue dri Bac ó Fron–fron en Venecia,soñando con el bouln'anl, no son más desgracia-dos que el bogotano que la suerte aleja de su ciu-dad natal y sobre todo. . . del altozano.