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BOLETÍN ARTÍSTICO LITERARIO Año 1, Nº 5, Agosto 2012 1 En este, nuestro quinto boletín, celebramos el día de nuestra querida Arequipa compartiendo el texto de presentación que leímos en la Biblioteca Regional Mario Vargas Llosa a propósito de la edición definitiva del Diccionario de Arequipeñismos de Juan Guillermo Carpio Muñoz. Nos acercamos a la obra del escritor colombiano Héctor Abad y presentamos la flamante novela del escritor arequipeño Yuri Vásquez. Por último, compartimos un fragmento de los diarios de José María Arguedas, en donde relata su visita a Arequipa. Orlando Mazeyra Guillén ÍNDICE Sección A LA LLAMA QUE ATIZA UNA ESPERANZA: DICCIONARIO DE AREQUIPEÑISMOS Presentación del libro del historiador y arequipeñista Juan Guillermo Carpio Muñoz. Sección B UN POEMA, DISTINTAS MEMORIAS Asedios a la obra del escritor colombiano Héctor Abad Faciolince. Sección C UN NIDO DE NOTABLE TEMPESTAD La primera novela del escritor arequipeño Yuri Vásquez. Sección D AREQUIPA En sus diarios, que aparecen, en El zorro de arriba y el zorro de abajo, Arguedas le dedica unas palabras a la Blanca Ciudad. Diccionario de Arequipeñismos Por: Orlando Mazeyra Guillén Escritor p.02 Un poema, distintas memorias Por: José Luis Ortiz Delgado p.07 Un nido de notable tempestad Por: Luis Freire Sarria Escritor p.11 Arequipa Por: José María Arguedas Escritor p.14

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BOLETÍN ARTÍSTICO LITERARIO Año 1, Nº 5, Agosto 2012

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En este, nuestro quinto boletín, celebramos el día de nuestra querida Arequipa compartiendo el texto de presentación que leímos en la Biblioteca Regional Mario Vargas Llosa a propósito de la edición definitiva del Diccionario de Arequipeñismos de Juan Guillermo Carpio Muñoz. Nos acercamos a la obra del escritor colombiano Héctor Abad y presentamos la flamante novela del escritor arequipeño Yuri Vásquez. Por último, compartimos un fragmento de los diarios de José María Arguedas, en donde relata su visita a Arequipa.

Orlando Mazeyra Guillén

ÍNDICE Sección A LA LLAMA QUE ATIZA UNA ESPERANZA: DICCIONARIO DE AREQUIPEÑISMOS Presentación del libro del historiador y arequipeñista Juan Guillermo Carpio Muñoz. Sección B UN POEMA, DISTINTAS MEMORIAS Asedios a la obra del escritor colombiano Héctor Abad Faciolince. Sección C UN NIDO DE NOTABLE TEMPESTAD La primera novela del escritor arequipeño Yuri Vásquez. Sección D AREQUIPA En sus diarios, que aparecen, en El zorro de arriba y el zorro de abajo, Arguedas le dedica unas palabras a la Blanca Ciudad.

Diccionario de Arequipeñismos

Por: Orlando Mazeyra Guillén Escritor p.02

Un poema, distintas

memorias Por: José Luis Ortiz Delgado p.07

Un nido de notable tempestad

Por: Luis Freire Sarria Escritor p.11

Arequipa Por: José María Arguedas Escritor p.14

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En La civilización del espectáculo, Mario Vargas Llosa hace suya la idea del poeta, dramaturgo y crítico literario estadounidense Thomas S. Eliot (1888-1965, premio Nobel de Literatura en 1948) de que es indispensable que existan culturas regionales que nutran a una cultura nacional y, a la vez que formen parte de ella, existan con su propio perfil y además gocen de cierta independencia: «Es importante

que un hombre se sienta no sólo ciudadano de una nación en particular —sentencia Thomas S. Eliot—, sino ciudadano de un lugar específico de su país, que tenga sus lealtades locales. Esto, como la lealtad con la propia clase, surge de la lealtad hacia la familia». Los arequipeños nunca debemos olvidarnos, pues, de nuestras lealtades locales. Hay que leer por ello el Diccionario de Arequipeñismos.

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DICCIONARIO DE AREQUIPEÑISMOS: LA LLAMA QUE ATIZA UNA ESPERANZA

«Ten la seguridad de que los

arequipeños que hicieron los andenes de Paucarpata, las

acequias, los caminos y las

chacras de toda nuestra

campiña; los que levantaron el

Convento de Santa Catalina y las Iglesias de la Compañía,

San Francisco, la Catedral y tantas otras; los que cantaron

yaravíes y bailaron pampeñas; los que trabajaron de sol a sol,

los que se alegraron con los

carnavales y se entristecieron con las semanas santas que

nos da la vida; los que inventaron y disfrutaron de un

rocoto relleno, o un chupe de

camarones: son los mismos

arequipeños y arequipeñas

que crearon y utilizaron estas palabras. Descubre en ellas su

alma escondida y su espíritu mestizo y descúbrete a ti

mismo» (Juan Guillermo Carpio Muñoz).

Por Orlando Mazeyra Guillén

El voluminoso Diccionario de

Arequipeñismos ha sido escrito, creo, azuzado por esa genuina identificación que Juan Guillermo Carpio Muñoz siente

con su tierra natal, sus raíces, su familia, es decir: Arequipa.

Yo había leído, hace algunos meses, una versión bastante resumida, cuando el autor le regaló un ejemplar a mi madre luego de degustar, cómo no, un sabroso adobo preparado por ella. No podrían imaginar (o quizá sí) lo placentero que fue el retar a mis hermanos a pasar la prueba de saber cuán arequipeños eran, preguntándoles el significado de algunas palabras que consideraba«rebuscadas» y, a su vez, la fruición que me producía el reencontrarme con vocablos que parecía exhumar de los sótanos de la memoria, recordando, así, los domingos, en la casa de la Mamá María, mi abuela materna, en Cerro Colorado: correteando en su gran huerta, escuchándola hablar y sintiendo un secreto

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orgullo por no sólo ser nieto de arequipeños de pura cepa, sino porque había un valor agregado: ¡eran chacareros!

Valga aclarar que la lectura de este libro ha servido para enmendarme la plana y, así, descubrir que el habla arequipeña es mestiza y, por lo tanto, se forjó por contribuciones tanto de los chacareros como de los citadinos. En consecuencia, no sólo es un absurdo el sentirse más arequipeño porque uno es descendiente de chacareros mistianos, sino que, como nos lo dice el autor del diccionario, hay que erradicar el equívoco de llamar loncco, al hablar típico, tradicional, característico o ancestral del arequipeño.

Esta publicación no sólo nos acerca a terminologías locales, sino que también a definiciones sobre lo que es ser arequipeño. En el mes de la Ciudad Blanca, vuelve a plantearse la pregunta de siempre: ¿quién o qué es un arequipeño?

En esencia, un arequipeño es un mestizo que no tiene complejo de inferioridad frente a los demás, no reniega, no se avergüenza, ni se siente tributario de sus ascendientes indios o españoles, porque se siente un ser nuevo y diferente —y, algunas veces, equívocamente, hasta se cree superior— a ellos.

Hace algunas pocas semanas, le comenté a don Juan Guillermo Carpio que quizá muchos de estos arequipeñismos están condenados (y disculpen por utilizar este término que puede sonar despectivo o, en todo caso, desafortunado) a convertirse en antiguallas para el arequipeño del siglo XXI; sin embargo, eso sólo lo dirá el tiempo. Pongo como ejemplo, lo que tengo más a la mano, mi familia. O, para ser más preciso, mi familia paterna. Los hermanos de mi padre tenían la costumbre de poner apodos muy arequipeños: a la hermana mayor, por ser muy beata y llorona, una solterona pertinaz, señorita que ya frisa los ochenta años, le decían «Sor cariche»; y a una de las últimas tías del clan, por ser la de piel más blanca y de ojos claros, le decían, con cierto retintín, «la carulla». Cariche y Carulla, dos arequipeñismos que, entiendo, para el arequipeño promedio deben sonar a términos, si no

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extraños, poco usuales. Ojalá me equivoque.

Además, el doctor Carpio Muñoz nos advierte, para mi espanto, que una de las características del habla de los arequipeños (la correcta pronunciación de la «ll»), se está perdiendo producto del agobiante centralismo limeño. Entonces lo que se viene no es muy alentador, aunque todo depende del cristal con que se observe. Julio Cortázar afirmó que «las novedades del habla popular son la creación de poetas anónimos que precisamente crean nuevas formas porque las usuales están gastadas, han perdido filo». Yo no creo que estos términos hayan perdido filo. Es simple, o desolador: ha dejado de interesarnos lo propio, lo que nos distingue de los demás.

A contrapelo de todo lo expuesto, esta bella publicación atiza la llama de una esperanza. Espero, pues, que la difusión de este preciado Diccionario de arequipeñismos sea un primer

gran paso: una tarea pertinente, porque además el esfuerzo de galeote de su autor lo merece y, tal como lo señaló el poeta cusqueño Odi Gonzáles, estamos ante un hombre que «ha cargado un puma vivo». Este libro es parte de nuestra historia, pasado y presente, anidándose para construir un futuro que cumpla con la promesa de nuestro amado himno: renovar los laureles de ayer.

Como arequipeño me siento agradecido y es mi deber compartir esta emoción con todos los lectores, la emoción de sentirme ciudadano de esta tierra.

ALGUNOS AREQUIPEÑISMOS

1. Guardacho: dinero, comida, o en general cosas que se guardan o esconden con mucho celo, de tal suerte que los demás no tienen idea de su existencia. Por ejemplo: hijito, te voy a

comprar una computadora con

un guardacho que tengo, pero no se lo digas a nadie.

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2. Guato: cordón ordinario o gastado por el uso, algunas veces hecho con una tira de tela, que sirve para amarrar. Por ejemplo: amárrate los guatos de los

zapatos.

3. Toncori: Garganta, tráquea. Por ejemplo: se le atracó un

hueso en el toncori.

4. Mistiano: natural, perteneciente o relativo a Arequipa. Literalmente hijo(a) del Misti, el volcán tutelar de Arequipa. Por ejemplo: las

mistianas, además de atractivas, son trabajadoras y

exigentes.

5. Misquirichi o Misquiriche: avaro, miserable, tacaño, el que se engolosina con su dinero o con las cosas de su propiedad. Por ejemplo: ella no te convidará ni un pan, es una

misquirichi.

6. Chajualla: perro chico y ladrador y bullicioso; por extensión, persona bulliciosa y parlanchina; por extensión: algo o alguien sin importancia, insignificante.

7. Trica: el conjunto de las tres porciones en que se divide la bebida preparada con la mezcla

de los líquidos de una botella de licor de alto contenido alcohólico y una botella de gaseosa (de uno a dos litros de capacidad). La medida es: una de licor por dos de gaseosa. De uso reciente entre los jóvenes.

8. Cotimbear: mentir o decir cotimbas (mentiras, embustes). Esta acepción está en desuso. Generalmente se le confunde con quetimbear.

9. Forata: expulsar a alguien, botarlo, echarlo, arrojarlo, ponerlo fuera. Por ejemplo: ya les dimos forata a esos

intrusos. Romper una relación o un compromiso. Por ejemplo: Elenita le dio forata a su

enamorado. Parece provenir del español fuera.

10. Chilicuto: Grillo. Apodo de varón bajito y casi volátil por su

poco peso. ‡

Juan Guillermo Carpio Muñoz

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UN POEMA, DISTINTAS MEMORIAS

Por Jorge Luis Ortiz Delgado *

Un poema hallado en el bolsillo de un muerto puede marcar el inicio de una historia delirante, más cuando el muerto es el propio padre, y aun cuando el poema es una revelación que se debate entre lo apócrifo y lo verdadero, asunto que no traería mayor aventura si es que no estuviera en juego la credibilidad del origen del poema, el que podría encontrarse en el genio de Jorge Luis Borges. Y es dado a esta tarea de revelación que Héctor Abad Faciolince (Medellín, Colombia, 1958) recorre múltiples lugares en un afán tozudo por la búsqueda de respuestas que alienten esa esperanza que lo consuele y reivindique, aunque literariamente, del atroz momento que tuvo que padecer cuando su padre fue asesinado a manos de la guerrilla

colombiana. Traiciones de la memoria (2010) es una obra que reúne tres relatos de clasificación incierta, como se señala en su reseña por la superposición de géneros claramente percibidos; ensayo, cuento y semblanza. Un poema en el bolsillo es su relato principal y en él aparecen todos los encuentros y desencuentros por los que atraviesa el narrador para conocer la verdad dividida en trocitos de recuerdos, bosquejos de una realidad que con el tiempo se vuelve neblinosa en cada uno de los involucrados, personajes distantes, íntimos, pesimistas, esperanzadores, sinceros y farsantes; todos aportando con sus distintas versiones el desarrollo de esta epopeya personal en la que un hijo, desesperadamente, se aferra a la posibilidad de rescatar, entre las manchas de sangre de su padre, la identidad de un soneto olvidado de Borges.

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El olvido que seremos (2006) es el libro que Abad escribió en honor a su padre, en memoria de aquella figura que impregnó de fortaleza y sabiduría toda su infancia, palpitante juventud y actual madurez. No sin esos momentos de ausencia, dolor e insensatez que suelen darse en el calor de una familia típica aunque protagonista en su ciudad dentro de la esfera política. Esta obra, anterior a Traiciones, lleva precisamente, como título, el primer verso de aquel poema que es encontrado en el bolsillo de su padre una vez ejecutado en medio de esa barbarie que significó para muchos colombianos sino la muerte, el destierro y el padecimiento del miedo constante. Un texto cuyas llamaradas de nostalgia por los recuerdos tan detallados de una convivencia familiar nos embeben de súbitos estertores cuando lo inevitable, la muerte, lucha en el imaginario del lector contra el sentido de justicia. Pocos años después de su publicación, Abad nos entrega una suerte de crónica autobiográfica sumergida en un raudal de especulaciones que convierten lo contado más que en un recuento de hechos, en un intento por consustanciarse con la memoria de otros, de los testigos, de las amistades, de los

contactos inimaginables que aportan u obstaculizan ese proceso de búsqueda que el narrador emprende desde una sospechosa certidumbre, aquella que lo lleva a afirmar que, sin mayores pruebas conocidas y de peso, el poema hallado en uno de los bolsillos de su padre muerto era de autoría del poeta y cuentista argentino.

Una de las principales virtudes del relato es su capacidad para restituir desde una ínfima luz agonizante, como de la vela que

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simula apagarse lentamente hasta verse inesperadamente refulgida, la ilusión de emparentar el presentimiento con la realidad. Cuando todos los indicios apuntaban a descreer en la autoría de Borges sobre el poema, para esto fueron muy útiles las palabras displicentes y mezquinas de varias de sus fuentes como ciertos estudiosos y colegas de páginas culturales, aparecía siempre la figura admirable y pertinaz de la cómplice y compañera de aventura Bea Pina, a quien el narrador nombra así porque la modestia de su compañera de búsqueda no se deja seducir por el néctar de la fama ni la vanidad como para ver su nombre verdadero publicado en este libro. Bea Pina es dentro de esa configuración literaria de las historias ese personaje que apoya la exploración del protagonista, el ayudante, es el soporte y complemento, y lo hace desde una distancia geográfica borgeana, como para añadir a la experiencia un cariz de enigma y sortilegio.

No es inoportuno afirmar que el poema, a veces huérfano de autor, como se da a entender en gran parte del relato, es el inmejorable pretexto para inmiscuirnos por un resquicio poco conocido en la intimidad de Borges, el ciego, el que

desfallece, porque en él se da cuenta de la experiencia que tuvieron algunos jóvenes artistas que lo entrevistaron pocos meses antes de morir y que lograron recibir, a pedido suyo, cinco o seis poemas inéditos del propio autor para publicarlos en una revista literaria. Dentro de ellos, claro está, se encuentra el que da inicio a esta historia que comienza por el final, es decir por la muerte de Héctor Abad Gómez, padre del escritor colombiano, y va hacia atrás, hasta el momento en que Borges, da licencia a uno de sus entrevistadores para corregir los poemas que todavía no habían sido publicados, con la promesa de entregárselos luego en limpio.

Héctor Abad Faciolince

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Héctor Abad y Mario Vargas Llosa se conocieron a finales del mes de enero del año 2010. Sobre la novela El olvido que seremos el novelista arequipeño ha dicho que es “uno de los más elocuentes alegatos que se hayan escrito en nuestro tiempo y en todos los tiempos contra el terror como instrumento de la acción política”, pero “no es un libro que desmoralice a pesar de la presencia devastadora que tienen en sus páginas el sufrimiento, la nostalgia y la muerte”. Tampoco es desacertado imaginar el capricho literario de convencernos que, como lo aseveraba también Cortázar, ningún encuentro es casual. Todos llevan la impronta del camino señalado, la ruta impostergable. Cada lugar al que se llega es una prueba de búsqueda pero también de azar, de voluntad y, tal vez, algo de destino. Un poema, en este caso, es el detonante para apreciar lo importante que es la memoria en nuestras vidas, el recuerdo del propósito mayor que es el vivir a pesar del rencor y el sentimiento de abandono. Una familia desintegrada, un país que se desangraba por su guerra

interna, un sentimiento de desarraigo y una desmoralizadora sensación de injusticia podrían haber hecho de Héctor Abad Faciolince un tipo lleno de resentimientos y ansias de venganza, bañado de desprecio por su país y, dedicado a labores medianas, rutinarias y sobre todo, desoídas. Pero contar su tragedia tan valientemente como en El olvido

que seremos, no con fines lastimeros, sino sustituyendo con la historia la memoria para hacerla más comprensible, y narrando en Traiciones de la

memoria la aventura del poema encontrado junto a su padre muerto para desembarcar en destinos imprevistos cuando se busca con pasión, todo ello sirve, necesariamente, para salvarse del mundo y otras veces, como él mismo lo dice en otros de sus relatos, para salvarse de sí mismo. Para eso escribe un

escritor. ‡

* Jorge Luis Ortiz Delgado (Arequipa, 1979). Escritor y articulista de el semanario el Búho de Arequipa. Su columna lleva el nombre Memorias del escribidor.

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UN NIDO DE NOTABLE

TEMPESTAD

Por Luis Freire Sarria *

Este es un nido de notable arquitectura. Arquitectura y orfebrería. Tajante, afilada, exenta de adornos, escueta en imágenes, la palabra de Yuri Vásquez exprime la tradición contemporánea de la arquitectura narrativa y nos la despliega en toda su variedad de recursos para diseccionar la sociedad arequipeña y elevarla como un símbolo de lo que fue y sigue siendo en parte el Perú.

Mauro y Mariela, los personajes sobre los que gira la novela, son las cabezas de proa de dos núcleos familiares arequipeños que surcan la década de los setenta del siglo pasado, marcada por la

revolución de los generales Velasco y Morales Bermúdez, una década que, debo confesarlo, viví en pleno desde uno de los diarios nacionales tomados por el gobierno militar. Yuri Vásquez no se contenta con ahondar en las tormentas interiores de ambos jóvenes, como en las de aquellos personajes que giran a su alrededor, sino que bucea en su pasado y extiende su mirada hacia lo profundo del siglo XIX para encontrar raíces y nutrientes que expliquen conductas familiares posteriores.

Mariela, Mauro, sus padres y parientes, sus amigos y cómplices nos conducen a través de los valores y prejuicios que atraviesan y conforman las clases sociales arequipeñas de aquellos años, valores y prejuicios teñidos por el racismo que nos sembró la conquista española. No me toca referirme a la posibilidad de un racismo prehispánico, el que nos moldea como sociedad nos cayó desde la Península. Siglos de opresión colonial y republicana nos magullaron la identidad cultural con el prejuicio de la

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superioridad de quienes se creen cualquier espécimen de blancos o lo son de alguna manera. El racismo es un conflicto mental que se apoya en la percepción alienada de la apariencia física dentro de una sociedad. El Nido de la

Tempestad nos lo muestra en plenitud como marca de estatus social y calidad personal y anhelo que desgarra o eleva la conciencia. Miguel Gutiérrez ha desarrollado el tema de manera espléndida en sus mejores novelas.

El nido de la tempestad, la primera novela del escritor arequipeño Yuri

Vásquez.

Mauro es un muchacho mestizo que se debate entre su vacilante militancia política de izquierda y los conflictos personales de su relación amorosa con Mariela, blanca para los ojos de su entorno y además, tan hermosa como clausurada para el amor. El fracaso sobrevuela sus destinos como un ave rapaz, Mauro radicalizará su militancia política, tomará los fósforos para encender la pradera arequipeña, pero será capturado por la Policía. Mariela, por su lado, morirá atropellada por el automóvil de sus secuestradoras. El clásico tema de las relaciones sexuales como de pareja entre miembros de clases sociales diferentes recorre la trama por sus cuatro costados y alimenta el drama que cierra la novela como aquel otro que anuncia.

Las descripciones del paisaje urbano arequipeño son tan precisas que el lector se siente caminando bajo ese sol tajante de la Ciudad Blanca. Yuri Vásquez no se ahorra las calles, plazas y locales que parece conocer a la perfección. Si algo caracteriza a El Nido de la

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Tempestad, es el detallado realismo en todos los frentes que abarca su ambicioso trabajo literario.

Yuri Vásquez (Arequipa, 1963) es abogado y escritor. Ganador del

Premio Copé de Cuento y finalista del Premio Copé de Novela con El

nido de la tempestad.

¿De qué tempestad o tempestades es este nido? De muchas que se gestan en el seno de sus conflictuados personajes, pero sobre todo, de la más cruel y sanguinaria que azotó al Perú, aquella que nació el 17 de mayo de 1980 con la quema de las ánforas electorales en Chuschi, Ayacucho. Abimael Guzmán susurra su violencia como una sombra sin nombre en la

conciencia del Mauro de las últimas páginas, no es todavía la despiadada Cuarta Espada que narcotizaba a sus seguidores con su infalible Pensamiento Gonzalo, pero basta su presencia lateral para que la novela se prolongue hacia la década siguiente, la década de la peor tempestad.

Invito al lector a dejarse envolver por los truenos que se crían sobre el Misti de Yuri Vásquez, no dudo de que lo

electrizarán. ‡

* Luis Freire (Lima, 1945) ha publicado las novelas El cronista que volvió del fuego y El sol

salía en un Chevrolet amarillo (ganadora del Concurso de Novela Corta convocado por el Banco Central de Reserva en 1995), y El libro

de los ingenios (Peisa, Lima, 1997). Asimismo, ha publicado dos selecciones de artículos humorísticos aparecidos en Monos y Monadas

(1978-1984), El Idiota (1984-1985) y el suplemento No de la revista Sí (1986-1993): Camisa de fuerza (1986) y Humor (1988). Ganó el Concurso de Cuento de las 2,000 Palabras de Caretas en 1999 con el relato “Se comienza por la mantequilla”. En setiembre de 2007 saldrá su tercera novela: César

Vallejo se aburrió de seguir muerto en París, en

una nueva colección de Editorial San Marcos.

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AREQUIPA

Por José María Arguedas*

Voy a atenacear a aburrir a los posibles lectores de esta posible novela, interrumpiéndola nuevamente con un diario, porque estoy otra vez en el pozo, con el ánimo en casi la nada. Luego de haber escrito el capítulo III en el que creo que pude encauzar el abierto espacio, como de un redondo y algo aturdido hormiguero de hombres y destinos que es el segundo capítulo; luego de haber presentado confidencialmente a mis amigos don Esteban de la Cruz y el loco Moncada en el Capítulo IV, y cuando me faltaban sólo unas páginas para concluir ese capítulo, decidí llamar a mi mujer a Arequipa, para celebrar la salida del pozo, de la brea que amagaba mi pensamiento. Viajé feliz y casi triunfalmente.

Arequipa es una ciudad en que Ángel Rama se pasearía con su imperturbable, o mejor diría, con su serena cabeza y su disciplinado corazón; se pasearía entendiendo bien los contrastes que hay entre los sillares de piedra blanca volcánica con que están hechos los edificios coloniales, sillares como de nieve opaca, y la esmeralda sangrienta del valle en que la ciudad se levanta. Ángel comprendería el significado del contraste entre esta esmeralda y la sequedad astral del desierto montañoso en que el valle aparece como un río tristísimo de puro feraz y brillante. Él, Ángel, comprendería; sus inmensos ojos se llenarían algo más de esperanza, de tenacidad, de sabiduría regocijada y no asupremada y por eso mismo, no vendible en el más voraz de los mercados del mundo. Tú, Roberto (F.R), perdernal y ternura, te colmarías en Arequipa de más seguridades y júbilos sobre nosotros, los andinos. Allí nacieron [Mariano] Melgar y Mario [Vargas Llosa].

* Este fragmento aparece en el tercer

diario de El zorro de arriba y el zorro de abajo.