Boletín Llaqta N°01 2010

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ISSN 2218 - 6409

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Homenaje: Nino del Solar Dr. Luis Barreda Murillo: 4 El llamado y las enseñanzas del tiempo.

Artículos: Carlos Camara Caillama: organización del 8 espacio doméstico y áreas de actividad en un asentamiento prehispánico de altura, período Intermedio Tardío, norte de Chile Fernando Carranza Breve reseña sobre los 16 Calusa. Una antigua sociedad al sur del Estado de Florida. José Luis Fuentes Notas sobre un posible 34 centro ceremonial Lima en el valle del Rímac. Hatun Llaqta — Ica Un camino prehispánico 38 en el valle alto de Ica.

Artículo especial: Hatun Llaqta — Lima Proyecto piloto de 43 concientización y protección del Patrimonio Arqueológico: Cerro Culebras. Entrevista: Carlos Camara, Entrevista al Dr. 48 Juan Pablo Barandiarán y Rafael Vega-Centeno. Gabriela de los Ríos

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Contenido:

LLAQTA

LLAQTA Boletín Informativo

de aparición ocasional de Arqueología.

Año 1, Nº 1

Noviembre 2010

Corrección:

Hatun Llaqta—Lima

Diagramación:

José Luis Fuentes

Diseño de portada:

Patricia Díaz

Hecho el Depósito legal

en la Biblioteca Nacional del Perú:

N° 2010-12336

ISSN: 2218-6409

Cualquier correspon-dencia enviar a:

[email protected]

[email protected]

En Facebook: Hatun Llaqta

hatun-llaqta-arq.blogspot.com

Pág.

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UNMSM: -Carlos Camara. -Diana Carhuanina. -Rodrigo Areche. -Geraldine Huertas. -Fiorella Burga. -José Luis Fuentes. PUCP: -Fernando Carranza. -Gabriela de los Ríos. UNFV: -Juan Pablo Barandiarán. -Patricia Díaz. UNT: -Elvis Monzón. UNICA: -Isaías Yánez. -Rosa Altamirano. UNSAAC: -Nino del Solar. -Melisa Quispe. -Deysi Huarancca. -Yulet Luna.

Miembros del grupo: Con una gran satisfacción el Grupo de Estudios Arqueológicos Hatun Llaqta publica este modesto pero muy significativo boletín, ofreciendo un pequeño aporte a la ciencia y a la literatura arqueológica nacional. Y es que la arqueología es el denomi-nador común de los integrantes del grupo de estudio conformado por alumnos y egresados de las universidades San Marcos (UNMSM), San Antonio Abad (UNSAAC), Villarreal (UNFV), Católica (PUCP), Nacional de Trujillo (UNT) y Nacio-nal de Ica (UNICA). Los lineamientos básicos del grupo son tres: primero, desarro-llar y promover más nuestra capacidad de investigación científica; en segundo lu-gar, la protección del patrimonio arqueológico; y finalmente, el desempeño de nuestros conocimientos proyectados al público en general, lo que comúnmente lla-man arqueología pública o proyección social arqueológica.

Empezaremos resaltando la importancia de la coordinación y comunicación entre los estudiantes de arqueología y arqueólogos de las distintas escuelas del Perú, pues a pesar de ser un gremio pequeño estos vínculos son escasos, en especial en nuestra etapa universitaria. Con cerca de cuatro años de existencia, los miembros del grupo nos sentimos contentos de la participación de personas de varias univer-sidades que enseñan arqueología en el Perú, ya que en todos estos años los estu-diantes de éstas universidades han mantenido poco contacto entre ellos. Eventos importantes como el congreso que organiza la CONADEA cumplen con el objetivo de reunir estudiantes de toda la nación y abrir espacios de discusión. Sin embargo este provechoso encuentro dura alrededor de una semana y los vínculos muchas veces vuelven a romperse hasta el año siguiente. El haber conformado un grupo de estudio con gente de universidades distintas es un esfuerzo en este sentido, por eso esperamos que este tipo de iniciativas sean repetidas por otros estudiantes en bus-ca de una integración con sus futuros colegas.

El siguiente punto a tratar en esta breve editorial tiene que ver con la importancia de abrir nuevos espacios donde los futuros arqueólogos puedan comenzar a plas-mar y difundir sus ideas, las cuales puedan a su vez ser revisadas y criticadas por sus compañeros, en busca de conseguir un diálogo académico constructivo, eficien-te y respetuoso. El objetivo de este boletín, que si bien cuenta en esta primera edi-ción solo con artículos de los integrantes del grupo, busca en las futuras publicacio-nes dar la facilidad a cualquier persona (estudiante de arqueología, egresado, ba-chiller, licenciado, etc.) interesada en publicar sus trabajos e investigaciones poder hacerlo por este medio, así como también escribir revisiones de artículos anteriores y a su vez presentar las réplicas respectivas. De esta forma pretendemos crear un espacio amplio de difusión y discusión que sea accesible para todos.

En Hatun Llaqta, fuera de nuestras reuniones y conversaciones semanales, así como de nuestras salidas de campo, hemos impulsado también el desarrollo de otras acti-vidades importantes, tales como conferencias en la UNMSM, como la magistral par-ticipación del Dr. Duccio Bonavia. Asimismo desarrollamos un Taller Piloto de Con-cientización de Protección al Patrimonio Arqueológico a una población marginal de la ciudad, que colinda con el sitio arqueológico de Cerro Culebras. La población fue el Asentamiento Humano “Mariano Ignacio Prado”, vecino del importante sitio de la cultura Lima. Los resultados y el balance de ésta y otras actividades están me-jor detalladas en un breve artículo que puede consultarse en este número, por últi-mo queremos resaltar el hecho que se incluyan artículos de arqueología de otros dos países de América: Estados Unidos y Chile. La arqueología es una ciencia mun-dial y no tiene fronteras.

Sólo queremos terminar enfatizando que la arqueología como ciencia en nuestro país requerirá para su desenvolvimiento de la participación consciente de estudian-tes y arqueólogos, debiendo dejar de lado algunos viejos resentimientos. Invitamos pues a todos los estudiantes y arqueólogos que deseen publicar también en las páginas de nuestros próximos números.

Muy cordialmente,

GRUPO DE ESTUDIOS ARQUEOLÓGICOS HATUN LLAQTA

Editorial

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Dr. Luis Barreda Murillo: el llamado y las enseñanzas del tiempo

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Homenaje:

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Nino del Solar Velarde1

1) Bachiller de arqueología, Universidad Nacional San Antonio Abad del Cusco. E-mail: [email protected]

Introducción El artículo que se presenta a continuación retrata sucintamente algunos de los aspectos más llamativos y cautivadores de la personalidad del investigador y arqueólogo peruano Luis Ba-rreda Murillo. Igualmente, brinda una perspectiva general y específica de su relación con la arqueología del Cusco y sus propuestas teóricas respecto a la arqueología de los Inkas. Esta última constituyó y se convirtió, hasta el final de sus días, en un reto científico y un objeto de cariño innegable. Luis Barreda Murillo: una vida entregada al conocimiento

Antes de dar inicio a este pequeño recuento de la vida de un gran arqueólogo del sur del Perú, pienso que no tuve el honor de conocerlo mucho más de lo poco que lo conocí, y que cier-tamente, existen otras personas que compartieron una vida y estuvieron con él en sus últimos momentos, a ellos también dedico estas pocas líneas que nacen de la memoria, esperando englobar en ellas lo mucho que significó nuestro maestro.

Nacido un 4 de julio de 1932 en el pueblo de Ñunoa, departa-mento de Puno, al sur del Perú, Luis Federico Barreda Murillo constituyó y constituye un ícono y arquetipo dentro de una élite científica cusqueña dedicada al estudio y aprendizaje del Cusco prehispánico. De loables virtudes y fascinantes recuerdos, sabemos que el Dr. Luis Barreda Murillo, atraído por el conocimiento de nues-tro inmemorial pasado, llega al Cusco y logra graduarse en la Facultad de Educación de la Universidad Nacional de San An-tonio Abad del Cusco, en la especialidad de Historia y Geo-grafía, para luego optar estudios en Antropología (doctorándose en Antropología e Historia) y especializándose finalmente en la ciencia arqueológica, la misma que lo acom-pañaría hasta sus últimos días.

Multifacético, dedicó también su vida al estudio de la Radio y la Electrónica. Codirigió un programa cultural denominado Tinkuy en una emisora local (Radio la Hora), todos los do-mingos de 7 a 8 a.m. Fue una emisión compartida con sus grandes amigos de vida y ciencia, el Dr. Jorge Flores Ochoa y el Dr. Abraham Valencia. Fue un programa como pocos, dedicado a rescatar nuestro patrimonio cultural (material e inmaterial) y haciéndolo conocer al pueblo. Fue poseedor de toda una vida y experiencias que lo llevaron a ocupar altos puestos académicos como el Vicerrectorado Administrativo de la UNSAAC, así como la decanatura de la Facultad de Ciencias Sociales en la misma universidad. Junto a Manuel Chávez Ballón, quien es otro ícono del saber histórico del Cusco, fundan la carrera profesional de Arqueo-logía en la Universidad de San Antonio Abad hacia el año de 1976. Publicaciones claves De carácter indomable y gran sentido del humor, podemos decir que el Dr. Luis Barreda Murillo a compartido su tiem-po y saber con todas las generaciones de arqueólogos cus-queños, impartiendo su conocimiento y queriendo como todo científico ser escuchado y llevado a lo inmemorial a partir de sus publicaciones. De todas sus publicaciones resaltan con certeza tres. La pri-mera es su Tesis Doctoral en la universidad que lo vio crecer, un estudio inédito que brindó por primera vez la aproxima-ción de saber que las manifestaciones arqueológicas en el valle del Cusco no solo pertenecían a la grandeza Inka, sino a un conjunto de pueblos y etnias que ocuparon mucho antes estos suelos. Denominada como “Las culturas Inka y Pre-Inka del Cuzco” fue dada a conocer en 1976. Un segundo libro suyo rectifica la idea que su tesis ya mane-jaba: “Historia y Arqueología Pre-Inka” es el nombre de esta publicación entregada a la comunidad científica en 1994. Constituye un texto de manejo obligatorio para cualquier estudioso del pasado pre-Inka. En él, la información sobre los periodos de ocupación temprana del Cusco, Precerámico y Formativo, brindan la datación más temprana para la zona en 2000 a.C. y a pesar de que Bauer (2008) brinda la hipótesis de que el Cusco estaría ocupado 5000 años antes, a Luis Ba-rreda Murillo se le atribuye el premierato en la formulación de cuestiones relacionadas a las ocupaciones tempranas en el Valle del Cusco.

Fig. 1: Dr. Luis Barreda Murillo.

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arrollado conocimientos en teoría social para el Horizonte Tardío, que ciertamente no es un tema muy explorado y aún carece de mayor evidencia material y escrita para conocer y contrastar ideas. Dentro de la Teoría Social Inka, un tema resalta entre otros por su generalidad y falta de acuerdo común por parte de la comunidad científica: la caracterización y tipificación correc-ta del nivel de evolución social y organización socio-económica que alcanzaron los Inkas en el lapso de tiempo en el que se desarrolló esta cultura. Barreda (abril 2009, conversación personal) aporta en el tema y afirma: “Hay que empezar indicando que en la época Inka hay propiedad privada2, por lo tanto no pudo ser socialista (tal como lo indica su par, Waldemar Espinoza), tampoco, capitalista, ni funcionalista, menos estructuralista. El modo de producción Inka es sui generis, único en el mundo, basado en la reciprocidad, caracterizado por el chalay… los Inka poseían un sistema único en el mundo, por lo tanto lo mejor no es buscar un sinónimo o buscar a la fuerza concordancias en tipos de Modos de producción, lo mejor es llamarlo : Modo de Producción Inka.” (Barreda, 2009). Con un modo de producción único, los Inka constituyen además la punta del iceberg en cuestión de evolución social en las relaciones sociales que desarrollaron las distintas cul-turas asentadas en el valle del Cusco. Así, Barreda argumen-ta, con un claro sentido regionalista, una idea de evolución económica unilineal y única, por la que defiende y respalda la idea de un sistema de reciprocidad tan beneficioso para la sociedad andina, basado en el ayllo, que no se necesitó modi-ficar en el transcurso del tiempo de manera dramática. El Dr. Barreda dice: “…primero los Markavalle y Chanapa-ta fueron los iniciadores del sistema del Ayllo, y con ellos la introducción del cultivo del maíz … algunos ayllos se desa-rrollaron como en el caso de los Qotakalli (esto de manera sugerente para el Intermedio Temprano)… más tarde los Kill-ki ,hasta formar pequeños estados de desarrollo socioeconó-

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En un tercer texto denominado “Cusco, del Mito a la Histo-ria” (2007) el Dr. Luis Barreda M. como coautor, brindó todos sus conocimientos de la historia Inka, la misma que se reali-mentó con el sinnúmero de excavaciones arqueológicas reali-zadas por él. Excavó en Wimpillay, en Marcavalle, en Qotaca-lle, Huanucopampa, etc., así como sitios preinkas e inkas en Apurímac, Cusco y Puno. Pero de todas estas su trabajo cul-men fue el realizado en el actual templo de Santo Domingo, Cusco, el antiguo Koricancha Inka. Con mucho conocimiento empírico y teórico, y ya fuera de la docencia en la universidad, dedicó su tiempo a escribir y ase-sorar a investigadores de arqueología andina como Brian Bau-er, Gordon Mc Ewan , Tom R. Zuidema, Patricia Lyon, John H. Rowe, etc. En los últimos años de su vida, el doctor Barreda se dedicó al dictado de clases prácticas, nunca pagadas, brindadas gratuita-mente a alumnos no sólo de arqueología en el patio del Museo Inka en la ciudad del Cusco, museo convertido por él en uno de los mejores de América Latina.

A Barreda Murillo se le atribuye el primer cuadro de Evolu-ción Social del valle del Cusco. Es aun conmovedor saber que él mismo lo entregaba fotocopiado a cuanto interesado se le acercaba. Tal cuadro, bajo mi humilde punto de vista, constitu-ye su mejor legado a la arqueología cusqueña (fig.2). Estado y yanaconaje Inca, una de tantas conversaciones con el Dr. Barreda Murillo El Dr. Luis Barreda M. siempre se halló presto a enseñarnos la grandeza de nuestro pasado prehispánico, no solo a través de conferencias, sino por charlas personales en su hogar, en el museo Inka o tomando un café con delicatesses en algún res-taurante y cafetería del centro histórico de la ciudad que él amó y estudió por más de 50 años. En los últimos días de su vida, el doctor Barreda buscó los medios lógicos de entablar comunicación con estudiantes y eruditos deseantes de conocimiento sobre la arqueología del Cusco. Así, con casi 76 años encima, aprendió el manejo del internet y lo adecuó a su necesidad de impartir su conocimien-to. Cada día, a las 4:00 de la tarde, el Dr. Barreda iniciaba se-sión en la red social y de chat mundialmente conocida como Messenger. Con un caluroso saludo, se hallaba impetuoso a recibir cualquier pregunta sobre la arqueología del Cusco. Nosotros, alumnos y estudiosos, nunca desaprovechamos tener un libro abierto cada tarde. Una de esas, logré guardar una de tantas conversaciones que tuvimos. La misma, engloba sus pensamientos y su percepción generalizante del desarrollo social Inka, así como la discusión del término yanacona, uno muy conocido dentro de la clasificación y orden social existen-te para el Horizonte Tardío. El Dr. Luis Barreda Murillo no solamente ha manejado de manera ejemplar los temas y aspectos empíricos de la excava-ción y del estudio arqueológico, sino también ha tratado y des-

2) El formato en negrita es añadido por mi persona para resaltar los datos mas resaltantes de nuestra conversación. Fig. 2: Barreda en tiempos de su juventud.

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mico y político puros… más tarde, estos estados regionales lograron confederarse juntamente que los Lucre y formaron el Gran Estado Inka, no era imperio porque no habían reyes ni palacios, menos esclavos…” [Entonces Dr. Barrera, para usted, ¿Quiénes eran los yanaco-nas?]

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Barreda comenta: “…para hablar de la Historia de los Inkas hay que saber quechua y aymara…yanapakuy3 significa ayu-darse, o entrar en el sistema de la reciprocidad o ayninakuy. Quienes estaban dentro de este sistema eran todos los pobla-

Fig. 3: Cuadro de la evolución cultural del valle del Cusco de Barreda Murillo.

3) Se coloca negrita sobre sólo algunas palabras, puesto que las mismas son per se respuestas textuales , lingüísticas y significativas en su idioma primige-nio como lo es el Quechua y el Aymara.

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dores de un ayllo… entonces cuando se les preguntaba: “¿Maypim llamkashanki? -yanapakushanin Túpak Mamani chaqrankunapi -chaypim yana kashanku -lliw aylluntunmi -chakrayku rayku -yanarukuna -chaymantataq lliw runakuna yanaymi kashankun -chakraykunatam sara tarpuyta yanapawanku -chaymi yana kay -utaq yanakuna runa…” (“¿Dónde trabajas? -Estoy ayudando en la chacra de Túpac Mamani -allí están los siervos (trabajadores) -juntamente con toda su familia -por nuestra chacra -los siervos -luego todos los hombres son mis siervos -me ayudan a cultivar mi chacra en la siembra del maíz -eso es ser siervo -o hombres siervos”) (Barreda [conversación personal] , 2009). Tal vez en líneas anteriores se puede entender los puntos de vista del Dr. Barreda Murillo. Ideas que él respaldó no sólo por su buen manejo del registro arqueológico, sino por su amplia gama de conocimiento antropológico y social. Él siempre nos recomendaba aprender la lengua materna de nuestra tierra: el Quechua. El Quechua y su buen manejo funcionó como aliado indis-pensable para que el Dr. Barreda Murillo pueda plantear y defender sus teorías, así como para conocer lo que el llamó el Último ayllo Inka: Q’ero, que junto a otros renombrados investigadores sociales como Oscar Núñez del Prado cono-cieron hacia la década de los sesenta en el siglo pasado...

La información que se podría añadir a lo aquí tratado cubriría muchas mas páginas, tal vez textos completos, pero ese no es el propósito del presente artículo, sino muy al contrario, el propósito es rememorar las enseñanzas de un gran arqueólogo que partió el 22 de Mayo del 2009 de este mundo terrenal dejándonos su vida y los frutos de la misma como memorias de aprendizaje académico y de valoración profesional. Final-mente, me siento muy afortunado por ser sólo uno más de aquellos que disfrutaron un café y una conversación afable y entrañable con él y por ser uno de tantos que lo requirió para seguir creciendo en el día a día de convertirse en un mejor arqueólogo y persona provechosa para la sociedad, ya que es aquella a quien nuestra ciencia debe servir.

Fig. 4: Barreda con otros investigadores del Cusco (Chávez Ballón, Murra, entre otros) en Marcavalle

Bibliografía BARREDA MURILLO, Luis F. 1973 Las Culturas Inka y Pre-Inka del Cuzco. Tesis

Doctoral. Facultad de Ciencias Sociales. Departa-mento de Antropología-Universidad Nacional San Antonio Abad del Cusco. Cusco - Perú.

1994 Historia y Arqueología Pre-Inka. Instituto de

Arqueología Andina. Machupicchu. Cusco — Perú.

FLOREZ OCHOA, Jorge, et.al. 2007 Cuzco : Del mito a la Historia. Banco del Crédito del Perú. BAUER, Bryan

2008 Cusco Antiguo. Centro Bartolomé de las Casas. Cusco — Perú.

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Descripción general

El sitio arqueológico de Caillama (Fig. 1) se ubica sobre la cima de un cordón montañoso que separa las quebradas de Laco y Caillama, afluentes del río Tignamar. A una altura de 3000 m.s.n.m. y a 5 Km. aguas abajo del poblado actual de Chapiquiña. El cordón montañoso es conocido como Chulpane o “lugar de chullpas” en lengua aymara. Este cordón posee frecuentes afloramientos rocosos en forma de fara-llones y también como planos horizontales (Romero, 2002).

El sitio comprende un área de 25 Km² (2,5 Km. x 0,8 Km.) confor-mando lo que Muñoz y colaboradores (1997:134) denominan "pukara de cumbre", un "conjunto de recintos en la cima de un cerro aislado, circundados por uno o más muros perimetrales" (Romero, 2002). Desde el pukara de Caillama se puede tener una visión prácticamente completa de todo el entorno. Hacia el oeste se puede observar el po-blado arqueológico Laco Alto, ubicado en la ladera opuesta de la quebrada Laco.

Para la descripción del medio ambiente geográfico, sumamente im-portante en este tipo de estudios de unidades domésticas y en cual-quier otro, tenemos que tomar en cuenta la división del área andina que menciona Lumbreras (1981). Una de ellas es la denominada Cen-tro-Sur Andina o “Circum-Titicaca”, la cual corresponde a nuestra área de estudio y en donde se encuentra emplazado el sitio de Cailla-ma. El entendimiento de este espacio territorial responde tanto a sin-gularidades geográfico-ambientales como a patrones sociales y cultu-rales de actividad humana, los cuales configuran un devenir histórico particular caracterizado en los diferentes grupos humanos que se de-sarrollaron durante un largo proceso cultural que estuvo estrechamen-te ligado a los Andes.

De acuerdo a Lumbreras, esta área comprende el llamado “extremo sur peruano”, que va desde el valle de Sihuas en Arequipa hasta Tac-na, y desde el nudo de Vilcanota hasta las fronteras políticas de Boli-via y Chile. Abarca también todo el “norte grande” chileno, llegando a los límites del desierto de Atacama. Forman parte de su ámbito, igualmente, las altiplanicies y valles bolivianos; y, finalmente, la sección norte de la “puna Argentina” y el norte de Jujuy (Lumbreras, 1981).

La magnitud periférica del área Centro-sur además de la colindancia con cuatro países (Bolivia, Perú, Chile y Argentina), ha permitido a que no se estudie como una región independiente y, en cambio, se tome como parte integral, algunas veces, del área meridional andina y, en otras, como una zona marginal de los Andes Centrales.

Esta particular área, producto de la diversidad ecosistémica y la pre-sencia de una de las zonas más áridas del todo el mundo (el desierto de Atacama), resulta incomprensible al intentar comprender la emer-gencia e interrelación de los distintos grupos culturales que se desa-rrollaron en esta región. Por ello, la dinámica que se llevó a cabo entre las regiones Circum-lacustre, la región Valluna, la Puna, el De-sierto Costero y los Valles Occidentales (Ibid: pp.80-81) dibuja ínte-gramente el complejo panorama de interacción socio-cultural y económico durante, básicamente, el Horizonte Medio, Intermedio Tardío y Horizonte Tardío de la región Centro-sur Andina.

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El Valle Occidental, en cuyo territorio serrano se encuentra el sitio de Caillama, comprende una realidad mucho más próspera que la franja costera de los valles: una mayor disponibilidad de agua, además de un mayor acceso a vegetales, distribuída en forma de parches, soportaban una pequeña población de animales de caza como camélidos (guanacos y vicuñas), roedores (vizcachas, chinchi-llas y cholulos) y aves (perdiz de puna y ganso andino). Esto permi-tió que las comunidades complementaran su economía mediante la realización de actividades como el pastoreo, la caza, la recolección y, primordialmente, la agricultura intensiva (Santoro, 2000).

En este sentido, los asentamientos serranos que se distribuyeron en zonas sobre los 2.500 m.s.n.m de los valles occidentales tuvieron acceso a un hábitat que concentraba la mayor biomasa y biodiversi-dad de plantas y animales de la transecta de Arica. Esto permitió sustentar una economía basada en la agricultura y el pastoreo de llamas y alpacas bajo un régimen estacional como ocurre en la ac-tualidad (Santoro et al., 2004).

Cabe mencionar que el valle occidental, junto con la región valluna, comprenden la parte agrícolamente más rica del área centro-sur; arqueológicamente, esto se evidencia por el despliegue de complejas obras de ingeniería hidráulica, además de un patrón de asentamiento y sistema de explotación propio de una economía agrícola y pastoril.

Contexto teórico

Para el Intermedio Tardío (1,100 al 1,300 d.C.), período estudiado en cuestión al sitio de Caillama, se relaciona un tipo de asentamien-to denominado "pukara de cumbre", el cual se instaló en el territorio Centro-Sur Andino según un sistema económico-social y político que interactuó como eje generador de las interrelaciones entre los diferentes grupos étnicos que emergieron durante el intervalo de tiempo denominado Postiwanaku. Esta red de asentamientos, men-ciona Muñoz (2007: 261), sería consecuencia de la culminación del proceso de fragmentación que se inició durante la última fase del periodo Tiwanaku V.

Entre los años 1100 y 1500 de nuestra era ocurrieron cambios im-portantes en los modos de vida de las comunidades de la costa y valles de la vertiente occidental de los Andes. Este proceso, iniciado a fines del período Medio (Horizonte Tiwanaku) (ca. 1000 d. C.), fue consecuencia de la desarticulación del sistema político y econó-mico de Tiwanaku, que mantuvo lazos de integración regional (Santoro et al., 2004). Para ello, se maneja dos hipótesis: una de ellas es la de Kolata (1993) y la otra es de Albarracín (1989) (en Chacama, 2004), para el periodo Medio en la región centro-sur andi-na. Estas hipótesis reflejan la posibilidad de que los grupos étnicos

Artículos:

Carlos Andrés Camara Vela2

Estudio y análisis de unidades habitacionales en el sitio de Caillama, norte de Chile1

2) Egresado de arqueología Universidad Nacional Mayor de San Marcos. E-mail: [email protected]

1) Basado en revisiones a un articulo publicado por Iván Muñoz Ovalle en la Revista de Antropologia Chilena, Chungara. Volumen 39, Nº 2, 2007, páginas 259-283.

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emplazados en este territorio no fueron completamente originados como colonias subyugadas al poderío Tiwanaku que sustentaban, de esta manera, un sistema económico basado en el “control vertical de un máximo de pisos ecológicos” mencionado por Murra (1972). En consecuencia, se infiere, como hipótesis, una realidad distinta para el periodo Medio fundamentado en el desarrollo endógeno de ciertos grupos que manifiestan una continuidad cultural (patrones culturales) y biológica (factores fisicogenéticos), lo cual determina un proceso de desarrollo interno que si bien ha sufrido aportes culturales externos (altiplánicos), el grueso de su estructura esta basada en una tradición cultura local.

Lo importante de haber mencionado lo anterior, es tratar de armar el panorama histórico-cultural que hasta el momento se ha teorizado: lo referente a la magnitud de la influencia Tiawanaku en la región Cen-tro-Sur andina, especialmente en el valle occidental serrano de Arica, en donde se localiza el sitio estudiado. Al respecto, y desde el punto de vista de los patrones habitacionales, Muñoz (2002) concluye, para el estudio del valle de Azapa, que si hubiesen llegado a instalarse en el valle grupos altiplánicos vinculados al desarrollo y a la urbe de Tiwanaku, en alguna medida estos debieron haber influido en la for-mación de nuevos patrones habitacionales que rompieran con la anti-gua tradición arquitectónica (en Chacama, 2004). No obstante, es recién a partir del décimo milenio d. C., y coincidente con la decaden-cia de Tiwanaku y surgimiento de los señoríos regionales, que se instaura en todo el valle un cambio real en el patrón habitacional: representado en los asentamientos con un alto carácter defensivo emplazados en las alturas de los cerros (Muñoz, 2005, 2007; Santoro et al., 2004; Romero, 2002).

En relación a la sierra de Arica, Muñoz y Chacama (2006), tomando como indicador la arquitectura del periodo Intermedio Tardío, descri-ben una serie de sitios que se distribuyen desde el Norte por la que-brada Socorama hasta el sur por la quebrada de Miñita. Estos autores señalan que estos asentamientos se planificaron en torno a cinco áre-as: (1) habitacional, que abarcó desde la ladera hasta la cima; (2) depósito, que se distribuyó espacialmente como unidad, entre el área residencial y la de corrales ubicados en el centro y sector bajo de las laderas; (3) funeraria, que se situó en espacios separados de las áreas habitacionales y de depósito, por lo general en las cimas o media ladera de cerros por sobre las áreas domesticas; (4) corrales, que se ubicaron preferentemente en los faldeos de ladera, cercanos a las áreas de depósito de almacenaje; y (5) sistemas agrícolas, los que se ubican en los cerros que circundan los poblados (en Muñoz, 2007: 261).

En cuanto a las características arquitectónicas generales de esta área, Muñoz y Chacama (2006) también señalan que el área habitacional presenta recintos de forma circular, a su vez el área de depósito o almacén se caracteriza por dos tipos de construcciones: depósitos circulares pequeños y otros de tamaño mayor. El área funeraria se caracteriza por dos tipos de tumbas, una de forma de cista y otra tipo chullpa. El área de corrales se caracteriza por grandes recintos cons-truidos con una sola hilera de piedras, ubicados en la base de laderas de cerro. Los sistemas agrícolas están definidos por terrazas, construi-das en las laderas de los cerros, presentando en su interior extensos canales longitudinales. En relación con Caillama, los autores lo des-criben como un asentamiento tipo pukara, es decir, asentamientos elevados, protegidos y de acceso difícil, con gran visibilidad de su entorno (Ibid.).

Para reforzar la imagen recurrente, conformado por un patrón de asentamiento denominado pukara, para el periodo del Intermedio Tardío en la sierra de Arica, Muñoz (2005) realiza el estudio en tres de los mayores asentamientos prehispánicos más importantes durante dicho periodo y el Tardío (Tawantinsuyu): Huaihuaraní, Lupica y Saxamar; concluyendo, de esta forma en el mismo modelo de asenta-miento y en el conjunto de áreas de actividad que conformaron la planificación de estos.

En vista de este modelo repetitivo, Muñoz y Chacama (2006) aventu-ran una hipótesis que responde al porqué de semejante planificación la cual, para los autores, obedeció a un sistema de pugnas interétnicas por intereses productivos entre las poblaciones altiplánicas y costeras que se manifiesta en la evidencia de material bélico en los asenta-mientos estudiados (en Muñoz, 2007: 261). Por otro lado, Santoro et al. (2004) en este contexto, propone que la sierra fue escenario de una entidad política, tentativamente denominado grupo Charcollo, seg-mentada, relativamente independiente y separada de la esfera política y cultural de los Arica (grupos costeros), por tanto, más relacionado a la tradición altiplánica.

En este sentido, Santoro et al. (2004) se preguntan, al igual que noso-tros, si las instalaciones de la sierra, que tentativamente agrupó como unidad cultural Charcollo, corresponden, en parte, a los centros se-cundarios dependientes de los centros primarios del altiplano, en el modelo de verticalidad escalonada propuesto por Durston e Hidalgo (1997). No tenemos claro, tampoco, si esta población serrana provie-ne de una tradición local instalada allí desde el periodo Medio vincu-lado con Tiwanaku, o quizás antes.

Este vacío cognoscitivo se esclarecerá un poco más mediante el análi-sis y crítica del artículo escrito por Iván Muñoz Ovalle (2007): “Caillama: organización del espacio doméstico y áreas de activi-dad en un asentamiento prehispánico de altura, período Interme-dio Tardío, norte de Chile”. Este estudio crítico de las partes com-ponentes del artículo será mediante la detección de los puntos que el autor descuide en su análisis del espacio domestico en el sitio de Cai-llama (Fig. 2). Se tomara bastante énfasis en la información obtenida de la superficie, conjuntos sobre pisos o contexto arqueológico (según los conceptos de Schiffer), además de la metodología aplicada para el registro arqueológico que permitirá determinar el buen inventario de los elementos del conjunto sistémico, resultado éste, de las considera-ciones que se hayan tomado para no caer en lo que Schiffer definió como la “premisa de Pompeya”.

Metodología

La definición de espacios domésticos en el interior de los recintos habitacionales mediante la determinación de áreas de actividad, enca-mina la investigación ha aplicar las metodologías pertinentes en base a las hipótesis que el autor desea responder a través del estudio y análisis de las unidades habitacionales del sitio de Caillama. Para ello, en cuanto a la metodología Muñoz (2007) toma como unidades de referencia los recintos más representativos en términos de patrón

Figura 1: Vista panorámica de Caillama (Muñoz, 2007: 265)

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arquitectónico y restos de ocupación doméstico que se observan en la superficie de los recintos (123, 124, 144, 151, 175 y 197) (Figs. 3 y 4, un ejemplo de ellas). Para el caso particular de las áreas de actividad en el interior de los recintos, el autor determinó tales principalmente a través de los restos culturales y, auxiliado por el análisis químico de restos orgánicos.

En este sentido, cabe mencionar que las muestras fueron obtenidas preferentemente de las áreas de alimentación y cocina, y las posibles áreas de descanso y almacenaje; en otras palabras, la utilización de esta técnica química estuvo presente para la confirmación de los su-puestos espacios domésticos ya definidos preliminarmente mediante el análisis de la arquitectura habitacional y la evidencia del material cultural asociado. También, es importante aclarar que la determina-ción, a través del análisis químico de muestras, de los elementos que pudieron corresponder a las actividades humanas y que ayudó a defi-nir la funcionalidad de los espacios fueron tomadas de un estrato ocupacional que se extendió a lo largo de los recintos y cuyo espesor fue de 5 a 7 cm., ubicado sobre la roca madre (Muñoz, 2007: 262).

Nos interesa saber, según las finalidades de esta crítica, cuáles son las evidencias del material asociado en las áreas de actividad y en qué condiciones fueron encontrados; además, si es pertinente, la determi-nación de dichas áreas según el material cultural encontrado, y si se ha tomado debida cuenta del efecto de los procesos básicos de forma-ción del registro arqueológico (contexto arqueológico) tanto cultura-les como no culturales.

Por otro lado, el análisis químico de los pisos, donde se presume la repetición de una o varias acciones frecuentes, para determinar con exactitud la funcionalidad de un área de actividad nos sugiere, tam-bién, una lectura crítica; puesto que, el uso de esta técnica como herramienta reciente en la arqueología ha mostrado amplias posibili-dades en el estudio de unidades domésticas, en general, y en áreas de actividad, en particular, aunque mostrando ciertas desventajas.

La metodología aplicada a partir del uso del análisis químicos mues-tra una leve incongruencia en la identificación de áreas de actividad, por las propias desventajas de la misma técnica pero, también, por las mismas características del sitio referente a la estratigrafía del suelo y a las asociaciones culturales, y su distribución, que son tomadas com-plementariamente en cuenta, en el estudio de unidades habitacionales.

Al respecto, en esta sección, conoceremos el sesgo mínimo que existe tanto en la técnica como en su aplicación en los pisos correspondien-tes a las unidades domésticas del sitio de Caillama, con relación al material cultural asociado. En tal sentido, debo mencionar, una carac-terística importante relacionada a la magnitud de ocupación: la escasa densidad estratigráfica presentada en los pisos (5 a 7 cm. ubicado sobre la roca madre) de cada uno de los recintos del sitio en mención.

Como menciona Barba (1986: 37), una de las principales limitaciones de esta forma de estudio (análisis químico de suelos) es la confusión que ocasiona la superposición de actividades de distinta época en la misma superficie. No existe, hasta el momento, ninguna forma, de diferenciar la diversidad de elementos del mismo piso, provenientes de distintas actividades en distintos momentos.

Como menciona Muñoz (2007: 262), las áreas de actividad en el in-terior de los recintos se determinaron principalmente a través de los restos culturales, apoyados por el análisis químico de restos orgáni-cos, pero la escasa densidad estratigráfica de los pisos de ocupación impidió una muestra mayor para una mejor determinación química de suelos. Consecuentemente, las áreas de actividad confirmadas poste-riormente a una preliminar identificación fueron las áreas de alimen-tación y cocina (mediante la identificación de fosfatos y ácidos gra-sos); sin embargo, las áreas de descanso y almacenaje no fueron con-firmadas de manera concluyente mediante el análisis químico de sue-los.

Las diferentes actividades que pudieron haber existido en los recintos

habitacionales debieron ser dinámicas (constantes y movibles) sabien-do que no existió, según las evidencias, una división arquitectónica compleja del espacio doméstico que pudiera limitar las actividades (los estudios de Lavallée y Julien (1983) demuestran lo primero). En este sentido, y como sugiere Muñoz (2007), las actividades que se llevaron a cabo en los recintos fueron, más que todo, realizadas du-rante la noche, no habiendo una constante ocupación durante el día, lo cual puede explicar la densidad de ocupación expresada en la canti-dad de sedimento depositado sobre la roca madre. Pero, la incon-gruencia existe en tratar de definir áreas de actividad con una funcio-nalidad determinada mediante el estudio complementario del análisis químico habiendo, sin embargo, un mínimo sesgo percibible en la determinación previa de los espacios domésticos mediante el material cultural asociado. Los diferentes comportamientos supuestamente realizados en los recintos habitacionales, en este tipo de lechos, mues-tra una discontinuidad en localización clara (según la distribución del material cultural), más aun cuando existe una mínima división del espacio doméstico a través de la arquitectura (Lavallée y Julien, 1983); por ello, la frecuencia de actividades es inferida mediante el análisis químico complementario pero ignorando la desventaja men-cionada líneas arriba. En conclusión, al parecer la utilización del ma-terial cultural asociado y el análisis químico, no permite dejar de pen-sar en una aplicación de una supuesta “premisa de Pompeya”, como menciona Schiffer (1985); puesto que, el material encontrado sobre los pisos (desconociendo los procesos básicos de formación de pisos) es tomado como el espacio de la actividad realizada.

Marco teórico

Uno de los temas que se ha ido desarrollando con gran interés en la arqueología es el estudio de áreas de actividad. Dicho estudio consiste en el análisis de los espacios donde se llevaron a cabo acciones es-pecíficas. El principio en el que se basa estos trabajos es que a partir de la distribución espacial que presenta el registro arqueológico se pueden inferir los patrones de comportamiento del grupo que se esta estudiando. La forma como se encuentra organizado el material cultu-ral nos muestra, de alguna manera, la estructura social de una comu-nidad.

Uno de los autores que ha tratado ampliamente este tema, enfatizando los factores que condicionan el proceso de formación del registro arqueológico, es Michael B. Schiffer. Él afirma que la suposición errónea más importante hecha por muchos arqueólogos es que el mo-delo espacial de los restos arqueológicos refleja el modelo espacial de las actividades llevadas a cabo (Schiffer, 1972: 156). Tal acotación sugiere que la procedencia de los artefactos en un sitio corresponde a sus verdaderas localizaciones de uso en las actividades, lo cual no siempre es el caso.

Como menciona Binford (1964: 125) “la pérdida, fractura y abando-no de implementos y medios en distintos sitios, en lo que grupos de estructura variable ejecutaron diferentes tareas, deja un registro fósil de la actividad de una sociedad extinta” (en Schiffer, 1972). Pero ¿En qué medida dicha actividad es representada por los materiales dejados por los grupos culturales pretéritos? En términos generales, lo que se logra responder es la pregunta ¿Cómo se forma el registro arqueológico a través del comportamiento de un sistema cultural? En otras palabras, se trata de inferir sobre las variables que determinan la estructura del registro arqueológico, tanto cultural como no cultural.

Por otro lado, Linda Manzanilla (1986) considera que un área de acti-vidad es la concentración y asociación de materias primas, instrumen-tos o desechos en superficies o volúmenes específicos, que reflejen actividades particulares. El área de actividad puede dividirse en varios tipos, según pertenezcan a cuatro grandes categorías susceptibles de análisis arqueológico: la producción, el uso o consumo, el almacena-miento y la evacuación.

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En efecto, existen varios tipos de procesos que generan la formación del registro o contexto arqueológico:

- los que intervinieron mientras la sociedad en cuestión estaba en fun-cionamiento, y que implican actividades de producción, distribución, almacenamiento, uso o consumo, desecho, etc.;

- los de tipo natural, es decir, los fenómenos de deposición y sedimen-tación, acarreo o transporte, intemperismo y erosión, y también los factores químicos y físicos que influyen en la conservación o destruc-ción de los materiales;

- las condiciones de abandono de un sitio, las mismas que producen tipos distintos de desperdicios; y

- la acción de otras sociedades posteriores a la de nuestro interés, inclu-yendo la nuestra, sobre los depósitos mismos (Manzanilla, 1986 pp. 10-11).

A pesar de las diferentes formas que influyen ciertos factores en la conformación de la estructura del registro o contexto arqueológico, esto no es debidamente tomado en cuenta por los investigadores, pues sus implicaciones son ignoradas cometiendo un error que Schiffer (1988) describe como “premisa de Pompeya”. La verdadera “premisa de Pom-peya”, dice Schiffer (1988: 05), “es empleada por quienes no logran evaluar en detalle como se formaron los conjuntos específicos en los pisos de las unidades domesticas, debido a procesos culturales y no culturales”.

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Esto sugiere que los arqueólogos pueden tratar los conjuntos sobre los pisos de unidades domésticas en cualquier sitio, como si fueran inventarios sistémicos pompeyoides; es decir; que los análisis de esta clase de conjuntos a menudo se basan en supuestos (por lo ge-neral implícitos) de que los elementos (1) fueron depositados en el momento de abandono del cuarto como (2) conjuntos que represen-tan, de manera pompeyoide, un inventario sistémico de artefactos de unidades domésticas reflejando por tanto, fielmente las actividades que tuvieron lugar en esos espacios arquitectónicos (Schiffer, 1988: 06).

Cabe mencionar, que Schiffer (1972) define dos conceptos que se relaciona con el análisis de los conjuntos sobre pisos, uno de ellos es el término de contexto arqueológico, que describe los materiales que pasaron a través de un sistema cultural y que ahora son objetos de la investigación; el otro es el de contexto sistémico, que señala la con-dición de un elemento que esta participando en un sistema de com-portamiento.

El estudio de los procesos de formación llevan a cuestionarse sobre las diferentes áreas de actividad que se pueden hallar en una unidad doméstica mediante las siguientes preguntas: ¿Los conjuntos sobre pisos representan el inventario sistémico de los artefactos que se usaron en los cuartos? y ¿Hasta qué punto los procesos de forma-ción contribuyen a la variabilidad y patrones observados en conjun-tos sobre pisos?

Para fines del análisis critico es necesario mencionar lo que dice Schiffer (1988: 08): “Así, cuando el investigador no busca com-prender ni tomar en cuenta los procesos de formación, automática-

Figura 3: Planta arquitectónica y distribución interior del recinto 123 (Muñoz, 2007: 268).

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mente el análisis contiene los supuestos implícitos de que los procesos de formación han tenido efectos benignos y que los conjuntos arque-ológicos pueden tratarse analíticamente como si fueran equivalente a los inventarios sistémicos”.

Por último, es importante dar a conocer que la principal serie de varia-bles responsables de la presencia de elementos potencialmente utiliza-bles en el registro arqueológico son los que tienen que ver con el aban-dono del sitio. Este episodio sincrónico del sitio determina los objetos que después serán encontrados y observados por el arqueólogo, además de los otros procesos no culturales, le podrán dibujar un panorama cada vez más claro sobre los tipos de materiales utilizados relacionados a las áreas de actividad. Estos materiales son llamados basura de facto, y según Schiffer (1988) la determinación de su presencia mayoritaria o minoritaria dependerá del conocimiento que se tenga de las variables que influyeron en su proporción, específicamente durante el proceso de abandono.

Análisis crítico

Observando el plano del asentamiento de Caillama (Fig. 2), podemos ver la cantidad de recintos habitacionales que se distribuyen sobre el terreno, abarcando explanadas, bajas y altas, terrazas y elevaciones. Esto nos sugiere que la muestra tomada es muy reducida (6 recintos habitacionales) según la cantidad total de recintos que se observa.

Por otro lado, el autor menciona: “La presencia de estructuras tipo unidades alveolares como las definidas por Lavallée y Julien (1983) ha sido detectada en nuestro asentamiento a partir de un patio central,

estas unidades que están sectorizadas a través de pasillos interiores hacen pensar que en Caillama pudieron haber existido grupos resi-denciales conformados por familias extensas.” (2007: 267). En tal sentido, y recordando las interpretaciones que Lavallée y Julien (1983) obtuvieron del análisis de los Asto sobre la dinámica del hábitat, sugerimos que el estudio de los recintos habitacionales, realizada de manera segregada, obedeció a variables ajenas como conservación de los recintos, una clara estratigrafía y elementos de superficie de actividades domesticas (2007: 267) que no reflejan un panorama claro sobre la dinámica del hábitat que pudo haber inter-relacionado a los grupos domésticos del asentamiento de Caillama y que pudo haber expresado una concepción diferente con respecto a la configuración de las unidades domesticas (áreas de actividad).

Además, la elección de los recintos, medianamente separado uno del otro, nos obliga a pensar que el autor considera la ocupación del asentamiento de manera sincrónica descartando el crecimiento del asentamiento de forma gradual que podría arrojar luces sobre la movilidad del asentamiento y, porqué no, sobre la constitución y dinamismo de las áreas de actividad de los recintos habitacionales como lo hecho por Lavallée y Julien (1983) para los Asto.

La afirmación reiterativa del autor acerca de la estratigrafía de los recintos es recurrente cada vez que hace el análisis de cada uno de los recintos habitaciones, diciendo: “la estratigrafía del recinto es de 5-7 cm. de espesor, no presenta ocupaciones posteriores”, lo cual nos hace pensar que el autor concibe que debido a la ausencia de ocupaciones posteriores en los recintos, y por tanto en todo el asentamiento, los materiales culturales hallados en ellos correspon-den, según Schiffer (1972), al conjunto de elementos del inventario sistémico de las actividades realizadas. En este sentido, ignora la presencia de factores, culturales y no culturales, que hallan interve-

Figura 4: Planta arquitectónica y distribución interior del recinto 124 (Muñoz, 2007: 269).

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nido en el proceso de formación del registro arqueológico o contexto arqueológico, y que su influencia haya afectado en la disminución o aumento de la basura de facto: muestra tangible de una actividad fun-cional pretérita.

Todos los recintos muestran un espacio lleno de fragmentos de cerámi-ca, algunas con mayor concentración en algunas áreas vinculadas a fogones, cocina o con los morteros ubicados todos en el centro de los recintos habitacionales. Además de lo primero mencionado, existe material lítico que al igual que la cerámica, se encuentra esparcido por todo el recinto, algunas veces concentrándose en algunas zonas relacio-nadas a los morteros o a las cocinas. Es la misma realidad con otros materiales que se encuentran en todos los recintos y los cuales ha per-mitido distinguir otra clase de actividades y el tipo de consumo que ha existido en ellos: torteros, boleadoras, hilados, material orgánico, mala-cológico y huesos de animales.

Lo último mencionado corresponde a los materiales dejados supuesta-mente durante el ejercicio de las actividades cotidianas de los habitan-tes, es decir, corresponde, según Schiffer (1988), a la basura primaria. Aunque esto no esta totalmente claro pues el autor tampoco menciona cuan concentrado está este tipo de material en cada uno de los recintos, si se menciona su presencia en todos ellos y esparcido de forma regular tanto en el centro de los recintos como en el espacio total. El descono-cimiento de la existencia de la denominada basura secundaria, aquella que es depositada por los habitantes de un asentamiento cuando los recintos habitacionales fueron abandonados por sus habitantes, deja en entre dicho la presencia de tales materiales como restos directos de la actividad realizada.

La recurrencia de la presencia central de los morteros en cada uno de los recintos excavados me obliga a pensar en la conducta de curaduría que bien ha descrito Schiffer (1988); la portabilidad del material (tamaño y peso), su costo de reemplazo (fuente de materia prima, uso de materiales múltiple y manufactura), y la vida útil remanente: son variables que sugieren su presencia como basura de facto potencial, es decir, como materiales que ubican la localización de la actividad que representan. En este sentido, la presencia de los morteros en un mismo lugar (centro) de todos los recintos sugiere la ubicación de la actividad que expresa el material.

La supuesta presencia de basura de facto, pues así lo considera el au-tor, como morteros, hiladas, palas líticas, machacadores, torteros de cerámica, boleadoras, etc., nos indica que estos objetos fueron, clara-mente, fáciles de reemplazar para los habitantes que abandonaron el lugar; además, de la posibilidad a ser reemplazados y manufacturados sin dificultad. El autor, en este sentido, no aventura una posible causa

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de abandono del sitio (gradual o catastrófico) que permita, de este modo, rastrear los tipos de materiales que pueden haber sido dejados siguiendo ciertas normas de prioridad según sea el caso.

Por tanto, el conocimiento de las circunstancias de abandono de un asentamiento o de un recinto o varios, se cual fuera el caso, según Schiffer (1988), nos dibujará una imagen pasada más clara acerca de los materiales o basura de facto que tendríamos que encontrar. Sin embargo, el desconocimiento nos limita a saber si lo que encontra-mos en los recintos corresponden a los restos de actividades pretéri-tas.

La ubicación de las áreas de cocina es fundamentada por la cons-trucción de una estructura repetitiva la cual consiste en dos hiladas de piedras que se encuentran adosados a los muros que circunscri-ben al recinto habitacional. Además de ello, el análisis químico otorga más solidez a la ubicación confirmando, para el autor, la funcionalidad pretérita de la actividad.

La presencia de 2 a 4 fogones por cada recinto demuestra la concen-tración de actividades y/o la intensa movilidad de los espacios o áreas de actividad, no habiendo para esto, limitaciones estructurales que localicen las actividades realizadas. Esto nos sugiere que, como menciona el autor (2007: 278), la mayoría de actividades se con-centró durante las noches, dejando los recintos habitacionales aban-donados durante el día. Además de esto, las áreas de descanso tam-bién sugieren que son movibles y como menciona el autor (ibid.) obedecen a la presencia de fogones pues es alrededor de ellas que los habitantes de los recintos dormían y se abrigaban.

Comentarios finales

El autor concluye en cuatro áreas de actividad generada al interior de los recintos: (a) áreas de preparación de alimentos (cocinas), (b) áreas de consumo de alimentos, (c) áreas de calentamiento y proba-blemente (d) áreas de almacenamiento de alimentos, su mayor uso se comprueba en la preparación y consumo de alimentos que habr-ían tenido estos recintos preferentemente (Muñoz, 2007:276).

La definición de las cuatro áreas de actividad están sustentadas so-bre las muestras de análisis químicos que registran una frecuencia de uso según los componentes presentes (en este caso, fosfatos y ácidos grasos) lo que determina, para el autor, de forma concluyente la identificación de las áreas de cocina y consumo y preparación de alimentos. Sin embargo, las áreas de almacenamiento y descanso nos son confirmadas de forma definitoria pues se infiere su presen-cia de acuerdo a la ausencia de fosfatos y ácidos grasos en ciertas zonas del interior de recintos, lo cual al autor le permite asegurar que los habitantes de los recintos habitacionales pernoctaban alrede-dor de los fogones los cuales se distribuyeron de manera irregular por todo el piso del recinto.

El descuido por no tomar en cuenta las posibles causas de abandono del cual nos permite obtener una noción clara de las variables que condicionaron el proceso de mudanza de un recinto a otro, o de un asentamiento a otro también, y de los posibles elementos del con-texto sistémico que son denominados basura de facto, que pudieron haber sido dejados por motivos que obedecen a prioridades humanas propias del evento de abandono: origina a desconocer que materia-les culturales son en realidad propias del recinto o, mejor dicho, muestras tangibles de una actividad pretérita realizada al interior de estos.

Las conductas de curaduría, el ciclaje lateral, el reciclaje, los mate-riales descartados, la reutilización, los efectos naturales postdeposi-cionales, etc. demuestran que el registro arqueológico, que se origi-na una vez que ha cesado todo ejercicio humano sobre ellos, contin-úa en constante dinámica en consecuencia de los diferentes procesos

Fig. 5: Corredor con peldaños que sube a la cima del sitio (Muñoz, 2007).

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El autor afirma, según la presencia de varias muestras de fogones que se distribuyen en cada recinto habitacional, que las actividades por lo general se habrían organizado a partir del espacio central donde el fogón habría constituido el centro donde se reunieron los individuos y organizaron las actividades de cocina, alimentación, elaboración de instrumentos y dormir. Suponemos que, según el medio ambiente de altura donde se encuentra emplazado el asentamiento de Caillama, los fogones jugaron un rol primordial de calentamiento, tal vez la existen-cia simultánea de más de un fogón prendido al momento que los habi-tantes estaban instalados en sus recintos podía haber sido el caso con la finalidad del abrigo durante la parte del día, que el autor asegura, fue cuando los habitantes desplegaban la mayor parte de sus actividades: la noche.

La presencia de varios y diversos materiales culturales demuestra las actividades que presumiblemente se llevaron a cabo al interior de los recintos; sin embargo, el desconocimientos de los procesos básicos de formación de los conjuntos sobre pisos y, también la incertidumbre de las condiciones del proceso de abandono del asen-tamiento (y las prioridades de mudanza implicadas): construye un sesgo que impide comprender en su totalidad las verdaderas activi-dades desarrolladas en los recintos habitacionales. Cabria mencionar la recurrencia de algunos materiales, pero la escasa representativi-dad de las unidades (6 recintos habitacionales) estudiadas permite pensar en una realidad pretérita diferente si se llegara a investigar mayor número de recintos.

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Presentación

En el mes de Marzo del año 2008, el autor junto con una colega realizó un viaje académico al suroeste de la península de Florida; conduciendo por más de 6 horas desde un pueblo cercano a Or-lando (Florida Central), hasta la localidad de Pine Island en el condado Lee, ubicada a pocos kilómetros de la ciudad de Fort Myers, habiendo hecho un recorrido total de más de 300 Km. Mi interés por la arqueología de esta área surge de manera fortuita al no haber sido éste el motivo central de mi viaje al extranjero. Sin embargo el haberme puesto en contacto de manera previa con la arqueóloga Mary Glowacki, quien actualmente se desempeña como supervisora del programa de Arqueología de Tierras Públi-cas en el “Florida’s Bureau of Archaeological Research”, me condujo a emprender el viaje y aprender algo totalmente nuevo sobre una cultura bastante singular, tema que en adelante com-partiré con ustedes. Este artículo se centra en los desarrollos cul-turales tardíos que se dieron al sur del Estado de Florida y bási-camente analizará a los Calusa (Fig. 1) una compleja y remarca-ble sociedad tardía que interactuó con los primeros europeos que exploraron Norteamérica.

Introducción

La arqueología del Estado de Florida nos ha revelado un complejo y diverso desarrollo cultural, con manifestaciones humanas claras desde por lo menos 12 000 años antes del presente. Esta misma complejidad y diversidad regional a lo largo de la prehistoria del Estado se mantuvo prácticamente ignorada hasta antes de la Segunda Guerra Mundial. Los proyectos de mayor envergadura y las publicaciones más trascendentales en la literatura arqueológica de Florida so-bresalieron recién a partir de los años cuarenta (Milanich 1994: 1-18). Asimismo, en los últimos 30 años la arqueolo- gía de Florida ha avanzado a un paso más firme y veloz, aumentando los proyectos arqueológicos y las publicaciones, así como desempeñando una investigación cada vez más interdisciplinaria.

El área (o subárea) que se analiza en el presente artículo, conforma un espacio cultural distinto y relativamente inde-pendiente del área cultural norteamericana (Goggin 1947: 114), tal y como está definida (Jennings 1983; Willey 1966, inter allia). Gordon Willey (1966) así como otros autores (Fagan 1995; Jennings 1983; Snow 1976) que publicaron estudios sobre arqueología norteamericana en sentido am-plio, nunca fueron lo suficientemente cuidadosos al referirse a la región del sur de Florida. Más aún, este espacio cultural en particular, ya sea de manera fortuita o intencional, se en-cuentra en sus publicaciones prácticamente borrado del ma-pa.

A pesar de que el mismo Willey había realizado importantes trabajos y divulgó síntesis acerca de la arqueología del noro-este de Florida (Willey & Woodbury 1942), definió la cultu-ra Weeden Island (ubicada al noroeste del Estado) (Willey 1945), publicó sobre la denominada región Manatee (al cen-tro-oeste del Estado) (Goggin 1947; Willey 1945; 1948), hizo lo propio también con la arqueología del sudeste de Florida (Willey 1949b) y finalmente saca a la luz un trabajo pionero y fundamental: Archaeology of Florida Gulf Coast (Willey 1949a). Todas estas investigaciones sin embargo, no se ven reflejadas en su libro An introduction to American archaeology (Willey 1966), en el cual hace un ambicioso recorrido por todas las áreas culturales del continente nortea-mericano y en donde, el Estado de Florida pasa casi desaper-cibido.

La mayoría de los autores citados ubican al Estado de Flori-da en la región denominada “Eastern Woodlands” o Áreas Boscosas del Este. Sabemos que en esta área lo que más se conoce arqueológicamente y lo que cuenta con un mayor número de estudios, son las culturas arqueológicas denomi-nadas Adena, Hopewell y Missisipi, cuyas manifestaciones culturales se localizan claramente en Estados de latitudes

Breve reseña sobre los Calusa. Una antigua sociedad al sur del Estado de Florida.

Fernando Carranza Melgar1

1) Estudiante de arqueología, Pontificia Universidad Católica del Perú. E-mail: [email protected]

Fig. 1: Mapa mostrando el Estado de Florida junto con los sitios arqueológicos y ciudades actuales, tomados en cuenta en este artículo.

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mas septentrionales (con algunos centros importantes en Geor-gia y Alabama, y muchos otros de mayor envergadura en esta-dos mas norteños). Estas culturas, incluyendo al complejo Missisipi, tienen cuanto mucho, pocos elementos claramente comparativos con los desarrollos culturales que se dieron al sur de Florida, de esta manera no pueden ser tomadas como el único referente sobre el cual se analice el tema en cuestión. Inclusive a pesar de que en el noroeste del Estado tengamos definidas a las culturas (de tradición Missisipi) Fort Walton y Pensacola, entre otras más, éstas no ofrecen elementos compa-rativos claros para entender el desarrollo cultural propio de las culturas tardías del sur de la península. Lo que se sintetiza en el presente artículo, pretende demostrar que en esta región ocurrió más bien un desarrollo histórico particular y que la misma posee una expresión cultural muy propia y bien defini-da. Esta autonomía cultural se hace notar de manera más clara para las épocas tardías, previo al contacto con los primeros europeos en pisar tierras norteamericanas.

De esta forma, la expedición española de 1513 a las costas del nordeste de Florida, ha sido registrada históricamente como el primer contacto europeo con el continente norteamericano, claro está, sin tomar en cuenta las referencias sobre arribos de navegantes escandinavos en siglos anteriores. Por otro lado, se tiene información de que esta expedición debió ser inclusive posterior al primer contacto con los naturales norteamericanos, ya que a su llegada, los colonizadores encontraron a más de un nativo capaz de comunicarse en castellano. Por lo mismo, al-

Fig. 2: “El Primer Encuentro” El Adelantado Pedro Menéndez de Aviles se reúne con el Gran Jefe o “Rey” Calusa Carlos, en Febrero de 1566 (Tomado del boletín Florida Archaeology An Overview s/a, ilustración de Hermann Trappman 1990).

guno autores sostienen que los traficantes de esclavos asenta-dos en Puerto Rico se dedicaron a secuestrar nativos del sur de Florida tiempo antes de que Ponce de León izara ahí la bande-ra española; de ser esto cierto, se postularía una explicación más para la hostilidad que los nativos demostraban hacia los advenedizos europeos (Viele 1999: 19-20).

Definidos como un cacicazgo por la arqueología norteamerica-na, los Calusa mantuvieron un complejo sistema de organiza-ción, en donde un número de entidades políticas se encontra-ban dirigidas por líderes locales; a su vez todos estos grupos reconocían a un líder general a la cabeza de toda la estructura. Este personaje principal coincidiría con el histórico gobernante indígena denominado “Rey Carlos” con quien los españoles hicieron contacto durante su visita a uno de los mayores asen-tamientos Calusa en el siglo XVI y que hoy se constituye co-mo el sitio arqueológico de Mound Key, cercano a la ciudad de Fort Myers (Fig. 2).

A decir verdad los Calusa y sus antecesores, habitaron el sudo-este de Florida desde por lo menos quince siglos antes de la llegada de los españoles, con la expedición comandada por Ponce de León en 1513. Presentan muchas particularidades en su cultura material y organización socio-política, lo cual ha llamado la atención de arqueólogos estadounidenses desde finales del siglo XIX. Entre ellos cabe destacar a Frank Hamil-ton Cushing quien en 1896 excavó el ya desaparecido sitio arqueológico de Key Marco. Tras una temporada de dos meses halló una serie de artefactos y objetos de arte, tales como ela-

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reflujo de las mareas puede dejar a algunos animales y plantas, tales como ostras y pastos marinos, expuestos y secos durante ciertas temporadas. A lo largo de un año, las temperaturas en estuarios poco profundos fluctúan entre los 0 a 38 grados Celsius y exponen los organismos marinos a una intensa radiación solar. Los organismos de estuarios se encuentran naturalmente adapta-dos para soportar estas oscilaciones de salinidad, mareas, temperaturas e irradiación solar; deben sin embargo, contar con un flujo constante de agua dulce y salada, si este balance es cortado la vida marina dependiente del estuario podría perecer.

Comúnmente se llama a los estuarios “la cuna de los océanos” apelativo que los describe bastante bien. Más del 95 por ciento de los peces, crustáceos, moluscos y mariscos en general, comercialmente importantes en Florida, pasan períodos de su vida en es-tuarios, especialmente cuando jóvenes. Muchas especies marinas migran al océano para desovar o engendrar, los huevos desarro-llados en larvas son luego transportados a los estuarios por las corrientes. Asentadas ya en aguas poco profundas, con pantanos,

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Fig. 4 (izquierda): Obra de arte Ca-lusa pintada sobre madera, donde se observa a un pájaro carpintero. Esta pieza fue originalmente excavada por Cushing en su expedición a Key Marco y la imagen que vemos es la reproducción pictórica hecha por el artista Wells Sawyer, encargado de documentar la excavación con sus ilustraciones (Tomado de Milanich 1994: 307, fotografía del Smithsonian Institution).

Fig. 5 (derecha): Escultura tallada en madera de un felino antropomorfiza-do, una de las más emblemáticas obras de arte legadas por los Calusa, excavada por Cushing en Key Marco en 1896 (Tomado de Gilliland 1996, fotografía del Smithsonian Institu-tion).

Fig. 3: Arte pintado sobre concha, excavado por Cushing en Key Marco (Tomado de Gilliland 1996, fotografía del Smithsonian Institution).

boradas esculturas y máscaras de madera, armas, grandes redes de fibra vegetal, uten-silios domésticos, conchas talladas, objetos de madera pintados y otros elementos de gran relevancia artística y arqueológica (Figs. 3, 4 y 5). Es a partir de su publicación sobre estos trabajos (Cushing 1897) y una exhibición de los mismos, que los Calusa (o también llamados Caloosahatchee como cultura arqueológica), aparecieron en el escenario académico de su época tras haber sido olvidados por casi dos siglos, desde su exterminio a inicios del siglo XVIII, fruto de alrededor de doscientos años de sa-queos, sangrientas misiones evangelizadoras, enfermedades mortales, esclavitud, movilizaciones forzadas, piratas, traficantes y guerras.

Espacio y tiempo

El Medio Ambiente

Ubicados principalmente en el sudoeste del actual Estado de Florida, los Calusa desa-rrollaron una economía autosuficiente basada en la pesca y recolección de recursos marinos, dentro de un generoso y productivo ecosistema de tierras húmedas y estua-rios, favorables para el desarrollo de extensas áreas de manglares, pastos marinos y pantanos tropicales. Estas reservas naturales propiciaron el desarrollo de una rica y diversa biomasa de flora y fauna fácilmente aprovechable por sus habitantes pre-hispánicos.

Los estuarios fueron de suma importancia para la supervivencia de los Calusa. Éstos son áreas semicerradas tales como bahías, donde aguas dulces se combinan con las aguas saladas de los océanos. Son sistemas dinámicos donde las mareas y temperatu-ras presentan flujos constantes, de esta forma la salinidad varía espacial y temporal-mente. La supervivencia de flora y fauna en los estuarios requiere de adaptaciones especiales por ser espacios naturales de cambios constantes; por ejemplo el flujo y

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y recolecta de animales y plantas del interior respectivamente. Fueron un grupo sedentario y bien establecido; tuvieron una sólida red de intercambio con regiones vecinas y con otras bastante alejadas; desarrollaron un amplio repertorio de arte-factos sobre distintos soportes y tecnologías adaptadas a sus necesidades. Su organización política, tal como fue descrita por los españoles, alcanzó un impresionante despliegue logísti-

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pastos marinos y manglares; tienen un excelente ambiente para desarrollarse protegidos de depredadores. Algunas espe-cies pueden vivir en estuarios por períodos cortos, mientras que otras pueden permanecer ahí toda su vida. Los camarones por ejemplo, desovan en aguas saladas. Las larvas son trans-portadas hacia las costas donde se desarrollan tras varias eta-pas de crecimiento. Cuando jóvenes los camarones se aventu-ran a llegar a los estuarios ayudados por las corrientes, de lograrlo, conseguirán un ambiente óptimo con pastos marinos y algas en donde permanecerán protegidos hasta su etapa adulta, además muchos predadores no soportan la baja salini-dad del estuario por lo que los camarones se desarrollan tras una “barrera de sal”. Ya cerca a su etapa adulta regresan al océano a desovar y el ciclo comienza nuevamente.

Los ecosistemas de estuarios se encuentran entre los más pro-ductivos de la naturaleza, para el caso de Florida, los ríos ali-mentan sus aguas con nutrientes traídos del interior de la península; de la misma forma en cuanto al área cultural Calu-sa (o Caloosahatchee), sus principales estuarios se nutren de los ríos Peace, Myakka y Caloosahatchee. Las plantas utilizan estos nutrientes junto con energía solar, dióxido de carbono y agua para producir su alimento. Entre las plantas importantes que constituyen un estuario están las algas microscópicas lla-madas fitoplancton y algas mayores que residen en los suelos; asimismo se desarrollan importantes plantas con raíces, tales como los pastos de pantanos, pastos marinos y manglares. Al morir estas especies sus restos son colonizados por bacterias y hongos que los descomponen en pequeñas partículas de mate-rial orgánico. Éstas sirven de alimento a muchos animales menores los cuales a su vez alimentarán a otros mayores, transmitiendo la energía en una red alimenticia que progresi-vamente sustenta a todas las especies del estuario y a especies fuera del mismo tales como reptiles y mamíferos.

Por último el desarrollo de los manglares contribuye significa-tivamente en el ciclo ecológico de los estuarios. Los mangla-res son árboles que crecen en medio ambientes de salinidad fluctuante ya que son capaces de tolerar inundaciones fre-cuentes y pueden obtener para sí agua dulce a partir de aguas saladas. Las sales excedentes son secretadas a través de sus hojas y algunas especies incluso bloquean la absorción de sales desde sus raíces, estas mismas sirven también de áreas de descanso y protección para peces, crustáceos (como los percebes) y moluscos. Las ramas de los manglares son tam-bién importantes espacios para la reproducción y construcción de nidos de aves costeras tales como garzas (vg. Egretta trico-lor), espátulas rosadas (Platalea ajaja) y pelícanos (Pelecanus occidentalis). Muchas aves migratorias también dependen de los manglares para su alimento y protección.

Como veremos mas adelante, es en este medio ambiente tan propicio y generoso para el aprovechamiento de sus recursos naturales que los Calusa se desarrollaron hasta alcanzar una notable complejidad en su organización política. Muchas otras culturas que alcanzaron niveles similares de complejidad, dependieron de uno o más cultivos básicos y de la habilidad de administrar y distribuir los excedentes; en cambio, hasta donde se sabe, por los datos históricos y arqueológicos, los Calusa no tuvieron cultivos significativos, o al menos no co-mo un sustento básico. Los Calusa fueron una sociedad dedi-cada básicamente a la pesca y recolección de recursos del estuario y del mar, complementando esta actividad con la caza

Fig. 6: Artefactos Calusa elaborados sobre concha y hueso, en las primeras dos filas se aprecian herramientas para la pesca y joyería hechas sobre hueso y dientes de tiburón. Cuentas y un peso elaborados en concha (tercera fila), hachas y martillos sobre concha (cuarta fila) (Tomado de la revista Florida Native American Heritage Trail 2007: 11, imagen por cortesía del Florida Museum of Natural History).

Fig. 7: Comparación de los estilos de cerámica Weeden Island y “Calusa”, el primero corresponde a una urna funeraria polícroma excavada de Buck Mound en Fort Walton Beach, la segunda es un recipiente simple de cerámica oscura, burda y sin decoración (Tomado de Milanich 1994: 193 y Gilliland 1996, respectivamente. La segunda fotografía es del Smithsonian Institution).

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co y un equilibrio social óptimo bajo la cabeza de un gran líder, distribuyendo los excedentes y llegando incluso a cobrar impuestos a tribus subyugadas o estableciendo alianzas es-tratégicas con otras. Practicaron además un sistema de creen-cias bien establecido que se vio materializado en grandes ceremonias religiosas, acompañadas de bailes, ingesta de be-bidas y alimentos, así como rendición de honores a los líderes. De este modo, resulta muy natural a los ojos de los investiga-dores sentir la inquietud de preguntarse, cómo lograron esta hazaña.

Una respuesta se encuentra en el gran potencial extractivo que tuvo el ecosistema de estuarios del suroeste de Florida. Mu-chos investigadores creen que estos recursos fueron suficien-tes para suplantar el rol que juega la agricultura en este tipo de sociedades. Los Calusa entendieron su complejo ecosistema productivo lo suficientemente bien para prosperar por cientos de años sin causar un impacto perjudicial en él (Marquardt 1996: 20).

El área cultural

Como vimos en la introducción, el actual Estado de Florida encajaría (por defecto, dentro del panorama general de áreas culturales norteamericanas) en lo que los arqueólogos nortea-mericanos denominan Eastern Woodlands. Si bien a lo largo de su historia, las culturas del norte de Florida e incluso mani-festaciones culturales hasta la bahía de Tampa (tales como las culturas Weeden Island y Safety Harbor), presentan una estre-cha relación con las tradiciones norteñas Hopewell y luego con Missisipi, esto mismo no sucede con las culturas del sur de Florida.

Es posible trazar una línea arbitraria desde la costa de Char-lotte Harbor en el Golfo de México hasta Fort Pierce en la costa atlántica, dividiendo el Estado en un área norte y otra sur (Milanich 1994: 276) (Fig. 1). Se postula esto debido a

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que el norte puede entenderse mejor en su relación con las tra-diciones de la cuenca del Missisipi y los Estados de Georgia y Alabama. Las culturas del norte de Florida sí desarrollaron cul-tivos como parte de su sustento alimenticio básico, esto coinci-de con la tradición de cultivadores del este norteamericano, definidos en áreas más septentrionales. Por otro lado, los cen-tros de las mayores culturas arqueológicas (Deptford, Swift Creek, Weeden Island y Fort Walton) parecen ubicarse en esta dirección y en zonas al interior del continente, no tanto en las costas del Golfo. La cerámica decorada característica de las culturas norteñas de la península, está también estrechamente relacionada con los alfares de los Estados septentrionales y poco tiene que ver con los alfares registrados en el sur del Esta-do de Florida.

Guardando las reservas del caso, se registran también muchos rasgos compartidos entre la mayoría de las culturas arqueológi-cas de Florida y las tradiciones Hopewell y Missisipi, principal-mente en lo referente a sus ritos religiosos, arquitectura monu-mental y objetos ceremoniales. La tradición de construir gran-des montículos donde se realizaron ritos relacionados a sus creencias religiosas y ceremonias fúnebres, es una tradición compartida en casi todo el sudeste norteamericano. Alrededor de los años 100 y 200 d.C. esta costumbre cobró especial énfa-sis en el norte de Florida, apareciendo grandes montículos cere-moniales acompañados de quemas rituales (a juzgar por lo en-contrado en excavaciones: dientes de oso, lobo y puma, cerámi-

Fig. 8: Mapa que muestra las áreas arqueológicas del sur de Florida (Tomado de Milanich 1994: 278).

Fig. 9: Mapa mostrando el área cultural arqueológica Calosahatchee en el sur de Florida (Tomado de Marquardt 1996: fig. 1).

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nuevos recuperados en el área meridional, se hace evidente que el sur de Florida no conformaba un solo bloque cultural unifor-me (Milanich 1994: 276-277). Por otro lado, si bien las culturas del sur presentan notables diferencias con las del norte del Es-tado y con las tradiciones Hopewell y Missisipi, existió una permanente red de interacción e intercambio de ideas y bienes culturales en ambos sentidos. Muchas piezas importadas han sido halladas en ambas latitudes y las equivalencias culturales no fueron resultado de la pura casualidad. Se cuenta también con evidencias de cultivos de maíz alrededor de la cuenca del lago Okeechobee (Sears 1982: 177-178). Si éste fue introduci-do desde Mesoamérica, pudo adaptarse bien al ecosistema de tierras húmedas del interior de la península. El sur de Florida es accesible desde México mediante embarcaciones, ya sea alre-dedor de la costa del Golfo, o mas directamente desde Yucatán a través de las islas del Caribe (Milanich 1994: 289).

Entendiendo ahora el sur de Florida como un área cultural hete-rogénea, la más reciente propuesta divide su territorio en tres regiones culturales arqueológicas: Okeechobee, Caloosahatchee y Glades (o Everglades) (Fig. 8). El territorio de Ten Thousand Islands en el sur de la costa oeste sería una subregión separada o relacionada tanto con Caloosahatchee como con el área Gla-des; asimismo los Cayos (Florida Keys) al sur del Estado perte-necerían al área cultural de Glades (Milanich 1994). A través de toda su historia la gente que habitó estas tres áreas estuvie-ron en contacto e intercambio constante, por eso no es de extra-ñarnos la particular coherencia en sus repertorios de cultura material. En adelante nos centraremos en el área cultural Ca-loosahatche, centro de la cultura Calusa, sin embargo seguire-mos haciendo referencia a las otras áreas siempre que nuestro análisis lo amerite.

El área cultural Caloosahatchee se extiende desde el límite nor-

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ca decorada rota ex profeso, etc.), entierros humanos, y conte-nedores de cerámica y concha. Estos contenedores fueron utilizados también por los Missisipi en ceremonias de ingesta y libación de té sagrado, también conocidas en tiempos histó-ricos como las ceremonias de ingesta de “la bebida negra”. Una explicación posible para la cerámica decorada y los con-tenedores para líquidos hechos de concha hallados en sitios del complejo Yent (cultura del norte de Florida, post 100 a.C.), es que hayan sido utilizados en ceremonias similares a las de la bebida negra (Milanich 1994: 136-140; Milanich y Fairbanks 1980: 223). Otro rasgo extensamente compartido por muchas culturas del sudeste norteamericano es la tradicio-nal talla escultórica en madera. Como veremos más delante muchas culturas del sur de Florida demostraron especial habi-lidad en este arte.

En un inicio la arqueología norteamericana trató a todas las culturas del sur de Florida como un gran bloque cultural ob-viando las diferencias y regionalismos internos. Esto se debió principalmente a 3 razones: en primer lugar, las excavaciones y prospecciones de sitios del sur revelaron grandes cantidades de cerámica sin decoración, simples formas de platos o tazo-nes y con desgrasantes de arena. Esto contrastaba con los alfa-res contemporáneos de cerámica decorada en distintas pastas, hallados por todo el norte del Estado. En segundo lugar la escasa cantidad de sitios excavados en el sur contrastaba enor-memente con lo ya estudiado en el área norte. Y en tercer lugar la falta de cultivos que presenta la región del sur de la península en general, contrasta enormemente con la importan-cia de cultivos en sociedades del norte, donde los cultivos de distintas especies, tales como el maíz, eran su actividad de sustento básico (Milanich 1994: 275-276).

A partir de los años 60s y 70s, con la adición de muchos datos

Fig. 10: Reconstrucción artística de montículos construidos por los Calusa del siglo XVI en el sitio de Pineland (Tomado de la revista Florida Native American Heritage Trail 2007: 17, imagen por cortesía del Florida Museum of Natural History y el Randell Research Center de Pine Island; artista Merald Clark).

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te de la Reserva Natural de Charlotte Harbor unos 120 kiló-metros al sur, y desde el Golfo de México hacia el este unos 90 kilómetros al interior de la península (Marquardt 1996: 19) (Fig. 9). Abarca principalmente el territorio que comprenden los actuales condados de Charlotte y Lee, en la división políti-ca actual de Florida. Como veremos mas adelante, para el siglo XVI el territorio controlado por los Calusa se extendía notablemente más, ejerciendo dominio por la mayor parte del sur de Florida. El área Caloosahatchee se encuentra adyacente por el este con la cuenca del lago Okeechobee, desde este lago desciende el río Caloosahatchee, el cual fue aprovechado co-mo una vía natural de comunicación por canoa, estrechando los vínculos con el área cultural Okeechobee y con la cultura arqueológica Belle Glades propia de la cuenca del lago. Junto con el Caloosahatchee también descienden los ríos Peace y Myakka, que en conjunto nutren las costas y los sistemas de bahías, islas y estuarios de Charlotte Harbor, la barrera de Pine Island y las bahías de San Carlos y Estero Bay.

La cronología

A partir de los estudios de Randolph Widmer (1986, 1988: 279) sobre las fluctuaciones del nivel del mar y los estudios de la secuencia cerámica de suroeste de Florida por Ann Cor-del y otros investigadores previos (1992). El arqueólogo Wi-lliam Marquardt y su equipo han refinado la cronología del área, proveyéndonos de una secuencia cerámica basada en fechados radiocarbónicos, que a su vez ha sido correlacionada con datos de fluctuaciones marinas e información de asenta-mientos. La secuencia ha sido dividida en 4 fases (I-IV), con una subdivisión de la fase II en las subfases a y b (Fig. 12).

El inicio de la fase Caloosahatchee I en el 500 a.C. se correla-ciona con un descenso en el nivel marino a comparación de los niveles actuales (Milanich 1994: 319). Es por esto que cuando se estudian patrones de asentamiento de sitios Calusa tempranos debe tomarse en cuenta que algunos asentamientos yacen por debajo del nivel del mar. A partir de los años 150-50 a.C. el nivel del agua comenzó un ascenso que continuó hasta alrededor del 450 d.C. Durante este período el nivel del mar fue incluso más alto que en la actualidad y en algunos

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sitios la salinidad aumentó, afectando la disponibilidad de os-tras, conchas y mejillones.

Después del año 400 d.C. tenemos un cambio climático con un período seco y de temperaturas mas frías, acompañado por otro descenso en el nivel de las aguas, que se extendió hasta el 900 d.C. Durante este período de 500 años, el número y tamaño de montículos de desechos de conchas aumentó, los tipos de cerá-mica cambiaron y aparecieron nuevas herramientas hechas de concha; abriendo paso a los elementos que luego se volverán mas característicos en la cultura material Calusa. La cerámica Belle Glade Plain del área Okeechobee hace su primera apari-ción en los montículos de la costa, así como la cerámica deco-rada Weeden Island proveniente del norte. Aparecen también montículos y terraplenes artificiales construidos de barro, arena y concha en algunos sitios. Estos cambios identificados en los sitios de Big Mound Key, Galt Island, Josslyn Island, Pineland, Useppa Island, Wightman y otros, marcaron el inicio de la fase Caloosahatchee II alrededor del año 650 de nuestra era, exten-diéndose hasta el 1200 (Milanich 1994). Durante el periodo posterior al año 500 d.C. la costa de Florida desde Charlotte Harbor hasta Estero Bay al sur de la actual ciudad de Fort Myers era quizás la región marina más productiva del Estado.

Fig. 11: Típicas canoas utilizadas por las culturas del sur de Florida (Tomado de Gilliland 1996).

Fig. 12: Cronología Caloosahatchee (Basado en Cordel 1992).

Cronología cerámica de la Región Caloosahatchee

Periodo Años Estilos de cerámica característicos

Caloosahatchee IV 1350 ‐ 1500 DC

Safety Harbor, Pinellas Plain, Glades Tooled, Belle Glade Plain desciende

Caloosahatchee III 1200 ‐ 1350 DC

St. Johns Check Stamped, cerámica Engelwood, Belle Glade Plain

Caloosahatchee IIb  800 (?) ‐ 1200 DC Belle Galde Plain, Belle Glade Red

Caloosahatchee IIa 500/650 ‐ 800 (?) DC

Belle Galde Plain aparece, llana sin decoración, Glades Red; estilos de paredes delgadas

Caloosahatchee I 500 AC ‐ 500/650 DC

Gruesa, desgrasantes de arena, cerámica llana, labio con‐vexo y biselado

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funcionar como el asentamiento principal de la época, llamado en ese entonces Calos. Este lugar, descrito por muchos (Gilliland 1996, et al) como una suerte de capital de los Calusa, se encontraba en una isla de Estero Bay y que hoy corresponde al sitio arqueológico de Mound Key. Cada jefe tenía deberes encomendados que desempeñar, ya sea políticos, ceremonias religiosas, rituales o actividades relacionadas a la guerra. El jefe Calusa estaba siempre requerido a casarse con su propia hermana como esposa principal, además entablaba matrimonio con una mujer relacionada a la elite de cada pueblo conquistado o anexado. Este tipo de alianzas y pactos matrimoniales asegu-raba la lealtad de las tribus subordinadas. Se sabe por ejemplo que, el Adelantado Pedro Menéndez de Aviles al encabezar el primer encuentro formal con los Calusa encomendado por el rey de España, logró una alianza con Carlos y para sellar lo pactado, el rey Calusa le dio a su hija como esposa (Solís de Merás 1894).

Una de sus principales materias primas fueron las conchas, que como ya se dijo, son especialmente abundantes y diversas en este medio geográfico. Sobre ella (y ocasionalmente en asocia-ción con otros elementos como fibras o madera) elaboraron diversas herramientas como anzuelos, discos, pesas, hachas, percutores, tazones, arpones, armas compuestas, cucharas, per-foradores, cuchillos, etc. También trabajaron objetos de arte sobre concha como pendientes, adornos para el cuerpo y arte figurativo (Fig. 6). En cuanto a la cerámica, cabe mencionar que se trata de uno de los estilos alfareros mas burdos y simples hallados en todo el Estado de Florida; la cerámica que utiliza-ron los Calusa corresponde con el estilo arqueológico Belle Glades Plain, de pasta oscura, cocción y acabado tosco y fabri-cada solo para piezas simples como platos o tazones; no es en ningún sentido comparable con la cerámica Weeden Island, de acabado y decoración muy fino y elaborado, conocida como la mejor calidad alfarera del Estado (Ver comparación en la Fig. 7). Otro soporte sobre el que sí desarrollaron un avanzado nivel tecnológico y artístico fue en el de las fibras vegetales; los Ca-lusa son famosos por la elaboración de complejas y muy efecti-vas redes de pesca, la arqueología ha demostrado que estas redes ayudadas de pesas y palos pudieron extenderse por el estuario una distancia tan larga como para poder ser colocadas desde una isla hasta otra (Joe Latvis, comunicación personal).

La mayor cantidad de sitios registrados se encontraban en la costa, desde Charlotte Harbor por el norte hasta los Cayos de la Florida en el sur. Fueron capaces de sostener una población de entre cuatro a diez mil habitantes, ejerciendo control político sobre la mayor parte del sur de la península y recibiendo tribu-tos por parte de las tribus subordinadas (Milanich 1994: 321). Cuando uno visita un sitio arqueológico Calusa y observa sus

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Durante la fase Caloosahatchee II, los montículos artificiales aumentaron, utilizándose como áreas funerarias junto con otras áreas ubicadas en los arenales. Los cambios en el patrón funerario, el aumento de construcción de obras públicas y la cerámica foránea del norte (Weeden Island y Safety Harbor) halladas en sus montículos, sugiere un despliegue de la orga-nización política a un nivel mayor de complejidad, y contac-tos más frecuentes con grupos de otras regiones. Los Calusa no podían crecer en su población de manera indefinida, se calcula que alrededor del año 800 la población alcanza el ni-vel máximo que el medio ambiente natural podía sostener. La sociedad tiende entonces a expandirse hacia otros territorios y surge la competencia entre distintos líderes, para controlar a las otras tribus y sus recursos. Randolph Widmer piensa en una fuerza militar que impone este control durante los prime-ros siglos de expansión. Por otro lado, después del año 950 el clima estuvo caracterizado por un aumento en las precipita-ciones y el calor, el nivel marino debió aumentar pero no cau-sando grandes reubicaciones de asentamientos (1988; Mila-nich 1994: 319-320).

La fase Caloosahatchee III, entre el 1200 y 1350 o 1400, está marcada por la aparición de la cerámica St. Johns Check Stamped en los montículos. Si bien no se puede asegurar su proveniencia directa de la región St. Johns al este de Florida, sí podemos inferir que la influencia política Calusa se hizo sentir también hacia esa dirección. Los montículos funerarios de arena siguieron utilizándose y la cerámica Safety Harbor continuó apareciendo en ellos. Es difícil para esta época, tra-zar un límite entre los territorios controlados por la cultura responsable de producir la cerámica Safety Harbor (centrada en Tampa) y los Calusa. El problema parece ser la falta de datos y ha de ser refinado en un futuro próximo (Milanich 1994: 321).

La última fase de la secuencia prehistórica Caloosahatchee, la fase IV, se ubica entre los años 1350 o 1400 hasta el contacto con lo europeos a mediados del siglo XVI. La cerámica Belle Glade Plain decae en popularidad, por otro lado la cerámica de las áreas Glades y Caloosahatchee es básicamente la mis-ma (Milanich 1994: 321), esto reflejaría el control político que los Calusa ya ejercían en el sur y que fue descrito poste-riormente en los documentos españoles. Cuando los primeros españoles entraron en los dominios de los Calusa, debieron encontrar un sistema de organización política muy parecido al que los arqueólogos han definido para esta fase tardía.

La Sociedad Calusa

Definitivamente el grupo aborigen más importante del sur de Florida en términos de demografía, organización política, éxito en la subsistencia e influencia sobre tribus externas fue el de los Calusa (Milanich y Fairbanks 1980: 241-242). Los documentos españoles corroboran también que los Calusa fueron una jefatura compleja y políticamente dominante sobre la mayor parte de la mitad sur de la península (Marquardt 1996: 19). Esta sociedad estuvo organizada en una jerarquía de asentamientos, con líderes locales en cada centro mayor, que estuvieron a su vez subordinados al jefe principal, éste debió residir en un sitio superior al resto. Cuando los españo-les hicieron contacto con los Calusa, el jefe o rey Carlos (tal como los españoles lo llamaban) los recibió en lo que debió

Fig. 13: Máscaras Calusa talladas en madera y pintadas, excavadas de Key Marco por Cushing en 1896 (Tomado de Gilliland 1996, fotografía del Smithsonian Institu-tion).

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grandes montículos rellenos de conchas, surge la pregunta de si es que fueron los hábitos de consumo de sus pobladores los verdaderos responsables del conjunto de millones de molus-cos acumulados en el interior de sus construcciones, o si más bien intencionalmente aprovecharon los enormes rellenos de moluscos como material constructivo. La acumulación y se-lección de distintos tipos de moluscos en sus montículos evi-dencia su uso como relleno arquitectónico para el emplaza-miento de grandes plataformas elevadas. En esta región se han registrado montículos de concha y basurales en casi todas las islas. Algunas de ellas como Cayo Costa y Pine Island (sobre esta última se profundizará más adelante) tienen emplaza-mientos extensos y complejas construcciones que combinan depósitos de concha con montículos y canales artificiales construidos del mismo material (Fig. 10). Otras islas confor-man en su totalidad un inmenso montículo arqueológico y la construcción de islas artificiales no fue una práctica extraña entre diversas sociedades del sur de Florida como los Calusa. A lo largo de la costa, entre los diferentes montículos, serpen-tean conchales lineales como resultado de desecho humano durante periodos de tiempo prolongados. En algunos casos los montículos por encima de los 90 metros de largo y 5 metros de alto cuentan con montículos más pequeños construidos encima, es común también observar estructuras escalonadas. Los documentos históricos nos hablan también de estructuras de madera u otros materiales perecibles construidas en la cima de los montículos. Estas construcciones variaban en tamaño, por ejemplo, se tiene información de que cuando el rey o jefe Calusa Carlos (como lo llamaban los españoles) se reunió con el gobernador español Pedro Menéndez de Aviles en 1566, lo entretuvo en una estructura tan grande que podía aforar a 2000 personas sin llenarse en su totalidad.

Los Calusa son también conocidos por sus extensos sistemas de canales utilizados como una organizada red de comunica-ción humana, a manera de carreteras extensas que conectaban amplios territorios. Los canales artificiales conducen hacia estos grandes complejos arquitectónicos construidos de arena, barro y conchas. Hoy en día los manglares se han apoderado de lo que antes fueron las vías de comunicación por canoas que daban acceso a los sitios (Milanich 1994). Mound Key (también llamado Calos en la bibliografía) cerca de Fort Myers Beach y Pineland en Pine Island son dos ejemplos de este tipo de sitios cortados por canales, construidos por los nativos. La construcción de canoas fue típica para muchos pueblos del Estado de Florida, construidas a base de madera, fueron cuidadosamente talladas y destinadas a transportar gente y mercancías por ríos, canales, lagunas e incluso por el mar. Las canoas han sido descritas como un elemento impor-tante de la herencia cultural nativa del Estado, tanto por su calidad tecnológica, originalidad y arte (Purdy 1991: 265-284). En cuanto al transporte por mar también solían amarrar dos canoas juntas ganando estabilidad (Gilliland 1996) (Fig. 11).

Una visita mejor informada de los montículos nos revela deta-lles interesantes sobre las técnicas constructivas que se aplica-ron. Las especies de conchas muchas veces difieren de un sitio a otro, en algunos encontramos montículos con una sola especie de caracol llamado Busycon sp, otros solo con ostras (Ostrea sp) o conchas de abanico (Pectinidae sp), y en otros casos tenemos estratos de distintas especies. Algunos montí-

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culos parecen haber sido construidos intencionalmente con un solo tipo de concha, ya que en un mismo estrato arqueológico de conchales aledaños encontramos una combinación de distin-tas especies. Las casas de los Calusa fueron levantadas aprove-chando las palmeras Sabal palmetto propias de Florida. Existe evidencia en Key Marco, tanto por las excavaciones de Cus-hing como por investigaciones modernas, de que algunas casas se construyeron sobre pilotes (Milanich y Fairbanks 1980: 246).

Aunque los Calusa conocían la técnica de cultivos, nunca tuvie-ron la necesidad de ponerla en práctica como una actividad básica para la obtención de alimentos, su subsistencia se vio garantizada por la controlada explotación de su rico medio am-biente y una organización política capaz de mantener un equili-brio social en el cual se reproducían relaciones asimétricas y estructuras de poder representadas por líderes ligados a la auto-ridad central del rey. La extracción, transformación, distribu-ción y consumo de productos extraídos de la naturaleza estuvo controlada fuertemente por el aparato administrativo. No es posible imaginarnos niveles de extracción de recursos marinos tan altos, sin una organización encargada de satisfacer a sus pobladores de manera relativamente equitativa. Aunque el ma-nejo de cultivos tempranos de maíz en el área ya ha sido men-cionada por otros investigadores (Sears & Sears 1976), recien-temente tuvimos noticia de fechas bastante tempranas para el cultivo de calabazas (Michael Wylde, comunicación personal), esto no solo confirma el conocimiento de los recursos agrícolas que pudieron ser aplicados de manera más intensiva por los Calusa, sino que también nos informa de una elección cultural, adaptada a sus necesidades, las de basar su dieta en la pesca y la recolección. Por ejemplo en el interior de la península y en el litoral (manglares), recolectaron una drupa arbustiva llamada en inglés “cocoplum” (Chrysobalanus icaco), la misma tiene un sabor dulce y muy agradable, similar al de nuestro pacae (Inga feuillei), de la cual se puede elaborar jalea. La explota-ción de recursos marinos junto con el intercambio, caza y reco-lección de productos del interior, propició a los Calusa de una dieta alimenticia balanceada y muy nutritiva. Lamentablemente los conquistadores y evangelizadores españoles no supieron o no quisieron entender este tipo de actividades de subsistencia, acusando a los Calusa de ociosos por no ser capaces de adaptar-se a la producción agrícola.

Por último, no todos los sitios de esta cultura se encuentran a lo largo de la costa, muchos de ellos se distribuyen en las riberas del río Caloosahatchee y en otras localidades al interior, sin embargo muchos han sido destruidos por construcciones mo-dernas. No se cuenta con muchos datos acerca de sus áreas fu-nerarias, aunque se sabe que acostumbraban a enterrar a sus muertos en montículos de arena adyacentes a los ríos. Tal y como vimos anteriormente, esta costumbre cobra fuerza desde la segunda fase de la cronología Caloosahatchee.

Rituales y religión

Introducción

Como ahora sabemos, al llegar los españoles a las costas del sudoeste de Florida a mediados del siglo XVI, descubrieron una desarrollada y compleja sociedad, tanto en el manejo de su economía como en sus distintas estrategias políticas y adminis-

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A poco tiempo de la entrevista formal entre el Adelantado Menéndez y el Rey de los Calusa Carlos, que se dio en el sitio arqueológico de Mound Key (Calos), comenzó una agresiva campaña evangelizadora encabezada por curas de la orden Je-suita. Estos mismos se habían asentado en el fuerte español levantado por Menéndez y sus hombres en Calos en 1566. Des-de ahí pudieron organizar diversas empresas y estrategias de catequesis para convertir a los Calusa y a otras tribus cercanas como los Tequesta, Mayaimi o los Ais. Todo esto como parte de su ambiciosa campaña colonizadora de La Florida; a estas misiones Católicas la arqueología local suele denominarlas “Arqueología de las Misiones”.

A diferencia de otras tribus contemporáneas, como los Timucua (del nordeste de Florida), los Calusa se mostraron muy reacios a abandonar sus ancestrales costumbres religiosas. Tampoco quisieron olvidar a sus antiguos dioses, ceremonias, ancestros, centros sagrados, sacerdotes o chamanes, ni sus paisajes mági-cos. Gilliland sostiene que en un principio los Calusa aceptaron el cristianismo, ya que ellos aunque creían en muchos dioses, aceptaban la “Unidad de Dios”; estuvieron entonces dispuestos a incluir al dios cristiano y al resto de imágenes católicas dentro

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trativas. Los Calusa, que para estos días gozaban de un sinnú-mero de beneficios económicos mencionados anteriormente, habían desarrollado también un complejo sistema de creen-cias, el mismo que demostró ser muy original y estar fuerte-mente arraigado entre sus practicantes.

Esta sociedad parece haber tenido muchos elementos en común con otros pueblos contemporáneos de la región sudeste de Norteamérica, particularmente se registran coincidencias en cuanto a la naturaleza y contenido de los ritos, así como también en su parafernalia religiosa y ritos funerarios. Lamen-tablemente durante los años de continuo contacto con los na-turales, no llegó nadie lo suficientemente capaz de poder (o querer) entender y registrar detalladamente las costumbres y lenguas de los Calusa, describir su vestimenta o su vida doméstica, preguntarles acerca de su pasado o de sus ritos y ceremonias religiosas, ni tampoco de su sistema de creencias en general. Los conquistadores y misioneros españoles tampo-co fueron suficientemente tolerantes como para poder aceptar algún otro tipo de creencias religiosas o repertorio de deidades distinto al del cristianismo.

Fig. 14: Imagen que muestra cómo los indios de Florida curaban a sus enfermos. Aquí se pueden apreciar tres prácticas distintas. A la izquierda se observa como un enfermo tiene la frente cortada y su sangre es chupada por un individuo quien a su vez la escupe en un cántaro. Esta es luego ingerida por una mujer embarazada, con la creencia que así el futuro bebé será más fuerte. A la derecha, un hombre inhala humo del fuego en donde se han arrojado semillas con el fin de purgar su cuerpo. Al fondo vemos como una persona fuma tabaco con la intención de curar una infección (Dibujos de Jacques Le Moyne, reproducidos en fotografía por el Florida Center for Instructional Technology, University of South Florida).

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de su sistema religioso (1996). Sin embargo, los jesuitas pre-tendieron obligarlos al bautizo, destruir todos sus tótems o “símbolos paganos”, hacerlos adorar solo a las deidades cató-licas así como a celebrar solo ritos cristianos, a dejar de sacri-ficar gente y a tener nada más que una esposa. Esto último resultaba particularmente inaceptable para Carlos, ya que al volverse monógamo perdería sus alianzas matrimoniales y por ende el control sobre los pueblos tributarios.

En resumen, los Calusa vivían inmersos en su religión y la tenían muy arraigada a su vida cotidiana, por lo mismo, una evangelización como la que se pretendía resultaba inviable. Como se mencionó antes, resulta muy penoso que al momento del contacto y en los años siguientes (incluso hasta la desapa-rición definitiva de los Calusa), no se haya tomado un registro adecuado para poder conocer y entender mejor sus ritos y religión.

Las fuentes

Tenemos algunos datos históricos muy fragmentados sobre la naturaleza religiosa de los Calusa, la mayoría provienen de documentos españoles, principalmente de la correspondencia entre los misioneros Jesuitas que vivieron en Calos entre 1566 hasta 1569. Además contamos con fuentes documentales pro-

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venientes de Solís de Merás (1894) y Barrientos (1965), ambos tuvieron la suerte de ser testigos presenciales de sus descripcio-nes (Milanich y Fairbanks 1980: 242-243). Destacan también los dibujos e ilustraciones en grabado hechos por los franceses Theodorus De Bry y Jacques Le Moyne, este último fue quien conoció Florida, escribió y dibujó las costumbres de los nati-vos; De Bry por su lado redibujó y publicó nuevamente muchas de las ilustraciones de Le Moyne, en un libro titulado Les Grands Voyages.

Por último tenemos la narración de Hernando d’Escalante Fon-taneda, un joven español quien viajaba con su hermano mayor en una nave, desde Perú hacia España alrededor de 1549. Su embarcación naufragó y quedó varada en las costas de Florida, donde fueron rescatados por los Calusa; al poco tiempo la tri-pulación y su hermano mayor fueron sacrificados, sin embargo la vida del joven Hernando fue respetada. Durante los siguien-tes 17 años d’Escalante Fontaneda presenció y aprendió mucho de los Calusa, así como de otras tribus de Florida, llegó a hablar lenguas de los nativos y a conocer sus costumbres, du-rante su captura viajó también por buena parte del sur de Flori-da llegando a conocer el lago Okeechobee que en esos tiempos se llamaba Sarrope. Entre muchas otras cosas que se saben a partir de su relato, él menciona como los indios comían raíces y

Fig. 15: En esta imagen se observa una asamblea previa a la batalla, donde el jefe se sienta en el lugar de honor rodeado por sus consejeros y hombres de confianza. El amargo té negro conocido como casina es preparado por las mujeres. Aquellos hombres que vomitaban el brebaje se les consideraba no aptos para salir a pelear. (Dibujos de Jacques Le Moyne, reproducidos en fotografía por el Florida Center for Instructional Technology, University of South Florida).

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siguientes observaciones:

“Ellos [los Calusa] reclaman que cada hombre posee tres al-mas; una se encuentra en la pupila del ojo, la otra es la sombra que uno proyecta y la tercera es la imagen que uno ve en un espejo o en el agua calmada, y cuando un hombre muere, ellos dicen que dos de las almas dejan el cuerpo y que la tercera, que es la pupila del ojo, siempre queda en el cuerpo; y que por esto mismo ellos van a hablar con los muertos a los cementerios, y les piden consejos sobre las cosas que tienen que hacerse, como si ellos estuvieran vivos; y yo creo que allí ellos reciben res-puestas del Diablo; pues muchas de las cosas que pasan en otros lugares o que suceden tiempo después, ellos las saben por lo que ellos escucharon allí.

… cuando alguien cae enfermo, ellos dicen que una de sus al-mas ha dejado al cuerpo y los médicos-brujos van en busca de esta a los bosques, y ellos dicen que traen el alma de vuelta haciendo los mismos movimientos que la gente hace cuando trata de poner a una cabra o borrego salvaje en un corral. Luego ellos le prenden fuego a la puerta de la casa y a las ventanas, puesto que así el alma no se atreverá a irse otra vez, y ellos afirman haberla puesto de vuelta en el hombre a través de su cabeza por medio de ciertas ceremonias que hacen sobre ella.

Ellos también cometen otro error; dicen que cuando un hombre muere, su alma entra en algún animal o pez [las cursivas son nuestras]; y que cuando ellos matan a ese animal, el alma entra en otro animal menor, hasta que poco a poco esta queda final-mente reducida a nada”. (Milanich y Fairbanks 1980: 249; cita-do a su vez de Zubilaga 1946: 278 - 281)

De este fragmento se pueden hacer diversas observaciones que apoyan nuestro análisis sobre su religión. Debemos, sin embar-go, guardar las reservas del caso, ya que las fuentes escritas deben ser revisadas de manera crítica y nunca ser tomadas al pie de la letra. En primer lugar vemos que se alude a la creencia de tres almas humanas y a la estrecha conexión entre el alma humana y la vida de los animales (incluso de los más peque-ños). Este es un punto importante, aunque cabría aquí revisar si es que el concepto de alma, para los Calusa, es similar al de los cristianos. Por otro lado se observa que una de las almas (la de la pupila del ojo) permanece en el cuerpo del fallecido y que los vivos siguen en relación con los muertos; esto no solo nos da la idea de un profundo respeto hacia los ancestros, sino que también refleja la concepción de que una persona muerta aún ejerce mucha influencia (e incluso opinión) sobre el destino de los vivos. Esto último particularmente, nos recuerda, de alguna manera, el papel de oráculo que algunos ancestros cumplían en los andes. Los Calusa acostumbraban también a regresar a los lugares o paisajes que consideraban “magicos”, sagrados o de importancia simbólica; ahí esperaban mediante visiones, recibir consejo sobre su bienestar personal y colectivo, asimismo sobre su porvenir.

Por otro lado acerca de cómo los chamanes curaban y atendían a sus muertos, cabe notar la necesidad de entrar a una especie de trance o alterar la conciencia de alguna forma que sean capa-ces de encontrar un alma perdida y traerla de vuelta al cuerpo del individuo. Así, ésta es reintroducida por su cabeza, tanto la cabeza como los ojos son elementos importantes en la cosmovi-sión Calusa y en la de muchas sociedades de Florida, del Sures-te norteamericano y del Caribe.

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como hacían también pan de las mismas. Finalmente en 1566 fue rescatado por Menéndez y escribió sus memorias en 1575, este documento es considerado de suma importancia para una mejor comprensión de las sociedades del sur de Florida duran-te el siglo XVI.

Definitivamente debemos mencionar otras fuentes de infor-mación que nos ayudan a entender la religión Calusa, entre estas, la comparación etnohistórica y arqueológica con otras poblaciones del Sudeste norteamericano (vg. Missisipi) resul-ta bastante útil. Finalmente, pero no menos importante, son las fuentes arqueológicas, como se mencionó la principal fuente de datos relevantes para el entendimiento del sistema de creencias Calusa proviene de las excavaciones que Frank Hamilton Cushing realizara en Key Marco a finales del siglo XIX.

Religiosidad Calusa

A partir de las fuentes mencionadas contamos con una serie de datos que nos permiten aproximarnos a los rituales y reli-gión Calusa. En primer lugar, para ellos el alma de los hom-bres se encuentra también en todos los seres de la naturaleza, sentían un profundo respeto por su entorno e incluso pedían permiso a los animales y plantas para beneficiarse de estos. En su cosmovisión una extracción de recursos marinos por toneladas sería inconcebible, su forma de explotar el estuario debió de ser justificada por gente muy ligada a lo que ellos consideraban sagrado, esta gente bien pudo estar representada por los líderes religiosos y más aún por el Rey Carlos. Gilli-land también menciona que los Calusa contaban con sacerdo-tes o chamanes especializados y a tiempo completo, además señala que los líderes políticos desplegaban un rol importante en las actividades mágicas y rituales (1996). Sabemos que los Calusa construyeron templos (usualmente ubicados en el montículo más alto) e importantes obras monumentales, mu-chas de ellas también se empleaban para albergar el cuerpo de los líderes muertos y pudieron seguir utilizándose en ceremo-nias posteriores. La manera de curar a los enfermos se hacía mediante la acción de un curandero-sacerdote vinculado a la religión, una persona especializada en las sustancias y pode-res, que devolvían al enfermo su bienestar.

Los sacerdotes tenían acceso a una especial parafernalia ritual tal como a ídolos y tal vez también a las máscaras que eran usadas en ceremonias. Los estandartes y tablas pintadas tam-bién pudieron tener una importancia religiosa, pero estos se encontraban decorando instalaciones arquitectónicas. Muchas referencias históricas nos hablan de sacrificios humanos hacia un ídolo o dios que come ojos humanos. Ya en épocas poste-riores al contacto europeo, casi todos los sacrificados eran españoles cautivos, asimismo en Calos, Menéndez y sus hom-bres observaron más de 50 cabezas humanas resultantes de sacrificios (Milanich y Fairbanks 1980: 249). Por los dibujos de Le Moyne sabemos también de la constante práctica, por muchas tribus de Florida, de sacrificar bebés. Gilliland tam-bién hace mención del sacrificio de algunos niños de la tribu, si es que el hijo del jefe moría (1996).

El Padre Juan Rogel, quien habitó en el fuerte español estable-cido en Calos en 1566, nos ha legado el registro histórico mas completo sobre los Calusa. Acerca de su religión él hace las

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Si revisamos la información proporcionada por los Francisca-nos acerca de las tribus Timucua del noreste de Florida, ve-mos que ellos dividían las labores de los médicos y chamanes en cuatro categorías: curanderos, herbolarios, parteras y hechiceros. Utilizaban entre sus técnicas rezos, hierbas, ritua-les de fuego y ceremonias curativas. Las parteras también utilizaban plantas para retardar o acelerar el parto. El tabaco era utilizado de manera medicinal y ritual en oraciones ofreci-das a los cazadores, (Fig. 14). Por otro lado algunos movi-mientos y sonidos de animales (vg. venados, serpientes o búhos), así como otros eventos naturales (sonidos del fuego ardiendo), eran tomados en cuenta por los hechiceros como indicadores de algo que sucedería en el futuro (Milanich y Fairbanks 1980: 223-224).

Pasando a otro tema, al observar las vistosas y diversas máscaras que elaboraron los Calusa, comúnmente se sugiere que debieron ser utilizadas durante ceremonias religiosas o fiestas. Algunas fueron talladas en madera, otras tenían in-crustaciones de conchas en los ojos y muchas estuvieron pin-tadas (Fig. 13). Lamentablemente no se sabe a ciencia cierta, la función real de las mismas; sin embargo, si se les compara con los usos de los pueblos Missisipi o con algunas socieda-des del oeste norteamericano se puede inferir la función que pudieron cumplir las máscaras dentro de distintos contextos de rituales chamánicos. Es particularmente importante la com-paración con las elaboradas y grandes máscaras del sudoeste, puesto que existen importaciones de las mismas por parte de los Calusa, además los motivos artísticos que vemos en algu-nas de sus máscaras denotan una influencia de dicha región (Michael Wylde comunicación personal). Los españoles des-cribieron en Calos y Santa María de Loreto, al menos dos usos distintos de las máscaras por parte de los Calusa, en pri-mer lugar dicen haberlas visto colgadas en las paredes de los templos y pintadas de rojo, blanco y negro. En segundo lugar mencionan haber visto filas de personas disfrazadas con máscaras de distintos tipos y bajando del templo, mientras que las mujeres cantaban (Milanich y Fairbanks 1980: 247). Por último, muchas máscaras han sido identificadas como ciertos animales que fueron, por alguna razón, importantes en sus ritos (Gilliland 1996).

Dicen además las fuentes que cuando Menéndez es recibido por Carlos en Calos, este le ofreció una exquisita variedad de alimentos basados principalmente en recursos marinos (peces, conchas, crustáceos, etc.), una fiesta se propició en su honor, donde personajes enmascarados bajaban del montículo mayor en donde se encontraba el templo principal, mientras tanto muchas mujeres jóvenes desnudas empezaban a cantar y bai-lar. Menéndez llegó a un acuerdo con Carlos y este le otorgó a su hermana como esposa para sellar lo pactado.

Así como la comparación etnohistórica y arqueológica nos ayuda a dar mejores interpretaciones del uso de las máscaras y ritos curativos por parte de las sociedades del sudoeste del Estado, de igual forma podemos aplicar este tipo de análisis para sugerir la práctica ceremonial, por parte de los Calusa, de la ingesta del té o la bebida negra, y de la utilización de la pipa de la paz. Ambas prácticas rituales fueron muy difundi-das por todo el sudeste norteamericano, en particular por las culturas Missisipi, muchas de ellas asentadas en el actual te-rritorio de Florida y en constante contacto e intercambio con los Calusa. Sobre el primer postulado existen evidencias

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empíricas contundentes que fortalecen la hipótesis; en cuanto a lo segundo, o sea el uso de la pipa, el postulado es aún muy preliminar.

A esta bebida negra se le conoce también como la casina, su uso ritual fue muy difundido por distintas tribus de Florida den-tro de las áreas norte y central. Ilex vomitoria e Ilex cassine, son las especies de plantas arbustivas con frutos rojos en bayas y hojas verdes; es de estas últimas que se filtraba un té negro, consumido solo por hombres, el mismo poseía propiedades medicinales, purgantes y vomitivas. La ceremonia se hacía pre-via a una batalla y los chamanes tras entrar en trance predecían el porvenir del enfrentamiento (Milanich y Fairbanks 1980: 223); este ritual también daba un sentido de unidad a los parti-cipantes. La bebida posee un alto contenido de cafeína lo que induce al vomito, puesto que era tomado en cantidades modera-das y después de ayunar. Se creía que aquellos guerreros que vomitaban no estaban aptos para ir a pelear, por ende solo iban aquellos que pasaban el ritual satisfactoriamente. Además de casina, también se le llama comúnmente yaupón o Holly yaupón. Es muy sugerente pensar que los Calusa hayan consu-mido el té negro puesto que estas plantas son fácilmente accesi-bles para ellos, además los recipientes de la concha Busycon para la bebida y otros elementos rituales fueron también halla-dos como evidencia arqueológica en sitios de esta cultura (Fig. 15).

Sobre el segundo postulado, la utilización de la pipa de la paz en contextos rituales, sabemos que el tabaco era una planta accesible para los Calusa a través del intercambio. Además tenemos información etnohistórica del uso de la pipa por parte de tribus del norte de Florida, así mismo, como se mencionó, los Timucuas utilizaban el tabaco en contextos rituales. Sea cierto o no que los Calusa hayan utilizado la pipa en un sentido diplomático o como medio para aliviar tensiones intertribales (tal como ha sido utilizada ampliamente por grupos del sudeste norteamericano), lo interesante en este punto es resaltar que tribus o poblaciones vecinas y que se encontraban en contacto, sí debieron de utilizarla como medio de interacción con ellos. El tabaco en Norteamérica fue siempre de consumo ritual y grupal, la utilización cotidiana, social y lúdica en el sentido moderno, es solo un uso bastante propio de la sociedad occi-dental.

Debemos de hacer una acotación final, pero muy necesaria, pues si bien sabemos ahora que los Calusa no vivían aislados sino más bien en un constante intercambio con poblaciones del sudeste norteamericano, cabe mencionar también la interacción marina que mantuvieron por siglos con mucha gente, del Cari-be y Mesoamérica. Tal como lo explica Christian Duverger, la península de Yucatán se separa del extremo occidental de Cuba solo por 194 kilómetros (2007: 161), por otro lado Key West (el extremo sudoeste de Florida) se separa de Cuba por escasos 140 kilómetros (las famosas 90 millas). Tomando en cuenta esto, se ha señalado el constante intercambio que existió entre los mayas tardíos y los taínos del caribe, así mismo del contac-to de estos últimos con las tribus de Florida.

El Arco Antillano que sirvió de conexión entre Mesoamérica y Sudamérica, pudo incluso ser un puente entre Yucatán y la cuenca del Orinoco, por lo que se sostiene una continuidad cultural difusa y discreta entre las poblaciones mesoamericanas y las de la cuenca amazónica. La relación tardía entre los taínos

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ológica) hechos principalmente de hueso, el consumo del polvo podía ser de manera personal o también ser soplado por un co-laborador participante en la ceremonia. Cabe destacar que tanto a sus ancestros, ídolos e inhaladores (entre otras cosas), los taínos llamaban cemíes y para inhalar la cohoba utilizaban es-tos mismos cemíes pero de un acabado muy especial. Al alterar su estado de conciencia tenían visiones que eran interpretadas como comunicación con sus ancestros y llegaban a predecir el porvenir de su pueblo, al parecer la droga también les producía pulsiones sexuales pues muchos de estos cemíes tenían formas eróticas masculinas (Duverger 2007: 161-165).

No puedo cerrar esta reflexión del tema religioso sin antes mencionar algunas apreciaciones muy propias, referentes a lo poco que se sabe del sistema de creencias Calusa, ya que si bien tenemos datos y pistas muy interesantes que en un futuro nos podrían ayudar a ahondar y abarcar mejor el asunto, hay algunas modestas conclusiones sobre las que se puede hoy en día discutir. A la luz de las distintas fuentes de información que hice mención, todo parece indicarnos la naturaleza chamánica de las creencias religiosas y rituales del los Calusa. Contaron para esto con especialistas religiosos, objetos y lugares dedica-dos exclusivamente a este tipo de rituales, asimismo participa-ron de todo un sistema bien estructurado y bastante arraigado

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de las antillas e islas del caribe, con gente de Yucatán, Vene-zuela y las Guayanas son evidentes desde el paleolítico con la primera migración de los Siboneyes (Duverger 2007: 162, 169). En el siglo IX se dio una segunda gran migración desde las Guayanas hasta las Antillas menores, por parte de los cari-bes (también llamados caribas, canibas o galibis), ellos se encargaron de expulsar hacia las Antillas mayores a las pobla-ciones arahuacas asentadas allí,. Estas últimas entran en con-tacto y se mezclaron con la gente, que en ese entonces, habita-ba Puerto Rico, Santo Domingo y Cuba, formando así lo que hoy se denomina pueblo Taíno y colonizando Jamaica poste-riormente (Duverger 2007: 162). Es necesario este paréntesis histórico pues nos ayuda a entender las relaciones geográficas existentes entre los distintos pueblos del caribe y como sus creencias religiosas mantuvieron aspectos en común. Se sabe que los chamanes Taínos consumían una droga alucinógena llamada la cohoba, para poder comunicarse con sus ancestros y predecir el futuro. La cohoba o cojoba (Piptadenia peregri-na) contiene alcaloides con efectos tóxicos, embriagantes y alucinógenos; se consume a partir de la inhalación de sus se-millas molidas y pulverizadas, por ambas fosas nasales, a me-nudo tabaco y conchas molidas eran agregadas a la dosis para potenciar sus efectos. El polvo se colocaba en unos inhalado-res en forma de Y (de los cuales hay mucha evidencia arque-

Fig. 16: Imagen que muestra el transporte de los muertos desde el campo de batalla. Le Moyne señala que los muertos tenían soportes debajo de la cabeza y que se les colocaban pieles amarradas alrededor del pecho, muslo y canilla. Él nunca entendió el significado de esta costumbre. (Dibujos de Jacques Le Moyne, reproducidos en fotografía por el Florida Center for Instructional Technology, University of South Florida).

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entre sus habitantes. Es importante reflexionar en la manera, cómo estas creencias ayudaron a sus habitantes a vivir siem-pre en armonía con su entorno y en un constante respeto por la naturaleza, principios de vida elementales que muchas po-blaciones de Norteamérica defendieron y aún defienden a razón de los desastres ambientales en los que actualmente vivimos.

Reflexiones finales

Tras un largo período de descenso poblacional, causado prin-cipalmente por las enfermedades traídas de Europa, los Calusa sucumbieron en la decadencia. En alrededor de doscientos años la sociedad mas destacada de Florida se hizo trizas sin dejar rastros (visibles al común) de su grandiosa existencia (Fig. 16). Hoy en día, en el Estado de Florida, así como en el resto del mundo, no se sabe de sobreviviente alguno de los Calusa, lo último que se supo de ellos es que fueron arrasados tras la guerra de 1702 entre España e Inglaterra. Durante esos años de hostilidades, poblaciones Creek de habla Muskogean fueron esclavizadas por los colonizadores y se vieron obliga-das a atacar a las tribus propias del sur de Florida. No se sabe

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a ciencia cierta si es que los Calusa se unieron y mezclaron con algunas poblaciones Creek provenientes del norte, aunque, se menciona que los pocos que resistieron a esta hecatombe, de-bieron ser trasladados a Cuba a mediados del siglo XVIII, cuando Florida es transferida a dominio británico. Sea como fuere, un genocidio más, historia de la humanidad. Pero, ¿qué se puede aprender de todo esto? y ¿qué lecciones los Calusa nos enseñan hasta el día de hoy? La reflexión debería de hacer-nos pensar incluso mas allá del desastre humano que sucedió en América tras la llegada de los europeos, y se tendría también que recapacitar sobre el desastre ecológico que avanza en La Florida del siglo XXI. La enorme y rica biomasa que alguna vez tuvieron sus estuarios, está hoy amenazada y cada día se hace más paupérrima. Las declaraciones de los pescadores ac-tuales revelan un descenso catastrófico de sus recursos haliéuti-cos, a un paso más veloz y destructivo que el de cien huraca-nes, el mismo que ha avanzado de manera preocupante en me-nos de cuatro décadas. Los Calusa por su parte, habitaron el sur de Florida por cientos de años sin causar un impacto perjudicial en su medio ambiente, tal como el que actualmente se ocasiona.

Al entender las maneras de convivencia, en armonía y paz con su entorno, que tuvieron las poblaciones norteamericanas pre-colombinas, tenemos que reivindicar algunas formas de vida en sociedad que nuestra cultura occidental comúnmente relega. Por ejemplo, algo así como lo que citaré a continuación, de-clamó el Gran Jefe Noah Seattle (del noroeste norteamericano) ante la oferta de comprar sus tierras en 1855, aunque existen dudas acerca de la exactitud total del discurso, la intención es veraz y clara:

“El gran jefe de Washington nos envía una carta ofreciendo comprar nuestras tierras, junto con palabras de buena voluntad (…), pero cómo se puede comprar o vender el cielo o el calor de la tierra, estas ideas nos resultan extrañas, ni el frescor del aire, ni el calor de las aguas nos pertenecen, ¿cómo podrían ser comprados? (…). Cada parcela de esta tierra es sagrada para mi pueblo, cada brillante mata de pino, cada grano de arena en las playas, cada gota de rocío en los bosques y hasta el sonido de cada insecto es sagrado a la memoria y el pasado de mi pueblo; la savia que circula por las venas de los árboles lleva consigo las memorias de los pieles rojas (…). Ustedes deberán enseñar y recordar a sus hijos que los ríos son nuestros hermanos y que también son los suyos, y que por lo tanto deben de tratarlos con la misma dulzura con que se trata a un hermano. Si les vende-mos nuestras tierras, les pondremos una condición: que el hom-bre blanco considere a los animales de estas tierras como her-manos, yo soy un salvaje y no conozco otro modo de vida (…)” [las cursivas son nuestras]. (Seattle 1855)

Palabras sabias y profundas promulgadas hace ya muchos años (cabe advertir que el discurso citado tiene poca similitud con el original, sin embargo la intención fue siempre en ese sentido) y que con justa razón son hoy consideradas un temprano mani-fiesto ambiental; son a su vez una advertencia hacia lo que a la humanidad le espera, si es que seguimos tratando a la Tierra con la desidia de siempre. Las tribus norteamericanas y sus tradicionales sistemas religiosos apostaban por un desarrollo humano sostenible con el entorno natural. Menospreciar sus religiones a favor de las creencias occidentales es, no solo igno-rar toda la sabiduría que tuvieron para enseñarnos, sino también una muestra de intolerancia heredada desde la conquista de este continente. Al adentrarnos a entender los valores y creencias

Fig. 17: Cartel alusivo al vandalismo del patrimonio cultural en Florida (Tomado de la revista Florida Native American Heritage Trail 2007: 27, cortesía del Florida Bureau of Archaeological Research, Tallahassee).

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ca de la cuarta parte de los más de 200 acres del enorme com-plejo de montículos de concha de Pineland, el mismo que se extiende desde la costa de manglares hacia el interior. El sitio ofrece un tour arqueológico que está abierto a los visitantes, tanto a turistas, escuelas y gente de la comunidad que quiera aprender sobre los Calusa y su entorno natural y cultural. El centro es manejado actualmente por el arqueólogo Michael Wylde, una amable persona que además de investigar y cuidar el sitio, facilita a los visitantes e investigadores la información y el material necesarios para entender mejor a los antiguos habitantes de Florida. Ejemplos como el de éste centro deberían ser incorporados a otras partes del Estado, así como también a cientos de sitios arqueológicos del Perú cuyo potencial turístico y académico es aún mayor.

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religiosas Calusa, nos damos cuenta que ese mismo respeto hacia la naturaleza que sentía el Jefe Seattle, fue también practicado por las tribus del sur de Florida. Lamentablemente el hombre suele no aprender de su pasado, y además de haber exterminado a los Calusa, se corre ahora el riesgo de acabar también con su legado arqueológico, fuente de información única para profundizar nuestro conocimiento de esa sociedad y fuente de riqueza material que, al menos, por un mínimo de respeto, debería ser preservada.

Actualmente en Florida se denomina “desarrollo” (o “development”) de manera muy coloquial, a la construcción de mega complejos hoteleros o grandes condominios, los cua-les, sin embargo, no hacen más que alterar de manera irrever-sible algunos espacios naturales de bosques, manglares y es-tuarios, o que por otro lado destruyen el ya reducido patrimo-nio cultural arqueológico de Florida. Tal es el caso del casi desaparecido sitio arqueológico de Key Marco, hoy converti-do en el complejo hotelero y turístico de Marco Island. Y es que la mano del hombre y su “conveniente” desarrollo, supo-nen para el ecosistema de Florida una fuerza destructiva más perjudicial que cualquier desastre natural. Para nuestra suerte, este último no es el único ejemplo lamentable, en ese Estado (así como en otros de ese país), la propiedad privada tiene tal peso ante la ley, que casi siempre se le da prioridad en desme-dro del patrimonio cultural o las áreas naturales. Por un lado, la mayoría de ciudades y pueblos de Florida ya causaron y siguen causando un impacto ambiental severo, habiendo des-truido en menos de un siglo miles de hectáreas de bosques tropicales y pantanos, cuna de otras miles de plantas y anima-les que hoy en día luchan por subsistir en sus ya reducidos hábitats. Por otro lado, el cambio climático, ocasionado en gran medida por las industrias y emisión de gases nocivos, avalados por empresas irresponsables (aunque también por algunos gobiernos de turno estadounidenses), genera también un daño sin precedentes, insensible al medio ambiente y cuyas consecuencias son desesperanzadoras. Incluso los grandes parques nacionales que el Estado de Florida conserva, valga decir Charlotte Harbor (antigua cuna de los Calusa) y los Everglades del sur de Florida, entre otros, se ven amenazados por las consecuencias climáticas inducidas por el hombre y su egoísta desarrollo.

Continuando con lo dicho antes, la destrucción de grandes complejos arqueológicos, con notable arquitectura monumen-tal en Florida, puede ser el pan de cada día, al no existir una adecuada ley de protección del patrimonio que vele por sus sitios. Ya sea por ignorancia, ambición o mala fe, grandes complejos de montículos, canales artificiales o conchales se ven atentados por el avance del “desarrollo”; todo esto sin contar con los huaqueros que allá también operan (Fig. 17). Sin embargo, a diferencia de la aberración que sucedió con Key Marco, un notable ejemplo a seguir, es el del sitio ar– queológico de Pineland, cercano a Charlotte Harbor. Este sitio se conserva lejos de la depredación gracias a la donación de más de 50 acres de terreno y al aporte de los señores Randell, cuyas contribuciones llevaron a la fundación de un centro de investigación en el sitio, que hoy lleva su nombre. El Randell Research Center (Fig. 18) funciona en alianza con la Florida Public Archaeology Network. Está dedicado al aprendizaje y enseñanza de la arqueología, historia y ecología del sudoeste de Florida. La ubicación del centro es precisa al englobar cer-

Fig. 18: El Randell Research Center (RRC), ejemplar institución que conserva y promueve el sitio arqueológico y la ecología de Pineland.

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Resulta casi increíble, para un arqueólogo andino, entender como la sociedad Calusa llegó tan lejos sin poner en práctica la agricultura ni la ganadería. Siendo su sustento básico la pesca y recolección de productos marinos, consiguieron me-diante estas actividades suplir todas sus necesidades básicas. Además demostraron una calidad artística bastante sofisticada y una religión fascinante. De esta última, me llama la atención la influencia que sus creencias ejercieron sobre su gente, haciéndolos tener un respeto cotidiano por su medio ambiente, entendiendo al mismo no solo como su medio de subsistencia, sino también como la memoria viva de sus ancestros. A partir de la recolección de recursos marinos como las conchas y el uso de las mismas en diversas actividades incluyendo la edifi-cación de arquitectura monumental, desde cierto enfoque, la tesis de Rosa Fung (1972) o Michael Mosley (1975) (sobre el surgimiento de la civilización andina a partir de la explotación de recursos marinos) no resulta nada descabellada. Guardando las reservas del caso y entendiendo a los Andes y al sur de la Florida como dos realidades diametralmente distintas, el hecho de basar su economía durante siglos, en la pesca y reco-lección de recursos marinos, me abre la posibilidad de no des-cartar estas actividades, como opciones culturales básicas para el desarrollo y subsistencia de numerosos pueblos andinos, durante muchas épocas de su historia.

Finalmente me gustaría dedicar este modesto artículo a la notable sociedad Calusa del sur de Florida y presentarlo como un homenaje a este extraordinario pueblo. Al decidir hacer una investigación sobre una cultura extranjera, mi interés principal se basó en reivindicar a ésta y a muchas otras socie-dades americanas exterminadas tras la conquista del continen-te. No pienso solo en un reconocimiento por el respeto que aún merecen estos pueblos sino también en reivindicar su sabiduría, el éxito en su subsistencia sin dañar el entorno natu-ral, reconocer sus creencias religiosas como posibilidades de credo totalmente válidas y racionales, así como demostrar la admiración que merecen sus ideales con respecto al aprove-chamiento de los recursos naturales. De esta manera los hom-bres de hoy deberíamos recordar que la explotación de recur-sos debe ser estrictamente sostenible y así garantizar la subsis-tencia de los mismos de manera perene, sin contaminación y en armonía con el desarrollo humano. Este artículo es también una demostración más sobre todo lo que la arqueología nos puede llegar a enseñar y un ejercicio de recapacitación sobre cómo nosotros, ejerciendo nuestra ciencia, podemos contri-buir a forjar cambios sustanciales en la calidad de vida de nuestra sociedad.

Definitivamente no cerraré esta reflexión sin antes agradecer a un grupo de personas que me dio la mano durante toda la aventura que significa comprometerse a concluir un artículo. En primer lugar reconozco las ganas que mi primo José Luis Fuentes siempre le metió a la edición de este boletín, sin sus palabras de aliento y apoyo, su insistencia y su inagotable paciencia, no habría concluido este trabajo de manera satisfac-toria. Agradezco también a Nino del Solar, mi gran amigo, quien me dio los ánimos necesarios en momentos de desespe-ranza y que gracias a sus sabias enseñanzas se gestó este artí-culo; igualmente toda mi gratitud para Jonathan Dubois, quien siempre tuvo los consejos precisos y la sabiduría espiritual necesaria para entender a los pueblos nativos de Norteaméri-ca. Por otra parte, mi más sincero reconocimiento a la arqueó-

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loga Mary Glowacki, pues gracias a ella llegué a visitar el sitio arqueológico de Pineland y el centro de operaciones de su pro-yecto arqueológico de mapeo en la reserva de Charlotte Harbor. En ese lugar fuimos recibidos con notable amabilidad por sus colaboradores, los ingenieros Joe Latvis y Don Hastings, con quienes tuvimos una grata tertulia arqueológica. De la misma forma agradezco a Michael Wylde, el amigable arqueólogo residente en Pineland, quien nos guió por el sitio, nos invitó cocoplums y nos introdujo en el fascinante mundo de los Calu-sa. Quiero reconocer también el apoyo de mis profesores de la Universidad Católica y en particular al Doctor Peter Kaulicke, quien me permitió usar su nombre como referencia y que gra-cias a ello, hice los primeros contactos en línea con los arqueó-logos de Florida. No habría podido acabar el manuscrito sin los urgentes y necesarios consejos y recomendaciones de Rafael Valdez, acerca de la propiedad intelectual, sistema de citas y referencias bibliográficas. De la misma forma agradezco a mi familia por su apoyo incondicional y persistente. Por último doy las gracias a tres personas muy especiales, en primer lugar a la futura arqueóloga y gran amiga María Luisa Vásquez, con quien emprendí mi viaje al sur de Florida y que gracias a su carisma en el habla y a su notable improvisación inventando temas de conversación, pudimos regresar a nuestro hogar sanos y salvos sin dormirnos sobre el volante, muchas gracias compa-ñera de viajes, cafés de camionero y pastelillos de grifo de ca-rretera gringa. Tengo que reconocer también el apoyo moral y la remembranza constante que mi amiga Zulay Meza me dio para animarme a no dejar de trabajar en el artículo. Finalmente pero de ninguna manera menos importante, es mi eterno agra-decimiento a la persona que me “devolvió el tono de la vida” y cuya alma en la pupila de sus ojos es la más pura que jamás haya visto, gracias Vanessa por aquellos días y sueños inolvi-dables. A todos ellos y a quienes casualmente pude haber olvi-dado, doy las gracias.

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El presente artículo tiene la finalidad de dar algunos datos muy puntuales sobre, lo que a nuestro juicio, podrían conformar los vestigios de un posible centro ceremonial Lima, cultura del Intermedio Temprano (200-600 d.C.), en el valle del Rímac, a la cual pertenecen los centros urbano-ceremoniales de Maran-ga, Pucllana, Catalina Huanca y Cajamarquilla.

Entre los distritos de La Molina y Ate-Vitarte, en lo que son actualmente las urbanizaciones Covima y Santa Raquel, situa-das respectivamente en ambos distritos, se erguían cinco montículos arqueológicos, dos situados en la Urb. Covima en La Molina y tres situados en la Urb. Santa Raquel de Ate. Ac-tualmente, al parecer, el montículo denominado Santa Felicia A por Ravines (1985) ha sido totalmente destruido pero toda-vía subsisten los cuatro restantes: Santa Felicia B, Santa Feli-cia C (ambos en la Urb. Santa Raquel) y Granados A y Grana-dos B (en la Urb. Covima).

Los cinco montículos se encuentran bastante cercanos uno del otro por lo que sospechamos la estrecha relación que debieron tener entre ellos, además de una probable contemporaneidad, con lo cual en la práctica conformarían un solo sitio arqueoló-gico. Vistos en planta los cinco montículos parecen rodear un gran espacio o plaza de planta rectangular de 300x200 m. aprox. El lado norte de este gran rectángulo estaría cerrado por Santa Felicia B. Llama la atención que el montículo Santa Fe-licia A parece prolongarse hacia el sur desde el extremo occi-

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dental de Santa Felicia B, cerrando la parte norte del lado occidental (Santa Felicia A) de la supuesta plaza rectangular. La parte norte del lado oriental estaría cerrado por Santa Feli-cia C. El lado sur de éste espacio rectangular estaría definido por los dos montículos de Granados A y Granados B.

En la foto aérea 340-2041 del Servicio Aerofotográfico Na-cional (SAN) de fecha 28 de Febrero de 1944 podemos ob-servar a los cinco montículos mucho mejor conservados que en la actualidad y podemos extraer algunos datos interesan-tes.

Santa Felicia A._ Tuvo una planta cuadrangular de 120 x 120 m. aprox. En su lado este tuvo como dos pequeñas pro-longaciones tanto hacia el norte como al sur. La prolongación del lado norte (más delgada que la del lado sur) llegaba, al parecer, a unirse con la esquina suroeste de Santa Felicia B, con lo cual se reafirmaría más su relación. La prolongación sur limitaba con un camino rural. No se observan estructuras en la superficie. El talud es uniforme en todos los lados del montículo hasta la cima (pareciera que fue una sola platafor-ma) y sólo se distinguen algunos hoyos de huaqueo. Ravines (1985:58) menciona que la huaca se hizo a base de grandes bloques de piedra unidos con barro; asigna el montículo a fines del Intermedio Temprano y señala que fue reutilizado como cementerio durante el Horizonte Tardío. En el Inventa-rio de la UNI (1994) denominan al sitio 15-1403 pero al ubi-carlo en el mapa lo hacen en el lugar de Santa Felicia C (15-1402), sitio al que ubican en el lugar del anterior.

Santa Felicia B._ Tuvo una planta semi rectangular de 180 x 270 m. aprox. En su lado suroeste se observan huellas de explotación como cantera (extracción de barro). Su lado noroeste a diferencia de los otros parece exhibir tres “esquinas” que posiblemente hayan sido el diseño original de la pirámide. Al parecer ya desde esos años se empezó a nive-lar la cima. Los taludes son al parecer uniformes hasta la ci-ma en todos los lados pero da la impresión de haberse com-puesto de dos plataformas y de haber tenido hacia el oeste una terraza sobre la plataforma baja. Ravines (1985:58) men-ciona que se emplearon adobes y piedra en su construcción y que a partir de la cerámica asociada a sus rellenos su edad podría estimarse para la fase Lima 6-8. En el Inventario de la UNI lo denominan 15-1401.

Santa Felicia C._ Se distingue como un promontorio de planta semi elíptica de 180 x 60 m. El largo es paralelo al lado oriental de la plaza central. No se distinguen estructuras en su superficie, sólo afloramientos de roca en su cima. Según Ravines (1985:58) es un promontorio rocoso comple-tamente natural en cuya cima y laderas se han emplazado estructuras “bajas semihundidas” con muros de contención de mampostería ordinaria, estructuras que data del Horizonte Tardío. Menciona también un petroglifo de diseño espiral (90

Notas sobre un posible centro ceremonial Lima en el valle del Rímac.

José Luis Fuentes Sadowski1

1) Licenciado en Arqueología. Universidad Nacional Mayor de San Marcos. E-mail: [email protected].

Fig. 1: Foto aérea del centro ceremonial Lima Granados-Santa Felicia (28/02/1944) (340-2041, SAN).

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como dos plataformas. Milla (1974:439) menciona que al lado este se distingue parte de un “promontorio” (¿roca natural?) de casi igual altura que el montículo. Ravines (1985) lo denomina Granados II pero la UNI (1994) confunde la ubicación y lo pone en el lugar de Granados A. Lo denomina igual que Ravines: Granados II (15-1408) y menciona que es anexo de Granados I.

Creemos que por la disposición de éstos montículos encerrando y delimitando este gran espacio de planta rectangular, que pudo ser una plaza, y habiéndose observado en cuatro de ellos indicadores del Intermedio Temprano (como lo son muros hechos de adobitos y cerámica Lima) es que nosotros planteamos la hipótesis que estos cinco montículos conformaron un centro ceremonial Lima pero que no tuvo la en-vergadura de los cuatro mayores (Maranga, Pucllana, Catalina Huanca y Cajamar-quilla) que podría clasificarse en lo que fueron al parecer pequeños centros ceremo-niales Lima secundarios, como Makattampu (hoy desaparecido), Mangomarca, Ma-teo Salado, las huacas de Túpac Amaru y Huaca Trujillo con sus montículos anexos. Otro dato importante a tener en cuenta es que comparando los diseños del petroglifo

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x 80 aprox.) situado en su frente sureste en una roca de granodiorita, siendo la técnica de su ejecución picado y pulido. No sabemos si confundió el diseño del petroglifo o se refiere a un segundo, debi-do a que Núñez Jiménez reporta un petro-glifo en esta colina denominándolo “Urbanización Santa Felicia” y lo descri-be como “una figura antropomorfa con cuerpo formado por cuadros con puntos centrales, en sus “extremidades” presen-ta círculos con puntos centrales y uno de ellos semeja un rostro ¿cabeza – tro-feo?” (Núñez, 1986:9). Menciona tam-bién que la roca es granito y que la técni-ca de ejecución es “profunda y pulida”. En el Inventario de la UNI denominan a Santa Felicia C como 15-1402.

Granados A._ Se perfila como un montí-culo de planta casi cuadrangular (si no fuera por la esquina suroeste donde el contorno del talud quiebra conformando una esquina interna). El área es 180 x 200 m. aprox. El montículo se percibe com-pletamente trunco y no parece haber reci-bido todavía daños considerables. Los taludes son uniformes hasta la cima y parece conformar una sola gran platafor-ma. No se observan estructuras en la ci-ma, sólo algunos pozos de huaqueo. En el catastro de Milla (1974:439) menciona muros de cantos rodados y hacia el fron-tis oeste tres pequeños espolones. Algo curioso es que Ravines (1985) lo denomi-na Granados I pero la UNI (1994) al pa-recer confunde la ubicación del sitio, poniéndolo en lugar de Granados B. También lo denomina Granados I (15-1409) y menciona una “depresión o patio cuadrangular hundido”.

Granados B._ En la foto aérea es un montículo de planta rectangular de 220 x 150 m. aprox. Pueden distinguirse una serie de estructuras republicanas construi-das en su cima y en sus laderas. Hacia su extremo oeste puede distinguirse que fue cortado por un camino proveniente de unos almacenes situados en la mitad de la plaza. Inmediatamente al oeste de éste camino hay una serie de construcciones modernas. Al este del camino y en la cima misma del montículo se distinguen un conjunto de construcciones que se prolongan hasta la ladera norte. Hacia el sureste hay otro conjunto de construccio-nes modernas. Todas estas estructuras fueron parte del conjunto de la hacienda Granados, por lo que creemos que desfi-guraron la huaca de forma notable. De todas formas aún es posible distinguir

Fig. 3: Vista del montículo de Granados A desde la cima de Granados B. Foto José Fuentes, Mayo 2008.

Fig. 2: Plano del centro ceremonial Lima de Granados—Santa Felicia hecho en base a la foto aérea del SAN de 1944.

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con la tipología hecha por Guffroy podemos asignarlo a su Grupo B, que los carac-teriza por una relativa sencillez de las representaciones de hombres y animales, un predominio de las representaciones geométricas y no figurativas, caras humanas, círculos, círculos punteados, dibujos complejos hechos por yuxtaposición de varias figuras unidas por simples trazos, etc. (Guffroy, 1999:74). A este tipo de petrogli-fos los asigna tentativamente al Intermedio Temprano (200-600 d.C.) lo cual coin-cidiría con la edad determinada a las demás huacas del sitio. En este caso ¿Vendría a ser un petroglifo Lima? Núñez Jiménez en cambio le asigna tentativamente la edad de pre-Chavín.

Lamentablemente se han hecho escasos estudios en estas pirámides, y las cuatro sobrevivientes se encuentran en lamentable estado de conservación. Como men-cioné anteriormente, Santa Felicia A ha sido totalmente destruido puesto que en la manzana donde se ubicaba se yergue un actual local industrial. Santa Felicia B ocupa toda una manzana, rodeada actualmente por las calles René Descartes, Cua-tro, Cinco y la avenida La Arboleda (ó las Turquesas). Lamentablemente se en-cuentra bastante afectado puesto que toda su cima fue aplanada con maquinaria pesada, que también al parecer destruyó todo el flanco norte del montículo. Es el flanco sur de éste el que se encuentra en mejor estado de conservación, donde pue-den distinguirse una serie de muros de tapial y de adobitos Lima, dispuestos en la técnica del librero (Maranga). Actualmente, la huaca se encuentra en total estado de abandono y se han instalado en sus alrededores algunos puestos ambulantes y griferos informales. Santa Felicia C en la actualidad aún subsiste pero se encuentra enclaustrado entre los terrenos de dos fábricas situadas en la Manzana B de la Urb. Santa Raquel frente a la cuadra 7 de la Av. Separadora Industrial. El montículo se encuentra separado de la vereda de la citada avenida por un alto muro pero existe una puerta metálica que permite el acceso al promontorio. Granados A y Granados B se encuentran actualmente totalmente rodeadas de viviendas, en lo que sería el núcleo de una de las manzanas de la Urb. Covima. Granados A se ubica hacia el oeste y aunque al parecer fue recortado en sus lados norte, oeste y sur por las vi-viendas modernas su lado este exhibe un talud que al parecer no ofrece ninguna alteración. Llama la atención que en su esquina sureste se halla hecho un gran cor-te (probablemente para usar la huaca como cantera) donde se puede distinguir ac-tualmente un muro de adobitos Lima usando la técnica del librero. Fue en esta zona precisamente que en los años 1981 y 1982 intervinieron la huaca los arqueó-

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logos María Mendoza y Ernesto Nakanda-kari (Comité Editorial Boletín del MNAA, 1983:16), encontrando una gran cantidad de entierros tardíos (Mendoza, 1983:8-9). Por la topografía que exhibe superficial-mente la huaca puede distinguirse que se compone de varias plataformas. Granados B se encuentra al este de Granados A, se-paradas ambas por una actual cancha de fúlbito (explanada que pudo ser una peque-ña plaza ubicada entre ambas huacas). Ésta huaca también fue afectada por tres lados, al norte, este y sur por la construcción de viviendas. Exhibe tres plataformas muy bien definidas y en las cimas de éstas se encuentran los vestigios de lo que fue la casa hacienda del antiguo fundo Granados. Allí en la década del treinta por una remo-sión hecha con maquinaria pesada se en-contraron varias vasijas incaicas que habrian conformado una ofrenda (Canziani, 1983:9-10). Ésta huaca tiene sólo hasta donde hemos podido verificar arquitectura hecha con tapial. En el catas-tro de Milla (1974) junta en un sólo sitio las dos pirámides de Granados (25j-2C-4).

Como puede observarse hasta el momento, prácticamente ha sido sólo una la interven-ción hecha en una de las huacas de este posible centro ceremonial. De todas mane-ras urge proteger las descuidadas eviden-cias que quedan de este hipotético centro ceremonial para futuros estudios, que dilu-ciden en algo el papel que tuvo en la época Lima.

Llama la atención que en su breve nota en que describe las vasijas incaicas halladas

Fig. 4: Fotografía del petroglifo de Santa Felicia C. En la foto de izquierda a derecha Rikard Holmberg, Antonio Núñez Jiménez y Rogger Ravines. Fotografía Lupe Vells. Tomado de Núñez Jiménez (Vol. 3, 1986:11).

Fig. 5: Dibujo del petroglifo de Santa Felicia C (¿Petroglifo Lima?). Tomado de Núñez Jiménez (Vol. 3, 1986:12).

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en Granados B, Canziani menciona: “De igual manera, al sur de la huaca Grana-dos existe toda una constelación de me-dianos y pequeños montículos con evi-dentes restos arqueológicos” (1983:10) ¿Se extendía este posible centro ceremo-nial más al sur? Es interesante mencio-nar que a 1,200 m. aprox. al sur se en-cuentra la huaca Melgarejo, huaca que también presenta una importante ocupa-ción Lima. De haberse extendido este centro ceremonial más al sur ¿Involucró a la huaca Melgarejo también? ¿Llegó a ser parte de este ahora desfigurado cen-

Fig. 6: Muro de adobitos en Grana-dos A detrás de muro de tapia. Foto José Fuentes, Mayo 2008.

Fig. 7: Vista suroeste de Santa Felicia B. Foto José Fuentes, Mayo 2008.

tro ceremonial Lima? De haber contenido a Melgarejo entonces fue más grande de lo que ahora creemos, entonces ¿Sería equiparable a los otros centros urbano-ceremoniales Lima del valle del Rímac? Es importante mencionar que hacia el este también se encontraban una serie de montículos pequeños que Milla (1974:441) contabiliza como 14 y los asocia con las huacas de Granados (Los agrupa en un solo sitio “25j-2C-8”). Éstos montículos también son menciona-dos por el Inventario de la UNI (Santa Rosa A, Montículos (14) Granados, San-ta Rosa C, Santa Rosa B y Montículo San Alfonso) asignando a todos ellos, menos al último, al Intermedio Temprano. Si éstos montículos también tuvieron ocu-pación Lima ¿Fueron parte de este centro ceremonial? ¿Fue mucho más grande de lo que hemos percibido tanto al sur como al este? Todas estas preguntas aún están por responderse.

Para terminar sólo queremos decir que aún es poco lo que conocemos de esta enigmática y fascinante cultura Lima, siendo uno de los factores el hecho que en los últimos cincuenta años la ciudad de Lima ha crecido tan desordenadamen-te que ha barrido con restos significativos (el caso más lamentable sería el caso de Makattampu en Conde de las Torres, Lima-Cercado). Éste hipotético centro ceremonial Lima, tentativamente bautiza-do por nosotros como Granados-Santa Felicia, tuvo en su época alguna relación

con otros sitios Lima situados en las inmediaciones: el cementerio Rinconada, situado en la falda sur del cerro Huaque-rones, la huaca Melgarejo, el montículo Lima situado en los terrenos del Banco de Crédito y la ocupación Lima hallada por el proyecto de rescate del cementerio Inca efectuado por Guillermo Cock en el sitio de Huaquerones, relaciones que sólo investigaciones futuras podrán dilu-cidar.

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Introducción

El presente artículo es producto de una visita realizada al sitio arqueológico de Cerro Cordero, que comprende de norte a sur los sitios conocidos como Cordero Alto y Cordero Bajo.

Teniendo conocimiento los miembros de Hatun Llaqta – Ica y la Escuela Profesional de Arqueología de nuestra universidad que en nuestro departamento, específicamente en el valle de Ica, se desarrollan con poca frecuencia proyectos de investiga-ción arqueológica y muy escasa inversión, difusión e impulso por parte del gobierno para la investigación, optamos entonces los estudiantes por realizar salidas de campo haciendo visitas y reconocimientos, entre otros trabajos afines, aplicando así los diversos procedimientos y técnicas que un lugar arqueológico requiera. Esto nos permite conocer la real situación de nuestro patrimonio cultural local y el grado de conservación o destruc-ción en el que se encuentra. Si bien como estudiantes sólo po-demos apreciar con entusiasmo un determinado sitio arque-ológico para una investigación arqueológica futura o al contrario observar con desaliento como los proyectos de de-sarrollo moderno destruyen nuestro patrimonio (teniendo de conocimiento que la institución encargada en la protección, investigación y difusión de nuestro patrimonio cultural es el INC), nos comprometemos en informar de cualquier situación contraria a la defensa del patrimonio cultural.

Para el presente trabajo se realizó un reconocimiento sistemáti-co del lugar, dividido en dos etapas en esta parte preliminar: recolección de información bibliográfica del lugar y, la segun-da, el reconocimiento del sitio con sus variantes y el registro de materiales asociados al camino prehispánico.

Antecedentes de estudio

En la cuenca del río Ica se han llevado a cabo varios trabajos de investigación arqueológica, estando entre los antecedentes

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los informes que entregan los proyectos ejecutados que en la actualidad se encuentran en el Instituto Nacional de Cultura de Ica. También se han realizado otros trabajos pioneros en la arqueología de la provincia de Ica, como los realizados por el estudioso alemán Max Uhle a principios del siglo XX, elabo-rando la primera secuencia cronológica basada en los estilos cerámicos hallados en este y en otros valles de la región. En-tre 1900 y 1901 realizó excavaciones en varios asentamientos de la zona de Tacaraca, distinguiéndose cerámica de estilos tardíos conocidos como Ica (Arce, 1997:9).

Es claro notar las intenciones de la mayo- ría de los investi-gadores en tratar de realizar el mayor registro posible de los sitios arqueológicos situados en ambas márgenes del río Ica y del río Pisco, quedando muchas veces sin registrar las que-bradas que bajan desde las partes altas de los flancos occi-dentales de la cordillera de los andes.

Tal vez por estos hechos no se ha logrado realizar un trabajo de registro total de toda la cuenca del río Ica, quedando algu-nos vacíos en los diferentes valles y/o quebradas que bajan desde las partes altas para luego perderse en un abanico desértico. Existen antecedentes de informes como los de Car-los Williams y Miguel Pazos Rivera de 1974, los trabajos realizados por Anita Cook entre 1988 y 1990 publicados en su informe de 1994, el informe de Susana Arce Torres reali-zado en 1997 que corresponde a la compilación de la mayoría de los sitios registrados por Carlos Williams y Miguel Pazos más algunos sitios registrados por Anita Cook. Se tiene tam-bién el trabajo de investigación específicamente del sitio de Cerrillos a cargo del Dr. Dwight Wallace.

Luego Sarah Massey realizó estudios del sitio de Cordero Alto para su tesis doctoral abordando el tema de patrones de asentamiento de la zona (1986).

Un camino prehispánico en el valle alto de Ica. Hatun Llaqta-Ica1

1) Estudiantes y egresados de arqueología de la Uni-versidad Nacional de Ica “San Luis Gonzaga” (UNICA):

-Isaías Yánez. E-mail: [email protected] -Rosa Altamirano. E-mail: [email protected]

Fig. 1: Foto panorámica (lado sur) del cerro Cordero y de la pampa La Tinguiña.

Colaboraron en este artículo:

-Felix Espinoza. E.mail: [email protected] -Carl Chuquihuaccha. E-mail: [email protected] -América Pumahuallca.E-mail:[email protected] -Rocío Sulca. E-mail: [email protected] -Fernando López. E-mail: [email protected] -Gabriela Peñafiel. E.mail: [email protected]

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Cordero. El sitio arqueológico se ubica al lado norte del camino prehispánico.

El sitio Cordero se ubica en la ladera oeste del cerro del mismo nombre. Se trata de un conjunto arquitectónico compuesto por terrazas localizadas en la parte media de la ladera de dicho cerro. Según su trayectoria de proyección (norte a sur) tam-bién forman parte de este sitio arqueológico unidades arquitectónicas de planta rectangular y cuadrada, que tienen una mampostería de piedra sin labrar unida con mortero de barro. Este tipo de mampostería esta presente también en las cistas funerarias ubicadas en la ladera del cerro y en mayor densidad ubicadas al lado norte de las unidades arquitectónicas, que miran al norte hacia el cerro denomina-do Cerrillos (Ocucaje Fase 3) que políticamente limita hacia el oeste con el caserío El Cerrillo, distrito de San José de los Molinos.

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Las investigaciones en el sitio arqueológi-co de Cordero, ubicado en el lado oriental del valle de Ica, por los Drs. John H. Ro-we y Dwigth Wallace han revelado ocupa-ción del Horizonte Temprano en la parte baja del sitio, conformada por restos arqui-tectónicos que se encuentran asociados con cerámica del estilo Paracas T-4. Estas evi-dencias formaban parte de una interacción regional que abarcaba varios valles de la costa.

Ubicación política

El sitio arqueológico se encuentra ubicado políticamente hacia el este de los caseríos Los Romanes y Santa Rosa, distrito de la Tinguiña, provincia y departamento de Ica.

Al sitio arqueológico de Cerro Cordero se accede (tomando como punto de refe-rencia la ciudad de Ica) desde la carretera asfaltada que de la ciudad se dirige al dis-trito de la Tinguiña, específicamente hasta el caserío La Máquina ubicado al este de ésta ciudad (a 16 km.). Desde este punto continuando hacia el este parte una trocha carrozable que cruza los terrenos agrícolas hasta llegar al sitio arqueológico de Ce-rro Cordero, ubicado en la ladera del cerro del mismo nombre.

Ubicación geográfica

El camino prehispánico se ubica geográfi-camente en el valle alto de Ica entre los 520 y 892 msnm. En esta variación altitu-dinal se proyecta el camino desde la ladera del cerro denominado Cordero hasta su cima. Hidrográficamente se ubica en la margen izquierda del valle de Ica, a 500 m. aproximadamente.

El clima atribuido para esta área geográfi-ca es considerado como Desierto Dese-cado Subtropical y según el mapa geológi-co pertenece al Jurásico superior y Cretá-ceo inferior - marino continental. El sitio arqueológico presenta las siguientes colin-dancias: por el norte con el distrito de San José de los Molinos y el cerro Teojate (ocupación Ocucaje 7), por el sur con la pampa de la Tinguiña y por el este con la cantera La Yesera y la mina Kansas.

Las coordenadas UTM del sitio son 8455466 N y 0427641 E, con una altura de 842 msnm (cima del cerro Cordero) perteneciendo a la Carta Nacional 28L de escala 1: 100 000.

Descripción del sitio arqueológico de Cerro Cordero

El camino prehispánico inicia su trayecto-ria en la unión de dos laderas del cerro

Fig. 2: Foto panorámica desde las áreas agrícolas del sitio arqueológico Cordero (lado oeste).

Fig. 3: Inicio del camino hacia el este del sitio arqueológico de Cordero Alto.

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Estas cistas funerarias tienen una profundidad que varía de 1 a 1.20 m. aproximadamente y el diámetro de la boca de entrada es de 60 a 70 cm. El tipo de mampostería y la ubicación de las cistas funerarias descritas son visibles por la lamentable profa-nación de la zona.

Las unidades arquitectónicas de planta rectangular y cuadrada se encuentran cercadas por muros perimétricos de orientación este - oeste, emplazadas en la ladera del cerro Cordero Alto. Hay que advertir que el cerro Cordero Bajo limita hacia el lado oeste con terrenos agrícolas y que los propietarios de estos predios han ampliado sus terrenos descampando la ladera de los cerros.

Cronológicamente el sitio tiene ocupaciones desde el Periodo Formativo hasta el Intermedio Tardío. Esto se evidencia por la cerámica y la arquitectura asociada a ésta, además el lugar se asocia a otras huacas cercanas que posiblemente hayan tenido las mismas ocupaciones, ubicadas en el valle de Ica. Algunas continuaron hacia el este con orientación hacia Huancavelica.

Descripción del camino prehispánico

El camino se inicia hacia el lado este del sitio arqueológico de Cerro Cordero en la unión de dos laderas del mencionado ce-rro. La topografía del lugar es accidentada por el discurrir de las escorren- tías y el relieve en pendiente.

Se trata de un camino del tipo “runañan” ya que en su inicio es angosto sin ningún tipo de manufactura en su superficie, pero se va acentuando su traza por el continuo uso, y en su proyec-ción se readecua a la topografía irregular del terreno. Se apre-cian varios caminos similares que convergen en uno solo ini-ciando así el camino empedrado, situándose en la ladera del lado derecho. El curso del camino es lineal: ascendiendo y descendiendo, según el relieve de la ladera.

Se aprecia que el camino ha tenido reutilización por presentar una reposición del empedrado y variantes en la coloración de las piedras. La manufactura del camino es efectuada con pie-dras canteadas, teniendo éste un ancho que varia desde los 0.70 a 1.00 m.

La proyección del camino varía a zigzagueante (posiblemente para una caminata cómoda por la pendiente del terreno). Esta proyección del camino en zigzag se inicia por el cambio del

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relieve a una pendiente brusca, subiendo de allí de forma rápida a la cima del cerro. El ancho varía de 1 a 1.20 m., teniendo cada tramo del zigzag una longitud que varia de 5 a 15 m. según se va ascendiendo hasta llegar a la cima (892 msnm).

Se encontró asociados al camino fragmentos de cerámica diagnóstica pertenecientes al Periodo Intermedio Tardío (Ica-Chincha).

Cabe señalar que el camino llegando a la cima del cerro Cordero cambia su dirección hacia el sureste bordeando el mencionado cerro (Cordero Bajo). El curso del camino hacia el sureste pre-senta en ciertos tramos manufactura de un empedrado que no es continua. La proyección del camino en su mayoría se acondicio-na a la topografía del terreno, cruzando la ladera horizontal y verticalmente.

Es importante señalar que el camino prehispánico no ha sido registrado ni mucho menos investigado, razón por la cual nos limitamos a describirlo y asociarlo con los elementos arqueoló-gicos encontrados.

Fig. 4: Detalle de un tramo del camino.

Fig. 6: Recorrido del camino en zigzag (lado este).

Fig. 5: Cerámica asociada al camino.

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Fig. 8: Cerámica diagnóstica que se halló en el recorrido sureste del camino.

Fig. 9: Miembros de Hatun Llaqta Ica en la visita al sitio.

Fig. 7: Recorrido del camino hacia el sureste, bordeando el cerro Cordero Bajo.

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dicial en contra del sitio (como el arrojo de basura, huaqueo, vandalismo, etc.) y sean ellos quienes den la primera voz de alerta (al INC o a la policía), que amonesten o que inclusive impidan cualquier tipo de agresión a dicho sitio.

Decidimos realizar este proyecto en la población colindante con el sitio de Cerro Culebras por varios motivos: la impor-tancia de la conservación del sitio ya que es relevante para la problemática de la cultura Lima (fue el edificio más impor-tante dentro de un centro urbano situado en esta parte del valle y además en éste se descubrieron una de las dos únicas muestras de pintura mural reportadas para ésta cultura), el situarse en una zona marginal de la ciudad de Lima rodeada de asentamientos humanos y de una moderna planta termo-eléctrica, existiendo siempre el riesgo del progresivo recorte del área arqueológica que queda del sitio y por último porque el edificio ofrece las condiciones para una puesta en valor y para convertirse en un foco turístico para la población de la zona y del distrito de Ventanilla.

Los miembros del grupo reflexionamos y debatimos acerca de cómo enfatizar ante esta población la importancia de Ce-rro Culebras y se decidió hacerlo en tres aspectos básicos: en primer lugar, hablarles acerca de la importancia científica del sitio para la actividad arqueológica; segundo, mencionar el potencial económico para los actuales pobladores que viven en sus inmediaciones (vg. turística); y por último, recalcar la importancia del mismo en la formación de una identidad co-munal, distrital, provincial y nacional. Además resaltamos la oportunidad educativa, que se podría impartir a los poblado-res de todas las edades del asentamiento humano, siempre y cuando tengamos un conocimiento académico adecuado del sitio arqueológico.

Realización

El enfoque que dimos para la realización de los objetivos señalados, en un primer momento, fue hacer entender tanto a estudiantes de secundaria como a personas adultas – algunos de ellos con poca instrucción – el enorme valor que tiene para la arqueología e historia nacional un sitio como Cerro Cule-bras, los sucesivos proyectos de investigación que se han llevado a cabo en el lugar, el enorme potencial que el sitio aún conserva en sí y haber sido el edificio más importante de un extenso asentamiento de la cultura Lima, entre los 200 a 600 d. C. (Agurto (1984), Silva, Morales, García y Bragayrac (1988), Paredes (1992, 2000)).

Enfatizamos también en que cualquier alteración al monu-mento, como el recorte de su actual área intangible, arrojo de

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Resumen

Los integrantes del grupo Hatun Llaqta - Lima decidimos eje-cutar el “Proyecto piloto de concientización y protección del patrimonio arqueológico” en las áreas contiguas al sitio ar- queológico de la cultura Lima de Cerro Culebras, ubicado en el valle bajo y en la margen derecha del río Chillón. Este pro-yecto estuvo dirigido a los habitantes del asentamiento huma-no “Mariano Ignacio Prado” y a los alumnos de secundaria del colegio I.E. Nº 4021 “Daniel Alcides Carrión” situado en las inmediaciones del lugar.

La estructura de dicho proyecto consistió en 3 días de charlas que se llevaron a cabo en los días 16 y 23 de noviembre y el 1 de diciembre del año 2007, tratándose en cada día una temática distinta. Las charlas de la primera fecha se enfocaron en el tema de la importancia del patrimonio arqueológico; la si-guiente se informó a la población sobre el rico patrimonio ar-queológico de la zona del bajo Chillón. Finalmente en la terce-ra se expuso sobre el sitio de Cerro Culebras. Se realizaron 2 charlas por día, la primera se expuso en un ambiente del cole-gio y la segunda en el local comunal del asentamiento humano.

Introducción

Las motivaciones y objetivos que nos llevaron a realizar este plan piloto fueron, principalmente, el de concientizar a una población de bajos recursos económicos colindante con un importante sitio arqueológico de la gran importancia de éste, de manera que los pobladores no ocasionen ningún acto perju-

Artículo especial: Proyecto piloto de concientización y protección del Patrimonio Arqueológico:

Cerro Culebras.

Hatun Llaqta - Lima1

1) Estudiantes y egresados de arqueología de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, Universidad Nacional Federico Villarreal y Pontificia Univer-sidad Católica del Perú:

-Carlos Camara. E-mail: [email protected] -Diana Carhuanina. E-mail: [email protected] -Rodrigo Areche. E-mail: [email protected] -Geraldine Huertas. E-mail: [email protected] -Fiorella Burga. E-mail: [email protected] -José Luis Fuentes. E-mail: [email protected] -Juan Pablo Barandiarán. E-mail: [email protected] -Patricia Díaz. E-mail: [email protected] -Fernando Carranza. E-mail: [email protected] -Gabriela de los Ríos. E-mail: [email protected]

Colaboraron en este artículo:

-Oscar Araujo. E-mail: [email protected]

-Erick Prado. E-mail: [email protected]

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basura, huaqueo, etc. daña de forma progresiva e irreversible un valioso repositorio científico que nos permitirá a nosotros los arqueólogos reconstruir la forma de vida de nuestros antepasa-dos. Hicimos de eje que cualquier daño hecho al sitio arranca y destruye valiosas páginas de nuestra historia.

Creímos conveniente también decirles que en un monumento de esta envergadura podría ejecutarse un proyecto de puesta en valor y acondicionarlo como un atractivo turístico que sería un gran beneficio económico para los habitantes de la zona (revaloración del lugar, visitas turísticas, etc.). Al mismo tiempo de concientizarlos sobre la importancia que para la arqueología tiene el sitio también era prioritario remarcar en los beneficios directos, tangibles y remunerativos que ellos podrían recibir de ponerse en valor el sitio arqueológico, y pensamos que este pun-to sería el más importante de todos debido a que esta población es de bajos recursos.

Por último, el punto que vimos más difícil de hacerles llegar pero que quizás es en el fondo el más importante de todos es el que tiene que ver con la identidad. Debatimos intensamente debido a que en el caso de Cerro Culebras y del asentamiento humano Mariano Ignacio Prado es difícil establecer un nexo o conexión de identidad claro. Para empezar Cerro Culebras fue construido por la sociedad Lima, gente costeña que eligió este lugar para construir su centro urbano. La gran mayoría de los habitantes de la zona es gente migrante que proviene del interior del país, mayormente de la sierra. Ellos se asentaron en el lugar y en los alrededores de la huaca a inicios de la década de los noventa, es decir, unos 1800 años después que el sitio empezara a poblarse por las gentes de la sociedad Lima. En nuestras dis-cusiones y reuniones, más de un miembro del grupo mencionó que los actuales pobladores del asentamiento humano no podían ver o sentir a la gente que construyó Cerro Culebras como “sus” antepasados debido a que ellos provenían de una realidad geográficamente distinta, de manera que había que tomar esta y otras ideas muy en cuenta.

Tras sesiones de planificación y debate coincidimos que era relevante resaltar este aspecto de la identidad por lo siguiente: si bien los pobladores adultos del asentamiento humano habían nacido en otra realidad, destacamos el hecho de que en el pre-sente vivan en un lugar donde probablemente permanezcan el resto de sus vidas. Si bien cada uno de ellos debe guardar una identidad propia ligada al lugar de donde procede, desde el mo-mento de su llegada al sitio han ido forjando una nueva identi-dad social con el grupo destinado a proteger la permanencia en el espacio elegido. Pensamos que por existir un monumento de la importancia de Cerro Culebras a pocos metros del lugar don-de ellos viven es un referente importante para la identificación con la zona.

Otra cuestión importante es que la mayoría de los hijos de los pobladores adultos del asentamiento humano han nacido allí. Así que la “identidad” de estos niños y jóvenes necesariamente se vincula a elementos como “el barrio”, “el asentamiento humano”, la “zona de Ventanilla”, etc. Si dentro de estos ele-mentos se sitúa un importante sitio arqueológico, que posee extraordinarias pinturas murales e íconos que pueden servir de referentes a la zona donde ellos han nacido y han crecido enton-ces pensamos que son importantes vínculos que deben ser reac-tivados y establecidos.

Por último, el hecho que Cerro Culebras pueda reforzar una

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identidad “comunal” en los habitantes de Mariano Ignacio Prado se vincula a una identidad “distrital” (con Ventanilla) y también nacional, ligada a su vez con la idea y reforzamiento de la identidad con la cultura andina. No está demás este as-pecto, considerando que la mayoría de habitantes adultos provino de la sierra y que a la mayoría podríamos catalogar-los de mestizos.

Entre nuestras propias preocupaciones que nos incentivaron a realizar este proyecto piloto tuvimos presente la lamentable posibilidad de destrucción inminente de los sitios arqueoló-gicos de la zona del valle bajo del Chillón, debido a la acele-rada invasión y urbanización de estos terrenos, tanto de los agrícolas como de los eriazos. Ligado a este punto buscamos que la población local forje su identidad con estos sitios ar-queológicos cercanos como Chivateros, Cerro Culebras, Pampa de los Perros, Cerro Suspiro, Pampa de las Ánimas, El Paraíso, etc. Otro hecho importante fue dar a conocer la importancia científica y turística de los sitios (como proyecto a futuro creemos viable la elaboración de un circuito turístico alternativo de Lima Metropolitana). Finalmente, creímos importante la difusión de nuestra labor académica, la arqueo-logía, entre los alumnos de secundaria y la población en ge-neral.

Resultados

Aunque haya transcurrido todavía poco tiempo de haber rea-lizado este proyecto piloto, considerando la reducida cantidad de charlas que se hicieron, es conveniente, sin embargo, rea-lizar un balance de los resultados del mismo.

Para empezar creemos que la “concientización” hecha es todavía de pequeña magnitud, teniendo en cuenta la verdade-ra conciencia que deberían tener estos pobladores para con sus zonas arqueológicas. Nuestras ambiciosas metas podrían hacerse tangibles a largo plazo, si es que se programa todo un conjunto de actividades en los años venideros.

La asistencia a las charlas no tuvo la acogida que esperamos, si bien en el colegio la asistencia de los alumnos de un salón de 5º de Secundaria fue casi de un 100%, esto se debió a que fueron obligados por sus profesores. Por otro lado, el prome-dio de la cantidad de gente que asistió al local comunal fue de 15 personas (considerando a una población de 200 fami-lias calculando una población aproximada de 1000 habitan-tes).

Acerca del interés que percibimos de las personas que reci-bieron las charlas, podemos decir que fue regular entre los estudiantes de secundaria. Se observó mayor interés en los habitantes adultos que asistieron a las realizadas en el local comunal del asentamiento humano. Es curioso reparar en un hecho anecdótico, que fue que al realizarse la segunda charla en el local del asentamiento humano la asistencia fue muy poca, debido a que la mayoría de los asistentes y otros miem-bros del asentamiento humano asistieron a otro evento de la zona, en que se obsequiaba una serie de objetos.

Por último, una cuestión clave en la realización de este pro-yecto (y de otros a futuro) es la logística. Fue algo bastante

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problemático y angustiante el terminar de proveerse de los implementos necesarios para hacer una charla lo más impac-tante posible (como el proveerse de un cañón multimedia).

Para terminar sólo diremos que tenemos la expectativa de re-petir ésta experiencia, con una mayor organización de nuestra parte, pidiendo auspicios y mejorando las formas de cómo hacer llegar nuestro mensaje a una población tan necesitada en lo económico como también en lo social. No olvidemos tam-bién que en lo educativo se podría en lo futuro trabajar con los más pequeños, en actividades manuales o artísticas que los acerquen a las referencias arqueológicas de su zona.

Agradecimientos

No queríamos dejar de agradecer a nuestros compañeros Piero Damiani y Fatima Camus que nos apoyaron en el primer pro-yecto piloto en el mes de Noviembre del 2007 y también a Erick Prado y Ricardo Guerrero que nos apoyaron en el segun-do realizado en Noviembre del 2009.

Fig. 1 : Hipotética isometría del edificio principal de Cerro Culebras (Agurto Calvo, 1984:89).

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2007

Fig. 2: Vista del edificio principal de Cerro Culebras desde la cima del montículo natural rocoso situado al noroeste. Al fondo el valle del Chillón. Foto José Luis Fuentes, Octubre.

Fig. 3: Charla a los estudiantes del 5to año de Secundaria del I.E. Nº 4021 “Daniel Alcides Carrión”. Foto Patricia Díaz, Noviembre.

Fig. 4: Charla al público en general del Asentamiento Humano “Mariano Ignacio Prado” en el local comunal del asentamiento. Foto Patricia Díaz, Noviembre.

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2009

Fig. 5: Charla a los estudiantes del 5to año de Secundaria del I.E. Nº 4021 “Daniel Alcides Carrión”. Foto José Luis Fuentes, Noviembre.

Fig. 6: Salida a los sitios de Pampa de los Perros y Cerro Culebras con los estudiantes de 5to, 4to y 3ero de Secundaria del I.E. Nº 4021 “Daniel Alcides Carrión”, Noviembre.

Fig. 7: Limpieza del panel informativo de Pampa de los perros. Foto José Luis Fuentes, Noviembre.

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¿Cuál es el perfil del arqueólogo actualmente? ¿Cuáles son sus tendencias teóricas y las que más influyen en su perfil?

No creo que haya un perfil académico definido en la actualidad, lo que sí, creo que hay una serie de manifestaciones individua-les, básicamente porque en general, las ciencias sociales, aún no se recupera de los cambios de la década de los 80 – 90s a nivel global, con la caída de los paradigmas. En los 70 – 80s, casi todas las escuelas de arqueología presentaban un fuerte énfasis en la formación materialista-histórica, denominada “arqueología social”. Esto fue alterándose tanto por los debates en ciencias sociales durante los 90, como por las dificultades de la “arqueología social” para presentar casos sólidos de aplicación de sus postulados teóricos a la comunidad arqueológica. Es así, que la propuesta ha ido debilitándose (mas no desapareciendo), y esto ha sido asumido por colegas de mi generación, quienes están retomando los puntos de agendas pendientes en la formu-lación original de la arqueología social.

Los planes curriculares y los trabajos de tesis de las universida-des nos muestran que se está dando una suerte de recursos teóri-cos libres. Esto es positivo ya que no se está sujeto a una sola perspectiva o propuesta, pero no está del todo bien que no exista una propuesta clara. El estudiante debe encontrarse con un pa-norama claro para asumir la investigación arqueológica durante su proceso de formación, y esto es lo que en parte sucede en la actualidad. No me refiero a que se tenga que asumir en una eta-pa muy temprana una postura, un perfil académico o un marco teórico rígido, pero los profesores sí deben presentarle al alum-no estas perspectivas en forma clara. Por otro lado, pienso que el perfil académico no pasa sólo por suscribirse a una corriente teórica, sino por demostrar una línea de investigación coherente. Yo estoy convencido de que cualquier desarrollo teórico en el Perú tiene que estar fundamentado en investigaciones concretas que lo puedan alimentar, y ese es el perfil que yo quisiera ver en las universidades.

La segunda parte de la pregunta tiene que ver con lo que suele llamarse “perfil profesional”, es decir, con qué es lo que el ar-queólogo peruano hace en la actualidad y qué caracteriza sus prácticas profesionales. Hace buen tiempo que la mayoría de arqueólogos peruanos están dedicados a labores de arqueología

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de contrato; es decir, que el ejercicio profesional no parte de sus inquietudes intelectuales o interrogantes, y esto es lo que marca definitivamente cuáles van a ser las necesidades del egresado. Muchas veces, el egresado siente que en la univer-sidad no lo han preparado para satisfacer esas necesidades.

Se suele partir de la premisa que, cuando uno hace arqueo-logía de contrato, el registro tiene que ser rápido y eficiente, que se recupere bien la información. La formación académi-ca, orientada a formar investigadores (porque es la gran tradi-ción arqueológica en el Perú), enseña a formularse una pre-gunta, objetivos de investigación y pautas metodológicas. Tenemos entonces aquí, las condiciones para un desencuen-tro: el estudiante sale con la impresión que lo que le enseña-ron en la universidad no le sirve para la vida. Eso es algo que las universidades deben evaluar.

Por otro lado, hay un trastorno del mercado laboral para los arqueólogos y un recién egresado sin mucha experiencia en el campo, tiene como primer espacio de formación la arqueo-logía de contrato. Cuando recién comenzó esta rama, quienes iban a hacer los proyectos, era gente con mucha experiencia, pero ahora las necesidades del mercado han hecho que esto cambie: los estudiantes terminan su formación recibiendo ofertas para trabajar, y se gana dinero y se gana bien. Esto es, evidentemente, un trastorno que tiene que ver con una de-manda creciente de cuadros técnicos y profesionales y una oferta reducida. En mi época, se decía que había muchos arqueólogos para la cantidad de plazas de trabajo que exis- tían; ahora, por las necesidades laborales, se recurre a gente cada vez más inexperta. Esa gente que va a realizar estos trabajos, tienen una visión distorsionada de lo que es el que-hacer profesional, porque al final, el egresado, termina di-ciendo: “esto es la arqueología: la de contrato”. La realidad, es que esta modalidad específica surge de necesidades extra-académicas y extra-científicas.

El perfil profesional, en la actualidad, afronta desafíos que antes no existían. Antes el perfil era de investigador, defensor del patrimonio, funcionario del INC y muchas veces mil-oficios para subsistir mientras se hacía investigación. En la actualidad, el perfil está dirigiéndose a ser este cuadro técni-co profesional que ofrece sus servicios a las empresas que dirigen obras civiles. Este cuadro técnico profesional también puede estar dentro del campo del aparato estatal, en la admi-nistración y protección del patrimonio arqueológico. En el mejor de los casos, se trata de un cuadro profesional que es capaz de desarrollar proyectos de puesta en valor y promo-ción a partir de las instituciones como las municipalidades o con empresas privadas. Quiero resaltar, en este punto, que los

Entrevista al Dr. Rafael Vega-Centeno

Entrevista:

Carlos Camara Vela1, Juan Pablo Barandiarán2 y Gabriela de los Ríos3

1) Egresado de arqueología UNMSM. E-mail: [email protected]

2) Bachiller en Arqueología UNFV. E-mail: [email protected]

3) Estudiante de Arqueología PUCP. E-mail: [email protected]

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incluso en países latinoamericanos, el final de la formación es el doctorado, con espacios intermedios de bachillerato y maestría. Nosotros tenemos la licenciatura, que no es un grado académi-co, es un título que exige la nación para poder ejercer la carrera. Pero en realidad, vale la pena que la gente interiorice que, si bien la obtención de un doctorado puede ser poco factible, su formación debería concluir en una maestría. Eso significa que la universidad peruana, debe estar en condiciones de ofrecer ma-estrías alternativas que apunten o a desarrollar más la formación teórica, o a aplicaciones más prácticas.

Este proceso formativo, no tendría que ser necesariamente inin-terrumpido. Yo recomiendo a los estudiantes que cuando acaben el bachillerato y estén pensando en una maestría se den un tiem-po para tener un ejercicio profesional, vivir la carrera y después tener una idea clara de qué tipo de maestría se quiere hacer. Di-go esto porque muchas veces al finalizar la formación uno no tiene mucha idea de qué es lo que quiere y hacer una maestría por hacerla, no es lo mejor. Se trata de un momento crítico en la formación de uno, donde se tiene que tener bien claro para qué, por qué y dónde lo hará. Puede hacerlo dentro o fuera del país, que ya son otras alternativas. Es necesario que el estudiante en-tienda la necesidad de continuar con la formación, que el hecho de tener licenciatura no significa que ésta ya concluyó. Eso pue-de que tome tiempo, porque, por otro lado, como ustedes bien saben, en la universidad pública el pregrado es gratuito, pero la maestría ya cuesta, y esto significa un sacrificio de tiempo y dinero. No es como el sistema norteamericano donde el estu-diante de postgrado es aún mantenido por su familia. Basta ver los horarios en las universidades peruanas (entre 6 y 9 de la no-che) para entender que se trata de un alumnado que trabaja. Vi-vimos en una realidad completamente distinta a la de otros luga-res, pero que vale la pena que la gente vaya interiorizando la importancia de los estudios de perfeccionamiento; es una nece-sidad terminar con la formación. Estoy seguro que ninguno ter-mina la universidad totalmente satisfecho, siempre se tiene te-mas flojos. Es imposible que en 5 años se cumpla con todos los requisitos que uno quisiera, y eso para cualquier universidad, por eso existe la formación hasta el doctorado; pues si pudiéra-mos darles todo en la licenciatura, no tendrían que existir docto-rados.

¿Es posible desarrollar y aventurarse a la realización de una arqueología con proyección social?

Claro que es posible y fundamental, pero también es peligroso. El arqueólogo le ofrece a la comunidad, al gran público, un dis-curso. Somos “la autoridad”, el que va a explicar al público cómo fue la historia, el pasado. Esa proyección a la comunidad puede ayudar a que la gente conozca más de su pasado, pero también puede llevar a crear discursos u ortodoxias, que creen esta suerte de “historias oficiales”, que muchas veces pueden estar creando una imagen rígida acerca del pasado. Porque no hay que olvidar una cosa: el gran público al que me estoy refi-riendo, no es un ente pasivo, es totalmente activo con respecto al patrimonio arqueológico. La gente tiene expectativas, inquie-tudes, latencias, y está a la espera de escuchar al arqueólogo y procesar de acuerdo a sus expectativas lo que el arqueólogo está diciendo. En ese sentido, el arqueólogo no deja de tener, o nece-sita tener, un buen manejo de esa interacción de la cual él está formando parte con la población.

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proyectos de puesta en valor muchas veces no necesariamen-te están ligados a proyectos de investigación. De este modo, tenemos como minoría este universo de arqueólogos que siguen teniendo un perfil de investigadores. El gran proble-ma, a mi parecer, está en que la universidad debería formar a todos sus arqueólogos para que ejerzan donde ejerzan, no pierdan ese perfil de investigadores. Al no preparar a los es-tudiantes para los desafíos del escenario laboral contemporá-neo, este perfil termina perdiéndose.

Por ejemplo, en la arqueología de contrato, uno recibe encar-gos como: “recorrer el tramo de la carretera Ayacucho-Huaytará”. El perfil del investigador, en ese caso, se puede manifestar en la prospección metódica y meticulosa, así co-mo también en la actitud diligente de averiguar todo lo que se sabe de la región. Por otro lado, una vez hecho el trabajo y las evaluaciones, debería exigirse que el financiamiento del proyecto sea hasta la publicación de los datos. ¿Cuántos ar-queólogos negocian con las empresas para que todo concluya en la publicación? Esto se gestiona a partir de la responsabili-dad ética de quien se asume investigador y, como tal, se in-volucra en todas las etapas: desde la recuperación de los da-tos, hasta publicarlos para la comunidad científica. En la actualidad, el arqueólogo levanta su responsabilidad al mo-mento de la entrega del informe para el INC. Eso, a mi juicio, se debe en gran parte a la falta de construcción de un perfil de investigador para las condiciones laborales actuales, en la que dicho perfil debería estar presente en cualquiera de las modalidades y esto es un poco la labor que tenemos que se-guir desarrollando en la universidad. El perfil del investiga-dor no se restringe a ese 20% que sólo hace investigación, tiene que estar presente en cualquiera de otras de las capaci-dades profesionales.

Relacionado a la primera pregunta, ¿cómo se ve el desa-rrollo de la arqueología a mediano y largo plazo? Hacia dónde se dirige la arqueología, ¿una disciplina más teóri-ca o pragmática?

Lo que puedo decirte es lo que yo esperaría que sucediera. No creo que exista el contraste entre una disciplina teórica o pragmática, me parece que la diferencia está mas bien entre una disciplina que enfatiza el universo académico, de genera-ción de conocimiento (disciplina científica) o, en su defecto, una carrera que enfatiza las aplicaciones profesionales con-cretas. Por ejemplo, las diferencias entre un químico y un ingeniero químico: el que busca aplicaciones y soluciones concretas, y el que investiga y desarrolla conocimientos.

Yo creo que lo que se tiene que hacer en Perú, es abrir el abanico de posibilidades del estudiante. Ninguna currícula académica puede ser muy diferente de la otra, porque a todos se les tiene que enseñar a prospectar, excavar, arqueología del Perú, análisis cerámico, etc. Hay cosas básicas que deben estar siempre presentes. Por otro lado, es importante que al final de la carrera, se ofrezca un abanico de especializacio-nes: en investigación, gestión de patrimonio, especializacio-nes en ramas temáticas o de materiales. Eso es lo que falta desarrollar aquí, sobre la base de una formación básica.

Es importante, asimismo, entender que con la licenciatura no ha terminado la formación. En cualquier parte del mundo,

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Otro detalle que a veces no se entiende, es que el patrimonio material no solamente tiene valor como documento histórico, sino que también es un coso del paisaje cotidiano de la gente. Por mucho tiempo pensamos que nuestra responsabilidad era la de reconstrucción histórica pero, por ejemplo, un caso muy con-creto, en un sitio tipo Huaycan de Pariachi, donde al costado está el enorme asentamiento contemporáneo, ¿cuál es la relación de la gente? ¿Querer saber su pasado? Es gente inmigrante, no es de allí. Entonces, ¿van a conocer su pasado conociendo la historia del sitio Huaycan de Pariachi? ¡No! Pero es su huaca, es parte de su paisaje. Y el problema es, cómo son esos sitios ar-queológicos procesados por su gente. En primer lugar, la gente lo considera como un lugar que les genera suciedad; un lugar de fumones, de acumulación de basura. Son vistos como un proble-ma.

Proyección social también significa la capacidad que tiene el arqueólogo, interactuando con la sociedad, de hacer que eso que es un problema, se vuelva un elemento de desarrollo, un ele-mento del paisaje atractivo para la gente. Que a la gente le dé gusto voltear a mirar la Huaca, que quiera ir a pasear por ahí, hacer turismo. Turismo es una cosa que siempre asociamos a comercio y extranjeros, turismo es básicamente una actividad recreativa que a uno lo saca de su cotidianeidad, y como saben, en la circunstancia laboral del mundo contemporáneo, tendría que ser una suerte de derecho consustancial del trabajador de poder hacer turismo. Salir de la rutina para tener esparcimiento. Y cuando me preguntan sobre el desarrollo turístico del sitio arqueológico, lo primero que pienso, es que los primeros turistas son de la población que los rodea. Yo hago turismo cada vez que utilizo el monumento para eso, para pasear, para llevar a alguien a conocer. Tengo al costado un lugar donde puedo des-cansar un rato, comprar un recuerdito, lo que sea.

Igual, la idea de los museos es incorrecta: no tienen básicamen-te una función educativa. Ustedes deben haber vivido eso como niños, la orden de: “vamos al museo, apunten todo”, con lo cual, la gente odia los museos. El museo tiene fundamentalmente una función recreativa. El tema del usuario: ¿para qué va un turista al museo, para aprender? ¡No! Va para disfrutar el museo. Cómo es posible que nosotros, desde la educación enseñemos a los niños a odiar los museos, porque se vuelven una extensión del aula, no es “¡anda y disfruta el museo!, ¡anda disfruta ver una momia paracas!, ¡grita si la ves!, ¡toca el vidrio!”. Es la idea, que la gente disfrute esas experiencias culturales. Esto también es parte de la proyección social.

Da la impresión de que frente a la consigna que teníamos en los 70 y buena parte de los 80 de “la arqueología para la revolu-ción”, queremos identidad, consciencia para la transformación de la sociedad. Ahora hay toda esta idea de “la arqueología para el desarrollo” los pueblos necesitan ir desarrollándose, no solo económicamente, sino ese desarrollo de vida plena, y el patri-monio arqueológico contribuye a eso. Ya no es simplemente información histórica, identidad a través de la historia, es identi-dad a través de la materialidad que a uno lo rodea. Es parte de su cotidianeidad y de su paisaje, eso que a mí me parece funda-mental.

Hay otra cosa que es importante, aunque parezcamos aburridos, aguafiestas, el arqueólogo tiene que ser muy prudente a la hora de crear discursos. Cada vez que tenemos una propuesta de in-terpretación, creamos un discurso. Y cada vez que ustedes digan

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“es probable que esto haya pasado”, la gente va a decir “ah, usted ha dicho que esto es lo que pasó”; si yo creo un discur-so que diga “esto es lo que pasó, esta fue la civilización, hubo este estado, este pueblo, la etnia que hizo tal cosa”, no existe la cosa critica de “bueno, es relativo”. La gente está esperan-do discursos, está esperando historia. Hay una terrible res-ponsabilidad que tiene que ser una cosa fundamental en este proceso de articulación de arqueología como proyección so-cial, es la responsabilidad que tenemos.

Ya nos explicó los procedimientos que debemos usar co-mo profesionales para educar a una población que vive cerca o rodea a un sitio arqueológico. Ahora, ¿cómo en-señarle a la gente que este lugar no va dirigido exclusiva-mente a extranjeros, sino que es común para todos? La gente que vive ahí piensa que va a ser destinado sólo a gente de un determinado sector económico o cultural.

No es muy difícil, llévenlos, háganlos partícipes. No hay que “enseñarles”, hay que involucrarlos, que se sientan tratados como turistas. Hay que decirles: “regresen cuando quieran, traigan a sus vecinos.” Esas cosas se consolidan en la prácti-ca y no con un discurso. Hay que hacerle sentir a la gente que eso es suyo, que se apropien (en el buen sentido de la pala-bra) del monumento. Esa es la manera fundamental de cómo se va a proteger, pues si es propio, es mío y me gusta: lo co-mienzo a cuidar.

Quiero matizar lo que tú has dicho en tu pregunta de eso que yo les he dicho cómo es el procedimiento. Yo he dado algu-nas ideas, definitivamente no es “el” procedimiento. Son algunos alcances que les pueden servir, pero muy probable-mente son incompletos y hay otros tipos de cosas que se me deben estar escapando.

En nuestro grupo, además de hacer conversatorios y abrir debates entre nosotros mismos, hacemos también trabajos de proyección social. ¿Cómo ve usted el desarro-llo de estos grupos de estudio y cuáles serían sus alcan-ces?

Bueno, a mí me parece fundamental, lo celebro mucho. En mi universidad no habían ese tipo de grupos. Probablemente porque éramos un estudiantado muy pequeño. No son ustedes el primer grupo que conozco aquí. Más allá de cómo estos grupos puedan haber derivado a cierto tipo de inquietudes, yo lo que celebro es que se entienda que los mejores esfuerzos son los colectivos. Esta es una carrera efectivamente difícil, quizás como cualquier carrera, conseguir un campo de ac-ción, no necesariamente laboral y remunerado. En ese senti-do, los esfuerzos colectivos, más todavía el de ustedes que está integrando a diferentes universidades me parece una cosa bastante interesante. Bien llevado puede llevar a identi-dades y perfiles interesantes. Mal llevado lleva al hoyo, o a faccionalismos, eso depende de ustedes. Ojala que no suceda la balcanización de los arqueólogos. Hay que cuestionarse cuánta capacidad tienen ustedes de trabajo con un grupo, en colectivo o en coordinación con algún grupo semejante al de ustedes.

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-Simposio de Arqueología: “Áreas domésticas: reflexiones, avances y perspectivas” Trató sobre otro tema algo dejado de lado en la investigación arqueológica y fue sobre las unidades y espacios domésticos. Esto involucraría no sólo el espacio doméstico de las élites prehispánicas si no también, desde el materialismo histórico, la arqueología de las “clases populares” del pasado. Organizó: Grupo de Investigación Arqueológica Andina (GIAA) (20 y 21 de Agosto). Lima.

-VIII Seminario de Arqueología UNFV “Arqueología: nuevos enfoques interdisciplinarios” Trató sobre diversos temas de la arqueología nacional, haciendo énfasis en la arqueología de la costa central. Organizó: Centro de Estudiantes de Arqueología UNFV y estudiantes de arqueología de esa casa de estudios. (29-30 de Setiembre y 1 de Octubre). Lima.

-Simposio: “Colecciones de museos e investigación. Perspec-tivas críticas contemporáneas” Trató sobre el importante y olvidado tema de la investigación de los miles de objetos que se dejan (o abandonan) en los depósitos de los museos, una impor-tante área que depara todavía muchas sorpresas para el futuro. Organizó: AE Perú e Instituto Italiano de Cultura. (25-27 de Octubre). Lima.

-IV Simposio Nacional de Arte Rupestre (SINAR) “Federico Kauffmann Doig” Trató sobre el tema de la investigación en arte rupestre, tema para el cual en los últimos años se han am-pliado las investigaciones y que tiene varios jóvenes arqueólo-gos seguidores. Organizó: Universidad Nacional de San Cristó-bal de Huamanga (UNSCH) (27 de Octubre al 2 de Noviembre). Ayacucho.

-“V Coloquio de Estudiantes de Arqueología PUCP” Organi-zan: Estudiantes de arqueología de la PUCP (3-5 de Noviem-bre). Lima.

-“XVIII Congreso Nacional de Estudiantes de Arqueología” Universidad Nacional Santiago Antúnez de Mayolo - Huaraz. Organiza: Coordinadora Nacional de Estudiantes de Arqueolo- gía (CONADEA). (Noviembre). Huaraz.

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-Simposium Internacional: “Arqueología de las cuencas alto y medio andinas del Departamento de Lima” Trató sobre la arqueología de la sierra de Lima, desde la cuenca alta del río Fortaleza hasta la de Cañete. Interesante evento de un tema muy poco tratado y siendo inédita la información de varias de las ponencias. Organizó: Facultad de Ciencias Sociales UNMSM y Centro de Extensión Universitaria y Proyección Social (CEUPS) (22-24 de Abril). Lima.

-I Encuentro Académico Internacional: “Deidades, Paisaje y Astronomía en la Cosmovisión Andina y Mesoamericana” Trató sobre interesantísimos temas (y poco investigados to-davía) como paisaje ritual, astronomía cultural y arqueoastro-nomía, enmarcados en el tema de la cosmovisión de ambos focos civilizatorios de América. Organizó: Universidad Na-cional Mayor de San Marcos (27-28 de Abril). Lima.

-Coloquio “Los Inkas y la interacción de sociedades, pai-sajes y territorios en los Andes. Homenaje a Craig Mo-rris” Trató sobre arqueología Inca, enfocado en los aportes que dio el arqueólogo estadounidense Craig Morris, uno de los más prolíficos en este tema. También se evaluó la impor-tancia de su aporte a la arqueología de los andes centrales. Organizaron: UNMSM, Wamani (Investigación y puesta en uso social) y American Museum of Natural History (14-18 de Junio). Lima.

-“VIII Semana de Arqueología UNT” Esta octava versión de este evento arqueológico trujillano se conformó a su vez de dos eventos: el I Coloquio sobre teoría arqueológica y sus implicancias en la interpretación del dato arqueológico y la I Discusión sobre asuntos gremiales: La CONADEA. Organi-zaron: Coordinadora Nacional de Estudiantes de Arqueología (CONADEA) y Centro de Estudiantes de Arqueología UNT (5-9 de Julio). Trujillo.

-Simposio Internacional de Arqueología Histórica: “Posibilidades y perspectivas para una Arqueología Histórica en el Perú” Trató sobre arqueología colonial y republicana, que en el Perú vale a decir arqueología histórica. Un muy interesante tema que hasta ahora no se le ha dado la importancia que merece. Organizaron: Rosabella Álvarez-Calderón, Zachary Chase, entre otros. (12-14 de Agosto). Lima.

Eventos arqueológicos 2010 A lo largo de este año 2010 se han organizado una serie de coloquios, simposios, seminarios, etc. que han tratado sobre nuestra querida ciencia de la arqueología en el Perú. Pensamos que es saludable que hayan crecido en número no sólo en Lima si no en varias ciudades del país. Aquí presentamos una breve reseña de los que se han dado y un aviso de los que se organizarán en lo que queda del año. Sólo exhortamos a que en un futuro no muy lejano el INC o el COARPE (no sabemos a quien le correspon-dería) organicen de una vez por todas el I Congreso de Arqueología Peruana. Aunque parezca increíble un evento que es común en casi todos los países de la región y que ya va en varios números de organizado en varios de ellos en nuestro país (teniendo la importancia en riqueza de patrimonio arqueológico en Sud América y habiendo sido sede de uno de los seis centros civilizatorios en el mundo) hasta ahora, por funestos y trágicos destinos de la arqueología peruana, nunca se ha dado. Esperemos que esta la-mentable situación cambie en los años venideros, porque beneficiará a nuestra ciencia de forma invaluable. ¡Algún día!

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Publicidad de las charlas del proyecto piloto de concientizacion, Noviembre 2007

Aprovechando el XVII Congreso Nacional de Estudiantes de Arqueología organizado por la CONADEA en la UNFV para reunirnos los integrantes de las distintas universidades a nivel nacional, Octubre 2009

Salida al valle medio del Chillón, Noviembre 2008

… y en la oscuridad de aquel gran pueblo, una voz se oyó...

Reunión en la Facultad de Ciencias Sociales de la UNMSM, Mayo 2009

Salida a Ancón, Enero 2009