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La Historia del Hombre que Inició la Revolución Mexicana de 1910 Toribio Ortega y la Brigada González Ortega por Francisco de P. Ontiveros (c) Copyright 2001, Derechos Reservados por Armando Ortega. Prohibida la reproducción en cualquier forma

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La Historia del Hombre que Inicióla Revolución Mexicana de 1910

Toribio Ortegay

la BrigadaGonzález Ortega

porFrancisco de P. Ontiveros

(c) Copyright 2001, Derechos Reservados por Armando Ortega.Prohibida la reproducción en cualquier forma

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GRAL. TORIBIO ORTEGA RAMIREZ, INICIADOR DE LA REVOLUCION MEXICANA 1910

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La Historia del Hombre que Inicióla Revolución Mexicana de 1910

Toribio Ortegay

la BrigadaGonzález Ortega

porFrancisco de P. Ontiveros

(c) Copyright 2001, Derechos Reservados por Armando Ortega.Prohibida la reproducción en cualquier forma

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PRESENTACION

Con mucho orgullo publico este libro que por 88 años hasido un tesoro disfrutado casi exclusivamente por los familiaresdel General Toribio Ortega Ramírez. Escrito por uno de sus lea-les soldados, Francisco de P. Ontiveros, testigo ocular de la mayo-ría de los hechos narrados, a apenas escasos meses del falleci-miento del General, más que una herencia familiar, el documentoes un verdadero texto histórico.

Sin editar en forma profunda, solamente he corregido unoscuantos errores ortográficos, sin pretender haberlos desaparecidotodos.

La historia del General Ortega ha sido historia viva en mifamilia durante casi un siglo. Mi abuelo, Armando OrtegaRamírez, su hermano, participó con él en muchos de los eventosdestacados del principio de la Revolución. Mi padre, Cruz Orte-ga Padilla, nacido el 24 de noviembre de 1905, y fallecido haceapenas 17 años, me mostraba, por fuera, —y me contaba histo-rias, no todas muy agradables, de su infancia en la Revolución—las dos casas donde vivieron ambas familias en la ciudad deChihuahua, la quinta de Juárez y Colón y la ubicada en Indepen-dencia y Bolívar, donde murió el General. Mi padre escuchó losprimeros disparos de la Revolución de 1910 y estuvo presente

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cuando Toribio y 60 hombres valientes se levantaron en armascontra Porfirio Díaz el 14 de Noviembre de 1910, los primerosque lo hicieron en todo el país.

El patriotismo, la lealtad y la honradez del General Ortega,así como su sobrada valentía y su gran corazón, desde las histo-rias oídas en mi tierna infancia hasta los testimonios fehacientesde personajes tales como John Reed y tantos otros observadoresindependientes, armonizan con las historias vivas contadas poraquellos que conocieron y trataron de cerca al General, algunosde los cuales, longevos y lúcidos, conocí de niño.

Testigo también he sido, durante la segunda mitad del SigloXX, de cómo los regímenes revolucionarios, por razonesinconfesables, han tenido a la Cuna de la Revolución, CuchilloParado, en el mayor de los abandonos. Nunca supe, por ejemplo,de que las familias de los 60 héroes hayan sido protegidas o pen-sionadas o beneficiadas de alguna manera por el gobierno. Si al-guna vez hubo ayudas, todas se quedaron en un cedazo del apa-rato gubernamental conocido como gobierno municipal deCoyame.

Mi pueblo no ha merecido siquiera 14 kilómetros de carrete-ra para unirlo a la civilización. Si algún progreso se mira en mipueblo, se debe al esfuerzo individual de sus habitantes, la mayo-ría de los cuales han emigrado a los Estados Unidos.

Cada año, el 14 de Noviembre, diferentes autoridades visitanel lugar por una o dos horas y hacen su función de la cual el pue-blo solamente mira con una incredulidad que ya casi cumple cienaños. El pueblo que cimbró a México ha sido reducido a simpleespectador de un circo.

Chihuahua, la capital de las estatuas, no ha podido abrir losojos y honrar al más grande de sus héroes. Los traidores, comoPascual Orozco y otros, son honrados en avenidas que llevan su

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nombre. Qué cierta la sentencia que dice que la historia la escri-ben los vencedores: los vencedores de la Revolución no fueron losque la hicieron, sino los que la explotaron.

El General Toribio Ortega merece más que una estatua en elsitio más visible de la ciudad de Chihuahua. Merece que su histo-ria se conozca y que se aprecie su heroísmo y su entrega por lasmejores causas de México. Este libro muestra la grandeza de unhombre del pueblo. Su ejemplo, inspiración permanente en elseno de nuestra familia, debe llegar más allá, para llenar de valo-res elevados la fértil imaginación de nuestros niños y jóvenes.

El General murió en Julio de 1914 y en sus últimas palabrasexpresó el sueño fallido de llegar hasta la Gran Capital. Su nom-bre debe grabarse, con letras de oro, en el Congreso de la Unión,ahora que, en breve, se cumplirá el Centenario de su gesta histó-rica.

Hace apenas siete meses que falleció, en Los Angeles, el hijoúnico del General. Galación Ortega Juárez murió en Abril deeste 2001. Sobreviven aún muchos nietos a quienes conozco: Pe-dro Horacio Estrada, Alicia Estrada, Jacobo Martínez y VíctorMartínez.

No puedo dejar de mencionar la controversia añeja sobre ellugar de nacimiento del General. El biógrafo Francisco de P.Ontiveros dice que Toribio Ortega circunstancialmente nació enCoyame. Mis padres siempre aseguraron que nació en CuchilloParado. Don Francisco Nieto, un “cuchilleño” de unos 90 y tan-tos años de edad, me aseguró, allá por 1975 que el General real-mente nació en Las Vigas, un rancho cercano a Cuchillo Paradodonde sus padres trabajaban la tierra y que la propia madre de“Don Chico” fue la mujer que atendió el parto, en 1870.

De cualquier manera, este es un libro que disfrutarán losdescendientes de aquellos héroes de principios del siglo pasado,

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así como los residentes de las poblaciones donde se realizaron losprincipales hechos de guerra.

Espero tener la oportunidad de publicar otros documentos ytestimonios históricos sobre mi tío abuelo así como numerosas fo-tografías en manos de la familia del General. Entre ellos el relatode uno de aquellos 60 valientes de Cuchillo Parado, EstebanLuján, quien nos da muchos detalles sobre lo ocurrido el 14 deNoviembre de 1910. El estuvo allí.

Armando Ortega MataTeléfonos (614) 413-6295, Celular 140-0364

Chihuahua, Chihuahua., México.

A 24 de Noviembre de 2001, en memoria de mi Padre (en eldía de su cumpleaños, Nació en 1905).

Para obtener ejemplares adicionales deTORIBIO ORTEGA

Y LA BRIGADA GONZALEZ ORTEGA,dirigirse a:

Armando Ortega MataSpeak International, S.A. de C.V.

Apartado Postal 255Calle JM Anchando 404 y Trasviña y RetesFracc. San Felipe, Chihuahua, Chihuahua.

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Indice General

PARTE PRIMERA

La Revolución de 1910. . . . . . . . . . . . . . . . . .. . . . . . . . . 1

CAPITULO ICuchillo Parado. Notas Históricas.

Estado Moral del Pueblo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1

CAPITULO II.

Toribio Ortega. Su Vida Privada . . . . . . . . . . . . . . . . . 5

CAPITULO III.E1 Defensor del Pueblo.

Su Propaganda Democrática . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 8

CAPITULO IV.

Levantamiento. Acción de Venegas.Primer Combate en el Mulato y Ataque

a Coyame . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 15

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CAPITULO V.

Combates de Cuesta de Aldea.Segundo de El Mulato y Sitio de Ojinaga . . . . . . . . . . 22

CAPITULO VI.

Batalla de Cuesta del Gato.Dispersión de las Fuerzas Sitiadoras.

Prisión del Mayor Ornelas.Ortega Marcha Tras la Columna Hasta Aldama.

Restablecimiento de la Paz.Licenciamiento de sus Tropas.

Retírase a la Vida Privada . . . . . . . . . . . .. . . . . . . . . . .28

PARTE SEGUNDA

La Campaña Orozquista. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 35

CAPITULO I.

Primeras Revueltas y la Traición de Orozco.Braulio Hernández. Batalla de Coyame . . . . . . . . . . . 35

CAPITULO II.

Salida del General Sanginés para el Sur.Batalla de Bachimba.

Entrada a Chihuahua. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 42

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CAPITULO III.

Batalla de Cuchillo Parado.De Ojinaga. Persecusión de Caraveo.

Escisión de Ortega con e1 Ejército. . . . . . . . . . . . . . . 45

PARTE TERCERA.

Toribio Ortega y la Brigada González Ortega. . . . . .52

CAPITULO I . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 50

CAPITULO II.

Carranza y Maytorena. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. . . . . 52

CAPITULO III.

E1 Estado de Chihuahua . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 57

CAPITULO IV.

Los Primeros Levantamientos. Rosalío Hernández. ManuelChao. Primera Batalla en Parral. Maclovio Herrera.

Combate en Santa Bárbara. Acción y Escaramuzas ..60

CAPITULO V.

E1 General Francisco Villa.Sus Primeras Acciones en el Estado . . . . . . . . . . . . . . 66

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CAPITULO VI.

Ataque y Toma de las Plazasde Jiménez y C. Camargo. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 69

CAPITULO VII.

Llegada del General Francisco Villa a Ciudad Camargo.Batalla del Saucillo.

Derrota Completa de la Columna Romero . . . . . . . . 75

CAPITULO VIII.

Coronel Toribio Ortega.Asalto y Toma de Coyame.

Ataque a las Plazas de Guadalupe y San Ignacio. . . . 79

CAPITULO IX.

Marcha del General Villa de Camargo al Noroeste.Combate en Bustillos.

Ataque y Toma de Casas Grandes. . . . . . . . . . . . . . . . 84

CAPITULO X.

Asedio a la Capital. Acción de Santa Eulalia.Combate en Aldama.

Retirada al Sur a la Aproximación de Orozco.Combate en Díaz. Combate en Ciudad Camargo. . . .89

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CAPITULO XI.

Salida del Coronel Ortega de Guadalupe.Sangriento Combate en Ranchería.

Llegada a San Buenaventura.Arribo de la Brigada Villa . . . . . . . . .. . . . . . . . . . . . . 94

CAPITULO XII.

Memorable Batalla de San Andrés.La Columna Terrazas Destrozada.

Movilización de la Fuerza a Ciudad Camargo . . . . 100

CAPITULO XIII.

Sangrienta Batalla de Avilés. Ataque y Toma de Torreón. . . . 106

CAPITULO XIV.

E1 Coronel Hernández. Acción de Meoqui.Escaramuza de la Mora. Degradación del Coronel Almanza.

Movilización a Ciudad Camargo.Fusilamiento del General Yuriar. . . . . . . . ........... . . . . . . . 112

CAPITULO XV.

Ataque a Chihuahua. Cinco Días de Rudo Combate.Retirada de las Fuerzas y Combate en Mápula.

Causas por las Que No Se Tomó la Capital. . . . . . . 115

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CAPITULO XVI.

Funestas Noticias de Torreón. Acción de Encinillas y Laguna.Ingeniosa Toma de Ciudad Juárez.

Grande y Sangrienta Batalla de Mesa y Tierra Blanca . . . . . .122

CAPITULO XVII.

Evacuación de la Plaza de Chihuahua.Entrada de Nuestras Fuerzas. E1 General Villa Gobernador Mi-litar del Estado. Toma de Torreón por el Enemigo . . . . . . . . . .130

CAPITULO XVIII.

Una Columna de Tres Mil Hombres Sobre Ojinaga.Combate de La Mula. Ataque a Ojinaga.

E1 General Villa Marcha a Auxiliar a los Sitiadores.Segundo Ataque a Ojinaga y Toma de la Plaza . . . . 134

CAPITULO XIX.

E1 Estado de Chihuahua Limpio de Traidores.E1 Papel que Representa en la Actual Revolución . 141

CAPITULO XX.

E1 Espíritu Guerrero de los Chihuahuenses.E1 Estado de Chihuahua Marcha a laVanguardia de la Revolución Actual.

Su Fuerza y Elementos de Guerra. . . . . . . . . . . . . . . 146

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PARTE CUARTA

Toribio Ortega y la Brigada González Ortega. . . .. .151

CAPITULO I.

Combate de Bermejillo.Primero y Segundo Ataque a Gómez Palacio. . . . . . 151

CAPITULO II.

Movilización a San Pedro de las Colonias.Serie de Terribles Combates.

Regreso a Gómez Palacio. Campaña de Saltillo.Viaje del General Ortega a Monterrey. . . . . . .. . . . 159

CAPITULO III.

Ataque y Toma de la Plaza de Zacatecas.Parte oficial del Primero,

Segundo, Tercero y Cuarto Regimientos.El General Ortega Cae Enfermo Durante el Sitio. . 169

PARTE QUINTA

ConclusiónLa Cuestión Villa-Carranza. . . . . . . .. . . . . . . . . . . . 188

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PARTE SEXTA

EpílogoAgonía y muerte de un Patriota. . . . . . . . . . . . . . . . 204

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Toribio Ortegay la Brigada González Ortega

Parte Primera

La Revolución de 1910

CAPITULO I .

Cuchillo Parado.Notas Históricas.

Estado Moral del Pueblo.

A1 Nordeste del Estado de Chihuahua, junto a las márgenes del Río Conchos, situado

sobre una alta y dominante colina, se encuentra un pueblo humilde que figura en el mapa de

nuestro país con el popular nombre de Cuchillo Parado.

Su aspecto, aunque un poco triste, presenta un aspecto de severidad imponente seme-

jando un Atalaya de donde se mira a todas partes, cual si fuese el Atalaya de libertad, puesto

en las regiones fronterizas, como un dique a la ambicion de los tiranos. A1 pie de la colina

donde está situado el pueblo, se ven enhuberantes y ricos plantíos de cereales, que merceden

por la laboriosidad de asiduo trabajo de los habitantes del pueblo, que vierten en abundantes

cosechas, pues todos se dedican a la agricultura.

Los vecinos de Cuchillo Parado son hospitalarios y de una franqueza característica,

sin que se halle en ellos la hipocresía ni la doblez. Son amantes, cual pocos, de su libertad y

de nobles y progresistas aspiraciones, no han admitido jamás la servidumbre, pues todos,

aunque en pequeña escala, trabajan en propiedad. Hasta los más pobres tienen un pedazo de

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tierra que cultivar, de donde se saca la manutención de sus familias.

Fundada esta colonia desde la epoca virreynal, cuando las hordas salvajes de indíge-

nas asolaban esa región, formaban, con los presidios de Coyame y del Norte, las fortalezas

donde se defendían y refugiaban los vecinos pacíficos de los ataques de los indígenas. Una

de las industrias florecientes en ese pueblo, es sacada de una planta que se llama lechuguilla,

con la que hacen tapetes, costales y lazos.

Todo habitante de allí tiene lo que ellos llaman tallador, con el cual, frotando dicha

planta, sacan los hilillos que sirven para la elaboración de los antedichos objetos.

En todas las épocas, en todas las edades, ha sido notable el espíritu libertario de ese

pueblo minúsculo, que se ha distinguido entre todos los demás que existen en la frontera.

Allí jamás se le ha temido al tirano y nunca se han humillado al altivo terrateniente. Con

bastante frecuencia se registraban altercados entre esos valientes y laboriosos trabajadores

y los señores feudales Creel, Terrazas y Muñoz. Su historia guerrera se remonta a la época

de la Intervención Francesa, en que estuvieron de parte de su patria.

Más tarde, cuando Porfirio Díaz, engañando solapadamente al pueblo con falsas pro-

mesas, se rebeló contra el gobierno de don Sebastián Lerdo de Tejada aconsejando los de

Cuchillo Parado que la revolución era por bienes propios.

Tomó parte en la contienda y alistándose muchos de ellos en el ejército del General

Angel Trías, tuvieron un combate en su pueblo y encontráronse con la acción de Tabalaopa.

Poco después, hondamente decepcionados, a la vista de la miserable burla que había

hecho el Dictador de sus derechos, manifestaron abiertamente su descontento, y si no hubo

rebelión armada, fué debido a que vieron que el resto de la República soportaba pasivamen-

te las arbitrariedades del tirano. El gobierno del Estado empezó a hostilizar a esos humildes

labriegos tan celosos de sus libertades, y por medios arteros y maquiavélicos, valiéndose de

un sátrapa de espíritu ladino y de carácter hipócrita y falaz, empezó a sugestionar aquellas

almas dignas que a pesar de su ignorancia, rendían pleitesía y homenaje a la diosa libertad.

Entonces aparece en escena un hombre de condición humilde; pero de alma gigante,

un gran ciudadano cuyas virtudes cívicas y hechos posteriores lo elevarían a una envidiable

altura en los fastos de la Historia. Ese insigne apasionado de los derechos del pueblo, se

enfrenta al pseudo apóstol embaucador, y sin temor alguno a infamias y represalias, le dis-

puta en lid abierta el pueblo que pretende sumir en la ignominia. Toribio Ortega, el patriota

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y noble ciudadano, se torna en paladín y defensor de aquellos hombres que quieren conver-

tir en parias.

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CAPITULO II.

Toribio Ortega. Su Vida Privada.

Toribio Ortega nació en Coyame, Distrito Iturbide, del Estado de Chihuahua, el día

16 de Abril de 1870, siendo sus padres el señor Teodoro Ortega y la señora Isidra Ramírez

de Ortega. Su nacimiento verificóse en el lugar antedicho, por una circunstancia meramente

casual, pues sus padres vivieron actualmente en Cuchillo Parado y alli pasó él su niñez y su

juventud, por lo cual siempre conoció a este pueblo como a su verdadero país.

Tratándose de esto, hay que hacer notar la diversidad de tendencias y de ideas políti-

cas de los pueblos de Cuchillo Parado y Coyame. Mientras el primero se distingue por sus

ideas liberales y su amor a la libertad, en el segundo ha sido notorio su incondicional apego

al despotismo y la ignominiosa adhesión a la tiranía; pudiendo calificarse esta actitud retró-

grada de un fanatismo semi-bárbaro, como se verá plenamente comprobado en el transcurso

de esta historia.

Desde temprana edad mostró el niño Toribio una afición desmedida al estudio y una

afición notable al trabajo. Careciendo en el lugar de una escuela competente, y teniendo que

trabajar todos los días para ayudar a sus padres, dedicaba sus ratos de ocio, cosa notable en

un niño de su edad, en concurrir a una escuela particular donde recibía lecciones de un

anciano maestro, las cuales estudiaba en la noche.

Desde entonces su carácter fué serio, de una seriedad varonil que hacía del niño un

hombre, y aunque respetuoso y grave cuando las circunstancias lo requerían, jamás se mos-

tró huraño e intratable con los demás, a quienes trataba con afabilidad y cariño. Dotado de

un espíritu justiciero, é1 dirimía las reyertas infantiles en favor del que tenía razón.

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A los catorce años de edad, por el año de 1884, fué enviado por sus padres a la capital

del Estado, con el objeto de que entrara en algún establecimiento comercial, lo cual hizo,

hallando empleo en una de las casas de la ciudad, entrando después al servicio del Señor

Martiniano Sandoval, como dependiente de su tienda. Allí observó tan buena conducta dan-

do muestra de su honradez intachable, que el señor Sandoval le propuso estableciera en su

pueblo una tienda, facilitándole el crédito necesario para sostenerlo.

E1 año de 1886 regresó a Cuchillo Parado, dedicándose exclusivamente al comercio;

pero malos tiempos y negocios desafortunados, lo hicieron que se presentara en quiebra. No

queriendo ni por un momento que su honra y reputación sufriera menoscabo en lo más

mínimo, vendió cuanto tenía, despojándose hasta de su hogar para solventar la deuda, que-

dando sumamente pobre; pero altamente satisfecho de haber sacado en limpio su honor.

Este golpe de la fortuna no hizo desmayar ni por un momento su grande alma y dedicóse de

nuevo a trabajar con más ahinco. Cruzó la línea divisoria y trasladándose a Estados Unidos,

se dirigió a los campos de trabajo, donde ingreso como un simple obrero.

A1 año volvió a su pueblo, dedicándose nuevamente al comercio y más especialmen-

te a la agricultura.

El 22 de Abril de 1900 se casó con la señorita Fermina Juárez Levario, y en su nuevo

estado, demostró ser un buen esposo y padre cariñoso, así como había sido un hijo ejemplar,

que siempre fué el sostén de sus ancianos padres.

Una de las virtudes más loables y meritorias de nuestro biografiado, fué la notable

fuerza de voluntad que se distinguió en todos los actos de su vida.

Dotado de un carácter impetuoso, efecto inmediato de un sistema sumamente nervio-

so, sabía dominarse y no incurrir nunca en la violencia. Tal fué en su vida privada el noble

ciudadano que estaba predestinado a ser inmortal.

Pasaremos ahora a tratar de su vida como hombre público.

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CAPITULO III.

E1 Defensor del Pueblo.Su Propaganda Democrática.

Por los años de 1890 arribó a Cuchillo Parado uno de esos bohemios sin Patria y sin

profesión, que abundan en todas las regiones del país, tenía una arpa vieja y desvencijada a

cuyo son salmodiaba monótonas canciones populares, con las cuales divertía a los labriegos

que acudían en su torno con el objeto de comprarle el licor que siempre traía.

Cuando intoxicaba a la multitud, cesaba de cantar y abandonando el octogenario

instrumento, con una zalamería inimitable y halagando las pasiones de todos, de cada uno

de ellos, paulatinamente, iba ganando terreno en el ánimo de sus interlocutores, yendo di-

recto hacia su completa conquista. Dotado de una sagacidad poco común y de una hipocre-

sía refinada, aquel harapiento tenía por ley fatal que progresar.

Con una falta absoluta de conciencia y una alma negra y despiadada, Ezequiel Mon-

tes, el músico bohemio, soñó realizar su sórdida ambición: dominar un pueblo libre y ser su

amo y señor. ¿Lo consiguió por fin? Desgraciadamente sí. Con el tiempo logró sugestionar

a aquellos hombres honrados, consiguiendo no sólo captarse sus simpatías; sino transfor-

marse en una especie de protector a quienes acudían en busca de consejo y apoyo. De aquí

data la serie de infamias y cínicos fraudes del audaz bohemio. Por medios arteros, merced a

maquinaciones fraudulentas, logró hacerse de muchos terrenos agrícolas en el pueblo, y

viéndose de improviso, transformado el aventurero vagabundo en rico propietario.

Después, en frecuentes viajes a la capital del Estado, ganose la confianza de los

agiotistas Creel y Terrazas, pónese de acuerdo con las corrompidas autoridades de entonces

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y consigue por fin que lo designen como ejecutor de las miras del Gobierno, para cuyo fin lo

nombran presidente municipal de aquel pueblo.

Con semejante cargo, transfórmase el embaucador empalagoso y zalamero en caci-

que despótico, y sin embozo alguno, ya empieza abiertamente a tiranizar a quienes lo habían

acogido hospitalariamente, sirviéndole de pedestal para que subiera, y dedícase a robar con

todo el cinismo y desplante de un bribón consumado. ¿Y el pueblo? E1 pueblo sufríalo todo,

rindiendo acato y profundo respeto a esa nulidad, sólo capaz para el latrocinio y el fraude.

Toribio Ortega, el honrado y laborioso ciudadano, en vista de la preponderancia de

ese hombre nocivo y de la sumisión pasiva de los hijos de su pueblo, jura luchar hasta

regenerarlo, arrancándolo de manos de aquel sátrapa. Con infatigable celo dedicóse a ex-

hortar a cada uno de sus paisanos, haciéndoles ver lo abyecto de la situación en que estaban,

por confiar demasiado en una gente de la dictadura. Por espacio de largos años, sin perder

un instante la fe y la confianza, estuvo en continua brega con el odiado cacique. Todos los

actos inicuos ejecutados por éste, eran censurados a viva voz por nuestro hombre, a quien

acudían los vecinos en busca de é1 para que los defendiera. Sus sinceras palabras y su

desinteresado patriotismo, hallaron eco en el alma de aquel pueblo que tan celoso fué siem-

pre de su libertad y resurgiendo sus ideas liberales, agrupáronse en torno del que laboraba

constante e infatigable por los derechos y progreso de su pueblo; no obstante, la lid fué

encarnizada, en muchos había fanatismo por el decrépito cacique y no querían convencerse

de su abyección. Ortega armado de una paciencia a toda prueba, con su afabilidad

caracteristica, con su bondad peculiar, logró apartarlos de allí, contando entonces con la

mayoría de los habitantes de su pueblo.

Corría el año de 1910. Se acercaba e1 período de las elecciones presidenciales.

Todo el mundo se preparaba a votar en el año del Centenario de nuestra Independen-

cia. E1 insigne demócrata don Francisco I. Madero, había hecho una gira por las principales

poblaciones de la República, derramando en todas partes la luz de su doctrina emancipadora.

Fundáronse Clubs Anti-reeleccionistas en todas las ciudades de importancia, con el objeto

de lanzar una candidatura que se opusiera a la del dictador, el cual pensaba eternizarse en el

poder, dejando a su muerte un sucesor. En la capital del Estado don Francisco I. Madero

encontró un auxiliar y colaborador infatigable en la persona del insigne,y honrado ciudada-

no don Abraham González, quien fué el primer fundador del primer Club en el Estado.

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Ortega, que se encontraba en su país natal, al contemplar las primeras alboradas de una

democracia que surgía, abrazó con inmensa fe y gran entusiasmo el partido, y trasladándose

sin demora alguna a Chihuahua, entrevistó a don Abraham, poniéndose de acuerdo para

fundar un Club en su pueblo y extender por toda esa región fronteriza, las redentoras doctri-

nas del Apóstol Madero.

De vuelta al lugar de su residencia, convocó a algunos miembros de su familia y a

otras personas de su confianza e integró el Club, formando la mesa directiva de esta manera:

Presidente, Toribio Ortega; Vicepresidente, Epitacio Villanueva; Secretario, Esteban Luján;

y Vocales: José María Lucero, Fabián Rico, Marcelino Juárez y Fulgencio Olivas.

Inmediatamente empezó sus primeros trabajos, enviando agentes a Coyame, Ojinaga,

San Antonio y San Carlos, con objeto de que hicieran propaganda democrática en dichos

lugares y fundaran nuevos clubs. Comunicándose frecuentemente con ellos, dándoles ins-

trucciones y a la vez dirigíanse al Presidente del Club anti-reeleccionista de Chihuahua,

para estar al corriente de la marcha que llevaban los asuntos políticos. E1 celo que demos-

traba en ello era infatigable, pues nunca se daba un momento de descanso tratándose de

estas cuestiones. Innumerables fueron las dificultades con que tuvo que tro-

pezar. En primer lugar con la ignorancia de los comarcanos que veían en todo aquello, una

causa inútil de seguir y de ningunos resultados. En segundo, con el inmenso temor que

abrigaban todos en cometer el más mínimo acto, que incurriera en el desagrado del dictador

y por último, con las autoridades que, presintiendo su futura caída, poníanle toda clase de

trabas y llevaban a cabo arbitrarias e injustificadas persecusiones.

Ezequiel Montes, el aventurero de antaño, al tener conocimiento de la fundación del

Club en Cuchillo Parado y de la propaganda democrática de Ortega, tuvo un acceso terrible

de cólera y se prometió hostilizar por cuantos medios estuvieran a su alcance a los anti-

reeleccionistas. Por pretextos futiles y valiéndose del engaño, puso preso a un sobrino de

Ortega quien le echó en cara sus robos y villano proceder.

Llegó la época de las elecciones y todos estaban preparados para sacar avante las

candidaturas de señor Francisco I. Madero y don Francisco Vásquez Gómez, que en una

convención efectuada en la capital de la República, por representantes de todos los Clubs

anti-reeleccionistas, resultaron candidatos a la Presidencia y Vicepresidencia de la Repúbli-

ca. Sordos rumores corrían de que todas las autoridades que estaban al servicio del tirano,

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se preparaban para hacer las elecciones a su arbitrio, nulificando las legales.

Teniendo Ortega conocimiento de ello, en una de las sesiones que tuvo en su club,

exhortó a todos sus correligionarios a que con toda entereza, sostuvieran sus ideales y apo-

yaran a los representantes de su partido, diciéndoles estas célebres palabras: “Si el dictador

impide con sus bayonetas que salgan nuestros candidatos, apelaremos a las armas para

derrocarlo por la fuerza.”

El día en que se verificaron éstas, hubo un tumulto que produjo un serio altercado.

Montes, elogiado cacique se presentó a la casa donde estaban reunidos y por medio de la

autoridad pretendió hacer el cómputo de los votos a su gusto. Ortega con noble entereza, se

enfrentó a é1 protestando enérgicamente de tal arbitrariedad, y habiéndose acalorado los

ánimos, los anti-reeleccionistas se echaron sobre los esbirros del cacique.

E1 elector salió por parte de aquellos, el cual votaría por los candidatos demócratas.

Escenas de igual índole pasaron en Ojinaga, San Carlos y San Antonio, menos en Coyame,

donde el voto unánime fué para el dictador.

Sin embargo, sucedió lo que necesariamente tenía que acontecer. Una inmensa mayo-

ría del pueblo acudió a las urnas electorales y en sus papeletas escribieron el nombre de

Francisco I. Madero; los esbirros de la tiranía las sacaron con la punta de la bayoneta y

pusieron en ellas a Porfirio Díaz. Un nuevo ultraje a los derechos del pueblo: un sarcasmo

sangriento a la libertad y una flamante y cínica usurpación del poder. E1 apóstol

demócrata fue reducido a prisión en San Luis Potosí, con el objeto de que no tuviera parte

en las elecciones. Esto agotó la paciencia rebosando la medida. Como una corriente eléctri-

ca contaminó a un tiempo de indignación a todos los partidarios del ilustre prisionero, y

mientras el orgulloso César se exhibía con gran pompa y regio fausto en las fiestas

centenarianas, una conspiración inmensa se tramaba en toda la República.

Agotados los medios pacíficos y conciliadores, para hacer que descendiera el que

pretendía erigirse en monarca, no quedaba otra disyuntiva que levantarse en armas contra

un gobierno falaz, asesino y usurpador.

De acuerdo con el señor Madero, principió don Abraham González a entrevistar a

todos los presidentes de clubs, a los que detallándoles pormenorizadamente la situación, los

invitaba a lanzarse a la revoluci6n. Ortega se presentó a é1, y al escuchar de sus labios el

relato de lo acaecido, sin vacilación y con la energía propia de su carácter, contestó: “Lu-

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charemos hasta morir o derrocar a esos infames.”

La fecha del levantamiento se fijó para el día 20 de Noviembre de 1910.

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CAPITULO IV.

Levantamiento.Acción de Venegas.Primer Combate enEl Mulato y Ataque

a Coyame.

La noche del día 13 de Noviembre, estando Ortega en su pueblo, tuvo conocimiento

de que otro día iba a ser aprehendido por la autoridad del lugar, quien sospechaba que

pretendía levantarse en armas. Sin pérdida de tiempo reúne a todos los adictos a la causa y

después de tener una larga conferencia acordaron desconocer otro día al gobierno, lanzán-

dose a la revolución.

El día 14 de Noviembre de 1910, Toribio Ortega, el patriota y abnegado ciudadano, al

frente de sesenta hombres, en su mayoría desarmados, arrojó el guante del desafío a la cara

del dictador, y con las armas en la mano desconoció abiertamente a la usurpación. Se lanza-

ba a la lucha sin ningunos elementos, teniendo por rival a un gobierno poderoso; pero é1

contaba con la justicia, y no midiendo la talla y valer de su enemigo, tenía entera fe en el

triunfo. Si perecía en la lucha, ofrecería gustoso su existencia por su patria.

A propósito de la fecha del levantamiento, hago constar, por ser de justicia y riguro-

samente histórico que el primero que se levantó en armas en la República, contra el gobier-

no de Díaz, no fué Aquiles Serdán, ni mucho menos Orozco, puesto que ellos lo verificaron

del 20 en ade

lante. Nuestro biografiado fué, como antes he dicho, el primero, lo cual está plenamente

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comprobado por documentos que aun existen y que están debidamente autorizados por don

Abraham González. Si esto no ha sido público y notorio, fué porque el ameritado General

jamás quiso hacer de ello un reclamo ni adquirir por ese medio popularidad, dada la humil-

dad que lo caracterizó.

La mañana del acontecimiento, Ezequiel Montes, el malvado e hipócrita cacique,

poseido de un pánico indescriptible, huyó despavorido del pueblo. Llevando el río alguna

agua, lo pasó vestido y hubo quien lo viera en una labor cercana, lleno de lodo, sin sombre-

ro, y temblando en el paroxismo del pavor. Esta es la virtud de las almas viles y miserables:

la cobardía. Ortega pudo haberlo hecho prisionero: pero dotado de una alma generosa y

magnánima, lo dejó ir echando al olvido sus grandes villanías.

Del pueblo dirigiose Ortega con su gente a una sierra cercana que se llama E1 Peguis.

Admiración causaría el contemplar aquella falange de hombres entusiastas, que no teniendo

una arma en sus manos, marchaban alegres y contentos a hacer una revolución contra un

gobierno que en treinta y cinco años de odiosa paz, había acumulado grandes elementos de

guerra y contaba con un ejército bien disciplinado.

Las gentes timoratas y los acomodaticios los tildaban de locos, porque locura era

rebelarse contra Porfirio Díaz, una especie de semi-dios, a quien jamás podrían vencer; pero

donde la imbecilidad y la conveniencia juzgaban encontrar la locura, el buen sentido y la

sensatez, hallan un heroísmo rayano en sus límites. ¿Creería aquella pléyade de valientes,

en la victoria? Tal vez si, y en tal caso, eran dignos de loa por su inmensa fe en la justicia.

¿Dudarían por ventura de su triunfo? Su acción entonces, sería sencillamente heroica

y su patriotismo no tendría igual.

De la sierra del Peguis se movilizaron al Saucito. Las personas que lo acompañaban

entonces y que siempre estuvieron a su lado hasta la hora de su muerte, fueron Porfirio

Ornelas, que fungía como su segundo, Epitacio Villanueva, Marcelino Juárez y algunos

otros, que hoy figuran en el Ejército Constitucionalista con la categoría de Jefes y Oficiales.

Encontrándose la pequeña columna en el barranco de Guadalupe se incorporaron a ella don

Abraham González y el Coronel Perfecto Lomelí. Ortega siempre modesto y sin ambición

alguna le indicó a don Abraham, que le diera el mando en jefe al Coronel Lomelí, quedando

é1 como segundo, a pesar de haber organizado y reclutado la gente.

El día 11 de Diciembre, encontrándose en el rancho de Venegas, lugar distante siete

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leguas de Ojinaga y situado a las márgenes del Río Bravo, tuvieron noticia de que el regi-

miento al mando del Coronel Alberto Dorantes marchaba a atacarlos. Ortega, de acuerdo

con don Abraham y con el Coronel Perfecto Lomelí, decidió esperarlos, posesionando su

gente en unas lomas que están al Oeste de la vía telegráfica. Los alambres de esta los

bajaron hasta la mitad de los postes,

y encendiendo grandes hogueras en el centro, donde se encontraba el rancho, dejaron lista

la emboscada a los asaltantes.

La noche era obscura, sin poder distinguirse nada. Un silencio mortal reinaba por

todas partes. E1 enemigo, al distinguir las hogueras, creyendo que los revolucionarios se

encontraban allí, se dirigió en línea recta al lugar, cuando de improviso, una descarga cerra-

da de fusilería, salida de entre las sombras, encendió el pavor entre las filas federales, quie-

nes dispersándose en espantosa confusión, huyeron a la desbandada por el lado del Río

Bravo, donde hallándose el alambre de telégrafo caído, desmontaba a la caballería al

mantearse. La mayor parte de la fuerza se pasó a territorio americano y desde allí comenza-

ron a tirar con una ametralladora.

Don Abraham, en vista de que carecían por completo de parque, pues sólo un reduci-

do número contaba con unos cuantos cartuchos, ordenó que la gente se retirara y aprove-

chando las tinieblas, abandonaron las posiciones, dejando a los soldados de línea comba-

tiendo solos, pues todavía por largo rato se prolongó el tiroteo. De allí se dirigieron al

Mulato, con el objeto de pasar parque de los Estados Unidos, lo cual efectuaron con múlti-

ples dificultades, pasando apenas cuatro mil cartuchos.

En esos días se incorporó a la gente de Ortega, el Coronel José de la Luz Soto, con

cuarenta hombres, reclutados en San Carlos y San Antonio.

Este refuerzo caía en momentos propicios, pues se sabía que el Coronel Dorantes,

con una columna de 500 hombres se dirigía a atacar a los rebeldes.

El dia 18 de Diciembre, como a las diez de la mañana, se avistaron las primeras

avanzadas de federales, entablándose en seguida el combate con gran furia y denuedo.

Dorantes intenta desalojar a los revolucionarios, primeramente de un bordo que está

por la derecha y frente del pueblo; pero es rechazado con grandes pérdidas. Entonces dirigiose

con todo el grueso de sus fuerzas a atacar los cerros, donde había un reducido numero de

insurrectos. A1 notar el movimiento, el Coronel Ortega se dirige al lugar y se traba un

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encarnizado y terrible combate que termina con la derrota de los federales, los cuales, vien-

do la imposibilidad de desalojar a los nuestros, principian a retirarse a las tres de la tarde,

dejando en el campo de batalla quince muertos, dos heridos, ocho fusiles mausser y gran

cantidad de parque.

Habiendo sabido por esos días que el señor Madero se encontraba en E1 Paso, se

fueron don Abraham y el Coronel Lomelí a recibir sus instrucciones, dejando la gente al

mando de los Coroneles Ortega y Soto.

Con motivo de una falsa noticia propalada, de que una poderosa columna venía por el

lado de las Orientales, con el objeto de embotellarlos en E1 Mulato, se movilizaron de allí al

pueblo de San Carlos, y a continuación a San Antonio, atravesando las extensas propieda-

des de Creel. En San Salvador, a petición de toda su fuerza, se dió de baja al Coronel José

de la Luz Soto, por haberse comprobado, en bastantes ocasiones, su falta de espíritu militar

y su ineptitud.

Soto es oriundo del Distrito de Jiménez. Dotado de un espíritu intrigante y ambicioso,

aunque siempre demostró simpatias por las ideas liberales, su conducta sospechosa e incier-

ta, lo ponía en peligro de cometer un dislate.

En el lugar antedicho se supo que una poderosa columna de 1,000 hombres, al mando

del General Gonzalo A. Luque, se dirigía a marchas forzadas a Ojinaga.

Con el objeto de reunir caballada para montar a la gente, se detuvieron tres días en

Polvorillas. En Maraijoma, a instancias del Coronel Ortega, se levantó don José de la Cruz

Sanchez, empezando a reclutar gente en todas las comarcas, donde tenía un gran partido,

marchando después reunidos, hasta arribar a Coyame.

En este punto había una guarnición compuesta de voluntarios del pueblo, quienes se

habían mostrado Porfiristas recalcitrantes.

E1 día 8 de Enero de 1911, después de intimar la rendici6n de la plaza y habiendo

recibido la negativa, los Maderistas en número de 200 atacaron con denuedo los cerros que

están antes de llegar al pueblo. Todo el día se combatió con pequeñas intermitencias, y por

la noche, fueron desalojados los gobiernistas de sus posiciones quedando reducidos al pue-

blo.

E1 día 9, habiendo cesado un momento el fuego, el Mayor Porfirio Ornelas estuvo

parlamentando con uno de los gobiernistas que estaba situado en unas de las casas cercanas,

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el cual manifestó el deseo inusitado de rendirse: pero en esos momentos, recibe orden del

Coronel Ortega de que se retiren inmediatamente de la plaza.

Obedecía esto a que habíase cogido prisionero a un correo, el cual traía a los de

Coyame la fausta nueva de que una poderosa columna de federales se dirigía a marchas

forzadas a auxiliarlos. Los Coroneles Sánchez y Ortega, se retiraron a Cuchillo Parado.

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CAPITULO V.

Combates de Cuesta de Aldea.Segundo de El Mulato y Sitio de Ojinaga.

E1 día 15 de Febrero, los puestos avanzados que tenían cerca de la sierra, comunica-

ron a los Coroneles Ortega y Sánchez, que una fuerza enemiga venía bajando por la Cuesta

del Gato. Eran 400 hombres de infantería y 100 de caballeria al mando del Capitán Guillén.

Inmediatamente ordenó el Coronel Ortega que toda la gente se movilizara a encontrar al

enemigo y presentarle batalla. E1 combate se trabó en la falda de la cuesta, acometiendo los

nuestros con tal ímpetu, que lograron rechazar a los defensores del tirano, haciéndolos re-

troceder hasta unos cerros. El Coronel Ortega, haciendo gala de un valor temerario, acom-

pañado de Celso Rayos, y de otros tres, se arrojó sobre una de las posiciones más dificiles,

desalojando de ella a unos soldados que se hallaban allí afortinados.

Todo el dia se prolongó el combate hasta la caída de la noche, haciendo importantes

bajas al enemigo. Otro día reanudamos el combate con más ímpetu. Los federales, visible-

mente desmoralizados, y hallando en los insurrectos una tenacidad y valor que no espera-

ban, empezaron a ceder visiblemente. Los nuestros redoblaron el ataque y lograron coparlos

en la cima de un cerro de figura cónica donde los sitiaron por completo, cuando de improvi-

so aparece por la retaguardia una linea de tiradores que avanza lentamente sobre nuestras

fuerzas, haciendo un nutrido fuego.

Era Dorantes que al frente de cien dragones venía al auxilio de la infantería de Guillén.

Nuestras fuerzas se ven envueltas en dos fuegos: pero aun así, podían haber batido al enemi-

go y el Coronel Ortega se preparaba para hacerlo, cuando vió que toda la gente se retiraba

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huyendo precipitadamente, obedeciendo una orden que desacertadamente dió el Coronel

José de la Cruz Sánchez, creyendo todo perdido.

Las pérdidas que tuvimos fueron tres muertos y tres heridos, siendo de bastante con-

sideración las del enemigo, pues quedó la cuesta regada de cadáveres de la infantería de

Guillén.

Fraccionados en pequeñas partidas; se dirigieron a Barrancas, y una vez reunidos

todos, se movilizaron al Mulato. El Coronel Sánchez, con el objeto de habilitarse de parque,

se dirigió a los Estados Unidos, dejando la fuerza al mando del Coronel Ortega.

A principios del mes de Febrero se supo que el General Luque, al frente de una

poderosa columna, compuesta de las tres armas, se dirigia a atacarlos. Ortega mandó hacer

fortificaciones inexpugnables desde los cerros hasta la orilla del Bravo, con el objeto de

impedirles la entrada al pueblo.

Dos formidables detonaciones de artillería, fué al anuncio de que el enemigo estaba al

frente. El Coronel recorre impasible en su corcel las fortificacions y ordena a todos que no

disparen hasta no tener cerca al enemigo. Las bocas de fuego del enemigo, continuan por

largo tiempo vomitando metralla; pero al notar la impasibilidad e indiferencia con que son

recibidos en el campamento revolucionario, y los nulos efectos que hacían, destacó la infan-

tería, que protegida por el cañoneo, avanzó hasta cerca de las posiciones, siendo recibida

por un diluvio de acero que salía de las rocas.

La lucha generalizase de uno a otro extremo de las posiciones, sin que cedan un

ápice, tanto los asaltantes como los fortificados. Todo el día se tirotean intermitentemente,

cazándose unos a los otros hasta que la sombra de la noche establece una tregua entre

ambos contendientes.

A1 día siguiente reanúdase el combate con más saña. Luque ordena que una línea de

tiradores prosiga el avance de la infantería; pero las balas de los guerreros fronterizos hacen

tales bajas en sus filas, que ésta se detiene indecisa, Ortega toma la ofensiva, y saliendo de

sus posesiones, rechaza finalmente al enemigo.

Viendo el General en Jefe de la columna federal, la imposibilidad de vencer a los

revolucionarios, ordena la retirada rumbo a Ojinaga. E1 Coronel Sánchez regresa de Esta-

dos Unidos y toma otra vez el mando de la fuerza, permaneciendo en E1 Mulato; reclutando

más gente de los lugares circunvecinos, con el objeto de formar una competente columna

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para atacar a Luque en Ojinaga, el cual, desde la terrible derrota de E1 Mulato, había cesado

de perseguir a los revolucionarios.

E1 día 10 de Marzo, el Ejército Libertador compuesto de seiscientos hombres, se

encontraba en las cercanías de Ojinaga. Sánchez ordenó que su gente se posesionara desde

el frente de la garita hasta las lomas de la Juliana, y el Coronel Ortega por la Cañada Ancha

y San Francisco, quedando únicamente el tramo que abarca el Río Bravo, sin cubrirse.

A1 avistar nuestra gente, el enemigo rompió el fuego, que se prolongó por varias

horas. A los tres días de encontrarse en el sitio, durante el cual sólo se registraron leves

tiroteos, una noche echaron en dirección al pueblo una manada con botes prendidos en la

cola, la cual penetró a las calles de la población. Los sitiados creyeron que era un asalto de

los revolucionarios, y formaron un espantoso tiroteo que duró hasta ya entrada la noche.

Ortega permaneció con su gente en la Cañada Ancha, y repetidas veces atacó al

Coronel Dorantes que era el que defendía ese rumbo, logrando rechazarlo hasta las orillas

de Ojinaga. Habiéndole confiado a un sujeto de nombre Antonio Carrasco las posesiones

del lado de San Francisco, éste, poniéndose de acuerdo con los sitiados, las entreg6, huyen-

do en seguida rumbo a Coyame a reclutar gente para volver a pegarles por la retaguardia a

los sitiadores: pero alcanzado por Emilio Salgado, antes de arribar a dicho punto, fué con-

ducido a presencia del Comandante en jefe de las operaciones, quien ordenó su inmediata

ejecución, siendo pasado por las armas a presencia de todo el ejército revolucionario.

Por esos días se incorporaron, procedentes de Coahuila, don Jesús Carranza, Emilio Sali-

nas, Cayetano Trejo, y Cesáreo Castro, con una fracción de sesenta hombres. Poco después

arriba Severiano Muñoz con veintisiete hombres, resto de la fuerza que mandaba Francisco

Portillo al morir en el combate de Aldama.

En vista de que el sitio de Ojinaga se prolongaba por largo tiempo, dispuso el Jefe de

la Revolución, don Francisco I. Madero, que el Coronel Antonio I. Villarreal, al frente de

una columna de trescientos hombres, reclutados en E1 Paso, Texas, saliese de San Ignacio,

dirigiéndose a incorporarse a las fuerzas de Sánchez, con el fin de cooperar a la toma de la

plaza.

Con la mayoría de la gente de infantería, llevando un cañón de bronce que habían

sacado de El Paso, y al que los Norteamericanos llaman el Silbador Azul y una ametrallado-

ra Colt. Villarreal marchó a cumplir la orden que se le había dado, llegando a Ojinaga el día

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9 de Abril.

No obstante los considerables refuerzos recibidos, el Coronel Sánchez no se decide a

efectuar el asalto decisivo, a pesar de las reiteradas instancias que le hacía el Coronel Orte-

ga y otros jefes, alegando la pérdida de vidas al verificarlo. Unicamente dispone que sea

emplazado el célebre cañón de bronce, con el cual piensa bombardear al sitiar. Cumpliendo

con sus órdenes cargan la pieza, pero motivo a la mala calidad de la pólvora y lo deficiente

del viejo mecanismo, no da éste buen resultado, haciendo solamente dos disparos. Viendo la

inutilidad de ello, se concretan a seguir tiroteando a larga distancia. A fines del mes de Abril,

la fuerza sitiadora asciende a mil hombres y convencido el jefe de las operaciones de la

perentoria urgencia que había de tomar la plaza, determina que el asalto definitivo se dé el

día lro. de Mayo pero esa determinación quedó fallida, porque nuevos acontecimientos

vinieron a estorbarla.

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CAPITULO VI.

Batalla de Cuesta del Gato.Dispersión de las Fuerzas Sitiadoras

Prisión del Mayor Ornelas.Ortega Marcha Tras

la Columna Hasta Aldama.Restablecimiento de la Paz.

Licenciamiento de sus Tropas.Retírase a la Vida Privada.

Procedentes de Cuchillo Parado, llegan al campamento revolucionario multitud de

habitantes de ese pueblo, notifican que una competente fuerza de la Federación se encontra-

ba allá en el pueblo; era el General Gordillo Escudero, enviado por el Gobierno al frente de

setecientos hombres, para que auxiliase a los sitiados en Ojinaga. El Coronel Ortega al tener

conocimiento de eso, pide que se le envíe con su gente para ir a estorbar el avance de los

federales, hasta que se pueda enviar una fuerza competente para batirlos.

Habiéndole advertido el peligro que corría al ir a enfrentarse con un enemigo doce

veces superior, contestó: “Aunque fueran miles, no temería, y aunque no tengo la pretensión

de vencerlos, es del todo importante detenerlos hasta que nuestras fuerzas se posesionen de

la Cuesta del Gato donde podemos batirlos y vencerlos.” Obtenido el consentimiento del

Jefe de las operaciones, marcha con sus sesenta valientes, y atravesando las serranías, fué a

encontrar la columna, marchando a una vista de ella. En Palo Blanco, determina darle un

ataque, y poniéndose al frente de sus denodados compañeros asalta al enemigo, quien se

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mostró asombrado de tal temeridad y se arrojó formándoles una escaramuza que duró algu-

nas horas.

Cuando ya calculó que la gente del Coronel Sánchez se encontraba en la Cuesta del

Gato, se dirigió a ese lugar. En efecto, don José de la Cruz Sánchez, dejando al Coronel

Villarreal en los alrededores de Ojinaga, se movilizó a la cuesta mencionada y llegando a

ella, distribuyó su gente por uno y otro lado del puerto, ordenándole al Coronel Ortega que

se posesionara del chaparral que se encuentra al Sur del Camino. Ortega quería que se le

pusiera de avanzada en el puerto, para ser el primero en tener contacto con el enemigo; pero

en vista de la determinación del Jefe, el cual no quiso ceder en este punto, obedeció al

momento las órdenes dadas.

E1 día 3 de Mayo, a las 6 de la mañana, se percibieron las avanzadas federales que en

columna compacta venían por todo el camino. A1 arribar al puerto, las avanzadas de Sánchez

que se encontraban a la vanguardia, abren el fuego; Gordillo Escudero, que traía a su servi-

cio un cuerpo de Exploradores compuesto de los voluntarios de Coyame, los cuales cono-

cían a la perfección el terreno, ordena que en líneas de tiradores avancen por ambos flancos,

ejecutando un movimiento envolvente sobre las posiciones de los revolucionarios.

La fracción de Severino Muñoz, al percatarse de esta maniobra, abandona sus pues-

tos y huye a la desbandada y la gente de Sánchez sigue su ejemplo, bajando precipitadamen-

te de los cerros. Don José de la Cruz se anonada por completo, no da disposición alguna que

modifique en algo la situación y concluye por declararse en derrota.

Só1o quedan Emilio Salgado con unos cuantos hombres y el Coronel Ortega con su

gente, quienes se baten desesperadamente para proteger la salida de los que quedan, y en

vista ya de lo irremediable, se alejan haciendo fuego en retirada. E1 combate duraría a lo

sumo media hora, y la derrota es completa para nuestras fuerzas, merced a la ineptitud e

ignorancia completa de conocimientos militares del Jefe de las operaciones.

Las bajas no fueron de mucha importancia por parte nuestra: algunos heridos y pocos

muertos; pero el efecto moral si fué grande, y de fatales resultados. La fuerza del Coronel

Sánchez, desorganízase por completo en fracciones de l0, 15, y 20 hombres y dispérsanse

por todos lados, yendo a refugiarse a la sierra o a sus ranchos.

Sánchez, habiéndose herido con su pistola, “accidentalmente,” pasa el Río Bravo y

se dirige a Estados Unidos a curarse. Severino Muñoz que huyó desaforadamente a la vista

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del enemigo, se dirige con su gente a los ranchos del Norte, a cometer tropelías, a despojar

villanamente a los habitantes pacíficos. Villarreal, al tener conocimiento del desastre de

Cuesta del Gato, retira precipitadamente su gente de los alrededores de Ojinaga y marcha

violentamente al Mulato y de alli a Ciudad Camargo.

Emilio Salgado, con una fracción marcha igualmente al Mulato, donde es atacado por

una avanzada federal, la cual lo cañonea y alli desbarátase por completo la fuerza que iba,

pues don Jesús Carranza y los que lo acompañaban, traspasan la línea divisoria e internán-

dose en territorio americano, vuelven a pasar frente a San Carlos para dirigirse a Coahuila,

mientras Salgado con tres hombres se dirige a San Pablo Meoqui.

Todos vuelven la espalda al enemigo; sólo Ortega permanece en su puesto acompa-

ñado de sus leales y valientes compañeros y desde la derrota del Gato se va, según su

costumbre, escoltando la columna fe-deral hasta que ésta penetra en Ojinaga. Regrésase

entonces al lugar del combate y de allí se dirige a Cuchillo.

Más tarde, cuando las fuerzas reunidas de Luque, Gordillo Escudero y Dorantes;

evacúan Ojinaga, marchando rumbo a la capital del Estado, é1 está listo con su gente, para

esperarlos y presentarles combate; pero un acontecimiento inesperado le impide por com-

pleto el llevar a cabo sus planes. Habiendo comisionado al Mayor Porfirio Ornelas, que era

su segundo, para que fuera a ver a las familias que se encontraban en la sierra, a fin de que

les proporcionara medios de subsistir, encontrándose éste en las Animas el día 10 de Mayo,

fué sorprendido por unos espías de Coyame, que formaban la avanzada de la columna,

quienes haciéndolo prisionero, lo condujeron a la presencia del General Luque. A1 verlo

éste, sabiendo que era el segundo de Ortega, se dirigió a é1 y en tono sarcástico le dijo:

“Buenos días mi teniente coronel, con que usted es uno de los bandidos que se rebelaron

contra el Supremo Gobierno?” “Si, mi general,” le contest6 Ornelas con entereza, “yo soy

uno de los que he combatido contra ese tirano.” A1 escuchar aquello, la oficialidad pedia a

grito abierto que lo fusilaran. Luque empezó a interrogarlo acerca de los encuentros y accio-

nes de armas en que se había hallado y el número de muertos que habían tenido en todos

ellos, y al relatarle el Mayor Ornelas la verdad histórica de lo acontecido, irritándose el

General, ordenó que lo ataran con una soga del cuello y de las manos y que bien custodiado

lo llevaran a pie, con la consigna de que a los primeros tiros que se oyeran de algun asalto de

los revolucionarios, lo pasaran por las armas.

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Innumerables son los trabajos y las visicitudes y las vejaciones sin cuento que sufrió

este valiente patriota durante la jornada que hicieron hasta Chihuahua. Atravesó a pie y

fuertemente atado, ese inmenso desierto que se extiende desde Ojinaga a la capital del

Estado, sufriendo los insultos de una soldadesca feroz y las privaciones y malos tratamien-

tos que prodigan los federales a sus prisioneros de guerra.

Por fin, llegaron a Chihuahua, y fué internado en la Penitenciaría del Estado, de la

cual salió cuando ya la paz estuvo restablecida. Entre tanto, el Coronel Ortega al saber que

su segundo había sido hecho prisionero, se movilizó tras de la columna, dando orden termi-

nante a sus soldados para que por ningún motivo provocaran al enemigo, pues comprendía

perfectamente que al hacerlo, sería fusilar al prisionero. Concretose a vigilar los movimien-

tos de la columna y a ir a una vista de ella y en tal forma prosiguió hasta llegar a las cercanías

en Aldama en donde recibió orden superior de suspender las hostilidades por haberse resta-

blecido la paz, después de los tratados de Ciudad Juárez.

Establecido por fin su cuartel en Aldama y teniendo que verse con don Abraham

González, se dirigió a la capital del Estado, donde tuvo con él una larga conferencia, donde

acordaron licenciar toda la gente, dándoles $50.00 de gratificación y $25.00 más por el rifle

a cada uno, dejándoles el caballo y la montura, verificándose dicho licenciamiento en Aldama.

E1 Gobernador provisional del Estado les expidió despachos de Coronel y Mayor a los

ciudadanos Toribio Ortega y Porfirio Ornelas.

Habiendo sido el primero que se levantó contra el gobierno usurpador; arregladas la

bajas de la oficialidad y las tropas, se retiraron aquellos valientes a la vida privada, dedicán-

dose exclusivamente a sus trabajos de agricultura. E1 Coronel quedó en el Depósito de

Jefes y oficiales. Dirigióse entonces a su pueblo natal, donde al igual que sus companeros se

dedicó a trabajar con el mismo afán y entusiasmo que siempre. Tal fué la participación que

tuvo este hombre notable en la revolución de 1910. En ella se distinguió por la actividad en

sus operaciones y por lo acertado en sus movimientos.

Cuantas veces le dejaron la dirección de las fuerzas, el éxito coronó sus esfuerzos

derrotando al enemigo. Desprovisto por completo de ambiciones personales y dotado de

una humildad y modestia a toda prueba, jamás pretendió tener el mando de la fuerza de la

región, no obstante de tener más derecho que ninguno por haber sido el primero en levantar-

se y haber formado un pie de Ejército que sirvió de escalón a los demás. Siempre dimitió el

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cargo con que pretendían distinguirlo, primero en el Coronel Lomelí, después en José de la

Luz Soto y por último en don José de la Cruz Sánchez, y si al segundo se vió en la impres-

cindible necesidad de eliminarlo, fué debido a las circunstancias y a la conducta observada

por dicho sujeto.

Terminada la revolución, altamente satisfecho de haber cooperado en algo al derro-

camiento de la tiranía volvió al seno de su hogar, estando siempre alerta en la marcha de los

acontecimientos políticos, para entrar en acción cuando según expresión textual de él: “Su

querida Patria volviera a necesitarlo.”

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Parte Segunda

La Campaña Orozquista

CAPITULO I.

Primeras Revueltas yla Traición de Orozco.Braulio Hernández.Batalla de Coyame.

Nuestro horizonte político principiaba otra vez a empañarse.

Sordos rumores corrían de que una contra-revolución se preparaba con el fin de de-

rrocar al Gobierno legalmente constituido, representado en el señor Madero, elegido Presi-

dente de la República por el voto unánime de toda la Nación.

Los vencidos, llenos de despecho, no dieron su brazo a torcer y empezaron a intrigar

maquiavélicamente, halagando las bajas pasiones de los malos elementos que había en la

revolución. Pronto hallaron eco sus intrigas infames en la alma ambiciosa de un patán a

quien ellos mismos habían engrandecido a fuerza de adulación y lisonjas. Agréguese a esto

los corruptos y viciados elementos que como en toda conmoción social se agregan a las

revoluciones como tabla de salvación, y que como la espuma de los mares, suben arriba

cuando una tempestad remueve el océano. Unos bandidos de encrucijada y salteadores de

caminos reales no les era muy placentero e1 que terminara la revolución a cuya sombra

cometían sus crímenes y robos con la mayor impunidad, y al normalizarse la situación,

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tendrían que responder de sus actos y fechorías. Los otros, descontentadizos y ambiciosos,

creían merecerlo todo por sus insignificantes servicios y al no acceder el Gobierno a sus

exhorbitantes pretensiones, juraban en su interior, rebelarse contra él. Todo ese con-

junto heterogéneo de maldad y abyección maquinaba solamente contra el ser que los había

elevado de la miseria material y moral en que se hallaban a la categoría de ciudadanos y de

hombres de representación.

Pronto estalló la bomba en Ciudad Juárez al grito de viva Zapata las chusmas analfa-

betas e indisciplinadas, desconocieron aI Gobierno legítimo, apoderándose por sorpresa de

1a ciudad. Pronto siguen su ejemplo en la capital del Estado. Braulio Hernández, el rufián

ambicioso, enarbolaba la bandera del socialismo, amparado por el nombre del ridículo li-

cenciado Vásquez Gómez, y el bandolerismo, para concluir con esta serie de infidencias y

defecciones, Pascual Orozco, el Judas de la revolución maderista, firma con Salazar el

desconocimiento del gobierno de Madero. Y las legiones miserables de canallas corrieron

ebrias en busca del botín y del pillaje.

E1 día 9 de Febrero de 1912 encontrándose el Coronel Ortega con el Mayor Ornelas

en la Presidencia Municipal de Cuchillo Parado, llegaron a avisarles que lo largo del cami-

no, al otro lado del Río Conchos, se aproximaba una gruesa columna de gente armada.

Teniendo conocimiento el Coronel Ortega de los rumores que corrían acerca de la nueva

revolución, aunque sin saber a punto fijo de qué filiación política eran los que se acercaban,

sospechando que serían de los nuevos levantados, salió precipitadamente de la Presidencia

y parándose enfrente de la Plaza donde había un grupo de gente reunida, dio el grito de a las

armas.

Todo el mundo obedeció dicha orden y en menos de media hora, más de sesenta

hombres armados hasta con palos, se encontraban a la orilla del Barranco. En vista de la

actitud belicosa de los vecinos del pueblo, Braulio Hernández, que era el Jefe de la fuerza

compuesta de trescientos hombres, en su mayoría de Coyame, envió parlamentarios a Orte-

ga, donde haciendo un llamamiento a la amistad que los unía, pues ambos se conocieron y

relacionaron en el sitio de Ojinaga, le suplicaba lo dejara entrar al pueblo y hablar a sus

habitantes.

Ortega le contestó que teniendo conocimiento que se había rebelado contra el Go-

bierno constituido, desde ese momento renegaba de su amistad, porque é1 no quería tratar

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con traidores; que para entrar al pueblo, necesitarían hollar sus cadáveres, pues que serían

recibidos a balazos. Pocos momentos después, volvió otro correo, portando una nueva peti-

ción de Hernández, en la que suplicaba se le dejara al menos pasar por un lado de Cuchillo

Parado, para dirigirse a Ojinaga; una nueva negativa por parte de Ortega fue la contestación,

intimándole que si no se retiraba, inmediatamente, abriría el fuego. Los de Coyame querían

a toda costa que se atacara al pueblo; pero viendo Hernández lo difícil de la empresa, optó

por retirarse.

E1 Coronel Ortega, en vista de aquella intentona principió a organizar y reclutar más

gente, dando cuenta de ello al Gobernador González, quien le dio su aprobación, diciéndole

que estuviera listo para cualquiera emergencia. E1 Coronel José de la Cruz Sánchez, reunió

igualmente toda su gente en Ojinaga y dió parte al Gobierno; éste envió al General Agustin

Sanginés, nombrándolo jefe de las Operaciones por esa región.

Ortega, al saber el arribo de este militar fue a ponerse a sus órdenes con 180 hombres

que había reunido, ordenándole Sanginés que se estableciera en Cuchillo Parado.

Sabiendo que en el pueblo de Coyame se encontraba el enemigo, ordenó a1 Coronel

Ortega que con su gente y la del Mayor Espiridión Piña, se movilizara sobre ese pueblo. E1

día 5 de Mayo de 1912 a las dos de la mañana, atacaron dicha plaza, que estaba defendida

por ochenta hombres al mando de Manuel Meléndrez, todos nativos de alli.

Los cerros de la Cal, El Centinela y la Capilla, que se encuentran al Oriente del

pueblo, eran las primeras fortificaciones del enemigo. E1 Coronel Ortega formó su plan de

ataque: el Mayor Ornelas debía encargarse del Cerro de la Cal, y él tomaría el de la Capilla:

al Mayor Piña le encomendó las posiciones de El Centinela, y por último, ordenó al Capitán

Silvestre Juárez que con una fracción de su fuerza se dirigiera al Puerto Frío, por la retaguar-

dia del enemigo. En la noche de ese mismo día asaltaron los fortines, según las órdenes y

distribución dadas, entablándose una terrible batalla en que los nuestros, a quema ropa,

desalojaron con bombas de mano a los coyamistas de las posiciones, las cuales amanecie-

ron en nuestro poder el día 7.

E1 día 8 llegó el Capitán segundo José Jiménez con cuarenta hombres, y Ortega le

ordenó que se movilizara al puerto de Chorreras, para que reforzara la fracción de Juárez y

estuviera alerta a las operaciones del enemigo que por momentos se esperaba, ordenándole

terminantemente, que lo detuviera, sin abandonar por ningún motivo el puesto.

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E1 día 10, procedente de Ojinaga, llegó el General Sanginés con trescientos hom-

bres, compuestos de la gente de Sánchez y de la del Mayor Víctor Manuel Navarro. E1

General en Jefe dispuso que una avanzada al mando del Capitán Ponciano Torres, se dirigie-

ra al puerto del Piloncillo, pues sabiéndose de certeza que el enemigo ya estaba próximo, se

le ordenó que uniéndose a los capitanes Juárez y Jiménez, que se encontraban en Puerto de

Chorreras, por el mismo rumbo, resistieran hasta el último momento; pero sucedió que al

arribar al puerto mencionado, se encontró con que el Capitán Jiménez había huido a la

aproximación del enemigo, dejando abandonado el punto que tanto se le había encomenda-

do. Regresó entonces, y rindió el parte respectivo. El día 13 ordenó a1 mismo Capi-

tán Torres que con setenta hombres, que fueron reforzados por 30 más al mando del Tenien-

te Quiñones, se dirigiera a la Ciénega, lugar que se encontraba al Sur de Coyame y atacara

al enemigo, lo cual efectuó, dispersándolo por completo. E1 día 13 llegó otro refuerzo a

Gamboa, que era el jefe Orozquista, ascendiendo a 500 hombres su fuerza, la cual permane-

ció acampada en la Ciénega. E1 General Sanginés libró las órdenes relativas a fin de dar un

ataque decisivo.

Ortega con su gente, atacaría por el flanco izquierdo, del lado de la Ciénega, y él con

la fuerza de Sánchez y la del Mayor Víctor Manuel Navarro operaría por el flanco derecho,

es decir, al Norte, por el Puerto Frío. El día 14 la gente de Ojinaga al mando del Coronel

José de la Cruz Sánchez abrió el fuego contra las avanzadas del enemigo que se vió lenta-

mente se aproximaban, entablándose un duelo a muerte de fusilería. En el Puerto

de los Ocotillos, el Mayor Víctor Manuel Navarro sostiene la parte más reñida del combate,

dando pruebas de un valor temerario, se adelanta Navarro a pecho descubierto sobre las

posiciones de los Orozquistas que se encontraban fortificados tras de las rocas; pero apenas

da unos cuantos pasos, cuando es atravesado en el estómago por una bala, cayendo mori-

bundo. Una lluvia de balas cae junto al cuerpo sin que nadie se atreva a levantarlo, pues es

muerte segura para el que se acerque. En esos momentos llega el General Sanginés y ordena

que se levante el cadáver, siendo conducido a la Capilla donde exhala su último suspiro.

Víctor Manuel Navarro era pariente del Presidente Madero. Dotado de un espíritu

caballeroso y de una afabilidad característica, era estimado por toda la fuerza, la cual sintió

profundamente su temprana muerte. La gente de Sánchez empezó a replegarse ante el em-

puje del enemigo, y sin saber de dónde partiría la confusión, concluyó por emprender la

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retirada en desordenada fuga dejando abandonada una ametralladora que recogió el enemi-

go. E1 General Sanginés quedó solo, después de haber hecho esfuerzos sobrehumanos para

detener la gente.

Entretanto el Coronel Ortega, cumpliendo con las órdenes que se le habían dado,

atacó en la sierra de la Ciénega a los orozquistas. E1 empuje con que se batió su gente, fue

formidable y avasallador, logrando en pocas horas derrotar por completo al enemigo, ha-

ciéndole buen número de prisioneros y quitándole gran cantidad de caballos ensillados y

botín de guerra.

A consecuencia del fracaso de Sánchez, recibió orden de Sanginés de retirarse regre-

sando a Cuchillo, pues corría peligro de ser ocupado por fuerzas superiores. Sin pérdida de

tiempo obedeció la orden, encontrando en su pueblo al General en Jefe, acompañado nada

más de su asistente, sumamente decepcionado de la conducta del Coronel Sánchez y de la

gente de Ojinaga, a donde ya no quiso volver.

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CAPITULO II.

Salida del General Sanginéspara el Sur.

Batalla de Bachimba.Entrada a Chihuahua.

Poco después, cuando la famosa derrota de los orozquistas en Rellano, recibió orden

el General Sanginés, del Supremo Gobierno, de salir a encontrar a la División del Norte, y

ponerse a las órdenes del General Huerta.

Acompañado de una escolta de doce hombres de la gente de Ortega, se dirigió a

Santa Rosalia, lugar donde se encontraba ya la División, a donde arribaron. E1 General

Huerta tenía instrucciones de mandar a Sanginés a hacer la campaña al Estado de Sonora,

por lo cual, inmediatamente que llegó le dió dicha orden, saliendo sin demora alguna para

ese Estado.

Ortega, que se había quedado en su pueblo natal, recibió igualmente orden del Gene-

ral en Jefe de la División del Norte para que se movilizara con su fuerza a incorporársele.

A1 frente de doscientos hombres, tomó la dirección del Pueblito, donde sabía que merodea-

ba un cabecilla orozquista de nombre Concepción Domínguez, al cual persiguió, haciéndolo

que tomara el rumbo de Bachimba donde se encontraba el Cuartel General de Orozco. E1

día 28 arribó Ortega con su fuerza a San Pablo y el día 29 de Junio de 1912, se incorporó a

1a División del Norte en la Estación de Consuelo.

Huerta dispensó muy buena acogida al Coronel Ortega, dedicándole frases laudatorias

y encomiásticas. El futuro traidor pensaba ganarse el ánimo del patriota fronterizo; pero

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cuan engañado estaba. En aquella alma de grandes convicciones, no cabía mas que la justi-

cia. Llegó el 4 de Julio, la gran batalla decisiva que reduciría a la impotencia al

fatídico Orozquismo, se iba a librar. Al Coronel Ortega con su Regimiento, le tocó entrar

por el Poniente de la vía en los cerros que están próximos a ella. Incorporado a la Brigada

Horan, en combinación con el 23 Batallón que mandaba el Coronel Castro, y el 33 a las

órdenes del de igual empleo Mancilla, avanzaron frente al enemigo. E1 Coronel

Ortega, poniéndose al frente de su gente, ordenó que marchara a la vanguardia. E1 33

intimidado por el nutrido fuego que el enemigo hacía de los cerros se quedó atrás, y única-

mente parte del 23, lo siguió.

Al acercarse nuestra gente a las posiciones empezó a recibir un bombardeo terrible

procedente de nuestra misma artillería. E1 Mayor Ornelas ordena que ninguno eche pie

atrás y estoicamente sufren el fuego de ráfaga de la artillería Federal. ¿Fue esto una simple

equivocación, o con intención aviesa dirigieron las bocas de fuego a ese lugar, sabiendo que

por allí iba un cuerpo de voluntarios? Los hechos posteriores de los miserables pretorianos

nos inclinan a creer que ese bombardeo fue intencional. Díganlo los voluntarios de Peña en

el ataque a la Ciudadela.

Era el sistema favorito del traidor Huerta.

E1 Coronel Ortega envía al Teniente Quiñones para que notificara a Huerta que están

siendo bombardeados por su misma artillería. Este mandó que se suspendiera el fuego, y

entonces los nuestros pudieron avanzar desalojando al enemigo, pernoctando esa noche en

las posiciones que quitaron.

Otro día continuaron su marcha unidos a la División rumbo a la Capital del Estado, la

cual había sido evacuada después de la derrota de Bachimba, entrando triunfalmente a la

histórica ciudad. Tenía poco tiempo de establecido en Chihuahua, cuando recibió orden del

Cuartel General, de marchar en persecusión del bandido orozquista Juan B. Porras, que

merodeaba por Aldama, cuya orden cumplió movilizándose con su regimiento al lugar ante-

dicho y de allí a Potreros y San Diego, sin poder darle alcance, pues el célebre cabecilla

orozquista logró esquivar la persecusión.

De regreso a Chihuahua, uniformó y equipó bien su gente y con autorización del

General en Jefe se dirigió a Cuchillo Parado, donde le ordenaron se estableciera.

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CAPITULO III.

Batalla de Cuchillo ParadoDe Ojinaga.

Persecusión de Caraveo.Escisión de Ortega con el Ejército.

El día 25 de Agosto de 1912 encontrándose el Coronel Ortega con su fuerza en su

pueblo, percibe que del lado del Norte, se aproxima una inmensa polvareda. Sabiendo que

Orozco había salido de Villa Ahumada con el resto de las fuerzas que le quedaron, calcula

que esas deben ser. Sin pérdida de tiempo ni demora alguna, reúne a todos sus soldados y

mostrándoles la nube de polvo, les dice: Ahí vienen los traidores, deben ser muchos, diez

veces superiores a nosotros, pero no importa, tenemos que batirlos hasta el último momen-

to.

Con entusiasmo indescriptible se ponen todos a abrir fortificaciones y a levantar pa-

rapetos para resistir al enemigo. Era en efecto, Orozco, quien al frente de mil quinientos

hombres se hallaba ya a un kilómetro del pueblo.

Al intimar la rendición de la plaza, Ortega le contestó como Leónidas al héroe de las

Termópilas: Ven a tomarla. Inmediatamente se rompió el fuego; los orozquistas empezaron

a bombardear el pueblo con un cañón que traían, disparando durante todo el día.

E1 Río Conchos, aumentado por las recientes lluvias llevaba gran cantidad de agua,

impidiendo el pase de las tropas de Orozco. Muchos pretendieron pasar en lanchas o a

nado, pero los certeros disparos de los leales los obligaron a ceder de su empeño, quedando

algunos gravemente heridos, y otros muertos, siendo arrastrados sus cadáveres por las aguas.

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Cinco días prolóngase la lucha, en uno de los cuales inutilízase el cañón de los rebel-

des, cesando ya de oirse su formidable voz. E1 31 destaca Orozco una columna de 500

hombres, cinco leguas al Poniente del río, donde logran por fin pasar.

Ortega, que no cuenta más que con doscientos hombres, amagado al frente por mil,

que no esperan más que abandone sus posiciones para poder vadear el río, y teniendo por el

flanco derecho ese refuerzo, determina abandonar la plaza y ordena al Coronel Ornelas que

salga al encuentro de los quinientos para detener el avance, mientras é1, con unos cuantos

tirotea a los del frente, dando campo a que todas las familias salgan del pueblo y se refugien

en la sierra que está al Poniente.

Su plan es el de que el pueblo quede solo por completo a fin de que los rebeldes lo

ocupen y volver otro día a atacarlos. Conseguido su objeto, se va batiendo en retirada y

encaminándose al Cañón Chino donde se detiene y de allí contempla la entrada de las hor-

das vandálicas al pueblo de sus antepasados. Se estremece su corazón de indignación al ver

hollado su querido terruño por las hordas de traidores y se propone escarmentarlos durante

otro día. Apenas amanece, cuando da la orden a todos sus heróicos soldados de marchar

rumbo a Cuchillo Parado; pero al arribar advierte que el enemigo había evacuado la plaza,

(probablemente durante la noche) tomando la dirección de Ojinaga. E1 1ro. de Septiembre

entra al pueblo y allí espera una columna federal que viene a auxiliarlo.

E1 Coronel Manuel Landa, al frente de ochocientos hombres, del 70. y 40. Regimien-

tos y los Carabineros de San Luis, al mando del Coronel Azcárate arriba por fin, duran tres

días para poder vadear el río.

E1 día 10 de Septiembre recibieron orden del General Fernando Trucy Aubert, que

también se aproximaba del lado de Chihuahua, que marcharan violentamente sobre Ojinaga,

pues se sabía que en dicha población se encontraba el Coronel Sánchez. Tras larga y peno-

sísima travesía, pasando mil dificultades, lograron arribar a dicho punto cuando ya Orozco

estaba posesionado de é1.

El 14 de Septiembre a las nueve de la mañana se rompe el fuego, y con tal ímpetu

atacan los nuestros, que lograron penetrar hasta las calles de la Villa. El Coronel Landa y

Azcárate se posesionan de las lomas de la Juliana, y Ortega, con su gente, penetra a la

Cañada Ancha, donde sostiene un encarnizado combate, rechazando al enemigo, haciéndo-

le algunos prisioneros. A1 impulso de los asaltantes del Sur, toda la fuerza de Orozco se

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dirige a la Cañada Ancha lugar factible para romper el sitio por la escabrosidad del terreno

en una parte, por los bosques y matorrales por la otra, y por haberse percatado el enemigo

que era el punto más débil y donde había menos gente. Como a las cinco de la mañana

manda un correo Ortega a Landa, pidiéndole refuerzo para poder impedir que se saliera el

enemigo, pues su gente no era bastante para cubrir ni siquiera la mitad del tramo por donde

podía verificarlo. Pocos minutos después le manda otro con el cual le manifiesta que no era

necesario porque ya el enemigo estaba de derrota.

En vista de la obstinación en negarle ese auxilio tan necesario en aquellos momentos,

el Coronel Ortega se dirige personalmente a verlo. Atravesando el huracán de acero a toda

velocidad en su corcel negro, llega a él y de una manera enérgica lo intima a que le de gente.

Cuando este ordena que Azcárate se movilice con los carabineros, es ya tarde, pues el

enemigo protegido por las sombras, como a las once de la no-che, rompe el cerco.

Los de Ortega no pueden materialmente detenerlas y se cansan de hacer prisioneros y

de matar. La derrota sufrida por los orozquistas alcanza proporciones abrumadoras. Ni

en Conejos, ni en Rellano, ni en Bachimba, tuvieron las pérdidas que allí.

De los mil quinientos hombres que entraron, saldrían a lo sumo trescientos, que lo-

graron fugarse con Caraveo. Los demás, quedaron en el campo de batalla o se ahogaron.

E1 aspecto que presentaba otro día el campo, era horripilante. Por el lado de la Cañada

Ancha, veíanse esparcidos por doquiera cadáveres de hombres y animales, y multitud de

objetos como sillas, rifles, y equipos. Del lado de la Labor, existe un terreno panta-

noso, donde estaban hundidos hasta el cráneo gran cantidad de rebeldes que en el paroxis-

mo del pavor, se arrojaron por allí. Cuadros espeluznantes se registraban a orillas del río,

donde colgados de unas ramas de sáuz estaban dos rebeldes suspendidos en el abismo, te-

niendo a sus pies las turbulentas aguas del Bravo que con furia se debatían esperando su

presa. Probablemente toda la noche habían permanecido en esa postura, y al aproximarse

unos soldados leales, poseídos de un pánico inmenso se dejaron caer hundiéndose para

volver a aparecer y arrojando un horrible grito de desesperación, sepultarse definitivamente

en el abismo liquido para ya no volver jamás. Oh, la fatalidad inexorable de la guerra.

Establecidos ya en Ojinaga, el 16 de Septiembre recibió orden del General en Jefe de

las armas, que saliera a perseguir a Caraveo que andaba por los Ranchos del Norte. Ese

mismo día marchó con esa dirección, llegando hasta la Punta del Agua, donde se encontraba

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el enemigo; pero éste, al tener conocimiento de su aproximación, huyó sin demora, internán-

dose al Estado de Coahuila. Durante el trayecto cogió algunos prisioneros de los orozquistas

que se quedaban rezagados, pasándolos inmediatamente por las armas.

En vista de la precipitada fuga de Caraveo, regresó a Ojinaga a dar cuenta de su

comisión, encontrándose con un nuevo e inesperado acontecimiento: E1 Cuartelazo de Félix

Díaz en Veracruz. Ortega, con aquella perspicacia innata en él, semblanteó a los Jefes y

Oficiales del Ejército Federal, y desde luego comprendió que a pesar de sus hipócritas

protestas de lealtad al Gobierno Constituido, estaban dispuestos a secundar la ridícula in-

tentona del Brigadier de la espada virgen. En cierta ocasión en que estaba comiendo con

unos oficiales, y que uno de ellos era Capitán lro. del 70. Regimiento, llamado Francisco

Carreón, se atrevió a aventurar expresiones favorables para Félix Díaz, se levantó rojo de

indignación, y encarándose con él, le apostrofó de esta manera: no me extrana que usted

tome la defensa de ese miserable, porque todos vosotros, los militares, estáis educados en la

escuela del crimen y jamás podréis olvidar lo que os enseñó vuestro padre (el viejo Díaz ).

Pero ay de los traidores; nosotros, los humildes soldados del pueblo, sabremos castigar

vuestras maldades y osadía. Ustedes, que no quieren a Madero, porque no apoya vuestros

crímenes; pero el pueblo lo quiere, y pobres de los que intenten algo, que el escarmiento

será terrible.

Callado y confuso se quedó el pretoriano ante la indignación de aquel patriota, bas-

tante arrepentido de su imprudencia.

Habiendo llegado a conocimiento del Coronel Landa esta escena, una noche en que

se paseaba con Ortega, al frente del Cuartel, de una manera amistosa le dijo: tengo un

sentimiento con usted, por haber dirigido algunas ofensas al ejército. Ortega le contestó con

la entereza de siempre: Al solo anuncio de que hay una persona que defiende a un traidor, mi

alma se estremece de indignación. Tal fué el caso de Carreón. Vuelvo a repetir que todos

aquellos que muestren simpatía por un militar que ha arrojado fango al nombre del Ejército,

denotan que están educados en la escuela de Porfirio Díaz, y siento bastante decírselo, pero

mi opinión es que la mayoría de los Jefes y Oficiales del Ejército, se encuentran en el caso.

Desde esa época, ya no tuvo el Coronel Ortega confianza alguna en el Ejército. Ha-

blando con el un día, me dijo con un acento de convicci6n profunda: ha sido, es y será la

desgracia de nuestra querida Patria. El señor Madero confía en él y cree en el honor militar,

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cosa que nunca ha existido; acuérdese usted, esos miserables van a ser sus verdugos.

Tales conceptos, que sin embozo alguno emitía, arrojándoselos a la cara de los milita-

res mismos, le crearon la animadversión y odio de todos ellos, y por cuantos medios les eran

posibles, le pusieron dificultades, haciéndolo víctima de múltiples humillaciones. Introduje-

ron el descontento entre sus mismas filas, incitando a la insubordinación a unos de sus

oficiales, y por último, lo subalternaron a un Capitán lro. de Artillería de apellido Ortiz, a

quien nombraron Jefe de las Armas; pero é1, con una paciencia y resignación a toda prueba,

sufríalo todo por tratarse del Gobierno legalmente constituido a quien había jurado lealtad y

su palabra de honor: su patriotismo estaba por encima del amor propio y sus cuestiones

personales.

Todo antes que ser traidor.

A veces, con un dejo infinito de amargura, solía decir: E1 señor Madero no quiere

desengañarse de que alimenta estas víboras en su seno, y hasta le son ya importunas nues-

tras advertencias; pero no tardaremos mucho en que llegue el desengaño, y entonces com-

prenderá que nosotros los humildes hijos de la gleba, somos los únicos que lo queremos y

que estamos siempre de su parte.

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Parte Tercera

Toribio Ortegay la Brigada

González Ortega

CAPITULO I.

Habíase consumado el crimen magno. E1 Iscariote infame, el Cain Maldito ostentábase

fatídico y sangriento en el Capitolio, teniendo a sus pies la Constitución hecha pedazos, y en

su torno, a un pueblo que le contemplaba atónito como autor de tan horrorosos crímenes. En

tanto allá, la macabra legión de pretorianos, con las manos aun tintas de sangre, celebraban

con orgiásticos banquetes el triunfo de la ignominia y la traición.

Creían en la victoria definitiva. La nación entera se hallaba en sus manos. Desde el

Bravo hasta el Suchiate, contaban con esbirros y secuaces, que secundando su abominable

acción los apoyarían en lo futuro.

Los exiguos restos de su deshonrado ejército, capitaneado por canallas sin alma y sin

conciencia, productor del despotismo, abortos del régimen pasado; no podían menos que

aprobar el resurgimiento de esa época de maldades y crimenes sin nombre. Y los eternos

explotadores de nuestro pueblo humilde, la horda agiotista y tiranos del oro, uníanse en

indigno concubinato con los héroes del cuartelazo, poniendo a su disposición el arca de sus

caudales, para el sostenimiento de la Usurpación y la afirmación completa de la tiranía.

Les sonreía la fortuna. Otra circunstancia vino a favorecer sus planes. Los hunos del

Norte, los vándalos de bandera roja, arriaron su lienzo de ignominia, poniéndolo a la som-

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bra del estandarte negro de la traición. La esfinge estupida del infidente chihuahuense

confundióse en un abrazo con el rostro demoniaco del traidor jalisciense. Sobre el cadáver

del insigne Mártir, del Cristo libertario, Barrabás estrechó la mano de Judas, y la soldadesca

impía, los viles mercenarios, aplaudieron—Y los rufianescos magnates de la Capital pro-

rrumpieron en vítores—Y el jesuitismo legendario santificó el crimen, entonando, ebrio de

gozo, el bíblico TE DEUM en honor de la maldad triunfante.

Y el imponente alcázar de los ahuehuetes milenarios, el histórico Palacio de los Virreyes,

convirtiéronse en guaridas de fascinerosos; y los espíritus de los niños héroes del ’47, y las

almas del sublime indio de Guelatao y Lerdo de Tejada, contemplaron con indignación

indecible, la figura patibularia de Huerta, el rostro demoniaco de Blanquet, al ave de rapiña

de Mondragón y el gesto de maldad de Félix Díaz.

En su sed de sangre y de venganza, convirtieron el suelo patrio en un inmenso mata-

dero, donde día a día, iban inmolando inocentes víctimas. Legiones de verdugos cruzaban

por doquier.

¿Y no surgía un vengador?

Pronto saltaría a la palestra. Esa calma era precursora de la tempestad.

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CAPITULO II.

Carranza y Maytorena.

Al tener conocimiento de la nefanda traición del militarismo, Venustiano Carranza,

Gobernador Constitucional del Estado de Coahuila, lanzó el grito de rebelión y expide un

decreto en que desconoce al Usurpador y excita a las Autoridades civiles y militares, a

levantarse en armas contra el llamado Poder Ejecutivo.

E1 pueblo coahuilense acude a su llamado y poco a poco, se van formando legiones

de valientes que se preparan a combatir a las huestes del tirano. Las fuerzas rurales del

Estado que se hallaban bajo el mando directo de Lucio Blanco, Francisco Coss y otros jefes

se pusieron a las órdenes del digno Gobernante.

El Teniente Coronel Pablo González, se encontraba en la ciudad de Chihuahua, y al

saber el estado de cosas, furtivamente sale de la capital, y al frente de sus trescientos drago-

nes atraviesa las inmensas estepas Chihuahuenses hasta unirse a los suyos.

El movimiento restaurador extendíase por todo el Estado. La chispa conviértese en

hoguera y amenaza conflagrar a la frontera toda. En el Estado de Sonora, su Gobernador

don José María Maytorena, reúne su Congreso y determina secundar el movimiento del

Gobernador Coahuilense. En virtud de sentirse delicado de salud el señor Maytorena, se le

concede un permiso de tres meses, y asume el Gobierno del Estado el General Ignacio L.

Pesqueira, tomando el mando de las fuerzas el Coronel Alvaro Obregdn

Los Tenientes Coroneles Pedro F. Bracamonte y Elías Calles, dos viejos luchadores

de la revolución de 1910, se levantan en armas en la ciudad fronteriza de Agua Prieta: Los

indios del Rio Yaqui ofrecen su contingente y presto el Estado es un inmenso campo revolu-

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cionario.

El sentimiento de indignación, palpita en la alma del pueblo mexicano y todos se

aprestan a morir por vindicar el honor ultrajado de su Patria. El asesino del Capitolio envía

sus legiones de mercenarios a ahogar en sangre el grito de protesta que repercute por todos

los ámbitos de la nación.

Pronto se efectuará el choque de entre ambas facciones y el Dios de la justicia deci-

dirá el triunfo.

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CAPITULO III.

El Estado de Chihuahua.

El Estado de Chihuahua encontrábase a raíz del Cuartelazo en una situación compli-

cada, casi impotente para secundar el movimiento Constitucionalista.

Habiendo sido la cuna del fatídico Orozquismo, la mayoría de las fuerzas que compo-

nían la División del Norte y todos sus elementos de guerra se encontraban en él.

Los cuerpos de Voluntarios fueron fraccionados y puestos a las órdenes de Jefes y

Oficiales del Ejército, los cuales fungían como Jefes de Armas en todas las poblaciones de

más importancia del Estado, teniendo cada quien su piquete de esbirros, que servían de

espías a los patriotas, vigilando sus menores actos.

En la capital se encontraba el tristemente célebre Antonio Rábago, que era el Jefe de

la División. En Ciudad Juárez el Coronel Juan J. Vázquez: en Casas Grandes, el Mayor

Bridat; en Ciudad Guerrero, el Coronel Zárate; en Ciudad Camargo, el Coronel Manuel

Pueblita; en Ojinaga, el Capitán Ortiz; en Ciudad Jiménez, el Teniente Coronel Adolfo Ri-

vera; en Parral, el Coronel Salvador Mercado y en Escalón, el Capitán Julio Cejudo.

Contaban con un total de fuerzas de ocho a nueve mil hombres, número que se au-

mentó a diez mil, y esto al principio, con el ingreso de las hordas orozquistas. Seis baterías

de cañones de grueso calibre y algunos de montaña y como veinte ametralladoras, formaban

su artillería.

Las baterias eran las comandadas por los Tenientes Coroneles Lauro Cejudo y Mi-

guel Barrios, por los Mayores José María Aldana, Alberto Rodríguez y otros, cuyos nom-

bres no recordamos.

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Agréguese a esto la desolación espantosa en que se encontraba el país. Dos revolu-

ciones colosales habíanle casi agotado las fuentes de sus riquezas. Sus industrias paraliza-

das, su comercio estacionado, y sus campos inmensos sin cultivo. Sus habitantes, cansados

de la perpetua lucha, veíanse sin ánimos para trabajar y proseguir su obra de emancipación

y redención. Mas los eternos luchadores del porvenir, los denodados paladines del progre-

so, no desmayaron jamás, y con entera fe en la justicia de su causa se lanzaron indómitos, a

combatir la iniquidad triunfante.

Era a la sazón Gobernante del Estado, el inmaculado e insigne ciudadano don Abraham

González. Desde que comenzaron los sucesos de la Decena Trágica, empezó a engañarlo

con solapada hipocresía el soldadón Antonio Rábago, haciéndole protestas de fidelidad, y

falsos juramentos de lealtad. Efectuado el Cuartelazo, fué de nuevo a reiterarle sus eternas

promesas, asegurándole que é1 lo apoyaría y que por ningún motivo permitiría que se atro-

pellara la autonomía del Estado. E1 honrado gobernante, creyendo aun en el honor militar,

confió, desechando todas las proposiciones de fuga que le hacían sus amigos.

Pocos días después, los esbirros de Rábago ponían preso al representante del Pueblo

de Chihuahua, ocupando el ebrio consuetudinario su lugar.

Un mensaje de un laconismo terrible recibe después. Es una sentencia de muerte. E1

Tigre capitalino desea la muerte del insigne Magistrado.

Se requiere un verdugo de entrañas de fiera que cumpla satisfactoriamente con mi-

sión tan macabra. Eligen a Camarena.

Poco después el tren corre las desoladas sabanas de la región Sur del Estado. Más

allá de la solitaria y funebre Estación de Mápula. Lo intiman a que salga del vagón, y al

acercarse a la puerta, con una felonía increíble, lo arrojan al fondo de la vía, donde es

horrorosamente triturado por las ruedas del tren en marcha. Otro mártir que sube a la región

de la inmortalidad, sacrificado infamemente por su amor a la Patria y a su Pueblo. Francisco

I. Madero y José María Pino Suárez, acogen con los brazos abiertos al heróico ajusticiado.

Ya para entonces, la conflagración había pasado al Estado. Pronto vengarían al ilustre

desaparecido.

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CAPITULO IV.

Los Primeros Levantamientos.Rosalío Hernández. Manuel Chao.

Primera Batalla en Parral.Maclovio Herrera.

Combate en Santa Bárbara.Acción y Escaramuzas.

Las primeras fuerzas del Estado de Cihuahua que se levantaron, fueron las del Te-

niente Coronel Rosalío Hernández, las cuales se encontraban resguardando la vía desde

Zavalza hasta la Estación de Conejos, teniendo su Cuartel General en la Estación de Ceballos.

Formaban un total de trescientos hombres de caballería, casi en su totalidad oriundos del

Estado de Chihuahua.

Fueron los primeros que recibieron la fatal noticia del Cuartelazo y al tener conoci-

miento de ella, convocó el Teniente Coronel a todos sus oficiales a una junta, donde por

unanimidad se acordó desconocer al Gobierno del usurpador. E1 día 21 de Febrero, proce-

dente de Chihuahua, llegó el Teniente Coronel Eleuterio Hermosillo, quien le traía la orden

de don Abraham González, de que se movilizara a Coahuila, poniéndose a las órdenes de

don Venustiano Carranza.

El día 22 de Febrero, trágica fecha de triste memoria, como a las cinco de la tarde, se

abandonó la ciudad, dirigiéndose la columna a Nueva España, hacienda que se encuentra a

un kilómetro de la vía, donde se dió la orden de acampar, esperando los destacamentos de

Zavalza, Yermo y Conejos. A las nueve se reunió a toda la fuerza, y a la luz mortecina de una

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lámpara, formados en círculo, se les leyó el Decreto dado por el insigne Gobernador de

Coahuila, don Venustiano Carranza, terminando por preguntar a todos los presentes, si esta-

ban dispuestos a lanzarse a la lucha en reconquista de sus derechos vilmente usurpados.

Todos prorrumpieron en una exclamación afirmativa y lanzaron entusiastas vivas al Apóstol

de la Democracia, que en ese día debía de morir. A las once, se enviaron dos comisiones que

fueran a quemar los puentes al Norte y al Sur de la vía, y pocos momentos después se

destacaban en el fondo negro de la noche, hogueras cuyas brillantes flamas se elevaban

majestuosas e imponentes al enlutado espacio. Era el preludio de un incendio, que pronto se

extendería por todo el Estado.

Quizá a esa hora caerían inertes, bajo el mortífero fuego de los asesinos de uniforme, los

ilustres patriotas, los ungidos del pueblo, Madero y Pino Suárez.

Otro día se emprendió la marcha rumbo a Sierra Mojada, a donde se arribó después

de dos dias de camino. Allí determinó el Teniente Coronel dirigirse a Ciudad Camargo,

Chihuahua, pues tuvo noticia que en esa población se había levantado una parte de su fuerza

que estaba de resguardo. Tras una larga y penosa caminata por el estéril desierto, a media-

dos de Marzo, arribó a una hacienda distante cuatro leguas de Camargo. Allí supo que en

efecto, doscientos hombres al mando del Capitán lro. Rafael Licón, se habían levantado, y

después de una ligera escaramuza en el Ojo del Jabalí, habían entrado en tratados, conclu-

yendo por amnistiarse.

Teniendo conocimiento de que en Saucillo se encontraba un piquete de soldados al

servicio del Usurpador, dirigióse allí, atacándolos y después de ligera escaramuza entró al

pueblo haciendo cuatro prisioneros.

El 23 de Febrero, el Coronel Manuel Chao, desconoce al Gobierno ilegítimo, y al

frente de quinientos hombres, abandona la plaza, volviendo después a atacarla.

Principia el combate, encarnizado y terrible. Los Voluntarios combaten con valor y

denuedo, avanzando poco a poco a la población. El combate dura tres días, y al tercero, está

la mayor parte de la población en sus manos, quedando reducido el enemigo, a las posicio-

nes del Cerro de la Cruz.

Mercado quiere ya rendirse, pero Blas Orpinel opta por esperar más el refuerzo que

de un momento a otro debe llegarles. 600 rojos llegan a la caída de la tarde, y con refuerzo

tan imprevisto tienen que retirarse los Constitucionalistas, haciéndolo en buen orden.

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Por esos días, el Teniente Coronel Maclovio Herrera que se encontraba al Noroeste

del Estado, con doscientos hombres se salió de allí y a marchas forzadas se dirige al Distrito

de Hidalgo del Parral, donde se une a las fuerzas del General Chao. Unidos ya, se dirigen al

pueblo de Santa Bárbara, donde se encuentran 600 orozquistas. Se entabla un duelo de

fusilería, y paulatinamente los van haciendo que retrocedan, ganando terreno en sus pose-

siones; mas de improviso, llega una columna de federales con artillería, y ante la superiori-

dad numérica, se ven en la imposibilidad de resistir mas y hacen su retirada en perfecto

orden.

Entre tanto, don Rosalio Hernández se dedica a cortar las comunicaciones ferrovia-

rias y telegráficas al Norte y al Sur de Ciudad Camargo. El Viernes Santo, encontrándose en

Ojo Caliente, distante dos kilómetros de Camargo, es sorprendido por doscientos federales

al mando del Capitan lro. Francisco Carreón. Para entonces contaba Hernández con 150

hombres, pues en el trayecto de Sierra Mojada a Santa Rosalía, se le habían desertado

muchos. Cuando sintióse al enemigo estaba ya posesionado de unas lomas cercanas hacien-

do fuego.

La tropa estaba acuartelada, y salió corriendo a tomar posesión del cerrito que estaba junto

al pueblo. Después de dos horas de tiroteo, abandonaron los nuestros el campo del combate,

sufriendo a pérdida de dos hombres, que se cree fueron hechos prisioneros y contando con

dos heridos. Por parte del enemigo, según noticias, no hubo más que un herido, un Capitán

lro. de los Irregulares.

E1 2 de Abril, al cruzar la vía el ya Coronel Hernández cerca de la Estación de

Conchos, fue atacado por una parte del 60. Batallón, al mando del Mayor Cirilo Ortiz.

Serían las diez de la mañana, durando el tiroteo como una hora.

La fuerza llevaba orden de no atacar y se fué haciendo fuego en retirada, hasta llegar

a una sierra denominada de los Picachos. Allí se supo que el Coronel Maclovio Herrera que

se encontraba en Naica y que a marchas forzadas se dirigía a dar auxilio a Hernández. Como

a las tres de la tarde, se reunieron dirigiéndose a la Estación de Conchos, donde se encontra-

ron aún al enemigo. A las cuatro principió el combate, Herrera atacó por el lado izquierdo de

la vía y mandó una comisión que saliera a la retaguardia a quemarles un puente, para impe-

dirles la retirada. Su fuerza atacó con ímpetu terrible haciendo al enemigo que se replegara

a la Estación. Para las seis y media de la tarde, ya habían derrotado por completo a los

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federales, quienes huyeron a todo vapor en un tren. La comisión no pudo llegar a tiempo

para quemarles el puente. Las pérdidas que tuvieron fueron como veinte muertos, 13 prisio-

neros y considerable número de heridos, la gloria de este triunfo, se le debe al Coronel

Herrera.

El día 4 de Abril recibióse una comunicación del General Francisco Villa donde orde-

naba al General Herrera que se movilizase a Zaragoza y al Coronel Hernández, que perma-

neciera a lo largo de la vía, cortando las comunicaciones. Poco tiempo después, se separa-

ban las dos fuerzas.

Pocos días después, al hallarse el Coronel Hernández en la hacienda del Corraleño,

fué atacado por un tren militar procedente de la Cruz, el cual fué reforzado por otro que

venía de Camargo. E1 combate duró hasta la caída de la tarde, y otro día que se levantó el

campo, se encontraron un oficial y tres individuos de tropa muertos, contando la tropa nues-

tra un oficial y un soldado muertos.

Otra escaramuza libró en San Pablo de Meoqui, en donde logró rechazar al enemigo.

Ahora pasaremos a tratar del principal Jefe del Movimiento Restaurador en nuestro

Estado, del valiente General Francisco Villa.

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CAPITULO V.

El General Francisco Villa.Sus Primeras Acciones en el Estado.

El General Francisco Villa, despues de su evasión de Santiago Tlaltelolco, donde fué

ayudado por el joven Jáuregui, se dirigió a El Paso, Texas. Allí se encontraba cuando el

acontecimiento del Cuartelazo, y desde entonces comenzó a prepararse para tomar parte en

el movimiento Constitucionalista. Tuvo una entrevista con el Gobernador de Sonora, don

José Maria Maytorena y allí arregló definitivamente tomar parte en la campaña de Chihuahua.

Acompañado de nueve hombres, cruzó el Río Bravo, internándose en territorio na-

cional, dirigiéndose a San Andrés, donde tenía la intención de empezar a organizar su fuer-

za. Los hombres que lo acompañaban, eran el Coronel Juan Dozal, que fungía como segun-

do de él; el Capitán primero Manuel Ochoa, Pascual Teztado, Darío Silva, Carlos Jáuregui

y otros cuyos nombres no recordamos.

Por donde quiera que pasaba, se le presentaban labriegos, solicitando darse de alta

con él. Poco después, ya eran partidas de revolucionarios las que se incorporaban a su

naciente fuerza.

E1 Mayor Félix Rivero, que se encontraba en San José de las Cuevas, fué a reunírseles

con sesenta hombres, y después, el Capitán Benito Artalejo, hacía lo mismo con otra frac-

ción.

Rivero y Artalejo fueron de los que salieron de la Estación de Ceballos, en unión del

Coronel Rosalío Hernández, el 22 de Febrero de 1913. Habiendo pertenecido a las fuerzas

del General Villa en 1910, su intención fué siempre buscarlo para incorporársele a su colum-

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na. Por tal motivo se separaron de la fuerza del Teniente Coronel Hernández, en el rancho

de Encinillas, dirigiéndose al Noroeste del Estado, donde tuvieron conocimiento que el

General se encontraba ya en el Estado y se dirigía a esos lugares.

Fuerte ya su columna en doscientos hombres, al pasar por San Antonio, tuvo conoci-

miento de que una partida enemiga se acercaba.

En efecto, sabiendo el gobierno usurpador del Estado, que el leal guerrillero había

pasado ya la frontera con unos cuantos hombres y conociendo el prestigio y la fama que

tenía en todo el Estado, se propuso exterminarlo antes que tuviera más fuerza, para lo cual

envió al llamado Mayor Yañez a que lo persiguiera. Yañez fue el segundo del famoso Gene-

ral José de la Luz Soto, los que en 1912 traicionaron al Gobierno legalmente constituido,

pasándose a las hordas de Orozco; pero que afortunadamente fueron hechos prisioneros del

General Villa en el ataque a Parral, mandándolos a México bien escoltados. Allí permane-

cieron encerrados en la Penitenciaria del Distrito, hasta el cuartelazo de Díaz y Mondragón,

en el que salieron, poniéndose al servicio de sus hermanos los traidores.

El encuentro se verificó en las cercanías de San Antonio de los Arenales. Después de

un reñido combate, logró derrotar al bandido Yañez, quien regresñ a Chihuahua, diciéndole

al General Rábago, que no era tan fácil coger al General Villa como se suponía.

Poco tiempo despues logró sorprender un tren donde venían unas barras de plata, las

cuales se vendieron, arbitrándose los fondos para la revolución. Por fin se fué a establecer

por unos días al Pilar de Conchos o Zaragoza, donde recibió una comunicación del Teniente

Coronel Rosalío Hernández, en la cual se ponía a sus órdenes. De allí mandó a los Capita-

nes Manuel Ochoa y Miguel Saavedra que fueran a hablar con é1, para ponerse de acuerdo

con respecto a los futuros planes para la campaña y trasmitirle órdenes.

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CAPITULO VI.

Ataque y Tomade las Plazas de

Jiménez y C. Camargo.

E1 General Tomás Urbina, procedente del Estado de Durango, arribó a Villa López,

lugar distante cinco leguas de C. Jiménez, donde comenzó a prepararse para el ataque a

dicha población. Contaba con seiscientos hombres en el mejor estado de ánimo. La guarni-

ción de la plaza se componía de cuatrocientos federales, al mando del Coronel Adolfo Rive-

ra. En el mes de Mayo, hicieron su entrada los constitucionalistas por el Oeste de la pobla-

ción, en los puntos llamados del Molino y el Santuario.

Como a las seis de la mañana estaban en posesión de casi la mitad de la población,

desde el barrio denominado de los Portales Viejos, es decir, toda la parte occidental de la

población. El enemigo estaba fortificado en las calles del centro, en la Parroquia y Cárcel

Pública y principales edificios, extendiéndose por toda la calle Libertad hasta la calle Zara-

goza, transversal de la calzada del Río, donde tenían las últimas posiciones. Todo el dia se

combatió con tenacidad y como a las tres de la tarde, habían avanzado nuestras fuerzas

hasta el centro, donde se entabló más reñido y fuerte el combate. El enemigo flaqueaba

visiblemente, y se tenía esperanza que al caer la noche se rendiría.

Por la tarde se recibió noticia de que un refuerzo de Escalón, se aproximaba a darles

auxilio a los sitiados. E1 General Urbina ordenó que se retiraran sus fuerzas, dándoles libre

entrada para atacarlos después a todos en conjunto. En la noche llegó el mencionado refuer-

zo compuesto de cien hombres, al mando del Capitán segundo Julio Cejudo, y penetra a la

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población sin obstáculo alguno.

Otro día vuelven a la carga los constitucionalistas, atacando con tal ímpetu y denue-

do, que desmoralizan por completo a los sitiados, metiendo la confusión en sus filas.

A1 pasar el Teniente Coronel Rivera por una sastrería que se halla en la calle Hidalgo,

acompañado de varios oficiales, sale un hombre del pueblo pistola en mano y hace fuego

sobre él, dejándolo muerto en el acto. Sus acompañantes se arrojaron sobre él como fieras y

lo acribillaron a balazos. Un nuevo héroe de la clase humilde que sabiendo su muerte segu-

ra, no se detiene a ejecutar a un traidor.

A1 tener conocimiento los defensores de la ciudad de la muerte del Jefe de Armas,

cunde entre ellos el pánico. Los asaltantes redoblan el ataque, y pronto la ciudad cae en sus

manos. La derrota de los federales es desastrosa. Toda la guarnición quedó destrozada. De

los cuatrocientos hombres, sólo unos cuantos salen en completa dispersión. Terminado el

combate, se fusilaron varios oficiales que fueron hechos prisioneros. Por parte de nuestras

fuerzas hubo varios heridos y pocos muertos. Una vez dueño de la plaza, a los pocos días se

tuvo noticia que una fuerte columna de federación con artilleria, se aproximaba del lado de

Parral. E1 General Urbina, en consideración al pueblo jimenence y no queriendo exponer a

la ciudad a los horrores de un bombardeo, determinó desalojarla, lo cual efectuó.

Unidas las fuerzas del General Chao y del Coronel Herrera, partieron del Rosario

rumbo al Distrito de Camargo; y con el ánimo de atacar Ciudad Camargo, la Cabecera del

Distrito. Cerca de la Estación Troya, encontraron un tren militar con artillería atacándolo

con denuedo y haciéndolo huir precipitadamente rumbo a Parral.

En la hacienda del Búfalo, fué a acamparse la columna y allí combínose el plan de

ataque.

La plaza de C. Camargo estaba guarnecida por 500 federales, a las órdenes del Coro-

nel Manuel Pueblita, el que salió herido en la toma de Ciudad Juárez en 1910. Esa noche,

víspera del ataque, salió en estado de completa embriaguez de una casa non sancta, al par

que su oficialidad, se entregaba a los placeres de Baco en los lupanares de la población.

Esta vida de disipación y de constante crápula, ha sido la pérdida de los defensores del

Usurpador, pues en Ciudad Jiménez acababan de salir de un baile cuando se verificó el

asalto.

Por fin atacaron los Constitucionalistas por tres rumbos distintos: por el Poniente de

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la población, por una entrada llamada E1 Gato Negro; por e1 Norte, por el rumbo del puente

del Ferrocarril, y por el Oriente, del lado de la Estación: La confusión en los primeros

momentos entre los federales, fué grande, dado el estado en que se encontraban, pero des-

pués se organizaron y opusieron una resistencia terrible. Los sitiados se defendían con furia,

llegando la batalla a su período máximo, en que unos a otros se mataban a quema ropa, por

las boca calles de la población. A la salida del sol llevaban los sitiados la peor parte, pues ya

el Coronel Herrera había penetrado hasta el Colegio de Niñas y Plaza de Toros, quitándoles

dos fusiles Rexer.

Quedaban reducidos a las posiciones del centro, la torre de la iglesia, Cárcel Pública,

Palacio Municipal, Torre del Reloj y Hospital Civil.

No obstante se prolongaba la lucha, registrándose por ambas partes numerosas ba-

jas. E1 Coronel Pueblita al salir de su casa, por la calle Lerdo de Tejada, fué alcanzado por

un grupo de constitucionalistas, quienes le dieron muerte, dejándolo tirado en medio de la

calle. La misma suerte tuvo el Jefe Politico, Casimiro Carbajal, un científico de abolengo y

porfirista recalcitrante. El Coronel Maclovio Herrera, su hermano Luis Herrera y otro Jefe

de los constitucionalistas, salieron levemente heridos.

A las doce del día, casi toda la ciudad, menos el hospital civil, se hallaba en poder de

nuestras fuerzas. Dicho Hospital se encuentra en las afueras de la población siguiendo en

linea recta de la calle González Ortega, pero completamente aislado de las demás casas. Allí

se encontraban cien hombres perfectamente bien armados y fortificados, teniendo casi toda

la pared del edificio claraboyada, por lo que nadie podía acercarse a quinientos metros a la

redonda sin ser víctima del mortífero fuego que de allí salía. Se hizo un intento para ver si se

podía tomar esa posición, pero viendo que estaba muriendo mucha gente de la nuestra, se

dicidió aplazar el ataque para la noche.

E1 Coronel Rosalio Hernández que se encontraba en San Pablo Meoqui, tuvo cono-

cimiento del ataque a la ciudad, y sin dilación alguna marchó precipitadamente al lugar de

los sucesos, llegando a las dos de la tarde. Acordó con el Coronel Herrera y el General

Chao, atacar él con su gente el Hospital.

A las tres de la tarde al frente de su fuerza y acompañándolo los oficiales Enrique

Portillo y Roque Gándara, se arrojaron con audacia y con temeridad increíbles sobre la

inexpugnable fortificación, llegando hasta las bocas de los fusiles. Los federales se queda-

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ron suspensos y asombrados a la vista de acto tan temerario. Saltaron aquellos las tapias del

corralón y al penetrar, un soldado iba a herir al Teniente Roque Gándara, por la espalda,

cuando el Coronel Hernández le dió un balazo, dejándolo muerto en el acto.

Tras leve tiroteo, se rindieron, siendo pasados por las armas todos los oficiales, entre

ellos fué fusilado el Capitan primero Carreón, el que atacó a la fuerza de Hernández en Ojo

Caliente. Con la toma del Hospital, quedó la ciudad por completo en poder de los

constitucionalistas.

A los numerosos prisioneros que se hicieron, les habló el Coronel Herrera, manifes-

tándoles que los que voluntariamente no quisieran alistarse en nuestras filas, les buscaría

trabajo, lo cual hizo, mandando más de cien a trabajar a la Boquilla, en la Presa del Conchos.

Restablecido el orden, pusieron las autoridades civiles que empezaron a funcionar.

Las pérdidas de los huertistas fueron muchas. Los oficiales que no murieron en el

combate, fueron fusilados. De la tropa, la mayor parte fueron presos, perdonándoles la vida,

y como ciento cincuenta muertos que fueron acarreados fuera de la población para enterrar-

los. Muy pocos lograron escaparse, entre ellos el Mayor Cirilo Ortiz, que logró fugarse en

un tren de exploración.

A los pocos dias se supo la evacuación de Parral por el Coronel Mercado, quien al

frente de mil hombres y un inmenso convoy donde iban las familias de los científicos, se

dirigía a la Capital del Estado. Con esto quedaba la mayor parte del Estado de Chihuahua

por parte de los constitucionalistas, concretándose los defensores de Huerta a Chihuahua y

Ciudad Juárez.

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CAPITULO VII.

Llegada del General Francisco Villaa Ciudad Camargo.Batalla del Saucillo.

Derrota Completa de la Columna Romero.

Procedente del Noroeste del Estado, arribó a C. Camargo el General Francisco Villa,

Primer Jefe del movimiento Constitucionalista en el Estado. Venía al frente de doscientos

hombres. Su entrada a la población fué un verdadero acontecimiento, fué una entrada triun-

fal. Todo el pueblo en masa, salió a recibirlo, aclamándolo entusiasta.

Un grupo de hermosas señoritas fué a su encuentro, dándole la bienvenida, arrojando

bellos bouquets de flores a su paso. Después, le ofrecieron una banda de seda con esta

inscripci6n “UN HOMENAJE DE ADMIRACION Y SIMPATIA AL GENERAL FRAN-

CISCO VILLA” e iban a continuación escritos los nombres de más de cincuenta senoritas.

E1 pueblo de Camargo siempre se ha distinguido por su incondicional adhesión y manifiesta

simpatía a la causa del pueblo. Desde 1910 hasta la fecha, siempre ha estado de parte del

Maderismo y por él ha combatido constantemente, motivo por el cual siempre ha sido el

blanco de las furias del Huertismo.

Los primeros actos del General Villa, fueron confiscar los almacenes de Sordo y

Blanco, dos iberos que en negocios nada limpios, se habían enriquecido en nuestro país,

explotando y robando de la manera más cínica, constituyéndose en amos y mandatarios del

pueblo camarguense. Todos los efectos y mercancías que había en ellos fueron distribuidos

entre la tropa y puestos a disposición del pueblo, a quien se vendieron a precios sumamente

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bajos.

Don Vicente Cordero, Jefe Político que fué del Distrito en la época aciaga del

porfirismo, fué capturado en un rancho vecino, y presentado al General, lo sentenció a

muerte; pero merced a los altruistas y generosos sentimientos de la sociedad camarguense,

se conmutó la pena, haciéndolo que diera diez mil pesos para el sostenimiento de las fuer-

zas.

E1 General Villa recibió parte del puesto avanzado que se encontraba en Ortiz, de

que una fuerza enemiga se aproximaba a Chihuahua. Le ordenó entonces al Coronel

Hernández y al Mayor Félix Romero, que se movilizaran a ese lugar. Finalmente, se encuen-

tran ambas fuerzas, trabándose un reñido combate, y debido a la superioridad numérica del

enemigo, los nuestros se ven obligados a replegarse hasta la Estaci6n de Conchos.

Después del combate, el Mayor Mucio Uranga de nuestras fuerzas, que se encontra-

ba en unos carros, cercanos a la Estación del Saucillo, creyendo que en dicha estación había

aun constitucionalistas, se dirigió allí siendo capturado por los federales, los cuales lo fusi-

laron en unión de su asistente, clavándole un marrazo en el vientre.

La columna enemiga se componía de mil hombres al mando del Coronel Romero. E1

General Villa se movilizó con sus fuerzas, ordenándole al Coronel Herrera, que marchara

con las suyas a detener el avance del enemigo. Ya reunidos, se avistaron con los federales

rompiéndose el fuego en la mañana. La artillería contraria vomitaba intermitentemente

metrallas. Los leales, desplegados en grande extensión, iban ganando terreno.

De improviso, el enemigo pretende efectuar un movimiento envolvente que fue con-

trarrestado por nuestras fuerzas, y desde ese momento comenzó a retroceder, batiéndose en

retirada. Empero, la lucha continúa desesperada, pues los federales tienen aun la esperanza

de vencer, y esperan la llegada de Antonio Rojas que viene a reforzarlos. Con el arribo de

éste, que trae trescientos hombres, se reaniman y atacan con más brío; pero los nuestros,

impulsados por el triunfo primero, no ceden y rechazan al enemigo, hasta replegarlo a los

trenes.

La gente del Coronel Herrera y la del General Villa, se portan como héroes. Los de

Hernández se baten como espartanos. Considerable número de bajas se hicieron un nuestras

filas, pues había más de sesenta heridos y muchos muertos. E1 Mayor Benito Artalejo fué

herido en un brazo y algunos otros Oficiales.

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La derrota de los federales era visible. En desordenada fuga se precipitaron a los

trenes, embarcándose la artillería y partieron rumbo a Chihuahua, dejando a muchos de sus

soldados abandonados. Los nuestros no pudieron llegar a tiempo, porque viniendo de infan-

tería, con un sol abrasador, traían una sed espantosa. Si tuvimos grandes pérdidas, las del

enemigo fueron mayores. Mas de quinientos hombres entre muertos, heridos y prisioneros.

Algunos soldados y Oficiales capturados, fueron pasados inmediatamente por las armas.

Los pertrechos de guerra que se recogieron fueron considerables, seiscientos rifles,

municiones y parque de cañón.

E1 día terminó con una gloriosa jornada para las fuerzas defensoras de la legalidad.

El sol de la Justicia, alumbraba una vez más a las huestes del honor. Y el indómito guerrero,

el defensor de los derechos del pueblo, regresó a la ciudad de los leales al frente de sus

legiones victoriosas, en medio de los hurras y palmas de un pueblo frenético de entusiasmo.

Fué el primer eslabón de una cadena de triunfos, conque ese hombre humilde cimen-

taría su fama de militar. Francisco Villa empezaba a vengar al Apóstol Mártir.

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CAPITULO VlII.

Coronel Toribio Ortega.Asalto y Toma de Coyame.

Ataque a las Plazas deGuadalupe y San Ignacio.

El Coronel Toribio Ortega, se encontraba en Cuchillo Parado, su pueblo natal, cuan-

do los sucesos de la Metrópoli. Sin pérdida de tiempo, reúne a su oficialidad y de común

acuerdo firman un acta en que desconocen al asesino militar.

En Ojinaga hallábase de Jefe de Armas un Capitán Primero de artillería federal, de

nombre Alberto Ortiz, y de comandante del resguardo el Coronel José de la Cruz Sánchez.

Ortiz, con su política maquiavélica, pretende inducir a Sánchez a que abrace el partido de la

traición y este se muestra indeciso.

En estos dias llegó el Coronel Ortega, y fue llamado por el oficial artillero, y al inte-

rrogarle, que si reconocía el Gobierno de Huerta, le contestó con virilidad y entereza, que el

no reconocía a gobiernos emanados de la traición y el crimen. De allí se regresó a Cuchillo

Parado, y reuniendo a sus soldados, decidió atacar la plaza de Ojinaga: pero al arribar a esta

población, ya el Capitán Ortiz se había pasado a Presidio, Texas.

Los doscientos voluntarios que estaban al mando de Sánchez, fueron obligados a

entregar las armas por su mismo comandante. Aquellos valientes no podían hacer otra cosa,

en vista de que sus jefes, en vez de animarlos a lanzarse a la lucha, les proponían el recono-

cimiento de un gobierno infame.

La mañana que se efectuó la entrega de las armas, un tal José Licón, que tenía el

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grado de Teniente Coronel, los firmó diciéndoles que los que desconocieran a Huerta, die-

ran un paso al frente. Como movidos por un resorte, se adelantaron todos; don José de la

Cruz Sánchez ordenó entonces se les recogieran a todos los fusiles, pasándolos al ex-Cónsu1

mexicano de Marfa, quien los entregó a los Estados Unidos.

Incomprensible e inexplicable es la actitud de este veterano de la Revolución. Mu-

chos pretenden ver en esto una traición; pero juzgado desapasionadamente, se ve la falta de

energía y de espíritu militar.

Anonadado por el golpe tan terrible que recibió su partido, se halló confuso y sin

saber qué determinación tomar. Creyéndolo todo perdido, optó por retirarse a la vida priva-

da, en vez de ponerse al servicio de la usurpación.

Ojinaga fué la primera plaza que cayó en poder del Constitucionalismo.

E1 Coronel Ortega, establecido ya en Ojinaga, se dedicó a organizar su fuerza, com-

prando más armas y municiones, de lo que estaba sumamente escaso. Pronto estuvo en

comunicación directa con el Primer Jefe del movimiento restaurador de la República, de

quien recibió órdenes de que se pusiera en contacto con el General Villa, esperando órde-

nes. E1 Coronel envió un correo a donde se encontraba, pidiéndole instrucciones.

E1 día 30 de Abril se recibió un parte de Cuchillo Parado de que en el pueblo de

Coyame, distante de allí cinco leguas, se encontraba el cabecilla huertista Eduardo

Armendáriz, al frente de una gavilla de bandidos.

Días antes había salido en esa dirección el Teniente Coronel Eleuterio Hermosillo que

iba con una comisión cerca del General Villa, llevando una escolta de cuarenta hombres. En

la noche del día en que se recibió el parte, ordenó el General Ortega a1 Mayor Crispín

Juárez que con diez hombres mandara a alcanzar al Teniente Coronel Hermosillo, y ponién-

dose a sus órdenes atacara al enemigo.

E1 lro. de Mayo, a las seis de la mañana, se dió el asalto. Los bandoleros se hallaban

posesionados del cerro de la Ciénega Chica, del Centinela y del de la Cal. Todo el día se

tirotearon sin poderlos desalojar, pero otro día a las ocho se dió el ataque definitivo, hacién-

dolos que desalojaran las posiciones y penetrando nuestras fuerzas hasta el pueblo. La gavi-

lla quedó por completo dispersa, habiéndose recogido toda la caballada, teniendo algunos

muertos, heridos y seis prisioneros. Recogiéronse algunos fusiles, parque y monturas.

Habiéndose encargado a Estados Unidos dos ametralladoras Colt y cincuenta fusiles,

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no se pudo pasar la frontera mas que una, siendo decomisado el resto, por las autoridades

norte-americanas. E1 Teniente Coronel Porfirio Ornelas, fué el encargado de ir a recogerla,

llevándola a Ojinaga. Por esos días, al pasar el Coronel Ortega al Presidio, Texas, fué apre-

hendido por los soldados yankees en atención a una denuncia hecha por los espías huertistas

de supuesta violación a las leyes de la neutralidad, siendo conducido a Marfa, donde se le

internó en la prisión, saliendo ocho días después con libertad bajo caución de siete mil

dólares. Un día después de haber arribado a Ojinaga, recibió una comunicación

del General Villa, donde le ordenaba se movilizara con su columna a Guadalupe, lugar

distante 15 leguas de Juárez.

A1 frente de 350 hombres, salió de la histórica ciudad fronteriza, penetrando al Sahara

Septentrional de nuestro Estado. Nada más desolador y triste que esta región de inmensas y

dilatadas llanuras, desprovistas por completo de vegetación y cubiertas de pesada arena que

reverbera a los ardientes rayos del sol de medio dia. Ni una planta, ni un arbusto siquiera;

sólo el desierto inmenso que se extiende por todos lados. Luego se perfilan en el horizonte,

desnudas montañas de color plomizo, que dan al cuadro un tinte más de desolación y de

tristeza. Muy retiradas se encuentran pequeñas aldeas de casuchas ruinosas hechas de ado-

be rojo, en estado de completo abandono, sin que haya un ser viviente en ellas. La distancia

que hay de Ojinaga a Guadalupe, es no menor de 80 leguas.

La noche del día último de Junio llegó la columna a las inmediaciones de Guadalupe.

E1 Coronel ordenó que cien hombres al mando del Capitán primero Celso Rayos, se dirigie-

ra a San Ignacio a atacarlo. A1 amanecer del día lro. de Julio se dió el asalto simultáneo en

los dos pueblos, durando el fuego una hora, pues hicieron muy poca resistencia, huyendo

casi a los primeros tiros, a Ciudad Juárez. En San Ignacio murió e1 jefe del piquete de

fuerza que allí se encontraba, llamado Ignacio Padilla, cayendo también bajo nuestras balas

todos los soldados que componían dicha fuerza. En Guadalupe se hicieron algunos prisione-

ros.

Alli esperó el Coronel Ortega la determinación del General Villa, que según le notifi-

có, era atacar Ciudad Juárez.

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CAPITULO IX.

Marcha del General Villade Camargo al Noroeste.

Combate en Bustillos.Ataque y Toma de Casas Grandes.

Con el objeto de pertrechar bien su fuerza, sali6 el General Villa de Camargo rumbo

al Noroeste a fin de acercarse a la frontera americana. Su columna componíase entonces de

setecientos hombres, pues en Camargo se le había dado de alta mucha gente.

Estando en la hacienda de Bustillos que se encuentra frente a la línea del Noroeste,

vió aproximarse un tren militar que venía del lado de Guerrero. Era la fuerza federal que

estaba de destacamento en Cusihuiriáchic, viniendo al mando del Coronel Mancillas. A1

acercarse a un kilómetro de la Estación, se apeó la infantería enemiga, avanzando en colum-

na cerrada sobre nuestras filas. E1 General Villa ordenó que su fuerza avanzara igualmente

hasta posesionarse de una cerca de piedra donde dispuso se fortificaran. El enemigo mar-

chaba por una llanura del todo descubierta que está antes de llegar a la valla, cuando una

descarga cerrada los hizo retroceder. De nuevo intentaron volver a atacar; pero un fuego

nutridísimo, los obligó a retirarse en desbandada. Los nuestros se lanzaron a perseguirlos,

cogiendo muchos prisioneros, a tiempo que el tren militar salía a escape con el resto. Esta

derrota le valió al Coronel Mancilla el ascenso a General.

Atravesando las fértiles regiones de los Distritos de Guerrero y Galeana, se aproximó

a Casas Grandes, donde supo se encontraban cuatrocientos orozquistas al mando de los

hermanos Silvestre y Arturo Quevedo.

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Acordó entonces atacar y exterminar a los bandidos rojos. Aproximándose a la plaza,

dió orden de que la gente marchara en línea de tiradores. En aquellos momentos recibió una

comunicación de los jefes de la guarnición, donde le manifestaban entregar la plaza sin

resistencia. Comprendiendo que era un ardid del enemigo, previno a la fuerza que fueran

preparados. Ya a una distancia de cuarenta metros, rompieron de la población el fuego.

Encontrándose nuestras fuerzas en una planicie, presentando muy buen blanco al enemigo,

se ordenó que todos se echaran pecho a tierrra. Todo el día se prolongó el tiroteo con

intermitencias. A1 caer la noche se dispuso el asalto general.

Los orozquistas tenían dos posiciones inexpugnables, la una formada con barricadas

de adobe, piedra y arena y la otra en el cuartel que estaba aclaraboyado y con fortificaciones

en la azotea.

La noche era tempestuosa y horrible; densas tinieblas cubrían la tierra y no percibíase

nada al derredor. Los truenos, cual fuertes detonaciones de artillería, reprecuten en el espa-

cio. A la flamígera luz de los relámpagos se lanzaron todos los asaltantes contra las posicio-

nes enemigas. E1 Mayor Santiago Ramírez acompañado de unos cuantos, se lanzó sobre la

primera fortificación y con bombas de dinamita, los desalojaron. Entre tanto, otros atacaban

por distintos rumbos, escuchándose un tiroteo nutridísimo. E1 estruendo de las bombas al

estallar, los gritos de entusiasmo de los asaltantes, y los ayes de dolor de los heridos,

confundíanse con los rugidos del viento y el rimbombar del trueno. La confusión fué espan-

tosa, confundiéndose unos con otros en las sombras.

Por las calles pasaban en desaforada carrera los vencidos y al gritarles quien vive,

gritaban: Villa, modo por el cual pudieron salvarse muchos.

Había terminado el combate y en las cercanías se fusilaba a los prisioneros. A ningu-

no se le perdonaba. Había la consigna de pasarlos a todos sin excepción por las armas. Esa

raza de bandidos dos veces traidores, tenía que concluir, había que exterminarlos. Multitud

de jefes y oficiales del bandolerismo rojo, yacían en tierra ensangrentados. Silvestre Quevedo,

el hombre de todos los matices políticos, que fué magonista, maderista, vazquista, orozquista

y huertista, había salido por desgracia, nomás herido, logrando escaparse.

Otro día al ascender al firmamento el rey de los astros, iluminó un cuadro de profunda

tristeza. Por las calles y las plazas y en las fortificaciones, había cuerpos multilados por las

bombas, cráneos despedazados, masa encefálica incrustada en las paredes donde se verifi-

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caban los fusilamientos y por doquier regueros de sangre. Era el fúnebre espectáculo de la

guerra. La muerte con todos sus horrores y consecuencias.

Las pérdidas de los secuaces de Salazar, alcanzaron proporciones abrumadoras. Los

que no quedaron en el furor del combate, fueron llevados al patíbulo, logrando unos cuantos

salir en dispersión a Ciudad Juárez, donde relataron con vivos colores los acontecimientos

de aquella noche fatídica y terrible. Era el primer escarmiento dado a los piratas del pabe-

llón rojo. La hora de las represalias y del justo castigo, había sonado. Pero aun faltaba a los

satélites de la doble traición el mayor correctivo. Ya llegaremos allá.

De Casas Grandes se movilizó el General Villa a la Ascensión, lugar cercano a la

frontera de los Estados Unidos. Allí empezó a comprar parque en el país vecino, mandándo-

lo a Guadalupe, donde se encontraba Ortega. Una partida de cincuenta mil cartuchos fué

capturada por Salazar en el rancho de Zaragoza, por haber pasado los conductores de ella

cuando ya la fuerza que había mandado Ortega de Guadalupe, se había retirado; pero entre

otras varias y entre ellas una de 150,000 pasaron sin novedad.

Por este tiempo tuvo conocimiento el General Villa que en Casas Grandes se encon-

traba la gente de Máximo Castillo posesionado del pueblo. Máximo Castillo es un bandole-

ro que nunca ha tenido bandera ni ha combatido por ideal alguno. Se dedica al pillaje y

rapiña de los pueblos indefensos, amparado con el nombre del ridículo y cobarde Vázquez

Gómez. Permanecía a las órdenes de Salazar cuando el cuartelazo de México, y al recono-

cer éste a dicho gobierno, se separó, previendo que en lo sucesivo no podría seguir ejercien-

do su profesión de ratero en las aldeas y puebluchos. Acompañado de un bribón a la alta

escuela, de uno de esos miserables trampas de las grandes poblaciones, llamado Braulio

Hernández, se lanzaron al camino real para esperar a los indefensos caminantes y pedirles la

bolsa o la vida.

Pomposamente se hacía llamar Castillo el General en Jefe de la Revolución en el

Norte, y con este título se dirigió al General Villa intimándole a que se uniera con él. Contestóle

el General invitándolo a una entrevista: pero el Generalísimo no volvió a chistar. Cuando se

separó de Salazar, llevaba cuatrocientos hombres, pero se le fueron desertando todos en

vista del papel que hacían al lado de un viejo loco y chiflado, que era manequí del ambicioso

trampa. Al acercarse a Casas Grandes, tenía ya mas de unos cien hombres.

El General Villa se propuso acabar de una vez con el arlequinesco General, y envió a

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batirlo a los Mayores Santiago Ramírez y Porfirio Talamantes, quienes lo atacaron derrotán-

dolo por completo, cogiendo a uno que se hacía llamar Coronel, al cual fusilaron en el acto.

Los demás prisioneros fueron perdonados.

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CAPITULO X.

Asedio a la Capital.Acción de Santa Eulalia.

Combate en Aldama.Retirada al Sur

a la Aproximación de Orozco.Combate en Díaz.

Combate en Ciudad Camargo.

A la salida del General Villa de Ciudad Camargo, concertaron los Jefes restantes

atacar la capital del Estado, para cuyo fin se movilizaron de Jiménez y Parral las fuerzas del

Coronel Maclovio Herrera, y de Ciudad Camargo las del Coronel Hernández, formando un

total de 1,300 hombres. Herrera se dirigió con su gente a Mápula y de allí a los Charcos, y

don Rosalío a Aldama.

Las avanzadas de los nuestros llegaban hasta las posiciones enemigas, registrándose

leves tiroteos sin llegar a un asalto en forma, por considerarse inferiores en número y sólo

esperaban la llegada de las fuerzas de Villa y Ortega para dar el ataque. Por lo pronto,

impidieron la entrada de toda clase de víveres a la población. Allí se declaró la ley marcial,

impidiendo a los habitantes circular por las calles después de las ocho de la noche y prohi-

biendo la salida de la ciudad; toda la guarnición era presa de gran pánico, pues creían de

seguro, en el ataque. Veintidos días duró el asedio a la ciudad, la que sufría ya la escasez

más completa de víveres.

Hallándose en el Mineral de Santa Eulalia un destacamento de Constitucionalistas al

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mando de un oficial de los Herrera, fue sorprendido por el enemigo. Algunos lograron esca-

parse, siendo el resto capturado y pasado por las armas.

Entre tanto don Rosalio Hernández se hallaba en Villa Aldama con su columna de

trescientos hombres. En esos días, un refuerzo imprevisto vino a aumentar sus fuerzas. E1

Capitán segundo Margarito Gómez, que era comandante de una batería de fusiles Rexer del

ejército federal, se salió de Chihuahua, sacándose dos de dichos fusiles, 18,000 cartuchos y

el personal de la batería, dirigiéndose a Villa Aldama, donde se unió a nuestras fuerzas.

El llamado General del Estado y Jefe de la División, Salvador R. Mercado, queriendo

desalojar a los leales, del pueblo de Aldama, envió al Coronel Manuel Landa al frente de

800 hombres, compuestos del 70. Regimiento y orozquistas. Sabedor el Coronel Hernández

de la aproximación de dicha columna, se preparó para esperarlos, posesionando su gente en

la sierra cercana. A1 avistarse las avanzadas, cambiáronse los primeros tiros y poco des-

pués se trababa el combate. Los federales intentaron ganar el desfiladero que está

antes de llegar a Aldama; pero son rechazados con grandes pérdidas. Los dos fusiles Rexer

dirigidos por el Capitan Gómez les hacían también grandes bajas. Dos veces intentaron dar

una carga de caballería para capturarlos; pero tuvieron que retroceder, debido al nutrido y

certero fuego que les hacían. Viéndose en la imposibilidad de vencer, principiaron a abando-

nar el campo de batalla, lo cual, notado por nuestras fuerzas, cargaron sobre ellos hasta

vencerlos por completo, quitándoles dos ametralladoras y haciéndoles buen número de pri-

sioneros.

Un inesperado acontecimiento vino a cambiar la situación.

E1 Coronel Herrera recibió parte de Jiménez, que Pascual Orozco, procedente de

Torreón, se aproximaba con una columna de mil hombres.

Sin demora alguna, ordenó Herrera la movilización de sus fuerzas al Sur, y cuando llegó a

Camargo, ya Orozco estaba en Jiménez. De allí se dirigió a San Isidro, hacienda que está a

dos kilómetros de la vía, donde acampó esperando la llegada del grueso de sus fuerzas, que

a las órdenes del Teniente Coronel Trinidad Rodríguez, se habían quedado atrás.

Orozco en efecto, había salido de Torreón, con una columna de 800 hombres, com-

puesta en su mayor parte de infantería, reclutados al estilo federal, por medio de la leva.

Al arribar a Jiménez, el pequeño destacamento que allí había a las órdenes del Coro-

nel González, se reconcentró a Camargo. El traidor del Norte envió un telegrama al General

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Chao, que se encontraba en Parral y tomando el nombre del Coronel Herrera, manifestóle

que el enemigo se aproximaba y que urgía le mandara refuerzos. Esto era con el fin de

prepararle una emboscada y capturarlo; pero previendo eso el General Chao, mandó un tren

de pasajeros, el cual apenas se aproximó al puente, fué recibido a balazos. Fallido el plan,

ordenó a Caraveo que con toda la infantería, marchara a la estación de Díaz. En la mañana,

acercándose un tren con gente nuestra del lado de Camargo, al percatarse de la presencia

del enemigo, se detuvo apeandose la gente.

El Coronel Herrera había tomado el mando de la gente, y dirigióse a atacar a los

orozquistas que se encontraban parapetados tras el bordo de la vía. Desde unas lomas que

están al frente de la estación principió el fuego. El Coronel, dando pruebas de un valor

temerario, intentó atacarlos yendo al frente de su gente; pero dadas los posiciones inexpug-

nables del enemigo y lo plano del terreno, era del todo imposible levantarlo de allí. Con

nutridas descargas de fusilería fué recibido y en la refriega perdió su caballo y él salió herido

de un pie. Desde aquel momento, la confusión en nuestras filas fue grande, terminando en

una completa dispersión. Parte de nuestra fuerza, ganando por el río de Parral, se fué a la

Boquilla, mientras la otra se retiró a Camargo.

Reuniendo todos los dispersos que pudo y las fracciones de distintas fuerzas, el Te-

niente Coronel Trinidad Rodríguez decidió esperar en Ciudad Camargo a los vándalos ro-

jos. Extendiendo su gente al derredor de la ciudad, atacó con brío y denuedo al enemigo;

pero a los pocos instantes de lucha, se retiró la fuerza que estaba por el lado de Ojo Calien-

te, dejando comprometidos a los demás. Rodríguez hace esfuerzos sobrehumanos de valor;

con una audacia increíble penetra hasta el centro de la ciudad, y allí hace personalmente

fuego al enemigo con un fusil Rexer. Este se encontraba posesionado en los puntos elevados

de la población y con las ametralladoras hace fuego terrible sobre los nuestros, los cuales

desalentados, principiaron una retirada.

A1 salir el Coronel González es alcanzado por el fuego de una ametralladora, matán-

dole el caballo, logrando apenas ponerse él en salvo. La retirada se efectúa hacia la estación

de Conchos y de allí envía una comisión a la Junta Revolucionaria de El Paso, pidiéndole

parque, pues su fuerza estaba sumamente escasa de é1. A continuación se movilizaron a

Naica.

El traidor del Norte emprendió su marcha triunfal a la capital del Estado, donde fué

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recibido con muestras de gran regocijo por sus hermanos en la traición y el crimen.

Mucho se ha discutido acerca de este asunto; el haber dejado pasar a Orozco, algunos

pretenden arrojar responsabilidades en ciertos jefes que en el momento preciso no acudie-

ron a prestar auxilio. Sea de esto lo que fuere, lo que está fuera de duda es que Herrera y

Rodríguez se portaron como valientes cumpliendo con su deber, y si la fortuna les fué adver-

sa, esa derrota es un timbre de honor para ellos porque lucharon hasta el último momento.

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CAPITULO XI.

Salida del Coronel Ortega de Guadalupe.Sangriento Combate en Ranchería.

Llegada a San Buenaventura.Arribo de la Brigada Villa.

Ya hacía un mes que el General Villa se encontraba en Ascensión y Ortega en

Guadalupe, acabando de equipar bien sus fuerzas. E1 ataque de Ciudad Juárez se había

aplazado por varias razones, determinando el General en Jefe marchar al Sur a reunirse con

las demás fuerzas. Conociendo el peligro en que se encontraba el Coronel Ortega

completamente aislado, y teniendo al frente al enemigo más fuerte en número y elementos,

envió al Mayor Santiago Ramírez con trescientos hombres a Guadalupe, a fin de que lleva-

ran el parque y estuviera más potente la columna al atravesar la vía. Llevaba éste un oficio

del General, donde le ordenaba a Ortega que se movilizara a Casas Grandes, donde se

reunirían.

A los dos días de haber llegado Ramírez, se emprendió la marcha, componiéndose la

columna de seiscientos cincuenta hombres, contando los 300 de la Brigada Villa. Antes de

salirse, tuvo noticia cierta de que un convoy de trenes, llevando una gran cantidad de dinero,

provisiones y armas, iba a salir de Ciudad Juárez con dirección a Chihuanua. El Coronel

Ortega, de acuerdo con el Mayor Ramirez decidió atacarlo. A :narchas forzadas se adelan-

taron hasta la vía, llegando a una estación llamada Ranchería, dejando los carros en un

rancho de nombre Los Charcos con una escolta de 100 hombres.

Desde las cuatro, hora en que llegó la columna, ordenó el Coronel que el Mayor

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Ramírez se posesionara de la vía distante como un kilómetro de la estación, con la orden

terminante de no hacer fuego hasta no enfrentar el primer tren. E1 Regimiento González

Ortega, que este era el nombre de la fuerza del Coronel se posesionó de unos cerros que

están al Oriente de la vía y al mero frente de la estación. En un cerrito que se halla más

cercano, donde hay una cruz, emplazó la ametralladora.

E1 plan de ataque era que Ramírez rompiera el fuego, haciendo un movimiento por el

Sur sobre ellos, al par que el Coronel Ortega asaltaba los trenes por la retaguardia y frente.

Ese día no se vió siquiera un humo en lontananza, pernoctando la gente en sus posi-

ciones.

Otro día, como a las diez de la manana, percibióse a1 Norte la primera humareda y

poco después se veía el primer tren. Consecutivamente se fueron acercando otros hasta

completarse nueve. A1 arribar a la Estación el primer tren, notaron las huellas de lumbres y

reses destazadas que el dia anterior había dejado nuestra gente, caminando despacio hasta

pararse.

E1 Mayor Ramirez, viendo la superioridad numérica del enemigo, al cual no se po-

dría vencer, ordenó se diera el toque de retirada, tiempo en que la ametralladora de las

posiciones de Ortega abría el fuego.

La columna enemiga se componía de mil hombres al mando del General Mancillas,

integrada por el 15 y el 33 Batallón, la Defensa Social al mando de Alberto Terrazas, y la

gente de Salazar al mando de Carlos Martínez.

Al estarse apeando la Infantería, la ametralladora abrió el fuego, con tan feliz punte-

ría, que muy pronto el borde quedó lleno de cadáveres. Intentaron entonces organizarse y

marchar en columnas sobre las posiciones, pero otra serie de descargas los desbandó por

completo, dejando abandonados dos trenes. Entretanto, por el Oeste, el 15 Batallón y un

piquete de caballería persiquió a la gente de Ramírez, que una vez levantado de sus posicio-

nes, ya no pudo volver a recuperarlas, teniendo que retirarse.

Quedaron sólo los 250 hombres de Ortega, que estaban posesionados al Este. Envia-

ron contra ellos el 33 y la Defensa Social en numero de mil, quienes avanzaron protegidos

por el fuego de dos cañones y cuatro ametralladoras, y al mismo tiempo cuatrocientos dra-

gones al mando del llamado Teniente Coronel Carlos Martínez, efectuaba un movimiento

envolvente por tras de los cerros. La lucha se trabó con un encarnizamiento horrible.

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Nuestra ametralladora fué inutilizada de un metrallazo. Dos veces intentaron ascen-

der hasta nuestras posiciones, siendo rechazados con grandes pérdidas, dejando el cerro

cubierto de cuerpos. La última, uniéndose toda la infantería, logró subir a las cimas, tra-

bándose el combate cuerpo a cuerpo. Los nuestros cogen algunos prisioneros y los fusilan

inmediatamente.

La resistencia que se hizo, es sencillamente heróica, todo el personal de la ametralla-

dora cae en su puesto, salvándose únicamente dos oficiales; pero les fue rnaterialmente

imposible resistir, y ante la inmensa superioridad numérica, principió a retirarse nuestra

gente bajo una lluvia de balazos. Por todos lados estaban casi sitiados, quedando solamente

una salida por la que marcha precipitadamente la gente.

E1 Coronel Ortega es el último que abandona el campo de batalla, protegiendo la

retirada de los suyos. La Caballería de Martínez persiguió aun como dos kilómetros, devol-

viéndose. La ametralladora inutilizada por el cañonazo, cayó en poder del enemigo, y un

express con parque.

Sensibles pérdidas tuvimos que lamentar: la muerte del Mayor Manuel Benavides y del

Capitán Primero Silvestre Juárez y de trece soldados, contando como veinte heridos, entre

ellos el Teniente Coronel Isaac Arroyo y los Capitanes Pedro y Cruz Jasso e Indalecio

Varela.

Las bajas del enemigo fueron superiores: 150 hombres muertos y más de doscientos

heridos, según el relato de un prisionero.

Antes de terminar, relataré la muerte heróica del Capitán Primero Silvestre Juárez,

digna de los antiguos tiempos de Grecia y de Roma.

E1 Capitán Juárez era un anciano de 89 a 90 años de edad, natural de Coyame,

Estado de Chihuahua. Decidido partidario de la justicia, su alma se templó al calor de mil

combates en las pasadas revoluciones. En 1910, al levantarse el Coronel Ortega, en Cuchi-

llo Parado, se le presentó en unión de sus dos hijos, lanzándose a combatir con la fe y

entusiasmo de un joven de veinte años. En los combates siempre se le veía andar encorvado

por el peso de los años, recorriendo la línea de fuego, con el fusil al hombro, con una

naturalidad y sangre fría, que admiraba, buscando los lugares de más peligro para entrar en

la lucha. Cierta ocasión en que se trataba de los vecinos de Coyame, porfiristas

consumados, de que el Gobierno Usurpador les había prometido ciertos terrenos, le pregun-

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tó uno: ¿Y ustedes qué tierras pelean? Entonces el digno anciano se levantó contestándole

con noble orgullo: nosotros no combatimos por recompensas, ni por adquirir nada, sino por

la causa, porque somos patriotas.

Días antes de su muerte, conversando yo una tarde con é1, me dijo tristemente: “Yo

tenía dos hijos, uno murió en la Revolución de 1910 y el otro en la de Orozco. Sólo quedo

yo. Presiento que en ésta su quedaré; pero no le hace, así todos nos habremos sacrificado

por la Patria”. Su-blimes sentimientos de las almas nobles y grandes.

E1 día del combate en Rancherías, al partir, una bala le atrevesó una pierna, impi-

diéndole subir a caballo. Nadie se percató de que allí se quedaba. Al verse herido, se

parapetó detrás de una peña y esperó tranquilo con el rifle en la mano.

Al llegar el enemigo, un oficial se ade- lantó, y al verlo, hizo fuego sobre é1, dejándo-

lo muerto en el acto y lo mismo sucedió a otro que venía tras el oficial. Iba a seguir disparan-

do, cuando llegaron otros por detrás, y uno de ellos le dió con la culata del fusil haciéndolo

que perdiera el sentido. Al volver en si, le preguntaron que quién era. Con valor espartano

les contestó: Soy Silvestre Juárez, Capitán Primero de las fuerzas de Ortega. Fusílenme.

Aquel héroe de inmortal memoria, no imploraba piedad, sino que ordenaba su propia

ejecución. Entregaba su cuerpo a los asesinos y ofrecía su alma de patriota en holocausto a

la Patria. Los asesinos bañaron en sangre las canas de aquel venerable anciano, dejándolo

inerte en la cúspide de aquel fatídico monte. Y allí quedó encogido el cuerpo y pegado a la

peña que le había servido de fortaleza para ajusticiar a los traidores, con los ojos abiertos,

mirando al cielo, a donde dirigió su última mirada al elevarse su alma. Así lo encontramos

otro día. Todos los compañeros y correligionarios, se descubrieron con respeto a su vista.

Honor eterno a ese sublime mártir que supo llevar con honra el nombre de Juárez y morir

permaneciendo digno de é1.

Otro día se volvieron a reunir las fuerzas de Ramírez y del Coronel Ortega, tomando

la dirección de Villa Ahumada. De allí se emprendió la marcha al Valle de San Buenaventu-

ra, donde se tuvo orden de esperar al General Villa. San Buenaventura es un hermoso pueblito

situado en un valle fertilísimo. Casi la mayor parte de sus edificios están rodeados de huer-

tas y jardines, que le dan un aspecto muy pintoresco. Sus habitantes son hospitalarios y de

buenas costumbres, notándose su adhesión a nuestro partido.

A los seis días de haber llegado a é1, se tuvo noticia de que el General Villa llegaría

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otro día. E1 Coronel Ortega, con toda la fuerza, salió a recibirlo, haciendo la presentación

de su oficialidad. E1 pueblo de San Buenaventura, acoge con entusiasmo al valiente Gene-

ral.

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CAPITULO XII.

Memorable Batalla de San Andrés.La Columna Terrazas Destrozada.

Movilización de la Fuerzaa Ciudad Camargo.

Del Valle de San Buenaventura, marchó el General Villa a Las Cruces, donde pernoc-

tó. De allí destacó una comisión de doscientos hombres a Madera, prosiguiendo é1 su mar-

cha hasta Namiquipa, donde permaneció dos días para arreglar bien la columna. En este

lugar, nombró segundo en Jefe de la Brigada al Coronel Ortega, quedándose como Jefe del

Regimiento, el Teniente Coronel Porfirio Ornelas. Asi mismo, nombró Jefe de su Estado

Mayor al Teniente Coronel Eleuterio Hermosillo.

De Namiquipa se movilizó su columna a Bustillos, atravesando una hermosa región

cuya fertilidad parecía de los trópicos. Se veían por doquier pintorescas montañas cubiertas

de pinos, cedros y encinos e inmensos plantíos de papas.

A los dos días se arribó a la hacienda del Rubio. Allí se supo que el llamado General

Félix Terrazas, se encontraba en San Andrés, con una fuerza de 900 hombres. E1 General

Villa determinó atacarlo el día 13 de Agosto y salió de Rubio en dirección a San Antonio de

los Arenales, dando esa vuelta, para que no se percatara el enemigo del movimiento de

nuestras fuerzas; todo el día se caminó, llegando ya tarde a San Antonio. Nomás empezó a

caer la noche, y volvieron a marchar rumbo a Bustillos y de allí a San Andrés, llegando a

este lugar como a la media noche.

Ya aproximándose a las posiciones del enemigo, el cual no había sentido todavía

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nada, se le salió un tiro a un soldado, poniéndolo sobre aviso. Inmediatamente acudieron

todos a sus posiciones, haciendo fuego sobre los nuestros, los cuales contestaron, entablán-

dose el combate. Toda la noche duró el tiroteo nutridísimo por parte de ellos, y en la mañana

se pudieron ver sus fortificaciones. Estaban posesionados en una mesa que está cerca del

pueblo, sumamente dominante. Allí había como cuatrocientos colorados y otros por la orilla

del pueblo y en todo el trayecto donde estaban los trenes.

Nomás amaneció y comenzó a funcionar su artillería consistente en dos cañones, los

cuales disparaban rápidamente. El Regimiento González Ortega atacó por el lado del pue-

blo y la Mesa y el lro., 2do. y 40. escuadrones del Primer Regimiento, y el Segundo Regi-

miento con otras fracciones, atacaron las demás posiciones y las de los trenes donde se

encontraba la artillería. Todo el día se combatió, disparando el enemigo sin cesar.

E1 Capitán Primero Celso Rayos pretendió con unos cuantos de los suyos, desalojar

al enemigo, a los rojos de la Mesa. Con una rapidez y valor increíbles empezó a subir, pero

al acercarse, una tempestad de balas salió de la fortificación y el valiente Oficial cayó para

no levantarse más, saliendo herido el Capitán Segundo Antonio Moreno. Rayos era un hom-

bre humilde, uno de esos hombres que asombran con su valor. Desde la revolución Maderista

se levantó en armas, dando siempre muestras de una temeridad e intrepidez, digna de los

hijos de Esparta. Agregábase a esto su inteligencia natural y su aptitud en el arte de la

guerra, pues sus planes de estrategia, eran asombrosos.

En otro lugar muere también otro valiente, el Mayor Félix Rivero. Descendiente de

una familia indígena, era de una sangre fría admirable, lanzándose siempre a la lucha con

serenidad. De un carácter serio y poco comunicativo, estaba siempre listo para cumplir con

su deber. El con su fuerza, fué la primera gente con que contó el General Villa cuando pasó

de Estados Unidos.

Al caer la tarde, el Regimiento González Ortega había logrado penetrar en las prime-

ras casas del pueblo y los que atacaban los trenes, habían estrechado bastante a los defenso-

res de ellos. Los que estaban en la Mesa, se bajaron, reconcentrándose en el pueblo. Al

anochecer se dió la orden de asalto y armados con bombas de dinamita se arrojaron sobre

las posiciones donde estaba emplazada la artillería. Después de ligera resistencia, captura-

ron los dos cañones y el personal de artilleros, en tanto, otros asaltaban los trenes, reducien-

do a la impotencia al enemigo.

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Al amanecer, la batalla había terminado: más de doscientos prisioneros eran conduci-

dos en grupos, fusilándolos inexorablemente. Tres Coroneles, dos Tenientes Coroneles, va-

rios Mayores y multitud de Oficiales de menor graduación, fueron conducidos al patíbulo,

donde pagaban con su existencia su doble traición. Ni para los soldados hubo perdón, todos

eran voluntarios, conscientes del crimen que cometían al servir a la traición y por lo tanto,

merecían la pena.

E1 campo donde se libró la acción, era imponente. Por todas partes cadáveres, entre

charcas de sangre. A este fin; narraré un caso que pasó la noche siguiente del combate.

Estaba una fracción haciendo vigilancia en unas lomas cercanas, y al terminar su cuarto, uno

de los centinelas se dirigió a uno de los que estaban tirados en el suelo, creyendo que era de

sus compañeros, hablándole para que se levantara a relevarlo. Viendo que no contestaba,

volvió a hablarle, moviéndolo: pero notando que ni aun así, le quitd el sombrero que tenía en

la cara, y entonces retrocedió espantado a la vista de un cadaver que tenía toda la cara

destrozada de un balazo.

La columna Terrazas quedó deshecha por completo. De los 900 hombres sólo pudo

escapar é1 con unos treinta que fueron los que llegaron a Chihuahua. Los que no murieron

en el combate, fueron llevados al cadalso o se fueron para no volver más a reunirse con los

traidores.

Se formaron gigantescas piras de carne humana, tapándolas con leña, les prendieron

fuego. Otro día se veía un espectáculo dantesco y macabro. Manos rígidas que con los

puños crispados se alzaban al cielo como en ademán de desesperación. Cráneos con los

ojos salidos de las órbitas y el pelo chamuscado, e intestinos medio quemados fuera del

vientre, y bustos separados del cuerpo.

El botín de guerra fué magnífico: todos los trenes con provisiones de boca y mercan-

cías. Los pertrechos recogidos fueron los dos cañones, más de setecientos rifles y relativa-

mente poco parque. Por parte nuestra, tuvimos como 15 muertos y treinta heridos, entre

ellos el Teniente Coronel Eleuterio Hermosillo y el Mayor Santiago Ramírez.

SEGUNDO ESCARMIENTO QUE LAS FUERZAS LEALES DABAN A LOS

BANDIDOS DE BANDERA ROJA. Había que cortar de raíz esa mala hierba, ese parásito

que vegetaba en nuestro Estado. ¿Que para ello se necesitan hecatombes como la prete?

Nada importaba. Después se le evitarían a la Patria mayores males.

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De San Andrés se dirigió la columna victoriosa a Bustillos, donde permaneció varios

días. En esto se tuvo conocimiento que una columna de dos mil hombres al mando de

Mancillas y Caraveo, se dirigía contra nuestras fuerzas. El General Villa determinó esperar-

los en el Cañón de Mal Paso, ordenando que la columna marchase a ese lugar. En San

Antonio de los Arenales se le incorporaron el Teniente Coronel Granados y el Mayor Carlos

Carranza, con una columna de 300 hombres. Se prosiguió la marcha hasta Pedernales, don-

de estuvo acampada dos días la gente y a la aproximación de los federales se retiraron

nuestras fuerzas a La Junta.

En vista de que estaba la gente escasa de parque por la reciente batalla de San An-

drés, no habiendo podido reponerlo y previendo que al librar el combate quedarían casi

totalmente agotadas sus municiones, optó el General por dirigirse a Camargo, con el objeto

de reunirse con las demás fuerzas del Sur. De la Junta partió rumbo a Bachiniva, y poco

antes de arribar, se incorporó a la columna el Coronel Dávila, procedente de Sonora, trayen-

do 60,000 cartuchos, comisión que le había dado el General Villa antes de salir a la Ascen-

sión.

De Bachiniva, dando la vuelta por Rubio, acampó en Bustillos. Completamente des-

pistado quedó el enemigo, siguiendo a los trenes donde iban 150 hombres al mando del

Mayor Julio Acosta, los cuales, llevaban la misión de conducir los heridos a Agua Prieta,

Sonora.

Entre tanto, la Brigada Villa, atravesando por Carretas y Satevó, arribó a Ciudad

Camargo. Allí supo que los constitucionalistas que habían atacado a Torreón, después de

diez días de combate, derrotados por el enemigo, se tuvieron que retirar.

Envalentonados por el triunfo, quisieron movilizarse a Chihuahua, pero el General

Maclovio Herrera que se había movilizado precipitadamente de Jiménez, los rechazó por

dos veces en Santa Clara.

E1 General Villa determinó ir con todas las fuerzas de Chihuahua, a la toma de Torreón.

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CAPITULO XIII.

Sangrienta Batalla de Avilés.Ataque y Toma de Torreón.

Los dos mil hombres que formaban la Brigada Villa, se embarcaron en la Estación de

Jiménez, en cuatro trenes que los condujeron hasta Bermejillo. Adelante se encontraba el

General Herrera con la Brigada Juárez, compuesta de 800 hombres. De Bermejillo, unida la

Brigada Morelos al mando del General Tomás Urbina, partieron las fuerzas a Mapimí, don-

de pernoctaron. De allí se movilizó la columna a la hacienda de la Goma, pasando en este

punto el río Nazas, y yendo a acamparse en la vecina hacienda de la Goma.

E1 General Villa acompañado de dos hombres de su Estado Mayor, fué en su auto-

móvil a ver al General Calixto Contreras, para que cooperara con sus fuerzas al ataque. A

los dos días llegaron dichas fuerzas al mando del General Ceniceros y 500 hombres del

General Arrieta. El total de la División expedicionaria, se componía de ocho a nueve mil

hombres.

Sabiendo que el enemigo no avanzaba de Avilés, orden6 el General en Jefe que la

Brigada Juárez, al mando de su General Herrera repasara el Nazas, yendo a combatir a

Emilio Campa, que al frente de 800 hombres venía por el otro lado del río con la intención

de flanquear nuestras fuerzas. Como a la una de la tarde, encontrándose todas las fuerzas ya

a caballo, en las labores que se extienden al frente de la hacienda, empezaron a cañonear un

cerro que se encuentra como a dos kilómetros del lugar donde estábamos.

Inmediatamente se dió la orden de avanzar. E1 cuerpo de Díaz y de González Ortega,

se adelantaron a todo galope a atacar al enemigo, trabándose pocos momentos después el

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combate. Después de dos horas de lucha, fueron desalojados de los primeros cerros. Se dió

entonces la orden de avanzar la artillería que iba al mando del Mayor Margarito Gómez.

El enemigo se hallaba posesionado de los cerros que están junto a un rancho llamado

Monterrey. Allí volvió a reanudarse la batalla, sosteniendo un encarnizado duelo de fusilería

y artillería. El Mayor Margarito Gómez, Jefe de la Artillería, fué herido por una metralla en

un brazo, y el Mayor Enrique Portillo, es atravesado en una pierna, por una bala de fusil.

La batalla continúa interminable, hasta que al fin son desalojados de Monterrey los

contrarios, replegándose a Avilés donde se hicieron fuertes. E1 Coronel Ortega avanza con

la Brigada Villa sobre el pueblo, en tanto que el General Urbina salió con la Caballería,

apareciendo por la retaguardia, para cortarles la retirada. 50 prisioneros que se hicieron de

Loma a Avilés, fueron fusilados en la falda de un cerrito que esta antes de llegar al pueblo,

cuando se estaba aun combatiendo. El combate se desarrollaba entre tanto, en los alrededo-

res de Avilés, estando completamente sitiados 1os federales en la Capilla y en una casa de

dos pisos. Nuestras fuerzas atacaron con brío, tomando sus últimas posiciones como a las

cinco de la tarde.

Incalculables fueron las pérdidas de los huertistas: mas de cien prisioneros fueron

hechos, pasándolos a todos por las armas; el General Alvirez y todo su Estado Mayor mu-

rieron.

Muchas son las versiones que corren acerca de la muerte del General Alvirez: mien-

tras unos dicen que se suicidó, otros dicen que murió en el combate, no faltando quien

asegure haber visto que lo mataron. Las fuerzas que tenía Alvirez en Avilés, eran cerca de

unos mil hombres de los cuales se salvaron unos cuantos que fueron a Torreón a dar la

noticia del desastre. Los pertrechos de guerra recogidos, fueron dos cañones Cannet, una

ametralladora y una cantidad considerable de armamento y municiones. Dos oficiales arti-

lleros y un Capitán Primero de apellido Torres, fueron perdonados por el General Villa, a

instancias del Capitán Eduardo Marín. Torres correspondió después con la mayor de las

ingratitudes, traicionando a su benefactor.

El General Herrera había conseguido otra victoria sobre las hordas orozquistas. E1

combate se libró en iguales proporciones y número. 800 hombres traía Campa, y 800 el

General Herrera. Dos cañones traía uno y dos el otro. Con dos ametralladoras y dos fusiles

Rexer, como llevaba la Brigada Juárez.

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Allí se vió la superioridad militar de nuestras fuerzas, sobre las huestes rojas. El

General Herrera les quitó toda la artillería, cogiendo algunos prisioneros, y haciéndoles huir

en precipitada fuga hasta C. Lerdo.

Después avanzó la División sobre Torreón, llegando como a las once de la noche a

los cerros que están al pie de la ciudad. A las doce en punto se rompió el fuego con los

primeros puestos avanzados del enemigo desalojándolo de ellos. Toda la noche se combatió

encarnizadamente, avanzando nuestras fuerzas hasta arribar a las cúspides de los cerros.

Otro día al amanecer, se habían tomado todas las posiciones, quedando al enemigo sola-

mente el Cerro de la Cruz y las fortificaciones de la ciudad. Nuestra gente extendida desde

el cañón del Huarache hasta la entrada del Ferrocarril, atacaba con denuedo.

En la noche, el General Herrera había tomado Ciudad Lerdo, replegando al enemigo

hasta Torreón. Este valiente e incansable luchador, no se daba ni un momento de descanso.

Después de la toma de Lerdo, marchó sobre Torreón a ayudar a los demás compañeros.

Todo el día hubo un duelo incesante de artillería. E1 General Villa recorría incesante-

mente la línea de fuego, dando órdenes y estimulando a los combatientes. Montado en su

brioso corcel, con su revólver en la mano, parecía el genio de la guerra. Dos veces intentó la

caballería de los colorados salirse de la población, pero fué rechazada con grandes pérdi-

das.

A la caída de la tarde, habían perdido las posiciones del Cerro de la Cruz, teniendo

que bajarse a la población. Desde ese momento no pensaron ya los federales más que en

huir, preparándose para evacuar la plaza, lo cual determinaron efectuar a la señal de tres

cañonazos. Llegó la noche y los nuestros atacaron con ímpetu terrible, entrando

desde luego a la población; el enemigo no resistió, huyendo precipitadamente por la alame-

da. Antes de salir quemaron un cuartel, donde tenían un depósito de un millón de cartuchos

y dos mil rifles mausser. Dejaron diez cañones sin cierre, y como cuatro ametralladoras

también descompuestas.

Para las doce, estaban los constitucionalistas en plena posesión de la plaza de To-

rreón. Veinticuatro horas había durado la batalla. Las pérdidas que tuvieron fueron pocas,

relativamente, en relación a la importancia del combate. Entre los muertos se encontró el

oficial Blas Flores, uno de los más valientes de la División. E1 Capitán Primero Manuel

Medinaveytia salió herido.

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Una vez en Torreón, el General Villa se dedicó a organizar bien la División, que

desde entonces se llamó del Norte, equipándola y proporcionándole vestuario. La artillería

la puso a las órdenes del Mayor Martiniano Servin. Desde esa época comenzaron a percibir

haberes las fuerzas, pues logróse conseguir fondos.

Ocho días se permaneció en Torreón, y ansioso el General de marchar al Norte, dió

orden de que todas las brigadas se prepararan para la marcha. Se había sabido que una

fuerte columna marchaba de Chihuahua hacia el Sur. Principiaron a salir los primeros tre-

nes, donde iban los Estados Mayores y la infantería. Toda la caballería emprendió la marcha

por tierra. Componíase entonces la División del Norte de las siguientes Brigadas: Brigada

Villa, al mando del Coronel Toribio Ortega, Brigada Morelos al mando del General Urbina,

Brigada Zaragoza al mando del General Eugenio Aguirre Benavides, Brigada Yuriar al man-

do del General B. Yuriar, y Brigada Juárez al mando del General Maclovio Herrera, forman-

do un total de 4,000 hombres.

En Torreón se quedó como Jefe de Armas el General Calixto Contreras con la Briga-

da de su mando: La caballería atravesó el inmenso desierto qne se extiende desde Torreón a

Jiménez, en seis días, pasando visicitudes inenarrables. Caminando por un terreno árido y

seco donde no había agua para los caballos, muchos no pudieron soportar tal escasez y

quedaron en el desierto. La gente también sufrió mucho, pues no teniendo víveres ni habien-

do en todo el trayecto en donde adquirirlos, hubo regimientos que mataban las mulas y los

caballos para comer carne. Por fin se arribó a Jiménez y allí se supo que una

columna de dos mil rojos y federales, al mando del General Castro, se encontraba en Ciudad

Camargo, llegando sus avanzadas hasta la Estación Díaz.

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CAPITULO XIV.

E1 Coronel Hernández.Acción de Meoqui.

Escaramuza de la Mora.Degradación del Coronel Almanza.Movilización a Ciudad Camargo.Fusilamiento del General Yuriar.

El General Rosalío Hernández se había quedado por orden del General Villa en

Camargo, con el objeto de detener a los federales, en caso de que intentaran dirigirse a

Torreón a auxiliar a los sitiados.

Teniendo conocimiento de que una columna enemiga se dirigía al Sur, salióles al

frente con su fuerza y con la del General Orestes Pereyra que encontrándose en Parral le

había mandado un refuerzo. Cerca de San Pablo Meoqui, tuvieron un encuentro, haciéndo-

los retroceder, pero otro día, habiéndose venido el grueso de la columna, tuvieron que reti-

rarse hasta Ciudad Camargo y a la aproximación de ella no les quedó más disyuntiva que

evacuar la plaza, pues en caso contrario, habrían bombardeado la población, lo cual empe-

zaron a hacer, cayendo cuatro cañonazos en el centro de la ciudad.

Sucedía esto, precisamente el día en que entraban victoriosos los constitucionalistas

a Torreón. De Camargo se retiró el General Hernández rumbo a los ranchos que están al

Oriente de Camargo. Una noche en que estaba toda la gente acampada en la hacienda de La

Mora, fué sorprendido por el enemigo, que iba guiado por un Wenceslao García. Este indi-

viduo es hijo de un rico ganadero del Estado. En Ojinaga pasóse a Estados Unidos y re-

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uniendo unos cuantos hombres a los que dió pomposamente el nombre de Guerrilla Porfirio

Díaz, nuevo don Quijote se formó la ilusión de tomar la plaza de Ojinaga. Pero unos cuantos

tiros fueron suficientes para que huyera, hasta ponerse en salvo en Chihuahua.

En el asalto de La Mora, resultó una confusión espantosa entre las filas del General

Hernández, dándose el sálvese quien pueda, dispersándose la tropa por distintos lados. Allí

fué cogido el Teniente Jesús Ostos, siendo pasado por las armas.

En C. Jiménez se habían llevado a cabo algunas modificaciones en la División. Se

había nombrado Jefe del Estado Mayor de la División al Coronel Juan N. Medina, el cual

llevó a cabo algunas reformas.

Formó el personal del Estado Mayor, con gente apta y competente para el desempeño

de las distintas secciones en que lo dividió. Nombró preboste general y trató de formar un

Tribunal de Guerra. Movilizóse por fin la División a Ciudad

Camargo, y al aproximarse la evacuaron los federales, retirándose rumbo a Chihuahua y

entrando libremente nuestras fuerzas a la ciudad. Alli sucedió un acontecimiento fatal. E1

General Domingo B. Yuriar, encontrándose en una casa de mala nota, mató por cuestiones

baladíes a un soldado, yéndose inmediatamente a su cuartel y armó toda su gente. Conoce-

dor el General Villa de esto, mandó suficiente fuerza que lo aprehendiera y habiéndolo

capturado, ordenó su fusilamiento, efectuándose este sin demora alguna. Yuriar murió con

bastante sangre fría y valor, ordenando é1 mismo su fusilamiento.

La víspera de salir rumbo a la capital del Estado, se desertaron los dos oficiales

federales de artillería, que se habían hecho prisioneros en Avilés, los cuales se fueron a

incorporar con sus hermanos los traidores.

La División avanzó resueltamente a Chihuahua, acampando cerca de Mápula.

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CAPITULO XV.

Ataque a Chihuahua.Cinco Días de Rudo Combate

Retirada de las Fuerzasy Combate en Mápula.

Causas por las Que No Se Tomó la Capital.

E1 día cinco de Noviembre a las cinco y media de la tarde, empezó a arreglarse la

fuerza, extendiéndose en una inmensa línea de tiradores, marchando a continuación sobre la

plaza. Ya obscureciendo se rompió el fuego, desalojando al enemigo de las posiciones que

tenían en el intermedio del Cerro del Coronel y el Cerro Grande.

A1 otro día se hallaban posesionadas nuestras fuerzas de los siguientes puntos: la

Brigada Villa y la Morelos, del Cerro del Coronel y parte del Cerro Grande: la gente del

Coronel Hernández, se encontraba en el Cerro Grande, enfrente de la Estación del Pacífico,

y el General Herrera con su gente, se hallaba en la Presa del Chuvíscar.

Los federales tenían magnificas posiciones, entre ellas la principal, e1 Cerro de la

Cruz, el cual estaba perfectamente artillado. Cuatro baterías dirigían su fuego a todas par-

tes, pues desde esa altura se domina toda la ciudad. La posición era sencillamente inexpug-

nable. Todo el dia se combatió sin ventajas para una ni para otra parte.

Otro dia el fuego de la artilleria enemiga fué terrible. E1 cerro de Santa Rosa, parecía

un volcán de hierro y acero. Frecuentes tiros del ráfaga iban dirigidos sobre los cerros del

Coronel y Grande. Una lluvia

de metralla caía sobre los asaltantes. El Coronel Medina que se encontraba enfrente del

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mencionado cerro, recibía impávido el aluvión de proyectiles que sobre sus posiciones caía.

La lucha continuó en los siguientes días indecisa.

Una fuerza enemiga pretendió dar una salida por el Oriental de la Fundición. E1 Gral.

Villa se percibió de ello y envió gente que le interceptara el paso. Se traba allí un renido

combate y son rechazados los enemigos hasta la plaza. E1 General José E. Rodríguez que

manda la Brigada Morelos, (pues el General Urbina se quedó enfermo en C. Jiménez) se

batió con valor y denuedo.

Don Rosalío Hernández dos veces penetra temerariamente hasta las primeras casas

de la Estación del Pacifico y allí emplaza una ametralladora, disparando contra un tren

militar, haciéndolo huir.

Los Generales Herrera y Aguirre Benavides se baten como leones, y dos veces des-

alojan a los orozquistas de la presa, volviendo a perderla ante la superioridad numérica del

enemigo.

Nuestra artillería nada puede hacer materialmente, a pesar de los esfuerzos del Coro-

nel Servin. En primer lugar, no tiene suficiente parque, ni personal competente de artillería;

en segundo, apenas era emplazada en alguna parte y empezaba a disparar, cuando todas las

baterías enemigas dirigían contra ella sus fuegos, teniendo que retirarse de allí, para no

exponerse a que desmontaran todos los cañones.

Hallándose el Teniente Coronel Samuel Navarro en una de nuestras posiciones, en

companía del General Villa y de algunos oficiales, cayó una granada, clavándosele la espo-

leta en el pecho. A1 levantarlo del suelo, estaba casi agonizante: pero conservaba aun su

sangre fría y su serenidad admirables. A1 decirle uno de los acompañantes que no era de

gravedad la herida, contestó, tranquilamente: “No lo creáis, la herida es sumamente grave,

yo lo sé bien, pero soy hombre y muero en el cumplimiento de mi deber—después, tomán-

dose con una mano la otra, agregó—Me quedan cinco minutos de vida, háblenle a un prac-

ticante para que me aplique una inyecci6n de morfina, que sufro mucho.” Pocos momentos

después exhalaba su último suspiro.

Samuel Navarro fué un hombre de grandes ideas y de profundas convicciones. Deci-

dido partidario del pueblo, al efectuarse el cuartelazo empezó a trabajar en su favor, fungiendo

como VicePresidente de la Junta Constitucionalista en E1 Paso; pero no satisfaciendo esto

a su carácter intrépido y belicoso, se dirigió a la Ascensión donde se unió al General Villa,

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formando parte de la Brigada como Jefe del servicio sanitario.

E1 General Villa ordenó al Jefe del Estado Mayor, Coronel J.N. Medina, que atacara

el cerro de Santa Rosa. Reunió este la gente que pudo, de distintas Brigadas, y se dirigió a

cumplir la orden; pero un espantoso fuego de artillería enemiga y un nutridísimo fuego de

fusilería, los obligó a retroceder; en dicho ataque cae herido de muerte el Mayor Eduardo

Marin, falleciendo a pocos momentos. E1 Mayor Medinaveytia, herido por un casco de

granada anteriormente, es conducido a Camargo.

Por las noches también se combatía; de cuando en cuando atravesaban el espacio

cohetes de luces de distintos colores. Eran señales de los defensores de la ciudad, con que

se entendían entre si.

A veces, en lo más recio del combate, una ráfaga de luz alumbraba nuestras posicio-

nes, la cual era producida por los reflectores eléctricos para descubrir nuestras fortificaciones.

E1 10 de Noviembre, como a las tres de la tarde, estando el combate muy reñido,

efectuó un movimiento la caballería orozquista y federal en dirección a la Presa. Nadie se

percató de ello, estando la lucha encarnizada y hallándose entre el fuego continuo de la

artillería. Más de dos mil hombres atacaron entonces al General Maclovio Herrera que se

encontraba posesionado en la Presa. E1 llamado General Marcelo Caraveo, que era el Jefe

de la caballeria, atacó con furia a los constitucionalistas y es rechazado dos veces: pero

volvió con más brío a la carga; a las fuerzas nuestras les empieza a faltar por completo el

parque: había soldados que ya no tenían ni un cartucho y otros que contaban con unos

cuantos. Empezaron entonces a retroceder; el enemigo atacó entonces con más fuerza y

terminó con una derrota completa.

Viendo el General Herrera la artillería que traia a su cargo, hizo frente é1 mismo al

enemigo y obligó fusil en mano a varios soldados a que hicieran resistencia, hasta que

pudieron salir los canones. La gente hizo su retirada al campamento donde se encontraba el

convoy de carros. entre Ensenada y la Estación de Mápula.

E1 General Villa al tener conocimiento de la derrota de la Presa y habiendo recibido

parte de que en todas las brigadas faltaba parque, ordenó que todas las fuerzas abandonaran

sus posiciones, reconcentrándose en el campamento. Desde hacía dos días que esperaba mil

hombres que le había pedido al General Contreras a Torreón y la gente de Camargo, al

mando del Mayor Manuel Ochoa, como también al General Robles, para dar un ataque

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decisivo a la plaza. Pero solamente llegó el Mayor Ochoa. La gente de Contreras se incor-

poró un día después de haber levantado el sitio. En vista de ello, dió contra orden a Robles

de que ya no avanzaran e ideó nuevo plan.

Otro día en la mañana, a las nueve, se dió la voz de alarma con una gruesa columna de

orozquistas que salía a perseguirnos. Los Coroneles Ortega y Medina movilizaron la gente

a posesionarse de unos cerros que están cerca de Mápula, y el General Villa, apeándose de

un vagón donde estaba almorzando, montó en un caballo y se dirigió al lugar del combate.

Del campamento se sacaron como 18,000 cartuchos entre los soldados heridos y enfermos

y la gente de Contreras, y con ellos se municionó a la Brigada del General Herrera.

E1 combate duraría como tres horas. Los orozquistas no cejaban en su empeño de

querernos derrotar, hasta que el General Villa, levantando en persona la gente, se les echó

encima, obligándolos a retroceder hasta la población.

E1 día 13 despachó todos los trenes con los heridos y la infantería a Camargo, y él,

con la caballería dándole una vuelta a la capital del Estado, se dirigió al Norte rumbo a

Ciudad Juárez, con la intención de atacarla. Las causas que motivaron la no toma de la

ciudad de Chihuahua, fueron muchas, y entre ellas, la principal fué la deserción del artillero

federal Capitán Torres.

La guarnición enemiga, al arribar nosotros a Jiménez, estaba en la creencia segura de

que nuestra División se componía cuando menos de diez mil hombres con suficiente dota-

ción de parque y toda la artillería que estaba en Torreón. A1 incorporarse Torres a sus filas,

les dió detalles pormenorizados e informes exactos del número de gente que iba, manifes-

tándoles que no eran diez mil, sino unos cuatro mil a lo sumo, que nuestra gente no estaba

dotada ni a doscientos cartuchos, careciendo de depósitos de parque, y finalmente, que

nuestros cañones estaban totalmente inutilizados por no tener el cierro y que los demás

tenían exigua dotación de granadas y personal inepto de artilleros. Con tales informes, los

traidores recobraron el ánimo y valor perdidos, y seguros de su superioridad, esperaron

confiados en el triunfo: de allí la resistencia tan tenaz que nos opusieron y lo intempestivo de

sus ataques.

Las fuerzas federales unidas a las orozquistas, que mandaban los llamados Generales

Pascual Orozco, Marcelo Caraveo, José Inés Salazar, Antonio Rojas y Félix Terrazas, for-

maban un total como de ocho mil hombres: las nuestras, como he dicho antes, serían de

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4,500 a 5,000 a lo sumo. Había tres mil más entre los sitiados. Agréguese a esto las ventajas

de sus inexpugnables posiciones, y esperar ellos el ataque, contando con mejores elementos

de guerra, como su poderosa artillería hábilmente dirigida por artilleros competentes y enor-

mes depósitos de parque y de granadas. Por último, la facilidad de movilizar la mayor parte

de su gente a cualquier punto débil, sin ser notado por nuestras fuerzas, decidió de su triun-

fo, si así puede llamarse el haber tenido numerosas bajas, sin obtener ventaja alguna, pues

volvieron a quedar como estaban, reducidos a la capital.

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CAPITULO XVI.

Funestas Noticias de Torreón.Acción de Encinillas y Laguna.

Ingeniosa Toma de Ciudad Juárez.Grande y Sangrienta Batalla

de Mesa y Tierra Blanca.

En esos días se tuvo noticia de que una columna de federales al mando del General

Velasco, avanzaba de Saltillo a Torreón. El valiente General Robles, con una temeridad

increíble se le interpuso al paso. Velasco traía más de doce mil. En la imposibilidad de

detenerlos, les formó multitud de combates y escaramuzas con el fin de retardar su avance y

dar tiempo a que llegara el refuerzo que le había pedido a Contreras. Cuando llegó éste, ya

era tarde, y tuvieron que replegarse. Sin embargo, todavía pudieron sostenerse algunos días

más.

Entre tanto, el General Villa avanzaba a marchas forzadas rumbo a Ciudad Juárez.

Antes de llegar a la estación del Sáuz se adelantó con 800 hombres de distintas brigadas y

dejó el resto al mando del Coronel Ortega. A1 obscurecer del día 13, ordenó éste que se

retiraran las fuerzas de la vía a pernoctar en una sierra cercana.

Por la noche, una columna de irregulares, al mando de José Inés Salazar y Marcelo

Caraveo, llegó al lugar donde pocas horas antes habían estado nuestras fuerzas. Advirtien-

do la proximidad de nuestras fuerzas por las hogueras del campamento y calculando que

otro día volverían a seguir el camino de la vía férrea, se adelantó Caraveo para cortarles la

retirada por el Norte, y Salazar se quedó para batirlos por la retaguardia.

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Otro día en efecto, se movilizó nuestra columna de la sierra a la vía, cuando de impro-

viso fué atacada intempestivamente por la gente de Salazar. Nuestra gente repelió el ataque

con energía, lanzándose sobre las hordas del barretero de Arizona, las cuales huyeron al Sur

tras reñida lucha. Caraveo rompió casi al mismo tiempo el fuego, pero rechazado Salazar, se

arrojó toda nuestra gente sobre su fuerza, rompiendo el sitio que pretendió poner, terminan-

do por derrotarlo.

En esta acción de armas, se distinguió notablemente el Coronel Ortega. Con la espa-

da en la mano, al frente de sus soldados, se avalanzó sobre el enemigo, y al derrotarlos,

persiguiólos, atravesando a los que alcanzaba con su acero.

El General Villa proseguía su marcha a Juárez. En Moctezuma se valió de una estra-

tagema originalísima para engañar al enemigo. Le telegrafió al General Francisco Castro,

comandante de la guarnición, tomando el nombre de José Inés Salazar, diciéndole que de-

rrotadas y dispersas las hordas de bandidos que asaltaban a Chihuahua, por orden superior,

se dirigía a esa ciudad, pues sabía que tenían ahora la intención de atacar Juárez. Castro

cayó en la celada y esperó tranquilamente las fuerzas de Salazar.

El día 14 se embarcó el General Villa con toda la gente que lo acompañaba en la

estación de Villa Ahumada, y con audacia y temeridad digna de los espartanos, se dirigieron

resueltamente a la ciudad fronteriza. Como a las dos y media de la mañana arribó el tren sin

que

se notara ninguna anormalidad: Todo estaba tranquilo. Sólo unos cuantos curiosos se halla-

ban en la estación. Castro dormía tranquilamente en su casa y los demás jefes y oficiales se

divertían en los juegos de los Quenos y los lupanares.

Todas nuestras fuerzas se apearon y extendiéndose silenciosamente en una ala de

tiradores que envolvía la ciudad entera se dirigieron contra los cuarteles. Muy lejos estaban

de pensar los pacíficos habitantes de la población y los belicosos hijos de Marte, en tener

tan cerca al enemigo. Su sorpresa y terror fueron indescriptibles, cuando en medio del silen-

cio de la noche se escuchó el grito de Viva Villa, repetido por cientos de voces, acompañado

de fuertes detonaciones de artillería. La alarma que se produjo no tiene precedente

en los anales de la historia.

La oficialidad federal creyó al principio que se trataba de alguna rebelión de los

soldados del 15; pero cambiaron de opinión al percibir a a los valientes constitucionalistas

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que avanzaban por las calles, fusil en mano.

Organizar la fuerza y resistir, era ya del todo imposible, pues nuestras fuerzas se

habían posesionado ya de la mayor parte de la ciudad. En vista de ello, muchos optaron por

huir, poniéndose en salvo, lo cual efectuaron pasándose a Estados Unidos.

En el cuartel del 15 Batallón fué donde se hizo más resistencia. Los soldados querían

rendirse, pero un oficial se puso en la puerta del cuartel, y pistola en mano amenazó de

muerte al que intentara salirse. Entretanto, había llegado nuestra gente y desde las azoteas

del frente hacían un fuego terrible sobre el cuartel.

E1 Capitán federal ordenaba entonces que salieran a hacer fuego, pero apenas se

asomaba alguno y caía inmediatamente muerto. Mandó después que emplazara una ametra-

lladora que hiciera fuego por la puerta; pero pocos momentos después, caían los artilleros

muertos. A la hora de1 tiroteo se arrojaron sobre el cuartel los Constitucionalistas, rindién-

dose a discreción los federales. E1 oficial fué pasado allí mismo por las armas.

En otra parte, capturaron la artiIlería, la cual no pudo funcionar, haciendo sólo un

disparo. Eran dos cañones y dos ametralladoras.

¿E1 valiente General Castro? Salió huyendo precipitadamente a El Paso, Texas, des-

de los primeros disparos, dejando abandonada a su propia suerte la guarnición.

Varios oficiales fueron pasados por las armas; a la tropa se le perdonó la vida. Un

detalle de mucha significación. E1 tres veces traidor, el miserable espía, el desgraciado y

felón delator, Capitán Torres, causante de que no se tomara la plaza de Chihuahua, fué

hecho prisionero. A1 punto fué reconocido y sin dilación de ninguna especie, fusilado. Allí

pagó con su vida su ingratitud monstruosa. Eterno baldón de los traidores.

Las pérdidas que tuvimos fueron insignificantes y no dignas de mención. Unos cuan-

tos heridos y pocos muertos. Los pertrechos de guerra que se recogieron además de la

artillería, fueron buen número de rifles y algún parque. Tomada la ciudad, los primeros

pasos del General Villa se encaminaron a proveer a la División de suficiente parque, a este

fin hizo grandes pedidos a Estados Unidos. Igualmente compró grandes cantidades de ropa

para vestir a su fuerza.

Cuando se supo en Chihuahua la toma de Ciudad Juárez, resistiéronse las autoridades

militares a creerla, tachando la noticia de falsa e inverosímil, ideada por la fantasía de los

partidarios de nuestra causa. Se les hacía del todo imposible que se hubiera efectuado la

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toma en la forma que fué, no creyendo ni por un momento, que la temeridad de nuestras

fuerzas hubiera llegado a tal grado, ni que Castro hubiera caído en el engano.

Pero las noticias recibidas después de los derrotados, no les dejaron lugar a duda. La

impresión que causó la verdad de los hechos, fué terrible. Empezó a entrar la desmoraliza-

ción entre ellos mismos. Levantado el ánimo de sus cómplices, ofreciéndoles la seguridad

de una victoria, organizaron una columna de cuatro mil hombres compuesta de las Brigadas

Mancilla, Caraveo, Salazar, Rojas y otras fracciones, llevando tres baterías de artillería y

algunas ametralladoras. Considerándose suficientemente fuertes, avanzaron resueltos al Norte,

con la intención de recuperar Ciudad Juárez.

El General Villa supo la movilización de dicha columna y decidió que se acercaran

más para ir a batirlos, preparándose siempre para el combate. E1 día 23 de Noviembre se

supo que las avanzadas del enemigo llegaban hasta Tierra Blanca; entonces ordenó el Gene-

ral en Jefe que empezaran a salir las fuerzas. La Brigada Villa, Juárez, Zaragoza, Hernández

y Morelos, se dirigieron a encontrar al enemigo formando un total de tres mil hombres.

Como mil hombres de todas las brigadas se quedaron en Ciudad Juárez de reserva a las

órdenes de1 Coronel Juan N. Medina.

El terreno que se encuentra de la estación Mesa a la de Tierra Blanca, es una extensa

llanura cubierta de arena, únicamente cerca de Tierra Blanca hay unas lomas también de

arena llamadas comúnmente Médanos. Allí estaba posesionada la fuerza enemiga.

E1 día 24 principió el combate. Ambas fuerzas se atacaron con ímpetu terrible. Una

gigantesca columna de tiradores se veía por ambos lados. La línea de fuego,abarcaba cuatro

leguas de extensión, desde Mesa hasta Tierra Blanca. La artillería enemiga vomitaba metra-

lla continuamente, cada cuatro o cinco minutos se oían las detonaciones y el estallar de las

granadas que calan en nuestro campo produciendo algunas bajas. La nuestra, al mando del

Teniente Coronel Servin contestaba a intervalos, entablándose un duelo entre las dos formi-

dables armas.

En la tarde efectuó el enemigo un movimiento de flanco sobre las Brigadas Morelos

y Zaragoza, y dirigiéndose allí gran parte de sus fuerzas, las empezó a obligar a retroceder.

Sumamente comprometidos se hallaban ya, y enviaron un oficial al General Villa para co-

municárselo. Dispuso este que el General Ortega se movilizara con un refuerzo a ese punto,

llegando a tiempo de poder detener al enemigo que ya iba ganando terreno. A1 caer la

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noche, la mejor parte la llevaban ellos, pues habían avanzado un poco más, haciendo fla-

quear a nuestras fuerzas. Durante la noche, continuó el tiroteo con intermitencias.

Otro día reanudóse el combate reñidísimo. Ambas fuerzas se batían con denuedo,

aquellos queriendo avanzar y éstos openiéndose a su paso. Con las ventajas del día anterior,

se envalentonó el enemigo, bajando la artillería de donde la tenía emplazada y haciendo que

avanzara sobre los nuestros. Dieron la orden de que también se adelantara el tren que traía

un cañón de grueso calibre, que el vulgo le llamaba “E1 Rorro.”

Los nuestros reciben de Juárez un pequeño refuerzo del Regimiento González Ortega

al mando del Mayor Crispín Juárez y el Segundo Escuadrón al mando del Mayor Benito

Artalejo, como también gran cantidad de municiones que en automóviles envió el Coronel

Medina.

Nuestras fuerzas se animan y el General Villa en persona ordena un ataque general.

Como leones se arrojan sobre el enemigo. Herrera empieza luego a retroceder. Rodríguez y

Hernández con gran valentía marchan al frente de su gente y lo rechazan y todos en general,

combaten con entusiasmo y ardor. Visiblemente van replegandose los contrarios, los nues-

tros redoblan el ataque, echándose sobre la artillería y los trenes, y por fin los traidores se

declaran en completa derrota.

La persecusión que se les hace se convierte en una verdadera carnicería. Centenares

de ellos caen bajo el fuego de las armas leales. La noche impide la completa ex-

terminación de los mercenarios de Huerta. Incalculables son las pérdidas que tuvieron: mas

de MIL QUINIENTAS BAJAS, entre muertos y heridos, perdiendo toda la artillería. Del

lado nuestro se registran también muchos heridos y algunos muertos.

Los miserables restos de la columna Mancilla, se embarcaron en un tren y huyeron a

todo vapor al Sur: pero la desgracia y la fatalidad se había declarado ese día contra ellos. En

la estación de Ranchería, choca con un tren militar que venía a auxiliarlos. Las dos máqui-

nas corrían con los faros sin luz y a todo vapor y el choque produjo una catástrofe. Multitud

de muertos y heridos quedaron allí, y los pocos que lograron salir en salvo, se dirigieron a

pie a la capital del Estado a contarle al esbirro Mercado, el sangriento y funesto fin de sus

compañeros.

La justicia divina se mostraba implacable contra los asesinos del Apóstol Mártir.

El victorioso campeón, el ínclito General Villa, rodeado de sus denodados y valientes

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Generales, regresó a la histórica ciudad fronteriza, al frente de sus soldados, cubierto de

gloria. Un clarín pregonaba a los cuatro vientos el triunfo de la legalidad y la justicia, la

victoria de la Constitución y el Derecho. Los hijos del Coloso del Norte, contemplaban

atónitos allende el Bravo, a las victoriosas legiones de nuestra querida Patria.

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CAPITULO XVII.

Evacuación de la Plaza de Chihuahua.Entrada de Nuestras Fuerzas.

El General Villa Gobernador Militar del Estado.Toma de Torreón por el Enemigo.

A1 tener conocimiento en Chihuahua de la terrible derrota de Tierra Blanca, al ver

llegar unos cuantos hombres de la potente columna que salió, y al oir el relato del desastre

de boca misma de sus Generales, un pánico espantoso se apoderó de todos.

Precipitadamente forman una junta a la que asisten todos los Jefes. Por parte de los

federales, fueron: Mercado, Mancilla, Aduna, Romero y Landa; por la de los orozquistas:

Orozco, Caraveo, Salazar, Rojas y Terrazas. Los diez Generales discutieron acaloradamente

la cuestión. Los pretorianos opinaban que la única disyuntiva que quedaba, era evacuar la

plaza dirigiéndose a Ojinaga. Los colorados, acordándose del revés que sufrieron allí en

1912, y de la serie de visicitudes que pasaron en el trayecto, emitian opinión contraria,

optando por quedarse y defender la plaza hasta el último momento, es decir, no el último,

sino tener mejor oportunidad para salir rumbo a Guerrero su pueblo natal, y volver a prose-

guir su antigua vida de bandidaje; porfiaban los federales en su primitiva idea adivinando las

intenciones de sus cómplices de poner pies en polvorosa y dejarlos en una ratonera sin

salida, mientras que en Ojinaga, tenían el Bravo como puerto de salvación: después de

acalorados debates, lograron al fin ponerse de acuerdo y determinaron pues, abandonar la

plaza.

Como 6,000 hombres, resto de la famosa División del Norte, se embarcaron en la

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estación del Noroeste, y siguiendo la vía del Kansas City Mexico y Oriente, se apearon en

San Sóstenes, atravesando de allí a caballo, el desierto que se extiende hasta Ojinaga.

Fue el major de los desatinos y la peor de las torpezas, el haberse dirigido los traido-

res a Ojinaga. Si en lugar de eso, hubiesen avanzado al Sur, su salvación hubiese sido más

segura; porque por esa región, no tenían enemigo que les hubiese impedido la marcha, pues

en Ciudad Camargo, no había más que 400 hombres de infantería, mal armados y peor

municionados, exigua fuerza que jamás se habría atrevido a oponer resistencia formal a una

columna de seis mil hombres. Pero su inmenso miedo y cobardía los perdió, eligiendo el

peor camino, en vez de ir a reunirse con Velasco, que en esos dias estaba para entrar a

Torreón.

A1 tener conocimiento el General Manuel Chao de la evacuación de la capital, se

movilizó con el General Orestes Pereyra de Parral, con una fuerza de 400 hombres, con el

fin de acercarse a Chihuahua y esperar al General Villa. Este salió de Ciudad Juárez con

toda la División, dejando sólo al General Eugenio Aguirre Benavides con la Brigada Zara-

goza, de guarnición en la plaza.

E1 día 8 de Diciembre de 1913, entraron las victoriosas fuerzas del constitucionalismo

a la capital del Estado. Diez meses hacía que se había oido el primer grito de rebelión en el

Estado, y aquellos valientes y leales luchadores, después de haber andado errantes por las

montañas sufriendo hambre, sed y todas las privaciones y visicitudes imaginables; después

de combatir ruda y tenazmente, sentían honda satisfacción de pisar el suelo de la ciudad que

sirvió de albergue a los satélites de la traición y el crimen.

Habiendo ocupado la plaza, asumió el Poder Ejecutivo E1 General Villa, conforme

estaba previsto en el Plan de Guadalupe.

Sus primeras disposiciones fueron confiscar las propiedades de los cientificos, o sea

los capitalistas Creel, Terrazas, Luján y otros que habían contribuido de una manera muy

directa al sostenimiento de la tiranía. Después puso en circulación el nuevo dinero en bille-

tes, emitido por la Tesorería General del Estado: Mandó reparar los desperfectos que había

en la vía de Jiménez a Ciudad Juárez, estableciendo e1 servicio de trenes de pasajeros cada

tercer día y mandó abrir todas las escuelas de la Capital y de los Distritos.

Para poder dedicar toda su atención al pueblo, deja sus negocios militares a cargo del

Jefe del Estado Mayor, Teniente Coronel Manuel Medinaveytia. Nombra Presidente Muni-

Page 110: BookGralToribioOrtega.pdf

cipal del Distrito al Teniente Coronel Pedro F. Bracamonte, uno de los viejos revoluciona-

rios de Sonora. En esos dias se supo la toma de Torreón por las fuerzas del General Velasco.

Contreras y Robles que se encontraban allí, se retiraron a Durango. E1 General Natera sale

a escape de Torreón, y al salir fué cañoneado por la federación que ya estaba cerca y se

dirigió a Chihuahua a ver al General Villa, con el objeto de conferenciar con él y tomar

órdenes.

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CAPITULO XVIII.

Columna de Tres Mil Hombres Sobre Ojinaga.Combate de La Mula.

Ataque a Ojinaga.El General Villa Marcha

a Auxiliar a los Sitiadores.Segundo Ataque a Ojinaga

y Toma de la Plaza.

Ojinaga era el último reducto del huertismo. Allí encontrábanse como seis mil hom-

bres. Propuesto el General Villa a arrojar a los traidores del Estado, limpiándolo por com-

pleto de ellos, formó una columna con la Brigada González Ortega (esta se había formado

Brigada en C. Juárez, donde se reclutaron como mil hombres, habiendo ascendido a Gene-

ral al Coronel Ortega) con la Brigada Villa y el Regimiento a las órdenes del Coronel Trini-

dad Rodríguez, formando un total de tres mil hombres y la artillería al mando del Coronel

Servin, siendo el Jefe de la columna el General Natera.

Embarcóse la columna en la estación del Pacífico, desembarcando en San Sóstenes,

dirigiéndose a marchas forzadas a la región fronteriza donde se encontraba el enemigo.

Antes de llegar, el Coronel Trinidad Rodríguez avanzó por el lado de San Juan, y los Gene-

rales Natera y Ortega por el Mulato.

Pocos días antes habían tenido un combate el Teniente Coronel Isaac Arroyo y el

Capitán Felipe Valdés, contra el enemigo, haciéndoles algunos prisioneros, entre ellos algu-

nos músicos de la Banda militar. Dicha acción se verificó en La Mula. Allí mismo se presen-

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tó el Teniente Coronel Santibáñez, que fué Jefe de la artillería federal e ingresó a nuestras

filas. E1 comportamiento de ese militar ha sido digno, dando muestras de una lealtad a toda

prueba, siendo uno de los mejores elementos que tenemos en la División. A su pericia y

aptitud, aduna un carácter afable y un espíritu demócrata, que se capta las simpatías de

todos. Ojalá y todos los Jefes y Oficiales del corrompido Ejército Federal, siguieran la

conducta de ese caballero y leal militar.

E1 día 27 llegan los Generales Natera y Ortega al Mulato, donde tenían conocimiento

que se encontraba una fuerza enemiga. En efecto, no tardó en aparecer en número de mil

quinientos hombres y se entabló la batalla. Los colorados se baten con poco brío, pero su

resistencia es tenaz. E1 Coronel Porfirio Ornelas se destaca con una fuerza de caballería y

les sale por la retaguardia, cortándoles la retirada para Ojinaga. Se ven entonces los

orozquistas envueltos en dos fuegos y sin más salida que la del lado del Bravo, para Estados

Unidos.

Sin vacilar entonces, se arrojan precipitadamente, al río y se internan en el territorio

extranjero, no sin dejar buen número de muertos, heridos y prisioneros en el lado mexicano.

Las autoridades de Texas los desarman, obligándolos después a pasar a Ojinaga.

A1 mismo tiempo que en E1 Mulato, se libraba otro combate en San Juan. Sabedores

los federales que el Coronel Rodríquez se encontraba en ese lugar, salieron a combatirlo

dejando un pequeño destacamento en Ojinaga. Opinaba entonces el General Ortega que

debían marchar sobre Ojinaga y ocuparla para que a su regreso el enemigo hallase ocupadas

sus posiciones y poderlo batir fuera de ellas: pero al comandante de la columna le pareció

mejor esperar a que regresaran y cogerlos a todos juntos. Rodríguez, favorecido por la

fortuna, y dando muestras de un gran valor, logró rechazar al enemigo, haciéndolo que

volviera a Ojinaga.

El día lro. de Enero de 1914 estaban todas las fuerzas constitucionalistas alrededor

del pueblo fronterizo, distribuyendo el General en Jefe la gente de este modo: la Brigada

González Ortega por las lomas de la Juliana: la Brigada Villa por la Cañada Ancha, y la

gente del Coronel Rodríguez por el lado del Rancho de San Francisco. La orden del General

Natera fué de que nadie atacara sino en formales tiroteos y escaramuzas con el objeto de

hacerlos que gastaran el parque, sin prever que a diario estaban pasando de Presidio, Texas,

el que necesitaban.

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La artillería de los pretorianos abrió desde el primer día el fuego nutridísimo sobre las

posiciones de los nuestros, contestándoles a veces la nuestra, distinguiéndose el Regimiento

de ametralladoras al mando de1 Teniente Coronel Margarito Gómez.

Tres días duró formándoles escaramuzas, y al tercero, acordó el General Natera dar

un ataque decisivo: pero cambiando de táctica, ordenó a la Brigada Gonzdlez Ortega que

abandonara las posiciones de la Loma Juliana y se reconcentrara a la Cañada Ancha, deján-

doles libre todo ese tramo para que salieran. Por otra parte, ordenó que el ataque se efectua-

ra de día. Ojinaga esta situada sobre una colina que domina para todos los rumbos cardina-

les, con la circunstancia de ser llanura la tierra que se extiende a su vista, por cuya razón es

inexpugnable y sólo de noche es factible un ataque.

E1 día 4 de Enero, conforme a las instrucciones del General Jefe de las operaciones,

se efectuó el ataque, principiando a las ocho de la mañana. E1 combate se generalizó,

establándose un duelo de artillería y fusilería.

De improviso el enemigo destacó una fuerte columna de caballería que salió por las

lomas de la Juliana y efectuando un rápido movimiento, flanqueó inesperadamente a nues-

tras fuerzas. Sorprendidas éstas, empiezan a desordenarse y a abandonar sus posiciones, y

muy pronto el desbande de nuestras fuerzas es general. Los rojos cargan con gran ímpetu,

cogiendo gran cantidad de prisioneros. E1 General Ortega se encontraba en una casa que se

halla en la Cañada Ancha, en las puertas casi de Ojinaga. Allí hizo esfuerzos sobre-humanos

para detener a la gente.

Todo en vano, el enemigo superiorísimo en número, avanzaba y era del todo imposi-

ble detenerlo. E1 General Natera en vista de los estragos que hacían los rojos entre los

nuestros, se pone é1 personalmente a tirar en unión de otros oficiales, y manda al Subteniente

Eulalio López que devuelva alguna fracción para proteger la retirada de los otros. Este

cumple la orden, en medio de un aluvión de balas, y logran rechazar por el momento al

enemigo, hasta salir todos; se retiran ellos después.

Ese día se acampó en un rancho cercano que se llama Guadalupe, y otro día se movi-

lizó toda la fuerza a San Juan, lugar distante cinco leguas de Ojinaga. Se había acordado en

Guadalupe volver a reanudar el ataque; pero en vista de lo fatigado que estaba la gente, se

decidió ir a San Juan para que descansara unos días y esperar la llegada del General Villa,

que según noticias, había salido ya de Chihuahua.

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En efecto, el General en Jefe, al tener conocimiento del fracaso de Ojinaga, se movi-

lizó con la Brigada de don Rosalío Hernández y la gente del General Herrera. Con toda la

rapidez posible éI atravesó el desierto oriental, llegando a San Juan el día 9 de Enero. Tan

pronto como se supo en el campamento el arribo del General Villa, toda la gente cobró el

ánimo que había perdido en la retirada, preparándose a luchar con más intrepidez y denue-

do.

El día 10, a las 9 de la noche; se efectuó el ataque en esta forma: Las Brigadas Juárez

y Leales de Camargo, a las órdenes de los Generales Herrera y Hernández, atacaron por el

lado del Camposanto y la Garita. La Brigada Villa atacó por la Cañada Ancha, y el Coronel

Rodríguez por el rancho de San Francisco.

E1 fuego se rompió atacando los nuestros con decidido arrojo. Era un semicírculo de

hierro el que envolvía a la ciudad, el cual se iba estrechando más, poco a poco. Los traido-

res en el paroxismo del pánico, apenas se defendieron, apelando a la fuga más vergonzosa.

Mercado es el primero que abandona el suelo patrio, dejando a los demás, que muy pronto

imitan su ejemplo.

Y allí tenéis a los famosos Generales del Ejército, de vistosos uniformes, llenos de

entorchados y condecoraciones, arrojarse al fango del majestuoso Bravo, para ir a presen-

tarse temblorosos, cubiertos de lodo, a entregar su espada al extranjero. Y allí tenéis a los

ridículos Generales del vandalismo rojo, corriendo como gamos, para ir a buscar a un país

extraño, un lugar donde no les alcancen las balas vengadoras del Constitucionalismo. Y allí

tenéis a esa caterva de hombres sin pundonor, ni verguenza, oprobio e ignominia de una

Patria que no merecen tener, corriendo fugitivos para ir a rendirse a los sajones, constitu-

yéndose en sus prisioneros y entregándoles un armamento que no era suyo, sino del Pueblo

Mexicano!

¡Y aun tienen valor de alzar la frente y vociferar! ¡Miserables además de cobardes,

sóis canallas! De los diez Generales que salieron de Chihuahua, ninguno presenció el final

del combate. Todos huyeron. La Artillería, al pretender pasarla para el otro lado,

fué detenida por un Oficial de la Brigada González Ortega, el Teniente Gerardo Ibarra,

quien con un valor inaudito, se interpuso a su paso acompañado de unos cuantos hombres,

teniendo que matar a los artilleros para que no las pasaran. E1 Teniente Ramón Mendoza de

la misma Brigada, quitó también un canñón de montaña. Ambos oficiales se portaron con

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sumo valor, dando muerte a buen número de traidores cuando intentaron fugarse a Texas. E1

combate duraría a lo sumo una hora. Otro día que se levantó el campo, se encontraron tres

cadáveres del enemigo por donde entraron las Brigadas Leales de Camargo y Juárez. Cinco

por donde atacó la Brigada Villa. Diez por donde combatió la fuerza del Coronel Rodríguez

y cien por donde estuvo la Brigada González Ortega. Arrojados los traidores de

Ojinaga, se volvió el General Villa con todas las fuerzas a Chihuahua, dejando al General

Ortega con su Brigada en Ojinaga, para que arreglase unos asuntos concernientes al Pueblo

y recogiese suficiente mulada con el fin de trasladar los cañones a la capital del Estado.

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CAPITULO XIX.

El Estado de Chihuahua,Limpio de Traidores.

El Papel que Representaen la Actual Revolución.

El Estado de Chihuahua es el primero y único que se encuentra libre de traidores,

gracias a los heróicos esfuerzos de sus valientes hijos. La mala semilla que fructificó por

algún tiempo, sembrada por el fatídico Orozquismo, esa vegetación parasitaria de nuestras

grandes tragedias públicas, se había cortado a cercén, arrojándola incinerada y sin vida al

estercolero de la Historia. El Orozquismo, esa facción vandálica que tanto mal nos causó,

solo fué un aborto de la piratería política del Cientificismo.

Con la toma de Ojinaga, San Isidro y la extirpación completa de pretorianos y vánda-

los, quedó el Estado de Chihuahua vindicado de la traición del estúpido patán de Guerrero.

La mancha que este canalla arrojó a su Estado natal, fué borrada por los mismos hijos de

Chihuahua, que celosos de su buen nombre y honra, combatieron sin descanso hasta limpiar

ese ignominioso borrón que se veía en su glorioso blasón, en su heráldica de gloria.

Los hijos del heroico Estado de Chihuahua fueron los primeros que contestaron al

grito de guerra de Carranza, lanzándose con entera fe y esperanza a la lucha, en reconquista

de sus libertades.

La situación en que se encontraba el Estado, como dijimos en el primer capítulo de

esta historia, era bastante difícil. Por una parte, los pretorianos se habían hecho de todas las

poblaciones importantes del Estado, donde contaban con fuertes guarniciones. Por otra, el

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bandolerismo rojo, se había aliado con el pretorianismo, y siendo la capital la cuna de ese

oprobioso partido, había aprestado un contingente enorme a los usurpadores; con una cir-

cunstancia altamente significante: que esos desgraciados ilusos defensores de una mala cau-

sa, no eran las hordas pusilánimes de un Cheché Campos, de un Emilio Campa o un Benja-

mín Argumedo que huían a los primeros disparos o se encerraban en las plazas con sus

cómplices los federales. No. Hay que hacer justicia completa, diciendo la verdad.

Los colorados de Chihuahua, dieron muestras de un valor a toda prueba, saliendo

siempre en nuestra persecusión; díganlo las batallas del Saucillo, San Andrés, Ranchería,

Díaz, Tierra Blanca y Ojinaga, en que se batieron como valientes, lo que no atenúa siempre

el crimen de combatir contra el Pueblo que enarbolaba el glorioso pendón de la Libertad y el

derecho.

La crisis por la que atravesaba nuestro querido Estado, era sencillamente espantosa.

Aun se veían los escombros y las ruinas que el soplo desvastador del orozquismo había

dejado. Por todas partes, haciendas incendiadas, campos sin cultivo por falta de brazos,

pues los pacíficos habitantes huían atemorizados ante la barbarie de los rojos y comarcas

solitarias que antes estaban pobladas y llenas de vida y animación. La escasez era terrible,

sin levantar cosechas, pues nadie quería sembrar, y destrozados y solos los criaderos de

ganado, estaban a completa disposición de las gavillas de bandidos que vivían del abigeo.

Caballada se puede decir que no había ya, pues los doce o quince mil hombres de Orozco se

habían proveido de caballos del Estado.

En tales condiciones entró el Constitucionalismo en nuestro Estado natal. Al princi-

pio, hasta sin un Jefe que dirigiera el movimiento, pues el Gobernador González había sido

asesinado y el General Villa no sabía aun nada de cierto. Hernández, Chao y Herrera, que

fueron los primeros en levantarse, no desmayaron ni un momento, y con sus fuerzas aun

débiles, se lanzaron sin temor a la lucha.

El General Villa pasa el Bravo con nueve hombres y sin más elementos de guerra que

su inmensa fe en la justicia de la causa, y pronto empieza a organizar una fuerza, que muy

pronto es un regimiento, y más tarde llega a la categoría de Brigada. Después es una Divi-

sión la que está a sus órdenes.

Inenarrables son los trabajos y visicitudes que pasó nuestra gente en esta campaña,

siempre desprovista de parque, tenían que pertrecharse del que le quitaban al enemigo, pues

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para comprarlo en los Estados Unidos, era necesario en primer lugar, dinero, del cual se

carecía casi siempre y por otra parte, el que con mil sacrificios llegaban a comprar, se

pasaba con miles de contratiempos, por la estricta vigilancia que ejercían las autoridades de

los Estados Unidos en la frontera, cuando no era confiscado por ellas o caía en poder del

enemigo ya estando en territorio nacional.

La gente duró como siete a ocho meses sin sueldo alguno, pues hasta Torreón no

comenzó a percibir haberes, manteniéndose como podían, con carne de res y tortillas de

harina, y muchas veces carne sola, frugal alimento que tuvieron por mucho tiempo. Con una

paciencia y resignación admirables, sufrían aquellos heróicos soldados todo, plenamente

convencidos de que sus sacrificios eran en bien de la Patria y que tarde o temprano tendrían

una recompensa.

Estos luchadores humildes, estos héroes abnegados, son dignos del mayor encomio y

de figurar en las páginas más brillantes de la historia. Ellos son el instrumento que de la

victoria, el brazo fuerte de los hombres grandes.

Sólo aquel que haya combatido a su lado, que los haya acompañado en la azarosa

vida de la campaña, podrá comprender cuanta abnegación se encierra en esos dignos hijos

del pueblo. Harapientos, descalzos, comiéndose un pedazo de carne cruda, los veréis en el

campamento, poseídos de una alegría y buen humor poco común. En la noche se escuchan

sus alegres cantos, sus sentimentales canciones, donde enzalsan las acciones de sus jefes en

sus famosas tragedias.

En los combates los veréis animosos y valientes entrar a la lucha vitoreando al héroe

legendario de inmortal memoria, al mártir Madero y a su querido General Villa, e impávidos

recibir la muerte. Cuántos de ellos dejan una numerosa familia en la orfandad. Cuántos

exhalan su postrer suspiro dejando a seres queridos sin amparo y sin sustento: pero fijo su

pensamiento en la Patria. Urge que el Gobierno Constitucionalista ponga su atención y

pensione a todas las familias de esos valientes, que murieron en el campo de honor, defen-

diendo la honra ultrajada de su Patria.

¡Invictos y gloriosos héroes de la clase humilde, yo os admiro y respeto vuestra me-

moria con veneración! iA vosotros dedico esta humilde página como homenaje a vuestra

heroicidad y patriotismo! ¡Vosotros humildes hijos del pueblo, sóis los más dignos de la

Patria y vuestra memoria, es timbre de gloria para nuestra raza!

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Prosiguiendo con la relación interrumpida, terminaremos con la siguiente conclusión.

Ningún otro Estado en la República se hallaba en la situación precaria y crítica del nuestro,

causa a las revoluciones anteriores, porque había pasado éste y ninguno igualmente se le-

vantó con tan poca fuerza y elementos de guerra.

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CAPITULO XX.

El Espíritu Guerrerode los Chihuahuenses.

El Estado de Chihuahua Marcha a laVanguardia de la Revolución Actual.Su Fuerza y Elementos de Guerra.

En la serie de revoluciones que se han seguido de 1910 hasta esta fecha, ha descolla-

do por su espíritu guerrero el pueblo chihuahuense, distinguiéndose notoriamente entre los

demás Estados, por su tenacidad en la lucha, lo impulsivista de sus ataques y la importancia

de sus victorias.

En 1910, más que una revolución general, parecía un levantamiento local, reducido a

nuestro Estado. Mientras en Chihuahua se combatía diariamente, el resto de los Estados

permanecía indiferente a la lucha. Sólo en Sonora empezó a extenderse al movimiento revo-

lucionario, y esto después de que ya en Chihuahua había tomado gran incremento. Hasta

después de los combates de Escobas, C. Guerrero, Cerro Prieto, Mal Paso, Pedernales,

Mulato y Coyame, empezaron a verificarse levantamientos al Sur de la República y en la

Región Lagunera de Torreón. E1 Dictador envió a sus mejores Generales y fuerzas a com-

batir a los revolucionarios del Norte, los cuales salían destrozados, y en vista de la inutilidad

de sus esfuerzos, y comprendiendo que no sometería nunca a los guerreros fronterizos,

después de la toma de Ciudad Juárez, abandonó el país.

Una de las pruebas más convincentes del espíritu guerrero del pueblo chihuahuense,

es la revolución de Orozco. Encontrándose dividido en dos partidos, teniendo en su propio

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seno al enemigo, los leales no cedieron en su empeño, y se lanzaron a combatir a los traido-

res.

Muchos con una ignorancia estúpida o mala fe indisculpable, pretenden hacer creer que

todo el Estado de Chihuahua fue orozquista. Error crasísimo.

A excepción de los Distritos Iturbide y Galeana, y parte del de Guerrero, los demás

fueron leales. Por otra parte, podemos probar de una manera que no deja lugar a dudas, que

aunque ese movimiento anárquico tuvo su origen en Chihuahua, la mayor parte de las fuer-

zas que lo sostuvieron, no eran del Estado. De tres partes, quizá una sería chihuahuense y

las otras dos las formaban las hordas de Benjamín Argumedo, Emilio Campa, Jesús Cam-

pos, Pablo Lavin, Guereca, Murillo, Escajeda, el Indio Mariano y otros muchos cuyos nom-

bres no recordamos. Todas estas fuerzas eran de la Región Lagunera y de otros lugares que

no son del Estado de Chihuahua.

Además, la campaña que se efectuó contra el orozquismo, tenemos la satisfacción de

decir, que la llevó a cabo gente del mismo Estado y nos referimos a los simulacros que hizo

la famosa División del Norte en las llamadas batallas de Conejos, Rellano y Bachimba, en

que más bien que combates parecían ejercicios de tiro al blanco con la Artillería; sino a la

verdadera y efectiva campaña en que si se batió formalmente al enemigo.

El combate de Parral, dado por el General Francisco Villa, el de Villa López en que el

General Urbina salvó la columna de Trucy Aubert, la derrota de Roque Gómez en San

Buenaventura por Maclovio Herrera, la batalla de Janos, por José de la Luz Blanco, las de

Cuchillo Parado y Ojinaga por el General Ortega, la de Hormigas por el General Rodríguez

y muchas otras fueron efectuadas por fuerzas de nustro Estado, con la circunstancia de que

los jefes federales, preparando ya su traición, restringían hasta donde les era posible la tenaz

persecusión que se hacía a los bandidos.

Si no hubiera sido eso, y la alevosa prisión del General Villa, en menos de un mes se

hubiera concluido el orozquismo. Sin embargo, se le redujo a la impotencia, y eso, como he

dicho, se debió a nuestras fuerzas.

En el movimiento actual, como he dicho antes, fué el que se levantó con menos fuerza

y elementos de guerra, y en once meses, sale triunfante, arrojando al enemigo de sus lares.

Las batallas en el Estado de Chihuahua han sido excesivas: golpes tan aplastantes

como el de San Andrés, Ciudad Juárez, Tierra Blanca y Ojinaga, no se han dado en ninguna

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otra parte. Sí habrá habido combates de igual magnitud, pero no de tan buenos resultados.

Las batallas de Santa Rosa y Candela, en Sonora y Coahuila, no son más que triunfos sin

beneficio alguno positivo, porque Guaymas permaneció en poder del enemigo y los

coahuilenses pierden a Monclova al salir a batir a Rubio Navarrete. Entre nosotros un triun-

fo eslabona otro. De la victoria de San Andrés pende la derrota de Alvirez en Avilés y la

toma de Torreón. De la toma de Ciudad Juárez resulta la gloriosa jornada de Tierra Blanca

y de esta la evacuación de la capital, y a continuación la toma de Ojinaga.

En nuestro Estado hemos combatido con enemigos que no han conocido en esta revo-

lución en Coahuila y en Sonora, me refiero a los orozquistas y vazquistas que aquí tenían su

matriz, encontrándose un núcleo más potente. Y digo que en Coahuila no los han conocido,

porque las fuerzas de Argumedo y Campa, que se encontraban en Torreón, fueron batidas

por nuestras fuerzas en el primer ataque a dicha plaza.

La actividad de las fuerzas de Chihuahua no tiene comparación con ningunas; al

mismo tiempo que batían al enemigo que se encontraba en su territorio, pasan a Durango, y

uniéndose a las fuerzas de allí, arrojan a los usurpadores de Lerdo y Gómez Palacio, y

después se introducen a Coahuila, desalojando al enemigo de la plaza de Torreón. Vuelven

sin pérdida de tiempo a su Estado natal y tras una serie de victorias, expulsan de una vez por

todas a los traidores y se preparan de nuevo a volver a Torreón que ha caído otra vez en

poder de los huertistas.

Para finalizar, haremos un cómputo de las fuerzas y elementos de guerra conque cuenta en

la actualidad el Estado.

La División del Norte, más que División debía llamarse Cuerpo de Ejército del Norte,

pues el número de fuerzas y la cantidad de pertrechos de guerra, ya lo requieren así.

Actualmente es el ejército más potente y mejor pertrechado que tiene el

Constitucionalismo. Se divide en ocho brigadas mixtas de caballería e infantería, una de

artillería y una sanitaria, formando un total de once mil hombres.

Cuenta con cuarenta cañones de los más modernos sistemas, Saint Chaumond

Mondragón, Cannet y de Montaña y con veinticinco ametralladoras Colt y Hestch, todo ello

quitado al enemigo en la serie de batallas y combates que se han librado desde el 22 de

Febrero a la fecha.

Un automóvil blindado, hecho exprofeso en Estados Unidos, sirve para el servicio de

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exploración. E1 armamento es todo Mausser y 30 especial.

En resumen, tenemos el orgullo de decir, que el Estado de Chihuahua marcha a la

vanguardia del movimiento constitucionalista.

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Parte Cuarta

Toribio Ortega y la Brigada González Ortega

CAPITULO I.

Combate de Bermejillo.Primero y Segundo Ataque

a Gómez Palacio.

Desde la entrada del Ejército Constitucionalista a la ciudad de Chihuahua, había per-

manecido la Brigada González Ortega al mando de su digno Jefe, en la capital; pero fué por

leve tiempo, pues ofreciéndose la campaña de Chihuahua, fué la primera en salir. En esa

época contaba con 890 hombres, divididos en dos regimientos y una sección de ametralla-

doras, el primero al mando del Mayor Juárez, y el segundo al del de igual empleo, Luis Díaz

Couder. La sección de artillería estaba comandada por el Mayor Margarito Gómez. Des-

pués del asalto y toma de Ojinaga, quedó reducida a seiscientos, por las bajas y deserciones,

terminando el segundo regimiento.

De regreso a Chihuahua se dedicó el General Ortega a reorganizarla, reclutando más

gente, la cual equipo y armó. Habiéndose reunido mil doscientos hombres, los dividió en

dos regimientos de caballería y uno de artillería. Cada uno de ellos se componía de 459

plazas y el de Ametralladoras de 300.

Le dió el mando del primero al Mayor José Valles; el segundo al Mayor Julio Acosta,

y el Teniente Coronel Margarito Gómez conservó el mando de las ametralladoras.

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Habiéndose observado anteriormente algún desarreglo en la fuerza, ordenó que los

regimientos se arreglaran por escuadrones, y éstos por secciones, pelotones y escuadras,

conforme a la organización del ejército. E1 día 2 de Marzo de 1914 extendió despachos a

todos los Jefes y Oficiales de la Brigada, que fueron ratificados por el General Jefe de la

División del Norte, formando un escalafón de ellos. Estando próxima la salida para Torreón,

que se hallaba en manos de los federales, mandó traer de Estados Unidos gran cantidad de

uniformes, de monturas y municiones para ir provisto de todo.

E1 día 13 recibió orden de embarcarse otro dia, lo cual efectuó en la estación del

ferrocarril Mineral de Santa Eulalia, de donde partió como a la una de la tarde, siendo

conducida la Brigada en dos grandes trenes, que fueron a desembarcar a la estación de

Yermo, donde estaba el campamento compuesto de las Brigadas Zaragoza y Cuauhtémoc,

que días antes habían salido de Chihuahua.

Permaneció allí hasta el arribo del General Villa con su Estado Mayor. Acompañábalo

el General Angeles, quien procedente de Sonora, había venido a incorporarse a la División,

haciéndose cargo de la artillería.

Este ameritado y pundonoroso militar contaba con todas las simpatías de los solda-

dos defensores del derecho, quienes sabían perfectamente su loable y digno comportamien-

to en los sucesos de Febrero, contaban con su lealtad a toda prueba. E1 General Villa dió la

orden de movilización, y todas las brigadas se dispusieron a partir.

Nada más hermoso que aquella mañana, en que la tierra humedecida por una lluvia

que había habido en la noche, impedía que se levantara el polvo. Oíanse por doquiera los

marciales toques de los clarines y las voces de mando de la oficialidad. Pronto se perfiló en

la inmensa llanura aquella potente columna avanzar majestuosamente hacia el Sur. Ese mis-

mo día se acampó en la estación de Conejos, lugar donde sufrió la primera derrota el

tristamente célebre Pascual Orozco.

El día 20 avanzó toda la caballería, quedándose la infantería cuidando los convoyes

de trenes. En la estación de Peronal tuvieron contacto con las avanzadas del enemigo, com-

puestas del tercero de Rurales. A1 percibirlos, entusiasmados nuestros soldados, partieron a

toda velocidad a encontrarlos, y pocos instantes después, se rompe el fuego.

Los Generales Ortega y Hernández con sus Estados Mayores, marchan a la vanguar-

dia persiguiendo tenzamente al enemigo. Este huye a la desbandada en dirección a Bermejillo

Page 126: BookGralToribioOrtega.pdf

donde se hacen fuertes, pero llega la avalancha y los extermina por completo. Otra fracción

de Rurales que viene huyendo, prosigue su marcha rumbo a Gómez Palacio, y es perseguida

por nuestras tropas hasta Santa Clara. Era de verse aquella carrera desaforada a lo largo de

la vía. Desde Peronal hasta Santa Clara se veían a lo largo del camino los cadáveres de los

que habían quedado en la reyerta. De los 300 rurales que formaban la avanzada, lograron

salvarse a lo sumo 30.

Habiendo avanzado toda la División, se estableció el Cuartel General en el Vergel.

E1 día 23, conforme a las instrucciones del General en Jefe, avanzaron. El enemigo tan

pronto como ve nuestra gente, empieza a cañonear desde el cerro de La Pila y de la Casa

Blanca. Nuestra División extiéndese desde dicho punto hasta San Ignacio.

Al caer la noche efectúan el avance en tres alas, conforme a disposición del General

en Jefe de las operaciones. E1 ala derecha, formada por la Brigada Benito Juárez al mando

del General Maclovio Herrera, debía atacar por el lado del cerro de La Pila. El centro,

formado por la Brigada González Ortega, se echaría sobre los fortines que están al frente

del pueblo, apoyada por el ala izquierda, donde estaba la Brigada Zaragoza al mando del

General Eugenio Aguirre Benavides.

El General Ortega ordenó el avance de su gente y poniéndose al frente de su Estado

Mayor, se dirigió resuelto a las posiciones de la Casa Blanca.

Una espantosa descarga de fusilería se escucha. Por bocas invisibles, se escapa un

aluvión de acero. Los nuestros, sin temor a ello, prosiguen impertérritos. Ortega da ánimos

a su gente y recorriendo la línea de fuego, impulsa a sus soldados a acercarse a los fortines.

Pero el tiroteo es nutridísimo y la muerte bate sus alas por todas partes. A su lado cae de

improviso muerto el Teniente Coronel Tereso Rodríguez y más adelante, el abanderado

corre igual suerte. Nuestros heróicos y valientes soldados llegan por fin hasta los muros de

los fortines, tocando las bocas de los fusiles, pero les es imposible desalojarlos por la falta

de bombas de mano. Una espantosa y terrible carnicería se registra allí.

Los federales parapetados tras las gruesas paredes, matan a mansalva a los asaltantes,

que en número considerable y abrumador caen en tierra para no levantarse jamás. Las pér-

didas son enormes. Aquellos hombres temerarios reciben estóicamente la muerte y sus pu-

ños se crispan de indignación al verse reducidos a la impotencia. La Casa Redonda que es la

que atacan, es sencillamente inexpugnable.

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Como a las ocho de la mañana, envía el General Ortega por una ametralladora y un

fusil Rexer que dirigidos por el Teniente Coronel Margarito Gómez, es emplazada a la

fortificación, abriendo un fuego mortífero sobre ella, aunque de pocos resultados, pues to-

das las balas de dicha máquina se van a estrellar contra los muros, haciendo muy pocas

bajas a los fortificados. Toda la noche se combatió sin tregua y sin descanso.

Otro día como a la ocho, sale el enemigo de sus posiciones tomando la ofensiva

atacando a nuestra Brigada, quien no encontrando apoyo en el ala izquierda, tiene que

replegarse con grandes pérdidas, pues se ve envuelta en un gran círculo de fuego estando

flanqueada por el lado de la Jabonera, por donde debía atacar la Brigada Zaragoza. Nuestra

gente se retira a un tajo que está junto al pueblo, y allí el General Ortega con su Estado

Mayor y el segundo Regimiento al mando del Coronel Acosta, resisten valerosamente al

enemigo. Triste y desconsolador es el amanecer de este día. El rey de los astros, al ascender

majestuoso al espacio, iluminó un doloroso cuadro. La madre tierra cubierta de ensangren-

tados cadáveres que en actitudes hieráticas yacían, unos con la cerviz inclinada al suelo y

otros con la frente levantada hacia el ancho firmamento. Eran los horrores de la guerra, de

una guerra civil de hermanos contra hermanos. Contienda fatal, pero necesaria para que la

simiente de la libertad pudiera fructificar.

Antes de terminar el relato de esta jornada tan sangrienta, narraré la muerte tan subli-

me de unos soldados que supieron desaparecer del mundo de los vivos con el honor y

dignidad de los héroes: Cuando efectuóse la retirada en la mañana, quedáronse en la Casa

Redonda seis soldados de nuestra Brigada, llamados Marcelo Navarrete, Calixto Flores, y

otros cuyos nombres no recuerdo. Viéndose rodeados por todas partes de enemigos, en vez

de intimidarse se prepararon a luchar hasta morir. Los federales les intimaron rendición por

varias veces; pero ellos contestaron que jamás lo harían. Todo el día estuvieron tirando,

sosteniendo un rudo combate con un enemigo infinitamente superior, al cual hicieron nume-

rosas bajas, pues sólo uno de ellos mató catorce. A las tres de la tarde, se les acabó el

parque, y percatándose de ello el enemigo, se les echó encima, defendiéndose aun los heróicos

soldados con los palos de los rifles; pero vencidos ante la superioridad numérica, cayeron

como valientes en sus puestos.

A las 11 a.m. de ese mismo día, llegó un oficial del General Angeles, pidiendo protec-

ción para la artillería, pues ya todas las Brigadas se habían retirado. E1 General Ortega

Page 128: BookGralToribioOrtega.pdf

contestó: Dígale usted al General Angeles, que no me quedan más que unos cuantos hom-

bres: pero que no tenga cuidado, jamás lo dejaré solo, con ellos lo defenderé hasta el último

momento.

Durante el resto del día, la artillería cañoneó incesantemente a nuestras fuerzas. Una

lluvia de metralla, producida por el fuego de ráfaga caía sobre nuestras posiciones, sin que

fueran abandonadas hasta las seis de la tarde que recibió orden el General de reconcentrarse

a Vergel. E1 día 24 descansó la gente, dando pastura a la caballada.

El 25, como a las tres de la tarde, le ordenó el General en Jefe que se movilizara a

Gómez Palacio, llevando el mismo centro, apoyado por las mismas Brigadas. Rompióse el

fuego a las 8 p.m., cogiendo los nuestros gran cantidad de prisioneros y armamento y ha-

ciéndoles numerosas bajas. La posición de la Jabonera fue atacada; pero siendo una posi-

ción inexpugnable nos produjo grandes pérdidas de vidas sin resultado alguno. Allí murie-

ron los Capitanes Primeros Santa Cruz Sánchez y Jesús Rodríguez. Toda la noche se com-

batió hasta las seis de la mañana en que se retiraron hasta las fortificaciones del Tajo del día

anterior.

El General Ortega ordenó que en cadena de tiradores se extendieran a lo largo del

bordo con la consigna de no disparar un tiro hasta nueva orden. E1 26 acordó el General

Villa dar el asalto general a la plaza pero en la noche, amparados por las sombras, la evacua-

ron los federales, entrando nuestras fuerzas a ella. Su ocupación había costado sumamente

cara a nuestra Brigada, que fué la que más se distinguió en los dos ataques, teniendo más

bajas que ninguna otra Brigada. Por los partes oficiales rendidos, el número de muertos

alcanzó a cien y el de heridos a cuatrocientos. Cifra abrumadora y exorbitante, que reducía

la fuerza casi a la mitad. No obstante, fué un nuevo timbre de gloria para su denodado

General y para sus valientes soldados.

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CAPITULO II.

Movilización a San Pedrode las Colonias.

Serie de Terribles Combates.Regreso a Gómez Palacio.

Campaña de Saltillo.Viaje del General Ortega a Monterrey.

Habiendo llegado un correo al General Villa manifestándole que del lado de San

Pedro de las Colonias se aproximaba una columna de mil orozquistas a auxiliar a Velasco

que se encontraba en Torreón, dispuso que las Brigadas Hernández y González Ortega, se

dirigieran violentamente a detenerlos presentándoles batalla.

E1 día 27 salieron con esa dirección, dejando el General Ortega toda su infantería al

mando del Mayor Santos Dávila Arizpe, la cual tomó después parte en la toma de Torreón.

La columna Hernández-Ortega pernoctó esa noche en Sacramento y otro día en La Concor-

dia. E1 día 29 de Marzo llegaron a las goteras de San Pedro de las Colonias, salien-

do una avanzada de caballería del centro de la ciudad. Trabó la lucha inmediatamente con

nuestra fuerza, la cual cargó sobre el enemigo, cogiendo algunos prisioneros, y persiguién-

dolos penetraron tras ellos hasta el pueblo donde duraron toda la noche. A la una de la

mañana del día 30, estando sumamente escasos de parque, pidió e1 Coronel Ornelas ins-

trucciones al Cuartel General, el cual ordenó que se retiraran al campamento. E1 31 salieron

para San Lorenzo, donde se municionaron. El primero de Abril se regresó a la linea de

fuego.

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El General Ortega ordenó que se hiciera una retirada falsa, con el objeto de que

saliera el enemigo, y poderlo batir fuera de sus posiciones. Verificada esta maniobra, dió

buen resultado. En número bastante considerable, creyendo que los nuestros van huyendo,

salen fuera de la ciudad en nuestra persecusión: pero inmediatamente ordena el General que

se detengan todos y que volviendo a la vanguardia, carguen fuertemente sobre ellos.

El combate generalízase por todas partes y unos y otros se baten con brío. Levántase

una inmensa polvareda que producen los regimientos al marchar a galope tendido a cargar

sobre los federales. E1 enemigo no puede resistir el violento e inesperado ataque de una

fuerza que él pensaba iba de huida y empieza a retroceder precipitadamente a la población.

El Primer Regimiento al mando de1 Teniente Coronel José Valles, penetra temeraria-

mente hasta las primeras casas, peleando con gran valentía y arrojo. E1 General Urbina y

Maclovio Herrera llegan al campamento y entran desde luego en acción. Los combates se

suceden unos a otros durante todos los días, en los cuales se registran actos de valor increí-

bles por parte de nuestras fuerzas. E1 Coronel Acosta, es uno de ellos, dura con el segundo

regimiento de su mando más de cuarenta horas peleando, sin tener descanso alguno y sin

comer. En otro, pretenden quitar la artillería ligera del Teniente Coronel Margarito Gómez.

Una fuerza competente, llevando cañones, se dirige al lugar donde éste se encuentra, el cual

no se percata de ello hasta cuando ya estaban a doscientos metros de distancia.

Inmediatamente ordenó que todas las ametralladoras que eran 15 y los cuatro fusiles

Rexer, convergiendo al punto donde se aproximaba el enemigo, hicieran fuego. Una estri-

dente y confusa detonación se oye al abrir el fuego, levantándose una nube de humo y polvo

que impide ver los resultados; mas pronto disípase y se ve que el enemigo había retrocedido,

dejando abandonada la artillería que después fue recogida por ellos mismos.

Un refuerzo de gran consideración llega a los sitiados, del lado de Saltillo, consisten-

te en más de doce mil hombres, al mando de los generales Velasco, García Hidalgo y Maass,

siendo obligados los nuestros a retirarse de las orillas del pueblo; pero habiendo recibido

igualmente más tropas de refresco de Torreón, volvieron los nuestros con más intrepidez a

la carga.

En el último combate, la Brigada González Ortega ataca al Sur de San Pedro, por el

lado de las compuertas y el Camposanto, siendo tan terrible su empuje, que desconcierta

por completo al enemigo. E1 Coronel Ornelas con una fracción de fureza, quita dos ametra-

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lladoras y dos mulas de parque, las cuales son utilizadas inmediatamente.

E1 Teniente Eduardo Castañeda emplaza una de ellas y abriendo un fuego mortífero sobre

las huestes de la usurpación, las obliga a retirarse hasta el centro de la ciudad. Avanza

inmediatamente y vuelve a emplazar su máquina en la esquina de una boca-calle, donde

entabla un reñido duelo con los tiradores de las fortificaciones cercanas.

E1 día 12 llegó el General Villa a tomar el mando de la División acompañado de la

artillería y prepara el asalto final para el día 13. Extendidas en una ala gigantesca, semejan-

do un semicírculo de hierro, todas las Brigadas avanzan resueltamente a exterminar de una

vez por todas, a las legiones del Usurpador asesino: pero encuentran desocupada la plaza.

Velasco, ante el terrible descalabro sufrido en el último combate, y teniendo conocimiento

que el General Villa había llegado y continuaría dirigiendo la batalla, temiendo ser aniquila-

do completamente, optó por retirarse, lo cual hizo en un estado lamentable. Casi en comple-

ta dispersión y sumamente desorganizados.

La batalla duró doce días y es sin duda la más grande que se ha librado desde 1910

hasta la fecha. Incontables fueron las bajas que tuvieron los federales, alcanzando fabulosas

proporciones el número de muertos, heridos y prisioneros.

Solamente en uno de los combates, la Brigada González Ortega hizo doscientos cin-

cuenta prisioneros. Por parte nuestra, las pérdidas fueron de consideración, quedando en el

campo de batalla muchos de los veteranos de la revolución.

El aspecto que presentaba otro día la plaza de San Pedro, era ho-rrible. Como un

cuadro dantesco, como una descripción apocalítica, como una trágica leyenda de sangre y

de exterminio, puede calificarse aquella gigantesca lucha en que el soplo helado de la muer-

te, segó tantas vidas de seres que aún se encontraban en los albores de la juventud. Alfom-

bra funebre de cuerpos cubiertos de sangre y horriblemente mutilados se veían por las calles

de la infortunada ciudad, teatro de los sucesos. Muchos edificios estaban reducidos a es-

combros, y otros eran presa de las llamas. Notábase que por allí habia pasado la mano

devastadora del pretorianismo, sediento de sangre, de destrucción y de pillaje. Parecía que

las legiones semi-bárbaras de un Atila feroz, habían hollado aquel suelo. Las casas de la

población se encontraban cerradas, y sólo se veían transitar por las calles de la población las

patrullas de caballería de nuestras fuerzas.

El día 15 de Abril ordenó el primer Jefe, que una fuerte columna saliera a perseguir a

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los fugitivos; pero llevando éstos dos días de ventaja, no era posible darles alcance, por lo

que, habiendo llegado a la Laguna, donde tuvieron noticia que ya los derrotados estaban

lejos, regresaron a San Pedro. Pocos días después, recibió orden el General Ortega de tras-

ladarse a Gómez Palacio, donde estableció su cuartel.

Durante dos días de descanso, empleó el tiempo en reorganizar su fuerza, que había

disminuido notablemente en la sucesión de combates de Gómez Palacio y San Pedro. Envió

oficiales al Estado de Durango, a que reclutaran más gente, logrando reclutar como mil

hombres, pues con las enormes pérdidas antes dichas, su Brigada había quedado reducida a

700 hombres, de mil doscientos que tenía cuando salió de Chihuahua.

Como premio a los importantes servicios e indiscutibles méritos, obtenidos por la

oficialidad en la reciente campana, los ascendió a todos al grado inmediato, siendo ratifica-

dos sus despachos por el General en Jefe de la División del Norte. Ordenó que se diera una

gratificación de doscientos pesos a los Jefes y Oficiales y cincuenta a los individuos de

tropa.

Se aproximaba ya la campaña que iba a hacerse a Saltillo y el General en previsión de

ello, pidió al Cuartel General el parque que necesitaba para pertrechar su tropa.

E1 día 13 de Mayo recibió la orden de embarcarse otro día y salir en dirección a

Saltillo. E1 14, en un tren compuesto de cuarenta jaulas y varios carros, salimos a las cuatro

de la tarde, caminando toda la noche para arribar a Hipólito otro día. En esta estación se

hallaba el Cuartel General. Continuóse la marcha hasta Sauceda, donde el General ordenó

que desembarcara la gente.

E1 General Villa envió una comunicación oficial al General Ortega, donde le ordena-

ba que al frente de las Brigadas Villa, Morelos, Hernández y González Ortega, se dirigiera

a la estación de Zertuche, con el objeto de cortarles la retirada a los federales que se encon-

traban en Paredón e impedir que destruyeran la vía.

Después de hablar con el Jefe de la División y recibir sus instrucciones verbales, el

día 16 a las 8 de la mañana, salió del campamento con una columna de cuatro mil hombres

de caballería. Atravesó la sierra que se encuentra al frente de la estación, dirigiéndose al

lugar donde se le había ordenado, arribando el 17. Creyendo que los trenes militares de los

federales que se hallaban en Paredón, tendrían necesariamente que retroceder ante el empu-

je de la División, ordenó que levantaran los rieles de la vía a fin de que se detuvieran.

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Apenas habían terminado de efectuar dicha operación, cuando vióse avanzar un tren a toda

velocidad por el cañón de Zertuche y pocos momentos después, se distinguió otro.

Precipitadamente se posesionan nuestras fuerzas a uno y otro lado del cañón, y al

acercarse los trenes, los reciben a descargas cerradas. Una escolta que viene en ellos con-

testa el fuego, y los nuestros, descendiendo de los cerros, asaltan el convoy que se encuen-

tra detenido por los desperfectos de la vía. Pocos momentos después, aniquilada la escolta,

todo se hallaba en posesión de los asaltantes, quienes recogieron buen botín de guerra,

consistente en una gran cantidad de rifles Mausser, enteramente nuevos y un vagón repleto

de cajas de parque.

Sucede esto después del terrible descalabro que sufrieron los huertistas en Paredón;

considerando el General Ortega que la mayor parte de los derrotados deberían pasar por

allí, distribuye sus fuerzas y durante todo el día están cogiendo prisioneros, los cuales no

hacen resistencia alguna, entregándose incondicionalmente. E1 día 18 ordenó que el primer

Regimiento de la Brigada González Ortega, en combinación con la Brigada Hernández,

salieran en dirección de Ramos Arizpe, explorando el terreno e inspeccionando la vía.

E1 día 19, las avanzadas del primer Regimiento, al mando del Teniente Coronel José

Valles, se encuentra con el núcleo principal de las fuerzas huertistas, en las cercanías de

Ramos Arizpe. Al contemplar estos el reducido número que se acercaba, salieron a batirlos,

entablándose una escaramuza. Valles, en vista de la superioridad del enemigo se retira; pero

poco después vuelve con toda su gente, y auxiliado por el General Hernández, logra recha-

zarlos metiéndolos hasta sus posiciones, no sin haberles hecho algunas bajas, entre ellas un

mayor. El comandante de esa fuerza enemiga, era el dos veces traidor Pascual

Orozco, quien al tener conocimiento de que se acercaba el General Villa, se apresuró a

replegarse a Saltillo, evacuando la plaza de Ramos Arizpe, la cual fué ocupada el día 20 por

el General Ortega con el grueso de su columna.

Inmediatamente dió parte de todas sus operaciones al General en Jefe. Nombró Jefe

de las Armas en Ramos Arizpe al General Rosalío Hernández y continuá su marcha a Saltillo,

que según parte rendido por las fuerzas de la vanguardia, había sido evacuado por los fede-

rales. El día 21 hizo su entrada a la capital del Estado de Coahuila. Los pretorianos, siguien-

do su bárbara costumbre habían incendiado el Casino y otros edificios al tiempo de evacuar.

¡Hermosa civilización de los que blasonan estar a la altura de los ejércitos europeos!

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Sus inicuos procedimientos no tienen comparación ni con los cafres u otentotes del Africa.

Pocos días después de tomada la plaza, arribó el General Villa, ordenando a gran

parte de la División que se encontraba en Paredón, regresara a Gómez Palacio. El General

Ortega permaneció unos días en Saltillo, obteniendo permiso del General en Jefe, para

hacer un viaje a

Monterrey, a donde se dirigió siendo objeto de grandes atenciones por parte de los Genera-

les del Nordeste. De allí, en unión del General Pablo González, Comandante en Jefe de

dicha División, regresó a Saltillo, ordenándole al Coronel Ornelas, Jefe de su Estado Ma-

yor, que embarcara la tropa y se reconcentrara a Gómez Palacio. El atendiendo a una atenta

invitación del General Pablo González, lo acompanó a Laredo.

Encontrábase ya su Brigada en Gómez Palacio cuando se incorporó a ella. Antes de

cerrar el presente capítulo, quiero hacer algunas apreciaciones, desde la campaña efectuada

en Gómez Palacio, hasta la toma de Saltillo, por juzgarlo de suma importancia.

La ocupación de los Estado de Chihuahua, Durango y Coahuila, se debe exclusiva-

mente a la División del Norte. Cuando ésta salió de Chihuahua a emprender la reciente

campaña, estaba todo el Estado de Coahuila en completa posesión de los federales; cuando

menos, todas las poblaciones de importancia que tiene, como son: Torreón, San Pedro,

Parras, Viezca, Ramos Arizpe, Saltillo, Monclova y Piedras Negras. Todas las

fuerzas constitucionalistas, se habían retirado al Estado de Tamaulipas, quedando única-

mente los Generales Murguía y Coss, los cuales se concretaban a formar escaramuzas a los

federales, vagando por las serranías o estableciéndose en los pueblos pequeños.

La toma de Torreón decide la suerte del Estado de Coahuila y la gran batalla de San

Pedro da como resultado la toma de la plaza de Monterrey; pues hallándose los federales

más seriamente amenazados por la División del Norte, reconcentran la mayor parte de sus

fuerzas, enviándolas a San Pedro, quedando sólo débiles guarniciones en Saltillo y Monterrey.

Con la ocupación de Saltillo, toda la frontera cae en poder del Constitucionalismo.

No es mi ánimo restarle méritos en los más mínimo a la División del Nordeste.

Todos sabemos que se ha conducido con bastante heroísmo y reconocemos su impor-

tante cooperación en el actual movimiento; pero hay que decir sin ambages la verdad histó-

rica. La División del Norte figura en primera línea por la importancia de sus victorias y la

magnitud de sus batallas, en las cuales ha sabido conquistar los laureles de la gloria, merced

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a la estrategia napoleónica y al genio militar de ese humilde soldado del pueblo: FRANCIS-

CO VILLA.

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CAPITULO I I I .

Ataque y Toma de laPlaza de Zacatecas.

Parte oficial del Primero,Segundo, Tercero y Cuarto

Regimientos.

El General Ortega CaeEnfermo Durante el Sitio.

Siendo la batalla de Zacatecas una de las más importantes que se han librado y ha-

biendo tenido en ella una gran participación nuestra Brigada, para poder detallar

pormenorizadamente la parte que tuvo, intercalo el parte oficial que el Jefe de la Brigada

rindió al Cuartel General siendo dicho parte copia literal del auténtico que se encuentra en el

Detalle de la Brigada.

Da Parte Detallado

de los Combates

Hónrome de rendir a usted parte oficial de las operaciones militares efectuadas a

cabo por la Brigada de mi mando, en el ataque y toma de Zacatecas. E1 día 17 de Junio de

1914, recibí orden del Cuartel General de la División de embarcarme otro día, movilizándo-

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me rumbo al Sur, lo cual se efectuó, haciendo la travesía sin incidente alguno, arribando a la

estación de Calera, el día 19. Ordené entonces que desembarcara y permaneciese reunida la

fuerza en la misma estación hasta recibir orden de marchar al lugar del combate.

E1 día 20 recibí un oficio del General Tomás Urbina, donde me ordenaba la moviliza-

ción a las cercanías de Zacatecas, haciéndolo el día 21 en la mañana.

Después de presentarme al mencionado General y recibir sus órdenes, avancé por el

Occidente de la población, y efectuando un rodeo por las posiciones en que estaba la Briga-

da Benito Juárez del General Herrera, fuí a posesionarme del cerro de “E1 Aguila” dando

las órdenes necesarias a los Jefes de los cuatro Regimientos que componen mi Brigada, para

que entraran a la lucha. Trabado el combate, ordené al Coronel Porfirio Ornelas recorriera

toda la línea que abarcara nuestra Brigada, a fin de que hiciera cumplir fielmente las dispo-

siciones dadas. A continuación transcribo a usted los partes rendidos por los Jefes de Regi-

miento de esta Brigada, de la participación que tuvieron en tan memorable acción de armas.

Parte Oficial del

Primer Regimiento.

“Tengo la honra de poner en el superior conocimiento de usted, el parte detallado del

participio que tomó ésta de mi mando en el ataque a la plaza de Zacatecas y en las faces que

tomó el combate por el rumbo Sur que esa Superioridad me ordenó atacar.

“Salí del Rancho de la Escondida pasando al Sur de ‘E1 Orito’ como a un kilómetro

de distancia y habiendo observado ddnde estaban las posiciones del enemigo, poniéndome

de acuerdo con el Jefe del 2do. Regimiento, Coronel Julio Acosta, ordené cargara la caba-

llería sobre dichas posiciones, habiendo hecho huir al enemigo a otra posición al Cerro del

Padre. Este movimiento se efectuó, llevando el Jefe Acosta del 2do. Regimiento él a la

derecha y mi regimiento el centro y a la izquierda, verificándose ésto como a las tres y

media de la tarde. El resto del día sostuvimos las posiciones, hasta que ya queriendo cerrar

la noche fuimos reforzados por una caballería de la Brigada Natera.

“Durante la noche no hubo novedad, y en esta acción tuvimos que lamentar la pérdida

de los Sargentos primeros Biviano Muruato, Manuel García, Paulino González y Celso

Gabaldón; Cabo, Facundo Torres y soldados Felipe Moreno, Valentín Rojas, Ezequiel Nava

y Félix Martínez.

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“E1 día 22 a la salida del sol, en cumplimiento de la orden dada por esa de su digno

cargo, avanzó el Regimiento de mi mando, haciéndolo con gran actividad, habiendo quitado

al enemigo todas las posiciones dominantes por ese rumbo, quedando sólo en su poder el

fortín del Cerro del Padre. Como una hora después, destacó el enemigo una caballería como

de quinientos dragones, los cuales, nuestras fuerzas rechazaron con gran valor. La artillería

enemiga disparaba sobre nuestros soldados que con serenidad batían a la vez el fortín del

Cerro del Padre y a la caballería enemiga, así como a una infantería como de unos cuatro-

cientos cincuenta, que momentos después apareció, queriendo batir nuestro flanco derecho,

habiendo sido puestos todos en vergonzosa fuga.

“En esta acción resultaron heridos los Mayores siguientes: Ildefonso L. Sánchez,

José María Muruato y Félix Velarde. Durante el combate de este día tuvimos que lamentar

la pérdida de los valientes Oficiales Patrocinio Palacio Capitán 2do., y el Subteniente Ra-

món Villaseñor y los soldados Merced García, Urbano Salinas y Ramón Valadez.

“El día 23, en las primeras horas de la mañana, principió el enemigo a tirotear nues-

tras posiciones, no habiendo logrado desalojarnos de ellas, donde permanecimos hasta las

diez de la mañana en que nuestros soldados se dirigieron sobre las posiciones del enemigo,

cargando nuestra caballería e infantería, hasta desalojarlo de ellas. Una vez quitado el Cerro

del Padre, una de las posiciones más importantes, penetró mi fuerza a la Estación del Ferro-

carril, quitando al enemigo un cañón de grueso calibre que tenían emplazado en una plata-

forma, así como otros bagages de guerra y haciendo numerosos prisioneros.

“Durante el combate de este día, que fué el decisivo, tuvimos que lamentar la pérdida

de los individuos de tropa: Carlos Castillo, Darío Ramirez, Angel Serna, Jesús Palomares y

Timoteo Castañeda.

“Tengo el honor, mi General, de hacer a usted presentes mi subordinación y respeto.”

Constitución y Reformas

El Teniente Coronel José J. Valles

Rúbrica.

Parte Oficial

del Segundo Regimiento.

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“Tengo la honra de poner en el superior conocimiento de Ud., que habiendo llegado

el 20 de Junio a la Estación de Calera, Estado de Zacatecas, en cumplimiento a sus respeta-

bles órdenes, fui a acamparme al rancho de la Providencia, que estará distante tres millas de

la Estación, permaneciendo allí hasta el día 21 que se dió la orden de que ensillara la tropa,

tomando la dirección de donde estaba el enemigo.

“A las diez llegamos a un rancho que se llama la Escondida, donde nos distinguió el

enemigo que tenía una posición muy importante en el cerro denominado E1 Grillo, artillado

con un cañón y varias ametralladoras, las cuales empezaron inmediatamente a tirotear a

nuestras fuerzas. Cercana a este punto se encontraba la Brigada Benito Juárez que está bajo

el mando del General Maclovio Herrera, allí efectuamos un rodeo para ir a tomar posesión

frente al enemigo y tomar los primeros dispositivos de combate. En cumplimiento a una

orden suya, despaché una comisión al mando del Capitán lro. Pablo García, compuesta de

cincuenta hombres, con el objeto de que fuera a reconocer las mesas que están enfrente del

rancho de la Escondida o sea en la Mesa de El Aguila, pues se decía que por allí merodea-

ban unos individuos, con el fin de saber si era enemigo, regresando esta comisión poco

tiempo después rindiendo el parte de que no había novedad. “Continuó después

la marcha por sobre las referidas mesas marchando mi regimiento en unión del Estado Ma-

yor de la Brigada, y momentos después, percibíamos al enemigo en las Mesa de Guadalupe,

empezando a posesionarse ya de ella. Cumpliendo la orden que usted verbalmente dió a

todos los Jefes de Regimiento, ordené que el mío se desplegara en línea de tiradores y

avanzara, rompiéndose a continuación el fuego.

“Prolongóse el combate, pues el enemigo hecho fuerte en posiciones sumamente do-

minantes hizo alguna resistencia, pero a las seis de la tarde llegó un auxilio de caballería de

la Brigada Natera, habiendo una confusión, pues mi gente creyó sería enemigo, registrándo-

se un leve tiroteo sin ninguna consecuencia. En combinación con la fuerza de Natera, ataca-

mos las mesas altas de Guadalupe y del cerro de E1 Padre, logrando quitarlas después de

reñido combate.

“En la mañana del día 22, disipada la niebla que cubría los cerros, empezó a

cañonearnos la artillería que estaba emplazada en el cerro de la Bufa. Tras largo cañoneo de

ineficaces resultados, pues no nos causaba daño alguno, en vista de la imposibilidad de

desalojarnos de ese modo enviaron una columna mixta de infantería y caballería a recobrar

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las posiciones perdidas. Trabóse la lucha con encarnizamiento y la infantería enemiga logró

subir a uno de los cerros, pero fué a continuación rechazada por los nuestros, optando por

fin en retirarse.

“E1 día 23 se encontraba mi gente ya muy mal municionada por los combates de la

víspera. E1 enemigo se encontraba en unas minas viejas, desde donde nos tiroteaba

nutridamente. A las 9 a.m. se presentó el Coronel Porfirio Ornelas, Jefe del Estado Mayor

de la Brigada, con una orden del Cuartel General de la División del Norte, donde se dispo-

nía que a las 10 a.m. de ese mismo día se diera el ataque final a la plaza de Zacatecas.

Estando ya todas las Brigadas de acuerdo, una hora después, el Regimiento de mi mando, en

combinación con el del Teniente Coronel José J. Valles, bajamos el cerro para dar el ataque,

principiando con tan buena suerte que con mucha facilidad les quitamos el primer fortín,

luego el segundo, sin que hicieran gran resistencia. En éste dejaron gran cantidad de parque

de fusil y de cañón, pertrechando a mi gente de municiones, pues ya estaban sumamente

escasos de ellas. Así como provisiones de boca, las que se repartieron entre todos.

“Inmediatamente se emplazó en ese lugar una ametralladora, que empezó a batir al

enemigo que huía a la desbandada. Yo ordené que mi gente se dirigiera a la Estación del

Ferrocarril, penetrando en seguida a la población y repartiéndonos por varias calles, logra-

mos coger 11 prisioneros a los cuales mandé fusilar por comprobarse que pertenecían a los

voluntarios llamados rojos.

“El 24 de Junio, ya en plena posesión de la plaza, hice prisioneros a dos orozquistas,

llevándolos al Depósito de Tranvías donde puse mi cuartel, donde fueron pasados por las

armas. En seguida procedí a reunir los cadáveres, mandando que los incineraran, para cuyo

efecto, mandé una escolta que ayudada por varios civiles llevaron a cabo esta obra de salu-

bridad pública, autorizado para ello por el Coronel Jefe del Estado Mayor de la Brigada.

“Del Segundo Regimiento que es a mi mando, cooperaron en la toma de la plaza dos

Jefes, 22 Oficiales y 208 soldados, habiendo resultado muertos un Sargento, un Cabo y

cuatro soldados.

“Tengo el honor, mi General, de hacer a usted presente mi subordinaci6n y respeto.”

Constitución y Reformas

E1 Coronel Julio Acosta

Rúbrica

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Parte Oficial del

3er. Regimiento de Ametralladoras.

“Tengo la honra de poner en el superior conocimiento de usted, el parte detallado de

la acción de guerra librada por mi arma, en la acción de Zacatecas, durante los días 21, 22 y

23 del presente mes. El día 20 a las 10 a.m. nuestro Regimiento desembarcó en la Estación

Calera, distante 25 kilómetros de la mencionada ciudad de Zacatecas. Dicho día ya para dar

descanso a la tropa y caballada, pernoctamos en la estación antes dicha.

“El día 21 a las primeras horas de la mañana, recibí orden de esa de su digno cargo,

de emprender la marcha al campo de operaciones, lo que efectué en compañía de los Regi-

mientos de nuestra Brigada con el orden debido, pasando por las cercanías del pueblo deno-

minado Pimienta, tomando la dirección del Suroeste de la ciudad: caminamos sin novedad

hasta las 2 p.m., en que el enemigo avistó nuestra Brigada, la que recibió un nutrido fuego de

artillería procedente del cerro del Grillo, con el objeto de cortar el avance de nuestra Briga-

da, lo que no lograron, siguiendo el avance sin contestar el fuego por la distancia que nos

separaba del enemigo; dicho avance lo efectué acatando sus respetables órdenes de atacar

uno de los flancos del enemigo; la marcha siguió hasta las 3 p.m., hora en que tomamos el

primer contacto con el enemigo, que se encontraba atrincherado en las cercanías y Rancho

de El Aguila, el que fue batido con bizarría por la caballería, protegida por una sección de

ametralladoras de las de mi mando.

“La acción fue decidida en favor nuestro, a las 6 p.m., hora en que el enemigo retirábase

en completa desorganización, tomando rumbo al interior de los cerros que dan entrada a la

ciudad. Nuestra fuerza, una vez posesionada del rancho y posiciones del mencionado cerro

pernoctamos en dichas posiciones ya avanzada la hora, para dar lugar a recoger el campo

del cual unos pocos heridos fueron las bajas de nuestro Regimiento.

“El día 22, al amanecer de dicho día, emprendió la caballería de la Brigada, al igual

que mi Regimiento, la marcha, avanzando por donde retrocedieron los enemigos. No se

hizo esperar el encuentro, pues estaba atrincherado en una extensa llanura del mismo cerro

de El Aguila con vista ya a la ciudad.

“En el momento empezó el fuego por ambas partes, emplazando yo mis ametrallado-

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ras en las mejores posiciones; durante el resto de la mañana y primeras horas de la tarde,

siguió el tiroteo, retirándose al fin el enemigo palmo a palmo, hasta dejar libre el cerro, del

cual tomamos atrincheramientos.

“Ya llegada la tarde, cesó algo el fuego, debido a un fuerte temporal que hizo que

nuestro Regimiento no pudiera avanzar; durante las últimas horas, aprovechando el tiempo

de lluvia, intentó el enemigo apoderarse de nuestras posiciones, siendo rechazado cuantas

veces lo intentó por el fuego del arma de mi Regimiento; llegada ya la noche, cesó el fuego

y pernoctamos en las mismas posiciones de la tarde, pues no pude avanzar por impedirlo la

escabrosidad del terreno.

“En el rancho de E1 Aguila dejé como retén y al mismo tiempo como medida

precautoria para el caso de que intentara flanquearnos el enemigo, una ametralladora “Colt”

con su correspondiente personal. “E1 día 23 al despuntar el alba, nuestra línea

de fuego empezó desde luego a funcionar, protegiendo la infantería que lentamente, y prote-

gida por un arroyo, descendía del cerro, para avanzar sobre unas posiciones de gran defen-

sa, de nombre La Encantada, en la cual tenía emplazada el enemigo una pieza de artillería de

75 milímetros. Seguía el avance lento, pero seguro de nuestras fuerzas, cuando ordenó el

Cuartel General de la División el ataque decisivo para las diez del día; en el acto ordené,

siguiendo las disposiciones del Jefe del Estado Mayor de la Brigada, Coronel Porfirio Ornelas,

que me comunicó dicha orden, que se incorporara a la línea de fuego la ametralladora Colt

que mencioné estaba en el rancho de El Aguila, la cual una hora después empezó a funcionar

con magníficos resultados: durante el avance de la infantería, mis piezas maniobraban de

una parte a otra, según comprendía que era más necesaria la presencia de la pieza. Durante

el resto de la mañana y primeras horas de la tarde, viendo el rápido avance de la infantería y

la tenaz resistencia del enemigo en la trinchera de La Encantada, mandé se emplazara una

batería a 50 metros a retaguardia de nuestra línea de fuego.

“Fue tan acertada la maniobra, que a las 2.30 p.m. dejaban abandonada dicha posi-

ción que resistieron con nutrido fuego por varias horas. Una vez en posesión de la trinchera

emplacé en las cercanías de ella las ametralladoras nuestras. La infantería seguía el avance

rápido sobre la ciudad, pues en pocos momentos quedaron en poder nuestro la Estación y

sus alrededores en donde quedaron gran número de prisioneros; observando yo a las 4.25

p.m., que la caballería enemiga intentaba abandonar la ciudad rumbo al pueblo de Guadalupe,

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por la vereda que se encuentra en el cerro de la Bufa, ordené inmediatamente el emplaza-

miento de dos ametralladoras en la loma más cercana que pude alcanzar, funcionando en

seguida las armas, ayudadas por un retén de caballería que estaba en aquellos momentos

cercano a mis armas.

“El resultado fué de lo más brillante de la jornada; pude observar perfectamente el

estrago que causaba en las filas enemigas, el cual emprendió veloz carrera rumbo al pueblo

de Guadalupe. No terminaba de salirse toda la fuerza de la ciudad, cuando observé que

debido a las fuerzas que estaban ya de antemano destacadas para cortarles la retirada, hicie-

ron que retrocediera de vuelta el enemigo, el cual intentó treparse por la falda del Cerro de

la Bufa: mis ametralladoras, que por espacio de veinte minutos habían cesado el fuego, por

no ser necesario, empezaron de nuevo a funcionar con los mismos resultados, por lo que,

viendo ellos el estrago que les causaba mi arma, intentaron por espacio de treinta minutos

acallar mis dos ametralladoras con un nutrido fuego que arrojaron sobre ellas. Viendo lo

inútil de ello, intentaron salirse de nuevo y fueron obligados a refugiarse a espaldas del

panteón, en donde después de nutrido fuego, intentó salirse por dos veces mas, logrando por

fin romper el cerco como a las 5 p.m. por el rumbo de Guadalupe, por donde sin perder

momento, salió la caballería para alcanzarlos. Durante esta maniobra, la infantería protegi-

da por dos ametralladoras, entraba ya a la ciudad, que quedó en completo poder de nuestras

armas a las 5.35 p.m.

“Las bajas de mi Regimiento, durante el ataque y toma, son las siguientes: Muertos,

Subteniente Jesús Ortega, Sargentos Segundos, Juan Cabral y Justo Ortega y soldados

Nemecio Martínez y Jesús Rangel. Heridos: Sargento lro. Pánfilo Meñique, Sargento 2do.

José María Padilla, Cabo Pedro Aldama y soldados Félix Casanova, José Peñalva, Juan

Casanovas, Juan F. Vázques, Nicasio Montegui y José H. Padilla.

“Tengo el honor, mi General, de hacer a usted presentes mi subordinación y respeto.”

Constitución y Reformas

E1 Coronel Margarito Gómez

Parte Oficial

del 4to. Regimiento.

“Tengo la honra de poner en el superior conocimiento de usted el parte detallado de

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las operaciones llevadas a cabo los días 21, 22 y 23 de Junio en el ataque y toma de la plaza

de Zacatecas, el cual fué como sigue: El día 21 a las S a.m., se se ordenó marchar con el

Regimiento de mi mando hacia el rancho denominado Morelos, de donde seguí con la caba-

llería por haberse recibido orden de marchar violentamente, dejando la infantería al mando

del Mayor Faustino F. Flores, prosiguiendo la marcha hasta donde se encontraba la Brigada

Benito Juárez, lugar donde recibí orden de usted permaneciera hasta que se incorporara la

infantería con la caballería de mi Regimiento y como pasaba el tiempo y dicha infantería no

llegaba, ordené a un Oficial fuera a ver el motivo de la tardanza, regresando dicho Oficial, el

que me informó que por orden del General Almanza se la había ordenado al Mayor Flores

que marchara a proteger la artillería, por necesitarla en dicho lugar.

“Por las razones antes expuestas resolví marchar con la caballería, incorporándome

con mi Brigada como a las 5 p.m., que se encontraba ya combatiendo al enemigo que se

encontraba posesionado en el Cerro del Aguila, el que hacía una tenaz resistencia, por cuyo

motivo, me ordenó mi General saliera a atacar el flanco derecho del cerro, con la caballería

y una sección de ametralladoras, dando por resultado que se flanqueó al enemigo con gran

éxito, pues a las 6 p.m. nos encontrabamos en las alturas del cerro, donde llegó una caballe-

ría del General Natera, y en compañía de ella, avanzamos por sobre la altura, encontrando

poca resistencia del enemigo, pues nosotros lo batíamos por el flanco derecho y los demds

Regimientos por el frente logrando desalojarlos como a las 8 p.m. y conservando las posi-

ciones quitadas al enemigo hasta el dia siguiente.

“E1 día 22 a las 5 a.m., pudimos observar que en los crestones del cerro del Aguila

estaba coronado por las fuerzas contrarias, que después de un ligero tiroteo fueron desalo-

jadas; dejando como doce muertos en su retirada, permaneciendo en las posiciones quita-

das, sosteniendo ligeros tiroteos con los que se encontraban en el cerro del Padre y dos

posiciones que estaban en el llano de la Isabelita.

“Con motivo de haberse quitado la neblina que toda la mañana impedía ver al enemi-

go, fuimos batidos por una ráfaga de artillería procedente del cerro de la Bufa por espacio

de media hora y permaneciendo en nuestras posiciones por no tener órdenes de avanzar.

“El día 23, que se recibieron órdenes de ataque general, el cual debía efectuarse a las

10 a.m., movilicé toda mi gente a los crestones de dicho cerro, dando las órdenes respecti-

vas para que a la contraseña fijada se avanzara sobre las posiciones enemigas.

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“Al escucharse la contraseña, ordené el violento avance sobre ellas, batiéndolas con

tanta bizarría por nuestros soldados, que después de media hora de nutrido fuego había

caído en nuestro poder el primer fortín que estaba en la veta del llano de la Isabelita, el que

conservamos por espacio de una hora, siguiendo luego el avance sobre el fortín colorado

que se encontraba en los mismos llanos, el que fué también quitado con heroicidad. En ese

lugar reuní mi gente, y en compañía de los demás regimientos, se hizo el avance sobre la

estación, tomándose alli algunos prisioneros, los cuales fueron pasados por las armas perso-

nalmente por el Coronel Ortega de la Brigada Natera, siguiendo el avance sobre la plaza en

la que se libraron renidos combates en las calles, logrando rechazar al enemigo que se

replegó en el cerro de la Bufa, el que ya era atacado por todas partes.

“Los Jefes, Oficiales y tropa, se portaron valientemente, lo que igual hizo la infante-

ría, y para el superior conocimiento de usted, a continuación inserto el parte que el Mayor

Faustino F. Flores me rinde, y es como sigue:

“Día 21, habiéndome comunicado el C. Teniente Coronel Macedo-nio Aldana que el

enemigo se encontraba en actitud de avance, y que se necesitaba la infantería para tomar las

posiciones denomidas El Bote, La Purísima y otras, me ordenó que con toda la fuerza de mi

mando, avanzara sobre dicha posición del Bote, lo cual hice después de recibir también

órdenes de mi General Almanza, quien me ordenó formara dos líneas de fuego, una por

sobre la loma y la otra por un arroyo, tratando de coger a dos fuegos al enemigo.

“La línea de tiradores del costado izquierdo, o sea sobre la loma iba al mando del

Capitán Primero Lauro B. Carrillo y de los Tenientes Fernando Asúnsolo y Vicente Rodríguez.

La derecha, o sea por el Bajío, iba directamente bajo mis órdenes; después de un corto

tiroteo se tomó la posición de E1 Bote y avanzamos hasta ponernos a corta distancia de la

mina La Purísima, lugar donde se había reconcentrado el enemigo. “La infantería

que iba a las órdenes del Capitán Primero Carrillo, se colocó en tiradores protegiendo el

fuego del cerro La Sierpe y al mismo tiempo el de La Purísima, sosteniéndonos en dichas

posiciones hasta el día 23 en la mañana.

“El mismo día como a las dos y media pasado meridiano el General Almanza ordenó

que se atacara la posición La Purísima; el avance se hizo siendo la línea de tiradores com-

puesta de las armas, caballería e infantería que se encontraba a mis órdenes protegidos por

la artillería. La infantería que se encontraba a las órdenes del Capitán Carrillo avanzó bajo

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la dirección del General Almanza sobre las posiciones del Grillo. El ataque fué simultáneo,

habiendo salido victoriosas nuestras armas y entrando a la plaza como a las 5 p.m.

“Por nuestra parte tuvimos que lamentar la muerte del Capitán Primero Rutilio Blan-

co y dos Sargentos Primeros, un Segundo y 15 individuos de tropa; heridos un Capitán 2do.

un Cabo de escuadra y cinco soldados.

“Tengo la honra, mi General, de hacerle presente mi atenta consideración.”

Constitución y Reformas

Gómez Palacio,

Junio de 1914

Coronel Jefe del Regimiento

Luis Díaz Coulder

Rúbrica

Al C. General Jefe de la Brigada Presente:

“Una vez en posesión de la plaza, ordené a todos los Jefes de Regimiento acuartelaran

su fuerza, estableciendo yo el Cuartel General en la Avenida González Ortega, frente a la

estatua del insigne y ameritado General, de quien tiene la honra la Brigada de llevar su

nombre.

“Tengo el honor, mi General, de hacer a usted presente mi subordinación y respeto.

Constitución y Reformas

Zacatecas, Junio 24 de 1914

El General en Jefe de la Brigada,

Toribio Ortega

Rúbrica

Al General en Jefe,

Francisco Villa

Tal fue la participación que tuvo la Brigada González Ortega en tan importante ac-

ción de armas. Como se veré por el parte, fué de las primeras en entrar a la plaza.

El General Ortega, antes de entrar al combate, desde la salida de Gómez Palacio,

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sentíase bastante enfermo. Ya en el campo de las operaciones se agravó a tal grado, que ya

no pudo montar a caballo, recostándose entre unas rocas; pero su patriotismo era superior a

su enfermedad, y haciendo un supremo esfuerzo, se levantó el día 22 y montando en su

corcel bayo, bajó a la línea de fuego. Con el semblante cadavérico y los ojos inyectados,

minada su estructura física por el terrible mal, aquel heróico soldado, macilento, indeciso y

débil, abrasado por la fiebre, salió impávido y estóico a desafiar la muerte, llevando la

muerte encima, y aunque la terrenal materia decaía, aquella alma titánica y sublime, perma-

necía incólume conservando siempre la fe y la esperanza. Y alli, olvidándose de esa enfer-

medad que visiblemente lo mataba, en alas de su inmenso patriotismo, vuela confundiéndo-

se con sus leales: pues quiere morir a su lado.

El aluvión de acero que en ola exterminadora, arranca despiadadamente tantas vidas,

respeta la suya. La enfermedad hace estragos en su débil organismo y el esforzado paladín

sólo tiene fuerzas para llegar a la casa donde le escogieron alojamiento, donde cae en la

cama. Su energía férrea, su poderosa fuerza de voluntad, le dieron alientos para tenerse en

pie hasta el completo triunfo. Reclinado en su lecho aquel hombre notable, cuya existencia

consagró al servicio de la Patria, es ya casi un cadáver.

A pesar de encontrarse en tal estado, hace que lo levanten y lo asomen al balcón, pues

quiere ver la estatua del General Jesús González Ortega. A la vista de la efigie del famoso

héroe zacatecano, exclamó con entusiasmo: “!He ahí un gran hombre!” “Mi Brigada lleva el

nombre de ese héroe y creo que siempre ha sido digna de él, llevándolo con honra.”

Después de un momento de silencio, durante el cual la estuvo contemplando, volvió a

hablar, diciendo: “Mirad, hasta en el rostro de bronce de los héroes se conoce el genio y la

grandeza de alma. GONZALEZ ORTEGA lleva escrito en su rostro su energía y su leal-

tad”. No dijo mas y pidió que lo llevaran a la cama.

El General Villa fué a verlo y al contemplar aquel ser ya en vísperas de la agonía,

conmovióse profundamente sintiendo un dolor indecible ante el presentimiento de que tenía

que perderlo. Ortega, como se verá despues, fué el más leal de sus amigos y el más fiel de

sus subordinados. Dispuso después el General en Jefe, trasladarlo en su mismo tren

a Chihuahua, con el objeto de ponerlo en manos de las mejores celebridades médicas.

El Coronel Ornelas se quedó al mando de la Brigada, dirigiéndose a Calera donde

permaneció algunos días, embarcándose después para Gómez Palacio. Por falta de carbón,

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no pudo continuar su marcha hasta Chihuahua. E1 14 de Julio se embarcaron, y el día 16 de

Julio de 1914, llegaba la Brigada González Ortega a la capital del Estado, encontrándose el

cadáver del que había sido su fundador y digno Jefe.

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Parte Quinta

Conclusión

La Cuestión Villa-Carranza.

Después de la primera entrevista que tuvieron Don Venustiano Carranza, Primer Jefe

del Ejército Constitucionalista y el General Francisco Villa, Comandante en Jefe de la Divi-

sión del Norte, aunque las impresiones que se causaron mutuamente fueron favorables, no

faltó quien metiera la manzana de la discordia.

Los carrancistas afirman que fué del seno de la División del Norte de donde salieron

esas dificultades; pero nada más inexacto que ello, porque el grupo de Generales que la

forman se compone de hombres honrados y patriotas, que sin ambición alguna, han colabo-

rado siempre en favor de la justicia. Todos ellos son veteranos de la Revolución de 1910 y

desde esa época, siempre han estado de parte de la legalidad y su lealtad inalterable ha sido

puesta en el crisol de la prueba. Si se culpa al grupo de intelectuales que con nosotros

colaboran en su medio, por la restitución de nuestros derechos usurpados, también incurren

en un error crasísimo; porque en primer lugar, el General Villa ha tenido siempre una aver-

sión profunda a las intrigas de política y jamás permitiría que en su torno se agitaran nuevos

Maquiavelos y en segundo, porque hasta la actualidad, los hombres de letras que han estado

a nuestro lado, son individuos cuya honradez política está plenamente comprobada y sus

esfuerzos han sido siempre de unión y de concordia, como lo son: el licenciado Federico

González Garza, Manuel Bonillas y otros.

Tanto los militares como los civiles, tienen antecedentes que acreditan su buena con-

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ducta, ostentando con orgullo, su nombre sin mácula en su vida de hombres públicos. Bas-

tante conocidos son de todo mundo, pues habiendo representado un papel importante desde

la época del señor Madero, sus acciones fueron del dominio público, y jamás se supo estu-

vieran envueltos en ninguna intriga política.

La verdad desnuda es, que de donde partieron esas disensiones, fué un grupo de

noveles políticos, que a última hora han venido a figurar como notabilidades (?) en la mar-

cha de nuestros acontecimientos y de los cuales no tenemos referencias algunas que los

recomienden, sino al contrario, existen pruebas de su proceder muy poco digno. Estos fue-

ron los que nos orillaron a un conflicto que habría resultado de funestas consecuencias, y

tales sujetos no se encuentran en la División del Norte.

No queriendo hacer ninguna apreciación directa, que ya la historia dirá en lo futuro,

quiénes son los verdaderos culpables, me concreto a relatar fiel y verídicamente lo aconte-

cido, dedicándome con más particularidad a la parte que tuvo en dicha cuestión mi biografiado.

Después de la toma de Saltillo, cuando el General Ortega fué a Saltillo, tuvo ocasión

de notar los primeros síntomas de aquella escisión. Con varios Jefes, con quienes tuvo la

oportunidad de hablar, pudo saber que se consideraba al General Villa como un elemento

malo, al cual era del todo necesario separar. Habían hecho circular el rumor de que e1

General Villa pretendía imponerse, aspirando a la supremacía del mando. EI Ge-

neral Ortega, al conversar en cierta ocasión con uno de ellos, que era Jefe de alto rango,

tomó con apasionamiento la defensa del General en Jefe de la División del Norte y con

argumentos sólidos, de una lógica incontestable, los convenció, por el momento al menos,

de la honradez política y lealtad a toda prueba del valiente militar, a quien la envidia perse-

guía con saña.

De vuelta a Gómez Palacio, un día, al ir a visitar al General Villa para tratar un asunto

relativo a su Brigada, lo encontró en un estado lamentable de ánimo. Hallábase en uno de

esos momentos en que los grandes hombres, tienen sus debilidades y desalientos ante Ios

terribles confictos de la vida. Horas fatales en que el alma pierde la serenidad y energía y

entra en un estado de postración indecible y a las cuales no se han podido sustraer los genios

porque son los momentos de prueba en su grandeza. Napoleón, el genio roilitar más grande

que han visto los siglos, se veía frecuentemente abatido por esos momentos de insólita

tristeza.

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Al interrogarle el General Ortega qué profunda obsesión lo tenía pensativo, le mani-

festó que el Primer Jefe del Ejército Constitucionalista, sugestionado por la camarilla de

intrigantes que lo rodeaban, empezaba ya a obrar contra la División del Norte, a la cual

pretendía fraccionar, mandando una parte a las órdenes del General Natera, para que coope-

rara al ataque de Zacatecas, otra a incorporarse a la División del Noroeste y por último, lo

que restara obraría a sus órdenes.

Ortega, al escuchar esto, le dijo con una energía propia de su temperamento: “No se

apure, mi General, aquí estamos nosotros como siempre, de su parte, y nunca permitiremos

el que se lleve a cabo tamaña injusticia, el postergarlo en cambio de los inmensos servicios

que ha prestado”; y prosiguió discutiendo con calor el asunto.

Cuando salió de allí, una idea fija le obsesionaba. Ante 1a perspectiva de la supresión

de la heróica División del Norte que tantos laureles había conquistado en el campo de

batalla y al considerar que el hombre insigne que había sido el alma y cerebro de ella iba a

ser nulificado, su noble corazón gimió de tristeza y su alma ardió de indignación. No obstan-

te, no queriendo creer que el señor Carranza obraría así, pues siempre lo había considerado

como una persona sensata y competente digna del lugar que ocupaba, determinó escribirle

tratándole de dicho asunto. He aquí la carta que le dirigió:

Gómez Palacio

Junio 10 de 1914

Sr. don Venustiano Carranza

Saltillo, Coah.

Respetable señor:

Con la sinceridad del que dice lo que siente, con la franqueza característica de los de

mi raza, me permito dirigirme a usted para hablarle de un asunto de gran trascendencia, de

vital importancia para nuestra Patria y la sacrosanta causa por que luchamos en esta época

en que está por definirse su porvenir.

Por varias líneas de información ha llegado a mi conocimiento, que varias personas

interesadas en ello, tratan de formar una mala atmósfera en su torno, respecto a la persona-

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lidad del General Francisco Villa, haciéndolo aparecer como un ambicioso que pretende la

supremacía en el actual movimiento.

Mi General: seis días antes de que se escucharan en la heróica ciudad de Puebla, las

detonaciones de una lucha por la libertad: seis días antes de que el mártir Serdán desafiara al

Dictador, el 14 de Noviembre de 1910 al frente de un puñado de hombres, sin más elemen-

tos que mi inmensa fe en la Justicia, me lancé al campo de batalla, retando en duelo a muerte

a la tiranía. A la vista de tanta iniquidad, acumulada por un Gobierno infame, a la contem-

plación del triste espectáculo que presentaba nuestra raza vejada y envilecida, juré ante el

ara sacrosanta de la Patria, luchar siempre por su honor y su libertad. Cuatro años han

transcurrido, y sin alegar otros méritos de que carezco, sólo puedo sentir una satisfacción y

un orgullo que me basta, el haber sido leal. Ni el cohecho, ni la insinuación, ni los ofreci-

mientos, ni las intrigas, han hecho vacilar un momento mi convicción y siempre mi espada

ha estado de parte de la Justicia, y siempre mis esfuerzos se han dirigido a la Libertad. Por

lo tanto, mi General, un rudo e inculto luchador, sin ostentar más blasbn que su inquebran-

table lealtad, viene a hablarle con el corazón en la mano, con la esperanza de ser creído,

pues no puede mentir quien siempre ha estado de parte del honor y la legalidad.

E1 insigne y patriota General Villa, como todos los grandes hombres que merced a su es-

fuerzo personal han logrado elevarse, siempre ha sido el blanco de la calumnia y la difama-

ción, no tan sólo entre sus enemigos políticos; sino aun entre sus mismos correligionarios.

Gente hay que no le perdona, con aquel patriotismo imperdonable, sus esfuerzos titánicos

en pro del Pueblo de quien forma parte, y sus glorias militares producto de un genio que sólo

la naturaleza lo dá. Y en esa continua y perpetua lucha, entre el fragor del combate y las

envidiosas disensiones de los suyos, este hombre admirable ha sabido conservar la sereni-

dad, energía y buen criterio para contrarrestarlo todo. Esa alma gigante, amargada con todos

los sinsabores de la vida, por las más tristes decepciones, jamás ha caído en desaliento, y ni

el furor inaudito de sus contrarios, ni la ingratitud de los suyos, han hecho vacilar su corazón

de acero, ni cambiar nunca su convicción granítica.

Como le he dicho antes, mi General, he de hablar con toda la franqueza peculiar en mi

modo de ser. En mi carta no hallará usted las frases ni los términos de un hombre ilustrado

y culto; sino la sincera expresión de la verdad con que un soldado debe hablar.

Al movilizarme yo de Ojinaga con mis fuerzas, a incorporarme al General Villa obe-

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deciendo sus órdenes, llevaba hasta cierto punto las prevenciones que muchos infundadamente

abrigan, sugestionado por la maledicencia que siempre ha perseguido a ese paladín que sólo

bienes ha hecho a su Patria. Pintábanlo enemigos y repito aun, hasta compañeros de armas

con los más negros colores. Llego a él, y su sola vista bastó para desvanecerlo todo. Des-

pués, en el transcurso del tiempo que he andado y combatido a su lado, he podido apreciar

detenidamente las grandes virtudes cívicas de este humilde hijo del pueblo, llegando a esta

conclusión: EL GENERAL VILLA ES UN PATRIOTA.

No es mi intención el declararlo perfecto en el sentido extenso de la palabra, puede

existir en é1 algún defecto, pues que la perfección no existe en los humanos: pero ese

defecto, si lo hay, queda opacado por las relevantes cualidades y acciones meritísimas con

que se ha distinguido. ¿El General Villa es un ambicioso? No lo creo y puedo afirmar que,

no lo es.

Su ambición estriba en ver a su Patria libre de déspotas y tiranos, en verla grande y

progresista, en romper las cadenas que el convencionalismo de los miserables le han forja-

do. ¿Ambición personal? Ninguna. Hoy es Jefe de la División del Norte, empleo que con sus

méritos y hazañas militares se ha conquistado, mañana, será un simple ciudadano. A1 reco-

rrer la historia de este insigne patriota, no puede uno menos que admirarse y sintir cariño por

el incansable luchador que fiel a sus ideales, jamás se ha doblegado al enemigo, siendo el

más terrible flagelo que ha azotado las espaldas de los traidores. En el actual movimiento,

cruza el Bravo con unos cuantos soldados, y merced a su pasmosa actividad, a su innegable

pericia, reúne legiones de valientes que enarbolan el estandarte de la victoria en todas par-

tes, formando el Ejército más poderoso del Constitucionalismo y culminando su figura como

el General de mas renombre; pero los laureles y la gloria conquistados en la lucha, no

ofuscan su cerebro ni envanecen su corazón. El héroe es el mismo. Siempre humilde, siem-

pre sencillo y sin ambiciones bastardas.

Su lema es: TODA POR LA PATRIA Y PARA LA PATRIA, y jamás sacrificaría, en

aras de su ambición personal, su caros intereses.

Su lealtad ha sido puesta en el crisol de la prueba y ha salido como el oro, más brillante:

porque siempre será el fiel esclavo del deber, el soldado leal de la República y el noble

campeón de la libertad. Y en 1910, postergado por la falsa fama del infidente Orozco, y en

1912 al borde del patíbulo, llevado por el traidor Huerta y en las mazmorras de Santiago

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Tlaltelolco olvidado por el senor Madero; y en 1914 perseguido por la envidia y la difama-

ción, Francisco Villa, será el mismo: la personificación de la lealtad, el fiel sostén de las

instituciones legítimas.

No soy ni he sido nunca personalista. Jamás he sacrificado mis convicciones por una perso-

nalidad, y en el improbable caso de que eI General Villa, hiciera lo que pretenden sus

difamadores, sería el primero en protestar de ello, sabiendo conducirme como me dictara mi

conciencia de honrado y de patriota: pero plenamente convencido de lo contrario, habiendo

comprobado de una manera que no deja lugar a dudas sus intenciones leales y su profunda

subordinación y acato a los que representan la causa y legalidad por las que é1 lucha y

teniendo el convencimiento de que es, el más acreedor y digno por sus méritos entre todos

nosotros, vería con profundo sentimiento (y como yo la mayoría de Generales que forman

esta División) que se le postergara por otro. Pero tengo la íntima satisfacción de decir que

dado el buen criterio y reposado juicio que distinguen a usted, puedo asegurar que no dando

oidos a versiones infundadas, sabrá hacer justicia a quien la tenga.

Si alguno de nosotros, extralimitándose de sus funciones ha delinquido tornándose en

culpable, tiempo vendrá en que tengamos que depurar nuestra conducta, dando cuenta de

nuestras acciones. Hoy, en la actual época, dadas las circunstancias en que nos encontra-

mos, promover disensiones, es nada menos que dividir nuestro partido, cuyos resultados

serían funestísimos.

Una vez por todas, declaramos alta y terminantemente, que siempre obedeceremos a

quien represente la legalidad de nuestra causa y siendo Ud. el Primer Jefe del movimiento,

le garantizo que el General Villa es, ha sido y será el primero y más fiel de sus subordinados.

Suplicándole atentamente me dispense haya distraido su atención con mi extensa

carta, tengo el honor, mi General, de hacer a usted presentes mi subordinación y respeto.

Toribio Ortega

Rúbrica.

Jamás recibió contestación alguna de la anterior carta y cuando ya se verificó el

rompimiento, recibió una carta del General Francisco Coss, donde le preguntaba el por qué

de esas dificultades, a la cual contestó de esta manera:

Zacatecas

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Junio 27 de 1914

Sr. General don Francisco Coss,

Saltillo, Coah.

Estimado compañero y fino amigo:

Con verdadera satisfacción me enteré de su atenta carta fecha 18 del corriente mes,

en la cual se ve el patriotismo y buena fe de un hombre honrado, y como a tal, voy a usted a

informar pormenorizadamente de todo lo que ha pasado y está pasando.

Cuatro años hace que con las armas en la mano lanzamos un grito de guerra contra el

tirano dictador. Desde esa época hemos seguido combatiendo por la misma causa, defen-

diendo el mismo ideal, sin que nadie pueda arrojarnos a la cara el dictado de traidores. La

eterna lucha que hemos sostenido por derrocar tiranías y no admitir dictadores, no queremos

que se renueve, cuando aun no llegamos a la consumación de nuestra obra.

Después del cuartelazo de Febrero, cuando en los Estado fronterizos empezaron a

verificarse levantamientos en contra de los asesinos de la Metrópoli, reconocimos como

Jefe Supremo de nuestro Ejército al Gobernador de Coahuila, quien fué el primero en des-

conocer oficialmente al militar usurpador, juzgando encontrar en é1 centro de unión de

todos nosotros. A1 principio, las cosas caminaron bien: pero sucede que la División del

Norte, al mando del digno y ameritado General Villa distínguese por su actividad y las

importantes victorias que consigue, formándose el más potente ejército con que cuenta el

Constitucionalismo. Una facción de esas que están destinadas para causar la ruina de nues-

tra Patria, rodea al señor Carranza y le sugiere la idea que el General Villa pretende la

supremacía, eliminándolo. Nada más inexacto. Aquellos que hemos luchado a su lado y que

lo conocemos, sabemos perfectamente que en ese luchador incansable no hay más ambición

que ver libre a su Patria de enemigos y traidores. Principian entonces las dificultades. Los

laureles conquistados en el campo de batalla por el guerrillero fronterizo, son el blanco de la

envidia. El Primer Jefe pretende dividir la División del Norte, fraccionándola en varias

partes, sin causa alguna que justifique tal determinación y todos los Generales y Jefes de las

Brigadas que la componen, nos oponemos a ello, porque si el General Villa nos ha guiado

siempre al triunfo, si juntos hemos compartido los azares de la guerra, si merced a su pericia

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y aptitud llegamos a estado en que estamos, sería ingratitud monstruosa, querer postergarlo

en pago de sus meritorios servicios. ¿Qué diría usted, por ejemplo, si por el hecho de que la

Brigada de su mando se hubiera distinguido más que las otras que operan en esa región,

pretendiesen fraccionársela, quitándolo a usted de jefe de ella? En idéntico caso nos encon-

tramos nosotros.

Con bastante pena hemos venido observando la conducta y contrario sistema del

señor Carranza, por doquiera que ha pasado, en las partes que ha estado, ha sembrado la

discordia y la desunión. Llega a Sonora y Sinaloa y poco tiempo después surgen dos parti-

dos, antagónicos. Si entre nosotros no ha sucedido eso, es porque todos estamos unidos y

animados de un mismo ideal. Hay más aun, de todos los medios imaginables se ha valido

para ponernos estorbos y obstáculos a fin de perjudicar nuestras operaciones. En Washing-

ton, los enviados del General Villa han encontrado dificultades innumerables para sacar el

parque, dificultades que Zubaran, el representante de Carranza ha creado, como lo podemos

justificar con documentos y comprobantes que poseemos y que si no hemos dado a la publi-

cidad, es por tratarse de una cosa de mas importancia, que es la causa por que luchamos, y

no queremos dar el triste espectáculo a las naciones extranjeras de nuestras disensiones,

cuando aun no logramos el completo triunfo. Hoy (cuando aun no acabamos de celebrar el

triunfo de Zacatecas), recibimos la infausta noticia de que no podemos ya recibir ni dinero

ni carbón, imposibilitándonos seguir adelante exterminando al enemigo. ¿Cree usted de

justicia esto?

Compañero: hago un llamamiento a su patriotismo y al de todos los demás

correligionarios para que analicen detenidamente la cuestión, y vean dónde está la razón y la

justicia. Nosotros no tenemos ambiciones ni queremos nada, lo que deseamos es que no se

nos pongan trabas para luchar contra el enemigo, ni se pretenda desunirnos, porque si reuni-

dos hemos alcanzado siempre la victoria, quizá fraccionados no sería igual, y mucho menos

quitarnos al que ha sido el genio de esas victorias y la alma de esta gloriosa División, cuya

bandera jamás se ha arreado ante las huestes enemigas.

El personalismo es el peor enemigo que podemos tener ahora, el que podría vencer-

nos mejor que las legiones de Huerta, nosotros no somos personalistas. Si viéramos que el

General Villa pretendía usurpar un poder que no le pertenece, seríamos los primeros en

eliminarlo: pero conocemos su abnegación y desinterés, y sabemos que no aspira más que a

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libertar a su Patria. Que por sus glorias que pregona la fama en todas partes, culmina ahora

como una de las principales figuras de nuestro país: pero eso no cambia un ápice a ese

hombre humilde, que una vez conseguido el triunfo, volverá al pueblo de donde proviene,

como un simple ciudadano.

Estamos dispuestos a entrar en conferencias para llegar a un acuerdo, y vaticinamos

un feliz resultado, porque creemos que el bien de la Patria debe sobreponerse a todo.

Con expresiones de amistad a los dignos Jefe y Oficiales de su Estado Mayor, y

haciéndole a usted presente mi estimación y recuerdos, me repito afmo. atto. amigo y com-

pañero.

El General Brigadier

Toribio Ortega

Rúbrica.

Después de enviar la anterior carta, se propuso hacer una reunión donde estuvieran

presentes todos los Generales de la División del Norte, con el objeto de discutir acerca de la

situación y formular un escrito donde se hacía la solicitud del ascenso a General de Division

del General de Brigada Francisco Villa. Con tal objeto, los invitó a todos a un banquete que

tuvo su verificativo en el Hotel América. A las nueve hallábanse ya reunidos y en la hora de

los brindis, levantóse el General Ortega, y con voz enérgica y vibrante habló a sus compañe-

ros de armas, manifestándoles el objeto de la reunión. A1 tratar el asunto se enardece visi-

blemente, y los íntimos sentimientos de su corazón van descubriéndose en la expresión de

sus frases. Su voz tiene el acento de la indignación, y sus palabras deslízanse enérgicas

vituperando a los que laboran en contra de los caros intereses de la Patria. Después dedica

encomiásticas frases de elogio a la División del Norte, y termina pidiendo el parecer de los

demás. Algunos otros oradores a nombre de varios Jefes toman la palabra y emiten su opi-

nión que están también de acuerdo. El General Eugenio Aguirre Benavides, en su elocuente

y expresiva alocución; dice: “Hay que imitar a los grandes hombres de la Revolución Fran-

cesa. Al obtener el triunfo, formaremos una Convención integrada por todos los Generales

del Ejército Constitucionalista, la cual elegirá a un Supremo Jefe a quien se pueda decir:

Sólo eres igual a cualquiera de nosotros: pero todos reunidos, somos más que tú, y en tal

caso, podremos obligarlo a cumplir con su deber y exigirle responsabilidades”.

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Quedaron todos de acuerdo en firmar la solicitud de ascenso y enviar una comisión

especial para que fuera a llevarla a Saltillo al Primer Jefe. Salió ésta en efecto, y no se sabía

aun el resultado que hubiera tenido cuando nuevas complicaciones vinieron a agriar más los

ánimos.

Los agentes que tenía el General Villa en Estados Unidos con el fin de que agenciaran el

parque para la División, tropezaron con múltiples dificultades para verificarlo, todas ellas

creadas por Zubaran, Breceda y otros regresentantes del señor Carranza en dicho país.

La tirantez de las relaciones llegó a su grado máximo por lo que reuniéndose de nuevo todos

los Generales Jefes de Brigada, envían un enérgico telegrama al señor Carranza, donde le

manifiestan de una manera categórica, que no reconocerán más Jefe de la División del

Norte, que al General Francisco Villa, y determinan finalmente marchar sobre Zacatecas a

combatir al enemigo, haciendo caso omiso de las dificultades.

La comisión enviada a Saltillo, regresó antes de la marcha a Zacatecas, manifestando

que e1 Primer Jefe había resuelto contestar por escrito a su solicitud.

Después de la toma de Zacatecas, cuando el General Villa se disponía a seguir su

marcha triunfal al Sur, atacando a Aguascalientes, se recibe la infausta nueva de que no

dejan pasar carbón por orden del Primer Jefe, sin el cual; es del todo imposible continuar el

avance.

Determina entonces el General en Jefe que empiecen las Brigadas a retroceder, que-

dándose unas en Torreón, y pasándose otras hasta Chihuahua. E1 día 26 de Junio reciben los

Jefes de Brigadas de la División del Norte una comunicación donde son invitados a celebrar

una conferencia, con el objeto de llegar a un arreglo. Dicha comunicación está firmada por

los Generales Pablo González, Cesáreo Castro, Antonio I. Villarreal, Ernesto Santos Coy,

Francisco Murguía, Francisco Coss, Andrés Saucedo, P.H. de la Garza, Ignacio Ramos,

Teodoro Elizondo, Jesés Dávila Sánchez, Severiano Rodríguez y Francisco Cosío Robelo,

la cual fué contestada por los nuestros con un telegrama de enterado.

El General Ortega, que ya estaba sumamente enfermo, manifestó mucho regocijo al

recibir dicha comunicación, manifestando sus deseos de que se verificaran cuanto antes las

conferencias, pues lo que é1 quería era el bienestar de la Patria. Ya en sus últimos días,

cuando estaba agonizando, preguntó una vez que si ya se habían arreglado el General Villa

y el General Carranza.

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A no caber duda, el General Ortega fué el punto de unión en este asunto para que los

demás sostuvieran los derechos de nuestra querida División.

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Parte Sexta

Epílogo

Agonía y Muerte de un Patriota.

En la Quinta que se encuentra en la esquina de la Avenida Independencia y Paseo

Bolívar de la ciudad de Chihuahua, rodeado de su familia, agonizaba en su lecho mortuorio,

el patriota y ameritado General Toribio Ortega. La ciencia se había declarado impotente

para combatir el mal. Cuantos esfuerzos se hicieron, resultaron infructuosos. Tres eminen-

cias médicas lo atendían con sumo esmero, los doctores Garza Cárdenas, Leandro Gutiérrez

y Molinar y Rey. Todo en vano, la muerte había cogido su presa y no quería soltarla.

Desde el día 14 entró en una agonía lenta, dolorosa e interminable, siendo acometido

con frecuencia por accesos terribles en los cuales deliraba, dando órdenes a sus Oficiales

cual si estuviera en el campo de batalla.

Un día preguntó que dónde iba ya su querida División del Norte, y al contestarle que

estaba ya en la Capital de la República, aquel hombre todo abnegación y patriotismo, lloró

de entusiasmo.

En otra ocasión, sentándose sobre el lecho, les dijo a dos de sus oficiales que estaban

a su lado: Formen la infantería para pasarle revista, para darles armas y ropa que ya no

tienen. A pocos momentos, entró al aposento el Capitán Eduardo Castañeda y encarándose

con é1, le dijo: ¿Por qué no ha rendido usted el parte de novedades? ¿Ya cumplió usted con

la comisión que le di, de fusilar a aquel traidor?

Todas estas expresiones que en si no tenían significación alguna puesto que a nadie se

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dirigían, eran producto de su imaginación calenturienta; pero denotaban en aquel ser que

estaba tan cerca de la muerte, su espíritu netamente militar y una obsesión constante de los

asuntos de su Patria.

La vispera de su muerte, llegó el Coronel Ornelas, Jefe de su Estado Mayor y al ir a

saludarle, le encontró en un estado de postración indecible. Su voz era débil y entrecortada

y apenas perceptible. Hizo una seña con los ojos al Coronel para que se sentara a su lado, y

al manifestarle que había arribado con una parte de la fuerza, le contestó: Dígales a los

muchachos que no voy a verlos, porque no puedo ya levantarme, pero usted les saluda de mi

parte.

Después de un instante de silencio como para cobrar nuevas fuerzas, le dijo: Usted

debe venir muy cansado, vaya a acostarse: pero conti-nuando allí el Coronel, volvió a insis-

tir en que fuera a reposar.

Otro día, al ver de nuevo al Coronel Ornelas, encontrándose ya en los últimos mo-

mentos de su vida, haciendo un esfuerzo sobrehumano, fijando en él su mirada moribunda,

levantando la mano derecha y poniéndosela sobre el hombro, exclamó: “No se realizaron al

fin mis deseos. E1 llegar a allá”, y señaló al Sur. Fueron sus últimas palabras.

El día 16 de Julio de 1914, a las diez y tres cuartos de la mañana, la alma del ilustre

patriota voló a las regiones de la otra vida. La Patria se cubrió de luto a la pérdida de uno de

sus hijos predilectos y sus valientes soldados y sus compañeros de armas, lloraron sobre los

restos del que había sido honra y prez de una raza heróica de valientes. Moría a los 44 años

de edad, dejando una numerosa familia en la orfandad, sin más patrimonio y herencia que un

nombre inmaculado. Toda su vida fué un dechado de honradez y al morir dejó a los suyos

casi en la miseria, sin más esperanza que la del Gobierno Constitucional por quien se había

sacrificado.

Todo el día estuvieron haciendo guardia junto al cadáver los Jefes y Oficialidad de su

Estado Mayor y por la noche, una comisión integrada por oficialidad de distintas Brigadas

se estuvo relevando. Se recibieron coronas de varias familias particulares y de Jefes y auto-

ridades civiles.

El Coronel Manuel Mandinaveytia Jefe del Estado Mayor General, pidió a la familia

del ilustre finado que le concediera el que la caja mortuoria y gastos de entierro fueran a

cuenta del Estado Mayor de la División, lo cual le fué concedido.

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El día 17 se verificó el sepelio, haciendo los honores de ordenanza la Brigada González

Ortega. La Brigada Angeles formó una valla de honor desde la puerta de la quinta hasta el

panteón de la Regla. Abría la procesión una banda de clarines y la banda de música de la

Brigada Villa, siguiendo el Estado Mayor del extinto General, el cual escoltaba la carroza

fúnebre. Seguía el Gobernador del Estado y otros Generales y Jefes, viniendo atrás varias

comisiones de sociedades y clubs.

Al verificarse el entierro, el Teniente Coronel Cervantes de la Brigada Angeles, en un

sentido y elocuente discurso, hizo el panegírico del ya muerto General.

La pérdida ha sido grande. Toribio Ortega, el patriota ciudadano, el valiente militar,

no pertenece ya al mundo de los vivos. Tendió el vuelo a las mansiones de lo infinito a

reunirse con los sublimes mártires qua en esta lucha épica han dado su sangre por la Patria,

Madero, Pino Suárez y Abraham González, deben haber acogido con infinita ternura al

noble entre los nobles, al gran patriota cuya existencia fue una continua y prolongada lucha

contra la injusticia y la tiranía. Y la historia excelsa, premiadora de las grandes virtudes,

recoge su nombre e inscribiéndolo en los fastos más gloriosos, lo inmortaliza.

FIN DE LA OBRA