Borges, Jorge Luis - Ficciones - Libro

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F ICCIONES Jorge Luis Borges (1944)

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literatura argentina

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  • FICCIONES

    Jorge Luis Borges

    (1944)

  • NDICE

    ndice . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 2

    I EL JARDN DE SENDEROS QUE SE BIFURCAN 3Prlogo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 4Tln, Uqbar, Orbis Tertius . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 5

    I . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 5II . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 7

    Pierre Menard, autor del Quijote . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 18Las ruinas circulares . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 26La lotera en Babilonia . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 31Examen de la obra de Herbert Quain . . . . . . . . . . . . . . . . . 37La biblioteca de Babel . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 42El jardn de senderos que se bifurcan . . . . . . . . . . . . . . . . . 49

    II ARTIFICIOS 58Prlogo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 59Funes el memorioso . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 60La forma de la espada . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 67Tema del traidor y del hroe . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 72La muerte y la brjula . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 76El milagro secreto . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 86Tres versiones de Judas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 92El fin . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 97La secta del Fnix . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 100El Sur . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 103

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  • IEL JARDN DE SENDEROS QUE SEBIFURCAN(1941)

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  • PRLOGO

    Las siete piezas de este libro no requieren mayor elucidacin. La sptima (Eljardn de senderos que se bifurcan) es policial; sus lectores asistirn a la eje-cucin y a todos los preliminares de un crimen, cuyo propsito no ignoran peroque no comprendern, me parece, hasta el ltimo prrafo. Las otras son fants-ticas; una La lotera de Babilonia no es del todo inocente de simbolismo.No soy el primer autor de la narracin La biblioteca de Babel; los curiososde su historia y de su prehistoria pueden interrogar cierta pgina del nmero59 de SUR, que registra los nombres heterogneos de Leucepio y de Lasswitz,de Lewis Carrol y de Aristteles. En Las ruinas circulares todo es irreal; enPierre Menard, autor del Quijote lo es el destino que su protagonista se im-pone. La nmina de escritos que le atribuyo no es demasiado divertida pero no esarbitraria; es un diagrama de su historia mental...

    Desvaro laborioso y empobrecedor el de componer vastos libros; el de expla-yar en quinientas pginas una idea cuya perfecta exposicin oral cabe en pocosminutos. Mejor procedimiento es simular que esos libros ya existen y ofrecer suresumen, un comentario. As procedi Carlyle en Sartor Resartus; as Butleren The Fair Haven; obras que tienen la imperfeccin de ser libros tambin, nomenos tautolgicos que los otros. Ms razonable, ms inepto, ms haragn, hepreferido la escritura de notas sobre libros imaginarios. stas son Tln, Uqbar,Orbis Tertius y el Examen de la obra de Herbert Quain.

    J.L.B.

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  • TLN, UQBAR, ORBIS TERTIUS

    I

    Debo a la conjuncin de un espejo y de una enciclopedia el descubri-miento de Uqbar. El espejo inquietaba el fondo de un corredor en unaquinta de la calle Gaona, en Ramos Meja; la enciclopedia falazmente sellama The Anglo-American Cyclopaedia (New York, 1917) y es una reimpre-sin literal, pero tambin morosa, de la Encyclopaedia Britannica de 1902.El hecho se produjo har unos cinco aos. Bioy Casares haba cenado con-migo esa noche y nos demor una vasta polmica sobre la ejecucin deuna novela en primera persona, cuyo narrador omitiera o desfigurara loshechos e incurriera en diversas contradicciones, que permitieran a unospocos lectores a muy pocos lectores la adivinacin de una realidadatroz o banal. Desde el fondo remoto del corredor, el espejo nos acechaba.Descubrimos (en la alta noche ese descubrimiento es inevitable) que losespejos tienen algo monstruoso. Entonces Bioy Casares record que unode los heresiarcas de Uqbar haba declarado que los espejos y la cpulason abominables, porque multiplican el nmero de los hombres. Le pre-gunt el origen de esa memorable sentencia y me contest que The Anglo-American Cyclopaedia la registraba, en su artculo sobre Uqbar. La quinta(que habamos alquilado amueblada) posea un ejemplar de esa obra. Enlas ltimas pginas del volumen XLVI dimos con un artculo sobre Upsa-la; en las primeras del XLVII, con uno sobre Ural-Altaic Languages, peroni una palabra sobre Uqbar. Bioy, un poco azorado, interrog los tomosdel ndice. Agot en vano todas las lecciones imaginables: Ukbar, Ucbar,Ookbar, Oukbahr... Antes de irse, me dijo que era una regin del Irak odel Asia Menor. Confieso que asent con alguna incomodidad. Conjeturque ese pas indocumentado y ese heresiarca annimo eran una ficcinimprovisada por la modestia de Bioy para justificar una frase. El examenestril de uno de los atlas de Justus Perthes fortaleci mi duda.

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    Al da siguiente, Bioyme llam desde Buenos Aires. Me dijo que tenaa la vista el artculo sobre Uqbar, en el volumen XXVI de la Enciclopedia.No constaba el nombre del heresiarca, pero s la noticia de su doctrina,formulada en palabras casi idnticas a las repetidas por l, aunque talvez literariamente inferiores. l haba recordado: Copulation and mirrorsare abominable. El texto de la Enciclopedia deca: Para uno de esos gnsticos,el visible universo era una ilusin o (ms precisamente) un sofisma. Los espejosy la paternidad son abominables (mirrors and fatherhood are abominable)porque lo multiplican y lo divulgan. Le dije, sin faltar a la verdad, que megustara ver ese artculo. A los pocos das lo trajo. Lo cual me sorprendi,porque los escrupulosos ndices cartogrficos de la Erdkunde de Ritterignoraban con plenitud el nombre de Uqbar.

    El volumen que trajo Bioy era efectivamente el XXVI de la Anglo-American Cyclopaedia. En la falsa cartula y en el lomo, la indicacin alfa-btica (Tor-Ups) era la de nuestro ejemplar, pero en vez de 917 pginasconstaba de 921. Esas cuatro pginas adicionales comprendan al artculosobre Uqbar; no previsto (como habr advertido el lector) por la indica-cin alfabtica. Comprobamos despus que no hay otra diferencia entrelos volmenes. Los dos (segn creo haber indicado) son reimpresionesde la dcima Encyclopaedia Britannica. Bioy haba adquirido su ejemplaren uno de tantos remates.

    Lemos con algn cuidado el artculo. El pasaje recordado por Bioyera tal vez el nico sorprendente. El resto pareca muy verosmil, muyajustado al tono general de la obra y (como es natural) un poco aburrido.Releyndolo, descubrimos bajo su rigurosa escritura una fundamentalvaguedad. De los catorce nombres que figuraban en la parte geogrfica,slo reconocimos tres Jorasn, Armenia, Erzerum, interpolados enel texto de un modo ambiguo. De los nombres histricos, uno solo: elimpostor Esmerdis el mago, invocado ms bien como una metfora. Lanota pareca precisar las fronteras de Uqbar, pero sus nebulosos puntosde referencias eran ros y crteres y cadenas de esa misma regin. Le-mos, verbigracia, que las tierras bajas de Tsai Jaldn y el delta del Axadefinen la frontera del sur y que en las islas de ese delta procrean los ca-ballos salvajes. Eso, al principio de la pgina 918. En la seccin histrica(pgina 920) supimos que a raz de las persecuciones religiosas del siglotrece, los ortodoxos buscaron amparo en las islas, donde perduran toda-va sus obeliscos y donde no es raro exhumar sus espejos de piedra. Laseccin idioma y literatura era breve. Un solo rasgo memorable: anotabaque la literatura de Uqbar era de carcter fantstico y que sus epopeyas

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    y sus leyendas no se referan jams a la realidad, sino a las dos regionesimaginarias de Mlejnas y de Tln... La bibliografa enumeraba cuatro vo-lmenes que no hemos encontrado hasta ahora, aunque el terceroSilasHaslam: History of the Land Called Uqbar, 1874 figura en los catlogosde librera de Bernard Quarirch1. El primero, Lesbare und lesenswerthe Be-merkungen ber das Land Ukkbar in Klein-Asien, data de 1641 y es obra deJohannes Valentinus Andre. El hecho es significativo; un par de aosdespus, di con ese nombre en las inesperadas pginas de De Quincey(Writings, decimotercer volumen) y supe que era el de un telogo alemnque a principios del siglo XVII describi la imaginaria comunidad de laRosa-Cruzque otros luego fundaron, a imitacin de lo prefigurado porl.

    Esa noche visitamos la Biblioteca Nacional. En vano fatigamos atlas,catlogos, anuarios de sociedades geogrficas, memorias de viajeros ehistoriadores: nadie haba estado nunca en Uqbar. El ndice general dela enciclopedia de Bioy tampoco registraba ese nombre. Al da siguien-te, Carlos Mastronardi (a quien yo haba referido el asunto) advirti enuna librera de Corrientes y Talcahuano los negros y dorados lomos dela Anglo-American Cyclopaedia... Entr e interrog el volumen XXVI. Natu-ralmente, no dio con el menor indicio de Uqbar.

    II

    Algn recuerdo limitado y menguante de Herbert Ashe, ingeniero delos ferrocarriles del Sur, persiste en el hotel de Adrogu, entre las efusi-vas madreselvas y en el fondo ilusorio de los espejos. En vida padecide irrealidad, como tantos ingleses; muerto, no es siquiera el fantasmaque ya era entonces. Era alto y desganado y su cansada barba rectangu-lar haba sido roja. Entiendo que era viudo, sin hijos. Cada tantos aosiba a Inglaterra: a visitar (juzgo por unas fotografas que nos mostr) unreloj de sol y unos robles. Mi padre haba estrechado con l (el verboes excesivo) una de esas amistades inglesas que empiezan por excluir laconfidencia y que muy pronto omiten el dilogo. Solan ejercer un inter-cambio de libros y de peridicos; solan batirse al ajedrez, taciturnamen-te... Lo recuerdo en el corredor del hotel, con un libro de matemticas enla mano, mirando a veces los colores irrecuperables del cielo. Una tarde,hablamos del sistema duodecimal de numeracin (en el que doce se es-cribe 10). Ashe dijo que precisamente estaba trasladando no s qu tablas

    1Haslam ha publicado tambin A General History of Labyrinths.

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    duodecimales a sexagesimales (en las que sesenta se escribe 10). Agregque ese trabajo le haba sido encargado por un noruego: en Rio Gran-de do Sul. Ocho aos que lo conocamos y no haba mencionado nuncasu estada en esa regin... Hablamos de vida pastoril, de capangas, de laetimologa brasilera de la palabra gaucho (que algunos viejos orientalestodava pronuncian gacho) y nada ms se dijo Dios me perdone defunciones duodecimales. En setiembre de 1937 (no estbamos nosotrosen el hotel) Herbert Ashe muri de la rotura de un aneurisma. Das an-tes, haba recibido del Brasil un paquete sellado y certificado. Era un libroen octavo mayor. Ashe lo dej en el bar, donde meses despus lo en-contr. Me puse a hojearlo y sent un vrtigo asombrado y ligero que nodescribir, porque sta no es la historia de mis emociones sino de Uqbary Tln y Orbis Tertius. En una noche del Islam que se llama la Noche delas Noches se abren de par en par las secretas puertas del cielo y es msdulce el agua en los cntaros; si esas puertas se abrieran, no sentira loque en esa tarde sent. El libro estaba redactado en ingls y lo integraban1001 pginas. En el amarillo lomo de cuero le estas curiosas palabras quela falsa cartula repeta: A First Encyclopaedia of Tln. Vol. XI. Hlaer to Jan-gr. No haba indicacin de fecha ni de lugar. En la primera pgina y enuna hoja de papel de seda que cubra una de las lminas en colores habaestampado un valo azul con esta inscripcin: Orbis Tertius. Haca dosaos que yo haba descubierto en un tomo de cierta enciclopedia prcti-ca una somera descripcin de un falso pas; ahora me deparaba el azaralgo ms precioso y ms arduo. Ahora tena en las manos un vasto frag-mento metdico de la historia total de un planeta desconocido, con susarquitecturas y sus barajas, con el pavor de sus mitologas y el rumor desus lenguas, con sus emperadores y sus mares, con sus minerales y suspjaros y sus peces, con su lgebra y su fuego, con su controversia teo-lgica y metafsica. Todo ello articulado, coherente, sin visible propsitodoctrinal o tono pardico.

    En el onceno tomo de que hablo hay alusiones a tomos ulterio-res y precedentes. Nstor Ibarra, en un artculo ya clsico de la N.R.F.,ha negado que existen esos alteres; Ezequiel Martinez Estrada y DrieuLa Rochelle han refutado, quiz victoriosamente, esa duda. El hecho esque hasta ahora las pesquisas ms diligentes han sido estriles. En va-no hemos desordenado las bibliotecas de las dos Amricas y de Europa.Alfonso Reyes, harto de esas fatigas subalternas de ndole policial, pro-pone que entre todos acometamos la obra de reconstruir los muchos ymacizos tomos que faltan: ex ungue leonem. Calcula, entre veras y bur-

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    las, que una generacin de tlnistas puede bastar. Ese arriesgado cm-puto nos retrae al problema fundamental: Quines inventaron a Tln?El plural es inevitable, porque la hiptesis de un solo inventor de uninfinito Leibniz obrando en la tiniebla y en la modestia ha sido descar-tada unnimemente. Se conjetura que este brave new world es obra de unasociedad secreta de astrnomos, de bilogos, de ingenieros, de metaf-sicos, de poetas, de qumicos, de algebristas, de moralistas, de pintores,de gemetras... dirigidos por un oscuro hombre de genio. Abundan in-dividuos que dominan esas disciplinas diversas, pero no los capaces deinvencin y menos los capaces de subordinar la invencin a un rigurosoplan sistemtico. Ese plan es tan vasto que la contribucin de cada escri-tor es infinitesimal. Al principio se crey que Tln era un mero caos, unairresponsable licencia de la imaginacin; ahora se sabe que es un cosmosy las ntimas leyes que lo rigen han sido formuladas, siquiera en modoprovisional. Bsteme recordar que las contradicciones aparentes del On-ceno Tomo son la piedra fundamental de la prueba de que existen losotros: tan lcido y tan justo es el orden que se ha observado en l. Lasrevistas populares han divulgado, con perdonable exceso, la zoologa yla topografa de Tln; yo pienso que sus tigres transparentes y sus torresde sangre no merecen, tal vez, la continua atencin de todos los hombres.Yo me atrevo a pedir unos minutos para su concepto del universo.

    Hume not para siempre que los argumentos de Berkeley no admi-ten la menor rplica y no causan la menor conviccin. Ese dictamen esdel todo verdico en su aplicacin a la tierra; del todo falso en Tln. Lasnaciones de ese planeta son congnitamente idealistas. Su lenguajey las derivaciones de su lenguaje la religin, las letras, la metafsicapresuponen el idealismo. El mundo para ellos no es un concurso de ob-jetos en el espacio; es una serie heterognea de actos independientes. Essucesivo, temporal, no espacial. No hay sustantivos en la conjetural Urs-prache de Tln, de la que proceden los idiomas actuales y los dialectos:hay verbos impersonales, calificados por sufijos (o prefijos) monosilbi-cos de valor adverbial. Por ejemplo: no hay palabra que corresponda ala palabra luna, pero hay un verbo que sera en espaol lunecer o lunar.Surgi la luna sobre el ro se dice hlr u fang axaxaxas ml o sea en su orden:hacia arriba (upward) detrs duradero-fluir luneci. (Xul Solar traducecon brevedad: upa tras perfluyue lun. Upward, behind the onstreamingitmooned.)

    Lo anterior se refiere a los idiomas del hemisferio austral. En los delhemisferio boreal (de cuya Ursprache hay muy pocos datos en el Onceno

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    Tomo) la clula primordial no es el verbo, sino el adjetivo monosilbico.El sustantivo se forma por acumulacin de adjetivos. No se dice luna: sedice areo-claro sobre oscuro-redondo o anaranjado-tenue-del cielo o cualquierotra agregacin. En el caso elegido la masa de adjetivos corresponde aun objeto real; el hecho es puramente fortuito. En la literatura de estehemisferio (como en el mundo subsistente de Meinong) abundan los ob-jetos ideales, convocados y disueltos en unmomento, segn las necesida-des poticas. Los determina, a veces, la mera simultaneidad. Hay objetoscompuestos de dos trminos, uno de carcter visual y otro auditivo: elcolor del naciente y el remoto grito de un pjaro. Los hay de muchos: elsol y el agua contra el pecho del nadador, el vago rosa trmulo que seve con los ojos cerrados, la sensacin de quien se deja llevar por un ro ytambin por el sueo. Esos objetos de segundo grado pueden combinar-se con otros; el proceso, mediante ciertas abreviaturas, es prcticamenteinfinito. Hay poemas famosos compuestos de una sola enorme palabra.Esta palabra integra un objeto potico creado por el autor. El hecho de quenadie crea en la realidad de los sustantivos hace, paradjicamente, quesea interminable su nmero. Los idiomas del hemisferio boreal de Tlnposeen todos los nombres de las lenguas indoeuropeas y otros muchosms.

    No es exagerado afirmar que la cultura clsica de Tln comprendeuna sola disciplina: la psicologa. Las otras estn subordinadas a ella. Hedicho que los hombres de ese planeta conciben el universo como una se-rie de procesos mentales, que no se desenvuelven en el espacio sino demodo sucesivo en el tiempo. Spinoza atribuye a su inagotable divinidadlos atributos de la extensin y del pensamiento; nadie comprendera enTln la yuxtaposicin del primero (que slo es tpico de ciertos estados)y del segundo que es un sinnimo perfecto del cosmos. Dicho seacon otras palabras: no conciben que lo espacial perdure en el tiempo. Lapercepcin de una humareda en el horizonte y despus del campo incen-diado y despus del cigarro a medio apagar que produjo la quemazn esconsiderada un ejemplo de asociacin de ideas.

    Este monismo o idealismo total invalida la ciencia. Explicar (o juzgar)un hecho es unirlo a otro; esa vinculacin, en Tln, es un estado poste-rior del sujeto, que no puede afectar o iluminar el estado anterior. Todoestado mental es irreductible: el mero hecho de nombrarlo id est, declasificarlo importa un falseo. De ello cabra deducir que no hay cien-cias en Tln ni siquiera razonamientos. La paradjica verdad es queexisten, en casi innumerable nmero. Con las filosofas acontece lo que

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    acontece con los sustantivos en el hemisferio boreal. El hecho de que todafilosofa sea de antemano un juego dialctico, una Philosophie des Als Ob,ha contribuido a multiplicarlas. Abundan los sistemas increbles, pero dearquitectura agradable o de tipo sensacional. Los metafsicos de Tln nobuscan la verdad ni siquiera la verosimilitud: buscan el asombro. Juzganque la metafsica es una rama de la literatura fantstica. Saben que unsistema no es otra cosa que la subordinacin de todos los aspectos deluniverso a uno cualquiera de ellos. Hasta la frase todos los aspectoses rechazable, porque supone la imposible adicin del instante presen-te y de los pretritos. Tampoco es lcito el plural los pretritos, porquesupone otra operacin imposible... Una de las escuelas de Tln llega a ne-gar el tiempo: razona que el presente es indefinido, que el futuro no tienerealidad sino como esperanza presente, que el pasado no tiene realidadsino como recuerdo presente2. Otra escuela declara que ha transcurridoya todo el tiempo y que nuestra vida es apenas el recuerdo o reflejo crepus-cular, y sin duda falseado y mutilado, de un proceso irrecuperable. Otra,que la historia del universo y en ella nuestras vidas y el ms tenue de-talle de nuestras vidas es la escritura que produce un dios subalternopara entenderse con un demonio. Otra, que el universo es comparable aesas criptografas en las que no valen todos los smbolos y que slo esverdad lo que sucede cada trescientas noches. Otra, que mientras dormi-mos aqu, estamos despiertos en otro lado y que as cada hombre es doshombres.

    Entre las doctrinas de Tln, ninguna ha merecido tanto escndalo co-mo el materialismo. Algunos pensadores lo han formulado, con menosclaridad que fervor, como quien adelanta una paradoja. Para facilitar elentendimiento de esa tesis inconcebible, un heresiarca del undcimo si-glo3 ide el sofisma de las nueve monedas de cobre, cuyo renombre es-candaloso equivale en Tln al de las aporas eleticas. De ese razona-miento especioso hay muchas versiones que igualan el nmero de mo-nedas y el nmero de hallazgos; he aqu la ms comn:

    El martes, X atraviesa un camino desierto y pierde nueve monedas de cobre.El jueves, Y encuentra en el camino cuatro monedas, algo herrumbradas por lalluvia del mircoles. El viernes, Z descubre tres monedas en el camino. El viernesde maana, X encuentra dos monedas en el corredor de su casa. El heresiarca

    2RUSSELL (The Analysfs of Mind, 1921, pgina 159) supone que el planeta ha sidocreado hace pocos minutos, provisto de una humanidad que recuerda un pasadoilusorio.

    3Siglo, de acuerdo con el sistema duodecimal, significa un perodo de ciento cua-renta y cuatro aos.

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    quera deducir de esa historia la realidad id est la continuidad de lasnueve monedas recuperadas. Es absurdo (afirmaba) imaginar que cuatro delas monedas no han existido entre el martes y el jueves, tres entre el martes y latarde del viernes, dos entre el martes y la madrugada del viernes. Es lgico pensarque han existido siquiera de algn modo secreto, de comprensin vedada a loshombres en todos los momentos de esos tres plazos.

    El lenguaje de Tln se resista a formular esa paradoja; los ms nola entendieron. Los defensores del sentido comn se limitaron, al prin-cipio, a negar la veracidad de la ancdota. Repitieron que era una fala-cia verbal, basada en el empleo temerario de dos voces neolgicas, noautorizadas por el uso y ajenas a todo pensamiento severo: los verbosencontrar y perder, que comportan una peticin de principio, porque pre-suponen la identidad de las nueve primeras monedas y de las ltimas.Recordaron que todo sustantivo (hombre, moneda, jueves, mircoles, llu-via) slo tiene un valor metafrico. Denunciaron la prfida circunstanciaalgo herrumbradas por la lluvia del mircoles, que presupone lo que se tratade demostrar: la persistencia de las cuatro monedas, entre el jueves y elmartes. Explicaron que una cosa es igualdad y otra identidad y formula-ron una especie de reductio ad absurdum, o sea el caso hipottico de nuevehombres que en nueve sucesivas noches padecen un vivo dolor. No seraridculo interrogaron pretender que ese dolor, es el mismo?4 Dijeronque al heresiarca no lo mova sino el blasfematorio propsito de atribuirla divina categora de ser a unas simples monedas y que a veces nega-ba la pluralidad y otras no. Argumentaron: si la igualdad comporta laidentidad, habra que admitir asimismo que las nueve monedas son unasola.

    Increblemente, esas refutaciones no resultaron definitivas. A los cienaos de enunciado el problema, un pensador no menos brillante que elheresiarca pero de tradicin ortodoxa, formul una hiptesis muy audaz.Esa conjetura feliz afirma que hay un solo sujeto, que ese sujeto indivi-sible es cada uno de los seres del universo y que stos son los rganos ymscaras de la divinidad. X es Y y es Z. Z descubre tres monedas porquerecuerda que se le perdieron a X; X encuentra dos en el corredor por-que recuerda que han sido recuperadas las otras... El onceno tomo dejaentender que tres razones capitales determinaron la victoria total de ese

    4En el da de hoy, una de las iglesias de Tln sostiene platnicamente que tal dolor,que tal matiz verdoso del amarillo, que tal temperatura, que tal sonido, son la nicarealidad. Todos los hombres, en el vertiginoso instante del coito, son el mismo hombre.Todos los hombres que repiten una lnea de Shakespeare, sonWilliam Shakespeare.

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    pantesmo idealista. La primera, el repudio del solipsismo; la segunda, laposibilidad de conservar la base psicolgica de las ciencias; la tercera, laposibilidad de conservar el culto de los dioses. Schopenhauer (el apasio-nado y lcido Schopenhauer) formula una doctrina muy parecida en elprimer volumen de Parerga und Paralipomena.

    La geometra de Tln comprende dos disciplinas algo distintas: la vi-sual y la tctil. La ltima corresponde a la nuestra y la subordinan a laprimera. La base de la geometra visual es la superficie, no el punto. Estageometra desconoce las paralelas y declara que el hombre que se des-plaza modifica las formas que lo circundan. La base de su aritmtica esla nocin de nmeros indefinidos. Acentan la importancia de los con-ceptos de mayor y menor, que nuestros matemticos simbolizan por > ypor

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    dus operandi, sin embargo, merece recordacin. El director de una de lascrceles del estado comunic a los presos que en el antiguo lecho de unro haba ciertos sepulcros y prometi la libertad a quienes trajeran unhallazgo importante. Durante los meses que precedieron a la excavacinles mostraron lminas fotogrficas de lo que iban a hallar. Ese primer in-tento prob que la esperanza y la avidez pueden inhibir; una semana detrabajo con la pala y el pico no logr exhumar otro hrn que una ruedaherrumbrada, de fecha posterior al experimento. ste se mantuvo secretoy se repiti despus en cuatro colegios. En tres fue casi total el fracaso; enel cuarto (cuyo director muri casualmente durante las primeras excava-ciones) los discpulos exhumaron o produjeron una mscara de oro,una espada arcaica, dos o tres nforas de barro y el verdinoso y mutila-do torso de un rey con una inscripcin en el pecho que no se ha logradoan descifrar. As se descubri la improcedencia de testigos que conocie-ran la naturaleza experimental de la busca... Las investigaciones en masaproducen objetos contradictorios; ahora se prefieren los trabajos indivi-duales y casi improvisados. La metdica elaboracin de hrnir (dice elOnceno Tomo) ha prestado servicios prodigiosos a los arquelogos. Hapermitido interrogar y hasta modificar el pasado, que ahora no es me-nos plstico y menos dcil que el porvenir. Hecho curioso: los hrnir desegundo y de tercer grado los hrnir derivados de otro hrn, los hrnirderivados del hrn de un hrn exageran las aberraciones del inicial; losde quinto son casi uniformes; los de noveno se confunden con los de se-gundo; en los de undcimo hay una pureza de lneas que los originalesno tienen. El proceso es peridico: el hrn de duodcimo grado ya empie-za a decaer. Ms extrao y ms raro que todo hrn es a veces el ur: la cosaproducida por sugestin, el objeto producido por la esperanza. La granmscara de oro que he mencionado es un ilustre ejemplo.

    Las cosas se duplican en Tln; propenden asimismo a borrarse y aperder los detalles cuando los olvida la gente. Es clsico el ejemplo deun umbral que perdur mientras lo visitaba un mendigo y que se perdide vista a su muerte. A veces unos pjaros, un caballo, han salvado lasruinas de un anfiteatro.

    Salto Oriental, 1940.

    Posdata de 1947. Reproduzco el artculo anterior tal como apareci enla Antologa de la literatura fantstica, 1940 sin otra escisin que algunasmetforas y que una especie de resumen burln que ahora resulta frvolo.Han ocurrido tantas cosas desde esa fecha... Me limitar a recordarlas.

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  • Jorge Luis Borges Tln, Uqbar, Orbis Tertius

    En marzo de 1941 se descubri una carta manuscrita de Gunnar Erf-jord en un libro de Hinton que haba sido de Herbert Ashe. El sobre teael sello postal de Ouro Preto, la carta elucidaba enteramente el misteriode Tln. Su texto corrobora las hiptesis de Martnez Estrada. A prin-cipios del siglo XVII, en una noche de Lucema o de Londres, empezla esplndida historia. Una sociedad secreta y benvola (que entre susafiliados tuvo a Dalgarno y despus a George Berkeley) surgi para in-ventar un pas. En el vago programa inicial figuraban los estudios her-mticos, la filantropa y la cbala. De esa primera poca data el curiosolibro de Andre. Al cabo de unos aos de concilibulos y de sntesis pre-maturas comprendieron que una generacin no bastaba para articular unpas. Resolvieron que cada uno de los maestros que la integraban eligieraun discpulo para la continuacin de la obra. Esa disposicin hereditariaprevaleci; despus de un hiato de dos siglos la perseguida fraternidadresurge en Amrica. Hacia 1824, en Memphis (Tennessee) uno de los afi-liados conversa con el asctico millonario Ezra Buckley. ste lo deja ha-blar con algn desdn y se re de la modestia del proyecto. Le diceque en Amrica es absurdo inventar un pas y le propone la invencinde un planeta. A esa gigantesca idea aade otra, hija de su nihilismo:5

    la de guardar en el silencio la empresa enorme. Circulaban entonces losveinte tomos de la Encyciopaedia Britannica; Buckley sugiere una enciclo-pedia metdica del planeta ilusorio. Les dejar sus cordilleras aurferas,sus ros navegables, sus praderas holladas por el toro y por el bisonte,sus negros, sus prostbulos y sus dlares, bajo una condicin: La obra nopactar con el impostor Jesucristo. Buckley descree de Dios, pero quieredemostrar al Dios no existente que los hombres mortales son capaces deconcebir un mundo. Buckley es envenenado en Baton Rouge en 1828; en1914 la sociedad remite a sus colaboradores, que son trescientos, el volu-men final de la Primera Enciclopedia de Tln. La edicin es secreta: loscuarenta volmenes que comprende (la obra ms vasta que han acome-tido los hombres) seran la base de otra ms minuciosa, redactada no yaen ingls, sino en alguna de las lenguas de Tln. Esa revisin de un mun-do ilusorio se llama provisoriamenteOrbis Tertius y uno de sus modestosdemiurgos fue Herbert Ashe, no s si como agente de Gunnar Erfjord ocomo afiliado. Su recepcin de un ejemplar del Onceno Tomo parece fa-vorecer lo segundo. Pero y los otros? Hacia 1942 arreciaron los hechos.Recuerdo con singular nitidez uno de los primeros y me parece que algosent de su carcter premonitorio. Ocurri en un departamento de la calle

    5Buckley era librepensador, fatalista y defensor de la esclavitud.

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  • Jorge Luis Borges Tln, Uqbar, Orbis Tertius

    Laprida, frente a un claro y alto balcn que miraba el ocaso. La princesade Fancigny Lucinge haba recibido de Poitiers su vajilla de plata. Delvasto fondo de un cajn rubricado de sellos internacionales iban salien-do finas cosas inmviles: platera de Utrecht y de Pars con dura faunaherldica, un samovar. Entre ellas con un perceptible y tenue temblorde pjaro dormido lata misteriosamente una brjula. La princesa nola reconoci. La aguja azul anhelaba el norte magntico; la caja de metalera cncava; las letras de la esfera correspondan a uno de los alfabetosde Tln. Tal fue la primera intrusin del mundo fantstico en el mundoreal. Un azar que me inquieta hizo que yo tambin fuera testigo de la se-gunda. Ocurri unos meses despus en la pulpera de un brasilero, en laCuchilla Negra. Amorim y yo regresbamos de SantAnna. Una crecientedel ro Tacuaremb nos oblig a probar (y a sobrellevar) esa rudimenta-ria hospitalidad. El pulpero nos acomod unos catres crujientes en unapieza grande, entorpecida de barriles y cueros. Nos acostamos, pero nonos dej dormir hasta el alba la borrachera de un vecino invisible, que al-ternaba denuestos inextricables con rachas de milongas ms bien conrachas de una sola milonga. Como es de suponer, atribuimos a la fogosacaa del patrn ese gritero insistente... A la madrugada, el hombre es-taba muerto en el corredor. La aspereza de la voz nos haba engaado:era un muchacho joven. En el delirio se le haban cado del arador unascuantas monedas y un cono de metal reluciente, del dimetro de un da-do. En vano un chico trat de recoger ese cono. Un hombre apenas acerta levantarlo. Yo lo tuve en la palma de la mano algunos minutos: recuer-do que su peso era intolerable y que despus de dejar el cono, la opresinperdur. Tambin recuerdo el circulo preciso que me grab en la carne.Esa evidencia de un objeto muy chico y a la vez pesadsimo dejaba unaimpresin desagradable de asco y de miedo. Un paisano propuso que lotiraran al ro correntoso. Amorim lo adquiri mediante unos pesos. Na-die saba nada del muerto, salvo que vena de la frontera. Esos conospequeos y muy pesados (hechos de un metal que no es de este mundo)son imagen de la divinidad, en ciertas religiones de Tln.

    Aqu doy trmino a la parte personal de mi narracin. Lo dems esten la memoria (cuando no en la esperanza o en el temor) de todos mislectores. Bsteme recordar omencionar los hechos subsiguientes, con unamera brevedad de palabras que el cncavo recuerdo general enriquece-r o ampliar. Hacia 1944 un investigador del diario The American (deNashville, Tennessee) exhum en una biblioteca de Memphis los cuaren-ta volmenes de la Primera Enciclopedia de Tln. Hasta el da de hoy se

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  • Jorge Luis Borges Tln, Uqbar, Orbis Tertius

    discute si ese descubrimiento fue casual o si lo consintieron los directo-res del todava nebuloso Orbis Tertius. Es verosmil lo segundo. Algunosrasgos increbles del Onceno Tomo (verbigracia, la multiplicacin de loshrnir) han sido eliminados o atenuados en el ejemplar de Memphis; esrazonable imaginar que esas tachaduras obedecen al plan de exhibir unmundo que no sea demasiado incompatible con el mundo real. La di-seminacin de objetos de Tln en diversos pases complementara eseplan...6 El hecho es que la prensa internacional voce infinitamente elhallazgo. Manuales, antologas, resmenes, versiones literales, reim-presiones autorizadas y reimpresiones pirticas de la Obra Mayor de losHombres abarrotaron y siguen abarrotando la tierra. Casi inmediatamen-te, la realidad cedi en ms de un punto. Lo cierto es que anhelaba ceder.Hace diez aos bastaba cualquier simetra con apariencia de orden elmaterialismo dialctico, el antisemitismo, el nazismo para embelesara los hombres. Cmo no someterse a Tln, a la minuciosa y vasta evi-dencia de un planeta ordenado? Intil responder que la realidad tambinest ordenada. Quiz lo est, pero de acuerdo a leyes divinas traduzco:a leyes inhumanas que no acabamos nunca de percibir. Tln ser un la-berinto, pero es un laberinto urdido por hombres, un laberinto destinadoa que lo descifren los hombres.

    El contacto y el hbito de Tln han desintegrado este mundo. Encan-tada por su rigor, la humanidad olvida y torna a olvidar que es un rigorde ajedrecistas, no de ngeles. Ya ha penetrado en las escuelas el (conjetu-ral), idioma primitivo de Tln; ya la enseanza de su historia armonio-sa (y llena de episodios conmovedores) ha obliterado a la que presidi miniez; ya en lasmemorias un pasado ficticio ocupa el sitio de otro, del quenada sabemos con certidumbreni siquiera que es falso. Han sido refor-madas la numismtica, la farmacologa y la arqueologa. Entiendo que labiologa y las matemticas aguardan tambin su avatar... Una dispersadinasta de solitarios ha cambiado la faz del mundo. Su tarea prosigue.Si nuestras previsiones no yerran, de aqu a cien aos alguien descubrirlos cien tomos de la Segunda Enciclopedia de Tln.

    Entonces desaparecern del planeta el ingls y el francs y el meroespaol. El mundo ser Tln. Yo no hago caso, yo sigo revisando en losquietos das del hotel de Adrogu una indecisa traduccin quevediana(que no pienso dar a la imprenta) del Urn Burial de Browne.

    6Queda, naturalmente, el problema de la materia de algunos objetos.

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  • PIERRE MENARD, AUTOR DELQUIJOTE

    A Silvina Ocampo

    La obra visible que ha dejado este novelista es de fcil y breve enume-racin. Son, por lo tanto, imperdonables las omisiones y adiciones perpe-tradas por madameHenri Bachelier en un catlogo falaz que cierto diariocuya tendencia protestante no es un secreto ha tenido la desconsideracinde inferir a sus deplorables lectores si bien estos son pocos y calvinis-tas, cuando no masones y circuncisos. Los amigos autnticos de Menardhan visto con alarma ese catlogo y aun con cierta tristeza. Dirase queayer nos reunimos ante el mrmol final y entre los cipreses infaustos yya el Error trata de empaar su Memoria... Decididamente, una breverectificacin es inevitable.

    Me consta que es muy fcil recusar mi pobre autoridad. Espero, sinembargo, que no me prohibirn mencionar dos altos testimonios. La ba-ronesa de Bacourt (en cuyos vendredis inolvidables tuve el honor de co-nocer al llorado poeta) ha tenido a bien aprobar las lneas que siguen. Lacondesa de Bagnoregio, uno de los espritus ms finos del principado deMnaco (y ahora de Pittsburgh, Pennsylvania, despus de su reciente bo-da con el filntropo internacional Simn Kautzsch, tan calumniado ay!por las vctimas de sus desinteresadas maniobras) ha sacrificado a la ve-racidad y a la muerte (tales son sus palabras) la seoril reserva que ladistingue y en una carta abierta publicada en la revista Luxeme concedeasimismo su beneplcito. Esas ejecutorias, creo, no son insuficientes.

    He dicho que la obra visible de Menard es fcilmente enumerable.Examinado con esmero su archivo particular, he verificado que consta delas piezas que siguen:

    a) Un soneto simbolista que apareci dos veces (con variaciones) enla revista La Conque (nmeros de marzo y octubre de 1899).

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  • Jorge Luis Borges Pierre Menard, autor del Quijote

    b) Una monografa sobre la posibilidad de construir un vocabulariopotico de conceptos que no fueran sinnimos o perfrasis de los queinforman el lenguaje comn, sino objetos ideales creados por una con-vencin y esencialmente destinados a las necesidades poticas (Nmes,1901).

    c) Una monografa sobre ciertas conexiones o afinidades del pensa-miento de Descartes, de Leibniz y de John Wilkins (Nmes, 1903).

    d) Una monografa sobre la Characteristica Universalis de Leibniz (N-mes, 1904).

    e) Un artculo tcnico sobre la posibilidad de enriquecer el ajedrezeliminando uno de los peones de torre. Menard propone, recomienda,discute y acaba por rechazar esa innovacin.

    f) Una monografa sobre el Ars Magna Generalis de Ramn Llull (N-mes, 1906).

    g) Una traduccin con prlogo y notas del Libro de la invencin liberaly arte del juego del axedrez de Ruy Lpez de Segura (Pars, 1907).

    h) Los borradores de una monografa sobre la lgica simblica deGeorge Boole.

    i) Un examen de las leyes mtricas esenciales de la prosa francesa,ilustrado con ejemplos de SaintSimon (Revue des Langues Romanes, Mont-pellier, octubre de 1909).

    j) Una rplica a Luc Durtain (que haba negado la existencia de talesleyes) ilustrada con ejemplos de Luc Durtain (Revue des Langues Romanes,Montpellier, diciembre de 1909).

    k) Una traduccin manuscrita de la Aguja de navegar cultos de Queve-do, intitulada La Boussole des prcieux.

    l) Un prefacio al catlogo de la exposicin de litografas de CarolusHourcade (Nmes, 1914).

    m) La obra Les Problmes dun problme (Pars, 1917) que discute enorden cronolgico las soluciones del ilustre problema de Aquiles y la tor-tuga. Dos ediciones de este libro han aparecido hasta ahora; la segundatrae como epgrafe el consejo de Leibniz Ne craignez point, monsieur,la tortue, y renueva los captulos dedicados a Russell y a Descartes.

    n) Un obstinado anlisis de las costumbres sintcticas de Toulet(N.R.F., marzo de 1921). Menard recuerdo declaraba que censurar yalabar son operaciones sentimentales que nada tienen que ver con la cr-tica.

    o) Una transposicin en alejandrinos del Cimetire marin, de Paul Va-lry (N.R.F., enero de 1928).

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  • Jorge Luis Borges Pierre Menard, autor del Quijote

    p) Una invectiva contra Paul Valry, en las Hojas para la supresin de larealidad de Jacques Reboul. (Esa invectiva, dicho sea entre parntesis, es elreverso exacto de su verdadera opinin sobre Valry. ste as lo entendiy la amistad antigua de los dos no corri peligro.)

    q) Una definicin de la condesa de Bagnoregio, en el victoriosovolumen la locucin es de otro colaborador, Gabriele dAnnunzio queanualmente publica esta dama para rectificar los inevitables falseos delperiodismo y presentar al mundo y a Italia una autntica efigie de supersona, tan expuesta (en razn misma de su belleza y de su actuacin)a interpretaciones errneas o apresuradas.

    r) Un ciclo de admirables sonetos para la baronesa de Bacourt (1934).s) Una lista manuscrita de versos que deben su eficacia a la puntua-

    cin.1

    Hasta aqu (sin otra omisin que unos vagos sonetos circunstancia-les para el hospitalario, o vido, lbum de madame Henri Bachelier) laobra visible de Menard, en su orden cronolgico. Paso ahora a la otra: lasubterrnea, la interminablemente heroica, la impar. Tambin ay de lasposibilidades del hombre! la inconclusa. Esa obra, tal vez la ms signi-ficativa de nuestro tiempo, consta de los captulos noveno y trigsimooctavo de la primera parte del Don Quijote y de un fragmento del cap-tulo veintids. Yo s que tal afirmacin parece un dislate; justificar esedislate es el objeto primordial de esta nota.2

    Dos textos de valor desigual inspiraron la empresa. Uno es aquel frag-mento filolgico de Novalis el que lleva el nmero 2.005 en la edicin deDresden que esboza el tema de la total identificacin con un autor deter-minado. Otro es uno de esos libros parasitarios que sitan a Cristo en unbulevar, a Hamlet en la Cannebire o a don Quijote en Wall Street. Comotodo hombre de buen gusto, Menard abominaba de esos carnavales in-tiles, slo aptos deca para ocasionar el plebeyo placer del anacronismoo (lo que es peor) para embelesarnos con la idea primaria de que todaslas pocas son iguales o de que son distintas. Ms interesante, aunquede ejecucin contradictoria y superficial, le pareca el famoso propsitode Daudet: conjugar en una figura, que es Tartarn, al Ingenioso Hidalgo

    1Madame Henri Machelier enumera asimismo una versin literal de la versin lite-ral que hizo Quevedo de la Introduction la vie dvote de san Francisco de Sales. En labiblioteca de Pierre Menard no hay rastros de tal obra. Debe tratarse de una broma denuestro amigo, mal escuchada.

    2Tuve tambin el propsito secundario de bosquejar la imagen de Pierre Menard.Pero cmo atreverme a competir con las pginas ureas que me dicen prepara la baro-nesa de Bacourt o con el lpiz delicado y puntual de Carolus Hourcade?

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  • Jorge Luis Borges Pierre Menard, autor del Quijote

    y a su escudero... Quienes han insinuado que Menard dedic su vida aescribir un Quijote contemporneo, calumnian su clara memoria.

    No quera componer otro Quijote lo cual es fcil sino el Quijote.Intil agregar que no encar nunca una transcripcin mecnica del ori-ginal; no se propona copiarlo. Su admirable ambicin era producir unaspginas que coincidieran palabra por palabra y lnea por lnea con las deMiguel de Cervantes.

    Mi propsito es meramente asombroso, me escribi el 30 de sep-tiembre de 1934 desde Bayonne. El trmino final de una demostracinteolgica o metafsica el mundo externo, Dios, la causalidad, las formasuniversales no es menos anterior y comn que mi divulgada novela.La sola diferencia es que los filsofos publican en agradables volmeneslas etapas intermediarias de su labor y que yo he resuelto perderlas. Enefecto, no queda un solo borrador que atestige ese trabajo de aos.

    El mtodo inicial que imagin era relativamente sencillo. Conocerbien el espaol, recuperar la fe catlica, guerrear contra los moros o con-tra el turco, olvidar la historia de Europa entre los aos de 1602 y de1918, serMiguel de Cervantes. Pierre Menard estudi ese procedimiento(s que logr unmanejo bastante fiel del espaol del siglo diecisiete) perolo descart por fcil. Ms bien por imposible!, dir el lector. De acuerdo,pero la empresa era de antemano imposible y de todos los medios impo-sibles para llevarla a trmino, ste era el menos interesante. Ser en el sigloveinte un novelista popular del siglo diecisiete le pareci una disminu-cin. Ser, de alguna manera, Cervantes y llegar al Quijote le pareci me-nos arduo por consiguiente, menos interesante que seguir siendo PierreMenard y llegar al Quijote, a travs de las experiencias de Pierre Menard.(Esa conviccin, dicho sea de paso, le hizo excluir el prlogo autobiogr-fico de la segunda parte del Don Quijote. Incluir ese prlogo hubierasido crear otro personaje Cervantes pero tambin hubiera significadopresentar el Quijote en funcin de ese personaje y no de Menard. ste,naturalmente, se neg a esa facilidad.) Mi empresa no es difcil, esen-cialmente leo en otro lugar de la carta. Me bastara ser inmortal parallevarla a cabo. Confesar que suelo imaginar que la termin y que leoel Quijote todo el Quijote como si lo hubiera pensadoMenard? Nochespasadas, al hojear el captulo XXVI no ensayado nunca por l reconoc elestilo de nuestro amigo y como su voz en esta frase excepcional: las ninfasde los ros, la dolorosa y hmida Eco. Esa conjuncin eficaz de un adjetivomoral y otro fsico me trajo a la memoria un verso de Shakespeare, quediscutimos una tarde:

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  • Jorge Luis Borges Pierre Menard, autor del Quijote

    Where a malignant and a turbaned Turk...

    Por qu precisamente el Quijote? dir nuestro lector. Esa preferencia,en un espaol, no hubiera sido inexplicable; pero sin duda lo es en unsimbolista de Nmes, devoto esencialmente de Poe, que engendr a Bau-delaire, que engendr a Mallarm, que engendr a Valry, que engendra Edmond Teste. La carta precitada ilumina el punto. El Quijote aclaraMenard me interesa profundamente, pero no me parece cmo lo di-r? inevitable. No puedo imaginar el universo sin la interjeccin de EdgarAllan Poe:

    Ah, bear in mind this garden was enchanted!

    o sin el Bateau ivre o el Ancient Mariner, pero me s capaz de imaginarlosin el Quijote. (Hablo, naturalmente, de mi capacidad personal, no de laresonancia histrica de las obras.) El Quijote es un libro contingente, elQuijote es innecesario. Puedo premeditar su escritura, puedo escribirlo,sin incurrir en una tautologa. A los doce o trece aos lo le, tal vez nte-gramente. Despus, he reledo con atencin algunos captulos, aquellosque no intentar por ahora. He cursado asimismo los entremeses, las co-medias, la Galatea, las Novelas ejemplares, los trabajos sin duda laborio-sos de Persiles y Segismunda y el Viaje del Parnaso... Mi recuerdo generaldel Quijote, simplificado por el olvido y la indiferencia, puede muy bienequivaler a la imprecisa imagen anterior de un libro no escrito. Postuladaesa imagen (que nadie en buena ley me puede negar) es indiscutible quemi problema es harto ms difcil que el de Cervantes. Mi complacienteprecursor no rehus la colaboracin del azar: iba componiendo la obrainmortal un poco la diable, llevado por inercias del lenguaje y de la in-vencin. Yo he contrado el misterioso deber de reconstruir literalmentesu obra espontnea. Mi solitario juego est gobernado por dos leyes po-lares. La primera me permite ensayar variantes de tipo formal o psicol-gico; la segunda me obliga a sacrificarlas al texto original y a razonar deun modo irrefutable esa aniquilacin... A esas trabas artificiales hay quesumar otra, congnita. Componer el Quijote a principios del siglo dieci-siete era una empresa razonable, necesaria, acaso fatal; a principios delveinte, es casi imposible. No en vano han transcurrido trescientos aos,cargados de complejsimos hechos. Entre ellos, para mencionar uno solo:el mismo Quijote.

    A pesar de esos tres obstculos, el fragmentario Quijote de Menardes ms sutil que el de Cervantes. ste, de un modo burdo, opone a las

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  • Jorge Luis Borges Pierre Menard, autor del Quijote

    ficciones caballerescas la pobre realidad provinciana de su pas; Menardelige como realidad la tierra de Carmen durante el siglo de Lepanto yde Lope. Qu espaoladas no habra aconsejado esa eleccin a Mauri-ce Barrs o al doctor Rodrguez Larreta! Menard, con toda naturalidad,las elude. En su obra no hay gitaneras ni conquistadores ni msticos niFelipe II ni autos de fe. Desatiende o proscribe el color local. Ese desdnindica un sentido nuevo de la novela histrica. Ese desdn condena aSalammb, inapelablemente.

    No menos asombroso es considerar captulos aislados. Por ejemplo,examinemos el XXXVIII de la primera parte, que trata del curioso dis-curso que hizo don Quixote de las armas y las letras. Es sabido que donQuijote (como Quevedo en el pasaje anlogo, y posterior, de La hora detodos) falla el pleito contra las letras y en favor de las armas. Cervantesera un viejo militar: su fallo se explica. Pero que el don Quijote de PierreMenard hombre contemporneo de La trahison des clercs y de BertrandRussell reincida en esas nebulosas sofisteras! Madame Bachelier ha vis-to en ellas una admirable y tpica subordinacin del autor a la psicologadel hroe; otros (nada perspicazmente) una transcripcin del Quijote; labaronesa de Bacourt, la influencia de Nietzsche. A esa tercera interpre-tacin (que juzgo irrefutable) no s si me atrever a aadir una cuarta,que condice muy bien con la casi divina modestia de Pierre Menard: suhbito resignado o irnico de propagar ideas que eran el estricto reversode las preferidas por l. (Rememoremos otra vez su diatriba contra PaulValry en la efmera hoja superrealista de Jacques Reboul.) El texto deCervantes y el de Menard son verbalmente idnticos, pero el segundo escasi infinitamente ms rico. (Ms ambiguo, dirn sus detractores; pero laambigedad es una riqueza.)

    Es una revelacin cotejar el Don Quijote de Menard con el de Cer-vantes. ste, por ejemplo, escribi (Don Quijote, primera parte, novenocaptulo):

    ... la verdad, cuya madre es la historia, mula del tiempo, depsito de lasacciones, testigo de lo pasado, ejemplo y aviso de lo presente, advertencia de lopor venir.

    Redactada en el siglo diecisiete, redactada por el ingenio lego Cer-vantes, esa enumeracin es un mero elogio retrico de la historia. Me-nard, en cambio, escribe:

    ... la verdad, cuya madre es la historia, mula del tiempo, depsito de lasacciones, testigo de lo pasado, ejemplo y aviso de lo presente, advertencia de lo

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  • Jorge Luis Borges Pierre Menard, autor del Quijote

    por venir.

    La historia, madre de la verdad; la idea es asombrosa. Menard, con-temporneo de William James, no define la historia como una indaga-cin de la realidad sino como su origen. La verdad histrica, para l, noes lo que sucedi; es lo que juzgamos que sucedi. Las clusulas finalesejemplo y aviso de lo presente, advertencia de lo por venir son descarada-mente pragmticas.

    Tambin es vvido el contraste de los estilos. El estilo arcaizante deMenard extranjero al fin adolece de alguna afectacin. No as el delprecursor, que maneja con desenfado el espaol corriente de su poca.

    No hay ejercicio intelectual que no sea finalmente intil. Una doctrinaes al principio una descripcin verosmil del universo; giran los aos y esun mero captulo cuando no un prrafo o un nombre de la historia dela filosofa. En la literatura, esa caducidad es an ms notoria. El Quijoteme dijo Menard fue ante todo un libro agradable; ahora es una ocasinde brindis patritico, de soberbia gramatical, de obscenas ediciones delujo. La gloria es una incomprensin y quiz la peor.

    Nada tienen de nuevo esas comprobaciones nihilistas; lo singular esla decisin que de ellas deriv Pierre Menard. Resolvi adelantarse a lavanidad que aguarda todas las fatigas del hombre; acometi una empre-sa complejsima y de antemano ftil. Dedic sus escrpulos y vigilias arepetir en un idioma ajeno un libro preexistente. Multiplic los borrado-res; corrigi tenazmente y desgarr miles de pginas manuscritas3. Nopermiti que fueran examinadas por nadie y cuid que no le sobrevivie-ran. En vano he procurado reconstruirlas.

    He reflexionado que es lcito ver en el Quijote final una especiede palimpsesto, en el que deben traslucirse los rastros tenues pero noindescifrables de la previa escritura de nuestro amigo. Desgraciada-mente, slo un segundo PierreMenard, invirtiendo el trabajo del anterior,podra exhumar y resucitar esas Troyas...

    Pensar, analizar, inventar me escribi tambin no son actos an-malos, son la normal respiracin de la inteligencia. Glorificar el ocasionalcumplimiento de esa funcin, atesorar antiguos y ajenos pensamientos,recordar con incrdulo estupor que el doctor universalis pens, es confe-sar nuestra languidez o nuestra barbarie. Todo hombre debe ser capaz detodas las ideas y entiendo que en el porvenir lo ser.

    3Recuerdo sus cuadernos cuadriculados, sus negras tachaduras, sus peculiares sm-bolos tipogrficos y su letra de insecto. En los atardeceres le gustaba salir a caminar porlos arrabales de Nmes; sola llevar consigo un cuaderno y hacer una alegre fogata.

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  • Jorge Luis Borges Pierre Menard, autor del Quijote

    Menard (acaso sin quererlo) ha enriquecidomediante una tcnica nue-va el arte detenido y rudimentario de la lectura: la tcnica del anacronis-mo deliberado y de las atribuciones errneas. Esa tcnica de aplicacininfinita nos insta a recorrer la Odisea como si fuera posterior a la Enei-da y el libro Le jardin du Centaure de madame Henri Bachelier como sifuera de madame Henri Bachelier. Esa tcnica puebla de aventura los li-bros ms calmosos. Atribuir a Louis Ferdinand Cline o a James Joyce laImitacin de Cristo no es una suficiente renovacin de esos tenues avisosespirituales?

    Nmes, 1939

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  • LAS RUINAS CIRCULARES

    And if he left off dreaming about you...Through the Looking-Glass, VI

    Nadie lo vio desembarcar en la unnime noche, nadie vio la canoade bamb sumindose en el fango sagrado, pero a los pocos das nadieignoraba que el hombre taciturno vena del Sur y que su patria era unade las infinitas aldeas que estn aguas arriba, en el flanco violento de lamontaa, donde el idioma zend no est contaminado de griego y dondees infrecuente la lepra. Lo cierto es que el hombre gris bes el fango, re-pech la ribera sin apartar (probablemente, sin sentir) las cortaderas quele dilaceraban las carnes y se arrastr, mareado y ensangrentado, hastael recinto circular que corona un tigre o caballo de piedra, que tuvo al-guna vez el color del fuego y ahora el de la ceniza. Ese redondel es untemplo que devoraron los incendios antiguos, que la selva paldica haprofanado y cuyo dios no recibe honor de los hombres. El forastero setendi bajo el pedestal. Lo despert el sol alto. Comprob sin asombroque las heridas haban cicatrizado; cerr los ojos plidos y durmi, nopor flaqueza de la carne sino por determinacin de la voluntad. Sabaque ese templo era el lugar que requera su invencible propsito; sabaque los rboles incesantes no haban logrado estrangular, ro abajo, lasruinas de otro templo propicio, tambin de dioses incendiados y muer-tos; saba que su inmediata obligacin era el sueo. Hacia la medianochelo despert el grito inconsolable de un pjaro. Rastros de pies descalzos,unos higos y un cntaro le advirtieron que los hombres de la regin ha-ban espiado con respeto su sueo y solicitaban su amparo o teman sumagia. Sinti el fro del miedo y busc en la muralla dilapidada un nichosepulcral y se tap con hojas desconocidas.

    El propsito que lo guiaba no era imposible, aunque s sobrenatu-ral. Quera soar un hombre: quera soarlo con integridad minuciosa e

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  • Jorge Luis Borges Las ruinas circulares

    imponerlo a la realidad. Ese proyecto mgico haba agotado el espacioentero de su alma; si alguien le hubiera preguntado su propio nombre ocualquier rasgo de su vida anterior, no habra acertado a responder. Leconvena el templo inhabitado y despedazado, porque era un mnimo demundo visible; la cercana de los leadores tambin, porque stos se en-cargaban de subvenir a sus necesidades frugales. El arroz y las frutas desu tributo eran pbulo suficiente para su cuerpo, consagrado a la nicatarea de dormir y soar.

    Al principio, los sueos eran caticos; poco despus, fueron de na-turaleza dialctica. El forastero se soaba en el centro de un anfiteatrocircular que era de algn modo el templo incendiado: nubes de alumnostaciturnos fatigaban las gradas; las caras de los ltimos pendan a mu-chos siglos de distancia y a una altura estelar, pero eran del todo precisas.El hombre les dictaba lecciones de anatoma, de cosmografa, de magia:los rostros escuchaban con ansiedad y procuraban responder con enten-dimiento, como si adivinaran la importancia de aquel examen, que redi-mira a uno de ellos de su condicin de vana apariencia y lo interpolaraen el mundo real. El hombre, en el sueo y en la vigilia, consideraba lasrespuestas de sus fantasmas, no se dejaba embaucar por los impostores,adivinaba en ciertas perplejidades una inteligencia creciente. Buscaba unalma que mereciera participar en el universo.

    A las nueve o diez noches comprendi con alguna amargura que na-da poda esperar de aquellos alumnos que aceptaban con pasividad sudoctrina y si de aquellos que arriesgaban, a veces, una contradiccin ra-zonable. Los primeros, aunque dignos de amor y de bueno afecto, nopodan ascender a individuos; los ltimos preexistan un poco ms. Unatarde (ahora tambin las tardes eran tributarias del sueo, ahora no ve-laba sino un par de horas en el amanecer) licenci para siempre el vastocolegio ilusorio y se qued con un solo alumno. Era un muchacho taci-turno, cetrino, dscolo a veces, de rasgos afilados que repetan los de susoador. No lo desconcert por mucho tiempo la brusca eliminacin delos condiscpulos; su progreso, al cabo de unas pocas lecciones particula-res, pudo maravillar al maestro. Sin embargo, la catstrofe sobrevino. Elhombre, un da, emergi del sueo como de un desierto viscoso, mir lavana luz de la tarde que al pronto confundi con la aurora y comprendique no haba soado. Toda esa noche y todo el da, la intolerable luci-dez del insomnio se abati contra l. Quiso explorar la selva, extenuarse;apenas alcanz entre la cicuta unas rachas de sueo dbil, veteadas fu-gazmente de visiones de tipo rudimental: inservibles. Quiso congregar el

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  • Jorge Luis Borges Las ruinas circulares

    colegio y apenas hubo articulado unas breves palabras de exhortacin,ste se deform, se borr. En la casi perpetua vigilia, lgrimas de ira lequemaban los viejos ojos.

    Comprendi que el empeo de modelar la materia incoherente y ver-tiginosa de que se componen los sueos es el ms arduo que puede aco-meter un varn, aunque penetre todos los enigmas del orden superior ydel inferior: mucho ms arduo que tejer una cuerda de arena o que amo-nedar el viento sin cara. Comprendi que un fracaso inicial era inevitable.Jur olvidar la enorme alucinacin que lo haba desviado al principio ybusc otro mtodo de trabajo Antes de ejercitarlo, dedic un mes a la re-posicin de las fuerzas que haba malgastado el delirio. Abandon todapremeditacin de soar y casi acto continuo logr dormir un trecho ra-zonable del da. Las raras veces que so durante ese perodo, no reparen los sueos. Para reanudar la tarea, esper que el disco de la luna fueraperfecto. Luego, en la tarde, se purific en las aguas del ro, ador losdioses planetarios, pronunci las slabas lcitas de un nombre poderoso ydurmi. Casi inmediatamente, so con un corazn que lata.

    Lo so activo, caluroso, secreto, del grandor de un puo cerrado,color granate en la penumbra de un cuerpo humano aun sin cara ni se-xo; con minucioso amor lo so, durante catorce lcidas noches. Cadanoche, lo perciba con mayor evidencia. No lo tocaba: se limitaba a ates-tiguarlo, a observarlo, tal vez a corregirlo con la mirada. Lo perciba, loviva, desdemuchas distancias ymuchos ngulos. La noche catorcena ro-z la arteria pulmonar con el ndice y luego todo el corazn, desde afue-ra y adentro. El examen lo satisfizo. Deliberadamente no so duranteuna noche: luego retom el corazn, invoc el nombre de un planeta yemprendi la visin de otro de los rganos principales. Antes de un aolleg al esqueleto, a los prpados. El pelo innumerable fue tal vez la tareams difcil. So un hombre ntegro, un mancebo, pero ste no se incor-poraba ni hablaba ni poda abrir los ojos. Noche tras noche, el hombre losoaba dormido.

    En las cosmogonas gnsticas, los demiurgos amasan un rojo Adnque no logra ponerse de pie; tan inhbil y rudo y elemental como eseAdn de polvo era el Adn de sueo que las noches del mago haban fa-bricado. Una tarde, el hombre casi destruy toda su obra, pero se arrepin-ti. (Ms le hubiera valido destruirla.) Agotados los votos a los nmenesde la tierra y del ro, se arroj a los pies de la efigie que tal vez era un ti-gre y tal vez un potro, e implor su desconocido socorro. Ese crepsculo,so con la estatua. La so viva, trmula: no era un atroz bastardo de

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  • Jorge Luis Borges Las ruinas circulares

    tigre y potro, sino a la vez esas dos criaturas vehementes y tambin untoro, una rosa, una tempestad. Ese mltiple dios le revel que su nombreterrenal era Fuego, que en ese templo circular (y en otros iguales) le ha-ban rendido sacrificios y culto y que mgicamente animara al fantasmasoado, de suerte que todas las criaturas, excepto el Fuego mismo y elsoador, lo pensaran un hombre de carne y hueso. Le orden que unavez instruido en los ritos, lo enviara al otro templo despedazado cuyaspirmides persisten aguas abajo, para que alguna voz lo glorificara enaquel edificio desierto. En el sueo del hombre que soaba, el soado sedespert.

    El mago ejecut esas rdenes. Consagr un plazo (que finalmenteabarc dos aos) a descubrirle los arcanos del universo y del culto delfuego. ntimamente, le dola apartarse de l. Con el pretexto de la nece-sidad pedaggica, dilataba cada das las horas dedicadas al sueo. Tam-bin rehizo el hombro derecho, acaso deficiente. A veces, lo inquietabauna impresin de que ya todo eso haba acontecido... En general, susdas eran felices; al cerrar los ojos pensaba: Ahora estar con mi hijo. O,ms raramente: El hijo que he engendrado me espera y no existir si no voy.

    Gradualmente, lo fue acostumbrando a la realidad. Una vez le ordenque embanderara una cumbre lejana. Al otro da, flameaba la bandera enla cumbre. Ensay otros experimentos anlogos, cada vez ms audaces.Comprendi con cierta amargura que su hijo estaba listo para nacer y tal vez impaciente. Esa noche lo bes por primera vez y lo envi alotro templo cuyos despojos blanqueaban ro abajo, a muchas leguas deinextricable selva y de cinaga. Antes (para que no supiera nunca que eraun fantasma, para que se creyera un hombre como los otros) le infundiel olvido total de sus aos de aprendizaje.

    Su victoria y su paz quedaron empaadas de hasto. En los creps-culos de la tarde y del alba, se prosternaba ante la figura de piedra, talvez imaginando que su hijo irreal ejecutaba idnticos ritos, en otras rui-nas circulares, aguas abajo; de noche no soaba, o soaba como lo hacentodos los hombres. Perciba con cierta palidez los sonidos y formas deluniverso: el hijo ausente se nutra de esas disminuciones de su alma. Elpropsito de su vida estaba colmado; el hombre persisti en una suertede xtasis. Al cabo de un tiempo que ciertos narradores de su historiaprefieren computar en aos y otros en lustros, lo despertaron dos reme-ros a medianoche: no pudo ver sus caras, pero le hablaron de un hombremgico en un templo del Norte, capaz de hollar el fuego y de no que-marse. El mago record bruscamente las palabras del dios. Record que

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  • Jorge Luis Borges Las ruinas circulares

    de todas las criaturas que componen el orbe, el fuego era la nica quesaba que su hijo era un fantasma. Ese recuerdo, apaciguador al princi-pio, acab por atormentarlo. Temi que su hijo meditara en ese privilegioanormal y descubriera de algn modo su condicin de mero simulacro.No ser un hombre, ser la proyeccin del sueo de otro hombre qu hu-millacin incomparable, qu vrtigo! A todo padre le interesan los hijosque ha procreado (que ha permitido) en una mera confusin o felicidad;es natural que el mago temiera por el porvenir de aquel hijo, pensadoentraa por entraa y rasgo por rasgo, en mil y una noches secretas.

    El trmino de sus cavilaciones fue brusco, pero lo prometieron algu-nos signos. Primero (al cabo de una larga sequa) una remota nube enun cerro, liviana como un pjaro; luego, hacia el Sur, el cielo que tenael color rosado de la enca de los leopardos; luego las humaredas queherrumbraron el metal de las noches, despus la fuga pnica de las bes-tias. Porque se repiti lo acontecido hace muchos siglos. Las ruinas delsantuario del dios del fuego fueron destruidas por el fuego. En un albasin pjaros el mago vio cernirse contra los muros el incendio concntrico.Por un instante, pens refugiarse en las aguas, pero luego comprendique la muerte vena a coronar su vejez y a absolverlo de sus trabajos.Camin contra los jirones de fuego. stos no mordieron su carne, stoslo acariciaron y lo inundaron sin calor y sin combustin. Con alivio, conhumillacin, con terror, comprendi que l tambin era una apariencia,que otro estaba sondolo.

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  • LA LOTERA EN BABILONIA

    Como todos los hombres de Babilonia, he sido procnsul; como todos,esclavo; tambin he conocido la omnipotencia, el oprobio, las crceles.Miren: a mi mano derecha le falta el ndice. Miren: por este desgarrn dela capa se ve en mi estmago un tatuaje bermejo: es el segundo smbolo,Beth. Esta letra, en las noches de luna llena, me confiere poder sobre loshombres cuya marca es Ghimel, pero me subordina a los de Aleph, queen las noches sin luna deben obediencia a los Ghimel. En el crepsculodel alba, en un stano, he yugulado ante una piedra negra toros sagra-dos. Durante un ao de la luna, he sido declarado invisible: gritaba y nome respondan, robaba el pan y no me decapitaban. He conocido lo queignoran los griegos: la incertidumbre. En una cmara de bronce, ante elpauelo silencioso del estrangulador, la esperanza me ha sido fiel; en elro de los deleites, el pnico. Herclides Pntico refiere con admiracinque Pitgoras recordaba haber sido Pirro y antes Euforbo y antes algnotro mortal; para recordar vicisitudes anlogas yo no preciso recurrir a lamuerte ni aun a la impostura.

    Debo esa variedad casi atroz a una institucin que otras repblicasignoran o que obra en ellas de modo imperfecto y secreto: la lotera. Nohe indagado su historia; s que los magos no logran ponerse de acuerdo;s de sus poderosos propsitos lo que puede saber de la luna el hombreno versado en astrologa. Soy de un pas vertiginoso donde la lotera esparte principal de la realidad: hasta el da de hoy, he pensado tan pocoen ella como en la conducta de los dioses indescifrables o de mi corazn.Ahora, lejos de Babilonia y de sus queridas costumbres, pienso con algnasombro en la lotera y en las conjeturas blasfemas que en el crepsculomurmuran los hombres velados.

    Mi padre refera que antiguamente cuestin de siglos, de aos?la lotera en Babilonia era un juego de carcter plebeyo. Refera (ignoro sicon verdad) que los barberos despachaban por monedas de cobre rectn-gulos de hueso o de pergamino adornados de smbolos. En pleno da se

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  • Jorge Luis Borges La lotera en Babilonia

    verificaba un sorteo: los agraciados reciban, sin otra corroboracin delazar, monedas acuadas de plata. El procedimiento era elemental, comoven ustedes.

    Naturalmente, esas loteras fracasaron. Su virtud moral era nula.No se dirigan a todas las facultades del hombre: nicamente a su es-peranza. Ante la indiferencia pblica, los mercaderes que fundaron esasloteras venales comenzaron a perder el dinero. Alguien ensay una re-forma: la interpolacin de unas pocas suertes adversas en el censo de n-meros favorables. Mediante esa reforma, los compradores de rectngu-los numerados corran el doble albur de ganar una suma y de pagar unamulta a veces cuantiosa. Ese leve peligro (por cada treinta nmeros favo-rables haba un nmero aciago) despert, como es natural, el inters delpblico. Los babilonios se entregaron al juego. El que no adquira suertesera considerado un pusilnime, un apocado. Con el tiempo, ese desdnjustificado se duplic. Era despreciado el que no jugaba, pero tambineran despreciados los perdedores que abonaban la multa. La Compaa(as empez a llamrsela entonces) tuvo que velar por los ganadores, queno podan cobrar los premios si faltaba en las cajas el importe casi totalde las multas. Entabl una demanda a los perdedores: el juez los conde-n a pagar la multa original y las costas o a unos das de crcel. Todosoptaron por la crcel, para defraudar a la Compaa. De esa bravata deunos pocos nace el todopoder de la Compaa: su valor eclesistico, me-tafsico.

    Poco despus, los informes de los sorteos omitieron las enumeracio-nes de multas y se limitaron a publicar los das de prisin que designabacada nmero adverso. Ese laconismo, casi inadvertido en su tiempo, fuede importancia capital. Fue la primara aparicin en la lotera de elementos nopecuniarios. El xito fue grande. Instada por los jugadores, la Compaase vio precisada a aumentar los nmeros adversos.

    Nadie ignora que el pueblo de Babilonia es muy devoto de la lgica,y aun de la simetra. Era incoherente que los nmeros faustos se compu-taran en redondas monedas y los infaustos en das y noches de crcel.Algunos moralistas razonaron que la posesin de monedas no siempredetermina la felicidad y que otras formas de la dicha son quiz ms di-rectas.

    Otra inquietud cunda en los barrios bajos. Los miembros del colegiosacerdotal multiplicaban las puestas y gozaban de todas las vicisitudesdel terror y de la esperanza; los pobres (con envidia razonable o inevi-table) se saban excluidos de ese vaivn, notoriamente delicioso. El justo

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  • Jorge Luis Borges La lotera en Babilonia

    anhelo de que todos, pobres y ricos, participasen por igual en la lotera,inspir una indignada agitacin, cuya memoria no han desdibujado losaos. Algunos obstinados no comprendieron (o simularon no compren-der) que se trataba de un orden nuevo, de una etapa histrica necesaria...Un esclavo rob un billete carmes, que en el sorteo lo hizo acreedor a quele quemaran la lengua. El cdigo fijaba esa misma pena para el que ro-baba un billete. Algunos babilonios argumentaban que mereca el hierrocandente, en su calidad de ladrn; otros, magnnimos, que el verdugodeba aplicrselo porque as lo haba determinado el azar... Hubo dis-turbios. hubo efusiones lamentables de sangre; pero la gente babilnicaimpuso finalmente su voluntad, contra la oposicin de los ricos. El pue-blo consigui con plenitud sus fines generosos. En primer trmino, logrque la Compaa aceptara la suma del poder pblico. (Esa unificacinera necesaria, dada la vastedad y complejidad de las nuevas operacio-nes.) En segundo trmino, logr que la lotera fuera secreta, gratuita ygeneral. Qued abolida la venta mercenaria de suertes. Ya iniciado en losmisterios de Bel, todo hombre libre automticamente participaba en lossorteos sagrados, que se efectuaban en los laberintos del dios cada se-senta noches y que determinaban su destino hasta el otro ejercicio. Lasconsecuencias eran incalculables. Una jugada feliz poda motivar su ele-vacin al concilio de magos o la prisin de un enemigo (notorio o ntimo)o el encontrar, en la pacfica tiniebla del cuarto, la mujer que empieza ainquietarnos o que no esperbamos rever; una jugada adversa: la mutila-cin, la variada infamia, la muerte. A veces un solo hechoel tabernarioasesinato de C, la apoteosis misteriosa de B era la solucin genial detreinta o cuarenta sorteos. Combinar las jugadas era difcil; pero hay querecordar que los individuos de la Compaa eran (y son) todopoderososy astutos. En muchos casos, el conocimiento de que ciertas felicidadeseran simple fbrica del azar, hubiera aminorado su virtud; para eludirese inconveniente, los agentes de la Compaa usaban de las sugestio-nes y de la magia. Sus pasos, sus manejos, eran secretos. Para indagarlas ntimas esperanzas y los ntimos terrores de cada cual, disponan deastrlogos y de espas. Haba ciertos leones de piedra, haba una letrinasagrada llamada Qaphqa, haba unas grietas en un polvoriento acueduc-to que, segn opinin general, daban a la Compaa; las personas malignaso benvolas depositaban delaciones en esos sitios. Un archivo alfabticorecoga esas noticias de variable veracidad.

    Increblemente, no faltaronmurmuraciones. La Compaa, con su dis-crecin habitual, no replic directamente. Prefiri borrajear en los escom-

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  • Jorge Luis Borges La lotera en Babilonia

    bros de una fbrica de caretas un argumento breve, que ahora figura enlas escrituras sagradas. Esa pieza doctrinal observaba que la lotera esuna interpolacin del azar en el orden del mundo y que aceptar erroresno es contradecir el azar: es corroborarlo. Observaba asimismo que esosleones y ese recipiente sagrado, aunque no desautorizados por la Com-paa (que no renunciaba al derecho de consultarlos), funcionaban singaranta oficial.

    Esa declaracin apacigu las inquietudes pblicas. Tambin produjootros efectos, acaso no previstos por el autor. Modific hondamente elespritu y las operaciones de la Compaa. Poco tiempo me queda; nosavisan que la nave est por zarpar; pero tratar de explicarlo.

    Por inverosmil que sea, nadie haba ensayado hasta entonces una teo-ra general de los juegos. El babilonio no es especulativo. Acata los dict-menes del azar, les entrega su vida, su esperanza, su terror pnico, perono se le ocurre investigar sus leyes labernticas, ni las esferas giratoriasque lo revelan. Sin embargo, la declaracin oficiosa que he mencionadoinspir muchas discusiones de carcter jurdico-matemtico. De algunade ellas naci la conjetura siguiente: Si la lotera es una intensificacindel azar, una peridica infusin del caos en el cosmos no convendraque el azar interviniera en todas las etapas del sorteo y no en una sola?No es irrisorio que el azar dicte la muerte de alguien y que las circuns-tancias de esa muerte la reserva, la publicidad, el plazo de una hora ode un siglo no estn sujetas al azar? Esos escrpulos tan justos provo-caron al fin una considerable reforma, cuyas complejidades (agravadaspor un ejercicio de siglos) no entienden sino algunos especialistas, peroque intentar resumir, siquiera de modo simblico.

    Imaginemos un primer sorteo, que dicta la muerte de un hombre. Pa-ra su cumplimiento se procede a un otro sorteo, que propone (digamos)nueve ejecutores posibles. De esos ejecutores, cuatro pueden iniciar untercer sorteo que dir el nombre del verdugo, dos pueden reemplazar laorden adversa por una orden feliz (el encuentro de un tesoro, digamos),otro exacerbar la muerte (es decir la har infame o la enriquecer de tor-turas), otros pueden negarse a cumplirla... Tal es el esquema simblico.En la realidad el nmero de sorteos es infinito. Ninguna decisin es final,todas se ramifican en otras. Los ignorantes suponen que infinitos sorteosrequieren un tiempo infinito; en realidad basta que el tiempo sea infinita-mente subdivisible, como lo ensea la famosa parbola del Certamen conla Tortuga. Esa infinitud condice de admirable manera con los sinuososnmeros del Azar y con el Arquetipo Celestial de la Lotera, que ado-

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  • Jorge Luis Borges La lotera en Babilonia

    ran los platnicos... Algn eco deforme de nuestros ritos parece haberretumbado en el Tber: Elle Lampridio, en la Vida de Antonino Heliogbalo,refiere que este emperador escriba en conchas las suertes que destina-ba a los convidados, de manera que uno reciba diez libras de oro y otrodiez moscas, diez lirones, diez osos. Es lcito recordar que Heliogbalo seeduc en el Asia Menor, entre los sacerdotes del dios epnimo.

    Tambin hay sorteos impersonales, de propsito indefinido: uno de-creta que se arroje a las aguas del ufrates un zafiro de Taprobana; otro,que desde el techo de una torre se suelte un pjaro; otro, que cada siglose retire (o se aada) un grano de arena de los innumerables que hay enla playa. Las consecuencias son, a veces, terribles.

    Bajo el influjo bienhechor de la Compaa, nuestras costumbres es-tn saturadas de azar. El comprador de una docena de nforas de vinodamasceno no se maravillar si una de ellas encierra un talismn o unavbora; el escribano que redacta un contrato no deja casi nunca de intro-ducir algn dato errneo; yo mismo, en esta apresurada declaracin, hefalseado algn esplendor, alguna atrocidad. Quiz, tambin, alguna mis-teriosa monotona... Nuestros historiadores, que son los ms perspicacesdel orbe, han inventado un mtodo para corregir el azar; es fama que lasoperaciones de ese mtodo son (en general) fidedignas; aunque, natural-mente, no se divulgan sin alguna dosis de engao. Por lo dems, nadatan contaminado de ficcin como la historia de la Compaa... Un docu-mento paleogrfico, exhumado en un templo, puede ser obra del sorteode ayer o de un sorteo secular. No se publica un libro sin alguna diver-gencia entre cada uno de los ejemplares. Los escribas prestan juramentosecreto de omitir, de interpolar, de variar. Tambin se ejerce la mentiraindirecta.

    La Compaa, con modestia divina, elude toda publicidad. Sus agen-tes, como es natural, son secretos; las rdenes que imparte continuamen-te (quiz incesantemente) no difieren de las que prodigan los imposto-res. Adems quin podr jactarse de ser un mero impostor? El ebrio queimprovisa un mandato absurdo, el soador que se despierta de golpe yahoga con las manos a la mujer que duerme a su lado no ejecutan, aca-so, una secreta decisin de la Compaa? Ese funcionamiento silencioso,comparable al de Dios, provoca toda suerte de conjeturas. Alguna abo-minablemente insina que hace ya siglos que no existe la Compaa yque el sacro desorden de nuestras vidas es puramente hereditario, tradi-cional; otra la juzga eterna y ensea que perdurar hasta la ltima noche,cuando el ltimo dios anonade el mundo. Otra declara que la Compaa

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  • Jorge Luis Borges La lotera en Babilonia

    es omnipotente, pero que slo influye en cosas minsculas: en el grito deun pjaro, en los matices de la herrumbre y del polvo, en los entresueosdel alba. Otra, por boca de heresiarcas enmascarados, que no ha existidonunca y no existir. Otra, no menos vil, razona que es indiferente afirmaro negar la realidad de la tenebrosa corporacin, porque Babilonia no esotra cosa que un infinito juego de azares.

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  • EXAMEN DE LA OBRA DEHERBERT QUAIN

    Quain ha muerto en Roscommon; he comprobado sin asombro que elSuplemento Literario del Times apenas le depara media columna de pie-dad necrolgica, en la que no hay epteto laudatorio que no est corre-gido (o seriamente amonestado) por un adverbio. El Spectator, en su n-mero pertinente, es sin duda menos lacnico y tal vez ms cordial, peroequipara el primer libro de Quain The God of the Labyrinth a uno deMrs. Agatha Christie y otros a los de Gertrude Stein: evocaciones que na-die juzgar inevitables y que no hubieran alegrado al difunto. Este, porlo dems, no se crey nunca genial; ni siquiera en las noches peripatti-cas de conversacin literaria, en las que el hombre que ya ha fatigado lasprensas juega invariablemente a ser monsieur Teste o el doctor SamuelJohnson... Perciba con toda lucidez la condicin experimental de sus li-bros: admirables tal vez por lo novedoso y por cierta lacnica probidad,pero no por las virtudes de la pasin. Soy como las odas de Cowley, me es-cribi desde Longford el seis de marzo de 1939. No pertenezco al arte, sinoa la mera historia del arte. No haba, para l, disciplina inferior a la historia.

    He repetido una modestia de Herbert Quain; naturalmente, esa mo-destia no agota su pensamiento. Flaubert y Henry James nos han acos-tumbrado a suponer que las obras de arte son infrecuentes y de ejecucinlaboriosa; el siglo diecisis (recordemos el Viaje del Parnaso, recordemosel destino de Shakespeare) no comparta esa desconsolada opinin. Her-bert Quain, tampoco. Le pareca que la buena literatura es harto comny que apenas hay dilogo callejero que no la logre. Tambin le parecaque el hecho esttico no puede prescindir de algn elemento de asombroy que asombrarse de memoria es difcil. Deploraba con sonriente since-ridad la servil y obstinada conservacin de libros pretritos... Ignorosi su vaga teora es justificable; s que sus libros anhelan demasiado elasombro.

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  • Jorge Luis Borges Examen de la obra de Herbert Quain

    Deploro haber prestado a una dama, irreversiblemente, el primeroque public. He declarado que se trata de una novela policial: The Godof the Labyrinth; puedo agregar que el editor la propuso a la venta en losltimos das de noviembre de 1933. En los primeros de diciembre, lasagradables y arduas involuciones del Siamese Twin Mystery atacaron aLondres y a Nueva York; yo prefiero atribuir a esa coincidencia ruinosael fracaso de la novela de nuestro amigo. Tambin (quiero ser del todosincero) a su ejecucin deficiente y a la vana y frgida pompa de ciertasdescripciones del mar. Al cabo de siete aos, me es imposible recuperarlos pormenores de la accin; he aqu su plan; tal como ahora lo empobre-ce (tal como ahora lo purifica) mi olvido. Hay un indescifrable asesinatoen las p iniciales, una lenta discusin en las intermedias, una solucin enlas ltimas. Ya aclarado el enigma, hay un prrafo largo y retrospectivoque contiene esta frase: Todos creyeron que el encuentro de los dos jugado-res de ajedrez haba sido casual. Esa frase deja entender que la solucin eserrnea. El lector, inquieto, revisa los captulos pertinentes y descubreotra solucin, que es la verdadera. El lector de ese libro singular es msperspicaz que el detective.

    An ms heterodoxa es la novela regresiva, ramificada April Mar-ch, cuya tercera (y nica) parte es de 1936. Nadie, al juzgar esa novela,se niega a descubrir que es un juego; es lcito recordar que el autor nola consider nunca otra cosa. Yo reivindico para esa obra le o decir losrasgos esenciales de todo juego: la simetra, las leyes arbitrarias, el tedio. Hastael nombre es un dbil calembour: no significa Marcha de abril sino lite-ralmente Abril marzo. Alguien ha percibido en sus pginas un eco de lasdoctrinas de Dunne; el prlogo de Quain prefiere evocar aquel inversomundo de Bradley, en que la muerte precede al nacimiento y la cicatriza la herida y la herida al golpe (Appearance and reality, 1897, pgina 215).1

    Los mundos que propone April March no son regresivos, lo es la manerade historiarlos. Regresiva y ramificada, como ya dije. Trece captulos inte-gran la obra. El primero refiere el ambiguo dilogo de unos desconocidos

    1Ay de la erudicin de Herbert Quain, ay de la pgina 215 de un libro de 1897.Un interlocutor del Poltico, de Platn, ya haba descrito una regresin parecida: la delos Hijos de la Tierra o Autctonos que, sometidos al influjo de una rotacin inversadel cosmos, pasaron de la vejez a la madurez, de la madurez a la niez, de la nieza la desaparicin y la nada. Tambin Teopompo, en su Filpica, habla de ciertas frutasboreales que originan en quien las come, el mismo proceso retrgrado... Ms interesantees imaginar una inversin del Tiempo: un estado en el que recordramos el porvenir eignorramos, o apenas presintiramos, el pasado. Cf. el canto dcimo del Infierno, versos97102, donde se comparan la visin proftica y la presbicia.

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  • Jorge Luis Borges Examen de la obra de Herbert Quain

    en un andn. El segundo refiere los sucesos de la vspera del primero. Eltercero, tambin retrgrado, refiere los sucesos de otra posible vspera delprimero; el cuarto, los de otra. Cada una de esas tres vsperas (que rigu-rosamente se excluyen) se ramifica en otras tres vsperas, de ndole muydiversa. La obra total consta, pues, de nueve novelas; cada novela, detres largos captulos. (El primero es comn a todas ellas, naturalmente.)De esas novelas, una es de carcter simblico; otra, sobrenatural; otra,policial; otra, psicolgica; otra, comunista; otra, anticomunista, etctera.Quiz un esquema ayude a comprender la estructura.

    z

    y1

    x1x2x3

    y2

    x4x5x6

    y3

    x7x8x9

    De esta estructura cabe repetir lo que declar Schopenhauer de lasdoce categoras kantianas: todo lo sacrifica a un furor simtrico. Previ-siblemente, alguno de los nueve relatos es indigno de Quain; el mejorno es el que originariamente ide, el x4; es el de naturaleza fantstica,el x9. Otros estn afectados por bromas lnguidas y por pseudoprecisio-nes intiles. Quienes los leen en orden cronolgico (verbigracia: x3, y1,z) pierden el sabor peculiar del extrao libro. Dos relatos el x7, el x8carecen de valor individual; la yuxtaposicin les presta eficacia... No ssi debo recordar que ya publicado April March, Quain se arrepinti delorden ternario y predijo que los hombres que lo imitaran optaran por elbinario

    z

    y1

    {x1x2

    y2

    {x3x4

    y los demiurgos y los dioses por el infinito: infinitas historias, infinita-mente ramificadas.

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  • Jorge Luis Borges Examen de la obra de Herbert Quain

    Muy diversa, pero retrospectiva tambin, es la comedia heroica endos actos The Secret Mirror. En las obras ya reseadas, la complejidad for-mal haba entorpecido la imaginacin del autor; aqu, su evolucin esms libre. El primer acto (el ms extenso) ocurre en la casa de campo delgeneral Thrale, C.I.E., cerca de Melton Mowbray. El invisible centro de latrama es miss Ulrica Thrale, la hija mayor del general. A travs de algndilogo la entrevemos, amazona y altiva; sospechamos que no suele visi-tar la literatura; los peridicos anuncian su compromiso con el duque deRutland; los peridicos desmienten el compromiso. La venera un autordramtico, Wilfred Quarles; ella le ha deparado alguna vez un distradobeso. Los personajes son de vasta fortuna y de antigua sangre; los afec-tos, nobles aunque vehementes; el dilogo parece vacilar entre la meravanilocuencia de BulwerLytton y los epigramas de Wilde o de Mr. Phi-lip Guedalla. Hay un ruiseor y una noche; hay un duelo secreto en unaterraza. (Casi del todo imperceptibles, hay alguna curiosa contradiccin,hay pormenores srdidos.) Los personajes del primer acto reaparecen enel segundocon otros nombres. El autor dramticoWilfred Quarles esun comisionista de Liverpool; su verdadero nombre, John William Qui-gley. Miss Thrale existe; Quigley nunca la ha visto, pero morbosamentecolecciona retratos suyos del Tatler o del Sketch. Quigley es autor del pri-mer acto. La inverosmil o improbable casa de campo es la pensinjudeoirlandesa en que vive, trasfigurada y magnificada por l... La tramade los actos es paralela, pero en el segundo todo es ligeramente horrible,todo se posterga o se frustra. Cuando The Secret Mirror se estren, la cr-tica pronunci los nombres de Freud y de Julian Green. La mencin delprimero me parece del todo injustificada.

    La fama divulg que The Secret Mirror era una comedia freudiana; esainterpretacin propicia (y falaz) determin su xito. Desgraciadamente,ya Quain haba cumplido los cuarenta aos; estaba aclimatado en el fra-caso y no se resignaba con dulzura a un cambio de rgimen. Resolvidesquitarse. A fines de 1939 public Statements: acaso el ms originalde sus libros, sin duda el menos alabado y el ms secreto. Quain solaargumentar que los lectores eran una especie ya extinta. No hay europeo(razonaba) que no sea un escritor, en potencia o en acto. Afirmaba tambinque de las diversas felicidades que puede ministrar la literatura, la msalta era la invencin. Ya que no todos son capaces de esa felicidad, mu-chos habrn de contentarse con simulacros. Para esos imperfectos escri-tores, cuyo nombre es legin, Quain redact los ocho relatos del libroStatements. Cada uno de ellos prefigura o promete un buen argumento,

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  • Jorge Luis Borges Examen de la obra de Herbert Quain

    voluntariamente frustrado por el autor. Alguno no el mejor insinados argumentos. El lector, distrado por la vanidad, cree haberlos inven-tado. Del tercero, The Rose of Yesterday, yo comet la ingenuidad de extraerLas ruinas circulares, que es una de las narraciones del libro El jardn desenderos que se bifurcan.

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  • LA BIBLIOTECA DE BABEL

    By this art you may contemplate the varia-tion of the 23 letters...

    The Anatomy of Melancholy, part. 2, sect.II, mem. IV.

    El universo (que otros llaman la Biblioteca) se compone de un nme-ro indefinido, y tal vez infinito, de galeras hexagonales, con vastos po-zos de ventilacin en el medio, cercados por barandas bajsimas. Desdecualquier hexgono se ven los pisos inferiores y superiores: intermina-blemente. La distribucin de las galeras es invariable. Veinte anaqueles,a cinco largos anaqueles por lado, cubren todos los lados menos dos; sualtura, que es la de los pisos, excede apenas la de un bibliotecario nor-mal. Una de las caras libres da a un angosto zagun, que desemboca enotra galera, idntica a la primera y a todas. A izquierda y a derecha delzagun hay dos gabinetes minsculos. Uno permite dormir de pie; otro,satisfacer las necesidades finales. Por ah pasa la escalera espiral, que seabisma y se eleva hacia lo remoto. En el zagun hay un espejo, que fiel-mente duplica las apariencias. Los hombres suelen inferir de ese espejoque la Biblioteca no es infinita (si lo fuera realmente a qu esa duplica-cin ilusoria?); yo prefiero soar que las superficies bruidas figuran yprometen el infinito... La luz procede de unas frutas esfricas que llevanel nombre de lmparas. Hay dos en cada hexgono: transversales. La luzque emiten es insuficiente, incesante.

    Como todos los hombres de la Biblioteca, he viajado en mi juventud;he peregrinado en busca de un libro, ac