Borges Pedro Historia de La Iglesia en Hispanoamerica

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HISTORIA DE LA IGLESIA HISPANOAMÉRICA Y FILIPINAS I OBRA DIRIGIDA POR PEDRO BORGES

Transcript of Borges Pedro Historia de La Iglesia en Hispanoamerica

  • HISTORIA DE LA IGLESIA

    HISPANOAMRICA Y FILIPINAS

    I OBRA DIRIGIDA POR

    PEDRO BORGES

  • BIBLIOTECA DE

    AUTORES CRISTIANOS Declarada de inters nacional

    37

    ESTA COLECCIN SE PUBLICA BAJO LOS AUSPICIOS Y ALTA DIRECCIN DE LA PONTIFICIA UNIVERSIDAD DE SALAMANCA

    LA COMISIN DE DICHA PONTIFICA UNIVERSI-DAD ENCARGADA DE LA INMEDIATA RELA-CIN CON LA BAC EST INTEGRADA EN EL ANO 1992 POR LOS SEORES SIGUIENTES:

    PRESIDENTE:

    Excmo. y Rvdmo. Sr. D. FERNANDO SEBASTIN AGUILAR, Arzobispo coadjutor de Granada y Gran Canciller de la Universidad Pontificia.

    VICEPRESIDENTE:

    Excmo. Sr. D. JOS MANUEL SNCHEZ CARO, Rector Magnfico.

    VOCALES: Dr. JOS ROMN FLECHA ANDRS, Vicerrector Acadmico y Decano de la Facultad de Teologa; Dr. JUAN LUIS ACEBAL LUJAN, Decano de la Facultad de Derecho Cannico; Dr. LUCIANO PEREA VICENTE, Decano de la Facultad de Ciencias Polticas y Sociologa; Dr. ALFONSO PREZ DE LABORDA, Decano de la Facultad de Filosofa; Dr. JOS OROZ RETA, Decano de la Facultad de Filologa Bblica Trilinge; Dr. VICENTE FAUBELL ZAPATA, Decano de la Facultad de Pedagoga; Dra. M.a FRANCISCA MARTN TABERNERO, Decana de la Facultad de Psicologa; Dra. M.a TERESA AUBACH Guu, Decana de la Facultad de Ciencias de la Informacin; Dr. MARCELIANO ARRANZ

    RODRIGO, Secretario General de la Universidad Pontificia. SECRETARIO: Director del Departamento de Publicaciones.*

    MADRID MCMXCII

    HISTORIA DE LA IGLESIA EN HISPANOAMRICA

    Y FILIPINAS (SIGLOS XV-XIX)

    Volumen I: Aspectos generales

    OBRA DIRIGIDA POR

    PEDRO BORGES PROFESOR DE HISTORIA DE AMERICA EN LA UNIVERSIDAD COMPLUTENSE DE MADRID

    I

    B I B L I O T E C A DE AUTORES C R I S T I A N O S ESTUDIO T E O L G I C O DE SAN I L D E F O N S O

    DE T O L E D O Q U I N T O C E N T E N A R I O (ESPAA)

    MADRID MCMXCII

  • Esta obra ha sido editada con la participacin de la COMISIN NACIONAL PARA EL QUINTO CENTENARIO DEL DESCUBRIMIENTO DE AMRICA.

    Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid 1992, Quinto Centenario jEspaa), Madrid 1992, y Estudio Teolgico de San Ildefonso de Toledo, Toledo 1992 Depsito legal: M. 44.375-1991. ISBN: 84-7914-053-4. Obra completa. ISBN: 84-7914-054-2. Tomo I. Impreso en Espaa. Printed in Spain.

    NDICE GENERAL

    Pgs.

    COLABORADORES DEL PRESENTE VOLUMEN xv

    PRLOGO xvn

    P A R T E I

    CUESTIONES GLOBALES

    CAPTULO 1. La historia de la Ig les ia e n Hispanoamrica y Filipi-nas, por Pedro Borges 5

    I. Nociones 5 II. Historiografa de la Iglesia en Hispanoamrica 6

    III. Sistematizacin de la historia de la Iglesia en Hispanoamrica .. 11 Nota bibliogrfica 15

    CAPTULO 2. La Ig les ia y e l descubrimiento de Amrica, por Luis Arranz Mrquez 19

    I. La Iglesia y los descubrimientos antes de Coln 19 II. La religiosidad de Coln y su proyecto descubridor 22

    III. Coln y los eclesisticos 29 Nota bibliogrfica 32

    CAPTULO 3. La donacin pontif icia de las Indias, por Antonio Garca y Garca 33

    I. Las bulas alejandrinas 33 II. Antecedentes medievales 35

    III. Interpretaciones de las bulas alejandrinas 38 Nota bibliogrfica 44

    CAPTULO 4. La Santa Sede y la Ig les ia americana, por Pedro Borges 47 I. Marginacin directiva de la Santa Sede 47

    II. El problema del representante pontificio en Indias 55 Nota bibliogrfica 60

    CAPTULO 5. El Patronato y e l Vicariato R e g i o e n Indias, por Alberto de la Hera 63

    I. Antecedentes del Patronato indiano 63 II. Gnesis del Patronato indiano 67

    III . Del Patronato al Vicariato indiano 74 Nota bibliogrfica 78

    CAPTULO 6. El rega l i smo indiano, por Alberto de la Hera 81 I. Patronato-Vicariato-Regalas 82

  • vni ndice general

    Pgs.

    II. El regalismo 85 III. El regalismo en Indias 88 IV. Conclusin 95

    Nota bibliogrfica 96

    CAPTULO 7. La economa de la Ig les ia americana, por Ronald Escobe-do Mansilla 99

    I. Los diezmos 99 II. El snodo parroquial y los estipendios 113

    III. Los ingresos de las Ordenes religiosas 114 IV. La financiacin de las misiones 118 V. Los subsidios eclesisticos 124

    VI. La consolidacin de los vales reales 124 VII. Mesadas, medias anatas y anualidades eclesisticas 129

    VIH. La Bula de la Santa Cruzada 130 Nota bibliogrfica 133

    P A R T E I I

    LA IGLESIA DIOCESANA

    CAPTULO 8. Organizacin territorial de la Igles ia , por Antonio Gar-ca y Garca 139

    I. Archidicesis o sedes metropolitanas 139 II. Dicesis 140

    III. Parroquias de espaoles 146 IV. Doctrinas o parroquias de indios 146

    Nota bibliogrfica 152

    CAPTULO 9. El episcopado, por Francisco Martn Hernndez 155 I. Implantacin del episcopado en Amrica 155

    II. Estructura episcopal 157 III . Mltiple actuacin de los obispos 161 IV. Radiografa de un episcopado 165 V. Los obispos ante la emancipacin americana 168

    Nota bibliogrfica 173

    CAPTULO 10. Las asambleas jerrquicas, por Antonio Garca y Garca 175 I. Juntas eclesisticas 175

    II. Snodos diocesanos 180 III . Concilios provinciales 185

    Nota bibliogrfica 189

    CAPTULO 11. El c lero d iocesano, por Federico R. Aznar Gil 193 I. La constitucin del clero secular 193

    II . El modelo "del clrigo diocesano 199 III . Los curas de indios 203 IV. Conclusin 207

    Nota bibliogrfica 208

    ndice general IX

    Pgs.

    CAPTULO 12. Las Ordenes re l ig iosas , por Pedro Borges 209 I. Observaciones generales 209

    II. Las Ordenes misioneras 212 III . Las Ordenes no misioneras 226 IV. Las Ordenes y Congregaciones femeninas 230 V. La vida religiosa no institucionalizada 233

    Nota bibliogrfica 234

    CAPTULO 13. La expuls in de la Compaa de Jess , por Magnus Mrner 245

    I. El decreto de expulsin 245 II. Ejecucin del decreto 252

    III. Reacciones ante la expulsin 254 IV. Consecuencias de la expulsin 255 V. Las Temporalidades 256

    Nota bibliogrfica 258

    CAPTULO 14. El c lero indgena, por Juan B. Olaechea Labayen 261 I. Primeras experiencias en las Antillas 261

    II. Primeras experiencias en el continente 263 III . El largo proceso de consolidacin 268 IV. El clero mestizo 275 V. Episcopologio indgena 277

    Nota bibliogrfica 279

    CAPTULO 15. La criol l izacin del c lero , por Bernard Lavall 281 I. Los orgenes del criollismo 281

    II. Las Ordenes religiosas y el problema criollo 285 III. Otros factores de la lucha 292 IV. Criollismo eclesistico e ideologa 295

    Nota bibliogrfica 296

    CAPTULO 16. La Inquisicin, por Elisa Luque Alcaide 299 I. Orgenes y tipos de la Inquisicin en Amrica 301

    II. La Inquisicin episcopal y monstica 302 III . El Tribunal del Santo Oficio 305 IV. El Provisorato p a r a indios 315

    Nota bibliogrfica 317

    CAPTULO 17. La Ig les ia y lo s negros , por Ildefonso Gutirrez Azopardo 321 I. La Iglesia y la trata negrera 322

    II. Legislacin religiosa sobre los negros 326 III. La evangelizacin 327 IV. Actuaciones especiales con los negros 331 V. Los negros y la Iglesia 334

    VI. La otra cara de la moneda 335 Nota bibliogrfica 337

    CAPTULO 18. Panorama de la Ig les ia diocesana, por Eduardo Cr-denas 339

    I. El marco socio-religioso americano 339 II. Luces y sombras de la cristiandad americana 346

    Nota bibliogrfica 358

  • X ndice general

    Pgs.

    CAPTULO 19. Las prcticas piadosas. Los sacramentos, por Eduardo Crdenas 361

    I. La semana del cristiano y los das de fiesta 361 II. Las devociones populares 364

    III. Los sacramentos 371 IV. El ao litrgico 373 V. La muerte cristiana 377

    Nota bibliogrfica 380

    CAPTULO 20. Hagiografa hispanoamericana, por Lorenzo Galms .. 383 Protomrtires indgenas de Amrica (1498) 383 Beatos indgenas mexicanos (1527, 1529 y 1539) 385 Venerable Luis Cncer (f 1549) 385 San Luis Bertrn (1542-1569) 386 Venerable Gregorio Lpez (1542-1596) 387 Mrtires mexicanos en Japn (1597, 1627 y 1632) 388 Beato Sebastin de Aparicio (1502-1600) 388 Santo Toribio de Mogrovejo (1538-1606) 389 San Francisco Solano (1549-1610) 390 Santa Rosa de Lima (1586-1617) 390 Venerable Vicente Bernedo (1562-1619) 391 Mrtires jesutas del Paraguay (1628) 392 San Martn de Porres (1579-1639) 393 San Juan Macas (1585-1645) 394 Santa Mariana de Jess (1618-1645) 395 Venerable Francisco de Pamplona (1597-1651) 395 San Pedro Claver (1580-1654) 397 Venerable Pedro de Bethencourt (1626-1667) 397 Beata Ana de los Angeles Monteagudo (1602-1686) 398 Venerable Jos de Carabantes (1628-1694) 399 Venerable Antonio Margil de Jess (1657-1726) 400 Beato Junpero Serra (1713-1784) 400 Nota bibliogrfica 401

    CAPTULO 21. Pensadores eclesisticos americanos, por Isaac Vzquez 405

    Bartolom de las Casas (1484-1566) 405 Juan Focher (f 1572) 407 Diego Valads (n. 1533) 409 Alonso de Veracruz (1507-1584) 409 Luis Lpez (t 1596) 410 Jos de Acosta (1540-1600) 410 Miguel Aga (f d. de 1604) 412 Jernimo Moreno (mediados del siglo xvn) 414 Juan Rodrguez de Len (mediados del siglo xvn) 414 Alonso de Sandoval (1576-1651) 414 Juan de Alloza (1598-1666) 415 Pedro de Alva y Astorga (1601-1667) 415 Juan de Almoguera (f 1676) 416 Alonso deja Pea Montenegro (f 1687) 416 Diego de Avendao (1594-1688) 417 Andrs Miguel Prez de Velasco (siglo xvm) 418 Pedro Jos Parras (1728-1784) 418 Nota bibliogrfica 419

    ndice general XI

    Pgs.

    PARTE III

    LA IGLESIA MISIONAL

    CAPTULO 22. Estructura y caractersticas de la evangelizacin, por Pedro Borges 423

    I. La Corona, eje de la evangelizacin 423 II. Organizacin misional 429

    III. Caractersticas generales de la evangelizacin 432 Nota bibliogrfica 435

    CAPTULO 23. Los artfices de la evangelizacin, por Pedro Borges ... 437 I. Las Ordenes misioneras 437

    II. Los obispos y el clero diocesano 449 III. Los espaoles y criollos seglares 450 IV. Los colaboradores indgenas 451

    Nota bibliogrfica 453 CAPTULO 24. Dificultades y facilidades para la evangelizacin, por

    Pedro Borges 457 I. Factores adversos 457

    II. Factores favorables 462 III. Factores mixtos 463 IV. Apreciacin de conjunto 468

    Nota bibliogrfica 469 CAPTULO 25. La expansin misional, por Pedro Borges 471

    I. Sistemas de despliegue misional 471 II. Curso crono-geogrfico de la expansin 474

    Nota bibliogrfica 494 CAPTULO 26. La metodologa misional americana, por Pedro Borges 495

    I. Elaboracin de la metodologa misional 495 II. Principios metodolgicos bsicos 503

    Nota bibliogrfica 506 CAPTULO 27. Sistemas y lengua de la predicacin, por Pedro Borges 509

    I. Sistemas de predicacin 509 II. El problema de la lengua 514

    Nota bibliogrfica 519 CAPTULO 28. Primero hombres, luego cristianos: la transcultura-

    cin, por Pedro Borges 521 I. El principio de la dignificacin del indgena 521

    II. El esfuerzo misionero de dignificacin 526 III. Apreciaciones sobre la promocin 533

    Nota bibliogrfica 534 CAPTULO 29. El sistema de reducciones, por Jaime Gonzlez Rodrguez 535

    I. Orgenes y-evolucin del sistema 535 II. Doble proceso de reduccin 540

    III. El pensamiento misionero sobre el sistema de reducciones 544 Nota bibliogrfica 547

  • XII ndice general

    Pgs.

    CAPTULO 30. Mtodos de catequizacin, por Josep-Ignasi Sarnyana 549 I. Las primeras experiencias pastorales americanas 550

    II. Las juntas eclesisticas de Mxico 551 III . La Instruccin de Jernimo de Loaysa 554 IV. Los manuales para misioneros 557 V. Las sntesis misionolgicas del III lmense y del III mexicano ... 561

    VI. Rasgos generales de la posterior catequesis americana 563 Nota bibliogrfica 569

    CAPTULO 31 . Mtodos de persuasin, por Pedro Borges 573 I. La captacin de la benevolencia 573

    II. Presentacin atractiva del cristianismo 574-III . La erradicacin del paganismo 575 IV. La extirpacin de la idolatra 578 V. La demostracin directa del cristianismo 586

    VI. Mtodos de autoridad 587 VIL Mtodos verticales 589

    VIII. Mtodos capilares o de contacto 589 IX. Mtodos de educacin 590

    Nota bibliogrfica 591 CAPTULO 32. La nueva crist iandad indiana, por Pedro Borges 593

    I. La respuesta cristiana del indio 593 II. El cultivo pastoral de los neoconversos 599

    III . La vivencia indgena del cristianismo 604 Nota bibliogrfica 611

    CAPTULO 33. Grandes evangel izadores americanos , por Lorenzo Galms 615

    Ramn Pane (1493) 615 Pedro de Crdoba y su Comunidad (1510-1521) 616 Los doce apstoles franciscanos de Mxico (1524) 617 Juan de Zumrraga (1458-1548) 618. Domingo de Betanzos (1480-1549) 619 Gregorio de Beteta (f 1562) 620 Pedro de Gante (t 1572) 621 Vasco de Quiroga (t 1578) 622 Agustn de la Corua (1508-1589) 623 Gonzalo de Tapia (1561-1594) 624 Diego de Porres (siglo xvi) 625 Diego de Torres Bollo (1551-1638) 625 Antonio Llins de Jess Mara (1635-1693) 626 Eusebio Francisco Kino (1645-1711) 627 Francisco Palou (1723-1790) 62 Nota bibliogrfica 629

    P A R T E I V

    LA IRRADIACIN DE LA IGLESIA CAPTULO 34. La anex in de Amrica a la luz de la teo loga , por

    Luciano Perea 633 I. Protagonistas: Escuela de telogos 635

    ndice general XIII

    Pgs.

    II . Intervencin: Etica de la conquista 638 III . Resultados: Pastoral de los derechos humanos 642 IV. Conclusin: Trascendencia histrica 646

    Nota bibliogrfica 647

    CAPTULO 35. La Ig les ia americana y los problemas del indio , por Pedro Borges 649

    I. Observaciones sobre la actuacin de los eclesisticos 649 II. La Iglesia ante los problemas antillanos 651

    III . La Iglesia ante las conquistas 655 IV. La Iglesia ante los problemas laborales 659 V. La Iglesia ante el problema de la racionalidad del indio 662

    VI. La Iglesia ante la esclavitud 665 VIL La Iglesia y la imposicin tributaria 667

    Nota bibliogrfica 667

    CAPTULO 36. La Ig les ia y las culturas prehispnicas , por Pedro Borges 671

    I. Supresin de las culturas indgenas 671 II . Conservacin y transmisin de las culturas indgenas 676

    Nota bibliogrfica 682 CAPTULO 37. Los ecles ist icos y e l gobierno de las Indias , por

    Ismael Snchez Bella 685 I. Colaboracin en las tareas pblicas 685

    II. Eclesisticos en cargos pblicos 691 III . Conclusin 695

    Nota bibliogrfica 695

    CAPTULO 38. La Ig les ia y la enseanza superior, por Jaime Gonzlez Rodrguez 699

    I. Las fuentes 699 II. Centros superiores no universitarios 700

    III. Las Universidades 706 Nota bibliogrfica 711

    CAPTULO 39. La Ig les ia y la enseanza e lementa l y secundaria, por Jaime Gonzlez Rodrguez 715

    I. Observaciones generales 715 II. La enseanza elemental para hijos de caciques 717

    III . La enseanza elemental para la mujer 719 IV. La enseanza elemental para nios 722 V. La Iglesia y la enseanza secundaria 725

    Nota bibliogrfica ' 727

    CAPTULO 40. Los ec les it icos y las c iencias profanas, por Jos Luis Abelln 701

    I. Derecho internacional 7 ^ II. La guerra: una ruptura del orden internacional !!"!""!!!' 734

    III . La economa poltica " ' 705 IV. Antropologa cultural , 737 V. Una hazaa botnica: la de Mutis 739

    VI. El americanismo de los jesutas expulsos 741 VIL Conclusin !"""!!!!!!!"" 744

    Nota bibliogrfica * /%

  • XIV ndice general

    Pgs.

    CAPTULO 4 1 . Literatos ec les ist icos h i spanoamericanos , por Juana Martnez Gmez 747

    I. Crnicas en verso 747 II. El teatro 747

    III . La poesa 751 IV. La prosa 755 V. Sor Juana Ins de la Cruz 758

    Nota bibliogrfica 760

    CAPTULO 42. La Ig les ia y la benef icencia , por Josefina Muriel 761 I. Centros benficos en las Antillas 762

    II . Centros benficos en Nueva Espaa 763 III . Centros benficos en Guatemala 772 IV. Centros benficos en Amrica del Sur 772

    Nota bibliogrfica 778

    CAPTULO 43 . La Ig les ia y l o s descubrimientos geogrf icos , por Mariano Cuesta 781

    I. Primer perodo: 1492-1550 782 II. Segundo perodo: 1550-1824 784

    Nota bibliogrfica 796 CAPTULO 44. La Ig les ia 7 la I lustracin, porjaime Gonzlez Rodrguez. 799

    I. El clero y el regalismo 800 II . El clero y las instituciones culturales 801

    III . El clero y la enseanza elemental y media 802 IV. El clero y la enseanza superior 804

    Nota bibliogrfica 811

    CAPTULO 45. La Ig les ia y la independenc ia hispanoamericana, por John Lynch : 815

    I. La crisis de la Iglesia colonial 815 II. Las races ideolgicas de la independencia 818

    III . Respuesta de la Iglesia a la independencia 822 IV. Los libertadores y la Iglesia 828 V. La Iglesia poscolonial 830

    Nota bibliogrfica 832

    CAPTULO 46. Arte re l ig ioso h ispanoamericano, por Ral Martn Be-rrio 835

    1/ La arquitectura 835 II. La escultura 849

    III . La pintura 853 Nota bibliogrfica 854

    COLABORADORES DEL PRESENTE VOLUMEN

    ABELLN, JOS LUIS, Doctor en Filosofa, Universidad Complutense, Madrid. ARRANZ MRQUEZ, LUIS, Doctor en Historia de Amrica, Escuela Universitaria

    Pablo Montesino, Madrid. AZNAR GIL, FEDERICO R., Doctor en Derecho Cannico, Universidad Pontificia,

    Salamanca. BORGES, PEDRO, Doctor en Historia de Amrica, Universidad Complutense, Ma-

    drid. CRDENAS, EDUARDO, jesuta, Doctor en Historia Eclesistica, Universidad Grego-

    riana (Roma) y Universidad Javeriana (Bogot). CUESTA, MARIANO, Doctor en Historia de Amrica, Universidad Complutense,

    Madrid. ESCOBEDO MANSILLA, RONALD, Doctor en Filosofa y Letras, Universidad del Pas

    Vasco, Vitoria. GALMS, LORENZO, dominico, Doctor en Teologa, Centro Teolgico de los Pa-

    dres Dominicos, Barcelona. GARCA Y GARCA, ANTONIO, franciscano, Doctor en Derecho Cannico, Universi-

    dad Pontificia, Salamanca. GONZLEZ RODRGUEZ, JAIME, Doctor en Historia de Amrica, Universidad Com-

    plutense, Madrid. GUTIRREZ AZOPARDO, ILDEFONSO, Doctor en Antropologa Americana, Universi-

    dad de los Andes, Bogot. HERA, ALBERTO DE LA, Doctor en Derecho, Universidad Complutense, Madrid. LA VALLE, BERNARD, Doctor en Historia, Universidad de Burdeos-III. LUQUE ALCAIDE, ELISA, Doctora en Historia de Amrica, Universidad de Navarra,

    Pamplona. LYNCH, JOHN, Doctor en Historia, Institute of Latn American Studies, Londres. MARTN BERRIO, RAL, Doctor en Historia de Amrica, Universidad Compluten-

    se, Madrid. MARTN HERNNDEZ, FRANCISCO, Doctor en Historia Eclesistica, Universidad

    Pontificia, Salamanca. MARTNEZ GMEZ, JUANA, Doctora en Filologa Hispnica, Universidad Complu-

    tense, Madrid. MRNER, MAGNUS, Doctor en Historia, Universidad de Gteborg (Suecia). MURIEL, JOSEFINA, Doctora en Historia, Instituto de Investigaciones Histricas,

    Mxico. OLAECHEA LABAYEN, JUAN BAUTISTA, Doctor en Filosofa y Letras, Cuerpo Facul-

    tativo de Archiveros y Bibliotecarios, Madrid. PEREA, LUCIANO, Doctor en Filosofa y Letras, Consejo Superior de Investiga-

    ciones Cientficas (Madrid) y Universidad Pontificia de Salamanca (Ma-drid).

    SNCHEZ BELLA, ISMAEL, Doctor en Derecho, Universidad de Navarra, Pamplona. SARANYANA, JOSEP-IGNASI, presbtero, Doctor en Teologa, Universidad de Nava-

    rra, Pamplona. VZQUEZ, ISAAC, franciscano, Doctor en Historia Eclesistica, Pontificio Ateneo

    Antoniano, Roma.

  • P R O L O G O

    La presente Historia de la Iglesia aspira a plantear de una manera imparcial y clara los diversos y complejos aspectos que presenta esta institucin en Hispanoamrica y Filipinas desde su descubrimiento hasta su independencia.

    En este primer volumen se abordan los aspectos generales o que se refieren a la Iglesia hispanoamericana y filipina en su conjunto. En el segundo se expondrn los aspectos territoriales, es decir, el curso de esa misma Iglesia en las diversas regiones que se estudiarn.

    Renunciando a una exhaustividad imposible, en ambos se ha procu- rodo conjugar la concisin con una moderada amplitud en la exposicin de los temas, a la que sigue una Nota Bibliogrfica para que el interesa-do pueda profundizar en ellos.

    El tratamiento de cada tema se ha encomendado a un historiador plenamente acreditado en la materia que aborda como, en muchas ocasio-nes, lo evidencia la bibliografa de cada captulo. En la seleccin de los autores se ha seguido el criterio de su especializacin, no el de sus ideas ni el de su condicin personal. Por ello, en la lista figuran espaoles e hispanoamericanos junto con franceses, ingleses y suecos. De ellos, unos son religiosos o sacerdotes diocesanos; otros, seglares catlicos; unos terceros, seglares, desde el punto de vista religioso indiferentes, y algu-nos, agnsticos.

    La diversidad de autores ha originado repeticiones y hasta divergen-cias de posturas en el enjuiciamiento de algunos hechos. Las primeras se han mantenido para dejar debidamente enmarcada la exposicin del autor. Las segundas se han respetado porque la uniformidad de pensa-miento se ha considerado menos importante que el incondicional respeto al Ubre criterio de cada cual.

    La obra no es la historia de la Iglesia de Espaa en Amrica. Es la exposicin del proceso religioso, humano y cultural compartido durante una determinada y caracterstica poca por una comunidad de pueblos unidos por la sangre, la historia, la cultura, la lengua, la religin y el destino, pero actualmente demasiado disgregados an en espritu, en unas ocasiones, por la subsistencia de prejuicios y, en las ms, por el desconocimiento o la incomprensin de nuestra comn historia.

  • XVIII Prlogo

    Quede aqu constancia de la gratitud a todos los autores por su generosa y valiosa colaboracin, motivada principalmente por su deseo de aportar luz a un proceso histrico en el que todava queda mucho que profundizar.

    Madrid, 12 de octubre de 1991.

    LA DIRECCIN

    HISTORIA DE LA IGLESIA EN HISPANOAMRICA Y FILIPINAS

    I

  • PARTE I

    CUESTIONES GLOBALES

  • CAPTULO 1

    LA HISTORIA DLA IGLESIA EN HISPANOAMRICA YFILIPINAS

    Por PEDRO BORGES

    Antes de exponer la historia de la Iglesia en Hispanoamrica y Filipinas conviene aquilatar el sentido de los trminos utilizados, proporcionar una visin de cmo se ha venido abordando esta historia o, lo que es lo mismo, analizar brevemente la historiografa eclesistica americana, y razonar los criterios o enfoque adoptados en la presente obra.

    I. NOCIONES

    A) Historia de la Iglesia Por Historia de la Iglesia se entiende, en la presente obra, la narracin de

    la actividad humana o temporal de esta institucin, a sabiendas de que para el creyente esta actividad no es ms que una parte de otro aspecto sobrena-tural que el historiador no puede captar como tal y que lo da o no por supuesto, segn que comparta o no la fe del creyente.

    Puesto que se trata de hacer historia, el propsito es narrar los hechos acontecidos, situarlos en el lugar y momento en que ocurrieron y tratar de explicarlos histricamente.

    El hecho de que esta historia sea la de una actividad humana quiere decir que su objetivo no es elaborar una historia del pueblo de Dios ni de la salvacin, porque esto entraa una connotacin sobrenatural. Tampoco consiste en trazar una teologa de la historia, porque esto no le incumbe al historiador, sino al telogo. Excluye, adems, todo intento de hacer lo que hoy se denomina una historia comprometida, porque no se trata de defen-der ni de atacar nada, sino slo de exponer lo ocurrido y tal como ocurri.

    Desde el momento en que esta historia se enfoca bajo un prisma global, se tomar a la Iglesia con sentido de totalidad. Esto exige un esfuerzo de equilibrio que no deforme la visin insistiendo en unos aspectos ms que en otros, como suele acontecer cuando, por ejemplo, se considera a la Iglesia bajo la ptica predominante de su cometido liberador.

  • 6 P.I. Cuestiones globales B) Hispanoamrica

    Bajo el trmino de Hispanoamrica se engloban todos los territorios en los que desarroll su actividad Espaa desde 1492 hasta 1824, fecha esta ltima que se adopta, a pesar de su inexactitud, como el punto final del proceso de independencia o emancipacin de las actuales naciones hispano-americanas. Se trata, por lo mismo, de un concepto geogrfico distinto de lo que inadecuadamente se suele denominar Amrica latina o Latinoamrica, pues excluye a Brasil pero incluye tambin a California, todo el sur de los Estados Unidos y el sureste de esta misma nacin.

    C) Filipinas Es sabido que durante los siglos XVI a xvm y gran parte del xix la

    historia de Filipinas, incluida la eclesistica, es inseparable de la de Hispano-amrica, razn por la cual se ha optado por darle cabida tambin en la presente obra.

    Por tratarse de un aspecto territorial de la Iglesia, su estudio se inserta-r al final del segundo volumen, precedido del correspondiente anlisis de la historiografa eclesistica del archipilago.

    Debe tenerse en cuenta, sin embargo, que en Filipinas rigieron los mismos principios generales que en Hispanoamrica (por ejemplo, el Real Patronato, el Vicariato Regio, el sistema de eleccin de los obispos, los criterios de divisin de las dicesis, la transformacin de las misiones en doctrinas, etc.), por lo cual no se volver a insistir en ellos al tratar de esas islas.

    Ahora bien, como de hecho tampoco se puede confundir con ella, respecto de este archipilago se ha adoptado un criterio de exposicin de la historia que le es propio.

    II. HISTORIOGRAFA DE LA IGLESIA EN HISPANOAMRICA Tomando el trmino de historiografa en su sentido ms amplio, la

    narracin de la actividad humana de la Iglesia en Hispanoamrica arranca prcticamente desde el propio descubrimiento del Nuevo Mundo en 1492. Puede decirse, incluso, que este punto de partida an hay que adelantarlo ms, puesto que los eclesisticos intervinieron tambin en la gestin del proyecto colombino y ya entonces se escribi sobre ello.

    Lo escrito desde ese momento sobre la historia de la Iglesia en Hispano-amrica puede clasificarse en cuatro grandes apartados: fuentes documenta-les, fuentes narrativas, estudios monogrficos e historias globales, lo que en buena parte tiene aplicacin tambin a Filipinas.

    A) Fuentes documentales Las fuentes documentales estn constituidas por los documentos de

    toda ndole relacionados con la actividad de la Iglesia y que consisten en escritos unitarios con uno o varios destinatarios concretos, generalmente breves, y que, salvo excepciones, no estaban llamados a difundirse por medio de la imprenta.

    C.l. Historia de la Iglesia en Hispanoamrica y rwpn

    La mayor parte de ellos permanecen todava inditos, pero desde fina-les del siglo XIX se vienen editando valiossimas colecciones de los mismos, siguiendo normalmente un criterio territorial.

    Dentro de su variadsima gama, estos documentos se pueden estructu-rar en cinco tipos fundamentales:

    1. Documentos pontificios, que suelen referirse al nombramiento de obispos, ereccin de dicesis, concesin de privilegios y promulgacin de indulgencias. Estn constituidos por las bulas, breves y dems documentos de la Santa Sede expedidos para el Nuevo Mundo o relacionados con l.

    2. Documentos legislativos, bien fueran de la Corona espaola o de las autoridades eclesisticas, tanto americanas como espaolas, los cuales tocan todos los aspectos de la Iglesia americana. Suelen corresponder a la informa-cin recibida del lugar de los hechos a los que se refieren, razn por la cual constituyen un reflejo de lo que suceda en Amrica y un indicador de cmo se tena que proceder en adelante.

    De esta ndole son las numerossimas reales cdulas, reales rdenes o pragmticas de la Corona referentes a asuntos eclesisticos; las disposiciones de los obispos y de los superiores de las Ordenes religiosas; las normas de los concilios provinciales, de los snodos diocesanos y de los captulos o congre-gaciones de los religiosos.

    3. Documentos informativos, consistentes en cartas, memoriales, infor-mes, atestados, relaciones de las visitas pastorales y las descripciones de una situacin o de un hecho concreto. Normalmente se elaboraban para conoci-miento de las autoridades, sobre todo de la Corona, y sus autores actuaban unas veces oficialmente, mientras que otras lo hacan a ttulo particular.

    Este tipo de documentos suman muchos millares, describen toda clase de acontecimientos, suelen descender incluso hasta lo personal y lo ms corriente es que el autor exponga al destinatario su propia opinin sobre lo que estaba sucediendo o lo que convendra proveer. Por ello, constituyen una fuente de informacin de primersima mano y de una riqueza prctica-mente inagotable.

    4. Documentos polmicos, destinados a mantener o ratificar una deter-minada postura o a socavar la contraria.

    Pueden revestir una forma cualquiera de las indicadas al hablar de los documentos informativos, pero se distinguen de ellos en que ofrecen el peligro de la falta de objetividad. Su nmero es tambin muy elevado, debido a las numerosas controversias mantenidas en Amrica, y se refieren, sobre todo, a los problemas relacionados con las conquistas armadas, las encomiendas, la esclavitud de los indios, las diversas formas de predicar el Evangelio, las disputas mantenidas por los obispos y los religiosos a propsi-to de los privilegios de estos ltimos o de la entrega de las parroquias de indios al clero diocesano, a las divergencias entre las autoridades civiles y las eclesisticas, a las disensiones surgidas dentro de las Ordenes religiosas y a las diferencias entre los miembros de una misma Orden, sobre todo con motivo de la cuestin de la alternativa o alternancia de los cargos entre peninsulares y criollos.

    5. Documentos propagandsticos, elaborados para resaltar los mritos

  • 8 P.I. Cuestiones globales propios o los de la Orden a la que pertenece el autor, o bien con el fin de edificar a los lectores o de suscitar vocaciones misioneras. Las clebres Cartas Anuas de la Compaa de Jess perseguan las dos ltimas finalidades, mientras que las circulares que en el siglo XVIII distribuan por los conventos de Espaa los reclutadores de voluntarios para las misiones representan sendos ejemplos de la ltima.

    El inconveniente de estos documentos no consiste en que falseen la verdad para conseguir su objetivo, cosa que no hacen, sino en que insisten o recogen casi exclusivamente lo que conviene para su objetivo, omitiendo todo lo dems.

    B) Fuentes narrativas Bajo esta denominacin se incluyen las narraciones o exposiciones de la

    actividad de la Iglesia en Hispanoamrica elaboradas con fines de difusin por medio de la imprenta, aunque diversas circunstancias terminaran mu-chas veces por impedir la consecucin de este objetivo.

    Estas fuentes narrativas estn constituidas fundamentalmente por las Historias propiamente dichas (a veces denominadas Crnicas, sobre todo en el caso de franciscanos y agustinos), las Vidas o biografas de personajes eclesisticos destacados y las Relaciones de una situacin o de un hecho determinado y que no son ms que una especie de historias en pequeo.

    Por su mismo objetivo, estas tres clases de fuentes entraan diferencias intrnsecas, en el sentido de que una Historia o Crnica, por necesidad, abarca siempre un campo geogrfico y cronolgico ms amplio que el de las otras dos, de las que las biografas se restringen, a su vez, a un solo persona-je , mientras que las Relaciones pueden constituir una verdadera historia o ceirse al simple relato de un acontecimiento.

    Tanto unas como otras, sobre todo las Historias o Crnicas, revisten las siguientes caractersticas:

    1. En la mayora de los casos son obra de autores que escriban en el Nuevo Mundo o que haban estado en l, aunque su impresin se efectuara fuera de Amrica, y ms concretamente en Espaa. Adems, en muchos casos, los autores son testigos personales de lo que relatan.

    2. Salvo casos muy concretos, como el de Gil Gonzlez Dvila, perte-neciente al clero secular, los autores suelen ser religiosos y obedecer en la elaboracin de la obra al encargo de sus superiores.

    3. La narracin de los hechos se basa en documentos autnticos o en el testimonio de quienes los presenciaron y hasta, protagonizaron, razn por la cual constituyen una valiossima fuente que sustituye a una documenta-cin que no ha llegado hasta nosotros.

    4. Tanto los superiores al encargar la obra como el autor al elaborarla persiguen dos fines fundamentales: el brillo de la propia Orden, implcita o explcitamente deducido de la actuacin de sus miembros, y la ejemplaridad del lector, perseguida mediante el relato de lo edificante. Este doble prop-sito no excluye la veracidad de la historia, pues el autor siempre se propone narrar hechos ciertos, pero s es corriente que la cercene, en el sentido de omitir lo que no contribuya a su propsito.

    C.l. Historia de la Iglesia en Hispanoamrica y Filipinas 9

    5. Junto con esta sincera bsqueda de la verdad, al menos parcial, los autores sienten una tentacin irresistible hacia lo maravilloso, lo que les conduce a insistir en el carcter mesinico, providencialista y hasta milagro-so de los acontecimientos, hasta la primera mitad del siglo XVII. Desde esta poca en adelante, dicha tendencia cede el paso a la simple insistencia en lo extraordinario, pero ahora ya con ms precauciones y menor insistencia en lo sobrenatural. El cambio obedeci al decreto promulgado por el papa Urbano VIII en 1625, y ratificado en 1634, por el que prohibi la impresin de obras que hablaran de milagros, revelaciones y dotes de santidad sin la previa aprobacin de la autoridad eclesistica o de la Sagrada Congregacin de Ritos.

    6. Caracterstica de toda esta produccin histrica es tambin la insis-tencia en las grandes dificultades que la propia Orden o el personaje biogra-fiado tenan que vencer en la realizacin de su labor. Las dificultades fueron reales, pero lo que sorprende es el deseo de hacerlas resaltar y la frecuente omisin, sobre todo desde el siglo XVII en adelante, de las tambin ciertas facilidades de que gozaban los protagonistas.

    7. En ef contenido efe estas obras predomina la narracin del aconte-cer eclesistico, pero es muy frecuente que se les dedique asimismo una mayor o menor atencin a los sucesos civiles o profanos, entre los que destacan la previa conquista armada del territorio y, en el caso de las histo-rias misionales, la descripcin de la historia y costumbres indgenas. De aqu el valor etnogrfico que suelen entraar estos relatos.

    8. Exceptuados tambin casos muy concretos, como el ya citado de Gil Gonzlez Dvila (Teatro eclesistico de la primitiva Iglesia de las Indias Occidentales, dos vols., Madrid, 1644-45), que se refiere a la jerarqua ameri-cana, su carcter de religiosos y los objetivos que persiguen inducen a estos autores a restringir la historia eclesistica a la historia de la propia Orden religiosa. Lo ms corriente es que esta restriccin geogrfica y temtica se haga constar en el ttulo de la obra. Pero a veces no se consigna, por lo que sucede que, en casos como los de los franciscanos Toribio Paredes de Bena-vente o Motolinia (Historia de los indios de Nueva Espaa, hacia 1555), Jerni-mo de Mendieta (Historia eclesistica indiana, de finales del siglo XVI) o Jos Torrubia (Monarqua indiana, comienzos del siglo XVII), el ttulo hace espe-rar un contenido eclesistico ms amplio del que se ofrece en realidad. El mismo Gonzlez Dvila se restringe, en contrapartida, a la jerarqua eclesis-tica cuando parece que su propsito es abarcar a toda la Iglesia.

    9. Una obra como la de Francisco de Gonzaga (De origine Seraphicae Religionis Franciscanas, Roma, 1587), junto con la de Gonzlez Dvila, que abarcan a toda Amrica, constituyen, por lo mismo, una excepcin en la tendencia general de este tipo de obras a restringirse a aquel o aquellos territorios concretos que fueron escenario de la actividad de la propia Orden. Por aadidura, esta limitacin territorial no sigue un criterio geogr-fico, sino el del mbito de la Provincia religiosa o Misin a la que pertenece el autor, de manera que la historia no es la de un territorio como tal, hi la del ocupado por una determinada Orden tomada en su conjunto, sino la del correspondiente a una determinada Provincia o Misin, circunstancia que

  • 10 P.I. Cuestiones globales suele figurar en el ttulo de la obra. Esta es la razn de que, en conformidad con la extensin geogrfica de la Provincia o Misin, a veces la narracin se limite a un territorio muy concreto, por ejemplo, Michoacn, Florida o Chilo; en determinados casos y lugares, se escojan unos territorios y se prescinda de otros, lo que acontece entre los franciscanos de Nueva Espaa, en la que tuvieron varias Provincias; en ocasiones se ampla a un territorio muy extenso, por ejemplo, toda Nueva Espaa o el Per; en otras circuns-tancias se yuxtaponen territorios muy alejados entre s, hecho muy frecuen-te entre los franciscanos y jesutas, por la diversidad de escenarios en los que desarrollaron su actividad las Provincias y Colegios de Misiones.

    10. La produccin histrica de los jesutas refleja una mentalidad ms moderna que la perteneciente a las restantes Ordenes religiosas. Por otra parte, tanto una como otra evolucionaron con el transcurso del tiempo. En todas se observa, sin embargo, una clara tendencia cronologista, consistente en una excesiva servidumbre a la sucesin de los aos, de manera que estas historias, en ocasiones, terminan convirtindose en verdaderos anales, mien-tras que en otras se ordenan en funcin de la sucesin cronolgica de los Provinciales o de las Congregaciones de la respectiva Provincia.

    11. Finalmente, en esta produccin resalta tambin la importancia que se le concede a la fundacin de conventos y a las biografas, hasta el punto de que alguna de estas obras, como, por ejemplo, la del dominico Alonso Franco (Segunda parte de la historia de la Provincia de Santiago de Mxico, Orden de Predicadores de la Nueva Espaa, Mxico, 1645), ms que una historia propiamente dicha es una especie de santoral no oficial, pues en la prctica se limita a trazar biografas.

    C) Estudios monogrficos Ya en la poca contempornea, los estudios monogrficos y, por lo

    mismo, de carcter restringido constituyen el modo actualmente ms fre-cuente de abordar la historia de la Iglesia en la Amrica espaola.

    En conjunto, estos estudios abordan los aspectos ms dispares de la Iglesia, bien con fines simplemente de divulgacin, bien con objetivos y bases cientficos. Esta disparidad impide su clasificacin en este lugar, la cual viene a coincidir, por otra parte, con las diversas facetas eclesisticas en que est estructurada la presente obra.

    Desde el punto de vista de su forma y del mbito de su contenido, una clasificacin de los mismos puede ser la siguiente:

    1. Artculos de revista, que constituyen el tipo ms frecuente y cuyo contenido es tambin el ms restringido, tanto temtica como cronolgica-mente. Esta limitacin se ve compensada por la concretez y exactitud de los datos y apreciaciones.

    2. Monografas propiamente dichas, mediante las cuales se procura agotar el tema elegido. Suelen circunscribirse a los siguientes aspectos prin-cipales, delimitados adems geogrfica y cronolgicamente: a) una institu-cin, principalmente bajo la forma de Obispado, Orden o Provincia religio-sa; b) un territorio, diocesano o misional; c) una idea o corriente ideolgica, como la teocracia pontifical o el Real Patronato; d) un personaje eclesistico,

    C. 1. Historia de la Iglesia en Hispanoamrica y Filipinas 11 bajo la forma de biografa o del estudio de su pensamiento u obra escrita; e) el anlisis y edicin de una obra indita o que se considera necesitada de una nueva edicin o estudio.

    3. Historias de la Iglesia en una nacin determinada, de las que algunos pases poseen varias, pero cuya calidad, salvo excepciones, como las de Mxico, Colombia, Per, Chile y Argentina, no responde a las exigencias actuales y menos tratndose del perodo anterior a la independencia ameri-cana.

    D) Historias globales de la Iglesia Las historias globales de la Iglesia en Hispanoamrica, es decir, las

    obras que tratan de abordar todos sus aspectos, son seis, pertenecientes a los autores siguientes:

    1. Antonio Ybot Len, a quien le incumbe el mrito de haber sido el primer autor moderno (1954-1963) que ha abordado el tema con una visin global y cientfica, lo que hace que su obra an siga teniendo valor a pesar de su antigedad, si bien en algunos puntos ya ha quedado superada.

    2. Leandro Tormo, quien en 1962 elabor un breve resumen, difun-dido mecanogrficamente, en el que predomina el criterio de la seleccin de temas, as como la claridad en la exposicin.

    3. Len Lopetegui, Francisco Zubillaga y Antonio Egaa, cuya Histo-ria, aparecida en 1965-1966, ofrece una visin satisfactoria de las cuestiones globales, aunque con excesiva mezcla de lo profano con lo religioso; en lo referente a Nueva Espaa, hay temas que se tratan exhaustivamente, mien-tras que otros puntos, e incluso perodos, apenas se tocan; en lo referente al hemisferio meridional, su propio autor reconoce que trat de presentar ms un episcopologio que una historia eclesistica (II p.XXII).

    4. Enrique D. Dussel, autor de tres obras y director de una cuarta, en las que desde 1967 viene ofreciendo una visin propia, en la que se esfuerza por trazar una teologa de la historia, pero incurre en tpicos ya superados, generaliza situaciones exclusivas del siglo XVI y, cuando intenta hacer histo-ria propiamente dicha, ofrece visiones generales a base de testimonios o situaciones concretos y unidireccionales.

    5. Hans-Jrgen Prien, quien, en 1978 en alemn y en 1985 en caste-llano, ofrece una visin rica en datos concretos, pero carente de enfoque, dirigida a demostrar posturas previamente adoptadas y en gran parte ana-crnicas, por desconocimiento de los avances realizados ltimamente en este campo.

    III. SISTEMATIZACIN DE LA HISTORIA DE LA IGLESIA EN HISPANOAMRICA

    Desde el momento en que se toma en todo su conjunto, aunque slo sea durante una poca determinada, la historia de la Iglesia en Hispanoamrica, debido precisamente a lo complejo de su actuacin, plantea el difcil proble-ma inicial de su sistematizacin.

  • 12 P.I. Cuestiones globales En este punto caben tres posibilidades: la sistematizacin geogrfica, la

    sistematizacin cronolgica y la sistematizacin temtica, segn que se adop-te como criterio de estructuracin la geografa, la cronologa o los diversos aspectos de la actividad eclesistica.

    A) Sistematizacin geogrfica Es la adoptada por L. Lopetegui, F. Zubillaga y A. de Egaa, quienes

    parten de la diferenciacin entre los dos hemisferios para, dentro de ellos, seguir utilizando el criterio geogrfico al abordar los distintos temas, excep-to los de carcter global.

    Esta sistematizacin ofrece el inconveniente de que, por una parte, no corresponde a la realidad evolutiva de la Iglesia, y por otra, obliga a incurrir en numerosas repeticiones, en ambos casos debido a la sustancial identidad de la actividad de la Iglesia en cada regin geogrfica en una misma poca o momento.

    De hecho, y tomada en su conjunto, la Iglesia no evolucion en Hispa-noamrica en funcin de un hemisferio o de otro, y ni siquiera en funcin de los diversos territorios, sino que lo hizo practicando en todos una conducta que slo se diferencia en detalles si se trata de una misma etapa. La evolu-cin general se produce con el paso del tiempo, no con el cambio de regin.

    A esto se aade la dificultad de delimitar los territorios geogrficos, los cuales no coinciden tampoco con la evolucin de la Iglesia.

    Tratndose de Amrica, el criterio geogrfico slo es posible, e incluso necesario, en el caso de territorios determinados, hasta el punto de que incluso resulta de difcil aplicacin cuando la historia de la Iglesia se estruc-tura por naciones, debido a que stas no se corresponden con las estructuras anteriores a 1824. A pesar de este inconveniente, y por razones que se consignarn ms adelante, as se estructura el segundo volumen de la pre-sente obra, como lo hace tambin Dussel desde el segundo volumen de su Historia General.

    B) Sistematizacin cronolgica Egaa divide en 1966 la historia de la Iglesia en Amrica del Sur en tres

    etapas, correspondientes a las tres dinastas que reinaron en Espaa desde 1492 hasta 1824. Esta divisin ofrece el inconveniente de que el cambio de dinasta no supuso en la Iglesia el inicio de ninguna modificacin suficiente-mente profunda, amplia y generalizada como para hacer coincidir con ese hecho el comienzo de una nueva etapa.

    Alberto Methol Ferr, al distinguir en 1968 una primera etapa de expansin y organizacin (1492-1620), a la que hace seguir una segunda, de dualismo entre Iglesia establecida y Misin (1620-1808), adopta una perio-dizacin que de hecho refleja una realidad, pero slo parcialmente. La expansin de la Iglesia continu con posterioridad a 1620, y el dualismo entre las dos Iglesias, adems de que comenz desde finales del siglo XVI, no parece criterio vlido para establecer una nueva etapa, pues ese dualismo no dej de ser un hecho externo, impuesto por las circunstancias, que no afect a la vida de la Iglesia tomada en todo su conjunto.

    C.l. Historia de la Iglesia en Hispanoamrica y Filipinas 13 Dussel distingue cinco perodos cronolgicos, a los que denomina: los

    primeros pasos (1492-1519); las misiones en Nueva Espaa y Per (1519-1551); la organizacin y afianzamiento de la Iglesia (1551-1620); los conflictos entre la Iglesia misionera y la civilizacin hispnica (1620-1700); la decadencia borbnica (1700-1808).

    La etapa comprendida entre 1492 y 1519 reviste, en efecto, caracteres propios que la distinguen de las dems. La que se hace arrancar de 1519 (inicio de la conquista de Mxico por Hernn Corts) es, indudablemente, de predominio misional, pero no se puede restringir a Nueva Espaa y al Per, ni clausurarse en 1551 (fecha de la celebracin del primer concilio provincial de Mxico), porque en ese momento la evangelizacin estaba en su plenitud en Nueva Espaa, saliendo de sus graves dificultades iniciales en el Per, sin acabar de asentarse en la Florida, comenzando en El Salvador, Nicaragua, Nueva Granada y Tucumn, afianzndose en Guatemala, Ecua-dor y Chile y sin haber penetrado todava en el resto de Amrica. En cuanto al perodo comprendido entre 1551 y 1620, resulta difcil comprender por qu esa organizacin comienza en 1552, cuando es muy anterior, y se cierra en 1620, cuando la Iglesia ya estaba definitivamente organizada y consolida-da en la segunda parte del siglo XVI. Caracterizar al siglo XVII por los conflic-tos entre la Iglesia misionera y la civilizacin hispnica es cercenar la historia misional -que hizo mucho ms que originar conflictos- y dar por inexistente a la Iglesia establecida. La etapa comprendida entre 1700 y 1808 es cierta-mente borbnica, y en algunos aspectos decadente, pero en otros fue de renovada prosperidad.

    Prien establece en 1978 y 1985 tres perodos sucesivos, aunque hacien-do la acertada advertencia previa de que la divisin no le satisface plenamen-te por la imposibilidad de hallar un principio que sirva de criterio indiscuti-ble de periodizacin: el del choque entre la civilizacin ibrica y la amerin-dia; el del desarrollo del cristianismo latinoamericano bajo el signo del modelo de Cristiandad, y el de la crisis de la Cristiandad latinoamericana en la poca de la Ilustracin y de la emancipacin poltica.

    El hecho del choque o, si se prefiere, encuentro entre las dos civilizacio-nes no parece un criterio vlido que se pueda aplicar a la historia de la Iglesia, y, por otra parte, en el terreno misional se dio siempre. El modelo de Cristiandad, tal como entiende Prien este trmino, tampoco se circunscri-be a un perodo determinado. Durante la etapa de emancipacin s se puede hablar de crisis, originada por las alteraciones polticas, pero el calificativo no cuadra a la poca de la Ilustracin, deficiente en unos aspectos, pero brillante en otros.

    Esta disparidad de enfoques en la sistematizacin cronolgica de la historia de la Iglesia en Hispanoamrica ya es por s misma un sntoma de que la periodizacin est muy lejos de ser fcil, porque -como observa atinadamente Prien- no se dispone de ninguna base clara para distinguir etapas cronolgicas.

    Tomada en su conjunto, es decir, englobando bajo una misma perspec-tiva a la Iglesia establecida y a la Iglesia misionera o en vas de constitucin, en la historia eclesistica hispanoamericana solamente aparecen dos etapas

  • 14 P.I. Cuestiones globales claramente distintas de las dems: la de 1492-1523, que fue de experimenta-cin o tanteos, y que ciertamente no se puede calificar de prspera, y la de 1808-1824, que fue de crisis, al verse sacudida la Iglesia por los aconteci-mientos polticos. Tal vez, incluso, pueda distinguirse una tercera etapa, comprendida entre 1523, fecha del paso definitivo de la evangelizacin al continente americano, y 1568, momento en el que ya se consider definiti-vamente consolidada la Iglesia en el Nuevo Mundo y desde el cual comienza a distinguirse entre Iglesia establecida e Iglesia misionera, si bien la diferen-ciacin definitiva no sobreviniera hasta finales de la centuria.

    Durante el resto del tiempo no cabe distinguir etapas suficientemente diferenciadas entre s porque no se produjo ninguna situacin plenamente distinta o porque los grandes hechos que ocurrieron no afectaron a la Iglesia, tomada en su totalidad, hasta el punto de poder hablar de una nueva fase en ella.

    Esto no quiere decir que la Iglesia del siglo xvill no se distinguiera de la de comienzos del siglo xvil o que hechos tan graves como la expulsin de la Compaa de Jess en 1767 no afectaran profundamente a la Iglesia. Lo que se quiere significar es que desde 1568 hasta 1808 no intervino ningn elemento suficientemente decisivo como para considerar que toda la Iglesia hispanoamericana entr en una nueva etapa.

    Para proceder a una divisin cronolgica suficientemente fundada du-rante este prolongado perodo de tiempo comprendido entre 1568 y 1808 hay que distinguir entre Iglesia diocesana, es decir, la ya constituida y consolidada definitivamente, e Iglesia misional o en vas de constitucin, porque en este caso ya se pueden establecer fechas que indican el comienzo de nuevas fases, generalmente no simultneas, en cada una de ellas.

    De hecho, en esta misma obra, al abordar el tema de la expansin de la evangelizacin se establecer una divisin cronolgica o periodizacin basa-da en el curso de la accin misionera, pero que no vale para la Iglesia constituida.

    Cabe advertir, sin embargo, que ni en la Iglesia diocesana ni en la Iglesia misional se dispone durante el perodo indicado de fechas divisorias tan decisivas o claras que excluyan la posibilidad de toda otra sistematizacin cronolgica igualmente fundada.

    C) Sistematizacin temtica El enfoque de la historia de la Iglesia en Hispanoamrica por temas es

    el utilizado por A. Ybot Len, quien estructura su obra en cinco grandes apartados o aspectos eclesisticos: la Iglesia y el descubrimiento; la Iglesia y los naturales; la Iglesia y el Estado; la Iglesia y la conquista espaola; la implantacin de la jerarqua y la implantacin de la fe, epgrafe este ltimo bajo el cual aborda la accin de las Ordenes misioneras, sobre todo desde el punto de vista de la evangelizacin.

    Procediendo tambin por temas, L. Tormo distingue el de la evangeliza-cin y el de la Iglesia en la crisis de la independencia, cada uno de los cuales constituye el objeto de cada uno de los dos volmenes de que consta su obra, a falta del segundo.

    C. 1. Historia de la Iglesia en Hispanoamrica y Filipinas 15 Esta sistematizacin temtica es, asimismo, la adoptada en Quito en

    1973 por el Primer Encuentro de la Comisin de Estudios de Historia de la Iglesia en Latino-Amrica (CEHILA), basado en la cual J. Villegas propone en 1975, como grandes temas de estructuracin, la evangelizacin, la orga-nizacin de la Iglesia y la vida cotidiana de la cristiandad americana.

    Cualquiera de estos criterios es vlido. En la presente obra, sin embar-go, se ha preferido partir del hecho incuestionable de que la Iglesia se desarroll en Hispanoamrica desde el primer momento siguiendo dos vas simultneamente, en gran parte paralelas: la de la Iglesia diocesana o plena y definitivamente constituida, y la de la evangelizacin o Iglesia en vas de constitucin, que aqu denominaremos Iglesia misional.

    Adems, se tiene tambin en cuenta que, tanto desde una va como desde la otra, esta Iglesia desarroll una actividad exterior o irradiacin en cuya virtud influy en mayor o menor grado, pero las ms de las veces de una manera decisiva, en el mundo en que se desarrollaba, pero sin que esta actuacin formara parte intrnseca de la propia Iglesia.

    Establecidos estos tres grandes campos de actividad eclesistica, se ana-lizan las principales manifestaciones o aspectos de la actuacin de la Iglesia en cada uno de ellos, a sabiendas de que algunos de estos puntos se repiten, pero que lo hacen con un enfoque distinto segn que se trate de la Iglesia diocesana o de la Iglesia misional.

    El posterior estudio de la Iglesia siguiendo una sistematizacin geogr-fica est concebido segn se indic ya anteriormente como un comple-mento de la visin global, es decir, para dejar constancia de cmo la Iglesia fue desarrollando en cada una de las unidades territoriales en las que se ha dividido Hispanoamrica (divisin, por otra parte, susceptible de otros mu-chos enfoques) una accin que, dentro de un mismo marco cronolgico, fue fundamentalmente idntica en todo el subcontinente.

    NOTA BIBLIOGRFICA

    Bibliografas generales R. STREIT, continuado por J. DIDINGER, J. ROMMERSKIRCHEN y J. METZI.ER, Bi-

    bliotheca Missionum, 1 (Mnster i. W., 1916: obras de ndole terica), 2 (Aachen, 1924: obras de 1493 a 1699), 3 (Aachen, 1927: obras de 1700 a 1909), 24 (Roma-Friburgo-Viena, 1967: obras de 1910 a 1924), 25 (Roma-Friburgo-Viena, 1967: obras de 1925 a 1944), 26 (Roma, 1968: obras de 1945 a 1960); revista Bibliografa Missionaria, iniciada en 1933, de carcter anual y con una seccin sobre Iberoamrica; F. ESTEVE BARBA, Historiografa indiana (Madrid, 1964); A. SANTOS, Bibliografa misional 1-2 (Santander, 1965). Abundante bibliografa en A. YBOT LEN, La Iglesia y los eclesisti-cos espaoles en la empresa de Indias 1-2 (Barcelona, 1954-1963).

    Seleccin de bibliografa moderna E. DUSSEL, Introduccin bibliogrfica de la historia de la Iglesia en Amrica, en

    Para una historia (vase ms adelante), 41-45, e Historia general de la Iglesia en Amrica Latina 1 (Salamanca, 1983), 88-93; P. BORGES, Historiografa de la evangelizacin americana, en V. VZQUEZ DE PRADA e I. OLBARRI, Balance sobre la historiografa iberoamericana, 1945-1986 (Pamplona, 1989), 187-219.

    2

  • 16 P.I. Cuestiones globales

    Fondos eclesisticos americanos: Roma P. BoRGES, Documentacin americana en el Archivo General de la Orden

    Franciscana en Roma: Archivo Ibero-Americano 18 (Madrid, 1958), 151-206; E.J. BURRUS, Historical Documents in the Central Jesuit Archives: Manuscript 12 (St. Louis, 1968), 133-161; N. KOWALSKY, Inventario'del Archivio Storico de la S. C. de Propaganda Pide (Roma, 1961); N. KOWALSKY-J. METZLER, Inventory of the historical Archives ofthe S. Congregation for the Evangelization of Peoples or De Propaganda Fide (Roma, 1983); L. PASTOR, Guida delle fonti per la storia delVAmerica Latina negli archivi ecdesiastici d'Italia (C. del Vaticano, 1970); J. SHMIDLIN, Die altesten Propaganda Materialen fr Amerika mission (1622-1657): Zeitschrift fr Missionswissenschaft 1 (Schneck-Beckenried 1925), 183-196.

    Fondos eclesisticos americanos: Espaa L. GMEZ CAEDO, El Archivo General de Indias y la historia de la Iglesia en

    Amrica: Archivo Hispalense 207-208 (Sevilla, 1985), 223-232; F. DE LEJARZA, LOS archivos espaoles y la misionologa: Missionalia Hispnica 4 (Madrid, 1947); 525-585; F. MATEOS, La Coleccin Bravo de documentos jesuticos sobre Amrica: Revista Chilena de Historia y Geografa 134 (Santiago, 1966), 197-269; R. MOTA, Contenido franciscano de los Libros-Registro del Consejo de Indias de 1551-1600, en Actas del II Congreso Internacional sobre los franciscanos en el Nuevo Mundo (Madrid, 1988), 85-203; ID., Contenido franciscano de los Libros-Registro del Archivo Gene-ral de Indias, 1551 -1650, en Actas del II Congreso Internacional sobre los franciscanos en el Nuevo Mundo (Madrid, 1991), 1-322; C. VRELA, Documentos franciscanos en el Archivo de Protocolos de Sevilla, en Actas del II Congreso sobre los franciscanos 473-484; H. ZAMORA, Contenido franciscano de los Libros-Registro del Archivo de Indias de Sevilla hasta 1550, en Actas del II Congreso sobre los franciscanos 1-83; ID., Contenido franciscano de los Libros-Registro del Archivo General de Indias, 1651-1700, en Actas del III Congreso sobre los franciscanos 183-322.

    Fondos eclesisticos: Amrica en general L. GMEZ CAEDO, Some Franciscan Sources in the Archives and Libraries of

    America: The Americas 13 (Washington, 1956-7), 141-174; L. HANKE, Archivos eclesisticos de Amrica Latina: Boletn CEHILA 16-17 (1979), 8-10; R. R. HILL, Ecclesiastical Archives in Latin America: Archivum 4 (Pars, 1954), 135-144.

    Fondos eclesisticos: Amrica Septentrional y Central A. AlJBRY-A. INDA, El tesoro grfico y documental del archivo histrico diocesano de

    San Cristbal de las Casas (Chiapas, 1985); A. CHAVES, Archives of Archidiocesis of Santa Fe, 1678-1900 (Washington, 1957); M. GEIGER, Calendar of Documents in the Santa Barbara Mission Archives (Washington, 1947); L. GMEZ CAEDO, Archivos eclesisticos de Mxico (Mxico, 1982); L. MEDINA ASCENSIO, Archivos y bibliotecas eclesisticas (Mxico, 1966); F. MORALES, Inventario del Fondo Franciscano del Museo de Antropologa e Historia de Mxico (Washington, 1978). H. POLANCO BRITO, Archivos eclesisticos de la Repblica Dominicana: Boletn CEHILA, 16-17 (1979), 26-29; I. DEL RO, Documentos sobre las Californias que se encuentran en el Archivo Franciscano de la Biblioteca Nacional: Boletn del Instituto de Investigaciones Bibliogrficas 2 (Mxico, 1971), 9-22; ID., Gua del Archivo Franciscano de la Biblioteca Nacional de Mxico (Mxico, 1975).

    Fondos eclesisticos: Amrica Meridional F. BARREDA, Libros parroquiales de ciudades del Per: Revista del Instituto

    Peruano de Investigaciones Genealgicas 10 (Lima, 1957), 79-85; El archivo de jesutas en el Archivo Nacional de Chile: Historia 13 (Santiago, 1976), 352-381; R. M. GABRIEL, Catlogo del archivo de Mojos y Chiquitos (La Paz, 1973); C. LPEZ-F. CAJAS, Archivo de la catedral de Santa Cruz de la Sierra: Boletn CEHILA 16-17 (1979), 17-28; R. MOLINA, Misiones argentinas en los archivos europeos (Mxico, 1955); J. H.

    C.l. Historia de la Iglesia en Hispanoamrica y Filipinas 17

    PARMIO, Archivo arzobispal de Quito: Boletn CEHILA 16-17 (1979), 15-17; | RESTREPO POSADA, LOS archivos eclesisticos colombianos: Revista de la Academia Colombiana de Historia Eclesistica 1-2 (Medelln, 1966), 169-173; O. ROMERO ARTETA, ndice del archivo de la antigua Provincia de Quito de la Compaa de Jess: Boletn del Archivo Nacional de Historia 9 (Quito, 1965), 180-191;J. SURIA, Catlogo general del archivo arquidiocesano de Caracas (Caracas, 1964); V. TRUJILLO MENA, Archivo arzo-bispal de Lima: Boletn CEHILA 16-17 (1979), 11-15.

    Otras fuentes archivsticas En los ndices o catlogos sobre archivos, fondos o colecciones documentales

    americanas en general.

    Documentos pontificios Vase el captulo 4 del presente volumen.

    Documentos sobre la Iglesia en diversos territorios americanos Vase la bibliografa de cada captulo del volumen segundo de esta obra.

    Documentos sobre las Ordenes religiosas Vase la nota bibliogrfica del captulo 12 del presente volumen.

    Documentos eclesisticos varios En todas las colecciones documentales de ndole general referentes a Amrica o

    un determinado pas.

    Fuentes narrativas P. BORGES, Notas sobre la historia de los agustinos en Amrica, en Agustinos en

    Amrica y Filipinas. Actas del Congreso Internacional, 1 (Valladolid, 1990), 457-482; F. J. CAMPOS, Lectura crtica de las crnicas agustinianas del Per, siglos xvi-xvn: Ibd., 237-260; M. DE CASTRO, Fuentes documentales para la historia franciscana en Amrica, en Actas del I Congreso sobre los franciscanos 111-171; J. L. MORA MRIDA, Bibliografa e historiografa bsicas de la Orden de Predicadores en Amrica, en Los dominicos y el Nuevo Mundo. Actas del ICongreso Internacional (Madrid, 1988), 839-854.

    Historias globales de la Iglesia A. YBOT LEN, La Iglesia y los eclesisticos espaoles en la empresa de Indias 1-2

    (Barcelona, 1954-1963); L. TORMO, Historia de la Iglesia en Amrica Latina 1 -3 (Fribur-go-Madrid, 1962), mecanografiada; L. LOPETEGUI-F. ZUBILI^VGA-A. EGAA, Historia de la Iglesia en la Amrica Espaola, 1-2 (Madrid, 1965-1966); L. LOPETEGUI, La Iglesia espaola y la hispanoamericana de 1493 a 1810, en R. GARCA VlLLOSLADA, Historia de la Iglesia en Espaa, 3/2 (Madrid, 1980), 363-441; E. D. DUSSEL y otros autores, Historia general de la Iglesia en Amrica Latina, 1 (Salamanca, 1983: introduccin general); 5 (Salamanca, 1984: Mxico); 6 (Salamanca, 1985: Amrica Central); 7 (Salamanca, 1981: Colombia y Venezuela); 8 (Salamanca, 1987: Per, Bolivia y Ecua-dor); H. J. PRIEN, La historia del cristianismo en Latinoamrica, trad. (Salamanca, 1985).

    Sistematizacin de la historia de la Iglesia E. D. DUSSEL, Hiptesis para una historia de la Iglesia en Amrica Latina (Barcelona,

    1967); ID., Historia general, I, 80-102, 299-329, 706-716; A. METHL FERR, Las pocas. La Iglesia en la historia latinoamericana: Vspera, 6 (Montevideo, 1968), 68-86; Para una historia de la Iglesia en Amrica Latina (Barcelona, 1975), de la Comisin de Estudios de Historia de la Iglesia en Latinoamrica (CEHILA); J. VILI .EGAS, Criterios generales de una periodizacin de la historia de la Iglesia en Amrica Latina: Para una historia, 57-76; P. TRIGO, Apuntes para una historia de la iglesia en Amrica Latina: Sic 47 (1984).

  • 18 P.I. Cuestiones globales Exposicin de la historia

    L. GMEZ CAEDO, La Iglesia en Hispanoamrica y su historiografa. Realidad, nacionalismo y poltica: Tierra Nueva, 63 (1987), 87-96; R. M. TISNES, La Iglesia hispanoamericana en los manuales de historia eclesistica: Hispania Sacra, 39 (Ma-drid, 1987), 351-370; R. FORNET-BETANCOURT, La metodologa de Dussel y su lectu-ra de la historia de la Iglesia en Amrica Latina: Tierra Nueva, 39 (1981), 5-17; L. F. MATEO-SECO, Verdad e Historia. En torno a una Historia General de la Iglesia en Amrica Latina, en J. I. SARANYANA y otros, Evangelizaran y Teologa en Amrica. Siglo xvi, 2 (Pamplona, 1990), 1207-1220; D. R. PICCARDO-J. A. VZQUEZ-J. I. SARAN-YANA, A propsito de los proyectos editoriales de Enrique D. Dussel (1972-1988): Ibd., 1253-1276.

    CAPTULO 2

    LA IGLESIA Y EL DESCUBRIMIENTO DE AMERICA

    Por Luis ARRANZ MRQUEZ

    La historia de la Iglesia en Amrica comienza con el papel que desempe- en la preparacin del descubrimiento del Nuevo Mundo.

    Es sabido, sin embargo, que la Historia tiene poco que ver con los saltos en el vaco, y que cualquier acontecimiento, mxime si es trascendental, no suele ser fruto de la casualidad, de lo repentino e insospechado. Antes bien, suele ajustarse a procesos de lenta gestacin, producto de muchas experien-cias y saberes acumulados. En tal sentido, el hallazgo americano que culmina en 1492 hinca sus races en varias centurias atrs.

    I. LA IGLESIA Y LOS DESCUBRIMIENTOS ANTES DE COLON

    Hasta el siglo XII, los gegrafos cristianos, totalmente condicionados por la fe, sometieron la geografa y la cosmografa a los dictados del dogma. Ni Ptolomeo ni el saber clsico en general podan contrarrestar el lenguaje literal de la Biblia; Jerusaln y los Santos Lugares se convirtieron as, de la mano de grandes y venerables Padres de la Iglesia, en el centro de cualquier representacin cartogrfica, a la vez que la distribucin de aguas y tierras era dibujada de forma simtrica en los mapamundis de la poca. Igualmen-te, cada uno de los parajes que aparecan en las Sagradas Escrituras, como el Paraso Terrenal, los Jardines del Edn, Tarsis, Ofir, el reino de Sab, las tierras de Gog y Magog, se convirtieron en objetivo a localizar por los gegrafos cristianos. Cada uno, a su modo, los situaba en lugares tan lejanos como imprecisos. Y para lejana e imprecisin, nada como el Oriente Extre-mo, o el Norte, tambin extremo y fro.

    El despertar de la cristiandad comenz all por el siglo XI, autntico jaln de una Edad Media conflictiva y guerrera, y se consolid en el XIII. El hecho va muy de la mano de ese acontecimiento espiritual, caballeresco, econmico y poltico, entre otras cosas ms, que conocemos como las Cruza-das. Con ellas se inauguraba la primera gran toma de contacto de la cristian-dad con Oriente, aunque fuera el prximo, el ms cercano a Europa. Detrs de esos grandes desplazamientos de peregrinos a Tierra Santa, el impacto del Oriente asitico encandil al instante a no pocos espritus inquietos.

  • 20 P.I. Cuestiones globales

    A) 1 relato de los grandes viajeros cristianos Los autnticos precursores de los grandes viajes en direccin a los

    confines de Asia fueron hombres de Iglesia, cristianos de hbito pertene-cientes a las Ordenes mendicantes, franciscanos y dominicos, que entre los siglos XIII y xiv pusieron a prueba su gran celo misional y no poco espritu de aventura.

    Tres hechos, de enorme impacto para la cristiandad de entonces, en-marcan este acontecer viajero desbrozando caminos y rutas. En primer lugar, la formacin del imperio mongol empez a traspasar las tierras asiti-cas y algunos grupos comenzaron a acercarse peligrosamente a la antesala de Europa por el lado de Hungra y Polonia. Una segunda realidad habla, al comenzar el siglo xm, de un nuevo resurgimiento del Islam por las tierras resecas del norte de frica y cercano Oriente, con un balance de triunfo sobre los cristianos en Tierra Santa. Por ltimo, y en correspondencia con lo anterior, el fracaso estrepitoso de ese gran empeo de la cristiandad, al que llamamos Cruzadas, que quiso ser ms de lo que fue.

    En medio de este panorama poltico y religioso se enmarcaron diversos movimientos espirituales del Occidente cristiano prestos a divulgar el Evan-gelio entre los infieles.

    Los primeros en sentir esa Iglesia en marcha proyectndose sobre el Prximo Oriente y norte de frica fueron los franciscanos y los dominicos. A partir del concilio de Lyon (1245), el papa Inocencio IV quiso sustituir la Cruzada por la misin, impulsando varias expediciones de religiosos mendi-cantes a tomar contacto con el mundo mongol.

    Aun cuando la primaca en el tiempo corresponde a los dominicos, han de ser las expediciones franciscanas, mejor conocidas y documentadas, las que ms influyan en los viajes, navegaciones y descubrimientos posteriores.

    Fray Juan de Piancarpino pasa por ser uno de los primeros y ms grandes expedicionarios. En 1245 emprendi viaje al imperio mongol en calidad de legado papal. Llevaba la misin secreta de obtener toda la infor-macin posible sobre el mundo trtaro. Sus impresiones quedaron refleja-das en una obra titulada Ystoria mongolorum, la primera de este gnero de literatura. Fue muy celebrada en su tiempo, al igual que las noticias sobre las tierras, climas, usos, costumbres y religin de los mongoles. Al hacerse eco del famoso Preste Juan, aliment una de las leyendas ms sugestivas del bajo Medievo. Sigui la ruta interior de Asia, la utilizada por las grandes invasio-nes asiticas.

    Por las mismas fechas (1253), el fraile flamenco Guillermo de Rubruc, con el consentimiento del Papa y del rey de Francia, inicia otro viaje por ruta parecida a la de Piancarpino. A su regreso escribe una muy notable relacin describiendo el trayecto seguido y aportando muchos datos geogrficos, etnolgicos y lingsticos de los mongoles y de la comunidad de cristianos nestorianos que vivan entre los trtaros. Una vez en Europa, visita Pars, y all relata sus conocimientos geogrficos a Rogerio Bacon. Fue el primero que dijo que el Catay era la zona que los antiguos llamaban Seres.

    Metidos en el siglo XIV, los franciscanos en China y los dominicos en Persia pretendan dar continuidad a las misiones de Asia. En tal labor mere-

    C.2. La Iglesia y el descubrimiento de Amrica 21

    ce destacarse el esfuerzo ejemplar desarrollado por fray Juan de Montecor-vino, quien, haciendo gala de una paciencia verdaderamente franciscana y un positivo balance evangelizador, fue elevado a la dignidad de arzobispo de Cambalic (Pekn) en 1307. Su correspondencia, completada con la de otros frailes (fray Peregrino de Castello y fray Andrs de Perugia), caus gran impacto en la cristiandad y un deseo de avivar el flujo viajero hacia Oriente.

    Otra experiencia digna de resear fue la de fray Odorico de Pordeno-ne, el cual, tras varios aos recorriendo toda la China meridional, permane-ci tres aos (de 1325 a 1328) en Cambalic. En la relacin de su viaje dej constancia de muchos detalles pintorescos sobre islas, ciudades, hombres y leyendas que Marco Polo haba silenciado.

    Podemos cerrar el ciclo de grandes frailes viajeros pertenecientes a los siglos xm y XIV con la delegacin papal que encabez fray Juan de Marignolli en 1342. Tres aos despus, en vsperas de derrumbarse el imperio mongol, haba recorrido Zaitn, Sumatra, Ceiln, Costa de Malabar, Golfo Prsico, Ormuz y Tierra Santa. Su experiencia qued reflejada en una crnica muy apreciada.

    Adems de los misioneros, debieron de ser numerosos los mercaderes europeos que llegaron a China, aunque falten sus relatos al estilo del de Marco Polo, que residi en Catay (China) desde 1271 hasta 1295 y que nos leg su famoso Libro de las cosas maravillosas. Propiciaba este intercambio la excelente organizacin del imperio mongol, su receptividad y tolerancia para con los dems pueblos. Pero todo entra en crisis, y a mediados del si-glo XIV sobreviene un parntesis de ms de un siglo en las ansias y necesidades europeas por descubrir, cuando a la desintegracin del pueblo trtaro le sigue el cierre de fronteras de la dinasta Ming en China, el resurgir del islam por el sur de Asia y Prximo Oriente, la crisis religiosa de la Iglesia catlica (cisma de Occidente, crisis de la Orden franciscana) y la cada social y econmica de Europa ocasionada por la peste negra.

    B) El saber acadmico de la Iglesia La gran preocupacin de los autores cristianos a partir del siglo x m ser

    cmo armonizar la experiencia de lo que se va comprobando con lo que dicen los Libros Sagrados y el saber de los antiguos, que empieza a ser conocido. En suma, haba que adaptar herencia clsica, tradicin cristiana y experimentacin, verdadero trpode en el que se apoyarn los grandes descu-brimientos geogrficos. Para ello result decisiva la labor difusora de rabes yjudos a travs de ese puente cultural que fue la Escuela de Traductores de Toledo.

    El mundo clsico haba tenido en Ptolomeo el mejor compilador de la Antigedad en materia de Geografa y Astronoma. Su penetracin en el Occidente cristiano se hizo a travs de traducciones y comentarios rabes que, a su vez, inspiraron y fundamentaron obras de destacados eclesisticos y hombres de saber del mundo universitario europeo.

    El tratado de Astronoma de Ptolomeo, que pasa al rabe con el ttulo de Almagesto, ser conocido y ampliamente popularizado en la cristiandad

  • 22 P-I- Cuestiones globales gracias a un resumen hecho a mediados del siglo XIII por Sacrobosco en su obra De Sphaera Mundi.

    Rogerio Bacon, un franciscano nada ajeno a lo que sus hermanos de Orden escriban sobre sus viajes asiticos, sugera en su obra Opus Maius la posibilidad de la existencia de otro continente, que tanto Asia como frica podan extenderse ms al sur, y que la zona trrida era habitable.

    Sin embargo, el autor que sintetiza mejor el difcil equilibrio y la extra-a mezcolanza que estaban conformando los escritos geogrficos es el car-denal francs Pierre d'Ailly. Su obra Imago Mundi (1410), famosa por el gran uso que de ella har Cristbal Coln, era un compendio de erudicin bbli-ca, clsica y rabe; algo parecido a una enciclopedia del saber de su poca. No faltan en ella fbulas y leyendas de todo tipo (pigmeos, monculos, acfalos, amazonas, teora sobre las aguas...), la ubicacin de lugares bblicos (Paraso Terrenal, Tarsis, Ofir...), y las teoras de profetas o de pseudoprofe-tas como Esdras, que reduca el Ocano a algo perfectamente navegable en pocos das si el viento era favorable.

    II. LA RELIGIOSIDAD DE COLON Y SU PROYECTO DESCUBRIDOR

    A) La religiosidad de Coln Uno de los signos ms destacados que caracterizan la personalidad de

    Cristbal Coln -aunque a algunos les parezca extrao- es el de ser y sentirse, religiosa y culturalmente hablando, un hombre medieval, una per-sona con la imaginacin, credulidad e ignorancia caractersticas del Medievo y, como tal, proclive a dar a sus actos, ideas y proyectos, sobre todo si eran tan inesperados como trascendentales, un sentido religioso profundo. Y a medida que avanza el tiempo y se confirma la importancia de lo descubierto, lejos de mitigarse ese sentimiento, se arraigar en l un mesianismo profti-co, una profunda conviccin de ser el siervo elegido por la Providencia, el predestinado, el portador de Cristo (Cristo-ferens) o apstol de los nuevos pueblos a travs de cuya accin descubridora ha de extenderse el Evangelio, j

    Los que le conocieron, como el padre Las Casas, cuentan que en las j cosas de religin cristiana sin duda era catlico y de mucha devocin; cuasi .! en cosa que haca y deca o quera comenzar a hacer, siempre antepona: i "En el nombre de la Santsima Trinidad har esto..." Ayunaba los ayunos de ., la Iglesia observantsimamente; confesaba muchas veces y comulgaba; reza- ba todas las horas cannicas como los eclesisticos o religiosos; enemicsimo de blasfemias y juramentos; era devotsimo de Nuestra Seora y del serfico padre San Francisco; pareci ser muy agradecido a Dios por los beneficios que de la divinal mano reciba, por lo cual, cuasi por proverbio, cada hora traa que le haba hecho Dios grandes mercedes, como a David....

    En 1501, el mismo Cristbal Coln resuma en parte su trayectoria personal al expresarse as:

    Hall a Nuestro Seor muy propicio, y hube de El para ello espritu de inteligencia. En la marinera me hizo abundoso; de astrologa me dio lo que

    C.2. La Iglesia y el descubrimiento de Amrica 23 abastaba, y ans de geometra y aritmtica; y ingenio en el nima y manos para dibujar esferas, y en ellas las ciudades, ros y montaas, islas y puertos, todo en su propio sitio. En este tiempo he yo visto y puesto estudio en ver de todas escrituras, cosmografa, historias, crnicas y filosofa, y de otras artes ans que me abri Nuestro Seor el entendimiento con mano palpable, a que era hacedero navegar de aqu a las Indias, y me abri la voluntad para la ejecucin dello; y con este fuego vine a Vuestras Altezas...

    B) El proyecto colombino Este y otros pasajes de recuerdos parecidos nos trasladan al momento

    en que a Coln le sobreviene algo inesperado y crucial que le abre el entendimiento con mano palpable; y ese algo se refera a que era posible navegar a las Indias atravesando el Ocano, y con tales signos se le present que l, pecador gravsimo, no dud en considerarlo un milagro evidentsi-mo, con lo cual me abri la voluntad para la ejecucin dello. A partir de esos momentos, quin duda que esta lumbre no fuese del Espritu Santo, as como de m?, dir; es un fuego lo que tiene dentro, unos deseos incontenibles por descubrir. Con la fe del elegido por la Divinidad, responder aquello que dijo San Mateo: Oh Seor, que quisiste tener secreto tantas cosas a los sabios y revelrselas a los inocentes. En tratndose de milagros y revelacio-nes, los sabios podan ser preteridos a los inocentes e ignorantes, como se senta Coln. As reza en los Libros Sagrados y as lo crea el futuro descu-bridor.

    Los partidarios del predescubrimiento interpretan estos pasajes a la luz de ese preconocimiento que tena Coln de lo que quera descubrir a la otra orilla del Ocano. Defienden que dicho conocimiento le haba llegado al navegante a travs de otras personas (un piloto cualquiera, por ejemplo, a quien el mar desplaz hasta all y al regreso tuvo tiempo de informar a Coln antes de morir), y no de una experiencia personal.

    Por otra parte, al aceptar el predescubrimiento, la figura de Coln, adems de su proyecto descubridor, ha tomado nuevos rumbos interpretati-vos. El navegante genial, intuitivo, soador y tenaz, y su grandioso proyecto son de esta manera ms comprensibles. Coln tiene un conocimiento muy aproximado de lo que va a buscar y trata de adaptar todo (signos, lecturas, testimonios bblicos, opiniones de escritores y filsofos) a lo que sabe que existe a una distancia determinada que no es la que manejan los entendidos. Religioso como es, atribuye a esta informacin secreta, que le ha llegado de sbito, el carcter de signo providencial, por lo que un gran sentido religio-so empapa todas sus acciones. Y con el convencimiento del predestinado rectifica a quien haya que rectificar y elabora teoras originales y grandiosas.

    El ao de 1480, aproximadamente, pudo ser el punto de arranque para poner en marcha su proyecto descubridor. Sin embargo, por mucho secreto que tuviera a su alcance y aunque ardiera en deseos de descubrir, no poda llevar a cabo la empresa solo. Tena que buscar apoyos, convidar a algn Principe que lo respaldara con dinero y hombres. Pero cualquier prncipe exiga un proyecto viable o al menos razonablemente defendible ante cual-quier junta de expertos.

    A Coln slo le queda el camino de la preparacin y el estudio. Como

  • 24 P.I. Cuestiones globales navegante prctico puede defenderse, mas no as como terico de saberes cosmogrficos, astronmicos o matemticos. En ese campo se va a entablar la contienda a la hora de aprobar o rechazar tan revolucionario proyecto. Y es precisamente ah donde la distancia entre su saber y el de la ciencia del momento se hace insalvable. Por ello ninguna junta de expertos, ni en Portugal ni en Castilla, le ser favorable. Aun as, lo sorprendente es que triunf.

    1. La biblioteca colombina. Es evidente que no todas las obras maneja-das por el descubridor de Amrica tienen el mismo valor. Con buen criterio, los historiadores conceden prioridad absoluta a las lecturas que hace antes de 1492, porque es en ellas donde se apoya para allanar el camino del triunfo.

    Metido con urgencia en un aprendizaje acelerado, all por los aos ochenta del siglo xv, Coln empieza a manejar algunas obras que eran como compendios o enciclopedias del saber de su tiempo. Huelga decir que la utilidad de su consulta para un aprendiz como Coln, e incluso para cual-quier iniciado, era enorme, ya que en ella se podan encontrar referencias de todo tipo (clsicas, rabes, bblicas) sin tener que acudir a las fuentes origina-les. A esta categora pertenecen la Imago Mundi, del obispo Pierre d'Ailly o Pedro de Alliaco, y la Historia rerum ubique gestarum, de Eneas Silvio Piccolo-mini, ms tarde papa Po II. Fueron sus dos grandes libros de cabecera, como demuestran las cerca de 1.800 apostillas o anotaciones al margen pertenecientes a su pluma. En sus pginas encontr y subray distintas teoras sobre la reduccin de las dimensiones del Ocano (predominio de las tierras sobre las aguas), con el especial relieve dado a la particularsima teora del pseudo Esdras, para el que, de las siete partes en que divida la esfera terrestre, seis eran de tierras continentales y una sola de agua, por lo que el Ocano era fcilmente navegable. Igualmente mereci su atencin todo lo que esos autores -especialmente Ailly contaban de los parajes bblicos, como el Paraso Terrenal, Tarsis, Ofir, reino de Sab, etc.; o de mitos clsicos, como el de las amazonas; o de fbulas y leyendas de mons-truos.

    Tambin en esas obras encuentra y destaca referencias a clculos y mediciones, a grados y millas. Por ejemplo, aun estando de acuerdo con Alfragano en que el grado terrestre tena 56 millas y 2 /3 , a la hora de traducir esto a medidas reales la discrepancia con respecto a las dimensiones de la esfera terrestre era ms que ostensible: Alfragano asignaba a la circun-ferencia del ecuador unas medidas casi exactas (unos 40.000 kilmetros), mientras que Coln las reduca una cuarta parte (unos 30.000 kilmetros). La explicacin era que cada uno manejaba una milla distinta: la milla rabe, de casi 2.000 metros, para aqul, y la itlica, de unos 1.500 metros, para Coln.

    La tercera fuente informativa manejada por Coln por estas fechas proceda de una carta y de un mapa que en 1474 envi el fsico, astrnomo y matemtico florentino Toscanelli al rey de Portugal a travs de su amigo el cannigo lisboeta Fernando Martins. Ambos documentos condensaban el nuevo proyecto ofrecido a Portugal: llegar a las Indias atravesando el Atln-

    C.2. La Iglesia y el descubrimiento de Amrica 25 tico en lugar de seguir la ruta africana. El proyecto se pareca al plan colombino, pero no era igual. Los portugueses, tras su estudio, lo archi-varon.

    Toscanelli haba elaborado su propuesta con abundante informacin proporcionada por los grandes viajeros de los siglos x m y xiv (misioneros y, especialmente, Marco Polo) y alguno del siglo XV. Calculaba para el ocano Atlntico una distancia casi doble de la actual, pero crea que esta dificultad -poco menos que insalvable con los medios de la poca- poda ser superada porque en el camino, a modo de escalas, situaba numerosas islas, como las de Antilla y el Cipango.

    Sobre la isla Antilla haba demasiada fantasa y no era muy de creer. Sin embargo, la referencia al Cipango, una isla distante del continente asitico 1.500 millas o 375 leguas, a la que no pudo conquistar ni siquiera el Gran Can, como haba declarado Marco Polo, entusiasmaba al futuro descubridor de Amrica. Dicha isla pasaba por ser abundantsima en oro, perlas y piedras preciosas, hasta el punto de que los templos y casas reales se cubran de oro puro. Descubrir el Cipango - n o se olvide- fue el objetivo principal del primer viaje colombino.

    Del sabio florentino al que inspira Marco Polo recoge tambin detalles referentes a la tierra firme continental, a las provincias o regiones del Catay, Mangi y Ciamba, que, segn crean, formaba parte del imperio del Gran Can. Y digo segn crean porque a finales del siglo xv Europa aceptaba todava el mundo descrito por Marco Polo; es decir, la situacin poltica de Asia tal como era a finales del x m y principios del xiv. Tal situacin -como es sabido- no era ya ni parecida: el imperio mongol de Asia se haba desinte-grado cien aos antes de que escribiera Toscanelli y de que Cristbal Coln soara con el Cipango y con las tierras del Gran Can.

    Otras obras de consulta directa, como la Geografa de Ptolomeo, el Libro de Marco Polo o la Historia Natural de Plinio, por citar ejemplos concretos, pueden ser consideradas de manejo ms tardo o incluso secundario.

    2. Las tierras que encontr. El principal objetivo del primer viaje fue descubrir el Cipango de Toscanelli y Marco Polo. Ahora bien, lo que para stos era una isla lo redujo Coln a una simple regin de la isla Espaola, que los indios llamaban Cibao, y en la que tiempo despus se encontraran ricas minas de oro. El anuncio de su descubrimiento fue sorprendente. Sucedi en el primer viaje. Haba recorrido las Bahamas y llegado a Cuba, a la que identifica en principio con una provincia del Gran Can. Recorre parte de la costa y pasa a la isla Espaola (Hait). Y el 4 de enero de 1493, cuando apenas se entiende con los indios, divisa Monte Cristi, un monte muy singu-lar que, segn el historiador Juan Manzano, es el que le sirve para orientarse y encajar todas las noticias que tena. En ese mismo momento dir que el Cipango estaba en aquella isla, y aadir que de all a las minas de oro del Cibao -su Cipango- no haba veinte leguas. El 9 de enero exclamaba que haba hallado lo que buscaba.

    Otra isla que parece tener perfectamente localizada era Yamaye o Ja-maica. El 6 de enero de 1493, sin ni siquiera haberse aproximado a ella, la situaba con toda precisin detrs de la isla de Cuba por la banda del sur, y

  • 26 P.I. Cuestiones globales aada que distaba de la tierra firme diez jornadas de canoa, que podan ser sesenta o setenta leguas, y que era la gente vestida all... Esa zona continental a la que se refiere Coln parece ser la de Paria o costa norte de Amrica del Sur.

    Adems de islas, Coln situaba en su proyecto descubridor dos tierras firmes: una que supona ms lejana, la de ms all, y que correspondera a los dominios asiticos del Gran Can, siguiendo en este caso a Toscanelli. La tierra firme de ms ac, sin embargo, podra referirse a la ms cercana a Europa; es decir, a la costa septentrional de Amrica del Sur, desconocida por todos, excepto por l, y a la que llamar trra incgnita o Nuevo Mundo. En ambos casos pertenecera al mbito asitico, bien como gran pennsula continental (trra incgnita) o bien como tierra desgajada de Asia, formando as un mundo nuevo y tambin ignorado por todos.

    Mencin especial merece la gran revelacin hecha por Coln ese mismo 6 de enero de 1493 sobre la Isla de las Mujeres o Matinin y que ampla con detalles muy sugestivos en fechas siguientes, al igual que sobre la isla de Carib, caribes o canbales.

    Cuando an no haba pisado ninguna de estas islas e incluso navegaba lejos de ellas asegura que ambas distaban entre s diez o doce leguas; que la isla de Carib era la segunda a la entrada de las Indias, mientras que Matinin es la primera isla, partiendo de Espaa para las Indias, que se halla.

    A la hora de interpretar algunos signos y explicar al mundo algn que otro secreto, ni el tiempo ni el espacio sern barreras suficientes para contener la frtil imaginacin colombina, como se ver a continuacin.

    3. Tierras y lugares de fantasa en el proyecto colombino. A nadie debe extraar que un hombre como Coln, plenamente convencido de ser instru-mento divino y que respiraba medievalismo por los cuatro costados, se sienta autorizado -sobre todo despus de su triunfo- a disputar con sabios y filsofos, a rectificar a gegrafos, astrnomos y astrlogos, a completar lo que han dicho santos doctores y sacros telogos. A ese convencimiento se le una otro: el orgullo del que no habla de odas acerca de las tierras extremas i del Oriente que cree recorrer, sino por vista de ojos y con la autoridad que. impone ser observador directo de tamaa experiencia. I

    Con tales convencimientos y un curioso juego de coincidencias y rea-) ciones, la mente siempre predispuesta del descubridor confeccionar st' propio mundo de fantasa y originalidad, un mundo realmente nuevo. ;

    Localizar los lugares que se citan en la Biblia se haba convertido para todo buen cristiano en asunto de importancia durante la Edad Media. Si ese buen cristiano se llamaba Coln, tena aficiones geogrficas y cosmogrficas y adems andaba fuertemente tocado de providencialismo, ubicar cualquier paraje bblico era no slo importante, sino trascendental; era ms an: una obligacin irrenunciable que l, como siervo elegido por Dios, tena para : con el resto de los mortales. '

    De entre todos los lugares bblicos, el Paraso Terrenal importaba de ] manera especial. Durante siglos, muchos haban especulado sobre sus carac- ; tersticas y localizacipn. La cristiandad fue acuando la idea de su lejana no

    C.2. La Iglesia y el descubrimiento de Amrica 27 slo en el tiempo, sino tambin en el espacio. Encajaba as en el impreciso Oriente, o sea, tanto como no decir nada.

    Personas muy sabias haban escrito que el Paraso estaba en lugar pro-minente, entre montaas tan altas, tan altas que qued a salvo del Diluvio, y que de su fuente manaban aguas abundantsimas que descendan en cuatro grandes ros paradisiales -Nilo, Ganges, Tigris y Eufrates- regando el Jardn de las Delicias y distribuyendo el agua por la tierra, que esas aguas al caer provocaban un ruido ensordecedor y formaban un gran lago, que su clima era suave y estaba en un lugar lejano e impreciso del Oriente para unos, mientras que otros hablaban de zonas equinocciales o australes.

    A la vuelta del primer viaje, el Almirante de las Indias dir en su Diario que la templanza del ambiente, los aires bonancibles y la quietud de las aguas y de los mares antillanos eran tales que aquellas tierras que agora l haba descubierto pertenecan al fin del Oriente y, por tanto, estaban prximas al Paraso Terrenal.

    El descubridor sola pasar con enorme facilidad de la creencia a la teora y a la explicacin del hecho que observaba o que quera observar. Llegado a ese punto, los signos externos cobran gran fuerza y se convierten en piezas de apoyo a la hora de elaborar su teora cosmogrfica de la Tierra.

    La forma de la Tierra que imagina Coln no es propiamente esfrica, sino que es de la forma de una pera que sea toda muy redonda, salvo all donde tiene el pegn, que all tiene ms alto, o como quien tiene una pelot