Buck Pearl S - La Buena Tierra

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    LA BUENA TIERRA PEARL S. BUCK

    EDITORIAL JUVENTUD, S. A.Titulo original: THE GOOD EARTH

    Traduccin de Elisabeth MulderDcima edicin, julio 1977Impreso en Espaa

    I

    Era el da de las bodas de Wang Lung. Por el momento, al abrir los ojos en la sombra de lascortinas que rodeaban su cama, no acertaba a explicarse por qu razn aquel amanecer le parecadistinto de los otros. La casa permaneca silenciosa. nicamente turbaba su quietud la tos del padreanciano, cuya habitacin estaba frente por frente de la de Wang Lung, al otro lado del cuartocentral. La tos del viejo era el primer ruido que se oa en la casa cada maana. Generalmente, WangLung la escuchaba acostado en la cama y as permaneca hasta que la tos iba acercndose y lapuerta del cuarto de su padre giraba sobre los goznes de madera. Pero esta maana no se entretuvoesperando. Dio un salto y apart las cortinas del lecho.Aurora sombra y bermeja. A travs de un agujero cuadrado, que haca las veces de ventana, y en elque tremolaba un papel en jirones, se entrevea una parcela de cielo broncneo. Wang Lung seacerc al agujero y arranc el papel.Es primavera, y no necesito esto murmur.Le daba vergenza expresar en alta voz su deseo de que la casa estuviera hoy arreglada y limpia.El agujero permita apenas el paso de la mano, que sac por l para sentir el contacto del aire. Un

    viento leve soplaba blandamente del Este, un viento suave y murmurante, grvido de lluvia. Era unbuen augurio. Los campos necesitaban lluvia para fructificar, y aunque no la hubiera hoy, la habradentro de unos das si aquel viento continuaba. Bien, bien... Ayer le haba dicho su padre que si estesol bronceado y refulgente persista, el trigo no iba a cuajar en la espiga. Y ahora era como si elcielo hubiese escogido este da precisamente para derramar sus bendiciones. La tierra dara fruto.Se apresur a entrar en el cuarto central ponindose los pantalones mientras andaba, y atndosealrededor de la cintura su cinturn azul de tela de algodn. De la cintura arriba quedse desnudomientras calentaba el agua para baarse.Dirigise a la cocina, que era un cobertizo apoyado contra la casa. Emergiendo de la sombra, unbuey, que se hallaba en el rincn junto a la puerta, volvi la cabeza, y al ver a su amo comenz a

    mugir profundamente.La cocina de Wang Lung, como la casa, estaba construida de ladrillos de tierra, grandescuadrilteros de tierra de sus propios campos, y techada con paja de su propio trigo. De la mismatierra, el padre haba construido el horno en su juventud, un horno que ahora estaba tostado y negropor los muchos aos de uso. Sobre el horno posbase un caldero de hierro, redondo y profundo.Wang Lung llen parte de este caldero del agua que iba sacando con una calabaza, de una tinaja detierra cercana al fogn. Pero la sacaba con cuidado, porque el agua era una cosa de mximo valor.Luego, tras una corta vacilacin, levant la tinaja y verti todo su contenido en el caldero. En unda as iba a baarse ntegramente. Nadie, desde los tiempos en que era un chiquillo a quien lamadre sentaba en sus rodillas, haba visto el cuerpo de Wang Lung. Hoy, alguien lo vera, y para

    esa persona quera tenerlo limpio.Dio la vuelta al horno, cogi un puado de ramas y de hierbas secas que se hallaban en un rincn dela cocina y las arregl con esmero en la boca del horno, procurando sacar el mayor partido posiblede cada brizna. Luego, con un viejo pedernal y un hierro, prendi una chispa, que introdujo en lapaja, y una llamarada alzse en seguida del combustible.Esta era la ltima maana en que tendra que encender el fuego. Lo haba encendido diariamentedesde que muri su madre, haca seis aos. Una vez encendido el fuego, herva el agua y se lallevaba a su padre en una escudilla. El viejo tosa, sentado en la cama, y tanteaba en busca de suszapatos. As haba esperado cada maana, durante estos seis aos, la llegada del hijo con el agua

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    caliente para aliviarle la tos. Pero ahora, padre e hijo podran descansar, pues en la casa habra unamujer. Ya nunca ms tendra Wang Lung que levantarse al amanecer, invierno y verano, paraencender el fuego. Se quedara en la cama esperando: y a el tambin le traeran una escudilla conagua, y, si la tierra daba fruto, en el agua habra hojas de te. Algunos aos, as ocurra.Y si la mujer se agotaba, ah estaran sus hijos para encender el fuego. Muchos, muchos hijos ledara esta mujer a Wang Lung.

    Se detuvo de pronto, pensando en los nios que correran por las tres habitaciones de la casa.Siempre le haba parecido que eran demasiadas habitaciones para ellos dos. La casa estaba mediovaca desde que muri la madre y continuamente tenan que resistir a los intentos de invasin deparientes que vivan ms apurados que ellos. Su to, con sus incontables vstagos, exclamaba:Como pueden dos hombres solos necesitar tanto sitio? No puede el hijo dormir con el padre? Elcalor del joven hara bien a la tos del viejo.Pero el padre replicaba:Reservo mi cama para mi nieto. El me calentar los huesos en mi ancianidad.Y ahora los nietos iban a venir. Nietos y ms nietos! Tendran que poner camas a lo largo de lasparedes y en el cuarto central. La casa entera estara llena de camas.Las llamaradas del horno se extinguieron y el agua del caldero empez a enfriarse mientras WangLung pensaba en todos los lechos que habra en aquella casa medio vaca. Y en el umbral de lapuerta apareci borrosamente la figura del viejo que se sujetaba sus ropas sin abrochar y tosa,escupa.Por qu suspir el anciano no tengo todava el agua para calentar mis pulmones?Wang Lung se le qued mirando, volvi en s y se sinti avergonzado.El combustible est hmedo murmur tras el fogn. Este viento mojado...El viejo continu tosiendo perseverantemente y no ces hasta que el agua empez a hervir. WangLung verti parte del agua en una escudilla, cogi un frasco barnizado que haba en un borde delfogn, sac de el aproximadamente una docena de hojas secas y retorcidas y las ech en el agua.Los ojos del viejo se abrieron glotonamente, pero en seguida comenz a lamentarse:

    Por qu derrochas as? Beber t es como comer plata.Un da es un da replic Wang Lung con una risa breve. Bebe y reconfrtateMurmurando, dando pequeos gruidos, el viejo cogi el tazn con sus dedos arrugados y quedsemirando cmo las hojas diminutas se desrizaban sobre la superficie del agua. Y no se atreva abeber el preciado lquido.Se va a enfriar dijo Wang Lung.Cierto, cierto, repuso el viejo, alarmado.Comenz a tragar el t caliente a grandes sorbos, con una satisfaccin animal, lo mismo que unnio fascinado por la comida. Pero no se abstrajo tanto que no viera a Wang Lung echartemerariamente el agua del caldero en una honda tina de madera. Levanto la cabeza y contempl a

    su hijo.Aqu hay agua suficiente para hacer madurar una cosecha dijo de repente.Wang Lung continu echando el agua hasta la ltima gota y no contesto.Vaya, vaya! grit el padre.No me he lavado el cuerpo, todo de una vez, desde el Ao Nuevo dijo Wang Lung en voz baja.Le daba vergenza decirle a su padre que deseaba estar limpio para que la mujer pudiese verle.Cogi la tina de madera y se la llev a su cuarto. La puerta, ligeramente afianzada en un torcidomarco de madera, no se cerr hermticamente, y el viejo entr bambolendose en el cuarto central,acerc la boca al espacio abierto y chillo:Mala cosa si acostumbramos a la mujer as: t en el agua matinal y todos estos lavajes!

    Un da es un da -grit Wang Lung. Y aadi: Cuando termine, echar el agua en la tierra y as nose habr desperdiciado todo.El viejo se call al or esto, y Wang Lung, desabrochndose el cinturn, se quit las ropas. A la luzdel foco cuadrado que penetraba por el agujero de la pared, empap una toalla en el agua humeantey comenz a frotarse vigorosamente el cuerpo oscuro y delgado. A pesar de que el aire le habaparecido tibio, al estar mojado senta fro y se mova con rapidez, metiendo y sacando la toalla delagua hasta que de todo el cuerpo se escap una leve nube de vapor. Entonces se dirigi a un arcaque haba sido de su madre y sac de ella un traje limpio de algodn azul. Tal vez sentira un pocode fresco sin sus ropas de invierno, pero sbitamente se daba cuenta de que no podra sufrirlas

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    ahora, sobre su carne limpia. Aquellas ropas estaban rotas, sucias, y la entretela asomaba por losagujeros mugrienta y gris. No quera que la mujer le viese as por primera vez. Ms tarde tendraque lavar, que remendar, pero no el primer da. Sobre los pantalones de algodn azul se ech unatnica larga confeccionada con el mismo material, su sola tnica larga, que usaba nicamente en losdas de fiesta, o sea diez o doce veces al ao. Luego, con dedos giles, deshizo la larga trenza decabello que le colgaba a la espalda y comenz a peinarla con un peine que cogi del cajn de una

    pequea mesa vacilante.Su padre se acerc y grit por la abertura de la puerta:

    Es que no he de comer hoy? A mi edad, los huesos se hacen agua por las maanas hasta que seles alimenta.Ya voy dijo Wang Lung, trenzndose el cabello lisa y rpidamente y tejiendo entre los cabos uncordn de seda negra. Luego se quit la tnica y, enroscndose la trenza alrededor de la cabeza,cogi la tina de agua y sali afuera. Se haba olvidado por completo del desayuno. Hara unapapilla de harina de maz y se la dara a su padre, porque lo que es l no poda comer. Avanz conla tina hasta la entrada y verti el agua sobre la tierra ms prxima a la puerta; pero mientras lohaca record que haba empleado toda el agua del caldero para el bao y que tendra queencender el fuego otra vez. Y sinti una oleada de clera hacia su padre.Esa vieja cabeza no piensa ms que en su comida y en su bebida murmur a la boca del horno.Pero en voz alta no dijo nada. Era la ltima maana en que tendra que preparar la comida para elviejo. Puso en el caldero un poco de agua, que llev, en un cubo, del pozo cercano a la puerta,prepar la comida y se la dio al viejo.Padre mo dijo-, esta noche comeremos arroz. Mientras tanto, aqu est el maz.No queda ms que un poco de arroz en el cesto exclam el viejo sentndose a la mesa del cuartocentral y removiendo con los palillos la pasta amarillenta.Entonces, comeremos un poco menos en la fiesta de la primavera dijo Wang Lung.Pero el viejo, ocupado en comer ruidosamente de la escudilla, no le oa.

    Wang Lung regreso a su cuarto, se puso otra vez la larga tnica azul y se solt la trenza. Pasndosela mano por las sienes rasuradas y por las mejillas, se pregunt si no le convendra afeitarse.Apenas haba salido el sol. Podra pasar por la calle de los Barberos y hacerse afeitar antes de ir ala casa donde la mujer le esperaba. De tener bastante dinero, as lo hara.Saco del cinturn un bolsillo pequeo y grasiento, de tela gris, y cont el dinero que posea. Seisdlares de plata y dos puados de monedas de cobre.Todava no le haba dicho a su padre que haba invitado a unos amigos a cenar aquella noche. Losinvitados eran: su primo, el hijo menor de su to; su to, en atencin a su padre, y tres labradoresvecinos que vivan con l en el pueblo. Haba pensado traer aquella maana de la ciudad carne decerdo, un pescado pequeo, de pantano, y un puado de castaas. Y quiz comprara hasta unos

    brotes de bamb del sur y un poco de buey para hervir con las coles que l mismo haba cultivadoen su huerto. Pero esto nicamente si le quedaba algn dinero despus de adquirido el aceite y lasalsa de las judas. Si se afeitaba, tal vez no podra comprar la carne de buey... Sbitamente,decidi afeitarse.Dej al viejo sin decir palabra y sali a la luz de la maana naciente. A pesar del rojo oscuro de laaurora, el sol ascenda por las nubes del horizonte y brillaba sobre el roco del trigo tierno y de lacebada. Wang Lung, que tena verdaderamente alma de campesino, se recre un momentocontemplando las pequeas cabezas en formacin. An estaban vacas y en espera de la lluvia. Oliel aire y mir ansiosamente al cielo. All, en el vientre de aquellas nubes negras que pasaban sobreel viento, se encerraba la lluvia. Y Wang Lung se dijo que comprara un bastoncito de incienso para

    ofrecerlo al dios de la tierra. En un da as, hara esta ofrenda.Sigui adelante, por el camino estrecho que se retorca entre los campos. No muy lejos se alzaba lamuralla gris de la ciudad. Al otro lado de la puerta por la que l deba pasar se hallaba la CasaGrande, la casa de los Hwang. En ella haba servido de esclava, desde nia, la mujer que iba a sersuya. Haba quien deca: "Ms vale vivir solo que casarse con un mujer que ha sido esclava de unacasa grande". Pero cuando Wang Lung le pregunt a su padre: "He de estar sin mujer toda mivida?", ste haba contestado: "Las bodas cuestan caras en estos tiempos, y las mujeres exigenanillos de oro y vestidos de seda. Lo nico que queda para las pobres son las esclavas".Su padre se haba movido entonces y haba ido a la Casa de Hwang a preguntar si no les sobraba

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    ciudad, a pesar de que eran slo barberos y gente de la ms baja, dijo prestamente:Como quiera..., como quiera...Y cedi al barbero, que le enjabon, frot y afeit, y que siendo, a pesar de todo, un buen hombre,y generoso, le hizo gratis unas cuantas manipulaciones hbiles en los hombros y en la espalda paradar elasticidad a los msculos. Mientras le afeitaba la cabeza a Wang Lung, coment:Este labrador no estara mal si se cortase el pelo. La nueva moda manda suprimir la trenza.

    Y la navaja pas tan cerca del crculo de cabello en la coronilla de Wang Lung, que ste grit:Sin el permiso de mi padre no puedo cortarme el pelo!El barbero se ech a rer y orill el circulo de cabello.Cuando la operacin hubo terminado, Wang Lung cont el dinero en la mano arrugada y hmedadel barbero. Y tuvo un momento de pnico: tanto dinero! Pero, al echar a andar calle abajo,sintiendo la fresca caricia del aire sobre la piel afeitada, se dijo:Un da es un da.Se fue al mercado y compr dos libras de carne de cerdo, mirando cmo el carnicero la envolva enuna hoja de loto seca. Dud un instante y compr tambin media libra de buey y unas porciones derequesn fresco que temblaba como gelatina sobre las hojas. Luego fue a una cerera, adquiri dosbastones de incienso, y se dirigi, tmidamente, hacia la Casa de Hwang.En la entrada, sinti que un terror invencible se apoderaba de el. Cmo haba venido solo? Debahaberle pedido a su padre, a su tao, o hasta a Ching, su vecino ms prximo, que le acompaase.Nunca haba estado en una gran casa. Cmo iba a entrar en sta, con su festn de bodas al brazo, ydecir: "Vengo a buscar una mujer"?Durante un rato se qued a la puerta, mirndola. Estaba bien cerrada; los dos grandes batientes demadera, pintados de negro, asegurados y tachonados de hierro, firmemente ajustados uno sobreotro. Dos leones de piedra montaban la guardia, uno a cada lado. No haba nadie ms. Wang Lungretrocedi. Imposible decidirse! Senta una sbita debilidad y decidi comprar primeramente algoque comer. No haba tomado nada an; haba olvidado su comida.Fue a un pequeo restaurante callejero y, poniendo dos peniques sobre una mesa, se sent. Un

    chico sucio, con un delantal negro y lustroso, se acerc a l, y Wang Lung le pidi: "Dosescudillas de fideos!", y cuando se las trajo se las comi glotonamente, empujando los fideos bocaadentro con los palillos de bamb mientras el chico haca girar los cobres entre sus dedosnegruzcos.Quiere ms? pregunt el chico indiferentemente.Wang Lung movi la cabeza, se enderez y mir alrededor. No haba nadie conocido suyo enaquella habitacin pequea, oscura, llena de mesas. Slo se hallaban sentados unos cuantoshombres, que coman o beban t. Era un lugar para pobres, y entra ellos Wang Lung se veapulcro, limpio y casi rico, tanto, que un mendigo que pasaba se dirigi a l.Tenga corazn, maestro, y dme una monedita! Tengo hambre! se lament.

    Jams un mendigo le haba pedido limosna a Wang Lung, jams nadie le haba llamado "maestro".Se sinti satisfecho y ech en el platillo del mendigo dos moneditas, que valan la quinta parte deun penique. El pobre alarg con prontitud su mano ennegrecida, semejante a una garra, y, cogiendola limosna, la escondi entre sus harapos.Wang Lung continuaba sentado, mientras el sol iba ascendiendo. El chico, daba vueltasimpacientemente, y por fin le dijo a Wang Lung, con descaro:Si es que no compra nada ms, tendr que pagar alquiler por el taburete.A Wang Lung le irrit esta impertinencia, y de buena gana se habra levantado y hubiera partido;pero cuando pensaba que tena que ir a la gran Casa de Hwang, a preguntar por una mujer, rompaa sudar por todo el cuerpo como si estuviera trabajando en los campos.

    Treme t le dijo dbilmente al chico.Y antes de que tuviera tiempo de volver la cabeza, all estaba el t, y el chico preguntaba conviveza:Y el penique?Wang se dio cuenta, con horror, de que no tena ms remedio que sacar de su cinturn otro peniquems.Es un robo murmur de mal talante.Pero en esto vio entrar a su vecino, al que haba invitado para la fiesta de la noche, y pusorpidamente el penique sobre la mesa, se trag el t y se fue muy aprisa por la puerta lateral. Se

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    hallaba en la calle una vez ms.Hay que hacerlo se dijo con desesperacin. Y, lentamente, dirigi sus pasos hacia la granentrada.Esta vez, como era ya plena maana, la puerta estaba entreabierta y el guardin, despus delalmuerzo, vagaba por la entrada, limpindose los dientes con una astilla de bamb. Este guardinera un hombre alto, con un gran lunar en la mejilla izquierda, del que colgaban tres pelos largos y

    negros que jams haban sido cortados. Al ver a Wang Lung, le grit speramente, creyendo, por elcesto que llevaba, que haba venido a vender algo:Qu hay?Wang Lung replic con gran dificultad:Soy Wang Lung, el labrador.Bueno, y Wang Lung, el labrador, qu hay? replic el guardin, que slo era atento con losopulentos amigos de sus seores.He venido..., he venido... tartamude Wang Lung.Eso ya lo veo replic el portero con deliberada paciencia, retorcindose los tres pelos del lunar.Es por una mujer dijo Wang Lung.Y, a pesar de sus esfuerzos, la voz se le iba apagando hasta convertirse en un murmullo. A la luzdel sol, la cara le brillaba, hmeda. El guardin se ech a rer.De modo que eres t! exclam l. Me haban avisado que hoy vendra el novio, pero no tehubiera reconocido, con ese cesto al brazo...Son slo unos manjares dijo Wang Lung excusndose, y crey que el guardin le iba a conducirahora al interior de la casa.Pero el hombre no se movi, y al fin Wang Lung pregunt con ansiedad:He de entrar solo?El guardin hizo ver que se sobrecoga de horror.El Venerable Seor te matara!Y, viendo la inocencia del rstico, insinu:

    Un poco de plata es una buena llave...Wang Lung acab por ver que lo que el hombre quera era dinero.Soy un pobre dijo suplicante.A ver lo que llevas en el cinturn contest el guardin.Y sonri al ver la simplicidad de Wang Lung, que puso el cesto sobre las piedras y, levantndose latnica, sac el bolsillo que llevaba en el cinturn y ech en su mano izquierda cuanto dinero lehaba quedado despus de efectuadas sus compras. Haba slo una pieza de plata y catorce peniquesde cobre.Coger la plata dijo el guardin tranquilamente, y, antes de que Wang Lung pudiera protestar, sehaba metido la moneda en la manga y se adentraba hacia la casa gritando:

    El novio, el novio!Wang Lung, a pesar de su clera por lo ocurrido y de su horror al ser anunciado de tan estentreamanera, no pudo hacer otra cosa que coger el cesto y seguir al guardin. Iba derecho, sin mirar a unlado ni a otro.Aunque era la primera vez que haba entrado en una gran casa, despus no poda acordarse denada. Con la cara ardiendo y la cabeza inclinada, atraves patio tras patio, oyendo los gritos delguardin precedindole, escuchando el retiir de risas por todos lados. Y, de pronto, cuando lepareca que haba atravesado cien estancias, el guardin le empuj a un saloncito de espera ydesapareci hacia alguna habitacin interior, regresando al cabo de un momento para anunciar:La Venerable Seora dice que puedes aparecer ante ella. Wang Lung dio un paso hacia delante,

    pero el guardin le grit:No puedes presentarte ante una gran seora con ese cesto al brazo! Un cesto lleno de cerdo y derequesn! Cmo vas a hacer la reverencia?Cierto, cierto... dijo Wang Lung muy agitado.Pero no se atreva a dejar el cesto en el suelo, por miedo a que le robasen algo. Wang Lung nopoda comprender que no todo el mundo no deseara cosas tan exquisitas como dos libras de cerdo,media libra de buey y un pequeo pescado de pantano.El guardin vio su temor y grit con desprecio:En una casa como sta alimentamos a los perros con esas carnes!

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    Y, cogiendo el cesto, lo ech detrs de la puerta y empuj a Wang Lung hacia delante.Descendieron por una galera larga y angosta, de techo sostenido por columnas delicadamentetalladas, y penetraron en un saln cual jams haba visto Wang Lung. Una docena de casas como lasuya se hubieran perdido en l, tanta capacidad tena y tanta altura. Levantando la cabeza paracontemplar las vigas talladas y pintadas, tropez en el umbral de la puerta, y se hubiera cado si elguardin no le hubiese cogido por un brazo, exclamando:

    Bueno, a ver si sabrs hacer la reverencia ante la Venerable Seora.Y Wang Lung, volviendo en si, y muy avergonzado, mir adelante, y en el centro de la habitacin,sobre un estrado, vio a una seora muy vieja, pequea y fina, vestida de satn gris muy brillante; asu lado, en una banqueta baja, quemaba, sobre la lamparilla, una pipa de opio. La seora mir aWang Lung con sus ojillos negros, penetrantes, tan vivos y hundidos en el rostro delgado y lleno dearrugas como los de un simio. La piel de la mano que sujetaba el extremo de la pipa apareca tirantesobre los huesos menudos, lisa y amarilla como el oro de un dolo. Wang Lung cay de rodillas ygolpe con la cabeza el suelo.Levntalo dijo gravemente la seora al guardin. Estas reverencias no son necesarias. Havenido a buscar la mujer?Si, Venerable Seora replic el guardin.Y por qu no habla? pregunt la dama.Porque es un imbcil, Venerable Seora respondi el guardin, retorcindose los pelos del lunar.Estas palabras sublevaron a Wang Lung, que mir al guardin con indignacin.Soy solamente un rstico, Alta y Venerable Seora dijo, y no s qu palabras emplear antevuestra presencia.La seora se le qued mirando con intensa gravedad; hizo como si fuera a hablar, pero su mano secerr sobre la pipa, que una esclava haba estado atendiendo, y pareci olvidarlo. Se inclin unpoco, fumando con glotonera durante unos momentos; la viveza desapareci de sus ojos y unaniebla de olvido se extendi sobre ellos. Wang Lung permaneci en pie ante ella, hasta que sumirada lo advirti de nuevo.

    Qu hace aqu este hombre? pregunt la seora con un enfado sbito.Dirase que se haba olvidado de todo. El guardin no deca nada y su rostro continuaba impasible.Estoy esperando la mujer, Alta Seora dijo Wang Lung asombrado.La mujer! Qu mujer...? comenz a decir la seora, pero la esclava se inclin y le dijo algo quela hizo recordar. Ah, si! Me haba olvidado... Una nimiedad... Vienes por la esclava llamada Olan. Recuerdo ahora que se la habamos prometido en matrimonio a un labrador. Eres t?Yo soy replic Wang Lung.Llama a Olan en seguida orden la seora a la esclava.Pareca, de pronto, impaciente por concluir aquel asunto y porque la dejaran sola con su pipa deopio en la quietud del saln.

    La esclava regres trayendo de la mano una figura cuadrada, bastante alta, vestida con pantalones ycasaca de algodn azul, muy limpia. Wang Lung le dio una ojeada rpida y en seguida mir a otrositio. El corazn le palpitaba aceleradamente. Esta era su mujer!Ven aqu, esclava dijo la seora con ligereza. Este hombre ha venido a buscarte.La mujer se adelant y qued en pie ante la seora, con la cabeza baja y las manos juntas.Ests preparada? pregunt la dama.La mujer respondi, lentamente y como un eco:Estoy preparada.Wang Lung tena a la mujer delante, y al or por primera vez su voz, que era agradable: ni aguda,ni melosa, ni spera, la mir de nuevo. Llevaba el cabello bien peinado y liso, y la casaca pulcra.

    Vio con cierta desilusin que no tena los pies prensados, pero no pudo reflexionar sobre esto,porque la seora le deca al guardin:Llvale el cofre a la puerta y que se vayan. Y volvindose hacia Wang Lung, exclam: Pontejunto a ella mientras hablo.Cuando Wang Lung se adelant, la seora le dijo:Esta mujer entr en nuestra casa cuando era una nia de diez aos, y aqu ha vivido hasta ahora,que tiene veinte. La compr en un ao de hambre, cuando sus padres bajaron hacia el Sur porque notenan qu comer. Eran gente del Norte, de Shantung, y all se volvieron. No he vuelto a saber deellos. Como ves, Olan tiene el cuerpo vigoroso y el rostro cuadrado de su raza. Trabajar bien en

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    los campos y sacando agua, y en todo lo que quieras. No es bonita, pero eso no te hace falta; slolos ricos necesitan mujeres hermosas para que les diviertan. Tampoco es inteligente, pero hace bienlo que se le manda y tiene buen carcter. Que yo sepa, es virgen. Aunque no hubiera estado siempreen la cocina, no posee suficiente belleza para haber tentado a mis hijos y nietos. Si algo le hapasado, ha tenido que ser con un criado, aunque, habiendo en la casa tantas esclavas bonitas, dudomucho que nadie se haya fijado en sta. Llvatela y emplala bien. Es una buena esclava, y si yo no

    hubiese deseado hacer mritos para mi existencia futura, trayendo al mundo vida nueva, la hubieraconservado. Pero siempre caso a mis esclavas, si alguien las quiere y los seores no las desean.Y a la mujer le dijo:Obedcele y dale hijos y ms hijos. Treme la primera criatura para que yo la vea.Si, Venerable Seora respondi la mujer sumisamente. Y se quedaron all, dudando; Wang Lungestaba muy confuso ysin saber si tena que hablar o no.Bueno, marchaos! dijo la seora, irritada, y Wang Lung salud rpidamente, volvise y sali.La mujer le segua, y tras la mujer, el guardin con el cofre. Pero al llegar a la habitacin dondeestaba el cesto de Wang Lung, se neg a llevarlo ms tiempo, lo dej en el suelo y desapareci sindecir palabra.Entonces, Wang Lung volvise y se encar con la mujer por primera vez. Tena un rostro cuadradoy franco, la nariz corta, ancha, con las fosas nasales grandes y oscuras; la boca dilatada y semejantea una incisin. Los ojos, pequeos, de un negro sin brillo, tenan una tristeza velada, no expresadaclaramente. Produca aquel rostro una impresin de hermetismo y silencio, como si no pudierahablar aunque quisiese.La mujer soport la mirada de Wang Lung con paciencia, sin mostrarse confusa ni, a su vez,curiosa. Esper simplemente a que l la hubiera mirado.Y Wang Lung pudo comprobar que, en efecto, no era bonito aquel rostro moreno, vulgar ypaciente. Pero en la piel oscura no haba seales de viruelas, ni tena la boca un labio partido.Advirti luego que la mujer llevaba puestos sus pendientes, los pendientes con un bao de oro quel le haba comprado, y los anillos. Se volvi con una secreta satisfaccin. Bien, ya tena mujer!

    Ah estn ese cofre y ese cesto le dijo rudamente.Ella se inclin en silencio, cogi el cofre por un extremo y se lo carg a la espalda, tambalendosebajo su peso al tratar de incorporarse. Wang Lung, que la miraba, exclam de pronto:Yo coger el cofre. Toma el cesto.Y carg el cofre sobre su propia espalda, sin cuidarse de que llevaba puesta su mejor tnica,mientras la mujer, siempre silenciosa, coga el asa del cesto.Pensando en las cien estancias que deban atravesar y en su figura absurda bajo aquella carga,Wang Lung dijo:Si hubiera alguna salida lateral...La mujer asinti, tras unos instantes de meditacin, como si no hubiera entendido de pronto las

    palabras de Wang Lung. Luego le condujo a un patio pequeo, adonde se iba poco, lleno de hierbasy con un estanque cegado; all, bajo las ramas de un pino inclinado, haba una puerta vieja yredonda. Levant la aldaba, abri la puerta y se encontraron en la calle.Una o dos veces, Wang Lung volvise para mirar a la mujer, cuyos grandes pies la conducan trasl firme y segura como si en toda su vida no hubiera hecho otra cosa. Su rostro conservaba suimpenetrabilidad caracterstica.Al llegar a la puerta de la muralla, Wang Lung se detuvo, irresoluto. Con una mano sostena elcofre sobre los hombros y con la otra comenz a tantear en su cinturn, buscando las monedas quele haban quedado. Sac dos peniques y compr seis melocotoncitos verdes.Para ti le dijo a la mujer con aspereza. Cmetelos.

    Como una nia, ella alarg la mano ansiosamente y los cogi, apretndolos en silencio. CuandoWang Lung volvi a mirarla, mientras bordeaban un campo de trigo, vio que mordisqueaba uno delos melocotones, lenta, cautamente, y en cuanto advirti que era observada, lo escondi de nuevoen la mano y mantuvo las mandbulas en perfecta inmovilidad.Y as anduvieron hasta que llegaron al campo del Oeste, donde se hallaba el templo a la tierra. Estetemplo era un edificio pequeo, no ms alto que los hombros de un individuo; estaba construido deladrillos grises y tena el techo embaldosado. El abuelo de Wang Lung, que cultiv los camposdonde ahora Wang Lung pasaba la vida, haba edificado aquel templo, llevando los ladrillos, desdela ciudad, en una carretilla. Exteriormente, las paredes estaban cubiertas con yeso sobre el que un

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    artista de pueblo, contratado para el caso, haba pintado un paisaje de colinas y bambes. Pero lalluvia que haba cado durante generaciones esfum el paisaje, y ya no quedaba de l ms que losbambes, reducidos a sombras con apariencia de plumas. Las colinas haban desaparecido casi porcompleto.Dentro del templo, bien acomodadas bajo el techo, se encontraban dos figuras pequeas ysolemnes, hechas de tierra, de la tierra que circundaba el templo. Estas figuras representaban al

    propio dios y su compaera, y estaban vestidas con unas tnicas de papel rojo dorado. El diosostentaba un bigote escaso y cado, de cabello autntico. Cada ao, por Ao Nuevo, el padre deWang Lung compraba hojas de papel rojo y, cuidadosamente, cortaba y pegaba un traje nuevo parala pareja. Y cada ao, la lluvia, la nieve, el sol, se los estropeaban.Actualmente, sin embargo, los trajes estaban en buen estado, ya que el ao era joven an, y WangLung se sinti satisfecho de su elegancia. Cogi el cesto de manos de la mujer y busc, bajo lacarne de cerdo, los dos bastones de incienso que haba comprado. Senta cierta inquietud, miedo deque se hubieran roto, lo cual sera de mal augurio. Pero estaban enteros, y cuando los encontr lospuso, uno junto a otro, entre la ceniza de otros bastones de incienso amontonados ante los dioses,pues todo el vecindario reverenciaba a las dos figurillas de tierra. Luego, cogiendo su hierro ypedernal, y sirvindose de una hoja seca como mecha, prendi una llama y encendi el incienso.Hombre y mujer permanecan juntos ante los dioses de sus campos. Miraba la mujer cmo losextremos del incienso se volvan rojos, y luego grises; cuando la ceniza fue formando una cabeza,se acerc y, con el dedo, la hizo caer. En seguida, como asustada de lo que haba hecho, dirigi aWang Lung una rpida mirada, con sus ojos inexpresivos. Pero haba algo en el gesto de la mujerque a Wang Lung le fue grato. Era como si considerase que el incienso les perteneca a los dos; eraun gesto matrimonial.Y as permanecieron, uno al lado del otro, mirando cmo los bastones se convertan en ceniza,hasta que, al advertir que el sol declinaba ya, Wang Lung se ech el cofre al hombro y tom elcamino de la casa.El viejo estaba a la puerta, tomando los ltimos rayos del sol. No hizo el menor movimiento al ver

    acercarse a Wang Lung con su mujer, pues hubiera sido impropio descender a notar su presencia.En lugar de esto, aparent un gran inters en las nubes y exclam:Ese nubarrn que cuelga sobre el cuerno izquierdo de la luna creciente anuncia lluvia. No pasarde maana sin que llueva.Y al ver que Wang Lung coga el cesto que llevaba la mujer, exclam:Has gastado dinero?Habr invitados esta noche dijo Wang Lung brevemente, y, dejando el cesto sobre la mesa, llevel cofre al cuarto donde l dorma y lo puso en el suelo, junto al cofre dentro del que guardaba supropia ropa, y se lo qued mirando con extraeza. Pero el viejo se acerc a la puerta y grit:No se hace ms que gastar dinero en esta casa!

    ntimamente, estaba contento de que su hijo tuviera invitados, pero, delante de su nuera, no queradejar escapar la ocasin de quejarse, pues no era cosa de acostumbrarla al derroche.Wang Lung no contest. Fue en busca del cesto y lo llev a la cocina, adonde la mujer le sigui, y,sacando los comestibles pieza por pieza, los coloc en el borde del fogn apagado y dijo a la mujer:Aqu hay cerdo, buey y pescado. Seremos siete a comer. Sabes cocinar?Mientras hablaba, evitaba mirar a la mujer, lo cual no hubiera sido decoroso. Ella contest, con vozllana:Estuve en la cocina, de esclava, desde que entr en la Casa de Hwang. Y se guisaban carnes paratodas las comidas.Wang Lung movi la cabeza y sali de la cocina. Ya no volvi a ver a la mujer hasta que llegaron

    los invitados: su to, jovial, socarrn y hambriento; el hijo de su to, un muchacho de quince aos,muy descarado, y los labradores, torpes, cohibidos y sonriendo con timidez. Dos de ellos eranhombres del pueblo con los que a veces, en tiempos de cosecha, Wang Lung permutaba semillas ylabor. El otro era su vecino Ching, un hombre pequeo, quieto, que no hablaba como no leobligasen a ello.Cuando estuvieron instalados en el cuarto central, titubeantes y sin prisa en tomar asiento, poreducacin, Wang Lung entr en la cocina y orden a la mujer que sirviera. Y se sinti halagadocuando ella le dijo:Te pasar los platos si quieres colocarlos t en la mesa. No me gusta aparecer ante los hombres.

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    Wang Lung pens con orgullo que esta mujer era suya, que no tema presentarse ante l, pero siante los otros.Cogi las escudillas que ella le tenda, las puso en la mesa del cuarto central y exclam:Comed, to; comed, hermanos.El to, que era muy bromista, le pregunt:Es que no vamos a ver a la novia?

    Wang Lung contest con firmeza:Todava no somos uno. No es decente que otros hombres la vean hasta que el matrimonio estconsumado.Y les inst a que comieran, y ellos comieron, con buen apetito y en silencio. Y uno alab la ricasalsa negra del pescado, y otro el cerdo, bien condimentado y sabroso. Wang Lung repeta:La comida no vale nada. Y est mal hecha...Pero se senta muy satisfecho de aquellos platos, pues con las viandas que haba entregado a lamujer, ella combin azcar, vinagre y un poco de vino, confeccionando una salsa que haca la carnedoblemente deliciosa. Wang Lung jams haba probado nada parecido en las mesas de sus amigos.Aquella noche, mientras los invitados se entretenan tomando t y haciendo bromas, la mujerpermaneca tras el fogn. Pero ms tarde, cuando el ltimo invitado se despidi y Wang Lung entren la cocina, la encontr agazapada en un montn de paja, dormida junto al buey. En el cabellotena briznas de paja. Cuando Wang Lung la llam, se cubri rpidamente la cara con el brazo,como para defenderse de un golpe, y, al fin, al abrir los ojos, se le qued mirando con una miradatan vaga y callada que Wang Lung tuvo la sensacin de hallarse ante una nia.Cogindola por la mano, la condujo a la habitacin en donde aquella misma maana se hababaado para ella, y encendi una vela roja que haba sobre la mesa. A la luz de esta vela se sinti depronto cohibido, intimidado al verse all solo con su mujer. Tuvo que aconsejarse a si mismo:"Bueno, aqu est esta mujer, y he de hacerla ma."Y comenz a desvestirse con obstinada decisin, mientras silenciosamente ella se preparaba para ellecho tras la cortina. Wang Lung le orden con rudeza:

    Antes de acostarte, apaga la luz.Y se meti en la cama, cubrindose los hombros con la gruesa colcha, e hizo ver que dorma. Perono dorma. Estaba estremecido, con los nervios vibrantes.Despus de un momento interminable, el cuarto qued a oscuras y, con una exaltacin capaz deromperle todas las fibras del cuerpo, sinti el movimiento silencioso, lento, rastreante, de la mujerque se tenda a su lado. Wang Lung ri en la oscuridad, con una risa spera, y le ech los brazos.

    II

    A la maana siguiente, Wang Lung permaneci en el lecho, observando a la mujer ya plenamentesuya. Olan se levant, cise sus sueltas ropas al cuello y a la cintura con lentos ademanes; luegometi los pies en los zapatos de tela y se los puso, sujetndolos con las cintas que colgaban detrs.La estra de luz que penetraba por el pequeo agujero de la pared le dio en el rostro y Wang Lungpudo vrselo vagamente. Se sorprendi al no descubrir en ella la menor transformacin. Le parecaque a l la noche anterior le haba cambiado y no poda comprender que esta mujer se levantaseahora de su cama como si lo hubiera hecho todos los das de su vida.La tos del viejo son quejumbrosamente en el turbio clarear, y Wang Lung dijo a la mujer:Llvale primeramente a mi padre una escudilla de agua caliente para sus pulmones.Ella pregunt, la voz exactamente como ayer:

    Con hojas de t?Esta sencilla pregunta turb a Wang Lung. Le habra gustado responder: "Con hojas de t,naturalmente. Te crees que somos unos mendigos?" Su gusto hubiera sido que la mujer viese lapoca importancia que le daban al t en aquella casa. En la Casa de Hwang, seguramente que cadatazn verdeaba con las aromticas hojas. All, tal vez ni aun las esclavas beberan agua sola. PeroWang Lung saba que su padre habra de disgustarse si ya el primer da le daba la mujer t en lugarde agua. Adems, realmente, no eran ricos. As, pues, replic con negligencia:T? No, no; le empeora la tos.Y se qued en la cama, satisfecho y confortable, mientras la mujer encenda el fuego y herva el

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    agua en la cocina. Ahora que poda, le hubiera gustado dormir, pero su organismo, habituado desdetantos aos a despertarse temprano, se negaba ahora a darse al sueo. Quedse, pues, acostado ydespierto, saboreando, paladeando mental y materialmente el lujo de aquella indolencia.Todava estaba medio avergonzado de pensar en la mujer. Parte del tiempo tuvo sus pensamientosocupados en los campos, en el trigo, en lo que sera la cosecha si llova y en el precio de la semillade nabos blancos que deseaba comprarle a su vecino Ching si se ponan de acuerdo sobre el precio.

    Pero, entre todos estos pensamientos que ocupaban su mente cada da, pasaba, trenzndose ydestrenzndose, esta nueva nocin de lo que ahora era su vida. Y de pronto, pensando en la nocheanterior, se le ocurri preguntarse si l le gustara a la mujer.Esto era una nueva curiosidad para Wang Lung. Se haba preguntado hasta ahora slo si ella legustara a l y si le resultara satisfactoria en su casa y en su lecho. A pesar del rostro vulgar de lamujer y de la spera piel de sus manos, tena suave y virginal la carne de su cuerpo robusto. WangLung, al pensar en ello, se ri con aquella misma risa que lanz en la oscuridad de la noche pasada.Los seores, pues, no haban visto ms all del rostro de la esclava! Y el cuerpo era hermoso;amplio y grande, pero suave, curvado. Sbitamente, dese agradarle como esposo, mas al instantese sinti avergonzado.Abrise la puerta y Olan penetr en la estancia con su andar silencioso, llevando en las manos untazn humeante. Wang Lung se sent en la cama y lo cogi. En el tazn, sobre la superficie delagua, flotaban unas hojas de t. Wang Lung alz rpidamente la cabeza y mir a la mujer, que seasust en el acto y dijo:No le llev t al anciano... Hice como ordenaste... Pero a ti...Wang Lung, al percatarse de que la mujer tena miedo, se sinti satisfecho. Sin dejarla terminar,exclam:Me gusta..., me gusta... llevndose en seguida el t a la boca con sonoras aspiraciones de placer.Y haba en l una exaltacin que aun a si mismo le daba vergenza confesar. Se deca: "A estamujer ma, le gusto!"

    En los meses siguientes, le pareci a Wang Lung que no haca otra cosa que observar a esta mujersuya, aunque en realidad trabajaba como siempre haba trabajado. Azada al hombro, parta haciasus parcelas de tierra, cultivaba las hileras de legumbres, unca el buey al arado y labraba el campodel Oeste, donde deban cosecharse las cebollas y los ajos. Pero el trabajo resultaba ahora un lujo,pues cuando el sol llegaba al cenit, poda ir a su casa y encontrar la comida a punto; la mesa,limpia, y las escudillas y los palillos, colocados ordenadamente sobre ella. Hasta entonces, elmismo tena que confeccionarse el yantar al regresar del trabajo, cansado como estaba, a menos queel viejo sintiese hambre antes de tiempo y preparase un poco de comida u hornease un trozo de panraso y sin levadura para acompaar unas cabezas de ajos.Ahora, lo que hubiese que comer estaba dispuesto y no tena ms que sentarse en el banco junto a

    la mesa y servrselo. El suelo de tierra se hallaba barrido; la pila del combustible, bien alta. Cuandol se marchaba por las maanas, la mujer coga el rastrillo de bamb y una cuerda y rondaba conellos por los contornos, segando aqu un poco de hierba, all una ramita o un puado de hojas, yregresaba al medioda con suficiente combustible para hacer la comida. Le placa a Wang Lung queya no tuviesen que comprar ms lea.Por la tarde, la mujer se echaba al hombro una azada y un cesto y marchaba al camino principal,que conduca a la ciudad y por el que pasaban continuamente mulas, burros y caballos acarreandocosas de una parte a otra, all recoga los excrementos de los animales y los llevaba a la casa,amontonando el estircol en el patio para fertilizar con l los campos. Estas cosas las haca ensilencio y sin que nadie le ordenase hacerlas; y al terminar el da no descansaba hasta haber dado de

    comer al buey, en la cocina, y sacado agua, que le acercaba al hocico, para que el animal bebiesecuanto tuviera gana.Remend y arregl las ropas harapientas de los dos hombres con hilo que ella misma haba hilado aprovechando un copo de algodn con un huso de bamb. As quedaron adecentados los vestidosde invierno. Las ropas de cama las sac a la entrada, las puso al sol y, descosiendo la cobertura delos cubrecamas acolchados, los lavo y colg de un bamb para que se secaran, sacudiendo yaireando el algodn, limpindolo de los insectos que haban anidado entre sus pliegues y solendolotodo.Da tras da se ocupaba en una cosa o en otra, hasta que las tres habitaciones tuvieron una

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    apariencia pulcra y casi prspera.La tos del viejo mejor, y el anciano tomaba apaciblemente el sol junto a la pared de la casaorientada al Sur, siempre medio dormido, caliente y feliz.Pero esta mujer jams hablaba, excepto en ocasiones de estricta necesidad. Wang Lung, observandocmo se mova, firme y lentamente, por las habitaciones de la casa, al paso seguro de sus grandespies, observando su rostro cuadrado y estlido y la inexpresiva y medio temerosa mirada de sus

    ojos, no saba qu pensar de ella. De noche, conoca bien la suave firmeza de su cuerpo, pero deda, vestida, la tnica y los pantalones de basto algodn azul cubran cuanto el conoca y la mujerera entonces como una criada muda, una criada y nada ms. Pero no estaba bien que l le dijera:"Por qu no hablas?" Bastaba que cumpliera con su deber.A veces, trabajando los terrones del campo, ocurra que Wang Lung comenzaba a divagar sobreella. Qu habra visto en aquellas cien estancias? Qu haba sido de su vida, aquella vida quenunca comparta con l? No saba qu pensar. Y en seguida se senta avergonzado de su inters ycuriosidad por Olan. Al fin y al cabo, era slo una mujer.

    Pero tres habitaciones y dos comidas diarias no son suficientes para mantener ocupada a una mujerque ha sido esclava de una gran casa, y acostumbrada a trabajar desde el alba hasta medianoche.Una vez, cuando Wang Lung, muy atareado a la sazn con el trigo, lo cultivaba da tras da hastaque la espalda le dola de fatiga, la sombra de Olan cay a travs del surco sobre el que seinclinaba, y la vio a su lado, con una azada al hombro.No hay nada que hacer en la casa hasta el anochecer dijo brevemente.Y sin ms comenz a trabajar el surco hacia la izquierda, labrando con energa.Comenzaba el verano y el sol caa sobre ellos con crudeza. Pronto el rostro de la mujer empez achorrear sudor. Wang Lung trabajaba desnudo de cintura arriba, pero a ella el vestido ligero,mojado de sudor, se le pegaba al cuerpo como una epidermis ms. Se movan ambos con un ritmoperfecto, hora tras hora, en silencio, y para Wang Lung aquella concordancia haca indoloro elesfuerzo. Su mente no daba cabida a ms realidad que esta del movimiento acorde: nada ms que al

    cavar y revolver de aquella tierra suya, que abran al sol: aquella tierra de la que sacaban susustento, de la que estaba construido su hogar y sus dioses. Rica y oscura, caa ligeramente de laextremidad de los azadones. A veces apartaban de ella un trozo de ladrillo, una astilla de madera.Nada. En algn tiempo, en alguna poca remota, cuerpos de hombres y mujeres habran sidoenterrados aqu, y se haban levantado casas que haban cado y vuelto a la tierra. As volveran aella sus propios cuerpos y su propia casa. Cada cual su turno. Y trabajaban juntos, movindosejuntos, arrancando juntos el fruto de esta tierra, en el silencioso comps de su ritmo al unsono.Al ponerse el sol, Wang Lung se enderez despacio y mir a la mujer. Tena esta la cara hmeda,con estras de tierra, y estaba tan morena como los mismos terrones. El oscuro vestido se le pegabaal cuerpo sudoroso. Alis despacio el ltimo surco y luego, simple y sbitamente, con voz que son

    ms opaca que nunca en el silencio del anochecer, dijo:Estoy preada.Wang Lung se qued muy quieto. Qu poda replicar a esto? Se bajo a coger un pedazo de ladrilloroto y lo ech fuera del surco. La mujer haba dicho aquello como si dijera: "Te he trado te", o:"Vamos a comer". Pareca que fuese para ella una cosa corriente. Pero... para l! l no podaexpresar lo que senta; su corazn se hinchaba y se detena como si hubiera encontrado sbitaslimitaciones. Bien, era el turno de ellos en esta tierra! De pronto, le quit la azada a la mujer ydijo:Basta por hoy. Ya ha terminado el da. Vamos a darle la noticia al viejo.Y echaron a andar hacia la casa: ella, como corresponde a una mujer, media docena de pasos detrs

    del marido.El viejo se hallaba en la puerta, hambriento y aguardando la cena, que, desde que llegara la mujer acasa, no quera ya preparar l. Estaba impaciente, y al verlos grit:Soy demasiado viejo para que me hagan esperar as la comida!Pero Wang Lung, al pasar junto a l para entrar en la habitacin, dijo:Esta preada ya.Trat de decir esto con sencillez, como podra uno decir: "Hoy he sembrado en el campo delOeste", pero no lo consigui. A pesar de que hablaba en voz baja, tena la sensacin de haber dichoaquellas palabras a gritos.

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    El viejo pestae un momento: luego, comprendiendo, se ech a rer, con una risa que era como uncloqueo.Je, je, je! exclam al ver entrar a su nuera. De modo que hay cosecha a la vista!No poda verle el rostro, esfumado en la sombra, pero la oy contestar simplemente:Ahora preparar la comida.S..., s... Comida... replic el viejo con ansia.

    Y la sigui a la cocina, como una criatura.As como la perspectiva de un nieto le haba hecho olvidar la comida, la perspectiva del yantar, otravez despertada en su mente, le hizo olvidar al nieto.Pero Wang Lung se sent en el banco, ante la mesa, y en la oscuridad, cruz los brazos y apoy lacabeza en ellos. De su propio cuerpo, de sus propias entraas, una vida!

    III

    Al acercarse la hora del nacimiento, Wang Lung le dijo a la mujer:Tendremos que llamar a alguien para que ayude cuando llegue el momento... Alguna mujer...Pero ella movi la cabeza. Se hallaba retirando las escudillas, despus de la cena; el viejo se habaido a acostar y estaban los dos solos, sin ms luz que la que caa sobre ellos, en llama vacilante, deuna pequea lmpara de hojalata, llena de aceite de habichuela, en la que flotaba una torcida dealgodn que serva de mecha.Ninguna mujer? pregunt Wang Lung consternado.Empezaba ahora a habituarse a estas conversaciones con la mujer, conversaciones en las que laparte de ella se limitaba a un movimiento de cabeza, a un gesto de la mano o, en ocasiones, a unapalabra salida involuntariamente de sus labios. El haba terminado por acostumbrarse a laparquedad de este curioso conversar.Pero va a ser muy extrao, con slo dos hombres en la casa! continu. Mi madre haca venir a

    una mujer del pueblo. Yo no entiendo nada de estas cosas. No hay nadie en la casa grande, algunaesclava con quien hubieras tenido amistad, que quisiera venir?Era la primera vez que mencionaba la casa de donde ella haba salido ya mujer. Se volvi hacia lcomo jams la haba visto, con las pupilas dilatadas y el rostro animado de una clera sorda.Nadie de esa casa! grit.A Wang Lung se le cay la pipa, que estaba llenando, y mir a la mujer con estupor. Pero ya a surostro haba vuelto la expresin de siempre. Olan recoga los palillos como si no hubiera hablado.Bueno, he aqu un caso! dijo Wang Lung con asombro.Pero ella no contest, y l, entonces, continu argumentando:Nosotros dos no tenemos habilidad en partos. Mi padre no est bien que entre en tu habitacin, y

    en cuanto a mi, ni siquiera he visto nunca parir a una vaca. Mis manos podran estropear a lacriatura por torpeza. Pero si alguien de la casa grande, donde las esclavas estn continuamentedando a luz...Olan, que haba amontonado ordenadamente los palillos sobre la mesa, mir a Wang Lung y luegodijo:Cuando yo vuelva a esa casa, ser con mi hijo en los brazos. Y mi hijo llevar una tnica roja ypantalones rojos floreados, un sombrero con un pequeo Buda dorado cosido al frente, y en los piesunos zapatos atigrados. Y yo llevar zapatos nuevos y una tnica nueva de satn negro. Y entraren la cocina donde pas mi vida, y en el saln donde est sentada la Anciana con su opio, ymostrar mi hijo a los ojos de todos.

    Jams le haba odo Wang Lung decir tantas palabras. Fluan de sus labios seguras y sininterrupcin, aunque lentamente, y se dio cuenta de que todo esto lo tena ella planeado conanticipacin. Mientras trabajaba en los campos, a su lado, haba planeado todo esto. Qusorprendente era! l hubiera dicho que apenas pensaba en la criatura, tan tranquilamente realizabasu labor, da tras da. Y, sin embargo, haba imaginado ya a la criatura nacida y vestida, y a smisma se haba visto ya como la madre de aquella criatura y con una tnica nueva. Por primera vez,el propio Wang Lung se qued sin palabras. Apret diligentemente el tabaco entre el pulgar y elndice, haciendo una bola y, recogiendo la pipa del suelo, la llen.Supongo que necesitars algn dinero dijo al fin, con aparente aspereza.

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    Si quisieras darme tres piezas de plata... contest ella temerosamente. Es mucho dinero, pero hecontado todo con cuidado y no desperdiciar nada. Har que el comerciante en telas me entreguehasta el ltimo centmetro de cada metro.Wang Lung ech mano a su cinturn. El da anterior haba vendido en el mercado de la ciudad unacarga y media de juncos del pantano que posea el campo del Oeste, y tena en su poder un pocoms de lo que ella necesitaba. Puso las tres piezas de plata sobre la mesa y luego, tras breve duda,

    aadi una cuarta pieza, que guardaba haca tiempo por si deseaba jugar un poco, cualquiermaana, en la casa de t. Pero, temeroso de perder, no jugaba nunca; vagaba nicamente en torno alas mesas y miraba los dados golpear en las tablas. Generalmente, acababa por irse a pasar sushoras de ocio a la barraca del cuentista. All poda escuchar una vieja historia y slo tena que darpor ello una moneda de cobre cuando el hombre pasaba su escudilla.Ms vale que cojas tambin esta otra pieza dijo, soplando rpidamente en la torcida de papel queempezaba a arder y con la que encendi la pipa. Puedes tambin hacer el abrigo del nio de unpequeo retazo de seda. Al fin y al cabo, es el primero.Olan no tom el dinero en seguida, pero se qued mirndolo con el rostro impvido e inexpresivo.Y murmur:Es la primera vez que tengo plata en mis manos.De pronto cogi las monedas, las apret con fuerza y ech a correr hacia el dormitorio.Wang Lung se qued sentado, fumando y pensando en el dinero que haba puesto sobre la mesa.Ese dinero sala de la tierra, de aquella tierra que l labraba y remova, desgastndose sobre ella, yde la que su vida se sustentaba. Gota a gota, el sudor de su frente le arrancaba fruto, y de aquelfruto provena la plata. Antes de ahora, cada vez que se haba despojado de ella para drsela aalguien, era como si le arrancasen un pedazo de su propia vida para ponerlo en otras manosindiferentemente. Pero ahora, por primera vez, no senta el dolor de aquella entrega, porque vea laplata, no en la mano de un mercader de la ciudad, sino metamorfoseada en algo an de ms valorque la plata misma: en ropas para cubrir el cuerpo de su hijo.Y esta extraa mujer suya, que trabajaba sin decir nada, sin, al parecer, percatarse de nada, esta

    mujer haba visto ya al nio as vestido!Cuando lleg el momento, no quiso a nadie a su lado. Fue un anochecer, temprano, cuando apenasse haba puesto el sol. Olan se hallaba trabajando junto a su marido. El trigo haba sido cosechado;el campo, inundado y sembrado de arroz, que daba ahora fruto; las espigas aparecan maduras ypletricas tras las lluvias estivales, tras el tibio y dorado sol otoal. Juntos haban estado haciendogavillas todo el da, doblados, cortndolas con unas hoces de mango corto. Olan se inclinabargidamente, por la carga que llevaba, y se mova con ms lentitud que Wang Lung, de manera quesegaban con desigualdad: la hilera de l ms avanzada que la de ella. Wang Lung se volvi amirarla con impaciencia, y entonces la mujer se detuvo, enderezse y dej caer la hoz. Su rostroestaba empapado en sudor, en el sudor de una agona nueva.

    Ya ha llegado dijo. Voy a entrar en la casa. No vayas al cuarto hasta que yo llame. Pero tremeun junco recin pelado y afilado, para que yo pueda separar la vida del nio de la ma.Y atraves los campos en direccin a la casa como si nada ocurriera. El se la qued mirando, yluego fue al pantano, escogi un junco verde y flexible y lo afin con el filo de su hoz. La rpidasombra otoal comenz entonces a cerrar el crepsculo, y Wang Lung, echndose la hoz alhombro, se encamin hacia la casa.Al llegar a ella encontr la cena caliente sobre la mesa, y al viejo, comiendo. La mujer se habadetenido a prepararles comida!Y se dijo que una mujer as no se encontraba fcilmente. Dirigise al dormitorio y desde la puertagrit:

    Aqu est el junco!Y esper, creyendo que ella le contestara que se lo llevase. Pero no fue as, sino que se acerc ellamisma a la puerta, sac la mano por la abertura y cogi el junco. No pronunci palabra, pero l laoy jadear como jadea un animal despus de haber corrido mucho.El viejo levant la cabeza de su escudilla y dijo:Come, o va a estar todo fro y aadi: No te preocupes todava. Hay para rato. Me acuerdo deque cuando naci mi primer hijo, antes de que todo hubiera concluido era ya de da. Ay de m!Pensar que de todos los hijos que yo engendr y tu madre concibi (uno tras otro..., tantos, que nime acuerdo), slo t has vivido! Comprendes por qu una mujer ha de parir y parir?

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    Y dijo otra vez, como si acabase de percatarse de ello:Maana, a estas horas, puedo ser abuelo de un chico!Se puso a rer de pronto, ces de comer y se qued cloqueando largamente en la penumbra delcuarto.Pero Wang Lung, de pie junto a la puerta, estaba slo atento a aquel jadeo de animal que vena deldormitorio. Un olor a sangre caliente lleg hasta l, un olor mareante que le asust. El jadeo de la

    mujer se hizo rpido y sonoro, como gritos apagados, pero ninguna voz se escap de sus labios. Ycuando ya Wang Lung no poda ms y estaba a punto de penetrar en el dormitorio, oy un llantofino, punzante, y se olvid de todo.Es un hombre? grit importunamente, sin acordarse de O-lan. Y repiti: Es un hombre? Dimeesto al menos: es un hombre?La voz de la mujer contest, tan dbilmente como un eco:Un hombre!Entonces, Wang Lung fue a sentarse a la mesa. Qu rpido haba sido todo! La comida estaba fray el viejo se haba dormido en el banco, pero qu rpido haba sido todo!Sacudi al viejo por los hombros.Es un nio! grit triunfalmente. Eres abuelo, y yo padre!El viejo se despert de pronto y empez a rer como se haba redo al quedarse dormido.Si.... si... Naturalmente cloque. Abuelo, abuelo.Y levantndose, se fue a la cama, todava riendo.Wang Lung cogi la escudilla de arroz y empez a comer. De repente se le haba despertado unhambre terrible, y no poda llevarse la comida a la boca con bastante rapidez. En el dormitorio, lamujer se mova y el llanto de la criatura era continuo y punzante."Supongo que ya no tendremos ms tranquilidad en esta casa", se dijo con orgullo.Cuando hubo comido cuanto tena gana, regres a la puerta y, como la mujer le dijese que entrase,entr.El olor de la sangre derramada todava llenaba, denso y caliente, la atmsfera, pero no haba huella

    alguna de aquella sangre, excepto en la tina de madera. Pero en esta tina la mujer haba echadoagua y estaba escondida bajo la cama, de manera que Wang Lung apenas poda verla. La vela rojaestaba encendida, y Olan, pulcramente cubierta, se hallaba echada sobre la cama. A su lado,envuelto en unos pantalones viejos del padre, como era costumbre en esta parte del pas, yaca suhijo.Wang Lung se acerc y, por el momento, ninguna palabra acudi a sus labios. El corazn le brincen el pecho al acercarse a mirar al nio. Tena una carita redonda y arrugada, muy morena, y elcabello, largo, hmedo y negro. Haba cesado de llorar y cerraba los ojos con fuerza.Wang Lung mir a su esposa y ella le mir a l. Sus estrechas pupilas estaban hundidas, y sucabello, mojado an por el sudor de la angustia; aparte de esto, era la misma de siempre, ms para

    Wang Lung, vindola all postrada, Olan resultaba emocionante. El corazn se le iba haciaaquellos dos seres, y exclam, no sabiendo qu otra cosa decir:Maana ir a la ciudad y comprar una libra de azcar encarnado para echarlo en agua hirviendo yque t lo bebas.Y, mirando al nio otra vez, brot de l esta exclamacin, como si fuese algo que acabase deocurrrsele:Tendremos que comprar un buen cesto de huevos y teirlos de rojo, para los del pueblo. As, todoel mundo sabr que tengo un hijo!

    IV

    Al da siguiente de haber nacido el nio, la mujer se levant como de costumbre y prepar lacomida, pero no fue a los campos con Wang Lung, de manera que l trabaj solo hasta despus demedioda. Entonces se puso su traje azul y se fue a la ciudad, dirigindose al mercado, dondecompr cincuenta huevos. No eran recin puestos, pero estaban bastante frescos y costaban unpenique cada uno. Tambin compr papel rojo para hervir en el agua con los huevos y teirlos.Luego, con ellos en un cesto, entr en una confitera y adquiri algo ms de una libra de azcarencarnado, mirando cmo se lo envolvan cuidadosamente en un papel pardo. Bajo el bramante de

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    paja que lo sujetaba, el tendero pas una tira de papel rojo, y al hacerlo sonde.Es, acaso, para la madre de un recin nacido?De un hijo primognito dijo Wang Lung con orgullo.Ah, buena suerte! respondi el hombre indiferentemente, dirigiendo la vista a un cliente bienvestido que acababa de entrar.Estas palabras las haba dicho otras muchas veces, casi cada da se las deca a alguien, pero a

    Wang Lung le parecieron una atencin especial, y, contento por la cortesa del tendero, inclinse ysalud, repitiendo el saludo al abandonar la tienda. Al salir al crudo sol de la polvorienta calle, lepareci a Wang Lung que no haba en el mundo nadie ms afortunado que l.Pens en esto con alegra y luego con una punzada de temor, porque en esta vida no es bueno serdemasiado afortunado. El aire y la tierra estaban llenos de espritus malignos que no podan sufrir lafelicidad de los mortales, especialmente de los pobres. Se resolvi a penetrar en la cerera, dondetambin vendan incienso, y compr cuatro bastones, uno por cada persona de su casa, y con estoscuatro bastones dirigise al pequeo templo de los dioses de la tierra y los puso entre las frascenizas de aquel otro incienso que l y su mujer haban ofrendado. Mir arder los cuatro bastones y,reconfortado, parti hacia su casa. Estas dos figurillas, sentadas gravemente bajo su reducidatechumbre, qu poder tenan!

    Y ocurri que, antes de que pudiera darse cuenta del nuevo estado de cosas, la mujer se hallaba otravez a su lado, trabajando en los campos. Ya haban recogido la cosecha y batan el grano en la era,que constitua asimismo el patio de entrada de la casa. Lo batan con mayates, l y la mujer a untiempo. Una vez, batido, lo cernan, echndolo al aire desde los planos cestos de bamb, recogiendoel grano al caer, mientras la broza volaba al viento como una nube. Y haba tambin que plantarnuevamente los campos con el trigo de invierno, y cuando Wang Lung hubo uncido el buey ylabrado la tierra, la mujer sigui tras l con una azada, deshaciendo los terrones de los surcos.Trabajaba ahora todo el da. El nio, entre tanto, dorma sobre una vieja colcha, en el suelo. Cuandose despertaba, la mujer interrumpa su labor y le daba el pecho, sentada en el suelo, mientras el sol

    caa sobre ellos, ese recalcitrante sol de otoo que conserva el ardor del verano hasta que losprimeros fros invernales le fuerzan a soltarlo. La mujer y el nio estaban tan morenos como laarcilla y parecan dos figuras de tierra. El polvo de los campos se posaba sobre el cabello de lamadre y en la cabeza negra y suave de la criatura.Pero del seno amplio y oscuro, la leche que alimentaba al hijo flua tan blanca como la nieve. Ycuando la criatura succionaba un pecho, manaba del otro, y la mujer dejbale manar. Tena ms dela necesaria para el sustento del nio, a pesar de su glotonera, y descuidadamente la dejabaperderse, segura de su abundancia. Haba siempre ms y ms. A veces levantaba el seno y, para nomancharse, lo dejaba fluir sobre la tierra, que se empapaba, formndose en ella una mancha oscuray suave. La criatura estaba gorda, tena buen carcter y su vida se nutra abundantemente del

    alimento inextinguible que la madre le daba.Lleg el invierno y los hall preparados contra l. Las cosechas haban sido esplndidas comonunca, y las tres habitaciones de la casa estaban repletas. Del techo de paja colgaban, atadas a lasvigas, ristras de ajos y cebollas, y en el cuarto central, y en el del viejo, y en el de ellos mismos,haba esterillas de juncos trabajadas en forma de grandes tinajas y llenas de trigo y de arroz. Partedel grano sera vendido, pero Wang Lung era un hombre frugal y no gastaba su dinero, comomuchos lugareos, en jugar o en comidas demasiado delicadas para ellos, de modo que no se veaobligado, como los otros, a vender en tiempo de cosecha, cuando los precios eran bajos, sino quealmacenaba el grano y lo venda cuando haba nieve, o por Ao Nuevo, poca en que la gente de lasciudades pagaba los comestibles a cualquier precio.

    Su to estaba siempre vendiendo el grano aun antes de que madurara. A veces, por obtener un pocode dinero contante, lo venda en el mismo campo, para ahorrarse la molestia de desgranar yrastrillar. Pero la esposa de su to era una mujer tonta, gorda y holgazana, eternamente pidiendoexquisiteces, comida de esta y de esa otra clase y zapatos nuevos comprados en la ciudad. La mujerde Wang Lung se haca ella misma los zapatos, y los de su marido, del viejo y del nio. WangLung se habra quedado atnito si Olan hubiese querido comprar zapatos!En la vieja y ruinosa casa de su to no colgaba jams cosa alguna de las vigas, pero en la suya habahasta una pierna de cerdo que comprara a Ching, su vecino, cuando ste mat el cerdo porque lepareci que el animal presentaba sntomas de enfermedad. Muerto el cerdo antes de que perdiera

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    carnes, la pierna era gorda, y Olan la sal bien y la colg para que se secase. Tenan tambin dosde sus propios pollos, muertos y secados sin desplumar y dentro rellenos de sal.En medio, pues, de esta abundancia permanecieron en casa cuando los vientos invernales llegarondel desierto situado al Noroeste, vientos speros y mordientes.Pronto el nio pudo sentarse. Cuando cumpli un mes y tuvo de existencia una luna entera, lofestejaron con un plato de fideos, que significa larga vida. Y Wang Lung invit a todos los que

    haban acudido a su boda y les dio huevos de los que haba teido, y tambin a la gente del puebloque vena a felicitarle: dos huevos a cada uno. Y todos le envidiaban su hijo, una criatura enorme,con cara de luna y los altos pmulos de su madre. Ahora, mientras el invierno avanzaba, el nio sesentaba sobre la colcha, en el suelo de tierra, en lugar de permanecer en los campos. Abran lapuerta al Sur para que entrase la luz, y el aire del Norte bata en vano contra los gruesos muros detierra de la casa. El rbol que creca a la entrada qued desnudo de hojas, y lo mismo los sauces ylos perales cercanos a los campos. nicamente los bambes que crecan formando un grupo deverdura hacia el lado este de la casa conservaban sus hojas, agarradas fuertemente a los tallos quedoblegaba el viento.Pero aquel viento seco no dejaba germinar la semilla de trigo que yaca en la tierra, y Wang Lungesperaba la lluvia ansiosamente. De pronto, un da apacible y gris, en que el viento haba cedido aun aire quieto y tibio, la lluvia hizo su aparicin, y Wang Lung y los suyos permanecieron en lacasa pletrica de bienestar, viendo caer el agua sobre los campos cercanos a la entrada,empapndolos, mirndola gotear de los extremos del techo de paja que sobresalan de la puerta. Elnio estaba asombrado y extenda la mano para coger los hilos plateados de la lluvia, y se rea, ycon el se rean los dems. El viejo se agazap en el suelo, junto al nio, y dijo:No hay otra criatura como sta en doce pueblos a la redonda. Esos cros de mi hermano no se dancuenta de nada hasta que andan.Y en los campos el trigo germinaba y echaba briznas de un verde delicado sobre la tierra morena yhmeda.En pocas como sta haba mucho visiteo, porque cada labrador vea que, por una vez, el cielo se

    cuidaba del trabajo del campo y las cosechas eran regadas sin que ellos tuvieran que romperse laespalda efectundolo, cargando de un lado a otro cubos suspendidos de los extremos de un palo quellevaban atravesado sobre los hombros. Y se reunan por las maanas en una casa o en otra,bebiendo t aqu y all y yendo de un sitio al otro con los pies desnudos por el angosto camino quecruzaba los campos, bajo grandes sombrillas de papel aceitado. Las mujeres se quedaban en casa yhacan zapatos o remendaban la ropa, si eran econmicas, y pensaban en los preparativos para lafiesta de Ao Nuevo.Pero Wang Lung y su esposa no visitaban con frecuencia. En aquel pueblecillo de media docena decasas, pequeas y diseminadas, ninguna haba tan llena de calor y abundancia como la de ellos, yWang Lung se daba cuenta de que si intimaba demasiado con los otros pronto vendran las

    peticiones de prstamos. El Ao Nuevo se aproximaba y quin tena suficiente dinero para lanueva ropa y para las fiestas? Se qued en su casa, y mientras la mujer cosa y remendaba, l sacsus rastrillos de bamb y los examin detenidamente: donde hallaba una fibra deshecha teja otranueva, confeccionada del camo que l mismo cultivaba, y cuando hallaba un diente roto losustitua hbilmente con un nuevo trozo de bamb.Y esto que l haca con sus utensilios de labranza, lo haca la mujer con los utensilios domsticos. Siuno de los potes de barro goteaba, no lo arrojaba y peda uno nuevo, como hacan otras mujeres,sino que mezclaba arcilla y yeso, soldaba la hendidura, la pona a calentar lentamente y el potequedaba como nuevo.Se quedaban en casa, pues, y complacanse en la mutua aprobacin, aunque sus conversaciones no

    eran nunca mucho ms que palabras sueltas, como stas:"Reservaste la semilla de la calabaza grande para el nuevo planto?" O: "Venderemos la paja del trigoy emplearemos la broza de las habichuelas para quemar en la cocina". O, en raras ocasiones, WangLung deca: "Este plato de fideos est bueno". Y Olan contestaba: "Este ao tenemos buena harinade los campos".Del producto de este ao afortunado le quedaba a Wang Lung, cubiertas sus necesidades, unpuado de dlares de plata, que no se atreva a llevar en el cinturn, ni a decir a nadie, excepto a sumujer, que los posea. Buscaron un lugar donde esconder el dinero, y al fin a la mujer se le ocurrihacer un agujero en la pared interior, detrs de la cama, y lo metieron en el. Luego con un terrn de

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    tierra tap el agujero. Nadie hubiera dicho que hubiese all cosa alguna, pero tanto a Wang como aOlan aquello les daba una secreta sensacin de riqueza y de reserva. Wang Lung, consciente deque posea ms dinero del que necesitaba gastar, caminaba entre sus compaeros en paz consigomismo y con el mundo.

    V

    El Ao Nuevo se avecinaba y en cada casa del pueblo se efectuaban preparativos. Wang Lung fue ala cerera de la ciudad y compr unos cuadrilteros de papel rojo en los cuales haba inscripcionesdoradas: la letra que llamaba a la felicidad, y la que llamaba a la riqueza. Estos cuadros de papel lospeg en sus instrumentos de labor para que le trajesen buena suerte en el Ao Nuevo. Los peg enel azadn, y en el horcajo del buey, y en los dos cubos donde trasegaba los abonos y el agua. Y entodas las puertas de su casa adhiri largas tiras de papel rojo como epgrafes de buena fortuna, ysobre su puerta coloc una cenefa de papel muy fina recortada hbilmente figurando flores. Y ancompr ms papel para los vestidos nuevos de los dioses, que , confeccion el abuelo con muchagracia, teniendo en cuenta sus viejas manos temblorosas; Wang Lung cogi estos vestidos y se lospuso a los dos pequeos dolos del templo a la tierra, quemando ante ellos un poco de incienso enhonor del Ao Nuevo. Y, con destino a su casa, adquiri dos velas rojas para colocarlas encima dela mesa y encenderlas en la vspera del ao, bajo la imagen de un dios que estaba pegada a la pareddel cuarto central, sobre la mesa.Otra vez, volvi Wang Lung a la ciudad y compr manteca de cerdo y azcar blanco. La mujertrabaj la manteca hasta dejarla suave y blanca, y cogiendo harina de arroz de su propia cosecha,que haban molido en su molino, al que podan uncir el buey cuando era preciso, y el azcar blanco,y la manteca, mezcl y amas riqusimos pasteles de Ao Nuevo, llamados pasteles de luna, igualque los que se coman en la Casa de Hwang. Cuando Wang Lung vio los pasteles sobre la mesa, enlnea, dispuestos para ser horneados, sinti que el corazn le estallaba de orgullo.

    En todo el pueblo no haba otra mujer que pudiese hacer lo que la suya haba hecho: aquellospasteles semejantes a los que se comen en las fiestas de los ricos. Algunos dulces los habadecorado con tiras de pequeas acerolas rojas y con discos de ciruelas verdes, secas, formandoflores y dibujos.Es una lstima comer estos pasteles dijo Wang Lung. El viejo husmeaba en torno a la mesa,contento como un chiquillo con los brillantes colores.Llama a mi hermano, tu to dijo, y a sus hijos. Que vean esto!Pero Wang Lung se haba vuelto prudente con la prosperidad. Saba que no poda invitar a gentehambrienta nada ms que a ver pasteles. Y se apresur a decir:Trae mala suerte mirar dulces antes de Ao Nuevo.

    La mujer, con las manos polvorientas de la delicada y rica harina, y pegajosas de manteca,exclam:Estos pasteles no son para comerlos nosotros, excepto uno o dos de los sencillos, para que losprueben los invitados. Nosotros no somos bastante ricos para comer azcar blanco y manteca. Los estoypreparando para la Venerable Seora de la casa grande. Ir con el nio en el segundo da del AoNuevo y llevar los pasteles como regalo.Entonces los dulces adquirieron ms importancia que nunca, y Wang Lung se sinti satisfecho deque a aquel saln donde l haba entrado con tanta timidez y tan pobremente, fuera su esposa ahoracomo una visita, llevando a su hijo vestido de rojo, y unos pasteles como aqullos, hechos de lamejor harina, azcar y manteca.

    Al lado de esto, todo lo dems del Ao Nuevo cay en la insignificancia. El abrigo negro, detela de algodn, que Olan le haba hecho, slo sirvi para que Wang Lung se dijese:Me lo pondr cuando los acompae hasta la puerta de la casa grande.E incluso pas desidiosamente el primer da del Ao Nuevo, en que su to y sus vecinos, muyturbulentos por lo que haban bebido y lo que haban comido, entraron en la casa para felicitarles asu padre y a l. Personalmente haba cuidado de que los pasteles fuesen guardados en el cesto, nofuera cosa que hubiera de ofrecerlos a gente ordinaria, pero le cost un gran esfuerzo, cuando losdulces sencillos, los blancos, fueron alabados, no gritar: Habrais de ver los de color!Pero no lo hizo, porque ms que ninguna otra cosa deseaba entrar en la casa grande orgullosamente.

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    En el segundo da del Ao Nuevo es costumbre que las mujeres se visiten unas a otras, habiendo loshombres comido y bebido a su antojo el da anterior.Se levantaron al alba, y Olan visti al nio, ponindole la tnica roja y los zapatos atigrados queella misma le haba hecho. Y en la cabeza, afeitada por Wang Lung en el ltimo da del Ao Viejo,le coloc el sombrero rojo, sin copa, en cuya parte delantera estaba cosido el pequeo Buda dorado.Puso al nio sobre la cama y entonces Wang Lung empez a vestirse rpidamente, mientras su

    esposa se peinaba el largo cabello negro, lo recoga con la peineta de cobre y bao de plata que l lehaba comprado y se pona su nueva tnica negra, confeccionada de la misma tela que la de l.Ocho varas de buen material para las dos, y otra vara ms para colmar la medida, como eracostumbre en las tiendas de telas. Y en seguida, llevando l el nio y ella el cesto con los pasteles,emprendieron la marcha por el camino que cruzaba los campos, infructuosos ahora en la esterilidadinvernal.Al llegar a la gran entrada de la Casa de Hwang, Wang Lung se vio recompensado, pues cuando elportero acudi a la llamada de la mujer, abri mucho los ojos al verlos, se retorci los tres pelos dellunar y dijo:Oh, Wang el labrador! Esta vez tres en lugar de uno!Y viendo las ropas nuevas que llevaban todos, y la criatura, que era un nio, aadi:No hay necesidad de desearte ms suerte en este ao de la que has tenido en el pasado.Wang Lung contest indiferentemente, como se le habla a un hombre que apenas es un igual: "Buenascosechas..., buenas cosechas...", y atraves la entrada confiadamente.El portero estaba impresionado por todo lo que vea, y le dijo a Wang Lung:Sintate en mi miserable cuarto mientras yo anuncio a tu mujer y a tu hijo adentro.Y Wang Lung les vio cruzar el patio a su mujer y a su hijo, llevando regalos para la cabeza de unagran familia. Era todo en honor suyo, y cuando se fueron achicando en la larga perspectiva de lospatios construidos uno tras otro, perdindoles al fin de vista por completo, entr en la casa delportero y all acept el sitio de honor, a la izquierda de la mesa del cuarto central, que le ofre ca laesposa del guardin, una mujer picada de viruelas, y tambin acept, con slo una leve inclinacin

    de cabeza, el tazn de t con que lo obsequi, y que Wang Lung coloc ante s, pero sin beberlo,como si no considerase la calidad de las hojas de te suficientemente buenas para l.Le pareci que pasaba mucho tiempo hasta que el portero regres nuevamente, trayendo a la mujery el nio. Wang Lung mir el rostro de la mujer intensamente durante un momento, tratando de leeren l si todo iba bien, porque haba ya aprendido a descubrir en aquella fisonoma impasiblepequeos cambios que al principio le pasaban inadvertidos. Pero vio en ella una expresin dehondo contentamiento y en seguida se sinti impaciente por orle contar lo que haba sucedido enaquellas estancias de las seoras, en las que l no poda entrar, y que le interesaban ahora queestaba en relacin con ellas.As es que saludando escuetamente al portero y a su tosca mujer picada de viruelas, se llev a O

    lan y cogi en brazos al nio, que se haba dormido y estaba hecho un ovillo dentro de su abrigonuevo.Y bien...? pregunt dando vuelta a la cabeza y mirando a Olan, que le segua. Por vez primerasu lentitud le impacientaba. Ella se le acerc un poco ms y dijo bajito:Me parece que este ao estn apurados en esa casa. Hablaba en un tono escandalizado, como sepodra hablar de que los dioses tuvieran hambre.Qu quieres decir? dijo Wang Lung, animndola.Pero ella no se precipitaba. Para ella, las palabras eran cosas que se deban coger una a una y soltarcon dificultad.La Venerable Seora llevaba la misma tnica que el ao pasado. Yo no haba visto nunca ocurrir

    esto. Y las esclavas no tenan vestidos nuevos.Tras una pausa, aadi entonces:No he visto una sola esclava que llevase una tnica nueva como la ma.Y tras otro silencio, dijo nuevamente:Y en cuanto a nuestro hijo, no haba una sola criatura de entre las de las concubinas del propioAnciano Seor que se pudiese comparar a l en belleza y atavo.Una sonrisa lenta se esparci por su rostro, y Wang Lung comenz a rer y apret al nio contra sucorazn. Qu bien le haban ido las cosas!De pronto, su exaltacin qued estrangulada por una rfaga de terror. Qu locura andar, as, bajo el

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    cielo, con un hermoso hijo varn en los brazos, para que cualquier espritu maligno que pasasepudiera verlo! Se abri el abrigo rpidamente, escondi la cabeza del nio en su seno y dijo en vozalta:Qu lstima que nuestra criatura sea una hembra, que no puede interesar a nadie, y adems conviruelas! Pidamos al Cielo que se muera.S..., si... dijo su esposa tan aprisa como le fue posible, comprendiendo vagamente lo que haban

    hecho.Y confortado con estas precauciones, Wang Lung interrog nuevamente a su esposa:Te has enterado de por qu se estn empobreciendo?Solamente pude hablar un momento en privado con la cocinera bajo cuyas rdenes trabajaba replic ella, pero me dijo: "Esta casa no puede continuar as toda la vida, con los cinco jvenesseores gastando el dinero en otros lugares como si fuese agua y mandando a casa mujer tras mujersegn se van cansando de ellas, y el Anciano Seor, en su propio hogar, aadiendo una concubina odos cada ao, y la Venerable Seora consumiendo diariamente opio suficiente para llenar doszapatos de oro".Es as? pregunt Wang Lung, boquiabierto.Adems, la tercera hija se casar en la primavera continu Olan y su dote vale lo que elrescate de un prncipe y bastara para comprar un puesto oficial en una gran ciudad. Sus ropas serndel satn ms fino, con dibujos especiales tejidos en Soochow y en Hangchow, y de Shanghai lemandarn un sastre con todo un squito de oficiales para que su ajuar no sea menos elegante que elde las damas de otros lugares.Con quin va a casarse, entonces, que hacen todo ese gasto? dijo Wang Lung, lleno deadmiracin y horrorizado por aquel derroche.Con el hijo segundo de un magistrado de Shanghai contest la mujer, y tras una larga pausaaadi: Se deben estar empobreciendo, porque la misma Venerable Seora me dijo que queranvender tierras: algunos de los terrenos que hay al sur de la casa, al otro lado de la muralla de laciudad, donde cada ao plantaban arroz, porque es buena tierra y fcilmente irrigada por el foso que

    circunda la muralla.Vender la tierra! exclam Wang Lung, convencido. Entonces, realmente se estn volviendopobres. La tierra es nuestra carne y nuestra sangre.Medit un instante y de pronto le asalt un pensamiento y se golpe la sien con la mano.No se me haba ocurrido! grit volvindose hacia la mujer. Compremos la tierra!Se quedaron mirndose, l encantado, ella estupefacta.Pero la tierra..., la tierra... tartamude la mujer.La comprar! grit l con nfasis seorial. La comprar a la gran Casa de Hwang!Est demasiado lejos dijo Olan consternada. Tendramos que andar media maana para llegara ella.

    La comprar repiti l tozudamente, como repetira la peticin de un capricho a su madre si stase lo negase.Es bueno comprar tierra dijo Olan pacficamente. Es ciertamente mejor que esconder el dineroen una pared de barro. Pero por qu no comprar una parcela de la tierra de tu to? Est deseandovender el trozo cercano al campo del Oeste que tenemos ahora.No quiero esa tierra de mi to dijo Wang Lung rotundamente. Durante veinte aos ha estadoarrancndole cosecha tras cosecha sin cuidarse de abonarla. Los terrones son pura arcilla. No;comprar la tierra de Hwang.Dijo "la tierra de Hwang" tan sencillamente como hubiera podido decir la tierra de Ching", ellabrador vecino suyo. Estaba dispuesto a ser algo ms que un igual de aquella gente tonta y

    derrochadora de la casa grande. Ira con la plata en la mano y dira simplemente:Cul es el precio de la tierra que quieren vender?Se oa ya decir ante el propio Anciano Seor y ante su agente:Tengo dinero. Contadme como a cualquier otro comprador.Cul es el precio justo? Lo tengo en la mano.46Y su esposa, antigua esclava en las cocinas de aquella orgullosa familia, sera la mujer de unhombre a quien perteneca un trozo de la tierra que durante generaciones haba engrandecido laCasa de Hwang.

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    Comprmosla. Al fin y al cabo, esos terrenos de arroz son buenos, y estando cercanos al fosotendremos agua todos los aos. Es una compra segura.Y nuevamente una sonrisa lenta se dibuj en su rostro, aquella sonrisa que no consegua nuncailuminar la sombra de sus ojos negros y estrechos. Durante largo tiempo guard silencio y luegodijo:El ao pasado, por esta poca, yo era una esclava de la Casa de Hwang.

    Y continuaron la marcha, gozando en silencio la plenitud de este pensamiento.

    VI

    Este trozo de tierra que ahora perteneca a Wang Lung cambi notablemente su vida. Al principio,despus que hubo sacado la plata de la pared para llevarla a la casa grande, despus del honor dehablar como un igual con el Anciano Seor, se sinti invadido de una depresin de espritu que eracasi como un arrepentimiento. Cuando pensaba en el agujero de la pared, vaco ahora y antes llenode plata, deseaba volver a tener aquel dinero. Al fin y al cabo, aquella tierra requerira horas delabor, y, como Olan haba dicho, se hallaba a una li de distancia, que es un tercio de milla. Sincontar que el momento de la compra no haba tenido la gloria que l esperaba. Haba llegadodemasiado pronto a la casa grande y el Anciano Seor estaba todava durmiendo. Y aunque era yamedioda cuando le dijo al portero en voz alta:Decidle al Honorable Anciano que tengo importantes negocios que discutir con l..., que se tratade dinero... el portero haba respondido con aplomo:Todo el dinero del mundo no me hara despertar al viejo tigre. Est durmiendo con su nuevaconcubina, Flor de Melocotn, que posee solamente desde hace tres das. Despertarle me costara lavida.Y luego aadi maliciosamente, tirndose de los pelos del lunar:No te creas que el dinero le hara moverse. Tiene plata en las manos desde que naci.

    Al final, el asunto tuvo que ser ventilado con el agente del Anciano Seor, un bribn aceitoso acuyas manos se pegaba el dinero que pasaba por ellas. Y le pareci a Wang Lung que, al fin y alcabo, la plata era ms valiosa que la tierra. A la plata se la poda ver brillar.Bueno, pero la tierra era suya! Y un da gris del segundo mes se dirigi a inspeccionarla. Nadiesaba an que le perteneca a l, y se fue solo a verla. Era un largo cuadriltero de negra arcilla quese extenda junto al foso que rodeaba a la ciudad. Recorri esta tierra cuidadosamente: trescientospies de largo y ciento veinte de ancho. Cuatro piedras marcaban todava los lmites, cuatro piedrascon la marca de la Casa de Hwang. Las cambiara ms tarde y pondra en su lugar su propionombre. Pero todava no; an no estaba preparado para que la gente supiera que era lo bastante ricopara comprar tierra a la gran casa; lo hara ms tarde, cuando fuese ms rico an y no importase lo

    que hiciera. Y mirando hacia su nueva propiedad, se dijo:"Para los de la casa grande no tiene ninguna importancia este puado de tierra, pero para m suvalor es enorme."

    Entonces se produjo un brusco cambio en su espritu y se sinti lleno de desprecio hacia si mismo,porque un pequeo trozo de tierra como aqul le pareca tan importante. Record que cuando, orgullosamente,hizo entrega de la plata al agente, ste se limit a decir con descuido:Bueno, aqu hay por lo menos con qu comprarle opio a la seora durante unos das...Y la enorme diferencia que an exista entre l y la casa grande le pareci sbitamente insalvable.Se sinti entonces posedo de una rabiosa determinacin, y se dijo que llenara de plata el agujerode la pared una vez, y otra, y otra, y otra, hasta que hubiera comprado tanta tierra de la Casa de

    Hwang que la suya propia no pareciese a sus ojos mayor que una pulgada.Y as este trozo de tierra se convirti para Wang Lung en una meta y un smbolo.Lleg la primavera con sus vientos agudos y sus nubes desgarradas por la lluvia, y para Wang Lunglas fciles horas del invierno se vieron convertidas en largos das de labor desesperada en lastierras. El viejo cuidaba ahora del nio y la mujer trabajaba con Wang Lung desde la aurora hastaque el crepsculo caa sobre los campos, de manera que cuando un da Wang Lung descubri enella un nuevo embarazo, el primer pensamiento que cruz su mente fue el de que no podra trabajardurante la cosecha.De manera que has escogido esta ocasin para criar nuevamente, eh? le pregunt con irritacin.

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    Esta vez no es nada contest ella resueltamente. Solamente es duro la primera vez.Aparte esto, nada ms se dijo sobre la segunda criatura desde que Wang Lung not su forma alhincharse el vientre de la madre hasta un da de otoo en que Olan dej su arado y se dirigipesadamente hacia la casa. Aquel da, Wang Lung no regres, ni siquiera para la comida delmedioda, porque el cielo estaba aturbonado y el arroz se hallaba maduro y listo para ser recogidoen gavillas. Ms tarde, antes de que el sol se pusiera, Olan regres a su lado, con el cuerpo

    afinado, exhausta, pero con el rostro silencioso e impasible. Wang Lung sinti el impulso degritarle: "Por hoy ya has hecho bastante", pero el dolor de su propio cuerpo rendido le haca cruel,y se dijo a si mismo que l haba sufrido tanto con la labor de aquel da como ella con sualumbramiento, de manera que slo pregunt entre dos golpes de hoz:Es varn o hembra?Ella contest con calma:Es otro varn.No se dijeron nada ms, pero l se sinti contento y el incesante bajarse y doblarse le parecimenos arduo. Trabajaron hasta que la luna se elev sobre un hacinamiento de nubes moradas;entonces terminaron el campo y se dirigieron a la casa.Despus de la cena y tras de haberse lavado el cuerpo quemado por el sol con agua fresca yenjuagado la boca con t, Wang Lung fue a ver a su segundo hijo. Olan se haba echado en lacama despus de haber hecho la cena y tena a la criatura a su lado. Era un nio gordo, plcido,sano, aunque no tan grande como el primero. Wang Lung le contempl y luego regres al otrocuarto muy satisfecho. Otro hijo; y otro, y otro; uno cada ao. Pero cada ao no podra procurarsehuevos encarnados. Era suficiente haberlo hecho por el primero. Hijos cada ao; la casa estabahabitada por la buena suerte. Esta mujer no le haba trado ms que buena suerte... Le grit a supadre:Ahora, anciano, con otro nieto, tendremos que ponerleel grande en su cama.El viejo estaba encantado. Durante mucho tiempo haba querido que el nio durmiese con l y lecalentase sus viejos huesos, pero la criatura no quera separarse de su madre. Ahora, sin embargo,

    pareca comprender, al mirar aquella otra criatura junto a su madre, que tena que ceder su puesto yse dej llevar sin protesta al lecho de su abuelo.Y otra vez las cosechas fueron abundantes, y Wang Lung cambi sus productos por plata ynuevamente la escondi en el agujero de la pared. Pero el arroz que seg de la tierra de Hwang levali el doble de lo que le produjo el de sus propios terrenos arrocferos. El suelo de ese campo erahmedo y rico y el arroz creca en l como la hierba donde no es deseada. Y ahora todo el mundosaba que aquel campo perteneca a Wang Lung y en el pueblo se hablaba de hacerle jefe.

    VII

    En este tiempo, el to de Wang Lung comenz a dar la guerra que Wang Lung haba previsto desdeun principio que dara. Este to era el hermano menor de su padre, y por todos los derechos delparentesco poda depender de Wang Lung si sus propios medios le eran insuficientes para si y paralos suyos. Mientras Wang Lung y su padre fueron pobres y anduvieron mal nutridos, el to hizo unesfuerzo para arrancar de su tierra lo necesario para alimentar a sus siete hijos, a su esposa y a smismo; pero una vez haban comido, nadie trabajaba. La mujer no se mova para barrer el suelo de lachoza, ni los chiquillos para lavarse la cara. Era una vergenza que segn las nias crecan, llegandohasta