Butlletí Desembre
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Desembre, activitats
CONFERÈNCIA
Electrones y fotones: el Alba dia 2, dilluns a les 17,30 h.
a càrrec de Gumersinda Franco
CELEBRACIÓ INTERRELIGIOSA La justícia: camí de reconciliació cap a una nova
humanitat
dia 14, dissabte, a les 17,00 h.
SOLIDARITAT AMB FILIPINES Dia 15, diumenge. (Pendent de programació): AA Arrels, ACIT jove, Centre
Convivim, Comunitat Passatge, Escola Arrels, coordinats per InteRed Catalunya
ens trobarem per donar suport als damnificats pel tifó “Yolanda”.
NADAL
SOPAR DE NADAL dia 21, dissabte Després de l’Eucaristia ens trobarem per començar a celebrar el Nadal amb un
sopar de germanor.
Farem un bufet amb el que entre tots portem.
MISSA DEL GALL dia 24, dimarts, a les 23,00
VACANCES L’espai de la Comunitat Passatge romandrà tancat des
del dia 25 de desembre fins el 7 de gener.
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AVANÇ DE GENER:
Estudi de l’Evangeli de Lluc, us enviarem la programació.
Nou grup de Club del llibre. Demaneu informació a la CP
Fòrum d’actualitat, dia 18
Senderisme, dia 12
Trobada comunitària, dia 25
CONTE DE NADAL
Hacer el payaso De Peio
Delante del espejo, en los servicios de un bar bullicioso, el payaso comenzaba a
retirar su maquillaje. Se había colocado
bajo el secador de manos para entrar en
calor, aunque no lo había conseguido.
Cuando trabajas cinco horas seguidas de
estatua humana en el paseo de la Rambla de
Barcelona durante el atardecer del día 24 de
diciembre, llegas a tener un frío que viene
de dentro a fuera, incontrolable,
persistente e inevitable. En la quietud del
gesto estático, el frescor de la noche te va
penetrando, al principio te hace temblar, pero
llega un momento en que se convierte en un
aliado de tu trabajo, y entonces comienzas a
estar quieto, porque estás helado.
Afuera, en el paseo, su número consiste en
estar sonriente, disfrazado de payaso-
arlequín, tras una silla haciendo un gesto de
invitación a los transeúntes. El secreto estriba
en que su postura y su ademán provoquen a
sentarse a los espectadores. Si el paseante se detenía para colocarse en el asiento de
mimbre, la fotografía subsiguiente aseguraba algún aguinaldo. La intriga consistía en
saber si el payaso retiraba o no la silla. Unos tenían miedo y se sentaban con
infinitas cautelas. Otros más confiados deseaban descansar un rato. El truco de su
actuación consistía en responder con algo imprevisto que provocara la sonrisa, pero
sobre todo la propina.
Aquella noche las cosas habían salido bien y sentía recompensado el dolor de sus
músculos y el hielo de sus huesos. Cuando se miraba al espejo y retiraba con la toallita
desmaquilladora la pintura blanca de su máscara, recordaba que el día no había
empezado bien. Aquellas fechas en los tres últimos años eran especialmente oscuras.
El fracaso de su matrimonio seguía dándole más frío que la noche. Se reprochaba
haber sido demasiado confiado, él vivía en su mundo, no se dio cuenta que ella se
perdía y la perdía. Hacía un par de años que no veía a sus hijos separados por un
océano de distancia. Aquella tarde, una vez más, la nostalgia era una garrapata que
se había instalado detrás y al fondo de su sonrisa de clown.
Mientras recuperada su verdadero rostro reflejado, contaba su recaudación. Había
suficiente para pagar el alquiler de la habitación para unos cuantos días y, además, hoy
cenaría solo pero caliente. El dinero no era su fuerte, demasiado ocupado en mantener
su empresa de rehabilitación inmobiliaria a flote, descubrió a última hora que su socio le
engañaba retirando fondos. Su pequeño barco se había hundido dejando deudas y
llevándose casa y familia. Nadie quiso quedarse en el naufragio cuando su Costa
Concordia se hundió. Sin embargo, él estuvo hasta el final, lo dejó todo, pidió perdón
y marchó en silencio, sin nada.
Cuando se estaba limpiando sus labios rojos de payaso descubrió asombrado que esta
vez ocurría algo extraño. Al principio no lo percibió, notaba algo especial pero no sabía
el qué. Al cabo de unos instantes se dio cuenta. Había retirado su maquillaje pero la
sonrisa persistía. Hacía años que no ocurría este fenómeno. Algo había pasado, algo
pasaba. Realmente había sido extraño aquel encuentro.
Ahora recordaba que estaba en su puesto, cada vez más aterido. Procurando
empatizar con la mirada, especialmente con los niños, era la estrategia para que se
detuvieran sus padres y conseguir algunas monedas. No lo vio, porque venía por
detrás, de repente sintió una pequeña mano agarrada a la suya. Aunque pequeña
desprendía un fuerte calor, posiblemente la suya estaba demasiado fría. Miró hacia
abajo y un niño de cinco o seis años tiraba de él. Como buen profesional busco
rápidamente con la mirada a sus padres que eran la fuente de sus ingresos. Pero,
aparentemente, no había ningún adulto que le acompañara. “Hola, ¿te has perdido?”. El
pequeño le dijo que “sí”, inclinando su cabeza. Ahora tiraba más fuerte. “¿Dónde están
tus padres?” le preguntó. Se encogía de hombros y seguía tirando de él. La gente les
miraba, él sonrió como si formara parte del número. En volandas por el tirón cogió la
silla, la bolsa oculta donde estaba su ropa de calle y salió conducido por la pequeña
mano. “¿Dónde me llevas?” Entonces le detuvo, “Vamos que te llevo a la policía, tus
padres deben estarte buscando”. El muchacho no decía palabra, probablemente era
extranjero y no le comprendía. Sin embargo, seguía tirando con todas sus pequeñas
fuerzas del payaso. Habían cruzado la calle y parecía conducirle a un lugar en
concreto.
Allí mismo había una iglesia. Al entrar y por contraste apenas había iluminación, la
muchedumbre quedaba fuera y el silencio desacostumbrado se imponía. Un ligero
calor, sería su frío, le reconfortó. El niño seguía tirando, en un acto reflejo se quitó su
sombrero y su peluca de payaso. El niño le conducía hacia uno de los bancos donde se
sentó. Aprovechando su silla de mimbre también se sentó, algo que hacía horas que no
conseguía. “Bueno, y ahora qué, ¿dónde me llevas?”. El muchacho callaba y
sonreía suavemente. El payaso se confió, pensó que al menos se estaba caliente allí,
se relajó. Por un instante pensó en su vida de desastre, siempre igual pendiente de lo
que pasa, sin decidir nada y ahora sentado con un mocoso en el pasillo central de una
iglesia de las que hacía siglos que no entraba, aunque le traía buenos recuerdos de
infancia. En estos pensamientos se fue quedando, finalmente dormido.
Estaba sentado con su silla en medio de la iglesia, una anciana le preguntaba si se
encontraba bien. Despierto recordó que había entrado con el niño, pero allí solo estaba
su despertadora. Solemne, como sabe hacer un payaso, se levantó y con la misma
solemnidad emprendió la salida por la puerta principal. Había decidido acabar por hoy
Comunitat Passatge. c/ València 244, 3r Tel. 93 487 63 63
el trabajo y puso rumbo al bar de donde intercambiaba unas copas, siempre generosas,
por el uso del baño para cambiarse.
De nuevo estaba ante el espejo. Asombrado se fijó en su sonrisa desmaquillada. Se
parecía demasiado a la sonrisa de aquel pequeño extranjero misterioso. Era como si se
la hubiera trasplantado, franca, sencilla y luminosa, la sonrisa. Y un payaso es un
experto en sonrisas, sabe descubrir automáticamente las falsificaciones, son su
especialidad. Inexplicablemente el frío que venía de dentro se había convertido en un
calor poderoso y reanimador. Recogiendo las cosas salió del baño. Esta vez no se
detuvo en la barra. Salió solemne del bar como solo un payaso sabe hacer. Junto a
la barra quedaba solitaria, abandonada y superada su vieja silla. Y en su rostro la
gracia de una solemne sonrisa, como solo un payaso sabe hacer.