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PRESENTACION

La decisión de traducir el título de Ro~ man de Renart p9r Renart el zorro obedece a las siguientes razones:

l. En francés, la palabra "roman", a pesar de que en su sentido moderno signi~ fica novela, designa en un principio cual~ quier escrito en francés (lengua romance) ; es decir, en oposición al latín, lengua culta, en que se escribían los textos litúrgicos, documentos, etc.

Traducirlo por "novela" hubiera resul~ tado inadecuado, ya que hay otros textos escritos en romance que difícilmente entra~ rían en esa categoría. La palabra "roman~ ce" en español resultaba muy limitada: a pesar de que existan las acepciones de "li~ bro de ,caballería" y "composición poética escrita en romance", su utilización está casi restringida a los poemas en que se afir~ man los valores de personajes y hechos his~ tóricos.

2. El nombre de Renart, en francés moderno, remite inmediatamente a la pala~

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bra "renatt, (zorro). Por una curiosa me­tonimia que nos da una idea de la impor­tancia que debió tener el texto en su época, el nombre de Renart originó su aplicación al animal anteriormente llamado goupil, e hizo surgir en su momento vocablos como renardie (que podría significar astucia, traducido aquí como zorrería) , y posterior­mente, voces como renarde (hembra del zorro) , renardeau ( zorrito) , renarder ( ac­tuar con astucia) y renardH:~re (guarida del zorro). Se prefirió pues, conservar en el tí­tulo el nombre del personaje y su represen­tación animal, que en francés cubre una sola palabra con diferente grafía.

Salvo en el caso de Renart, todos los nombres se castellanizaron. Respecto a Grimbert, Tibert, Brun, etc., se trató de buscar nombres ya existentes o bien de en­contrar equivalentes que estuvieran dentro de las posibilidades fonéticas de la lengua: Grimberto, Tiberio, Bruno, etc. Algunos nombres en el original eran compuestos y correspondían a acciones o conceptos. T am­bién se trató de traducir los que pudieran tener correspondencias casi exactas ( Per­cehai - Picaseto), (Pinte, Pinta, Noble, ídem.), o los que pudieran tener equivalen­tes ( Beaucent, Huelebién).

Aunque la obra original fue escrita en verso, escogimos la prosa para evitar los ripios que frecuentemente son típicos de las traducciones de este género. Sin embargo, se conserva el tono original, el ritmo de las acciones, etc. Se dejaron, pues, muchas re­peticiones que caracterizan a la obra, así como algunas situaciones que, desde un

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punto de vista estructural. podrían conside~ rarse desplazadas o fuera de lugar. Así~ mismo, en el episodio de Renart tintorero y Renart juglar, el protagonista habla fran~ cés como un extranjero que desconoce la lengua: confunde palabras, las deforma, les cambia su sentido. Hemos intentado ape~ gamos a las peculiaridades de este tipo de habla.

Por supuesto, en toda traducción cabe la subjetividad y ésta no pretende ser la ex~ cepción. Nuestra intención principal es la difusión de uno de los textos más cautivan~ tes de la literatura francesa de la Edad Media.

El con junto de las historias dz Renart era considerado como un todo, conocido co~ mo Roman de Renart. Estaba formado por relatos diversos basados en la convención implícita de una relativa confusión entre el hombre y el animal; de repente vemos a és~ te convertido en ágil caballero. Aunque se trata concretamente de un mundo animal, aparecen de vez en cuando hombres, sobre todo villanos, artesanos o curas.

Cada relato o conjunto de relatos es de~ signado como "rama" ( branche). En fran~ cés antiguo se encuentran 27 de dichas ra~ mas divididas. en dos ciclos. Las diferentes numeraciones que existen, se hicieron pos~ teriormente a los relatos, cuando se trató de agruparlos. Por lo tanto, es muy difícil establecer un orden lógico de los aconteci~ mientas y luego determinar con precisión la fecha de los diferentes relatos. Sólo se

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sabe que las primeras ramas fueron escri~ tas alrededor de 1175 y son las que poste~ riormente se conocen como la li y la V.

Ante la incongruencia lógica de ciertos acontecimientos se puede afirmar que los ciclos se formaron con historias encétdena~ das gratuitamente, unas muy cortas, otras más largas, algunas independientes quepo~ dían añadírse o no con toda facilidad.

El primer ciclo (ramas de la 1 a la XVII) aparece en ese gran siglo que fue el XII y se desarrolla en las primeras décadas del XIII, constituyendo los episodios más co~ nacidos de Renart. El 29 ciclo empieza a escribirse a principios del XIII y se desa~ rrolla durante casi medio siglo y esporádi~ camente aparecen otros relatos tardíos en el XIV (no incluidos en los ciclos). Los últimos relatos se vuelven cada vez más re~ petitivos, salvo algunos en que aparecen nuevas situaciones.

El primer escrito no es anónimo: su autor es Pierre de Saint Cloud. En principio en~ contramos en su texto que el tratamiento que sigue es el tradicional de la fábula campesina, pero termina con el relato de la violación de la loba por el zorro Renart. Empieza en él a hacerse la parodia del amor cortés.

Antes de aparecer la rama anónima co~ nacida como rama 1 que aquí presentamos, aparecen otras en las que se nos cuentan aventuras diversas a veces poco coheren~ tes, muchas muy conocidas como aquélla en que Renart se encuentra en el pozo y hace creer al lobo que está en el paraíso.

La rama traducida aquí es una de la:;

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que tuvieron mayor difusión, tal vez de­bido a que en ella se trató de empezar a organizar los diferentes elementos de las aventuras y a uniformar el tono. El autor anónimo reclama a Pierre de Saint Cloud, (Pierrot) , por haber omitido lo que sigue a la violación de la loba que él considera ta parte más interesante de la historia: es decir, el juicio de Renart y las aventuras que siguen.

Muchas de las anécdotas de Renart se conocen en diversos folklores; sin embar­g.o, en franéés se dan situaciones nuevas; entre ellas varias aventuras de carácter pa­ródicamente épico, como cuando Noble el león, emperador de todos los animales, de­cide partir a la cruzada y deja al zorro Re­nart como regente; éste usurpa el trono y se casa con la leona. Cuando el rey regresa v.olvemos a encontrar una historia que se repite en varias ramas: el sitio al castillo del zorro.

Al finalizar el 1 er ciclo, es decir en .la rama XVII, encontramos la novedad de que todo sucede al revés de lo previsto. Re­nart pierde al ajedrez con el lobo, quien lo clava en la pared; el zorro muere y hay un duelo general; entonces Bernardo el asno hace su oración fúnebre presentándo­lo como ejemplo de virtud. Así, Renart se vuelve mártir, apóstol, está en el paraíso, pero de repente resucita e inmediatamente tiene un duelo con el gallo Cantaclaro que a su vez lo vence. Viene la segunda muer­te del zorro, y el cuervo se ensaña con su cadáver, mutilándolo. El tejón, primo de Renart, clama justicia; pronto se anuncia

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que Renart va a desaparecer completamen­te del mundo y entonces el león se aflije por haber perdido al más noble de sus ba­rones. Aquí todo es absurdo y el tono abiertamente irónico, pero eso permite se­guir a Renart (falsamente muerto) hasta su triunfo.

En otra rama, va a Toledo a estudiar magia y se asocia con todos los animales diabólicos para vengarse.

Ahora bien, en la rama XXIV se nos cuenta la infancia de Renart y la historia1

se remonta hasta Adán y Eva, ésta última creadora de Jos animales nefastos; con ello Renart tendrá su filiación infernal.

En las ramas posteriores se advierte un intento moralizante y el tono se vuelve cada vez más pesimista. En otras aventuras, no agrupadas en los ciclos, como Renart el Nuevo vemos que el zorro es coronado por la asamblea de los vicios y la fortuna, de­teniendo su marcha, lo pone en el pinácu­lo de la gloria pretendiendo fijar su imagen por siempre. En La Coronación de Renart, éste aconseja al papa hacer de la "zorre­ría" una ley universal.

Al principio del XIV aparece otra his­toria que se llama Renart el Contrahecho cuyo autor afirma ser un tendero de T ro­y es que se disfraza de Renart para poder así descubrir el fondo de su pensamiento y la esencia de las cosas; tantos horrores ve, que hace que el mismo zorro se sienta as­queado por las costumbres del siglo y ter­mine por tomar el camino del bien.

U no de los problemas que se han plan­teado los estudiosos es el falso problema

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de los or~genes. Algunos afirman que estas .historias son de creación popular. Otros que son de origen oriental. ya que se e-n­cuentran en las tradiciones árabes. Los par­tidarios de la teoría popular aducen como prueba el hecho de que las anécdotas más conocidas (p. ej. el lobo que pesca con su cola en el hielo, o el zorro y el lobo en el pozo, etc.) aparecen en diversos folklores. ·

Por otra parte, en la literatura de los si­glos XI-XII se encuentran textos en latín donde ya aparecen las figuras del zorro Renardus y el lobo Y sengrimus. Pero an­teriormente, también en textos latinos, ya se había presentado la parodia de un mun­·do animal, como por ejemplo: en el IX un elogio burlesco por la muerte de un borre­go. En el X surge un relato en que el zorro aconseja al león enfermo vestirse con la piel del lobo; en el XI hay unas historias del lobo monje.

Así, lo anterior ofrece una materia semi­elaborada, antes de los textos en lengua romance.

Es indudable que hay diversas fuentes tant.o folklóricas como literarias, pero puede afirmarse que las· historias de Renart en francés son obras individuales que no ema- -nan directamente de una creación colecti­va y popular.

En el texto que aquí presentamos, jun­to a situaciones tradicionales aparece el motivo de la guerra feudal. Sería interesan­te al resp~cto estudiar más a fondó el papel

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que desempeña el rey llamando continua~ mente a la paz frente a la lucha constante de sus barones.

El barón Renart (que en cierta medida nos recuerda a Reinaldos de Montalbán, popular héroe de Los cuatro hijos Aymon) se presenta desde el principio como un cri~ minal astuto que se enfrenta permanente~ mente al lobo representante de la fuerza bruta.

Algunas tendencias sociologizantes pre~ tenden ver en el zorro al barón astuto y hambriento que continuamente tiene que es~ tar haciendo trampas para poder subsistir. Otros encontrarían una sátira a la sociedad en la que un barón necesitado y sin escrú~ pulos, será la piedra de toque para cari~ caturizar ·a todos sus miembros.

Más que en otros textos medievales, en esta historia vemos reflejada la vida coti~ diana, y se nos ofrece una imagen de la so~ ciedad de la época, el contexto familiar, las comidas y fiestas, los métodos curativos, la ternura con que los hijos acogen a los pa~ dres, etc. Por otra parte, en la obra apare~ cen reflejadas todas las clases sociales, to~ dos los pequeños acontecimientos de la vida cotidiana, pero presentados siempre en un tono burlesco, ya que parecería que la úni~ ca intención es hacer reír a cualquier pre~ cio, utilizando cualquier medio, como alu~ siones cultas. En este texto, encontramos la burla de lo cortés y de lo épico, se utili~ zan proverbios o comentarios del narra~ dor, en un presente verbal que hace· más vivo el relato; hay una gran fantasía y una perfecta dosificación en los rasgos huma~

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nos de estos animales lo que. permite· ha~ cer una buena pintura de caracteres.

Y entre todos los personajes sobresale e:l héroe inmortal, Renart, cuya historia es susceptible de infinitos desarrollos, pero a la que no se le puede dar (excepto artifi~. cialmente). un desenlace definitivo. dado el dinamismo propio de la aventura renar~ desea; y es que Renart al mismo tiempo es un individuo, un animal y el tipo ejemplar de una categoría social. Siempre resulta antiguo y moderno. A pesar de que sus ca~ racterísticas primordiales no sufren altera~ ciones, sí puede transformarse; así lo ve~ mas como peregrino, tintorero, juglar. etc. Mientras los otros personajes permanecen más fijos. él contrasta por su habilidad e inteligencia; está contra todo conformismo. aunque pudiera ser considerado violento e inmoral: violaciones, crímenes, usurpado~ nes. disfraces. etc., son sus acciones coti~ dianas.

Sin embargo, esta obra a la vez realista y popular (en cuanto a su alcance) no po~ ne en tela de juicio las instituciones de su época, Renart resulta un héroe aristocráti~ co que la muchedumbre admira.

Es más probable que en lugar de una crítica social consciente al orden reinante, las historias de Renart y sobre todo nues~ tra rama sean más bien una burla de la es~ tupidez y mojigatería generalizadas; de allí que la característica dominante de este tex~ to sea su comicidad.

Angelina Martín del Campo Luis Zapata

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l. EL JUICIO DE RENART

Pierrot, quien puso en práctica todo su ingenio y su arte, compuso un poema en verso sobre Renart e lsengrino, su que­rido compadre, dejando de lado lo mejor de su asunto; pues olvidó el proceso y el juicio que tuvieron lugar en la corte de Noble el león, por la gran fornicación que Renart ( incubador de maldades) tuvo con la señora Hersenda, la loba.

Esto dice la historia en sus primeros ver­sos. El invierno había pasado, la rosa se abría, el espino flore~ía y la Ascensión se acercaba. Mi señor Noble, el león, hizo venir a todos sus animales a su palacio para convocar a cortes. Todos llegaron rápidamente, sin excusa ni pretexto, salvo Renart, el bellaco, el pillo, a ·quien todos acusan. Lo desprecian a su antojo ante el rey, por su soberbia y sus desórdenes. Isen­grino, que no lo quiere, se queja de él ante los otros y dice al rey:

-Dulce y bello señor, tengo derecho a pedir que hagas justicia por la violencia

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con que Renart trató a mi esposa, doña Hersenda, cuando la encerró en su forta­leza de Malpaso, cuando la quiso forzar y orinó a mis lobeznos. Eso es lo que tnás me duele. Renart dijo que vendría a jurar que no era cierto; pero, cuando trajeron las ' saptas reliquias (no sé quién lo aconsejó). huyó a toda carrera y fue a agazaparse en su guarida.

El rey le dice en presencia de todos: -Isengrino, renuncia a tu acusación: no

tienes nada que ganar recordando tu ver.­güenza. Cornudos son ·hasta los reyes y los condes en estos tiempos. También los que tienen grandes cortes padecen por lo mis­mo. Nunca por tan poca cosa nadie expre­só tanta rabia y . tanto duelo. Cuentan más los hechos que las palabras.

Bruno, el oso, dice: -Dulce y bello señor, hay mucho más

que decir; lsengrino no está muerto. ni pre.­so para no poder vengarse por si mismo de Renart. Isengrino es tan fuerte que, si le diera alcance, haciendo caso omiso de la tregua que acaba de ser jurada, podría opo:­nérsele. Pero tú eres el príncipe de esta tierra: a ti te toca impon~r la paz en es;..; ta guerra; ¡imponla a tus barones! A quien odias odiaremos, y estaremos de tu lado. ¿lsengrino se queja de Renart? Haz · sesio­nar a la corte; no se me ocurre nada mejor. Si alguno de los dos debe algo al otro, que repare el daño. Envía a buscar a Renart a Malpaso: si quieres que yo vaya, lo traeré si lo encuentro; le enseñaré a ser cortés.

-Señor Bruno, respondió Ruidoso el to­ro, malhaya quien eso aconseje al rey (y

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no lo digo por ti) . Que se contente con una multa por el desorden, la vergüenza y el ultraje que Renart hizo sufrir a su coma­dre. Renart ha dado tantas molestias y jo­dido a tantas bestias que ya nadie debe ayudarlo. ¿Cómo puede quejarse lsengri~ no de hechos tan evidentes, tan conocidos y al descubierto? Por mi parte, digan lo que digan, sé bien que si el que jode a todo el mundo hubiera tomado a mi mujer por la fuerza, no habría Malpaso que lo prote­giera ni fortaleza que lo abrigara: lo ha .. bría desollado y después lo habría arrojado al fango. Hersenda, ¿pues en qué estabas pensando? Qué desgracia que Renart, ese falso muchacho, te haya montado como si fueras una silla.

-Señor Ruidoso, dice el tejón, si no re~ mediamos el mal, podrá volverse mayor; pues cualquiera que lo cuente, lo esparza y lo siembre, después no podrá conjurarlo. Puesto que no hubo forcejeo, ni puerta ro~ ta ni tregua violada y, Renart lo hizo por amor, ¿qué caso tienen la ira y el clamor? Renart la ama desde hace tiempo, y ella nunca se habría quejado si de ella depen­diera. Pero, lo juro, lsenqrino lo ha toma~ do demasia.do en serio. Ante el rey y sus barones, el ultraje será reparado: si la olla está desportillada, y por Renart deteriora­da en lo más mínimo, estoy dispuesto a ha­cérsela reparar cuando él comparezca y se haga el juicio. Es la mejor solución que puedo dar, pues doña Hersenda ha sido acusada. Ay, ¿,qué honor puede sacar tu marido del proceso que ha hecho hoy ante tantos animales? Ciertamente, deberían ma-

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tarte ·· si sigues queriéndolo cuando te lla~ ma "querida hermana": no te quiere ni te respeta. .

Hersenda se sonroja, pues tiene ver~ güenza, y todo su pelo se eriza; suspirando responde:

-Señor Grimberto, no puedo más: pre~ feriría que la paz reinara entre mi señor y Renart. Lo juro: nunca me poseyó. Renart de ninguna manera ni en modo alguno; estoy dispuesta a someterme a la prueba del agua hirviente. o del hierro candente. Pero de nada sirve que me justifique, des~ graciada, infortunada. de mí, pues nunca me creerían. Pero, por los santos que vene~ ramos, y por Dios Nuestro Señor, a quien le pido socorro, jamás Renart hizo conmi~ go lo que no hubiera podido hacer con su madre. No digo eso por maese Renart, o por apoyar su causa; cualquiera que sea su suerte, cualesquiera que sean sus amigos o sus enemigos, me preocupa tan poco co~ · .. mo a ti el cardo que saborean los burros. Lo digo por Isengrino: me· cela tanto que todos los días piensa que le voy a poner los cuernos. Por la fe que debo a Picón mi hijo, el día primero de abril de hace diez años Isengrino me tomó por mujer. Era Pascua, como él lo ha señalado. Hubo tan~ tos invitados a mi boda que nuestros fosos y guaridas se llenaron de animales; tanto en verdad que hubiera sido difícil encon~ trar un lugar vacío para hacer incubar a una oca. Fue entonces cuando me conver~ tí en su leal esposa. El no me tenía enton~ ces por mentirosa, ni por bestia alocada. Déjenme continuar. Que me crea el que

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quiera y que el que quiera lo oiga: por la fe que debo a la Santa María, no hice con mi cuerpo ninguna putería, ni daño ni ma~ los asuntos, ni nada que una monja no pu~ diera hacer.

Cuando Hersenda termina de justificar~ se y se calla, Bernardo el burro, que ha es~ cuchado, se regocija en el fondo de su co~ razón, pues inmediatamente se convence de que Isengrino no es cornudo.

-¡Ah! Exclama, noble dama, ¡si por lo menos mi burra y los perros y los lobos y todos los animales y todas las mujeres fue~ rantan fieles como tú, doña Hersenda! Tan cierto como que a Dios le pido absolverme o ayudarme a encontrar cardos tiernos pa~ ra mi pastura, nunca te preocupó Renart, ni el placer que pudiera darte, ni su amor: no cabe duda. Pero el siglo es tan perverso, tan malediciente, que da testimonio de lo que no ve y censura lo que debería alabar. Ah, Renart, alocado ¡maldita sea la hora en que naciste, en que· fuiste engendrado y concebido, pues ya nadie te creerá! Y a ha~ bía corrido la noticia de que te habías co~ gido a Hersenda, y ahora quiere someterse a una prueba, aunque él no lo requiera. Ah, ¡gentil y bondadoso señor! Pon pues la paz en este asunto y ten piedad de Re~ nart. Déjame traerlo y déjalo venir a la corte con un salvoconducto. Respecto a las acusaciones de Isengrino, él acatará la de~ cisión de la corte; y si por indolencia se ha retrasado y ha pospuesto su comparecen~ cia ante la corte, reparará el daño antes de ref¡Tesar a su casa.

-Señor, responde el consejo, que nun~

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ca te proteja san Gil si vuelves a convocar a Renart hoy o mañana; tiene que presen~ tarse. Si no viene pasado mañana, si se obstina, hazlo traer por la fuerza, y cas~ tígalo de tal manera que nunca lo olvide.

Noble dice: -Obran mal al ensañarse con Renart

como si fuera hueso para roer. Ustedes só~ lo ven la paja en el ojo ajeno. No odio tan~ to a Renart, sean cuales sean sus críme~ nes, como para quererlo aún vejar si él me pidiera clemencia. lsengrino, ya que no quieres renunciar a tu persecución, acepta la prueba que tu mujer te propone.

-¡Calla, señor! pues si Hersenda sufre la prueba y es quemada o encadenada, quien hoy no sepa de mi infortunio lp co~ nocerá, quien me detesta se alegrará; to~ dos dirán: "¡vean al cornudo! ¡vean al celoso!" Prefiero en ese caso sufrir la ver~ güenza que me ha hecho pasar, hasta que pueda vengarme. Pero, antes de la vendí~ mia, me propongo dar a Renart una guerra tan dura que no lo protegerán ni llave ni cerradura, ni fortificaciones ni fosos.

-Pues bien, dice Noble, ¡al diablo! Pe~ ro, dime, señor lsengrino, iterminará ya tu guerra? Pienso que no Hanas nada al amenazar así a Renart. Por la fe que debo a san Leonardo, conozco bien las artima~ ñas de Renart; él puede causarte más tor~ mento, vergüenza y deshonor que tú a él. Además, se ha jurado la paz; la región está tranquila, y el que la infrinja, si se le pes~ ca. será castigado.

Cuando lsengrino escucha que el rey to~ ma disposiciones para asegurar la paz. su~

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fre y no sabe qué hacer, no sabe qué partido tomar. Se sienta en la tierra, entre dos es ... cabeles, con la cola entre las piernas. Renart tendría suerte si Dios quisiera ayudarlo. El rey ha decidido que, a pesar de todo, la guerra entre Renart e Isengrino llegue a su fin, pero Cantaclaro y Pinta llegan a la corte para quejarse de Renart ante el rey. Ahora el fuego será difícil de apagaJ;. Don Cantaclaro. el gallo. y Pinta. que pone grandes huevos, y Rosita. Negra y Clara jalan una carreta cubierta por una corti ... na: adentro yace una gallina que portan en una litera parecida a un ataúd. Renart la ha maltratado, la ha desfigurado a dente ... Bodas: le ha fracturado un muslo y le ha nl'l'nncndo el ala derecha. El rey ha juzga ... dn hnMtnnte, y está cansado de oír quejar. 1 ,ll•nun In M fJUIJinas y Cantaclaro dando pt1huudm~ y vocifel'ando. Pinta habla pri ... UWl'O: ~ Pm· Dios, nobles animales. perros y

loboM, tantos como son, aconsejen a la po ... bre desdichada de mí. Maldigo la hora en que nací. ¡Muerte. apresúrate y llévame. pues Renart no me deja vivir! Mi padre me había dado cinco hermanos: Renart. el in,.. moral. se-los comió a todos; ¡qué irrepara,.. ble pérdida y qué terrible dolor! Mi madre me había dado cinco hermanas. gallinas vírgenes y jóvenes; eran hermosas. Gom ... berto del Fresno las cuidaba y nutría para que pusieran; fue en vano que las engor,.. dar a. pues Renart sólo dejó viva a una: to ... das las demás pasaron por su hocico. Y tú. que yaces en esta camilla. dulce hermana. querida amiga. cómo eras tierna y grasosi,..

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ta. ¿Qué hará tu hermana, tan desgraciada, que ya no podrá volver a mirarte? ¡ Renart, que las malas llamas del infierno te devo~ ren! Cuántas veces nos has maltratado, cazado y desgarrado nuestros pellejos; cuántas veces nos has perseguido hasta nuestro gallinero. Ayer, en la mañana, an~ te la puerta arrojaste los despojos de nues~ tra hermana muerta; después huiste por un valle. Gomberto no tenía caballo tan rápido que pudiera atraparte, ni te podía alcanzar a pie. Vine a quejarme de ti, y no encuentro a nadie que me ofrezca reparación, pues no temes las amenazas, ni la cólera ni las advertencias de nadie.

La desgraciada Pinta, en ese momento, cae desmayada sobre las losas, junto con todas sus compañeras. Para socorrer a las cuatro damas, per~os, lobos y otros anima~ les se levantan de sus escabeles; vierten agua sobre sus cabezas.

Cuando vuelven de su desmayo (es lo que encontramos escrito) , ven al rey sen~ tado en su trono y se abalanzan a sus pies. Cantaclaro, por su parte, se pone de hino~ jos y le baña de lágrimas los pies. Cuando el rey ha visto a Cantaclaro, se apiada del jovencito. Suspira desde el fondo de su al~ ma, y no se contendría por nada del mun~ do. De despecho, levanta la cabeza; no hay animal, por bravo que sea, como el oso o el jabalí, que no tenga miedo cuan~ do su señor se estremece y grita. Cobar~ dón, la liebre, se asusta tanto que por dos días tiene fiebres.

Toda la corte se estremece. ·El más bra~ vo tiembla de miedo. De furia, Noble le~

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vanta la cabeza y se golpea el pecho con tanta desesperación que retumba toda la casa.

Enseguida, el emperador habla así: -Doña Pinta, por la fe que debo al al­

ma de mi padre, por cuyo descanso hoy no he dado limosna, me compadezco sincera­mente de tu desgracia, y me gustaría poder repararla. Haré traer a Renart, y podrás ver con tus propios ojos y oír con tus pro­pias orejas cómo se tomará venganza; pues quiero hacer justicia por el homicidio y el desorden causado.

Cuando Isengrino ha escuchado al rey, se levanta enseguida:

-Señor, dice, qué gran hazaña sería, y por todos serías loado, si pudieras vengar a Pinta y a su hermana, la señora Copea, a quien los dientes de Renart han puesto en este estado. No lo digo por odio, sino por la pobrecita que mató. No me mueve el resentimiento.

El emperador dice: -Mi buen amigo, Renart ha dado un

gran dolor a mi corazón, aunque no es la primera vez. Ante ustedes y ante los de­más pongo la queja solemne (tal es mi vo­luntad) por el ultraje, la soberbia y la ver­güenza que me ha hecho pasar, y por la paz que ha roto. Pero ahora, hablemos de otra cosa: señor Bruno, torna esta estola y encomienda a Dios el alma de este cuerpo. Y tú, señor Ruidoso el toro, haz una sepul­tura en ese barbecho.

-Señor. dice Bruno, que se haga según tu voluntad.

Va a tornar la estola y todo lo que nece-

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sita. A la orden de Bruno, el rey y todo el consejo inician inmediatamente el oficio de difuntos. El señor Tardío, el baboso, hace solo las tres lecturas. Roonel canta los ver~ sículos junto con Brichemer, el ciervo. Cuando el oficio ha terminado y llega la hora de maitines, llevan a enterrar el cuer~ po; pero antes, hacen sellar el rico ataúd de plomo (nunca más bello vio ningún hombre). Después, lo sepultan bajo un ár~ bol. Cubren la tumba con mármol, donde inscriben el nombre de la dama y la histo~ ria de su vida, encomendando su alma. Fi~ nalmente escriben este epitafio (no sé si con cincel o con la mano ) :

"Bajo este árbol, en este barbecho, yace Copea, hermana de Pinta. Renart, que es más malo cada día, le causó con los dien~ tes un gran martirio".

Quien hubiera visto llorar a Pinta, mal­diciendo a Renart, y a Cantaclaro estirar sus patas, hubiera tenido gran piedad de ellos.

Una vez pasado el duelo, los barones dicen:

-Emperador, vénganos de este bandi~ do, que nos ha burlado tantas veces y ha violado tantas veces la paz.

-Con HUSto, dice el emperador. Bruno, dulce y bello hermano, no tendrás nada que temer; haz saber a Renart de mi parte que lo he esperado tres días enteros.

-Señor, dice, con placer obedezco. Se va pues al paso de su caballo y se en~

camina por un campo cultivado. Nose de~ tiene ni reposa. Entonces, al irse Bruno, se produce en la corte un acontecimiento que

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agrava el caso de Renart. ¡Copea ha em­pezado a hacer milagros! Mi señor Cobar­dón, la liebre, de quien se habían apodera~ do las fiebres por el espanto; se liberó de ellas, gracias a Dios. en la tumba de la se­ñora Copea. Después de enterrarla. se ha~ bía rehusado a dejar ese lugar y había dor~ mido sobre la mártir. Y, cuando Isengrino oyó decir que Copea era una verdadera mártir. comentó que le dolía la or~ja. Roo~ nel lo aconsejó: lo hizo yacer sobre la tum­ba y se curó inmediatamente. cuando menos así lo dijo. Pues si no hubiera sido creí-ble y se pusiera en duda, y si Roonel no 1'

hubiera estado allí para dar testimonio del' hecho, la corte habría tomado esta cura-ción como una mentira.

Cuando la noticia llegó a la corte, a al­gunos les agradó, salvo a Grimberto, que con Tiberio el gato, es el abogado de Re~ nart en la corte. Si Renart no es astuto, se verá en serios aprietos. . . si lo atrapan. Pues Bruno, el oso, ya ha llegado a Mal­paso (situado en pleno bosque) sin haber~ se desviado del sendero que había tomado. Pero es muy gordo para poder entrar, y debe quedarse afuera, ante la barbacana.

Renart se había retirado al fondo de su guarida a hacer la siesta: ya ha llenado la panza con una gallina bien cebada, y ha desayunado en la mañana dos carnosos

· muslos de pollito. Entonces reposa y está a gusto. Pero Bruno ya ha llegado a la valla.

- Renart, dice, contéstame. Soy yo, Bruno, mensajero del rey. Sal a la landa como el rey te lo manda.

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Renart sabe bien que es el oso: lo ha reconÓcido por su figura. Comienza, pues, a meditar una maniobra. ·

-Bruno, dice Renart, dulce y bello ami­go, te han hecho venir de· balde. Y a me preparaba a partir, pero quiero comer an­tes un maravilloso manjar francés. Señor Bruno, aunque lo ignores, en la corte se di­ce al rico personaje que allí llega: "señor, lávese las manos'', y se considera afortu-

, nado quien le recoge las mangas. Primera­mente le ofrecen buey al agraz; después si-

l

guen otros manjares, cuando el señor los 1

pide. Pero el hombre pobre, que nada tie-ne, hecho de la mierda del diablo, no puede sentarse ni junto al fuego ni en la mesa: tiene que comer sobre sus propias rodillas. Los perros lo rodean y le arrancan el pan de las manos. Beber dos veces ni de chiste. Los muchachos, más secos que el carbón al rojo vivo, le lanzan huesos. Cada quien tiene su pan en el puño, pues todos están hechos con el mismo mole, senecales y co-cineros. Y, mientras poco tienen los seño-res, la mesa de sus ladrones es abundante. ¡Ah, si todos pudieran ser quemados y dis­persadas sus cenizas al viento! Guardan la. carne y el pan para sus putas. Es por eso que. como digo, bello señor, me preparé al mediodía una comida con tocino, chicha-ros, y he comido siete porciones de miel fresca, sacada de buenos panales.

-¡Nomini Dame, Cristum file! dice el oso. Por san Gil. Renart, ¡tienes miel a montones? Es, entre todas las cosas, la fa­vorita de mi cansado vientre. Dámela, be­llo señor, por el amor de Dios, ¡mea culpa!

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Renart gesticula y ríe de lo que hace a Bruno, pero el pobre no sospecha nada y Renart lo engaña.

-Bruno, dice, si estuviera seguro de en­contrar en ti un confidente leal. un aliado y amigo, por la fe que debo a mi hijo Ro­velo, te llenaría el vientre de esta buena miel. fresca y nueva. pues cerca de aquí, al entrar al bosque de Lanfroi el guardia fo­restal. . . Pero, ¿de qué sirve? Es inútil. pues si me aliara a ti y me preocupara por complacerte, pronto me harías una mala jugada.

-¿Qué dices, señor Renart? ¿Dudarías de mí?

- j Sí! Porque sé que eres capaz de trai­ción, de felonía. · - Renart, es diabólico lo que me dices.

-No, quédate tranquilo. No tengo nada contra ti.

-Y tienes razón, pues, por el homena­je que debo a Noble el león, no pienso ser traidor ni tramposo contigo. .

-Sólo pido esa seguridad y me someto a tu bondad.

Bruno se la otorga, y allí van en camino. Sin detenerse, llegan a donde Lanfroi el ~uardia forestal y allí paran los corceles. Lanfroi, que vendía leña. ha empezado a hender un encino, en el que ya había cla-vado dos cuñas. ·

-Bruno, dice Renart, bello y dulce ami­~ o, aquí adentro está lo que te prometí. Después de comer iremos a beber. Has en­contrado lo que querías.

Y Bruno el oso mete el hocico y las pa~ tas delanteras en el encino. Renart lo le-

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vanta y lo empuja. Haciéndose a un lado y le dice:

-Vamos, abre la boca: tu hocico casi la toca. ¡Hijo de puta, abre el hocico!, lo insti~ ga y lo jode.

Por más esfuerzos que hace, no logra sacar ni una gota; pues no había ni miel ni nada. Mientras Bruno babea, Renart qui~ ta las cuñas. Después de quitarlas, la ca~ beza y el lomo de Bruno se quedan prisio~ neros en el encino. Allí está el desgraciado en una triste situación. Y Renart, que nun~ ca será absuelto (pues nunca hizo ningún bien ni dio limosna), se mantiene lejos y lo provoca:

-Bruno, dice, ya sabía que ibas a poner en práctica arte e ingenio para que yo no comiera miel. Pero ya sé lo que haré. Si otra vez tengo tratos contigo, serás un hi~ deputa si no me pagas esa miel. ¡Ay, te por~ tas muy mal conmigo! Si estuviera enfer~ mo y tuvieras que cuidarme, me darías puras peras podridas.

Mientras habla así, el señor Lanfroi, el guardabosques, llega y Renart se echa a correr. Cuando el villano ve a Bruno col~ gando del encino que debe hender, corre a la aldea gritando:

-Vamos, vamos; al oso, está en nues~ tras manos.

¡Ah, si hubieran visto entonces a los vi~ llanos salir, agitándose por el bosque como hormigas! Uno lleva un hacha, otro un ga~ rrote, otro un azote, otro un palo con espi~ nas. Bruno teme por su pellejo. Cuando oye todo el alboroto, se estremece y piensa que más le vale perder el hocico que dejar~

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se agarrar por Lanfroi. El que viene ade~ lante trae un hacha. Bruno trata de zafar~ se, jala y suelta, se rasga el cuero, rompe sus venas, tan desesperadamente que se rompe la cabeza. Ha· perdido mucha san~ gre y mucho pellejo de los pies y de la ca~ beza. Nunca se vio un animal tan feo: tie~ ne todo el hocico ensangrentado, y sobre su cara no queda piel suficiente ni para hacer una bolsa. Así se va el hijo de la osa. Huye por los bosques acosado por los vi~ llanos: Bertoldo, el hijo del señor Guilla­no, y Harduino Matavillano, y Gomberto y su hijo Galón, y Helino nariz de halcón, y Otranto, conde de Inglaterra, que había estrangulado a su mujer, Tigerio el pana~ clero, que se casó con la negra Cornelia, y Emerio Rompehoz, y Rocelino el hijo de Bancilio, y el hijo de Ogerio de la Plaza. que lleva un hacha en la mano, y el señor Huberto Gordillo, y el hijo de Guadaña Galopante. El oso huye con gran angustia.

Ahora bien, el cura de su parroquia ( pa~ dre . de Martín de Orléans) que acaba de recoger su heno, tiene un rastrillo en las manos y lo golpea en los riñones hasta que casi lo mata. El que hace peines y linter­nas alcanza a Bruno. Lo hiere mucho y lo aporrea. Con un cuerno de buey que lleva le ha torcido el espinazo. Hay tantos vi~ llanos que lo golpean con sus garrotes que le cuesta mucho trabajo escapar.

¡Pobre de Renart si Bruno lo atrapa! Pe­ro el zorro ha escuchado desde lejos sus gritos de dolor, y por un atajo llega a Mal~ paso, su fortaleza, en donde no teme ni ar~ madas ni emboscadas. Cuando Bruno pasa

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delante de él. Renart lo hace blanco de sus burlas:

-Bruno, ¿te saciaste de la miel de Lan~ froi que comiste sin mí? Tu traición va a perderte; no te va a servir de nada y te vas a morir sin un cura. ¿De qué orden pre­tendes ser con esa capucha roja?

El oso sufre de tal manera que no puede responder nada; sigue su huida al trote; si~ gue temiendo caer en manos de Lanfroi y los otros villanos.

Tanto ha espoleado su caballo que an~ tes de mediodía llega a la cantera en don~ de el león tiene su corte.

Desmayado cae al suelo. La sangre le cubre la cara, y ya no tiene orejas. La corte lo mira, llena de estupor. El rey dice:

-Bruno, ¿quién te hizo eso? Te jalaron tanto los pelos que casi no te dejan nada.

Bruno ha perdido tanta sangre que casi no puede hablar:

-Rey, dice, así es como me puso Re~ nart, como puedes ver.

Con esas palabras va a caer a los pies de Noble.

Ah, si hubieran visto gritar al león. ja~ lándose las crines, y jurar por el Corazón y por la Muerte de Cristo.

-Bruno. dice el rey, Renart te ha ma~ tado. Lo único que puedo ofrecerte, por la Muerte y por las Llagas de Cristo, es ven~ garte de tal manera que se sepa en toda Francia. ¿Dónde estás. gato Tiberio? Ve sin tardanza a buscar a Renart. Dile de mi parte a ese pelirrojo hijo de puta que ven~ ga a la corte para que se haga justicia ante mi pueblo. Y que deje en casa su oro, su

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plata y sus be11os discursos. Que traiga so~ lamente la cuerda para colgarlo.

Tiberio no osa rehusarse; si pudiera ha~ cerse disimulado, la ruta hacia Malpaso se quedaría esperándolo. Pero, por la bue~ na o por la mala, "el sacerdote tiene que dar misa".

Tiberio monta su silla como si fuera cam~ pesina, con las dos piernas del lado izquier~ do. Espolonea tanto su mula que, atrave~ sando un va11e, llega a la guarida de Renart. Implora a Dios y a san Leonardo, patrón de los presos, que lo cuiden de caer en las ma~ nos de su compañero Renart: pues lo consi~ dera como la peste, como una bestia sin nin~ guna fe: ni a Dios le sería fiel. Pero lo que más le molesta es que, al11egar a la puerta, ve al pájaro de san Martín entre el fresno y el sabino. Grita fuertemente: "a la derecha, a la derecha", pero el pájaro se va por la izquierda. Tiberio se detiene un largo mo~ mento; ahora les diré de qué se trata: ese presagio es lo que lo conmueve· y lo obse~ siona más. Su corazón le dice que sólo re~ cibirá vergüenzas, infortunio y deshonra. Teme tanto a Renart, que no se atreve a entrar a su casa. Le habla desde afuera, ¡pero de poco le sirve!

- Renart, dice, be11o y dulce amigo, di~ me ¿estás ahí?

Renart murmura entre dientes para que no lo oiga:

-Tiberio, para tu desgracia y por tu ma­la ventura has venido a buscarme. Te atra~ paré si puedo ingeniármelas.

Después le responde en voz alta: -¡Tiberio, welcome! Si acabaras de lle-

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gar de Roma o de Santiago, serías tan bien~ venido como si fuera Pentecostés.

A Renart no le cuesta nada saludarlo bien, y Tiberio contesta amablemente:

- Renart, no te ofusques por mi intru~ sión. Si estoy aquí. es en nombre del rey. Sobre todo no vayas a creer que te odio. El rey te amenaza y en la corte no tienes ningún defensor, salvo tu primo; todos los demás te odian.

Renart le responde: -Tiberio, déjate de amenazas y de afi~

lar tus dientes en mí. Viviré tanto tiempo como pueda. Voy a ir a la corte y escucha~ ré a los que quieran atacarme.

-Eso será prudente, bello señor. y te lo alabo, pues te estimo. Pero también ten~ go tal hambre que se me dobla el espinazo. ¿No tienes por ahí algún gallo, gallina, o cualquier cosa para encajarle el diente?

-Qué fino te.has vuelto, le contesta Re~ nart. Tú, que robabas gordos ratones y ra~ tas, ahora los desprecias.

-¡No, por el contrario! -¡Sí! -No me cansaría de comerlos. -Bueno, te daré tantos como quieras,

cuando llegue la mañana, al levantarse el sol. Si me sigues, iré adelante.

Renart sale de su guarida, y Tiberio lo sigue sin sospechar ningún engaño. Llegan a una aldea en la que no hay gallo ni ga~ llina que Renart no lleve a su cocina.

-Tiberio, ¡sabes lo que vamos a hacer? dice Renart. Aquí vive un cura y yo sé lo que le preocupa: tiene· trigo y avena en abundancia, pero los ratones son una plaga

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para él; -le han comido ya cerca de una me~ dida. Estaba yo por aquí hace poco, y pe~ netré en su casa: me llevé diez gallinas: las cinco que me comí y las cinco que puse en reserva. Por ahí es por donde se entra. ¡Pasa y harta tu vientre!

.El infame le mentía, pues el cura que allí habitaba no tenía nada de avena; de eso ya no se preocupaba. Pero todo el pue~ blo se compadecía de él, pues vivía con una puta (la madre de Martín de Orléans) que le había· robado todos sus bienes, de mane~ ra que ya no le quedaba ni buey ni vaca, ni ningún otro animal, que yo sepa, salvo dos gallinas y un gallo. Martinillo (que luego tomó los hábitos y se hizo monje) había tendido en el hoyo sus lazos para co~ ger a Renart el zorro. ¡Que Dios guarde al

. cura tal hijo, que ya aprende a poner trampas!

,..,;.. Tiberio, ándale, dice Renart. · ¡Cara~ jo! ¡qué cobarde eres! Montaré guardia aquí afuera.

Tiberio se introduce en el hoyo y se sien~ te muy estúpido cu.ando el lazo lo estran~ gula. Tiberio el gato jala, jala más, pero el lazo le aprieta cada vez más el cuello. J a~ la y vuelve a jalar, y mientras más jala, más le aprieta el lazo. Trata de zafarse, pero no puede: Martín, el pequeño clérigo, le salta encima:

-Vamos, vamos, grita; papá, auxilio, auxilio, ¡mamacita! Alumbren, el zorro está

· ert el hoyo. ¡Y a se amoló! La madre de Martinillo se despierta; sal~

ta del lecho, alumbra la vela; en la mano tiene una rueca. El cura, con su salchicha

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en -la mano, tampoco ha tardado en salir de la cama. Allí está pues Tiberio el gato si­tiado, y recibe cien golpes antes de salir,de la casa. Lo hiere el cura, lo hiere la bellaca. Tiberio muestra los dientes (como nos dice la historia) y agarra el cojón del cura con sus filosos dientes y garras, y le 'arranca la mitad de lo que cuelga. La mujer ve su qran perdida, y el dolor se apodera de ella. Tres veces se llama dess:¡raciada, y a la cuarta se desmaya. Gracias al duelo de Martinillo por su madre demayada, Tibe­rio el gato roe el lazo con los dientes y se escapa. Ha pasado un mal rato, pero ha terminado por vengarse del cura que lo ha s:¡olpeado. Ay, con qué ganas se vengaría de Renart. . . si lo tuviera a la mano; pero este infame se ha ido, sin esperar más, en cuanto vio a Tiberio atrapado. Cuando Martincillo dijo: "levántense todos", se fue a esconder a su guarida. El gato es quien recibe el mal trato.

-Ah, Renart,, dice, que nunca tenga Dios lugar en tu alma. Debería ser casti ... gado el que ha sido jodido tantas veces por ese pelirrojo tramposo. Y ese cura, infame cornudo, ¡que Dios lo llene de males y, le dé poco pan! a él y a su sucia puta, que acaban de atacarme así. Pero ya sólo le queda un cojón; en lo sucesivo sólo podrá tocar una campana de su parroquia. En cuanto a Martinillo de Orléans, su hijo, que no conozca nunca la prosperidad,, por haberme golpeado hoy. ¡Que no muera an­tes de ser monje y termine en el cadalso de los ladrones!

Camina profiriendo sus quejas, y termi.:..

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na por llegar al valle, en donde tiene su se~ de la corte del rey. Cuando lo ve, se des~ ploma a sus pies, y le cuenta su increíble aventura.

-Dios, dice el rey, aconséjame; ve lo diabólico que es Renart, que no deja de ultrajarme. No puedo encontrar a nadie que pueda vengarme. Señor Grimberto, me pregunto si no es por tu culpa que Renart me desprecia así.

-:-No, señor, ¡lo juro! -Entonces ve inmediatamente y tráe~

melo; ¡y no se te ocurra volver sin él! -Señor, eso es imposible: Renart es tan

perverso que no podría traerlo si no le He~ vo una orden sellada por ti. Por la fe que debo a san Israel, así no pondrá ningún pretexto y. sé que vendrá a la corte.

-Tienes razón, dice el emperador. Entonces dicta su mensaje, y Huelebién

el . jabalí escribe todo lo que el rey dice. Después sella la carta. Da el mensaje se~

· liado a Grimberto. Este atraviesa un pra~ do, después penetra en un bosque. Le suda .mucho la espalda, désde antes de llegar a la morada de Renart. En la tarde encuen~ tra, en un barbecho, un sendero que lo lle~ va directamente a la madriguera de Renart antes de la noche. Altas son las murallas y $U caballo se mete por un hueco; luego franquea el primer circuito. Renart teme un duro ataque. Cuando lo oye venir, se re~ fuqia en su casa hasta saber qué pasa. Grimberto está ya en la fQrtaleza; pasa por el puente levadizo, va acercándose. Por su manera de caminar, de entrar en el cubil (primero el culo, luego la cabeza) , Renart

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lo reconoce, aún antes de verlo. Tiene gran alegría y gran solaz, rodea su cuello con ambos brazos; porque Grimberto es su pri~ mo, lo sienta sobre dos cojines. Considero prudente a Grimberto por no dar su men~ saje antes de comer hasta hartarse. Cuan~ do termina la comida:

-Señor Renart, dice Grimberto, son de~ masiado evidentes tus trampas. ¿Sabes qué te manda el rey? No digo "manda", sino ordena que te presentes ante él, en su. pa~ lacio o donde esté, a fin de que se haga justicia. ¿Terminará pronto tu guerra? ¿Qué tienes que reprochar a lsengrino, a Bruno el oso, a Tiberio el gato? Tus enga~ ños te costarán caros. Y a no te puedo dar consuelo; sólo te queda el de la muerte. pa~ ra ti y toda su descendencia. Ten y rompe el sello para que sepas qué dice esta carta.

Renart la toma, tiembla y se estremece. Con mucho miedo rompe la cera, ve el men~ saje y suspira desde la primera palabra: ya sabe lo que contiene:

"El gran señor Noble, el león, que en todas. las regiones es rey y señor de los animales, promete a Renart vergüenza, deshonra, martirio y represalias, si no vie~ ne mañana a la corte para ser juzgado ante el pueblo. Que deje en su casa oro, plata y defensores, y que sólo traiga la cuerda para ser colgado".

Apenas Renart se entera de la noticia, le late el corazón bajo el pecho y su cara se ensombrece.

-Por Dios, Grimberto, dice, apiádate de este pobre desgraciado. Maldigo este momento, pues ahora estoy vivo y mañana

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seré colgado. ¡Si pudiera volverme monje en Cluny o en Claraval! Pero conozco tan~ tos monjes falsos que creo que no me con~ viene: prefiero quedarme así.

Grimberto responde: -No te preocupes por eso. Ahora es~

tás en peligro, pero mientras aún estás vi~ co, confiésate a mí sin tardanza. Sólo pue~ des recurrir a mí, pues no hay otro cura cerca.

Renart replica: -Señor Grimberto, ese es un buen con~

sejo. pues si te hago mi confesión antes que la muerte apremie, no puedo sino salir ganando: si muero, por lo menos se salvará mi alma. Ahora escucha mis pecados: se~ ñor, estaba loco por Hersenda, la mujer de lsengrino. Pero te diré lo que sucedió: ti e~ nen razón los que sospechan de ella porque sí me la cogí. Me arrepiento ahora. ¡Ah, Dios míol ¡Mea culpa! Muchas veces le di en la grupa. Le he jugado tantas malas pa~ sadas a lsengrino que no podré nunca de~ fenderme de sus acusaciones. ¡Que Dios proteja mi alma! Tres veces lo hice caer en trampas; te diré de qué manera. Hice que cayera en una trampa para lobos cuando se llevó al cordero: lo golpearon tanto que antes de irse recibió cien golpes. Lo até y así lo encontraron tres pastores que lo gol~ pearon como a un burro para pasar un puente. Otra vez, había una pila de tres ja~ manes en casa de un carnicero. Lo hice co~ mer tanto que engordó y no pudo salir por donde había entrado. También lo hice pes~ car en el hielo, y se le congeló la cola. Lo hice pescar en un manantial, en una noche

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de luna llena, y al ver el reflejo de la blan~ ca imagen, creyó que era un queso. Tam~ bién lo traicioné ahte la carreta, en el cerca~ do. Cien veces lo he engañado, con fuerte y fina astucia. Le hice tantas . trampas que se volvió m.onje; y después quiso ser canónigo, cuando vio cuánta carne comían. Sería un loco quien lo dejara ser pastor. No alcanzaría el día para contarte todo lo que le he hecho. No hay animal en la corte que no tenga alguna queja de mí. Hice caer en los lazos a Tiberio, cuando pensaba co~ merse a las ratas. De todo el linaje de Pin~ ta, salvo ella y su tía, no hubo gallo ni ga~ llina que no entrara en mi cocina. Cuando ante mi cubil llegó una tropa de jabalíes, vacas, bueyes y otros animales bien arma~ dos, que Isengrino había llevado para po~ ner fin a esa guerra, retuve a Roonel, el mastín. Tenía muchos mercenarios a mi ser~ vicio: perros, perras y mastines; todos esos recibieron golpes y llagas . . . ¡y muy poco a cambio! pues me quedé con su sueldo. Cuando se fueron, por ganas de molestar~ los, les quité lo que era suyo, y al irme les hice gestos. ¡Cómo me arrepiento ahora! ¡Dios mío!, ¡mea culpa! Pero quiero arre~ pentirme de todo lo que hice en mi ju~ ven tu d. ~ Renart, Renart, dice Grimberto, me

has confesado tus pecados y el mal que has hecho. Si Dios permite que te absuelvan. cuídate de no repetirlos. ~Que Dios me permita, dice Renart, no

hacer nada que Lo ofenda. Grimberto lo perdona. Renart se arrodi~

lla y recibe la absolución, mitad en roman~

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ce, mitad en latín. Por la mañana, Renart besa a su mujer y a sus hijos; ¡qué tristeza cuando parte! Se despide de su familia:

-Hijos míos, dice, noble raza; cualquier cosa que me acontezca, cuiden mi castillo de condes y reyes, pues no habrá en mu~ cho tiempo príncipe, conde o castellano que pueda causarles el menor daño. Cuan~ do hayan levantado el puente levadizo. na~ die podrá hacerles daño, pues tienen bas~ tantes provisiones; no pienso que se agoten antes de un año. ¿Qué más puedo decir~ les? A todos los encomiendo a Dios nues~ tro Señor. ¡Que me permita regresar como es mi deseo!

Apenas pone el pie en el umbral de su guarida, empieza su plegaria:

-Dios todopoderoso, dice, protege mi sabiduría y mi razón, para que no las pier~ da por miedo ante el rey mi señor, cuando me acuse Isengrino; que a todos los repro~ ches que me lance encuentre yo buenas respuestas, negando o justificándome. Haz que regrese sano y salvo a mi casa, para que pueda aún vengarme de los que me ha~ cen esta gran guerra.

Entonces, se acuesta cara a tierra, y tres veces se declara culpable. Después se per~ signa para protegerse del diablo.

Ahora, los dos barones van camino a la corte; pasan por un río que por ahí corre, y por los desfiladeros y por la montaña. Luego cabalgan por la llanura. Mientras Renart se lamenta, han perdido el sende~ ro, el camino y la ruta que deben seguir. A fuerza de tanto andar, llegan a un llano cerca de una granja de monjas. La casa es~

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tá bien provista de todos los bienes que produce la tierra: leche, quesos y huevos; ovejas, vacas, bueyes y diversos alimentos.

-Vamos, dice Renart, evitando esas es~ pinas, al patio de las gallinas. Ese es nues~ tro camino.

- Renart, Renart, dice el tejón; ¡bien sabe Dios por qué lo dices! Hijo de puta, ¡fétido hereje! malvado infame, ¿no te con­fesaste conmigo y pediste clemencia?

El otro responde: -Se me había olvidado. Vámonos, es~

toy listo. - Renart, Renart, ¡es en vano! ¡Perjuro,

renegado! .. Nunca terminará tu maldad. ¡Qué loca criatura! ¡Estás en peligro de muerte, te has confesado, y quieres hacer una traición! En verdad, un gran pecado te acecha; ¡maldita sea la hora en que tu madre te parió!

-Dices bien, dulce hermano. Sigamos nuestro camino. ·-

Renart ya no se atreve a decir nada, a causa de su primo que lo amonesta; y, sin embargo, frecuentemente voltea hacia las gallinas con gran tristeza. Si de él depen~ diera, aunque le costara la cabeza iría ha~ cia ellas.

Ahora los barones caminan juntos. ¡Por Dios, qué rápida es la mula de Grimberto! Pero el caballo 'de Renart resbala; sus ija~ res palpitan: teme a su amo y nunca ha te~ nido tanto miedo. Han caminado tanto a través de llanos y bosques, a veces al tro~ te, a veces al galope; han recorrido tanto la montaña, que han llegado al valle que desciende hacia la corte del rey. Entran a

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la sala. Apenas llega Renart a la corte, to~ dos los animales sin excepción se disponen a quejarse o a oponérsele. Es el fin de Re~ nart, o casi: no volverá a su casa sin que lo haya pagado. Isengrino afila sus dien~ tes, Tiberio el gato medita, y Bruno, que todavía tiene la cabeza colorada. Pero, ámese a Renart o se le deteste, no da la impresión de ser un cobarde; en el centro del palacio, altivo, comienza a hablar:

-Señor, dice, te saludo como hombre que te ha servido mejor que ningún ·otro barón del imperio. Pero se equivocan los que quieren ponerme en mal contigo. No sé si es mi destino, pero no he estado segu~ ro de tu amor ni un día entero. Anteayer me despedí de ti con tu protección, con tu amor, sin malos tratos y sin ira. Pero han hecho tanto los maledicientes que quieren vengarse de mí. que tú les has creído. Pero, señor, en el momento en que un rey em~ pieza a creer a los más infames bribones, y renuncia a sus altos barones, tomando la cola en lugar de la cabeza, el reino se acer~ ca a su ruina; pues los que son por natura~ leza esclavos no pueden conservar la me~ sura. Si, en la corte, pueden trepar a los altos puestos, llegan pisoteando a sus se~ mejantes: hay quienes saben hacer el mal y sacar provecho de ello, apropiándose de] haber de su prójimo. Tengo curiosidad por saber qué pueden reprocharme .Bruno y Ti~ berio. Ciertamente, si el rey lo ordena, pue~ den causarme daño; pero yo no he hecho nada malo, y no sé qué pueden decir en mi contra. Si Bruno se comió la miel · de Lanfroi, y el villano lo aporreó, ¿por qué

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no se vengó de él? ¡Tiene manos y tiene pies, una gran quijada y un gran hocico! Y si mi señor Tiberio el gato comió rato~ nes y ratas. fue atrapado y castigado, ¿qué tiene esto que ver conmigo, por el Sagrado Corazón? En cuanto a lsengrino, no sé qué decir: no puedo negar que amé a su mujer, pero ella no se quejó; ¡no puedo ser infa~ me con ella! ¿Por qué viene este loco ce~ loso a quejarse? ¿Mi caso merece la horca? De ninguna manera, y que Dios me prote~ ja. Muy grande es tu· realeza, y la fideli~ dad y lealtad a las que nunca he faltado durante el tiempo que he vivido. Pero, por la fe que debo a Dios y a san Jorge, ahora ya tengo el pescuezo canoso. Estoy viejo. no puedo más, y ya no me importa ningún proceso. Es un pecado hacerme llamar a la corte. Sin embargo, puesto que . es mi se~ ñor quien lo ordena, es justo que venga: y aquí estoy. Puede hacerme arrestar; pue~ de enviarme a la hoguera, a la horca, pues no me puedo defender de él. N o tengo ningún poder, pero sería una deplorable venganza, y sería comentado por mucha gente si me cuelgan sin haber sido juzs:¡ado.

-Renart, Renart, dice el emperador, ¡maldita sea el alma de tu padre y de la pu~ ta que te parió por no haberte abortado! -Dime, pues, pérfido bribón, ¿por qué tra~ tas de engañarnos? Sabes hablar bien y de~ fenderte, pero de nada te servirá: no tiene caso. No partirás antes de que se haya he~ cho justicia. De nada sirve tanta astucia, ni vale tu zorrería. Mucho sabes de la Fiera Asna como para que no te paguemos hoy todo lo que se te debe. Hoy has venido a

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juicio y mis barones te juzgarán, como hay que hacer con los ladrones y con los felo­nes traidores. No te irás sin haber pasado un mal rato, si no puedes defenderte de lo que se te diga.

-Señor, dice Grimberto el tejón, somos tus servidores y te obedecemos. No por eso puedes tratar mal a tus barones, tienes que· recurrir a la ley y al juicio. Escucha, no te enojes: Renart vino aquí con un salvo­conducto. Debes protegerlo de los que vo­ciferan contra él y enjuiciarlo en público.

Antes de que Grimberto haya expuesto sus razones, se pone de pie Isengrino, mi señor Belino el carnero, Tiberio el gato, Roonel. Terciolino, el cuervo, y Cantada­ro y doña Pinta, qtie con él llegó a la corte, y Espinoso el erizo y Pasitos, el pavo. Fro­berto el grillo se adelanta, grita e instiga a los otros, y luego Rojizo, la ardilla, a quien tanto daño le ha hecho. Cobardón la liebre mucho ha argumentado de corte en corte y de calle en calle. Muchas veces la ha molestado y ahora quiere vengarse. Re­nart se estremece y se pone a temblar: bien quisiera retirarse. Pero el rey se lo impide, pues quiere tomar venganza.

El rey habla en voz alta, para que lo oiga toda su gente: ·

-Señores, dice, ¡escuchen! Díganme de qué manera puedo hacer justicia y vengar­me de este ladrón de puta fe.

-Señor, dicen los barones, Renart es de ralea tan puta que estamos de acuerdo con lo que quieras hacerle.

El rey contesta: -Han hablado bien. ¡Pronto, sin demo-

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ra! Si Renart escapa, no volveremos a sa* ber de él. Podría irnos mal. y quien menos se lo espera podría llorar.

Sobre una alta montaña, en una roca, el rey hace levantar el cadalso para col* gar a Renart el zorro: ahora sí está en peligro. El mono le hace gestos y lo abofe* tea. Renart mira hacia atrás y ve que vie* nen más de tres. Uno lo jala, otro le pega; es natural que tenga miedo. Cobardón, la liebre lo mira de lejos: no osa acercársele. Cobardón ·¡o mira con tanta insistencia que Renart voltea: la liebre se siente perdida pues nunca lo vio nadie así, y se asusta. Después, va a esconderse a un seto y dice:

;....-Desde aquí veré cómo hacen justicia. Ahora sí, sería un tonto el que /le tuviera miedo.

Renart está prisionero, atado por todas partes; trata de ingeniárselas para poder escapar. No lo logrará, si no pone en prác*

· tica toda su astucia. Cuando ve· que alzan la horca, se siente

m.uy afligido y dice al rey: -Bello y gentil señor, déjame decir una

palabra: me has hecho atar y quieres col* garme sin demora. He cometido muchos pecados. Veo llegar el arrepentimiento en nombre de la santa penitencia. Quiero, con el favor de Dios, ir en peregrinación más allá del mar. Si allá muero, me iré al cielo. Si me ahorcan, será una sucia venganza, sobre todo porque ahora me arrepiento.

Cae ante los pies del rey, y éste se apia* da. Al mismo tiempo, Grimberto pide per* dón por Renart:

-Señor, ¡por Dios, escúchame! Piénsa*

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lo bien: Renart es valiente y cortés. Si Re~ nart viene de aquí a cinco meses; todavía te servirá mucho, pues es tu más fiel ser:.. vidor.

-Sí, dice el rey, seguramente. Cuando vuelva será aún peor. Pues quien pretende ser bueno al irse, regresa siendo más malo. Lo mismo hará él si escapa de este peligro.

-Si para entonces su corazón no ha en~ contrado la paz, señor, que no regrese.

El rey dice: -Que tome la cruz y se comprometa a

quedarse allá. · Cuando Renart tiene la cruz donde debe

estar, sobre el hombro izquierdo, se ale~ gra. No sabe si hará la peregrinación.

Le traen la alforja y el bordón, y los ani~ males se desconciertan: saben que Renart se vengará.

Y Renart ya está hecho todo un peregri~ no, con la alforja al cuello y el bordón de fresno en la mano. El rey le pide que per~ done las ofensas que le han hecho y que renuncie a la astucia, a la malicia; así, si llega a morir, se irá al paraíso. Renart no hace ninguna objeción a las peticiones del rey, y le concede todo, mientras aún no parte. Olvida los agravios y perdona a to­dos. Sale de la corte un poco antes de la hora nona. Todos lo ignoran (y Renart los desafía por dentro), salvo el rey y su espo ... sa, doña Fiera la Soberbia, que es muy cor­tés y muy bella. Se dirige a Renart con su­ma delicadeza:

Señor Renart, ruega por nosotros y nos­otros lo haremos por ti.

-Señora, contesta él, tu intención me

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llega al corazón. Debe enorgullecerse aquél por quien te dignes rezar. Si yo llevara tu anillo, el viaje me sería menos penoso. Te lo digo: si me lo das. no seré ingrato, y de mi cofre de joyas te daré el valor de cien anillos.

La reina le ofrece el anillo. Renart lo to­ma con gusto. Pero entre dientes dice eri. voz baja:

-Quien no haya visto nunca este ani­llo, lo pagará muy caro. Nadie podrá im- · pedirlo.

Renart pone el anillo en su dedo, des­pués se despide del rey. Espolea su caballo y parte al trote. Llega hasta el matorral donde Cobardón se ha escondido. Nunca ha tenido tanta hambre; está en ayunas y. le duele la cabeza. Entra al matorral, Co .... bardÓn lo ve y se asusta. De miedo, se le­vanta sobre sus patas; después lo saluda y le dice:

-Señor, me da mucho gusto verte sano y salvo, y estoy muy indignado por los grandes tormentos qu·e te han hecho su­frir hoy.

Renart, que engaña a todo el mundo, le dice:

-Si mis males te pesan y te duele ver ... me así, que Dios me permita poder compa­decerte por lo que te pueda suceder.

Cobardón entiende muy bien lo que aca­ba de oír. Sin esperar más, se prepara a huir. pues teme morir; quiere llegar hasta el llano, pero Renart lo detiene por la rienda:

-Por el cuerpo de Cristo, dice, no te moverás de aquí, señor Cobardón, y tu ca-

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hallo no podrá impedirme que te entregue como comida a mis pequeños.

Lo golpea con su bordón. El rey, su corte y sus servidores están

en un valle grande y profundo, entre cuatro filosas rocas que se alzan hacia las nubes. Renart sube a la más alta; lleva a Cobardón colgando (casi toca el vientre del caballo). Y Renart, hijo de puta, piensa entregarlo rápidamente a sus pequeños. ¡Que Dios se encargue de liberar a Cobardón! Renart mira lo que pasa en el bosque; ve al rey y a la reina, ve a los barones y a los otros animales; hay tantos que retumba como si fuera tempestad. Hablan de Renart, peto no saben qué suerte corre Cobardón, a quien el zorro lleva prisionero, como si fue~ ra un bandolero. Renart se arranca la cruz y grita:

-Señor, aquí está tu trapo. ¡Que Dios maldiga al imbécil que me ha puesto este estorbo, el bordón y la alforja!

Se limpia con ella el culo y después la arroja a la cara de los animales.

En voz alta dice al rey: -Señor, _escúchame: yo que soy un

buen peregrino, te traigo el saludo de Nu~ reclino. Todos los paganos te temen y hu~ yen al verte.

Le ha lanzado tantas pullas que Cobar~ dón se ha liberado. Sube de un gran salto a un rápido caballo: antes de que Renart se dé cuenta y pueda evitarlo. Cobardón casi ha llegado ante la corte, en su caballo que es muy veloz. La punta del bordón le ha desgarrado las costillas, y tiene los pies y las manos peladas. Nada tiene sano. Tanto

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se ha esforzado que pronto está frente al rey. Se arroja a sus pies y le cuenta los diabólicos hechos :

-Señor, ayúdame, en el nombre de Dios. -¡Dios mío! dice el rey, ¡me ha traicio-

nado, ridiculizado, y estoy estupefacto! ¡Por lo visto Renart no me tema nada! Me considera muy poca cosa. Señores, ¡todos a él! Vean: ¡huye por allá! Y denlo por se­guro: si se nos escapa, estamos condena­dos a muerte. Quien lo capture, será libe­rado de tributo.

Ah, si hubieran visto a lsengrino, el señor Belino el carnero, Bruno el oso, Pela­do la rata y mi señor Tiberio el gato, Can­taclaro y doña Pinta, que lo había acompa­ñado a la corte con las otras cuatro, y el señor Ferrante el rocín, y Roonel el mas­tín, seguido de Froberto el grillo y de Ta­caño el hurón. El señor Huelebién, el jabalí de afilados dientes, viene tras ellos; Rui­doso el toro está encolerizado, y Brichemer suelta su rienda. El baboso porta el estan­darte: los conduce a través de la llanura. Renart voltea y los ve venir: Tardío los guía blandiendo el estandarte. Sale del ca­mino y se refugia en los matorrales. Pron­to, todos lo siguen. No lo dejan descansar: profieren terribles amenazas, y juran que ni explanada ni muro ni foso ni fortaleza, ni torreón ni hueco ni madriguera ni mato­rrales podrán protegerlo: será tomado y entregado al rey, y después lo colgarán. Renart ve que no puede oponer resistencia. que no puede huir ni seguir su camino; tie­ne espuma en la boca, y los otros, siguién­dolo, le arrancan puñados de pelos: los me-

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chones vuelan como copos por el aire. Casi . le pisan los talones, y por poco cae en su poder. Está en una mala situación y será un milagro si escapa. Sin embargo, se las arregla y se dirige a Malpaso, su fortaleza y su casa, su torreón y su vivienda: allí no teme ningún ataque. Quien ose enfrentár ... sele, ¡que vaya y entre! Se burla de las ame ... nazas. ¡Quien no quiera amarlo, pues que lo odie!

Su mujer, que mucho lo quiere y teme, viene a su encuentro. La noble dama tiene tres hijos: Picaseto, Malretoño y Rovelo, que es el más bello de los tres. Todos vie ... nen y lo rodean, agarrándolo de la cintu ... ra. V en sus llagas sangrantes, se apiadan de él, lo compadecen. Le lavan sus heridas con vino blanco y lo sientan en un cojín. La cena está lista. Renart, cansado, agota ... do, sólo come un muslo y una rabadilla de gallina. La señora le ha preparado un ba ... ño, le pone ventosas y le hace una sangría; de manera que pronto recupera la salud que antes tenía.

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II. EL SITIO DE MALP ASO

Mi señor Noble el emperador viene al castillo en el que está Renart; ve lo poten~ te que son las torres, murallas, empaliza~ das, fortaleza, torreones; tan altos que pueden desafiar las flechas. El lugar está rodeado de fosos y muros, sólidos, anchos, altos y duros. El rey ve por encima de la explanada el lugar por donde se entra a la guarida. Los guardias alzan el puente y recogen las cadenas.

El castillo está construido sobre una ro~ ca; el rey se aproxima lo más que puede; pone pie en tierra ante el portón y pronto lo imitan todos sus barones. Rodean el cas~ tillo. Cada uno levanta su tienda y acam~ pan por todas partes. Con razón tiene mie~ do Renart. Sin embargo, ningún asaltante puede quitarle la plaza, ni podrá ser pes~ cado por la fuerza. A no ser que lo traicio~ ;~ nen, o lo reduzcan por hambre, nada tiene que temer de los sitiadores.

Renart es amo de la situación. Sube a la

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torre. Ve'a Hersenda y a Isengrino, que es­tán bajo un pino, y les grita:

-Señor compadre, dime pues, ¿qué te parece mi castillo? ¿Has visto algo más be­llo? Doña Hersenda, páseme lo que me pa­se, de todos modos te la he meneado. ¡Poco me importa si está enojado el cornudo y ce­loso que te mantiene! En cuanto a ti, señor Bruno el oso, bien que te hice correr el día que quisiste comer la miel, y así contaba con vengarme de ti; en la aventura perdis-­te las orejas y todos se asombraron de ello. Y tú, gato Tiberio, te hice caer en mis }a ... zos. Antes de poder escaparte recibiste tal cantidad de golpes, unos cien, creo, que ya no pudiste beber ni agua ni vino. Y tú, se­ñor Cantaclaro. acuérdate del día en que te hice cantar tan alto; sólo una artimaña te pudo salvar. Ahora me dirijo a ti, Briche­mer el ciervo; te 'hice vapulear bien y boni­to: gracias a mi astucia y a mi instigación, sacaron de tu lomo cuero para tres correas. y muchos lo vieron. Y a ti, señor Pelado la rata, te hice caer en la trampa, y casi te ahorcas cuando te ibas a comer la cebada. Y a ti, señor Terciolino, te lo digo por san Martín. te hice tales jugadas que, si no hu­bieras huido, te hubieras quedado en pren­da; pero sólo dejaste un queso, que comí con mucho gusto porque tenía hambre. Y tú. Rojizo la ardilla, sufriste con mi malicia cuando te hice creer que había jurado la paz y te lo aseguré; te hice bajar del encino y por poco pagas bien caro tu imprudencia. Mis dientes te retenían de la cola y esta­bas triste y doliente. Pero, ¡_para qué decir más? Ninguno de ustedes se salvó y no

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tengo la intención de detenerme en tan buen camino. Tengo todo este mes ante tnl,, pues poseo el anillo que la reina me dio ayer. Sépalo bien: si Renart vive, quien no haya visto el anillo la pagará caro.

- Renart, Renart, dice el león, tu mo .. rada es muy fuerte, pero no tanto como para res~stirme; no me iré antes de haberla tomado. Te lo aseguro: te sitiaré mientras viva; ni la lluvia ni la tormenta me harán renunciar. No me retiraré hasta que entre~ gues el castillo y te vea colgado. .

-Señor, señor, responde Renart, no soy tan cobarde como para asustarme. Antes de la rendición, el sitio te costará caro. Ten~ go tantas provisiones que creo que dura~ ·rán todo el año. Tenemos gallos capones; gallinas, ganado suficiente, queso y huevos, ovejas y vacas gordas. En este castillo, hay una fuente de agua clara y pura. Y lo digo con orgullo: puede llover. ventear. caer en el mundo toda el agua del cielo, y aquí no entraría una gota. Este castillo está tan bien situado que nunca será tomado por la fuerza. Puedes acampar. En cuanto a mí. te dejo: estoy cansado y voy a comer con mi cortés esposa. Ayuna, poco me preocupa.

Con esas palabras, desciende de la torre y entra eQ. la sala por una puertecilla. La tropa del rey descansa toda la noche. En la mañana se levantan temprano. El rey llama a sus barones:

-Es tiempo, dice, de prepararnos para iniciar el asalto: quiero escarmentar a ese bandolero. ,

Todos se levantan y gritando vienen al castillo. El ataque es magnífico: nunca se

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vio uno tan peligroso: desde la mañana hasta caer la noche, las tropas enteras no dejan de atacar. La noche los hace partir; se repliegan, interrumpen el asalto. Al día siguiente, después de la comida, vuelven a la carga; pero, por más que se esfuerzan, no pueden quitar ni una piedra. El rey sigue allí y Renart no cede. Sin tregua, si­guen los ataques, pero no llegan a hacer el menor daño.

Una noche, agotados, hartos de tantos ataques, todos duermen profundamente. Muy irritada, furiosa contra el rey, la rei­na va a acostarse aparte. Entonces, Renart sale de su castillo sigilosamente. Los ve dormir confiadamente, reposando uno al pie de un encino, o de un haya o un fresno o un álamo, o un pino. Renart los ata uno tras otro por el pie o por la cola. ¡Qué jugada tan diabólica les hace! Amarra pues a cada uno a un árbol, y hasta al rey por la cola. Sería un prodigio que pudieran des­atarse. Luego se dirige al lugar en que la reina reposa y se le mete entre las piernas. Ella no desconfía pues cree que es el rey, que quiere reconciliarse. Ahora van a oír una historia extraordinaria: el zorro le hace y ella se despierta. Cuando ve que Renart ha abusado de ella, grita fuera de sí. El alba está despuntando, el sol se levanta, es de día. Al grito que echa, los durmientes se despiertan sobresaltados, llenos de estupor. Ven que Renart el pelirrojo está con su da­ma y se la coge. A ellos ninguna gracia les hace. Todos gritan:

-¡De pie! ¡De pie! ¡Agarren a ese ban­dolero!

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N u estro señor el león salta sobre sus pies, jala su cola, vuelve a jalar. De nada sirve y por poco se la rompe; se le alarga como medio pie. También los otros jalan, jalan más; por poco se desgarran el culo. A Renart se le olvidó amarrar al portaes~ tandarte, Tardío el caracol, que corre para desatar a los otros. Saca su espada y los libera, cortándoles los pies o las colas. Tan apurado está por desatarlos, que a más de uno hiere. En vez de verse libres, se ven descolados. Todos van con el rey hacia Renart; cuando éste los ve venir, se prepa~ ra a huir. Pero, cuando penetra en su cu~ bil, Tardío lo atrapa por detrás, lo jala por los pies, comportándose como un valeroso caballero.

Entonces llega el rey, espoleando su ca~ bailo, junto con los otros. Maese Tardío retiene a Renart; lo entrega al rey, que vie~ ne adelante. Pronto lo agarran por todos lados. Todos gritan y vociferan: Renart está prisionero y la gente del reino se re~ gocija.

-Señor, dice Isengrino al rey, por el amor de Dios, entrégamelo y tomaré tal venganza que se sabrá en toda Francia.

El rey no quiere hacerlo y todos se ale~ gran, pues así tendrán oportunidad de ven~ garse.

V en dan los ojos a Renart y el rey le dice:

- Renart, Renart, ahora te harán pagar los ultrajes que has hecho en tu vida y el placer que obtuviste de la reina, a la que montabas hace un rato. Te vi listo a des~

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honrarme, pero ahora toman otro giro las cosas. Te pondremos la soga al cuello.

Entonces Isengrino salta sobre sus pies; toma a Renart por el cuello y le da . un pu~ ñetazo tan grande que le saca un pedo del culo. El oso Bruno le encaja los dientes hasta las nalgas. Roonello toma por lagar~ ganta, le da tres volteretas y lo arroja a un campo de cebada. Tiberio el gato lo dente~ llea, y, con las garras (que bien aceradas las tiene) lo toma del pellejo. Renart tiem~ bla como si tuviera fiebre. El portaestan~ darte Tardío le da un golpe en la rabadilla. Tantos animales llegan que sólo la terce~ ra parte puede acercarse a Renart. Llegan tantos por las calles que no pueden pasar.

Maese Renart, que a todo el mundo en~ gaña, es golpeado y maltratado por mu~ chos animales; no sabe a qué santo enco~ mendarse y mucho teme morir allí. No tiene ningún amigo; todos son sus enemigos. Sequramente ustedes saben que cuando un hombre está preso, atado y encadenado por fuerza, se da cuenta de quién lo ama y quién no. Lo digo por Grimberto, que llora por Renart mientras lo están masacrando. Es su pariente y su amigo; lo ve atado y preso, y no sabe cómo ayudarlo, pues la suerte no está de su parte. Pelado la rata se adelanta; se ha lanzado contra Renart y llega hasta sus pies en medio de la muche~ dumbre. Renart lo atrapa por la cabeza y lo aprieta tan fuertemente que casi lo mata por falta de aire. Pero entre los asaltantes nadie se ha dado cuenta; nadie mira ni ve. Doña Fiera la Orgullosa, prudente y ma~ ravillosa, sale de su cámara. Transpira y

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palidece de furia por causa de Renart y por las molestias que le ha dado. Se arrepiente de haberle entregado su anillo. Bien sabe lo que eso puede acarrearle. Presiente que va tener dificultades pero no quiere que se le note. Con graciosos pasitos llega ante Grimberto y le habla sensatamente:

-Señor Grimberto. dice la reina, nada bueno le han valido a Renart su mala con­ducta, su locura y sus atentados. Por ello ahora recibe un gran castigo. Te traigo un salvoconducto: el que lo tenga no debe temer a la muerte ni daño alguno. Dile de mi parte en voz baja (para que nadie se dé cuenta) que lo acepte. Siento por él gran compasión. Dios me bendiga. Grimberto; cuídate de decírselo a alguien. No es una mujer perdida la que te habla. Renart es educado, me duele verlo maltratado.

Grimberto responde: -Dama venerada, noble reina corona­

da, que El que está allá arriba y todo ve, el Rey y Señor de todos los bienes que te han dado tanto honor, te preserve del deshonor; si Renart escapa de la presente aventura, será aun más tu amigo.

Con estas palabras, la reina le da el sal­voconducto y Grimberto con gusto lo toma. La reina le dice muy en secreto que, cuan~ do Renart escape de la trampa en la que está, por nada del mundo tarde en venir a hablar con ella en la mayor pnvacía y sin mucho ruido.

En ese momento se separan. ¡Qué des~ gracia para Renart que sus enemigos lo tengan! Le han pasado la soga por el cue­llo. bien cerca está del juicio final; cuando

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Grimberto su primo llega a ese lugar. Re­nart está en manos de lsengrino, que quie­re colgarlo por la fuerza mientras los otros se apartan. Entonces Grimberto habla en voz alta ante todo el mundo:

- Renart, tu última hora ha llegado; tie­nes que dar este paso. Deberías confesarte y hacer el testamento a tus hijos, que son tan bellos y jóvenes.

-Tienes razón, dice Renart. Es justo que a cada uno le toque su parte. Al ma­yor, dejo mi castillo, que nunca será to­mado por ningún hombre; a mi mujer, la de las cortas trenzas, dejo mi torre y mis otras fortalezas. A mi segundo hijo, Pica­seto, dejo el barbecho de Tiberio el fresa­dor. donde hay tantas ratas y ratones co­mo no hay. hasta Arras. A mi pequeño Rovelo, le dejo las tierras de Tribaldo del Bosque, y el corral detrás de la granja. en donde hay muchas gallinas blancas. No sé qué más repartir. Con eso no pasarán ham­bres. Este es mi testamento, que ante todos entre~ o.

-Tu fin se aproxima, dice Grimberto; soy tu primo cercano y no me dejas nada; obras mal.

-Es verdad, dice Renart; por la fe que debo a Santa María, si mi mujer se vuelve a casar, toma lo que le dejo y haz reinar la paz sobre mi tierra, pues no tardará en olvidarme, cuando sepa que estoy muerto. Es más fácil que se convierta en pagana, que no se busque otro; pues cuando el hom­bre yace en su ataúd, su mujer mira hacia atrás. Por más que se queje y tiemble de dolor, no puede evitar hac~rselo saber. La

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mía seguirá la regla y no esperará tres días para volver al gozo. Pero, si mi señor el rey me permitiera volverme monje, recluso, ermitaño o canónigo, y me dejara portar el cilicio, lo cual le agradaria mucho, yo de .. jaría este siglo efímero y esta vida: ya no me interesan.·

, Entonces dice lsengrino: . -.Cobarde, traidor, ¿qué nos estás di ..

ciendo? Nos has jugado tantas malas pasa .. das y hecho mil traiciones, que, si vistieras el sayo, ¿qué clase de religioso serías? Que Dios rehuse al rey todo honor si no te cuel .. ga con deshonra y si no te garantiza lo que por derecho propio te corresponde; ¡el que retarde tu muerte. no tendrá ningún lugar en mi corazón! El que impide que se cuel .. gue a un bandolero se desprecia a sí mismo.

Renart responde: --Señor Isengrino, haz lo que te plaz ..

ca. Dios siempre está donde está y tiene misericordia del pecador.

Y el rey dice: · -¡A colgarlo! Ya no puedo esperar. Re ..

nart va a ser colgado, quéjese quien se queje.

Pero el rey ve que por el campo vienen muchos jinetes y entre ellos muchas damas. Allí llega la esposa de Renart, a toda prisa a través de un barbecho. Muestra un do .. lor exces~vo. Sus tres hijos no se quedan atrás; también manifiestan un gran dolor: jalan y se arrancan los. cabellos, y desga .. · · rran sus vestidos; hacen tal escándalo y dan tales gritos que puede oírseles- a una legua a la redonda. Cabalgan rápidamen ..

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te; en animales de carga traen el rescate para liberar a Renart. Antes de que éste ha­ya terminado de confesarse, se meten entre la muchedumbre con tal alboroto que caen a los pies del rey.

La señora se adelanta y dice: -Señor, ten piedad de mi esposo, por

Dios el padre creador. Señor, te daremos este tesoro si lo perdonas.

El tesoro es de oro y plata, al rey le en­tra la codicia y dice:

-Señora, por la fe que te debo, Renart ha cometido un gran crimen contra mí; ha causado tantos males a todos, que tienen que· ser vengados. Puesto que rehusa co­rregirse, merece ser colgado. Todos los ba­rones piden que cuelgue por la fuerza a este bandido y creo que, a no ser que me des­diga, será entregado al suplicio.

-Señor, por Dios, en el que crees, per­dónalo por esta vez.

El rey contesta: -Por el amor de Dios lo perdono, y por

ti misma; pero, a la próxima fechoría, será colgado.

-Señor, dice ella, de acuerdo: acepto tu condición.

Entonces le quitan la venda a Renart. El rey lo manda llamar rápidamente, y lle­ga, dando saltitos, vivaracho, feliz.

- Renart, dice el rey, cuídate en lo fu­turo. Por esta ocasión te vas en paz: pero, si vuelves a las andadas, no escaparás del castigo.

-Señor, dice Renart, que Dios me sal­ve de la horca.

Al ver reunida a su familia siente una

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gran alegría: abraza a unos, besa a otros, y no hay nada que le dé más gusto.

Cuando Isengrino lo ve libre, preferiría estar muerto. Los otros también tienen mie~ do de que Renart los siga molestando, y no dejará de. hacerlo, si Dios le presta vi~ da, hasta nona o hasta vísperas.

Renart se prepara para volver cuando el rey, al mirar hacia el camino, ve que traen en dos caballos un ataúd como si fuera una parihuela. Ahí está Calva la rata y Pelado su marido, al que Renart estranguló cuan~ do estaba entre sus piernas. En compañía de Calva está· doña Feroz su hermana y otras diez personas: sus hermanos y her~ manas. Vienen a quejarse ante el rey unos cuarenta hijos e hijas, y más de sesenta pa~ rientes. En el cortejo se manifiesta un do~ lor tan grande que el cielo retiembla, resue~ ná el universo. El rey se hace un poco a su derecha para saber qué es lo que pasa. Es­cucha los gritos, escucha el escándalo; se pone muy serio. Cuando Renart ve llegar el cortejo fúnebre, tiembla de miedo; teme tanto a ese ataúd que despide a su mujer y a su familia. Sólo el muy tramposo se que­da allí. Sus prójimos furtivamente dejan la compañía y sin tardanza montan sus caba­llos. Renart se queda ahí, en muy mala po­sición. El ataúd llega a toda prisa. Doña Calva mira al rey; atravesando la multitud, se postra ante él. En voz alta le implora:, "Señor, piedad", pero le falla el corazón y cae a tierra; a su lado ponen el ataúd. Todos los parientes vienen a quejarse de Renart y hacen tal escándalo que no se oiría ni el trueno de Dios. El rey quiere

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pescar a Renart, pero el muy zorro ya va huyendo. ¿Para qué decir más? Sube a un gran encino; los otros, en tropel, se lanzan en su persecución, se detienen bajo el enci..­no y lo sitian. Renart sólo descenderá pa..­sando por sus manos. El rey le dice y le ordena que baje y venga hacia él.

-Señor, no lo haré, a menos que tus barones me juren que me veré sano y sal..­vo, y que tú me lo prometas dándome ga..­rantías; pues, si no me equivoco, aquí están mis enemigos. Si se apoderaran de mí, no es precisamente pan lo que me darían. Va..­mos, quédense bien tranquilos y cuenten las aventuras de Rolando y Oliveros. Si alguno sabe historias, que las cuente; yo, por mi parte, las escucharé desde acá.

El rey oye a Renart burlarse de él. arde en cólera y se estremece; hace que traigan dos hachas para cortar el encino. Renart, cuando se da cuenta de lo que pasa, tiene mucho miedo; ve que los barones están en orden, esperando la hora de la venganza; no sabe cómo escaparse. Con una piedra en la mano, empieza a descender. Ve a Isengrino que se le acerca. Escuchen ahora esta increíble aventura: hiere al rey en la oreja; ni por cien marcos de oro Noble se salvaría de caer al suelo. Todos los baro..­nes acuden a socorrerlo, y mientras están en ésas Renart baja de su refugio y huye. Cuando se dan cuenta, lo persiguen, pero dicen que no lo alcanzarán porque es un ser sobrenatural, un retoño del diablo. Si..­s:¡ue la persecuCión; huye por un matorral. Los barones llevan al rey a su palacio: Du ... rante ocho días le hacen sangrías, lo cui..-

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dan y lo hacen descansar; ese tratamiento le devuelve la salud.

Así es como Renart pudo escaparse por esta vez. Ahora, ¡que cada quien se cuide!

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111. RENART TINTORERO Y. RENART JUGLAR

El rey ordena a sus heraldos que cla­men sus órdenes; que todos sepan lo que dice: que el que ponga la mano sobre Re­nart, lo haga venir a la corte; que, sin espe­rar ni rey ni conde, inmediatamente lo ma­te o lo cuelgue. Renart se burla de esta disposición; sigue su huida a través de un barbecho; dando pasitos, mira alrededor, lo cual es natural, puesto que debe descon­fiar de todos los animales. Se detiene en una loma. Vuelve su cara hacia el Oriente y dice una plegaria que será preciosa y muy eficaz:

-Gran Dios, que existes en tres perso .. nas, que me has protegido de tantos peli­gros, que has cerrado los ojos a tantas ma­las jugadas que no debería haber cometido, protege mi persona de ahora en adelante, por tus santos mandamientos. Transfórma­me de tal manera que nunca sepa ningún animal quién soy.

_ Inclina su cabeza hacie el Oriente, se da golpes de pecho, levanta la pata y se per-

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signa; después camina por llanos y monta­ñas, pero el hambre lo tortura. Entonces se dirige hacia un burgo y se introduce en la casa de un hábil tintorero. Este había pre­parado un tinte amarillo con cuidado. Des­pués fue a buscar con qué medir una tela que quería poner en la cuba; la había de­jado sin tapar y había abierto la ventana para vigilar su tinte: lo quería claro y puro.

Renart penetra en el patio, buscando al­go con qué calmar su vientre; husmea por todo el jardín, explora en todos sentidos; no puede encontrar nada qué comer. Por la ventana se asoma: al no ver ningún alma, junta los pies y salta dentro. Se turba al caer en la oscuridad. ¡Vean en qué tram­pa lo hace caer el diablo! Está en una pe­nosa posición, pues cayó en la cuba. Va al fondo pero no por mucho tiempo: sale a la superficie de inmediato; la cuba es bastan­te profunda y Renart tiene que nadar para no hundirse.

Mientras tanto, el villano llega con una medida en la mano. Empieza a medir su tra­po. Oye los esfuerzos de Renart por salvar su vida. Por tanto nadar, grande es su fa­tiga. El villano alza la oreja. Oye a Re­nart y se asombra. Tira la tela al suelo y corre hacia allá. Ha visto a Renart en el tinte y corre a toda prisa; quiere golpearlo en la cabeza cuando se da cuenta de que es un animal, pero Renart le grita con todas sus fuerzas:

~Buen señor, no me hagas nada; soy animal de tu oficio y puedo serte útil. Lo he ejercido tanto que sé mucho más que tú.

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Te falta aprender bastante, y puedo ense .. fiarte a mezclar el tinte con la ceniza.

El villano dice: -Está bien, pero, ¿por dónde entraste?

¿cómo te metiste allí? Renart dice: -Lo hice para diluir y mezclar tu tinte;

es la moda de París y de todo nuestro país. He preparado bien el tinte, según las re"' glas, como debe hacerse. Ayúdame pues a salir de aquí; y te diré qué hay que hacer.

El villano escucha a Renart, ve que le tiende la pata, y lo jala con tal energía que por poco se la arranca. Cuando Renart ve que está sobre tierra firme, tres palabras le dice:

-Buen hombre, ocúpate de tus asuntos, pues yo de eso no sé nada; pero en tu cuba, qué mal me iba a ir: por poco me muero. Que el Espíritu Santo me proteja, creí que ahí me quedaba. Dios me ayudó a salir. Pero, ¡qué bien se pega este tinte! ¡Estoy amarillo y reluciente! Nadie me reconoce .. rá vaya donde vaya. Qué contento estoy, Dios lo sabe, pues todo el mundo me odia. Quédate aquí; yo me voy por ese bosque en búsqueda de aventuras.

Con estas palabras se despide y huye por un barbecho. Mucho se mira y se ad.- · mira, y se pone a reír de alegría.

Fuera del camino, cerca de un seto, ve a Isengrino. ¡Mucho se asusta! Iba en bus .. ca de aventuras, pero lo que tiene es ham.­bre e Isengrino es grande y fuerte.

-Ay, dice Renart, este es mi fin: Isen.­grino está grande y fuerte, y yo flaco y

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débil por el ayuno; no creo que me reconoz~ ca, pero (lo sé muy bien) sabrá quién soy por la voz. Voy a ir hacia él, pase lo que pase, y le pediré noticias de la corte.

Toma la decisión de cambiar su manera de hablar.

lsengrino, por su parte, ve que Renart se le acerca; alza la pata, y, antes de que el zorro haya llegado hasta él, se persigna más de cien veces, si no me equivoco. Tie .. ne tanto miedo que está a punto de huir corriendo. Después, se detiene: nunca ha visto un animal semejante. Debe venir de tierras extrañas. Renart lo saluda:

-Good help, dice, buen señor; no sa .. ber nada hablar en tu lengua.

-Dios te bendiga, amigo, contesta el otro. ¿De qué país eres? Pues no eres de Francia, ni de país conocido.

- Nou, señor; yo soy de Great Bretaña. Y o ser perdido todo mi dinero y ser reco .. rrido todo por el compañera, sin encuentra quien informe mí. Haber buscado en toda Francia y toda Inglaterra para el compañe .. ra encuentra. Haber estado mucho en· este país, que conocer toda Francia. Mí quiere regresar, no saber dónde buscar; antes quiere ir a París y prender bien francés.

- i.Y sabes algún oficio? -¡Ya! Mí ser buen juglador; pero yo

ser ayer golpeado y robado, y mi laúd ha~ berme sido quitado. Si . mí tener un laúd, decirte canción de refrán, bello lay bella canción para ti, que parecer buen hombre. No haber comido en dos días, con gusto ahora hacerlo.

-¿Cómo te llamas, pregunta Isengrino.

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-Y o tener nombre Galopino, y tú, ¿có~ mo great hombre?

-Hermano, me llaman Isengrino. -¿Y ser nacido en esta región? -Sí, hace mucho tiempo que vivo aquí. -¿Y saber noticias del rey? -¿Qué te importa el rey? ¡No tienes

laúd! Mí trabajar con gusto todos mi reperto~

rio. Mí saber buenos layes bretones, de Merlín y del N etún, del rey Larturo y de Tritán, de Madreselva y de san Brandón.

-¡_Y conoces ellay de doña Isolda? -Y es, yes, dice el otro, God Bless me!

¡Mí saberlos mucho bien todos! Isengrino dice: -Eres talentoso, tengo la impresión.

Pero, por la fe que debes al rey Arturo, dime, que Dios te proteja, ¿no has encon­trado en tu camino a un pelirrojo, de puta ralea, un malediciente, un traidor, un hom­bre sin corazón que engaña y enreda a todo el mundo? ¡Que Dios me permita agarrarlo! Anteayer escapó del rey; tiene tanta astu­cia y causa tantos desórdenes que lo había arrestado por haber montado a la reina y por otros mil crímenes, de los que nunca se cansa. Renart me ha hecho tanto mal, que deseo su desgracia. ¡Ah, si pudiera • atraparlo! No se salvaría; el rey me lo or~ ;1 dena y permite. l

Renart tiene la cabeza agachada. j -A fe mía, dice, don Isengrino, este pi~ í

llo loco ser. i. Cóm<? ser nombrado? Decir-me qué nombre tener. ¡_Acaso llamarse Re-ner?

Isens:¡rino ríe al oír esto: el nombre de

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Rener le hace mucha gracia; ese chiste le divierte.

-¿Quieres saber su nombre? le pre~ gu~a -

-Sí, verdaderramente; ¿cómo ser nom~ brado?

-Se llama Renart, este hombre sin fe, que a todos molesta y a todos engaña. Ah, ¡Que Dios me deje atraparlo para que ya no nos fastidie!

-Así, él irle mucho mal si tú lo encon~ trar. Por la fe que yo deber al san Mártir y a Santo Tomás de Cánterbury; por to~ do el tesoro que Dios tener, ¡no gustaría parecerme a él!

-Y tienes razón, dice lsengrino, pues ni Apolo ni todo.s los tesoros del mundo te impedirían escapar: perderías todo deseo de hacer la guerra. Pero dime, bello y dul~ ce amigo, tu oficio, iPUedes demostrarlo ante la corte, sin que ningún juglar te ga~ ne, sin que nadie de nuestro país te supere?

-Por mi señor san Jerusalén, nunca ha­berse presentado antes mejor juglador.

-Pues bien, ven conmigo: voy a con~ ducirte ante el rey y mi señora la reina (una mujer joven y muy cortés), pues me pareces bello y gentil, y te presentaré en la corte; si quieres venir, haré que te quedes allí.

-Tú ser mucho bueno, dice Galopino; mí saber buenos chistes, mí saber verdade­rramente buenas historias picantes que ha~ cer mí adular en la corte; si mí tener un laúd, mi saber buenos ritornellos y mí de~ cir versos de canciones; tú parecer un buen hombre.

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Isengrino dice: -¿Sabes qué voy a hacer? Ven conmigo:

sé que hay un laúd en la casa de un villano donde se reúnen todos los vecinos por la noche. Lo usa para divertir a sus hijos, y lo oigo todas las noches. Por la fe que debo al santo Padre, es un buen laúd. Si vienes conmigo, lo tendrás pase lo que pase.

Los dos emprenden la marcha en un via~ je alegre. Maese lsengrino (que nunca está callado) relata a Galopino los ultrajes que le ha infligido Renart; platica y platica en su lengua, ¡y el otro le contesta en inglés! Tanto han caminado que finalmente llegan a la casa donde vive el propietario del laúd.

Entran juntos al patio del villano; pero, como le temen, sólo se asoman a la casa desde el exterior y escuchan la música con que complace a sus invitados. Tan pronto como les gana el sueño, van a acostarse sin esperar más. lsengrino alza entonces la oreja; después, echa una mirada al inte~ rior: hay un hoyo en el muro; lo ha notado desde hace más de un año. A través de una hendidura ve el laúd, colgado de un clavo.

En la casa, respiran y roncan ruidosa~ mente. Hay un gran mastín acostado cer~ ca del fuego: está echado a un lado de la cama, pero la sombra de ésta impide que lsengrino lo vea.

-Hermano, le dice a Galopino, espéra~ me aquí: voy a ver cómo podemos apode~ rarnos de él.

-¿Entonces yo quedarme solito? dice Renat;t.

-¿Y qué? ¡_eres tan cobarde? -¿Cobarde? nou, nou, pero tengo miedo

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que un señor pase por aquí, y ser llevado y romperme el hocico.

Cuando Isengrino lo oye, se ataca de risa; pero su corazón está lleno de compa ... sión y le dice:

-Tan cierto como que amo a Dios, nun ... ca he encontrado juglar o clérigo valiente, ni mujer razonable: mientras más bienes tiene, más loca es, y cuando tiene lo que quiere, ¡quiere lo que no tiene!

-Sí, Renart el bribón, dice: Don Isen ... grino, yo no cobarde. Si ese Relart estar aquí, yo colgarlo inmediatamente.

-No se hable más de ello, dice Isengfi ... no; conozco el camino. Vamos, acuéstate aquí, en el suelo; yo iré a traer el laúd.

Va directamente a la ventana, pues el lugar le es familiar. Un bastón la mantiene entreabierta; la dejaron sin cerrar. Isengri ... no sube a la ventana y salta al interior; va directamente al lugar donde está colgado el laúd; lo toma, se lo da a su compañero, quien se lo cuelga. Renart piensa cómo va a enqañar a Isengrino.

-Pase lo que pase, tengo que burlarme de él.

Va a la ventana, quita el bastón que la mantiene abierta y ésta se cierra. Isengrino se queda adentro. Cree que se cerró sola; teme por su pellejo.

Con el ruido que hace la 'l.entana al ce ... rrarse, el villano despierta. Salta sobre sus pies, adormilado. Llama a su mujer y a sus hijos:

-¡Levántense! ¡Hay un ladrón en la casa!

El villano va a encender el fuego. Isen ...

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grino ve que se levanta, que se prepara a encender la lumbre; retrocede un poco y lo muerde por detrás, en plenas nalgas. El villano da un grito que el mastín oye in­mediatamente. Agarra el cojón de Isengri­no, lo sacude, lo jala, lo vuelve a jalar, lo hace bailar; arranca todo lo que le cuelga. Por su parte, Isengrino se aferra fuerte­mente a las nalgas del villano; pero su co­razón le falla y su dolor aumenta, pues el perro no suelta sus cojones. El perro se ha ensañado tanto con él que lo ha descojo­nado. El villano pide ayuda a sus v_ecinos, a sus parientes y a sus primos:

-¡Auxilio, por amor de Dios que esto .. do Espíritu! Se metieron los diablos a mi casa!

lsengrinó ve las puertas abiertas; los vi .. llanos terribles llegan corriendo por las ca­lles. Entre la puerta y el villano, lsengrino da un gran salto y choca con él tan violen.­tamente que lo hace caer al lodo y se va a toda carrera. Y a no sabe dónde buscar a su compañero. Huye entre los villanos, y ellos lo persiguen aullando. Ante la puerta. encuentran al villano que patalea en el lodo; lo sacan con trabajos. Tarda un mes en sanar.

Isengrino no se siente a salvo; huye a to .. da velocidad, no le interesa quedarse ahí, y empieza a galopar. Toma un sendero por el bosque. Se siente desolado, y le duele mucho haber perdido su cosa. pero no se atreve a decirle a nadie su desventura. pues si su mujer lo supiera. ya no se ocuparía de él. Es por eso que tiene tanta prisa: en una situación semejante. no sabe a qué san ..

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to encomendarse. Tanto va y viene maese Isengrino por senderos, caminos y veredas. con aullidos y manifestaciones de ira, que está muy cerca de la locura; finalmente lle~ ga a su madriguera, entra por la puerta de atrás, y encuentra a su familia en el interior. "Que Dios esté con ustedes" dice. No ha .. bla en voz alta, sino apenas murmura. Doña Hersenda se siente muy bien; le salta al cuello, lo cubre de besos; sus hijos saltan de gusto y lo abrazan; juegan y parlotean a su alrededor. Si supieran lo que le ha pa .. sado, cantarían de otra manera. Después de comer hasta saciarse, deciden ir a la cama; pero antes de que se acuesten, sépanlo, ha ... blan mucho: él aplaza el momento lo más que puede, pero no logra evitarlo. Hersen.­da la loba se le repega, lo besa. lo abraza: él comienza a rechazarla y a alejarse. Pero creo que es en vano. Hersenda le pide algo que él ya no puede cumplir. Lo abraza, y él se escabulle, poco deseoso de unirse a ella.

-¿Qué pasa, señor? dice ella. ¿Estás enojado conmigo?

-Señora, contesta él, ¿qué quieres? -Que me hagas lo que sabes. -No me siento bien, y ahora cállate. Hersenda replica: -No quiero callarme; tienes que hacerme

la cosa. -¿Qué cosa, pues? -Tu deber. lo que todas las mujeres re ...

ciben. - Déjame en paz: no voy a hacerte na~

da: d~berías dormirte ya, después de ha~ cer tus oraciones, pues hoy es la víspera del santo Apóstol.

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-Señor, dice ella, por san Gil, a mí qué me importan las vísperas: si quieres tener mi amor, haz lo que está en tu poder.

Doña Hersenda lo toca y lo tentalea; tienta el lugar donde debería estar la cosa según toda razón y justicia, pero no en- . cuentra el chorizo;

-Ay. dice ella, ¿dónde está la salchicha que aquí te colgaba? ¡Tienes que regresár­mela toda!

-Señora. dice él, la he prestado ... La he prestado a ...

-¿A quién? -A una monja con velo que quería lle-

varme a su corral. . . pero. me di jo que me la devolvería.

Hersenda le contesta inmediatamente: -Señor, eso está mal. Aunque te hubie­

ra dado treinta fianzas. dones, prendas y garantías. se quedaría con ella. Vamos, ve inmediatamente con esa monja (la hija del conde Guillermo) y dile que sin demora ni tardanza te entregue en el acto tu salchi· cha. Pues si la prueba una.sola vez. se que­dará con ella. ¡Ah, merecerías la horca, por habérsela entregado! Mucho me has ofen­dido y maltratado, porque a otra se la has dado. Me has puesto fuera de mí.

-Vieja puta, dice Isengrino. ¡Te deseo un mal día! Y ahora ¡calla, y duerme! ¡Y no se hable más!

Entonces Hersenda salta del lecho: -¡Hijo de puta! infame traidor, ¡no te

escaparás! Si pudiera. te sacaría de la ca­ma. ¡Ay. que Dios me deje vivir hasta ma­ñana!

Entonces, va a sentarse en el umbral de

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su puerta, y se pone a dar profundos sus~ pires, a arrancarse los pelos, a torcerse bra~ zo y puño. Más de cien veces, jura morir.

__.¿Qué va a ser de mí, infeliz, pobreci~ ta? Mucho me pesa estar viva pues he per~ dido toda mi alegría, lo que más me gusta~ ha en el mundo; nunca he conocido mayor angustia. Infeliz, pobre de mí, ¿qué voy a hacer con él? Loca será la que con él se acueste, pues ya no vale nada. Y a no quie~ ro compartir su cama, pues ya no tengo qué tocarle. Como ya no puede hacer la cosa, ¿qué me queda hacer con él? Que se haga ermitaño y sirva a Dios en los bos~ ques. Y a está jodido, pues la cosa le han cortado.

Al ver su dolor, pronto se llena la cor~ te. Ella vuelve a su casa y va hacia la ca~ ma, fuera de sí:

-¡Vamos, de pie, maese villano! ¡Ve a buscar tus putas! Ignoro qué es lo que hi~ ciste, ¡pero ya tomaron su prenda! ¡Así debe ser tratado quien tiene mujer y toma la de su prójimo!

lsengrino no se atreve a decirle una sola palabra: ni siquiera refunfuña. Doña Her~ senda es noble y orgullosa; siempre ha sido ligera, arrogante y altanera; posa sus cua~ tro patas en el umbral y voltea el culo al viento.

-A Dios, dice, te encomiendo. Levanta su pata y se persigna. Se va sin

importarle lo que pase. Ahora, regreso a Renart, que va por los

bosques después de dejar a Isengrino en prenda. Se siente muy contento y satisfecho con su laúd. Y a no oye hablar de Isengri~

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no. Tanto se ha aplicado, que en quince días aprende bien a tocar: es un hombre hábil, lleno de experiencia, y nunca se ha visto nadie tan astuto. Va por la región y termina por encontrar a su mujer, que an­da ya con un joven con quien quiere ca-:­sarse: un primo de Grimberto el tejón. Renart los ve; se detiene: sepan que los ha reconocido a primera vista. Ella ya se ha­bría casado con Punzón si hubiera encon­trado un juglar para la fiesta. Ella no ac­tuaba mal, pues todos decían que Renart estaba muerto. Tiberio había jurado por la salvación de su alma que lo había visto su­bir al cadalso, que le habían puesto la soga al cuello con las patas atadas atrás de la espalda. Sí, le parecía que se trataba de Re-­nart. La dama le contestó brevemente:

-No dudo lo que me dices; sé que ha hecho tanto mal a su señor, que si uno de los barones pudiera agarrarlo, inmediata­mente lo haría colgar.

Los novios no pierden su tiempo en plá­ticas: se besan y se abrazan. Renart no puede ya contenerse; da un suspiro y habla entre dientes, dirigiéndose a Punzón:

-rengo la impresión de que te vas a arrepentir.

Y a hacía mucho tiempo que Punzón amaba a Hermelinda, peto Renart no lo sabía; se amaban desde hacía mucho tiem­po, pero Renart tenía que saberlo algún día: pienso que también en nuestro país hay damas así.

Hermelinda besa y abraza . con amor a su nuevo señor. Ven que Renart viene ha­cia ellos con el laúd al cuello; se sienten

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muy contentos. Sin reconocerlo, lo saludan como se debe:

-¡Quién eres, amigo? -Señor, mí ser buen juglador y mí sa~

ber muy bueno canción que mí prender en Besan~on, y saber también buen lay; uste~ des no encontrar mejor juglador que yo. Todos saben que mí ser buen juglador, sé contar y cantar buenas historias. Por la fe que debo a san Colás, parecer que amarse mucho. ¡_Dónde ir tú así?

Y el señor Punzón le dice: -Si Dios quiere vamos a oír la misa,

vamos a la iglesia, porque quiero casarme con esta dama, su señor acaba de morir; el rey lo odiaba, pues muchas veces le hizo malas jugadas. Ahora está contento. El as~ tuto se llamaba Renart; era un gran trai~ dor, un gran bribón, que había cometido muchas traiciones; finalmente lo ahorcaron. Dejó tres hijos, unos niños muy hermosos, excelentes jóvenes; quieren vengar a su pa~ dre antes de la vendimia. Fueron a buscar apoyo con mi señora Lince la abominable, que tiene al mundo entero en su poder, montañas y llanos; y hasta los límites de esta región, ningún animal, por más bravo que sea, oso, perro o lobo, osa enfrentárse~ le. Los tres hermanos fueron a enrolarse con ella, y han dejado a su madre, una da~ ma muy cortés, a la que voy a tomar como mujer muy pronto; así está la cosa: desde mañana será mi esposa.

Renart contesta entre dientes: -¡Te juro que te arrepentirás! Vas a

caer en tal desgracia que no valdrás ni un pedazo de tocino.

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-Sí, señor, dice Punzón (que es muy hermoso y cortés) si quieres ir a nuestra boda, ya sólo nos falta el sacerdote. Ma­ñana te pagaré abundantemente.

-Mochas gracias, bello señor. Mí sa­ber hacer tu placer. Mí saber buena gesta de Ogiero, de Olivando y Roliveros, y de Carlón, el emperador canoso.

-Sé, pues, bienvenido. El demonio responde entre dientes: -Y tú, el mal nacido. Emprenden su camino; Renart toca su

laúd y todos están contentos. Llegan a la madriguera, que es grande y está llena.

Renart encuentra su castillo abandona~ do y en ruinas. Se siente muy triste, pero tiene que seguir bromeando. Piensa en lo más profu..>'ldo que el que ahora ríe llorará.

Por toda la región, por toda la comarca, Punzón invita a todos sus amigos. Tantos animales llegan, que no se pueden contar. Se juntan (algunos han venido de muy le~ jos) y arman gran alboroto por la ciudad. Doña Hersenda está ahí, pero lsengrino no aparece: su mujer lo acaba de dejar, por cierta mutilación ...

Jura por la santa Pentecostés que ya no compartirá su lecho con él; pues, ¿qué ha~ cer en la cama con un hombre mutilado? ¡Que se vaya! Es normal que todo el mun~ do lo desprecie: por eso ella lo abandonó.

A la boda llega bien ataviada. Hay mu~ chos otros invitados, y Renart les canta una tonada. Celebran las nupcias con ale~ gría; Tiberio el gato y Bruno el oso hacen el servicio.

Las cocinas están llenas de gallos capo-

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nes y de gallinas. Hay otras vituallas para todos los gustos; y el juglar canta compla~ ciendo a todos: nunca han oído tan bello gorjeo, pues el artista canta en inglés.

Después de la comida, ¿saben qué ha~ cen? Los invitados parten sin demora; no queda ni bueno ni malo ni peludo ni calvo; todos vuelven a sus guaridas, salvo los no~ vios y el juglar: Renart se queda para se~ guir cantando.

Doña Hersenda entra con la esposa en la cámara nupcial, y prepara el lecho don~ de Punzón tendrá su placer.

A una legua de ahí se encuentra ( Renart lo sabe bien) la tumba de una mártir de la que ya han oído hablar: es Copea la que ahí yace y hace milagros a todos sin dis~ tinción. Aunque estén gravemente enfer~ mos, sean monjes, laicos o clérigos, inme~ diatamente los sana.

Renart había ido allí y había tendido dos lazos y una trampa oculta que fijó con cua~ tro clavos robados a un villano. Al robar~ los, pensó que los iba a utilizar, pues es muy hábil para todo.

Cuando Punzón se prepara para ir a la cama, lo llama y le dice en su jerigonza:

-Amigo Buzón, tú hacer lo que saber: tú escuchar mí y todo salirte mejor. De~ cirte algo: allá yacer una santa mártir: por ella, Dios hacer grandes milagros; si tú querer ir descalzo y llevar vela en tu mano, y tú quedar toda la noche, con vela cendi~ da, tú mañana tener hijo engendrado.

Punzón dice: -Con mucho gusto. Y emprenden su camino; Punzón lleva

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una vela que brilla como una estrella; bajo un pino. en un montículo encuentran la tumba de Copea. Renart se detiene y ahí se queda:

-Pasa joven poso. Dios bendecirte. El otro avanza pero teme algo; Renart

lo empuja. Lo empuja tan violentamente que cae en la trampa con el cuello y un brazo atados. Jala fuerte y se rompe el brazo. El lazo le causa mucho dolor; mucho se afana. mucho se queja; invoca a Dios y a la már~ tir. pide que lo dejen escapar. pues no hay ningún pariente cerca; jala y vuelve a ja~ lar. pero es en vano. Renart. desde arriba. se burla de él:

-Buzón. ya haber rezado mucho y tú estará allí mucho tiempo; mártir quererte tanto que no dejarte ir. Tú quererte volver. yo pensar. monje. canónigo y ponerte sayo. Si tú quedarte. yo ir con ella con gusto; yo dirá que tú volver ermitaño y hacerte com~ pañía mártir. Ser maravilla que tú querer perarte. ya haber ca~r noche. hoy velar. tú ser nuevo casado y tu mujer

De repente. a toda velocidad llegan cua~ tro mastines y un villano. enemigo del her~ mano Bretón. Conocen bien el bosque. En~ cuentran a Punzón prisionero; lo jalan. lo descuartizan y él sucumbe. Al ver esto. Re~ nart mucho se asusta; huye a través de un seto; entra a su casa galopando. y se re~ pliega en su madriguera. Encuentra a su mujer acostada bocarriba. esperando su buena fortuna; ya le pesa la espera. Cuan~ do ve regresar al juglar solo. tiene mucho miedo.

Renart le dice:

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-Levántate, puta confesa, ¡levántate! Vamos, fuera, ¡y que no te vuelva a ver! Es muy mala tu suerte, pues aún no estoy muerto; soy yo. si no me equivoco, Renart. ¡en forma, gallardo y bien vivo! ¡Muy pron~ to te pasó el duelo! ¡Vamos. levántate! de pie, y ve a encontrar a tu marido. Si quie~ res saber cómo está, te diré que la mártir lo retuvo.

Al oír esas palabras, por poco enloque~ ce de dolor:

-¡Pobre de mí, dice, es mi señor! Maese Renart toma un bastón y le da tan~

tos golpes que hiere, golpea y bien da hasta que ella implora:

-¡Piedad, señor Renart! piedad por Dios, te pido clemencia; deja que me vaya viva.

-Vamos, fuera; por mis dientes, si re~ gresas, te costará caro. No volverás a estar a mi lado, tú, que has recibido tal huésped; si te vuelvo a ver, te rebanaré los labios y tu narizota; y te patearé tanto el vientre, que las tripas te saldrán por el culo, sin que tu nuevo marido pueda hacer nada. Y tú, doña Hersenda, haces mal en consentir. ¡Ah! continúa, ¡qué tiernas son! ¡Qué bue~ nas misas han hecho decir por mi alma go~ zando con sus grupas! Pero, pongo como testigos a Dios y a san Martín, ¡les ha llegado su hora! '

Cuando las dos mujeres oyen estas pa~ labras, sepan que no están contentas. Se dan cuenta de que han caído en la trampa, pues lo han reconocido por su voz; las dos se asombran y se espantan, piensan que están embrujadas, tal es su miedo. Las dos

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tiemblan. Las dos tienen un dolor: Doña Hersenda por su señor, que ha perdido el color, y se le cayó la barba, porque carece de cosa. Doña Hermelinda dice que se sien~ te deshonrada por el rubio Punzón del que tan poco gozó.

-¿Qué importa? dice doña Hersenda. Dirán que no valemos nada si no encontra~ mos otros maridos, que sobran en el mun~ do. Encontraremos por montones, grandes y bellos; dos jovencitos que harán nuestra voluntad. ¡Estás loca si te preocupas!

-Tienes razón, contesta la otra dama; pero es igual: no es bueno, cuando una es~ tá vieja, desafiar el pudor y el honor, y atraer el oprobio sobre una y sobre su señor. Me dijeron que mi marido había sido ahorcado. Si me conseguí otro, ¿dón~ de está el mal? Me doy cuenta de que es cierto el proverbio: "es propio de la m u~ jer perderse más de una vez".

-Sin duda, dice Hersenda, pero tu fal~ ta no habla bien de ti. Se considera una mu~ jer fácil a la que se entrega al primer bella~ co que pasa, y a la que cualquiera puede cabalgar. En cuanto a mí, nunca hice nada malo ni cometí putería alguna, salvo una vez, por inconciencia, con Maese Renart tu barón, cuando meó y maltrató a mis lo~ beznos. En su guarida me cogió por atrás.

Apenas la escucha, doña Hermelinda contesta en un acceso de ira, pues tiene ce~ los de que su marido haya podido amar a Hersenda, y dice:

-¿Y no es eso putería? Hiciste una gran maldad y gran deshonra y putez al dejar que mi marido te diera por la rabadilla.

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Puta vieja y confesa, deberían quemarte en las brasas, y arrojar tus cenizas al viento; tejactas ante mí de lo que te hizo mi señor. ¡Ah! ¡qué perversa! Merecerías que te pu~ sieran en el coño un carbón ardiente, cuan~ do teniendo marido, cometes tal sinrazón. Además, tienes puros hijos bastardos; más valdría que los hubieras abortado. Y a Isengrino tu señor le has hecho tal desho~ nor que ya nadie lo amará y lo llamarán cornudo hasta el fin de sus días.

Muchas injurias le dice, fuera de sí, y, sépanlo, se entrega a la ira.

Hersenda le contesta riendo: -y tú, tú eres una puta infecta, tú que,

teniendo un señor te fuiste a buscar otro. Tiene que ser pusilánime y si\]- dignidad, él. que no te quemó el culo. ·Eres de mala ra .... lea, y no podías caer más bajo, pues eres más puta que la mosca que, en verano, a todos pica. Todos frecuentan tu tugurio. venga quien venga lo recibes. Si mis hijos son bastardos, por la fe que debo a Santa María, no por eso los niego: quien quisiera que fueran negados y desheredados todos los bastardos ¡debería tener más poder que el rey de Francia! Pero tú, que eres burde .... lera, pares a tus hijos concebidos en el adulterio, y nunca has rechazado ni a un perro.

-Mientes, puta hechicera. ¡Cállate al instante, o te golpearé!

-¿Tú, golpearme? puta vieja y gordin~ flona; si realmente lo hubieras pensado, no tendrías ahora las palmas abiertas, la piel desgarrada y rebanada, pues son filosos mis dientes.

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Hermelinda no puede contenerse: la ata.­ca violentamente, y Hersenda agarra a su vez a Hermelinda. Las dos ruedan por tie-­rra, y se clavan sus filosos dientes. Rom-­pen, rasgan y desgarran la piel de su ene.­miga. ¡Ah, si las vieran! En un instante una está arriba, la otra abajo.

Doña Hersenda es grande y fuerte; es la que está arriba, y mantiene a la otra ba.­jo ella con tal fuerza que la tiene entre la espada y la pared; va a estrangularla, y a dejarla muerta y tiesa. ·

De pronto, llega cojeando un peregrino; sorprende a las damas en plena riña. Aga-­rra a una de la mano y la levanta.

-Deténganse, les dice. Después de haberlas separado, las re-­

prende dulcemente, les pregunta de dónde son, de dónde vienen, a dónde van. Y ellas se confían a él, pues es un hombre santo, que les da un buen consejo: que cada una regrese con su marido, le pida perdón, y le suplique que la ame y la quiera tiernamen-­te. Manda, pues, a doña Hersenda con Isengrino, para que hagan la paz, y lleva a doña Hermelinda a su guarida con maese Renart. El peregrino es un hombre tan santo, tan piadoso, que pronto los reconci-­lia y pone la paz en su casa.

Desde entonces, y por mucho tiempo, Renart lleva una vida feliz con su mujer. Todo le dice y le cuenta: cómo estuvo a punto de morir en la cuba, cómo engañó al tintorero cuando le dijo que era de su oficio, cómo le hizo perder los cojones y todo lo demás a lsengrino que ya no puede

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10. Renart en Maupertuis, sostiene al sitio de los animales aliados en su contra

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coger. Todo le cuenta y le dice; ella no hace más que reír.

Durante mucho tiempo Renart está en calma, ni va ni viene ni se mueve.

Aquí termina la historia de Renart el tintorero que tantas malas jugadas hizo.

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INDICE

Presentación . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 7 1. El juicio de Renart . . . . . . . . . . . 17

II. El sitio de Malpaso . . . . . . . . . . 56 III. Renart tintorero y Renart juglar 71

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Biblioteca

RAMON MORENO R~

Esta edición se terminó de imprimir en los talleres gráficos de PREMIA editora de libros, s.a., en Tlahuapan, Puebla, en el primer semestre de 1983. Los señores Angel Hernández, Serafín Ascensio, J ulián Hernández y Donato Arce tuvieron a su cargo el montaje gráfico y la impresión de la edición en offset. El tiraje fue de 1,000 ejemplares más sobrantes para reposición.

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Más que en otros textos medievales, en esta historia vemos reflejada la vida coti~ diané!, y se nos ofrece una imagen de la so~ ciedad de la época, el contexto familiar, las comidas y fiestas, los métodos curativos, la ternura con que los hijos acogen a los pa~ dres, etc. Por otra parte, en la obra apare~ cen reflejadas todas las clases sociales, to~ dos los pequeños acontecimientos de la vida cotidiana, pero presentados siempre en un tono burlesco, ya que parecería que la úni~ ca intención es hacer reír a cualquier pre~ cío, utilizando cualquier medio, como alu~ siones cuitas. En este texto, encontramos la burla de lo cortés lJ de lo épico, se utili~ zan proverbios o comentarios del narra~ dor, en un presente verbal que hace más vivo el relato; hay una gran fantasía y una perfecta dosificación en los rasgos huma~ nos de estos animales lo que permite ha~ cer una buena pintura de caracteres.

Es más probable que en lugar de una crítica social consciente al orden reinante, las {1ist6rias de Renart sean más bien una burla de la estupidez lJ mojigatería genera~ [izadas; de alli que la característica domi­nante de este texto sea su comicidad.

PREMIA editora s .. a

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