"Cadena" la reseña bibliográfica de noviembre

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CADENA Gran parte de la historia de nuestra tierra ha ido pareja a su antigua riqueza minera, y sobre este tema es un placer leer un libro como Cadena, de Antonio Molina Sánchez (Cuevas del Almanzora, 1923; Murcia, 1993) publicado póstumamente en 2005 por el Instituto de Estudios Almerienses. Dice el Diccionario Biográfico de Almería, también del IEA (échenle un vistazo, vale la pena; está en internet y también lo tenemos en nuestra biblioteca), de este escritor cuevano que emplea su enorme conocimiento de su tierra junto con las fuentes orales (un conocimiento importantísimo para la historia reciente: es la memoria de nuestros mayores, y desaparece si no la tomamos de ellos) haciendo que "...a lo largo de su obra el acontecimiento histórico se convierta en un mero contexto en el que los personajes que lo pueblan hacen brotar la vida". Antonio Molina Sánchez escribió varias obras más, entre ellas Careto. Memorias de un burro negro, de 1970, Premio de Novela de la 5ª Olimpiada Internacional del Humor, y fue también guionista de televisión y radio. El libro habla de Sierra Almagrera, en particular del Barranco del Jaroso -"...el Jaroso era un pueblo sin calles..."-, y lo hace a través de la vida del protagonista, Andrés Cortijo Sintas -"...me pasé los dos primeros días de mi vida en ayunas..."-, plasmando como vivía la gente de la sierra entre finales del XIX y principios del XX, cuando se sacaban doscientos veinticinco kilos diarios de plata pura y, de plomo, setenta mil kilos diarios (precisamente allí, al Barranco del Jaroso, vino en 1878 Enrique Siret para la construcción del desagüe de las minas; además, poco después, facilitará la contratación de su hermano Luis. Más adelante, en el libro, la familia del protagonista vivirá en Las Herrerías, como hizo el mismo Luis Siret). El autor nos dice al principio que el libro "no tiene ningún mérito como obra literaria" (uno lee el libro y no puede estar más en desacuerdo) y "al escribirla he seguido la buena norma de los mineros al levantar obras de fortificación. Lo importante es levantar la pedriza con asiento para asegurar la obra, sin andarse con refinos de buscarle cara lisa a las piedras, porque si se atiende a dar fachada, lo más probable es que queden huecos y el muro salga falso". Y la obra no sale falsa en absoluto. Don Antonio, por boca de Andrés, es capaz de contarnos cómo dentro de las duras y peligrosas condiciones de vida de los mineros, más en aquella época -valgan de muestra "...arrastrando capazos [en las minas] cuando aún no habían cumplido los diez años", o "...capataz de gavia. Su única misión era vigilar a los chiquillos y arrearlos como si fuesen bestias..."-, había algo de luz en la oscuridad, y él nos la muestra casi sin amargura, como en paz, irradiando una serena conciencia de las cosas, y nos relata también lo agradable y sencillo; incluso hace comparaciones: "...no debe escandalizarse el lector [...] en Bélgica y Alemania, además de niños, trabajaban también muchachas. En España no se llegó nunca a la monstruosidad de meter mujeres en una mina." Es más, el humor abriga con frecuencia el relato, como la descripción de la excéntrica Regalada, una cabra que estaba como un humano, que luego tendrá un final digno de Shakespeare, también con su pizquita de Tarentino. O como el descubrimiento infantil de que "era más divertido y más importante ser niño" que choto. El protagonista va pasando de ayudante de herrero a "posible" guitarrista, a pastor, a cuidador de don Julio -personaje importante en la vida de Andrés ("Don Julio estaba convencido, y así lo afirmaba en la historia que estaba escribiendo, que las famosas naves de Tarsis que cita la Biblia, que proveían de plata al Rey Salomón, cargaban el metal en Villaricos, procedente de los yacimientos de plata nativa de Las Herrerías..." )-, a comerciante... Una historia entre nuestra historia, con la descripción del origen fenicio de las explotaciones, que luego pasarán a cartagineses y romanos. Varias páginas nos van explicando el desarrollo de esta parte del pasado de nuestra tierra y, luego, del desarrollo del Barranco del Jaroso desde sus comienzos en 1839 con Andrés López, el tío Perdigón, y Pedro Bravo. Hay una riquísima descripción de las cosas y una gran variedad de personajes, que crean una imagen casi para tocarla de las minas, de la solidaridad entre su gente -"El aviso de peligro era una poderosa llamada de unión que ningún minero [de las distintas minas] dejaba de atender, aún jugándose su propia vida"-, de las costumbres -"...Esto de que las muchachas aprendieran a bailar tenía mucha importancia entonces [...] venía a ser como un pasaporte al matrimonio..."-, y multitud de cuadros de como era aquella época y aquel lugar, cuando "...se podía comprar una casita modesta..." con cien duros (tres euros), cuando "...La costumbre en esta Sierra era pagar al personal cada tres o cuatro meses, [...] las compañías mineras [...] hasta que no juntaban una partida grande de mineral y la vendían [...] no pagaban ni una perra chica a nadie...", y donde los mineros -"nadie sabía la razón"- tomaban la comida -el caldo de cominos, la bazofia- siempre de pie aunque, justo después, "lo chocante del caso es que para fumar siempre se sentaban". Lo mismo nos cuenta cómo se corta una hemorragia con pimiento molido, que la importancia económica que tuvo para muchos la contrata de ranchos (ahora, más finos -RAE incluida- decimos catering) o cómo se protestaba si la comida no era aceptable. Lean, y disfruten. Jesús Serna. Biblioteca Luis Siret. Noviembre de 2014 Museo de Almería Ctra. Ronda, 91. Almería LA RESEÑA

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Jesús Serna, nuestro bibliotecario nos propone para este mes de noviembre que nos adentremos en uno de los fascinantes libros de la Biblioteca Luis Siret del Museo de Almería. En concreto, en la obra de Antonio Molina Sánchez, "Cadena", tan vinculado a nuestra tierra y a las minas.

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CADENA Gran parte de la historia de nuestra tierra ha ido pareja a su antigua riqueza minera, y sobre este tema es un placer leer un libro como Cadena, de Antonio Molina Sánchez (Cuevas del Almanzora, 1923; Murcia, 1993) publicado póstumamente en 2005 por el Instituto de Estudios Almerienses. Dice el Diccionario Biográfico de Almería, también del IEA (échenle un vistazo, vale la pena; está en internet y también lo tenemos en nuestra biblioteca), de este escritor cuevano que emplea su enorme conocimiento de su tierra junto con las fuentes orales (un conocimiento importantísimo para la historia reciente: es la memoria de nuestros mayores, y desaparece si no la tomamos de ellos) haciendo que "...a lo largo de su obra el acontecimiento histórico se convierta en un mero contexto en el que los personajes que lo pueblan hacen brotar la vida". Antonio Molina Sánchez escribió varias obras más, entre ellas Careto. Memorias de un burro negro, de 1970, Premio de Novela de la 5ª Olimpiada Internacional del Humor, y fue también guionista de televisión y radio. El libro habla de Sierra Almagrera, en particular del Barranco del Jaroso -"...el Jaroso era un pueblo sin calles..."-, y lo hace a través de la vida del protagonista, Andrés Cortijo Sintas -"...me pasé los dos primeros días de mi vida en ayunas..."-, plasmando como vivía la gente de la sierra entre finales del XIX y principios del XX, cuando se sacaban doscientos veinticinco kilos diarios de plata pura y, de plomo, setenta mil kilos diarios (precisamente allí, al Barranco del Jaroso, vino en 1878 Enrique Siret para la construcción del desagüe de las minas; además, poco después, facilitará la contratación de su hermano Luis. Más adelante, en el libro, la familia del protagonista vivirá en Las Herrerías, como hizo el mismo Luis Siret). El autor nos dice al principio que el libro "no tiene ningún mérito como obra literaria" (uno lee el libro y no puede estar más en desacuerdo) y "al escribirla he seguido la buena norma de los mineros al levantar obras de fortificación. Lo importante es levantar la pedriza con asiento para asegurar la obra, sin andarse con refinos de buscarle cara lisa a las piedras, porque si se atiende a dar fachada, lo más probable es que queden huecos y el muro salga falso". Y la obra no sale falsa en

absoluto. Don Antonio, por boca de Andrés, es capaz de contarnos cómo dentro de las duras y peligrosas condiciones de vida de los mineros, más en aquella época -valgan de muestra "...arrastrando capazos [en las minas] cuando aún no habían cumplido los diez años", o "...capataz de gavia. Su única misión era vigilar a los chiquillos y arrearlos como si fuesen bestias..."-, había algo de luz en la oscuridad, y él nos la muestra casi sin amargura, como en paz, irradiando una serena conciencia de las cosas, y nos relata también lo agradable y sencillo; incluso hace comparaciones: "...no debe escandalizarse el lector [...] en Bélgica y

Alemania, además de niños, trabajaban también muchachas. En España no se llegó nunca a la monstruosidad de meter mujeres en una mina." Es más, el humor abriga con frecuencia el relato, como la descripción de la excéntrica Regalada, una cabra que estaba como un humano, que luego tendrá un final digno de Shakespeare, también con su pizquita de Tarentino. O como el descubrimiento infantil de que "era más divertido y más importante ser niño" que choto. El protagonista va pasando de ayudante de herrero a "posible" guitarrista, a pastor, a cuidador de don Julio -personaje importante en la vida de Andrés ("Don Julio estaba convencido, y así lo afirmaba en la historia que estaba escribiendo, que las famosas naves de Tarsis que cita la Biblia, que proveían de plata al Rey Salomón, cargaban el metal en Villaricos, procedente de los yacimientos de plata nativa de Las Herrerías..." )-, a comerciante... Una historia entre nuestra historia, con la descripción del origen fenicio de las explotaciones, que luego pasarán a cartagineses y romanos. Varias páginas nos van explicando el desarrollo de esta

parte del pasado de nuestra tierra y, luego, del desarrollo del Barranco del Jaroso desde sus comienzos en 1839 con Andrés López, el tío Perdigón, y Pedro Bravo. Hay una riquísima descripción de las cosas y una gran variedad de personajes, que crean una imagen casi para tocarla de las minas, de la solidaridad entre su gente -"El aviso de peligro era una poderosa llamada de unión que ningún minero [de las distintas minas] dejaba de atender, aún jugándose su propia vida"-, de las costumbres -"...Esto de que las muchachas aprendieran a bailar tenía mucha

importancia entonces [...] venía a ser como un pasaporte al matrimonio..."-, y multitud de cuadros de como era aquella época y aquel lugar, cuando "...se podía comprar una casita modesta..." con cien duros (tres euros), cuando "...La costumbre en esta Sierra era pagar al personal cada tres o

cuatro meses, [...] las compañías mineras [...] hasta que no juntaban una partida grande de mineral y la vendían [...] no pagaban ni una perra chica a nadie...", y donde los mineros -"nadie sabía

la razón"- tomaban la comida -el caldo de cominos, la bazofia-

siempre de pie aunque, justo después, "lo chocante del caso es que para

fumar siempre se sentaban". Lo mismo nos cuenta cómo se corta una hemorragia con pimiento molido, que la importancia económica que tuvo para muchos la contrata de ranchos (ahora, más finos -RAE incluida- decimos catering) o cómo se protestaba si la comida no era aceptable.

Lean, y disfruten.

Jesús Serna. Biblioteca Luis Siret. Noviembre de 2014

Museo de Almería

Ctra. Ronda, 91. Almería

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