Caja de Fotos

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Título: Caja de fotos Seudónimo: Humberto Rivas

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poesía argentina actual

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Ttulo: Caja de fotos

Seudnimo: Humberto Rivas

1975

Si las zapatillas de tela clara pisanunos cuadrados calcreos donde un papelcasi doblado busca el principio del zcalo, qu seran esas arrugas o manchas, sombrasen las ropas sin cuerpo? Pero una cintadice que ella est parada, detenida acasosobre el suelo sucio donde empezaraesa especie de mrmol, un slido escaln,antes de la vidriera, del invisible vidrio. Sin embargo un reflejo, son sus piernas,que ella no mira, levemente arqueadas,dira que hay alguien ms. Quinsi no ella, ausente de su cuerpo, slopiernas reflejadas como parte del escaparate?O quizs quien la mira, en su figuradistrada del peso con que carga, un fantasmaque tal vez escap a la detencin y anfluye por ah a su lado. Los limones,embolsados como un destello sobre su hombro,no dejan ver su cara. Esos ojos desconocidosque intentan, escondidos, capturarel arte del maquillaje en su marco doradode arabescos en tensin, iluminando todavams, si eso es posible, el rostro blanco:finas cejas extienden la armoniosa nariz,la mirada hacia el suelo como chocandocontra el pasado que la llevara ah,a esa vidriera, a ese marco amanerado,donde entre acrlicos y luces descansapara despertarse cuando la sucia chica al sesgoolvide su bolsa de limones y ahora mismo,presente, se detenga, la mano en la cintura,para atender a esa fotografa, luminosopleonasmo, afuera, desde el piso gris que acasoese vidrio invisible mutila con su filo. Ella,los limones al hombro, el abrigo oscuro y corto,los pantalones arrugados por el movimientointenso de la maana, vio alguna vez,en mil novecientos setenta y cinco, unos minutosla cara de Gloria Swanson y hoy un poco ms altaquizs se pare a ver las caras todavade nuevas actrices tristes, si bien la chicade los limones frente a Harrod's ya no existe.

1960

Entre los adoquines, un brillo suave, opaco, de charcos junto al cordn. Pero no llueve,es claro el da y a lo lejos, blancos,se pierden unos autos con cola de pescado.All, alguien debajo de un cartel de "farmacia"se disuelve en el sol, quizs mirandohacia este auto grisceo de los treintacon puertas de madera. Arriba, entre los hierrosagregados para carga, las hileras desigualesde melones acompasan con sus smil esferaslas curvas alemanas del viejo y dcil auto. Quin puede sin embargo asomar ese bordede costura, de tela, como el lugar vacoadonde se dirige, anhelante, un melnsobre la mano derecha del muchacho? No es esoque impide ver sus ojos orientados,con su mano izquierda, hacia esa ausencia?La camisa clara del vendedor, la claridad del usomuestra apenas unas rayas como amnsicashacia la zona gris sobre sus piernas. La cabeza,no parece charlar, rapada, con el enigmadel redondo espejito del coche, o sus melonesno se amontonan por salir, plidos o manchados?La nariz firme se destaca bajo el ceo fruncido, con una nitidez que ante el peso no caede tantos objetos lanzados por ese autoal frgil cuello. Pero no es un excesode presencias ms bien que lo faltante,no son las vetas del meln en la manolas que hablan con la pelusa de la cabeza rapada?Quin sabe si el ausente compradorquizs se preguntara por ese pelo ausentecomo una imitacin de los melones, haciendode la presencia un hueco. Habr crecidoese cuerpo, ese cuello, pelo, sin los reflejoscompasivos del auto; y la antigua calle, puesla detencin prosigue, no tenga acaso huellasdel mimetismo un da cubriendo con su luz,uniendo, para ese borde del comprador ausente,a vendedor y objeto, junto a la boca abiertadel auto que despliega sus esferas arcaicas.

1981

Si no fuera por ese tringulo, colgando, de metal, pero de dnde cuelga?, se diraque ese cielo tan claro, ms plido hacia abajo,no es de este mundo. Y el poste, infinito casi,lo divide, busca una parcela de la figuraesbelta del muchacho. Detrs hay una playarodeada de paredes sin revoque, ladrillosque la intemperie o la luz matizaroncomo queriendo distinguir las cosas y nuncarepetirlas. La playa de estacionamiento,cercada, desde la calle deja ver los autos,su brillo, cuatro blancos, dos negros. Perola ropa del muchacho oscurece hasta el cielo.El pelo cubre sus orejas, aunque se muevepor alguna rfaga del atardecer. Sus ojosmiran hacia quien lo mira. La sombra,es de las cejas o es la luz de los pmuloso la nariz delgada o el mentnque hace finos los labios, lo que relumbrademasiado? La capa acaso roja y esa especiede tnica dorada denuncian un disfraz, sin embargoen la solemne quietud de su cara, ms bienque en la incongruencia del vestido, en su cuerpoinmaduro, se muestra, como esa vinchacon una estrella esponjosa y trunca, llenade puntos iridiscentes, que no existepropiamente un disfraz. Abajo, una etiquetade cigarrillos tirada quizs lo invitaraa volver un poco el rostro, inclinarse, esconderuno de esos ojos fijos hacia adelante. Perotampoco la parecita de la playa lo inducea descansar su codo, a ensuciar algo el trajeo la mano, de dedos largos, ms oscuraque el blanco de las calzas donde la otra, la izquierdaapenas roza el muslo. Acaso el pelo estllegando ya a los hombros, despus de diez aos,o el confort lo ha llevado a un disfraz masculino.Ya la barba dar sombras nuevasa su cara o tal vez, si todavano se fue como un fantasma artificial de carnaval,tenga una hija, pero aunque ella reproduzcael vaco en que se hunde su mirada negra,no podr hacer de efebo ms que en obrasdel viejo Shakespeare en un colegio de seoritas.

1934

Atravesando el vidrio relumbra la tulipaachatada y elptica. Debajo unos diseosgeomtricos enmarcan el fondo gris y el relievede letras negras. Ser que ese hombre apoyadocontra el granito puntilloso del zcalo imponentetradujo el monoslabo de otra manera? "Bank",dice, a la misma altura en que la viserade la gorra sobre la cabeza ladeada dasombras a la frente. Pareciera teneruna edad indefinida en torno a los cincuentay no tener, aunque sostiene esa cajita,fragilsima, de madera, llena o caside etiquetas celestes de cigarrillos, nadams que su edad. Un agujero, un desgarrntal vez de algn alambre, en el sobretodode un gris desvanecindose, deja asomar apenasla negrura de esos pantalones, que no impidenadivinar el doblez de la rodilla y unas invisiblespiernas delgadas. Su mirada se aleja de su perfil,ms all de las cuadrculas desvadas que pisa.A dnde mira, si no a esa soledad asomadaen las arrugas del cuello de su camisa blancuzca?Y aunque el pulgar y el ndice de una mano y los dedosde la otra mantienen sobre su pecho la cajade cigarrillos, no parece vender, pero quest ofreciendo? Quien mira hacia abajo, dicen,busca algo en su memoria. En sus mejillas,atravesadas por dos lneas como si estuvieraapretando los labios para que sus recuerdosno escapen de su boca, quizs se haya posadohace aos la caricia de una mano de mujer.Pero acaso ah las lgrimas de una ausencia llevarona su rostro la crispacin de ese momento. Entoncesse hundi en esta vereda, como una estatuaconmemorando la indigencia, sin poder, aun queriendo,contemplar un solo mnimo recuerdo. Despusde unos aos, morira y su cara volvi a ser tocada por ella desde un pasadoinasible o fueron manos desconocidaslas ltimas en su cuerpo ausente? Quizsla ausencia misma estaba ya en sus ojoscasi cerrados esa maana, escapandocomo el humo futuro de esos cigarrilloshacia el lugar de quien lo mira, afuerade su cuerpo flaco. Habr sido, en ese instante,tan segura la inminencia de su desaparicincomo ahora, o en las manos que agarranfervientemente esa cajita habra algo invisible?

1977

La franja de una viga de madera interrumpeesa blancura corpuscular del fondo. Ms all,crculos de colores, pero no son objetos sinouna cortina traslcida. En qu lugar el solpuede brillar as? Las manos de la ancianasostienen un mate, cubierto de metal,de donde la bombilla refulgente, inclinada, salepara sealar ese rostro luminoso. Apenasgirando el cuello a la derecha, la cabeza envueltaen luz. Totalmente blanco, el pelocorto y escurridizo, sobrevuela las sienes.La mirada se pierde en las lneas infinitasde los prpados entrecerrados. Ah las sombrasparecieran imitar la lana negra del pulvero recordar, desde esas cuatro rayas firmesde su frente, cmo a los veinte aosprobara el spero sabor del mate, de una vezy para siempre. O acaso piensa en las olasde tormenta, que tanto miedo causana quien no las conoce, pero su cuerpo jovenentonces en el barco no le concedi nadaal mar. No entiende a quien la mira y busca,detrs de su mirada, hijos, nietos, bisnietos,o suspender la muerte, mientras que para ellalas olas del descanso eterno, como dicen, quizsno sean ms que esa vuelta para ver a sus padresmorir en hospitales europeos. Si no hubierauna espera, en ese mate listo, preparadopara l, ausente ya, se dira que vivesola. Acaso sean sus labios, remarcadospor la profundidad de las comisuras, pero andistinguibles, en la soleada maana, que de noche, entre sueos, se abren para nombrara alguien; pero la hacen despertarselos gritos de los nios: es domingo. La nochese retira, como cambiarse el suter negropor uno ms alegre, as le gustaraverla a l. Habr tomado el mate, habrpasado esa maana, que la noche no impiderepetir cada da. Cmo le explicaransus hijos a los nios que la abuelase ha ido para siempre? Acaso en otro barco,pero no es imposible que todo nio sepa,con sus fnebres juegos, a dnde van los cuerpos.

1950

La copa de ese rbol, opaca, despliegasu contorno minucioso sobre el cieloblanco. Entre el verde y el blanco,algunas hojas, irregulares, se agitan.Al otro lado del camino de tierra,vaco, una hilera de lamos, inundadosde luz, los extremos altos de las copas,que casi no se ven, mucho ms claros. De esta lado del camino, tres parejas,que vuelven sus miradas hacia el frente, tomansuavemente las manos unos de otros, la izquierdade los varones, la derecha de ellas, no bailan?Ellas apoyan la otra mano sobre los hombrosque apenas se les ofrecen, ellos rozanlas espaldas tras los vestidos claros,como floreados. Qu harn ah, en su danza,tan diminutos que las frondas de los rbolesparecen moverse hacia sus abrazos inmviles?La pareja de nios, como de diez, imitael esfuerzo de los cuatro adolescentes, el pudorcon que ellas, ms altas, condescienden o bajanhasta la rgida firmeza con que ellos tiemblan. Pero esa mancha de luz sobre el verdedel piso, de dnde viene, si no de sus piesasimtricos hacia los que, se dira,se acerca? Si acaso fuera el sol, invisible,de la tarde bordeado por las sombraslejanas de las ramas, entonces la vejezde esos adolescentes se anunciara quizscon la figura elptica de un atardecersobre el piso desprotegido, terminandocon la msica ausente que los sostena. Ahora estarn sentados, estarn?,contemplando los movimientos de sus hijos y el vientono agite acaso hojas sino cabellos frgiles.Quizs los nios hayan escondidoel crecimiento y la cada de sus cuerposen un barrio con calles tan vacascomo ese camino. Pero esa luz redonda,casi sobre sus pies, que detuvo sus pasos,era como un desliz futuro de que alguienlos una a los seis, vea acaso el finprximo de algo. Si bien esa alegrade bailar bajo los rboles, aun olvidada,dura; hace tiempo, esa mancha, comoel silencio, la prdida o la ficcinde una msica, deshizo las breves presionesde sus abrazos sin forma. As, ahora,una hoja cae desde los lamos, llevadasin querer por el viento, sobre la faldade una seora que piensa en todos los bailes,mezclados, de su memoria, pero olvidaaqul sin luz, ni baldosas, ni orquesta,ms que esas mismas brisas, ese pasto, sol, mientrasun pedazo de tela clara se le cae de las manos.

1918

Si esos ojos profundos preguntaran,como parece hacerlo el valo plidode su cara, como el viejo Villon, a dndevan las puras nieves de otros aos, dndeest la belleza de ese rostro que mirafijamente adelante; mientras el pelo oscuroy corto deja caer un bucle apenasinsinuado sobre la ceja derecha, turbandocon su hlito la difana blancurade la frente. Y quines son los otros,esas caras que se le parecen, sin llegara repetirla en nada? Detrs de su vestidonegro, hay ramas, rboles que vibrancon la suave brisa de la siesta; ms all,se asoma el perfil de tejas de la casa,cubierta por el pudor vegetal del verano.Tendr dieciocho aos, ella ah?La inclinacin de su torso y su rostrodibujan, con la sombra de un pincelmuy fino, la breve y recta narizy la forma de los labios. Tal vezpensara que sus rasgos quedaran suspendidos para siempre, o acasoen la prxima cena con l, que no quisovenir al campo y parece esquivarladespus de la otra noche. Su cuerpoquizs deseara estar con l, pero ellano va ms all de un plpito insistentede ese cuello que el escote en su vrticedescubre hasta la base, mientras los senosse sostienen solos en la holgura de la tela. Una nieta suya camina, hoy, bajo ese rbolfrondoso, pues los rboles no son cuerpos,con su hijita y le dice: justo ac,estaba la bisabuela cuando su esposole propuso casarse. Los ojos oscurosde la nia recuerdan, sin saberlo,aquella mirada inquieta, pero su vozaguda pregunta, como el viejo Villon,a dnde est ella ahora. Si no hubieraun rbol, estara ah la sombrade sus piernas esbeltas, todava posadassobre las hojas cadas del siguiente otoo?En unos aos ms, su pequea bisnietapensar, como ella, sentada en el suelode tierra oscura, lo que podra hacercon su cuerpo joven, tambin quizslo que no har. Pero todo es distinto,la nia no ver sino una hojadel jardn, secndose en un libro.

1980

El pelo castao parece ms claroen las puntas, que pasan sobre sus hombrosestrechos, semivelados por una rararemera de hilo color natural. Ellatendra entonces unos trece aos, la frenteescondida por el flequillo que rozalas cejas, demasiado grandes para esos ojospequeos y fijos, mirando hacia adelantecon su brillo pardo, separadospor la lnea de su nariz, que levese alza del fondo claro de su cara,como si nunca acabara de formarse.Los labios, apenas abiertos, yatienen la precisin de la mujer futura,sobre la simetra que establecencon la prominencia breve del mentn. La cabeza, inclinada hacia la izquierda,no sigue la lnea delgada del cuello,en un movimiento todavainfantil, que repetira siemprecon cuidadosa complacencia, durantelos aos por venir. Ese fondogris claro, no es el mismo dondeel hilo natural, imperceptible debajodel guardapolvo blanco, se distribuyecon su mirada sesgada, en las paredesblanqueadas del colegio, escritasah esas letras de ladrillo rojopor un chico annimo que dicequererla y firma "yo". Cuntasveces la puerta de madera beigede su casa recibira unos golpesfurtivos? Acaso hasta que un daella o l se cambiaran de colegioo slo se cambiaran; pues es posibleque hoy esa nia haya cortadosu pelo, o ensanchado sus hombros,aun cuando la boca, descansopara cualquier mirada de espasinvisibles, en los rincones del barrio,siga siendo la misma. Pero decirdnde estar ese chico azul del cielode la siesta en el recreo, o el hilonatural, bordado por su abuelapara el cuerpo de ella, quizs sera,como la detencin constante, cuanto menos,para quien la mirase rerse ahoratras duplicar su edad (ese pasadode nia seria, es el origen de su risa?),decir dnde estar sera imposible.

1938

Se estremecen unas flores de coloressobre un papel blanco. Si bien la luzpuede haberse grabado por ah, dejandoel resto en su negrura descolorida y despareja. Pero su rostro enceguece,si es que a alguien ofrece ese perfila medias, rodeado de pelo claro, peinadohacia atrs, de ondulaciones inmviles. Las pupilas celestes miran quizshacia un punto de la pared izquierda,a otra flor nebulosa del papel, comosi ignorase la recta precisin de los puntosque forman su nariz. Cmo evit,quien la mira, esos labios apenasensombrecidos, sobre el hoyuelocasi imperceptible del mentn? Se reirhoy de ese moo blanco, esos botonesdorados en la blusa negra, la compuestarigidez de sus bucles, aunque acasosus ojos no los vean, antes bienlos escucha su ausencia. O, si no su hija,aquel que no fue el padre, pero conservauna caja de metal con papeles, un aroque ella perdi y una foto quemadaque dice en el reverso "Gevaert", vierala sonrisa, de nuevo juvenil, de la muchachadiciendo: soy la nieta, pensaraentonces en sus manos, las de aqulla,al tocarse la cara con los dedos, de dondese le cay la caja, dispersandotodo su contenido. La muchacha,cuyas ondas invaden las mejillas, sonre,mientras ese viejito le muestrala foto de su abuela y no puedeterminar ninguna frase sin repetirvarias veces el sujeto. l, en su balbuceoaparente, compara a la chica de negrocon su brillo celeste mirando ms allde los lmites de la foto, con esta rararplica sonriente, que en la remerablanca y apretada, tras las ltimas hebrasmovedizas del pelo, ostenta unos pechosque lo hacen intentar, si no acordarse,adivinar al menos en la foto el secretobajo la blusa de los treinta. Acaso pienseque el crecimiento sea un buen ejemplode las nuevas dietas, o, ms triste,el resultado de los nuevos inventos.

1980

Un hombre, lejano, de camisa blancay pantalones oscuros, apoyasus espaldas contra un poste de luzde aquella esquina. Otro poste, al frente,donde est el auto, abandonado, sin vidriosen las dos ventanillas traseras, unadesfigurada. Parece un modelonorteamericano de los cuarenta.La curva del bal, como un cuarto de esfera,se disgrega en las manchas, en la herrumbrevenciendo a la pintura y destruyendola chapa del guardabarro derecho.Pero en la cpsula central, el gruesotecho, acaso por la sombra del rbolque lo acompaa, an resiste. Todose pierde, aun cuando a travsde la ausencia del parabrisas delanterose vean unas ramas verdes, largusimas,abrazando los contornos difusosde las casas en la tarde, que hace un ratoera siesta. El hombre apoyado miraadonde apunta el auto, pero no vela belleza descascarada de sus lneas,el ruido opaco, el susurro de su motorperdido, los restos de algo tildejado por el brillo fugitivo hacia otras formas nuevas. No pensar aquel hombreen su cuerpo, sintiendo el roce quietode la madera en los hombros? Su cabezaparece mirar las cuadras, las manzanascon su halo de veredas desteidas,que se prolongan en sus propios restoscomo no dependiendo de nadie. Acasopiense en algo que no ve, cuando era chicoy aprendi a manejar en un autoredondeado y duro, el primeroque tuviera su padre. Despus,la cola de pescado negra de la carrozaque llevara ese viejo cuerpo, dondel se haba sentado para alcanzarel volante negro de su infancia. Ahora,no querra salir nunca con su compactorojo, si no fuera por sus nietosque quieren ir al parque, y l, ya cercadel vencimiento final de su carnet,accede y va, todo el viaje, en segunda.