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BENEMÉRITA ESCUELA NORMAL “MANUEL ÁVILA CAMACHO” OBSERVACIÓN Y ANÁLISIS DE LA PRÁCTICA EDUCATIVA EXPERIENCIA DE LA OBSERVACIÓN Y PRÁCTICA EN LA COMUNIDAD DE MALPASO MAESTRA: TEHUA XÓCHITL MUÑÓZ CARRILLO ALUMNA: ILSE MARÍA OVALLE ROBLES SEGUNDO SEMESTRE LICENCIATURA EN EDUCACIÓN PREESCOLAR 16 DE JUNIO DE 2014

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BENEMÉRITA ESCUELA NORMAL “MANUEL ÁVILA CAMACHO”

OBSERVACIÓN Y ANÁLISIS DE LA PRÁCTICA EDUCATIVA

EXPERIENCIA DE LA OBSERVACIÓN Y PRÁCTICA EN LA COMUNIDAD DE MALPASO

MAESTRA: TEHUA XÓCHITL MUÑÓZ CARRILLO

ALUMNA: ILSE MARÍA OVALLE ROBLES

SEGUNDO SEMESTRE

LICENCIATURA EN EDUCACIÓN PREESCOLAR

16 DE JUNIO DE 2014

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EXPECTATIVAS, REALIDAD, FALLAS Y REFLEXIONES DE MI PRIMERA PRÁCTICA

INTRODUCCIÓN

A mí me tocó un jardín de la comunidad de Malpaso, llamado “José Varela Reséndiz”. Mi grupo era segundo, a cargo de la educadora que todos los niños llamaban “Lupita”.

El primer día esperamos mi compañera Perla y yo a la directora frente al Tecnológico Regional. Pasó temprano por nosotras, y me sentí algo extraña, no estaba completamente consciente de que iba a observar nuevamente, y un jardín que ya conocía. La directora tenía música de mi agrado: los Guns and Roses y su canción “Welcome to the Jungle”, me sirvió para tomar ánimo, pues los lunes me cargo una fatiga mental normalmente. Entonces, la voz de la maestra Mayela nos dirigió un comentario: “Les tocarán los mejores días, ahora que terminó la feria vendrán todos los niños” dijo en un tono sarcástico. Para mí era claro que era un tipo de advertencia, no sólo porque tendríamos que enfrentarnos a mayor cantidad de niños, sino que éstos estarían especialmente distraídos recordando lo que hicieron en la feria.

Llegamos temprano Perla y yo. Esperábamos a que llegaran nuestras educadoras y los niños al jardín, sentadas frente a los salones. Mi temor era sólo uno en ése momento, una duda que me atormentaba porque podría dificultar mi práctica: ¿Los niños me recordarían? A mi duda la reforzaba el hecho de que teñí y corté mi cabello, y no llevaba uniforme oficial. Pensarla me ponía nerviosa, los minutos parecían eternos y no llegaban al jardín pequeños que yo reconociera. Mi duda cambió a otra: ¿yo no recordaría a mis niños? Por supuesto que no podía esperar que ellos me recordaran si yo tampoco los recordaba a ellos. Recordaría sus rostros, lo sé, pero no sus nombres, además de que sabía yo que posiblemente irían alumnos que faltaron durante mis primeras observaciones. Cuando mi maestra llegó, me dirigí al salón inmediatamente, para saludarla y recordarle que estaría observándole el resto de la semana. Muy amablemente, como la recordaba, me dijo que sí sabía que vendríamos, y se puso a mi disposición para lo que se me llegara a ofrecer. No pude hablar mucho con ella porque me sentí intimidada, no sabía qué decir ni cómo decirlo, como la primera vez que observé en mi vida. Los niños notaron mi presencia pero no me hablaron, jugaban mientras los honores comenzaban. Al sonar la campana los niños salieron a formarse, la maestra me invitó a salir y accedí. Los niños se veían preciosos con sus uniformes, formados, intentando pararse derechitos. Las niñas de la escolta parecían más cansadas que orgullosas al iniciar los honores, pero a la hora de

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marchar hacían su mejor esfuerzo. Los honores los hacían reproduciendo un CD en una grabadora, eran canciones, una para la marcha, otra para la bandera y además la marcha Zacatecas, pero todas ellas estaban mal grabadas, en el sentido de que la letra de estas no era la original. Los niños no dan el sentido de seriedad que significan los honores, pero después de todo ni siquiera los jóvenes o mayores le otorgan ese sentido a la actividad.

Los niños entraron obligadamente en orden al salón, y la maestra comenzó su clase. Hizo que todos comentaran lo que vivieron en la feria antes de comenzar sus actividades para evitar que estuvieran distraídos durante ellas. Luego, les hizo razonar la fecha en la que estábamos ese día, y que se contabilizaran entre ellos.

Su planeación semanal trataba de las frutas y verduras. Los dirigió a la dirección para mostrarles un vídeo que mostrara diferentes frutas y verduras pero no me gustó esa idea suya, porque era sólo una computadora, arrinconada en un escritorio, en un espacio demasiado reducido. No todos los niños alcanzaban a ver la pantalla y por lo tanto se distraían. Además, me di cuenta de que ella no había buscado previamente los vídeos que iba a mostrarles, porque ponía todos los que les arrojaba la búsqueda en Youtube, y puso uno donde sólo bailaron algunos muñecos de verduras y frutas, sin decir nada realmente. El no seleccionar previamente los vídeos que quiere mostrarles llevó a que, cada vez que terminaba un vídeo, los niños se alborotaban pues salían anunciados otros de caricaturas de su agrado, que ellos querían ver, sin importar que estuvieran fuera del tema.

Cuando estuvieron demasiado inquietos, se los llevó para el salón para darles unos memoramas que utilizarían para identificar las frutas y verduras que, debieron haber visto previamente en los vídeos. La maestra no utilizó consignas, sólo dio las tarjetas por grupos más pequeños y salió del salón. Me dejó sola con ellos por algunos momentos, y durante ellos los niños discutían y peleaban porque no sabían cómo jugar, o simplemente no querían hacerlo, tomaban todas las tarjetas que podían y presumían a sus compañeros que tenían más y por lo tanto ganaban. Tuve que intervenir, recordando a algunos las reglas del juego, y preguntándoles qué fruta o verdura era la que tenían las tarjetitas cuando iban a enseñármelas.

Cuando llegó la maestra, les quitó los memoramas, sin saber qué pasó realmente, les dio tarjetas agrupándolos por minas para jugar lotería, pasta para cubrir las imágenes y se dispuso a jugar con ellos. Las tarjetas eran también de frutas y verduras.

Luego de un rato, llegó la hora de recreo. En el recreo los niños me pidieron que me sentara con ellos en el comedor, pero yo aproveché para enseñarle mi planeación a la educadora Lupita. La leyó y me dijo que estaba bien, pero por el

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hecho de que estaban viendo frutas y verduras, me pidió que la modificara para que reforzara el tema. Eso me preocupó porque yo quería que la pintura que produjeran fuera al gusto individual de cada niño, y ahora tendría que obligarlos a pintar frutas y verduras; además yo debía buscar bodegones famosos de estilos diferentes para mostrárselos.

Entrando de recreo les otorgó copias con ilustraciones de frutas y verduras. Les pidió que colorearan de acuerdo a los colores correspondientes de cada fruta o vegetal, y después que encerraran en un círculo únicamente las frutas. Hubo quienes captaron perfectamente las indicaciones, y también quienes no. Noté que en esas copias que les dio venían alimentos que no eran ni frutas ni verduras, como el trigo y los frijoles, lo cual los confundió mucho. Ese día llegó una niña que yo no había observado la vez anterior, yo era nueva para ella y ella era nueva para mí. Se llama Daena, y representó para mí un reto. Tuve que andar sobre de ella para que trabajara, porque es muy floja, no terminaba las actividades porque decía que ya se había cansado, aunque realmente las actividades no implican esfuerzo físico que le propiciara eso; además es algo violenta y suele platicar mucho, por lo cual no avanza en los trabajos. Me quedé cerca de ella para presionarla con mi presencia y le ofrecía mi ayuda en lo que pude.

EL DÍA DE MI PRÁCTICA

El miércoles fue mi práctica, llevé mi material pero olvidé mi planeación en casa, lo cual me preocupó porque al llegar al jardín me dijeron mis compañeras que podría haberla necesitado para recordar lo que sigue en la secuencia didáctica, o que podría pasar que me la pidiera la educadora titular para ver cómo seguía lo planteado. Afortunadamente no me la pidieron.

La emoción más grande que sentí fue el haberme puesto mi bata. Sentí un nerviosismo terrible; la educadora titular sabía que yo practicaría, así que desde el principio apartó su presencia del centro de atención. Yo no sabía exactamente cómo iniciar la clase, qué voz utilizar ni la manera de organizar el grupo. Decidí iniciar con una recomendación que usted me hizo al mostrarle mi planeación: les dije que si notaban cómo iba vestida ese día, y les expliqué el por qué. Después de eso, les establecí nuestros acuerdos que defendían sobre todo el orden y atención en la clase. En ese momento los niños me respondieron muy bien, parecían emocionados de lo que pudiera hacer con ellos.

Desde luego, después de mi presentación, decidí iniciar como la maestra Lupita hacía los días que la observé: con la fecha y la asistencia. Senté a los niños en una fila, de modo que todos pudieran verme a mí al frente. Entonces les pregunté qué día fue ayer, les pregunté el número que seguía de ese, recordamos el mes y el año. Después, al pasar asistencia, inicié con los niños, diciéndole al de la orilla

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que él era el uno, y luego el otro era el siguiente, de manera que ellos se contaban solos; hice el mismo procedimiento con las niñas. Al final de eso, la maestra solía preguntarles quiénes habían ganado, si los niños o las niñas, dependiendo del mayor número de alumnos de cada sexo que hubieran asistido. Supongo que eso lo usa para que identifiquen cuál número es más grande que otro, pero a mi parecer puede crear rivalidades entre sexos.

Luego les anuncié que había llevado para ellos unas imágenes muy bonitas, que quería que vieran. Eran bodegones de pintores famosos, los tres de estilos diferentes: Van Gogh, Botero y Picasso. Cuestioné si sabían qué tipo de imágenes eran, y luego les pedí que me indicaran las dos que más les gustaran. También les pedí que me dijeran que frutas y verduras veían en las pinturas que llevé.

Durante ese primer momento, los niños se inquietaban porque Daena y otro niño de nombre Alex estaban jugando, platicando o golpeando a sus compañeros, arrebatándome gran parte de la atención que había conseguido. Algunos no encontraban forma a las frutas y verduras que se encontraban en las pinturas, y también noté tuvieron preferencia por una pintura sobre las demás, era la de Van Gogh, que poseía colores brillantes y alegres.

De las dos pinturas que eligieron, que fueron la de Van Gogh y la de Botero, les relaté las biografías breves de éstos. En ese momento entré en conflicto, porque a pesar de que ya había investigado la biografía de los pintores, por una parte, Fernando Botero sigue vivo, y no hay mucha información interesante para los niños acerca de él. Por otra parte está Vincent Van Gogh, cuya vida es bastante interesante, pero cuando les comenté que estaba muerto, los niños tenían curiosidad por saber cómo murió; se había tratado de un suicidio. Me cuestioné a mí misma si debía o no censurar esa parte, o decirles la verdad. Al final no me atreví a decirles eso, y les dije que murió de tristeza.

Además de relatarles su vida, les expliqué de manera sencilla cómo era que se pintaba cada cuadro de la imagen.

En ese momento me quedé reflexionando algunas cosas: como que Picasso usaba un estilo más abstracto que los demás al pintar, que pensé que a los niños les atraería porque sus propias producciones a veces son más abstractas que figurativas, sin embargo comprobé que ellos prefieren las pinturas más figurativas, a las que están acostumbrados a ver, y de colores ‘alegres’ o ‘vivos’. Además, la vida de los artistas que presenté tenía bastante material para censurar: vicios, prostitutas, múltiples matrimonios e infidelidades, suicidios…llegué a creer que la vida de los artistas no era para nada adaptable para los niños. Pero pensándolo bien, recuerdo que había unos episodios de ‘Las Tres Mellizas’ donde salían

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pintores, entre ellos Van Gogh y Da Vinci; sería cuestión de revisar qué partes de los episodios pudieran ser útiles a la hora de querer hablar de cómo vivieron.

Después de que los niños me escucharan, les planteé lo que haríamos en seguida: pintar. Les pedí que tomaran sus respectivas batas. Los niños estaban inquietos, algunos no encontraban sus batas, así que la maestra Lupita les ayudó a localizarlas. Eso me hizo sentir mal, porque llegué a sentir que mi falta de experiencia pudo molestarle, aunque no hizo ninguna clase de actitud que afirmara mi sentimiento, ella iba y me ayudaba amablemente a repartir las batas. Otra cosa que no pude prevenir fue el hecho de que no todos los niños sabían ponerse la bata por ellos mismos, a algunos sólo se las abroché, a otros se las coloqué desde el inicio.

Yo llevaba un frutero de vidrio y frutas de plástico que servirían de modelo para que los niños lo pintaran. Coloqué éste sobre unos botes vacíos que tenía la maestra en el salón, y puse las mesas alrededor, de manera que todos los niños pudieran verlo. Esta organización me pareció conveniente porque cada niño tendría un punto de vista diferente del frutero; dependiendo del lugar en que estuvieran, verían mejor unas frutas que otras. Sin embargo, el ideal estaba algo lejos de la realidad. Los niños no paraban de agarrar las frutas, gritaban: “Yo quiero pintar ésta”, “Yo quiero esta otra”…les expliqué que pintaríamos todas las frutas, y que no debían agarrar el frutero pues podía romperse.Cuando logré que dejaran de tocar el frutero, les pedí que se sentaran. Después les repartí acuarelas y pinceles, que ellos ya como parte del material en el salón. Hasta en eso los niños estaban inquietos y peleando, porque había acuarelas nuevas, sin abrir, y todos querían de esas, y no de las ya abiertas y usadas. Repartí sin obedecer sus peticiones, diciéndoles que nadie usaría las nuevas, porque todavía servían las otras.

Luego le di a cada uno una tapa de garrafón, para que la llenaran de agua y con ella pintar. Intenté ser muy clara y estricta en este paso, porque implicaba salir del aula y utilizar agua, donde sabía yo podían mojarse o causar alguna clase de inconveniente. Les pedí que se formaran y camináramos juntos hacia unos lavabos que se encontraban frente a los baños; ahí llenaríamos cuidadosamente las tapas, esperaríamos a los demás y nos iríamos juntos.

Creí que me harían caso, pero apenas abrí la puerta, muchos niños corrieron hacía allá, otros se quedaron esperando mientras me miraban. Seguí a mis niños hasta donde estaban los lavabos, y me desobedecieron, estaban dentro de los baños con las llaves del lavabo de estos abiertas al máximo, jugando a llenar hasta desbordar las tapas. Les pedí que las llenaran con agua, que no fuera demasiada y se fueran con cuidado al salón. Todos andaban por su lado, unos en

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los lavabos de afuera y otros dentro de los baños. Unas niñas sí me obedecían, me daban su tapa para que yo se las llenara, y me esperaban siempre. Esas niñas eran las que mejor trabajaban del salón, procuraban hacer todo bien y bonito, iban todo el tiempo a preguntarme si su trabajo era correcto.

Durante el trayecto al salón, muchos de mis niños tiraban el agua de las tapas. En ese momento comprendí que no fue la mejor idea hacer que ellos fueran quienes tenían que ir por el agua, que debí pensar una mejor manera de llevarles esta hasta el salón, pues no tenían la precaución necesaria para no derramarla.

Al llegar al salón, les expliqué cómo pintaríamos: intentaríamos pintar el frutero con rayitas pequeñas, como el impresionismo de Van Gogh. Pero mientras decía eso, los niños ya estaban mojando su pincel y metiéndolo en las acuarelas, no me prestaban atención. Tuve que agarrar la imagen y acercárselas a cada mesita para que la vieran bien, y entendieran lo que quería que hicieran. Cuando dijeron que estaba clara la consigna, les repartí hojas de máquina, que también ya tenían como material en el aula, y les dije que podían comenzar.

Los niños empezaron a pintar. Durante esos momentos no hubo mayores inconvenientes más allá de travesuras como intentar pintar a sus compañeros. Las producciones eran todas diferentes, en colores y formas. Me gustó la diversidad de maneras en que ellos pintaban un mismo modelo.

Cuando fueron terminando, les dije que salieran a poner su dibujo al sol, para que se secara, y que ellos debían cuidarlo para que el aire no se los llevara. Sin embargo, nuevamente no me obedecieron y salieron corriendo por el patio hacia los juegos. En ese momento me molesté, y les dije que ya se metieran al salón, que nadie saldría hasta la hora del recreo. Para cuando dije eso, la mayoría de los niños habían terminado y de los trabajos que se habían secado, pedí una explicación de lo pintado mientras exponía el trabajo a los demás compañeros.

Como el espacio de las mesitas era muy reducido para que los niños tuvieran todo su material en ellas, hubo quienes derramaban su agua o manchaban trabajos ajenos. El salón terminó hecho un caos. Para recoger los materiales, pedí la ayuda de los niños más inquietos, y entre todos fuimos a enjuagar las tapas y los pinceles nuevamente. Volvieron a jugar con el agua, pero fue menos el tiempo de desorden ésta vez.

Llegó la hora del recreo, y les pedí que dejaran todo como estaba y salieran a jugar y comer su lonche. Alejandrina me pidió que la acompañara a comprar tortas a la tienda que estaba junto al jardín. Al regresar, las maestras y niños estaban fuera de mi salón. Presentí algo malo, y tenía razón, cuando entré al jardín me dijeron que un niño había roto el frutero. Entré al salón a recoger los pedazos de

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vidrio del suelo, para que cuando entraran los niños no se cortaran. Me llevaron una escoba, pero no recogedor, así que seguí juntando con mis manos. Por extraño que suene, no me enojé ni por ese incidente, ni por las demás desobediencias e inconvenientes que hubo a lo largo del día. Sí me molesté internamente, pero leve, no grité para nada y creo que fue ese el motivo por el cual los niños seguían sin hacerme caso. En algunos momentos del día, cuando la maestra titular veía que los niños no me hacían caso en lo absoluto, les llamaba la atención con advertencias, alzando la voz, y pude ver que le obedecían al instante.

Hubo niños que entraron al salón de clases y me decían el nombre del niño que supuestamente había sido quien rompió el frutero, pero yo sólo les decía que no pasaba nada, que pudo ser cualquiera. Cuando terminé de recoger los vidrios, había como siete niños conmigo en el salón, y estuve platicando con ellos mientras se acababa el recreo. Durante esos minutos, entró una avispa al aula y los niños estaban nerviosos de que pudiera picarles. Nunca había estado en esa situación como maestra, no supe qué hacer, sólo les decía que no la molestaran y ella no les picaría. Afortunadamente, dejando la puerta abierta, salió del salón antes de que el recreo terminara.

Cuando los niños entraron del recreo, les comenté que sólo ese día iba a ser su maestra, que esperaba que trataran mejor a su maestra Lupita porque era muy amable y buena con ellos, y les pedí de favor a quienes gustaran, que me regalaran sus obras de arte para mostrarlas a mis profesores de la Normal, además que quería conservarlas de recuerdo. Todos los niños aceptaron con gusto mi propuesta, y eso me dio mucho gusto.

Como ya estaba algo cansada y el tiempo restante era escaso, les permití tomar material didáctico mientras sus padres llegaban por ellos. Creí que era sencillo, pero me equivoqué. Agarraron demasiados materiales y los regaron por todo el salón. Hubo una niña que al intentar sacar un rompecabezas, tiró cinco al suelo. Al ver que se sentía mal por eso, me ofrecí a ayudarla a armarlos antes de que sus padres llegaran por ella; muchos niños se acercaron con el mismo propósito que yo, pero no acabamos a tiempo, llegaron por ellos. Aun así, me alegró la empatía de los niños por ayudarnos al ver que no terminábamos, y una señorita que había estado presente desde la mañana con la maestra Lupita se ofreció solidariamente a terminarlos junto conmigo.

Hubo cosas para las que no estaba preparada, por ejemplo: a un niño le comenzó a sangrar la nariz. No sabía qué hacer, pero cómo vi que la sangre que tenía ya estaba medio seca y que no le salía más, le dije que no pasaba nada y no le puse nada.

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Además, había un niño que sólo quería jugar con el material didáctico y como no le dejaba por las actividades que tenía preparadas, se emberrinchaba, intentaba salirse del salón, por lo que tuve que ir a buscarlo personalmente. Le hablaba bonito, con cariño, y le decía que trabajáramos juntos mientras lo sentaba en su lugar. Se resistía, pero accedía finalmente.

Ahora que tengo tiempo de reflexionar sobre mi práctica, creo que hay infinidad de aspectos a mejorar. En un inicio, mi manera de hablar y dirigirme hacia los niños, porque se necesita tener una actitud alegre, animosa y amable que les dé confianza. Yo más bien les hablaba normal y ese fue el motivo por el cuál, considero yo, no obtuve su interés. Otra cosa fue la organización del grupo, que creo que de haberla planeado con anterioridad, me hubiera evitado tanto desorden.

Otro punto importante fue el material que llevé. Sí era llamativo, pero me hubiera gustado que las imágenes fueran más grandes; además no debí llevar objetos de vidrio, no sé en qué estaba pensando.

La repartición del material es un aspecto fundamental a considerar. Debí repartirlo después de dar instrucciones y que estas estuvieran claras. Además debí llenar una cubeta, llevarla al salón y ahí llenar las tapas de los niños.

En cuanto a los pintores, debí escoger algunos cuyas vidas fueran menos escandalosas, o buscar sus biografías editadas para niños. Los niños no recordaban los nombres de los tres pintores, por lo que creo que debí utilizar sólo a uno. Además, cuando les pedí que pintaran como los impresionistas, con pincelazos cortos, se dedicaron a hacer sólo rayas, líneas rectas. Era muy complicado para ellos hacer de pincelazos una figura, pero vi que lo intentaron.

Sentí que debí alzar la voz para que me obedecieran, no sólo porque estaban acostumbrados a ello, sino porque con la voz al tono normal no me escuchaban todos por el ruido.

A la hora de que decidí prestarles el material didáctico, debí ver cuáles eran los más populares, y hacer que jugaran en minas mínimo, para que no sacaran tanto y pudieran recogerlo a tiempo.

También entendí que debo evitar sacarlos afuera cuando no sea necesario para la actividad.

A pesar de que mi práctica no resultó como esperaba, me llevé una observación y primera práctica gratificantes, por parte del buen trato y buena disposición de mi educadora titular, y por otra, el afecto y buena relación que pude establecer con los niños del jardín.

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El último día de observación fue el mejor para mí, porque cuando los niños demoraban en hacer sus actividades, me sentaba con ellos para motivarlos. Lea ayudaba, y mientras hacía eso, ellos me platicaban de su vida cotidiana, aspiraciones y novedades.

Me dijeron que quería que fuera su maestra, y eso me hizo sentir halagada, aunque sé que los niños lo dicen más por ser la novedad que porque realmente haga un buen trabajo como educadora.

Ese mismo día, unas niñas que se encontraban en una primaria ubicada al lado del jardín, me hablaron para platicar conmigo a través de la malla que separa las dos escuelas durante el recreo. Eran muy calladas, pero me dijeron que querían ser maestras como yo. Me hizo reflexionar el ver cómo mi presencia motivaba a otras personas a ingresar a mi carrera, parecían seguras al decirlo; ni yo estando cursando esta licenciatura me convenzo totalmente de que sea mi vocación, pero da ánimos para seguir adelante.

Yo después de la práctica, sentía que no era para nada lo mío el ser educadora, hecho que supo la directora del jardín. Me dio palabras de aliento, me dijo que traía gratificaciones no sólo por los alumnos, sino también por los padres de familia. Además, me dijo que gracias a eso, ella tenía para comer y fue con lo que pudo comprarse su carro y en general, sostener su vida.

Ahora que todo está más pasado, reflexioné y considero quedarme a terminar toda la carrera, porque lejos de los lucros, también es una profesión con la que puedo lograr hacer un cambio en las personas, aunque parezca mínimo puede hacer la diferencia, y estoy dispuesta a mejorar en todo lo posible para hacer una labor excelente.