Callaron Las Armas y Fue Un Infierno

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JACINTO ANTÓN Barcelona 18 FEB 2015 - 13:10 CET Refugiados de la II Guerra Mundial CULTURA Callaron las armas y fue un infierno Keith Lowe describe en ‘Continente salvaje’ el horror en Europa tras la II Guerra Mundial Archivado en: Posguerra Represalias Represión política Holocausto judío Nazismo Acción militar Segunda Guerra Mundial Ultraderecha Historia contemporánea Guerra Ideologías Europa Conflictos Historia Política Bajó el telón de la II Guerra Mundial, pero los cuatro jinetes del apocalipsis no dejaron de galopar. En Europa, en un mundo devastado por cinco años de contienda, la gente se las prometía muy felices al firmarse la paz y sin embargo lo que siguió fue un espanto. En un continente devuelto a una condición casi medieval, inmerso en un completo caos, con destrucciones sin cuento, las instituciones colapsadas y la sed de venganza a la orden del día, el desastre humano y moral era absoluto. A mostrar ese siniestro panorama que fue el envenenado legado de la contienda ha dedicado Keith Lowe (Londres, 1970), uno de los más destacados de la nueva generación de historiadores británicos, su libro Continente salvaje, Europa después de la Segunda Guerra Mundial(Galaxia Gutenberg), un libro que se lee con el corazón en un puño especialmente ante la suma de nuevos horrores y vejaciones que tuvieron que aguantar los supervivientes en una cruel nueva vuelta de tuerca de la historia sobre sus víctimas. ¿Fue peor la posguerra que la guerra? “No llegaría yo tan lejos como a afirmar eso”, responde Lowe. “En algunas áreas quizá, aunque en general no. Pero mientras en algunos lugares el fin de la guerra se celebraba con fiestas, en otros continuaba la violencia, e incluso eran parte de las celebraciones la muerte y la vergüenza de otros. Cientos de miles de personas fueron asesinadas o se las dejó morir después de la guerra”. El historiador recalca que es una falsa idea la de que en 1945 todo volvió a la normalidad. “Hizo falta una transición que estuvo llena en muchos sitios, cuanto más al Este peor, de injusticias, atropellos y crueldad, fue una época sin ley”. El libro muestra que las democracias podían ser muy vengativas. “No tanto como los regímenes totalitarios pero sí, la venganza forma parte de la naturaleza humana, es algo innato y difícil de controlar, y hubo una gran ola de venganza en toda Europa”. Continente salvaje presenta casos —menos conocidos que los de las acusadas de colaboracionismo en Francia rapadas (¡20.000!)— como el de las mujeres y niños marginados y privados de derechos en Noruega, las primeras por ser parejas de soldados alemanes y los segundos por ser el fruto de esas uniones. Lowe explica que el 10 % de las noruegas de entre 15 y 30 años tuvieron novios alemanes durante la guerra. Se tachaba a esas mujeres de traidoras a la nación, aunque ellas y otras en su mismo caso en otros países de Europa consideraban sus relaciones un asunto privado, como la actriz francesa Arletty que, cuenta el historiador, durante su juicio en París por su affaire con un oficial alemán exclamó: “Mi corazón pertenece a Francia, pero mi vagina es mía”. Un niño entre las ruinas de una ciudad al acabar la II Guerra Mundial.

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JACINTO ANTÓN Barcelona 18 FEB 2015 - 13:10 CET

Refugiados de la II Guerra Mundial

CULTURA

Callaron las armas y fue un infiernoKeith Lowe describe en ‘Continente salvaje’ el horror en Europa tras la II Guerra Mundial

Archivado en: Posguerra Represalias Represión política Holocausto judío Nazismo Acción militar Segunda Guerra Mundial Ultraderecha

Historia contemporánea Guerra Ideologías Europa Conflictos Historia Política

Bajó el telón de la II Guerra Mundial,

pero los cuatro jinetes del apocalipsis no

dejaron de galopar. En Europa, en un

mundo devastado por cinco años de

contienda, la gente se las prometía muy

felices al firmarse la paz y sin embargo lo

que siguió fue un espanto. En un

continente devuelto a una condición casi

medieval, inmerso en un completo caos,

con destrucciones sin cuento, las

instituciones colapsadas y la sed de

venganza a la orden del día, el desastre

humano y moral era absoluto. A mostrar

ese siniestro panorama que fue el

envenenado legado de la contienda ha

dedicado Keith Lowe (Londres, 1970),

uno de los más destacados de la nueva

generación de historiadores británicos,

su libro Continente salvaje, Europa

después de la Segunda Guerra Mundial(Galaxia Gutenberg), un libro que se lee con el corazón en un

puño especialmente ante la suma de nuevos horrores y vejaciones que tuvieron que aguantar los

supervivientes en una cruel nueva vuelta de tuerca de la historia sobre sus víctimas.

¿Fue peor la posguerra que la guerra? “No llegaría yo tan lejos como a afirmar eso”, responde Lowe.

“En algunas áreas quizá, aunque en general no. Pero mientras en algunos lugares el fin de la guerra

se celebraba con fiestas, en otros continuaba la violencia, e incluso eran parte de las celebraciones la

muerte y la vergüenza de otros. Cientos de miles de personas fueron asesinadas o se las dejó morir

después de la guerra”. El historiador recalca que es una falsa idea la de que en 1945 todo volvió a la

normalidad. “Hizo falta una transición que estuvo llena en muchos sitios, cuanto más al Este peor, de

injusticias, atropellos y crueldad, fue una época sin ley”.

El libro muestra que las democracias podían ser muy vengativas. “No

tanto como los regímenes totalitarios pero sí, la venganza forma parte de

la naturaleza humana, es algo innato y difícil de controlar, y hubo una

gran ola de venganza en toda Europa”. Continente salvaje presenta casos

—menos conocidos que los de las acusadas de colaboracionismo en

Francia rapadas (¡20.000!)— como el de las mujeres y niños marginados y

privados de derechos en Noruega, las primeras por ser parejas de soldados

alemanes y los segundos por ser el fruto de esas uniones. Lowe explica

que el 10 % de las noruegas de entre 15 y 30 años tuvieron novios

alemanes durante la guerra. Se tachaba a esas mujeres de traidoras a la

nación, aunque ellas y otras en su mismo caso en otros países de Europa

consideraban sus relaciones un asunto privado, como la actriz francesa

Arletty que, cuenta el historiador, durante su juicio en París por su affaire con un oficial alemán

exclamó: “Mi corazón pertenece a Francia, pero mi vagina es mía”.

Un niño entre las ruinas de una ciudad al acabar la II Guerra Mundial.

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En muchos lugares

se recibió mal a los

supervivientes de

los campos nazis

En 1945, al acabar

la guerra, vagaban

por Berlín 35.000

niños perdidos

En cuanto a los niños, Lowe apunta que los soldados alemanes engendraron entre uno y dos

millones en la Europa ocupada. En 1945 un diario noruego consideraba a los del país escandinavo

“una minoría bastarda peligrosa” susceptible de convertirse en el futuro en “una quinta columna

entre la población noruega pura”.

Una de las tragedias que sobrevino con la paz fue la de la deportación

forzosa de poblaciones desplazadas a lugares en los que les aguardaban

duros castigos. “Los británicos y estadounidenses entregamos a los

soviéticos a millares de refugiados y prisioneros de guerra procedentes de

Europa oriental, como 70.000 cosacos y al ejército de Vlásov, sabiendo

que les esperaba en muchos casos la muerte (los que caían en manos del

Ejército Rojo tenían 90 veces más probabilidades de morir que los que

apresaban los aliados occidentales)”.

Lo que ocurrió con los judíos fue terrible. “Sobre todo porque tenemos la idea de que el Holocausto

generó una gran empatía con los judíos tras la guerra y ese no fue el caso. En muchos lugares se

reavivó el antisemitismo. Los judíos supervivientes volvían a sus casas sin nada y tuvieron que luchar

para recuperar sus propiedades. En ese conflicto, no hubo compasión con las víctimas". Lowe recoge

casos como los de la judía holandesa superviviente de los campos a la que un conocido la recibió

diciendo: "Tienes suerte de no haber estado aquí, ¡no sabes el hambre que hemos pasado!". En

Hungría, Eslovaquia y Polonia hubo verdaderos pogromos. Al menos 500 judíos fueron asesinados

en Polonia entre la rendición alemana y el verano de 1946”.

Lowe, que inauguró en Barcelona el proyecto Espacio de Humanidades.

Mediterráneo y Europa, en el Palau Macaya de la Obra Social La Caixa,

está de acuerdo en la comparación de la Europa de 1945 con la de la

Guerra de los Treinta Años. “Todas las estructuras de la sociedad cayeron,

las cosechas se perdieron, incluso las que pudieron recogerse no había

manera de transportarlas, todo estaba destruido: el hambre fue peor que

durante la guerra”. Había huérfanos por todas partes, señala el

historiador, cientos de miles sino millones que se habían quedado sobre todo sin padre. Y muchos

niños perdidos; 35.000 solo en Berlín en verano del 45. "Los niños eran el futuro para construir una

nueva sociedad pero muchos estaban profundamente traumatizados. Hay muchos testimonios de

niños a los que aterrorizaba la simple visión de un hombre en uniforme. Toda una generación se

quedó sin referentes masculinos, con los padres muertos o prisioneros durante largos años". Muchos

pueblos se quedaron sin hombres, lo que tuvo un efecto traumático en toda una generación de

mujeres. "Los hombres se convirtieron en un bien muy preciado". En la URSS había al final de la

guerra 13 millones más de mujeres que de hombres.

A Lowe le cuesta decir qué es lo que le conmueve más de todos los dramas de su libro. "Pero con lo

que tengo pesadillas es con lo que se hizo a los civiles alemanes en los campos de prisioneros.

Algunos guardias trataron de imitar lo que habían hechos los nazis en nombre de la venganza. No

digo que algunos alemanes no merecieran castigo pero eso no es excusa para la brutalidad que se

ejerció sobre ellos, lo que les hicieron”.

Para el historiador lo más importante es que la nueva Europa, la nuestra, se forjó en medio de "esa

época violenta y vengativa", y fue entonces cuando "muchas de nuestras aspiraciones, de nuestros

prejuicios y rencores cobraron forma”.

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