Calvet - Politicas linguisticas

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Louis-Jean Calvet LAS POLÍTICAS LINGÜÍSTICAS Versión castellana de Lía Varela Supervisión de Roberto Bein © Presses Universitaires de France, 1996 © Edicial S.A., 1997 1

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Louis-Jean Calvet

LAS POLÍTICAS LINGÜÍSTICAS

Versión castellana de Lía VarelaSupervisión de Roberto Bein

© Presses Universitaires de France, 1996© Edicial S.A., 1997

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Capítulo 1LOS ORÍGENES DE LA POLÍTICA LINGÜÍSTICA

La intervención humana en la lengua o en las situaciones lingüísticas no es algo nuevo: desde siempre los individuos han intentado legislar, fijar el uso correcto o intervenir en la forma de la lengua; desde siempre, también, el poder político ha privilegiado tal o cual lengua, ha elegido gobernar el Estado en una lengua o imponer a la mayoría la lengua de una minoría. Pero la política lingüística, determinación de las grandes opciones en materia de relaciones entre las lenguas y la sociedad, y su puesta en práctica, la planificación lingüística, son conceptos recientes que recubren solo en parte estas prácticas antiguas. Si bien, como veremos, la elección de un alfabeto para una lengua, por ejemplo, corresponde a la política lingüística, esto no significa que Cirilo y Método, cuando crean el alfabeto glagolítico, ancestro del cirílico, o que Thonmi Sambhota, cuando fija el alfabeto tibetano, escriban un capítulo de la historia de la política lingüística. Del mismo modo, si bien en ciertos países, como Turquía o Indonesia, se forjó la lengua del Estado interviniendo en una lengua existente para modernizarla y adaptarla a las necesidades del país, no pondremos en el mismo plano a los inventores de las lenguas artificiales (ido, esperanto, volapük, etc.) cuyas creaciones han quedado casi siempre en sus cajones. Porque la política lingüística es inseparable de su aplicación, y este libro se ocupa, pues, del par política lingüística y planificación lingüística.

En este primer capítulo exploraremos la aparición de estos conceptos en la segunda mitad del siglo XX y mostraremos sus vinculaciones con los grandes desafíos políticos de esta época.

I. Nacimiento del concepto y de su campo de aplicación

El sintagma language planning, que será traducido al francés [y castellano] como planificación lingüística, aparece en 1959 bajo la pluma de Einar Haugen1 a propósito de los problemas lingüísticos de Noruega. El objetivo de Haugen era presentar la intervención estandarizadora (por medio de reglas ortográficas, etc.) del Estado de manera de construir una identidad nacional luego de siglos de dominación danesa. Haugen vuelve sobre el mismo tema en 1964, en ocasión de una reunión organizada por William Bright en la UCLA, que marca el nacimiento de la sociolingüística.2 En la misma obra se encuentra también un texto de Ferguson sobre las national profile formulas, sobre el cual volveremos en el próximo capítulo, y cuando observamos la lista de los participantes (Bright, Haugen, Labov, Gumperz, Hymes, Samarin, Ferguson, etc.) vemos que sólo falta Fishman para completar el "equipo" que, en los años setenta y ochenta, representará la sociolingüística y/o la sociología del lenguaje en los Estados Unidos. Así, la "planificación lingüística" recibe el bautismo al mismo tiempo que la sociolingüística, y será definida un poco más tarde por J. Fishman como sociolingüística aplicada.3

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Luego Fishman, Ferguson y Das Gupta publican en 1968 una obra colectiva4 dedicada a los problemas lingüísticos de los países en vías de desarrollo y, durante el año universitario 1968-1969, cuatro investigadores, Jyotirindra Das Gupta, Joshua Fishman, Björn Jernudd y Joan Rubin, se reúnen en el East-West Center de Hawaii para reflexionar sobre la naturaleza de la planificación lingüística. Del 7 al 10 de marzo organizan una reunión sobre el mismo tema a la que invitan a unas diez personas (antropólogos, lingüistas, sociólogos, economistas...) que han trabajado en el campo de la política o la planificación lingüística. De ese encuentro resultará una obra, Can Language be Planned? ("¿Puede ser planificada la lengua?"),5 que pasa revista al estado de la cuestión en esa época.

J. Rubin, J. Das Gupta, B. Jernudd, J. Fishman y C. Ferguson: una suerte de "banda de los cinco" anglófonos que, durante años, ocupará el centro de la reflexión sobre ese nuevo dominio (más adelante veremos que los mismos temas serán abordados también por investigadores de lengua francesa, alemana o castellana). Los progresos de la planificación lingüística se pueden seguir especialmente a través de las publicaciones de una colección ("Contributions to the Sociology of Language") que dirige Joshua Fishman en las Ediciones Mouton. Allí encontramos una impresionante concentración de obras en pocos años:

- Advances in Language Planning, ed. por J. Fishman, 1974;- Language and Politics, ed. por William O'Barr y Jean O'Barr, 1976;- Selection among Alternates in Language Standardization, the Case of Albanian, de Janet Byron, 1976;- Language Planning for Modernization, the Case of Indonesian and Malaysian, de S. Takdir Alisjabana, 1976;- Advances in the Study of Societal Multilingualism, ed. por J. Fishman, 1977;- Language Planning Processes, ed. por J. Rubin, B. Jernudd, J. Das Gupta, J. Fishman, C. Ferguson, 1977;- Advances in the Creation and Revision of Writing Systems, ed. por J. Fishman, 1977;- Colonialism and Language Policy in Vietnam, de John DeFrancis, 1977, etc.

A través de estos títulos se ve como un resumen de la historia del concepto, con la alternancia entre un enfoque general y estudios de caso (Albania, Indonesia, Malasia, Vietnam, etc.).

Paralelamente aparece la noción de política lingüística en inglés (Fishman, Sociolinguistics, 1970), en español (Rafael Ninyoles, Estructura social y política lingüística, Valencia, 1975), en alemán (Helmut Glück, "Sprachtheorie und Sprach(en)politik", OBST, 18, 1981) y en francés. En todos los casos y en todas las definiciones, las relaciones entre la política lingüística y la planificación lingüística se plantean como de subordinación: así, según Fishman, la planificación es la puesta en práctica de una política lingüística, y las definiciones ulteriores, en su variedad, prácticamente no se apartarán de este enfoque. En 1994, por ejemplo, Pierre-Étienne Laporte presentará la política lingüística como un marco jurídico y el ordenamiento [aménagement] lingüístico como el conjunto de acciones que tienen "por objeto precisar y garantizar cierto estatuto a una o varias lenguas".6 Pues en el ínterin, al margen de la corriente dominante, han aparecido otras denominaciones: aménagement linguistique en Quebec, normalización en Cataluña, cada una con efectos de sentido particulares y de importancia desigual. Los catalanes por ejemplo, (Lluís Aracil en primer lugar y luego todos los investigadores que se agrupan bajo la etiqueta de "sociolingüística catalana") quieren distinguir la normalización de la sustitución o la asimilación. En un conflicto

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lingüístico en el cual el español es lengua dominante, y el catalán, lengua dominada, es conveniente para ellos "normalizar" una situación "anormal". De hecho, se trata más de un programa político que de un concepto: frente al español impuesto por el poder franquista, los lingüistas catalanes militan a favor de su lengua, que quieren promover a las funciones hasta entonces ocupadas por la lengua del Estado. Los quebequenses, por su lado, prefieren aménagement linguistique a planification, para evitar hacer referencia a la intervención planificadora del Estado. Aquí la diferencia no es en absoluto teórica sino que constituye más bien una cuestión de embalaje: se presenta el mismo producto bajo otro nombre, y Rainer Enrique Hamel tiene razón en señalar que "los tres términos planificación, normalización y aménagement refieren al mismo núcleo conceptual pero se distinguen por sus connotaciones".7 En el mismo orden de ideas, el término glottopolitique, "glotopolítica", aparecerá en francés bajo la pluma de Marcellesi y Guespin, con definiciones vacilantes,8 sin que esta innovación terminológica trastornara el campo conceptual considerado.

En este conjunto de textos y análisis hay que hacer notar una importante diferencia de perspectiva entre los investigadores norteamericanos y los europeos. Los primeros tienden a poner el acento ante todo en los aspectos técnicos de esta intervención en las situaciones lingüísticas que constituye la planificación y se plantean bastante poco la cuestión del poder que se encuentra detrás de los que la deciden. La planificación parece, para ellos, mucho más importante que la política, y a veces queda la impresión de que verían con agrado la posibilidad de una planificación sin política: así, el sintagma language planning ha podido cubrir por sí solo durante varios años un campo que corresponde en forma manifiesta a dos procedimientos ciertamente complementarios pero que es preciso distinguir cuidadosamente: las decisiones del poder (la política) y el paso a la acción (la planificación). Los investigadores europeos (franceses, españoles, alemanes), en cambio, parecen más involucrados en la cuestión del poder, si bien los sociolingüistas catalanes se sitúan en un sistema de reemplazo de un poder por otro.

Por lo demás, el período en el que aparecen estas nociones en la literatura científica y, al mismo tiempo, los intentos de formalizar las situaciones de plurilingüismo (diglosia, fórmulas tipológicas, etc.) que presentaremos en el capítulo siguiente no deja de tener vínculos con la época. Los primeros textos de Haugen (sobre la planificación lingüística en Noruega) y Ferguson (sobre la diglosia) datan del mismo año, 1959, y los años sesenta y setenta verán multiplicarse las publicaciones en estos dos campos. Estos años son los que siguen inmediatamente a la descolonización de numerosos países africanos y asiáticos, y el título de una de las primeras obras publicadas en este terreno, Language Problems of Developing Nations (Nueva York, 1968), es característico del campo conceptual en el que nace esta disciplina. Paralelamente aparecen reflexiones sobre las relaciones entre lengua y nacionalismo (Joshua Fishman, Language and Nationalism, Newbury House Publishers, Rowley, Mass., 1972), sobre la situación lingüística de las antiguas colonias (Louis-Jean Calvet, Linguistique et colonialisme, París, 1974), sobre la situación de la lengua catalana en España (Aracil, Ninyoles). En Can Language be Planned (1971) los estudios de casos se refieren a Irlanda, Israel, Filipinas, el Africa oriental, Turquía, Indonesia, Pakistán: uno tien e la impresión de que el acento está puesto en los países nuevos, recientemente independientes, en vías de desarrollo, como si los países europeos no fueran afectados por la política lingüística. Y, a comienzos de los años 90, una colección de obras publicada en Francia, bajo la dirección de Robert Chaudenson, aludirá por su título mismo (lenguas y desarrollo) al trabajo de 1968 señalado más atrás: la política lingüística parece haber nacido como respuesta a los problemas de los países "en vías de desarrollo" o de las minorías lingüísticas.

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Más tarde los problemas lingüísticos del Quebec, los que se suscitan en los Estados Unidos por la inmigración hispanoparlante y luego, en Europa, por la construcción de la CEE, mostrarán que la política y la planificación lingüísticas no están ligadas solamente al desarrollo o a las situaciones postcoloniales. El texto fundador de Haugen sobre Noruega habría podido hacerlo pensar: las relaciones entre lengua(s) y vida social son a la vez problemas de identidades, cultura, economía, desarrollo, problemas a los que no escapa ningún país. Y se caerá en la cuenta de que hay también una política lingüística de la francofonía, de la anglofonía, etc. Desde este punto de vista, la aparición de nuevas naciones habrá servido simplemente como revelador.

Repitámoslo: nos ocupamos aquí de la emergencia de un concepto, el de política/planificación lingüística, que implica a la vez un acercamiento científico a las situaciones sociolingüísticas, la elaboración de un tipo de intervención sobre estas situaciones y los medios para esta intervención. Se pueden encontrar prefiguraciones de carácter incuestionablemente científico en los lingüistas del círculo de Praga, por ejemplo, que intervinieron en el campo de la estandarización del checo,9 o en Antoine Meillet, quien dio su punto de vista sobre la Europa lingüística.10 Pero no son más que antecedentes, que hemos optado por no evocar en esta breve presentación histórica.

II. El primer modelo de Haugen Cuando aparece el término planning, "planificación", en la literatura lingüística, es

tomado en su sentido económico y estatal: determinación de objetivos (un plan) y provisión de los medios necesarios para alcanzar esos objetivos. Es así como puede hablarse de la planificación de la natalidad, de la planificación de la economía, etc. En los años veinte y treinta, solo la Unión Soviética disponía de un plan, y es esencialmente en la segunda parte de este siglo cuando se generaliza esta práctica. Pero esta generalización se llevó a cabo a partir de principios diferentes. En efecto, es necesario distinguir la planificación indicativa o incitativa, que se apoya en la concertación entre las diferentes fuerzas sociales, y la planificación imperativa, que supone la socialización de los medios de producción. La primera es la que se ha practicado en los países occidentales; la segunda caracterizaba los países del Este. En ambos casos, sin embargo, esta planificación tiene puntos en común: es nacional, se basa en el análisis de perspectivas a mediano y largo plazo, requiere de la elaboración y luego la ejecución de un plan y, por último, es susceptible de evaluación.

El aspecto "nacional" o "estatal" de la política lingüística que aparece aquí es un rasgo importante de su definición. En efecto, cualquier grupo puede elaborar una política lingüística: una diáspora (los sordos, los gitanos, los hablantes de ídish, etc.) puede reunirse en congresos para determinar una política, y un grupo minoritario dentro de un Estado (los bretones en Francia, por ejemplo, o los indios quechuas en Ecuador) puede hacer lo mismo. Pero sólo el Estado tiene el poder y los medios para pasar al estadio de la planificación, poner en práctica sus opciones políticas. Es por ello que, sin excluir la posibilidad de políticas lingüísticas que trasciendan las fronteras (es el caso de la francofonía, por, ejemplo, pero se trata entonces de una reunión de Estados) ni la de política lingüística que involucre a entidades más pequeñas que el Estado (las lenguas regionales, por ejemplo), hay que admitir que en la mayoría de los casos las políticas lingüísticas son obra del Estado o de una entidad en el seno del Estado que disponga de cierta autonomía política (como Cataluña, Galicia o el País Vasco en España).

La manera en que Haugen, en su comunicación en la reunión de Los Angeles en 1964, definía la noción de planificación muestra que se situaba en este campo ideológico: "La planificación es una actividad humana que surge de la necesidad de encontrar una solución

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a un problema. Puede ser completamente informal y ad hoc, pero puede ser también organizada y deliberada. Puede ser emprendida por individuos privados o ser oficial. (...) Si la planificación está bien hecha, comprenderá etapas tales como la indagación extensiva de datos, la consideración de planes de acción alternativos, la toma de decisiones y su puesta en práctica."11

De hecho, Haugen partía esencialmente del problema de la norma lingüística y la estandarización. Citaba, por ejemplo, al gramático indio Panini (que vivió en el siglo IV antes de nuestra era), o incluso a los gramáticos griegos y latinos, definía la planificación como "la evaluación del cambio lingüístico" y, consciente de las contradicciones entre este enfoque y las posiciones resueltamente descriptivas y no normativas de la lingüística, planteaba que la planificación lingüística debía ser un intento de influir en las elecciones en materia de lengua; se situaba así implícitamente del lado de lo que más arriba he llamado la planificación indicativa. Además, sus referencias pasaban por la teoría de la decisión, que se utiliza esencialmente en el dominio del "management" o, si se prefiere, de la gestión económica. En este campo se apela en general al modelo de Herbert Simon, quien distingue cuatro fases:

- diagnóstico de un problema;- concepción de las soluciones posibles;- elección de una de las soluciones;- evaluación de la solución adoptada.

El plan que elegía Haugen para presentar la planificación lingüística estaba inspirado directamente en este modelo, puesto que analizaba los diferentes estadios de una planificación lingüística como un "procedimiento de decisión": los problemas, los que toman las decisiones (en adelante, "decisores"), las alternativas, la evaluación y la puesta en práctica.

- Los problemas se reducen todos, para él, al caso general de la no comunicación: puede haber fracaso relativo cuando los hablantes hablan formas diferentes de la misma lengua, o fracaso total, cuando los hablantes no hablan la misma lengua.

- Los decisores. ¿Quién dispone de la autoridad suficiente para dirigir y controlar el cambio lingüístico? Haugen señala ante todo que la aparición de las primeras gramáticas y los primeros diccionarios de las lenguas modernas coinciden en los siglos XV y XVI con la emergencia de países ricos y poderosos. Así ocurre, por ejemplo, con la gramática española de Nebrija (1492), la fundación de la Academia Francesa por Richelieu (1635), etc. Luego, a partir del siglo XIX, los progresos de la instrucción y la difusión de la literatura hicieron necesaria una estandarización de las lenguas y surgieron individuos preocupados por normalizar su lengua: Mistral para el provenzal, Aasen para el danés, Korais para el griego, etc. Esos hombres, esos primeros "planificadores lingüísticos", que eran, según Haugen, mitad lingüistas y mitad patriotas, eran entonces individuos aislados y su obra respondía a la iniciativa individual. A la inversa, la intervención en la lengua turca decidida por Attatürk se enmarca en una dictadura; entre estos dos extremos encontramos toda una variedad de organizaciones que han intervenido en la lengua: iglesias, sociedades literarias o científicas, etc.

- Las alternativas. Haugen destaca en primer término que si bien existen grupos más pequeños que la "nación", como los galeses, o más grandes que la "nación", como los judíos, que tienen problemas lingüísticos, es en el seno de la "nación" donde se encuentran los medios oficiales para desarrollar una planificación lingüística. Luego, refiriéndose a las funciones de la lengua tales como las desarrollara Jakobson, Haugen explica que la lengua no sirve solo para comunicar información; también dice cosas sobre el hablante o sobre el grupo. La función de comunicación lleva a la uniformidad del código; la función de

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expresión lleva en cambio a su diversificación. Por eso, el fin de la planificación no es necesariamente terminar en un código uniforme: puede apuntar a la diversidad o a la uniformidad, al cambio o a la estabilidad.

- La evaluación de las diferentes soluciones pasa por la identificación de las formas lingüísticas en cuestión, de manera de fijar los límites dentro de los cuales es posible intervenir. Conviene saber si existe una norma o varias, si existen una o varias ortografías. Por último, es necesario dotarse de criterios objetivos que, en relación con los fines establecidos, permitan elegir la solución. De manera general, escribe Haugen, una forma lingüística es eficaz si es fácil de aprender y fácil de utilizar.

- La puesta en práctica. Haugen señala que los decisores son, a fin de cuentas, los usuarios de la lengua, y que por lo tanto son ellos quienes deben ser llevados a aceptar la solución adoptada. Desde este punto de vista, el individuo prácticamente no tiene peso fuera del que le confiere su autoridad personal o científica. El gobierno, en cambio, controla el sistema escolar, los medios, y su mejor estrategia consiste en introducir a través de la escuela la reforma lingüística elegida.

Sorprenderá al lector de este texto el hecho de que Haugen, en aquella época, no inventa nada. Parte de su buen conocimiento de la historia lingüística de Noruega, toma algunos conceptos de la economía (planificación) y de la gestión (teoría de las decisiones) y los proyecta sobre ejemplos de intervención estatal en las lenguas (Noruega, Grecia, Turquía, etc.). Al proponer así un sintagma nuevo, el de planificación lingüística, no crea un concepto sino que más bien delimita un dominio de actividad, sin desarrollar la menor crítica de las nociones que adopta. Apenas se plantea el problema del poder, de las relaciones de fuerza de que dan cuenta las relaciones lingüísticas, lo que se explica en parte por el hecho de que no toma en cuenta el plurilingüismo, los problemas de relaciones entre las lenguas, pero también porque se sitúa en una concepción liberal norteamericana de la planificación. Tampoco se plantea el problema del control democrático sobre las decisiones de los planificadores; considera que el Estado debe elegir y aplicar la solución que le parezca la más adecuada para resolver un problema. De hecho, en todo ello hay exportación y aplicación mecanicista de los modelos utilizados en la economía liberal y la gestión de empresas, sin ningún análisis sociológico de las relaciones de fuerza en juego. La planificación lingüística se reduce en esa época básicamente a la propuesta de soluciones relativas a la estandarización de las lenguas, sin que los lazos entre lenguas y sociedades sean tomados verdaderamente en cuenta.

III. El enfoque "instrumentalista": P. S. Ray y V. Tauli

No faltan las definiciones que presentan la lengua como un "instrumento de comunicación" y es fácil ver lo que tienen de restrictivo cuando dejan de lado lo esencial de la lengua, esto es, sus relaciones con la sociedad. Al precio de esta restricción se ha podido construir los enfoques estructuralistas de la lengua, y es contra esta restricción que se ha desarrollado una nueva manera de abordar los hechos de lenguas que se ha bautizado "sociolingüística", pero que constituye en realidad la lingüística en sentido amplio, asumiendo hasta sus últimas consecuencias la definición de la lengua como "hecho social".

Se encuentra este enfoque instrumentalista en ciertos textos que marcan la aparición de la política lingüística. Así, Punya S. Ray, en un libro publicado en 1963,12 insistía en el carácter instrumental de la lengua y consideraba que era posible mejorar su funcionamiento interviniendo en la escritura, la gramática o el léxico. Su enfoque era relativamente simplista: por una parte, se puede evaluar la eficacia de una lengua, su racionalidad, su

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normalización y, por la otra, mejorar la lengua desde estos diferentes puntos de vista, como se cambia en una máquina una pieza defectuosa.

Es lícito criticar esta consideración de la lengua como una herramienta cuyo funcionamiento se puede mejorar, pero el problema de la evaluación (en este caso, de las lenguas; en otros, de las situaciones lingüísticas) seguirá ocupando el centro de las reflexiones previas a una intervención planificadora. ¿Cómo medir el grado de eficacia de una lengua? Esta pregunta, central en la intervención de Ray, está evidentemente mal planteada y, por lo tanto, queda sin respuesta. Una lengua no es por sí misma racional o eficaz; responde o no a necesidades sociales, sigue o no la progresión de la demanda social. El problema es, en realidad, saber en qué medida la organización lingüística de una sociedad (las lenguas en presencia, sus dominios de uso, etc.) responde a las necesidades comunicativas de esta sociedad, pero este enfoque era difícilmente imaginable a comienzos de los años sesenta, en ausencia de formalización de la sociolingüística naciente.

Valter Tauli se sitúa en la misma posición cuando propone en 1968 una "introducción a una teoría de la planificación lingüística".13 Hace, por cierto, algunas referencias a la naturaleza social de la lengua, como por obligación, pero según él la lengua es esencialmente un instrumento, en el sentido más trivial del término, un instrumento cuyo funcionamiento se puede mejorar, tarea que le cabe a la planificación lingüística. Ya en 1962 presentaba este planteo con fuerza:

"Puesto que la lengua es un instrumento, se sigue de ello que una lengua puede ser evaluada, alterada, corregida, regulada, mejorada, y nuevas lenguas pueden ser creadas a voluntad."14

Pero ¿cómo evaluar una lengua? Tauli imagina esta evaluación según el modelo de un decatlón, esa competencia deportiva en la cual se les asigna a los atletas cierta cantidad de puntos según sus performances en diez disciplinas diferentes. Pero esta metáfora no le provee los medios para evaluar globalmente una lengua, y su posición queda reducida a un enfoque puntilloso que selecciona ciertos dominios con un dogmatismo llamativo. Así, según él, el orden "normal" de las palabras en la oración es el orden sujeto-verbo; la distinción entre masculino, femenino o neutro es inútil y absurda; la escritura debe ser alfabética y estar fundada en un análisis fonológico, etc., y el papel del planificador será el de modificar el instrumento lengua para acercarlo a esta normalidad. "La planificación lingüística", escribe Tauli, "es una actividad cuyo fin es el mejoramiento y la creación de lenguas."15

Si bien las posiciones de Ray y Tauli, a veces en los límites de lo absurdo, parecen un callejón sin salida, evidencian los vínculos entre el grado de conceptualización que había alcanzado la lingüística y el modo de teorización de la planificación lingüística. Este instrumentalismo fue posible debido a una lingüística que analizaba la lengua desde un punto de vista interno, haciendo abstracción de su aspecto social, y sus posiciones a veces caricaturescas señalan al mismo tiempo los defectos e insuficiencias de esa lingüística.

El lector habrá notado que, hasta aquí, los teóricos de la planificación lingüística no parecen interesarse más que en la lengua, en su estandarización, su "mejoramiento", y esto también debe ponerse en la cuenta de la lingüística estructural y su enfoque interno. Pero la planificación lingüística pronto se interesará en otras cuestiones; pasará de los problemas de forma a problemas de estatuto, evolución paralela a la de la lingüística, que se convierte lentamente en sociolingüística.

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IV. El segundo modelo de Haugen

En 1967, Heinz Kloss había propuesto distinguir entre "lenguas Abstand" (en alemán: "distancia", "separación") y lenguas "Ausbau" (en alemán: "desarrollo"): por una parte, las lenguas que se perciben como aisladas, independientes, y, por la otra, las que se perciben como vinculadas a lenguas próximas, de una misma familia.16 Esta distinción repercutía en los problemas de planificación lingüística. El griego, por ejemplo, lengua "Abstand", al igual que el vascuence o el húngaro, no es percibido como parte de un contínuum de variaciones, característico de lenguas "Ausbau" como el italiano, el español, el portugués o el francés, o como el alemán, el danés, el inglés, el holandés, y esta diferencia de estatus tiene claras influencias en los problemas lingüísticos de Europa. En efecto, se podría dividir los países de la CEE en dos grupos, el de las lenguas germánicas y el de las lenguas romances, pero el griego o el vascuence escapan a esta clasificación... Dos años más tarde, Kloss introducía una distinción, que tendrá importantes repercusiones, entre planificación del corpus y planificación del estatus.17 La planificación del corpus se refiere a las intervenciones en la forma de la lengua (creación de una escritura, neología, estandarización, etc.), en tanto que la planificación del estatus, a las intervenciones en las funciones de la lengua, su estatus social y sus relaciones con las demás lenguas. Así, se puede querer cambiar el vocabulario de una lengua, crear nuevas palabras, luchar contra los préstamos, y todo eso corresponde al corpus, pero también se puede querer modificar el estatuto de una lengua, promoverla a la función de lengua oficial, introducirla en la escuela, etc., y esto corresponde al estatus. Esta distinción volvía mucho más amplio el campo de la política lingüística y se separaba notablemente del enfoque instrumentalista que acabamos de describir.

Desde entonces, en la literatura referida a la planificación lingüística se observa una tendencia a presentar las diversas operaciones en términos dicotómicos, comenzando por Haugen, quien, en 1983, retoma esta distinción y la integra a su modelo.18 Su presentación se resume en el siguiente esquema, que cruza las nociones de estatus y corpus con las de forma y función de la lengua:

Forma(planificación lingüística)

Función(cultivo de la lengua)

Sociedad (planificación del estatus)

1. Elección(proceso de toma de decisión)a) identificación del problemab) elección de una norma

3. Aplicación(proceso educacional)a) correcciónb) evaluación

Lengua (planificación del corpus)

2. Codificación (estandarización)a) transcripción gráficab) sintaxisc) léxico

4. Modernización(desarrollo funcional)a) modernización de la terminologíab) desarrollo estilístico

Para ilustrar este esquema tomemos un ejemplo concreto, el de Indonesia. El primer momento lo constituye la elección de una norma: se identifica el problema (estadio 1 a), en este caso, saber cuál será la lengua del Estado, y se elige reemplazar la lengua colonial, el holandés, por el malayo (estadio 1 b). La decisión se toma en 1928, en una reunión del Partido Nacional Indonesio, es decir, mucho antes de que Indonesia accediera a la independencia. En aquel momento preciso de la historia tenemos un ejemplo de política lingüística que no puede ser puesta en vigor porque, como hemos dicho, la planificación requiere del Estado.

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En un segundo momento se va a estandarizar esta lengua en los niveles gráfico, sintáctico y léxico (estadios 2 a, b y c). El malayo era, en efecto, una lengua vehicular de formas fluctuantes y era conveniente fijar una norma.

Luego, una vez resueltos los problemas formales, se pasa a los funcionales: difusión de la norma elegida, corrección, evaluación (3 a, b). Pero esto sólo se podrá llevar a cabo después de la independencia, en 1946.

Por último, la puesta en práctica requiere que la lengua sea "modernizada", es decir, que se creen el vocabulario y los estilos necesarios para las nuevas funciones que cumple. Es así como, inspirándose preferentemente en palabras malayas, o en palabras de otras lenguas locales u otras lenguas asiáticas, el Komisi Bahasa Indonesia (comité de la lengua indonesia) elaboró el vocabulario funcional de la lengua rebautizada bahasa indonesia, "lengua indonesia".

Se puede ver que en este esquema el recorrido de la planificación lingüística esbozado por Haugen (del estadio 2, elección de una norma, al estadio 4, modernización de la lengua) aparece a la vez como técnico y burocrático: hay un decisor (por lo general, el Estado) que elige una lengua para que cumpla cierta función (la oficial, por ejemplo), confía a especialistas la tarea de codificar esta lengua y luego pone en práctica su elección (la lengua es utilizada en los diferentes niveles del aparato de Estado: enseñanza, medios de comunicación, etc.), eventualmente la corrige, etc. Pero en ningún lugar de este esquema aparece la menor crítica a los procesos de decisión, la menor sugerencia de una posible consulta democrática a las poblaciones afectadas o de un control democrático de los estadios 1 (elección) y 2 (codificación): si bien la lengua pertenece a quienes la hablan, el problema de la lengua es aquí asunto del Estado, y esto, en ciertas situaciones, como la de Francia, no deja de generar conflictos entre ese Estado, los hablantes de la lengua nacional y las minorías lingüísticas del territorio.

V. El aporte de la sociolingüística "nativa"

En todo lo que antecede los teóricos y a veces los prácticos de la planificación lingüística no estaban implicados personalmente en las situaciones en las que intervenían: su estatus era el del especialista que observa una situación, la evalúa, hace propuestas de cambio u ordenamiento y eventualmente las aplica. Si apelamos a una metáfora médica, actuaban como un cirujano que abre un cuerpo, identifica el mal y opera. La originalidad del aporte de los sociolingüistas catalanes, occitanos o hablantes de créole reside en el hecho de que el cirujano era al mismo tiempo paciente, que teoría y práctica estaban estrechamente ligadas.

La situación de Cataluña bajo el franquismo habría podido servir de ejemplo a Ferguson cuando presentó su concepto de diglosia: el español era allí la variedad alta, lengua del Estado, de la escuela, la justicia, etc., mientras que el catalán, variedad baja, estaba reservado a la comunicación familiar, íntima. Pero Ferguson tenía una visión estática de la diglosia: aparecía en él como un reparto funcional armonioso de los usos, y es precisamente esta visión la que será cuestionada por lingüistas "nativos", es decir, surgidos de situaciones diglósicas, en especial Robert Lafont del lado de los occitanos,19 Lambert-Félix Prudent del lado de los creolófonos20 y Lluís Aracil del lado de los catalanes. La diglosia, dicen, no es una coexistencia armoniosa entre dos variedades lingüísticas sino una situación conflictiva entre una lengua dominante y una dominada. Ahora bien, escribe, por ejemplo, Lluís Aracil,21 este conflicto no puede desembocar sino en dos situaciones: o bien la lengua dominada desaparece en provecho de la dominante (es lo que él llama sustitución), o bien recupera sus funciones y derechos (es lo que llama normalización).

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Este enfoque debe situarse en un análisis de tipo cibernético de las situaciones lingüísticas, que considera el par lenguas/sociedad como un homeostato, es decir, como un sistema que funciona según el modo de la autorregulación. Aracil proponía distinguir entre las "funciones sociales de la lengua" y las "funciones lingüísticas de la sociedad"; las relaciones entre estos dos conjuntos podían desembocar en la sustitución o en la normalización. En el primer caso, cuando las funciones lingüísticas de la sociedad no encuentran respuesta adecuada en las funciones sociales de la lengua, este déficit en uno de los conjuntos crea por "feedback positivo" un déficit de las funciones recíprocas en el otro conjunto, y esta amplificación desemboca, por multiplicación del déficit inicial, en la sustitución. En el segundo caso, en cambio, el déficit acarrea por "feedback negativo" una regulación, una autocorrección o un esfuerzo compensatorio entre las funciones lingüísticas de la sociedad y las funciones sociales de la lengua, que desemboca en la normalización. Sobre estos puntos, pues, la sociolingüística catalana proporcionaba a la política lingüística proveniente de América del Norte un marco teórico que le faltaba, estableciendo el vínculo entre las situaciones lingüísticas (por ejemplo, la diglosia) y las situaciones sociales.

En el origen, este modelo cibernético es descriptivo, explicativo. Pero la noción de normalización lingüística irá cobrando en Cataluña un sentido más militante. En efecto, el feedback negativo que reorganiza las funciones lingüísticas de la sociedad es, en el plano teórico, el producto de una autorregulación. Pero es posible concebir también que la acción militante desemboque en el mismo resultado cuando actúa sobre la demanda social para justificar una oferta lingüística. Por ejemplo, se puede considerar que la difícil situación de lenguas regionales como el bretón, el occitano, el vascuence, etc., es el resultado de una ausencia de demanda social: estas lenguas existen pero no tienen utilidad social y están, por ende, condenadas a desaparecer. Pero es posible que la intervención humana (y ya no la autorregulación homeostática) actúe sobre la demanda social para justificar la oferta lingüística: si hay grupos que reclaman, por ejemplo, por razones identitarias, el derecho a sus lenguas, entonces esas lenguas tienen ipso facto un papel y un lugar en la sociedad.

Este deslizamiento progresivo de lo teórico hacia lo militante estaba propiciado, desde luego, por la situación de Cataluña que, luego del retorno de la democracia en España, recuperaba su autonomía y disponía de posibilidades de intervención política o legislativa. Al promulgarse en Cataluña la ley de normalización lingüística (Llei de Normalització Lingüística a Catalunya, 23 de abril de 1983), la noción misma de normalización se ve modificada: esta ya no es producto de la autorregulación sino de la voluntad humana, de la intervención del poder público.

He señalado más arriba que los primeros teóricos –norteamericanos- de la política y la planificación lingüística pecaban por falta de visión teórica y que tendían a descuidar el aspecto social de la intervención planificadora en las lenguas. Frente a ellos, los lingüistas europeos, especialmente los lingüistas hablantes de lenguas dominadas, han insistido en la existencia de conflictos lingüísticos y contribuido notablemente a enriquecer la teoría. Pero su propia situación los impulsaba a mezclar las cosas y a pasar lentamente de lo teórico a lo militante. Este deslizamiento tuvo al menos el mérito de recordarnos que en política lingüística hay también política, y que las intervenciones en la lengua y en las lenguas tienen un carácter eminentemente social y político. Pero nos recuerda al mismo tiempo que las ciencias rara vez están a salvo de contaminaciones ideológicas y que tampoco la política y la planificación lingüísticas escapan a esta regla.

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Notas

1 Einar Haugen, “Planning in Modern Norway”, in Anthropological Linguistics, 1/3, 1959.2 Einar Haugen, “Linguistics and Language Planning”, in William Bright, Sociolinguistics, La Haya, Mouton, 1966.3 Joshua Fishman, Sociolinguistics, Rowley, Mass., Newbury House Publishers, 1970.4Language Problems of Developing Nations, Nueva York, 19685 Can Language be Planned?, editado por Joan Rubin y Björn Jernudd, Honolulu, The University Press of Hawaii, 1971.6 Pierre-Étienne Laporte, “Les mots clés du discours politique en aménagement linguistique au Québec et au Canada”, in Le plurilinguisme européen, París, 1994, pp. 97-98.7 ”Políticas y planificación del lenguaje”, in Iztapalapa, nº 20, 1993, México, p. 11.8 “La glotopolítica es esencialmente el problema de la minorización” (Marcellesi, “De la crise de la linguistique à la linguistique de la crise: la sociolinguistique”, in La Pensée, nº 209, 1980), o también “designa los diversos enfoques que una sociedad tiene de la acción sobre el lenguaje, sea o no consciente” (Guespin y Marcellesi, Pour la Glottopolitique, Langages, nº 83, 1986).9 Véase Didier de Robillard, L´aménagement linguistique: problématiques et perspectives, tesis, Universidad de Provence, 1989, t. 1, pp. 53-71.10 Louis-Jean Calvet, “Antoine Meillet, la politique linguistique et l’Europe: les mains sales”, in Plurilinguismes, nº 5, París, CERPL, 1993.11 Op. cit., pp. 51-52.12 Punya S. Ray, Language Standardization: Studies in Prescriptive Linguistics, La Haya, Mouton, 1963.13 Introduction to a Theory of Language Planning, Uppsala, 1968, pero redactado desde 1962.14 Valter Tauli, “Practical Linguistics: The Theory of Language Planning”, Proceedings of the Ninth Congress of Linguists, Cambridge, Mass., 1962, La Haya, Mouton, 1964, p. 605.15 Op. cit, p. 608.16 Heinz Kloss, “Abstand Languages and Ausbau Languages”, in Anthropological Languages, 9, 1967.17 Id., Research Possibilities on Group Bilingualism: A Report, Quebec, CIRB, 1969.18 Einar Haugen, “The Implementation of Corpus Planning: Theory and Practice”, in Juan Cobarrubias y Joshua Fishman, Progress in Language Planning. International Perspectives. Mouton, 1983.19 Robert Lafont, “Un problème de culpabilité sociologique: la diglossie franco-occitane”, in Langue française, 9, 1971.20 Lambert-Félix Prudent, “Diglossie et interlecte”, in Langages, 61, 1981.21 Lluís Aracil, Conflicte lingüistic i normalització lingüística a l’Europa nova, 1965, en francés (mimeo), versión catalana, Barcelona, 1982.

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Capítulo 2TIPOLOGÍAS DE LAS SITUACIONES PLURILINGÜES

En el capítulo anterior recorrimos el nacimiento de las nociones de planificación y política lingüísticas. Pero el procedimiento que aparecía en estos diferentes textos, que partían del diagnóstico de un déficit de comunicación, de un "problema", para llegar a la concepción de las soluciones posibles, luego a la elección de una de ellas y por último a su aplicación, requería que se dispusiera, por una parte, de medios científicos para evaluar las situaciones y, por la otra, de medios de intervención en esas situaciones. Y se comprende por qué, como lo señalábamos, estos primeros enfoques solo se preocupaban por la intervención en la lengua: en aquella época, la lingüística no tenía los medios para describir otra cosa que la lengua en sí misma; era incapaz de aprehender su objeto de estudio en sus relaciones con la sociedad y su historia. En efecto, paralelamente a las primeras preocupaciones de política lingüística se desarrolla lo que se denomina hoy la sociolingüística, y esta dará a aquella los medios científicos que necesitaba. Estos instrumentos son los que presentaremos en este capítulo.

I. Ferguson y Stewart

Paralelamente a los primeros textos sobre la planificación lingüística, que, según vimos, se interesaban esencialmente en la acción sobre la lengua y, por tanto, no tomaban en cuenta las situaciones plurilingües, a pesar de que son ampliamente mayoritarias en el mundo, se ven aparecer a comienzos de los años sesenta intentos de diseñar modelos de las situaciones plurilingües, y el primero de ellos es sin duda el artículo de Charles Ferguson sobre la diglosia.1 El autor modelizaba allí situaciones en las cuales coexisten dos variedades de una misma lengua (daba cuatro ejemplos: árabe clásico / árabe dialectal, alemán estándar / suizo alemán, katharévousa / demótiki, francés / créole haitiano), variedades que son utilizadas en situaciones precisas: lo que él llamaba "variedad alta", en los discursos políticos, los sermones, los medios masivos, etc., y lo que llamaba la "variedad baja", en las conversaciones familiares, la vida cotidiana, la literatura popular, etc. Joshua Fishman ampliará luego el modelo, abandonando la idea de relación genética entre estas dos "variedades":2 de allí en más se considera que hay diglosia cada vez que se manifiesta un reparto funcional de los usos entre dos lenguas o dos formas de una misma lengua; en consecuencia, se dirá que hay diglosia, por ejemplo, tanto entre el árabe clásico y el árabe dialectal como entre una lengua europea y una o varias lenguas africanas. Y este concepto tendrá un éxito enorme en la literatura científica: se pudieron relevar más de 3000 artículos o libros consagrados a la diglosia entre 1960 y 1990.3 Más tarde se lanzarán, con fortunas diversas, las nociones de triglosia,4 tetraglosia:5 el texto de Ferguson había hecho escuela, y no había razón para detener allí el paradigma. En efecto, ¿por qué no hablar de "decaglosia", de "ecosiglosia", para designar situaciones en las que coexisten diez o veinte lenguas? Todo esto en realidad procedía de una total incomprensión de lo que había

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querido hacer Charles Ferguson. Su intención era inaugurar una serie de descripciones de situaciones tipo, y esperaba que otros lingüistas describieran otras situaciones de manera de elaborar una taxonomía a partir de las cuales se construirían principios descriptivos y una teoría.

Ferguson se explayó sobre este punto en un artículo reciente: "Diglossia revisited", South West Journal of Linguistics, V, 10, nº 1, 1991. Escribe allí en particular: "Mis objeti-vos eran, en orden creciente: situaciones claras, taxonomía, principios, teorías."

Se comprende mejor su intención cuando se examinan sus intervenciones ulteriores en el campo de la tipología de las situaciones plurilingües. En efecto, saldrá a la luz otra preocupación, un intento de modelizar o formalizar las situaciones plurilingües de diferentes países.6

El texto de Ferguson dedicado a este problema es muy claro en este punto. Desde la primera fase el autor precisaba su objetivo: comparar diferentes situaciones. Luego proponía distinguir entre tres categorías de lenguas (major languages, minor languages y languages of special status), cinco tipos de lenguas (vernácula, estándar, clásica, pidgin, criolla) y siete funciones (gregaria, oficial, vehicular, lengua de enseñanza, religión, lengua internacional, lengua objeto de enseñanza). Esto le permitía poner una situación "en ecuación". Presentaba, por ejemplo, la situación del Paraguay del siguiente modo:

3 L = 2 Lmaj(So, Vg) + 0 Lmin + 1 Lspec (Cr)

fórmula que debe leerse de esta manera: hay en Paraguay tres lenguas (3 L), dos lenguas mayores (2 Lmaj), una estandarizada, oficial: el castellano (So); otra vernácula, gregaria: el guaraní (Vg), ninguna lengua menor (0 Lmin) y una lengua especial, clásica, religiosa: el latín (1 Lspc Cr).

Por lo general no se presta suficiente atención a la manera en que emergen las propuestas científicas (o incluso los descubrimientos), si bien podemos encontrar allí un inestimable material epistemológico. En este caso, la cuestión es particularmente interesante. De 1962 a 1964, en la Universidad de Washington y luego en Georgetown University, Charles Ferguson había pedido a sus estudiantes que describieran la situación sociolingüística de diferentes países; cada una de las descripciones era presentada y discutida en el seminario. Luego el trabajo evolucionó hacia la elaboración de un formato tipo: las descripciones debían presentarse en forma de un resumen de una página en inglés corriente (es decir, evitando el vocabulario técnico). Pero en la medida en que el punto de partida era la voluntad de comparar situaciones, estos resúmenes eran poco manipulables. Así nació la idea de estas profile formulas. Por supuesto, faltaba elaborar esas fórmulas. Y en primer lugar, ¿qué lenguas elegir? La respuesta fue en principio intuitiva: "Entre las lenguas que se debía incluir en las descripciones, algunas parecían tener claramente una importancia de primer orden en el proceso de comunicación nacional, otras, una importancia menor, y unas terceras incluso poca importancia comunicativa directa pero con un estatuto especial que les confería una importancia suficiente para ser incluidas. Estos tres tipos de lenguas pueden ser llamadas, de manera cómoda y transparente, major language, lengua mayor (Lmaj), minor language, lengua menor (Lmin), y languages of special status, lengua de estatuto especial (Lspec)."7 Se pasó luego a la formalización de los criterios que permitieran situar una lengua en una de las categorías. Por ejemplo, una lengua podía ser considerada como major language en un país dado si reunía una de las siguientes condiciones:

- Ser hablada por más del veinticinco por ciento de la población o por más de un millón de personas (ejemplo: el quechua en Bolivia, hablado por un tercio de la población pero sin ningún estatuto oficial).

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- Ser lengua oficial (el irlandés, por ejemplo, lengua oficial de Irlanda pero hablada solo por el tres por ciento de la población).

- Ser lengua de enseñanza en el cincuenta por ciento de las escuelas secundarias del país (por ejemplo, el inglés en Etiopía, país cuya lengua oficial es el amhárico y donde poca gente habla inglés, es, sin embargo, la lengua de enseñanza de la mayoría de las escuelas secundarias y superiores).

Un procedimiento similar se seguía con las minor languages y las languages of special status: la operación consistía en definir las categorías para que las lenguas ya elegidas en diferentes situaciones nacionales pudieran encontrar su lugar. En otros términos, era el saber de los informantes (en este caso, los estudiantes que participaban en el seminario) sobre su comunidad lingüística lo que guiaba la creación de las categorías de lenguas y los criterios de clasificación en estas categorías. Por ejemplo, la tercera condición de la definición fue determinada sin duda porque se consideraba el inglés como una "lengua mayor" en Etiopía.

Pero este tipo de informaciones (número de lenguas mayores, menores, etc.) era bastante limitado. Para agregar datos sobre los tipos y las funciones de las lenguas en presencia Ferguson adoptó una tipología propuesta por Stewart en 1962, reduciendo el número de tipos de siete a cinco (abandonaba los tipos "artificial" y "marginal") y conservando las siete funciones.

Lo que guió la emergencia del modelo de Ferguson fue, pues, un vaivén entre descripciones empíricas y formalización. Este procedimiento, que va de la recolección de datos al intento de construcción de un marco teórico, es, por cierto, coherente, pero en este caso presenta una seria desventaja: mientras no se hayan analizado exhaustivamente todas las situaciones lingüísticas, el marco será sometido a constantes revisiones, que según los casos podrán traducirse en un mejoramiento del modelo (es la versión optimista) o en su cuestionamiento (es la versión pesimista). El propio Ferguson era consciente de los límites de la empresa al señalar que presentaba "una solución poco satisfactoria a un problema al cual algunos de mis estudiantes y yo mismo nos hemos visto confrontados desde hace años: cómo comparar naciones de manera útil desde un punto de vista sociolingüístico",8 y hacía notar también que ciertas informaciones estaban ausentes de sus fórmulas (diferencia entre lenguas indígenas y lenguas de migrantes, sistemas gráficos utilizados, índices de alfabetismo, etc.).

En 1968, Stewart vuelve sobre este problema, que ya había abordado en 1962, de un modo ligeramente distinto: propone de allí en más tomar en cuenta cuatro atributos (estandarización, autonomía, historicidad, vitalidad) cuya combinación (ausencia: - o presencia: +, del atributo en cuestión) permitía definir siete tipos de lenguas según el esquema que explicita el siguiente cuadro:

AtributosTipos de lenguasEstandarización Autonomía Historicidad Vitalidad

+++----

++++---

++-++--

+--+++-

estándarclásica

artificialvernáculadialectocriollapidgin

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Agrega, además, tres funciones a las siete de Ferguson (provincial, capitalina, literaria) y reparte las lenguas de un país en seis clases según el porcentaje de la población que habla la lengua:

Clase 1: lengua hablada por más del 75% de la población.Clase 2: lengua hablada por más del 50% de la población.Clase 3: lengua hablada por más del 25% de la población.Clase 4: lengua hablada por más del 10% de la población.Clase 5: lengua hablada por más del 5% de la población.Clase 6: lengua hablada por menos del 5% de la población.

Esto le permite presentar, por ejemplo, la situación de las islas Curaçao (Antillas holandesas) del siguiente modo:

Clase 1: papiamento K(d:H = español)(léase: un criollo en situación diglósica con el español, variedad alta)

Clase 4: holandés So(léase: un estándar oficial)inglés Sigs(léase: un estándar internacional, función gregaria, lengua enseñada)

Clase 5: español Sisl (d: L = papiamento)(léase: un estándar internacional, enseñado, literario, en diglosia con el papiamento)

Clase 6: hebreo Cr(léase: un clásico, religioso)latín Crs(léase: un clásico, religioso, enseñado)

Estos intentos de formalizar las situaciones plurilingües ofrecen flancos a cierto número de críticas:

- La elección de Stewart de los atributos no es siempre evidente. Por ejemplo, decir que el criollo carece del atributo "autonomía" (porque se debe precisar "criollo de base léxica francesa, inglesa, portuguesa", etc.) es en parte cuestión de ideología: ¿por qué habría que precisar créole francés para la lengua hablada en las Seychelles, por ejemplo, y no lengua romance para el francés o lengua germánica para el inglés? ¿No hay detrás de esta presentación el rechazo a considerar los criollos como lenguas por derecho propio, y una manera de abordar las lenguas desde el punto de vista del sentido común más que desde el de la ciencia?

- Ciertas clasificaciones envejecen rápidamente (el créole haitiano, por ejemplo, hoy sería considerado como estandarizado, y muchas lenguas africanas en veinte años habrían cambiado de tipo), lo que plantea el problema de la dimensión histórica de estas fórmulas únicamente sincrónicas.

- Ciertas funciones no son evaluables de manera precisa (hay lenguas "oficialmente oficiales", como el gaélico en Irlanda, cuyo estatuto real es nulo, otras lenguas sin función oficial que sin embargo pueden desempeñar un papel importante, como el francés en Isla Mauricio, etc.).

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II. Las propuestas de Fasold

Esta visión que ilustran los trabajos de Ferguson y Stewart fue abandonada por largo tiempo y retomada por Fasold en 1984.9 En primer término resume los textos de Ferguson y Stewart que acabamos de evocar, y luego aborda el problema desde un punto de vista ligeramente distinto:

- Señala, por una parte, cierta predictibilidad de las funciones que asumen las lenguas: no cualquier lengua puede cumplir cualquier función.

- Por otra parte, razona únicamente en términos de atributos y funciones: para cumplir determinada función, una lengua debe poseer ciertos atributos. Su punto de vista se resume en el siguiente cuadro:

Funciones Atributos sociolingüísticos requeridosOficial 1. estandarización

2. utilizada correctamente por cierto número de ciudadanos educados

Nacionalista 1. símbolo de identidad nacional para una parte importante de la población2. utilizada ampliamente en la comunicación cotidiana3. hablada amplia y corrientemente en el país4. que no exista en el país otra lengua importante en competencia para la misma función5. aceptada como símbolo de autenticidad6. vínculos con un pasado glorioso

Grupal 1. utilizada por todos en la conversación cotidiana2. considerada por los hablantes como elemento de unificación y diferenciación respecto de los separación de los otros

Vehicular 1. considerada como "aprendible" por al menos una minoría del país

Internacional 1. incluida en la lista de “lenguas internacionales potenciales”

Escolar 1. estandarización igual o mayor que la de la lengua de los alumnos

Religiosa 1. clásica

Estos atributos, cuya presencia garantiza que una lengua dada pueda cumplir determinada función, plantean, sin embargo, algunos problemas, en especial los dos que siguen:

- El atributo "clásico", necesario para que una lengua pueda cumplir la función "religiosa", depende de cierta concepción de la religión. ¿Qué decir, por ejemplo, de la lengua del vudú? ¿O de las lenguas de iniciación africanas? Es probable que el autor las considere lenguas clásicas, lo que da prueba de una concepción restrictiva de la religión.

- La lista de las "lenguas internacionales potenciales" de Fasold es instructiva: el autor cita el inglés, el francés, el español, ruso, alemán, "perhaps Mandarin Chinese and maybe one or two others"10 ("tal vez el chino mandarín y una o dos más"), evidenciando así una gran ceguera respecto de lenguas como el árabe, el swahili, el quechua, el bambara, el malayo, etc., que se hablan en varios países y son, por consiguiente, internacionales en el sentido propio del término. Tenemos la impresión de que Fasold considera internacionales únicamente las lenguas admitidas como lenguas de trabajo en la ONU o la UNESCO: más que dar una definición unívoca de la noción de lengua internacional, que le permitiría

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clasificar sin ambigüedad tal o cual lengua en esta categoría, ratifica el resultado de una relación de fuerzas en un momento de la historia.

Sin embargo, la idea de cruzar atributo y función era interesante y la predictibilidad así postulada podría haber encontrado un campo de aplicación en la planificación lingüística. Veamos, por ejemplo, la presentación que hacía Fasold de la situación del hindi, interrogándose sobre la cuestión de saber si esa lengua podía cumplir la función "nacionalista" en la India.

Unidad sociopolítica: IndiaFunción: nacionalista

Lengua: hindiAtributos requeridos Atributos poseídos

1. símbolo de identidad nacional2. ampliamente utilizada en la vida cotidiana3. amplia y corrientemente hablada en el país4. sin otra lengua en competencia en el país5. aceptable como símbolo de autenticidad6. vínculos con un pasado glorioso

+/-+/-+/--+

+/-(+/- indica que el atributo es poseído únicamente por una parte de la población: + para los hablantes de hindi, - para los demás)

Y esta presentación nos llevaría a concluir que el hindi tiene pocas posibilidades de cumplir la función nacionalista en la India.... Es evidente el interés de establecer fichas como ésta, si el enfoque estuviera mejor afinado, respecto de todas las lenguas de un país y todas las funciones potenciales de esas lenguas. Pero pareciera que después de la intervención de Fasold en el debate esta línea de investigación fue otra vez abandonada.

III. La grilla de Chaudenson

Más recientemente, Robert Chaudenson intentó elaborar un instrumento de medición y comparación del “estatus” y el “corpus” de la lengua francesa en los diferentes países de la francofonía.11 Su propuesta consiste en situar los diferentes países considerados con relación a las funciones (o estatus) y los usos (o corpus) de una lengua (en este caso el francés, pero, como él mismo lo señala, se podría seguir el mismo procedimiento con cualquier otra lengua: inglés, español, etc.); estos países aparecen en forma de punto en un gráfico en dos dimensiones.

El problema es saber cómo medir el estatus (tomado por Chaudenson en un sentido clásico) y el corpus (definido por él como el volumen de la producción lingüística realizado en la lengua y la naturaleza de la competencia lingüística de los hablantes). El autor propuso un modo de análisis complejo, tomando en cuenta las siguientes entradas (en su texto se encontrarán los valores numéricos asignados a cada entrada):

A. Estatus 1. Oficialidad2. Usos “institucionalizados”3. Educación 4. Medios de comunicación masiva5. Sector secundario y terciario privado

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B. Corpusa) apropiación lingüísticab) vernacularidad/vernacularización vs. vehicularidad/vehicularizaciónc) tipos de competenciasd) producción y exposición lingüísticas

En la tabla siguiente se ve el resultado de esta evaluación aplicada a tres países: Ruanda, Madagascar e Isla Mauricio.

El interés de este enfoque reside en el hecho de que permite reflexionar sobre la situación respectiva de los diferentes países del espacio francófono, sobre los agrupamientos en el gráfico que este enfoque revelaría, etc. Pero el valor de tal gráfico es principalmente pedagógico, en el sentido de que expone los resultados de un análisis, permite presentar el conocimiento y no adquirirlo: el saber que se posee antes de la grilla se vuelve a encontrar después, bajo una manifestación diferente...

Existe otro empleo posible para esta grilla, que consiste en tomar en cuenta las lenguas respecto de un país y ya no los países respecto de una lengua, como en el trabajo de Chaudenson. Para ilustrarlo, consideraré cada lengua desde tres puntos de vista:

- Su grado de uso, es decir, el porcentaje de hablantes de esta lengua en el país considerado (el corpus de Chaudenson)

- Su grado de reconocimiento, es decir, el grado de oficialidad de la lengua (el estatus de Chaudenson)

- Su grado de funcionalidad, es decir, las posibilidades que tiene la lengua de cumplir las funciones que se le asignan (lo que es asimilable a la relación atributos/funciones de Fasold)

En los gráficos se tomarán en cuenta sólo los dos primeros términos (grado de uso, grado de reconocimiento). Luego, cuando a partir del gráfico se plantee la cuestión de las estrategias de planificación lingüística, se considerará el problema del grado de funcionalidad. Lo más simple es, por ahora, ilustrar este enfoque mediante dos ejemplos: los de Marruecos y Malí. Grosso modo he seguido el cálculo de Chaudenson en lo que se

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refiere al "estatus" (el grado de reconocimiento), pero he simplificado el procedimiento en lo que atañe al "corpus" (grado de uso), tomando en cuenta sólo una evaluación (que me pertenece, puesto que no disponemos de ninguna cifra oficial) del porcentaje de la población que habla las diferentes lenguas en presencia.

Consideremos el gráfico de Marruecos. Coexisten allí tres lenguas de estatus diversos: el árabe, el berebere y el francés, y vemos que aparecen en lugares extremadamente contrastados del cuadro. El árabe tiene un estatus y un corpus de valor sensiblemente igual (es hablado por alrededor del 90% de la población y tiene el estatuto de lengua oficial); el francés, un estatus más importante que su corpus; y el berebere está en situación inversa (hablado por alrededor del cincuenta por ciento de la población, no tiene ningún estatuto oficial).

En cuanto a Malí, la situación también es contrastada, pero de manera diferente: el songhai, el peul y el tamasheq (me limito a las cuatro lenguas principales del país, pero por supuesto se podrían ubicar en este gráfico todas las demás lenguas) tienen un estatus y un corpus de igual valor, pero débil, el bambara tiene un corpus mucho más importante que su estatus y el francés se encuentra en la situación inversa:

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¿Qué utilidad pueden tener estos gráficos? Nos permiten leer inmediatamente la relación entre estatus y corpus para cada una de las lenguas y evaluar así la situación lingüística del país. Si consideramos que en general es deseable que una lengua tenga un estatus que corresponda a su corpus, tenemos tres tipos de situaciones teóricas:

1/ La de las lenguas que se encuentran sobre la diagonal (es decir, las lenguas para las cuales estatus = corpus). Evidentemente, pueden situarse más o menos por encima de esta diagonal, según sean lengua de unificación nacional (corpus cercano al valor máximo: el árabe en Marruecos) o regional (el peul o el songhai en Malí).

2/ La de las lenguas que se encuentran por debajo de la diagonal (como el francés en Malí y, de manera menos clara, en Marruecos) y que tienen un estatus sobrevaluado.

3/ La de las lenguas que se encuentran por debajo de la diagonal (como el berebere en Marruecos) y que, por lo tanto, tienen un estatus insuficiente.

Así, una tal presentación de la situación lingüística de un país puede1/ servir de base para la reflexión sobre la planificación lingüística: se percibe de un

solo vistazo las contradicciones o la coherencia entre los grados de uso y de reconocimiento de las lenguas en presencia;

2/ permitir representar, sobre el plano diacrónico, la evolución esperada de una situación luego de la intervención planificadora.

En otras palabras, tenemos un instrumento que permite establecer un diagnóstico y formular objetivos.

Tomemos un ejemplo teórico: el de la República Centroafricana, que adoptó una "ley que fija la política del ordenamiento lingüístico de la República", en términos de la cual el francés y el sango serán las dos lenguas oficiales del país. Es posible evaluar la situación de estas lenguas en términos de grado de uso y grado de reconocimiento, en el momento de la independencia del país y luego de la intervención de esta nueva política lingüística:

- En el momento de la independencia, el francés (en el gráfico: francés 1960) tenía un grado de reconocimiento máximo: era la única lengua administrativa, escolar, etc., y un grado de uso que se puede estimar en aproximadamente el 10% de hablantes, mientras que el sango (sango 1960) tenía un grado de reconocimiento nulo y un grado de uso que se puede estimar en alrededor del 80% de hablantes.

- En el año 2000, si la política adoptada es efectiva, es posible que el francés tenga un grado de uso en aumento debido a los progresos de la escolarización (la evalúo arbitrariamente en un veinte por ciento para los fines de la demostración), que el sango también progrese (90%) y que ambas lenguas se repartirán el estatus (50/50), lo que nos daría el siguiente gráfico:

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Se ve que en esta hipótesis el francés descendería y el sango ascendería hacia la línea diagonal, pero que igualmente la situación no se correspondería con lo que es deseable (corpus = estatus). Si el corpus del francés aumentara, el lugar de la lengua se acercaría a la diagonal, pero para que el sango haga el mismo desplazamiento, convendría aumentar su estatus (en detrimento del francés). Aquí se detiene la evaluación sociolingüística y comienza el terreno de las opciones de la República Centroafricana: otorgarle al sango, por ejemplo, un estatus correspondiente a su corpus supondría que se le quite al francés su estatuto de lengua oficial, y esto plantea otros tipos de problemas que no son del dominio del lingüista.

Pero, y esto nos lleva ahora al grado de funcionalidad, si frente a tal gráfico un país decide intervenir en el grado de reconocimiento de una lengua para intentar acercarla a su grado de uso, se plantea la cuestión de saber si la lengua está equipada para cumplir tal función. ¿Cómo discernir esta noción de funcionalidad? Es útil retomar aquí la idea de Fasold según la cual ciertas funciones implican ciertos atributos. Pero Fasold planteaba el problema en términos estáticos: tal lengua tiene o no tal o cual atributo y por consiguiente puede o no cumplir tal función. Mi punto de vista es mucho más dinámico y puede formularse como sigue: si queremos que tal lengua cumpla tal función, ¿qué hay que hacer para equiparla en consecuencia? Para tomar un ejemplo simplista, es evidente que para introducir una lengua en la enseñanza, es decir, para convertirla en lengua de escolarización, es necesario darle primero una transcripción, alfabética u otra, y una norma, forjar una terminología gramatical, etc. Y esto puede conducirnos a reflexiones eminentemente prácticas sobre la relación calidad/precio de un tal equipamiento, o sobre la relación costo/beneficio. Si por ejemplo, frente a lo que llamaré un gráfico de evaluación de la situación lingüística, existen varias posibilidades de política lingüística (por ejemplo, aumentar el grado de reconocimiento de una, dos, varias lenguas) se podrá hacer intervenir como uno de los elementos de decisión la relación entre el costo de la operación y el beneficio social que resultará de ella.

En los ejemplos antes señalados para ilustrar el empleo de este gráfico en el campo de la política lingüística, he hecho referencia a una acción sobre el grado de reconocimiento de las lenguas. Pero evidentemente la inversa es posible y se puede decidir también intervenir en el grado de uso de las lenguas. Los grupos minoritarios que luchan por la supervivencia de su lengua creando, por ejemplo, escuelas privadas en las que se la enseña, afanándose por transmitirla a los niños, etc., no hacen otra cosa que intentar actuar en el grado de uso de la lengua. Es decir que tenemos dos estadios sucesivos de la reflexión: elección de un tipo de acción (sobre el reconocimiento o sobre el uso) y determinación del equipamiento necesario de la lengua en el terreno de la funcionalidad. Sin embargo, una vez más, esto ya no depende del análisis sociolingüístico sino de las opciones políticas.

Estas propuestas son en gran medida programáticas, y es conveniente ahora continuar la reflexión y la experimentación en dos puntos:

¿Cómo medir de manera unívoca el grado de uso y el grado de reconocimiento de una lengua?

¿Cómo determinar en forma precisa lo que constituye la funcionalidad de una lengua?

Conclusión

De manera más general, los modelos tipológicos que hemos presentado en este capítulo distan de agotar lo que convendría saber de una situación para reflexionar sobre una eventual política lingüística. En efecto, para elaborar un modelo capaz de dar cuenta de la

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complejidad de las situaciones, sería conveniente considerar diferentes factores; la lista que sigue puede dar una idea:

1/ Datos cuantitativos: cuántas lenguas, cuántos hablantes para cada una de ellas.2/ Datos jurídicos: estatutos de las lenguas en presencia, reconocidas o no por la

Constitución, utilizadas o no en los medios, la enseñanza, etc.3/ Datos funcionales: lenguas vehiculares (y su índice de vehicularidad), lenguas

transnacionales (habladas en diferentes países fronterizos), lenguas gregarias, lenguas de uso religioso, etc.

4/ Datos diacrónicos: expansión de las lenguas, índice de transmisión de una generación a la otra, etc.

5/ Datos simbólicos: prestigio de las lenguas en presencia, sentimientos lingüísticos, estrategias de comunicación, etc.

6/ Datos conflictuales: tipos de relaciones entre las lenguas, complementariedad funcional o competencia, etc.

Es evidente que, si bien es fácil medir o discernir los cuatro primeros tipos de factores a condición, claro está, de llevar a cabo los estudios necesarios, los dos últimos son más complejos y, sobre todo, más difíciles de introducir en un modelo de tipo dicotómico. Pero de tanto querer presentar esquemas bien construidos se corre el riesgo de sacrificar la precisión por la elegancia. La grilla de Chaudenson, por ejemplo, integra con comodidad los factores cuantitativos y jurídicos, pero no deja ningún lugar a los factores simbólicos o conflictuales. Las propuestas de Fasold integran los datos funcionales y, en cierta medida, simbólicos, pero no dan cuenta del factor diacrónico. De hecho, las propuestas de Ferguson, Stewart y Fasold dan una visión estática de las situaciones que sin embargo están en perpetua evolución, tanto en el plano estadístico (cantidad de hablantes, índice de transmisión, etc.) como en el plano simbólico. Ahora bien, la evaluación previa a la determinación de una política lingüística debe tener en cuenta necesariamente las evoluciones en curso. Por ello mismo es probable que surjan nuevos modelos, más completos, más eficaces, que adopten otro enfoque. Por ejemplo, podemos imaginar un modelo informatizado que, alimentado regularmente con datos nuevos, provea "en directo" una evaluación dinámica de las situaciones.

Vemos que la reflexión sobre las situaciones de plurilingüismo nos lleva otra vez a la lengua de manera mucho más rica. Ya no se trata de actuar sobre el corpus para luchar contra préstamos, por ejemplo, o para modernizar la lengua, sino para hacerla funcional de manera que pueda desempeñar el papel que se espera que cumpla desde el punto de vista del estatus. Y este pasaje del punto de vista del corpus al del estatus, aun cuando esta dicotomía sea a menudo difícil de mantener (corpus y estatus suelen estar estrechamente imbricados; el grado de equipamiento de una lengua, por ejemplo, está en relación directa con su función social), da prueba de la evolución paralela de la ciencia lingüística: la política lingüística, como la planificación, son tributarias de la teoría en el seno de la cual son concebidas.

Pero cualquiera sea el modelo elegido, se plantea aún el problema de saber de qué medios se dispone para intervenir en la lengua y las lenguas. Son estos medios los que presentaremos en el próximo capítulo.

Notas

1 Charles Ferguson, “Diglossia”, Word, 15, 1959.2 Joshua Fishman, “Bilingualism with and without Diglossia, Diglossia with and without Bilingualism”, Journal of Social Issues, nº 32, 1967.

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3 Mauro Fernández, Diglossia, A Comprehensive Bibliography 1960-1990, Amsterdam/Filadelfia, John Benjamins Publishing Company, 1993.4 Abderrahmin Youssi, “La triglossie dans la typologie linguistique”, La Linguistique, 19, 2, 1983.5 Henri Gobard, L’aliénation linguistique: analyse tétraglossique, París, Flammarion, 1976.6 William Stewart, “An Outline of Linguistic Typology for Describing Multilingualism”, Study on the Role of Second Languages in Asia, Africa and Latin America, Washington, 1962; Charles Ferguson, “National Sociolinguistic Profile Formula”, Sociolinguistics, ed. W. Bright, La Haya, Mouton, 1966; William Stewart, “A Sociolinguistic Typology for Describing National Multilingualism”, Reading in the Sociology of Language, La Haya, Mouton, 1968.7 Ferguson, 1966, p. 310.8 Op. cit., p. 315.9 Ralph Fasold, The Sociolinguistics of Society, Londres, Blackwell, 1984.10 Op. cit., p. 76.11 Robert Chaudenson, La francophonie: représentations, réalités, perspectives, colección “Langues, économie et développement”, Institut d’études créoles et francophones, Aix-en-Provence, 1991.

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Capítulo 3LOS INSTRUMENTOS DE LA PLANIFICACIÓN LINGÜÍSTICA

La acción concertada sobre la lengua y las lenguas puede reducirse al siguiente esquema: sea S1 la situación sociolingüística inicial, que luego de analizarse se considera no satisfactoria. Sea S2 la situación que se querría alcanzar. La definición de las diferencias entre S1 y S2 constituye el campo de intervención de la política lingüística, y el problema de saber cómo pasar de S1 a S2 es el dominio de la planificación lingüística.

Así presentadas, las cosas pueden parecer simples. Sin embargo, en el capítulo anterior vimos los problemas que planteaban, previamente a las decisiones de política lingüística, la descripción y la tipología de las situaciones sociolingüísticas. Vamos a abordar ahora los problemas que aparecen con posterioridad a estas decisiones. Desde el momento en que un Estado se preocupa por la gestión de su situación lingüística surge el problema de los medios de que dispone. ¿Cómo intervenir en la forma de las lenguas? ¿Cómo modificar las relaciones entre las lenguas? ¿Cuáles son los procesos que permiten pasar de una política lingüística, estadio de las opciones generales, al estadio de su puesta en práctica, la planificación lingüística?

I. El equipamiento de las lenguas

El término "equipamiento" aplicado a lenguas puede parecer extraño, sobre todo cuando uno se ha distanciado, como lo hicimos en el capítulo I, de una concepción instrumentalista de la lengua. Sin embargo, es perfectamente apropiado, sobre todo si se recuerda el sentido primero del verbo equipar: "proveer un navío de lo que es necesario para la navegación". En efecto, si todas las lenguas son iguales a los ojos del lingüista, esta igualdad se sitúa en el nivel de los principios, es decir, en un nivel extremadamente abstracto. Pero, concretamente, no todas las lenguas pueden cumplir las mismas funciones. Por ejemplo, es evidente que una lengua no escrita no puede ser vehículo de una campaña de alfabetización, que resultará difícil enseñar informática en una lengua que no tiene vocabulario informático, enseñar gramática en una lengua que no dispone de una taxonomía gramatical, elegir una lengua hablada por una ínfima minoría de la población de un país como lengua de unificación de ese país, etc. Si por motivos políticos se desea utilizar, de todas maneras, lenguas con esas características para esas funciones, habrá que reducir sus déficit, equiparlas para que puedan desempeñar ese papel.

La escrituraEl primer estadio de este equipamiento es dar un sistema de escritura a las lenguas no

escritas, lo que requiere que primeramente se establezca una descripción fonológica de la lengua, se sepa cuál es el sistema de sonidos a transcribir. Luego será preciso elegir un tipo de escritura: ¿alfabética o no alfabética? Y en el primer caso, ¿qué tipo de alfabeto? Esta elección no surge de suyo. Cerca de un cuarto de la humanidad utiliza un sistema no alfabético, el de

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los caracteres chinos. Y cuando fue necesario transcribir las lenguas africanas, largas discusiones enfrentaron a los partidarios del alfabeto latino con los del alfabeto árabe o de una grafía indígena. Esas discusiones tenían, por cierto, un trasfondo ideológico: por una parte, hay un estrecho vínculo entre la expansión de los sistemas de escritura y la de las religiones (el alfabeto árabe está ligado al Islam, el alfabeto latino es percibido como vinculado a la cristiandad) y, por otra parte, el alfabeto latino era percibido por algunos como huella simbólica de la época colonial. Pero frente a estos dos sistemas, ambos ajenos al África negra, existían también sistemas gráficos indígenas, silabarios en general recientes que, a los ojos de sus partidarios, tenían la ventaja de constituir escrituras autónomas y afirmar la identidad africana.1 Pero las discusiones tenían también un contenido científico: el alfabeto árabe, por ejemplo, no permite transcribir las vocales de las lenguas africanas; el alfabeto latino es, en este aspecto, más preciso, más eficaz, etc. Estos debates serán zanjados a favor del alfabeto latino, al menos temporariamente, en 1966, cuando la UNESCO convoca en Bamako a una reunión de expertos de la que hablaremos en el capítulo siguiente.

En todos estos puntos se ve que la planificación lingüística pasa primero por una descripción precisa de la lengua y después por una reflexión sobre lo que se espera de un sistema de escritura. ¿Es necesario, por ejemplo, elegir una ortografía de tipo fonológico, en la cual a cada fonema le corresponde un grafema o, para decirlo de otro modo, a cada sonido una letra? ¿O hay que elegir, por el contrario, una ortografía de tipo etimológico, en la cual la forma global de una palabra nos aportará información sobre su historia y sobre la familia en la cual se inserta? En el primer caso se escribirá en francés tã para temps, taon o tant; en el segundo caso se destacará que la grafía temps, aun cuando utilice letras aparentemente inútiles, presenta la ventaja de remitir a la vez al latín tempus y a las palabras temporaire o temporiser...

Solo después de este estadio científico y técnico, cuando la lengua ya queda equipada en el plano gráfico, viene el estadio práctico: difundir el sistema de escritura elegido, es decir, producir abecedarios y manuales, organizar campañas de alfabetización, introducir la lengua recientemente transcripta en el sistema escolar y en el entorno gráfico, etc.

El léxicoOtro problema es el del léxico. El desarrollo de la ciencia y la técnica y la multiplicación

de las comunicaciones especializadas han hecho que un pequeño número de lenguas vehiculice hoy la modernidad con ayuda de un vocabulario propio, y las demás se limiten a tomar en préstamo ese vocabulario. Hoy en día la tendencia es hablar de informática, por ejemplo, utilizando un vocabulario inglés. En una escala más amplia, existen miles de lenguas que permiten cotidianamente a millones de hablantes comunicarse con satisfacción general en el marco de su vida social tradicional pero que son incapaces de garantizar una comunicación científica. Sería delicado, por ejemplo, presentar la teoría de la relatividad en una lengua indígena de Amazonia. Por supuesto, se puede juzgar que esto no tiene ninguna importancia, porque si un indio wayana de Guyana, por ejemplo, quiere especializarse en estudios nucleares lo hará en francés o en inglés. Pero una política lingüística puede decidir también equipar tal o cual lengua de manera de utilizarla para enseñar matemáticas o medicina.

Esto nos lleva a otro dominio de la planificación lingüística: el de la terminología. Su actividad principal es la creación de palabras, la neología. Se trata de determinar necesidades, inventariar el vocabulario existente (préstamos, neología espontánea), evaluarlo, eventualmente mejorarlo, armonizarlo, luego difundirlo en forma de diccionarios terminológicos, bancos de datos, etc. Esta operación puede responder a dos objetivos muy diferentes:

- Uno de ellos es el equipar una lengua para que pueda cumplir una función que no cumplía hasta entonces. Es el problema al que se han enfrentado los países del Maghreb

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cuando decidieron emprender una política de arabización, o de Indonesia cuando decidió reemplazar el holandés por el malayo como lengua oficial.

- El otro, en el marco de una lengua ya equipada, es luchar contra los préstamos, reemplazar un vocabulario ajeno por uno endógeno. Es el problema al que se han dedicado el Quebec o incluso las comisiones de terminología creadas en los diferentes ministerios franceses.

En ambos casos, sin embargo, volvemos a encontrar la importancia (señalada a propósito de la escritura) de la descripción de las lenguas, del análisis de sus procesos de creación léxica: no se forja una palabra de cualquier manera; es necesario respetar a la vez el "espíritu" de la lengua y los sentimientos de los hablantes. La terminología supone, pues, por un lado, un conocimiento preciso de los sistemas de derivación, de composición de la lengua, un inventario de las raíces, etc., pero también, que las palabras creadas, los neologismos, sean aceptadas por los usuarios, es decir, que sean ante todo aceptables. Porque un neologismo puede ser rechazado (cosa muy frecuente: sin duda, los terminólogos producen muchos más términos que nadie utilizará jamás que términos que "prenden"), ya sea porque no corresponde a los gustos lingüísticos de los hablantes, ya sea porque entra en competencia con palabras que ya están en uso, productos de la neología espontánea o del préstamo de otra lengua.

En francés, por ejemplo, si una palabra como logiciel ha podido imponerse fácilmente en lugar del término inglés software, si una palabra como remue méninges entra poéticamente en competencia con brainstorming, no es seguro que baladeur, tir d'angle, tir passant, restovite o prêt-à-monter reemplacen respectivamente a walkman, corner, passing shot, fast-food (restaurant) o kit.2 Estos neologismos parecen ir, en efecto, contra un uso ya establecido.

Veremos en los capítulos que siguen diferentes ejemplos de este tipo de acciones.

La estandarizaciónCuando un país decide promover una lengua a determinada función, puede verse

confrontado con una situación de dialectalización. Es decir que esta lengua puede ser hablada de diferente manera en todo el territorio, con una fonología diferente y un vocabulario y una sintaxis parcialmente diferentes. Se plantea entonces el problema de saber cuál será la forma que cumplirá la función elegida por los decisores. También en este caso hay diferentes soluciones. Se puede seleccionar una de las formas en presencia o se puede forjar a partir de estas una forma nueva. El primer caso supone un coup de force o centralismo jacobino si, por ejemplo, se impone el dialecto de la capital. En el segundo caso es necesaria una descripción precisa de las variaciones dialectales para intentar forjar una forma intermedia, una suerte de lugar común entre las diferentes hablas, que habrá que difundir a continuación por diferentes vías (medios masivos, escuela, etc.). Este problema se plantea ante todo en el nivel de la grafía: ¿cómo transcribir una palabra pronunciada de distintas maneras en el territorio de manera tal que todo el mundo la reconozca? Se presenta luego en el nivel léxico: ¿qué variante conservar cuando el mismo objeto o la misma noción no son nombrados de la misma manera en las diferentes formas dialectales? Por último aparece en el nivel sintáctico, por ejemplo, cuando hay que elegir la norma a enseñar.

Presentaremos un caso concreto de estandarización en el capítulo IV, a propósito de la elaboración de la lengua oficial de China Popular.

De lo "in vivo" a lo "in vitro"Las intervenciones que acabamos de reseñar sobre la transcripción de lenguas, su léxico o

su estandarización implican que es posible cambiar la lengua. Ahora bien, en todas las épocas las lenguas han cambiado, pero han cambiado de manera muy diferente, sin intervención del poder, sin planificación.

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Cuando estudiamos, por ejemplo, la historia de la escritura, vemos claramente que fue la práctica social, en respuesta a necesidades sociales, la que desempeñó el papel motor en la lenta evolución que va de los primeros signos cuneiformes mesopotámicos a los silabarios y más tarde a los alfabetos. Del mismo modo, el léxico de las lenguas siempre ha cambiado, según el modo de la neología espontánea o del préstamo. Cada vez que hubo que nombrar nuevas realidades, se lo hizo sin dificultad: la invención de la electricidad vino acompañada de la creación de la palabra electricidad, construida sobre una raíz latina, y la aparición de un nuevo juego, el fútbol, trajo consigo el préstamo del inglés football. Por último, cuando consideramos el número de lenguas que existen en la superficie del globo (entre cuatro y cinco mil, es decir, un promedio de treinta por país) podemos tener la impresión de que están dadas todas las condiciones para que los hombres no se comprendan. Sin embargo, a pesar de lo que algunos consideran como la maldición de Babel -la multiplicación de las lenguas-, la comunicación funciona en todas partes.

Es que hay dos tipos de gestión de las situaciones lingüísticas: una procede de las prácticas sociales, y la otra, de la intervención sobre esas prácticas. El primer tipo, que llamaremos gestión in vivo, concierne al modo en que la gente resuelve los problemas de comunicación con que se enfrenta cotidianamente. El resultado de esta gestión pueden ser "lenguas aproximativas" (los pidgins), o incluso lenguas vehiculares, que son o bien "creadas" (como el munukutuba en el Congo) o bien promovidas: se amplían las funciones de una lengua ya existente (como las del bambara en Mali, del wolof en Senegal o del inglés en el mundo). Ninguno de estos casos, ya sea que la comunicación quede garantizada por la "creación", ya por la "refuncionalización" de una lengua, es producto de una decisión oficial, un decreto o una ley: tenemos aquí simplemente el resultado de una práctica. Esta práctica, por lo demás, no resuelve sólo los problemas del plurilingüismo. Así, cada día, en todas las lenguas del mundo, aparecen palabras nuevas para designar cosas (objetos o conceptos) que la lengua aún no designaba. Esta neología espontánea fue particularmente activa en la época colonial en las lenguas africanas. En efecto, las sociedades colonizadas se veían confrontadas con tecnologías (el automóvil, el tren, el avión, etc.), a estructuras (la administración, el hospital, etc.) o a funciones (oficial, médico, gobernador, etc.) importadas de Occidente que era preciso nombrar. Se puede estudiar así el modo en que una población explota su competencia lingüística para forjar palabras nuevas que designan nociones nuevas. Por ejemplo, en el bambara de Malí, para designar la bicicleta se creó espontáneamente el neologismo nègèso ("caballo de hierro"), para designar el tren se utiliza la forma négésira ("camino de hierro"), que se puede analizar como un neologismo o como un calco sobre el modelo del francés chemin de fer, y para designar el cubo de hielo se dispone de un préstamo del francés glaçon, glasi y de un neologismo, jikuru (literalmente, "piedra de agua").

Pero en este libro nos ocupamos de otra aproximación a los problemas del plurilingüismo o la neología, la del poder, la gestión in vitro. En sus laboratorios los lingüistas analizan las situaciones y las lenguas, las describen, formulan hipótesis sobre el porvenir de las situaciones, propuestas para resolver los problemas, y luego los políticos estudian estas hipótesis y propuestas, toman decisiones, las aplican. Estas dos aproximaciones son, pues, extremadamente diferentes y sus relaciones pueden ser a veces conflictivas, si las elecciones in vitro van a contramano de la gestión in vivo o de los sentimientos lingüísticos de los hablantes. Por ejemplo, será difícil imponerle a un pueblo una lengua nacional que no quiere, o que considera no una lengua sino un dialecto. Será también poco coherente intentar imponer para esta función una lengua minoritaria si ya existe una lengua vehicular ampliamente utilizada. A veces incluso resulta difícil imponerle a una parte de la población una lengua mayoritaria que rechaza (es el caso del wolof en Casamance, en Senegal, lengua vehicular dominante, sí, pero al mismo tiempo rechazada por una parte de la población).

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Los instrumentos de la planificación lingüística aparecen, pues, como el intento de adaptar y utilizar in vitro fenómenos que siempre se han manifestado in vivo. Y la política lingüística se ve confrontada entonces al mismo tiempo a los problemas de la coherencia entre los objetivos que se plantea el poder y las soluciones intuitivas que el pueblo ha puesto a menudo en práctica, y al problema de cierto control democrático, de manera de no dejar que los "decisores" hagan lo que se les ocurra.

II. El entorno lingüístico

Cuando paseamos por las calles de una ciudad, al llegar a un aeropuerto, al encender un televisor en un cuarto de hotel, inmediatamente recibimos cierta cantidad de informaciones sobre la situación lingüística a través de las lenguas utilizadas en los afiches públicos, la publicidad, los programas de televisión, las canciones, etc. Pero al mismo tiempo, cuando estudiamos de cerca una situación sociolingüística, cuando llegamos a conocer bien las lenguas y variantes lingüísticas existentes, nos damos cuenta de que muchas de ellas no aparecen en estos medios.

Es esta presencia o ausencia de lenguas en su forma oral o escrita en la vida cotidiana lo que llamamos entorno lingüístico. Por ejemplo, se puede elaborar una geografía de Nueva York a partir de las lenguas que se leen en los carteles de los negocios (inglés, chino italiano, árabe, etc.) y seguir así la evolución de los cambios en curso a través de las variaciones en ese entorno. Así, a medida que se acercaba la fecha de devolución de Hong Kong a China por parte del Reino Unido (1997), se podía observar un progreso de la presencia del chino y una regresión de la del inglés en el entorno lingüístico de Hong Kong a lo largo de los años 90.

La situación de Nueva York, Hong Kong o cualquier otra capital, rica en informaciones, corresponde a lo in vivo, pero la planificación lingüística puede intervenir también en ella in vitro. De nada sirve dar un alfabeto a una lengua si este no aparece en la vida cotidiana de los hablantes de esta lengua. De modo que los carteles que indican los nombres de calles, la señalización vial, las chapas patentes de los autos, los afiches publicitarios, los programas de radio o televisión son los lugares privilegiados de intervención para la promoción de las lenguas. Un viajero que, por ejemplo, desembarcara en los años noventa en el aeropuerto de Bilbao o el de Barcelona luego de veinte años de ausencia quedaría sorprendido por la presencia de la lengua vasca en el primer caso, la catalana en el segundo, presencia debida evidentemente a una intervención planificadora en el entorno lingüístico, una conquista o reconquista de ese entorno por parte de lenguas que estaban excluidas. Del mismo modo, entre 1970 y 1980, las calles de Argel experimentaron un cambio total desde el punto de vista del entorno gráfico: el árabe reemplaza al francés en todas las funciones antes señaladas. Y esta marcación del territorio, producto de prácticas espontáneas o de prácticas planificadas, nos ofrece un instrumento de lectura semiológica de la sociedad: entre las lenguas en presencia hay algunas que se muestran y otras que apenas se perciben, lo cual no deja de tener relación con su peso sociolingüístico y su porvenir.

Es por ello que la planificación lingüística actuará sobre el entorno, para actuar por esta vía sobre el peso de las lenguas, sobre su presencia simbólica. Aquí también la acción in vitro utiliza los medios de la acción in vivo, se inspira en ella, si bien actúa de manera ligeramente diferente. Entre la práctica espontánea de un carnicero maghrebino que expone en París su razón social en árabe, por ejemplo, y la intervención de los poderes públicos que exigen que esta razón social esté indicada también en francés y que esté, por ende, traducida, hay a la vez la misma voluntad de manifestar una identidad a través de la lengua (en este caso, la lengua escrita) y dos enfoques diferentes de esta búsqueda identitaria: una pasa por comportamientos espontáneos, y la otra, por la intervención de la ley.

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Pero la función de esta marcación del territorio es la misma en ambos casos. Una inscripción en árabe, en chino o en hebreo en las calles de Nueva York o París constituye un mensaje en dos niveles. En el nivel de la denotación, en primer lugar, el mensaje limita considerablemente sus receptores potenciales (solo quienes saben leer esas lenguas pueden decodificar el mensaje). Pero al mismo tiempo, en el nivel de la connotación, la inscripción constituye otro tipo de mensaje: sin saber leer el árabe o el chino es posible reconocer estos sistemas gráficos cuya presencia desempeña entonces un papel simbólico, un papel de testimonio. La inscripción que indica en chino sobre la puerta de un restaurant "restaurant cantonés" dice dos cosas: a aquellos que saben leer chino les dice "esto es un restaurant cantonés"; a quienes no leen chino les dice "esto es chino". Y si varios negocios, unos al lado de otros, exponen su razón social en chino, la coexistencia de estas inscripciones dirá "esta es una calle china", o "este es un barrio chino". Este doble nivel de lectura nos muestra la importancia del entorno gráfico. Cuando el Estado decide intervenir en este terreno, en un primer momento la lengua que se expone puede no ser leída por la mayoría de la gente (esto depende, claro está, del grado de alfabetización de la población), pero es percibida como lo que es, como una lengua escrita, y su presencia simboliza, por tanto, una opción política. Veremos en el capítulo V un ejemplo de este tipo de intervención con el caso de la arabización en los países del Maghreb.

III. Las leyes lingüísticas

Cuando se toma una decisión, cuando se elige una opción, hay que llevarla a la práctica. Al contrario de la gestión in vivo, en la cual el cambio se difunde en la práctica de los hablantes por vía de un consenso que todavía no ha sido estudiado en detalle, la gestión in vitro debe imponerse a los hablantes, para lo cual el Estado dispone esencialmente de la ley.

La ley es, para el diccionario, una "regla imperativa impuesta al hombre desde el exterior". Lo que significa que las leyes no conciernen a los objetos, a los bienes, sino al uso que los hombres hacen de esos objetos o bienes. Para dar un ejemplo simplista, una ley no puede prohibirles a los edificios que se incendien, o a los billetes que desaparezcan, pero sí puede prohibirle al hombre que prenda fuego a los edificios o que robe dinero. Además, el derecho sólo puede intervenir en lo que es jurídicamente definible. Desde este punto de vista, cabe interrogarse sobre el sentido de la noción de ley lingüística o de derecho lingüístico. ¿Puede ser la lengua objeto de ley?1 No cabe duda de que los Estados intervienen con frecuencia en el dominio lingüístico, como para responder a esta pregunta de manera práctica, evitando el debate teórico: intervienen de hecho en los comportamientos lingüísticos, en el uso de las lenguas. Pues las políticas lingüísticas son casi siempre constrictivas y por eso necesitan la ley para imponerse: no existe planificación lingüística sin un aspecto jurídico.

Es necesario distinguir aquí entre varias concepciones de leyes lingüísticas. En efecto, hay- leyes que se refieren a la forma de la lengua, que fijan, por ejemplo, la grafía, o

intervienen en el vocabulario a través de listas de palabras;- leyes que se refieren al uso que los hombres hacen de las lenguas, que indican qué

lengua hay que hablar en tal o cual situación, en tal o cual momento de la vida pública, y fijan, por ejemplo, la lengua nacional de un país o las lenguas de trabajo de una organización;

- leyes que se refieren a la defensa de las lenguas, ya se trate de garantizarles una mayor promoción, por ejemplo, internacional, ya de protegerlas como se protege un bien ecológico.

Desde luego, es posible avanzar en el detalle de las legislaciones lingüísticas, intentar establecer una tipología. Joseph Turi,2 por ejemplo, propuso una clasificación relativamente compleja que distingue en primer lugar entre legislaciones lingüísticas estructurales, que intervienen en el estatuto de las lenguas, y legislaciones lingüísticas funcionales, que se

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refieren al uso de las lenguas. Entre estas últimas distingue luego entre legislaciones lingüísticas oficiales, que intervienen en el uso oficial de las lenguas, legislaciones lingüísticas institucionales, que afectan el uso no oficial de las lenguas, legislaciones lingüísticas estandarizantes o no estandarizantes, legislaciones lingüísticas mayoritarias, que protegen las lenguas de una mayoría, y legislaciones lingüísticas minoritarias, que protegen las lenguas de minorías, etc. Como se ve, todo esto es extremadamente complicado, pero siendo la ley uno de los principales instrumentos de la planificación lingüística, es importante poner un poco de orden en esta abundancia.

Distinguiremos primero entre las leyes lingüísticas según su campo de aplicación geográfico. Hay así legislaciones internacionales, que determinan las lenguas de trabajo de las organizaciones internacionales (ONU, UNESCO, Corte Internacional de Justicia, etc.) o que protegen las minorías lingüísticas (como la Declaración sobre los derechos de las personas pertenecientes a minorías nacionales o étnicas, religiosas y lingüísticas adoptada por las Naciones Unidas en 1992), legislaciones nacionales, que se aplican en el límite de las fronteras de un Estado, y legislaciones regionales (en Cataluña, Galicia o el País Vasco, por ejemplo). Desde luego, es esperable que aparezcan contradicciones u oposiciones entre estos tres niveles.

En un segundo momento es necesario distinguir según el nivel de intervención jurídica. En ciertos casos, la situación lingüística es definida por la propia Constitución. Esto ocurre, por ejemplo, en España, que, en el artículo 3 de su Consitución de 1978, distingue entre la lengua oficial del Estado, el castellano, y las lenguas oficiales de las comunidades autónomas (el vasco, el catalán, el gallego). En otros casos, la situación lingüística es establecida por una ley (nacional o regional); en otros es definida por recomendaciones, resoluciones, cuya fuerza de ley es menor. El nivel de intervención jurídica condiciona su eficacia. Si una ley lingüística nacional puede ser, según los casos y según las opciones, incitativa o imperativa, una resolución adoptada por una organización internacional prácticamente no tiene posibilidades de ser aplicada fuera de los casos en que se trate de una legislación interna, que apunte, por ejemplo, a establecer las lenguas de trabajo de esa organización. Cuando se conoce la impotencia de organismos como la ONU o la Comunidad Europea frente a problemas de mayor importancia en otros terrenos, sus intervenciones en el campo de la protección de las minorías lingüísticas solo se pueden considerar dulces bromas.

Todo esto puede resumirse del siguiente modo:

Nivel de intervención

geográfico jurídico

internacional constituciónnacional leyregional decretos

resolucionesrecomendacionesetc.

Modo de intervención

incitativo imperativo

Contenido de la intervención

forma de las lenguas uso de las lenguas defensa de las lenguas

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Pero este marco general no agota los problemas de la intervención jurídica en la lengua y las lenguas ni las repercusiones de esta intervención.

Nombrar la lenguaDios, según la Biblia, creó el mundo y nombró sus constituyentes. Pero desde

entonces, los hombres no han dejado de renombrar el mundo: los nombres de los pueblos, de los lugares, no han dejado de variar, al ritmo de las invasiones o las alternancias de poder. Hay así una danza constante toponímica y etnonímica, atestiguada a veces por una aproximación fonética (cuando en Africa, por ejemplo, la lengua bãmana se vuelve bambara en francés, o cuando el pulaar se vuelve peul), a veces una voluntad de peyoración (cuando los españoles llaman jíbaros, es decir, "campesinos", "paisanos" a los indios shuars), y a veces una voluntad identitaria (cuando el Congo belga se convierte en Zaire, por ejemplo). Rainer Enrique Hamel ve en estas prácticas "la expresión de políticas lingüísticas que han existido desde que los seres humanos se han organizado en sociedad y extendido sus relaciones de contacto, intercambio y dominación hacia otras sociedades cultural y lingüísticamente diferentes".3 De hecho, la política lngüística en esta materia comienza realmente cuando se renombra, y uno de los efectos de las leyes lingüísticas se manifiesta a veces simplemente en el nombre que el texto jurídico asigna a las lenguas. Acabamos de ver que, según la Constitución española, la lengua oficial del Estado es el castellano, y esta denominación para una lengua que todo el mundo llama español es ya un hecho de política lingüística. En efecto, al sugerir relaciones entre la lengua y una región del país, Castilla, subraya que no hay correspondencia término a término entre el país, España, y la lengua, el castellano (ex español). Al convertirse oficialmente en "castellano", el español no ha cambiado; sigue siendo la misma lengua. Pero si bien castellano denota lo mismo que español, connota algo muy diferente. Del mismo modo, en Indonesia, el malayo convertido en lengua nacional fue rebautizado bahasa indonesia, "lengua indonesia", con el mismo tipo de variación en las connotaciones. Y se puede prever que numerosas lenguas que hoy se llaman de manera genérica créoles serán rebautizadas en los próximos años haitiano, reunionés, guineano, martiniqués, caboverdiano o mauriciano; esta nominación tendrá por función en cada caso revalorizar simbólicamente esas formas lingüísticas e reforzar su dimensión identitaria.

Nombrar las funcionesOtro efecto de estas leyes está en la nominación de las funciones de las lenguas.

Lengua nacional, lengua oficial, lengua regional, lengua "propia": en los textos legales encontramos numerosos calificativos que se refieren a las funciones de la lengua o las lengua y que no siempre tienen el mismo sentido. Si, para un francés, los adjetivos "nacional" y "oficial" aplicados a la lengua pueden parecer sinónimos, en el África francófona tienen sentidos muy diferentes: la lengua "oficial" es la lengua del Estado, por lo general el francés (cooficial con el inglés en Camerún, con el sango en la República Centroafricana), en tanto que las lenguas "nacionales" son ciertas lenguas africanas o todas las lenguas africanas del país. Así, en Senegal, junto al francés lengua "oficial", la ley distingue seis lenguas "nacionales" (el wolof, el serere, el diola, el mandinga, el peul y el soninké) entre la veintena de lenguas habladas en el país. En Camerún, en cambio, junto a las dos lenguas "oficiales", todas las lenguas africanas habladas en el territorio del país, más de doscientas, son consideradas como lenguas nacionales. Y estos dos ejemplos nos muestran que la nominación de las funciones de las lenguas por la ley tiene evidentes repercusiones en las posibilidades de política lingüística. En efecto, se puede imaginar una política lingüística que afecte, como en Senegal, a seis lenguas nacionales, pero es difícil

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concebir una política que abarque doscientas lenguas. En especial, sería imposible introducir todas estas lenguas en la escuela... Pero esta distinción entre lenguas oficiales y nacionales no es la única que se practica en el Africa. El artículo 7 de la Constitución mauritana, por ejemplo, estipula que

- el árabe es la lengua oficial del país;- el hassaniya, el pulaar, el sarakholé y el wolof son lenguas nacionales;- el francés y el inglés son las lenguas de aperturas.

Por último, en ciertos casos, la ley no elige entre estas diversas posibilidades: la Constitución francesa precisa desde 1992 que "el francés es la lengua de la República", sin precisar si es lengua oficial o nacional.

¿Principio de territorialidad o de personalidad?Todo el mundo sabe hoy que no hay necesariamente coincidencia entre lengua y

fronteras estatales. Se sabe, por un lado, que hay lenguas cuyo territorio es más pequeño que el del Estado (el bretón en Francia, el gallego en España), por otro lado que hay lenguas cuyo territorio está a caballo sobre las fronteras interestatales (el vasco o el catalán entre Francia y España) y que por último hay lenguas que son dominantes en varios Estados. Existen así imperios lingüísticos (francófono, anglófono, hispanófono, arabófono, etc.). Pero, como hemos dicho, la política lingüística sigue teniendo, por lo general, una dimensión nacional; interviene en un territorio delimitado por fronteras. Existen también otros casos: las diásporas, los grupos de migrantes, por ejemplo, que no se definen por el territorio que ocupan sino más bien por su dispersión. Es lo que ha llevado a distinguir en las políticas lingüísticas entre el principio de territorialidad y el de personalidad. En el primer caso, es el territorio lo que determina la elección de lengua o el derecho a la lengua: se aprende el catalán en la escuela en Cataluña, el holandés en la parte flamenca de Bélgica, etc. Este principio estaba en la base de la reforma de la enseñanza emprendida en Guinea en la época de Seku Turé y enseguida fue abandonado.4 En el segundo caso, la persona que pertenece a un grupo lingüístico reconocido tiene el derecho de hablar su lengua en cualquier punto del territorio: por ejemplo, francés u holandés en Bruselas, inglés o francés en Canadá, etc. Un extranjero que vive en Francia incluso tiene derecho a un intérprete ante el tribunal. La elección entre ambos principios tiene repercusiones sobre el futuro de las lenguas, pero también en la gestión del país. El principio de territorialidad aplicado en Suiza, por ejemplo, garantiza mejor el porvenir del retorromano que el principio de territorialidad aplicado en el país de Gales respecto del galés.

Pero estas situaciones (Bélgica, Suiza, país de Gales) son relativamente simples si las comparamos con las de países extremadamente plurilingües, como el Senegal, por ejemplo. Se hablan allí más de veinte lenguas, seis de las cuales son consideradas "nacionales" (wolof, serere, mandinga, peul, diola, soninké), a las que hay que añadir la lengua "oficial", el francés. Si se decidiera mañana promover las lenguas nacionales a funciones nuevas, por ejemplo la de enseñanza, habría que elegir entre dos grandes tipos de soluciones:

1/ Se podría decidir que el wolof, el peul, el diola, etc. sean enseñados en las zonas del país donde son dominantes como lenguas maternas, es decir, segmentar el territorio en seis zonas de enseñanza. Es, como hemos dicho, la solución que había elegido la Guinea de Seku Turé. La dificultad es, entonces, que un wolof que vive en la región del río será escolarizado en peul, que un diola que vive en Dakar será escolarizado en wolof, que a la inversa un wolof que vive en Casamance sería escolarizado en diola, etc.

2/ Se podría decidir también que los hablantes de las seis lenguas oficiales tuvieran derecho a una enseñanza en su lengua en cualquier lugar donde se encontrasen. En ese caso, la dificultad consiste en que sería necesario abrir escuelas para peuls, para wolofs,

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para mandingas, etc., o bien garantizar en todas las escuelas una enseñanza en las seis lenguas. Se puede imaginar el costo de tal operación, aun cuando sea posible veces combinar principio de territorialidad y principio de personalidad. Así, el principio de personalidad es aplicado en todo el Canadá, mientras que en el Quebec se aplica el principio de territorialidad. Pero hay allí sólo dos lenguas en juego, y las cosas serían mucho más complejas con seis, diez o veinte lenguas.

El derecho a la lenguaHasta aquí nos hemos ocupado del derecho lingüístico, es decir, la intervención de la

ley en el dominio de la forma, el uso o la defensa de las lenguas. En lo que se refiere a la forma y el uso, la ley, si es aplicada, constriñe al individuo: lo obliga, por ejemplo, a hablar tal lengua en tal situación y de tal manera. En cambio, cuando se trata de la defensa de las lenguas, la ley puede presionar sobre las instituciones: estaremos entonces en el dominio del derecho a la lengua de los individuos. En un primer momento, la expresión "derecho a la lengua" remite a la protección de las minorías lingüísticas, y el hecho mismo de que se hable de protección muestra hasta qué punto están amenazadas. Pero hay también, en todo el mundo, un gran número de países en los cuales la lengua oficial, el inglés, el francés o el portugués, es apenas hablada, o países del Maghreb en los cuales el árabe oficial tiene escasa relación con el árabe hablado y menos aún con el berebere.

Estas situaciones dan otro sentido a la expresión "derecho a la lengua". Puesto que el hecho de no hablar la lengua del Estado priva al ciudadano de numerosas posibilidades sociales, se puede considerar que todo ciudadano tiene derecho a la lengua del Estado, es decir, derecho a la educación, a la alfabetización, etc. Pero el principio de defensa de las minorías lingüísticas hace que, paralelamente, todo ciudadano debería tener derecho a su lengua. Así, la situación de un francés que use el bretón no es la misma que la de un marroquí hablante de berebere: el primero habla de todas maneras el francés y reclama el derecho a su lengua, el segundo puede no hablar o no leer el árabe oficial y se encuentra doblemente penalizado, porque su lengua no es reconocida y porque no domina la lengua reconocida.

En consecuencia, una política lingüística puede tener en cuenta a la vez el derecho a la lengua del Estado y el derecho a la lengua del individuo, pero, como en el caso de los principios de territorialidad y de personalidad, esto será más difícil cuantas más lenguas haya en juego.

ConclusiónYa se trate de equipar las lenguas, ya de intervenir en el entorno lingüístico o de

legislar, la planificación lingüística constituye in vitro una especie de réplica de fenómenos que siempre se han producido in vivo. La lingüística nos ha enseñado que las lenguas no se decretaban, que eran producto de la historia, de la práctica de los hablantes, que evolucionaban bajo la presión de factores históricos y sociales. Y, paradójicamente, existe el afán de intervenir en estos procesos, de querer modificar el curso de las cosas, acompañar el cambio o actuar sobre él.

Esta pretensión puede parecer enorme. Pero las relaciones entre lo in vivo y lo in vitro que hemos indicado, el hecho de que la planificación lingüística "imite", en cierto modo, el curso natural de la evolución de las lenguas, nos muestran que el primer instrumento de la planificación lingüística sigue siendo el lingüista. Si bien la política lingüística es, en último análisis, competencia de los decisores, no se puede tomar ninguna decisión sin una descripción precisa de las situaciones -problema que hemos descripto en el capítulo anterior-, del sistema fonológico, léxico y sintáctico de las lenguas en presencia, etc., así como de los sentimientos lingüísticos, las relaciones que los hablantes establecen con las

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lenguas que frecuentan en su vida cotidiana. La política ha sido definida a menudo como el arte de lo posible. Aplicada a la política lingüística, esta propuesta subraya también el papel fundamental del lingüista. El es quien puede indicar lo que es técnicamente posible de hacer y lo que será psicológicamente aceptable para los hablantes. Todo el arte de la política y la planificación lingüísticas se encuentra en esta complementariedad necesaria entre los científicos y los decisores, en este difícil equilibrio entre las técnicas de intervención y las elecciones de la sociedad.

Notas

1 Véase Pathé Diagne, “Transcription et harmonisation des langues africaines au Sénégal”, comunicación ante la reunión “La transcription et l’harmonisation des langues africaines”, Niamey, (Nigeria), 17-21 de julio de 1979.2 Estos ejemplos fueron extraídos del Dictionnaire des termes officiels de la langue française, Dirección de Boletines Oficiales, París, 1994.3 Sobre este punto véase Remi Rouquette, “Le droit et la qualité de la langue”, La qualité de la langue? Le cas du français, Jean-Michel Eloi (comp.), París, Champion, 1995.4 Joseph Turi, “Le pourquoi et le comment du droit linguistique”, Language et société, nº 47, Ottawa, 1994.5 Rainer Enrique Hamel, “Políticas y planificación del lenguaje: una introducción. Iztapalapa nº 29, México, 1993.6 Véase Louis-Jean Calvet, La guerre des langues et les politiques linguistiques, París, Payot, 1987, pp. 176-180.

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Capítulo IV LA ACCION SOBRE LA LENGUA (EL CORPUS)

Las políticas lingüísticas, cuando se proponen intervenir en la forma de la lengua, pue-den tener diferentes objetivos: fijación de una escritura, enriquecimiento del léxico, lucha contra las influencias extranjeras ("depuración"), estandarización, etc. En este capítulo va-mos a presentar brevemente algunos ejemplos de estos tipos de intervenciones.

I. El problema de la lengua nacional en China

La idea de que en China se habla "chino" es singularmente simplificadora. Sin contar las lenguas minoritarias, unas cincuenta, que habla alrededor del cinco por ciento de la po-blación, existe un vasto conjunto, el grupo han, compuesto de ocho lenguas diferentes: la lengua del norte, el wu, el xian, el gan, el min del norte, el min del sur, el yué y el hakka,1 a su vez divididas en más de 600 dialectos locales. Es decir que el país está lejos de la unifi-cación lingüística: si bien todos los hans utilizan el mismo sistema de escritura, no pronun-cian los caracteres de la misma manera, no tienen la misma sintaxis, en una palabra, no se comprenden entre sí de un extremo al otro del país cuando hablan su lengua primera. De allí que la lengua del norte (bautizada en esta función guan hua) pronto fuera empleada como lengua vehicular administrativa, como lengua de los funcionarios. Paralelamente, es-tos funcionarios utilizaban una lengua escrita clásica, normada, el wen yan, que se diferen-ciaba del bai yan, lengua de la literatura popular, del teatro, etc.

En 1919, cuando se produjo el movimiento del 4 de mayo, los estudiantes y los intelec-tuales llamaron a los escritores a reemplazar la forma escrita clásica del chino, el wen yan, considerado como el símbolo de un orden antiguo, por el bai hua, más próximo a la lengua hablada, más familiar. En lo oral, la lengua de administración del Estado, que se superpo-nía a las lenguas locales, continuaba extendiéndose. Seguía siendo el guan hua ("lengua de los funcionarios" o "lengua mandarinal"), conocida en Occidente con el nombre de manda-rín (palabra creada a partir del verbo portugués mandar, "mandar"). El movimiento del 4 de mayo, a favor del bai hua en lo que se refiere a la lengua escrita, reclamaba también que surgiera una lengua de unificación, el guo yu ("lengua nacional"). Fue después de la revolu-ción comunista de 1949 cuando se planteó el problema de la normalización de esta lengua de unificación, de allí en más bautizada pu tong hua ("lengua común"),2 que fue definida en 1956 por su pronunciación (la de Pekín), su léxico (el de los dialectos del norte) y su sinta-xis (la de la literatura en baihua).

Asistimos entonces a intervenciones diversas en la forma de esta lengua. En primer lu-gar, en el campo de la escritura. Desde 1955, el gobierno socialista había publicado una lis-ta de 515 caracteres y 54 partículas simplificadas, de manera de facilitar el aprendizaje de la escritura mediante la reducción del número de rasgos.3 Luego, en 1958, se creó un siste-ma de latinización de la lengua, el pin yin, cuya función en principio era auxiliar: ayudar al aprendizaje de los caracteres, servir para la enseñanza del chino como lengua extranjera, redactar los telegramas, etc. Pero, al mismo tiempo, numerosos indicios hacían pensar que

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el Estado apuntaba a reemplazar, tarde o temprano, los caracteres por esta transcripción. Así, con frecuencia se citaba una frase de Mao: "Nuestra lengua escrita debe ser reformada, debe encaminarse hacia una fonetización común a todas las lenguas del mundo."4 Sin em-bargo, en 1977 se publicó una nueva lista de caracteres simplificados, que daba a entender que esta vez nuevamente se tendía a la escritura clásica. Pero esta reforma fue abandonada bajo la presión de un movimiento de opinión en el cual el escritor Pa Kin desempeñó un papel determinante, movimiento que sostenía que de tanto defender la escritura se termina-ría por desfigurarla y perder una parte importante de la herencia cultural han. No es fre-cuente que un poder tan totalitario como el de China retroceda de este modo, y el episodio confirma lo que escribíamos en el capítulo anterior: es difícil imponer in vitro una reforma rechazada in vivo. Este vaivén entre dos hipótesis, reformar los caracteres o reemplazarlos por un sistema de base fonética, no es solo técnico. La especificidad de la situación lingüís-tica china hace que, al precio de algunos arreglos, todos los chinos puedan leer los caracte-res y gracias a ellos puedan escribir a la vez el pu tong hua y su lengua primera, sea esta el hakka, el wu u otra. El paso al pin yin cambiaría radicalmente la situación, porque una transcripción fonética solo puede representar una lengua, y esta sería, por cierto, la lengua oficial. Así, detrás de un debate sobre la escritura se perfila otro, mucho más importante, que atañe al porvenir lingüístico del país: el mantenimiento de los caracteres garantizaría en cierta medida la supervivencia de las lenguas han; el paso a la romanización sería clara-mente el instrumento de la imposición de una lengua, el pu tong hua.

De un modo más general, la política de desarrollo del pu tong hua creó en gran parte del país una verdadera situación de bilingüismo: los niños, por ejemplo, aprenden primero la lengua que les transmiten sus padres (que se sigue denominando oficialmente "dialecto") y adquieren luego el pu tong hua o la mayoría de las veces pu tong hua en la escuela. Esta lengua oficial queda, pues, sometida a la influencia de las hablas locales:

El putonghua, tal como es hablado por los bilingües, sufre casi siempre distorsiones más o menos graves, algunas de las cuales afectan su sistema fonológico mismo. Por ejem-plo, ciertos rasgos fonológicos del putonghua y las oposiciones que permiten están ausen-tes en los dialectos, incluidos los dialectos de tipo septentrional.5

El gobierno dispone de cierto número de medios para difundir una lengua uniformiza-da: la televisión, el cine, la escuela... Pero la escuela desempeña solo imperfectamente su papel: muchos maestros enseñan en "dialecto", su conocimiento del pu tong hua es imper-fecto, etc. Además, esta lengua no goza de adhesión popular. Si bien la gente del norte, y sobre todo los de Pekín, la hablan sin demasiadas dificultades (pero los pekineses represen-tan menos del uno por ciento de la población), el resto de los han prefiere utilizar su lengua propia, y en esta elección evidencia fuertes sentimientos identitarios. Así, en dos de las tres grandes ciudades del país, Shanghai y Cantón, la situación del pu tong hua no es en absolu-to la de una lengua nacional aceptada por todos:

En Shanghai se habla muy poco el putonghua en la escuela; en los servicios públicos, el sentimiento xenófobo respecto de los que no hablan el shanghaiano se manifiesta de tal manera que suele ser objeto de ataques en los diarios (...) En cuanto a Cantón, es evidente que el problema de la lengua (la preferencia lingüística de los habitantes) no carece de re-lación con los numerosos contactos económicos y comerciales entre los habitantes de la ciudad y los de Hong Kong. Para aquellos, la utilidad pragmática del cantonés es incompa-rable. En los puestos más tentadores para los jóvenes (allí donde se está en contacto con la gente que viene de Hong Kong), a los empleados se les exige un perfecto manejo del can-tonés más un relativo dominio del inglés y el putonghua."6

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Se ve entonces que la política de difusión de una lengua nacional en China choca con numerosas dificultades. Algunas no son nuevas y podrán resolverse con el tiempo. La si-tuación lingüística de Francia en el momento de la revolución, por ejemplo, bastante com-parable con la de la China actual, no le impidió al francés imponerse en dos siglos como lengua única. Pero la dificultad principal y específica de China reside tal vez en las dimen-siones del país. ¿Es posible cambiar mediante la ley, los decretos, la administración, en una palabra, por vía de la planificación lingüística, las prácticas lingüísticas de mil doscientos millones de personas que hablan tantas lenguas diferentes? Solo el futuro podrá contestar esta pregunta, pero si se piensa que al mismo tiempo una lengua como el inglés se expande sin problemas por todo el mundo con función vehicular, la comparación entre ambas situa-ciones parece indicar que la acción in vitro tiene ciertos límites. Si, como lo hemos sugeri-do, la planificación lingüística constituye in vitro una imitación de los fenómenos de cam-bios in vivo, esta tendencia mimética tiene quizás sus límites y sus imposibilidades. Desde esta perspectiva, el ejemplo chino viene a alimentar la reflexión teórica y podemos pregun-tarnos si, como en el célebre principio de Peter, según el cual en una jerarquía todo emplea-do tiende a elevarse hasta su nivel de incompetencia, las políticas lingüísticas no están destinadas a alcanzar algún día su grado de ineficacia.

Volveremos sobre esta hipótesis a propósito de otros estudios de caso.

II. Intervención en el léxico y la ortografía de una lengua: el ejemplo del francés

Para la defensa de su lengua, Francia dispone de estructuras antiguas, como la Acade-mia Francesa, otras más recientes, como la Delegación General para la Lengua Francesa, e interviene esencialmente en el dominio de la terminología. Estas intervenciones se mani-fiestan ante todo mediante textos legislativos, decretos o leyes.

Los "decretos lingüísticos"Desde comienzos de los años 70, en diferentes ministerios franceses se crearon "comi-

siones de terminología" encargadas de elaborar en sus dominios respectivos el vocabulario adecuado. Entre 1973 y 1993 se cuentan 48 decretos referidos a ámbitos tan variados como las técnicas espaciales, el turismo, lo audiovisual y la publicidad, la agricultura o la tercera edad. En 1994, la Delegación General para la Lengua Francesa reunió en forma de Diccio-nario de términos oficiales de la lengua francesa el conjunto de los términos y expresiones "aprobadas" (es la formulación oficial) por estos decretos.

Las leyes lingüísticasA diferencia de países como Noruega, Francia no promulgó más que algunas leyes lin-

güísticas relativas al francés. La primera de ellas, en el período reciente, es la ley del 31 de diciembre de 1975 referida al empleo de la lengua francesa, llamada "ley Bas-Auriol", re-emplazada luego por la "ley Toubon". Más tarde aparece la ley constitucional del 25 de ju-nio de 1992, que añade a la Constitución un título: "De las Comunidades Europeas y la Unión Europea". Esta ley, adoptada por el Congreso (reunión de ambas asambleas) y cuyo objetivo era proveer a la Constitución de lo necesario para permitir la firma de los acuerdos de Maastricht, agrega, en el primer apartado del artículo 2 de la Constitución del 4 de octu-bre de 1958, la siguiente frase: "La lengua de la República es el francés." Hasta esa fecha, nada en la Constitución precisaba el papel del francés en Francia. Aparecen luego dos leyes de una importancia muy distinta.

- La ley "Tasca". Elaborada en 1993 por el Secretariado de Estado para la Francofonía y las Relaciones Culturales Exteriores, esta ley será adoptada el 17 de marzo de 1993 por el

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último Consejo de Ministros del gobierno Bérégovoy y jamás será presentada al Parlamen-to: las elecciones legislativas posteriores llevan a un cambio de mayoría y de gobierno. La mencionamos aquí porque constituye el modelo de la ley que presentamos a continuación.

- La ley del 4 de agosto de 1994, llamada "ley Toubon". Adoptada el 23 de febrero de 1994 por el Consejo de Ministros, suscita una vasta polémica en la opinión pública y en la prensa internacional (que, de manera general, se ríe de Francia). El 27 de julio de 1994, luego de un recurso presentado por la bancada socialista de la Asamblea Nacional, el Con-sejo Constitucional anula varios artículos y disposiciones de la ley, por juzgarlos contrarios al artículo 11 de la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano. En el origen, su objetivo era reglamentar el uso de la lengua francesa para todos los ciudadanos; luego de la intervención del Consejo Constitucional fue limitada únicamente a los funcionarios en el ejercicio de su función. La ley interviene esencialmente en cinco dominios:

- el mundo del trabajo (contratos, etc.);- el consumo (afiches públicos en francés)- la enseñanza (obligatoriamente en francés)- lo audiovisual (francés obligatorio en los programas y la publicidad)- los coloquios, congresos, etc. (todo participante francés debe expresarse en francés).

La ortografíaLos franceses tienen una extraña relación con la ortografía de su lengua: se quejan in-

cesantemente por sus dificultades o incoherencias pero al mismo tiempo no soportan que se la toque. A eso se debe sin duda que las intervenciones del Estado en esta materia siempre hayan sido extremadamente prudentes y mesuradas. Así, existe un decreto del 26 de febre-ro de 1901 "relativo a la simplificación de la enseñanza de la sintaxis francesa" que presen-ta simplemente una lista de casos de tolerancia ortográfica y precisa que "en los exámenes o concursos dependientes del Ministerio de Instrucción Pública que comporten pruebas es-peciales de ortografía, no se les contarán faltas a los candidatos que hayan empleado las va-riantes toleradas"...

Estas faltas toleradas constituyen un conjunto limitado:- Aceptación del singular o plural en las construcciones cuyo sentido permite compren-

der la expresión (des habits de femme o de femmes [ropa de mujer o de mujeres], ils ont ôté leur chapeau o leurs chapeaux [se sacaron el sombrero o los sombreros]).

- Aceptación de ambos géneros para palabras como amour, orgue, gens, hymne [amor, órgano, gente, himno]

- Determinada tolerancia relativa a la concordancia del adjetivo (por ejemplo, se faire fort, forte o forts [hacerse fuerte o fuertes], nu pieds o nus pieds [desnudo de los pies o a pie desnudo, "descalzo"], demi o demie heure [medio/a hora], etc.).

- Algunas variantes referidas a la concordancia del verbo precedido de varios sujetos o de un sujeto colectivo (le chat ainsi que le tigre sont des carnivores o est un carnivore [el gato así como el tigre son carnívoros o es carnívoro], un peu de connaissances suffit o suf-fissent [un poco de conocimientos es suficiente o son suficientes].

- En el caso de un participio pasado construido con el auxiliar avoir y seguido de un in-finitivo o de otro participio, aceptación de la forma invariable: les sauvages que l'on a trouvé o trouvés errant dans les bois.

Como se ve, esta tolerancia era muy moderada, pero quien haya asistido a la escuela francesa sabe que se la ha aplicado muy poco. En particular, en el ejercicio del dictado, el docente casi siempre espera que los alumnos restituyan las formas gráficas que tiene a la vista y no se preocupa por saber si existe tolerancia al respecto...

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El problema se volverá a plantear a comienzos de los años 90. El 19 de junio de 1990, el Consejo Superior de la Lengua Francesa le entregó al Primer Ministro un informe reali-zado a su pedido, que contenía algunas propuestas de rectificación de la ortografía:7

Eliminación del guión entre palabras en algunos casos (portemonnaie, millefeuille, pingpong, etc.).

- Plural de las palabras compuestas sobre el modelo de las palabras simples (un pèse-lettre, des pèse-lettres, un cure-dent, des cure-dents, etc.).

- Simplificación del uso del acento grave y el acento circunflejo.- Caso particular de laisser en participio pasado seguido de un infinitivo, que se vuelve

invariable (elle s'est laissé mourir, je les ai laissé partir).- Por último, la grafía de cierto número de palabras era rectificada en función de ciertos

principios de coherencia interna (charriot en lugar de chariot), simplificación (nénufar en lugar de nénuphar), etc.

El grupo de trabajo que había establecido este texto había tomado algunas precaucio-nes: trabajar en relación con la Academia Francesa, consultar al Consejo de la Lengua Francesa del Quebec y al Consejo de la Lengua de la comunidad francesa de Bélgica (en cambio, no se había consultado a los suizos ni a los africanos). Pero el estatuto de estas modificaciones ortográficas es extremadamente ambiguo. En efecto, el texto difundido por la dirección de boletines oficiales se titula "Las rectificaciones de la ortografía", lo que da a entender que para las palabras en cuestión existe de allí en más una forma antigua y una forma rectificada. Pero el Primer Ministro, que recibió este informe en junio de 1990, de-claraba: "Al Gobierno jamás le ha correspondido legislar en esta materia: la lengua les per-tenece a sus usuarios, que no pecan por tomarse cada día libertades con las normas estable-cidas. Pero es tarea del gobierno favorecer el uso que parece más satisfactorio; en este caso, el que ustedes proponen."8 Y en el texto mismo del informe se encontraba una vacilación estilística entre una presentación en términos de propuesta o recomendación, por una parte, y, por la otra, el enunciado de reglas, con el tono imperativo propio de cada género.

Desde luego, es imposible saber si las modificaciones serán aceptadas por el uso, y este no es nuestro problema. En cambio, es interesante comparar el tono de los dos textos que acabamos de evocar. En el primer capítulo de este libro hemos establecido una distinción general entre la planificación indicativa, que se apoya en la concertación entre las diferen-tes fuerzas sociales, y la planificación imperativa, que implica la socialización de los me-dios de producción. Evidentemente, esta distinción provenía en principio de la planifica-ción económica, pero se la puede aplicar también a la planificación lingüística. Desde este punto de vista, es necesario señalar que la intervención del Estado francés en materia de lengua pasó en cuatro años de uno a otro de estos tipos de planificación. El texto de 1990 sobre las rectificaciones de la ortografía corresponde típicamente a la planificación indica-tiva: no tiene ninguna fuerza de ley y se limita a hacer propuestas y esperar que incidan en el uso. Por el contrario, el texto de 1994 es una ley que prohíbe, por ejemplo, el empleo de marcas de fábrica constituidas por una expresión o un término extranjeros (art. 14), prevé que las colectividades o los establecimientos públicos que no la respeten pueden perder sus subvenciones (art. 15), precisa que los oficiales y agentes de policía judicial están habilita-dos para buscar y comprobar las infracciones (art. 16), etc.

Un análisis ligero podría reducir estas diferencias a una oposición izquierda/derecha: bajo el gobierno de Michel Rocard, Primer Ministro socialista, se publicó el texto relativo a las rectificaciones de la ortografía, y bajo el gobierno de Édouard Balladur, Primer Minis-tro de derecha, se publicó la ley referida al empleo de la lengua francesa. Así, la izquierda se inclinaría, en materia de lengua, por la planificación indicativa, y la derecha, por la pla-nificación imperativa, es decir que tendríamos aquí posiciones inversas de las que estas co-rrientes políticas adoptan en el terreno económico.

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Pero la existencia de un proyecto de ley elaborado en 1993 por otro gobierno socialista (la "ley Tasca") invalida este análisis. Es interesante el hecho de que la ley Toubon se haya inspirado en varios puntos de la ley Tasca, porque muestra que en esta materia no hay opo-sición entre una posición "de derecha" y una "de izquierda" sobre la lengua, sino más bien entre una posición nacionalista y dirigista, por una parte, y una posición liberal, por la otra. Las leyes o proyectos de ley Tasca y Toubon estaban evidentemente del lado del dirigismo (aun cuando el primero fuera mucho menos represivo que el segundo), de la planificación imperativa, mientras que el texto aceptado por Michel Rocard estaba del lado del liberalis-mo, de la planificación indicativa. Así encontramos en el seno mismo de la política lingüís-tica de Francia la coexistencia de dos posiciones antagónicas que, en otros ámbitos, carac-terizan más bien la política lingüística de países diferentes, como Turquía y Noruega, y esta coexistencia es típica de la relación ambigua que los franceses tienen con su lengua, que vacila entre la voluntad de orden y el dejar actuar libremente.

Las industrias de la lenguaAparecida a comienzos de los años 80, la expresión "industrias de la lengua" designa el

conjunto de nuevas tecnologías de la información, en el cruce de la informática, la inteli-gencia artificial, las ciencias cognitivas y la lingüística. Se trata, pues, o se debería tratar, de la producción de objetos (diccionarios electrónicos, correctores ortográficos, programas de procesamiento de texto, de traducción automática, bases de datos, bases de conocimien-tos, etc.) y de productos lingüísticos (neología, terminología, etc.) en el marco de una in-vestigación pluridisciplinaria de punta.

A comienzos de los años 90, Francia destinó grandes créditos a la investigación en este campo, ya se tratara de la investigación propiamente francesa, ya de la que se realizaba en el marco de instituciones francófonas multinacionales. Lo que está en juego es la presencia de la lengua francesa en los productos informáticos (programas, etc.) y en la comunicación moderna (autopistas de la información, redes de tipo INTERNET, etc.), así como la pro-ducción de un vocabulario francés en el campo tecnológico para hacer frente a la tendencia a los préstamos del inglés.

III. La fijación del alfabeto bambara en Malí

El bambara (bamanan-kan) es una lengua hablada en Malí y en Senegal, variedad de un conjunto más vasto, el mandinga, que se divide en dos grupos:

- El mandinga del oeste, con el mandinka de Gambia y de Casamance y el khasonké de Malí.

- El mandinga del este, con el bambara de Senegal y Malí, el malinké de Guinea, el jula de Burkina Faso (ex Alto Volta) y de Costa de Marfil.

Estas variedades constituyen un conjunto de hablas muy próximas unas de otras, al punto que no hay certeza en clasificar el bambara, el malinké o el jula como lenguas dife-rentes o como dialectos de una misma lengua: el mandinga. En el momento de las indepen-dencias, estas lenguas no tenían sistemas de escritura oficial: algunos misioneros simple-mente habían improvisado transcripciones para redactar catecismos. Pero en ciertos países diferentes proyectos de campañas de alfabetización de adultos en lenguas locales hacían necesaria tal transcripción. Por ello, del 28 de febrero al 5 de marzo de 1966, la Unesco re-úne en Bamako a treinta y cinco expertos en lingüística y en alfabetización provenientes de cinco países europeos y nueve países africanos,9 de manera de mejorar y unificar la trans-cripción de las lenguas del Africa Occidental. El informe final de esta reunión proponía seis alfabetos (mandinga, peul, tamasheq, songhay-zarma, hausa y kanuri), alfabetos que

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debían estar sometidos a la aprobación de los Estados miembros.10 El que correspondía al mandinga se presentaba del siguiente modo:

a b d dy e é f g gb h i k kh k m n nw ny o ó p r s sh t ty u w y z.

El acento sobre la e y la o representaba el cierre de estas vocales; las vocales largas se representaban mediante la duplicación (ii, oo, aa, etc.), y las nasales, mediante una n agre-gada a la vocal (an, on, in, etc.).

Pero los países en los que se hablaba una lengua mandinga modificaron este alfabeto en ciertos puntos:

- Para las oclusivas palatales algunos países, entre ellos, Malí, prefirieron las grafías c y j a las que había propuesto la Unesco (ty y dy).

- Para la nasal palatal, el Senegal prefirió la ñ a la ny propuesta.Para las vocales e y o las variaciones eran aún mayores, como lo muestra el siguiente

cuadro:

e cerrada e abierta o cerrada o abierta

Bamako 1966 é e ó o

Guinea e è o ö

Costa de Marfil e ɛ ○ ɔAlto Volta e ɛ ○ ɔMalí e è o ò

Senegal e è ó o

Así, un campesino maliense que habiendo aprendido a leer su lengua reconocía que la grafía ò correspondía al sonido /ɔ/, corría el riesgo de quedar desorientado si caían en sus manos folletos publicados en Guinea o en Alto Volta, países vecinos, donde este mismo sonido se trascribía ö u ɔ. También podía confundir la ò que en su país representaba la o abierta con la ò que en el vecino Senegal transcribía la o cerrada (la diferencia de acento no es evidente). Del mismo modo, la e abierta, /ε/, era transcripta è en Guinea, Malí y Senegal, y ε en Costa de Marfil y en Alto Volta. Y estas variantes que hacían imposible, por ejem-plo, la publicación de manuales de alfabetización comunes a diferentes países que compar-ten la misma lengua, eran bastante mal recibidas.

Estamos aquí ante un caso muy particular. En efecto, es difícil imaginar que en el con-junto de la francofonía, por ejemplo, la lengua francesa se escriba de diferentes formas, o que los distintos países hispanohablantes adopten cada uno sus propias reglas ortográfi-cas.11 Sin embargo, es esta la situación que se creó en el Africa Occidental respecto de cier-tas lenguas. Diversos países en los que se hablaba la misma lengua no tenían el mismo al-fabeto para esa lengua, y no se escribían de la misma manera los mismos sonidos en dife-rentes lenguas habladas en el mismo país. Así, la reunión de la Unesco de 1996 proponía transcribir las oclusivas palatales ty y dy para el mandinga, y c y j, para el peul.

Es verdad que, para el mandinga, las formas habladas en Malí (bambara), Burkina Faso y Costa de Marfil (jula) y en Guinea (malinké) presentaban diferencias, pero estas no cons-tituían un obstáculo para la comunicación, y la unificación de la ortografía hubiera sido un medio de estandarizarlas. Sin embargo, cada país establece su propio alfabeto y, en lo que respecta a Malí, un decreto del 26 de mayo había fijado el alfabeto del bambara del si-guiente modo: a, b, d, j, e, è, f, g, h, i, k, l, m, n, hy, n, o, ò, p, r, s, sh, t, c, u, w, y, z. Pero

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había conciencia de que no era coherente transcribir de distintas maneras un mismo sonido que existía en diferentes lenguas del país. La DNAFLA (División Nacional de Alfabetiza-ción Funcional y Lingüística Aplicada) convoca entonces en 1978 y 1979 a jornadas de es-tudio consagradas al problema de la unificación interna, es decir, a la preparación de un al-fabeto común a todas las lenguas de Malí (nueve). Así se elaboró un "alfabeto para la trans-cripción de las lenguas nacionales de Malí", que fue luego adoptado por decreto el 19 de julio de 1982.

Este alfabeto "común" puede parecer extremadamente pesado: está compuesto de 55 signos, 19 de los cuales son comunes a todas las lenguas, 4 son comunes a 8 lenguas, etc., y 11 son utilizados por una sola lengua (el tamasheq). Es decir que se ha homogeneizado la transcripción de los mismos sonidos en las diferentes lenguas pero se ha renunciado a la economía que habría podido resultar de la utilización de dígrafos. Por ejemplo, en la medi-da en que existe en el alfabeto latino una c o una s y una h, se pueden utilizar los dígrafos sh o ch para transcribir el sonido inicial de chat, por ejemplo. El alfabeto maliense, que dis-pone de s, c y h, tiene, sin embargo, un signo fonético especial para registrar ese sonido, así como para representar lo que otros transcriben q, y una serie de letras con puntos para transcribir los énfasis. El resultado es, por cierto, de una gran precisión, cercano a una nota-ción fonética, pero esta precisión referida a la articulación de los sonidos no se acompaña de una transcripción de los tonos del bambara.

Y esto plantea un problema importante. La gran mayoría de las escrituras del mundo son, en algún punto, imperfectas, pero esta imperfección se debe a la naturaleza misma de la escritura. En efecto, para ser eficaz, un alfabeto debe responder a cierta cantidad de crite-rios a veces contradictorios entre sí y cuya mejor combinación hay que encontrar:

1/ Debe ser unívoco, es decir, la misma letra o el mismo grupo de letras debe transcri-bir siempre el mismo sonido, y el mismo sonido debe ser siempre transcripto por la misma letra o el mismo grupo de letras (sabemos que no es el caso del alfabeto latino aplicado al francés o al inglés, por ejemplo). Desde este punto de vista, el alfabeto maliense es cohe-rente, salvo en un aspecto: la notación de las nasales y las prenasalizadas. Las vocales nasa-les, como hemos dicho, se transcriben con adjunción de una n: an = /ã/, on = /õ/, etc. Pero las consonantes prenasalizadas se transcriben precedidas de una n: mb, ns, ng. Ahora bien, como las palabras compuestas se escriben sin guión intermedio, sino soldando los elemen-tos entre sí, a veces es difícil saber si la n pertenece a una vocal nasal o a una consonante prenasalizada. Así, en una serie como sansabantura, "un toro de tres años" (san = año, saba = tres, ntura = toro), existe el riesgo de leer descomponiendo de otra manera: sa/nsa-bantura, san/saban/tura, etc.

2/ Debe permitir graficar todos los sonidos pertinentes de la lengua, incluidos los to-nos, lo que no ocurre con el alfabeto maliense: los pares ba ("cabra") y ba ("río"), jo ("feti-che") y jo ("razón"), gèlè ("cañón") y gèlè ("mirador"), joli ("sangre") y joli ("herida"), fini ("tejido") y fini ("fonyo"), etc., se escriben de la misma manera aunque el primer elemento es de tono bajo y el segundo de tono alto.

3/ Debe ser fácil de aprender y de utilizar: acabamos de ver en 1 y 2 que eso no es to-talmente así.

4/ Su aprendizaje debe poder ser reutilizado (con algunas adaptaciones, el conocimien-to del alfabeto latino, por ejemplo, permite leer el italiano, el español, el francés, el inglés, el alemán, etc.).

Vemos que puede haber oposición entre la voluntad de precisión y la búsqueda de una facilidad de empleo, y que todo el problema consiste en encontrar el equilibrio adecuado. El futuro nos dirá si el alfabeto maliense ha entrado en uso sin dificultad, pero este ejemplo nos permite tratar los diferentes problemas inherentes al establecimiento de un alfabeto y una ortografía. Los principios que parecen haber guiado la fijación de este alfabeto son,

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desde cierta perspectiva, contradictorios: se percibe una voluntad de atenerse a los hechos de lengua, que se manifiesta en una precisión muy grande en la notación de las consonan-tes, voluntad que desaparece cuando se trata de transcribir los tonos. Pero los pares de pala-bras que se distinguen por el tono son un número limitado, y generalmente la sintaxis basta para resolver la ambigüedad. Así, hay pocas posibilidades de que se confunda un adjetivo como bon ("grande", de tono bajo) con un verbo como bon ("lanzar", de tono alto), o un verbo como boli ("correr", de tono bajo) con un sustantivo como boli ("fetiche", de tono alto), etc. Y esto nos muestra que la escritura no necesita distinguir estrictamente lo que distingue la oralidad. Gérard Galtier señalaba que "en el código escrito como en el oral, uno espera que cada signo sea plenamente reconocible y distinto de los demás. Pero los procedimientos utilizados para este fin son diferentes en el código escrito y en el código oral".12 Y continuaba diciendo que era posible imaginar una manera de distinguir los esca-sos pares problemáticos no transcribiendo sistemáticamente los tonos por medio de acen-tos, como lo habían propuesto algunos, sino simplemente escribiendo de manera ligera-mente distinta uno de los dos términos.

No continuaremos aquí con este debate, que puede parecer demasiado técnico; lo que se ve claramente es que en el momento de la fijación de un sistema ortográfico el planifica-dor no debe dejarse imponer necesariamente las exigencias de precisión científica del lin-güista.

Y esta conclusión vale de manera general. Hay que saber para quién y para qué uso se transcribe, para quién y para qué uso se crean palabras, para quién y para qué uso se estan-dariza una lengua. Lo que significa que la intervención en la forma de una lengua debe es-tar ligada a una utilidad práctica, y no a la idea abstracta que se pueda tener de ella.

IV. La "revolución lingüística" en Turquía

Dil devrimi, la "revolución lingüística": así se designa en turco el conjunto de las refor-mas realizadas por el régimen de Mustafá Kemal luego de la fundación de la República (1923). En aquella época, el turco escrito se había convertido en una lengua erudita llena de palabras de origen árabe y persa a la que no tenía acceso la gran mayoría de la población, y que no transcribía en nada la lengua hablada, con la cual apenas tenía relación. Además, el alfabeto utilizado no se adaptaba a la lengua: en turco hay ocho vocales breves y tres lar-gas, y el alfabeto árabe solo permite transcribir tres vocales. De allí que el problema de una reforma de la escritura estuviera planteado desde hacía tiempo, pero era prácticamente im-posible, en aquel Estado musulmán teocrático, tocar el sistema gráfico que había servido para transcribir el Corán.

Los jóvenes dirigentes que accedieron al poder, laicos, modernizadores y marcados por el modelo europeo, no podían aceptar, allí como en otros ámbitos, las huellas del Imperio Otomano. Pero era cuestión muy delicada imponer una reforma de la escritura que no podía sino ser percibida como dirigida contra la religión. Mustafá Kemal esperó cinco años: en 1928 creó una "comisión lingüística" encargada de elaborar un nuevo alfabeto que, algunos meses más tarde (el 1º de noviembre de 1928), fue adoptado por la Asamblea Nacional. En realidad, Kemal había operado previamente un verdadero coup de force al anunciar en un discurso el 8 de agosto que se había adoptado este nuevo alfabeto: la Asamblea Nacional no tenía más remedio que ratificarlo...

Este alfabeto, adaptado del alfabeto latino, era, pues, producto de una opción política e ideológica tendiente a laicizar la lengua. Faltaba imponerlo, y las cosas avanzaron muy rá-pido: en menos de dos años se había vuelto de uso obligatorio en los afiches públicos, los documentos administrativos, los libros, los diarios y, por supuesto, en la enseñanza. El an-

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tiguo alfabeto desapareció tanto más rápido cuanto que, paralelamente, se suprimía en las escuelas la enseñanza del árabe y el persa.

Pero el nuevo régimen turco no iba a detenerse allí. Por un lado, se suprimieron los gi-ros gramaticales árabo-persas de que estaba atiborrada la lengua escrita; luego se confió a una "sociedad de estudio de la lengua turca" la tarea de reemplazar todo el vocabulario ára-bo-persa por un vocabulario de origen turco. En efecto, la gran mayoría del vocabulario científico y teórico eran préstamos del árabe, y en un primer momento se confeccionó un inventario de los elementos léxicos disponibles en turco en sentido amplio:

Por “turco”, los artífices de la “revolución lingüística” entendían toda lengua, antigua o moderna, perteneciente a la familia turca: desde la lengua de las inscripciones del Orkhon hasta las hablas vivas de los Turquestanes, el Cáucaso, el Volga, Siberia, etc., pasando por el Uigur y el Chaghatai, sin olvidar, por supuesto, los dialectos anatólicos y balcánicos.13

Y esta definición, por su amplitud, caracteriza perfectamente el propósito del poder turco, que se asemeja a una verdadera empresa de purificación en el sentido en que se habla hoy de purificación étnica.

El primer resultado de este trabajo, publicado en 1934, es una enorme antología de for-mas léxicas de origen árabe o persa con su equivalente turco,14 seguida de una lista alfabéti-ca de estas palabras turcas, obra cuya similitud con el Dictionnaire des termes officiels de la langue française, publicado en 1994 como acompañamiento del proyecto de la ley Tou-bon, es sorprendente. La publicación de los datos léxicos debía continuar, y es a partir de ellas que se emprendió un importante trabajo de neología que Louis Bazin presenta en cua-tro capítulos:

- Exhumación de palabras antiguas, en general tomadas del uso, para reemplazar prés-tamos del árabe o del persa. Por ejemplo, el término azerí känd, "aldea", es utilizado (bajo la forma kent) para reemplazar con el sentido de "ciudad" el persa sehir. A veces, un uso muy particular de la etimología servía para justificar el mantenimiento de un préstamo. Es así como okul, "escuela", era explicado por la raíz oku-, "leer", o que "social" lo era por la raíz soy, "raza"...

- Creación de neologismos por derivación de palabras turcas. Así, en lugar de la pala-bra árabe tahkîk, "encuesta", que, por lo demás, competía con el término de origen francés anket, se construyó sorusturma sobre la raíz sor-, "interrogar", de la que se derivó sucesiva-mente sorus-, "interrogarse mutuamente", luego sorustur, "encuestar". Los terminólogos dieron a veces prueba de gran ingenio. Por ejemplo, para reemplazar las palabras de origen árabe müselles, "triángulo", y müseddes, "hexágono", partieron de las cifras turcas ürc, "tres", y alti, "seis", les adjuntaron un sufijo inventado pero de consonancia turca, -gen, que, además, tenía la ventaja de recordar el sufijo griego -gono, para crear ücgen y alyi-gen...

- Creación de neologismos por composición. El refrigerador se llama buzdolabi (a par-tir de buz, "hielo", y dolap, "armario"), y el término de origen árabe beynelmilel fue reem-plazado por uluslararasi sobre ulus-lar, "los pueblos", y ara, "intervalo entre".

- Préstamos de lenguas europeas. El hecho de que la "purificación" del vocabulario tur-co estuviera dirigida contra el árabe y el persa aparece claramente en los préstamos que se tomaron de otras lenguas, en particular, el francés. Así tenemos frisör, "peluquero", resto-ran, omlet, o incluso atom enerjisi, cuyos sentidos son evidentes.

Así se constituyó -sigue constituyéndose, en realidad, puesto que la empresa continúa- el öz türkçe, el "turco puro", expresión que caracteriza perfectamente el objetivo planteado. Louis Bazin resume así el resultado de este conjunto de medidas:

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La distancia entre la lengua turca-otomana (escrita) de fines del siglo XIX o de comien-zos del siglo XX y la lengua "republicana" actual, escrita y enseñada, es tan considerable que, aun transcriptos del antiguo sistema árabo-turco al nuevo alfabeto turco-latino, los textos otomanos del último período son, en su gran mayoría, incomprensibles para un tur-co de menos de sesenta años que no haya realizado estudios especializados (de nivel uni-versitario).15

Como se ve, el ejemplo turco entra en el marco de una planificación decididamene im-perativa, que fue posible debido a la existencia de una incuestionable voluntad de reforma y, sobre todo, de un poder fuerte. El ejemplo de Noruega, que presentamos a continuación, mostrará que las cosas son muy distintas en el marco de los países democráticos.

V. La estandarización de una lengua: el ejemplo de Noruega

A comienzos del siglo XIX, luego de trescientos años de dominación danesa (1523-1814), Noruega pasaba a la jurisdicción sueca antes de obtener su independencia. Entonces, la situación lingüística estaba caracterizada por la coexistencia del danés litera-rio, lengua de la enseñanza y la literatura, con un estándar urbano y diferentes dialectos ru-rales, y había una importante dificultad de intercomprensión entre la primera forma y estas últimas. E. Haugen presenta la situación de esa época distinguiendo entre cinco variedades lingüísticas:

- El danés puro, esencialmente utilizado en el teatro, donde predominaban los actores daneses.

- El estándar literario, lengua de la escuela, del templo, que se puede definir como da-nés pronunciado con acento noruego.

- El estándar familiar, lengua de la burguesía, intermedio entre la forma anterior y la que sigue.

- El subestándar urbano, lengua de las ciudades, con importantes variantes locales.- Por último, los dialectos rurales.16

A lo largo del siglo, esta situación será objeto de numerosas discusiones y propuestas. Al comienzo, el debate se cristalizará alrededor de dos enfoques. Knud Knudsen (1812-1895), por un lado, proponía partir de la lengua hablada urbana (byfolkets talesprog) de manera de establecer una forma estándar norueguizando la pronunciación del danés. Por el otro, Ivar Aasen (1813-1896) proponía partir de los dialectos rurales para construir una lengua noruega unificada. Estas dos ideas de lenguas eran bautizadas de manera diferente: dansk (danés), dansk-norsk (dano-noruego) o rigsmål (forma paralela al alemán Reichss-prache), en el primer caso, norsk (noruego), national sprog (lengua nacional) o lansmål, en el segundo. La pareja rigsmål/ lansmål será por largo tiempo la traducción léxica de las po-siciones en presencia: el primer término designa una lengua literaria, cercana al danés (se la llama hoy bokmål), y el segundo, el proyecto de lengua estandarizada a partir de los dialec-tos (llamado hoy nynorsk).

El intento de estandarización de la lengua partirá de la grafía: después de 1905, cuando Noruega obtiene su independencia definitiva (disolución de la unión con Suecia) se multi-plicarán las comisiones lingüísticas, y el Parlamento noruego votará un número impresio-nante de reformas ortográficas (1907, 1913, 1916, 1923, 1934, 1936, 1938, 1941, 1945, 1959, 1981) que corresponden a sendas opciones políticas distintas. La reforma adoptada en 1938, por ejemplo, inspirada por el Partido Comunista, que tenía entonces gran influen-cia, será acusada bajo la ocupación alemana de querer "introducir la dictadura del proleta-riado en el dominio lingüístico" y reemplazada en 1941 por otra grafía que será a su vez su-primida en 1945, luego de la Liberación. De manera general se puede considerar, entonces,

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que los partidarios del bokmål, lengua más cercana del danés, se sitúan más bien a la dere-cha en el tablero político, en tanto que los partidarios del nynorsk, lengua inspirada en los dialectos populares, se ubican más bien a la izquierda.

Actualmente existen, pues, dos variedades del noruego escrito, y el Consejo de la Len-gua Noruega publica cada año cierto número de modificaciones ortográficas que deben re-coger los manuales escolares (que son revisados cada cinco años). En las escuelas se ense-ñan ambas variedades (nynorsk y bokmål) y se dedica mucho tiempo al aprendizaje de las flexiones y las formas ortográficas. Esto ocurre con la lengua escrita, pero la situación tam-bién sigue siendo compleja en la lengua hablada. Así, André Catafago distingue hoy seis variedades de noruego:

1. El nynorsk tradicional (conservador).2. El nynorsk modernizado (radical).3. El bokmål tradicional (moderado)4. El bokmål modernizado (radical).5. El noruego común (o samnorsk, suerte de bokmål unificado con estructuras de tipo ny-norsk).6. El riksmål (variedad no oficial, aún más tradicional que la variedad 3).17

Estas variedades se distinguen en especial por la pronunciación y el lugar del acento. Interminables debates oponen a los partidarios de una norma única con los del reconoci-miento de los hechos dialectales, en tanto que se publican regularmente listas de palabras que indican las diferentes formas de acentuación.

Esta situación, que data de hace casi dos siglos, tiene su origen en la voluntad de una parte de la población de construir una forma lingüística que no sea danesa, de borrar en la lengua las huellas de la dominación danesa. Se trataba de la búsqueda de una forma identi-taria que se había vuelto incómoda por el hecho de que no todos los daneses tenían la mis-ma imagen de su identidad. Más tarde el debate sufrió un ligero cambio: ya no se trata hoy de afirmar mediante la unificación lingüística la existencia de una nación noruega, que no se discute, sino de saber si se quiere una norma única o si se admite la pluralidad de formas lingüísticas.

En todos los casos, esta situación, que puede parecer excéntrica, nos lleva al principio que hemos formulado a propósito de China, según el cual las políticas lingüísticas están destinadas a alcanzar algún día su grado de ineficacia. Si la situación noruega parece blo-queada, no lo es, desde luego, por las mismas razones: en China, como hemos visto, el pro-blema lo constituyen la inmensidad del territorio y la importancia de la población; en este caso, se trata de la gestión democrática y de los constantes virajes que genera. De esto no habría que concluir demasiado pronto que la democracia es un sistema cuya política lin-güística tiene dificultades en acomodarse (si bien la Turquía de Attatürk, donde se han al-canzado los objetivos de planificación, no representa verdaderamente un modelo democrá-tico, no se puede decir lo mismo de Suiza, por ejemplo, que no obstante maneja su plurilin-güismo con satisfacción general) sino que el constante cuestionamiento de las decisiones en verdad no facilita la implementación de una política lingüística, lo que significa simple-mente que es prudente prolongar el momento de reflexión antes de pasar al estadio de la planificación.

Notas

1 Véase A. Rygalof, Grammaire élémentaire du chinois, París, 1973.2 En Taiwán se conservaba la denominación guo yu; es sin duda por esta razón que los comunistas la cambiaron.

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3 Véase Louis-Jean Calvet, La guerre des langues et les politiques linguistiques, París, Payot, 1987, pp. 225-233.4 W. Lehmann (comp.), Language and Linguistics in the People's Republic of China, University of Texas Press, 1975, p. 51, y Zhou Yougang, "Modernization of the Chinese Language", International Journal of the Sociology of Language nº 59, 1986.5 Yang Jian, "Problèmes de chinois contemporain", La crise des langues, Jacques Maurais (comp.), Gobierno del Quebec/ París, Robert, 1985, p. 421.6 Yang Jian, op. cit., p. 424.7 "Les rectifications de l'orthographe", Journal officiel de la République française, édition des documents administratifs, nº 100, 6 de diciembre de 1990.8 Op. cit., p. 7.9 Alemania, Dinamarca, Francia, el Reino Unido y la Unión Soviética, Camerún, Costa de Marfil, Guinea, Alto Volta, Malí, Níger, Nigeria, Senegal y Sudán.10 Documento Unesco/CLT/BALlNG/13, del 16 de septiembre de 1966, p. 3.11 Existen variantes gráficas en la escritura del inglés en los Estados Unidos y en Gran Bretaña, pero no están estandarizadas.12 Gérard Galtier, "Problèmes actuels de la transcription du bambara et du soninké", comunicación a la Reunión de expertos sobre la transcripción y la armonización de las lenguas africanas, Niamey, julio de 1978.13 Louis Bazin, "La réforme linguistique en Turquie", La réforme des langues, Hamburgo, 1985, p. 167.14 Tarama Gerdisi (Recueil de dépouillement), Estambul, 1934.15 Louiz Bazin, "La réforme linguistique en Turquie", La réforme des langues, Hamburgo, 1983, p. 155.16 E. Haugen, Language Conflict and Language Planning, the Case of Modern Norwegian, Cambridge, Harvard University Press, 1966.17 André Catafago, "Le norvégien: des problèmes mais pas de crise véritable, La crise des langues, Jacques Maurais (comp.), Gobierno del Québec/París, Robert, 1985, p. 286.

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Capítulo VLA ACCION SOBRE LAS LENGUAS (EL ESTATUS)

En las situaciones de plurilingüismo, los Estados a veces se ven llevados a promover tal o cual lengua hasta entonces dominada o, por el contrario, a quitarle a otra lengua un estatus del que gozaba, o incluso a hacer respetar un equilibrio entre todas las lenguas, en una palabra, a administrar el estatus y las funciones sociales de las lenguas en presencia. En este capítulo presentaremos algunas de esas intervenciones.

I. La promoción de una lengua vehicular: el caso de Tanzania

Independiente desde 1964, fruto de la fusión del antiguo Tanganica y de la isla de Zanzí-bar, Tanzania es un país de alrededor de 25 millones de habitantes (1993), en el cual se hablan cerca de 120 lenguas que es preciso hoy presentar en tres grupos:

- En primer lugar, están las lenguas primeras de la población, en gran parte bantúes, con minorías cuchíticas y nilóticas y algunas lenguas asiáticas habladas por migrantes.

- En segundo lugar, hay una lengua vehicular que se convirtió en lengua nacional, más o menos bien hablada, según la edad de la gente: el swahili. En 1969, Wilfred Whiteley calcula que sus hablantes son unos quince millones:

[Hay] quienes hablan swahili como lengua materna, y que probablemente no superen el millón... Los que la adquieren como lengua segunda y la utilizan con frecuencia en su vida cotidiana; son ciertamente más de diez millones... Un grupo que tal vez supere el millón y que utiliza la lengua de manera limitada... Y, por último, los que utilizan esporádicamente la lengua con un conocimiento muy limitado.1

- Por último, hay una lengua legada por la época colonial: el inglés.Para comprender esta situación debemos remontarnos a comienzos del siglo XIX, a los

primeros testimonios de que disponemos sobre la existencia de esta lengua. Henry Salt, por ejemplo, escribe en 1814:

Las siguientes palabras me las han dado marinos de un barco árabe que se llaman a sí mismos sowaulis, los que parecen ser un pueblo muy diferente del pueblo somauli. Esta tribu ocupa la costa este del África, desde Mugdasho... hasta las cercanías de Monbassa.2

De hecho, no se trata de un "tribu" sino de una lengua esencialmente vehicular (salvo en Zanzíbar, donde era lengua primera), bantú en sus estructuras pero de vocabulario compuesto proveniente prácticamente en un cincuenta por ciento del árabe, que se desarrolló en el comer-cio marítimo, a lo largo de las costas orientales de Africa, y hacia el interior del contintente, sobre la ruta de las caravanas. En el centro de estos dos ejes de difusión se encuentra la isla de Zanzíbar, que en aquella época desempeña un papel comercial importante: tráfico de esclavos, importación de algodón norteamericano, exportación de clavo de olor, de marfil, etc. Es así como va penetrando lentamente en el continente africano una lengua vehicular de marinos, lo

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atraviesa de este a oeste, bajo la influencia de factores esencialmente comerciales. Esta expan-sión in vivo será luego relevada por la acción in vivo de la colonización alemana: el swahili se convierte hacia el final de la década de 1890 en lengua de administración del Africa Oriental Alemán y lo seguirá siendo después de la Primera Guerra Mundial en el Tanganica británico. Alrededor de 1960 es utilizada en un vasto territorio, en Tanzania, Kenia, Uganda, Ruanda, Burundi, en una parte de Zaire, en el sur de Somalía y al norte de Mozambique, y constituye entonces un arquetipo de lengua vehicular; solamente el siete por ciento de sus hablantes la tienen como lengua materna (es decir que su índice de vehicularidad alcanzaba el 93 %).

En el momento de su independencia, en 1961, Tanganica (que se convertirá en Tanzania en 1964) hereda, pues, esta situación: el país es gobernado en inglés, la población habla más de cien lenguas diferentes y el swahili (o kiswahili3) sirve de lengua vehicular en los merca-dos, a lo largo de los caminos, en los puertos. Pero este swahili fue la lengua de las campañas a favor de la independencia, la que utilizaba Julius Nyerere para dirigirse a su pueblo, y se transformó lentamente en símbolo de la liberación. Elegido presidente de la República en 1962, Nyerere hará de ella el instrumento que permitirá soldar este país nuevo. Su uso comen-zará en el más alto nivel: en 1960, los candidatos a la Asamblea Nacional, debían, por ley, leer y hablar fluidamente el inglés; a partir de 1965 esta cláusula desaparece y la campaña electoral se hace en swahili. De ello resultará una evidente democratización en la selección de los par-lamentarios, y, a comienzos de los años setenta, el Parlamento sesionará casi únicamente en esta lengua. Paralelamente, el swahili se convertía en la lengua oficial de los tribunales de pri-mera instancia (1964), lo que representaba otro importante avance democrático, y su uso se extendía a funciones oficiales cada vez más numerosas, hasta convertirse finalmente en len-gua nacional. La evolución de la situación lingüística de Tanzania puede representarse de la siguiente manera:4

NivelLengua utilizada

Período colonial Desde la independencia

nacionaldistritopueblo

vecindad

inglésswahili

vernácula

swahili e inglésswahiliswahili

vernácula

Se ve que el swahili se ha extendido funcionalmente a la vez "hacia arriba" y "hacia aba-jo", a expensas del inglés, por un lado, y de las lenguas vernáculas, por el otro. Esta expansión se vio facilitada por una serie de factores:

- En primer lugar, la herencia histórica. En el momento de la independencia, la lengua te-nía escritura desde hacía tiempo y era utilizada en la administración local, y esta situación, muy diferente de la de los países africanos colonizados por Francia, facilitaba su promoción.

- El hecho de que, simbólicamente, el swahili fuera percibido como lengua de la indepen-dencia, sin ninguna connotación colonial.

- El hecho de que no fuera, por así decirlo, la lengua de nadie, que su promoción no pu-diera ser asimilada a la toma del poder por parte de un grupo étnico sobre otros.

- Y, por supuesto, el hecho de que fuera hablado por la gran mayoría de la población.Como se ve, la "estructura lingüística" del país se modificó considerablemente, y Tanza-

nia nos provee un ejemplo típico de acción sobre las lenguas. Desde luego, esta requirió más tarde de una intervención en la lengua, tanto en la forma (neología) como en los usos (promo-ción). Al comienzo, dos Ministerios serán afectados a la planificación lingüística, el de Educa-ción y el de "Desarrollo Comunitario y Cultura Nacional".3 El primero se ocupará de la intro-

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ducción de la lengua en la escuela; el segundo, del desarrollo de una expresión literaria en kis-wahili. Numerosas comisiones o asociaciones privadas trabajarán luego en la modernización de la lengua; a la vez, en el University College de Dar es Salaam se crea un "Institute of Swahili Research". Pero no nos detendremos en esto, que tiene que ver con el enfoque que he-mos desarrollado en el capítulo anterior.

II. La promoción de una lengua minoritaria: el caso de Indonesia

Indonesia está compuesta de alrededor de tres mil islas y cuenta con una población de 188 millones de habitantes (estimación de 1993) que se reparten en diferentes grupos etnolingüís-ticos4 y hablan aproximadamente doscientas lenguas diferentes. En 1928, cuando el país era una colonia holandesa, el Partido Nacionalista Indonesio, que militaba por la independencia, proclamó que el malayo sería la lengua nacional de Indonesia. En aquella época esa decisión no tenía ninguna eficacia; constituía una política lingüística sin planificación posible, y su fun-ción era ante todo simbólica: la afirmación de la existencia de una lengua nacional dejaba im-plícita la existencia de una nación. La lengua elegida para esa función era una lengua vehicu-lar, sobre todo utilizada en los puertos y los mercados, y, por añadidura, minoritaria: la lengua más hablada en el archipiélago era el javanés, pero la elección del malayo tenía la ventaja de evitar las polémicas y los conflictos que habría desencadenado la promoción del javanés.

Cuando Indonesia obtiene su independencia a mediados de los años cuarenta, decide apli-car esta política concebida hacía ya veinte años y adoptar el malayo como lengua nacional. Es-tamos entonces típicamente en el marco de una intervención in vitro en las lenguas, que se propone organizar según el modo del monolingüismo un país extremadamente plurilingüe. Pero esta intervención hará necesaria una acción sobre la lengua: será preciso "equipar" el ma-layo (rebautizado bahasa indonesia, "lengua indonesia"), fijarle una ortografía y forjarle un vocabulario que le permita cumplir sus nuevas funciones.

El malayo, escrito durante mucho tiempo con ayuda de un alfabeto adaptado del árabe, re-cibió en 1901 en lo que eran entonces las Indias Holandesas una ortografía latina fijada por C. van Ophuysen, que se emparentaba con los principios de la escritura del holandés en dos pun-tos: el sonido /j/ era transcripto j y el sonido /u/ era transcripto oe. Paralelamente, los británi-cos instituían en 1904 en Malasia la ortografía Wilkinson, ligeramente diferente. La Indonesia independiente se da en 1947 un nuevo sistema, la ortografía Soewandi (por el nombre del mi-nistro de Educación de la época), que se propondrá modificar varias veces (en 1956, luego en 1961 y por último en 1972). La última versión, la ortografía EYD (Ejaan Yang Disempurna-kan, "ortografía perfeccionada") fue adoptada finalmente y se utiliza hoy a la vez en Indone-sia, Malasia y Singapur.5 No entraremos en los detalles de sus reglas y nos limitaremos a seña-lar que, a diferencia del ejemplo africano que hemos tratado en el capítulo anterior, tenemos aquí una política que buscó deliberadamente normalizar la escritura de una lengua hablada en varios países.

Quedaba el problema del léxico. Paradójicamente, fue abordado primero por el ocupante japonés que, en 1941, había creado una "Comisión de la Lengua Indonesia" (Komisi Bahasa Indonesia) encargada de trabajar sobre la gramática y el vocabulario de la lengua. En 1945 fue reemplazada por un "Centro de la Lengua y la Cultura" que emprendió la tarea de equipar la lengua respetando cierto número de principios. Se trataba de buscar primero una palabra que ya existiera en bahasa indonesia, recurrir a una palabra tomada de otra lengua del archipiéla-go si no existía en bahasa, o bien elegir una palabra de otra lengua asiática; la solución de to-mar un término de una lengua internacional europea venía en último lugar.6 Así, la palabra malaya swantantra reemplazó el préstamo autonomi, la palabra javanesa timbel reemplazó la

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inglesa lead, la palabra sudanesa nyeri reemplazó la inglesa pain, la palabra árabe zarah fue elegida para designar el átomo, etc.

Más tarde, estos principios fueron interpretados muy libremente y Pierre Labrousse indica que hoy en día se utilizan tres procedimientos:

- El préstamo, como en analis (inglés analyst), o en hipotik (holandés hypotheek).- El calco semántico, como en iklan batu nisan ("leyenda de lápida") por el inglés tombstone.- La resemantización de palabras indonesias, cuando amanat, "mensaje", adquiere el sen-

tido de "orden" (amanat bayar, "orden de pago").Es evidente, pues, la artificialidad de la distinción entre corpus y estatus, o entre acción

sobre la lengua y acción sobre las lenguas, que si bien permitió bellas síntesis dicotómicas, concuerda poco con los hechos. Una política lingüística no interviene en la forma de la lengua o bien en las relaciones con las lenguas. Casi siempre el cambio de estatus de una lengua im-plica luego una intervención en su corpus, lo que hemos llamado su "equipamiento", de lo cual el caso indonesio es un buen ejemplo. Hay otro punto en el que este caso tiene un valor general. Pierre Labrousse señala que las numerosas intervenciones en la lengua jamás han planteado el menor problema en la población:

La idea de que el indonesio es una lengua "imperfecta", que hay que desarrollar, en una palabra, un "instrumento" siempre perfectible, se impuso fácilmente en una sociedad mul-tilingüe y en contacto con el holandés, que se le parece en muchos aspectos. Con respecto a las sociedades donde los problemas lingüísticos provocan vivas tensiones, esta imagen desmitificada de la lengua es muy original.7

Y esta ausencia de tensión debe ponerse sin lugar a dudas en relación con la función vehi-cular del malayo, con el hecho de que no era concebido, en el origen, como la lengua de un grupo, de una facción que toma el poder e impone su lengua a los demás.

III. La paz lingüística suiza

Suiza constituye un ejemplo que viene a desmentir la concepción romántica del Estado-nación que hace de la lengua común (cuando no es la raza común) a la vez el símbolo y garan-te de la unidad nacional. Pierre Knecht, quien define con humor la parte francófona del país como "una Suiza lingüísticamente francesa o una Francia políticamente suiza"8 ilustra clara-mente esta separación entre el enfoque político (los suizos son evidentemente suizos) y el en-foque lingüístico (los suizos no hablan "suizo" sino alemán, francés, italiano o retorromano).

Estas cuatro lenguas se reparten estadística y territorialmente del siguiente modo:- un 74% de germanófonos, en quince cantones;- un 21% de francófonos, en cuatro cantones;- un 4% de italófonos, en un cantón;- un 1% de hablantes retorromanos.

Además, algunos cantones son bi- o trilingües (Grisones, Valais, Friburgo, Berna). Ocu-rre, sin embargo, que el Estado debe funcionar, que la administración debe administrar, y que se plantea entonces el problema de saber en qué lengua(s) manejar este plurilingüismo. Por-que si bien Suiza suele ser considerada como un modelo de democracia, Marianne Duval-Va-lentin tiene razón en señalar que "No basta con que los proyectos de ley o un referéndum pue-dan ser discutidos libremente; también es necesario que los ciudadanos puedan debatirlos en una lengua que les resulte familiar."9

El país es oficialmente trilingüe desde 1848, cuatrilingüe desde 1938 (fecha en la cual se agregó el retorromano al alemán, francés e italiano); las cuatro lenguas son "nacionales", tres

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de ellas (el alemán, el francés y el italiano) son, al mismo tiempo, administrativas. Concreta-mente esto significa que en cada punto del territorio, en cada cantón, se utiliza en la adminis-tración y en la escuela la lengua que se habla en el lugar, y que en el nivel federal hay tres len-guas de trabajo. Y esta situación es una buena ilustración de la diferencia entre el principio de territorialidad y el de personalidad que hemos presentado en el capítulo III:

La lengua de trabajo obedece en Suiza al principio de territorialidad, tanto en el ámbito privado como en el sector público, sin contar la administración federal. En los grandes ne-gocios (bancos, seguros, etc.) y en la administración federal, los cuadros medios y superio-res suelen ser bilingües (alemán-francés) o incluso trilingües (con el italiano). Es de notar que los cuadros de la mayoría germanohablante (el setenta y cinco por ciento de la pobla-ción) se dirigen generalmente en francés a los suizos francófonos (el veinte por ciento de la población). Los retorromanos han aceptado expresarse en francés o alemán, igual que los pobladores del Tesino.10

Christian Rubattel resumió esta situación con claridad: "Suiza no es una comunidad pluri-lingüe, sino una yuxtaposición de cuatro comunidades generalmente unilingües cuyas relacio-nes están regidas por el principio de territorialidad."11 Al lado de esta situación federal, cada comunidad, que ocupa una porción del territorio, vive su propia situación lingüística. Así, en la parte germanófona, que fue uno de los ejemplos que utilizara Charles Ferguson para ilustrar su noción de diglosia, tenemos una situación dialectal que hace que se pueda hablar de un berndütsch, un züridütsch (los dialectos de Berna, de Zurich), etc., con coexistencia entre una koiné suiza, suerte de lugar común de los dialectos, el Schwyzerdütsch [suizo alemán] y el Hochdeutsch [alemán estándar], esencialmente utilizado en lo escrito (y a menudo llamado Schriftdeutsch [alemán para la escritura]). "Suiza, escribe Duval-Valentin, se encuentra en una situación paradójica que es la siguiente: por un lado, hay varios organismos que defienden la pureza de la lengua alemana pero, por el otro, existen numerosas asociaciones consagradas a la protección y el mejoramiento de la práctica dialectal. Tenemos así una Sprachpflege com-pletada por una muy enérgica Mundartpflege."12

La comunidad retorromana vive también una importante variación dialectal. Su lengua está dividida en tres grupos de hablas (retorromano de los grisones, ladino de los dolomitas, friulano), a su vez divididos en numerosas formas locales entre las cuales la comunicación no siempre es fácil. Además, en el cantón de los Grisones, el retorromano (hablado por el 26% de la población) coexiste con el suizo alemán (58%) y el italiano (16%), y se encuentra amenaza-do por estas dos lenguas a la vez en su forma (préstamos, calcos) y en su existencia.

En el Tesino se observa también la coexistencia del italiano con un dialecto lombardo y hablas locales, y M. Duval-Valentin da, para ilustrar esta diversidad, el siguiente ejemplo: un tesinés medio, para decir que le duele la cabeza, le dirá a su mujer, en "patois", dori l'co; a un conocido, en dialecto, fa ma a la testa, y, en situación más formal, en italiano, mi fa male la testa. Por último, del lado francófono se observa cierto número de regionalismos, pero la si-tuación no es comparable con las que acabamos de describir en cuanto al italiano o el retorro-mano.

Por debajo del nivel federal, que asegura a la vez la administración de la Confederación (en tres lenguas) y el principio de territorialidad (para cuatro comunidades lingüísticas), tam-bién los cantones pueden intervenir en la política lingüística. Un buen ejemplo lo constituye el cantón bilingüe de Friburgo, que produjo una "carta de las lenguas" (en alemán, Sprachen-charta) que garantiza en el cantón la igualdad de derechos del francés y el alemán, pero que propone sobre todo una serie de principios generales. Así encontramos, por ejemplo, la conde-na de la unificación lingüística alrededor de una lengua mayoritaria, la de la anexión de pobla-ciones que hablan la misma lengua, etc., así como la enunciación de los derechos lingüísticos de los ciudadanos y los deberes lingüísticos de las autoridades.

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Vemos, entonces, qué hay de específico en la gestión suiza del plurilingüismo: el ajuste de los niveles de competencia. Existe una reglamentación federal, los cantones bilingües manejan su propia situación y las comunas tienen competencia en materia de enseñanza para decidir la len-gua o las lenguas a utilizar. El resultado más importante de este tipo de aproximación es que la mayoría lingüística (germanohablante) no se comporta como una mayoría: no impone su lengua a las minorías. Y esta "paz lingüística", garantizada por un aparato jurídico preciso, constituye un modelo de política y de planificación que ciertos países podrían envidiarle.

IV. La defensa del estatuto internacional de una lengua: el ejemplo del francés

En el capítulo anterior hemos presentado la acción de Francia sobre la forma de la lengua. Pero Francia interviene también continuamente en su estatus, en particular, en su estatus interna-cional. Con la Revolución comienza una acción cultural y lingüística exterior, acción a la que sir-ven de intermediario las "obras", es decir, esencialmente las congregaciones religiosas francesas en el extranjero. Ya se trate de la ayuda a las escuelas cristianas, ya de las subvenciones a los mi-sioneros católicos, a los protestantes, a la Alianza Israelita Universal, durante casi un siglo la cul-tura y la lengua francesas son promovidas en el extranjero gracias a diferentes vectores religiosos. Habrá que esperar el final del último siglo para que organizaciones laicas se unan a esta red: las Alianzas Francesas, creadas en 1883, y posteriormente la Misión Laica (1902). El Estado, en aquella época, no interviene directamente en este ámbito; se contenta con financiar iniciativas privadas a través del Ministerio de Relaciones Exteriores, el Ministerio de las Colonias y, cosa más inesperada, de las recaudaciones de las apuestas mutuas. Solo en 1909 se creará un servicio de "escuelas y obras francesas" en el Ministerio de Relaciones Exteriores, que fue reorganizado luego de la Primera Guerra Mundial en tres secciones encargadas de la acción universitaria, la ac-ción artística y las obras, respectivamente.13 Pero es durante la Segunda Guerra Mundial cuando la acción cultural exterior francesa adoptará su forma actual. En 1941, el general De Gaulle crea en Londres los "comisariados" de la Francia Libre, que de hecho eran ministerios, entre los que se cuenta el Comisariato de Relaciones Exteriores, dividido en una "Dirección de Asuntos Políti-cos" y un "Servicio de Asuntos Administrativos y Consulares y de Obras Francesas en el Extran-jero".14 Este último se convertirá en 1945, después de la liberación, en la "Dirección General de Relaciones Culturales y de Obras Francesas en el Extranjero" que, bajo denominaciones diversas, se mantendrá hasta la actualidad.

Esta dirección general se ocupa esencialmente de la enseñanza del francés en el extranjero (es, por lo demás, la única, en un ministerio formado por diplomáticos, cuyo personal provie-ne en parte del sistema nacional de educación), y los puestos de consejeros culturales que se comienzan a crear a fines de los años 1940 son ocupados en aquel entonces casi siempre por universitarios. Así va tomando forma una opción fundamental: la difusión de la cultura fran-cesa en el extranjero pasa por la de la lengua francesa, lo que implica, por ejemplo, que no se traduzcan libros, sino que se los difunda en francés. Y esta opción no tiene nada de obvio; se puede leer la literatura rusa, alemana o española en traducción francesa o italiana, escuchar en francés una conferencia sobre pintura china o seguir en inglés películas japonesas. La elección francesa será diferente, y marca aún hoy la política lingüística exterior del país. La Dirección General de Relaciones Culturales se transformará después en Dirección General de Asuntos Culturales y Técnicos (1956), luego en Dirección General de Asuntos Culturales, Científicos y Técnicos (1969), pero detrás de estos diferentes nombres, que dan prueba de la ampliación de sus competencias (la técnica y después las ciencias se anexan a la cultura), perseguirá la mis-ma política: difundir al mismo tiempo la cultura, la ciencia y la lengua francesas, lo que impli-ca, por supuesto, que se dedique mucha energía a la enseñanza de la lengua. Por eso, Francia es el país que más docentes envía al extranjero: su política cultural exterior es ante todo una

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política de difusión de la lengua francesa. No presentaremos aquí los lugares de impulso y de decisión encargados de esta política: Francia se ha dotado de un número impresionante de es-tructuras, organismos, comisiones, que intervienen de un modo u otro en el terreno de la len-gua y las lenguas, y nos limitaremos a resumir la política lingüística exterior del país.

En EuropaA mediados de diciembre de 1994, en el momento en que Francia se aprestaba a tomar la

presidencia de la Unión Europea, el ministro francés de Asuntos Europeos proponía limitar a cinco las lenguas de trabajo de la CEE (que deben distinguirse de las lenguas oficiales: las de todos los países miembros), exponiéndose a las protestas de algunos países "pequeños". El problema que se planteaba aquí es a la vez técnico y político. Si nos atenemos al punto de vis-ta legal, hay en la Europa de los Quince trece lenguas "nacionales" diferentes, pero al haber renunciado dos Estados al uso de una de sus lenguas en las instituciones europeas (Irlanda re-nunció al irlandés, y Luxemburgo, al luxemburgués), solo quedan once lenguas oficiales, lo que hace 110 combinaciones posibles de interpretación. Esto implica cabinas de traducción, personal (los intérpretes cambian cada veinte minutos...), un presupuesto enorme. En una pa-labra, es evidente que la situación no puede continuar en ese estado, que es preciso limitar el número de lenguas, a menos que se acepte pagar el costo enorme de la igualdad de las lenguas (así como los quebequenses pagan el costo del bilingüismo). Pero la hipótesis de una limita-ción del número de lenguas nos hace pasar en un plano político más amplio.

En efecto, hay aquí dos soluciones: o bien se limita el número de lenguas de trabajo (es la propuesta -cuestionada- de Francia), o bien no se hace nada, y esta política por defecto podría conducir a mediano o largo plazo a la dominación de hecho del inglés. Las reacciones frente a esta hipótesis son, por cierto, diferentes según los países, y se comprende que Francia, que asigna una gran importancia a la defensa de su lengua, se oponga a que esto ocurra. A la in-versa, es concebible que cierto número de países que rechazan la idea de las cinco lenguas es-tén dispuestos a aceptar un estatuto particular para al inglés, que es ya la lengua internacional de trabajo... A este debate técnico-político se le suma otro: la lista de las lenguas de trabajo que propone Francia. Se trata del inglés, el francés, el alemán, el español y el italiano, es decir, las lenguas más habladas en la Europa de los Quince. Y esta elección es evidentemente políti-ca, pone el acento en la comunicación en el seno de Europa, excluyendo al mismo tiempo el portugués, mucho más hablado en el mundo que el italiano, el alemán e incluso el francés. Es decir que esta opción ignora el estatus mundial de las lenguas y no toma en cuenta más que la estadística (cantidad de hablantes) en Europa. Junto a un enfoque técnico (hay que limitar las lenguas de trabajo), la propuesta francesa presentaba una perspectiva política en dos niveles:

- Hay que evitar que el inglés se vuelva la única lengua de trabajo de la Unión.- Hay que elegir las lenguas de trabajo en función de criterios europeos (de allí las cinco

lenguas propuestas, que son las más habladas).Este enfoque, que se sitúa en el marco de la política europea, enmascara de hecho intere-

ses nacionales: la propuesta de Francia, presentada como capaz de resolver las dificultades de funcionamiento de las instituciones europeas, puede ser considerada al mismo tiempo una for-ma de defender el francés, mientras que las reacciones de los "pequeños países" constituyen una defensa de sus lenguas so pretexto de la defensa del principio de igualdad...

Del mismo modo, Francia insiste desde hace tiempo en que los países europeos enseñen dos lenguas en sus escuelas secundarias, y esta insistencia puede ser presentada como un pro-yecto "europeo" (formar jóvenes europeos trilingües), pero constituye al mismo tiempo una defensa del francés (si se enseña solo una lengua, esta sería evidentemente el inglés, y la se-gunda es necesaria para asegurarle un lugar al francés).

La política lingüística francesa en materia europea está, pues, tironeada entre estos dos principios: la gestión lingüística de Europa y la defensa de la lengua francesa. Detrás de esto

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está la idea de que el futuro del francés se juega en la Unión Europea, que es absolutamente necesario evitar que el inglés se convierta en la única lengua de trabajo, idea expresada clara-mente en una obra publicada por el Ministerio de Relaciones Exteriores:

No nos equivoquemos, es en la Unión Europea donde se jugará el futuro del francés. Si mañana, por obra de sucesivas ampliaciones, el inglés se impusiera como única lengua de trabajo, ¿cómo podríamos defender en otros lugares el estatuto internacional del francés?15

Esta posición, que muestra claramente dónde se encuentra el enemigo (en el monolingüis-mo, por supuesto, pero en el monolingüismo anglófono), deja de lado, sin embargo, otra pro-blemática. Si el estatuto internacional del francés se juega simbólicamente en Europa, su por-venir estadístico se juega en el Africa, donde la demografía y los progresos posibles de la es-colarización le aseguran a la lengua un reservorio inmenso de hablantes potenciales. Y esto nos lleva a otro aspecto de la política lingüística francesa: el referido a la francofonía.

La francofoníaEs necesario abordar la francofonía desde dos perspectivas; en efecto, se trata a la vez de

una realidad sociolingüística, producto de la historia y en particular de la historia colonial, y de un concepto geopolítico de reciente aparición, cuya idea fue lanzada en 1964 por dos jefes de Estado, Léopold Sedar Senghor y Habib Bourguiba.

A) Una realidad sociolingüística. Desde comienzos de la era colonial, el francés experi-mentó una expansión mundial que la convierte hoy en la segunda lengua internacional, des-pués del inglés y antes del español si se considera el número de países de los cuales es lengua oficial o el número de países que lo utilizan en sus intervenciones en la ONU, y en la cuarta lengua internacional (después del inglés, el español y el portugués) por cantidad de hablantes.

El francés está presente en el África (en unos quince países), en el Océano Indico, en las Antillas, en América Latina (Guyana), en América del Norte (Canadá), en el Cercano Oriente (Líbano), y, en menor medida, en el Asia (Vietnam, Camboya, Laos). En 1995 es posible esti-mar el número de personas que utilizan cotidianamente el francés en el trabajo o en la familia en unos 120 millones. Se trata de mi propia estimación, fundada en cálculos cuyo detalle sería fastidioso exponer. El Alto Consejo de la Francofonía, en su obra titulada État de la fran-cophonie dans le monde, rapport 1990, distinguía

- a los francófonos reales, que tienen del francés (como lengua primera o segunda) un do-minio y un uso habituales: 106 millones;

- a los francófonos ocasionales, que viven en el espacio francófono pero tienen un domi-nio rudimentario y una práctica limitada del francés: 55 millones;

- por último, a los francizantes, los que fuera del espacio francófono han aprendido o aprenden el francés: unos cien millones.

Sea cual fuere el número exacto, estas personas viven en situaciones sociolingüísticas muy diferentes, que van desde países o regiones donde el francés es una lengua ampliamente dominante (Francia, el Quebec, una parte de Bélgica) hasta países donde es solo la lengua del Estado (es decir, de la enseñanza, la administración, la justicia, etc.), hablada por alrededor del diez por ciento de la población (es el caso de los países del Africa francófona). Estas situacio-nes se diferencian también por las lenguas con las que se ve confrontado el francés. Hay paí-ses en los cuales el francés coexiste con prácticamente una sola lengua, como Túnez; otros, en los cuales coexiste con varias decenas e incluso centenas de lenguas (Senegal, Camerún, Zai-re). Por último, estas situaciones se distinguen por los tipos de relaciones entre estas lenguas: el francés puede ser lengua dominante (como en el Africa) o dominada (como en el Canadá o en Louisiana). En una parte de estos países se plantea, entonces, un problema sociolingüístico importante. Se encuentran en una situación de diglosia, pero con la particularidad de que la

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mayoría de la población no habla la "variedad alta", la lengua oficial, y por consiguiente se en-cuentra de hecho excluida de la vida pública, de la enseñanza, etc.

B) Un concepto geopolítico. En 1966, en su primera reunión, la OCAM [Organización Común Africana y Mauriciana] presentaba al gobierno francés un proyecto de "Commonwe-alth a la francesa" (expresión que había utilizado ya el año anterior el presidente tunecino Ha-bib Bourguiba), y esta fórmula mostraba claramente el aspecto geopolítico de la francofonía: se trataba de afirmar, luego de las independencias de las antiguas colonias, la existencia de una entidad política comparable con la que constituían los países del antiguo imperio británico agrupados en una asociación política.

La lista de los países "francófonos" en sentido geopolítico es ligeramente diferente de la de los países sociolingüísticamente "francófonos", pero igualmente variada. Si consideramos, por ejemplo, los cuarenta y siete Estados y gobiernos agrupados con diversos estatutos en la ACCT [Agencia de Cooperación Científica y Técnica], comprobamos que al lado de países como Francia o Bélgica, total o parcialmente francófonos de manera indiscutible, y de los paí-ses antiguamente colonizados por Bélgica o Francia en los cuales el francés es, como hemos visto, lengua oficial, se hallan países en los que apenas se habla francés (Egipto, Guinea-Bis-sau, Vietnam, etc.), mientras que otros, en los que el francés desempeña un papel no desdeña-ble, están ausentes (Argelia). Estas aparentes incoherencias muestran a las claras que la adhe-sión a esta organización de cooperación francófona depende de una elección política: es evi-dente que Vietnam o Egipto son mucho menos francófonos que Argelia y que su presencia en esa asociación no responde a una lógica lingüística sino a consideraciones de política interna-cional.

¿Cuál es la política francófona de Francia? Al principio consistió, como en el resto del mundo, en defender la lengua francesa, en asegurar su presencia en las estructuras de los Esta-dos miembros, a riesgo de oponerse discretamente, en ciertos países (como en los africanos), a la promoción de las lenguas nacionales, o a no favorecerla. Pero la francofonía efectuó un vi-raje importante en 1989, al menos en el nivel de los discursos. En la cumbre de los jefes de Estado francófonos de Dakar, en mayo de 1989, el presidente Miterrand mostró un lenguaje nuevo, que hacía referencia a un diálogo entre lenguas y culturas en el espacio francófono. Desde entonces, el acento está puesto en las "lenguas asociadas [partenaires]", en los proble-mas de desarrollo. Pero se trata de la cooperación multilateral, en tanto que, en el marco de la cooperación bilateral, Francia no parece haber cambiado de política lingüística frente al Afri-ca. Y aquí aparece una contradicción entre las políticas bilaterales (impulsadas por el Ministe-rio de Cooperación) y multilaterales de Francia. Si se considera, por ejemplo, que lo que im-porta en el Africa es difundir la lengua francesa, es evidente que conviene dirigir los esfuerzos a la escuela y los medios. Pero si se considera que lo importante es apoyar en ese continente un desarrollo endógeno, hay que preguntarse cómo transmitir el saber, el saber-hacer, si la es-cuela en francés es el mejor vector de esta transmisión y si la utilización de ciertas lenguas africanas no daría mejores resultados. Y la elección entre estas dos direcciones es fundamen-tal: en el primer caso se asegura (por vía del francés) la promoción individual de algunas éli-tes; en el segundo caso se buscaría (por vía de lenguas africanas) una promoción colectiva. Ahora bien, Francia tiende a jugar la carta del francés (y, por consiguiente, la de la promoción individual) en su política bilateral, mientras que los organismos francófonos multilaterales, en gran parte financiados por Francia, se orientan cada vez más, pero con menos recursos, en la segunda dirección...

Además, la francofonía suele ser coto cerrado de una guerra larvada entre los países fran-cófonos del norte, en especial, entre Francia y el Canadá, cada uno de los cuales tiene, además de su política multilateral, una política bilateral que a veces va en direcciones diferentes. Esta guerra de jefes hace de la francofonía un lugar de oposición entre los países del norte, socios

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capitalistas, en detrimento de la elaboración de una línea política clara. Francia no tiene una política francófona claramente expresada en el dominio bilateral ni en el multilateral. Robert Chaudenson expresa muy bien esta incoherencia cuando escribe:16

El interés inmediato del sur no está en las industrias de la lengua ni en las autopistas de información, sino en una difusión masiva, adaptada y eficaz de la lengua francesa en el sur porque es, en el África, la condición primera tanto del desarrollo como de la democracia. Pero, por lo demás, es claro que el sur tiene un interés poderoso pero indirecto en que el francés esté presente también en las industrias lingüísticas y culturales y en las autopistas de información.

Esbozaba así una política francófona posible, que consistiría en dotar a la francofonía de grandes objetivos comunes, pero reservando objetivos específicos para cada uno de los países miembros en función de sus necesidades y sus medios. Sin embargo, este procedimiento en-traría en contradicción con las reivindicaciones de los países del sur y cierto clientelismo de los países del norte, y el resultado es una parálisis casi total de la política francófona, a pesar de los importantes medios financieros de que dispone.

El francés en el mundoEn cuanto al resto del mundo, así como en Europa, según hemos visto, el problema de la

política lingüística francesa tiene un nombre: el inglés. En 1919, por primera vez en la historia de las relaciones internacionales, se redacta un tratado en dos lenguas, francés e inglés. En efecto, el presidente norteamericano Wilson había exigido que el tratado de Versalles no estu-viera escrito solamente en francés, como era habitual hasta ese momento. Fecha simbólica, porque desde entonces Francia lucha por mantener el estatuto internacional de "su" lengua, no sin éxito, por lo demás: en la UNESCO y en la ONU el francés está entre las pocas lenguas de trabajo, muchas delegaciones lo utilizan en sus intervenciones y, sobre todo, el número de francófonos en el mundo está en constante aumento. Los franceses ya no son mayoritarios en el conjunto de los francófonos, y el francés ya no es verdaderamente solo la lengua de Francia. Pero también: el francés ya no es la primera lengua internacional; ha sido ampliamente supe-rado por el inglés, y su estatuto es comparable al del español, o incluso el del portugués... En la obra del Ministerio de Relaciones Exteriores que hemos citado se encuentra el siguiente pa-saje: "No nos equivoquemos de objetivo; no se trata de librar batalla contra el inglés, sino de luchar por el mantenimiento de un pluralismo lingüístico y cultural que nos parezca necesario no solo a nosotros mismos, sino a muchos de nuestros socios."17 Es verdad que en la reivindi-cación de la excepción cultural, por ejemplo, Francia ha defendido su cine pero al mismo tiempo el cine italiano o español, así como a los cineastas japoneses les gustaría que su go-bierno adoptara posturas semejantes. Pero resulta que este pluralismo lingüístico y cultural, que se recuerda cada vez que el francés se encuentra amenazado, prácticamente no lo es cuan-do sus posiciones son más seguras, como en Francia o en el Africa francófona.

Los autores de las Histoires de diplomatie culturelle señalan que cuando Maurice Couve de Murville, quien fue Ministro de Relaciones Exteriores durante diez años, redacta sus me-morias, dedica cuatrocientas páginas a las relaciones entre Francia y los grandes países de este mundo y otras cuatrocientas a las cuestiones culturales. Durante esos diez años, la mitad del presupuesto de su Ministerio se destinó a los Asuntos Culturales y Técnicos.18 Es cierto que durante largos años la difusión del francés en el extranjero fue primero un mercado más que una política. Los editores y los autores de métodos de enseñanza del francés obtuvieron con ello importantes beneficios, y dado que desde un punto de vista comercial era necesario reem-plazar cíclicamente esos métodos, los "metodólogos" se abocaron a producir nuevas "teorías". Se sucedían enfoques estructuro-global, audiovisual, comunicativo, los ejercicios estructurales por un tiempo la panacea, eran pronto reemplazados por las microconversaciones, luego por

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otras innovaciones. Organismos para-universitarios (BELC, CREDIF) se especializaban en la enseñanza del francés en el exterior, antes que el FLE (francés lengua extranjera) se volviera una especialidad propiamente universitaria. En todo ello había intereses financieros evidentes, un enfoque teórico cuya profundidad no saltaba a la vista y una relativa ausencia de reflexión política.

Este desequilibrio entre el desinterés político y la mansedumbre financiera frente a la polí-tica cultural y lingüística se prolongó bajo las presidencias de Georges Pompidou y de Valéry Giscard d'Estaing, y después de la elección de François Miterrand se multiplicaron los orga-nismos, las reuniones, las decisiones relativas a la lengua y la francofonía, cuando se vio al jefe de Estado interesarse directamente en estos problemas. Pero el hecho de que desde enton-ces la política lingüística francesa fuera, al parecer, tratada al más alto nivel no garantiza su unidad.

¿Tiene coherencia la política lingüística de Francia? ¿Dónde se la encuentra? Podemos dudar de su coherencia por razones ante todo técnicas: los lugares de decisión son múltiples, no existe un espacio de reflexión, por ejemplo, universitario, que pueda proveer a los políticos estudios concretos, un seguimiento de las situaciones, un análisis de la coyuntura. Podemos ver también cierta contradicción entre la defensa afirmada del plurilingüismo en Europa y el escaso afán puesto en defender este principio dentro de las fronteras de Francia cuando se trata de las lenguas regionales. Por último, a pesar de un ligero viraje desde la cumbre de Dakar, se puede observar que la política lingüística de la francofonía parece ignorar las lenguas llamadas "asociadas", hacer poco caso del principio de plurilingüismo sostenido en otras partes y no preocuparse por el lugar de las lenguas en el desarrollo cuando se trata de defender el francés en el Africa. Además, en cuanto a la acción lingüística interna y externa, un implícito parece pesar en todas las estrategias implementadas: el inglés. La "ley Toubon" hace referencia a cada paso a "términos extranjeros", mientras que los ejemplos que aparecen en el Dictionnai-re des termes officiels de la langue française reemplazan todos palabras inglesas, y la volun-tad de plurilingüismo de la que hace alarde, en lo que se refiere a Europa, tiene siempre por función contrarrestar la amenaza de una posición dominante del inglés.

Por todas estas razones, entonces, es claro que esta política lingüística no tiene ninguna unidad y que podemos preguntarnos con Robert Chaudenson "si hay un piloto en el avión". Pero la coherencia de esta política se sitúa en otro nivel, en el de la defensa de la lengua fran-cesa, a la vez desde el punto de vista del corpus (lucha contra los préstamos, neología en dife-rentes ámbitos, industrias de la lengua, etc.) y el del estatus (lugar del francés en las institucio-nes internacionales, enseñanza del francés como lengua extranjera, etc.). Desde que la Revo-lución decidió que una República una e indivisible necesitaba una lengua una e indivisible, es el reino del modelo monolingüe, que fue aplicado a la vez en la Francia metropolitana y en el Africa colonial. Los principios afirmados (plurilingüismo en Europa, diálogo entre el francés y las lenguas asociadas en el espacio francófono) lo son a menudo de manera táctica. Pero, más que una contradicción entre táctica y estrategia, es preciso ver aquí una subordinación de los principios a una meta: la política lingüística de Francia tiene una coherencia teleológica profunda que la conduce a una incoherencia teórica y a estrategias variadas. No defiende en todas partes los mismos principios porque en todas partes defiende el francés, aunque no lo diga en voz alta, y aunque no siempre sepa cómo defenderlo.

V. El reemplazo de una lengua colonial: los comienzos de la arabización en el Maghreb

En el capítulo 1 vimos que los sociolingüistas y los militantes catalanes utilizaban la no-ción de normalización para designar la acción sobre las lenguas que desemboca en el reem-plazo del español por el catalán en las funciones oficiales. En este caso en particular, se trata-

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ba de devolverle al catalán el estatus que tenía a comienzos de siglo. Muy distinta es la situa-ción del árabe en el Maghreb. "La arabización", escribe G. Grandguillaume, "consiste en vol-ver árabe lo que no lo es."18 Y agrega algunas páginas más adelante que se trata de arabización y no rearabización:

Por cierto, un regreso a las fuentes, a la lengua de los orígenes, parece tranquilizador y se presenta como fundamentalmente legítimo. Pero concebir la arabización como un retor-no a un estado de cultura y de lengua precoloniales no es sino una trampa. Para hablar solo de la lengua, esta debe expresar hoy un mundo totalmente diferente de lo que fue antaño; en especial, su empleo en el lugar del francés la conduce a expresar realidades nuevas res-pecto del fondo lingüístico árabe tradicional. Existe la rearabización en el sentido de una restauración de la lengua árabe como lengua de cultura, pero no en el sentido de la pura resurgencia de una situación lingüística pasada.19

En efecto, la situación del árabe en el Maghreb es diferente de la del catalán en España: las estructuras del Estado del cual el árabe debía ser medio de expresión y administración no existían antes de la colonización. Además, el contexto lingüístico era allí muy particular. Se ha escrito mucho sobre las relaciones entre las lenguas en presencia, árabe, berebere y francés, y es extremadamente difícil hacer un balance de esta cuestión. Lo seguro es que hay en el Maghreb dos conjuntos de lenguas maternas: el conjunto árabe y el berebere. Bajo nombres diversos (berebere, kabyl, tamashek, tamazight, tachelhit, chleuh, etc.), el berebere fue siem-pre considerado, desde la conquista árabe, como un dialecto minoritario (pese a que aún hoy es mayoritario en Marruecos), que no merece reconocimiento oficial. En cuanto al árabe len-gua materna, al parecer fue desvalorizado:

El juicio (desfavorable) de valor con que el árabe combina toda mención de la lengua que usa cotidianamente se reduce a presentarla como una corrupción del árabe literal [ára-be escrito, por oposición al hablado, dialectal] que hay que abandonar o hacer desaparecer cuanto antes.20

Más allá de estas lenguas maternas, los tres países del Maghreb estaban confrontados a otras dos lenguas: al francés, por un lado, herencia de la época colonial, y al árabe. Pero es de-licado definir este árabe, que no es la lengua hablada. Por una parte está el árabe clásico, len-gua del Corán, sacralizada como factor identitario y como cimiento de la comunidad de cre-yentes. En sentido estricto, se trata de una lengua muerta, como el latín, que se aprende esen-cialmente para leer el Libro sagrado. Por otro lado está el árabe moderno, lengua de los me-dios, del aparato estatal, del que Grandguillaume dice:

Sin referencia cultural propia, esta lengua carece también de comunidad. No es la len-gua hablada de nadie en la realidad de la vida cotidiana (...). A los partidarios de la arabi-zación se les hizo evidente esta falta de referencia comunitaria de la lengua árabe moder-na; es por eso que, contra toda evidencia, intentan establecer una confusión entre esta len-gua y la lengua materna. En la historia de las controversias abundan los ejemplos donde la reivindicación de arabización es expresada como reivindicación de lengua materna.21

Es, pues, este árabe moderno el que está en el centro del proceso de arabización, que se manifiesta en Marruecos a partir de 1957 (decisión -abortada- de arabizar el curso preparato-rio), en Túnez a partir de 1958 (instauración de los dos primeros años de enseñanza en árabe) y en Argelia a partir de 1962 (instauración de la escuela primaria de siete horas semanales de árabe de las treinta horas de enseñanza). Como se ve, en los tres casos el proceso se inició en la escuela. Pero las diferencias entre los tres países nos llevan a tratarlos inicialmente por se-parado. Presentaremos sucintamente sus políticas lingüísticas en los años sesenta y setenta an-tes de reintentar una síntesis.

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En MarruecosA pesar del silencio oficial sobre la cuestión hasta una fecha muy reciente, Marruecos es

un país lingüísticamente heterogéneo: el berebere es hablado como lengua primera por al me-nos la mitad de la población.22 Sin embargo, cuando en febrero de 1956, algunas semanas an-tes de la independencia, se crea en Rabat la Liga contra el analfabetismo, sus campañas se ha-rán únicamente en árabe, y veremos que en ninguno de los debates que se han sucedido en Marruecos acerca del uso público de las lenguas se ha planteado el problema berebere: solo el Movimiento Popular (fundado en 1957) reclamará constantemente la enseñanza del berebere...

En el comienzo del año escolar de 1957, inmediatamente después de la independencia, se arabiza el primer año de la escuela primaria a instancias del ministro de Educación nacional, Mohamed El Fassi. La medida, precipitada y mal preparada, será un fracaso y en consecuencia el ministro renunciará en marzo de 1958. Pero la cuestión quedará planteada desde entonces: el rey crea una comisión de reforma de la enseñanza encargada de preparar un proyecto, y el problema de la arabización será nuevamente abordado en junio de 1958, en la primera reunión del Consejo Superior de Educación Nacional.

La primera solución adoptada será la de cursos experimentales: en 1960 se abre un curso enteramente arabizado en Rabat y en Fez, y otro en Casablanca en 1961. En la misma época, el Ministerio de la Función Pública y de Reforma Administrativa inaugura cursos de capacita-ción en árabe para todos los funcionarios. Paralelamente se crean en Rabat organismos de re-flexión sobre la arabización (Instituto de Arabización, Oficina Permanente del Congreso para la Coordinación de la Arabización en los Países Arabes), mientras que el Consejo Superior de Educación Nacional, en octubre de 1962, exige que el árabe sea la única lengua de enseñanza. El Ministerio duda en esa época entre dos estrategias: arabizar año por año o materia por ma-teria. Se adoptará la primera solución, que será lanzada en octubre de 1963: de este modo, en 1967, todo el ciclo primario habrá quedado arabizado, año por año. Pero los resultados no son muy convincentes: el aflujo de alumnos y la baja del nivel de enseñanza llevan al ministro Benhima a reglamentar en 1965 el acceso de los alumnos al nivel secundario. A pesar de las violentas reacciones que suscita esta decisión, el ministro la mantendrá en abril de 1966 y anunciará al mismo tiempo su intención de volver a la enseñanza de las materias científicas en francés.

En 1965, el Ministerio de Justicia es oficialmente arabizado, mientras que el resto de la administración continúa utilizando el francés o el árabe, según los casos, y más bien el fran-cés, a juzgar por las numerosas protestas de los usuarios. Grandguillaume señala con humor que "esta francización persigue al marroquí hasta la tumba, porque incluso las autorizaciones de entierro son redactadas en lengua extranjera."23 En realidad, si se deja de lado la justicia, la arabización de la administración se operará de manera no coordinada, desordenada.

En octubre de 1968, el rey anuncia una medida un poco sorprendente pero que parece plantear el problema de la enseñanza desde un nuevo ángulo. Se trata de abrir en todo el país una suerte de ciclo preescolar, escuelas coránicas "modernas" a las que asistirán los niños de cinco a siete años. Este sistema, que será efectivamente implementado, zanja claramente el debate sobre la cuestión de saber qué arabe enseñar: si los niños marroquíes comienzan su ci-clo escolar con dos años de escuela coránica, es evidente que van a estudiar el árabe del Co-rán. Entrarán luego en el sistema de enseñanza primaria. En cuanto al resto, y a pesar de las protestas de una parte de la opinión pública, el bilingüismo se mantiene a partir del tercer año de la escuela primaria.

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En TúnezTúnez es el país del Maghreb de situación lingüística más simple: el berebere práctica-

mente ha desaparecido y el tamaño reducido del territorio hace que el árabe hablado esté allí casi unificado. En 1958 se introduce el árabe en los dos primeros años de la primaria, medida acompañada de la supresión de las escuelas coránicas. El mismo año se decidía una interven-ción en el entorno lingüístico: se arabizaban los carteles de todos los comercios. Once años más tarde Ahmed Ben Salah, responsable de Educación en el gobierno, decide restablecer la enseñanza del francés en estos dos primeros años. Parece disponer del apoyo del presidente Bourguiba, pero en noviembre de 1969, dos meses después del comienzo del año escolar, pierde su puesto. No obstante, su reforma será aplicada y mantenida durante dos años. El pri-mer año de la primaria será otra vez arabizado en 1971, el segundo en 1976 y el tercero en 1977. Paralelamente, se arabizaba cierto número de materias en la secundaria (filosofía, histo-ria, geografía) y en el nivel superior (ciencias humanas).

Pero al mismo tiempo, un debate sobre la arabización (iniciado en la Asamblea Nacional en 1970) agitaba a los intelectuales y la clase política. Se trataba ante todo de oponerse a la noción de "tunicificación", propuesta por ciertos ministros, que no ponía el problema lingüís-tico en primer plano. Luego, en 1974, estalla una polémica entre Hedi Balegh, quien reclama que se utilice el dialecto tunecino y no las "lenguas aristocráticas" que son el árabe literal y el francés, y el ministro Mzali, para quien "el árabe hablado no es una lengua de civilización". Durante este tiempo, se produce la arabización de la administración, como en Marruecos, de-sordenadamente. Solo los ministerios de Justicia e Interior son arabizados a comienzos de los años 1970, pero ¿en qué árabe? Una anécdota célebre ilustra el problema. El presidente de la República, Habib Bourguiba, en un discurso pronunciado en 1965, destacaba que el hecho de redactar las actas en árabe literal cuando las declaraciones se hacían en árabe hablado amena-zaba con deformar estas últimas, y le habría dicho a un oficial de policía (en árabe dialectal tu-necino): "Hizo su declaración en dialecto, inscríbela tal cual". Siete años más tarde, en julio de 1972, volverá sobre este punto en una entrevista en la televisión francesa, donde explicaba a propósito de los tunecinos: "Yo no les hablo en árabe regular, el árabe de los antiguos, sino en el árabe que ellos mismos hablan..."

Estos diferentes debates parecen extrañamente calmos si se los compara con lo que ocu-rrió en Argelia. Es cierto que el problema del berebere, como hemos dicho, no se planteaba en Túnez, lo que desapasionó considerablemente los intercambios. Pero, a pesar de la importan-cia de la religión, el problema de lo dialectal, del árabe o tunecino, como se quiera (en tuneci-no se lo llama bârbrî), fue planteado claramente, en diferentes niveles, incluido el más eleva-do, lo que está lejos de ser el caso en los otros dos países.

En ArgeliaDesde sus orígenes, el problema de la arabización en Argelia está inmerso en las contra-

dicciones internas de un Estado "socialista" cuya política exterior se inclina hacia los países del Este y que, por otro lado, practica referencias permanentes al Islam. Unos meses después de la independencia, al iniciarse el año escolar de 1962, el gobierno argelino introdujo siete horas semanales de enseñanza de árabe en el sistema escolar primario. La reforma continuará a paso forzado: diez horas semanales más enseñanza religiosa en 1964, primer año de la pri-maria enteramente arabizado, y, por último, creación de una "enseñanza original" completa-mente arabizada y de coloración religiosa que se mantendrá hasta 1976. La ausencia de docen-tes competentes llevará a reclutar "monitores" de nivel muy bajo y por lo general provenientes de escuelas coránicas, así como maestros egipcios y luego sirios. Después del golpe de Estado que derroca a Ben Bella en 1965, la arabización prosigue al mismo ritmo: en 1967 se arabiza el segundo año de la escuela primaria, en 1968 se arabizan parcialmente los años siguientes, etc. En la universidad, en cambio, las cosas son mucho más lentas: los estudiantes se muestran

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hostiles a la enseñanza en árabe23 y no se hace más que instaurar en 1971 un examen obligato-rio de árabe en todas las licenciaturas dictadas en francés.

Las cosas van también muy rápidas en los engranajes del Estado. En 1968 un decreto de-cide la arabización de la administración. Le sigue un decreto ministerial, en 1970, que deter-mina el nivel de árabe que deben poseer los funcionarios (los altos funcionarios serán dispen-sados de esa obligación en 1973). Estas medidas son recibidas de distintas formas: sobre todo los funcionarios en actividad temen ser despedidos o no ser promovidos. Pero la arabización continúa al mismo ritmo, o casi: las noticias cinematográficas habían sido arabizadas en 1967, el tercio de las materias científicas del primer año de la secundaria lo son en 1971, las inscrip-ciones públicas en 1976, etc.

A lo largo de esta política de arabización subyacen permanentemente tres problemas:- El problema de lo dialectal. En 1963, por ejemplo, tendrá lugar una viva polémica sobre

las canciones que emite Radio Argel, a las que se les reprocha estar casi siempre en árabe clá-sico, en tanto que existe una canción popular en árabe argelino.

- El problema del kabyl. Como en Marruecos, es difícil saber con seguridad cuántos arge-linos tienen el berebere como lengua materna, pero se los puede estimar en el treinta por cien-to de la población. Estos bereberes se han opuesto desde la independencia a la arabización en nombre de la defensa de su lengua y su cultura, lo que los condujo primero a marcar una pre-ferencia por el mantenimiento del francés; luego, a reivindicar la utilización oficial de las "lenguas populares", es decir, el árabe argelino y el berebere. Frente a estas reticencias, el po-der replicó durante mucho tiempo con la represión: en 1973 suprime la cátedra universitaria de berebere que ocupaba Mouloud Mammeri; en 1976 prohíbe la revista Le fichier berbère; en 1980, una Conferencia de Memmeri sobre la poesía kabyl, etc.

- Y detrás de todo esto aparece, por supuesto, el problema de la religión, común a los tres países del Magreb.

Estos tres países tenían un pasado común (territorio originariamente berebere, ocupado por los árabes y luego colonizado por Francia), un problema común (¿cómo pasar a una ense-ñanza en árabe?) pero, como hemos visto, situaciones y enfoques muy diferentes de este pro-blema. Es verdad que intentaron armonizar sus políticas lingüísticas (Conferencia de Minis-tros de Educación Nacional del Maghreb en febrero de 1966 en Túnez, creación de un comité consultivo maghrebí encargado de trabajar sobre la determinación de un "árabe fundamental" para todo el Maghreb, segunda reunión de la Conferencia de Ministros de Educación Nacional en abril de 1967 en Argel, tercera reunión en junio de 1969 en Rabat, etc.). Pero no se han do-tado verdaderamente de organismos comunes de arabización. La lista que establece G. Grand-guillaume es elocuente en este aspecto. Bajo el título "Las instituciones de la arabización" co-loca dos organismos permanentes, el Instituto de Estudios e Investigaciones para la Arabiza-ción (en Rabat) y la Oficina para la Coordinación de la Arabización, financiada por la Liga Arabe, que se dedica a la terminología, a los cuales hay que agregar cuatro organismos que se reúnen cíclicamente, entre los cuales solo el Comité Consultivo Maghrebí produjo una obra que está dedicada al "árabe funcional". Es poco, sobre todo porque el conflicto fronterizo en-tre Argelia y Marruecos a propósito del territorio saharaui no ha facilitado la colaboración en-tre los lingüistas de estos dos países...

Es difícil hoy evaluar el resultado de estas políticas lingüísticas (unos se consideran satis-fechos, otros llegan a decir que se ha creado una generación de analfabetos en árabe y en fran-cés). Pero es evidente que la arabización, al menos en Argelia y en Marruecos, está lejos de ser un éxito, y podemos intentar hacer una lista de las principales razones de las dificultades encontradas:

- La confusión constante entre el nivel político y el religioso. Este problema fue tratado de maneras distintas según los países, por cierto (en Túnez se suprimieron las escuelas coránicas,

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en Marruecos se las convirtió en una suerte de ciclo primario), pero el estatus ideológico muy particular de la lengua en los árabes ha tenido gran peso en las discusiones.

- El hecho de que la lengua elegida como lengua nacional no sea nunca la lengua que ha-bla el pueblo.

- El problema berebere, al menos en dos de los tres países: en Argelia y en Marruecos, la arabización fue percibida por los bereberes como dirigida contra su lengua y su cultura.

- El hecho de que el francés, aun cuando su importancia ha disminuido mucho, haya que-dado como una lengua de privilegiados.

Así, la función nacionalista de la arabización fue de algún modo "contaminada" al mismo tiempo por la ortodoxia musulmana, por los conflictos entre árabes y bereberes y por los re-sentimientos poscoloniales ante la lengua francesa. Donde Tanzania e Indonesia, países igual-mente musulmanes, han sabido promover una lengua nacional que no hería las lenguas mater-nas, donde Suiza intentó, no sin éxito, administrar su plurilingüismo, los países del Maghreb han hecho una elección que no podía sino llevar a violentos conflictos cuyos efectos persisten.

Pero el efecto más saliente de la historia de las situaciones lingüísticas está sin duda en el hecho de que los países del Maghreb están aún en la etapa de asegurar el estatus de una de las lenguas más habladas del mundo, mientras que Francia opera sobre el estatus de su lengua en el mundo.

Notas

1 Wilfred Whiteley, Swahili, the Rise of a National Language, Londres, 1969, p. 3.2 Henry Salt, A Voyage to Abyssinia and Travels, Londres, 1814, citado por W. Whiteley, p. 1.3 Ki es el prefijo bantú que indica el nombre de una lengua; ba indica el nombre de un pueblo: así, los bakongo hablan kikongo, los baluba hablan ciluba, etc.4 Tomamos el cuadro de Jean O'Barr, Language and Politics, Mouton, 1976, p. 75.5 William O'Barr, Language and Politics, Mouton, 1976, p. 45.6 Javanés: 39,4%; sudanés: 15,8%; malayo: 12,1%; madurayo: 4,3%; otros: 28,4%.7 Véase Pierre Labrousse, "Réforme et discours sur la réforme: le cas indonésien", La réforme des langues, Istvan Fodor, Claude Hagège (comps.), Hamburgo, Buske Verlag, 1983, vol. 2, p. 340-341.8 S. Takdir Alisjahbana, Language Planning for Modernization, the Case of Indonesian and Malaysian, Mouton, 1976.9 Op. cit., p. 354.10 Pierre Knecht, "Le français en Suisse romande, aspects linguistiques et sociolinguistiques", Le français hors de France, Albert Valdman (comp.), París, Champion, 1979.11 Marianne Duval-Valentin, "La situation linguistique en Suisse", La réforme des langues, Istvan Fodor, Claude Hagège (comps.), Hamburgo, Buske Verlag, 1983, vol. 1, p. 532.12 M. Duval Valentin, op. cit., p. 469.13 C. Rubattel, "Une crise du français en Suisse romande?", La crise des langues, Jacques Maurais (comp.), Gobierno del Quebec/París, Le Robert, 1985, p. 87.14 M. Duval Valentin, op. cit., p. 498. Sprachpflege = "cultivo de la lengua", Mundartpflege = "cultivo del dialecto".15 Ministerio de Relaciones Exteriores, Histoires de diplomatie culturelle des origines à 1995, La Documentation française, París, 1995, p. 32-38.16 Journal officiel de la Francia libre, 14 de octubre de 1941.17 Ministerio de Relaciones Exteriores, Histoires de diplomatie culturelle des origines à 1995, La Documentation française, París, 1995, p. 198.18 Robert Chaudenson, "La politique francophone: y a-t-il un pilote dans l'avion?", comunicación al Coloquio de Rennes, abril de 1995.19 Id., íbid., p. 197.20 Op. cit., p. 104.

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CONCLUSIÓN

Las políticas lingüísticas están en marcha en todo el mundo, acompañando en cada caso movimientos políticos y sociales; el cambio lingüístico viene a reforzar la emergencia de las naciones, su cohesión, y a veces por el contrario el estallido de ciertos países en enti-dades políticas nuevas. Hemos evocado numerosos ejemplos, especialmente en los capítu-los IV y V de este libro. En Noruega, la búsqueda de una lengua unificada vino a reforzar la voluntad nacional actuando sobre la lengua para distinguirla lo más posible del danés. En otros sitios esta traducción lingüística de lo nacionalista puede acompañar las peores ac-ciones militares: en la ex Yugoslavia, por ejemplo, los mismos que ayer hablaban una len-gua común, el serbo-croata, se afanan hoy por hablar serbio, croata o bosnio.1 En los países del Maghreb los problemas religiosos, que interfieren con los problemas lingüísticos, han pervertido muy a menudo los debates, etc. Las políticas lingüísticas están allí para recor-darnos, por si lo dudábamos, los estrechos vínculos entre lenguas y sociedades.

Pero otras políticas lingüísticas (en Tanzania, en Suiza, en Cataluña, etc.) parecen ha-ber tenido éxito. ¿De dónde viene que una política lingüística pueda tener éxito o dificulta-des en su aplicación? Los factores que facilitan el éxito pueden ser históricos (en Tanzania por ejemplo, en el momento de la independencia, el swahili tenía escritura y era utilizado en la administración local, lo que facilitó su promoción). Suelen ser simbólicos: el swahili era percibido como la lengua de la independencia, y sobre todo no podía ser asimilado a la lengua de un grupo étnico que se imponía a los otros, como el malayo en Indonesia. Los factores que actúan en sentido contrario son a veces técnicos: la falta de equipamiento de una lengua, la excesiva precipitación, o incluso las dimensiones del país (como en el caso de China). Suelen deberse al imperialismo lingüístico del Estado, como en los países del Maghreb donde la lengua nacional no es hablada realmente por el pueblo. Se deben final-mente a los modos de decisión, de manera contradictoria: si los regímenes fuertes, como el de Turquía, pueden sin dificultad, al menos por un tiempo, imponer su política, demasiada democracia, como en Noruega, puede también perjudicar el proceso de planificación.

¿Qué se necesita entonces para que una política lingüística tenga todas las chances de su lado? A la luz de los estudios de caso que hemos presentado en este libro y otros que no tuvimos lugar de mencionar, es posible establecer una lista de factores óptimos, lista que por lo demás revela casi sentido común. Para que una lengua pueda ser, por ejemplo, pro-movida a lengua nacional, es preferible:

- Que sea hablada por una mayoría muy amplia de la población.- Que sea aceptable como símbolo de unidad nacional, sin herir a nadie, y el mejor caso

de estos dos puntos de vista es una lengua vehicular, si existe.- Que esté equipada, en condiciones de cumplir las funciones a las que se la destina. En

el caso contrario, este equipamiento debe cumplirse obligatoriamente antes de la promo-ción de la lengua.

- Que la política lingüística sea explicada a la población y aceptada por ésta.En su libro consagrado a la historia del swahili, Wilfred Whiteley se preguntaba:

“¿Qué lecciones nos dan la Turquía de los años 30 y 40, la Malasia y China actuales, o 1984 de George Orwell?”2 Y es interesante esta asociación de algunos ejemplos de planifi-

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cación lingüística y de una novela de ficción política que por largo tiempo simbolizó el to-talitarismo, en la medida en que pone el acento precisamente en el problema de la demo-cracia. En toda planificación hay un pequeño número de planificadores y un gran número de planificados a los cuales rara vez se les pide su opinión. El ejemplo de la francofonía es interesante desde esta perspectiva. Es evidente la importancia de Africa para el futuro de la lengua francesa, pero una política lingüística consecuente debería también plantearse la cuestión de la importancia del francés para el porvenir de Africa: qué papel desempeñan las lenguas en el desarrollo, qué lugar puede ocupar el francés en este proceso, etc.

Las políticas lingüísticas plantean también problemas teóricos. La historia reciente de la intervención humana voluntaria sobre las lenguas nos muestra que uno tiene la política lingüística de la propia lingüística. Los primeros teóricos solo se preocupaban por la acción sobre la forma de las lenguas, en una época en que la lingüística solo se preocupaba por describir la estructura de las lenguas. Luego, a medida que la lingüística se vuelve sociolin-güística, que intenta describir las relaciones entre lenguas y sociedades, que se interesa en el plurilingüismo, en los sentimientos lingüísticos, etc., las políticas lingüísticas se intere-san en las funciones de las lenguas, y este pasaje del corpus al estatus da cuenta tanto de la evolución de la política lingüística como de la de la ciencia de las lenguas.

Pero la pregunta teórica primera que plantea la idea misma de política lingüística es la siguiente: ¿en qué medida el hombre puede intervenir en la lengua y las lenguas? Numero-sos ejemplos nos muestran que esta intervención es posible, pero no nos dispensan de teori-zación. De hecho, hemos visto que las políticas lngüísticas funcionan según el modo de la imitación, que intentan reproducir in vitro lo que se ha producido miles de veces in vivo, en la historia de las lenguas. Pero hemos visto también que, a veces, estas políticas fracasan, se chocan con dificultades prácticas: la imitación alcanza entonces sus límites. Y este prin-cipio de evolución tendencial hacia un nivel de ineficacia podría ser una suerte de vengan-za de las lenguas, es decir, de los hablantes, sobre aquellos que pretenden dictarles una evolución.

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