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CAMINEM JUNTS 1 N.º 71 MAYO /JUNIO 2005 PARROQUIA SANTA MARÍA. XÀTIVA AÑO DE LA EUCARISTÍA

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N.º 71 • MAYO /JUNIO 2005 PARROQUIA SANTA MARÍA. XÀTIVA CAMINEM JUNTS 1

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CAMINEM JUNTS 1

N.º 71 • MAYO /JUNIO 2005 PARROQUIA SANTA MARÍA. XÀTIVA

AÑO DE LAEUCARISTÍA

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S U M A R I OPág 3. El AbadPág 4.Panorama parroquialPág 12.¡Gracias Padre!Pág 24.Bienvenido Benedicto XVIPág 28.Fe, Arte y CulturaPág 38.Año de la EucaristíaPág 50.Oraciones de los Santos a laSantísima EucaristíaPág 54.Fotos para recordarPág 55.Piezas extraordinarias (8)

C A M I N E M J U N T SE D I T A

Consejo Parroquialde Pastoral de la Seu

Calixto III, 6- 46800 Xàtiva

PORTADA: Detalle de la Santa Cena

Vicente López

CONTRAPORTADA: Procesión del Corpus de Xàtiva

FOTOS:Levante - EMV, Javier Borrás, A.C., Observatore Romano.

I M P R I M EMATÉU impresores, s.l.- XÀTIVAE J E M P L A R E S

2.000D E P Ó S I T O L E G A LV - 3 0 7 2 - 1 9 9 2

LA FRASEBenedicto XVI

Cristo nos lo da todo.Cristo no quita nada.

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Año de la Eucaristía

EL ABAD

Estamos celebrando el Año de la Eucaristía desde octubre del año pasado hasta el octubre de éste. La idea fue del muy querido Papa Juan Pablo II, de feliz memoria.

En varias ocasiones he manifestado los objetivos del Papa al declarar este Año especial. Nosotros por nuestra parte hemos aprovechado todas las ocasiones para profundizar en

la doctrina, devoción y celebraciones eucarísticas durante todo este tiempo.Las distintas Jornadas de Espiritualidad en Adviento, Cuaresma y Pascua han seguido

esta línea. A los niños y a los jóvenes les hemos iniciado en la oración de adoración eucarística. Por medio de la Hoja Parroquial semanalmente les hemos ofrecidos

documentos del Magisterio sobre el tema de la Eucaristía. Y ahora en este número de nuestra Revista con motivo de la festividad del Corpus volvemos a insistir recordando

doctrina y práctica eucarística, centro de la vida cristiana.La Eucaristía es el culmen de nuestra fe. Nuestra fe se basa en Cristo Eucaristía y de este

admirable Sacramento se alimenta, robustece, crece. Vivimos de la Eucaristía.¡Qué importante es alcanzar una formación seria y sólida! La teología nos enseña a profundizar en la fe, a aprender a dar la razón de ella; y, sobre todo a amar a Cristo

presente en el sacramento de la Eucaristía.La Misa de cada día y sobre todo en el Domingo debe llenar nuestro corazón,

renovarnos, rejuvenecernos por dentro. ¡Cuánta fuerza nos proporciona la comunión para luchar contra el pecado, la tibieza, la dejadez, la cobardía!

Ningún domingo sin ir a Misa. Ese debe ser nuestra meta, nuestro fin primordial. Nada ni nadie nos impida acudir y participar todos los domingos en la Misa. Es nuestro alimento, imprescindible, necesario. Sin Misa no existe el domingo, día del Señor.La festividad del Corpus en este Año de la Eucaristía alcanza un relieve peculiar y especial. Pongamos interés en la fiesta, acudiendo a la Misa y acompañando a Jesús

Eucaristía, expuesto en la Custodia en la procesión. Sale por nuestras calles lo mejor que tenemos: Cristo Jesús. ¡Acom0pañémosle!

En el cuerpo central de la Revista encontrarán un trabajo muy bien hecho sobre la Adoración eucarística. Lean cada página, lleven la lectura a la meditación y ella

empapará nuestra espiritualidad y nos ayudará a ser más cristianos, mejores cristianos.

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Panorama parroquialDÍA JUNIOR Este año en Canals.23 de abril de 2005. allí acudieron nuestros niños con sus educa-dores. Todo el día con activi-dades. Por la tarde asistieron a la Eucaristía concelebrada por sus consiliarios.

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DOMINGO 1 DE MAYO JORNADA MUNDIAL DEL ENFERMOEn la celebración de la Euca-ristía un gran grupo de enfer-mos y mayores de 75 años recibieron el Sacramento de la Unción de los Enfermos.

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Colaboración de una familia

Cristo lo da todo.Cristo no quita nada.

Benedicto XVI

Panorama parroquialLA CRUZ DE MAYOEl mismo domingo, primero de mayo, se celebró la Bendición de los términos a la puerta de la basílica. Anteriormente se había colocado una hermosa Cruz de flores, obra del floris-ta Joaquín García. La bendi-ción la presidió el Sr. Abad y bendijo con el Lignum Crucis del Papa Calixto III.

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PRIMERASCOMUNIONESTres turnos de primeras comu-niones este año. El sábado 7 de mayo comulgaron 9 ni-ños, el domingo, fiesta de la Ascensión, 10 y en la fiesta de Pentecostés, 17. las foto-grafías muestras los días del ensayo.

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VIGILIA DE PENTECOSTÉSEn la ermita de sant Joseph, el sábado 14 de mayo cele-bramos la solemne Vigilia de Pentecostés. Ese día recorda-mos también la entrada del Rey Jaume I en Xàtiva, lo que supuso la reconquista y la fundación de la primera Pa-rroquia de la ciudad, dedica-da a santa María. Según la tradición el Rey entró por la Porta de L´Aljama y ésta se encuentra en el interior de la ermita. Un panel de cerámica recuerda el hecho.

Panorama parroquial

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EL RETABLO DE SANT FELIUTerminada la restauración del retablo de la iglesia de sant Feliu. Se han expuesto todas sus tablas en el Museo san Pío V de Valencia. Allí acudimos a su inauguración el martes 26 de abril de este año.

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¡Gracias Padre!En la noche del 2 de abril entraba en el cielo el Papa Juan Pablo II, ya en la fiesta de la Divina

Misericordia, fiesta por él instituida. Veintiséis años de pontificado, de entrega a la Iglesia y a la causa del hombre y la paz del mundo. La huella del Papa es indeleble y permanecerá en nuestro co-razón siempre.

Ofrecemos un sencillo homenaje en nuestra Revista como ya hicimos en la Hoja Parroquial. Tres homilías constituyen el cuerpo de este homenaje: la predicada en el día del entierro en Roma,

la de la Misa en la Catedral y la predicada en nuestra Parroquia.

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“Sígueme” dice el Señor resuci-tado a Pedro, como su última pa-labra a este discípulo, escogido para apacentar a sus ovejas. “Sí-gueme”: esta palabra lapidaria de Cristo puede ser considerada la llave para comprender el mensaje que viene de la vida de nuestro llorado y amado papa Juan Pablo II, cuyos restos pondremos hoy en la tierra como semilla de inmorta-lidad- el corazón lleno de tristeza, pero también de gozosa esperanza y de profunda gratitud.

Estos son los sentimientos de nuestra alma, hermanas y herma-nos en Cristo, presentes en Plaza de San Pedro, en las calles adya-centes y en los diversos lugares de la ciudad de Roma, poblada en estos días por una inmensa multi-tud silenciosa y orante. A todos saludo cordialmente. En nombre también del Colegio de los Carde-nales deseo dirigir un saludo a los jefes de Estado, de Gobierno y las delegaciones de los varios países.

Saludo a las autoridades y a los representantes de las iglesias y las comunidades cristianas, como también de las diversas religiones. Saludo también a los arzobispos, a

¡Gracias Padre!Homilía en el entierro

del Papa en RomaCardenal Ratzinger

Colaboración empresa

¡Abrid de par en par las puertas a Cristo.

Benedicto XVI

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los obispos, a los sacerdotes, a los religiosos, las religiosas y a los fie-les todos llegados de cada conti-nente; en modo especial a los jó-venes, que Juan Pablo II amaba definir como el futuro y la espe-ranza de la Iglesia. Mi saludo al-canza, además, a cuantos en cada parte del mundo están unidos a nosotros a través de la radio y la televisión en esta coral participa-ción al solemne rito de despedida del amado Pontífice.

Sígueme. De joven estudiante, Karol Wojtyla era un entusiasta de la literatura, del teatro, de la poesía.

Trabajando en una fábrica quí-mica, rodeado y amenazado por el terror nazi, ha escuchado la voz del Señor: ¡Sígueme! En este con-texto tan particular comenzó a leer libros de filosofía y teología, entró después en el seminario clandestino creado por el cardenal Sapieha y después de la guerra pudo completar sus estudios en la facultad teológica de la Universi-dad Jaghellonica de Cracovia. Tantas veces en sus cartas a los sa-cerdotes y en sus libros autobio-gráficos nos ha hablado de su sa-cerdocio, al cual fue ordenado el 1 de noviembre de 1946. En estos textos interpreta su sacerdocio particularmente a partir de tres palabras del Señor.

Sobre todo esta: “No han sido ustedes los que me han elegido, sino que yo los he escogido y los he constituido para que vayan y

lleven fruto, y vuestro fruto per-manezca” (Jn 15, 16). La segunda palabra es: “El buen pastor da la vida por las ovejas” (Jn 10, 11). Y finalmente: “Como el Padre me ha amado, así os he amado yo. Permaneced en mi amor” (Jn 15, 9). En estas tres palabras vemos toda el alma de nuestro Santo Pa-dre.

Realmente ha ido a todas par-tes e incansablemente para llevar fruto, un fruto que permanece. “¡Levantaos, vamos!”, es el título de su penúltimo libro. “¡Levan-taos, vamos!”- con estas palabras nos ha despertado de una fe can-sada, del sueño de los discípulos de ayer y de hoy. “¡Alzaos, va-mos!”, dice también hoy a noso-tros. El Santo Padre ha sido sacer-dote hasta el final, porque ha dado su vida a Dios por sus ovejas y por la entera familia humana, en una donación cotidiana al servicio de la Iglesia y sobre todo en las difí-ciles pruebas de los últimos meses. Así ha llegado a ser una sola cosa con Cristo, el buen pastor que ama a sus ovejas. Y en fin “perma-neced en mi amor”: el Papa que ha buscado el encuentro con to-dos, que ha tenido una capacidad de perdón y de apertura del cora-zón para todos, nos dice, también hoy, con estas palabras del Señor: Habitando en el amor de Cristo aprendemos, en la escuela de Cris-to, el arte del verdadero amor.

¡Sígueme! En julio de 1958 co-mienza para el joven sacerdote

Karol Wojtyla una nueva etapa en el camino con el Señor y detrás del Señor. Karol había ido como solía con un grupo de jóvenes apa-sionados de la canoa a los lagos Masuri por unas vacaciones. Pero llevaba consigo una carta que lo invitaba a presentarse al primado de Polonia, el cardenal Wyszyns-ki, y podía adivinar el fin de tal encuentro: el nombramiento a obispo auxiliar de Cracovia. Dejar la enseñanza académica, dejar la estimulante comunión con los jó-venes, dejar su gran hambre inte-lectual por conocer e interpretar el misterio de la criatura del hom-bre, por hacer presente en el mun-do de hoy la interpretación cristia-na de nuestro ser; todo esto debía parecerle un perderse a sí mismo, perder justo lo que se había con-vertido en la identidad humana de este joven sacerdote. Sígueme: Ka-rol Wojtyla aceptó, sintiendo en la llamada de la Iglesia la voz de Cristo. Y después se dio cuenta de cuánto es verdadera la palabra del Señor: “Quien busque la propia vida la perderá, quien la pierda la salvará” (Lc 17, 33). Nuestro Papa —lo sabemos todos— no ha que-rido nunca salvar la propia vida, tenerla para sí; ha querido darse a sí mismo sin reservas, hasta el úl-timo momento, por Cristo y así también por nosotros.

En este modo ha podido expe-rimentar cómo todo lo que había entregado en las manos del Señor ha retornado en un modo nuevo:

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el amor a la palabra, a la poesía, a las cartas fue una parte esencial de su misión pastoral y ha dado nueva actualidad, nueva atracción al anuncio del Evangelio, justo cuando también este es signo de contradicción.

¡Sígueme! En el octubre de 1978, el cardenal Wojtyla escuchó nuevamente la voz del Señor. Se renueva el diálogo con Pedro en el Evangelio de esta celebración: “Si-món de Juan, ¿me amas? ¡Apa-ciente mis ovejas!”. A la pregunta del Señor: “¿Karol, me amas?”, el arzobispo de Cracovia respondió desde lo profundo de su corazón: “Señor, tú lo sabes todo: Tú sabes que te amo”. El amor de Cristo

fue la fuerza dominante de nues-tro amado Santo Padre; quien lo ha visto rezar, quien lo ha escu-chado predicar, lo sabe. Y así, gra-cias a este profundo enraizamien-to en Cristo ha podido llevar un peso, que va más allá de las fuer-zas puramente humanas: Ser pas-tor del rebaño de Cristo, de su Iglesia universal. No es este el mo-mento de hablar de contenidos singulares de este Pontificado tan rico. Quisiera solo leer dos pasos de la liturgia de hoy, en los cuales aparecen los elementos centrales de su anuncio. En la primera lec-tura dice San Pedro -y dice el Papa con San Pedro- a nosotros: “Está claro que Dios no hace dis-

tinciones; acepta al que lo teme y practica la justicia, sea de la na-ción que sea. Envió su palabra a los israelitas anunciando la paz por Jesucristo el Señor de todos” (Hch 10, 34-36). Y, en la segunda lectura, San Pablo —y con San Pablo nuestro Papa difunto— nos exhorta con alta voz: “Hermanos míos queridos y tan amados, mi gozo y mi corona, restad firmes en el Señor así como habéis aprendi-do, queridos” (Flp 4, 1).

¡Sígueme! Junto con la orden de apacentar su rebaño, Cristo anunció a Pedro su martirio. Con esta palabra conclusiva y que resu-me el diálogo sobre el amor y so-bre el mandato de pastor univer-

¡Gracias Padre!

La Junta de

de la Mare de Déu de la Seu

colabora en la publicación delCAMINEM JUNTS

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sal, el Señor llama a otro diálogo, que se dio en el contexto de la última cena. Entonces Jesús había dicho: “Donde voy yo voso-tros no podéis venir”. Dijo Pedro: “Señor, ¿dónde vas?”. Le res-pondió Jesús: “Donde yo voy por ahora tú no puedes seguirme; me seguirás más tarde” (Jn 13, 33.36). Jesús, de la cena va a la cruz, va a la resurrección -entra en el misterio pascual; Pedro aún no lo puede seguir. Ahora -después de la resu-rrección- ha llegado este momen-to, este “más tarde”. Apacentando el rebaño de Cristo, Pedro entra en el misterio pascual, va hacia la cruz y la resurrección. El Señor lo dice con estas palabras: “cuando eras joven ibas donde querías, pero cuando seas viejo extenderás tus manos, y otro te ceñirá y te llevará donde no quieres” (Jn 21, 18). En el primer periodo de su pontificado el Santo Padre, toda-vía joven y lleno de fuerza, bajo la guía de Cristo iba hacia los confi-nes del mundo. Pero después, ha entrado en la comunión con el su-frimiento de Cristo, siempre ha comprendido más la verdad de las palabras: “Otro te ceñirá”. Y en esta comunión con el Señor su-friente ha anunciado incansable-mente y con renovada intensidad

el Evangelio, el misterio del amor que va hasta el fin (cf Jn 13, 1).

El ha interpretado para noso-tros el misterio pascual como un misterio de la divina misericordia. Escribe en su último libro: El lí-mite impuesto al mal “es en defi-nitiva la divina misericordia” (“Memoria e Identidad”, Pág. 70). Y reflexionando sobre el atentado dice: “Cristo, sufriendo por todos nosotros, le ha dado un nuevo sentido al sufrimiento; lo ha in-troducido en una nueva dimen-sión, en un nuevo orden: aquello del amor es el sufrimiento que queme y consume el mal con la flama del amor y trae también del pecado un multiforme brote de bien” (Pág. 199). Animado por esta visión, el Papa ha sufrido y amado en comunión con Cristo y por eso el mensaje de su sufri-

miento y de su silencio ha sido así elocuente y fecundo.

Divina Misericor-dia: el Santo Padre ha encontrado el ref lejo puro de la misericordia de Dios en la Madre de Dios. El, que había perdido en tierna edad a la mamá, tanto más ha amado a la Madre divina. Ha escuchado las palabras del Señor crucificado como di-chas a él personalmen-te: “¡Aquí tienes a tu madre!”. Y ha hecho

como el discípulo predilecto: la ha acogido en lo íntimo de su ser (cfr: Jn 19, 27)- Totus tuus. Y de la madre ha aprendido a confor-marse con Cristo.

Para todos nosotros permanece como inolvidable el último do-mingo de Pascua de su vida; el Santo Padre, marcado por el su-frimiento, se ha acercado aun una vez a su ventana del Palacio Apos-tólico y una última vez ha dado la bendición “Urbi et orbi”. Pode-mos estar seguros de que nuestro amado Papa está ahora en la ven-tana de la casa del Padre, nos ve y nos bendice. Sí, nos bendiga, San-to Padre. Nosotros encomenda-mos tu querida alma a la Madre de Dios, tu Madre, que te ha guiado cada día y te guiará ahora a la gloria eterna de Su Hijo, Jesu-cristo nuestro Señor. Amén.

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Ctra. de Simat,s/n. Polígono D (antigua Fábrica Lois) 46800 XÀTIVATeléfono 962 27 07 89 – Fax 962 27 70 61 (Valencia)

¡Gracias Padre!

1. Os aseguro que si el grano de trigo no cae en tierra y mue-re, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto. El que se ama a sí mismo, se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este mundo, se guardará para la vida eterna (Jn 12, 24-25).

Estas palabras de Cristo, diri-gidas a los discípulos para anun-ciar su Pasión, Muerte y Resurrec-ción, son una clave para compren-der la vida y el mensaje de nues-tro amadísimo y llorado Papa Juan Pablo II, “El Grande”; cuyas exequias celebramos el viernes pa-sado con el corazón y el alma lle-nos de pena.

Sí. Con profunda tristeza he-mos acompañado al Papa en sus últimos días. Ha sido como revi-vir la Pasión de Cristo recordada en la Semana Santa. Hemos visto a Juan Pablo II abrazado a la cruz la tarde del Viernes santo.

Se nos llenó el alma de pena cuando, el día de Pascua, nos ben-dijo con gesto doloroso, porque no podía hablar. Sus gestos eran las palabras.

Hemos admirado su afán apos-tólico cuando dirigió sus pensa-mientos a los jóvenes reunidos en oración en la Plaza de San Pedro: Os he buscado tantas veces…

ahora habéis venido a mi. Y os lo agradezco.

Hemos reconocido su santidad heroica cuando en medio del do-lor pedía a los que le acompaña-ban oración: el Via crucis, el santo rosario, la liturgia de las horas, la celebración de la Misa… No es-téis tristes, yo estoy contento, repitió a sus colaboradores.

Queridos hijos: ese es el ejem-plo de una muerte digna, es la culminación de una vida santa, el coraje de alcanzar la cumbre y en-tregarse por los demás hasta el fi-nal, sin reservarse nada.

Hemos rezado y hemos llora-do. Desde todos los puntos cardi-nales, la humanidad ha rezado al Dios de la misericordia por este papa “Grande”.

Al mismo tiempo estamos con-tentos y agradecidos. Sí. Damos gracias a Dios porque nos ha dado un Buen Pastor, un Papa santo.

2. Un papa para la eternidad. El líder espiritual del siglo XX, para el mundo y para España. El papa más universal, el pastor via-jero. Atleta de Dios. El papa de la libertad, de los jóvenes, de los an-cianos, de la familia. Defensor de la paz. Voz de los débiles. Bien in-menso para la humanidad.

El secreto de la vida de Juan

Pablo II está en la identificación con Cristo. Su biografía va uni-da a un amor constante y cre-ciente hacia nuestro Señor Jesu-cristo y su Madre Santa María.

Los retos, las alegrías y los su-frimientos que tejen su vida han sido ocasión para expresar su con-fianza en la misericordia de Dios.

Como Jesús de Nazaret, ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, pasó haciendo el bien, cu-rando a los oprimidos por el diablo; porque Dios estaba con él (Hch 10,38).

Por eso junto a la tristeza y el dolor por la separación, surgen —vigorosas— la esperanza y la profunda gratitud.

Nosotros somos testigos (Hch 10,39). Sí. Somos testigos de la misericordia de Dios. Somos testi-gos de una vida santa, entregada, por la Iglesia y por la humanidad, hasta el último momento.

Le hemos visto como dice el Apóstol Pablo crucificado con Cris-to. San Pablo decía a los fieles: Vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mi. Y, mientras vivo en esta carne, vivo de la fe en el Hijo de Dios, que me amó hasta entregarse por mi (Gal 2,20).

Juan Pablo II quiso vivir como su Maestro, quiso vivir en

Homilía del Sr. Arzobispo en la catedral de Valencia

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amistad con Cristo y pasar por el mundo haciendo el bien. Se identificó sin resquicios con el Señor. Nunca quiso salvar su pro-pia vida, sino darse sin reservas hasta el último momento.

Juan Pablo II: fuerza del amor de Cristo, ¡gracias de co-razón!

3. Valencia guardará siempre en su memoria la visita de Juan Pablo II. Después de casi 1700 años de rica e intensa historia cris-tiana fue la primera vez que un Papa visitaba nuestra tierra.

A su llegada a la Catedral ve-neró la reliquia del Santo Cáliz con la que celebró la Eucaristía en la ordenación sacerdotal de la Ala-meda, la más numerosa de su pontificado.

Precisamente estamos cele-brando en toda la Iglesia, por ini-ciativa suya, el Año de la Eucaris-tía. Siguiendo sus deseos renova-mos el propósito de ref lexionar sobre este augusto Sacramento y mejorar nuestras celebraciones eu-carísticas.

Juan Pablo II nos ha enseñado a vivir una espiritualidad eucarís-tica que nos conduce a ser humil-des, a combatir el orgullo y las discordias.

La Eucaristía nos empuja a vi-vir de tal manera que seamos ca-paces de recibir al Señor todos los días; nos invita a pasar ratos de oración ante el sagrario, en diálo-go sincero con el Señor.

Nos anima a ser constructores

de paz y de unidad en la vida so-cial.

Quien recibe la Eucaristía ha de transformar la propia vida en amor y servicio a los hermanos. Solamente entonces la recibiremos con fruto.

4. Después de venerar el Santo Cáliz, el papa se encontró en la Plaza de la Virgen con los ancia-nos.

La ancianidad —nos dijo Juan Pablo II— es algo venerable para la Iglesia y para la sociedad y me-rece el máximo respeto y estima. Me inclino ante vosotros —decía el papa—.

Y pidió sentimientos de solida-ridad y comprensión en los cora-zones para que ningún anciano carezca del respeto, afecto y ayuda que necesita.

Renovemos esta tarde también ese propósito. Una sociedad que se encamina a la eutanasia es una cultura de muerte, una cultura decadente. El papa nos ha enseña-do que el respeto a la vida huma-na de los ancianos y de los enfer-mos terminales es una condición esencial para una sociedad digna.

5. Desde la Plaza de la Virgen a la Alameda.

Queridos sacerdotes: allí el papa nos invitó a revivir la gracia que hemos recibido por la imposi-ción de las manos. Nos invitó a dar a los fieles el verdadero pan de la palabra, en fidelidad a la verdad de Dios y a las enseñanzas de la Iglesia.

Nos pidió que facilitemos el acceso de los fieles a los sacramen-tos y, en primer lugar, al sacra-mento de la penitencia, siendo nosotros mismos asiduos en su re-cepción.

Todavía parecen resonar sus palabras: Ser “uno más” en la pro-fesión, en el estilo de vida, en el modo de vestir, en el compromiso político, no os ayudaría a realizar plenamente vuestra misión; defrau-daríais a vuestros propios fieles que os quieren sacerdotes de cuerpo en-tero: liturgos, maestros, pastores, sin dejar por ello de ser, como Cristo, hermanos y amigos.

Al recordar hoy estas palabras renovamos nuestros deseos de ser-vir al Pueblo de Dios como él lo ha hecho, con su entrega y gene-rosidad, plenamente consagrados a nuestra misión sacerdotal. Así renovaremos la gracia inagotable del sacerdocio católico y crecerá nuestra unidad.

6. En aquella celebración el papa dejó un Mensaje a los semi-naristas de toda España.

Queridos seminaristas, presen-tes en esta celebración: os invito a meditar de nuevo aquél mensaje del Santo Padre.

Sed personas —os decía el papa— para quienes el centro y culmen de toda la vida es la santa misa, la comunión y la adoración eucarística. Sin una profunda fe y amor por la Eucaristía no se puede ser verdadero sacerdote…

Elevemos esta tarde nuestra

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¡Gracias Padre!oración al Señor para que en esta querida tierra de Valencia, siempre fecunda en sacerdotes, muchos jó-venes tengan el alma abierta para recibir la llamada amiga de Cristo y para que tengan disponibilidad de saber decir “sí” con entusias-mo.

7. Del encuentro festivo con los sacerdotes a la visita solidaria a los habitantes de la Ribera del Xù-quer.

Juan Pablo II nos animó a es-tar siempre cerca de los que sufren por cualquier circunstancia: en-fermos, heridos, víctimas inocen-tes de la violencia, pobres, aban-donados, inmigrantes…

Junto al hombre que sufre —dijo en Alzira— debe haber otro que acompaña.

Particularmente el papa nos enseñó a estar cerca, muy cerca, de las víctimas del terrorismo. Recordamos la beatificación de los mártires de la gran persecu-ción religiosa del siglo XX.

El 11 de marzo de 2001 el papa Juan Pablo II encomendó al beato José Aparicio y compañeros mártires el fin del terrorismo en España y nos recordó una vez más que se trata de crímenes abomina-bles, que no admiten justificación alguna. Quienes negocian con sangre inocente son responsables también de esas muertes.

Aquel día el papa nos pidió también valentía, entusiasmo, santidad, entrega generosa, aper-tura sincera a la gracia de Dios…

8. Valencia no puede olvidar tampoco que fue objeto de una doble elección por parte del Santo Padre: en Valencia quiso dejar es-tablecida la sección española del Instituto Pontificio Juan Pablo II para estudios sobre el matri-monio y la familia y en Valencia dejó establecido que se celebre el

Vº Encuentro Mundial de las Familias, el año próximo 2006.

Quien destruye la familia por no respetar su identidad, causa una profunda herida a la sociedad y provoca daños que con frecuencia son irreparables —nos recordó en noviembre pasado— (20-XI-2004).

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Queridos hijos: tenemos una gran responsabilidad.

El papa nos ha dejado la her-mosa tarea de convocar a todas las familias del mundo para celebrar juntas el don de la vocación ma-trimonial y familiar. Os invito a la oración y al trabajo generoso para organizar este reto apasio-nante.

9. En conclusión: Damos gra-cias a Dios y estamos contentos porque Juan Pablo II, en una rela-ción estrecha con Valencia, nos deja un gran legado: trabajar por la nueva evangelización. Esa es su herencia. Ese es su testamento para todos nosotros.

Frente a quienes tratan de im-ponernos el laicismo de una socie-dad sin Dios, y nos invitan una y otra vez, con poderosos medios, a vivir como si Dios no existiera, son necesarios nuevos métodos,

nuevo ardor y nueva expresión para vivir y transmitir el Evange-lio.

Queridos jóvenes: No tengáis miedo de entregar vuestra vida al Señor en medio del mundo. Vues-tro testimonio es más necesario que nunca.

Se trata de acoger a Cristo, se-guirlo en la vida de cada día, ha-cer del Evangelio la pauta inspira-dora de la conducta individual, familiar, social y pública.

No nos dejemos arrastrar por las corrientes turbulentas de una cultura que se inspira en el princi-pio de que se debe pensar y actuar como si Dios no existiera.

Detrás de esa cultura es legíti-mo preguntarse si no estamos ante nuevas formas de totalitarismo, falazmente encubierto bajo las apariencias de democracia.

Con valentía no nos dejemos

vencer por el mal; antes bien, venzamos al mal con el bien. El límite impuesto al mal por el bien divino se ha incorporado a nuestra historia, a la historia de Europa en particular, por medio de Cristo. ¡No separemos jamás a Cristo de nuestra historia!

Solo en Cristo podemos cruzar el umbral de la esperanza. Solo en Él está la salvación.

Juan Pablo II nos ha enseñado a vencer el mal con el bien. Siga-mos su ejemplo para gozar de la luz de Dios que impregna toda la Creación.

Sigamos su ejemplo para ser más libres, para que se abran nuestros ojos al bien que proviene de la mano de Dios y podamos construir una sociedad en la ver-dad, la justicia, el amor y la paz.

Ese es su legado: sigamos su ejemplo, cada cual en el lugar al que Dios le ha llamado. Seamos como él.

La nueva evangelización re-quiere santos. Los grandes evan-gelizadores de Europa han sido siempre los santos. Supliquemos al Señor para que crezca el espíritu de santidad en la Iglesia y nos envíe santos evangelizadores, como Juan Pablo II.

Queridos hijos: emocionados y agradecidos, encomendamos el alma de nuestro querido papa a la Madre de Dios. Ella le guió siempre y lo conducirá ahora a la gloria eterna de su Hijo, Jesucris-to, nuestro Señor. Amen.

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¡Gracias Padre!

Apenados por la muerte de nuestro Santo Padre y a la vez lle-nos de esperanza en Jesucristo y gratitud por el largo pontificado del Papa Juan Pablo, nos reuni-mos esta tarde para implorar la misericordia infinita de Dios en favor de nuestro Papa que ya ha vuelto a la Casa del Padre.

Resulta imposible resumir lo que la figura y la obra del querido

Papa Juan Pablo II ha supuesto para la Iglesia y para el mundo en-tero. Ha sido un pontificado car-gado y lleno. Muchas veces he pensado como un hombre podía con tanto.

Hay dos fechas muy significa-tivas, el 16 de octubre de 1978, su elección a la Sede de Pedro y el 2 de abril de 2005 día de su muerte, su entrada en el cielo. Entre una y

otra se encuentra su labor pasto-ral.

El anuncio de su elección en aquella tarde de octubre nos gustó a todos. Los cardenales de la Igle-sia habían elegido a un Papa pola-co y joven. Con esa elección algo muy nuevo comenzaba para la Iglesia en ese atardecer romano.

Pronto comenzó a notarse el carisma del nuevo Papa. Era jo-

Homilía del Sr. Abad predicada en la Colegiata

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ven, inventivo, alegre, trabajador, deportista, directo y dinámico: era un buen pastor. Por eso gustó desde el primer día. El Papa era noticia fresca, noticia deseada en todos los medios.

Los viajes apostólicos desde el primero a Méjico hasta el último a Lourdes, abrieron la Iglesia al mundo entero. Sus encíclicas y sus cartas apostólicas. Las Jornadas de la Juventud, los encuentros con el Pueblo de Dios. La Proclamación del Gran Jubileo y su desarrollo. Los Encuentros de Asís. Las au-diencias semanales de los miérco-

les. Los abrazos ecuménicos... toda su actividad misionera ha mostrado a la humanidad un nue-vo rostro de la Iglesia de Jesucris-to.

“¡No tengáis miedo, abrid las puertas a Cristo!” Fueron sus pri-meras palabras pronunciadas el 22 de octubre de 1978 cuando en el marco de una solemne Eucaristía inauguró su pontificado. Esas mismas palabras nos las ha ido re-cordando en muchas de sus inter-venciones: ¡No tengáis miedo. Abrid las puertas a Cristo!

El Santo Padre Juan Pablo II

ha querido acercar el hombre a Dios, descubrirle el corazón de Cristo, presentar el Evangelio a la juventud actual. Y todo ello sin concesiones, sin abaratar la gracia, exigiendo a todos y mostrando al mundo una visión agradable, viva y seria de la fe.

La proclamación en los distin-tos areópagos del mundo de la dignidad y de los derechos de la persona humana, del hombre y de la mujer, de los niños nacidos y por nacer, de la familia, de los an-cianos, así como de la fraternidad que ha de unir a todos los hijos de

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¡Gracias Padre!Dios; la defensa de la vida, de la libertad, de la concordia y la paz; la atención caritativa a los más ne-cesitados de cualquier raza y reli-gión para el desarrollo de todos los pueblos y la invitación cons-tante a cuidar la creación, han re-sultado una verificación ejemplar de la evangelización. El mensaje de Juan Pablo II, propuesto siem-pre sin imposición ni injerencia alguna, sino con el valor profético y explícito del Evangelio y de la doctrina moral y social de la Igle-sia que de él se deduce, ha llegado a contribuir de modo decisivo a la más justa configuración social de muchos países del Planeta.

Al proclamar tantos Santos y Beatos, muchos de ellos contem-poráneos nuestros, recordemos que canonizó a san Jacinto Casta-ñeda y a siete Mártires de Xàtiva, nos ha recordado a todos los cató-licos, que la santidad es posible para todos y que es necesario aspi-rar a ella por distintos caminos de seguimiento de Jesucristo. Beatifi-caciones y canonizaciones como la del Papa Juan XXIII y Madre Te-resa, el Padre Pío, Padre Maximi-liano María kolbe, Edit Stein, en-tre otros muchos, han revitalizado y refrescado la vida cristiana.

Los viajes a España han sito todos ellos una verdadera misión popular; ha sacudido el letargo de muchos cristianos; ha llamado a las cosas por su nombre, ha in-vitado a los católicos a tomar en serio la vida de fe, el compromiso

y el trabajo de la nueva evangeli-zación. A la vez que han servido para expresar la más viva gratitud por el trabajo evangelizador de España en el Nuevo Mundo y en países de Asia como en Filipi-nas.

Por todo ello y ante el cuerpo sin vida del Papa y desde lo más profundo de mi corazón: Gracias Santo Padre por los beneficios re-cibidos. Gracias por su trabajo en-tregado y fatigoso; gracias por su palabra siempre clara y viva, pene-trante y llena de ánimo; gracias por su coherencia, por su bondad,

por su postura ante el azote de la guerra, por su afán de construir un mundo nuevo basado en la justicia y en la paz. Gracias Santo Padre por el amor que habéis pro-fesado al hombre de hoy, a noso-tros y a cada uno. Gracias Juan Pablo por hablar de Jesucristo sin miramientos, con tanta sinceridad y con tanta fuerza. Gracias Santi-dad por vuestra vida. Para todos nosotros siempre será un referente. ¡Ya lo es!. Nunca olvidaremos lo aprendido en estos años guiados por la Cruz Pastoral de vuestra Santidad. ¡Gracias Juan Pablo!

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Señor cardenales, venerables hermanos en el episcopado y en el sacerdocio, distinguidas autorida-des y miembros del Cuerpo diplo-mático, queridos hermanos y her-manas:

Por tres veces nos ha acompaña-do en estos días tan intensos el canto de las letanías de los santos: durante los funerales de nuestro Santo Padre Juan Pablo II; con ocasión de la en-trada de los cardenales en cónclave, y también hoy, cuando las hemos cantado de nuevo con la invocación: «Tu illum adiuva», asiste al nuevo sucesor de San Pedro. He oído este canto orante cada vez de un modo completamente singular, como un gran consuelo. ¡Cómo nos hemos sentido abandonados tras el falleci-miento de Juan Pablo II! El Papa que durante 26 años ha sido nuestro pastor y guía en el camino a través de nuestros tiempos. Él cruzó el um-bral hacia la otra vida, entrando en el misterio de Dios. Pero no dio este paso en solitario. Quien cree, nunca está solo; no lo está en la vida ni tampoco en la muerte. En aquellos momentos hemos podido invocar a los santos de todos los siglos, sus amigos, sus hermanos en la fe, sa-biendo que serían el cortejo viviente que lo acompañaría en el más allá, hasta la gloria de Dios. Nosotros sa-

bíamos que allí se esperaba su llega-da. Ahora sabemos que él está entre los suyos y se encuentra realmente en su casa. Hemos sido consolados de nuevo realizando la solemne entrada en cónclave para elegir al que Dios había escogido. ¿Cómo podíamos reconocer su nombre? ¿Cómo 115 Obispos, procedentes de todas las culturas y países, podían encontrar a quien Dios quería otorgar la misión de atar y desatar? Una vez más, lo sabíamos; sabíamos que no estamos solos, que estamos rodeados, guiados y conducidos por los amigos de Dios. Y ahora, en este momento, yo, débil siervo de Dios, he de asumir este cometido inaudito, que supera realmente toda capacidad humana. ¿Cómo puedo hacerlo? ¿Cómo seré capaz de llevarlo a cabo? Todos vo-sotros, queridos amigos, acabáis de invocar a toda la muchedumbre de los santos, representada por algunos de los grandes nombres de la historia que Dios teje con los hombres. De este modo, también en mí se reaviva esta conciencia: no estoy solo. No tengo que llevar yo solo lo que, en realidad, nunca podría soportar yo solo. La muchedumbre de los santos de Dios me protege, me sostiene y me conduce. Y me acompañan, que-ridos amigos, vuestra indulgencia, vuestro amor, vuestra fe y vuestra

esperanza. En efecto, a la comuni-dad de los santos no pertenecen sólo las grandes figuras que nos han pre-cedido y cuyos nombres conocemos. Todo nosotros somos la comunidad de los santos; nosotros, bautizados en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo; nosotros, que vi-vimos del don de la carne y la sangre de Cristo, por medio del cual quiere transformarnos y hacernos semejan-tes a sí mismo. Sí, la Iglesia está viva; ésta es la maravillosa experiencia de estos días. Precisamente en los tristes días de la enfermedad y la muerte del Papa, algo se ha manifestado de modo maravilloso ante nuestros ojos: que la Iglesia está viva. Y la Iglesia es joven. Ella lleva en sí mis-ma el futuro del mundo y, por tanto, indica también a cada uno de noso-tros la vía hacia el futuro. La Iglesia está viva y nosotros lo vemos: experi-mentamos la alegría que el Resucita-do ha prometido a los suyos. La Igle-sia está viva; está viva porque Cristo está vivo, porque él ha resucitado verdaderamente. En el dolor que aparecía en el rostro del Santo Padre en los días de Pascua, hemos con-templado el misterio de la pasión de Cristo y tocado al mismo tiempo sus heridas. Pero en todos estos días también hemos podido tocar, en un sentido profundo, al Resucitado.

Bienvenido Benedicto XVIHomilía del Papa en la Misa de inauguración de su Pontificado

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Hemos podido experimentar la ale-gría que él ha prometido, después de un breve tiempo de oscuridad, como fruto de su resurrección.

La Iglesia está viva: de este modo os saludo con gran gozo y gratitud a todos vosotros que estáis aquí reunidos, venerables hermanos cardenales y obispos, queridos sa-cerdotes, diáconos, agentes de pas-toral y catequistas. Os saludo a vo-sotros, religiosos y religiosas, testi-gos de la presencia transfigurante de Dios. Os saludo a vosotros, fieles laicos, inmersos en el gran campo de la construcción del Reino de Dios que se expande en el mundo,

en cualquier manifestación de la vida. El saludo se llena de afecto al dirigirlo también a todos los que, renacidos en el sacramento del Bau-tismo, aún no están en plena co-munión con nosotros; y a vosotros, hermanos del pueblo hebreo, al que estamos estrechamente unidos por un gran patrimonio espiritual co-mún, que hunde sus raíces en las irrevocables promesas de Dios. Pienso, en fin —casi como una onda que se expande— en todos los hombres de nuestro tiempo, creyente y no creyentes.

¡Queridos amigos! En este mo-mento no necesito presentar un

programa de gobierno. Algún rasgo de lo que considero mi tarea, lo he podido exponer ya en mi mensaje del miércoles, 20 de abril; no falta-rán otras ocasiones para hacerlo. Mi verdadero programa de gobier-no es no hacer mi voluntad, no se-guir mis propias ideas, sino poner-me, junto con toda la Iglesia, a la escucha de la palabra y de la volun-tad del Señor y dejarme conducir por Él, de tal modo que sea él mis-mo quien conduzca a la Iglesia en esta hora de nuestra historia. En lugar de exponer un programa, de-searía más bien intentar comentar simplemente los dos signos con los

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Bienvenido Benedicto XVIque se representa litúrgicamente el inicio del Ministerio Petrino; am-bos signos reflejan también exacta-mente lo que se ha proclamado en las lecturas de hoy.

El primer signo es el palio, tejido de lana pura, que se me pone sobre los hombros. Este signo antiquísi-mo, que los obispos de Roma llevan desde el siglo IV, puede ser conside-rado como una imagen del yugo de Cristo, que el obispo de esta ciudad, el siervo de los siervos de Dios, toma sobre sus hombros. El yugo de Dios es la voluntad de Dios que nosotros acogemos. Y esta voluntad no es un peso exterior, que nos oprime y nos priva de la libertad. Conocer lo que Dios quiere, cono-cer cuál es el camino de la vida, era la alegría de Israel, su gran privile-gio. Ésta es también nuestra alegría: la voluntad de Dios, en vez de ale-jarnos de nuestra propia identidad, nos purifica --quizás a veces de ma-nera dolorosa-- y nos hace volver de este modo a nosotros mismos. Y así, no servimos solamente Él, sino también a la salvación de todo el mundo, de toda la historia. En rea-lidad, el simbolismo del Palio es más concreto aún: la lana de corde-ro representa la oveja perdida, en-ferma o débil, que el pastor lleva a cuestas para conducirla a las aguas de la vida. La parábola de la oveja perdida, que el pastor busca en el desierto, fue para los Padres de la Iglesia una imagen del misterio de Cristo y de la Iglesia. La humani-dad —todos nosotros— es la oveja

descarriada en el desierto que ya no puede encontrar la senda. El Hijo de Dios no consiente que ocurra esto; no puede abandonar la huma-nidad a una situación tan misera-ble. Se alza en pie, abandona la glo-ria del cielo, para ir en busca de la oveja e ir tras ella, incluso hasta la cruz. La pone sobre sus hombros, carga con nuestra humanidad, nos lleva a nosotros mismos, pues Él es el buen pastor, que ofrece su vida por las ovejas. El Palio indica en primer lugar que Cristo nos lleva a todos nosotros. Pero, al mismo tiempo, nos invita a llevarnos unos a otros. Se convierte así en el sím-bolo de la misión del pastor del que hablan la segunda lectura y el Evan-gelio de hoy. La santa inquietud de Cristo ha de animar al pastor: no es indiferente para él que muchas per-sonas vaguen por el desierto. Y hay muchas formas de desierto: el de-sierto de la pobreza, el desierto del hambre y de la sed; el desierto del abandono, de la soledad, del amor quebrantado. Existe también el de-sierto de la oscuridad de Dios, del vacío de las almas que ya no tienen conciencia de la dignidad y del rumbo del hombre. Los desiertos exteriores se multiplican en el mun-do, porque se han extendido los de-siertos interiores. Por eso, los tesoros de la tierra ya no están al servicio del cultivo del jardín de Dios, en el que todos puedan vivir, sino subyu-gados al poder de la explotación y la destrucción. La Iglesia en su con-junto, así como sus Pastores, han de

ponerse en camino como Cristo para rescatar a los hombres del de-sierto y conducirlos al lugar de la vida, hacia la amistad con el Hijo de Dios, hacia Aquél que nos da la vida, y la vida en plenitud. El sím-bolo del cordero tiene todavía otro aspecto. Era costumbre en el anti-guo Oriente que los reyes se llama-ran a sí mismos pastores de su pue-blo. Era una imagen de su poder, una imagen cínica: para ellos, los pueblos eran como ovejas de las que el pastor podía disponer a su agra-do. Por el contrario, el pastor de todos los hombres, el Dios vivo, se ha hecho él mismo cordero, se ha puesto de la parte de los corderos, de los que son pisoteados y sacrifi-cados. Precisamente así se revela Él como el verdadero pastor: «Yo soy el buen pastor [...]. Yo doy mi vida por las ovejas», dice Jesús de sí mis-mo (Juan 10, 14s.). No es el poder lo que redime, sino el amor. Éste es el distintivo de Dios: Él mismo es amor. ¡Cuántas veces desearíamos que Dios se mostrara más fuerte! Que actuara duramente, derrotara el mal y creara un mundo mejor. Todas las ideologías del poder se justifican así, justifican la destruc-ción de lo que se opondría al pro-greso y a la liberación de la huma-nidad. Nosotros sufrimos por la paciencia de Dios. Y, no obstante, todos necesitamos su paciencia. El Dios, que se ha hecho cordero, nos dice que el mundo se salva por el Crucificado y no por los crucifica-dores. El mundo es redimido por la

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paciencia de Dios y destruido por la impaciencia de los hombres.

Una de las características funda-mentales del pastor debe ser amar a los hombres que le han sido confia-dos, tal como ama Cristo, a cuyo servicio está. «Apacienta mis ove-jas», dice Cristo a Pedro, y también a mí, en este momento. Apacentar quiere decir amar, y amar quiere decir también estar dispuestos a su-frir. Amar significa dar el verdadero bien a las ovejas, el alimento de la verdad de Dios, de la palabra de Dios; el alimento de su presencia, que él nos da en el Santísimo Sacra-mento. Queridos amigos, en este momento sólo puedo decir: rogad por mí, para que aprenda a amar cada vez más al Señor. Rogad por mí, para que aprenda a querer cada vez más a su rebaño, a vosotros, a la Santa Iglesia, a cada uno de voso-tros, tanto personal como comuni-tariamente. Rogad por mí, para

que, por miedo, no huya ante los lobos. Roguemos unos por otros para que sea el Señor quien nos lle-ve y nosotros aprendamos a llevar-nos unos a otros.

El segundo signo con el cual la liturgia de hoy representa el co-mienzo del Ministerio Petrino es la entrega del anillo del pescador. La llamada de Pedro a ser pastor, que hemos oído en el Evangelio, viene después de la narración de una pes-ca abundante; después de una no-che en la que echaron las redes sin éxito, los discípulos vieron en la ori-lla al Señor resucitado. Él les manda volver a pescar otra vez, y he aquí que la red se llena tanto que no te-nían fuerzas para sacarla; había 153 peces grandes y, «aunque eran tan-tos, no se rompió la red» (Juan 21, 11). Este relato al final del camino terrenal de Jesús con sus discípulos, se corresponde con uno del princi-pio: tampoco entonces los discípu-

los habían pescado nada durante toda la noche; también entonces Je-sús invitó a Simón a remar mar adentro. Y Simón, que todavía no se llamaba Pedro, dio aquella admi-rable respuesta: «Maestro, por tu palabra echaré las redes». Se le con-fió entonces la misión: «No temas, desde ahora serás pescador de hom-bres» (Lucas 5, 1.11). También hoy se dice a la Iglesia y a los sucesores de los apóstoles que se adentren en el mar de la historia y echen las re-des, para conquistar a los hombres para el Evangelio, para Dios, para Cristo, para la vida verdadera. Los Padres han dedicado también un comentario muy particular a esta tarea singular. Dicen así: para el pez, creado para vivir en el agua, resulta mortal sacarlo del mar. Se le priva de su elemento vital para con-vertirlo en alimento del hombre. Pero en la misión del pescador de hombres ocurre lo contrario. Los

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San Bartolomé Apóstol. Siglo xv

Ofrecemos una nueva tabla de la predela recién restaurada y que ya puede ser ad-mirada en toda su belleza en el Museo Colegial. La predela está formada por cuatro tablas, todas ellas son valiosas en su técnica y decoración propia de la época.

Retablo pictórico de la Virgen. S. XV

Recuperar las pinturas murales de la iglesia de sant Feliu fue uno de los propósitos más ambiciosos de la Directora general de patrimonio doña Carmen Pérez, animada y empujada en cada momento por el Abad don Arturo Climent. A medida que se iban descubriendo y recuperando —algunas se sabía que existían, otras no— la ilusión y la alegría invadía a todos los que de una manera u otra estábamos interesados en aquella hermosa obra. Aquí vemos restos de un retablo gótico, apenas quedan rasgos, humedades y agresividad humana destruyeron esta pintura. Veamos cómo se puede recuperar y restaurar.

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CAMINEM JUNTS 29CAMINEM JUNTS • Fe, Arte y Cultura • 28

El retablo es enorme, de gran altura. Adornos por calles, vidrieras pintadas, columnas perfectamente armonizadas. Y en el centro la Virgen con el Niño Jesús. Imposible recuperar el rostro de la Virgen. Del Niño algunos rasgos y un ojo. Mediante ordenador podemos completar, solo en papel, no en la pintura original. Así sería. Los milagros de la técnica.

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hombres vivimos alienados, en las aguas saladas del sufrimiento y de la muerte; en un mar de oscuridad, sin luz. La red del Evangelio nos rescata de las aguas de la muerte y nos lleva al resplandor de la luz de Dios, en la vida verdadera. Así es, efectivamente: en la misión de pes-cador de hombres, siguiendo a Cris-to, hace falta sacar a los hombres del mar salado por todas las aliena-ciones y llevarlo a la tierra de la vida, a la luz de Dios. Así es, en ver-dad: nosotros existimos para ense-ñar Dios a los hombres. Y única-mente donde se ve a Dios, comienza realmente la vida. Sólo cuando en-contramos en Cristo al Dios vivo, conocemos lo que es la vida. No so-mos el producto casual y sin sentido de la evolución. Cada uno de noso-tros es el fruto de un pensamiento de Dios. Cada uno de nosotros es querido, cada uno es amado, cada uno es necesario. Nada hay más hermoso que haber sido alcanzados, sorprendidos, por el Evangelio, por Cristo. Nada más bello que cono-cerle y comunicar a los otros la amistad con él. La tarea del pastor, del pescador de hombres, puede pa-recer a veces gravosa. Pero es gozosa y grande, porque en definitiva es un servicio a la alegría, a la alegría de Dios que quiere hacer su entrada en el mundo.

Quisiera ahora destacar todavía una cosa: tanto en la imagen del pastor como en la del pescador, emerge de manera muy explícita la llamada a la unidad. «Tengo, ade-

más, otras ovejas que no son de este redil; también a ésas las tengo que traer, y escucharán mi voz y habrá un solo rebaño, un solo Pastor» (Juan 10, 16), dice Jesús al final del discurso del buen pastor. Y el relato de los 153 peces grandes termina con la gozosa constatación: «Y aun-que eran tantos, no se rompió la red» (Juan 21, 11). ¡Ay de mí, Se-ñor amado! ahora la red se ha roto, quisiéramos decir doloridos. Pero no, ¡no debemos estar tristes! Ale-grémonos por tu promesa que no defrauda y hagamos todo lo posible para recorrer el camino hacia la unidad que tú has prometido. Ha-gamos memoria de ella en la ora-ción al Señor, como mendigos; sí, Señor, acuérdate de lo que prome-tiste. ¡Haz que seamos un solo pas-tor y una sola grey! ¡No permitas que se rompa tu red y ayúdanos a ser servidores de la unidad!

En este momento mi recuerdo vuelve al 22 de octubre de 1978, cuando el Papa Juan Pablo II ini-ció su ministerio aquí en la Plaza de San Pedro. Todavía, y conti-nuamente, resuenan en mis oídos sus palabras de entonces: «¡No te-máis! ¡Abrid, más todavía, abrid de par en par las puertas a Cristo!». El Papa hablaba a los fuertes, a los poderosos del mundo, los cuales tenían miedo de que Cristo pudie-ra quitarles algo de su poder, si lo hubieran dejado entrar y hubieran concedido la libertad a la fe. Sí, él ciertamente les habría quitado algo: el dominio de la corrupción,

del quebrantamiento del derecho y de la arbitrariedad. Pero no les ha-bría quitado nada de lo que perte-nece a la libertad del hombre, a su dignidad, a la edificación de una sociedad justa. Además, el Papa hablaba a todos los hombres, sobre todo a los jóvenes. ¿Acaso no tene-mos todos de algún modo miedo —si dejamos entrar a Cristo total-mente dentro de nosotros, si nos abrimos totalmente a él—, miedo de que él pueda quitarnos algo de nuestra vida? ¿Acaso no tenemos miedo de renunciar a algo grande, único, que hace la vida más bella? ¿No corremos el riesgo de encon-trarnos luego en la angustia y ver-nos privados de la libertad? Y to-davía el Papa quería decir: ¡no! quien deja entrar a Cristo no pier-de nada, nada —absolutamente nada— de lo que hace la vida li-bre, bella y grande. ¡No! Sólo con esta amistad se abren las puertas de la vida. Sólo con esta amistad se abren realmente las grandes poten-cialidades de la condición humana. Sólo con esta amistad experimen-tamos lo que es bello y lo que nos libera. Así, hoy, yo quisiera, con gran fuerza y gran convicción, a partir de la experiencia de una lar-ga vida personal, decir a todos vo-sotros, queridos jóvenes: ¡No ten-gáis miedo de Cristo! Él no quita nada, y lo da todo. Quien se da a él, recibe el ciento por uno. Sí, abrid, abrid de par en par las puer-tas a Cristo, y encontraréis la ver-dadera vida. Amén.

Bienvenido Benedicto XVI

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Homilía del Sr. Arzobispo

1. Annuntio vobis gaudium mágnum! ¡Os anuncio una gran alegría!

Sí. Con estas palabras hemos recibido la noticia de la elección de un nuevo Papa: Benedicto dé-cimo sexto, hasta hace pocos días Cardenal Joseph Ratzinger.

Con alegría damos gracias a Dios en esta celebración solemne.

La Providencia divina, a través de los venerados padres cardena-

les, le ha llamado para suceder a Juan Pablo II, en la sede de Pe-dro.

“Tu eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia”. Con estas palabras el Señor instituyó el primado del Apóstol Pedro, roca y fundamento de la unidad de la Iglesia.

Renovamos esta tarde nuestra disposición más sincera para tra-bajar en plena comunión con Pe-

dro y bajo Pedro en el anuncio del Evangelio a la Humanidad de nuestros días.

En nombre propio, en el de mis Obispos auxiliares, sacerdo-tes, religiosos y religiosas, y de to-dos los fieles cristianos de la Igle-sia valentina, expresamos al Santo Padre nuestra felicitación sincera y agradecida por su elección como Romano Pontífice.

Nuestra felicitación va acom-

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Bienvenido Benedicto XVIpañada de la oración por su perso-na y ministerio. Pedimos al Señor que bendiga su servicio a la Iglesia con abundantes frutos espirituales y apostólicos en todo el mundo.

Junto con toda la Iglesia glori-ficamos al Padre de las misericor-dias que ha regalado una vez más a su Pueblo un Pastor para que le conduzca, en nombre de Jesucris-to, por el camino que nos lleva a la Vida.

2. Después del gran Papa, Juan Pablo II —nos ha dicho Benedic-to décimo sexto, en sus primeras palabras— los señores cardenales me han elegido a mí, un sencillo y humilde trabajador en la viña del Señor.

Me consuela —sigue diciendo el Papa— el hecho de que el Se-ñor sabe trabajar y actuar con ins-trumentos insuficientes y sobre todo confío en vuestras oracio-nes.

En la alegría del Señor resuci-tado, confiados en su ayuda per-manente, sigamos adelante. El Señor nos ayudará. María, su san-tísima Madre, está de nuestra par-te. Gracias.

Queridos hijos: estas palabras describen bien el carácter y el modo de ser del nuevo papa. Esta-mos ante un hombre bueno y sa-bio que responde a lo que necesi-tamos en estos momentos.

Es un gran servidor de la Igle-sia, preocupado por lo que supone evangelizar hoy en el mundo.

Los que le hemos conocido sa-

bemos que es un hombre sencillo, alegre, educado en el trato, cerca-no, atento e interesado por los problemas de las personas.

No os dejéis engañar por la imagen distorsionada y los prejui-cios interesados que el marxismo y el laicismo radical han lanzado contra el cardenal Ratzinger en los últimos años y también contra el propio Juan Pablo II.

No os dejéis engañar: los he-chos y la persona del papa Bene-dicto manifiestan un carácter no-ble y afable, al servicio de la dig-nidad del ser humano, de la justi-cia y de la paz.

Es persona humilde, abierto al verdadero diálogo y a la amistad sincera con quienes le tratan.

3. Sigamos adelante. El Señor nos ayudará.

Benedicto décimo sexto es el enviado de Dios para esta nueva etapa de la Iglesia en la que nos toca en suerte y en gracia vivir. Coincide casi con el comienzo del siglo y del milenio.

Juan Pablo II ha conducido la Iglesia hasta el Tercer Milenio y ha dejado las puertas abiertas de par en par. Ahora acaba de fran-quearlas el nuevo Sucesor de Pe-dro y nos invita a seguir adelante: Duc in altum!, ¡mar adentro! El Señor nos ayudará. María, su san-tísima Madre, está de nuestra par-te.

Es un momento de grandísima alegría para toda la Iglesia y para el mundo entero. A la orfandad en

la que se encontraba el Pueblo de Dios desde la marcha al Cielo de Juan Pablo II, siguieron días de oración y esperanza.

Los cristianos hemos agradeci-do al Señor el Papa que nos ha dejado, lo hemos aclamado como Grande y Santo, y recordamos su herencia.

¡Cuántas personas se han acer-cado a Dios y han sentido deseos de entregarse más a Él durante es-tos días!

El ambiente de oración y de buenos sentimientos religiosos vi-vidos durante estos días se han manifestado también en la alegría sincera ante la figura sencilla y amable del Papa Benedicto.

4. Nuestro Papa ha sido duran-te el fecundo pontificado de Juan Pablo II, una de las personalida-des más visibles de la Santa Sede. Ha conducido con caridad y espe-ranza la Congregación para la Doctrina de la Fe y, al mismo tiempo, ha sido una persona de confianza, próxima al Papa falle-cido.

El nuevo Papa es también una personalidad muy poderosa en el plano intelectual. Y es precisa-mente esta faceta la que el mismo Juan Pablo II quiso destacar en una carta remitida al entonces cardenal con motivo del 50 ani-versario de su ordenación como sacerdote, celebrada en la solem-nidad litúrgica de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo, en junio de 2002.

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La coincidencia de la celebra-ción, escribía el Papa, —me re-cuerda su visión de los amplios horizontes espirituales y eclesiásti-cos—: la santidad personal, la constante preocupación por la unidad; la necesaria integración del carisma espiritual con el mi-nisterio institucional.

Juan Pablo II continuaba re-calcando en su escrito algunas de las cualidades que más le gusta-ban de su fiel colaborador.

«El objetivo por el que siempre te has esforzado desde tus prime-ros años de vida sacerdotal ha sido servir a la verdad, intentando co-nocerla cada vez con más profun-didad y divulgarla de la manera

más amplia posible».Con estas palabras escritas des-

de el corazón se refería Juan Pablo II al que, desde el martes, es su sucesor.

5. Durante estos días hemos expresado al Señor nuestro agra-decimiento por la fidelidad con la que Juan Pablo II nos ha transmi-tido la doctrina del Concilio Vati-cano II.

En innumerables ocasiones, el Romano Pontífice afirmó que la aportación más importante del úl-timo Concilio ha sido la llamada universal a la santidad de todos los cristianos.

La última ocasión solemne tuvo lugar el pasado mes de no-

viembre, cuando el Papa, con oca-sión de los 40 años de la Consti-tución sobre la Iglesia Lumen Gentium, invitaba de nuevo a los laicos a asumir con más decisión su propia misión santificadora y evangelizadora.

Los fieles cristianos nos alegra-mos al percibir que Benedicto XVI va a continuar este surco fe-cundo abierto por el Concilio.

Vamos a agradecer al Señor el maravilloso espectáculo de fe y de unidad que hemos percibido en todos los rincones del mundo con ocasión del fallecimiento de Juan Pablo II y la elección de Benedicto décimo sexto.

Es muy grande la responsabili-

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dad del Papa, el peso de la tarea que recae sobre sus hombros y la necesidad que la Iglesia tiene de su ministerio.

Todo esto es cierto, pero tam-bién estamos comprobando que el Santo Padre, además de contar con la ayuda de Dios, cuenta con la oración y el afecto de todos los católicos y de muchísimas perso-nas de buena voluntad.

Permitidme que os recuerde una vez más la invitación del Papa Benedicto a seguir adelante con-fiados en María.

Recordemos nuestra misión apostólica con las palabras que él mismo dirigió a los Cardenales antes de entrar en el Cónclave:

“Hemos recibido la fe para en-tregarla a los demás (...). Y tenemos que llevar un fruto que permanez-ca. Pero, ¿qué queda? El dinero no se queda. Los edificios tampoco se quedan, ni los libros. Después de un cierto tiempo, más o menos lar-go, todo esto desaparece.

Lo único que permanece eter-namente es el alma humana, el hombre creado por Dios para la eternidad. El fruto que queda, por tanto, es el que hemos sembrado en las almas humanas, el amor, el conocimiento; el gesto capaz de tocar el corazón; la palabra que abre el alma a la alegría del Se-ñor.

Entonces, vayamos y pidamos al Señor que nos ayude a llevar fruto, un fruto que permanezca.

Sólo así la tierra se transforma,

de valle de lágrimas en jardín de Dios”.

Estas palabras del papa nos re-cuerdan que hemos recibido la fe para entregarla a los demás.

Tenemos que estar animados por una santa inquietud: la in-quietud de llevar a todos el don de la fe, de la amistad con Cristo.

El amor, la amistad de Dios, nos ha sido dada para que llegue también a todos los hombres y mujeres de nuestro tiempo.

Hemos de ser capaces de trans-mitir la fe, de modo especial a las jóvenes generaciones. Transmitir la fe significa mostrar el rostro de Cristo, darle a conocer en la pro-pia conducta, en las obras.

6. En su primera Misa como Pontífice, Benedicto décimo sexto ha señalado que

“Juan Pablo II nos ha dejado una Iglesia, más valiente, más li-bre y más joven. Una Iglesia que mira con serenidad el pasado y no tiene miedo del futuro”.

El papa nos ha recordado que estamos viviendo el especial año dedicado a la Eucaristía:

“A todos pido intensificar el amor y la devoción a Jesús Euca-ristía y expresar de manera valien-te y clara la fe en la presencia real del Señor”.

El actual sucesor de Pedro ha dicho:

“que está dispuesto a todo cuanto esté en su poder para pro-mover la fundamental causa del ecumenismo; que su tarea es ha-

cer resplandecer delante de los hombres y mujeres de hoy la luz de Cristo: No la propia luz, sino la de Cristo”.

Y dirigiéndose a los seguidores de otras religiones el Pontífice les ha asegurado que con sencillez y afecto continuará tejiendo con ellos un diálogo abierto y sincero por el bien del hombre y de la sociedad.

Antes de finalizar ha pedido la paz para toda la familia humana y ha dedicado sus ultimas palabras a los jóvenes, interlocutores privi-legiados de Juan Pablo II, a los que abrazándoles con afecto les ha convocado en Colonia con oca-sión de la Jornada Mundial de la Juventud.

7. Queridos hermanos: Dios guarde muchos años a nuestro queridísimo papa Benedicto déci-mo sexto.

Concluyo dando gracias a Dios con las palabras del Evangelio que se siguen cumpliendo entre noso-tros:

Dichoso tu, Simón, hijo de Jo-nás, porque eso no te lo ha revela-do nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en el cielo. Aho-ra te digo yo: Tú eres Pedro, y so-bre esta piedra edificaré mi Igle-sia, y el poder del infierno no la derrotará.

Te daré las llaves del reino de los cielos; lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra quedará des-atado en el cielo (Mt 16, 17-19).

Así sea.

Bienvenido Benedicto XVI

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Querido Santo Padre Benedicto:En primer lugar daros las gra-

cias por haber dicho SI a la elec-ción que los señores Cardenales de la Iglesia han hecho de su perso-na. ¡Gracias de corazón!

No puedo deciros que no sa-béis donde os habéis metido. Pues lo sabéis a la perfección. Nadie mejor que vuestra Santidad cono-ce la Iglesia y todo lo que en ella ocurre y también el mundo actual y sus dificultades, el campo inte-lectual y el campo teologal. De eso nadie puede daros lecciones. Y a pesar de ello habéis dicho SI. Podríais llevar una vida tranquila como emérito en Roma o en vues-tra Alemania. Y sin embargo ha-béis dicho SI. Os habéis compli-cado la vida.

Conociendo la categoría de vuestra fe y de vuestra elegancia humana no hay duda que habéis aceptado por obediencia a Nues-tro Señor Jesucristo y por amor a la Iglesia. De eso estoy más que seguro.

¡No tengáis miedo Santo Pa-dre! Desde que aparecisteis en el balcón de las bendiciones, ya os queremos y rezamos por vuestra Santidad. No os vamos a fallar, estad seguro.

¡No tengáis miedo Santo Padre!

Muchos estarán esperando que abráis la boca para mal interpretar vuestras palabras, criticaros y decir que sois así o asa. De eso estad se-guro. ¡ No tengáis miedo! También habrán muchos, los más, que esta-mos esperando que abráis la boca para escucharos de muy buena gana; sois el Maestro de la fe; sois nuestro Padre; sois el Papa. Y mi-rad, Santo Padre, nosotros somos vuestros hijos y os queremos aún antes de saber quien era el nuevo Papa y cual era su nombre. ¡Enho-rabuena por el nombre! Benedicto significa Bendición de Dios, Bendi-to de Dios. Y yo añado: Bendición para la Iglesia del Tercer Milenio.

Tenéis una hermosa y gran he-rencia dejada en la Iglesia por Juan Pablo II el Grande. Él ha sido vues-tro maestro y vuestro amigo. Vues-

tro ejemplo a seguir. Su Santidad ha sido su brazo derecho. Pero no estáis obligado a ser como él, no os lo pe-dimos. Cada uno ha de ser como lo ha hecho Dios. Sed lo que sois y como sois... No queremos otra cosa.

Un día os vi por la plaza de san Pedro, era muy temprano, yo iba a celebrar misa a la basílica, usted como Cardenal ya iba a trabajar. Recuerdo que llevabais sotana ne-gra y encima una gabardina tam-bién negra, boina en la cabeza y una cartera en la mano. Os saludé en español y en español me con-testaste. Os dije que era de Valen-cia y me dijisteis con enorme sen-cillez y amplia sonrisa: ¡Qué tierra tan hermosa y tan llena de santos! Y cada uno siguió su camino.

Santo Padre: ¡No tengáis miedo!Gracias por decir SI.

¡No tengáis miedo, Santo Padre!Arturo Climent Bonafé

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Bienvenido Benedicto XVICatequesis del Papa Benedicto XVIdurante la Audiencia General del

miércoles 27 de abril de 2005

Pongo mi ministerioal servicio de la reconciliación

Me alegra acogeros. Dirijo un cordial saludo a todos los presen-tes, así como a los que nos siguen a través de la radio y la televisión. Como ya dije en el primer en-cuentro con los señores cardena-les, precisamente el miércoles de la semana pasada, en la capilla Sixtina, experimento en mi alma durante estos días de inicio de mi ministerio petrino algunos senti-mientos opuestos entre sí: asom-bro y gratitud con respecto a Dios, que ante todo me sorprendió a mí mismo, llamándome a suceder al apóstol Pedro; y temor interior ante la magnitud de la tarea y de las responsabilidades que me han sido encomendadas.

Sin embargo, me da serenidad y alegría la certeza de la ayuda de Dios, de su Madre santísima, la Virgen María, y de los santos pro-tectores. Me conforta también la cercanía espiritual de todo el pue-blo de Dios, al cual, como repetí el domingo pasado, pido que me

siga acompañando siempre con insistente oración.

Después de la muerte de mi venerado predecesor Juan Pablo II, hoy se reanudan las tradiciona-les audiencias generales de los miércoles. Volvemos a la normali-dad. En este primer encuentro quisiera comentar, ante todo, el nombre que escogí al llegar a ser Obispo de Roma y Pastor univer-sal de la Iglesia. He querido lla-marme Benedicto XVI para vin-cularme idealmente al venerado Pontífice Benedicto XV, que guió a la Iglesia en un período agitado a causa de la primera guerra mun-dial.

Fue intrépido y auténtico pro-feta de paz, y trabajó con gran va-lentía primero para evitar el dra-ma de la guerra y, después, para limitar sus consecuencias nefastas. Como él, deseo poner mi ministe-rio al servicio de la reconciliación y la armonía entre los hombres y los pueblos, profundamente con-

vencido de que el gran bien de la paz es ante todo don de Dios, don —por desgracia— frágil y precio-so que es preciso invocar, conser-var y construir día a día con la aportación de todos.

El nombre Benedicto evoca, además, la extraordinaria figura del gran “patriarca del monacato occidental”, san Benito de Nursia, copatrono de Europa juntamente con san Cirilo y san Metodio, y las santas Brígida de Suecia, Cata-lina de Siena y Edith Stein. La progresiva expansión de la orden benedictina, por él fundada, ejer-ció un influjo inmenso en la difu-sión del cristianismo en todo el continente. Por eso, san Benito es también muy venerado en Alema-nia y, particularmente, en Baviera, mi tierra de origen; constituye un punto de referencia fundamental para la unidad de Europa y un fuerte recuerdo de las irrenuncia-bles raíces cristianas de su cultura y de su civilización.

Cofradía de la Virgen

Si descubrís a Cristodescubriréis la

auténtica felicidad.

XÀTIVA

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De este padre del monacato occidental conocemos la recomen-dación que hizo a los monjes en su Regla: “No antepongáis abso-lutamente nada a Cristo” (Regla 72, 11; cf. 4, 21). Al inicio de mi servicio como Sucesor de Pedro pido a san Benito que nos ayude a mantener firmemente a Cristo en el centro de nuestra existencia. Que él ocupe siempre el primer lugar en nuestros pensamientos y en todas nuestras actividades.

Mi pensamiento vuelve con afecto a mi venerado predecesor Juan Pablo II, con el que tenemos una gran deuda por la extraordi-naria herencia espiritual que nos dejó. “Nuestras comunidades cris-tianas —escribió en la carta apos-tólica Novo millennio ineunte— tienen que llegar a ser auténticas escuelas de oración, donde el en-cuentro con Cristo no se exprese solamente en petición de ayuda, sino también en acción de gracias, alabanza, adoración, contempla-ción, escucha e intensidad de afec-to, hasta el arrebato del corazón” (n. 33).

Él mismo trató de aplicar estas indicaciones dedicando las cate-quesis de los miércoles de los últi-mos tiempos a comentar los sal-mos de Laudes y Vísperas. Como hizo al inicio de su pontificado, cuando quiso proseguir las re-flexiones comenzadas por su pre-decesor sobre las virtudes cristia-nas (cf. L’Osservatore Romano, edición en lengua española, 29 de

octubre de 1978, p. 11), también yo quiero proponer en las próxi-mas citas semanales el comentario que él había preparado sobre la se-gunda parte de los salmos y los cánticos que componen las Víspe-ras. Por eso, el miércoles próximo reanudaré sus catequesis precisa-mente desde donde se habían in-terrumpido, en la audiencia gene-

ral del pasado 26 de enero.Queridos amigos, gracias de

nuevo por vuestra visita; gracias por el afecto que me dispensáis. Son sentimientos a los que corres-pondo cordialmente con una ben-dición especial, que os imparto a vosotros, aquí presentes, a vues-tros familiares y a todos vuestros seres queridos.

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Año de la Eucaristía

El querido Papa Juan Pablo II se asoma cada día a la ventana del cielo, para bendecirnos a todos.

Benedicto XVI

Colaboración de una empresa

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La adoración eucarística

HISTORIA

CENTRALIDAD DE LA EUCARISTÍA

Desde el principio del cristianismo, la Eucaristía es la fuente, el centro y el culmen de toda la vida de la Iglesia. Como memorial de la pasión y de la resurrección de Cristo Sal-vador, como sacrificio de la Nueva Alianza, como cena que anticipa y prepara el banquete celestial, como signo y causa de la unidad de la Iglesia, como actualización perenne del Misterio pascual, como Pan de vida eterna y Cáliz de salvación, la celebración de la Euca-ristía es el centro indudable del cristianismo.

Normalmente, la Misa al principio se celebra sólo el domingo, pero ya en los siglos III y IV se generaliza la Misa diaria.

La devoción antigua a la Eucaristía lleva en algunos momentos y lugares a celebrarla en un solo día varias veces. San León III (+816) celebra con frecuencia siete y aún nueve en un mismo día. Varios concilios moderan y prohiben estas prácticas excesivas. Alejandro II (+1073) prescribe una Misa diaria: «muy feliz ha de considerarse el que pueda celebrar dignamente una sola Misa» cada día.

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Reserva de la EucaristíaEn los siglos primeros, a causa de las persecuciones y al no haber templos, la conserva-

ción de las especies eucarísticas se hace normalmente en forma privada, y tiene por fin la comunión de los enfermos, presos y ausentes.

Esta reserva de la Eucaristía, al cesar las persecuciones, va tomando formas externas cada vez más solemnes.

Las Constituciones apostólicas -hacia el 400- disponen ya que, después de distribuir la comunión, las especies sean llevadas a un sacrarium. El sínodo de Verdun, del siglo VI, manda guardar la Eucaristía «en un lugar eminente y honesto, y si los recursos lo permi-ten, debe tener una lámpara permanentemente encendida». Las píxides de la antigüedad eran cajitas preciosas para guardar el pan eucarístico. León IV (+855) dispone que «sóla-mente se pongan en el altar las reliquias, los cuatro evangelios y la píxide con el Cuerpo del Señor para el viático de los enfermos».

Estos signos expresan la veneración cristiana antigua al cuerpo eucarístico del Salvador y su fe en la presencia real del Señor en la Eucaristía. Todavía, sin embargo, la reserva eucarística tiene como fin exclusivo la comunión de enfermos y ausentes; pero no el culto a la Presencia real.

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La adoración eucarística dentro de la MisaHa de advertirse, sin embargo, que ya por esos siglos el cuerpo de Cristo recibe de los

fieles, dentro de la misma celebración eucarística, signos claros de adoración, que aparecen prescritos en las antiguas liturgias. Especialmente antes de la comunión -Sancta santis, lo santo para los santos-, los fieles realizan inclinaciones y postraciones:

«San Agustín decía: “nadie coma de este cuerpo, si primero no lo adora”, añadiendo que no sólo no pecamos adorándolo, sino que pecamos no adorándolo» (Pío XII, Mediator Dei 162).

Por otra parte, la elevación de la hostia, y más tarde del cáliz, después de la consagra-ción, suscita también la adoración interior y exterior de los fieles. Hacia el 1210 la prescri-be el obispo de París, antes de esa fecha es practicada entre los cistercienses, y a fines del siglo XIII es común en todo el Occidente. En nuestro siglo, en 1906, San Pío X, «el papa de la Eucaristía», concede indulgencias a quien mire piadosamente la hostia elevada, di-ciendo «Señor mío y Dios mío».

Año de la Eucaristía

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Primeras manifestaciones del cul-to a la Eucaristía fuera de la Misa

La adoración de Cristo en la misma celebración del Sacrificio eucarístico es vivida, como hemos dicho, desde el principio. Y la adoración de la Pre-sencia real fuera de la Misa irá configurándose como devoción propia a partir del siglo IX, con ocasión de las controversias eucarísticas. Conflictos teológicos se producen en el siglo XI. La Iglesia reacciona con prontitud y fuerza unánime contra el simbolismo eucarístico de Berengario de Tours (+1088). Su doctrina es impugnada por teólogos como Anselmo de Laón (+1117) o Guillermo de Champeaux (+1121), y es inmediatamente conde-nada por un buen número de Sínodos (Roma, Vercelli, París, Tours), y sobre todo por los Concilios Romanos de 1059 y de 1079 (Dz 690 y 700).

En efecto, el pan y el vino, una vez consagrados, se convierten «substancialmente en la verdadera, propia y vivificante carne y sangre de Jesucristo, nuestro Señor». Por eso en el Sacramento está presente totus Christus, en alma y cuerpo, como hombre y como Dios.

Estas enérgicas afirmaciones de la fe van acrecentando más y más en el pueblo la devo-ción a la Presencia real.

Veamos algunos ejemplos. A fines del siglo IX, la Regula solitarium establece que los ascetas reclusos, que viven en lugar anexo a un templo, estén siempre por su devoción a la Eucaristía en la presencia de Cristo. En el siglo XI, Lanfranco, arzobispo de Canterbury, establece una procesión con el Santísimo en el domingo de Ramos. En ese mismo siglo, durante las controversias con Berengario, en los monasterios benedictinos de Bec y de Cluny existe la costumbre de hacer genuflexión ante el Santísimo Sacramento y de incen-sarlo. En el siglo XII, la Regla de los reclusos prescribe: «orientando vuestro pensamiento hacia la sagrada Eucaristía, que se conserva en el altar mayor, y vueltos hacia ella, adoradla diciendo de rodillas: “¡salve, origen de nuestra creación!, ¡salve, precio de nuestra reden-ción!, ¡salve, viático de nuestra peregrinación!, ¡salve, premio esperado y deseado!”».

En todo caso, conviene recordar que «la devoción individual de ir a orar ante el sagra-rio tiene un precedente histórico en el monumento del Jueves Santo a partir del siglo XI, aunque ya el Sacramentario Gelasiano habla de la reserva eucarística en este día... El mo-numento del Jueves Santo está en la prehistoria de la práctica de ir a orar individualmente ante el sagrario, devoción que empieza a generalizarse a principos del siglo XIII».

Aversión y devoción en el siglo XIIIPor esos tiempos, sin embargo, no todos participan de la devoción eucarística, y tam-

bién se dan casos horribles de desafección a la Presencia real. Veamos, a modo de ejemplo,

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la infinita distancia que en esto se produce entre cátaros y franciscanos. Cayetano Esser, franciscano, describe así el mundo de los primeros:

«En aquellos tiempos, el ataque más fuerte contra el Sacramento del Altar venía de parte de los cátaros [muy numerosos en la zona de Asís]. Empecinados en su dualismo doctrinal, rechazaban precisamente la Eucaristía porque en ella está siempre en íntimo contacto el mundo de lo divino, de lo espiritual, con el mundo de lo material, que, al ser tenido por ellos como materia nefanda, debía ser despreciado. Por oportunismo, conser-vaban un cierto rito de la fracción del pan, meramente conmemorativo. Para ellos, el sa-crificio mismo de Cristo no tenía ningún sentido.

«Otros herejes declaraban hasta malvado este sacramento católico. Y se había extendido un movimiento de opinión que rehusaba la Eucaristía, juzgando impuro todo lo que es material y proclamando que los “verdaderos cristianos” deben vivir del “alimento celestial”.

«Teniendo en cuenta este ambiente, se comprenderá por qué, precisamente en este tiempo, la adoración de la sagrada hostia, como reconocimiento de la presencia real, venía a ser la señal distintiva más destacada de los auténticos verdaderos cristianos. El culto de adoración de la Eucaristía, que en adelante irá tomando formas múltiples, tiene aquí una de sus raíces más profundas. Por el mismo motivo, el problema de la presencia real vino a colocarse en el primer plano de las discusiones teológicas, y ejerció también una gran in-fluencia en la elaboración del rito de la Misa.

Año de la Eucaristía

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Xàtiva

«Por otra parte, las decisiones del Concilio de Letrán [IV: 1215] nos descubren los abusos de que tuvo que ocuparse entonces la Iglesia. El llamado Anónimo de Perusa es a este respecto de una claridad espantosa: sacerdotes que no renovaban al tiempo debido las hostias consagradas, de forma que se las comían los gusanos; o que dejaban a propósito caer a tierra el cuerpo y la sangre del Señor, o metían el Sacramento en cualquier cuarto, y hasta lo dejaban colgado en un árbol del jardin; al visitar a los enfermos, se dejaban allí la píxide y se iban a la taberna; daban la comunión a los pecadores públicos y se la nega-ban a gentes de buena fama; celebraban la santa Misa llevando una vida de escándalo público», etc. (Temi spirituali, Biblioteca Francescana, Milán 1967, 281-282; +D. Elcid, Clara de Asís, BAC pop. 31, Madrid 1986, 193-195).

Frente a tales degradaciones, se producen en esta época grandes avances de la devoción eucarística. Entre otros muchos, podemos considerar el testimonio impresionante de san Francisco de Asís (1182-1226). Poco antes de morir, en su Testamento, pide a todos sus hermanos que participen siempre de la inmensa veneración que él profesa hacia la Euca-ristía y los sacerdotes:

«Y lo hago por este motivo: porque en este siglo nada veo corporalmente del mismo altísimo Hijo de Dios, sino su santísimo cuerpo y su santísima sangre, que ellos reciben y sólo ellos administran a los demás. Y quiero que estos santísimos misterios sean honrados y venerados por encima de todo y colocados en lugares preciosos» (10-11; +Admoniciones 1: El Cuerpo del Señor).

Esta devoción eucarística, tan fuerte en el mundo franciscano, también marca una huella muy profunda, que dura hasta nuestros días, en la espiritualidad de las clarisas. En la Vida de santa Clara (+1253), escrita muy pronto por el franciscano Tomás de Celano (hacia 1255), se refiere un precioso milagro eucarístico. Asediada la ciudad de Asís por un ejército invasor de sarracenos, son éstos puestos en fuga en el convento de San Damián por la virgen Clara: «Ésta, impávido el corazón, manda, pese a estar enferma, que la con-duzcan a la puerta y la coloquen frente a los enemigos, llevando ante sí la cápsula de plata, encerrada en una caja de marfil, donde se guarda con suma devoción el Cuerpo del Santo de los Santos». De la misma cajita le asegura la voz del Señor: “yo siempre os defenderé”, y los enemigos, llenos de pánico, se dispersan» (Legenda santæ Claræ 21).

La iconografía tradicional representa a Santa Clara de Asís con una custodia en la mano.

Santa Juliana de Mont-Cornillon y la fiesta del Corpus Christi

El profundo sentimiento cristocéntrico, tan característico de esta fase de la Edad Me-dia, no puede menos de orientar el corazón de los fieles hacia el Cristo glorioso, oculto y manifiesto en la Eucaristía, donde está realmente presente. Así lo hemos comprobado en el ejemplo de franciscanos y clarisas. Es ahora, efectivamente, hacia el 1200, cuando, por

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obra del Espíritu Santo, la devoción al Cristo de la Eucaristía va a desarrollarse en el pue-blo cristiano con nuevos impulsos decisivos.

A partir del año 1208, el Señor se aparece a santa Juliana (1193-1258), primera abade-sa agustina de Mont-Cornillon, junto a Lieja. Esta religiosa es una enamorada de la Eu-caristía, que, incluso físicamente, encuentra en el pan del cielo su único alimento. El Señor inspira a santa Juliana la institución de una fiesta litúrgica en honor del Santísimo Sacra-mento. Por ella los fieles se fortalecen en el amor a Jesucristo, expían los pecados y despre-cios que se cometen con frecuencia contra la Eucaristía, y al mismo tiempo contrarrestan con esa fiesta litúrgica las agresiones sacrílegas cometidas contra el Sacramento por cáta-ros, valdenses, petrobrusianos, seguidores de Amaury de Bène, y tantos otros.

Bajo el influjo de estas visiones, el obispo de Lieja, Roberto de Thourotte, instituye en 1246 la fiesta del Corpus. Hugo de Saint-Cher, dominico, cardenal legado para Alemania, extiende la fiesta a todo el territorio de su legación. Y poco después, en 1264, el papa Ur-bano IV, antiguo arcediano de Lieja, que tiene en gran estima a la santa abadesa Juliana, extiende esta solemnidad litúrgica a toda la Iglesia latina mediante la bula Transiturus. Esta carta magna del culto eucarístico es un himno a la presencia de Cristo en el Sacra-mento y al amor inmenso del Redentor, que se hace nuestro pan espiritual.

Es de notar que en esta Bula romana se indican ya los fines del culto eucarístico que más adelante serán señalados por Trento, por la Mediator Dei de Pío XII o por los documentos pontificios más recientes: 1) reparación, «para confundir la maldad e insensatez de los here-jes»; 2) alabanza, «para que clero y pueblo, alegrándose juntos, alcen cantos de alabanza»; 3)

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servicio, «al servicio de Cristo»; 4) adoración y contemplación, «adorar, venerar, dar culto, glorificar, amar y abrazar el Sacramento excelentísimo»; 5) anticipación del cielo, «para que, pasado el curso de esta vida, se les conceda como premio» (DSp IV, 1961, 1644).

La nueva devoción, sin embargo, ya en la misma Lieja, halla al principio no pocas oposiciones. El cabildo catedralicio, por ejemplo, estima que ya basta la Misa diaria para honrar el cuerpo eucarístico de Cristo. De hecho, por un serie de factores adversos, la bula de 1264 permanece durante cincuenta años como letra muerta.

Prevalece, sin embargo, la voluntad del Señor, y la fiesta del Corpus va siendo aceptada en muchos lugares: Venecia, 1295; Wurtzburgo, 1298; Amiens, 1306; la orden del Car-men, 1306; etc. Los títulos que recibe en los libros litúrgicos son significativos: dies o festivitas eucharistiæ, festivitas Sacramenti, festum, dies, sollemnitas corporis o de corpo-re domini nostri Iesu Christi, festum Corporis Christi, Corpus Christi, Corpus...

El concilio de Vienne, finalmente, en 1314, renueva la bula de Urbano IV. Diócesis y órdenes religiosas aceptan la fiesta del Corpus, y ya para 1324 es celebrada en todo el mundo cristiano.

Celebración del Corpus y exposiciones del Santísimo

La celebración del Corpus implica ya en el siglo XIII una procesión solemne, en la que se realiza una «exposición ambulante del Sacramento» (Olivar 195). Y de ella van derivan-do otras procesiones con el Santísimo, por ejemplo, para bendecir los campos, para reali-zar determinadas rogativas, etc. Por otra parte, «esta presencia palpable, visible, de Dios, esta inmediatez de su presencia, objeto singular de adoración, produjo un impacto muy notable en la mentalidad cristiana occidental e introdujo nuevas formas de piedad, exi-giendo rituales nuevos y creando la literatura piadosa correspondiente. En el siglo XIV se practicaba ya la exposición solemne y se bendecía con el Santísimo. Es el tiempo en que se crearon los altares y las capillas del santísimo Sacramento» (Id. 196).

Las exposiciones mayores se van implantando en el siglo XV, y siempre la patria de ellas «es la Europa central. Alemania, Escandinavia y los Países Bajos fueron los centros de difu-sión de las prácticas eucarísticas, en general» (Id. 197). Al principio, colocado sobre el altar el Sacramento, es adorado en silencio. Poco a poco va desarrollándose un ritual de estas adoraciones, con cantos propios, como el Ave verum Corpus natum ex Maria Virgine, muy popular, en el que tan bellamente se une la devoción eucarística con la mariana.

La exposición del Santísimo recibe una acogida popular tan entusiasta que ya hacia 1500 muchas iglesias la practican todos los domingos, normalmente después del rezo de las vísperas -tradición que hoy perdura, por ejemplo, en los monasterios benedictinos de la congregación de Solesmes-. La costumbre, y también la mayoría de los rituales, prescri-be arrodillarse en la presencia del Santísimo.

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En los comienzos, el Santí-simo se mantenía velado tanto en las procesiones como en las exposiciones eucarísticas. Pero la costumbre y la disciplina de la Iglesia van disponiendo ya en el siglo XIV la exposición del cuerpo de Cristo «in crista-llo» o «in pixide cristalina».

Las Cofradías eucarísticas

Con el fin de que nunca cese el culto de fe, amor y agradeci-miento a Cristo, presente en la Eucaristía, nacen las Cofradías del Santísimo Sacramento, que «se desarrollan antes, incluso, que la festividad del Corpus Christi. La de los Penitentes grises, en Avignon se inicia en 1226, con el fin de reparar los sacrilegios de los albigenses; y sin duda no es la primera» (Bertaud 1632). Con unos u otros nombres y modalidades, las Cofradías Eucarísticas se extienden ya a fin del siglo XIII por la mayor parte de Euro-pa.

Estas Cofradías aseguran la adoración eucarística, la reparación por las ofensas y des-precios contra el Sacramento, el acompañamiento del Santísimo cuando es llevado a los enfermos o en procesión, el cuidado de los altares y capillas del Santísimo, etc.

Todas estas hermandades, centradas en la Eucaristía, son agregadas en una archicofra-día del Santísimo Sacramento por Paulo III en la Bula Dominus noster Jesus Cristus, en 1539, y tienen un influjo muy grande y benéfico en la vida espiritual del pueblo cristiano. Algunas, como la Compañía del Santísimo Sacramento, fundada en París en 1630, llega-ron a formar escuelas completas de vida espiritual para los laicos. Su fundador fue el Duque de Ventadour, casado con María Luisa de Luxemburgo. En 1629, ella ingresa en el Carmelo y él toma el camino del sacerdocio (E. Levesque, DSp II, 1301-1305).

Las Asociaciones y Obras eucarísticas se multiplican en los últimos siglos: la Guardia de Honor, la Hora Santa, los Jueves sacerdotales, la Cruzada eucarística, etc.

Atención especial merece hoy, por su difusión casi universal en la Iglesia Católica, la Adoración Nocturna. Aunque tiene varios precedentes, como más tarde veremos, en su forma actual procede de la asociación iniciada en París por Hermann Cohen el 6 de di-ciembre de 1848, hace, pues, ciento cincuenta años.

La piedad eucarística en el pueblo católicoLos últimos ocho siglos de la historia de la Iglesia suponen en los fieles católicos un

crescendo notable en la devoción a Cristo, presente en la Eucaristía.En efecto, a partir del siglo XIII, como hemos visto, la devoción al Sacramento se va

difundiendo más y más en el pueblo cristiano, haciéndose una parte integrante de la pie-

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dad católica común. Los predicadores, los párrocos en sus comunidades, las Cofradías del Santísimo Sacramento, impulsan con fuerza ese desarrollo devocional.

En el crecimiento de la piedad eucarística tiene también una gran importancia la doctri-na del concilio de Trento sobre la veneración debida al Sacramento (Dz 882. 878. 888/1649. 1643-1644. 1656). Por ella se renuevan devociones antiguas y se impulsan otras nuevas.

La adoración eucarística de las Cuarenta horas, por ejemplo, tiene su origen en Roma, en el siglo XIII. Esta costumbre, marcada desde su inicio por un sentido de expiación por el pecado —cuarenta horas permanece Cristo en el sepulcro—, recibe en Milán durante el siglo XVI un gran impulso a través de San Antonio María Zaccaria (+1539) y de San Carlos Borromeo después (+1584). Clemente VIII, en 1592, fija las normas para su reali-zación. Y Urbano VIII (+1644) extiende esta práctica a toda la Iglesia.

La procesión eucarística de «la Minerva», que solía realizarse en las parroquias los terceros domingos de cada mes, procede de la iglesia romana de Santa Maria sopra Minerva.

Las devociones eucarísticas, que hemos visto nacer en centro Europa, arraigan de modo muy especial en España, donde adquieren expresiones de gran riqueza estética y popular, como los seises de Sevilla o el Corpus famoso de Toledo. Y de España pasan a Hispanoamé-rica, donde reciben formas extremadamente variadas y originales, tanto en el arte como en el folclore religioso: capillas barrocas del Santísimo, procesiones festivas, exposiciones monu-mentales, bailes y cantos, poesías y obras de teatro en honor de la Eucaristía.

El culto a la Eucaristía fuera de la Misa llega, en fin, a integrar la piedad común del pueblo cristiano. Muchos fieles practican diariamente la visita al Santísimo. En las parroquias, con el rosario, viene a ser común la Hora santa, la exposición del Santísimo diaria o semanal, por ejemplo, en los Jueves eucarísticos. El arraigo devocional de las visitas al Santísimo puede com-probarse por la abundantísima literatura piadosa que ocasiona. Por ejemplo, entre los primeros escritos de san Alfonso María de Ligorio (+1787) está Visite al SS. Sacramento e a Maria SS.ma, de 1745. En vida del santo este librito alcanza 80 ediciones y es traducido a casi todas las lenguas europeas. Posteriormente ha tenido más de 2.000 ediciones y reimpresiones.

En los siglos modernos, hasta hoy, la piedad eucarística cumple una función providen-cial de la máxima importancia: confirmando diariamente la fe de los católicos en la amo-

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rosa presencia real de Jesús resucitado, les sirve de ayuda decisiva para vencer la frialdad del jansenismo, las tentaciones deistas de un iluminismo desencarnado o la actual hori-zontalidad inmanentista de un secularismo generalizado.

Congregaciones religiosasInstitutos especialmente centrados en la veneración de la Eucaristía hay muy antiguos,

como los monjes blancos o hermanos del Santo Sacramento, fundados en 1328 por el cisterciense Andrés de Paolo. Pero estas fundaciones se producen sobre todo a partir del siglo XVII, y llegan a su mayor número en el siglo XIX.

«No es exagerado decir que el conjunto de las congregaciones fundadas en el siglo XIX -adoratrices, educadoras o misioneras- profesa un culto especial a la Eucaristía: adoración per-petua, largas horas de adoración común o individual, ejercicios de devoción ante el Santísimo Sacramento expuesto, etc.» (Bertaud 1633). Recordaremos aquí únicamente, a modo de ejem-plo, a los Sacerdotes y a las Siervas del Santísimo Sacramento, fundados por san Pedro-Julián Eymard (+1868) en 1856 y 1858, dedicados al apostolado eucarístico y a la adoración perpetua. Y a las Adoratrices, siervas del Santísimo Sacramento y de la caridad, fundadas en 1859 por santa Micaela María del Santísimo Sacramento (+1865), que escribe en una ocasión:

«Estando en la guardia del Santísimo... me hizo ver el Señor las grandes y especiales gracias que desde los Sagrarios derrama sobre la tierra, y además sobre cada individuo, según la disposición de cada uno... y como que las despide de Sí en favor de los que las buscan» (Autobiografía 36,9).

Es en estos años, en 1848, como ya vimos, cuando Hermann Cohen inicia en París la Adoración Nocturna. En el siglo XX son también muchos los institutos que nacen con una acentuada devoción eucarística. En España, por ejemplo, podemos recordar los fun-dados por el venerable Manuel González, obispo (1887-1940): las Marías de los Sagrarios, las Misioneras eucarísticas de Nazaret, etc. En Francia, los Hermanitos y Hermanitas de Jesús, derivados de Charles de Foucauld (1858-1916) y de René Voillaume. También las Misioneras de la Caridad, fundadas por la madre Teresa de Calcuta, se caracterizan por la profundidad de su piedad eucarística. En éstos y en otros muchos institutos, la Misa y la adoración del Santísimo forman el centro vivificante de cada día.

Congresos eucarísticosÉmile Tamisier (1843-1910), siendo novicia, deja las Siervas del Santísimo Sacramento

para promover en el siglo la devoción eucarística. Lo intenta primero en forma de peregri-naciones, y más tarde en la de congresos. Éstos serán diocesanos, regionales o internacio-nales. El primer congreso eucarístico internacional se celebra en Lille en 1881, y desde entonces se han seguido celebrando ininterrumpidamente hasta nuestros días.

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Te adoro con devoción, Dios escondido, oculto verdaderamente bajo estas aparien-cias. A Ti se somete mi corazón por com-pleto, y se rinde totalmente al contemplar-te. Al juzgar de Ti, se equivocan la vista, el tacto, el gusto; pero basta el oído para creer con firmeza; creo todo lo que ha dicho el Hijo de Dios: nada es más verdadero que esta palabra de verdad. En la Cruz se es-condía sólo la Divinidad, pero aquí se es-conde también la Humanidad; creo y con-fieso ambas cosas, y pido lo que pidió aquel ladrón arrepentido. No veo las llagas como las vio Tomas pero confieso que eres mi Dios: haz que yo crea más y más en Ti, que en Ti espere y que te ame. ¡Oh memo-rial de la muerte del Señor! Pan vivo que das vida al hombre: concede a mi alma que de Ti viva y que siempre saboree tu dulzura. Señor Jesús, bondadoso Pelícano, límpiame a mí, inmundo, con tu Sangre, de la que una sola gota puede liberar de todos los crímenes al mundo entero. Jesús, a quien ahora veo oculto, te ruego que se cumpla lo que tanto ansío: que al mirar tu rostro cara a cara, sea yo feliz viendo tu gloria. Amén.

ORACIONES DE LOS SANTOS A LA SANTÍSIMA EUCARISTÍA

HIMNO A JESÚS SACRAMENTADO

POR SANTO TOMÁS DE AQUINO

(Adoro te devote)

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Año de la Eucaristía

ORACIONES DE LOS SANTOS A LA SANTÍSIMA EUCARISTÍA

ORACIÓN DE SAN ALFONSO Mª LIGORIO

Señor mío Jesucristo, que por amor a los hombre estás noche y día en este sacramento, lleno de piedad y de amor, esperando, llamando y recibiendo a cuantos vienen a visitarte: creo que estás presente en el sacramento del altar. Te adoro desde el abismo de mi nada y te doy gracias por todas las mercedes que me has hecho, y especial-mente por haberte dado tu mismo en este sacramento, por haberme concedido por mi abogada a tu amantísima Madre y haberme llamado a visitarte en este iglesia.

Adoro ahora a tu Santísimo corazón y deseo adorarlo por tres fines: el primero, en acción de gracias por este insigne beneficio; en segundo lugar, para resarcirte de todas las injurias que recibes de tus enemigos en este sacra-mento; y finalmente, deseando adorarte con esta visita en todos los lugares de la tierra donde estás sacramentado con menos culto y abandono.

¡Oh, Santísimo Jesús, que aquí sois verdaderamente Dios escondido; concededme desear ardientemente, buscar prudentemente, conocer verdaderamente y cumplir perfectamente en alabanza, y gloria de vuestro nombre todo lo que os agrada. Ordenad, ¡oh Dios mío!, el estado de mi vida; concededme que conozca lo que de mí queréis y que lo cumpla corno es menester y conviene a mi alma. Dadme, oh Señor Dios mío, que no desfallezca entre las pros-peridades y adversidades, para que ni en aquellas me ensalce, ni en éstas me abata. De ninguna cosa tenga gozo ni pena, sino de lo que lleva a Vos o aparta de Vos. A nadie desee agradar o tema desagradar sino a Vos. Séanme viles, Señor, todas las cosas transitorias y preciosas todas las eternas. Disgústeme, Señor, todo gozo sin Vos, y no ambicione cosa ninguna fuera de Vos. Séame deleitoso, Señor, cualquier trabajo por Vos, y enojoso el descanso sin Vos. Dadme, oh Dios mío, levantar a Vos mi corazón frecuente y fervorosamente, hacerlo todo con amor, tener por muerto lo que no pertenece a vuestro servicio, hacer mis obras no por rutina, sino refiriéndolas a Vos con devoción. Hacedme, oh Jesús, amor mío y mi vida, obediente sin contradicción, pobre sin rebajamiento, casto sin corrupción, paciente sin disipación, maduro sin pesadumbre, diligente sin inconstancia, temeroso de Vos sin desesperación, veraz sin doblez; haced que practique el bien sin presunción que corrija al prójimo sin soberbia, que le edifique con palabras y obras sin fingimientos. Dadme, oh Señor Dios mío, un corazón vigilante que por ningún pensa-miento curioso se aparte de Vos; dadme un corazón noble que por ninguna intención siniestra se desvíe; dadme un corazón firme que por ninguna tribulación se quebrante; dadme un corazón libre que ninguna pasión violenta le domine. Otorgadme, oh Señor Dios mío, entendimiento que os conozca, diligencia que os busque, sabiduría que os halle, comportamiento que os agrade, perseverancia que confiadamente os espere, y esperanza que, finalmente, os abrace. Dadme que me aflija con vuestras penas aquí por la penitencia, y en el camino de mi vida use de vues-tros beneficios por gracia, y en la patria goce de vuestras alegrías por gloria. Señor que vivís y reináis, Dios por todos los siglos de los siglos. Amén.

ORACIÓN AL SANTÍSIMO SACRAMENTO DE SANTO TOMAS DE AQUINO

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ORACIONES DE LOS SANTOS A LA SANTÍSIMA EUCARISTÍA

Sagrario del Altar el nido de tus más tiernos y regalados amores. Amor me pides, Dios mío, y amor me das; tu amor es amor de cielo, y el mío, amor mezclado de tierra y cielo; el tuyo es infinito y purísimo; el mío, imperfecto y limitado. Sea yo, Jesús mío, desde hoy, todo para Ti, como Tú los eres para mi. Que te ame yo siempre, como te amaron los Apóstoles; y mis labios besen tus benditos pies, como los besó la Magda-lena convertida. Mira y escucha los extravíos de mi corazón arrepentido, como escuchaste a Zaqueo y a la Samaritana. Déjame reclinar mi cabeza en tu sagrado pecho como a tu discípulo amado San Juan. Deseo vivir contigo, porque eres vida y amor.

Por sólo tus amores, Jesús, mi bien amado, en Ti mi vida puse, mi gloria y porvenir. Y ya que para el mundo soy una flor marchita, no tengo más anhelo que, amándote, morir.

AL AMOR DE LOS AMORES JESÚS SACRAMENTADO

ORACIÓN DE SANTA TERESA DE LISIEUX

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ORACIONES DE LOS SANTOS A LA SANTÍSIMA EUCARISTÍA

1. “¡Cuan consoladores y suaves son los momentos pasados con este Dios de bondad! ¿Estas dominado por la tristeza? Ven un momento a echarte a sus plantas, y quedaras consolado. ¿Eres despreciado del mundo? Ven aquí, y hallaras un amigo que jamas quebrantara la fidelidad.¿Te sientes tentado? aquí es donde vas a hallar las armas mas seguras y terribles para vencer a tu enemigo. ¿Te-mes el juicio formidable que a tantos santos ha hecho temblar? Aprovechate del tiempo en que tu Dios es Dios de misericordia y en que tan fácil es conseguir el perdón. ¿Estas oprimido por la pobreza? Ven aquí, donde ha-llaras a un Dios inmensamente rico, que te dirá que todos sus bienes son tuyos, no en este mun-do sino en el otro”.

ORACIÓN DE SANTO CURA DE ARS

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