Candy1

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Candy(un tango gitano)

carabajo

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A veces las cosas parecen terribles. Una madre de vida disipada y sus dos hijas mayores concientes desde una mirada realista no fueron suficientes para detener algo peor: la muerte de Candela. Cómo explicar que no se puede velar a una madre joven de solo treinta y seis años que deja un jardín de cuatro hijos que germinan de una verdad dolorosa para perderse en una peor: la oscuridad. Vívi y Ana eran gemelas. No una copia exacta de la otra pero si en sentir con la misma exacta intensidad la desazón del fin de un martirio para entrar en un duelo o luto que no es apto para dos adolescentes. No se miraban en el mismo espejo pero sentían que lo más en común que tenían como gemelas era la muerte de su madre. Aquel día el absurdo había cedido al desencanto y la impotencia: no estaba más. ¿Adónde estaba? ¿Se la podía percibir? ¿Se podía volver a hablar con ella? ¿Había alguna fuerza sobrehumana que les diera el abrazo de la fe?. Acaso nada quedaba salvo el haberla visto peor que nunca. Es decir: muerta. Quizá era muy pronto para pensar en la descomposición de ese cuerpo. Estaba todo muy fresco. El impacto. La forma de verse desmayadas de desencanto. La mirada en el vacío. Donde ambas eran parte de una venida simultánea al mundo desde ese útero que no tenía ya vida. La vida de ambas había sido desde el principio de a dos. Y las dos habían visto con dolor el desprendimiento de los modos en que Candela se había diluido fugándose en vida de los hechos de la responsabilidad. Casi como si quisiera viajar mucho más lejos. Tan lejos como había llegado al morir. Y ya sus eufóricos momentos de sacerdotisa de un templo evangélico (la madre Candela o ¨ mamá ¨ para tantos que la escuchaban y creían en su amor) eran una historia borroneada con su aniquilada vida. El silencio se apoderaba del destino. Una caída desde tan alto hacia la tierra de Dios. De Jesús. A quien tanto invocaba en sus sermones esperanzados ya medio derruida su conciencia y mal conservado su cuerpo cuando todavía estaba viva. ¿¡Dónde va la esperanza cuando la descorazonada faena que se lleva los impulsos con la inmovilidad que se duerme en el descanso eterno que no se sabe dónde ocurre!? El animal que pierde su instinto al disiparse en materia. El animal llamado ser humano. La persona misma en su fragilidad expuesta a los destellos de suburbios lejanos a la conciencia de sus deudos. El pésame del peso que cae al suelo y se desvanece. La manera de enfriar el calor de la pasión y el desenfreno con el golpe seco de la contundencia. La incredulidad que se hace presa de los mudos que ya no hablan y de los sordos intentos de escucharlos. El presentimiento de que no hay forma de salir del encierro del olvido. Ambas Vívi y Ana encandiladas en su pensamiento por la ausencia de su mamá. De qué sirve dar un portazo y escaparse del tormento de aguantarla si ya no está ni siquiera para odiar aquella debilidad. Si ya no hay pedidos que le lleguen para que haga algo para no humillarse en los turbios pasajes del delirio. Cómo enojarse con quien se dio por ausente desde que expiró su aire y se convirtió en búsqueda. La búsqueda de ellas Vívi y Ana por rescatarse y rescatar a su madre de la muerte. Como sea. Casi con la demente parquedad con que se quiere retener en el mundo al que se va. Las especulaciones eran inciertas. ¡¿Dónde estás mami?! ¡Si volvés te perdonamos!. Cómo sacar del cuerpo de las dos jóvenes el cuerpo de su madre. El recuerdo de su piel y el tono de su voz. Las locuras y el modo de ser diferente. Como un lago helado que se derrite de miedo los tiempos aceleran la madurez de ellas. No hay nada que se sujete al pedido de que el vuelo no caiga sobre el suelo. No hay testigos que declaren haberla visto resucitada. Y sin embargo ambas escuchan aun momentos de cosas que decía, y eso parece ser tan cierto como que no está muerta. Aunque sea una expresión de deseo inspirada.

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Oro también velaba por su hermana. Aunque nadie lo decía todos estaban unidos. Como si luego de un desastre fuera necesario el esfuerzo y la copiosa y abundante familiaridad. Secretos nunca confesados llegaban a oídos ávidos de complicidad y confianza. Bajar la guardia y sostenerse entre todos. Siete hermanas eran hoy ya seis y los sobrinos y primos se debatían seguramente pidiendo alguna constancia de que se trataba de algún viaje de los que se creen para encontrar los amores. Candy tenía que ser encontrada. En algunas ilusión para que también los más niños pudieran conseguir entender lo inexplicable. Acaso todo lo que se imagina el léxico de los sueños era mas aceptable para ellos que para las primas grandes. Y las hijas eran una herencia genética. La continuidad de lo que se lleva dentro y en la semblanza con lo que viene de su madre y ellas darán algún día en dejar el mismo rastro que les dejase ellas en su verdad. Aunque el verse como espejo las ofenda de ser propensas a equivocarse. No, Candy dejó algo más que sus errores. También el acierto de existir y dejarlas existiendo a partir de sí. Verla en su orgullo y su dignidad. Su felicidad en duelo como no imaginaban que ocurriría. Sé que estas cosas hacen a las tragedias y las pérdidas. No soy protector porque no tengo poderes pero sí habito los corazones de casi todos en el desahogo porque lo que siento y puedo entender lo que pasa en ese trato. Fue estando en la plaza de donde vivo y compartí todo con Oro que me encontré a Vívi y la charla se dio luego de que ella me reconociese y saludase. Hablamos de cocina, de lo difícil que son los chicos (sus hermanos y primos), de los noviazgos de ella y el de Ana su hermana gemela, de la dureza que había dado como blanco en la familia tras la ida de Candy su mamá, y hubo algo que sentí horas después: lo que espero salvaguardar para los corazones de mis declinaciones mezcla de amor que me despiertan. Sé que lo que diga es parcial y solo puede ser una impresión mía con la vocación a la altura de una pérdida.

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-¡¿Cómo que invisible?!-Sí: invisible- repuse. Adonde Candy fue no le es posible verla ni que se la oiga pero seguro que escuchan de una comunicación imperceptible que es el pensar en ella. El pensamiento será de acá en más el modo en que a ella se le hace verla de nuevo. En una conciencia de estar pero no estar. Sabía que negar la vida de Candy no me era posible. Además había sido mi cuñada y yo ¨ el tío ¨ de Vívi y Ana. Oro era ya una vida diferente, una familia se había acercado a la

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historia que tejimos yo y ella. La suya. A pesar de que las distancias de protocolos en los que yo no había accedido con Oro y a pedido suyo más que a sus relatos sobre lo que sucedía con ellos de quienes hablaba ella todo el tiempo. Pocas fueron las veces en que se materializó mi relación en que vinieran a el hogar en que éramos pareja. Y si algo había que materializar ahora era la fuga hacia un mundo mas concreto de Candy que el de la oscuridad. La presencia de lo absoluto como razón de retenerla entre los que fuimos y somos su reseña en la vida. Acaso ocuparnos de lo nuestro tuviera que ver con no vivir solo del recuerdo de Candy sino tener una percepción de las cosas diferente en relación a ella. Yo quería que entendiesen que la realidad no se componía de vivos y muertos sino que era mucha mas extensa e iba desde el lenguaje y los modos de referirnos a estos. Que el pensar era algo que no era una maldad o una locura de hacerse cargo del tiempo que quedaba con el valor de las cosas expresadas de una forma que concebir la ida definitiva del lugar en el que los vivos nos movemos, hablamos, comemos, trabajamos, estudiamos y tanto más. Creer en la alquimia era una cuestión de trazarla entre los restos de lo que me había llegado de la memoria de Candy de quien supe bastante y la pertenencia mía a esa familia. Si podemos pensar las cosas de una manera podemos creer en ello y eso es la fe que hace la consumación del saber al encontrar respuestas en cada día. La muerte no era un tema nuevo en mi vida y el ayudar a esta familia o ocuparme en soledad también en lo irremediable de perder a gente que de tan cerca me era querida desde el más allá por los variados modos en que influyeron en mí o me tendieron su mano en vida. Hacerse de la muerte una manera de ocuparse de ella era más que el lamento y las lágrimas del impacto inicial. Se debía construir un porqué con lo que había quedado de los que se fueron junto a los que aun latían. ………………………………………………………………………………………………………………………………..

Yo no sé si pertenezco a esta familia o raza. Tampoco quiero maltratar su memoria o sus expectativas. Quizá ni las tienen. Pero supe y tuve que ver mucho con ellos. Soy testigo ocular y mi testimonio es acerca de todas sus flaquezas y de los rumbos que también defiendo no tanto por la trasgresión sino por las humanidad que quise y quiero voluntariamente de la esencia de lo que son amplificando desgracias y sosteniendo banderas y ser solidario y aun consolar. Nunca tuve miedo pero sí se me excluyó como parte del juego amoroso con Oro y ella misma tuvo una doble vida respecto de mí y su familia. Una cadencia de suposiciones hace pensar en fuertes y en dominio en donde las reglas están justificadas en la piel y el dolor del cual se reciban abundantes explicaciones. La boca del lobo no es mas que las entrada y quizá no hay lobo y nadie asegura que la fatalidad dé vergüenzas que atañen al misterio de la minuciosidad humana acerca de lo que está bien y lo que está mal…… por eso repito que no sé dónde estoy pero sí sé que nunca estuve tan cerca de todos como para tener deberes y derechos. Ni lo uno ni lo otro. Ni deberes ni derechos. Cláusulas de doble vida. La mía también lo fue. Estar con ella y atender a mi familia y sus restos de paciencia sobre mi silencio y mi misterio y a la vez minimizando los fantasmas de Oro acerca de cómo había sido criada respecto de una clase que ella ya conocía muy bien por mí pero por amigos y amigas que le hacían tomar notas de especulaciones y terminaciones de una estructura que no era infalible y se reinventaba a cada rato. El colapso de los hechos me lleva a la calma infatigable de estudiarlos y tenerlos en vela para poder acceder a mis

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elecciones y encontrar lo que me explique y entienda la versátil postura de los antagonismos que minan los aciertos y destruyen las ideas porque la preferencia nos hace odiar lo que se dio en un tintero y poner en blanco la mente sobre el haber tenido a alguien ya tan cerca y sin embargo saber de la distancia que ella, Oro, ya había practicado entre su familia y sus parejas. Pero no la culpo en que la inflexión de la curva para dos en el mismo lugar de subordinar nuestra vida a la preferencia nuestra nos hace termómetros voluntarios de el frío en la mentira que se repara y se preocupa de cualquier naufragio.

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La presencia o la ausencia de Oro era arbitraria y sujeta a sus antojos. Todo lo que yo soy es una historia que la construye para los demás pero sin mí. Respaldar sus dudas o rechazarlas conseguía en ambos casos darle incertidumbre. Muchas veces callaba poniéndole un diván para explayarse llegar hasta donde se pudiese sin que ninguno de los dos se lastimase. Cabe decir que los hombres para ella no eran más que parte de la trama de la razón por la que cerca mío volvía y no por primera vez. A pesar de ello atacaba mi orgullo diciendo ¨ como me fui a meter con un tipo como vos ¨ o ¨ me cagaste la vida ¨ cada vez que un reparo que llevaba a que se fuera a vivir con su familia. Tengo que decir que sucumbir a los encantos de una mujer tan encantadora es redundante pero cierto y me complace que me elija por lo que sea. Sé que lo único visible de lo que pueda ser una virtud en mí es la mujer que me acompañe. Lo mismo que se sabe que hay una predilección del que tiene algún encanto de tener una joven belleza al lado y ellas ser admiradas y ser tratadas con la delicadeza del caso.

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En algunos momentos pienso que soy un maniático. Que estoy en verdad enfermo. Que la soledad que abruma encontrará siempre una compañera y que solo el absurdo puede señalar lo ideal en ello. Dejo que mi locura se tranquilice y busco modos de quitarle importancia a algunos desvaríos que me dan pánico. Sé que estoy en tierra fértil pero que no hay una misión tan condicionada como la del artista. Una tregua con el más allá y en sigiloso separarse del mas acá. La secuencia de saber que estar a gusto no es algo mas que la formulación de estándares de vida que no hacen a ese sumarse años sin que la cómoda manera de verlos pasar no se altera hacia lugares tan lúgubres que incitan a deformar a los mayores en especulaciones y odios o en veneno latente que se hace de a poco cuando lo que el infinito niega a la abundancia de permanecer intactos con los

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deseos de abunda en mas años de vida y juventud. La forma en que me veo devastado como la trascendencia y el ver el hecho de la imagen de lo que se extingue y es efímero muy cerca de la abundancia que sostiene el destiempo de dudas a veces mortales. Una despiadada idea la vida que hace creer que el muerto se ve en desgracia y la lista de espera deja llantos y desgarradores planes llevados en fracaso de la miseria que nos ve sonreír ante lo sencillo y nos pone serios cuando el poder nos obliga y comanda a cumplir el destino que no es tal.

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La muerte. Con el poder de arrasar con todo. Dejar los sueños incumplidos. Atormentar a los que miran su existencia y tienen ya el adiós, la despedida sin adiós que el retenerlos con fuerza como si estuvieran, varios como polvo en el viento que sin embargo soplan sobre nuestras cabezas, que se sienten atar la propia vida al tiempo de ellos que concluyó sus latidos pero que es tiempo en el ser lo que somos porque no nos podemos pensar, creer, recuperar, sin ellos y es así que les damos el nuestro, nuestro tiempo, y les damos vida al hacerlo. Y nuestra vida se recuerda a sí misma como los hechos en que estuvieron. Aun en el presente ya recordamos. Aun jóvenes o no tan viejos recorremos los laberintos del dejarse llevar y seguir viviendo. Vencidos, parece que todo es distinto al antes de la partida. Nada parece igual. Desconocemos qué es lo que cambia. Es que todo se asemeja tanto que la ausencia de otro no debiese mostrar una realidad nueva. Como si nos enojase no verlo todo con la misma vertiente que antes. Estar perdidos en lugares que tanto conocemos es más extraño que lo extraño. Porqué es feo lo que antes era lindo. Amargo lo que nos daba dulzura. Porqué el objeto de nuestra vida en tantos proyectos altera la matriz del motivo de lo que hacíamos. Quién se llevó lo que conocíamos y lo aprendido. Cómo es que no pensamos igual sobre el reverso de lo que creímos. Para qué hacemos todo lo que antes hacíamos para nosotros. El límite de lo que antes seguía por años y décadas se acerca y se acerca para pedirnos una nueva infinitud. El deseo descontrolado que atrapa lo que no se deja aferrar para obligar a estar vencidos. ¿Acaso hay algo más difícil que crear? ¿Crear una nueva vida y nuevos anhelos puede ser el comienzo? Soltar lo que era seguro y acentuarse entre los posibles aspectos de lo diferente abre puertas. Inventar de nuevo lo que hace entrar en nuevas percepciones. Abandonar la obstinación y lo que está bien de la antigua vida y dar con lo que está bien en la nueva. Ser nuevos es inclinar la suerte a favor nuestro.

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Es espantoso verse como uno es. Separado del grupo. Es que todo grupo es un entretenimiento. Un entrar sin entrar. El modo de los que conservan el orgullo que no sienten en la soledad. Esa que es mortecina. Que cura y sana. Que devuelve al sexo la complicidad de cada noche. El tener todo no es nada. Lo que se es no tiene fin pero termina en donde hay tumultos. En donde las frases son huecas. En el declive del sentirse poderoso. La conciencia de sí es el acto más solemne del ser lo que se es. La soledad de estar donde no falta la tranquilidad. Porque el irse por lugares y salir del espejo es una manera sensible que nos hace tan bellos. Una repercusión en la íntima relación con los que se embriagan de nosotros. El caer en donde todo germina es una integración de lo que se desintegra y forma algo más que confía un desencanto al enorme poder del desamparo.

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¿Cómo salir de aquí? Parece que se portan como una secta. Creo que se sienten diferentes. Será por la procedencia. Yo busqué relieves pero hay algo oscuro en la muerte de Candy. Siento que no sé lo que sucedió. Que ellos tenían permiso para matar. Que la ley de la selva les place aunque les afecte. Que se identifican con el lugar donde viven y sus desgracias son solo folklores. ¿Gitano? No, porque no son gitanos. Repito: no son gitanos. Arrastran la fórmula de verse en ese mito pero son personas comunes y corrientes. Acaso de una fachada que vende lo exótico que es demasiado barato. Tanto como un polvo con cualquiera de las que se ganan unos mangos. Sé que esto es así. Que no son nada más que pájaros se espantan de los ruidos pero conviven con todos ellos. Se sienten algo que no saben ser. Son comunes. Encontrar gitanos y describirlos fue una inspiración. Una pretensión de fabricar ficción. No hay tal misterio. Fue mi ánima de realzarlos pero sin darme cuenta que son pobres y en desgracia. Y eso sí importa. Quizá sea un nuevo enfoque. Quererlos por lo que son y no por la idea de una raza. Una delineación desde la familia de el padre. Debo poner atención a esto. Oro no es gitana. Es una mujer humilde. Quiero que ellas se den cuenta. Porque exaltarlas yo en su belleza, juventud y exóticas suposiciones las sacan el mundo. Es necesario que se hagan presentes sus manías de identidad. Basta de rarezas. No más poner matices de lo que es tan común que se tiene que sustentar. Hay niños que tienen que comer e ir al colegio. Hay mujeres casadas o no pero madres. Ser madre es difícil. Se debe ser muy terrena.

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Vívi ya no era una adolescente. No me pasó desapercibido el encuentro en la plaza que su mirada era casi asesina. Como si quisiera que la capacidad de hacer lo que con la velocidad de un rayo le daba alguna oportunidad ella la aprovecharía. Mientras hablábamos su mirada en el vacío como si esa charla fuese una mas de las cosas que estudiar sobre mí que le daba opiniones. Ella pasaba de largo de algunos comentarios. En el fondo veía yo como ella le sacaba filo a cosas que en su estar en riesgo le podían dar sobrevivencia. Una mujer. Una mujer que se daba cuenta que el mundo de rosas era algo pasado y que especular con esa mirada de águila que sabía de presas ya a esta altura. Que consumaba con su belleza de mujer joven lo que ello le podía dar. Una frialdad que no era juzgable sino que hacía a su vocación de salir a cazar. Ella estaba destinada a ser la cabeza de la familia muerta Candy su madre. En verdad lo había sido antes que ella muriese. El saber que ser mujer es algo más que estar en una vidriera. Es salir a conseguir lo que su necesidad le pide con la urgente voracidad de no dudar ante ningún prejuicio de qué le pudiese ser útil y quitarle algo de agobio. Sabía que ya no había histeria en su fe sino una sentencia de ejecutar a los que molestaban y sacar sangre de lo que da de vivir. La vida no era tan diferente pero sí era la subsistencia y la maldad con los que la halagaban y decían que ella era bella cuando todo su violento miedo de destrozar lo que venía empaquetado le hacia ser a ella enmascarada y en una lucha sin tregua de probar sus fuerzas y su astucia despidiéndose de la ingenuidad que le era pasado. Esa era su vida nueva. Ser a partir de la ventaja y aprovechar cada una que se le presentase. Recibí un llamado. (Era ella).-¿Puedo hablar con vos?-Venite esta tarde-¿A las cinco está bien?

Llegó con un atuendo más que provocativo. Se sentó y empezó a decir cosas que salían a borbotones con el descontrol de la furia. Sus labios estaban ardiendo de rojos y sus ojos la hacían introspectiva hacia adentro pero vulnerable. Podía ser todo muy estudiado pero supe que me necesitaba. No dejaba de decir cosas que ya ella sabía que no eran su propósito. Bruscamente interrumpí su oratoria con un beso que fue suave y sensual en sus labios pero las lenguas nos dieron mayor ímpetu.Derecho al grano bajo mis pantalones y mi ropa interior y mirándome con desafío empezó a lamerme. Yo la acosté contra el sillón y bajando su tanga lamí también sus labios vaginales y el clítoris a la vez que le chupaba los pezones de sus tetas pequeñas. Ella suspiraba y cerraba los ojos abandonada al placer y la protección de mis manos y mi lengua que la recorrían hasta que la penetré y me sumergí en el deseo de tenerla más que a nada en el mundo. Más que a la muerte. Más que a su difunta madre que nos guiaba desde el cielo. Lo poseí con pasión y con la desesperación que la hacía hermosa desde que asi la viese en la plaza. Ella había grabado esa frase en el corazón: estás hermosa!!. Y como si la masculina sabia manera de dar fe y escuchar a la vez que comprender y amar se uniesen en todo ello no nos dimos tregua durante largo rato en ese silencio que solo lo explica el deseo.

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Empecé a planear como si la muerte fuera todo. Si la muerte me podía dar una mujer tan bella yo quería eso. Hacer lo que no podía ser coherente y encontrar cada paso de acompañar a Vívi. Éramos dos espectros amándonos en la noche. Éramos la razón de aquel encuentro en la plaza en el que pude reconocerme muriendo. Muriendo de amor. Muriendo de sinceridad. O por hacer de la muerte la mayor de las paradojas sujeta a un ser que había venido a mí con la frágil condena de su madre ya caída en batalla y sus lágrimas por dentro llenas de un dolor punzante que me llegó al vientre y se introdujo en mi sexo. La barbarie del despojo tenía por fin significado. Ser un destrozo no era malo en esta convicción de que se podía serlo si eso significaba hacer el amor. Desear a alguien con la intensidad de todo el cuerpo de esa desdichada. Como una madre a su cachorro. En esa deteriorada visión de lo que no me incumbía antes y que se había hecho carne en mi desidia de apuntar al blanco y acertar a morir en el intento. Dejarme en brazos de una verdadera alegórica sensación de poder trepar hasta los parámetros de explicar la muerte con la piel y el alma de un ser viviente pero moribundo. Y penetrarla cuantas veces fuera necesaria para ver todo tan nítido como el poder hacer algo a partir de lo que otro ser me pedía que le diese como respuesta de algo difícil pero seguro que se preparaba en mi confianza de que aquel amor no tenía un fin para la procreación sino el cuidado de la desanimada necesidad de una mujer que ávida de humanidad quiere sentir lo eterno que sale a borbotones cada vez que ella se inclina a pedirle una ración. El reconocer los orígenes del fin de la muerte en lo que se despide victoriosamente ante su pubis y sus pechos que se enervan rosados y se dejan atrapar por el verdadero sentido latente que desata lo que estaba atormentándola. El falo de una estancia que dice desear lo que las cosas son rezando la miseria de necesitar entender que una madre dejó huérfanos a cuatro hermanos y que la pasión que de todo en encontrarse con los sentimientos de lo profundamente dolido de el abandono puede desgarrarse entre los besos y la avidez de poseer ambos en los trastornos tan demenciales de el erotismo que surge de dar una presencia que se enfrente a sí mismo y que destierre lo que no es sino desilusión en la pobreza de un adosarnos los dos entre los frescos y orgiásticos cansancios de el abrazo que contiene los huesos bajo la piel y las formas de ese cuerpo inmerso en las dudas de un existencialismo que lo ataca despiadadamente sobre el que me desahogo escribiéndole la entrada de mi muerte a esa muerte lejana que nos une en hacer de lo que dominar el valor de lo que era antes si no se empieza esa nueva vida en el darnos la piel y el tomarla y tenerla y asegurarle que nada le va a pasar inmersos en este destino en que las muerte nos dignifica y nos enfoca al placer de poder sentir de verdad.

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Yo estaba en la calle de la vida. La gente pasaba deprisa y yo enloquecido en medio de ese torbellino humano. Como si el día que comenzaba daba tareas y vértigo a un mundo que no podía abordar sin sentir como ese niño que está perdido o parado entre la gente en un lugar donde todos pasan velozmente. La única verdad era la desolación. A qué lugar me subiría yo si no era el vértigo una suma de responsabilidades y de cosas importantes en las que yo no contaba. La seriedad era evidente y se podía entrever que todos hacían cosas para ocuparse de los que como yo nada sabían hacer. Se subían a automóviles que eran cientos y miles en las avenidas con las rush hours que le daban la seguridad de que iban en pos de lo que tenía que ser de esa manera. Los trajes y las oficinas despertaban y las secretarias realzaban vestidas impecablemente, casi para matar, el ejercicio de una ola de asesinatos económicos que fijaban sumas por la cabeza de los que tenían que expiar la razón de toda la sociedad. El mundo era más que nada una uniformidad. Los uniformes. Sean cuales fueren incluyendo los de camisas y corbata que con la paciencia de la tortura se decidían a hacer uso de el escenario público como si nada hubiese más importante que dar un golpe documentando los intereses de la extraña pertenencia a un relacionarse con Estados Unidos. Una delincuencia que tenía testigos ladrones, espías y contraespías y un servicio de inteligencia que desbordaba de matones a sueldo que importaban artefactos bélicos y comerciaban para despertar en el sur el interés por el norte. Éramos gente que se hacía de las fórmulas de interrogatorios que daban al examen una suficiencia terrenal pero a la vez celestial y que tomaban la jerarquía como el mito de ser admitidos en los países del norte del hemisferio en los que las guerras habían cicatrizado ya hacia una volátil efervescencia de posibilidades de ocuparse de lo que podía hacerse para producir más y mejor para todos. Mis fuerzas eran escasas y estaba yo perdido en la multitud tomando una determinación de esperar porque nada más podía hacer. Dejar en manos de otros las responsabilidades era como darle a un general el comando de las acciones. La autoridad estaba consignada y el respeto ebullía para frenar la andanada de violentas manifestaciones que poblaban la conciencia de una necesidad plural y urgente que emitía votos desde el centro del problema que se esfumaba con la directiva de una determinación que daba al eje de las cosas su centro en la misma esencia del mandato. Eran encomendados todos a volver con el sustento y reconocer al enemigo en las parcelas del deterioro de la sumisión que ya no se controlaba de ser abstracción de ideales e ideologías latentes en el pensar de los libros de una vigilancia que hacían algunos intelectuales del mismo norte al que se quería imitar. Los pequeños seres que eran inmersos en la forma de atrapar la verdad de la causa con términos categóricos hundían la mirada en el mismo plazo que se daba al fenómeno en el que lo que se cumplía era una formalidad llena de deudas y de proyectos con cláusulas que deformaban el misterio de cualquier existir entre los secretos de los arreglos y las transfiguraciones del poner una frecuencia a lo que se detectaba era desde el mismo valor que daba coraje y plenitud al emerger como lo posible. Dios era patria y

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la patria traspasaba las fronteras porque éramos un final feliz festejado en el romance fílmico que justificaba el amor por la heroica felicidad en la que se depositaba ser una obediente restricción de aceptar lo tremendo que era tan feroz y descontrolado como la acometida de los que se daban a el fuego cruzado de hacer y emprender la economía de una vez para seguir creciendo y emerger hacia el horizonte del futuro de ser potencia en el mundo en que el orgullo era la posibilidad de una nación. Sufrir, para ser exactos, era el precio de la ascensión al reino de los cielos. Allá en los edificios de cien pisos se pensaba al mundo y el apéndice de la descalificación no surtía ningún efecto para darle peso al volar sin ser vistos los que hacían las rasantes ida y vuelta entre el capital y la comunidad de marcianos que cerraban sus fronteras al mundo de la poderosa alianza que diferenciaba la vida de la muerte con la fórmula de la seguridad y del pronunciarse a favor o en contra de sus preceptos y de la delineación entre el tercer aspecto de los que se hacían a un lado de la discusión estéril que aseguraba un voto para el postulado del presente.

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Decirles a los demás lo que tienen que hacer. Tanta abnegación por todo. Entonces nadie se salva de escucharla para su bien. Oro daba consejos a medio mundo. A sus hermanas madres sobre los niños…..a sus amigos sobre lo que ellos no se daban cuenta. Maternalmente era increíble verla proteger a todos de sus falencias y sentirse plena. Como una descendencia que organizaba con decisión lo que fuera una paciente observación pero ahora lo decía y se explayaba. A pesar de no tener trabajo Oro veía eso como su trabajo. Dar de sí lo que tenía desde tanto tiempo, segura de que lo que estaba mal era notado desde su significancia. Ella era significante. Era un pedido de sí. Tratar era una forma inocua de ser parte de un proletariado que no pensaba y se automatizaba. Ella daba un paso al borde del abismo y se declinaba en sostener sus pericias que hablaban de lo que era mas bien una detención del tiempo en sus fracasos. Podía hacer todo solo si no entraba en el sistema de la mecanicidad de los autómatas que casi por inercia se adosaban a lo cotidiano sin más vueltas que eso. Borracha de hastío ella tomaba su negación en serio y distendía la alarma para que no fuese fatal el desenlace que aborrecía en la gente. Una sabia descripción de la volátil idea de prestar su deseo de ayudar. Ella quería ayudar. Sentirse útil no era hacer un trabajo cualunque porque ella podía ver mas allá y estar fuera del análisis le perturbaba por no ser obsecuente con la única tarea que sentía como autoafirmación. Fue largo escucharla esa noche sobre lo que le decía a cada cual pero como todo hombre yo esperaba que era paciente dejar pasar su autoafirmación durante hora y media. Mujer que habla y habla es víctima de dejarse amar en la penumbra de su fe. Acaso el referirse a los que hacen de la muerte un miedo menstruatorio para evitar temerle y ella diciendo que era peor el remedio que la enfermedad. Que la muerte era tan real si se le temía que si se la desafiaba con alusiones y fórmulas macabras. Por fin se entregó al caudal de mi

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torbellino de ácida aceptación de que lo material de sentir su cuerpo y devorarlo de ganas me era tan merecido tras la desafectación de una variedad de torceduras de la condición maternal femenínamente abocada a decirle a muchos que estaban errando. Sus enorme tetas estaban cerca de su corazón de mis deseos de concentrarme en ellas y luego en sus piernas y su abdomen de esos que en la mujer atraen porque son perfectos en la belleza y dar semblante de vientre femenino entre los delirios de cambiar al mundo pero besando todo de una manera rápida. Creo que Oro es sumamente bella. Que su sobrina y ella comparten los desajustes de lo mortecino. Vívi era tan mortal en sus ojos que Oro se hacía de los anuncios de todo vinculado al modo de la retórica sobre la muerte y los movimientos musicales en sus fauces. Comerse al hecho no era igual a dilucidar sus pormenores y entonar la vida de una masacre atemperada por la música de una oportunidad de seguir siendo y no caer de rodillas en la tierra seca.

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En el amor hay mucho de admiración. Oro decía: el amor es misterio y con la pasión del tiempo los misterios se dilucidan…..y es una entrega hacia lo desconocido. Que se va cuando se van conociendo ambos y, digo, hasta se desafía el poder de lo que antes seducía. Quizá sea lo que me lleva a sentir que Vívi estaría loca de darme entre los que se conocen y miden las fuerzas del predominio. Aunque no es raro que las fantasías se depositen, las más perversas, en personas que nos son una incógnita o una rareza como antes lo fuimos Oro y yo. Vívi tiene un atomizado modo de respetarme y siendo cinco años menor que Oro quizá quiera aprender o encontrar la libido para reconfortar la devoción y la seducción ya estratégica. Quiere que le chupe la concha y se la meta por el culo mientras que Oro no tiene ganas de verme exitoso ante ella. El tiempo le ha dejado la huella de que ese anterior amor era de la virginidad ante mi sabia condición de dominar cosas que fue aprendiendo o sujetando para controlar su descontrol frente a mí y por ende ante otros. Vívi se pondría en cuatro y con su cerebro sería una faena animal la de hacerle agujeros en el dolor de ser tenida por quien la salve mientras que Oro no quiere héroes porque su tiempo hoy es el de enseñar y no el de ser solícita de algo o alguien superior en las artes en un desequilibrio propio de la vorágine de conseguir ser feliz de esa manera. Acaso desear construya en la desigualdad la convergencia en lo que en común se hilvana para exaltar lo que se desconoce. La geisha es beneficiada porque sexualmente accede a lo permisivo de estar donde la mujer sencilla no llega. Una voluntad al servicio de la fantasiosa predilección por lo que hace de el ensueño y el descontrol una mirada sagaz y sanguinaria desde fuera de los dos en contra de propósitos de limarse del onírico presente realista. Por eso el tiempo hace de ambos un equipo de salvataje en el informe de no darse sino de querer pasión. Accionantes a tomarse de cosas afines a la autovaloración como templo hecho a la altura del epicentro donde la belleza subordinaría en la noche en la franja de detección del mismo perfeccionar la dualidad de hacerla tan insoportablemente audaz como definitivamente fervorosa de el atrapar la fulminante vida en la piel que hace de el desbocado ser completo que se entrega y recibe o lo que eso da de sus formas. Vívi era sexo de otro tipo. Ella quería hacer estallar el universo en cada coito. Detonar la numeración vigente

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mientras que Oro daba pie al suelo del astro consiguiendo o no lo terrenamente opuesto al vuelo que conmigo había ya tenido. El hombre quiere mujeres voladoras y el tener ambas cosas es una doble pertenencia del cruel degustamiento de la perversión de la moderación del abandono en una batalla en que lo erótico se dejase en dos cuerpos salvajemente con el escéptico modo de lo convencional como enemigo.

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Me abandoné a la muerte. Yo ¨ quería ¨ morir. Quería servirme de lo peor que le puede pasar al ser humano. Pasar por ese trance. Dejar de existir. Ser nada. Era necesario renunciar. Decir que está bien. Que ya viví. Que lo hice todo. Que no puede la ambición detenerme entre los mortales. Que estar allá donde nada ocurre excepto todo lo que se desvanece es un deleite de la morbo de semejarme a tantos difuntos. Y entonces la amé a Viví. Quise darle mi calor. Abrazarla. Dejar de lado el mundo cruel e ir en pos de ella. Razón de mí caída hacia lo bello. Era su bestialidad de ninfa. Yo ¨ quería ¨ una ninfa. Dejar que lo inevitable sucediese. No oponer resistencia. Caer inexorablemente en el foso y en el foso copular como nunca. Como se lo hace al salir del sol. En las tinieblas que dan lluvia permanente y hacen decorados de tempestades y augurios de mala suerte. Estaba con mis defensas bajas. Nada me importaba salvo Vívi. Ella era en su cabello y sus ojos la vaciedad de mi descontrol entre el fuego y el agua de sus fluidos. Me zambullí en el poder ser algo mas que un ser seguro. Quise desalinear los planetas de la predicción anticipada de la probabilidad de que me fuera bien. Mi cuerpo caía desde muy alto y llegaba hecho pedazos al suelo. Descendía en un descenso directo. Iba hacia el centro de mí ser en la tierra de mi polvo que estaba destinado a dar de germinar un plurivalente ejercicio de la dicotomía. Entonces acerqué mi pudor y lo trituré. Dejé astillas de la madera de mi carne de aspecto humano y se comprometió mi único desfallecer entre preferencias no elegidas bajando los brazos y gimiendo de placer. Vívi me sigue a todas partes. Ella me hace impetuoso y me pide que le dé. Comulgamos hasta el amanecer y dejamos extinguidas nuestras fuerzas al dios febo. Hay declinaciones en la dejadez hecha demencias que nos placen en grado sumo. Estamos indispuestos por la regla del asfalto y sorbemos de lo que nos hace tomar distancia de los precavidos. Puedo sentir mi tórax amándola. Y mi abdomen que entra y sale. Y mis besos en toda su piel como reteniéndome en vida ante la inminencia de la muerte. Estoy enamorado de ella. Me levanto y mi cruz pesa poco y nada cuando su belleza inmacula mi ser y lo hace trascendente a la luz del vestigio de la inteligencia desarmada que se pone presa del suicidio. Ambos queremos morir. Querernos suicidarnos juntos. No es un pacto sino el amor inmensurado. La paz que se sigue a la guerra. El enorme valuarte de una deliciosa manera de querer hasta no dar mas y ahí sí resistirse a la totalidad de ser carne del fuelle de un bandoneón que nos acostumbra al erigirnos como dioses de un Olimpo de macabras peculiares entregas porque estamos aquí y porque mejor no apresurarnos hasta morir ambos a costa de la permanencia en la detección de los errores que nos griten su furia de ser mas que el vivir. Abocarse a estar y solo eso como

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constancia de lo que se es y así detener la fuerza de la negación. La muerte y su adherencia al estar fijados los dominios del conocerse en lo próximo y lo lejano.

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No poder. La muerte es inexorable. Aplasta. Consume la vida. Hay seres infradotados que bailan en torno a ella. Que tienen ritmos tribales. El subdesarrollo. La contemplación de la mediocridad. El festejar la vaciedad. El testimonio de la indiferencia. No ponerse en la madera del cuerpo humano. Festejar la sepultura con cantos y alcohol. Hacerse de la risa. De la falsa risa que es claudicar ante la fuerza de lo inevitable o declararlo de interés para comulgar con lo hermoso de morir. Gente absurda e intolerable que resta a los que luchan. Que simboliza que preocuparse por eso es insignificante. Folklore de la insuficiente faena de sí mismos. Declaración de alegría en pago al mal perpetuado. Cómo hacer de lo que no tiene oponente un verdadero adversario. Darle una causa al creer en lo posible y no hacerlo perdición. La veda de dejar de matar en pos de la nada de ser carne del cañón sin ningún fin salvo la resignación. Pegarse un tiro sin intentar hacer nada para evitarlo. Confiar en dios y en los ángeles de una corriente sanguínea que pone calor al frío de la verdad. No hacerle frente al control de lo que sucede como si nadie fuese a objetar lo que cansa a la humanidad. No poder es no querer. Es declararse en huelga de voluntad. Es decir que querer no significa nada con la sonrisa de lo inevitable dando rúbrica al contenido del problema que no es tal. Amor. Necesito a Vívi. Quiero sentir la pasión de su enojo que no hace arreglos para salir del temor. Me hace bien comulgar con su arrojo de querer matarlos a todos los que consumen la realidad que es la pasión. Es que se trata de eso. De amar. Como cuando uno huele una flor o recita versos de esperanza. Eso es el amor y no el seguro de un bien para que monologuéen a cualquier precio. Besar. Poder sentir el magma del volcán interior. Sacarle sal a la boca y estremecerse con las lenguas a fuego lento. Levitar y construirse en torno al encendido deseo. Sí, desatar la sociedad de sus episodios mediáticos de transar con el bien y embellecer lo que lo que era el mal tiene para decir. Darle letra al producto de ser el acabar exhausto entre los inesperados fermentos de cada maremoto de vida que nos esculpe y nos hace vibrar. Ser embanderados de la única religión de querer a la gente que se quiere. Balanza que nadie puso sin haber pagado un precio que el género humano niega del militarse entre termómetros de lo que ocurre y se puede serse. No poder no deja de ser un enojo que causa indignación con la tácita desviación al que lo impide pero sin dejar que se note.

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El hambre. Comer carne. Comerse a los ancestros. Devorar la legitimidad de las descendencias. Interpolarse en la prolongación de la especie. Hacer fecundo el dilucidarse en el lecho. Una proclama de sexo hecho cuerpo humano. Feto- incorporea deformación que se hace embrión en la destilación de una denigración del querer coger y pensar si se hizo bien o mal. Copular y culpa. Pensar que se pudo afianzar lo que no fue. Menos mal que no fue en el instante en que se hizo. Pero como todo arrepentimiento se hace deber el pensar que pudiera saber sido. Una destinación de pertenencia era generar una vida que no quiso el placer. Pero acaso la vida tiene que tener argumento. No se trata de evitar o matar sino de que la imperiosa destinación en que los seres por alguna razón llegan o vienen. La permeable trascendente linealidad de inspirarse de lo que ya se es y no de lo que se podría ser. Ambos pensaron que el esfuerzo de tenerse podría saber engendrado. En ese esfuerzo de acercarse y tomarse el uno al otro. Es la denigración en la intimidad del fuego del hacerse y deshacerse sin planear mas que esclavitud entre la incertidumbre de tamización del episodio de vivir limitados con la subyugada idea de no morir. Cómo dar vida a la muerte? Inmensa destrucción de lo que era sin enterrar lo que ya no puede ser. El hombre que supo verse atado sin haber tenido de qué aferrar lo que ya no es mas que recuerdo de lo que pudo ser. Estar pensando en lo que se evitó es la utópica revelación de que lo que se sucede es poderoso en la ley divina que no hace caso de la limitación humana. Aquella en la que se vive bajo la dependencia que sucede al no morir la espera. El miedo que unge cada episodio en procura de un mañana sujeto a mañas del ímpetu causa la aceptación de cuanto se deriva del incontrolable derivarse de cada destinación como rechazo del mundo planificado.

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Dios está muerto. Un judío de mierda y yo esperando que resucite! Como si la pascua fuera un cóctel de borrachos que se afanan en darle vida a la muerte. Vulgares estúpidos que se inclinan a retroceder en el tiempo. Matar no es más que ser muerto y lo que se gana es más de lo que se pierde. El coraje de tener frente a frente a alguien y atravesarlo de una estocada o meterle un tiro y que no sea en la sien. El destrozar el cuerpo del enemigo. La deteriorada idea del ver surgir a alguien que camine sobre las aguas. El salvoconducto para obrar con la misma certeza que descubre al cadáver. El indecoroso retener que presencia un fusilamiento. La paz y la guerra. Dejarse dominar por la opinión que publica sus horrores acerca de lo terminál. Candy todo lo poseía. Era una diosa. Ella elevaba lo superfluo. La orgía era una bendición. El manto de una reina la

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revestía de amor y gloria. Ella era enfiestada la más bella de las mujeres. Su dominio del descontrol era controlar las esencias del ser. Había mucha imaginación en su fantasía de ser madre pero no morir en ello. La puta que si ser puede ser más que una deformidad de vientre. El feto que se hace deforme puede darse en una cigüeña pero la determinación de procrear y seguir la fiesta era el valor de Candy que creía en la alegría de el placer y el regocijo como responsabilidad al engendrar un animal en vías de desarrollo. Hay mucha hambre de gloria en el que se debate entre el tener algo y poder experimentar lo que da la lujuria del tiempo que pasa y se deja divertirse entre la inclemencia del ocaso de una desenfadada oportunidad de irse sin haber sido reina del miedo de lo que ocurre allá afuera cuando todo ser acaba y la gente apaga la luz. Escoger la verde esperanza de una repercusión que nadie nota en la iluminación de Candy. Ella se levanta de su tumba y ejerce la benevolencia de adorar lo que es hermoso en su manifiesta perdida tregua que no significa lo que se dice sino lo que se entiende. Sus restos no son el resto sino la suficiencia. Las noches son muy largas. Hay viento y lluvia en el mundo bajo el señuelo de lo quiere aseverar como improbable. Los saltos entre cama y cama aseguran que se puede ser y un denostado enmendador arrastra el serse dueño de sí en la oscura severidad de creer que se adosa al ejercicio de leyes por el placer inmutable de caer haciendo honor al memorial de los que ya fueron.

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Pedirle a dios que nos ilumine. Que nos deje poseer lo mejor para nosotros, que no haya títere sin cabeza. Que el verse como vigilante nos de fe para dirigir el tránsito. Presencia de la belleza de lo diferente entre él y ella que se adornan de deseos y juegan a provocar lo que quizá ocurra o no. Estar abiertos a los designios del que nos unge de buscar el amor en el otro. Interminable infinito de ver la vida de una manera al conocer los secretos de nuestra íntima existencia. Adornar las estrategias de dar por terminado todo lo que se supone ya hecho como una maniática tarea sin más valor que el rencor. Rezar de algo que ya se escapa del pedir cualquier estupidez y en cambio querer satisfacer el encanto de las marejadas de epidermis del fervor en el quererse los episodios cotidianos de la vida diaria. Enterrar un aroma que seduzca la intermitencia de los juegos dulces del ahondar en la levitante estrella de cada atracción. Todo aparece como la secuencia ya transformada gustando lo que cuenta de el histriónico destello.

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Candy fue una hija de la ruta. Irse a garchar por ahí sin pensar en sus hijas que la necesitaban. Alcohólica y drogadicta enfiestándose con los que la soportaban, regalando su cuerpo al mejor postor y humillando a sus hijas cuando tenían que verse en ella. Nada justifica matar la ilusión. Enrredos de lujurias. La certeza de que nada le importaba eras cruel y amenazaba el corazón de los que la veían endemoniadamente abnegada y endeble con la memoria de ella muerta en el tiempo sin haber dejado rastro alguno de amor. Candy estaba loca. La locura es el desentenderse de las consecuencias de los actos. De no tomar conciencia de que se está haciendo el mal. De que las heridas que producen los modos de comportarse son letales. Las hijas de Candy quisieron matarla. Muchas veces desearon su muerte. Hay pormenores que se ponen en ridículo pero que hacen a la gran fiesta de la indiferencia. El no sentir nada es lo peor que puede dejar la pérdida de un ser querido. Pensar que se pudo haber creído en algo hubiera sido al menos el darle seguridad desde el cariño a Vívi y Ana. Ellas hoy no sienten haber perdido algo que tuvieron sino lo que nunca recibieron. Son la descendencia de una loca que mató sus ingenuidades de querer un mundo bello con sueños y algún amor que se hiciera presente con lo que se ocurre ser de las desviaciones del egoísmo que nos asegura que hay alguien que dio su vida por esa fe de haber dado a luz. La vida de Candy fue un ataque a la desgracia. No pudo contener el verse doblegar a los que creían en ella. Candy quiso hacer el mal. A todos. Creyó que odiar al que esperaba de ella era el mejor legado de que nada importa y que sepan ustedes que una no tiene que hacer nada por nadie porque eso no es demostrar el amor a lo que en verdad importa que es estar vivos. Toda una lección.

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Hay una conciencia de que hoy las mujeres y los hombres casi no se gustan. Se quieren enamorar de eso. Eso es el amor. Es no gustarse y convertirlo en un paradigma. En una cuestión medio oscura que los lleva a mirarse de una manera carente de alegría. Hay un empalague que es pensar al otro como una posesión mas que como un deseo. Tener. Como se tiene a un objeto o se compra algo. Hoy los hombres y mujeres se compran entre sí. Están en vidriera para colocarlos en un departamento asegurándose de que no les va a faltar ESO. Yo quiero uno o una es el antojo del que no percibe mas que tomar lo que el otro cede y dejarse usar recíprocamente como adorno que se presenta luego en sociedad y se mira en función de la currícula que incluye cómo se compraron entre sí.

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Es luego comprar hijos que se hacen parte de el no soportarse el uno al otro. Como si no supieran para qué sirve eso que ya es suyo y que lo tienen. Lo ponen en una habitación compartida y le ceden un lugar en una cama que hace de escenografía para notar que la película está en marcha y que se tiene que actuar en ella. Entonces se van adjudicando papeles y dramatizan el fenómeno colectivo de posar para ellos y los demás con argumentos tenebrosos y maquinaciones de cómo debe ser cada cosa en el escenario. Adivinando más que gustándose. Sin embargo hay hombres a los que sí les gustan las mujeres y viceversa. Que no se trata de cuidar o proteger algo para que no se quiebre o no se raye y esté siempre limpito sino que se pone intención a un sincero gusto de querer pragmatizarse el atractivo que ambos consuman en su trato seductor. Entonces mas que estudiar al otro y evaluar la calidad de los aspectos formales son mas espontáneos en no fijar una oferta por el otro sino acercarse porque sí.