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    Esto supone (tomando como punto de partida el ensayo de Agamben, Infancia e

    historia1), una concepcin de la experiencia que, como infancia, se hace al margen del

    lenguaje.

    El destino de la experiencia, en el lmite de la infancia (sealada como misterio,

    no como inefabilidad), acontece en el lenguaje como verdad. Si el lenguaje tiene un

    lmite de misterio, ese lmite es su origen trascendental, es infancia2.

    Para Agamben, este lmite de la infancia, en tanto posibilidad de acontecer como

    misterio que tiene la experiencia, est dado por el carcter fundamental de lo humano en

    el lenguaje, es decir por la escisin entre lengua y habla (o entre lo semitico y lo

    semntico, segn Benveniste). La infancia no sera, en esencia, ms que esta escisin

    fundamental. An as, si existe una posibilidad de hacer experiencia del lenguaje, esta

    experiencia se hara con la lengua, es decir, con lo puramente semitico del lenguaje, lo

    que implica estar fuera del habla como discurso, fuera de la verdad como norma.

    Esta experiencia se hace entonces con el lenguaje mismo, que no se vuelca hacia

    un referente exterior a ella misma sino que se experimenta en su propia auto-

    referencialidad: experimento de la lengua como puro signo, experimento que es

    infancia3. La lengua, que como prctica pura se hace exclusivamente dentro de los

    lmites del lenguaje evidencia, paradjicamente, ese crculo mayor que es un afuera del

    lenguaje ya que, dice Agamben, que quien realiza el experimentum linguae debe pues

    arriesgarse en una dimensin completamente vaca, en la cual no se enfrenta sino con la

    pura exterioridad de la lengua4.

    II- Historia sagrada de Yla.

    EnReina Amelia5

    se cuenta la historia de la ciudad de Yla, de sus reinas y de sus

    santas, de sus mrtires y sus siervas; de las seoras y pequeas seoras que sostienen el

    universo con la fuerza centrfuga de su sexo.

    Fiel a su estilo y fuera del crculo imantado de la brevedad que caracteriza la obra

    de Marosa, este relato de largo aliento (sostenido en poco ms de 170 pginas) resulta,

    al menos, una extravagancia.Reina Amelia se proyecta en un plan ms ambicioso que el

    1Agamben, G.,Infancia e historia. Destruccin de la experiencia y origen de la infancia, Adriana

    Hidalgo, Buenos Aires, 2004.2

    Ibid, p. 713Ibid, p. 2164Ibid, p. 217

    5 di Giorgio, M.,Reina Amelia, Adriana Hidalgo, Buenos Aires, 1999.

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    de sus obras anteriores y permite observar detenidamente el funcionamiento del

    universo marosiano.

    Sin embargo, hay en esta obra una voluntad superior a la de narrar la genealoga

    de un mundo en ciernes, ya que el relato de ese mundo dislocado y multiforme parece

    por momentos una copia burlesca de la propia dignidad que ostenta. La forma de la

    novela es acaso un pretexto, no solo para urdir la trama eufrica de una antropologa

    salvaje sino que sirve de soporte para parodiar una organizacin y una estructura tanto

    social como lingstica.

    La novela, como en un pequeo retablo bufonesco del universo, pone en escena la

    lucha, abierta o disimulada, entre lo social y lo natural, lo humano y lo animal, lo

    comunitario y lo privado: relaciones que en las que se enfrenta un orden

    pretendidamente racional y su doble maldito.

    La transgresin sera la forma concreta en que el exceso (excrescencia antisocial)

    ejerce su poder de regulacin en el universo marosiano. Exceso que, como erotismo, se

    hace en el terreno de la violencia, en la violacin6. La transgresin de la ley es el

    exceso que en el terreno del lenguaje se manifiesta como extremo en el que la palabra

    no se dice sino para gozarse, gozo que no se hace sino en la exuberancia del abismo;

    abismo que es apertura infinita, colmo del misterio: vaco inconmensurable de la

    voluptuosidad.

    En consonancia con el pensamiento de Bataille, quien seala que no se puede

    tratar el erotismo independientemente de la historia del trabajo y la religin7, la

    epopeya ertica de Yla se proyecta a partir de un orden pre-existente, orden social y

    poltico-religioso que, como sealamos, se hace en el escenario de la doble pantomima

    de prohibicintransgresin.

    La eficacia de la instauracin de ese mundo fundado en la potencia ertica estar

    dada no por la restitucin de un orden quebrantado sino, contrariamente, por su

    permanente violacin. Acaso este relato se cumple en ese simulacro, en el que la

    dimensin del lenguaje pone en evidencia desajustes y tensiones entre el deseo y la

    prohibicin. Esta organizacin conjuga una voluntad racional primitiva que combate la

    violencia elemental de la reproduccin y de la muerte con una serie de prohibiciones

    que determinan el carcter de la ley social, la ley moral y la ley de lo humano

    cristalizada en la negacin. Lo que se derrama como excedencia, que es objeto de

    6Bataille, G.,El erotismo, Tusquets, Barcelona, 2005, p. 21.7Ibid, p. 12

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    prohibicin y, consecuentemente, mvil de la transgresin es lo que escapa a la

    voluntad socializadora y normalizadora de la ley. Sin embargo, an multiplicada, la

    transgresin no puede abolir la prohibicin.

    Yla representa quiz una suerte de mundo-bisagra, probablemente utpico, que se

    resiste a la colonizacin del lenguaje por medio de la ley como imposicin moral; es por

    eso que la nica ley posible se hace en la transgresin (sustituto pagano de la

    profanacin). Ese derroche de energa viva8

    es la exuberancia de la naturaleza que no

    puede ser absorbida por la esfera del orden (mundo de la razn, la produccin y la ley

    moral) y se manifiesta en el lenguaje como pura exterioridad: ostentacin verbal, lujo

    del lenguaje que no es sino la felicidad de la prdida incondicional.

    La voluptuosidad de las pequeas seoras, (lujo y gratuidad de su inocencia),

    motivo principal de las grandes pginas de Yla, es una ebullicin vital desmedida: el

    cuerpo manifiesta su potencia sexual como esencia del erotismo que es aprobacin de

    la vida hasta en la muerte9. El juego entre el deseo, y la prohibicin que recae sobre l,

    desborda toda norma, todo lmite de pudor impuesto por el lenguaje, que se colma y se

    derrama en goce clandestino, en sufrimiento, en muerte, en procreacin brutal, en

    sacrificio. La severidad del castigo y la intensidad de la culpa solo son ponderables en

    relacin a la dimensin de la transgresin que los propicia. De las pequeas seoras de

    Yla dice uno de los furtivos amantes: Son libidinosas y recatadas. Y eso es lo lindo.

    Salvo una, seora Desire, la cual se desat y muri crucificada10

    .

    III- Exceso de felicidad

    La posibilidad de lo humano se realiza como ese no ante la naturaleza,

    manifestado en las prohibiciones que pesan sobre la sexualidad y la muerte. En el

    derroche vital del exceso ertico esta negacin elemental se subvierte en afirmacin

    exacerbada, se derrama en la prodigalidad hasta la angustia de la vida. La sexualidad

    de las pequeas seoras de Yla ordena ese mundo en el renuevo de los cuerpos que se

    abren a la exuberancia de lafiesta que la naturaleza celebra en todos los seres11

    .

    Las figuraciones del deseo tienen lugar en ese mundo primitivo del derroche

    controlado o desmedido. La transgresin controlada organiza la ley social de Yla a

    partir del delicado equilibrio entre lascivia y discrecin; la transgresin ilimitada rompe,

    8

    Bataille, G., op. cit., p. 65.9Ibid, p. 12.10

    di Giorgio, M., op. cit., p. 119.11 Bataille, G., op. cit., pp. 64-66.

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    en cambio, ese equilibrio y deviene sacrilegio mayor, descompostura del moderado

    desorden que solo se restituye mediante la muerte espectacular del sacrificio.

    En torno a la situacin del dispendio vital nos preguntamos entonces, en qu

    instancias la palabra instaura lo que podramos llamar una ertica del exceso? Barthes

    seala que ni la cultura ni su destruccin son erticos: es la fisura entre una y otra la

    que se vuelve ertica12. Esa grieta en la que el exceso hace el habitculo de la

    transgresin dentro este mundo dislocado, es ese entre es en el que la palabra deviene

    materia: peso, volumen, prctica pura, sentido producido sensualmente que Barthes

    denomina significancia,defeccin que se conjuga comogoce13

    . El objeto de placer en

    cuestin no es el lenguaje, es la lengua, la lengua materna, [cuyo juego se dispone a ir]

    hasta el goce de una desfiguracin14

    .

    Lo ertico en el lenguaje marosiano se sustrae al hiato de la suspensin en la

    promesa del deseo postergada indefinidamente. No puede llegar a la decepcin, que

    preparan tan minuciosamente los prembulos amatorios de la literatura ertica

    convencional, porque lo que hay de fascinante en l es justamente la morosidad de la

    pregunta por el goce. El goce se hace en la distancia mnima que opone la experiencia

    extrema de la erotizacin y su retiro inmediato15

    .

    Porque el goce no es conocimiento cierto solo puede realizarse como experiencia.

    En esta experiencia no hay una esencia asimilable, porque, contrariamente al placer que

    es satisfaccin, el goce es desaparicin, o suspensin (segn Marion), quien al respecto

    seala que en el sujeto gozante siempre persiste ms el recuerdo de la suspensin que el

    del goce mismo.

    Ante esta afasia del fenmeno ertico no podemos ms que repetirlo a falta de

    poder describirlo o nombrarlo16. Solo la repeticin de la instancia del goce puede

    conjurar su retiro, su desaparicin y no por ello deviene estereotipo puesto que, en tanto

    experiencia realizada al margen de la razn, es inimitable. Lo que se repite del goce es

    la promesa de una plenitud imposible; porque el goce, como esencial frustracin,

    supone que el deseo que lo custodia es la idea de una inapropiabilidad e inagotabilidad

    de la experiencia17. El exceso voluptuoso, como pltora vital y como urgencia, solo

    puede decirse ante la perplejidad de su ausencia, vaco insalvable que inaugura su retiro.

    12Barthes, R.,El placer del texto y Leccin inaugural, Siglo XXI, Buenos Aires, 2006, p. 1513

    Ibid, 49.14

    Ibid, 61.15 Marion, J-L.,El fenmeno ertico, El cuenco de plata/ Ediciones Literales, Buenos Aires, 2005, p. 167.16

    Ibid, 168.17 Agamben, G., op. cit., p. 27

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    La palabra como goce puede darse, para Barthes, en sus dos condiciones

    excesivas: ya sea en la repeticin desmedida o en la novedad absoluta, pero en cualquier

    caso el goce sera la excepcin frente a la regla que es el abuso. Barthes sostiene que

    repetir hasta el exceso es entrar en la prdida, en el cero del significado pero esta

    repeticin es ertica solo a condicin de que seaformal, literal; exceso de rigidez por la

    cual deviene excntrica, desplazada hacia las regiones marginales de la msica18

    .

    La palabra ertica de di Giorgio puede tomar cualquiera de estas formas: la del

    fraseo ritual que hace devenir el lenguaje propio en lengua-extranjera, la de la sintaxis

    enrarecida por una ambigedad vacilante o la novedad absurda de una palabra

    resplandeciendo de candorosa literalidad: en todo caso, sugestin provocada por un

    orden dislocado, como el de los cuerpos de las pequeas seoras de Yla, igualmente

    traspasados de lujuria e inocencia: es la misma fsica del goce dice Barthes el

    surco, la inscripcin, la sncopa; tanto lo que es ahuecado, revuelto, o lo que estalla,

    desentona19

    .

    El goce, ya sea en la repeticin de la forma huyente del goce o en la novedad

    suculenta del lenguaje, se dice en el flujo verbal del exceso, en la embriaguez perpetua

    de la voluptuosidad, demasa que no se colma porque no existe un lmite tangible de

    indecibilidad, como dice Agamben:

    Lo inefable, lo inenarrable, son categoras que pertenecen nicamente al lenguaje

    humano () lo indecible, es aquello que el lenguaje debe presuponer para podersignificar. () La singularidad que el lenguaje debe significar, no es un inefable,sino lo mximamente decible, la cosa del lenguaje

    20.

    IV- Amor, plido signo.

    Lo ertico del lenguaje, observa Barthes, se hace en la fisura de los lmites, entre

    los cdigos antipticos que se enfrentan. El universo marosiano, y Reina Amelia

    particularmente, se sostienen en la vigencia de esos cdigos enfrentados, entre:

    un lmite prudente, conformista, plagiario (se trata de copiar la lengua en su estado

    cannico, tal como ha sido fijada por la escuela, el buen uso, la literatura, la

    cultura); y otro lmite, mvil, vaco () que no es ms que el lugar de su efecto:all donde se entrev la muerte del lenguaje

    21.

    EnReina Amelia este doble lmite es permanentemente tensionado y sus fronteras

    son violentadas por los embates desde una y otra esfera. Lo que interesa no es la

    18

    Barthes, R., op. cit., p. 68.19Ibid, p. 69.20

    Agamben, G., op. cit., 215.21 Barthes, R., op. cit., p. 15

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    violencia o la destruccin en s, sino el lugar de la prdida, la deflacin de lo que

    Barthes llama la cultura del significante.

    La prdida, como fuga del sentido en el exceso de la violencia, representada en la

    oposicin de un paradigma cultural y uno subversivo, revela la naturaleza asocial del

    goce. La emocin es antiptica al goce en cuanto esta es una plida sombra (de

    sentimentalidad, de ilusin moral) de la regulacin amorosa. El texto de goce es

    perverso porque se hace justamente en el quebrantamiento de la ley moral, en lo

    inhumano del lenguaje que se asla y aflora en la negacin del partenaire.

    Qu inquietaba a los habitantes de Yla de la relacin de seora Lavinia con los

    ncubos, los hombrecillos de las malvas, ese pecado deobscenidad anglica, como lo

    llama Marosa? Es un gesto de mera custodia de las leyes antiguas de Yla la crucifixin

    de la nia hipersexuada? En la violencia que intenta hacer entrar al lenguaje por el cause

    de la norma, lo que se produce es la explosin de ese sentido ficticiamente custodiado:

    despus de la quemazn del bosque, despus del sacrificio de la lujuriosa no queda

    flotando sino el balbuceo desencajado del deseo. No se llama verdaderamente la

    atencin sobre la dialctica transgresin-castigo; lo que se experimenta es aquello que,

    por debajo de la carne torturada, vuelve a unirse inexorablemente con su vnculo ms

    remoto: gozo perverso del que comulga del sacrificio.

    El texto como acontecimiento, como puro acto puede someterse a la reversin

    perversa del goce, que no es desdoblamiento de un sentido literal sino vaciamiento,

    anonadamiento de lo neutro, devenir que anula los antagonismos en la pluralidad: La

    lengua literaria es trastornada, sobrepasada, ignorada en la medida en que se ajusta a la

    lengua pura, a la lengua esencial, a la lengua gramatical22

    .

    Lo que Barthes denomina texto de goce, es justamente esa vocacin de

    provocacin ya que pone en estado de prdida, desacomoda, hace vacilar los

    fundamentos histricos, culturales, psicolgicos del lector; (), pone en crisis su

    relacin con el lenguaje23, escisin que, a su vez, Marion piensa a travs de la

    transgresin:

    El habla ertica provoca pues un lenguaje transgresor porque transgrede laobjetividad, nos transporta fuera del mundo y transgrede tambin, en consecuencia,

    las condiciones sociales (la decencia de la conversacin) y las finalidades pblicas

    (la evidencia del saber) del lenguaje mundano24

    .

    22Ibid, p. 44.23

    Ibid, p. 2524 Marion, J-L., op. cit., p. 172.

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    Cmo salir de la guerra de las ficciones, de los sociolectos? se pregunta Barthes.

    Acaso es posible la lengua fuera de los lenguajes? Esta lengua pura no es acaso

    asocial en la medida en que su goce es necesariamente solitario, privado y perverso en

    su absoluta intransitividad? Nos acercamos en este punto a lo que podramos denominar

    una utopa del lenguaje, (tica de la escritura, aspiracin de un lenguaje no alienado)

    utopa que Deleuze conjetura como la escritura del pueblo que falta. Signo depequea

    salud, lucidez extrema de la nueva lengua de la lengua:

    Para escribir podra ser necesario que la lengua materna sea odiosa, pero de tal

    manera que una creacin sintctica cree en ella una suerte de lengua extranjera, y

    que el lenguaje entero revele su afuera ms all de toda sintaxis25

    .

    Si existe una posibilidad de un lenguaje fuera de los lenguajes, un embate a laobstinada enfermedad del significante, esa utopa se acercara a la creacin de una

    salud, como dice Deleuze o por qu no a la invencin de aquella cuidad de Yla

    reverberando en la luz incipiente del signo.

    Lic. Adriana G. Canseco

    UNCFFyHEsc. de Letras

    25 Deleuze, G.,La literatura y la vida, Alcin, Crdoba, 2006, p. 20.