Cap 6. Villar-pearson

44

Transcript of Cap 6. Villar-pearson

Page 1: Cap 6. Villar-pearson
Page 2: Cap 6. Villar-pearson

6

FELICIANO VILLAR POSADA (Universidad de Barcelona. Asociación Multidisciplinar de Gerontología)

EL ENFOQUE DEL CICLO VITAL: HACIA UN ABORDAJE EVOLUTIVO DEL ENVEJECIMIENTO

I. Introducción. II. Principios del enfoque del ciclo vital. 2.1. Hacia una visión más compleja del desarrollo.2.2. La importancia de la cultura y la historia.2.3. La adaptación, clave del desarrollo III. Aplicación de los principios del ciclo vital a la investigación sobre el envejecimiento.3.1.Cambios 

cognitivos. 3.2. Ciclo vital y cambios en el self. 3.3. Ciclo vital y evolución de las relaciones sociales en la vejez IV. Referencias bibliográficas V. Lecturas recomendadas  

 

Page 3: Cap 6. Villar-pearson

I. INTRODUCCIÓN

Si la Psicología Evolutiva es la disciplina psicológica que se ocupa de la evolución y cambio del comportamiento a lo largo del tiempo, podríamos esperar que el envejecimiento, en tanto proceso de cambio, haya sido uno de sus temas más tratados. Sin embargo, quizá sorprendentemente, esto no ha sido tradicionalmente así, al menos hasta hace pocas décadas. Si examinamos la obra de los grandes autores evolutivos ya clásicos, entre los que podíamos mencionar a Piaget, Vigotski, Freud, Bolbwy o Gesell, o incluso entre algunos de sus herederos más insignes, como Flavell, Chomsky o Bruner, observamos que el centro de atención de todos ellos se encuentra en la infancia y en un concepto de desarrollo que se entiende como un progreso en las funciones y/o las estructuras psicológicas y de comportamiento hacia niveles cada vez más diferenciados, más complejos y, de una forma u otra, mejores. Pero, una vez obtenido el nivel óptimo, en la adolescencia o la adultez, ¿ya no existen cambios? Obviamente sí, aunque estos autores no los tratan.

De hecho, en muchas ocasiones esos cambios que acontecen en la segunda mitad de la vida, cuando han sido tratados, se han entendido únicamente desde una perspectiva: la perspectiva de la pérdida. Si durante las primeras décadas de la vida la persona progresaba en los más variados dominios y aspectos, en las últimas parecía predestinado sólo a perder. Desde este punto de vista, el curso evolutivo humano seguiría una trayectoria en forma de U invertida: unas primeras etapas de crecimiento y mejora seguidas de una fase más o menos prolongada de estabilidad para, en las últimas décadas de la vida, acabar con un periodo de declive y pérdida.

En este contexto, a finales de la década de los 70 del pasado siglo, un grupo de autores europeos (fundamentalmente alemanes, como Hans Thomae o Paul Baltes) y estadounidenses (Warner Schaie o John Nesselroade) plantean una nueva forma de estudiar el envejecimiento desde la Psicología Evolutiva de manera que aparezca como un proceso integrado dentro del conjunto de la trayectoria vital humana. Esta alternativa, que pronto fue conocida como la orientación o el enfoque del ciclo vital (Life Span Approach) es, más que una teoría formal, un conjunto de principios para poder estudiar el cambio evolutivo con independencia del punto temporal en el que acontezca, incluidas las últimas décadas de la vida.

Entre los precedentes e inspiradores del enfoque del ciclo vital es destacable la aportación de Erik Erikson. Formado inicialmente en lo que podríamos denominar ‘psicoanálisis clásico’, Erikson se aleja de la propuesta original freudiana en tres importantes sentidos (Wrightsman, 1994). El primero

Page 4: Cap 6. Villar-pearson

es, obviamente, que mientras Freud trata del desarrollo hasta la adolescencia, para Erikson el desarrollo no se detiene ahí y continúa a lo largo de toda la vida. Por otra parte, mientras Freud se centra en la dinámica del inconsciente, para Erikson lo importante es el yo como entidad que unifica a la persona y trata de asegurar un comportamiento competente en cada momento, lo que implica su cambio a lo largo de la vida. Por último, mientras Freud enfatiza el poder de las fuerzas biológicas de naturaleza sexual, para Erikson lo relevante es, sobre todo, la relación del yo con las fuerzas sociales que lo circundan. Como veremos, los tres aspectos (el ciclo vital como objeto de estudio, el papel del yo y el cambio adaptativo, el papel de la sociedad y la cultura) son también elementos que recogen los autores del ciclo vital y que fundamentarán esta propuesta.

A partir de estos principios, Erikson (2000) plantea una visión del ciclo vital entendida como una secuencia de encrucijadas en las que el yo se ha de enfrentar a ciertos compromisos y demandas sociales. Si las encrucijadas se superan con éxito, suponen una expansión y la adición de nuevas competencias y cualidades al yo, si no, pueden implicar un estancamiento e incluso una regresión del yo que dificulta el abordaje de encrucijadas futuras. Desde este punto de vista, el ciclo vital, y en concreto el envejecimiento, se contempla como un proceso abierto que puede suponer tanto pérdida como ganancia en función de cómo se resuelve o no cada una de las encrucijadas. Puede haber maneras de envejecer ciertamente muy negativas, dominadas por el aislamiento, con sentimientos de culpa, de depresión y con temor a la muerte, pero también hay muchas otras altamente positivas, como por ejemplo cuando el individuo es capaz de expandir su capacidad creativa, de comprometerse con su entorno y de asumir los errores y éxitos que ha cometido conservando un sentimiento de satisfacción en relación con su propio devenir evolutivo. Como veremos, y aunque desde el ciclo vital no se plantea una visión en etapas, la variabilidad en los patrones de envejecimiento y la concurrencia de pérdidas y ganancias también serán ideas que estarán muy presentes.

Sin embargo, y en un primer momento, los esfuerzos renovadores del enfoque del ciclo vital se centraron en dos aspectos (Baltes y Goulet, 1970; Baltes, Reese y Nesselroade, 1981):

a. En primer lugar, se pretendía ofrecer un marco de comprensión del envejecimiento que superara las concepciones negativas que prevalecían en aquel momento y que asociaban envejecer a un proceso de pérdida irreversible. En este sentido, su espíritu es claramente optimista y, aún sin negar los procesos de pérdida puedan estar presentes (y ser incluso dominantes en

Page 5: Cap 6. Villar-pearson

algunos momentos y/o algunos casos), su objetivo es integrarlos en un marco más amplio que matice su importancia y que los incluya junto con otros procesos que también pueden estar presentes, como los que impulsan el mantenimiento o incluso el crecimiento y la ganancia. Este movimiento hacia un mayor optimismo implicará el análisis del envejecimiento y la vejez como un momento evolutivo no segregado del resto del ciclo vital y que puede entenderse a partir de mecanismos y procesos que operan también en otros momentos de la vida. Desde de este punto de partida, el enfoque del ciclo vital ha elaborado un marco conceptual amplio que describiremos brevemente en los siguientes apartados.

b. En segundo lugar, en esos primeros momentos los defensores del enfoque del ciclo vital invirtieron gran parte de sus esfuerzos en la crítica metodológica a los estudios que apoyaban una visión exclusivamente negativa del envejecimiento. Este tipo de estudios generalmente optaban por utilizar diseños de tipo transversal, en los que se aplicaba un mismo instrumento de recogida de datos a muestras de personas de diferentes edades en un único momento temporal. Los resultados de este tipo de estudios, que solían mostrar unos niveles de rendimiento y funcionamiento psicológico en áreas diversas menos eficientes en las muestras más mayores que en las jóvenes, tienden a confundir los factores relacionados con el propio proceso de envejecimiento con otros que poco o nada tienen que ver con él, y que se relacionan con la experiencia histórica concreta de cada una de las generaciones que participan en el estudio. En muchos casos, estas diferencias generacionales (especialmente en la investigación sobre aspectos cognitivos y de rendimiento) pueden sesgar los resultados a favor de los jóvenes y dar cuenta de al menos parte del supuesto déficit atribuido al envejecimiento que se suele obtener de los estudios trasversales. Como alternativa, los autores del ciclo vital enfatizan el valor de los diseños longitudinales y secuenciales en la investigación evolutiva.

INSERTAR CUADRO 1

Actualmente, y más allá de esos dos núcleos de interés originales que se

han mantenido en el tiempo, desde el enfoque del ciclo vital se han venido elaborando una serie de principios generales sobre la naturaleza del curso de la vida y del envejecimiento que comparten diferentes autores y que han inspirado (y siguen inspirando) algunas de las teorías evolutivas, líneas de investigación y proyectos de intervención más relevantes en el campo de la gerontología actual, especialmente desde su vertiente psicológica. Así, junto con

Page 6: Cap 6. Villar-pearson

las propuestas de Baltes y su grupo de investigación (Baltes, 1997; Baltes y Baltes, 1990; Baltes, Lindenberger y Staudinger, 1998), que siguen siendo una referencia inexcusable al hablar del ciclo vital, este enfoque ha ido aglutinando a numerosos autores que, explícitamente o no, han suscrito sus principios y han contribuido a ampliarlos, refinarlos y aplicarlos a ámbitos diversos en relación con el desarrollo y el envejecimiento (ver, por ejemplo, Brandtstatder, 1998 o Heckhausen, 1999).

II. PRINCIPIOS DEL ENFOQUE DEL CICLO VITAL Aunque los diferentes autores enfatizan diversos principios, hemos

resumido en tres los puntos de coincidencia de todas aquellas perspectivas que podemos englobar dentro del enfoque del ciclo vital: la defensa de una visión compleja del desarrollo, el acento en la cultura y la historia como factores que determinan trayectorias evolutivas y, por último, el énfasis en la adaptación como aspecto clave del desarrollo a lo largo de la vida.

2.1. Hacia una visión más compleja del desarrollo Como hemos comentado anteriormente, el concepto clásico de desarrollo

que se ha manejado en la Psicología Evolutiva ha estado marcado por la idea de progreso hacia un estado de funcionamiento óptimo. Una noción como ésta, que resulta de la trasposición al ámbito psicológico de una idea biológica de desarrollo como crecimiento y maduración orgánica, parece funcionar en las primeras décadas de la vida, pero es inviable más allá, en especial si la intentamos aplicar a las últimas.

Por ello, si el desarrollo ha de ser el objeto de estudio de una Psicología Evolutiva que abarque todo el ciclo vital, es necesario modificar esa noción de desarrollo para introducir en ella mayor complejidad y pluralidad que las que ofrece la mera idea de progreso o crecimiento. El enfoque del ciclo vital lo hace en varios sentidos:

-En primer lugar, el desarrollo se entiende como un proceso en el que están presentes tanto la pérdida como la ganancia. Esta co-ocurrencia de pérdidas y ganancias caracteriza todo el ciclo vital, y se pone de manifiesto tanto en las etapas que tradicionalmente han sido consideradas sólo de pérdidas (la vejez) como en aquellas que únicamente han sido concebidas en función de las ganancias (la infancia). Así, en el caso de las primeras décadas de la vida, podemos encontrar que ciertos avances implican consecuencias secundarias negativas. Por ejemplo, al aprender a vocalizar se mejora en la

Page 7: Cap 6. Villar-pearson

producción de ciertos sonidos de la lengua del contexto, pero se pierde la capacidad para captar y producir sonidos de otras lenguas. De manera similar, al especializarnos y seleccionar ciertas trayectorias evolutivas (escogiendo determinados estudios o cierta oferta laboral, por ejemplo), estamos de alguna manera también ‘perdiendo’ las posibilidades que hubieran estado a nuestro alcance si la decisión hubiese sido otra. Del mismo modo, la vejez no puede ser entendida sólo como un periodo de pérdidas, sino también como una fase en el que también pueden conseguirse ciertas ganancias. Además de ciertos aspectos de mantenimiento o ganancia que se dan en las últimas fases de la vida, incluso las pérdidas, desde este punto de vista, pueden tener cierto valor como ocasional desencadenante de ganancias posteriores, como catalizadoras de procesos compensatorios para mitigar sus consecuencias y volver a un nivel de funcionamiento equivalente y a veces incluso superior al que se tenía antes de la pérdida.

-Considerar pérdidas y ganancias a lo largo de toda la vida no contradice el hecho de que se evidencien aumentos o decrementos globales. Así, parece difícil negar (y, obviamente, desde el enfoque del ciclo vital no se hace) la preeminencia de pérdidas y declives en las últimas décadas de la vida. Sin embargo, sería un error desde este punto de vista concebir la vejez como sólo pérdida. Lo que se produce es un cambio en el balance entre pérdida y ganancia hacia un mayor peso y frecuencia de la pérdida, más que la eliminación de un polo en favor de la presencia exclusiva del otro (Baltes, 1987).

De esta manera, Baltes y sus colaboradores abogan por ampliar el concepto tradicional de desarrollo, centrado en el crecimiento entendido como comportamientos destinados a alcanzar niveles más elevados de funcionamiento o de capacidad adaptativa, para incluir también dos aspectos adicionales (Baltes, Lindenberg y Staudinger, 1998):

a. El mantenimiento, entendido bien como comportamientos destinados a sostener el nivel de funcionamiento actual en situaciones de riesgo o bien como el retorno a niveles previos de funcionamiento tras haber experimentado una pérdida.

b. La regulación de la pérdida, entendida como la reorganización del funcionamiento en niveles inferiores tras una pérdida de recursos externos o internos que hace imposible el mantenimiento de niveles de funcionamiento habituales.

Como observamos en la figura 1, a lo largo del ciclo vital se observa una distribución cambiante de los recursos disponibles (biológicos o culturales) en cada una de estos aspectos: mientras en la infancia la mayoría de recursos se

Page 8: Cap 6. Villar-pearson

invierten en la meta evolutiva del crecimiento, esta meta recibe menos inversiones a medida que pasan los años. En cambio, para las otras dos metas, la trayectoria evolutiva es la contraria: pocas inversiones de recursos en los primeros años, cada vez mayor inversión a lo largo de la vida hasta llegar a la vejez, donde el mantenimiento y la regulación de la pérdida son las metas evolutivas prioritarias, a las que se dedican la gran mayoría de los recursos disponibles. Pese a todo, es importante destacar que las tres metas están presentes a lo largo de toda la vida, lo que cambia es simplemente el balance relativo de recursos que se dedican a cada una de ellas.

INSERTAR FIGURA 1

Esta convivencia entre pérdida y ganancia en todos los momentos de la

vida y la idea de la multiplicidad de metas evolutivas hace posible que la diferencia y la diversidad sean componentes esenciales del desarrollo y también del envejecimiento. Este énfasis en lo diferencial se concreta en dos aspectos.

Por una parte, se otorga una gran importancia a las diferencias intraindividuales, dado que el desarrollo (y el envejecimiento) es un proceso potencialmente multidireccional. Los procesos de cambio no afectan necesariamente por igual ni en el mismo momento a todas las dimensiones del ser humano. Así, mientras algunas de estas dimensiones pueden observar cambios positivos en determinado momento evolutivo, simultáneamente en otras pueden darse procesos de cambio negativo o pueden permanecer estables. Una persona mayor, por ejemplo, puede estar experimentando declives en su capacidad de memorizar información nueva mientras, al mismo tiempo, su capacidad de buen juicio en problemas complejos puede mantenerse intacta o incluso incrementarse.

Por otra parte, las diferencias interindividuales también son importantes. No podemos hablar desde este punto de vista de un único patrón de envejecimiento sino, en todo caso, de un proceso que se expresa de manera diferente en personas diferentes. Así, mientras algunas personas pueden experimentar problemas crónicos de salud, declives cognitivos o pérdidas psicosociales desde edades relativamente tempranas, otras llegan a edades muy avanzadas sin mostrar estas pérdidas, sin que afecten a su funcionamiento cotidiano o incluso experimentando ganancias. Estudiar qué es lo que determina esta forma óptima de envejecer (lo que se denomina ‘envejecimiento con éxito’) será una de las temáticas más estudiadas desde el enfoque del ciclo vital. Este enfoque también enfatiza la diferencia entre unos primeros años en

Page 9: Cap 6. Villar-pearson

los que este envejecimiento con éxito es probable y otros (aproximadamente desde los 80 años en adelante) en los que el riesgo de pérdida aumenta exponencialmente (Baltes y Smith, 2003).

2.2. La importancia de la cultura y la historia En la visión tradicional del desarrollo, que lo hacía equivalente a

únicamente crecimiento y lo restringía a las primeras fases del ciclo vital, este proceso estaba relacionado con (y, en último término, causado por) la maduración biológica. Si trasponemos este esquema a las últimas etapas de la vida, el proceso de envejecimiento se asociaría al de declive biológico, enfatizando exclusivamente su carácter de pérdida. Sin embargo, más allá de las influencias biológicas, desde el enfoque del ciclo vital se entiende que la cultura es otra fuente de influencias que configuran de manera decisiva el tipo o tipos de trayectorias evolutivas posibles a lo largo de toda la vida. El individuo se desarrolla inevitablemente en un escenario sociocultural que coexiste con el biológico y que, al igual que este, proporciona al individuo una serie de restricciones, pero también de oportunidades.

Entre las restricciones culturales que afectan a nuestra trayectoria evolutiva, cabe destacar la idea de tarea evolutiva, entendida como “las metas a conseguir en determinados momentos de la vida”. Las diferentes culturas proporcionan guiones que especifican cómo ha de ser un ciclo vital normativo, guiones que incluyen tanto elementos descriptivos (lo que es sucede en diferentes fases de la vida) como prescriptivos (lo que deberíamos tener, cómo deberíamos ser, etc). Así, los individuos pertenecientes a una misma cultura comparten ciertos esquemas sobre cómo es o debería ser el desarrollo evolutivo en sus diferentes momentos, las metas que deberíamos conseguir o a las que deberíamos aspirar. Estas metas comprenderían diferentes dominios evolutivos (familia, trabajo, formación, etc.) y estarían vinculados, de manera más o menos estricta, a ciertas edades o periodos de edad (ver p. ej., los trabajos de Settersen, 1997; Settersen y Hagestad, 1996a; 1996b). Una vez asumidos y elaborados personalmente, estos esquemas sirven de guía de comportamiento que va a configurar las decisiones que tomemos. Estas metas culturales nos servirán, además, como patrón de comparación para valorar nuestro propio desarrollo personal.

Estos guiones culturales influyen en el desarrollo, pero no lo determinan. Por una parte, son guiones flexibles (aunque en ciertas culturas más que en otras), abiertos a cierta variabilidad y con trayectorias alternativas posibles. En ocasiones, la transformación personal que supone interiorizar esas metas evolutivas puede implicar conflictos entre el individuo en desarrollo y su

Page 10: Cap 6. Villar-pearson

ecología cultural. Por ejemplo, el individuo puede querer conseguir metas no normativas, o puede aspirar a metas relevantes culturalmente, pero no contempladas para determinado momento evolutivo. En ocasiones, a partir de estos conflictos los esquemas culturales sobre el ciclo vital pueden a su vez cambiar históricamente, como producto de las propias acciones intencionales, personales o colectivas, de los miembros de la cultura. De hecho, se argumenta que estos esquemas están cambiando de manera acelerada en los últimos años, cambio que se dirige a una mayor apertura y flexibilidad: actualmente en nuestra cultura existiría una mayor diversidad de trayectorias evolutivas contempladas y unas normas menos estrictas respecto al devenir evolutivo del ser humano. Por ejemplo, la gran diversidad actual de formas familiares posibles en la edad adulta era algo no contemplado hace tan sólo unas décadas, cuando únicamente era aceptable una sola forma de familia. De esta manera, los límites y las trayectorias posibles del desarrollo humano están constantemente abiertas a discusión y son renegociadas culturalmente generación tras generación.

Pero la cultura no proporciona sólo normas y límites al desarrollo, facilitando ciertos cursos evolutivos y dificultando otros. También ofrece instrumentos y posibilidades que nos permiten ampliar nuestro horizonte evolutivo, nuestra potencialidad como seres humanos compensado o superando ciertas restricciones biológicas.

Este idea de la cultura como elemento superador de limitaciones es especialmente relevante en el caso del proceso de envejecimiento: los grandes avances en cantidad y calidad de vida en las últimas décadas de la vida están íntimamente vinculados a innovaciones culturales. Desde este punto de vista, avances culturales como los cuidados médicos, ciertos instrumentos tecnológicos (las gafas, los marcapasos, etc.) o incluso instituciones como los mecanismos de protección social cumplen este papel de sustitución y apoyo que ayuda a mantener el funcionamiento cotidiano ante situaciones de riesgo o limitadoras. Por ello, los recursos culturales son cada vez más necesarios a medida que nos hacemos mayores y sólo a partir del uso extensivo de instrumentos culturales podemos concebir el mantenimiento (o incluso la mejora en algunas facetas) de nuestro funcionamiento a medida que pasan los años (Markiske, Lang, Baltes y Baltes, 1995). Desgraciadamente, si bien la necesidad de la cultura es cada vez mayor a medida que envejecemos, también parece claro que la efectividad de los artefactos culturales en el mantenimiento o promoción de nuestro funcionamiento tiende a ser cada vez menor a medida que pasan los años, y especialmente en la vejez muy avanzada.

Page 11: Cap 6. Villar-pearson

Esta importancia de los contextos culturales durante todo el ciclo vital y su estrecha relación con los procesos biológicos de maduración y declive hace que los autores del ciclo vital opten por superar la dicotomía tradicional entre biología-cultura para entender las influencias que experimenta el curso de nuestras vidas desde un nuevo punto de vista. En concreto, consideran un modelo multicausal en el que se pueden diferenciar tres conjuntos de factores antecedentes que influyen en la producción de procesos de cambio evolutivo (Baltes, 1979):

a. Influencias normativas relacionadas con la edad (Normative age-graded influences): hacen referencia a factores biológicos o sociales que muestran una alta relación con la edad de los individuos. Es decir, aparecen generalmente a una edad determinada. Dentro de este grupo caben tanto las tradicionales influencias biológico-madurativas, como otros factores sociales (p. ej., la escolarización en la infancia o la jubilación en la vejez) que muestran una gran homogeneidad interindividual en la forma y momento de aparición. Son responsables de los grandes rasgos en los que se parece el desarrollo de todas las personas.

b. Influencias normativas relacionadas con la historia (Normative history-graded influences): hacen referencia a factores también de tipo biológico o social, pero que son específicos de cierto momento histórico y afectan a personas de diferentes edades (generaciones) de manera diferenciada. Pueden incluir tanto influencias lentas o a largo plazo (como p. ej. el proceso de cambio tecnológico, el cambio de valores respecto a la vida en pareja, etc.) como otras más puntuales y específicas (por ejemplo, una guerra, una epidemia o la invención de un electrodoméstico). Se suele hacer referencia a este tipo de determinantes como factores generacionales o de cohorte. Son los responsables de que los miembros de una determinada generación, por el hecho de haber vivido las mismas experiencias históricas, muestren cierto parecido.

c. Influencias no-normativas (Nonnormative influences): se refieren a factores biológicos o sociales que afectan a individuos o grupos sociales muy concretos en un momento dado de sus vidas, sin seguir patrones ni secuencias fijas. Por ejemplo, este tipo de eventos pueden afectar a la esfera laboral (cierre de la empresa en la que se trabaja), familiar (divorcio, orfandad) o de la salud (accidente grave). Como representantes de las experiencias vitales únicas, estos factores son responsables de gran parte de las diferencias interindividuales, sobre todo en personas de la misma generación.

La importancia de cada uno de estos tipos de influencias, sin embargo, no es la misma en todos los puntos del ciclo vital. En concreto, Baltes argumenta

Page 12: Cap 6. Villar-pearson

que durante la infancia los factores más relevantes son aquellos normativos relacionados con la edad, precisamente aquellos que enfatizan la regularidad y homogeneidad de los cambios. Estos factores son relativamente poco importantes durante la vida adulta, y únicamente en la vejez (y debido al declive biológico o la pérdida de ciertos roles sociales) vuelve a aumentar su influencia. En cuanto a los factores normativos relacionados con la historia, son especialmente importantes para la persona en la adolescencia y juventud, momentos en los que ciertos hechos históricos pueden marcarnos para toda la vida. Las influencias no normativas, por su parte, incrementan su importancia a medida que pasan los años. En el caso de la vejez, se relacionan por ejemplo con el riesgo de enfermedades o de pérdida inesperada de personas queridas, aspectos que pueden determinar el modo en el que se vive esta etapa. De hecho, si bien los tres tipos de factores pueden actuar como facilitadores de ganancias o como provocadores de pérdidas, a medida que envejecemos la probabilidad de esto último crece.

En suma, podemos decir que el enfoque del ciclo vital no únicamente aspira al estudio de un individuo que cambia a lo largo de la vida, sino a entender este cambio como un fenómeno intrínsecamente vinculado a un entorno biosocial también en transformación.

2.3. La adaptación, clave del desarrollo Un último aspecto especialmente destacado por el enfoque del ciclo vital

es el papel de la capacidad adaptativa del ser humano. El desarrollo, desde este punto de vista, no se entiende únicamente ni como el despliegue de un programa madurativo preestablecido ni como determinado socioculturalmente. Más bien, se entiende como un proceso activo en el que el individuo es capaz de cambiar sus propias circunstancias y, hasta cierto punto (dentro de los límites marcados por restricciones biológicas y culturales), ser arquitecto de su propio desarrollo. Este papel activo de la persona implica tanto responder a cambios en las condiciones sociales y/o biológicas que se pueden producir con el paso del tiempo como, proactivamente, generar cambios en un intento de adecuar esas condiciones a las propias preferencias personales o estados que se desean.

Esta perspectiva permite a Baltes y sus colaboradores (Baltes y Baltes, 1990; Baltes, Lindenberger y Staudinger, 1998) entender el desarrollo como un proceso de selección, a lo largo de la vida, de una serie de posibilidades y trayectorias evolutivas, trayectorias que experimentan un proceso de optimización una vez se eligen y la persona se implica en ellas. En este sentido,

Page 13: Cap 6. Villar-pearson

el desarrollo (y, por extensión, el envejecimiento) exitoso consiste en la orquestación a lo largo del tiempo de tres tipos de procesos:

a. Selección: la elección, consciente o no consciente, de determinadas trayectorias o dominios de comportamiento como espacio de desarrollo, ya sea este entendido como crecimiento, como mantenimiento o como regulación de pérdidas. Ante una situación en la que los recursos son finitos (y lo son cada vez más a medida que envejecemos), la persona ha de priorizar ciertos dominios o trayectorias por encima de otros, lo que hace más manejable el número de desafíos, amenazas y demandas potenciales con los que se encuentra. El proceso de selección puede implicar, en caso de pérdidas, el cambio de las metas del desarrollo con el fin de facilitar la consecución de las nuevas metas, generalmente más modestas, con los medios aún disponibles.

b. Optimización: una vez hemos escogido ciertas trayectorias o dominios evolutivos, hemos de explotar los recursos a nuestro alcance (biológicos, psicológicos, socioculturales) para maximizar, dentro de las restricciones en las que nos movemos, nuestro funcionamiento en esas trayectorias o dominios, poniendo en marcha las mejores estrategias y medios para conseguir las metas evolutivas deseadas.

c. Compensación: aparece en respuesta a una ausencia o pérdida de un medio o recurso que es relevante para la consecución de nuestras metas evolutivas. Se puede originar a partir de la pérdida de un recurso que antes estaba a nuestro alcance (lo que suele ser más frecuente a medida que envejecemos) o de un cambio en el contexto evolutivo que nos dificulta la consecución de nuestras metas. En cualquier caso, la compensación puede implicar la adquisición de nuevos medios (o la reconstrucción de los antiguos) para sustituir a los que se han perdido o no están disponibles.

Como hemos comentado, a partir de la integración de los tres mecanismos y de su puesta en marcha dinámica la persona puede conseguir las tres principales metas evolutivas que describimos en secciones anteriores: el crecimiento (o mejora en los niveles de funcionamiento), el mantenimiento del funcionamiento y la regulación de la pérdida. Es, en este sentido, en el que podemos hablar de desarrollo (y de envejecimiento) con éxito. Este proceso adaptativo se ilustra en la figura 2.

INSERTAR FIGURA 2

Por otra parte, el énfasis en la adaptación supone que el ser humano

dispone de un cierto margen de maniobra, de un potencial de flexibilidad. En

Page 14: Cap 6. Villar-pearson

cualquier momento de la vida podemos cambiar en alguna medida, y nuestra composición biológica, nuestra cultura o nuestras elecciones pasadas sólo hacen más fácil o probable ciertas trayectorias evolutivas futuras, pero no las determinan de manera estricta. Esta flexibilidad y potencialidad para el cambio es lo que se conoce como plasticidad, que determina el rango y los límites del cambio evolutivo.

En el caso del envejecimiento, la noción de plasticidad implica que las personas mayores pueden también cambiar y modificar ciertos procesos evolutivos, lo que, por otra parte, es el fundamento de cualquier intervención centrada en personas mayores. La plasticidad, sin embargo, tiene ciertos límites, y estos límites parece que se relacionan con la edad. Para esclarecer estas relaciones, los psicólogos del ciclo vital concretan la noción de plasticidad en lo que denominan capacidades de reserva (Baltes, 1987). Así, más allá del funcionamiento cotidiano, el rendimiento de un determinado individuo puede incrementarse en dos sentidos:

-Si se ponen en juego ciertas reservas internas, que permiten que la persona por sí misma ofrezca un rendimiento mayor cuando la tarea requiere una alta exigencia, cuando de lo que se trata es de dar lo mejor de uno mismo (lo que generalmente no ocurre en la vida cotidiana). Estas reservas hacen referencia, por ejemplo, a nuestra capacidad para realizar determinadas tareas de la manera más precisa posible o en el menor tiempo posible.

-Si se ponen en juego ciertas reservas externas, que permiten que la persona eleve su rendimiento cotidiano en circunstancias contextuales favorables y cuando se cuenta con apoyos. Estas reservas externas determinarían el nivel al que el individuo puede llegar si el contexto es el más óptimo posible. Ejemplos de este tipo de reservas son, por ejemplo, las ayudas de otras personas o de instrumentos técnicos.

En cualquier caso, la existencia de esas reservas y su efecto beneficioso sobre el rendimiento nos hablan de la capacidad plástica de la persona. Sin embargo, a medida que envejecemos tanto las capacidades de reserva internas como el grado en el que somos capaces de beneficiarnos de condiciones contextuales facilitadoras parecen disminuir con la edad. Es decir, lo que decrece con la edad no es tanto el funcionamiento cotidiano (al fin y al cabo, nos movemos generalmente en situaciones muy familiares que no exigen el despliegue de todas nuestras reservas), sino el rango de plasticidad evolutiva que nos permite mantener un rendimiento óptimo incluso en situaciones muy exigentes o bien beneficiarnos de las ayudas. La determinación de estos rangos

Page 15: Cap 6. Villar-pearson

de la plasticidad y su relación con la edad adquiere, desde este punto de vista, gran importancia (ver cuadro 2).

INSERTAR CUADRO 2

III. APLICACIÓN DE LOS PRINCIPIOS DEL CICLO VITAL A LA

INVESTIGACIÓN SOBRE EL ENVEJECIMIENTO Una vez descritos los principios fundamentales del enfoque del ciclo vital,

en esta segunda parte del capítulo examinaremos de manera breve cómo han sido aplicados a la práctica de investigación en diversos ámbitos relacionados con el proceso de envejecimiento. Cómo, obviamente, no podemos abarcar todos los ámbitos estudiados por el enfoque del ciclo vital, mencionaremos algunos ejemplos pertenecientes únicamente a tres ámbitos: los cambios cognitivos, el yo y la identidad y, por último, los cambios en las relaciones sociales. Este repaso nos permitirá ejemplificar y concretar cómo se entiende el envejecimiento desde el enfoque del ciclo vital, al mismo tiempo que ofrecer una de las visiones más influyentes para la concepción del envejecimiento en cada uno de esos tres dominios.

3.1 Cambios cognitivos Los estudios sobre cambios cognitivos relacionados con el envejecimiento

fueron el origen de muchas de las ideas que hoy forman el enfoque del ciclo vital y, aún hoy, es el ámbito más estudiado desde esta perspectiva. Ya desde su inicio, los autores vinculados al ciclo vital intentaron ofrecer una versión menos pesimista del cambio cognitivo en la segunda mitad de la vida, caracterizado hasta ese momento por la idea de declive como fenómeno que supuestamente describía el proceso de envejecimiento cognitivo.

El desafío de los autores que vincularon al ciclo vital esta idea dominante viene de la mano de dos aspectos. En primer lugar, plantean cambiar el diseño de los estudios que entonces se hacía sobre la inteligencia, y pasar de los tradicionales estudios transversales a otros longitudinales o secuenciales (ver cuadro 1). En segundo lugar, apuestan por una versión compleja de la cognición humana, compuesta por varios factores relativamente independientes más que por un único componente.

Entre estos primeros estudios, que se centran en el concepto de inteligencia y utilizan instrumentos psicométricos (los tests de inteligencia) para su evaluación, destaca el Seattle Longitudinal Study, dirigido por Warner Schaie.

Page 16: Cap 6. Villar-pearson

Este estudio secuencial comenzó en 1956 y ha recogido desde ese momento medidas de inteligencia cada siete años utilizando el test multifactorial PMA. Las conclusiones más importantes a las que se han llegado, tras casi medio siglo de estudio, son las siguientes (Schaie, 1994, 1996):

• Existen amplias diferencias intrainviduales en el cambio de la inteligencia en la segunda mitad de la vida. Mientras algunos factores intelectuales muestran claros declives, otros se mantienen más estables e incluso experimentan crecimientos hasta edades avanzadas;

• Los efectos asociados a la generación son muy importantes y en muchas ocasiones son incluso mayores que los efectos madurativos que podemos atribuir al envejecimiento cognitivo;

• Una vez extraídos los efectos generacionales, el supuesto declive de la inteligencia no se muestra en la mayoría de personas hasta edades muy avanzadas, generalmente más de 75 u 80 años. Estos declives aparecen con mucha mayor probabilidad en personas con salud frágil.

Profundizando en la concepción múltiple de la cognición, Baltes (1993) recoge la distinción clásica entre inteligencia fluida y cristalizada (Horn y Catell, 1966; Horn, 1982), ha distinguido entre lo que denomina la mecánica y la pragmática de la inteligencia, caracterizadas de la siguiente manera:

• La mecánica de la inteligencia hace referencia a los procesos cognitivos básicos, relativamente universales y que reflejan unas condiciones compartidas de evolución biológica y psicológica. Sus fuentes se encuentran fundamentalmente en el desarrollo biológico y en el cerebro como soporte de toda competencia cognitiva. Utilizando una metáfora informática, representaría el hardware de la cognición;

• La pragmática de la inteligencia, por el contrario, se refiere a capacidades cognitivas contextualizadas en ciertos dominios de conocimiento. Haría referencia a conocimientos moldeados por las metas y entornos culturales que la persona experimenta a lo largo de su vida, conocimientos que permiten afrontar y adaptarse a las situaciones reales. Desde la metáfora informática, representaría el componente de software cognitivo.

La distinción entre mecánica y pragmática es importante porque ambos componentes parecen seguir trayectorias evolutivas muy diferentes. Así, mientras la mecánica cognitiva declina a partir de la juventud, la pragmática

Page 17: Cap 6. Villar-pearson

cognitiva se mantiene (e incluso existen posibilidades de mejora) durante la adultez y vejez. Estas tendencias son coherentes con las proposiciones de la psicología del ciclo vital que hemos comentado anteriormente, ya que reflejan la dinámica entre biología y cultura a través del ciclo vital (recursos biológicos menguantes a medida que pasan los años, mayor necesidad de cultura con la edad), la presencia de ganancias y pérdidas a lo largo de toda la vida (incluso en la vejez) o la gran importancia de las diferencias intraindividuales.

Contar con un componente como la mecánica cognitiva, vinculado a procesos cognitivos básicos de raíz biológica en último término, permite que puedan ser integrados dentro del enfoque del ciclo vital la ingente cantidad de estudios realizados desde la perspectiva del procesamiento de la información sobre percepción, atención y, sobre todo, memoria, aspectos todos ellos que consistentemente muestran declives asociados a la edad (ver capítulo 7). La clave es que estos declives no son toda la historia del cambio cognitivo en la vejez, sino tan sólo un aspecto parcial.

Por otra parte, la mayoría de estudios sobre la mecánica cognitiva realizados desde el enfoque del ciclo vital intentan examinar si el cambio (y, en concreto, la reversión del declive) es posible en este componente y cuál es el límite de este cambio (ver cuadro 2). En este sentido, parece demostrarse que los mayores se benefician de programas de entrenamiento cognitivo centrados en los componentes mecánicos y que estas mejoras se mantienen bastante bien en el tiempo, aunque permanecen muy vinculadas a los aspectos entrenados y son poco generalizables a otros. Es decir, con el apoyo y la intervención adecuada los mayores pueden mejorar incluso en competencias que muestran declives asociados a la edad (la memoria es la más típica y estudiada), mostrando ciertas capacidades de reserva y plasticidad. Es precisamente cuando se trata de concretar los límites de esas capacidades de reserva cuando los efectos de la edad aparecen más claramente: en los jóvenes tanto el grado de mejora si realizan intervenciones como el rendimiento en condiciones especialmente difíciles sobrepasan con mucho al que son capaces de mostrar los mayores, aunque en el rendimiento cotidiano habitual estas diferencias son mucho menores.

Por ejemplo, en una tarea cotidiana de memoria, es probable que el rendimiento entre jóvenes y mayores sea similar o algo mayor en los jóvenes. Sin embargo, si complicamos la prueba (incrementando la velocidad a la que se presentan los estímulos o dejando menos tiempo para memorizar, por ejemplo), las diferencias entre mayores y jóvenes se multiplican. Cuando se intenta enseñar a jóvenes y mayores estrategias de memoria para mejorar el

Page 18: Cap 6. Villar-pearson

rendimiento, ambos grupos mejoran (es decir, muestran capacidades de reserva), pero los jóvenes lo hacen más rápido y en mayor medida. En suma, los mayores muestran capacidades de reserva que, si son activadas, mejoran su rendimiento. Con la edad estas reservas tienden a menguar, aunque únicamente en presencia de enfermedades graves que afecten a la cognición (el ejemplo típico son las demencias) las capacidades de reserva parecen estar ausentes o casi ausentes (Fernández-Ballesteros, Zamarrón, Tárraga y Moya, 2003; Singer, Lindenberger y Baltes, 2003).

Por lo que respecta a la pragmática, se ha estudiado hasta qué punto estas capacidades se mantienen e incluso crecen en la vejez y si, en coherencia de su naturaleza cultural que nos permite ir más allá de nuestros límites biológicos, estas capacidades pragmáticas pueden llegar a compensar y neutralizar las pérdidas posibles en capacidades mecánicas que se asocian al envejecimiento. Desde el enfoque del ciclo vital se concibe la pragmática cognitiva como un conjunto de dominios de conocimiento experto (Ericsson y Charness, 1994). Estos dominios están formados por cuerpos de conocimiento muy rico e interrelacionado, fruto de una selección personal (como cuando nos interesa un tema y comenzamos a saber sobre él o cuando escogemos cierta especialización profesional) o determinada culturalmente, como sucede en el caso de las materias incluidas obligatoriamente en los currícula escolares. La acumulación de experiencias en periodos largos de tiempo optimiza progresivamente esos cuerpos de conocimiento hasta dar lugar a ámbitos en los que la persona es experta.

En estos ámbitos expertos los declives asociados a la edad parecen menores e incluso se pueden producir ganancias hasta edades más avanzadas, con independencia de las pérdidas en la mecánica cognitiva. Esto es así porque un conocimiento extenso y profundo sobre determinado dominio puede hacernos actuar estratégicamente para desactivar los posibles efectos de pérdidas asociadas a la edad en un nivel más básico (mecánico). Es decir, la pragmática cognitiva puede compensar hasta cierto punto pérdidas en la mecánica cognitiva. Por ejemplo, Salthouse (1984, 1995), comparando mecanógrafos jóvenes y mayores, encontró que mientras los jóvenes superaban ampliamente a los mayores en las competencias básicas que subyacen al hecho de escribir a máquina (velocidad perceptiva, rapidez psicomotora, etc.) estas diferencias ‘mecánicas’ no afectaban al rendimiento global debido a que los mayores aplicaban una serie de estrategias compensatorias, entre la que se contaban la retención de un mayor número de palabras cuando miraban al texto que debían mecanografiar. Procesos similares de compensación se han

Page 19: Cap 6. Villar-pearson

encontrado estudiando a pianistas mayores (Krampe y Ericsson, 1996) o a ajedrecistas mayores (Erikson y Charness, 1994). De hecho, más allá de estos dominios de conocimiento altamente especializados, procesos similares pueden subyacer en la reducción o ausencia de diferencias asociadas a la edad cuando las tareas cognitivas son altamente familiares para los mayores y cercanas a su vida cotidiana, en la que, obviamente, son expertos (ver, por ejemplo, Blanchard-Fields, Chen y Norris, 1997).

También en relación con la pragmática cognitiva, un ámbito especialmente estudiado por los autores del ciclo vital, y en especial por Baltes y su equipo, es el de la sabiduría. Aunque la sabiduría es un concepto ambiguo y de naturaleza compleja (ver Sternberg, 1994 para disponer de diferentes aproximaciones a este tema), Baltes y Staudinger (2000) lo definen como un sistema de conocimiento experto que permite el buen juicio y la capacidad de aconsejar sobre cuestiones fundamentales, aunque inciertas, de la vida. Evaluando la sabiduría a través de respuestas a dilemas vitales (ver cuadro 3), Baltes y su equipo han encontrado que pocas personas alcanzan los criterios suficientes para ser consideradas ‘sabias’, lo que es coherente con su visión de la sabiduría como sistema de conocimiento experto y que, por lo tanto, es difícil de lograr. La presencia de personas sabias no se relaciona con la edad, hay tantas personas mayores sabias como adultos sabios de otras edades, e incluso ligeramente más si escogemos dilemas relevantes desde la perspectiva de la persona mayor. Aunque esto quizá pueda ser decepcionante (sobre todo si se busca la sabiduría como atributo que pueda experimentar ganancias asociadas a la edad), implica que es un ámbito en el que la pérdida no aparece en absoluto.

INSERTAR CUADRO 3

La conclusión a la que se llega es que quizá la edad, por sí sola, no es un

elemento que determine la sabiduría: elementos como ciertas características de personalidad, ciertas motivaciones interpersonales y, sobre todo, la experiencia extensa en contextos vitales en los que la persona ha de dar consejo sobre cuestiones vitales complejas (por ejemplo, ciertos profesionales como los psicólogos clínicos o los mediadores de pareja), parecen más directamente vinculados a la aparición de la sabiduría. En este sentido, una vez implicados en estos contextos, la edad es sólo un indicador aproximado del grado de experiencia acumulada.

3.2. Ciclo vital y cambios en el self

Page 20: Cap 6. Villar-pearson

El ámbito de la personalidad ha sido otro de los tradicionalmente estudiados en relación al envejecimiento. En este caso, como en el estudio de la cognición, la pregunta fundamental es si a medida que envejecemos experimentamos o no cambios. Si bien el estudio de los rasgos de personalidad parece indicar que la estabilidad es la norma (Costa y McCrae, 1989), la psicología del ciclo vital se ha centrado en otro aspecto del estudio de la personalidad donde los cambios sí parecen existir: el desarrollo del self. Desgraciadamente, el propio término de self (que podríamos traducir, apartando sus connotaciones psicodinámicas, con el término ‘yo’) ha sido utilizado de múltiples maneras dentro de la literatura científica y es, en cierta medida, un concepto con múltiples significados (Katzko, 2003). Entre ellos, sin embargo, la mayoría de autores suelen diferenciar entre dos modos de entender el self:

- El self como sujeto, la entidad personal encargada de interpretar, de conocer y de actuar. En este sentido, y en relación al desarrollo y envejecimiento, son especialmente críticas dos de sus funciones: por una parte la de aplicar mecanismos de autorregulación y afrontamiento en respuesta a ciertos acontecimientos o escenarios evolutivos y, por otra, la de establecer metas y organizar cursos de acción destinados a conseguirlas. Tanto para una como para otra, el self dispone y utiliza una serie de recursos personales de diferente naturaleza: capacidades físicas y de acción, competencias cognitivas y conocimientos, redes sociales, tiempo, recursos materiales, etc. Así, esta instancia del yo sería una función directora y ejecutiva encargada de regular, orquestar y dirigir nuestro desarrollo personal;

- El self como objeto, como conjunto de conocimientos que agrupa las cogniciones referidas a uno mismo, lo que tradicionalmente se ha denominado autoconcepto. Forman parte de este autoconcepto conocimientos que son especialmente significativos para nosotros mismos, que tienen una relevancia biográfica y que son capaces de identificarnos y distinguirnos de otras personas. Nuestro autoconcepto despierta ciertas connotaciones afectivas (es decir, puede ser evaluado más o menos positivamente por nosotros mismos, lo que se conoce como autoestima) y contiene no únicamente ideas respecto a nuestro estado actual, sino también a cómo concebimos nuestro pasado y evolución hacia el presente y a las metas y estados futuros, deseados y no deseados, que queremos conseguir para nosotros mismos.

A partir de esta diferencia, en buena medida las propuestas del ciclo vital estudian cómo el self como sujeto es capaz de establecer y organizar cursos de acción para conseguir ciertas metas de desarrollo (ya sea de mejora,

Page 21: Cap 6. Villar-pearson

mantenimiento o regulación de la pérdida) a partir de esfuerzos que suelen implicar, como resultado colateral del éxito o fracaso de ese esfuerzo o bien incluso como estrategia para el propio logro de esas metas, el cambio en las concepciones sobre uno mismo.

En el caso del envejecimiento y la vejez, el punto de partida es en muchas ocasiones el hecho a primera vista sorprendente de que, si bien envejecer implica un cierto número de cambios (algunos de ellos, como los vinculados al declive físico, irreversibles) y transiciones que podrían poner en riesgo aspectos de nuestro autoconcepto, parece ser que aspectos como la autoestima, el bienestar subjetivo o incluso el sentido de control personal se mantienen estables en lo fundamental a medida que envejecemos (Gatz y Karel, 1993), incluso en personas que han alcanzado edades muy avanzadas (Troll y Skaff, 1997). Este fenómeno, que se conoce como la paradoja del envejecimiento, supone que las personas necesariamente han de implicarse en procesos adaptativos para contrarrestar los potenciales daños psicológicos de las amenazas y pérdidas que rodean al envejecimiento. Este énfasis en la pérdida y los intentos de contrarrestarla no cierra las puertas, sin embargo, a la presencia de procesos de cambio personal en la vejez motivados por un deseo de mejora, deseo mediado en muchas ocasiones por procesos de reflexión sobre la propia vida (p-ej., Staudinger 2001) o de planificación de nuevas metas futuras (p. ej., Smith, 1999). Este tipo de procesos de expansión y mejora, si bien son algo menos probables a medida que envejecemos (y, muy especialmente, en edades muy avanzadas), también son perfectamente posibles dentro del enfoque del ciclo vital, como hemos visto en apartados anteriores.

En la explicación de la paradoja del envejecimiento y del cambio personal en la segunda mitad de la vida, un marco especialmente integrador es el propuesto por el psicólogo evolutivo alemán Jochen Brandtstädter. Desde su punto de vista, las metas evolutivas, entendidas como representaciones sobre estados futuros que pretendemos alcanzar o evitar, son un aspecto crucial de nuestro autoconcepto y un recurso importante para adaptarnos a los cambios. Esto es debido a que nuestro bienestar depende en gran medida de la distancia entre nuestro estado actual y nuestras metas: a mayor distancia con las metas que deseamos conseguir, menos bienestar, mientras que la relación es inversa con los estados que deseamos evitar. Precisamente cuando esa distancia supone una amenaza a nuestro bienestar (nuestras metas deseadas se perciben demasiado lejos, o las no deseadas demasiado cerca) se ponen en marcha estrategias y planes de acción destinados a modificarla. En el proceso de envejecimiento, debido a unas condiciones crecientemente amenazantes para la

Page 22: Cap 6. Villar-pearson

consecución de nuestras metas deseadas y a un mayor riesgo de embarcarse en procesos que conduzcan a estados no deseados, la distancia con las metas deseadas puede tender a crecer mientras que la existe con algunos de los estados que se quieren evitar puede disminuir, con lo que la implicación en estrategias adaptativas para mantener esa distancia en términos razonables sería especialmente importante.

Brandtstädter diferencia entre dos grandes tipos de estrategias adaptativas destinadas a gestionar la distancia entre nuestra situación presente y nuestras metas (Brandtstädter y Rothermund, 2002):

a. Las estrategias de asimilación, cuya aplicación implica bien acercar nuestra situación actual (la visión presente de nosotros mismos) a las metas que nos hemos establecido, bien alejarla activamente de los estados no deseados. Se trata de transformar nuestro presente para que se parezca a nuestras metas de futuro.

b. Las estrategias de acomodación, cuya aplicación implica acercar las metas deseadas (o alejar las no deseadas) a nuestra situación actual. En este caso, se trata de cambiar las metas de futuro para que se parezcan más a nuestro estado presente.

Así, por ejemplo, para una persona cuyas aspiraciones y prioridades vitales estén muy vinculadas al sentido de productividad personal que proporciona el trabajo, la jubilación podría representar una amenaza importante. Para abordarla, es necesario poner en marcha estrategias de adaptación. Esa persona podría, entre otras opciones, intentar sustituir el trabajo perdido con otro tipo de actividades no remuneradas que permitieran mantener el valor personal de la productividad. En este caso estaríamos hablando de una estrategia de asimilación. O, alternativamente, podría restar valor a la productividad en esa nueva etapa de su vida y volcarse en otros valores y metas, como el cuidado de la pareja o de los nietos. En este caso estaríamos ante un ejemplo de estrategia de acomodación.

En la figura 3 presentamos algunos ejemplos de estrategias de asimilación y acomodación. Como podemos observar, aunque en diferente grado en cada una de ellas, en estas estrategias podemos identificar lo que hemos en apartados anteriores llamábamos optimización, selección y compensación.

INSERTAR FIGURA 3

Optar prioritariamente por un tipo de estrategia de asimilación o de

acomodación depende de algunos factores, entre los que destacan la percepción

Page 23: Cap 6. Villar-pearson

de competencia personal y los recursos con los que contamos (si son elevados, más probabilidad de aplicar estrategias de asimilación), la importancia de personal que damos a las metas amenazadas (a mayor importancia, más dificultad en abandonarlas o reformularlas) o el grado en el que una situación se cree irreversible (en situaciones irreversibles la probabilidad de utilizar estrategias de asimilación desciende). Precisamente el envejecimiento, por su carácter irreversible, se supone que suscita un incremento relativo de las acciones de acomodación respecto a las de asimilación (Brandtstädter, Wentura y Greve, 1993).

Quizá por esta última razón, los cambios en las metas personales y en otros aspectos del autoconcepto han sido especialmente estudiados como elementos que ayudan a adaptarse a las nuevas circunstancias evolutivas que plantea el hecho de envejecer (Villar, Triadó, Soler y Osuna, 2003). En este sentido, dado que el tiempo de vida es por definición limitado, avanzar por el ciclo vital comporta una progresiva reducción de los años que nos quedan por vivir, lo que hace plausible que envejecer también comporte una reducción del alcance temporal de nuestras metas y objetivos: mientras en la juventud estos pueden establecerse a largo plazo, en la vejez, cuando el horizonte temporal se acorta, la persona puede llegar a reconocer que no va a ser posible conseguir algunos proyectos personales mantenidos en otras etapas de la vida y ponga en marcha un recorte en su aspiraciones de futuro, colocándolas a más corto plazo o redefiniéndolas de forma más modesta, menos ambiciosa. Por ejemplo, Cross y Markus (1991) compararon los deseos y temores futuros de cohortes de diferente edad y comprobaron cómo las personas más mayores enfatizan en mayor medida que los jóvenes el logro y desarrollo de roles y actividades que ya se desempeñan en el presente, más que la consecución de nuevos roles o actividades. De igual manera, Ryff (1991) o Flesson y Heckhausen (1996) han comprobado como la distancia entre la manera en que las personas se ven en el presente y como les gustaría llegar a ser se reducía en las personas de mayor edad. Este acercamiento entre el presente y lo ideal se conseguía básicamente a partir de una reducción de los ideales a medida que se envejece.

Así pues, parece que a medida que la persona envejece, la percepción del futuro cambia. Mientras que cuando se es joven el futuro es un dominio temporal en el que se puede progresar respecto al presente si todo va bien, los más mayores lo contemplan como un dominio en el que, si todo va bien, únicamente pueden mantener las condiciones positivas del presente. Los mayores intentarían primordialmente conservar las cosas buenas todavía disponibles y posibles en su presente, como podrían ser la realización de

Page 24: Cap 6. Villar-pearson

diversas actividades de ocio sin demasiadas exigencias físicas o intelectuales (pasear, tomar el sol, viajar, escuchar música), el mantenimiento del estado de salud, etc. En este sentido, envejecer, a través de estos movimientos de acomodación, deja de convertirse en una cuestión de ganar y alcanzar nuevos estados para pasar a ser fundamentalmente un cuestión de no perder lo que ya se tiene (Dittmann-Kohli, 1991).

Una segunda forma de cambio en los objetivos y metas no es tanto reducir la ambición o la extensión temporal dentro de los mismos objetivos, sino más bien cambiar los objetivos, sustituyendo unos (aquellos que se ven fuera el rango posible) por otros más realistas y para los que la persona se percibe con suficientes recursos y sensación de control. Además, estos cambios de objetivos podrían reflejar también las diferentes tareas evolutivas ante las que se enfrenta la persona a medida que envejece. En un estudio transversal con personas de 25 a 105 años citado en Baltes, Lindenberger y Staudinger (1998, ver Tabla 1) se apreció como las prioridades vitales de las personas cambiaban a medida que avanzaban a lo largo del ciclo vital. Así, la salud cobraba importancia a medida que las personas envejecían, para ser la prioridad fundamental en las personas de más edad.

INSERTAR TABLA 1

De manera similar, otras investigaciones (Cross y Markus, 1991; Hooker,

1999) han destacado como tanto los deseos como los temores de las personas mayores se centran especialmente, en comparación con otros grupos de edad, en el ámbito físico y de la salud. En cualquier caso, tanto reducir las perspectivas de futuro como cambiar los objetivos podrían no sólo ser una estrategia de acomodación adaptativa en sí misma, sino a la vez favorecer la consecución de las metas que todavía se mantienen, es decir, favorecer los esfuerzos de asimilación (Heckhausen y Schultz, 1995). Tener menos metas y cercanas a su situación presente aumenta la probabilidad de conseguirlas, y, en consecuencia, el propio sentido de poder todavía influir en el entorno y dirigir su propia vida, lo que es un importante componente de la satisfacción personal (Dietz, 1996).

Un segundo mecanismo de acomodación especialmente estudiado con referencia al envejecimiento es el cambio en los estándares de comparación para evaluar la situación personal. El valor de las pérdidas que las personas mayores experimentan con el paso de los años y de su declive en ciertas dimensiones resulta amortiguado por el hecho de que son pérdidas y declives normativos,

Page 25: Cap 6. Villar-pearson

que sufren gran parte de las personas de una misma edad cronológica y que son esperados. Sin embargo, esta falta de consecuencias para el self de ciertas pérdidas asociadas al envejecimiento puede reforzarse cambiando los estándares en función de los que evaluamos nuestro estado actual y la cercanía o no de nuestras metas.

Por ejemplo, podemos cambiar los grupos de referencia a la hora de valorar nuestra situación. En este sentido, a medida que pasan los años parece que existe la tendencia a compararse con personas que muestran un peor envejecimiento que uno mismo (downward comparisons). Así, una persona puede percibir que envejece relativamente bien o que sus problemas e inconvenientes no son tan graves porque conoce a otras que envejecen peor o que tienen más problemas o de mayor gravedad. Este tipo de comparaciones se ha encontrado que potencian sentimiento de bienestar y satisfacción (Heidrich y Ryff, 1993). En la vejez, además, el ámbito más susceptible de generar comparaciones sociales favorables es precisamente el estado físico y la salud, el dominio quizá más amenazado por el paso del tiempo. Las consecuencias de estas comparaciones sociales son especialmente positivas para el bienestar de las personas que ya tienen algún problema de salud (Heidrich y Ryff, 1995).

Por otra parte, estas comparaciones sociales de las que se extraen consecuencias favorables para uno mismo también se pueden establecer comparando el propio envejecimiento con aquello que se supone que es el ‘envejecimiento normal’, el que afecta a la mayoría de personas. En este sentido, tener una imagen pesimista del ‘envejecimiento normal’ podría resultar adaptativo a medida que se envejece, ya permite que nos veamos como excepciones a la regla general: mientras mantenemos la visión de que envejecer significa para la mayoría de personas perder y deteriorarse, percibimos en nosotros mismos un mejor envejecimiento de lo que sería esperable según esa visión pesimista. Por ejemplo, en una investigación de Heckhausen y Krueger (1993), se encontró que las personas mayores enfatizaban las pérdidas que conlleva envejecer para la mayoría de gente, mientras al mismo tiempo minusvaloraban pérdidas y subrayaban las ganancias cuando se referían a su propio envejecimiento. Este efecto no se daba en los jóvenes, quienes esperaban lo mismo de su propio envejecimiento que del de la mayoría de personas. De esta manera, paradójicamente, sostener una imagen muy negativa del envejecimiento (y, en general, los estereotipos negativos sobre esta etapa) pueden favorecer la adaptación de las personas a medida que en envejecemos.

Un último mecanismo que implica estándares de comparación es el cambio en la percepción que uno tiene de su propia trayectoria evolutiva. En

Page 26: Cap 6. Villar-pearson

este caso la comparación, más que ser social, es temporal. Ryff (1991) encontró en este sentido que, a la hora de considerar su propia trayectoria evolutiva, las personas mayores la contemplan como caracterizada básicamente por la estabilidad. Los mayores estiman que han cambiado mucho menos con los años y evalúan su pasado de forma mucho más positiva de lo que lo hacen los jóvenes. Este tipo de comparaciones evita en cualquier caso que la persona se vea a sí misma declinando con la edad.

Todos estos procesos de comparación social son movimientos de acomodación en la medida que tienen como consecuencia un recorte de la distancia entre cómo nos valoramos a nosotros mismos actualmente y las trayectorias evolutivas deseadas. En este caso no se lleva a cabo reajustando o sustituyendo objetivos, sino cambiando (de manera no consciente) el patrón con el que valoramos nuestro estado actual y la distancia hacia esas metas.

3.3. Ciclo vital y evolución de las relaciones sociales en la vejez Un último ámbito en el que las propuestas del ciclo vital ejercen una

importante influencia es el estudio de la evolución de la frecuencia y tipo de relaciones sociales que se mantienen a medida que la persona envejece.

Este ámbito ha estado tradicionalmente marcado por la idea de que algunos de los cambios asociados a la vejez, de sus tareas evolutivas y roles característicos, parecen implicar una progresiva reducción de la actividad social: la jubilación, la independencia de los hijos o, en último término, la muerte del cónyuge o de otras personas significativas serían algunos hitos en este sentido. Esta reducción de la actividad social ha sido contemplada como un proceso natural y adaptativo (ver, por ejemplo, la teoría de la desvinculación; Cumming y Henry, 1961) o como un proceso que la persona intenta revertir buscando nuevas relaciones y actividades que sustituyan las que se pierden (ver, por ejemplo, la teoría de la actividad; Havighurst, Neugarten y Tobin, 1968).

Desde el enfoque del ciclo vital, sin embargo, la explicación de este proceso es algo más compleja, representada sobre todo por las propuestas de la autora norteamericana Laura Carstensen. Esta autora contempla el comportamiento social observable en cada momento de la vida como el resultado de un proceso de adaptación a las circunstancias evolutivas de ese momento. Para comprender el comportamiento social en la vejez, hemos de entender las circunstancias evolutivas que rodean esa etapa y cómo la persona las tiene en cuenta para intentar compensar posibles pérdidas u optimizar los recursos disponibles. Por otra parte, el desarrollo inevitablemente implica

Page 27: Cap 6. Villar-pearson

seleccionar unas ciertas trayectorias evolutivas y no otras. Adaptarse es en gran medida especializarse, escogiendo ciertas actividades, lugares y personas que parecen más adecuados para conseguir determinados fines, lo que implica, inevitablemente, dejar de lado otras posibilidades (Carstensen, 1998).

En este sentido, si bien el número de personas con las que nos relacionamos y la frecuencia de contacto social pueden disminuir a medida que envejecemos, según Carstensen este descenso es muy selectivo y afecta sobre todo a los contactos más accesorios, más superficiales, mientras que las relaciones más estrechas permanecen básicamente intactas con la edad. Esta tendencia a seleccionar los contactos sociales especialmente estrechos, descartando los más superficiales, parece iniciarse ya en la media edad, lo que hace difícil que pueda ser interpretada como un déficit propio de la vejez. Así, en un estudio con personas de 10, 30, 40 y 50 años, Carstensen (1992) estudió la frecuencia de contacto con diversas figuras sociales y comprobó cómo las reducciones de contacto con conocidos eran ya apreciables de manera bastante temprana en la adultez, mientras que no se apreció reducción alguna en las relaciones con otras figuras con las que se tenía un contacto y una relación afectiva estrecha (por ejemplo, los padres, la pareja, etc.) Este patrón es consistente con la presencia de un proceso de selección que comienza ya desde el principio de la adultez y por el que vamos excluyendo de nuestra red social a los compañeros más superficiales, manteniendo en cambio el núcleo de aquellos con los que mantenemos una relación más cercana (ver figura 4).

INSERTAR FIGURA 4

Para explicar esta tendencia, Carstensen (Carstensen, Isaacowitz y Charles,

1999) destaca que el comportamiento social puede estar motivado por dos tipos de razones principales: un deseo de buscar información, de aprender de la otra persona (motivación informacional), y un deseo de recibir de apoyo emocional y regulación de los sentimientos, de manera que los otros nos ayudan a sentirnos bien y a evitar estados emocionales negativos (motivación emocional). Las tendencias evolutivas de estos dos motivos siguen trayectorias diferentes: mientras los motivos relacionados con la adquisición de información son muy importantes en la infancia pero van disminuyendo poco a poco durante la adultez, los motivos emocionales, que también son muy elevados durante la infancia, tienden a tener relativamente menos importancia durante la adolescencia y adultez temprana para ser de nuevo muy importantes en las últimas décadas de la vida. Así, mientras los motivos de búsqueda de

Page 28: Cap 6. Villar-pearson

conocimiento disminuyen a medida que envejecemos, los motivos emocionales aumentan, lo que provoca que las personas mayores, a la hora de seleccionar personas con las que tener contacto social, seleccionen precisamente aquellas que con más probabilidades van a proporcionar satisfacciones emocionales, es decir, aquellas que ya son conocidas y con las que ya existía una relación estrecha. Los contactos relativamente novedosos o más superficiales, que quizá se ajustan más a una búsqueda de información, son descartados a medida que la persona envejece. Globalmente tenemos una disminución de contactos, pero una disminución altamente selectiva: se sacrifican los más superficiales y se intentan mantener a toda costa aquellos más cercanos, que proporcionan mayor recompensa emocional (Friedickson y Carstensen, 1990).

El determinante más importante del cambio en el balance entre un comportamiento social dirigido a la búsqueda de la información y dirigido a la emoción no es la edad por sí misma, sino más bien la percepción y valoración del tiempo que queda hasta determinado final (Carstensen, Isaacowitz y Charles, 1999). Es este factor el que explica los cambios en ambos motivos. Así, cuando el tiempo se evalúa como ilimitado, o el final no se ve en un futuro cercano, la persona tiende a priorizar metas relacionadas con la búsqueda de información, con la novedad, aun a costa del retraso en la consecución de recompensas emocionales inmediatas. Por el contrario, cuando el tiempo es percibido como limitado, cuando el fin se vislumbra cercano, la persona tiende a implicarse especialmente en comportamientos sociales de los que derivar una satisfacción y un significado inmediato de carácter emocional. De una orientación al futuro la persona pasa a una orientación al presente. Es en este sentido en el que Carstensen, Isaacowitz y Charles (1999) hablan de que las motivaciones informacionales y emocionales también pueden ser contempladas como una motivación hacia la preparación para el futuro y hacia la satisfacción en el mismo momento, respectivamente.

Obviamente, el envejecimiento y la vejez están indisolublemente unidos a una dimensión temporal y, en concreto, relacionados con una disminución del tiempo de vida. Sin embargo, esta misma tendencia a priorizar la emoción y el presente por encima de la novedad y el futuro en las relaciones sociales se ha observado en personas que también perciben su tiempo futuro limitado, pero que no necesariamente son mayores. Diversos estudios con personas afectadas por enfermedades potencialmente mortales así lo demuestran (Carstensen y Friedickson, 1998)

En resumen, la propuesta de Carstensen enfatiza el valor del tiempo percibido como un motivador esencial que potencia los intentos de conseguir

Page 29: Cap 6. Villar-pearson

ciertas metas sociales u otras. Cuando el tiempo se percibe limitado, lo afectivo tiene un valor especial. Cuando no existen presiones temporales, las personas pueden invertir su esfuerzo en actividades que puedan tener una mayor rentabilidad a largo plazo, arriesgándose incluso a tener costes a corto plazo. En tanto el envejecimiento es un proceso inherentemente temporal marcado por un final, los motivos de las personas tienden a cambiar motivaciones, valores y prioridades, como ya vimos en la sección anterior (ver, por ejemplo, Lang y Carstensen, 2002). Por otra parte, precisamente por este énfasis en el aspecto emocional del comportamiento a medida que se envejece, Carstensen (Lang y Carstensen 2002; Carstensen, Isaacowitz y Charles, 1999) plantea que no sólo lo emocional tiene mayor importancia en la vejez, sino que la calidad de las emociones es cualitativamente diferente en la vejez, presentando los mayores una menor frecuencia de estados emocionales negativos (Carstensen, Pasupathi, Mayr y Nesselroade, 2000) y, sobre todo, una mejor regulación de las emociones (Carstensen, Gottman y Levenson, 1995). De esta manera, el cambio en las relaciones sociales en la segunda mitad de la vida no únicamente puede ser fruto de procesos de selección y compensación, sino también puede contribuir a optimizar el funcionamiento en ámbitos vitales relacionados, como el emocional. La presencia de estos tres componentes (selección, compensación, optimización) hace que podamos hablar del cambio en las relaciones sociales vinculado al envejecimiento como el fruto de un verdadero proceso adaptativo tal y como es entendido desde el enfoque del ciclo vital (Ferraro y Farmenr, 1995).

Obviamente, el dominio de la actividad social en la vejez no se agota en la frecuencia o tipo de relaciones que se mantienen. El ámbito del apoyo social y los cuidados proporcionados por figuras sociales que rodean a la persona mayor es uno de los ámbitos de estudio e intervención más importante en este sentido, especialmente cuando hablamos de personas mayores con salud frágil o que han sufrido pérdidas psicosociales importantes. Desde la perspectiva del ciclo vital, estos apoyos se conciben como capacidades de reserva que se activan en caso de necesidad y que pueden compensar algunas pérdidas asociadas a la edad (p. ej., Staudinger, Marsiske y Baltes, 1995). En los capítulos 8 y 16 se retomarán con mayor profundidad estos temas.

Page 30: Cap 6. Villar-pearson

IV. REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS BALTES, P.B. (1979). BALTES, P.B. (1987). Theoretical propositions of Life-Span Developmental

Psychology: On the dynamics between growth and decline. Developmental Psychology, 23, 611-626.

BALTES, P.B. (1993). The aging mind: Potential and limits. The Gerontologist, 33, 580-594.

BALTES, P.B. (1997). On the incomplete architecture of human ontogeny. American Psychologist, 52, 366-380.

BALTES, P.B. y BALTES, M.M. (1990). Psychological perspectives on successful aging: The model of selective optimization with compensation. En P.B. Baltes y M.M. Baltes (Eds.) Successful aging. Perspectives from the behavioral sciences(pp. 1-34). Cambridge: Cambridge University Press.

BALTES, P.B. y GOULET, L.R. (1970) Status and issues of a life-span developmental psychology. En L.R. GOULET y P.B. BALTES (Eds.), Life-span developmental psychology: Research and theory (pp. 3-21). Nueva York: Academic Press.

BALTES, P.B., LINDENBERGER, U. y STAUDINGER, U.M. (1998). Life-span theory in developmental psychology. En W. DAMON (Ed. de la serie) y R.M. LERNER (Ed. del volumen), Handbook of child psychology 5th edition: Vol. 1. Theoretical models of human development (pp. 1029-1143). Nueva York: Wiley.

BALTES, P.B., REESE, H.W. y NESSELROADE, J.R. (1981). Métodos de investigación evolutiva: enfoque del ciclo vital. Madrid: Morata [orig.: Life-span developmental psychology: Introduction to research methods. Monterrey; Brooks/Cole, 1977]

BALTES, P.B. y SMITH, J. (2003). New frontiers in the future of aging: From successful aging of the young old to the dilemmas of the fourth age. Gerontology, 49, 123-135.

BALTES, P.B. y STAUDINGER, U.M. (2000). Wisdom. A metaheuristic (pragmatic) to orchestrate mind and virtue toward excellence. American Psychologist, 55, 122-136.

BLANCHARD-FIELDS, F., CHEN, Y. y NORRIS, L (1997). Everyday problem solving across the adult life span: Influence of domain specificity and cognitive appraisal. Pychology and Aging, 12, 684-693.

BRANDTSTÄDTER, J. (1998). Action perspectives on human development. En W. DAMON (Ed. de la serie) y R.M. LERNER (Ed. del

Page 31: Cap 6. Villar-pearson

volumen), Handbook of child psychology 5th edition: Vol. 1. Theoretical models of human development (pp. ). Nueva York: Wiley.

BRANDTSTÄDTER, J. y ROTHERMUND, K. (2002). The life course dynamics of goal pursuit and goal adjustment: A two process framework. Developmental Review, 22, 117-150.

BRANDTSTÄDTER, J., WENTURA, D. y GREVE, W. (1993). Adaptive resources of the aging self: Outlines of an emergent perspective. International Journal of Behavioral Development, 16, 323-349.

BRANDTSTÄDTER, J., WENTURA, D. y ROTHERMUND, K. (1999). Intentional self-development through adulthood and later life. En J. BRANDTSTÄDTER y R.M. LERNER (Eds.), Action and self-development. Thousand Oaks: Sage.

CARSTENSEN, L.L. (1992). Social and emotional patterns in adulthood: Support for socio-emotional selectivity theory. Psychology and Aging, 7, 331-338.

CARSTENSEN, L.L. (1998). A life-span approach to social motivation. En J. Heckhausen y C.S. Dweck (Eds.), Motivation and self-regulation across the life span (pp. 341-364). Nueva York: Cambridge University Press.

CARSTENSEN, L.L. y FRIEDICKSON, B.F. (1998). Socioemotional theory in healthy older people and younger people living with the human immunodeficiency virus (HIV): The centrality of emotion when the future is constrained. Health Psychology, 17, 494-503.

CARSTENSEN, L.L., GOTTMAN, J.M. y LEVENSON, R.W. (1995). Emotional behavior in long-term marriage. Psychology and Aging, 10, 140-149.

CARSTENSEN, L.L., ISAACOWITZ, D.M. y CHARLES, S.T. (1999). Taking time seriously: A theory of socioemotional selectivity. American Psychologist, 54, 165-181.

CARSTENSEN, L.L., PASUPATHI, M., MAYR, U. y NESSELROADE, J.R. (2000). Emotional experience in everyday life across the adult life span. Journal of Personality and social Psychology, 79, 644-655.

COSTA, P.T. y McCRAE R.R. (1989). Personality continuity and the changes of adult life. En M. Storandt y G.R. VandenBos (Eds.), The adult years: Continuity and change (pp. 45-77). Washington: American Psychological Association.

CROSS, S. y MARKUS, H. (1991) Possible selves across life span. Human Development, 34, 230-255.

CUMMING, M.E. y HENRY, W.E. (1961). Growing old: The process of disengagement. Nueva York: Basic Books.

Page 32: Cap 6. Villar-pearson

DIETZ, B.E. (1996). The relationship of aging to self-esteem: The relative effects of maduration and role accumulation. International Journal of Aging and Human Development, 43, 248-266.

DITTMANN-KOHLI, F. (1991). Meaning and personality change from early to late adulthood. European Journal of Gerontology, 2, 98-103.

ERICSSON, K.A. y CHARNESS, N. (1994). Expert performance. American Psychologist, 49, 725-747.

ERIKSON, E.H. (2000). El ciclo vital completado, 2a. ed. Barcelona: Paidós. [orig. The life cycle completed, expanded edition. Nueva York: Norton, 1997].

FERNÁNDEZ-BALLESTEROS, R., ZAMARRÓN, M. D., TARRAGA, L. y MOYA, R. (2003). Cognitive plasticity in healthy, mild cognitive impairment (MCI) subjects and Alzheimer's disease patients: A research project in Spain. European Psychologist, 8, 148-159.

FERRARO, K.F. y FARMER, M.M. (1995). Social compensation in adulthood and later life. En R.A. DIXON y L. BÄCKMAN (Eds.), Compensation for psychological deficits and declines: Managing losses and promoting gains. Hillsdale: Lawrence Erlbaum.

FLESSON, W. y HECKHAUSEN, J. (1996). More or less ‘me’ in past, present and future: Perceived lifetime personality during adulthood. Psychology and Aging, 12, 125-136.

FRIEDICKSON, B.L. y CARSTENSEN, L.L. (1990). Choosing social partners: How old age and anticipated endings make people more selective. Psychology and Aging, 5, 335-347.

GATZ, M. y KAREL, M.J. (1993). Individual change in perceived control over 20 years. International Journal of Behavioral Development, 16, 305-322.

HAVIGHURST, R.J., NEUGARTEN, B.L. y TOBIN, S.S. (1968). Disengagement and patterns of aging. En B.L. NEUGARTEN (Ed.) Middle age and aging (pp. ). Chicago: University of Chicago Press.

HECKHAUSEN, J. (1999). Developmental regulation in adulthood: Age-normative and sociostructural constraints as adaptive challenges. New York: Cambridge University Press.

HECKHAUSEN, J. y KRUEGER, J. (1993). Developmental expectations for the self and most other people: Age grading in three functions of social comparison. Developmental Psychology, 29, 539-548.

HECKHAUSEN, J. y SCHULTZ, R. (1995). A life-span theory of control. Psychological Review, 102, 284-304.

Page 33: Cap 6. Villar-pearson

HEIDRICH, S.M. y RYFF, C.D. (1993). The role of social comparisons processes in the psychological adaptation of elderly adults. Journal of Gerontology: Psychological Sciences, 48, 127-136.

HEIDRICH, S.M. y RYFF, C.D. (1995). Health, social comparisons, and psychological well-being: Their cross-time relationships. Journal of Adult Development, 2, 173-186.

HOOKER, (1999). HORN, J.L. (1982). The theory of fluid and crystallised intelligence in

relation to concepts of cognitive psychology and aging in adulthood. En F.I.M. CRAIK y S. TREHUB (Eds.), Aging and cognitive processes (pp. 201-238). Nueva York: Plenum Press.

HORN, J.L. y CATELL, R.B. (1966). Refinement and test of the theory of fluid and cristallized intelligence. Journal of Educational Psychology, 57, 253-270.

KATZKO, M.W. (2003). Unity versus multiplicity: A conceptual analysis of the term “self” and its use in personality theories. Journal of Personality, 71, 83-114.

KIEGL, SMITH y BALTES (1989). KIEGL, SMITH y BALTES (1990). KRAMPE, R.T. y ERICSSON, K.A. (1996). Maintaining excellence:

Deliberate practice and elite performance in younger and older pianists. Journal of Experimental Psychology: General, 125, 331-359.

LANG y CARSTENSEN (1994). LANG y CARSTENSEN (2002). LINDENBERG y BALTES (1995). LINDENBERGER y STAUDINGER (1998). MARSISKE, M., LANG, F.R., BALTES, M.M. y BALTES, P.B. (1995).

Selective optimization with compensation: Life-span perspectives on successful human development. En R.A. Dixon y L. Bäckman (Eds.), Compensation for psychological deficits and declines: Managing losses and promoting gains (pp. 35-79). Hillsdale: Lawrence Erlbaum.

RYFF, C.D. (1991). Possible selves in adulthood and old age: A tale of shifting horizons. Psychology and Aging, 2, 286-295.

SALTHOUSE, T.A. (1984). Effects of age and skill in typing. Journal of Experimental Psychology: General, 113, 345-371.

SALTHOUSE, T.A. (1995). Redefining the concept of psychological compensation. En R.A. DIXON y L. BÄCKMAN (Eds.), Compensation for psychological defects and declines: Managing losses and promoting gains (pp. 21-34). Hillsdale: Lawrence Erlbaum.

Page 34: Cap 6. Villar-pearson

SCHAIE, K.W. (1994). The course of adult intellectual development. American Psychologist, 49, 304-313.

SCHAIE, K.W. (1996). Intellectual development in adulthood: The Seattle Longitudinal Study. Nueva York: Cambridge University Press.

SETTERSEN, R.A. Jr. (1997). The salience of age in the life course. Human Development, 40, 257-281.

SETTERSEN, R.A. Jr. y HAGESTAD, G.O. (1996a). What’s the latest? Cultural age deadlines for family transitions. The Gerontologist, 36, 178-188.

SETTERSEN, R.A. Jr. y HAGESTAD, G.O. (1996b). What’s the latest? II. Cultural age deadlines for educational and work transitions. The Gerontologist, 36, 602-613.

SINGER, T., LINDENBERGER, U. y BALTES, P. B. (2003). Plasticity of memory for new learning in very old age: A story of major loss? Psychology and Aging, 18, 306-317

SMITH, J. (1999). Life planning. Anticipating future life goals and managing personal development. En BRANDTSTÄDTER, J. y LERNER, R.M. (Eds.), Action and self-development (pp. ). Sage: Thousand Oaks.

STAUDINGER, U. (2001). Life reflection: A social-cognitive analysis of life review. Review of General Psychology. 5, 148-160.

STAUDINGER y BALTES (1996). STAUDINGER, U., MARSISKE, M. y BALTES, P.B. (1995). Resilience and

reserve capacity in later adulthood: Potential and limits of development across the life span. En D. CICCETTI y D.J. COHEN (Eds.), Developmental psychopathology. Vol. 2: Disorder and adaptation.. Nueva York: Wiley.

STERNBERG, R.J. (Ed.) (1994). La sabiduría. Su naturaleza, orígenes y desarrollo. Bilbao: Desclée de Brouwer [orig. Wisdom, its nature, origins and development. Cambridge: Cambridge University Press, 1990].

TROLL, L.E. y SKAFF, M.M. (1997). Perceived continuity of self in very old age. Psychology and Aging, 12, 162-169.

VILLAR, F., TRIADÓ, C., SOLÉ, C. y OSUNA, M.J. (2003). Bienestar, adaptación y envejecimiento: cuando la estabilidad significa cambio. Revista Multidisciplinar de Gerontología, 13, 152-162.

WRIGHTSMAN, L.S. (1994). Personality development in adulthood. Vol. 1: Theories and concepts. Newbury Park: Sage

Page 35: Cap 6. Villar-pearson

V. LECTURAS RECOMENDADAS  -BALTES, P.B. (1997). On the incomplete architecture of human ontogeny.

American Psychologist, 52, 366-380. En este artículo Baltes expone con claridad los principios de la psicología

del ciclo vital, dedicando una atención especial al papel de la biología y la cultura en el proceso de envejecimiento y al concepto de envejecimiento con éxito. Sus argumentos se refuerzan con ejemplos de su propia investigación sobre procesos cognitivos en la vejez.

-BRANDTSTÄDTER, J. y ROTHERMUND, K. (2002). The life course

dynamics of goal pursuit and goal adjustment: A two process framework. Developmental Review, 22, 117-150.

En esta lectura los autores repasan un modelo de adaptación que podemos encuadrar dentro del enfoque del ciclo vital. Se concreta esta adaptación en dos procesos fundamentales (asimilación y acomodación) en los que tiene un papel fundamental la gestión de las metas personales y los esfuerzos que ponemos en marcha para conseguirlas.

Page 36: Cap 6. Villar-pearson

  FIGURA 1

MantenimientoRegulación de la pérdida

CrecimientoMejora

Dis

trib

uci

ón r

elat

iva

Ciclo vital

MantenimientoRegulación de la pérdida

CrecimientoMejora

Dis

trib

uci

ón r

elat

iva

Ciclo vital La  distribución  de  la  importancia  de  las  diferentes  elementos  del  desarrollo cambia  a  lo  largo  del  ciclo  vital,  aunque  todos  están  presentes  en  todas  las etapas. 

Page 37: Cap 6. Villar-pearson

FIGURA 2

El modelo de adaptación selectiva con compensación, la versión del ciclo vital para dar cuenta del desarrollo (y el envejecimiento) con éxito. 

El desarrollo es esencialmente un proceso de adaptación selectiva

La limitación de recursos añade una presión adaptativa adicional

Todavía más presión se deriva de los cambios asociados a la edad en plasticidad y disponibilidad de recursos externos e internos

SELECCIÓN

Identificación y compromiso con dominios clave

Cambio hacia metas más fácilmente alcanzables

OPTIMIZACIÓN

Mejora de los medios dirigidos a metas de los que se dispone

Búsqueda de ambientes favorables

COMPENSACIÓN

Adquisición de nuevos medios externos e internos para conseguir metas, debido a que:

• Se han perdido medios antes disponibles

• Los contextos o dominios adaptativos han cambiado

Maximización de ganancias y minimización de pérdidas

Desarrollo con éxito o consecución de metas prioritarias

Mantenimiento del funcionamiento

Recuperación de la pérdida en los dominios seleccionados

Regulación de la pérdida (reorganización del funcionamiento en niveles inferiores)

Condiciones antecedentes

Procesos Resultados

Page 38: Cap 6. Villar-pearson

FIGURA 3

Pie: Los procesos de asimilación y acomodación  como estrategias adaptativas que  se  ponen  en  marcha  ante  pérdidas  evolutivas  reales  o  anticipadas (parcialmente adaptado de Brandtstatder, Wentura y Rothermund, 1999; p. 382) 

Inversión de esfuerzo, habilidades y tiempo en la consecución de metas Eliminación de barreras, selección y modificación de ambientes Búsqueda de nuevos medios que sustituyan a los no disponibles o bloqueados Conseguir ayuda y consejo de nuestra red social Uso de tecnologías y elementos materiales adecuados

Anticipar las consecuencias positivas del logro de las metas Reescalar metas: Devaluar unas metas y enfatizar otras Seleccionar metas adecuadas a las circunstancias Desimplicarse de metas que difícilmente se van a poder conseguir Seleccionar términos y criterios de comparación adecuados

CONTRARRESTAR PÉRDIDAS

ACCIONES DE

AJUSTAR PREFERENCIAS ACCIONES DE

ACOMODACIÓN

PERDIDAS EVOLUTIVAS (reales o anticipadas)

Page 39: Cap 6. Villar-pearson

FIGURA 4

Promedio de contactos sociales en la vejez en función de su grado de cercanía (adaptado de Lang y Carstensen, 1994; p. 318). 

Page 40: Cap 6. Villar-pearson

Cuadro 1: El diseño importa

Imaginemos que queremos estudiar el efecto del envejecimiento sobre la inteligencia:

¿cómo podemos plantear un estudio que desvele si, a medida que nos hacemos mayores

nuestra inteligencia disminuye o aumenta? Una primera respuesta, quizá la más inmediata,

sería seleccionar muestras representativas procedentes de grupos de personas de diferentes

edades (por ejemplo, desde los 20 años hasta los 80), aplicarles un instrumento que evalúe su

inteligencia (por ejemplo, un test de coeficiente intelectual) y comparar los resultados. Esta

estrategia de recogida de datos (muestras de diferentes edades, un único momento temporal de

recogida de datos) se denomina diseño trasversal. Si las muestras de mayor edad obtienen

como media menores puntuaciones que las más jóvenes (lo que, de hecho, es lo que

probablemente sucedería en un estudio como este), quizá podríamos deducir que la inteligencia

tiende a declinar a medida que envejecemos.

Un análisis más cuidadoso del estudio puede hacernos ver que la conclusión quizá haya

sido precipitada. Sabemos que las muestras de diferentes edades se diferencian en otros muchos

aspectos asociados a la edad y que tienen poco que ver con el proceso individual de

envejecimiento: por ejemplo, es probable que los más mayores posean un nivel educativo

menor que los más jóvenes o que tengan menos experiencia en responder pruebas como los test

de inteligencia (o, en general, situaciones de examen). Es decir, comparar muestras de diferentes

edades obtenidas en un único momento implica también comparar generaciones diferentes, con

experiencias históricas diferentes que pueden tener su efecto sobre los resultados. En este caso,

podrían influir en el rendimiento mostrado en un test de inteligencia.

La solución a este problema parece sencilla: se trataría de recoger una única muestra

representativa de personas jóvenes, aplicarles el test y, a la misma muestra, volver a aplicarles

repetidamente el mismo test en años posteriores para ver su evolución. De esta manera, al

contar con únicamente una cohorte de personas, evitamos que los efectos asociados a la

generación afecten a nuestros datos. Esta estrategia de recogida de datos (una única muestra,

varios momentos temporales de recogida de datos) se denomina diseño longitudinal.

Sin embargo, los diseños longitudinales están lejos de ser la panacea y tienen sus propios

problemas. Entre ellos, destaca su sensibilidad a los efectos de aprendizaje (los sujetos pueden

aprenden a responder un test que se aplica repetidamente) o la mortalidad experimental

(muchos de los sujetos que comienzan el estudio acaban abandonándolo, lo que puede afectar a

la representatividad de la muestra)

Una posible solución a estos sesgos es el uso de los denominados diseños secuenciales,

que combinan varios estudios transversales sucesivos, en los que muestras de diferentes edades

recogidas al principio se van siguiendo longitudinalmente a lo largo de los años. Este tipo de

diseños, al igual que los longitudinales, implican unos altos costes económicos, institucionales y

de tiempo que acaban limitando su uso en la práctica investigadora.

Page 41: Cap 6. Villar-pearson

Cuadro 2: Poniendo a prueba los límites del desarrollo

Para determinar el rango y alcance de la plasticidad del desarrollo los psicológicos del

ciclo vital han ideado una estrategia metodológica que denominan ‘testing the limits’ (Kiegl,

Smith y Baltes, 1989 p. 895; Lindenberger y Baltes, 1995 p. 350 y siguientes). En ella se trata de

ofrecer a los sujetos experiencias (o intervenciones) de diferente grado de dificultad o con

diferente grado de apoyo, de manera que podamos ver el rango de comportamiento de la

persona, desde el mostrado en situaciones altamente adversas y exigentes hasta aquél que es

capaz de mostrar si optimizamos al máximo la situación. Este rango se supone que estima las

potencialidades evolutivas de la persona, el grado de plasticidad que presenta, y los límites del

desarrollo, aquello que está fuera de nuestro alcance evolutivo aún cuando las condiciones sean

las mejores. Además, permite saber si este potencial evolutivo cambia con el paso de los años o

se relaciona sistemáticamente con la presencia de ciertas variables o recursos ambientales o

personales. Esta estrategia se puede vincular (y el propio Baltes lo hace) al concepto vigotskiano

de zona de desarrollo potencial, compartiendo un mismo interés por las posibilidades del

desarrollo y la influencia de medios optimizadores que nos dicen hasta donde puede llegar.

En la práctica, esta estrategia ‘testing the limits’ ha sido especialmente empleada en

investigaciones de tipo experimental para explorar el declive cognitivo asociado al

envejecimiento y hasta qué punto puede compensarse o afectar precisamente a la capacidad

plástica. Por ejemplo, Kiegl, Smith y Baltes (1990) pidieron a sus sujetos que memorizaran una

serie de palabras. Dispusieron tres tipos de condiciones: con una tasa de presentación lenta, una

tasa de presentación rápida y una tercera en la que el propio sujeto podía autoadministrarse las

palabras con la tasa deseada. En esta situación, mientras se encontraron pocas o ninguna

diferencia entre el rendimiento medio de grupos de diferentes edades en tasas decididas por el

sujeto o lentas, cuando la tasa de presentación fue rápida sí se encontraron grandes diferencias a

favor de los jóvenes. En otra serie de experimentos (Kiegl, Smith y Baltes, 1989) se encontró que

tanto jóvenes como mayores se beneficiaban de programas de entrenamiento mnemónico (es

decir, se encontraba plasticidad en ambos grupos), pero la cantidad de beneficio que extraían los

jóvenes tras esta intervención optimizadora fue mucho mayor.

Desde el enfoque del ciclo vital, estos resultados parecen indicar que lo realmente declina

con la edad no es tanto el rendimiento base, sino el rendimiento en condiciones extremas, en

situaciones donde al sujeto se le pide dar todo su potencial. Los efectos del envejecimiento no se

muestran tanto en el funcionamiento cotidiano como en situaciones donde tienen que poner en

juego la reserva potencial de desarrollo. Es decir, aunque siempre existe plasticidad en alguna

medida en todas las edades, con la edad esta plasticidad tiende a ser menor.

Page 42: Cap 6. Villar-pearson

Cuadro 3: Evaluar la sabiduría: ¿un dilema?

Uno de los mayores problemas que presenta la investigación sobre la sabiduría es, una

vez definida, encontrar una forma válida y fiable de identificarla empíricamente para poder

llevar a cabo estudios científicos sobre este constructo. Los autores del enfoque del ciclo vital, y

en concreto Baltes y su equipo, optan por evaluarla a partir de respuestas a dilemas vitales. Por

ejemplo, algunos de estos dilemas, citados en Staudinger y Baltes (1996, p. 762), serían los

siguientes (la traducción es nuestra):

-Una chica de 14 años está totalmente decidida a irse de su casa. ¿Qué se debería hacer y tener en

cuenta?

-Alguien recibe una llamada de teléfono de un muy buen amigo suyo diciendo que ya no aguanta

más la situación y que va a suicidarse. ¿Qué se debería hacer o tener en cuenta en una situación como

ésta?

Las personas han de reflexionar en voz alta intentando responder a estos dilemas. Las

respuestas son grabadas y transcritas para, posteriormente, ser puntuadas por jueces

entrenados. Los jueces evalúan el grado en el que la respuesta expresa cada una de las cinco

dimensiones en las que desde este enfoque se concreta la noción de sabiduría en tanto

conocimiento experto:

-Presencia de gran cantidad de conocimiento declarativo (información que caracteriza y

está influyendo en el problema, saber qué)

-Presencia de gran cantidad de conocimiento procedimental (estrategias para manejar

problemas, saber cómo)

-Comprensión de que la vida es un conjunto de contextos relacionados y que las personas

pueden cambiar y estar sujetas a acontecimientos no normativos.

-Conciencia de la relatividad de los juicios respecto a la cultura y a sistemas de valores

particulares

-Conciencia de la impredecibilidad e incerteza fundamental de la vida y aceptación de

esta situación. Implica saber que el conocimiento humano es, por naturaleza, limitado.

Así, por ejemplo, una respuesta poco sabia al primero de los dilemas anteriores sería la

siguiente: ¿Una chica de 14 años irse de casa? No puede ser. Alguien debe decirle a esa chica que lo que

piensa es una tontería y a sus padres que no la dejen marchar bajo ningún concepto.

En cambio, un ejemplo de respuesta más sabia sería la siguiente: Primero preguntaría

porqué la chica quiere irse de casa. Puede haber razones, como los malos tratos o la violencia, pero también

puede ser por razones de tipo más emocional causadas por la adolescencia. Si realmente lo que sucede es

que hay problemas reales en casa, depende de lo graves que sean. Puede haber casos en los que sea

absolutamente necesario ayudar a la chica a abandonar su casa inmediatamente . . . Pero en el caso de

problemas de tipo emocional de la chica, primero intentaría hablar con ella y también con sus padres. Si

no se puede llegar a un compromiso compartido por todos, se podría también pensar en una separación

Page 43: Cap 6. Villar-pearson

temporal. A veces el tiempo ayuda….Cualquier solución al problema necesita tener en cuenta que ciertas

circunstancias y actitudes probablemente cambiarán y que la situación puede ser diferente tras un cierto

periodo de tiempo … También tenemos que pensar que este tipo de cosas son típicas de los adolescentes …

También los tiempos han cambiado y ahora las chicas que tienen hoy 14 años son más adultas que las

chicas de 14 años de hace 20 años.

Page 44: Cap 6. Villar-pearson

TABLA 1

25-34 años 35-54 años 55-65 años 70-84 años 85-105 años

1 Trabajo Familia Familia Familia Salud

2 Amistades Trabajo Salud Salud Familia

3 Familia Amistades Amistades Competencia cognitiva Pensar sobre la vida

4 Independencia Competencia cognitiva Competencia cognitiva Amistades Competencia

cognitiva

 Tabla 1 Prioridades vitales para personas de diferentes edades (adaptado de Baltes, Lindenberger y Staudinger, 1998; p. 1107).