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Capítulo VI

Una explosión de sentimientos entremezcladosrecorrió mi cuerpo. Aleksander me estababesando. Atracción, excitación, confianza,seguridad, sueños, anhelos... y amor. Todo eso,y más, sentí cuando sus labios se fundieron conlos míos. Me había besado anteriores veces conotros hombres, pero aquel beso... estaba porencima de todos aquellos. No era la forma debesar, era los sentimientos que evocaba... Yentonces me dejé llevar. Me arrastró con susbrazos hasta la cama. Fue acariciando todo micuerpo, pero sin meter mano, de forma sensualy apasionada. Besó mi cuello y se entretuvo enesa zona erógena de mi cuerpo. Fue como situviera predilección por él. Rozó con sus ferocescolmillos mi delicada piel. Sentí como si fuera aprovocarme una herida. Luego le dio un beso yme miró a los ojos. Estábamos excitados, perocon esa mirada supimos que no debíamos

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seguir. Nos relajamos contemplándonos variosminutos en silencio ensoñador. Nos separamos.No quería que él pensase que yo era unacualquiera, aun habiéndolo besado sin tenerclaro si lo conocía o no. Nos sentamos el uno allado del otro, acariciándome él mi mano consus largos y finos dedos.

- Lo siento, por no poder darte más. - le dije.

- No... no te preocupes. - balbuceó un poco. Unchico tan confiado balbuceando. Acaricié suhombro, y él volvió a sumirme en unapasionado y romántico beso. Nos miramos alos ojos de nuevo en un tierno silencio. - ¿Quéte sucede? Aún te noto nostálgica.

- Es que... esta mañana...

- Cuéntame. - dijo posando su mano sobre lamía.

- Los de clase... se metieron conmigo.

- ¿Cómo?

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- Me... lanzaron embutidos.

- ¿Eh?

- Chorizos, y esas cosas, llamándome gorda.

- Bien bella eres así. No deberían metersecontigo por destacar.

- ¿Destacar? ¿Yo? Al revés, soy como unasombra.

- Eres un astro con luz propia. Si se metencontigo es porque destacas. A veces, los quemás se apartan son los más llamativos.

Me sonrojé. Me dio un suave y sutil beso en milabio inferior. Relamí con la lengua el sabor desu boca.

- Aun así.... me hicieron daño.... Pero estandocontigo lo olvido. Olvido todo el dolor y elmiedo.

- ¿Y por qué estás como afectada?

- Porque lo grabaron.

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- ¿Qué?

Una vena se hinchó en su cuello. Noté cómo lepalpitaba al ritmo de su corazón.

Se enfureció, apretando los puños. Surespiración incrementó. Sus tripas rugieron. Seintentó tranquilizar.

- Perdona, me entra hambre cuando me enfado.

- No te preocupes.

- Me encargaré de que ese vídeo no vea la luz.

- No, no hagas nada.

- Dime cómo se llaman.

- No, por favor...

Me miró con el ceño fruncido. Cesó en suintento de ayudarme. Nos besamos de nuevocon la confianza de unos novios y la pasión deunos desconocidos.

- Deberías olvidar todo tu pasado. - me dijo.

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- No puedo escapar de él.

- Intentaré que lo consigas.

- ¿Cómo?

- Estando a tu lado...

Sin saber cómo, ni por qué, nos habíamosenamorado. Aunque no nos lo dijéramos,nuestros ojos nos delataban. ¿Por qué? En sólotres días, con un beso. ¿Cómo?

Volvimos a fundir nuestros labios en un eternobeso. Sus frías manos acariciaron mi cara. Lasmanos más cálidas que jamás me habíantocado...

Luego me enseñó el resto de la casa.

Subimos las escaleras hasta el primer piso.Todo el suelo estaba cubierto de una alfombraroja. A los lados de las escaleras, unos pasilloslargos y muy bien alumbrados, en las paredes

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montones de cuadros decoraban el entorno;retratos de gente muy elegante y montones depaisajes hermosos tan reales que daban ganasde entrar en ellos. Varias puertas había en lospasillos pero una destacaba más que las demás.Una puerta blanca con un pomo dorado.Aleksander abrió esa puerta y nos adentramosen la habitación. Era enorme, una gran camacon un enorme dosel se encontraba en elcentro con unas cortinas semitransparentes condetalles dorados y unas sábanas que a simplevista parecían de seda blanca con un finodibujo dorado que las rodeaba. Tenía unventanal enorme que dejaba pasar la luz engrandes cantidades. Y a un lado una puertablanca. ¿Qué habría allí? Sentí curiosidad, perono la abrí.

- ¿Te gusta? Si algún día quieres quedarte adormir aquí tienes tu habitación.

Me sentí un poco dolida cuando dijo sólo mihabitación. Quería que fuera nuestra. Entonces

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me dijo:

- Y si quieres podría acompañarte, aunquetendríamos que estar con las ventanascerradas, ya sabes.

Apenas nos habíamos besado y ya me invitabaa pasar una noche a su lado. Aunque ya lahabíamos pasado. No me acostumbraba apensar en ello como algo real que fue, sinocomo si hubiera sido un sueño.

- ¿Y cómo vengo?

- Hay una parada de bus a diez minutos de lacarretera, y luego sigues el sendero. O tambiénpuedes darme un toque y acudiré al rescate.Sólo que en vez de caballo tengo moto, y en vezde ser un príncipe azul soy un príncipe oscuro. -dijo con una sonrisa.

- Oh, ¿un chico malo? - respondí con unasonrisilla.

- Nah, chico rebelde, y ya. Además, estoy seguro

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de que estás harta de los chicos malos.

Languidecí la mirada.

- Lo siento, no pretendía ofenderte.

- Tienes razón, mi ex...

- ¿Qué pasa con él?

- Bah, ya te conté demasiado hoy.

- Por favor, cuéntame más.

- Otro día, ¿vale?

- Vale. - dijo abrazándome. Sus brazos eran lasolas que arropaban la playa solitaria.

Agarró mi mano y montamos en su moto.

- Y otro día te enseñaré el resto de lashabitaciones.

- Estoy deseando verlas.

Arrancó la moto. El ruido indicaba que ya volvíaa la oscuridad, que la luz que él representabase apagaría. No, sólo disminuiría su intensidad,

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pues siempre brillaba en mi corazón. Pero laidea de volver a la rutina... desolaba. Apagué lamente y disfruté de aquellos segundos a sulado, con el viento azotándonos la cara. Noteníamos casco, pero nada importaba a su lado.Aparcó delante de casa y nos despedimos conun beso. Y la oscuridad me engulló de nuevo.

Entré en mi habitación, me quité la ropa, mepuse algo cómodo para dormir y me tumbésobre la cama. El día había empezado fatal, lahumillación que había sufrido por esoscabrones y las putillas que van con ellos mehacía sentirme cada vez peor conmigo misma, siantes odiaba mi cuerpo con cada palabra queellos decían lo odiaba aún más. Odiabamirarme al espejo, no quería verme... Cuandorecordaba a esa gentuza sólo pensaba en verlosmuertos, en que sufrieran, como me hacíansufrir a mí; aunque quizá el problema no eranellos, sino yo. Ellos me humillaban, Damian mehumillaba, Santi me humilló. Tanta gente lo

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hacía que seguramente el problema fuese yo.

Cuanto más pensaba en ello, más me dabacuenta de que mi vida era una mierda. Todo loque había vivido era dolor y oscuridad. Peroahora tenía a Aleksander.

Era esa luz que iluminaba toda mi vida. Sólocuando estaba a su lado me sentía feliz. ¿Quésentía por él? ¿Amor? No, sólo pensar en amorme hacía estar incómoda. Desde lo de Santi mehabía jurado a mí misma no volver a sentiramor, eso había muerto para mí. Algo sentíapor Aleksander, pero aún no tenía claro quéera. Seguí dándole vueltas a mis sentimientos yempecé a notar que el cansancio se ibaapoderando de mí. No sabía qué hora era peroalgo de luz comenzaba a entrar por la ventana.El cansancio acabó apoderándose de mí porcompleto y me dormí profundamente.

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