Capablanca Biografía - Jorge Daubar

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CAPABLANCA VS MARSHALL

Capablanca alarga su mano, sin casi meditar, y plantea la Defensa Tarrasch ante el Gambito de la Dama que le propone su contrincante. Su juego en esta partida resulta un mal mayor es porque Marshall no se emplea a fondo en el momento debido, ni por la banda correcta.

Jorge Daubar | La Habana

La secuela del triunfo de Capablanca sobre Lasker, en el torneo de juego rpido del Manhattan Chess Club, ha trado consigo el crecimiento de su fama, que se ha expandido y tomado por asalto las pginas de los peridicos. Ya no se hacen referencias al ajedrez americano sin mencionar las joyas ajedrecsticas del estudiante cubano, que ha dotado con un nuevo lustre, lleno de juvenil maestra, las competencias que se celebran en Nueva York y sus confines.

Una de esas competencias es la que organiza el Rice Chess Club, con una nmina de destacados jugadores del juego relmpago y en la que Capablanca obtiene 18 puntos. Todos los posibles! Adems, como ya va siendo un mrito genuino el enfrentrsele, sus amigos se ocupan de concentrarle tres matches, con unos jugadores de nada despreciable categora, que le han hecho pasar apuros a ms de un maestro, cuando de competir en juego rpido se trata. Ellos son: Eisenberg, con quien obtiene un resultado de cinco a cero, Marder, de cuatro a uno, y Rosenthal, este mismo marcador. Tres judos vencidos en un solo tiro.

Incluso, algunos comentarios suyos a nivel del saln de juego, improvisados al calor de una partida recin terminada o de la reproduccin de alguna novedad terica, trascienden el crculo de entendidos que forman su squito habitual, y llegan a la prensa peridica. Por esos das de estreno como comentarista de ajedrez, la directiva del Rice Chess Club decide dedicarle un homenaje a Isaac L. Rice, su fundador y autor de la variante del Gambito del Rey que lleva su nombre. Como parte de ese festejo onomstico del gran jugador hebreo norteamericano, el American Chess Bulletin le encarga varios artculos de anlisis de esa lnea de juego a algunos de los jugadores ms relevantes del momento, entre ellos Capablanca. Semejante solicitud es, ms que todo lo dems, un reconocimiento explcito de su calidad de juego y de la certeza de sus razonamientos al respecto.

De todos estos acontecimientos en la vida de su protegido, est al tanto Ramn Pelayo, gracias a la oficiosa acuciosidad en informarle de que hace gala su representante en Nueva York, quien, no bastndole con sus referencias escritas, las acompaa con recortes de los peridicos donde se menciona el nombre de Capablanca, sus artculos de fondo, y hasta las fotografas que, en actos de gran significacin, le toman y publican. Esta divisoria entre las actividades de Capablanca provocan la ira de Pelayo, que, aunque tiene tambin en su poder los resultados acadmicos del joven, se considera burlado en su buena fe y, mucho ms, defraudado por lo que cree que es el inicio de la retirada de Capablanca del acuerdo a que l y su padre haban llegado. Por aadidura, obra en contra de Capablanca la promesa que le hiciera de mantenerse apartado del ajedrez, en plan de consagracin a sus estudios, y sin ms entretenimiento que los comunes a los dems estudiantes.

No vale para nada en su opinin el hecho de que Capablanca hubiera sido inscrito en el cuadro de honor entre los mejores alumnos de la Universidad de Columbia en los cursos de 1906 y 1907, de lo que tiene referencia no solo por el joven campen cubano mismo, sino porque su propio representante en Nueva York se lo haba corroborado. No tiene vigencia ni virtualidad, tampoco, sobre sus reacciones adversas, el que Capablanca se muestre proclive, en la correspondencia que sostiene con l, a especializarse en caa de azcar cuando llegase a su fin la carrera, complaciendo sus expectativas.

La sensacin de fracaso en sus propsitos de dominacin, que invade a Pelayo, alcanza su cota de mayor efusin cuando Capablanca, apresurado por una de sus salidas perentorias hacia el saln de juego, equivoca los sobres que deban conducir sus cartas a Cuba. La que enva a su madre contiene una relacin completa y detallada de todo lo que le haba ocurrido en las dos ltimas semanas, desde que escribiera por ltima vez, incluidos sus resultados en el ajedrez. Sin embargo, la otra, la que deba llegar sin complicaciones ni extravos a manos de Ramn Pelayo, nada ms que refleja lo concerniente a sus actividades universitarias, haciendo absoluta abstraccin de todo lo que atae al ajedrez.

El gran empresario azucarero no tiene duda alguna que es objeto de un engao continuado, as que, prescindiendo de las disculpas de Jos Mara y sus aseveraciones de que su hijo sera fiel a la palabra empeada da por cancelado el convenio y la telegrafa a su representante en Nueva York, instruyndolo para que le entregue a Capablanca una cantidad de dinero suficiente para sufragar los gastos de su viaje de regreso a Cuba. De esa forma, la vida de Capablanca experimenta un giro de 180 grados, y de la perspectiva de convertirse en un encumbrado ejecutivo de industria, a cargo de los intereses de Ramn Pelayo, pasa a ser un simple estudiante sin recursos para continuar adelante su carrera.

Sin embargo, el joven empecinado no considera la posibilidad de abandonar la Universidad, cuando llega a su conocimiento la decisin que haba adoptado su protector. Toma nota de lo ocurrido, rechaza el dinero que se le ofrece, y sale a procurarse por su cuenta los recursos que le permitan permanecer estudiando. Lo primero que hace es vender a precios irrisorios, parte de su ajuar, prescindiendo hasta de lo ms necesario al clasificar como superfluo todo lo que no rene las caractersticas de imprescindible. Recurre a sus amigos ajedrecistas, solicitndoles su ayuda, y los artculos que antes haba entregado a las publicaciones especializadas y a los peridicos se los hace pagar a precio adecuado. Por otra parte, se dedica a participar en torneos intrascendentes por su calidad, pero que estn dotados de premios suficientes para ir saliendo del atolladero.

Un recurso adicional del que Capablanca echa mano cuando todo lo que poda derivarse del ajedrez se agota, es su habilidad para jugar al bisbol. Mientras no se interpone una fatal lesin en la columna vertebral sufrida durante un deslizamiento en la segunda base, luego de haber bateado una lnea corta al jardn izquierdo, juega y cobra por hacerlo en un equipo profesional de clase doble A. Lo lleva a cabo escamotendole horas al sueo y olvidndose, por todo ese tiempo, de lo que es un tablero de ajedrez.

Todo, para no doblegarse ante la presin de Ramn Pelayo, quien, no obstante, sus iras iniciales, reconsidera su actitud y termina por aceptar el pronstico de Jos Mara, que insiste en calificar la aficin de su hijo por el ajedrez como una pasin temporal, sin asidero real en sus propsitos futuros, la que sera dejada de lado por el joven cuando tuviera en sus manos el diploma de la Universidad de Columbia. Adems, Mara Graupera tambin se une con sus ruegos a los criterios del marido, y obtiene del acaudalado personaje el restablecimiento de su proteccin sobre el hijo rebelde, aunque con la condicin de que este, mediante una carta al efecto, revalide su promesa incumplida de apartarse del juego de ajedrez.

En Nueva York, echado en su cama del albergue estudiantil, a una cuadra del campus universitario, Capablanca le responde a su madre con una negativa rotunda, en la que la impone de su proyecto, ahora ms acrecido que nunca, de buscarle solucin a su insolvencia a travs de sus propias iniciativas, descartando, para siempre, aquel padrinazgo que lo humilla. En Cuba, esta determinacin de Capablanca provoca la mayor de las preocupaciones en sus padres, que no saben cmo conseguir de l la moderacin de su orgullo.

Temen por su suerte, y as se lo hace saber su madre en cada oportunidad que tiene a mano, escribindole largas cartas admonitorias que, no obstante, terminan con una encomienda a Dios y a todo el cortejo de vrgenes del Cielo para que lo iluminen. El padre, a su vez, quiere demostrar

de alguna forma su descontento con este hijo independiente y osado que se ha echado por el mundo solo y al que nada parece poderle torcer el rumbo, pero, ante la tozudez de l, desiste de sus llamadas a la cordura, reanuda la correspondencia entre ambos, y, como su esposa, le desea la mejor de las suertes y la ayuda de Dios.

Saldado este diferendo con sus padres, Capablanca se siente ms libre para continuar su marca por el camino del ajedrez. Habla con Herman Helms, quien, adems de ser su amigo y admirador de su juego, es el editor propietario de la revista American Chess Bulletin, y, luego de una prolongada maquinacin en la que le dan vueltas a todas las posibilidades, deciden, de comn acuerdo, insertar, en la pgina de anuncios de la publicacin, un reclamo en el que Capablanca hace de general conocimiento su disposicin a ofrecer exhibiciones de simultneas de ajedrez, en cualquier localidad de Estados Unidos.

Este anuncio no tarda en dar los resultados apetecidos. De medio centenar de ciudades se comunican con la direccin de la revista solicitando la presencia de Capablanca all, en fechas casi inmediatas, por lo que deben disear un cronograma apropiado de la gira que no deja mucho espacio al descanso.

Ya en este punto de las gestiones, entra a formar parte del grupo que conforma la gira, el presidente del Maniatan Chess Club, un norteamericano de origen latino, cuyo nombre, Arstides Martnez, suele evocarle a Capablanca los aires de la tierra natal. Por intermedio de Martnez se negocia la celebracin de un encuentro entre Capablanca y Marshall, el que tendra efecto en el mes de diciembre de este mismo 1908. Sin embargo, el match, por inconveniencias del campen norteamericano, que se halla de recorrido por Europa, no llega a celebrarse en la fecha prevista y se aplaza para el regreso de Capablanca.

El da 5 de enero, del siguiente ao 1909, en el saln principal del Rice Chess Club, Capablanca realiza sus primeras 25 jugadas de apertura contra igual nmero de adversarios, dejando as iniciada la gira, que se extiende por toda la Costa Oriental del pas, el Medio Oeste, y algunas ciudades del Norte. Prcticamente, juega todos los das, desplazndose, de una ciudad a otra, en los intervalos entre las tandas de simultneas, durmiendo muchas veces en los propios transportes, ausente de toda comodidad. No tiene tiempo, incluso, para la fatiga, as que apura los alimentos como puede, a veces sin apenas sentarse a reposarlos, y se asea, casi por accidente, en hoteles de paso, en los que las camas no es raro que queden destendidas nada ms, sin recibirlo en ellas.

As cruza el pas, jugando un da en Buffalo, otro en Cleveland, despus en Detroit, y, ms tarde, en Michigan, Milwaukee, Mineapolis, Saint Paul, Forest Hill, Lincoln, Des Moines, Newton, Kansas, Humboldt, San Luis, Memphis, hasta vencer el recorrido de Nueva Orleans, donde el presidente del club de ajedrez de la ciudad, lo agasaja con palabras de elevado reconocimiento. En el transcurso de la gira ha saltado, tambin, en una ocasin, a Canad, en un viaje de rpido regreso, para enfrentarse a 25 tableros en la ciudad de Toronto.

La prensa le ha dedicado amplias informaciones a su periplo, siguindolo, prcticamente, paso a paso, con la descripcin en detalles de todos los incidentes que han aderezado la gira. Se han reproducidos sus resultados, que desatan toda una polmica que cruza de lado a lado la nacin, y hasta salta el ocano para alcanzar, en Europa, a Marshall, que se encuentra empeado en un recorrido de similares caractersticas.

Resulta especialmente irritante para el campen de Estados Unidos, un artculo de Hermann Helms, en su revista American Chess Bulletin, en el que este, en tono de broma, simula el inicio de una campaa en pos de la localizacin de un joven que pudiera ser ungido con el calificativo del jugador perfecto. Las caractersticas que ese prototipo debe reunir son, a su juicio, el genio exaltado de Morphy, la memoria fotogrfica de Pillsbury, y la fuerza de voluntad de Steinitz.

No solo por verse excluido de alguna de las virtudes de aquel paradigma conformado por las especulaciones de Helms, sino, adems, porque, en el propio artculo, se deja entrever que el punto de inters focal del redactor lo constituye Capablanca, es que Marshall recusa aquella proposicin, desvalorizndola pblicamente. Se entrecruzan, entonces, los comentarios a favor o en contra de uno u otro, y, como es lgico, se esgrimen toda clase de argumentos para atraer, del lado propio, las simpatas de los lectores. Helms, como hombre de cierta experiencia en estas confrontaciones, para las que suelen ser muy propicias las pginas de prensa, agita nada ms y en todo momento, como base de sus criterios, la transcripcin de las partidas jugadas por Capablanca en su reciente gira nacional, enumerando, al unsono, los nombres y los mritos de sus adversarios. Su cuenta es aplastante: 734 partidas jugadas, 703 victorias, 12 derrotas y 19 empates. Un rcord casi de consistencia y superioridad.

Para contrarrestar la campaa en su contra, Marshall aprovecha la intervencin de Nugent, y le pide que coloque, en las mismas pginas del American Chess Bulletin donde tan apasionadamente se proclaman las excelsitudes de Capablanca, que l est dispuesto a enfrentarse con cualquier jugador de clase lite, con preferencia el cubano, si se le asegura una bolsa de 600 dlares. Ni ms ni menos.

Capablanca se encuentra ya en las postrimeras de su viaje, as que no tiene ms que tomar el primer tren hacia Nueva York en cuanto recibe la noticia. Mientras se acerca a la ciudad descomunal donde ha vivido durante los ltimos aos, va haciendo planes y hasta confecciona una lista con los posibles aficionados al juego de ajedrez que podran estar en disposicin de contribuir, con sus aportes econmicos, para reunir la suma exigida por Marshall.

Llega a Nueva York, y las primeras entrevistas las sostiene con Helms, Martnez y Nugen, que lo aconsejan acerca de aquellas personas a quienes l ha pensado recurrir, por lo que se descartan algunas de ellas y se sustituyen por otras que l no haba tomado en consideracin. De acuerdo todos en este punto clave, se entregan a la ms difcil de todas las misiones: la de peregrinar de casa en casa de los integrantes del listado, para exponerles el petitorio.

Recorren ms de treinta casas y, 15 das ms tarde, ya agotada la lista, descubren con desilusin que la suma levantada no llega ms que a la mitad de la requerida por Marshall. Hacen dos nuevos intentos con los gerentes de unos consorcios industriales, que, aunque jams haban tenido contactos con el juego de ajedrez si haban contribuido, en ms de una ocasin, con las colectas municipales. Pero todo resulta intil. Estos hombres, a los que haban podido ver solo despus de unas demasiado extensas antesalas en sus despachos, se niegan de plano a cooperar con ellos. No es el ajedrez, todava, un campo til para el ejercicio de la propaganda comercial as que no encuentran buenos motivos para acudir con su peculio personal a patrocinar el match.

Enterado Marshall de lo que ocurre, acepta de modo inesperado el monto de lo recaudado, moderando as sus exigencias originales, y fija como fecha para la firma del documento contractual el 9 de marzo, en el escritorio de Hermann Helms. Sus restantes condiciones no resultan exageradamente leoninas, y en ellas no prima la intencin de aprovecharse de Capablanca. Simplemente, reitera las estipulaciones que suelen establecerse para encuentros de esta ndole, como una medida de prevencin para proteger su prestigio de campen. El ganador ser proclamado cuando consiga acumular ocho victorias, sin que las tablas tengan otro valor especfico que el de demorar, morbosamente, el desenlace del match.

Al escritorio de Helms, que es donde se constituye la comisin organizadora del evento, comienzan a llegar por montones las solicitudes de otros clubes de ajedrez esparcidos por el mundo, para que se les enven, por va telegrfica, las anotaciones de las partidas, paso a paso en comunicaciones progresivas, segn se vayan efectuando los movimientos de piezas sobre el tablero. Abocados a esta insospechada situacin que se presenta como nueva, en lo que se refiere

a la difusin masiva de un match, Helms propone, y los dems comisionados aceptan, establecer una tasa de derechos que se cifra en 60 dlares por cada partida, en caso de contratarse individualmente, 150 si el convenio se cierra por paquetes de tres, 200 dlares si es por cinco. Desde el enfrentamiento entre Showalter y Pillsbury, el siglo anterior, para disputarse el ttulo de Estados Unidos, no se recuerdan semejantes negocios en torno al ajedrez. Adicionalmente, las entradas al saln de juego se venden con gran antelacin, a cinco dlares la silla, un precio serio para estos tiempos en que la moneda norteamericana an conserva el rango del oro puro.

Hay una razn de gran importancia para que el match se celebre de forma itinerante, sin sede permanente, y es el afn de sacarle mayores beneficios a los ofrecimientos que les hacen de todas partes, incluyendo una serie de retribuciones pecuniarias sin precedentes para ambos jugadores. La primera partida se disputa el 19 de abril de 1909, en el hotel Ansonia, de Nueva York, que ha sido uno de los postulantes ms dispendiosos, con ofrecimientos de tal magnitud que sera cosa de locos desdearlos.

La concurrencia alcanza un nmero de pnico, ya que, por un momento, se teme que el saln destinado a los jugadores ser insuficiente para cumplir con los compromisos contrados. Pero todo se soluciona, finalmente, de modo satisfactorio demoliendo un tabique que demarca el paso a los camareros del servicio hacia las habitaciones, cambindoles la ruta.

Capablanca se muestra ecunime, sin alteraciones visibles en su rostro, como si todo aquello que ocurre a su alrededor, no lo afectara en lo ms mnimo. Marshall, a su vez, aparece con igual talante, insinuando su sonrisa ante cada rostro conocido.

En derredor del sitio donde se ha situado la mesa de juego, se han alineado casi tres centenares de butacas, esplndidamente tapizadas en rojo, que sus ocupantes han pagado a precio de alza.

No faltan, adems, entre los caballeros de smoking impecable y botines relucientes, las damas de alto copete, muy envaradas y adustas que se aburren en sus asientos, ajenas a los placeres del intelecto que disfrutan sus acompaantes. All, tambin, han acudido Alberto Correa y su esposa, sus anfitriones esplndidos de las especialidades culinarias criollas, que han recibido una invitacin suya, especialmente firmada, en la que les ruega que no lo desilusiones faltando esa noche.

Capablanca alarga su mano, sin casi meditar, y plantea la Defensa Tarrasch ante el Gambito de la Dama que le propone su contrincante. Su juego en esta partida resulta un mal mayor es porque Marshall no se emplea a fondo en el momento debido, ni por la banda correcta. La deficiente formacin de los peones de Capablanca deriva hacia un medio juego donde los intercambios que se producen aligeran el terreno, con el consiguiente respiro para l. Una repeticin de jugadas, que Marshall no intenta impedir, deja el escenario listo para las tablas.

En la segunda partida que, tambin, se celebra en el hotel Ansonia, Marshall pierde, en el medio juego, la ventaja que haba obtenido antes, en el borde mismo de la apertura. Su dominio de la gran diagonal blanca se esfuma como por encanto, en la medida en que la partida avanza hacia la parte intermedia del juego, aupando a Capablanca hacia el primer plano de las acciones. En la jugada 17, Marshall se debilita an ms al realizar una finta sin futuro, y en la jugada 32 ya no tiene nada plausible que hacer, por lo que detiene su reloj y le ofrece la mano a Capablanca para sellar su derrota.

Dos partidas ms y dos tablas y el match se traslada al Marshall Chess Club, que es algo as como el sancta sanctorum del campen norteamericano, donde reina como soberano nico e indiscutible hasta el punto de que es su nombre el que identifica a la sociedad de jugadores de ajedrez que all se rene.

En el quinto enfrentamiento, luego de una inicial ventaja posicional, las oportunidades de Marshall van desapareciendo paulatinamente, como trituradas con meticulosa voracidad por las violentas arremetidas del cubano, que, siempre alerta, no pierde la ocasin de valerse de los errores de su adversario, capitalizndolos en su favor. En la jugada 52, y sin otra alternativa ms que rendirse el campen norteamericano se doblega y detiene por segunda vez su reloj.

Son ya dos los puntos de ventaja de Capablanca, y la consternacin invade las filas de los simpatizantes de Marshall que tiene, quizs por primera vez, la dolorosa impresin de que su dolo de bronce no saldr muy parado de esta confrontacin. Esto se trasluce del comentario que uno de sus ms apasionados defensores publica en la edicin del Herald, al da siguiente, ausente ya de los tonos triunfalistas anteriores.

Para la partida sexta, las hostilidades se desplazan hacia Morristown, una pequea localidad, a pocas horas de Nueva York, y all Capablanca se revela en toda su verdadera dimensin, regalando

a los presentes los altos vuelos de su estrategia mejor. Cuando la anotacin de la partida se pone al alcance de los analistas, no faltan los elogios que suscriben con ardorosa grandilocuencia.

La partida, desde su inicio, cae del lado de Capablanca, que se apropia de la iniciativa, rpidamente, sin concederle a su rival ni un resquicio por donde nivelar su juego. Haciendo bueno su postulado de que los ataques directos y violentos contra el rey deben llevarse a cabo en masa, con la totalidad de las fuerzas disponibles, para asegurar el xito, y que hay que vencer la resistencia del contrario a toda costa con un ataque que no puede quebrarse, pues el costo de ello sera la derrota, Capablanca arma su juego de exquisita precisin. Ms tarde, aplastado por la evidencia de su inevitable derrota, Marshall, en la jugada 38, con un suspiro de cansancio, detiene por tercera vez el reloj y se rinde.

Un amago no muy brillante de recuperacin se produce en el campen cuando las hostilidades se mudan para el hotel Sheraton, esa especie de palacio ocasional para gente de paso que se alza en el corazn de Manhattan. Capablanca, tampoco, se muestra a la altura de sus partidas anteriores, apareciendo algo indeciso en algunas oportunidades, como si se le perdiera la brjula al elegir entre las jugadas posibles que tiene ante s. Es una partida deslucida, en la que ninguno de los dos formidables jugadores alcanza un desempeo de excepcin.

Dos das despus, se trasladan a una ciudad minera de Pensilvania: Wilkesbarre, donde juegan una partida ms. En la cuarta jugada, Marshall incurre en un desliz de marca mayor que le permite a Capablaca aduearse de una limpia ventaja posicional, que ya no abandonar jams, y que, a la postre, le valdr para obtener la victoria. No bastan para impedirlo los fuegos fatuos de Marshall, que, en diversas oportunidades, lanza sus piezas por caminos de falsa peligrosidad, que Capablanca, sin grandes esfuerzos, neutraliza y reduce a sus verdaderas dimensiones. Otra partida de corta duracin: 31 jugadas apenas, y el cubano universal obliga al campen a escribir en la planilla, con letra menuda y encorvada por la emocin, la frase lapidaria: me rindo.

De nuevo, y para seguir adelante con el plan de desplazamientos a que estn condenados los dos maestros, el match retorna al Marshall Chess Club. Por el ambiente del lugar, que, a todas luces, le resulta favorable, el campen acusa un repentino realce en su juego. Las dos partidas siguientes consigue hacerlas tablas, no sin algunos esfuerzos extraordinarios, contando, adems, con una cierta ineficacia de la tctica de Capablanca que, tratando de apresurar el desenlace del match, se empantana en toda una serie de experimentaciones pocos claras que, al final, se resuelven pacficamente, en un acuerdo mutuo de dividir el punto que, a los efectos del marcador, no le aporta nada a ninguno de los dos.

Otra vez se produce la mudanza, que es la repeticin del anterior recorrido durante la que Capablanca consigue reanimar su juego, enderezando sus ideas hasta el punto de conseguir cuatro impresionantes victorias ms al hilo, sin la sombra de una derrota o unas simples tablas. Ya, prcticamente, el destino del encuentro se halla decidido. Una partida ms a su favor, y Frank J. Marshall tendr que rendirle el tributo de su acatamiento ms absoluto, pero, al parecer, la propia tensin del ambiente, las presiones sicolgicas a que se ven sometidos ambos maestros, la misma ansiedad de Capablanca por llevar a su fin la disputa, producen una especie de colapso en su juego que le permitir al norteamericano, ms avenado en estas cuestiones que l, un forcejeo agnico, pero peligroso, que sirve para prolongar el match.

Es en este punto cuando el entorno que rodea a los dos jugadores gana en efervescencia y dimensin, al introducirse, en las polmicas que rodean la competencia, toda una serie de nuevos elementos que en nada contribuyen a mejorar el clima de juego. Por otro lado, es un hecho cierto que el desempeo de Marshall adquiere un nuevo bro, pasando sus planes a un frreo abroquelamiento en cada una de sus partidas, sin aventurarse a iniciar controversias demasiado riesgosas.

Se suceden, entonces, las partidas sin decisin favorable a uno de los dos, demasiadas quizs para los nervios de los apostadores, que ven cmo fluctan los pronsticos y, con ellos, los trminos en que deben pactar sus apuestas. Cuando creen que todo est ya definido, y que la derrota de Marshall resultar un acontecimiento casi inmediato, observan cmo se produce esta imprevista inmovilizacin del marcador, harto amenazante para el grueso de sus capitales, por lo que se van transformando, da a da y hora a hora, la relacin de los logros que se ofrecen. Incluso, desde Europa llegan las seales de alarma, al cerrar una banca de Pars con un ofrecimiento casi catastrfico, que nivela las posibilidades de ganancia para ambos jugadores.

Pero el escenario del juego, con sus efectos dramticos consiguientes, se torna ms especulativo, y ni siquiera la llegada de Lasker a la ciudad y su nueva afirmacin de que Capablanca es el mejor, consigue aplacar los nimos. Marshall se hace eco de las discusiones y, con una salida tpicamente temperamental, sostiene que el match debe darse por anulado, ya que, despus de veinte partidas, ninguno de los dos haba conseguido las ocho victorias reglamentarias. Esto trae como consecuencia una reunin de los representantes de ambos maestros quienes, luego de una larga discusin, se ven obligados a convocarlos a ellos mismos para que sean los que determinen la suerte del match, pues son tan confusas las clusulas del reglamento firmado por Marshall y Capablanca, que estos augustos seores se muestran incompetentes para definir, de la letra del documento, lo que debe tomarse como su espritu.

Pero Capablanca y Marshall tampoco llegan a acuerdo alguno, as que no existe otra alternativa que hacer uso de uno de los artculos del contrato, quizs el nico perfectamente definitorio, y designar un comit de honor integrado por las figuras ms relevantes del sector ajedrecstico neoyorquino, que son los que, en ltima instancia, pronuncian el veredicto final: continuar con el encuentro hasta que uno de los contendientes obtenga los ocho puntos estipulados, y esto sin sealar lmite alguno en el nmero de tablas de cero absoluto que puedan producirse.

La partida que se juega al otro da de la reunin del comit de honor concluye con una tabla ms, que se adiciona a la ya larga teora de ellas. Es por esto que un humorista, que suele publicar sus creaciones de actualidad en diversos peridicos del pas, y que, desde el principio, viene siguiendo las incidencias del match, le entrega a The Chess Weekly una caricatura de sobrios trazos naturalistas, donde Marshall y Capablanca aparecen encorvados ante un tablero, mesndose unas largas barbas blancas, mientras meditan sus prximas jugadas. Aquello no es ms que una fina irona hacia lo que todos piensan que pudiera ocurrir, si la infranqueabilidad del norteamericano se mantiene en su mismo punto de fortaleza.

De improviso, y sin que nadie lo previera, un periodista del Brooklyn Daily Tagle, abre la discusin hacia un aspecto que no haba sido tocado hasta el momento: la corona nacional de Estados Unidos. El articulista sostiene que el encuentro carece de sentido ya que Marshall est poniendo en juego un ttulo que, en realidad, no posee, porque el ltimo campeonato mundial norteamericano se haba disputado entre Pillsbury y Showalter sin que, hasta la muerte del primero, nadie, incluida Marshall, hubiera conseguido arrebatrselo. Este peregrino alegato no hace complicar ms las cosas, introducindole un momento trascendente y digno de ser tomado en consideracin: est o no est en juego el campeonato de Estados Unidos? Incluso, no falta quien se aventure a amplificar la polmica, agregndole una segunda pregunta a la anterior: si gana Marshall, se convierte, entonces, tambin, en campen de Cuba, que no es ms que un apndice de Estados unidos, con solo una ficcin de independencia? Y otros agregan, partiendo de estas mismas consideraciones chovinistas: estn los dos disputndose el cetro panamericano?

Pero ser Capablanca el encargado de sosegar la tempestad. Cuatro das ms tarde, en medio de los ms encendidos eptetos, el encuentro se traslada al Marshall Chess Club y, all, en el santuario del campen, es donde asesta el estoque mortal, directo al corazn de su contrario, al arrebatarle una pieza en la jugada 32 que realiza con las negras. Plido, con la respiracin alterada por la emocin, Frank J. Marshall, como haba hecho siete veces antes, estira su brazo tembloroso a travs de la mesa, y le entrega su mano a Capablanca. Una mano fra y suave, a la que le suda ligeramente la piel.

Capablanca haba jugado el encuentro sin conocer a fondo la teora de las aperturas, ni consultar, previamente, un libro especializado. Su preparacin se redujo a lo estrictamente emprico, y las informaciones recogidas al acaso en sus relaciones con otros maestros. Sin embargo, gana el match, y la victoria obtenida contra Marshall lo sita, de repente, dentro del ncleo principal que agrupa a los mejores jugadores del orbe, un merecimiento que l acepta sin ningn rubor, porque se sabe poseedor de una especie de estado de gracia que lo equipara con los otros maestros, a pesar de la diferencia de edades que se abre ante ellos.

Hay razones para el envanecimiento y Capablanca padece sus influjos en la medida que su carcter lo determina. Ya es un hombre en toda su alta dimensin y, por aadidura, nimbado por la gloria de los triunfadores, pero esto no invalida su capacidad autocrtica, por lo que, cuando das despus, en la apacible soledad del paquebote Mrida, que lo lleva de regreso a Cuba desde Nueva York, se sienta a reproducir las partidas del match con Marshall, se halla en disposicin de identificar sus defectos en las aperturas. Comprende que est en posesin feliz de un fino sentido de apreciacin de las posiciones que le permite calibrar, anticipadamente y con gran margen de certeza, casi con absoluta precisin, sus posibilidades para el ataque o la defensa. Con satisfaccin plena, adems, contabiliza las variaciones mostradas por su estilo a todo lo largo del enfrentamiento, midiendo sus formas imperfectas y sacando de ellas una conclusin para el futuro.

Es medioda cuando el Mrida arriba al puerto de La Habana. Ha venido brujuleando el brazo de tierra con que la pennsula de La Florida apunta hacia Cuba, en medio de un mar quieto y noble que no le presenta inconveniente alguno. Al asomarse al canal de entrada a la baha, acodado en la borda derecha del barco, Capablanca deja ir su mirada sobre la ciudad reverberante en el clido sol del trpico. Abajo, rodeando al Mrida, se despliegan poco ms de una veintena de botes y otras embarcaciones de reducida envergadura, que, ordenadamente, maniobran por los costados del barco, formando, entre todas, un alegre cortejo de recepcin que lo acompaa hasta el muelle. De pie en la barca ms marinera, que se destaca entre las otras por su porte estilizado, viajan sus padres y algunos de sus hermanos, que lo saludan con gran contento, mientras emproan, precedindolo, el camino hacia el muelle.

Un estruendo de cohetes y matracas desatado a los cuatro vientos, y el agudo ulular de las sirenas de la capitana del puerto y de las embarcaciones surtas en los espigones, completan la ceremonia sonora de bienvenida. Cuando el barco atraca en La Machina, y colocan la pasarela de madera, Capablanca se lanza a travs de ella hacia sus padres, que han llegado primero y lo aguardan all, de brazos abiertos en medio del muelle. Detrs de ellos, la orquesta municipal embraza sus

instrumentos y entona un repertorio de melodas marciales. Una representacin del gobierno de la Nacin, rgida y solemne en sus levitas negras, adems del presiente del consistorio municipal, se adelantan a ofrecerle sus congratulaciones oficiales.

Jos Ral Capablanca y Graupera, el cubano insigne, tocado a conciencia por el genio, ha regresado a su patria en posesin de su segunda corona ajedrecstica, la de Estados Unidos, a una edad en que los triunfos de la vida suelen constituir una quimera lejana. No importa que l no sea nacido all, en tierra nortea: es campen por derecho propio y eso nadie est ya en condiciones de discutirlo eficazmente.

Tomado de Capablanca, Editorial CientficoTcnica, 1990.

Portada del libro Capablanca. Biografa, de Jorge Dubar Editorial Cientfico - Tcnica, 1990

La Jiribilla. La Habana. 2003 http://www.lajiribilla.cu http://www.lajiribilla.cubaweb.cu