Capitulo 1

7
La línea del horizonte apareció con las primeras luces del amanecer. Un amanecer que impregnó el cielo de colores sanguinolentos que anunciaban el destino de ese nuevo día. Inayat corría por las calles del puerto Théleos hacia los riscos del acantilado. Aquellas calles pequeñas escondían pequeñas casitas de adobe recubiertas de cal blanca y aunque el sol ya despuntaba en el horizonte, la mayoría de las gentes del puerto todavía dormían. No dejó de correr hasta que alcanzó la salida del pueblo, desviándose del camino principal para dirigirse hacia los pequeños riscos que a su derecha, anunciaban el comienzo de los grandes acantilados. Inayat ya podía escuchar el sonido del mar y sus olas rompiendo contra la roca. Una sonrisa se esbozó en sus labios mientras trepaba con cuidado por las rocas, escogiendo el lugar apropiado donde colocar pies y manos. Inayat no contaba con más de 18 años de vida y era una joven ágil y fuerte; conocía aquellos riscos como la palma de su mano. Aquél día era especial. Desde que su pueblo llegase a aquella isla que ellos llamaban Nàssara siempre el mismo día del año se celebraba la elección de los cinco nuevos chamanes aprendices de cada linaje en los acantilados sagrados. Su hermano Iswara era uno de los candidatos por parte del linaje Théleos y aquello era todo un honor para su familia, la cual gozaría de buenas gratificaciones durante años. Nàssara era una isla de grandes dimensiones y que a pesar de estar poblada en su totalidad por los Haridian, no

description

relato fantastico

Transcript of Capitulo 1

Page 1: Capitulo 1

La línea del horizonte apareció con las primeras luces del amanecer. Un amanecer que

impregnó el cielo de colores sanguinolentos que anunciaban el destino de ese nuevo

día. Inayat corría por las calles del puerto Théleos hacia los riscos del acantilado.

Aquellas calles pequeñas escondían pequeñas casitas de adobe recubiertas de cal

blanca y aunque el sol ya despuntaba en el horizonte, la mayoría de las gentes del

puerto todavía dormían. No dejó de correr hasta que alcanzó la salida del pueblo,

desviándose del camino principal para dirigirse hacia los pequeños riscos que a su

derecha, anunciaban el comienzo de los grandes acantilados. Inayat ya podía escuchar

el sonido del mar y sus olas rompiendo contra la roca. Una sonrisa se esbozó en sus

labios mientras trepaba con cuidado por las rocas, escogiendo el lugar apropiado

donde colocar pies y manos. Inayat no contaba con más de 18 años de vida y era una

joven ágil y fuerte; conocía aquellos riscos como la palma de su mano.

Aquél día era especial. Desde que su pueblo llegase a aquella isla que ellos llamaban

Nàssara siempre el mismo día del año se celebraba la elección de los cinco nuevos

chamanes aprendices de cada linaje en los acantilados sagrados. Su hermano Iswara

era uno de los candidatos por parte del linaje Théleos y aquello era todo un honor para

su familia, la cual gozaría de buenas gratificaciones durante años.

Nàssara era una isla de grandes dimensiones y que a pesar de estar poblada en su

totalidad por los Haridian, no estaba completamente habitada y aun había lugares

baldíos donde los exiliados no habían entrado. Muchos de aquellos lugares habitados

no eran de fácil acceso y a las clases más bajas de la población no se les permitía

entrar. Uno de esos lugares eran los acantilados sagrados, llamados así por el

populacho, pero cuyo nombre original, adoptado por los primeros hombres en llegar a

la isla fue Naraka1.

Las vistas desde el lugar que Inayat había elegido eran las mejores, aunque el riesgo

que corría de caer al mar era extremo. Desde allí podía divisar como los chamanes más

antiguos de cada linaje, ataviados son sendas capas de colores, daban paso a los

jóvenes (todos hombres) que asustados, caminaban en fila india en la cueva gigante

donde se celebraban la mayoría de los rituales de iniciación. El sonido del choque de

1 Naraka = infierno. Los primeros hombres en llegar a la isla fueron arrastrados por las corrientes hacia los acantilados, provocando que una tercera parte de la flota de los Haridian fuera destruida. A partir de entonces es zona sagrada además de maldita, pues se cree que los espíritus de los caídos todavía rondan las cuevas de los acantilados.

Page 2: Capitulo 1

las olas contra la roca insonorizaba los cantos tántricos que recitaban como letargos

los más antiguos, produciendo un efecto embriagador. De aquel entrante en la roca,

de casi cinco metros de profundidad, salían humaredas procedentes de las cinco

hogueras que se habían prendido en honor a los antepasados de los cinco linajes de los

Haridian. Aquel espectáculo era el que más asombraba a Inayat, que durante años

había observado con avidez cómo los jóvenes entraban en trance – gracias a los cantos

y a las drogas que les hacían tomar – para demostrar después que su visión había sido

la más transcendental para la seguridad del clan.

Los Haridian conformaban un clan muy numeroso, que ocupaba al completo la isla que

siglos antes habían abordado, cuando huían de su lugar natal. Eran los grandes

extraños del continente y ellos mismo sabían que no pertenecían a esas tierras, sino a

las que habían dejado atrás en otro continente. En los hombros de los exiliados pesaba

la sombra de un pasado difícil de olvidar y con ello vivían día a día, con la esperanza de

poder regresar algún día a su tierra.

Sin embargo, para Inayat, aquel era su hogar y disfrutaba de sus bosques, praderas,

ríos y mares tanto como podía. Acurrucada en aquel risco al borde del océano,

observaba como su hermano Iswara se balanceaba al ritmo de los tambores y de los

cantos, dejando atrás su cuerpo para dar paso a un estado de euforia. Si Iswara

despertaba con una visión que transmitir, sería el nuevo chamán aprendiz del clan

Théleos, lo cual haría que toda la familia de Inayat tuviera que desplazarse a la ciudad

central, a Nàssara. Inayat sólo había viajado una vez allí, cuando era muy pequeña y

tenía que acompañar a su padre, comerciante de pescado.

El tiempo pasaba y el cielo rojizo del amanecer se había tornado de un azul

blanquecino que cegaba los ojos con el resplandor del sol mañanero. Pronto tendría

que volver o su madre notaría su ausencia en la casa, si no lo habían hecho ya.

No había terminado la ceremonia, de hecho, podría alargarse hasta bien entrada la

noche. Se incorporó con cuidado, notando los músculos agarrotados por haber estado

en la misma posición durante prácticamente una hora. Poco a poco fue descendiendo

por la roca, notando como se alejaban los sonidos rituales de la cueva así como el

sonido del oleaje. Mientras lo hacía no podía dejar de rogar a sus antepasados para

que diesen una oportunidad a su hermano mayor.

Page 3: Capitulo 1

El camino al pueblo lo volvió a recorrer de nuevo, cruzándose esta vez con

comerciantes que llegaban a la ciudad para el mercado o agricultores que salían con

sus aperos para trabajar el campo en aquella mañana soleada. Todos los que salían del

pueblo eran hombres, incluso los más pequeños, que acompañaban a sus padres en

aquel día de trabajo. Todos los puertos de la isla tenían la misma estructura, aunque

pertenecían a diferentes familias. Théleos era el puerto comercial por excelencia al

encontrarse en la zona norte de la isla, favoreciendo los intercambios comerciales

entre el archipiélago y el continente. La entrada al pueblo estaba marcada por dos

grandes árboles sauces llorones, cuyas ramas caían hasta el suelo. Entre ambos árboles

las ramas estaban cortadas de tal forma que conformaban un arco de medio punto por

donde se accedía al puerto. El primer paso en la ciudad introducía a un mundo lleno de

movimiento y ruido, las calles abarrotadas de comerciantes que llegaban con sus

carros, de mujeres cargadas con sacos de trigo, niños que correteaban entre las

piernas de los más mayores. Las casas que recorrían la entrada principal estaban

cubiertas de cal, aunque en su origen fueron hechas con adobe. Constaban

únicamente de un piso de altura y varios vanos de forma ovalada en la pared principal.

En su azotea, la mayoría de las pequeñas casitas tenían un pequeño huerto donde

cada familia plantaba sus árboles frutales. Aquello a Inayat era lo que más le gustaba

de su pueblo, el olor a naranjas y limones, y la ligera sombra que proyectaba cada uno

de esos árboles sobre la calle, apartando el abrasador calor que azotaba desde

primeras horas de la mañana.

La casa de Inayat era una de las más cercanas al puerto. Su padre desde joven fue

educado como comerciante así que pasaba largas jornadas fuera de casa tanto en el

continente, como en la ciudad central. Su madre, en cambio, era la que organizaba

todas las tareas del hogar, así como la economía y administración de su familia. Los

Haridian, entre otras cosas, eran un pueblo con tendencia al matriarcado puesto que

los hombres una vez llegada la mayoría de edad abandonaban el hogar familiar y o

bien marchaban a la mar como pescadores, o bien eran comerciantes, o bien, incluso,

llegaban a las altas esferas y tenían que mudarse a Nàssara. Aunque las mujeres

también podían optar a ser parte de la administración general, normalmente eran las

que imponían autoridad dentro del ámbito familiar.

Page 4: Capitulo 1

Su madre apareció en el umbral de la puerta. Tan sólo tenía treinta y dos años y su

pelo era tan blanco como la nieve. Sus ojos, turquesas, se fijaron en su hija. –Sabes que

está prohibido. Si te hubiesen visto merodear por allí… –. Ambas entraron en la

pequeña casa, sobriamente decorada para no restar espacio al habitáculo que hacia las

funciones de cocina y dormitorio. La familia de Inayat no era de las más grandes. Tenía

dos hermanos mayores, Iswara y Vikesh. Iswara, cuyo nombre significaba dios

personal, había nacido destinado a ser chamán, un hombre relacionado con los

antepasados y con lo espiritual. En cambio, Vikesh –que significaba luna– tuvo un

destino mucho más grande.

Ambas se sentaron en la pequeña mesa central. – Iswara había entrado en trance,

madre. Lo he visto con mis propios ojos, comunicarse con nuestros antepasados,

pidiéndoles consejos. –alzó las manos imitando la posición de su hermano mayor. Su

madre, contrariada, sacudió sus manos con un aspaviento. – ¡Está prohibida la entrada

a la ceremonia sagrada! – se sentó en un cojín que había en el suelo. Las mujeres

Haridian tenían otra labor: la elaboración de hermosas joyas que luego vendían en el

continente, sobre todo para el Imperio. –Espero que ellos no te hayan visto, sino

podrías haber contrariado sus designios para con tu hermano.

–Madre, no he contrariado a nadie. Pásame ese cubo de oishi. – El oishi era la forma

que tenían los Haridian de llamar a la piedra preciosa fundamental de la isla. De origen

vegetal, tenía muchas similitudes con el ámbar, pero por el contrario, era de un color

azul turquesa que con la luz del sol podía imitar perfectamente a un gran diamante. A

Inayat no le había dado ni a coger el cubo cuando un hombre apareció en el umbral de

la puerta. Se trataba de un guardacostas. – Señoras, ha encallado el último barco que

partió del puerto. No hay ningún tripulante ni resto de vida en la nao.

Tanto Inayat como su madre, se miraron, comprendiendo lo que quería decir con

aquella noticia tan inesperada. Su padre había naufragado.