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Capítulo 10 Lo que nos separa 10.___________________________ ___Sacramento del Orden No es reconocido por los cristianos evangélicos el Sacramento del Orden o Sacerdocio Jerárquico, llamado el sexto mandamiento. Para éstos, la consagración de los ministros no es un sacramento porque no fue instituido por Cristo, con prescripciones semejantes a la de la Santa Cena y el Bautismo, de acuerdo a lo mencionado en las Sagradas Escrituras. Jesús, no ordenó a los apóstoles como sacerdotes, durante la última cena, cuando les dijo, al partir el pan, “Haced esto en memoria de mí”, porque, ya hacía dos años que los había ordenado, cuando los escogió para que fuesen sus apóstoles o mensajeros de su palabra. Tampoco los ordenó como sacerdotes luego de la resurrección, cuando soplando sobre ellos les dijo: “Recibid el Espíritu Santo”. Además, el sacramento del orden no debería ser considerado un sacramento por cuanto excluye a quien lo recibe de la participación en otro sacramento también 45 45

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Capítulo 10

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10.______________________________Sacramento del Orden

No es reconocido por los cristianos evangélicos el

Sacramento del Orden o Sacerdocio Jerárquico, llamado el sexto mandamiento.

Para éstos, la consagración de los ministros no es un sacramento porque no fue instituido por Cristo, con prescripciones semejantes a la de la Santa Cena y el Bautismo, de acuerdo a lo mencionado en las Sagradas Escrituras.

Jesús, no ordenó a los apóstoles como sacerdotes, durante la última cena, cuando les dijo, al partir el pan, “Haced esto en memoria de mí”, porque, ya hacía dos años que los había ordenado, cuando los escogió para que fuesen sus apóstoles o mensajeros de su palabra.

Tampoco los ordenó como sacerdotes luego de la resurrección, cuando soplando sobre ellos les dijo: “Recibid el Espíritu Santo”.

Además, el sacramento del orden no debería ser considerado un sacramento por cuanto excluye a quien lo recibe de la participación en otro sacramento también agregado por la Iglesia Católica, el de matrimonio, porque, no pueden ser los sacramentos antagónicos entre si, deben ser, para todos los cristianos, tal como los quiso Cristo al instituir la Comunión y el Bautismo.

Este sexto sacramento, es para la Iglesia Católica el medio “gracias al cual la misión confiada por Cristo a sus Apóstoles, sigue siendo ejercida en la Iglesia hasta el fin de los tiempos”.(93)

“La ordenación, palabra reservada al acto sacramental que incorpora al orden de los Obispos, de los Presbíteros, y de los Diáconos y que va mas allá de una simple elección, designación, delegación o

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institución por la comunidad, pues confiere un don del Espíritu Santo que permite ejercer un «poder Sagrado» que solo puede venir de Cristo a través de la Iglesia. La ordenación también es llamada consagración porque es un poner aparte y un investir por Cristo mismo para su Iglesia. La imposición de manos del obispo, con la oración consagratoria constituye el signo visible de esta consagración” (94).

“La palabra orden, designaba en la antigüedad romana, cuerpos constituidos en sentido civil, sobre todo el cuerpo de los que gobiernan. En la Iglesia Católica hay cuerpos constituidos que la Tradición, no sin fundamentos en la sagrada escritura llama ordos, entre ellos la liturgia habla del ordo episcoparum, del ordo presbyterorum y del ordo diaconorum”(95).

La Iglesia Católica, a semejanza con la Iglesia judaica antigua y la de aquellos pueblo que creían en otros dioses, tienen sacerdotes elegidos y nombrados para desempeñarse en el gobierno de la Iglesia o instituciones, con una misión, de acuerdo con la jerarquía del elegido.

Pasaron siglos en la era cristiana, antes que el Concilio de Florencia (año 1431) instituya este nuevo sacramento y el tipo de ceremonia, que se debía realizar, para que esta consagración se consumase.

La Iglesia Cristiana no tiene sacerdotes, tiene solamente pastores o ministros y los Diáconos.

El Evangelio, nunca los menciona como sacerdotes a los ministros cristianos, no usa ese término sino cuando se refiere a sacerdotes no cristianos o cuando lo utiliza en sentido figurado, aplicándoselo a todos los cristianos, sean pastores o laicos y a los cuales se les reconoce (1 Pe. 2:9)“real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios”, por lo expuesto, entre los cristianos o todos sacerdotes o ningún sacerdote, con el significado que tiene, para la Iglesia Católica.

La Epístola a los hebreos dice que Cristo tiene un «sacerdocio único», el cual, no admite como el sacerdocio de Aarón lo permite, ni sucesor, ni vicario ni asistente. Cristo es el

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primer y último sacerdote de los cristianos, aquí, en la tierra como en el cielo, por lo tanto, con Cristo, se terminaron todos los sacerdocios y sacrificios expiatorios del antiguo pacto.

La Iglesia Católica dice que “en su liturgia ve en el «sacerdocio de Aarón» y en el «servicio de los levitas», así como en la institución de los setenta ancianos, prefiguraciones del ministerio ordenado de la Nueva Alianza. Por ello, «en el rito latino la iglesia se dirige a Dios en la oración consagratoria de los Obispos, Presbíteros u Diáconos, mencionando de acuerdo con la jerarquía del consagrado a Aarón, a los levitas y a los setenta ancianos”(97).

Al interpretar la Iglesia Católica que: “Todas la prefiguraciones del sacerdocio de la Antigua Alianza, «encuentran su cumplimiento en Cristo Jesús», único mediador entre Dios y los hombres, (1 Te. 2:5); Melquisedec, sacerdote del Altísimo (Ge. 14:18), es considerado por la tradición Cristiana como una prefiguración del sacerdocio de Melquisedec (He. 5:10 y 6:20)” (98).

“El sacrificio redentor de Cristo es único, realizado una vez por todos. Y por esto se hace presente en el sacrificio eucarístico de la Iglesia”; doctrina que no es aceptada por los cristianos evangélicos y que fue explicitada en el capítulo 3, de este estudio analítico, sobre el Concilio Vaticano II.

Continúa el catecismo de la Iglesia Católica: “Lo mismo acontece con el único sacerdocio de Cristo: « se hace presente en el sacerdocio ministerial sin que con ello se quebrante la unicidad del sacerdocio de Cristo»“(99), criterio que tampoco es compartido por los cristianos evangélicos; “Cristo, sumo sacerdote y único mediador, ha hecho de la Iglesia un reino de sacerdotes para su Dios y Padre (Ap. 1:6).” Este mismo versículo, en la Biblia, versión Reina Valera, revisión 1960 dice refiriéndose, para todos los cristianos, que “nos hizo reyes y sacerdotes para Dios su Padre”, sin discriminación, como luego veremos, en las dos clases de sacerdotes, dentro de la Iglesia Católica.

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1. La primera de ellas, es en general, para todos porque: “Toda la comunidad de los creyentes es, como tal, «sacerdotal». Los fieles ejercen un «sacerdocio bautismal» a través de su participación, cada uno según su vocación propia en la misión de Cristo, Sacerdote, Profeta y Rey. Por los «sacramentos del Bautismo y de la confirmación», los fieles son consagrados para ser un sacerdocio santo”(100). Por medio de la fe, los cristianos evangélicos, si confesamos con nuestra boca que Jesús es el Señor y creemos de corazón que Dios lo resucito, seremos salvos (Ro. 10:9) y consecuentemente formamos parte de su Iglesia (Ap. 5:10) y que luego de la conversión, el Espíritu de Dios mora en nosotros, porque somos templo de su espíritu, sacerdotes santos «sin necesidad de los sacramentos del Bautismo y de la confirmación».

2. La segunda clase de sacerdocio para la Iglesia Católica es: “El sacerdocio ministerial o jerárquico de los Obispos y de los Presbíteros”. El «sacerdocio común» de todos los fieles, aún que su diferencia es esencial y no solo de grado están ordenados el uno al otro; ambos en efecto, participan cada uno a su manera, del único sacerdocio de Cristo, ¿En qué sentido? Mientras el «sacerdocio común» de los fieles se realiza en el desarrollo de la gracia bautismal (vida de fe, de esperanza y de caridad, vivida según el Espíritu, el «Sacerdocio ministerial» está al servicio del sacerdocio común, en orden al «desarrollo de la gracia bautismal» de todos los cristianos. Es uno de los medios por los cuales Cristo no cesa de construir y de conducir a su Iglesia. Por esto, es transmitido mediante un sacramento propio, el Sacramento del Orden”(101).

La presencia del Espíritu Santo en los sacerdotes católicos, les daría la potestad para desarrollar la gracia bautismal de todos los fieles de la Iglesia. Esta presencia del

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Espíritu, la adquiriría el sacerdote, mediante la imposición de manos del obispo consagrante.

En la Iglesia cristiana de los primero siglos, los primeros diáconos ordenados, tenían al Espíritu Santo, antes de recibir la imposición de manos (Hch. 6:3 y 6). Recordemos que en esa época «Simón del mago», erróneamente creía, que podía adquirir con dinero, al poder el Espíritu Santo e imponer a su voluntad sus manos y ungir a la gente, con el Espíritu de Dios, (Hch. 8:19).

La diferencia, entre lo sacerdocios de la Iglesia Católica es que: “En el servicio eclesial del ministro ordenado es Cristo mismo quien está presente en su Iglesia como cabeza de su cuerpo, Pastor de su rebaño, Sacerdote del sacrificio redentor, Maestro de la verdad. Es lo que la Iglesia expresa al decir que «el sacerdote», en virtud del sacramento del orden, actúa «in persona Chirsti Capitis».

Afirma la doctrina de la Iglesia Católica que: “El ministro «posee en verdad» el papel del mismo Sacerdote, Cristo Jesús. Si ciertamente, aquel es asimilado al Sumo Sacerdote, por la consagración sacerdotal recibida, goza de la facultad de actuar por «el poder de Cristo mismo a quien representa»“.

Por lo expuesto, la Iglesia Católica concluye que: “Cristo es la fuente de todo sacerdocio, pues el sacerdote de la antigua ley«era figura de El», y el sacerdote de la nueva ley «actúa en representación suya”. (102).

“Por el ministerio ordenado, especialmente por el de los obispos y los presbíteros, la presencia de Cristo como cabeza de la Iglesia de hace visible en medio de la comunidad de los creyentes”:(103).

Para la Iglesia Cristiana que sigue al Evangelio de Cristo, todos los creyentes sin excepción, son miembros del Cuerpo de Dios, su Iglesia y cuya única cabeza es Cristo Jesús y El, no necesita que nadie lo represente (1 Co. 12:1-37).

Aclara la Iglesia Católica, para evitar confusión que: “Esta presencia de Cristo en el ministro no debe ser entendida como si este estuviera exento de todas las

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flaquezas humanas, del afán de poder, de errores, es decir del pecado. No todos los actos del ministro son garantizados de la misma manera por la fuerza del Espíritu Santo. Mientras que en los sacramentos esta garantía es dada de modo que ni siquiera el pecado del ministro pueda impedir el fruto de la gracia, existen muchos otros actos que la condición humana del ministro deja huellas que no son siempre el signo de la fidelidad al Evangelio y que pueden dañar por consiguiente a la fecundidad apostólica de la Iglesia” (104)

Este carácter indeleble, del sacramento del orden sagrado y de la eucaristía en particular, se debió a una medida que se tuvo que tomar durante la edad media, indudablemente en un época muy especial en la vida de la Iglesia Católica; para impedir la nulidad de los sacramentos administrados por aquellos ministros indignos, que participaban en la vida de la Iglesia,

Esta medida conciliar, que aún sigue vigente, sería contraproducente para aquellos ministros de conducta equívoca, porque podrían seguir con igual conducta, sabedores que permanecerán siempre, sacerdotes de Dios (105) y que los fieles no se verán perjudicados, cuando reciban los sacramentos, en los que ellos participan indebidamente.

Para la Iglesia Católica: “«Este sacerdocio es ministerial». Esta función, que el Señor confió a los pastores de su pueblo, es un verdadero servicio. Está enteramente referido a Cristo y a los hombres. Depende totalmente de Cristo y de su sacerdocio único, y fue instituido en favor de los hombres y de la comunidad de la Iglesia”.

La Iglesia Católica remarca el poder sacerdotal dado que: “El sacramento del orden comunica un «poder sagrado», que no es otro que «el de Cristo», El ejercicio de esta autoridad debe, por tanto, medirse según el modelo de Cristo, que por amor se hizo el último y el servidor de todos. El Señor dijo claramente que la atención prestada a su rebaño era prueba de su amor a El (Jn. 21:15-17),(106)”.50

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Este «sacerdocio ministerial» conocido con el nombre de cleresia o clero, es una palabra proveniente del griego, y que significa porción o parte reservada.

Para cumplir con esta significación, la Iglesia Católica se expresa con dos concepciones doctrinarias, que no comparten los cristianos desde los primeros tiempos.a) Una de las concepciones era, que los pastores de las Iglesias

cristianas debían formar parte, de una «orden separada», que se distinguirían por su vestimenta o hábito talar y porque debían llevar una señal distintiva en el mismo cuerpo, la tonsura en su cabeza y además disponer de derechos y privilegios especiales, de acuerdo a lo determinado en el Concilio de Trento, en el año 1545.

Esta conducta, era más o menos la misma que la del Judaísmo y también en el paganismo, pero no del cristianismo evangélico, que la desaprueba terminantemente.

La única vez que en el Nuevo Testamento se menciona una orden o sacerdocio de los cristianos, es para aplicar aquellos nombres «a todos los fieles» (1 Pe. 2:9), en virtud de que Cristo, habiendo ofrecido el gran sacrificio, no existe más la necesidad de sacrificios ni órdenes ministeriales o sacerdotales, por cuanto lo único que ahora es acepto a Dios, son los sacrificios espirituales por Jesucristo y que cada creyente, puede y debe ofrecer por si mismo. Cuando en el Nuevo Testamento se menciona a veces a sacerdotes, siempre se trata de israelitas o paganos. Los pastores de rebaño de Cristo, en el Evangelio, se los llama siempre «ministros», describiendo sus atribuciones, para que se entienda que ellos no son nada más que simples miembros de las congregaciones, encargados de manera especial «de la instrucción y dirección de las mismas». Dice también la palabra del Señor, que los ministros de Cristo sean buenos maridos y padres ejemplares y que como todos los demás ciudadanos, deben someterse a la autoridad civil, en todo aquello que no contradigan su palabra, mostrándose entre ellos, no por la fuerza, sino como hermanos de sus correligionarios (1 Pe. 5:2,3).

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Un «ministerio» es necesario en la Iglesia, pero de la manera que Cristo lo quiso y constituyó con sus apóstoles, donde no exista un orden jerárquico del tipo de la Iglesia Católica, porque todos ellos eran iguales ante El.

En la Iglesia Cristiana primitiva, la distinción, entre un sacerdocio jerárquico y un sacerdocio común de los laicos o pueblo, fue una de las primeras modificaciones que se introdujeron en el cristianismo.

El germen, de esta separación jerárquica, la hallamos en Cipriano, obispo de Cartago entre los años 210 y 258, (107), No obstante, los más distinguidos padres de la Iglesia, tales como Crisóstomo y Agustín, sostienen y defienden la enseñanza Bíblica del sacerdocio universal de los creyentes.(108).

b) La otra concepción, que especifica el grado de poder sacerdotal, la Iglesia Católica afirma: “El sacerdocio ministerial no tiene solamente por tarea «representar a Cristo», cabeza de la Iglesia, ante la asamblea de los fieles, actúa también en «nombres de toda la Iglesia» cuando presenta a Dios la oración de la Iglesia y sobre todo cuando ofrece el sacrificio eucarístico (109). En nombre de toda la Iglesia, expresión que no quiere decir que los sacerdotes sean los delegados de la comunidad. La oración y la ofrenda de la Iglesia son inseparable de la oración y la ofrenda de Cristo, su cabeza. Se trata siempre del culto de Cristo en y por su iglesia, Es toda la Iglesia, cuerpo de Cristo, la que ora y se ofrece «por El, con El y en El» en la unidad del Espíritu Santo, a Dios Padre. Todo el cuerpo, «cabeza y miembros», ora y se ofrece, y por eso quienes, en este cuerpo, son específicamente sus ministros, son llamados «ministros no sólo de Cristo, sino también de la Iglesia». El sacerdocio ministerial puede representar a la Iglesia porque representa a Cristo”.(110)

Esto quiere decir, que únicamente el sacerdocio ministerial o clero, tiene el derecho de gobernar y dirigir la

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Iglesia, porque representa a Cristo.Esta es otra de las grandes controversias doctrinaria, que

tiene el cristianismo evangélico con la Iglesia Católica.¿Dónde puede comprobarse que Cristo haya querido o

instituido un sistema eclesial semejante?.Las mismas promesas hechas a sus apóstoles, El las hizo

a todos sus discípulos.¿Qué es lo que vemos en la Iglesia primitiva? Cuando se

instituyó el diaconado (Hch. 6), son los hermanos de la Iglesia y no los apóstoles los que eligen a los Diáconos. Los apóstoles tenían asignados cargos especiales, es decir, ceremonialmente imponían las manos y no ungía con el Espíritu Santo a los electos.

Cuando se reunió en Jerusalen el primer «concilio, asamblea o conferencia», de la iglesia primitiva, leemos que en ella participaron indiscutiblemente, apóstoles, ministros y hermanos de la Iglesia (Hch. 15:22,23).

Conocemos también, por la historia eclesiástica, que en los primeros siglos, los laicos junto con los obispos y presbíteros o pastores participaban en los concilios.

Poco a poco, los laicos fueron discriminados, aunque todavía, en el siglo VII, en el 6º Concilio de Toledo, del año 663, los hallamos mencionados en el canon cuatro.

Posteriormente, los únicos participantes con voto, fueron sacerdotes ordenados que se reunían, aprobando por la mayoría de votos, de este colegio, llamado episcopal y que a partir del Concilio Vaticano I del año 1869, la aprobación de la resolución conciliar ya no es por mayoría, sino que es prerrogativa de un sólo hombre, el sumo pontífice de la Iglesia o papa:“quien tiene en la Iglesia, en virtud de su función de vicario de Cristo y Pastor de toda la Iglesia, «la potestad plena, suprema y universal», que puede ejercer siempre con entera libertad (112). El colegio o cuerpo episcopal no tiene ninguna autoridad si no se la considera junto con el Romano Pontífice, sucesor de Pedro, como cabeza del mismo. Como tal este colegio es también sujeto a la potestad suprema y plena sobre toda la Iglesia que no

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puede ejercer... a no ser con el consentimiento del romano Pontífice”.(113)

Para la Iglesia Católica: “El ministerio eclesiástico, instituido por Dios, está ejercido en diversos órdenes que ya desde antiguo reciben los nombres de Obispos, Presbíteros y Diáconos.La doctrina católica, expresada en la liturgia, el magisterio y la práctica constante de la Iglesia, reconocen que existen «dos grados» de participación ministerial en el sacerdocio de Cristo; «el episcopado y el presbiteriado». El «diaconado» esta destinado a ayudarles y servirles. Por eso, el término de «sacerdos» designa, en el uso actual, a los obispos y a los presbíteros, pero no a los diáconos. Sin embargo la doctrina católica enseña que a los grados de participación sacerdotal (episcopado y presbiteriado) y el grado de servicio (diaconado) «son los tres conferidos» por un acto sacramental del orden: que todos reverencien a los diáconos como a Jesucristo, como también al obispo, que es imagen del Padre y a los presbíteros como el senado de Dios y como la asamblea de los apóstoles; sin ellos no se puede hablar de Iglesia” (114).

Jesús instituyó a los doce apóstoles y a los setenta evangelistas, encargándoles como misión, el fundar y organizar su iglesia.

Estos apóstoles, no introdujeron en la Iglesia ninguna jerarquía, sino «un simple ministerio» en el cual se distinguen únicamente tres funciones distintas:

I. Los «diáconos», encargados de la administración temporal, de bautizar y de asistir a los pastores en la distribución de la Santa cena o comunión.

II. Los «presbíteros», (literalmente los mayores) o sea los «pastores», encargados de la predicación y de la dirección pastoral de la grey y también por estos motivos, en los tiempos primitivos se los llamaba «obispo», es decir; el que vigila.

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III.Los apóstoles, ordenaron algunos hermanos de la Iglesia, como a Tito y Timoteo, sin darles ningún título, para que visiten las Iglesias con el objeto de establecer en ellas presbíteros o pastores y a diáconos. Por esta especial actividad, sus coetáneos, pronto les aplicaron exclusivamente a ellos y no como hasta en ese tiempo que se los aplicaba también a cualquier pastor, el título de «obispos».

Fuera de estos presbíteros, diáconos y obispos, el Evangelio no menciona ningún otro orden o función permanente.

La Iglesia Católica desarrolló y organizó doctrinariamente su magisterio con sus ordenes, pero entendemos, que esta forma de organizar a la Iglesia es todo lo opuesto a lo que Jesús quería y de lo que los apóstoles habían instituido. Cristo ha dicho, (Mt. 20: 25, 26) “sabéis que los gobernantes de las naciones se enseñorean de ellas, y los que son grandes ejercen sobre ellas potestad, Mas entre vosotros no será así, sino que el que quiera hacerse grande entre vosotros, será vuestro servidor”. El apóstol Pedro a su vez escribió en (1 Pe. 5:1-3): “Ruego a los ancianos que están entre vosotros, yo anciano también con ellos, y testigo de los padecimientos de Cristo... apacentad la grey de Dios... no como teniendo señorío sobre los que están a vuestro cuidado, sino siendo ejemplos de la grey” (115).

Para la Iglesia Católica: “En resumen, el «obispo» recibe la «plenitud del sacramento del orden que lo incorpora al colegio episcopal y hace de él la «cabeza visible» de la iglesia particular que le es confiada. Los obispos, en cuanto «sucesores de los apóstoles» y miembros del colegio, participan de la responsabilidad apostólica y en la misión de toda la Iglesia bajo la autoridad del Papa, sucesor de San Pedro, (116). «Los presbíteros» están unidos a los obispos en la dignidad sacerdotal y al mismo tiempo dependen de ellos en el ejercicio de sus funciones pastorales; son llamados a ser «cooperadores diligentes de los obispos»; forman en

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torno a su obispo el presbiterio que «asume con él» la responsabilidad de la Iglesia particular. Reciben del obispo el cuidado de una comunidad parroquial o de una función eclesial determinada (117). «Los diáconos» son ministros ordenados para la tarea de «servicio de la Iglesia»; no reciben el sacerdocio ministerial, pero la ordenación les confiere funciones importantes en el ministerio de la palabra, del culto divino, del gobierno pastoral y del servicio de la caridad, tareas que deben cumplir bajo la autoridad pastoral de su obispo.(118).

«El sacramento del orden » es conferido por la imposición de las manos seguida de una oración consagrativa solemne «que pide a Dios para el ordenado» las gracias del Espíritu Santo requeridas para su ministerio.(119).

«La iglesia confiere el sacramento del orden» únicamente a varones bautizados (120), conferido ordinariamente a candidatos que están «dispuestos a abrazar libremente el celibato», (121). Corresponde a los obispos conferir el sacramento del orden «en tres grados».(122)

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10.A_____________________________Celibato

De manera similar, a como trató la Iglesia Católica, el

celibato por sus características, merece un análisis especial, dentro del sacramento del orden.

El Concilio Vaticano II, en el decreto Presbyterorum Ordines, que trata sobre el ministerio y vida de los presbíteros “indica que hay que abrazar el celibato y apreciarlo como una gracia porque la perfecta y perpetua continencia por amor al reino de los cielos recomendada por Cristo Señor (Mt. 19:12 ), aceptada de buen grado y laudablemente guardada en el decurso del tiempo y aún en nuestros días por no pocos fieles, ha sido siempre altamente estimada por la Iglesia de manera especial para la vida sacerdotal”.

En el mismo concilio, en la constitución dogmática Lumen gentium sobre la Iglesia (124), dice: “La santidad de la Iglesia también se fomenta de una manera especial con los múltiples consejos que el Señor propone en el Evangelio para que los observen sus discípulos. Entre ellos se destaca el precioso don de la divina gracia, concedido a algunos por el Padre (Mt. 19:11 y 1 Co. 7:7), para que se consagren a solo Dios con un corazón que en la virginidad o en el celibato, se mantiene más fácilmente indiviso (1 Co. 7:32-34). Esta perfecta continencia por el reino de los cielos siempre ha sido tenida en la más alta estima por la Iglesia, como señal y estímulo de la caridad y como un manantial extraordinario de espiritual fecundidad en el mundo”.

A partir de (1 Co. 7:25), el apóstol Pablo deja bien en claro, que los que va a decir “No tiene mandamiento del Señor; mas doy mi parecer, como quien ha alcanzado

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misericordia del Señor para ser fiel”, es su consejo personal y no un consejo del Señor.

Continua el decreto Presbyterorum Ordines, que el celibato “no se exige ciertamente, por la naturaleza misma del sacerdocio, como aparece por la práctica de la Iglesia primitiva (1 Ti. 3:2-5 y Ti. 1:6) y por la «tradición de las Iglesias orientales», donde, además de aquellos que con todos los obispos escogen, por don de la gracia , la guarda del celibato, hay también presbíteros casados muy beneméritos. Ahora bien, al «recomendar el celibato eclesiástico», este sacrosanto concilio no intenta modificar aquella disciplina distinta que esta legítimamente en vigor en las Iglesias Orientales, y con todo amor exhorta a quienes recibieron el presbiteriado en el matrimonio a que, perseverando en su vocación, sigan consagrando plena y generosamente su vida al rebaño que les ha sido encomendado”. (Coincidiendo con lo dispuesto en el concilio de Nicea del año 325, para los casos similares que tenían muchos ministros, tanto de occidente como de oriente).

“El celibato, empero, está en múltiple armonía con el sacerdocio. Efectivamente, «la misión del sacerdote esta íntegramente consagrada al servicio de la nueva humanidad», que Cristo vencedor de la muerte, «suscita por su Espíritu en el mundo», y que trae su origen no de las sangres, ni de la voluntad de la carne, ni de la voluntad del varón, sino de Dios. (Jn. 1:13).

Dice el evangelista Juan (Jn. 1:11-13).”A lo suyo vino el hijo de Dios, y los suyos no le recibieron, mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios; los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios”, quedando explicitado, que sólo son hijos de Dios, los que creyeron en su hijo y no toda la humanidad, aunque Dios sea su creador y eran suyos.

A continuación dice el decreto conciliar: “Ahora bien, por la virginidad o celibato guardado por amor al reino

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de los cielos (Mt. 19:12) se consagran los presbíteros de nueva excelente manera a Cristo, se unen más fácilmente a El con corazón indiviso, se entregan más libremente, en El y por El, al servicio de Dios y de los hombres, sirven más expeditamente a su reino y a la obra de regeneración sobrenatural y se hacen más aptos para recibir más dilatada paternidad en Cristo”. De este modo, pues, proclaman ante los humanos que quieren ordenarse individualmente a la misión que se les ha confiado a saber la de deposar a los fieles con un solo varón y presentarlos a Cristo como virgen casto.(2 Co. 11:2).

El apóstol Pablo expresa a los cristianos de la Iglesia de Corinto (2 Co. 11: 2-4): “Porque os celo con celo de Dios; pues os he desposado con un solo esposo para presentaros como una virgen pura a Cristo. Pero temo que como la serpiente con su astucia engaño a Eva, vuestros sentidos sean de alguna manera extraviados de la sincera fidelidad a Cristo. Porque si viene algunos predicando a otro Jesús que el que os hemos predicado, u otro evangelio que el que habéis aceptado, bien lo toleráis”.

Continua el documento conciliar: ”Y así evocan aquel misterio connubio, fundado por Dios y que ha de manifestarse plenamente en lo futuro, por el que la Iglesia tiene por único Esposo a Cristo. Conviértese, además, «en signo vivo de aquel mundo futuro», que se hace ya presente por la fe y la caridad, y en el que los hijos de la resurrección no tomarán ni las mujeres maridos ni los hombres mujeres. (Lc. 20:35,36).

Si observamos el contexto del versículo precedente, vemos que Jesús responde a algunos de los seduceos (Lc. 20:27-36), los cuales niegan la resurrección y le preguntan al Señor que pasará con los esposos de una misma mujer, viuda de varios hermanos ¿de cuál de ellos en la resurrección, será su mujer? Respondiendo Jesús, les dijo: ”Los hijos de este siglo se casan y se dan en matrimonio; mas lo que fuesen tenidos por dignos para alcanzar aquel siglo y la

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resurrección de entre los muertos, ni se casan, ni se dan en casamiento. Porque no pueden más morir pues son iguales a los ángeles, y son hijos de Dios, al ser hijos de la resurrección”.

Finalmente, para la Iglesia Católica: “Por estas razones, que se fundan en el ministerio de Cristo y en su misión, el celibato, que primero sólo se recomendaba a los sacerdotes, fue luego impuesto por ley de la Iglesia Latina a todos los que habían de ser promovidos al orden sagrado. Esta legislación, por lo que atañe a quienes se destinan al presbiteriado, «la aprueba y confirma de nuevo este sacrosanto concilio», confiando en el Espíritu que «el don de celibato», tan en armonía con el sacerdocio del Nuevo Testamento, «será libremente dado por el Padre», con tal que quienes por el sacramento del orden participan del sacerdocio de Cristo, e incluso toda la iglesia, «lo pidan humilde e insistentemente », Exhorta también este sagrado concilio a todos los presbíteros que, confiados en la gracia de Dios, aceptaron el sagrado celibato por libre voluntad «a ejemplo de Cristo», a que, abrazándolo magnánimamente y de todo corazón y perseverando fielmente en este estado, «reconozcan ese plecaro don», que les ha sido hecho por el Padre y tan claramente es exaltado por el Señor (Mt. 19:11) y tengan también ante los ojos los grandes misterios que en él se significan y cumplen. Y cuanto más imposible se reputa por no pocos hombres «la perfecta continencia» en el mundo del tiempo actual, tanto más humilde y perseverante pedirán los presbíteros, a una con la Iglesia «la gracia de la fidelidad», que nunca se niega a lo que la piden, empleando, al mismo tiempo todos los subsidios sobrenaturales y naturales, que están al alcance de todos. No dejen de seguir, señaladamente, «las normas ascéticas que están probadas por la experiencia de la Iglesia, y que no son menos necesarias en el mundo actual. Luego por tanto, este sacrosanto concilio no solo a los sacerdotes, sino también a todos los fieles, que

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amen de corazón este precioso don del celibato sacerdotal y pidan todos a Dios que El mismo «conceda siempre copiosamente» este don a su Iglesia.

En la Iglesia Católica, la legislación que impuso por ley el celibato de los sacerdotes, fue tratada en el concilio de Trento, sección 24, canon 9. Los teólogos conciliares para justificar al celibato, consideraban al mismo más santo y más digno de la vocación eclesiástica, que el matrimonio (125), no obstante el estudio exegético de la palabra, dice lo contrario porque si alguien declara que el matrimonio ha de situarse por encima de la virginidad o celibato y que no es mas santo permanecer virgen o célibe, que unido en matrimonio, sea anatema (126).

Las palabras de Jesús referidas en (Mt. 19:12) o lo manifestado por el apóstol Pablo en (1 Co. 7:1-40) se referirían a «situaciones especiales» en los cuales «no por virtud superior, sino por necesidad», puede admitirse el celibato y así a ocurrido en épocas de persecuciones o para el cumplimiento de alguna misión excepcional, Pero, como las excepciones no confirman una regla, así también, estas excepciones atestiguan que la regla para el cristiano, aún el más santo, debe ser el matrimonio.

Una situación excepcional y transitoria como es la guerra, proporcionó al papa Gregorio VII (1073-1085) el motivo para que en la Iglesia, se comenzara a practicar el celibato, fue la creación de una milicia eclesiástica, ya que era conveniente y necesario formar un cuerpos de soldados distintos, dentro de la sociedad de la época, libre de todo vínculo de tipo matrimonial, debido a que los maridos y padres pertenecen a la sociedad y la guerra emprendida por la Iglesia, necesitaba, a soldados libres de vínculos familiares, para que todos sus afectos y todas sus energías, poderlas consagrar a la ejecución y prosecución de sus fines, sin impedimentos de ninguna clase (127).

Un sacerdote célibe debía ser fiel no a su esposa e hijos, sino a la Institución. No puede liberarse la Iglesia de la servidumbre del laicismo si antes no libera a sus sacerdotes de la servidumbre a sus esposas. Tanto en el antiguo Testamento, como en el Nuevo, la virginidad no era una palabra que expresara

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honor. La denominación a una mujer de virgen, no tenía el significado de muchacha pura, sino de joven soltera, alguien aun vacía y empobrecida.

Quizás así entenderemos mejor cuando María en su Magnificat dice (Lc. 1:47,48) “Y mi Espíritu se regocija en Dios mi Salvador, porque ha mirado la bajeza de su sierva”(128).

La Biblia muestra al matrimonio, como una institución fundamental en la familia cristiana. El mismo apóstol Pedro y casi todos los otros apóstoles y que la Iglesia Católica reconoce como modelos de ministros de Cristo, eran casados (Mt. 8:14; Mr. 1:30; Hch. 21:9 y 1 Co. 1:5).

El apóstol Pablo, hablando «de los obispos, de los ancianos y de los diáconos», los supone a todos casados, dictándoles, por lo tanto y como tales, deberes matrimoniales, ocupándose en forma especial de sus esposas y de las reglas de vida que era conveniente seguir (1 Ti. 3:2, 4, 5 y 12).

También, el apóstol Pablo, profetiza sobre la apostasia de los postreros tiempos, a la prohibición de contraer matrimonio (1 Ti. 4:1,3) (129) porque atribuir, mérito alguno, para obtener la salvación en Cristo o no perderla, es caer bajo la amonestación severa del apóstol Pablo en su profecía, relacionada con la aptitud física del cuerpo del hombre o de la mujer.

La historia eclesiástica nos enseña que el celibato obligatorio no es una institución de los primeros siglos del cristianismo, sino que es una obligación relativamente reciente, pues, se inicia en la edad media y es rechazada por los cristianos y padres de la Iglesia, desde los primeros siglos.

León I, papa (440-461) escribe “El apóstol Pablo prescribe que el obispo sea irreprensible, marido de una sola mujer (1 Ti. 3:2) y afirmar (1 Co. 9:5) “¿no tenemos el derecho de traer con nosotros, una hermana por mujer, como también los otros apóstoles, y los hermanos del Señor y Cefás?”.

San Juan Crisostomo (344-407) dice: “San Pablo escribió para callar a los que condenan el matrimonio, y para

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demostrar que el matrimonio no solo es una cosa inocente, sino también tan honorable, que se puede llegar a ser obispo.

San Ambrosio (340-397) predicando sobre el pasaje de (Ap. 4:14), demuestra que se lo interpreta en relación con la fealdad del alma, con estos términos: “si se trata aquí de la virginidad del cuerpo y no aquella del alma, ¡cuántos santos serían excluidos del cielo!, porque todos los apóstoles, exceptuando a Pablo y a Juan (el amado de Cristo) eran casados.

San Agustín (345-430) comenta: “De la misma manera que no hubo mayor mérito de paciencia en Pedro «quien sufrió el martirio», que en Juan que no lo sufrió así tampoco no hubo mayor mérito en la continencia de Juan, el cual «permaneció virgen, que en Abraham, el cual fue padre», (129).

En el concilio de Nicea, del año 325, se oficializó la norma de prohibir a los sacerdotes casarse, sino estaban ordenados, pero mantuvo expresamente el matrimonio, de los que ya estaban ordenados.

San Jerónimo (345-419) decía « que en esa época podía contar más de 600 obispos casados.

Gregorio I (590-604), «prohibe recibir impuesto alguno, por la celebración del matrimonio de un eclesiástico».

El celibato, en la Iglesia Católica, fue oficialmente ley desde el siglo XI en adelante, por un decreto del papa Gregorio VII y luego confirmado, en el primer concilio Lateranense del año 1123, convocado por el papa Calixto II (1119-1124).

Los prelados, allí reunidos, decretarán que debían terminar los matrimonios clericales, puesto que a partir de ese instante, dichos matrimonios, eran invalidados, Este es un nuevo matiz que se opone, aunque no para todos coincidentes, a siglos de la Tradición en vigencia en la propia Iglesia.

En la imposición del celibato, también se tuvieron en cuenta factores económicos, dado que la Iglesia ya al final del siglo IV contaba con importantes ingresos, en dotes, muchas de ellas en propiedades, por lo cual no era conveniente que un sacerdote casado, pudiese legar sus bienes a su esposa o a sus hijos. De ahí, que fuera tomando cuerpo la idea de célibe,

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equivalente a la de soltero, pero no siempre con un fuerte sentido de castidad.

Damaso, en el año 366, reconocido por la Iglesia Católica como papa, renunció a su esposa y a su familia, cuando fue ordenado. Lo mismo hizo Adriano II en el año 867, dejando a su esposa Estefania y a su hija.

En esos siglos, muchos obispos de Roma considerados papas para la Iglesia Católica, fueron hijos de sacerdotes y obispos, entre ellos: Bonifacio I (418-422), Gelasio (492-496), Agapito (535-536), Silverio (536-537), Teodoro (642-649). Estos eran hijos de matrimonios válidos y legítimos y así considerados por la Iglesia. También hubo otros muchos pero no habidos dentro del matrimonio, sino de una relación ilícita.

Gregorio Magno, papa, en el año 602, dejó establecido que el matrimonio de un sacerdote era válido, aunque debía optar o por su esposa o su ministerio.

A pesar del decreto conciliar Lateranense, San Bernardo (1091-1153) había comentado «sumprimid de la Iglesia el matrimonio honorable y veréis si no se incrementan los pecados de la carne, en la misma. El papa Pio II (1458-1464), no vacilaba en decir «si por buenos motivos ha sido quitado el matrimonio a los sacerdotes, por mejores motivos es necesario restituírselos» (131).

Resumiendo, reconoce la Iglesia Católica que en los primeros siglos, ambas Iglesias no practicaban del celibato, que persiste el celibato en los presbíteros y diáconos en la Iglesia de oriente, aunque los obispos deben ser célibes.

A pesar que no está presente en la Biblia, el celibato, por un decreto conciliar, es obligatorio para los sacerdotes ordenados, en la Iglesia de Occidente.

Como don del Espíritu Santo, es un regalo de Dios y no imposición humana. La Biblia dice (1 Co. 12:7) “a cada uno le es dada la manifestación del Espíritu para provecho” y de (1 Pe. 4:10) “cada uno según el don que ha recibido, minístrelo a los otros como buenos administradores de la multiforme gracia de Dios”.

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