CAPITULO 2

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CAPITULO 2. LA PROFECIA La situación se descontroló por momentos. Aunque los Haridian eran pacíficos y su naturaleza tranquila, aquella noticia pilló totalmente de improvisto a la familia de Inayat. Pronto prácticamente todo el puerto estaba a las orillas del mar, comentando entre las familias lo que había acontecido aquel día. Inayat y su madre estaban en el propio barco. - Cuando lo hemos visto estaba a la deriva. Tuvimos que ir en barca para poder traerlo hasta la costa. –dijo el guardacostas que las había avisado cuando estaban en casa. - ¿Pero y qué ha podido pasar? –preguntó Inayat, mientras abrazaba a su madre por los hombros. – Mi padre iba en ese barco para comerciar, él no era marinero. Y no hay ninguna señal de que haya habido una reyerta. No hay sangre y tampoco hay ningún tipo de mercancía, el barco está vacío. - La única posibilidad que encontramos es que… haya sido saqueado. Lo cual no entiendo, nuestra posición política no va más allá que el comercio. El sol ya se estaba poniendo en el horizonte y el cielo que había amanecido rojo, volvió a tornarse del mismo color, invadiendo de desesperanza a los habitantes de la isla. Si una cosa sabían los Haridian, es que cuando un barco volvía sin sus pasajeros, no era una buena señal. Sus ancestros les habían enviado aquella muestra de que en algún lugar había alguien provocando el mal en contra de su clan. - Bueno Xiah, esto no puede quedar así – Inayat suspiró y bajó los brazos de los hombros de su madre. Poniéndolos en jarras, observó el barco desde su posición. – Tal vez

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CAPITULO 2. LA PROFECIA

La situación se descontroló por momentos. Aunque los Haridian eran pacíficos y su naturaleza tranquila, aquella noticia pilló totalmente de improvisto a la familia de Inayat. Pronto prácticamente todo el puerto estaba a las orillas del mar, comentando entre las familias lo que había acontecido aquel día. Inayat y su madre estaban en el propio barco.

- Cuando lo hemos visto estaba a la deriva. Tuvimos que ir en barca para poder traerlo hasta la costa. –dijo el guardacostas que las había avisado cuando estaban en casa.

- ¿Pero y qué ha podido pasar? –preguntó Inayat, mientras abrazaba a su madre por los hombros. – Mi padre iba en ese barco para comerciar, él no era marinero. Y no hay ninguna señal de que haya habido una reyerta. No hay sangre y tampoco hay ningún tipo de mercancía, el barco está vacío.

- La única posibilidad que encontramos es que… haya sido saqueado. Lo cual no entiendo, nuestra posición política no va más allá que el comercio.

El sol ya se estaba poniendo en el horizonte y el cielo que había amanecido rojo, volvió a tornarse del mismo color, invadiendo de desesperanza a los habitantes de la isla. Si una cosa sabían los Haridian, es que cuando un barco volvía sin sus pasajeros, no era una buena señal. Sus ancestros les habían enviado aquella muestra de que en algún lugar había alguien provocando el mal en contra de su clan.

- Bueno Xiah, esto no puede quedar así – Inayat suspiró y bajó los brazos de los hombros de su madre. Poniéndolos en jarras, observó el barco desde su posición. – Tal vez deba volver al Mar Circundante para averiguar que ha ocurrido con mi padre.

- ¿Tu? ¿Acaso has navegado alguna vez? – dijo Xiah – Esto es mucho más grave de lo que piensas, no sirve con un viajecito soleado para encontrar a tu padre. Además, Kalendra debe saber lo que ha ocurrido para tomar medidas en cuanto a los movimientos comerciales.

- Tienes razón, deberíamos avisar al resto de clanes. Tal vez sea necesario adelantar el Sínodo. –suspiró y alzó de nuevo la vista hacia el cielo del anochecer. – Madre, debemos avisar a Vikesh.

Maya, su madre, estaba claramente consternada. A pesar de no verse demasiado tiempo, su matrimonio no fue fruto de la necesidad o de estrategias matrimoniales. – Sí. Incluso es posible que él ya sepa algo.

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- Vámonos ya, os acompaño a casa. Esta noche partiré hacia Nàssar, si me es posible, hablaré mañana al mediodía con el Consejo Familiar.

- Quiero ir contigo Xiah. Iswara puede cuidar de mi madre cuando llegue de la ceremonia ritual. – aunque la desaparición de su padre había enturbiado su ánimo siempre alegre, la idea de poder salir de la isla a explorar y conocer nuevas civilizaciones hacía que la peor parte se le olvidara por unos segundos.

Mientras iban los tres caminando hacia el pueblo, discutiendo acerca de si Inayat debía o no debía salir de la isla o incluso del pueblo, un poco más lejos, en los acantilados sagrados, Iswara cayó al suelo, perdiendo el conocimiento después de haber entrado en un estado de trance inducido. La música cesó al igual que los cantos y los gritos. Tan sólo el agua del mar resonaba en la cavidad rocosa de aquel acantilado donde miles de almas perdieron la vida siglos atrás. El vaho producido por las respiraciones, se confundía con el humo que salía de las cinco hogueras que habían sido encendidas para anunciar la llegada de los cinco ancestros del clan: Théleos, Hárada, Zairam, Bennuar y Álassar.

Un anciano de barbas blancas y pelo largo canoso se acercó al joven aprendiz. Los ojos de Iswara habían vuelto a la normalidad, así como su respiración, a pesar de que los latidos del corazón continuaban a un ritmo desbordado.

- Traedme un poco de Ádiva1, ha perdido el conocimiento. – muchos de los muchachos compañeros de Iswara, se movieron rápidamente para buscar entre sus faldones la bolsita de hierbas. Uno de los más cercanos, alargó la mano sin llegar a tocar al anciano, inclinándose hacia él, sin provocar un cruce de miradas. – Gracias, joven.

- Necesitamos saber qué ha visto. –dijo otro de los ancianos, este totalmente calvo y con una perilla trenzada. – Ya sé que forma parte de tu familia, pero tal vez sea importante.

- Déjale un poco de espacio, Zairam... está a punt… -sin dejarle tiempo a terminar la frase, notó como el joven inconsciente volvía en sí cuando agarró su brazo con fuerza. – ¡Ksoeal smanyait korjeal jaowut qopana ongid gyuim! ¡… jaowut! ¡Vikesh ksoeal! ¡¡kasoeal!!

El silencio volvió a impregnar las paredes de aquella cueva después de la profecía de Iswara. El eco de su voz se prolongó durante unos segundos, confundiéndose con el sonido del mar. Los ancianos se miraron entre ellos, conteniendo la respiración. Los jóvenes, habiendo entendido lo que aquello significaba, miraron al nuevo chamán en el suelo, de nuevo inconsciente, con la piel perlada por el sudor que le producía la droga en

1 Hierba que crece en los bordes rocosos de los acantilados. Tiene poderes curativos, pero se utiliza sobre todo para reanimar a enfermos en estados febriles. Es de color morada y no tiene flor, tan solo son hojas que crecen en torno a un tallo de unos 5 o 6 cm. Necesita mucha luz y humedad.

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su cuerpo. Un choque del mar contra la roca puso el punto y final a aquella ceremonia sagrada. Los cinco ancianos volvieron a mirar a Iswara con la esperanza de que aquella profecía no fuese verdad. Aquella fue la segunda señal que los ancestros lanzaban sobre los Haridian.

La noche ya se había echado sobre el puerto de Théleos y en la casa de Maya reinaba un profundo silencio incómodo. En el centro de la pequeña casa habían preparado una pequeña mesa redonda, bajita y sin patas, rodeada por tres cojines de gran tamaño y adornados con brocados y seda. La habitación estaba tenuemente iluminada por un pequeño candil colgado de la pared frontal. La llama titilaba cuando por las ventanas entraba la suave brisa marítima, creando formas deformes en las paredes blancas de la casa. El único sonido que se percibía era el choque de las cucharas en las pequeñas tazas de cerámica, mientras Xiah e Inayat tomaban el té de la despedida. Los Haridian temían sobre todas las cosas los desplazamientos en los que no se sabía la fecha de regreso y desde tiempos inmemoriales, había sido una tradición en todas las familias, que cuando alguien se disponía a viajar, debía tomar un té especial, realizado con las más exquisitas hierbas de la isla. Suponía un ritual de conciliación entre todos los miembros de la familia, que pedían a sus antepasados cuidar del viajante y procurarle un pronto regreso.

- Debemos irnos ya – anunció Xiah, depositando la taza de cerámica sobre la mesa. – Nos espera un largo camino por delante.

Inayat hizo lo propio y se acercó a su madre para abrazarla. – Cuando lleguemos a Nàssara, te escribiré. No te preocupes, Vikesh me dará refugio.

- Dale recuerdos a ese hijo mío que no tiene la decencia de venir a visitar a su madre. –se separó de Inayat y les miró. – Tened mucho cuidado por el camino. ¿Tenéis todo preparado? ¿Seguro que es suficiente comida para un viaje tan largo?

- Madre, no te preocupes más. Todo está bien, te avisaré en cuanto lleguemos a la ciudad. Vamos, se nos hace tarde.

El camino hacia que iba hacia la ciudad central estaba pavimentado con losas de piedras de diferentes materiales y de diferentes tamaños. A los laterales, habían acondicionado una especie de aceras que separaban el camino del campo. Entre ciudad y ciudad no existían otras aldeas o villas, todo eran bosques, praderas o tierras de labranza. Inayat y Xiah cogieron un maiyat cada uno, un equino de grandes dimensiones que podía recorrer grandes distancias en menos tiempo que un caballo normal. Tenían el pelo muy espeso y negro, con colas y crines muy tupidas. Además, debido a su corpulencia, podían transportar en sus lomos varios kilos sin cansarse.

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- ¿Qué crees que ha ocurrido? Ahora que estamos solos… -Inayat miró a Xiah, tenuemente iluminado por la luz de las lunas.

- No lo sé. Esa ruta comercial sólo llega hasta el Mar Circundante y sabemos de buena mano que son un pueblo pacífico y con el que no tenemos ningún tipo de conflicto… A pesar de todo, la zona sur del continente está plagada por puestos del Imperio… y yo no sé qué pensar. –Xiah era un chico mayor, de uno veintisiete años. Se había ganado el puesto de guardacostas oficial de la familia Théleos después de que su padre muriera de vejez. Como todos los Haridian, tenía el pelo blanco con las puntas rubias, restos de su antiguo color de cabello. Los ojos, como todos, turquesas.

- ¿Crees que pudo haber sido el imperio? ¡Pero si comerciamos con ellos! No tienen ninguna razón para atacarnos.

- Puede que sí que tengan alguna razón. Puede que tengan intenciones de conquistar nuestro hogar.

- ¿Qué? No… nuestros archivos están cerrados a los continentales, es imposible que sepan de nuestro hogar…

- No seas ilusa. Que los archivos estén cerrados, no quiere decir que los que tienen conocimiento de lo que pone en esos documentos no abran la boca. Llevamos muchos años viviendo en esta isla, esperando el momento de salir de aquí y volver a nuestro hogar… ¿no crees que más de alguno ha podido desesperar y pasar información a cambio de vivir cómodamente en un palacio imperial entre sedas y terciopelos?

Aquello pilló de improvisto a Inayat, jamás en su vida había pensado que aquello podría ser posible. Todos sabían el secreto de su hogar y todos cumplían su palabra a prueba de fuego de guardar ese secreto hasta su muerte. Frunció el ceño y miró al frente, pudiendo percibir en el horizonte las primeras luces evanescentes de la ciudad central.

- Mi hermano jamás lo hubiese permitido.

- Lo sé. Tu hermano hubiese ido un buen Jefe de Clan, pero Kalendra puede que no sepa nada de lo que está ocurriendo. Es demasiado joven para gobernar.

Inayat suspiró. Si aquello era cierto y el continente estaba intentando averiguar el origen de su clan, tenía que hacer algo para evitarlo.

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Mientras dejaban atrás el puerto, el grupo de muchachos aprendices de chamanes, regresaron a sus casas. Iswara después de saber lo ocurrido por su madre, pasó a contarle que había sido nombrado chamán aprendiz oficial de la casa Théleos gracias a una profecía que había asombrado a los ancianos.

- ¿Y cuál fue esa profecía?- preguntó su madre, apoyando las manos en los brazos de su joven hijo.

- Ksoeal smanyait korjeal… jaowut qopana ongid gyuim… -Iswara, todavía de cabello rubio platino, era un año mayor que Inayat. Tras decir aquellas palabras, arqueó las cejas afligiendo el gesto. –Madre… el peso de nuestro pasado va a caer sobre nuestras familias y no estamos preparados para ello.

- ¿Estás seguro de lo que viste?

- Sí, madre. Los ancianos han decidido que deben comunicárselo a Kalendra, se han puesto en camino hacia la ciudad central. Si Inayat y Xiah han salido esta noche, es posible que se encuentren allí.

- Espero que nuestros ancestros nos escuchen y sean piadosos, necesitamos más que nunca su apoyo. No podemos volver a huir.