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Capítulo 2. La tradición retórica y la historia (1844-1851) Capítulo 2. La tradición retórica y la historia (1844-1851) 1 El clima social de optimismo que sigue a la Independencia, se mengua al desatarse la lucha de facciones en 1828. En los decenios de 1830 y 1840 la percepción que domina es que México está a la deriva, éste es el horizonte de los pensadores públicos de la época --afirma Brian Connaugthon. 2 A fines de la década 1830 y principios de la siguiente, es común que en los discursos cívicos frente a la apología por los logros de la emancipación política se haga un contrapunto que refiere los errores y las luchas intestinas. Junto a la decepción política se registra también una voluntad de renovar profundamente el país, que se expresa en una ola de revoluciones y planes políticos, en la búsqueda de soluciones mediante nuevas cartas constitucionales y se cifran las esperanzas en la educación para crear ciudadanos. 3 En búsqueda de soluciones sociales, los polígrafos revitalizan viejas formas de sociabilidad: las tertulias literarias y las sociedades de conocimiento, ahí discuten las causas de la anarquía económica y política y la falta de un crecimiento económico sostenido. Ahí comienzan a exigir la regeneración moral del mexicano, para lo cual conceden una misión privilegiada a las artes y humanidades. Este capítulo revisa brevemente las disertaciones presentadas en dos sociedades de conocimiento, ambas herederas de la Academia de Letrán y ambas llamadas El Ateneo. Una ha sido caracterizada por la historiografía como liberal, la otra como conservadora, aunque no todos sus miembros responden a esta 1 Este capítulo retoma dos trabajos previos: “La escritura de la historia y la tradición retórica (1834-1885)”y “La tradición retórica en el Lucas Alamán historiador”, y fundamentalmente amplía el análisis de las obras históricas de Lucas Alamán. 2 Brian Connaugthon, “Mariano Otero. Ensayo sobre el verdadero estado de la cuestión social y política que se agita en la República Mexicana (1842)”, p. 31. 3 Ibídem, p. 30-34.

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Capítulo 2. La tradición retórica y la historia (1844-1851)

Capítulo 2. La tradición retórica y la historia (1844-1851)1

El clima social de optimismo que sigue a la Independencia, se mengua al desatarse

la lucha de facciones en 1828. En los decenios de 1830 y 1840 la percepción que

domina es que México está a la deriva, éste es el horizonte de los pensadores

públicos de la época --afirma Brian Connaugthon.2

A fines de la década 1830 y principios de la siguiente, es común que en los

discursos cívicos frente a la apología por los logros de la emancipación política se

haga un contrapunto que refiere los errores y las luchas intestinas. Junto a la

decepción política se registra también una voluntad de renovar profundamente el

país, que se expresa en una ola de revoluciones y planes políticos, en la búsqueda

de soluciones mediante nuevas cartas constitucionales y se cifran las esperanzas en

la educación para crear ciudadanos.3

En búsqueda de soluciones sociales, los polígrafos revitalizan viejas formas

de sociabilidad: las tertulias literarias y las sociedades de conocimiento, ahí

discuten las causas de la anarquía económica y política y la falta de un crecimiento

económico sostenido. Ahí comienzan a exigir la regeneración moral del mexicano,

para lo cual conceden una misión privilegiada a las artes y humanidades.

Este capítulo revisa brevemente las disertaciones presentadas en dos

sociedades de conocimiento, ambas herederas de la Academia de Letrán y ambas

llamadas El Ateneo. Una ha sido caracterizada por la historiografía como liberal, la

otra como conservadora, aunque no todos sus miembros responden a esta

1 Este capítulo retoma dos trabajos previos: “La escritura de la historia y la tradición

retórica (1834-1885)”y “La tradición retórica en el Lucas Alamán historiador”, y fundamentalmente

amplía el análisis de las obras históricas de Lucas Alamán.

2 Brian Connaugthon, “Mariano Otero. Ensayo sobre el verdadero estado de la cuestión

social y política que se agita en la República Mexicana (1842)”, p. 31.

3 Ibídem, p. 30-34.

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distinción política. El análisis de las propuestas y debates que se desarrollan en

ambas organizaciones mostrará la noción de historia que sostienen sus integrantes

y las maneras en que representan el pasado. Con esta base este capítulo se

aproxima a la tensión entre perceptiva, prácticas escriturísticas y proyectualidad

política en las obras históricas de Lucas Alamán.

El Ateneo

Sus principales miembros son Andrés Quintana Roo, José María Lafragua,

Guillermo Prieto, Francisco Ortega, Luis de la Rosa y José Gómez de la Cortina,

quienes se reúnen semanalmente en 1844 para reflexionar sobre el sentido de la

historia y la literatura. Ahí presentan y debaten sus diagnósticos y propuestas para

el fomento de la economía y la agricultura del país, entre otros temas. Su objetivo

es fundar “un establecimiento que no solamente fuese conservador de las luces,

sino el manantial de donde se difundiese éstas...”.4

En esta sociedad de conocimiento Luis de la Rosa dicta la conferencia

“Utilidad de la literatura”, afirma que la historia forma parte de este arte y su

principal función es moralizar la sociedad. Al tratar de establecer la especificidad

de la historia De la Rosa acude a la antigua distinción aristotélica: la historia

necesita de la crítica para “discernir la verdad o la falsedad de los hechos”, pues

sin la crítica la historia terminaría siendo una fábula o novela. El polígrafo enfatiza

que para escribir historia se necesita erudición, “un gran fondo de filosofía”

(entendida como contenidos moralizantes), “una imaginación viva y una ardiente

fantasía”, sin estos elementos “los cuadros de la historia serían inanimados y no

dejarían impresión alguna en el espíritu de los lectores, ni conmoverían el corazón

4 Introducción al Tomo I de El Ateneo, p. 1, citado por David B. Crow, “Nota introductoria a

Francisco Ortega” en La Misión del escritor, p. 128, nota 1.

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profundamente”. Aunque señala que la historia debe ser la relación fiel de los

hechos, el literato insiste en que la imaginación permite ofrecer al lector “ese tinte

de verdad, ese colorido de vida, ese tono dramático que es necesario para dar

interés a los hechos que se refieren y hacer que se graben en la memoria”.5 Así,

indica la diferencia fundamental entre la historia y otras artes liberales, la primera

se define por su pretensión de decir la verdad. Sin embargo, al defender el papel

de la imaginación en la escritura alude al concepto de verosimilitud.

La verosimilitud es un concepto clave, pues los discursos no sólo deben

convencer a los lectores sino también conmover sus emociones,6 por eso los

polígrafos admiten que la historia utilice los recursos que actualmente se

consideran propios de la narrativa de ficción. Al literato se exige imaginación para

dar “el tinte de verdad”, de credibilidad.7 En otras palabras, decir la verdad no

implica que no haya espacio para la invención.

Las tensiones verdad/verosimilitud, historia/literatura remiten a la

arraigada tradición retórica. En el siglo XIX mexicano la retórica es mucho más que

complicados silogismos o colección de fórmulas huecas o lugares comunes. Es una

forma de producir el conocimiento (inventio), organizarlo (dispositio) y expresarlo

(enunciación).8.

5 Luis de la Rosa, “Utilidad de la literatura”, p. 99.

6 Aristóteles recomendó manipular las emociones del público. Aristóteles, Retórica, III (25).

7 José Ortiz Monasterio “Retórica, preceptiva literaria e historia en Vicente Riva Palacio”, p.

178-189.

8 Las cinco fases que Cicerón describió en la Invención retórica ilustran el amplísimo campo

del que se ocupa este arte. La primera es el inventio, que es la investigación sobre el asunto al que se

refiere el discurso; la segunda fase, táxis o dispositio, versa sobre el orden y distribución en el

discurso de los diferentes asuntos resultantes de la investigación; la tercera trata de las técnicas de

expresión discursiva: la enunciación; la cuarta consiste en memorizar el discurso y para ello había

una serie de técnicas que la retórica denomina mneme o memoria; la quinta proporciona un conjunto

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Aristóteles y Cicerón –autores en los que se forman los jóvenes mexicanos—

indicaron que para lograr la verosimilitud debía haber coherencia entre los

personajes y la situación descrita,9 y señalaron que los discursos serían más

verosímiles si estos eran coherentes con el ethos y las expectativas del público.10 De

modo que los intelectuales mexicanos, recogiendo las exhortaciones de estos dos

clásicos, cifran sus textos en una importante tensión: los discursos deben fincarse

en la ética del público y al mismo tiempo educarlo y moralizarlo grabando las

enseñanzas en su memoria. En síntesis, la historia se concibe como una rama de las

artes liberales, y como tal se define más como un género que como una disciplina

distinta de la literatura. La historia es un medio para el arte de la descripción y

persuasión que usa un contenido específico: el pasado.11

Los jóvenes que se forman en los albores de la Independencia en los estudios

superiores se empapan en los modelos de la antigüedad clásica: el acercamiento

biográfico de Plutarco, la narrativa lineal de Tucídides y la más reflexiva y

filosófica de Tácito. Perfeccionan la traducción del latín con los textos de Cicerón y

de Julio César. Para este nivel de su formación se reserva a Aristóteles y

Quintiliano y se profundiza en la preceptiva de Cicerón;12 en éste último se

aprende la manera de elaborar y pronunciar los discursos destinados a que el

de técnicas declamatorias, la hypócrisis o actio. Herón Pérez Martínez, “Hacia una tópica del

discurso”, p. 359.

9 Aristóteles, El arte poética, capítulo V, (6).

10 Cicerón, La invención retórica, I (14).

11 Harry C. Payne, “Wisdom at the Expense of the Dead: thinking about History in the

French Enlightenment”, p. 53.

12 La invención retórica, o por lo menos los dos libros que han llegado hasta nosotros, es un

tratado dedicado a los discursos judiciales para el sistema de impartición de justicia romano. No

obstante, continuó siendo un manual que se utilizaba para escribir cualquier discurso.

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público los escuche y en Quintiliano descubren los secretos de los discursos que

serán leídos.

En el México independiente esos mismos jóvenes, convertidos en polígrafos,

desarrollan y actualizan los antiguos géneros retóricos13: los discursos forenses

necesarios en el sistema judicial y los deliberativos, fundamentales para el

desempeño de los cargos de elección. Acuden también a su formación retórica para

publicitar programas y doctrinas políticas, por este motivo Francisco Ortega,

también miembro de El Ateneo, defiende que los literatos no deben entregarse de

manera exclusiva al cultivo de las letras, sino que los escritores deben ser, como

Bossuet, Fenelón y Cicerón, activos actores políticos.14

Los políticos-literatos mexicanos buscan en la representación del pasado

formar una identidad y una cultura nacional, por lo que se ven obligados a

establecer el origen de la nación. Se asumen como parte de la cultura de Occidente,

en consecuencia ven al pasado indígena como una civilización ajena a la suya; en

las manifestaciones culturales virreinales apenas reconocen el valor de la obra de

los principales intelectuales criollos del siglo XVIII: Clavijero, Alegre, Cárdenas y

13 Con la Revolución Francesa de 1789 emerge una nueva retórica política en Europa. La

nueva retórica se fusiona con una vasta tradición que se remonta a la Edad Media. Desde el siglo XI

se habían desarrollado tratados o artes específicos para los distintos tipos de documentos: ars

poetriae —para la compresión y composición de la poesía— y ars dictaminis —para la escritura de

cartas y documentos destinados a la administración pública, y ars praedicandi —para la predicación

y composición de sermones, forma que tuvo un gran desarrollo en la Nueva España para la

evangelización indígena. Para el siglo XIII, empiezan a publicarse en Italia ars aragandi, tratados

seglares utilizados en las instituciones políticas (asambleas, consejos, cortes legales) y gremios. Poco

a poco el uso de los modelos retóricos se expandió a todos los ámbitos de la vida cotidiana con

colecciones de discursos para pronunciarse en bodas, funerales y actos universitarios. Carmen

Bobes, Historia de la literatura, p. 161.

14 Francisco Ortega, “Sobre el porvenir de la literatura”, p. 138.

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León, Muñoz y Molina, Portillo y Galindo,15 quienes, como los miembros del

Ateneo, se habían esforzado por crear una identidad distinta a la española.

Los ateneístas coinciden en que no puede haber una cultura nacional ni una

identidad nacional sin una nación, por eso José María Lafragua afirma que

“nuestra literatura hasta 1821, con muy honrosas excepciones, estuvo reducida a

sermones y alegatos, versos de poco interés, descripciones de fiestas reales y

honras fúnebres y alguna letrilla erótica. Ni podía ser de otra manera cuando la

sociedad no tenía carácter propio”.16 Luis de la Rosa en una sola frase sintetiza el

nacionalismo dominante: “en donde no hay patria, no hay poesía”, la primera

surge con la Independencia dando origen al verdadero México.17

El Ateneo Mexicano

Este otro Ateneo es una “tertulia” que se reúne en 1844 en el Colegio de Santa

María de Todos los Santos. Acuden Lucas Alamán, José María Bocanegra, Manuel

Carpio, el embajador español en México, Ángel Calderón y José María Lacunza –

quien fuera fundador de la Academia de Letrán, entre otros.18

José María Lacunza en la sesión inaugural de esta asociación pronuncia el

discurso “Historia”. El esfuerzo por definir su utilidad se debe a que el 18 de

agosto de 1843 entró en vigor el “plan general de estudios preparatorios”, que hizo

15 José María Lafragua, “Carácter y objeto de la Literatura”, p. 75.

16 Ibídem, p. 75. Sobre la Academia de Letrán véase Guillermo Prieto, Memorias de mis

tiempos, y Los muchachos de Letrán. José María Lacunza.

17 Luis de la Rosa, “Utilidad de la literatura”, p. 98.

18 José C. Valadés, Alamán: estadista e historiador, p. 405.

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de la historia una asignatura obligatoria en todas las instituciones de educación

superior de la capital.19

Lacunza fue nombrado profesor de la cátedra de Humanidades del Colegio

de San Juan de Letrán, convirtiéndose en el primer y único maestro que imparte la

flamante asignatura.20 Al inaugurar la cátedra dicta una conferencia con el

significativo título de “Literatura Mexicana”, lo que ilustra que, a pesar de los

esfuerzos por delimitar la especificidad de la historia, ésta no cuenta con un

estatuto disciplinario propio.

En su discurso pronunciado ante El Ateneo Mexicano señala que la historia

es la masa de conocimientos humanos que una generación transmite a otra.21

Expresa la permanencia de la noción ciceroniana de la historia como Maestra de la

Vida al proponer que en la historia deben buscarse las causas que han llevado a

algunas sociedades al “aniquilamiento” para evitarlas, y las causas que han

conducido a otros pueblos “al progreso” para fomentarlas, así la historia es “una

medicina moral”.22 Sin embargo, a diferencia de la historia antigua su noción del

tiempo –su régimen de historicidad— no es cíclico ni circular, sino que puntualiza

que el conocimiento del pasado sirve para definir el futuro, no porque los

acontecimientos puedan repetirse, “sino porque el pronóstico se funda en el

conocimiento del género humano, y éste es siempre el mismo”.23

En su discurso apunta un viejo debate iniciado en el siglo XVII sobre las

diferencias cualitativas de los conocimientos adquiridos con las ciencias físicas y el

método experimental frente a los conocimientos que brinda la historia. El científico

19 Juan A. Ortega y Medina, Polémicas y ensayos mexicanos en torno a la historia, p. 123.

20 Juan A. Ortega y Medina, Polémicas y ensayos mexicanos en torno a la historia, p. 122 y ss.

21 José María, Lacunza, “Historia”, p. 125.

22 José María, Lacunza, “Historia”, pp. 125-128.

23 José María Lacunza, “Historia”, p. 127.

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natural puede repetir el experimento, puede, incluso, “hacer al experimento las

modificaciones que le sugiera el cálculo o capricho”; en cambio, “el sabio moral”

“no tiene a su disposición a los hombres o a los pueblos”, le es imposible repetir la

experiencia, “necesita entregarse a la narración que se le hace; y esta narración es la

historia”.24 Así apunta un elemento constitutivo de la historia: su narratividad.

A partir de este planteamiento defiende la confiabilidad del conocimiento

histórico, problema que ya había tratado en su lección inaugural del Colegio de

Letrán. Entonces dedicó un largo espacio a advertir a los alumnos sobre la

importancia de la crítica de fuentes como un medio fundamental para “buscar la

verdad”.

En su cátedra señaló el amplio espectro de manifestaciones políticas y

culturales que son objeto de estudio. Al estudiar la vida exterior de las naciones se

indaga sobre las alianzas, las guerras, las conquistas; conocer la vida interior

permite a los alumnos aprender sobre las instituciones políticas, sus ciencias, su

religión y sus costumbres. Ante el vasto campo de la historia, Lacunza defiende

que basta conocer “los grandes contornos, las formas del conjunto”.25 Así, propone

trascender los eventos individuales y trazar las grandes líneas de la llamada

"historia universal", a la manera en que lo habían hecho el obispo Jacques-Bénigne

Bossuet en su Discurso sobre la historia universal (1681) y el conde de Condorcet en

su Ensayo del cuadro histórico del progreso del espíritu humano (1794), la influencia de

éste último es tal en México que se mantiene como libro de texto para los estudios

superiores todavía en la década de 1840.26

24 José María Lacunza, “Historia”, p. 127.

25 José María Lacunza, “Literatura Mexicana”, p. 268.

26 Josefina Zoraida Vázquez, "Don Manuel Payno y la enseñanza de la historia", p. 168.

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Lacunza, como sus contemporáneos, fija el origen de la nación mexicana en

la Independencia, y la inscribe en la cultura occidental, por este motivo asegura

que es poco útil conocer el pasado de las sociedades mesopotámicas, egipcia y

prehispánicas porque en todas ellas ha muerto “el cuerpo social” con sus

costumbres, leyes y religiones,27 por lo tanto sus historias no sirven ni para el arte

de gobernar ni para comprender el presente. De este modo, nuevamente destaca

que la utilidad de la historia se cifra en la noción ciceroniana de Maestra de la

Vida. Desafortunadamente él no escribe una historia.

A partir del discurso que Lacunza pronuncia en la Academia, el conde de la

Cortina, miembro del otro Ateneo, aquel que se ha caracterizado como liberal,

inicia una polémica en la prensa con el profesor. Discuten métodos de enseñanza,

los libros de texto y las obras de referencia en los que maestros y alumnos deben

apoyarse, sin embargo el debate no muestra diferencias significativas en su

concepción de la historia ni en la función social que se le atribuye.28

La tradición retórica en Lucas Alamán

“Quiso que sus libros tuvieran un matiz de altanera imparcialidad

[…] trabajó con profundidad en las bibliotecas y en los archivos;

pero como sucede siempre que se llevan ideas preconcebidas, sólo

encontró lo que buscaba”.

Arturo Arnaiz y Freg

Lucas Alamán presenta sus Disertaciones ante los miembros de El Ateneo

Mexicano. Este texto muestra la misma noción de historia retórica que defienden

27 José María Lacunza, “Literatura Mexicana”, p. 269.

28 Este debate se puede consultar en Juan A. Ortega y Medina, Polémicas y ensayos mexicanos

en torno a la historia.

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los miembros de ambas sociedades de conocimiento. La función de la historia es

“guiarnos en lo venidero por la experiencia de lo pasado”, por eso el objetivo de

esta obra es dar a conocer el origen de la sociedad mexicana, de su legislación, de

sus usos y costumbres, y formular un diagnóstico sobre “nuestro actual estado

religioso, civil y político”.29

Alamán advierte al lector que ha elegido un género discursivo que le ofrece

mayor libertad que la historia y que le permite polemizar con las representaciones

del pasado que rechazan la tradición hispánica.

[La disertación] Me dispensa de la necesidad de seguir en ella el hilo

completo de los sucesos, y me autoriza a tratar de preferencia lo que me

parezca de más ilustración o que ofrece mayor interés, entrando en

pormenores que no convendrían a la seriedad de la historia, y que más

bien son del dominio de las memorias, siendo el objeto principal que me

he propuesto, recoger datos de que otros en mejor oportunidad puedan

aprovecharse, y conservar el recuerdo de hechos que se han olvidado,

por la incuria con que todo esto se ha visto.30

La estructura de su obra ilustra su búsqueda por fijar el origen de la nación

en la Conquista. Dedica las primeras cuatro disertaciones a las causas generales

que condujeron a la conquista española de América hasta la creación del virreinato;

las dos siguientes a la vida de Hernán Cortés y sus descendientes; la séptima a la

propagación del catolicismo en la Nueva España; la octava y novena a la fundación

de la ciudad de México. Publica estas nueve disertaciones en los años 1844 y 1845;

la décima disertación sale de la imprenta en 1849 y en ella ofrece un ensayo sobre

la historia de España.

29 Lucas Alamán, Disertaciones, T. 1, p. 7.

30 Ibídem, T. III, p. 13.

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Alamán, siguiendo la tradición retórica que obliga a estudiar a los “hombres

extraordinarios” retratándolos con sus vicios y virtudes, dedica un largo espacio a

Hernán Cortés. El historiador ofrece un relato de la vida privada del conquistador

desde su nacimiento hasta su muerte para que el lector pueda “hacer conocimiento

personal con él”.31 Afirma que coloca a Cortés en “las ideas de su siglo”. De este

modo establece una tensión implícita entre comprensión de los personajes

históricos, (diríamos hoy a partir de su horizonte de enunciación) e interpretación

de los acontecimientos para encontrar un sentido del devenir. Alamán sostiene que

el “sistema” que sigue al describir a Cortés consiste en

Hacer la Conquista como una cosa debida a su religión y a su soberano;

emplear para ella la guerra con todos los medios que ésta autoriza;

procurar a los pueblos conquistados todos los bienes que podían

disfrutar en el estado de dependencia, y con ellos y los conquistadores

formar una nueva nación con la religión, las leyes y las costumbres de

los conquistadores, modificadas y acomodadas a las circunstancias

locales.32

Debe insistirse en que las artes liberales, y la historia como parte de ellas,

sirven a los polígrafos no sólo para fundar una identidad nacional sino también

para publicitar su propio proyecto político. Mientras que algunos de los miembros

de El Ateneo quieren hacer tabla rasa del pasado y fundar un nuevo orden

republicano y federal, Alamán lucha por un orden centralista y por preservar la

cultura política y las instituciones españolas, pero modificadas por el liberalismo

gaditano, que se expresó tanto en la Constitución de Cádiz (1812) como en el Plan

de Iguala (1821).

31 Ibídem, T. II, p. 7.

32 Ibídem, T. II, p. 21.

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El objetivo de las Disertaciones es mostrar las continuidades del periodo

virreinal que se proyectan sobre el México independiente: de España “procede la

lengua que hablamos, la religión que profesamos, todo el orden de administración

civil y religioso que tantos años duró y aún en gran parte se conserva, nuestra

legislación y todos nuestros usos y costumbres”.33

Alamán, como sus contemporáneos, intenta definir los límites entre historia y

otras formas literarias. Rechaza la novela histórica porque considera que

frecuentemente hace una caricatura de la época en la que sitúa el argumento;

mientras que la historia retrata el periodo estudiado pintando el estado de la

sociedad y “esas costumbres peculiares” por medio de “la relación de hechos

ciertos”. Asimismo rechaza la historia romántica porque, según él, ha perdido de

vista los hechos históricos y da “vuelo a una imaginación desarreglada”.34 Así

responde a los poetas que se definen a sí mismos como románticos y que niegan

toda herencia cultural hispánica. Pese a su insistencia en la verdad y la exactitud

de los hechos históricos, Alamán no renuncia a la verosimilitud, por eso ofrece que

los hechos que relata presentan “toda la novedad y el interés del romance, pero sin

la exageración y aún falsedad de éste”.35

La historia se diferencia de otras formas literarias por su pretensión de decir

la verdad. Cicerón, quien se mantiene como modelo en el siglo XIX, había señalado

que el orador no debe decir nada falso ni temer a la verdad; debe mantener un

orden cronológico y cuidar la descripción de los lugares; hablar de las causas

después de los hechos, e inmediatamente después de las consecuencias que

produjeron; explicar si los efectos se debieron a la causalidad, a la sabiduría o

33 Ibídem, T. III, p. 9.

34 Ibídem, T. I, p. 6.

35 Ibídem, T. III, p. 11.

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imprudencia; referir las acciones de los hombres grandes y eminentes, y describir

su carácter; usar un estilo fluido, claro, y suave.36 Alamán sigue puntualmente cada

uno de estos preceptos.37

Desafortunadamente Alamán no desarrolla sus reflexiones sobre qué es la

historia y cuál es su sentido, por lo que para esbozar el horizonte de enunciación

dominante en la época es necesario recurrir a un preceptista mexicano, Manuel

Larrainzar.

La imparcialidad a la que se refieren los autores mexicanos tiene tres

fuentes: Cicerón, Tácito y Luciano de Samosata, quienes coinciden en que el

discurso debe “estar animado del deseo de decir la verdad”.38 La imparcialidad

retórica, que se condensa en la máxima de Tácito: sin ira et studio (sin rencor y con

estudio, aplicación), no refiere a una fría neutralidad. El romano señala que la

Historia debe erigirse en juez, pues es una suprema magistratura,39 que sirve de

freno a los gobernantes. “El deber del analista es no callar, sino dar a conocer las

virtudes, y contener por el miedo de la infamia y de la posteridad las malas

acciones y las palabras”—indicó Tácito. A esta noción de verdad e imparcialidad se

añade la idea de justicia pues, como sostuvo Quintiliano, no puede haber retórica

36 Cicerón, De orador, lib. II, cap. 15.

37 Alamán afirmará en su exordio que el propósito de su Historia de Méjico es develar

las causas. Diversos autores como Ma. Elvira Buelna Serrano, et al en “Lucas Alamán,

un republicano propositivo” y Elías Palti en “Lucas Alamán y la involución política

del pueblo mexicano. ¿Las ideas conservadoras “fuera de lugar”?” sostienen que esta

afirmación revela el sentido de modernidad de este historiador decimonono. En estas

páginas se sostiene la tesis contraria: Alamán simplemente actualiza el principio de

causalidad recomendado por la preceptiva retórica.

38 Manuel Larrainzar, “Algunas ideas sobre la historia y la manera de escribir la de

México”, p. 153.

39 Luciano, Tratado sobre la manera de escribir la historia, citado por Manuel Larrainzar,

“Algunas ideas sobre la historia y la manera de escribir la de México”, p. 153.

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perfecta sin una justicia consumada.40 La retórica cristiana, retomando del

concepto griego kaloskagadia, pretende que la verdad es una, así como la virtud y la

belleza también son únicas, afirmado así su pretensión de universalidad. Estas

nociones fueron perpetuadas y desarrolladas por los escritores ilustrados: Fenelon,

el abate de Mably, Lamartine, Volney, autores que en el México decimonónico son

referentes fundamentales.

Hoy en día, a diferencia de lo que sostenía la tradición católica, resulta

evidente que la verdad y la justicia, la virtud y el vicio no son categorías fijas sino

que su significado y sentido desciende del horizonte de enunciación de cada autor.

Todo juicio (moral, político o cultural) se sustenta en una visión y experiencia del

mundo determinada y encierra un proyecto político, ya sea implícita o

explícitamente. El propio Tácito, máximo referente de imparcialidad para los

historiadores mexicanos, presenta un proyecto político acabado. En sus Anales

denunció la concentración de poder que tuvieron los emperadores, y a estos los

describió como crueles, déspotas y corruptos, incluso apuntó que la figura del

emperador había concentrado tanto poder que todo hombre que ocupara el trono

sería corrompido. Asimismo indicó la amenaza que entrañaba la anarquía y narró

los horrores que vivió la población en las guerras civiles.

Tácito es un autor sumamente leído en el México del siglo XIX posiblemente

porque los intelectuales buscan aprender lecciones en la Maestra de los Tiempos

cuando ellos mismos tratan de construir un nuevo orden político que impida tanto

el despotismo como la anarquía.

En síntesis, la triada verdad-imparcialidad-justicia retórica exige al

historiador no falsificar los hechos ni las evidencias, que moralice al lector

40 Quintiliano, Institución oratoria, p. 123.

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enseñándole la virtud y el vicio con ejemplos del pasado. Es una actitud moral que

se exige a los historiadores y fundamentalmente constituye el argumento a

sostener en contra de prejuicios “y deformaciones de las perspectivas históricas,

pues es parcial en su apoyo a uno de los lados, a una de las facciones o de los

actores que representa”.41

La imparcialidad en las Disertaciones de Alamán es un problema complejo.

Este historiador inicia este texto en un momento en que se cree retirado

definitivamente de la vida pública, escribe para defender su actuación y proyecto

político, en ese sentido sus obras son una vindicación de su honra, pero también

una forma propaganda.

Alamán en un inicio defiende el centralismo, sin embargo, durante la guerra

con los Estados Unidos (1846-1848) colabora en El Tiempo, periódico efímero que se

publica en 1848 y se inclina abiertamente por establecer una monarquía

constitucional en México con un príncipe europeo, pues considera que esta forma

de gobierno es una salida viable a la inestabilidad política al país, también cree que

servirá para bloquear al expansionismo norteamericano. La búsqueda por una

forma de gobierno adecuada a lo que hoy llamamos cultura política mexicana

apenas es perceptible en el tercer volumen de sus Disertaciones, publicado en 1849.

En éste estudia la historia de la monarquía española “para poder entender

nuestra propia historia, y para aprovechar las lecciones que nos presentan tan

grandes sucesos, tantos errores, y al mismo tiempo tantos ejemplos de sabiduría y

tan profundos conocimientos en el arte de gobernar”.42 De esta manera refuerza el

41 Jorn Rusen, “Capítulo 4. Narración y objetividad en los estudios históricos” (en prensa).

42 Lucas Alamán, Disertaciones, T. III, p. 9.

Capítulo 2. La tradición retórica y la historia (1844-1851)

sentido ciceroniano de la historia y, en específico, busca aprender lecciones para el

arte de gobernar de la monarquía, forma de gobierno en debate.43

En esta décima disertación anuncia que pronto dará a la imprenta su Historia

de Méjico, misma que pensaba que debía publicarse hasta después de su muerte

porque en ella se ocupa del pasado reciente. Sin embargo, ha cambiado de opinión

porque la sociedad y las generaciones venideras pueden sacar de su Historia

“provechosas lecciones”. Alamán espera que esta última disertación sirva de

introducción para su historia.

La Historia de Méjico

Todo estaba reglamentado en su vida, arreglada como un cronómetro.

[Alamán] Escribía el borrador de su historia en una sala, teniendo en sus

mesitas, a propósito, a sus hijos dedicados a sus estudios, él aseado y

como para presentarse a una concurrencia, escribía con una celeridad

suma, y con tal limpieza y celeridad trabajaba para encontrar un tacho o

una mancha —recuerda Guillermo Prieto.44

Lucas Alamán comienza a trabajar su historia en 1832, la mayor parte de los

volúmenes los escribe durante la invasión norteamericana y los publica entre 1848

y 1852 como la continuación de sus Disertaciones. Debe advertirse que la escritura

de algunos volúmenes de ambas obras históricas es simultánea.

43 Es frecuente que se afirme que Lucas Alamán a partir de la Guerra entre México y los

Estados Unido se inclina por instituir en México la monarquía constitucional. José C. Valadés en

Alamán, estadista e historiador argumenta de manera convincente otra explicación: el líder del partido

conservador se propuso fortalecer el poder presidencial en un régimen centralista, pero siempre en

el marco de un gobierno republicano. Véase en particular “Capítulo XI. Escribiendo la historia”.

44 Guillermo Prieto, Viajes de orden suprema, Vol. 1, p. 68.

Capítulo 2. La tradición retórica y la historia (1844-1851)

En su Historia de Méjico desarrolla las tesis que defendió en el volumen tercero

de sus Disertaciones, pues asienta que el origen de todo lo que existe en el país está

en la Conquista. Al igual que los historiadores que le precedieron se propone

dilucidar la verdad sobre la Independencia, sus actores y los principales hechos

políticos y económicos que se registraron desde 1808 hasta el momento en que

escribe.

La historia de Alamán se rige por una estructura discursiva que expresa la

tradición y tópica retórica. Mantiene un esquema narrativo frecuente en las artes

liberales, con excepción de la poesía, que divide al discurso en exordio,

argumentación y clausura.45 En las tres partes, desde la retórica aristotélica, se

utilizan lugares comunes (topoi), frases obligadas que provienen de la propia

oratoria.46 La tópica es el acervo de topoi de una época, un método argumentativo

que, mediante una red de formas vacías de significado, servían al orador y al

polígrafo en su búsqueda de contenidos, de temáticas clásicas.47 La tópica se

convirtió en referente de estructuras argumentativas socialmente prestigiadas.

Para Cicerón la introducción o exordio es especialmente significativo porque

es la parte del discurso que dispone “favorablemente el ánimo del oyente para

escuchar el resto de la exposición”.48 El público se gana de cuatro maneras:

hablando de nosotros, de nuestros adversarios, de los oyentes o de los hechos”.49

45 Para Cicerón los discursos se componían de seis partes: exordio, narración, división,

demostración, refutación y conclusión.

46 Aristóteles, Retórica, p. 191.

47 Herón Pérez Martínez, “Hacia una tópica del discurso político mexicano del siglo XIX”,

p. 352-358.

48 Cicerón, La invención retórica, p. 111.

49 Cicerón, La invención retórica, p. 22.

Capítulo 2. La tradición retórica y la historia (1844-1851)

Al hablar de uno mismo —recomendó el romano en su Invención retórica— la

falsa modestia mencionando sin arrogancia nuestros méritos y servicios; minimizar

las acusaciones que se nos imputan; y sólo en caso necesario exponer los

infortunios y recurrir a los ruegos y a las súplicas con humildad. Al hablar de

nuestros adversarios se debe conseguir hostilidad, animadversión o desprecio, en

otras palabras, destruir su credibilidad. El elogio a los oyentes, prácticamente no se

utiliza en los discursos históricos, aunque en el siglo XIX es frecuente en los

discursos parlamentarios y judiciales. En cambio en las historias se privilegia el

exordio en el que se refieren los hechos.

En el prólogo al volumen 1 que sirve de exordio, Alamán se presenta como

testigo y partícipe de los hechos que narra: su patria es Guanajuato,50 vio nacer la

revolución del cura de Dolores; desde 1820 ha participado en la escena pública

como diputado a en las Cortes de España y como ministro de gobierno. Afirma que

pocos hombres cuentan con sus conocimientos “de las personas, de las cosas, de

los tiempos y de las circunstancias”51, todas ellas son razones sobradas que lo

califican para historiar el pasado reciente.

Dos lugares comunes son fundamentales porque distinguen la historia de la

literatura: la potestad, que como su nombre lo indica, es una parte del discurso en el

que se jura decir la verdad; y la declaratio fidelitae, en la que el autor afirma que

habla sólo con hechos y con un amplio soporte de pruebas.

Todas las historias de la primera mitad del siglo XIX mexicano protestan

esclarecer la verdad discutiendo los enfoques y los juicios de los autores que les

preceden. De este modo, Lorenzo de Zavala en su Ensayo histórico de la Revoluciones

50 Para el concepto dominante de Patria en la primera mitad del siglo XIX véase Alicia

Hernández Chávez, Monarquía -republica- nación-pueblo.

51 Lucas Alamán, Historia de Méjico, Vol. 1, p. 4.

Capítulo 2. La tradición retórica y la historia (1844-1851)

(1831) y José María Luis Mora con su México y sus revoluciones (1836) buscan rebatir

los juicios e inexactitudes que Carlos María de Bustamante presentó en su Cuadro

histórico (1822) y la obra de Mariano Torrente, éste último –según Zavala– escribió

bajo encargo de Fernando VII de España. Más tarde, José María Bocanegra

escribiría Memorias para la historia de México independiente (1862) en un intento de

lograr la imparcialidad que, a su juicio, no alcanzan los textos de Bustamante,

Zavala, Mora, Alamán, entre otros.

Alamán no es la excepción, en su volumen 1 asienta que las historias de

México a partir de 1808 son “historias fabulosas y cuentos ridículos”.52 Afirma que

ello se debe a la ignorancia, pero algunos autores han cometido errores de mala fe

por “las miras siniestras de los escritores, que todos se han dejado llevar por el

espíritu de partido”.53 En contraste, afirma que su único objeto es presentar los

acontecimientos que relata conforme a la verdad. Para demostrar esta afirmación

profundiza en el amplio soporte de evidencias que respaldan su historia:

Me he propuesto presentar los hechos con toda la fidelidad que requiere

la verdad de la historia, informándome de estos con diligente cuidado y

consultando no sólo todo lo que se ha escrito acerca de ellos, sino

preguntando a todos los que lo presenciaron y examinando todos los

documentos fidedignos que he podido conseguir.54

La fuente principal en la que apoya su historia son los documentos

resguardados en el Archivo General, institución que él había fundado en el decenio

de 1820.

52 Ibidem, Vol. 1, p. 4.

53 Ibídem.

54 Ibídem, p. 5.

Capítulo 2. La tradición retórica y la historia (1844-1851)

Alamán afirma que el tiempo le ha permitido juzgar con imparcialidad el

pasado reciente. Los partidos a los que perteneció y los partidos que fueron sus

opositores han desaparecido; sus opiniones han cambiado con su experiencia de

gobierno. Reconoce que sus intenciones siempre fueron rectas, pero sus opiniones

a veces fueron extraviadas “por los ensueños de las teorías y los delirios de los

sistemas”.55 En efecto, es significativo que el último volumen de sus Disertaciones y

el primero de su Historia de Méjico salgan de la imprenta en 1849, año en que el

historiador regresa a la palestra pública como la cabeza del partido conservador.

Es lícito suponer que el estadista pone en marcha una triple estrategia: por un lado,

se ocupa de la representación del pasado con el fin de publicitar su proyecto

político; por otra parte, participa y triunfa en las elecciones por el Ayuntamiento de

México, al tiempo que organiza al partido conservador que desde 1848 se expresa

en las páginas de El Tiempo. En este periódico colaboran Manuel Diez Bonilla,

Hilario Elguero, Mariano Tagle, Ignacio Aguilar y Morocho, fray Manuel de San

Juan, Cristónomo Nájera y el español Niceto de Zamacois. Desde sus páginas esos

polígrafos condenan el sistema representativo, al gobierno que firmó la paz con el

Tratado de Guadalupe-Hidalgo y arremeten en contra de la revolución social que

encabezó Miguel Hidalgo.56

En su Historia de Méjico advierte que con la Independencia el país cambió su

sistema de gobierno, instituciones, costumbres, e incluso sus habitantes. Para

analizar la magnitud y características de las transformaciones, Alamán señala que

es necesario presentar someramente “lo que hubo”, es decir la forma de gobierno y

55 Ibídem.

56 Erika Pani, “Entre la espada y la pared: el partido conservador (1848 -1853)”, p. 80. Para

mayores detalles sobre la actuación política de Alamán al frente del Ayuntamiento de México véase

el artículo citado de Erika Pani y Rafael Aguayo Spencer, "Alamán estadista”.

Capítulo 2. La tradición retórica y la historia (1844-1851)

el estado de prosperidad al que llegó”.57 Anuncia en el prólogo que abordará desde

los primeros movimientos de 1808 hasta su presente, con el fin de destacar “las

consecuencias que ha producido pretender hacer cambiar no sólo el estado

político, sino también el civil, atacando las creencias religiosas y los usos y

costumbres establecidos, hasta venir a caer en el estado de abismo en el que

estamos”.58 En pocas palabras, esboza la premisa central del partido conservador.

No obstante, el proyecto político que propone se explicita y desarrolla en el

volumen 5, en el que aborda su presente, como se verá más adelante.

El primer volumen se divide en dos libros. En el primero presenta un “cuadro

estadístico” para mostrar la prosperidad que reinaba en 1808. Cuadro en el que –

como lo hiciera José María Luis Mora– retrata la población, las costumbres, los

estamentos sociales y las instituciones políticas. En el mismo libro estudia la

invasión napoleónica a la Península Ibérica y el surgimiento del movimiento

autonomista en la Nueva España. Sin embargo, el libro segundo es el que ha

captado mayor atención de los historiadores porque se refiere a la “revolución del

cura D. Miguel Hidalgo hasta la muerte de éste y de sus compañeros”.59

Este capítulo expresa el estrecho vínculo que Alamán establece entre su

proyecto político y la representación del pasado. Desde El Tiempo y el periódico

liberal El Siglo XIX los polígrafos entablan una punzante polémica en torno al

origen de la Independencia y, por tanto, su fecha conmemorativa. Los primeros

prefieren la entrada victoriosa de Agustín de Iturbide a la ciudad de México; los

57 Lucas Alamán, Historia de Méjico, Vol. 1, p. 6.

58 Ibídem, p. 8.

59 Véase por ejemplo Moisés González Navarro, "Alamán e Hidalgo"; Edmundo

O´Gorman, “Hidalgo en la historia” y Elías Palti, “Lucas Alamán y la involución política del pueblo

mexicano. ¿Las ideas conservadoras “fuera de lugar”?”.

Capítulo 2. La tradición retórica y la historia (1844-1851)

segundos, el grito de Dolores.60 Debe destacarse que éste es un muy viejo debate

que se remonta a las sesiones del Congreso Constituyente de 1822. Entonces los

monarquistas se inclinaron por conmemorar la consolidación de la Independencia,

mientras que los federalistas defendieron el grito de Dolores, pues desde entonces

“un voto en favor de la memoria de Hidalgo había adquirido el sentido de un voto

republicano” —afirma Edmundo O´Gorman.61 Pronto los grupos políticos hacen

de Hidalgo el estandarte del federalismo y a Iturbide del centralismo.62

El político en su Historia de Méjico desarrolla ampliamente sus argumentos:

Carlos María de Bustamante “el historiador por excelencia de la revolución alteró

la verdad de la historia en su Cuadro histórico”, ello hizo que la fiesta nacional de la

República conmemorara

un día que vio cometer tantos crímenes y que debe el principio de su

existencia como nación a una revolución que proclamando una

superchería, empleó para su ejecución unos medios que reprueba la

religión, la moral fundada en ella, la buena fe de la sociedad, y las leyes

que establecen las relaciones de los individuos en toda asociación

política.63

60 Para mayores detalles sobre esta polémica en la prensa véase Erika Pani, “Entre la

espada y la pared: el partido conservador (1848 -1853)”.

61 Edmundo O´Gorman, “Hidalgo ante la historia”, p. 175. Sobre el debate en el Congreso

Constituyente de 1822 véase Lucas Alamán, Historia de Méjico, Vol. 5, p. 484 y María José Garrido

Asperó, “Cada quien sus héroes”.

62 Véase el espléndido estudio de Edmundo O´Gorman, “Hidalgo ante la historia”. [Véase

también como “Discurso de ingreso pronunciado por el Sr. Dr. Edmundo O´Gorman a la Academia

Mexicana de Historia correspondiente a la Real de Madrid”, septiembre 3, 1964. Disponible en

línea. Consulta: 4 de noviembre de 2013].

63 Lucas Alamán, Historia de Méjico, Vol. 1, p. 243.

Capítulo 2. La tradición retórica y la historia (1844-1851)

La superchería a la que se refiere es el cuadro de la virgen de Guadalupe que

Hidalgo tomó del santuario de Atotonilco y convirtió en una suerte de estandarte

sagrado de su ejército.

Aunque Alamán reconoce que Hidalgo se levanta en armas esgrimiendo las

mismas demandas que habían sostenido los autonomistas de 1808, dedica varios

episodios para mostrar que el sacerdote no contaba con un programa definido ni

un plan de gobierno. El historiador enfatiza que el pueblo simplificó la lucha en un

solo grito: “¡Viva la virgen de Guadalupe y mueran los gachupines!”.64 Así, de

manera implícita contrasta al Plan de Iguala de Agustín de Iturbide y su llamado a

la unión de europeos y americanos frente a las huestes insurgentes con su violencia

en contra de las personas y bienes, y en particular en contra de los españoles.

Para explicar el vertiginoso crecimiento de la insurgencia entre 1810 y 1811,

Alamán reitera un mismo argumento: “Hidalgo arrastra tras de sí a toda la gente

del pueblo, excitada con el atractivo de la licencia y el saqueo”.65 Para ilustrar este

argumento conmueve al lector narrando la extrema violencia de las masas en la

toma de la Alhóndiga de Granaditas, Guanajuato, episodio histórico del que, según

afirma, fue testigo presencial.

El volumen 1 cierra con la muerte de Hidalgo y de los principales caudillos

insurgentes. La insurrección no se apagó, por el contrario se propagó rápidamente

en las provincias más ricas, extendiéndose a la mitad del reino. El historiador

advierte que cada región actuó de manera independiente, por lo que en los

siguientes capítulos de su historia tratará de manera separada las diversas

regiones. Efectivamente, ésta es la temática y estructura de los volúmenes 2 y 4.

64 Ibidem.

65 Ibidem, p. 256.

Capítulo 2. La tradición retórica y la historia (1844-1851)

Alamán indica que los insurgentes llegaron a ocuparon las provincias más

ricas, se hicieron de sus recursos y contaron con las masas del pueblo, y sin

embargo, sus líderes fueron derrotados uno a uno. Explica la derrota por la falta de

unidad del movimiento, las rivalidades entre los caudillos, por negarse a obedecer

y contribuir a los gastos del gobierno que ellos mismos habían instituido y por su

incapacidad para defender de manera organizada el territorio ocupado y que era

atacado por los realistas. Alamán hace un guiño a su presente y señala que estos

sucesos merecen una seria reflexión, pues “esta misma ha sido la historia de la

guerra con los Estados Unidos, y éste el peligro que se halla expuesta esta

república, por las mismas causas que frustraron tantos esfuerzos en la revolución

de 1810”.66

A lo largo de sus volúmenes el historiador se esfuerza por desmarcar la

independencia de la insurgencia, elemento clave en la configuración del proyecto

político conservador. Así, pues, concluye que la revolución de 1810

No fue ella una guerra de nación a nación, como se ha querido

falsamente representarla; no fue un esfuerzo heroico de lucha por su

libertad para sacudirse del yugo de un poder opresor: fue, sí, un

levantamiento de la clase proletaria contra la propiedad y la

civilización.67

La independencia de 1821 fue obra de otros hombres, de otras circunstancias.

De este modo Alamán da respuesta a la arraigada representación republicana-

federalista que comenzó a construirse en plena insurrección. Miguel López Rayón

y José María Morelos hicieron del pronunciamiento de Dolores el antecedente

bélico de la rebelión que encabezaron, e hicieron de Hidalgo la fuente de los

66 Lucas Alamán, Historia de Méjico, Vol. 4, p. 417.

67 Ibidem.

Capítulo 2. La tradición retórica y la historia (1844-1851)

ideales democráticos y republicanos. Edmundo O´Gorman asienta que esta doble

representación es de gran importancia, “porque le comunicó unidad histórica a los

once años de lucha”. Después, vino un nuevo vuelco: el manifiesto que precede al

pacto federal de 1824 rindió tributo al sacerdote, este “hecho significa el arraigo

definitivo de la insurgencia como el antecedente del liberalismo mexicano”.68 Para

Alamán –como para Iturbide— las revoluciones de 1810 y 1821 son

acontecimientos enteramente desligados e incompatibles.

La Historia de Méjico es un trabajo escrito con un plan definido que adquiere

cabal significación en su último volumen. Destina una buena parte a un nuevo

cuadro estadístico, en éste compara las condiciones materiales que tenía la Nueva

España en 1808 con las prevalecientes en 1852. En el primer periodo emerge una

imagen de prosperidad y bonanza, en el segundo de devastación. Con esta base,

propone una serie de reformas políticas y hacendarias que intentará implementar

como secretario de Relaciones con el Presidente Antonio López de Santa Anna,

cuestión a la que se volverá más adelante.

Alamán presenta el quinto volumen como si fuera autónomo de su historia,

por eso brinda un nuevo exordio en el que recurre a la tópica retórica. Tras

presentarse con falsa modestia, transcribe una cita extensa de la Revolución Francesa

de Edmund Burke. En la cita los lugares comunes retóricos se suceden: aspira poco

a los honores, distinciones y emolumentos; su historia son las observaciones de un

hombre que no ha servido de instrumento al poderoso, ni ha sido el adulador del

grande “y que en el último momento no desmentirá el tenor de toda su vida”.69

En este volumen analiza desde la formación del Plan de Iguala por Agustín

de Iturbide, y explica que, en lugar de concluir con el establecimiento de la

68 Edmundo O´Gorman, “Hidalgo ante la historia”.

69 Lucas Alamán, Historia de Méjico, Vol. 5, p. XI.

Capítulo 2. La tradición retórica y la historia (1844-1851)

república federal en 1824, extiende la narración a “la entera anonadación de las tres

garantías, que fueron objeto del mencionado plan”.70 Al abordar la historia

contemporánea no sólo protesta que “la verdad es la única guía que me conduce”

sino que, además, reitera que se apoya en los documentos del Archivo General, en

documentación oficial y es testigo o actor de los principales acontecimientos que

relata. Su mayor prueba de veracidad es que sus volúmenes anteriores no han sido

desmentidos.

La historia en su forma retórica y como herencia de Cicerón y Tácito se

concibe como un supremo tribunal moral que juzga al pasado y relata la vida de

“los grandes hombres” con un sentido ejemplar, para enseñar la virtud y condenar

el vicio con ejemplos de acciones y personajes del pasado.

Alamán afirma que en su historia no hay grandes héroes “porque no he

encontrado más que hombres de estatura ordinaria”. El historiador concluye:

“puedo asegurar, que los motivos que me han guiado en la redacción de esta obra,

no han sido otros más que presentar a mis lectores y a la posteridad las cosas tales

como fueron, para que el conocimiento exacto del pasado sirva como lección para

el futuro”.71

Pese a su intención de superar la historia ejemplar, al estar inserto en la

tradición retórica y al colocarse él mismo como tribuno busca no sólo juzgar el

pasado reciente sino también exige impartir justicia, por lo que su historia se dirige

a restaurar “la gloria que le corresponde al autor de la Independencia y a los que

con él cooperaron a hacerla”.72 Así, paga tributo fundamentalmente a Agustín de

Iturbide y a Antonio López de Santa Anna.

70 Ibidem, p. V.

71 Ibidem, p. IX.

72 Ibidem, p. 954.

Capítulo 2. La tradición retórica y la historia (1844-1851)

Debe insistirse que la historia en su forma retorica adquiere sentido en

función del presente con el fin de aprender lecciones para el arte de gobernar.

Alamán presenta un desolador cuadro de un México destrozado por el

federalismo, la guerra México-norteamericana y el Tratado de Guadalupe-

Hidalgo:

Al ver en tan pocos años esta inmensa pérdida del territorio; esta ruina

de la hacienda, dejando tras de sí una deuda gravosísima; este

aniquilamiento de un ejército florido y valiente, sin que haya quedado

medios de defensa; y sobre todo, ésta completa extinción del espíritu

público, que ha hecho desaparecer toda idea de carácter nacional: no

hallando en Méjico mejicanos y contemplando una nación que ha

llegado de la infancia a la decrepitud […] Estos funestos resultados han

dado motivo para discutir, si la independencia ha sido un bien o un mal

y si debió o no promoverse.73

Alerta sobre la amenaza que se cierne sobre el país: la completa desaparición

de la nación mexicana ya sea en manos de “los bárbaros del Norte” o víctima de las

potencias atlánticas.

Es así como la guerra contra los Estados Unidos acelera la necesidad de dar

forma a nuevos modelos políticos, culturales e institucionales porque, tal y como

señala Alamán, es necesario salir “del camino trillado del centralismo o la

federación”,74 pues ambos han demostrado su incapacidad para garantizar la

soberanía y la gobernabilidad del país.

Es necesario recordar que el grupo federalista durante la invasión

norteamericana convocó a un congreso constituyente que puso en vigor la

Constitución de 1824 y la enmendó con el Acta de Reformas (1847), misma que

restableció el federalismo. Precisamente es en contra de este sistema político que

73 Ibidem, p. 903-904.

74 Ibidem, p. 951.

Capítulo 2. La tradición retórica y la historia (1844-1851)

Alamán propone la transformación, pues “las instituciones políticas de esta nación no

son las que requiere para su prosperidad: es pues, indispensable reformarlas, y esta

reforma es urgente y debe ser el asunto más importante para todo buen

ciudadano”.75

Conforme a su diagnóstico los problemas institucionales son los siguientes:

un ejecutivo extremadamente débil y la falta de protección de los ciudadanos en

contra de las arbitrariedades de ese mismo poder; les excesivas atribuciones del

poder legislativo y el origen popular de las cámaras hacen del Congreso una

institución inútil que entorpece el orden regulador del gobierno; los estados

presentan una desproporcionada desigualdad y demasiado poder. Este fue el

mismo diagnóstico que Mariano Otero plasmó en su voto particular que dio forma

al Acta de Reformas de 1847. Pero las propuestas de reforma son diametralmente

opuestas, pues Otero defendió el fortalecimiento de la federación, mientras que

Alamán pugna por destruir las bases del federalismo: las localidades “o lo que se

ha llamado provincialismo”.76

Debe insistirse en que la Historia de Méjico es una obra concebida con un plan

definido. El político acude al pasado en busca de las raíces de los problemas de su

presente. Por ello, en el volumen 3 estudia la configuración del horizonte gaditano

mismo que se mantuvo vigente hasta la Constitución de 1857. En particular analiza

las Cortes de Cádiz, la constitución que éstas promulgaron y el Congreso de

Chilpancingo. Alamán en las Cortes de Cádiz, que se declararon soberanas, ve el

origen de que los congresos constituyentes mexicanos sean “un poder absoluto,

75 Ibidem, p. 925.

76 Ibidem, p. 934.

Capítulo 2. La tradición retórica y la historia (1844-1851)

que no tiene más límite que su voluntad, y que puede, por lo tanto, todo lo que

quiere”.77

En las constituciones modernas encuentra un importante problema en la

división de poderes. En ellas “la nación es todo, o más bien los congresos que se

dicen sus representantes y la autoridad real es una concesión, una asignación de

poder hecha por el congreso”.78 La solución que propone es fortalecer el poder

presidencial.

Para acabar con “el provincialismo” demanda instituir un sistema unitario,

cuyo eje es una nueva división territorial en departamentos con igual territorio y

recursos, que deberá coincidir con una nueva jurisdicción eclesiástica y judicial,

diseñada para menguar los poderes regionales. La soberanía de los estados debe

suprimirse y con ello las constituciones locales y las instituciones de gobierno

estatales. Exige leyes uniformes en materia de hacienda y administración de

justicia.

Anulada la soberanía de los estados, Alamán juzga que serán innecesarias las

facultades legislativas de los congresos estatales, estos deberán tener como única

competencia vigilar la cuenta pública. Aunque el principio de representación

federal queda aniquilado, no así el nacional, que también es reducido a vigilar el

gasto gubernamental.

Considera que las leyes electorales deben reformarse para establecer un

sistema directo, pero reservado a los propietarios, tal y como propusiera el Dr.

Mora.

La clase propietaria tomará una parte en los asuntos públicos, por lo

mismo que estos tocan de más cerca sus intereses, y como es condición

77 Lucas Alamán, Historia de Méjico, Vol. 3, p. 6.

78 Lucas Alamán, Historia de Méjico, Vol. 3, p. 115.

Capítulo 2. La tradición retórica y la historia (1844-1851)

esencial para el goce perfecto de un bien la seguridad de gozarlo

siempre, se ocupará con empeño en afianzarlo, cuando vea que esto

depende de ella misma. Esto hará nacer el espíritu público, ahora

enteramente apagado y restablecerá el carácter nacional que ha

desaparecido. Los mejicanos volverán a tener un nombre que conservar,

una patria que defender y un gobierno a quien respetar.79

Alamán sustenta su reforma en el fracaso de los sistemas federalista y

centralista, como se ha señalado. Preocupación fundamental para este actor

político y polígrafo son las finanzas públicas, que conviene explicar. El pacto

federal de 1824 estableció una administración nacional débil con una muy precaria

hacienda pública que dependió fundamentalmente de las aduanas que cobraban

los aranceles al comercio y de las exiguas aportaciones de los estados, mientras que

estos controlaron la mayor parte de los impuestos. El sistema unitario instituido en

1836 con las Siete Leyes, de las que Alamán fue artífice, apenas mejoró la captación

de ingresos en la ciudad de México.80 Ante los siempre escasos ingresos, el

gobierno federal se vio obligado a acudir al crédito privado tanto interno como

externo. Sin un sistema bancario constituido, las diversas administraciones

recurrieron a los comerciantes, que otorgaban los créditos al gobierno con altos

intereses que solían pagarse por adelantado. La incapacidad del gobierno para

pagar los créditos privados obtenidos en el extranjero determinó la dinámica de las

relaciones internacionales con las potencias europeas durante la primera mitad del

79 Lucas Alamán, Historia de Méjico, Vol. 5, p. 943.

80 Marcello Carmagnani en “Finanzas y Estado en México, 1820-1880” concluye que en

términos generales la hacienda pública central registró un empobrecimiento progresivo entre 1820 y

1870. La república centralista (1836) introdujo nuevos gravámenes sobre la propiedad raíz y el

comercio. En 1840 se creó un impuesto personal (la capitación), y se sustituyó el impuesto sobre el

comercio interior (la alcabala), por uno indirecto sobre la propiedad rural. No obstante, no se logró

un desplazamiento de los recursos fiscales de las regiones al estado central porque el gobierno no

contó con mecanismos eficientes de coerción tributaria que permitieran enfrentar las resistencias de

los propietarios ni extender su radio de acción más allá de la ciudad de México.

Capítulo 2. La tradición retórica y la historia (1844-1851)

siglo XIX, pues éstas se caracterizaron por las reclamaciones de los acreedores. La

deuda externa había dificultado consolidar la soberanía el país: la Guerra de los

Pasteles, la secesión de Texas y la guerra norteamericana eran pruebas

elocuentes.81

El sistema que Alamán propone para llevar a cabo la reforma política se nutre

de su propia experiencia; así, recomienda formar una comisión de cinco individuos

que elabore una nueva constitución política. Ésta fue la manera en que se

promulgaron Las Bases Orgánicas (1843), por medio de la Junta Nacional

Instituyente —una junta de notables.

La clausura es una parte fundamental del discurso porque si presenta una

"recta disposición" convence completamente al auditorio, señala la perspectiva

retórica.82 Alamán cierra su Historia de Méjico con la tópica propia del sermón. La

peroración que es la parte del discurso que admite "sentimientos vivos y fogosos

con los que el orador hiere como con saetas ardientes el corazón del auditorio".83

Los preceptistas decimonónicos, siguiendo a Aristóteles, Cicerón y Quintiliano,

recomiendan que la peroración se utilice después de la parte argumentativa

"porque ganado el entendimiento con ésta, fácilmente se atrae el corazón".84

Alamán para esta peroración usa la figura patética, en particular en su forma de

conminación, es decir, con este topo se busca persuadir por medio de amenazas por

81 Esta dinámica ha sido ampliamente estudiada, María Cecilia Zuleta elabora una buena síntesis

en “México en el mundo 1830-1880”.

82 Ramón López, Nociones de retórica, oratoria y métrica, p.47.

83 Ibidem, p. 46.

84 Ibidem.

Capítulo 2. La tradición retórica y la historia (1844-1851)

los sucesos desagradables que pueden desencadenarse en caso de no seguir las

exhortaciones que hace el orador.85

Sígase desperdiciando los elementos multiplicados de felicidad que la

Providencia divina ha querido dispensar a este país privilegiado; sígase

abusando del gran bien de la independencia en lugar de pensarlo como

base y principio de todos los demás; […] gástese por el gobierno lo poco

con que se cuenta en cosas superfluas, mientras carece de ellos para las

atenciones más indispensables para la defensa de la nación; […]se podrá

aplicar a la nación mejicana de nuestros días, lo que un célebre latino

dijo de uno de los más famosos personajes de la historia romana: ´no ha

quedado más que la sombra de un nombre en otro tiempo ilustre´.86

Conclusiones

En el siglo XIX la retórica norma el campo epistemológico de las artes liberales. No

sólo es un método argumentativo sino que incluso determina las temáticas que es

posible abordar, establece la manera en que se debe investigar y la forma de

exponer los resultados.

La historia se conceptualiza como una de las artes liberales, pero se diferencia

de la literatura por su pretensión de imparcialidad y verdad, ello no implica que

no hubiese espacio para la invención, que es una virtud retórica. Verdadero quiere

decir una actitud empírica pero también verosimilitud,87 que ya era recomendada

en el Arte Poética de Aristóteles como coherencia y congruencia de los personajes y

de la situación descrita.

El fin último de la historia es enseñar la virtud, promover la sabiduría entre

las autoridades con acciones ejemplares de su éxito, fracaso, virtud y corrupción.

85 Francisco Castañeda, Lecciones de retórico y poética o literatura preceptiva, p. 124-132.

86 Lucas Alamán, Historia de Méjico, Vol. 5, p. 953-955.

87 Harry C. Payne, “Wisdom at the Expense of the Dead: thinking about History in the

French Enlightenment”, p. 53.

Capítulo 2. La tradición retórica y la historia (1844-1851)

Mientras que los filósofos quisieron enseñar la virtud con preceptos, los

humanistas de la Antigüedad y del Renacimiento defendieron la necesidad de

aprender de la experiencia a través de la historia, y ésta será la tradición que

pervive en el siglo XIX mexicano. La narración y argumentación se sostienen en la

tópica, que es un método para sacar conclusiones de razones verosímiles mediante

el entimema, una red de formas vacías que sirven de guía al orador en su

búsqueda de contenidos y, a la vez, son una reserva de temas clásicos.88

Cuatro lugares comunes (topoi) son fundamentales porque distinguen la

historia de la literatura: la potestad, que como su nombre lo indica, es una parte del

discurso en el que se jura decir la verdad; la declaratio fidelitae, en la que el autor

afirma que habla sólo con hechos y con un amplio soporte de pruebas. Como parte

de este segundo lugar común los historiadores afirman que buscan alcanzar la

imparcialidad y es frecuente que se considere que el historiador ideal es aquel que

ha participado en los asuntos de Estado y mejor aún quien ha participado en los

eventos que describe.89 Los relatos históricos sólo adquieren sentido pleno en el

principio ciceroniano de la Historia como Maestra de la Vida, por ello

necesariamente sostienen un proyecto político, y es frecuente que los polígrafos

defiendan su propia actuación pública. La historia, debe insistirse, se concibe como

una rama de las artes liberales y recurre a las prácticas del persuadir y del bien

decir, por ello numerosas preceptivas regulan la manera en que se argumenta,

recogiendo las exhortaciones de Aristóteles, Cicerón, Quintiliano y Tácito. En este

capítulo se ha querido mostrar que la densa tradición retórica estructura las obras

en las que Lucas Alamán representó al pasado.

88 Roland Barthes, La antigua retórica, p. 57.

89 Francisco Ortega, “Sobre el porvenir de la literatura”, p. 138.

Capítulo 2. La tradición retórica y la historia (1844-1851)

En la Historia de Méjico se encuentra inserto otro género discursivo: el cuadro

estadístico. Es un género común en las primeras tres décadas del siglo XIX—como

se ha señalado en el capítulo anterior—su objetivo es proporcionar información

sobre el territorio, sus habitantes y recursos naturales. La influencia del Ensayo

político sobre la Nueva España (1804) de Alejandro von Humboldt es tal que sirve de

modelo a todos los polígrafos. “Libro en mano, liberales y conservadores

verificaron sus proyectos y justificaron sus contrapuestos puntos de vista. Invocar

el nombre de Humboldt llegó a ser casi una constante histórica de todos los

políticos, historiadores y pensadores del siglo XIX –indica Juan A. Ortega y

Medina.90 Alamán no es la excepción. Admirador confeso de Humboldt, en 1823

en nombre del gobierno mexicano –y en calidad de ministro de Relaciones–

agradece al estudioso por su obra. Convencido de que una sólida estadística es la

base indispensable para gobernar el país, estructura sus tablas con la misma

metodología que desarrolla el Ensayo político. Sin embargo, al escribir su Historia de

Méjico, Alamán crítica duramente a Humboldt por su optimismo exagerado.91

Introduce importantes matices al pintar la situación económica de 1808, pero

fundamentalmente la sirve de contraste con la situación de 1852. Interesa al

historiador demostrar que los gobiernos del México independiente desde 1821 han

“desperdiciando los elementos multiplicados de felicidad que la Providencia

divina ha querido dispensar a este país privilegiado” y, con ello, han puesto al país

en la ruina.

La historiografía porfiriana –por definición nacionalista y liberal– contrastó

los proyectos políticos y las historias de José María Luis Mora y Lucas Alamán

90 Juan A. Ortega y Medina, “Estudio preliminar”, p. XLVI.

91 José Miranda, Humboldt y México, p. 223.

Capítulo 2. La tradición retórica y la historia (1844-1851)

como si fueran la oposición necesaria de un mismo binomio, imagen que se

reprodujo por largo tiempo en las representaciones del pasado.

En contraste, Charles Hale, en su clásico estudio El liberalismo mexicano en la

época de Mora (1968), demuestra los muchos puntos coincidentes entre estos

polígrafos. Pertenecen ambos al mismo grupo masónico escocés; defienden los

intereses de los propietarios; comparten el mismo temor por los grupos indígenas,

sector social al que ven degradado. Hale indica que estas semejanzas se deben a

que Edmund Burke, el gran inspirador del conservadurismo mexicano, influyó en

ambos escritores, puesto que Burke fue el doctrinario del liberalismo inglés,

defensor de la tradición y también de la secularización, lo que lo convirtió en una

influencia decisiva en liberales como Benjamin Constant, quien a su vez fue un

pensador fundamental para las élites políticas mexicanas.

Pese a que los proyectos político-culturales fueron cambiando, Alamán y

Mora mantienen un mismo núcleo en su pensamiento político. Coinciden en los

principios básicos del liberalismo como el habeas corpus, el jusnaturalismo, el

constitucionalismo y el principio de representación política. Están convencidos de

que es indispensable fortalecer el gobierno nacional, reformar la educación

superior y liberalizar la economía.

En sus textos históricos se descubren otras coincidencias que responden tanto

a su horizonte de enunciación –en sentido gadameriano– como a su lugar social –

como lo entendiera Michel de Certeau. Mora y Alamán descienden de familias

criollas–españolas92 asentadas en Guanajuato. Ambos en su infancia sufren los

estragos ocasionados por los insurgentes, por lo que comparten con el México

92 Un excelente estudio sobre la genealogía de Alamán como patrón social de integración entre las

elites criollas y los intereses peninsulares, es el de Doris M. Ladd, La nobleza mexicana en la época de la

Independencia.

Capítulo 2. La tradición retórica y la historia (1844-1851)

criollo un gran miedo por la violencia y el saqueo provocado por los ejércitos de

Hidalgo. Pero estos elementos biográficos no son suficientes para explicar su

animadversión al cura de Dolores. El debate es mucho más profundo pues, como

ha advertido Elías Palti, Alamán –como lo hiciera previamente Mora– desmonta la

discursiva independentista y las aporías contenidas en el concepto mismo de

nación.

Mora deja inconclusa su obra México y sus revoluciones, lo que impide afirmar

con certeza cómo dotaría de unidad a la Independencia. Sin embargo, denuesta el

carácter religioso y popular de la revolución de 1810 y, en particular, rechaza la

discursiva que construyeron los insurgentes. Alamán –como Mora– se alza en

contra del carácter popular de la guerra y fundamentalmente en contra de la

pretensión de que la independencia encuentre justificación en un reclamo de los

primeros pobladores americanos. Más aun, Alamán establece una tajante

distinción entre la insurgencia y el Plan de Iguala, diferenciación política que

habían establecido los propios iturbidistas en 1821.Pero ello no quiere decir que

elabore una apologética del caudillo ni del emperador. El conservador, en cambio,

apela al dualismo civilización /barbarie propio del horizonte que se expresará en el

costumbrismo iberoamericano, por eso enfáticamente afirma que la revolución de

Hidalgo fue “un levantamiento de la clase proletaria contra la propiedad y la

civilización”.93

Al concluir la guerra con los Estados Unidos, la vieja polémica por la

fundación del país se reanima y es el partido conservador el que lleva al centro del

93 Lucas Alamán, Historia de Méjico, Vol. 4, p. 723.

Capítulo 2. La tradición retórica y la historia (1844-1851)

debate político “el desafío por un México liberal y republicano” –como señala

Hale.94

Debe insistirse en que Alamán recurre a la historia en busca de respuestas

para su presente, así sus relatos históricos sólo adquieren sentido pleno en el

principio ciceroniano de la Historia como Maestra de la Vida. Uno de sus artículos

en El Universal ofrece cierta luz sobre el sentido que adquiere el debate

historiográfico con la invasión norteamericana. Para el ideólogo del partido

conservador la independencia no sólo significó el extravío del orden político sino

también del orden social: se “acabó el respeto, amor y sumisión a los jueces y

gobernantes: por eso estos necesitan a cada paso de la fuerza armada si quieren ser

obedecidos”. Alamán encuentra la clave de la inestabilidad en la ausencia de

coerción interna y añade “desprestigiada una vez la autoridad, no hay sumisión,

tiene lugar la rebelión. 95

En sus relatos históricos establece el origen de la nación en la conquista para

reivindicar el orden social virreinal, pero no es una restauración a la que aspira

sino un aprendizaje profundo para elaborar e implementar su proyecto político

para su presente.

94 Charles A. Hale, El liberalismo mexicano en la época de Mora, p. 22.

95 Lucas Alamán ,“Soberanía popular” en El Universal, 10 de diciembre de 1848, p. 1 citado

por Elías Palti, en “Lucas Alamán y la involución política del pueblo mexicano. ¿Las ideas

conservadoras “fuera de lugar”?”, ´ p. 313.